El Rincón de Raimundo y Francisca. 16 años después... ¡Queremos gozo en el otoño de la vida!
#0
20/08/2012 18:46
#361
29/09/2012 19:46
Mi querida Chatosara, creo que he dejado un aviso bastante claro, Alejandro es mío y de nadie más y no lo voy a compartir CON NADIE, en esto soy como la Paca con su Rai. Estoy enamorada de ese hombre desde que apareció por este foro y es propiedad privada mía. Búscate a otro que este soltero que este ya está comprometido conmigo digo con Alicia.
#362
29/09/2012 20:01
Pues me pido a Francisco Montenegro, el hermano gemelo perdido de Francisca. Es como ella pero en tío. Él Raimundo mantienen una apasionada historia de amor, pero Francisca no lo sabe. Raimundo juega a dos bandas. Normal, se enamora de Francisca en tía y en tío.
ENVIIIIIIIIIDIIIIIIIENMEEEEE, JAJAJAJAJAJAJAJA. No lo comparto, se joden lalalalalalalalalalala, es mi tesoro... *yo imitando a Gollum (el señor de los anillos).
ENVIIIIIIIIIDIIIIIIIENMEEEEE, JAJAJAJAJAJAJAJA. No lo comparto, se joden lalalalalalalalalalala, es mi tesoro... *yo imitando a Gollum (el señor de los anillos).
#363
29/09/2012 20:09
Ja ja me meoooooooooo, muy grande, eres una fenómena.
#364
29/09/2012 21:31
Ni caso.
#365
29/09/2012 21:34
¡Buenas tardes amoreeeees!
Y ahora... JODEEEEEEEEEEEEEEEEER, hay una tormenta, a una servidora se le va el internet únicamente un día y cuando vuelve hay dos nuevas páginas en el hilo .
Primero, de los avances no voy a decir nada más de lo que habéis dicho vosotras, solo repetiré las frases que tanto resuenan en mi cabeza y supongo que en las vuestras...
Lo siento amor...
Te quiero tanto...
Yo, de verdad que me falta el aire cuando veo este tipo de escenas, y eso que aún no he visto el premium del 410 .
Luego, estoy totalmente con tu dos teorías Ruth, el Sebas es muy avaricioso y la ha liado con "El Imperio" fijo, y pienso que será un cúmulo de las dos opciones. Ese hombre no será el primero en haber muerto o tendrán deudas... O un montón de probables problemas que pueden tener. Pero en fin, eso ya se verá y que conste que espero equivocarme ¿eh?
Los relatos... ¡Sois unas cracks! Cristi, el tuyo para haber empezado esta muy bien el momento "abrazo por detrás" me ha matao.
Lourdes, que te voy a decir, ¡¡QUE SE TE ECHABA DE MENOS!! No hay más . Y me parece bien que cuelgues "Eres mi verdad" desde el principio, yo personalmente ya la leí hace tiempo... La tengo guardada ¿sabes? de cada vez que publicabas. Pero para Marta y Cristi estará bien.
Ruuuth, lo prometido es deuda ¿eh? Ya lo espero como agua de mayo muajajjaja *risa maquiavélica*
Mariajo, ahí reivindicando que Alejandro es tuyo ¿eh? ¡Ojo! A ver si ahora te lo van a quitar, que no hay derecho tu ahí desde el principio enamorada, pon los puntos sobre las íes y deja todos los mensajes informativos que necesites, ¡yo te apoyo!
Marta... Si lo tuyo existiera sería una buena opción jajajajja
Así que me voy a ver el premium, un beso muy grande y un abrazo muy fuerte a todaaaas, os quieroo.
PD: Ruth, no mientes el jardín que me acuerdo de todas las embestidas que guardan esas columnas y me vuelvo loca .
Y ahora... JODEEEEEEEEEEEEEEEEER, hay una tormenta, a una servidora se le va el internet únicamente un día y cuando vuelve hay dos nuevas páginas en el hilo .
Primero, de los avances no voy a decir nada más de lo que habéis dicho vosotras, solo repetiré las frases que tanto resuenan en mi cabeza y supongo que en las vuestras...
Lo siento amor...
Te quiero tanto...
Yo, de verdad que me falta el aire cuando veo este tipo de escenas, y eso que aún no he visto el premium del 410 .
Luego, estoy totalmente con tu dos teorías Ruth, el Sebas es muy avaricioso y la ha liado con "El Imperio" fijo, y pienso que será un cúmulo de las dos opciones. Ese hombre no será el primero en haber muerto o tendrán deudas... O un montón de probables problemas que pueden tener. Pero en fin, eso ya se verá y que conste que espero equivocarme ¿eh?
Los relatos... ¡Sois unas cracks! Cristi, el tuyo para haber empezado esta muy bien el momento "abrazo por detrás" me ha matao.
Lourdes, que te voy a decir, ¡¡QUE SE TE ECHABA DE MENOS!! No hay más . Y me parece bien que cuelgues "Eres mi verdad" desde el principio, yo personalmente ya la leí hace tiempo... La tengo guardada ¿sabes? de cada vez que publicabas. Pero para Marta y Cristi estará bien.
Ruuuth, lo prometido es deuda ¿eh? Ya lo espero como agua de mayo muajajjaja *risa maquiavélica*
Mariajo, ahí reivindicando que Alejandro es tuyo ¿eh? ¡Ojo! A ver si ahora te lo van a quitar, que no hay derecho tu ahí desde el principio enamorada, pon los puntos sobre las íes y deja todos los mensajes informativos que necesites, ¡yo te apoyo!
Marta... Si lo tuyo existiera sería una buena opción jajajajja
Así que me voy a ver el premium, un beso muy grande y un abrazo muy fuerte a todaaaas, os quieroo.
PD: Ruth, no mientes el jardín que me acuerdo de todas las embestidas que guardan esas columnas y me vuelvo loca .
#366
29/09/2012 21:43
Francisca entró en su habitación y cerró la puerta. Por fin se permitió el lujo de resoplar. Últimamente, lo hacía a menudo. Eso sí, en ausencia de su madre, para quien una jovencita jamás debía resoplar, ni maldecir, ni fulminar con la mirada ni reírse a carcajadas. Elena Montenegro era una auténtica devota del silencio y la compostura. Francisca meneó la cabeza. No le dedicó más pensamientos a la rigidez de su madre. Era algo que había acabado aceptando con tanta naturalidad como que el Sol aparecía todas las mañanas. Paseó la vista por su habitación y vio el bastidor. Bufó. Odiaba con toda su alma aquel maldito utensilio, así como odiaba bordar. Pero sabía que si su madre comprobaba que no había avanzado en la labor, recibiría otra reprimenda. Lo tomó con desgana y empezó con la tarea. Sin embargo, enseguida su mente se desconectó de las puntadas al oír un ruido de pasos. Dejó el bastidor a un lado y abrió la puerta, asomándose cuidadosamente. Sonrió al ver a la persona que avanzaba por el corredor.
- ¡Rosario!...- susurró.
La muchacha se sobresaltó al oír su nombre y se volvió.
- Dígame, señorita.
Francisca frunció el ceño.
- ¿Señorita? Rosario, que soy yo.
- Ya lo sé, señorita, pero su señora madre quiere que la llame así. – respondió la muchacha, mirando inquieta alrededor.- La última vez que me oyó llamarla Francisca casi me da con la vara.
Francisca la miró y puso los ojos en blanco.
- Bueno, ya sabemos cómo se las gasta mi madre.- le guiñó un ojo cómplice.- Delante de ella llámame como mejor consideres, pero entre nosotras, siempre seremos Rosario y Francisca, ¿de acuerdo?
Rosario sonrió.
- De acuerdo. Y ahora dígame… ¿Qué quería?
- Pues… - Francisca remedó un puchero. Rosario reprimió una sonrisa de cansancio, como si adivinase sus pensamientos.- Es que… fíjate qué día tan hermoso hace y yo… tengo que estar aquí encerrada y bordando.
La jovencísima criada meneó la cabeza.
- Ah, no eso sí que no, señorita. No pienso encubrirla otra vez. Su madre nos pillará y nos dará con la fusta a las dos.
- Por favor…- suplicó Francisca, componiendo su mejor cara de pena.- Te lo suplico, Rosario. Tú bordas muchísimo mejor que yo… Y madre no se enterará…
- Precisamente por eso se enterará, Francisca.- repuso Rosario, resignada. Ya sabía que aquella guerra la tenía perdida.- Debería practicar.
No quería mirarla a la cara. La buena de Rosario sabía que si lo hacía, Francisca la desarmaría con esa carita de súplica.
- Por favor… Rosario. Tú eres la única y verdadera amiga que tengo. ¿Vas a permitir que me quede aquí toda la tarde intentando clavarme la aguja en un dedo? ¿Serías capaz de dejarme morir desangrada?- añadió con un gesto tan teatrero que Rosario apenas pudo contener la sonrisa. Finalmente suspiró.
- Está bien…- dijo Rosario derrotada.
Francisca casi saltó de alegría. Sin más, abrazó a una sorprendida Rosario y se dispuso a correr escaleras abajo.
- Señorita, que su madre está abajo…- empezó la muchacha escandalizada y aterrada.
Francisca se volvió. Entró de nuevo en su habitación y abrió la ventana. Rosario creyó morir ante la idea que le cruzó por la cabeza.
- ¿No pensará…?
- Tranquila, Rosario. No es la primera vez que lo hago.- Francisca le sonrió traviesa.
Antes de que la sorprendida y fiel criada pudiese reaccionar, Francisca se descolgó con sobrado arrojo por la ventana. Caminó cuatro pasos por el tejado y saltó al seto. Se volvió, le guiñó un ojo a una atónita Rosario y echó a correr.
- ¡Rosario!...- susurró.
La muchacha se sobresaltó al oír su nombre y se volvió.
- Dígame, señorita.
Francisca frunció el ceño.
- ¿Señorita? Rosario, que soy yo.
- Ya lo sé, señorita, pero su señora madre quiere que la llame así. – respondió la muchacha, mirando inquieta alrededor.- La última vez que me oyó llamarla Francisca casi me da con la vara.
Francisca la miró y puso los ojos en blanco.
- Bueno, ya sabemos cómo se las gasta mi madre.- le guiñó un ojo cómplice.- Delante de ella llámame como mejor consideres, pero entre nosotras, siempre seremos Rosario y Francisca, ¿de acuerdo?
Rosario sonrió.
- De acuerdo. Y ahora dígame… ¿Qué quería?
- Pues… - Francisca remedó un puchero. Rosario reprimió una sonrisa de cansancio, como si adivinase sus pensamientos.- Es que… fíjate qué día tan hermoso hace y yo… tengo que estar aquí encerrada y bordando.
La jovencísima criada meneó la cabeza.
- Ah, no eso sí que no, señorita. No pienso encubrirla otra vez. Su madre nos pillará y nos dará con la fusta a las dos.
- Por favor…- suplicó Francisca, componiendo su mejor cara de pena.- Te lo suplico, Rosario. Tú bordas muchísimo mejor que yo… Y madre no se enterará…
- Precisamente por eso se enterará, Francisca.- repuso Rosario, resignada. Ya sabía que aquella guerra la tenía perdida.- Debería practicar.
No quería mirarla a la cara. La buena de Rosario sabía que si lo hacía, Francisca la desarmaría con esa carita de súplica.
- Por favor… Rosario. Tú eres la única y verdadera amiga que tengo. ¿Vas a permitir que me quede aquí toda la tarde intentando clavarme la aguja en un dedo? ¿Serías capaz de dejarme morir desangrada?- añadió con un gesto tan teatrero que Rosario apenas pudo contener la sonrisa. Finalmente suspiró.
- Está bien…- dijo Rosario derrotada.
Francisca casi saltó de alegría. Sin más, abrazó a una sorprendida Rosario y se dispuso a correr escaleras abajo.
- Señorita, que su madre está abajo…- empezó la muchacha escandalizada y aterrada.
Francisca se volvió. Entró de nuevo en su habitación y abrió la ventana. Rosario creyó morir ante la idea que le cruzó por la cabeza.
- ¿No pensará…?
- Tranquila, Rosario. No es la primera vez que lo hago.- Francisca le sonrió traviesa.
Antes de que la sorprendida y fiel criada pudiese reaccionar, Francisca se descolgó con sobrado arrojo por la ventana. Caminó cuatro pasos por el tejado y saltó al seto. Se volvió, le guiñó un ojo a una atónita Rosario y echó a correr.
#367
29/09/2012 22:04
Yo sólo espero que la escena de la casona esa del te quiero tanto sea en un día en el que pueda verlo, porque si no si no me da algo.
Espe, obvio que sería una buena opción jijiji.
Me voy a leer lo de Lourdes, cuando acabe edito.
Espe, obvio que sería una buena opción jijiji.
Me voy a leer lo de Lourdes, cuando acabe edito.
#368
29/09/2012 22:05
Una severa voz resonó por las gruesas y altas paredes del enorme caserón.
- ¡Raimundo Ulloa!
- Sí, padre.- dijo una voz entre resignada y temerosa.
Fernando Ulloa miró a su hijo con una mirada que hacía temblar a las piedras. El muchacho tragó saliva, pero permaneció inmóvil sin apartar la vista. Su padre pareció enfurecerse al comprobar que le mantenía la mirada. Pero también se sintió complacido por esa muestra de valor. Avanzó muy serio hacia el chiquillo y alzó una mano ante él. Raimundo tragó saliva. En la mano sostenía su libro favorito. Veinte mil Leguas de viaje submarino, de Julio Verne.
- ¿Se puede saber qué es esto?
- Un… ¿libro?- dijo con un leve rastro de ironía. Se arrepintió en el acto. Su padre se acercó y le golpeó en la cabeza con el canto del libro.
- Muy gracioso.- dijo, sin pizca de humor. Le miró furioso.- ¿Cuántas veces te he dicho que leer es un pasatiempo nada adecuado para un heredero de la fortuna de los Ulloa? A tu edad, yo era el mejor cazador de toda la comarca, y montaba a caballo mejor que muchos mozos que me doblaban la edad. Y ¿tú?, mírate.- le dijo, humillándolo.- Solo te falta bordar… - terminó hiriente.
Raimundo sintió que una lágrima asomaba a sus ojos. Pero la tragó con su orgullo. Estaba acostumbrado a ese trato por parte de su padre. Aunque… a decir verdad… siempre le dolían sus palabras.
- Padre, yo…- intentó empezar.
- ¡No he terminado!- su padre avanzó hacia la chimenea y sin más, arrojó el libro al fuego.
El muchacho creyó morir al ver que su amado libro se deshacía en cenizas y las lágrimas se acumularon en sus ojos. Eso puso más furioso aún a su padre. Se acercó amenazador, apuntándolo con un dedo.
- Escúchame bien, porque no lo pienso repetir. Eres mi heredero. En tus manos acabará toda la riqueza de los Ulloa. Y no pienso permitir que quien la reciba sea un maldito mocoso que llora por un libro. ¡Entendido!
- ¿Qué está pasando aquí?
Fernando Ulloa se volvió. Raimundo también y sus lágrimas se aliviaron al ver entrar a su tío. Esteban miró a su sobrino, y después a su hermano.
- Lo que pase aquí no es de tu incumbencia.- dijo Fernando mirándolo con desprecio.
- Te equivocas, sí lo es.- contraatacó su hermano.- Raimundo es mi sobrino y sí es de mi incumbencia.
Los ojos de su hermano relampaguearon de odio. Raimundo sintió que le desgarraban el corazón.
- ¡Basta ya!- gritó el muchacho.
Los dos hombres se volvieron sorprendidos ante el arranque del chico. Esteban le miró preocupado.
- Raimundo…- empezó, estirando una mano hacia él.
El chiquillo miró a su tío, tragando sus lágrimas. Después miró a su padre. Sintió que la ira hervía en sus venas y le miró desafiante. Fernando lo notó.
- Ven aquí ahora mismo.- le advirtió.
El muchacho en lugar de obedecer, dio media vuelta y echó a correr con todas sus fuerzas.
___________________________________
Francisca caminaba feliz por el sendero. El día no podía ser más hermoso. Siempre le había gustado mucho el otoño, más incluso que la primavera. Los árboles se teñían de un amarillo tan intenso como el oro de las joyas de su madre. Echó una mirada sobre sus hombros, viendo como la Casona se empequeñecía en la distancia. Respiró hondo y echó a correr elevando los brazos como si volase. Si su madre la viese, le daría un síncope. Sólo de pensarlo se echó a reír. Atravesó el pequeño puente y siguió su camino, cogiendo unos cuantos lirios del lecho del arroyo. Caminó sin rumbo definido, colocándose un lirio en cada trenza. De pronto reparó en que se había alejado bastante de su casa. Bueno, tampoco pasaba nada. Conocía los caminos como la palma de su mano. Sin embargo, un aleteo de inquietud la dominó. Frente a ella se encontraban los muros del caserón de los Ulloa. Su madre pondría el grito en el cielo si supiera que se había acercado hasta allí. Pero eso no era sino un aliciente para su rebelde y traviesa cabeza. Miró con suma curiosidad aquellas altas paredes mientras paseaba. De pronto, algo llamó su atención. Había un bellísimo castaño en el patio dentro de la mansión. Tan alto era que sus ramas sobresalían sobre el muro. Sus hojas tenían el color del oro y estaba lleno de suculentos erizos que empezaban a asomar el fruto. Francisca sonrió feliz. Le encantaban los árboles, especialmente trepar a ellos. Y aquel árbol parecía llamarla a gritos. Se quedó inmóvil. Podía oír a su madre claramente en su conciencia, pero la tentación pudo con ella.
Se acercó con precaución, mirando a todos lados. No había nadie. Alzó la mirada hacia el muro y, respirando hondo, empezó a trepar por él. Enseguida alcanzó la primera rama del castaño y se sentó en ella. Era realmente precioso. Se puso en pie cuidadosamente en la rama y, con suma facilidad, saltó a la siguiente. De pronto, se quedó paralizada al ver que no estaba tan sola como ella creía. Justo debajo había un muchacho, sentado en una de las raíces del enorme castaño. Francisca se quedó totalmente inmóvil. El chico estaba contemplando el suelo cabizbajo. Por un momento, sintió una irrefrenable curiosidad. Pero después, su sentido común se impuso. Empezó a retroceder sigilosa. Pero una pequeña ramita la hizo tropezar. La ramita se rompió con estruendo y ella acabó sentada en la rama mayor, maldiciendo por lo bajo.
- ¡Raimundo Ulloa!
- Sí, padre.- dijo una voz entre resignada y temerosa.
Fernando Ulloa miró a su hijo con una mirada que hacía temblar a las piedras. El muchacho tragó saliva, pero permaneció inmóvil sin apartar la vista. Su padre pareció enfurecerse al comprobar que le mantenía la mirada. Pero también se sintió complacido por esa muestra de valor. Avanzó muy serio hacia el chiquillo y alzó una mano ante él. Raimundo tragó saliva. En la mano sostenía su libro favorito. Veinte mil Leguas de viaje submarino, de Julio Verne.
- ¿Se puede saber qué es esto?
- Un… ¿libro?- dijo con un leve rastro de ironía. Se arrepintió en el acto. Su padre se acercó y le golpeó en la cabeza con el canto del libro.
- Muy gracioso.- dijo, sin pizca de humor. Le miró furioso.- ¿Cuántas veces te he dicho que leer es un pasatiempo nada adecuado para un heredero de la fortuna de los Ulloa? A tu edad, yo era el mejor cazador de toda la comarca, y montaba a caballo mejor que muchos mozos que me doblaban la edad. Y ¿tú?, mírate.- le dijo, humillándolo.- Solo te falta bordar… - terminó hiriente.
Raimundo sintió que una lágrima asomaba a sus ojos. Pero la tragó con su orgullo. Estaba acostumbrado a ese trato por parte de su padre. Aunque… a decir verdad… siempre le dolían sus palabras.
- Padre, yo…- intentó empezar.
- ¡No he terminado!- su padre avanzó hacia la chimenea y sin más, arrojó el libro al fuego.
El muchacho creyó morir al ver que su amado libro se deshacía en cenizas y las lágrimas se acumularon en sus ojos. Eso puso más furioso aún a su padre. Se acercó amenazador, apuntándolo con un dedo.
- Escúchame bien, porque no lo pienso repetir. Eres mi heredero. En tus manos acabará toda la riqueza de los Ulloa. Y no pienso permitir que quien la reciba sea un maldito mocoso que llora por un libro. ¡Entendido!
- ¿Qué está pasando aquí?
Fernando Ulloa se volvió. Raimundo también y sus lágrimas se aliviaron al ver entrar a su tío. Esteban miró a su sobrino, y después a su hermano.
- Lo que pase aquí no es de tu incumbencia.- dijo Fernando mirándolo con desprecio.
- Te equivocas, sí lo es.- contraatacó su hermano.- Raimundo es mi sobrino y sí es de mi incumbencia.
Los ojos de su hermano relampaguearon de odio. Raimundo sintió que le desgarraban el corazón.
- ¡Basta ya!- gritó el muchacho.
Los dos hombres se volvieron sorprendidos ante el arranque del chico. Esteban le miró preocupado.
- Raimundo…- empezó, estirando una mano hacia él.
El chiquillo miró a su tío, tragando sus lágrimas. Después miró a su padre. Sintió que la ira hervía en sus venas y le miró desafiante. Fernando lo notó.
- Ven aquí ahora mismo.- le advirtió.
El muchacho en lugar de obedecer, dio media vuelta y echó a correr con todas sus fuerzas.
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Francisca caminaba feliz por el sendero. El día no podía ser más hermoso. Siempre le había gustado mucho el otoño, más incluso que la primavera. Los árboles se teñían de un amarillo tan intenso como el oro de las joyas de su madre. Echó una mirada sobre sus hombros, viendo como la Casona se empequeñecía en la distancia. Respiró hondo y echó a correr elevando los brazos como si volase. Si su madre la viese, le daría un síncope. Sólo de pensarlo se echó a reír. Atravesó el pequeño puente y siguió su camino, cogiendo unos cuantos lirios del lecho del arroyo. Caminó sin rumbo definido, colocándose un lirio en cada trenza. De pronto reparó en que se había alejado bastante de su casa. Bueno, tampoco pasaba nada. Conocía los caminos como la palma de su mano. Sin embargo, un aleteo de inquietud la dominó. Frente a ella se encontraban los muros del caserón de los Ulloa. Su madre pondría el grito en el cielo si supiera que se había acercado hasta allí. Pero eso no era sino un aliciente para su rebelde y traviesa cabeza. Miró con suma curiosidad aquellas altas paredes mientras paseaba. De pronto, algo llamó su atención. Había un bellísimo castaño en el patio dentro de la mansión. Tan alto era que sus ramas sobresalían sobre el muro. Sus hojas tenían el color del oro y estaba lleno de suculentos erizos que empezaban a asomar el fruto. Francisca sonrió feliz. Le encantaban los árboles, especialmente trepar a ellos. Y aquel árbol parecía llamarla a gritos. Se quedó inmóvil. Podía oír a su madre claramente en su conciencia, pero la tentación pudo con ella.
Se acercó con precaución, mirando a todos lados. No había nadie. Alzó la mirada hacia el muro y, respirando hondo, empezó a trepar por él. Enseguida alcanzó la primera rama del castaño y se sentó en ella. Era realmente precioso. Se puso en pie cuidadosamente en la rama y, con suma facilidad, saltó a la siguiente. De pronto, se quedó paralizada al ver que no estaba tan sola como ella creía. Justo debajo había un muchacho, sentado en una de las raíces del enorme castaño. Francisca se quedó totalmente inmóvil. El chico estaba contemplando el suelo cabizbajo. Por un momento, sintió una irrefrenable curiosidad. Pero después, su sentido común se impuso. Empezó a retroceder sigilosa. Pero una pequeña ramita la hizo tropezar. La ramita se rompió con estruendo y ella acabó sentada en la rama mayor, maldiciendo por lo bajo.
#369
29/09/2012 22:13
Meeeeeeeeeee encanta. Más, más, más.
Por cierto, ahí pone que su madre no quería que Francisca fulminara con la mirada. Y ella aún sigue haciéndolo xd.
Por cierto, ahí pone que su madre no quería que Francisca fulminara con la mirada. Y ella aún sigue haciéndolo xd.
#370
29/09/2012 22:27
Raimundo se sobresaltó al oír un ruido sobre su cabeza. Alzó la mirada y se quedó perplejo. Una niña de aproximadamente su misma edad estaba colgando literalmente en una rama del castaño. La miró con la boca abierta. La chiquilla, pese a lo embarazoso de la situación, le miró alzando la orgullosa cabeza, sacudiendo con el movimiento sus dos hermosas trenzas.
- ¿Qué… estás haciendo tú aquí?- le preguntó la chiquilla.
Raimundo alzó una ceja, sorprendido.
- Eso debería preguntártelo yo, ¿no crees?
La muchacha pareció un tanto desconcertada ante la respuesta. Raimundo la contempló fijamente. Era una señorita de bien, de eso no cabía duda. Su vestido lo revelaba. Pero el hecho de que estuviese balanceándose ágilmente en la rama del castaño no cuadraba en absoluto con su imagen. La chiquilla parecía de repente algo incómoda, pero después frunció graciosamente el entrecejo. Raimundo reprimió la sonrisa ante el gesto y siguió mirándola esta vez más divertido que sorprendido.
- Pues yo… estoy… - la muchacha inspiró irguiéndose con toda su dignidad.- Simplemente, me pareció un árbol muy hermoso y quería…
- ¿Robar castañas?- terminó el chico, con un deje de ironía.
Francisca le fulminó con la mirada. Ya no parecía tan triste como cuando lo vio sentado cabizbajo justo bajo su rama. Ahora un brillo travieso bailaba en sus grandes ojos oscuros mientras la miraba esbozando una ligera sonrisa. Ella alzó la cabeza.
- No me dedico precisamente a robar castañas.- contestó mordaz.- En mi casa hay cientos de árboles que dan muchas más castañas que este.
- Lo dudo.- replicó el muchacho. Ella volvió a mirarle con mala cara. El chico le devolvió la mirada, entre divertido y retador.- Este árbol tiene casi cien años. Apuesto a que en tu casa no hay ninguno así.
Francisca bufó. Se puso en pie en la rama y avanzó un paso. Al hacerlo, la mirada del muchacho descendió involuntariamente. Ella lo advirtió y de pronto, pareció echar fuego por los ojos.
- ¿Se puede saber qué estás mirando?- preguntó furiosa.
- ¿Yo..? Nada.- Raimundo tragó saliva al ver el soberano enfado que había en el rostro de la muchacha. Alzó las manos en un gesto entre defensivo e inocente.- Te juro que no estaba mirando nada.
- ¡Mentiroso! Miraste por debajo de mi falda. ¡Te he visto!- Francisca se sintió entre rabiosa y extrañamente ruborizada.
- Te juro que no…
Antes de que Raimundo pudiera terminar la frase, Francisca cogió uno de los erizos llenos de castañas y lo lanzó hacia su cabeza. El puntiagudo erizo dio de lleno en su coronilla, arrancándole un gemido de dolor.
- ¡Oye, espera, eso duele!- se frotó la cabeza. De pronto, vio que la chica se había armado con media docena de erizos. Apenas esquivó el primero. Aquella condenada chiquilla tenía una puntería realmente buena.- ¿Te has vuelto loca?? ¡Para!
El enfado de Francisca casi se había evaporado. Aquello era demasiado divertido. Tomó con cuidado unos cuantos erizos más y los envolvió en su falda. Después empezó a dispararle uno tras otro. Raimundo esquivaba a duras penas aquella avalancha. Se fue acercando al tronco del árbol como pudo. Otro erizo le dio de lleno en la cabeza.
- ¡Para ya!- era inútil. La muchacha no parecía dispuesta a una tregua. Raimundo la miró furioso y trepó a la rama más baja del árbol.- Verás como te coja…- amenazó.
Francisca siguió tirándole un erizo tras otro, pero el chico también era bastante hábil en manejarse por las ramas. Antes de que pudiese darse cuenta, ya estaba a su lado. Un último erizo impactó contra Raimundo. Francisca retrocedió y saltó a una rama más alta. Él la siguió y antes de que pudiese reanudar la batalla, la cogió de un brazo.
- ¡Suéltame!- exigió ella, procurando liberarse.
- Lo haré en cuanto te deshagas de toda esa munición.- dijo Raimundo, señalando los erizos que le quedaban.
La muchacha se revolvió rabiosa. De pronto, en el forcejeo, Raimundo trastabilló, perdió el equilibrio y se precipitó desde una considerable altura, arrastrando también a Francisca. Los dos muchachos cayeron al suelo. Francisca levantó la cabeza algo aturdida. Aquel chico había amortiguado su caída. Se miró el vestido y descubrió con horror que estaba completamente hecho un desastre. Su madre la mataría. De pronto, otra inquietud la invadió. Miró al muchacho. Estaba tumbado boca arriba e inconsciente. Se acercó.
- Oye… despierta.- dijo, sacudiéndolo suavemente de los hombros.
El chico no reaccionó. Un terror desconocido empezó a invadir a Francisca. Le sacudió con más fuerza.
- Eh, eh! ¡Despierta!- era inútil. Francisca vio que había un golpe bastante feo en su cabeza. Tragó saliva.- Dios mío, ¡le he matado!- le aferró desesperada.- Despierta, por favor, despierta. Perdóname, - suplicó casi llorando.- Por favor, despierta.
Raimundo se lo estaba pasando de lo lindo mientras fingía que estaba inconsciente… hasta que por el rabillo del ojo vio que los ojos de la muchacha estaban inundados de lágrimas. El remordimiento le atenazó la garganta. Quería darle su merecido por lo de los erizos, pero tal vez se había pasado un poco. El muchacho abrió los ojos mientras ella sollozaba cubriéndose la cara con las manos.
- Oye, cálmate, que estoy bien.- le susurró, apoyando una mano en su hombro.- Sólo era una broma.
Francisca lanzó una mirada entre aliviada y furiosa.
- ¿¡Una broma?!!- casi gritó.- ¡Una broma! ¡Te voy a…!
Raimundo intentó detenerla, pero ella logró golpearle en el pecho con rabia. Esa muchacha no era una señorita de bien. Era una verdadera fierecilla. Finalmente, Francisca logró calmarse.
- Pensé que estabas muerto.- dijo ella, mirándolo rencorosa.
- Ya me di cuenta. Estabas llorando como en un funeral.- respondió Raimundo risueño. Después la miró un poquito arrepentido.- Lo siento. No quería asustarte tanto. Sólo un poquito.- terminó divertido.
- ¿Asustarme?- repuso ella, muy digna.- Yo no me asusto.
- Entonces, ¿por qué llorabas?- preguntó el muchacho con un brillo astuto en los ojos.
- Simplemente porque… no me gustaría ir a la cárcel por haber matado a un… chico que ni siquiera sabe trepar.- contestó desafiante.
Raimundo se echó a reír.
- ¿Te estás riendo de mí?- pregunto ella, nuevamente furiosa.
- No, no exactamente.- el chico la miró.- Eres una chica muy poco común. Vas vestida como una mocosa repelente y consentida, pero sabes trepar y tienes buena puntería, tanto con los erizos como con las palabras.- le sonrió.- Me has caído bien.
Ella le miró sintiéndose confusa. La había insultado llamándola mocosa repelente y consentida y después había alabado todas esas cualidades que a su madre le parecían espantosas. Era muy extraño.
- Tú tampoco te pareces a los demás muchachos.- dijo, casi sin pensar.
- ¿Ah, no? – el chico alzó una ceja esbozando una sonrisa.- ¿Por qué?
- Porque los demás son imbéciles.- contestó ella sin rodeos.
Raimundo rió de nuevo. Francisca también sonrió. Le gustaba la risa fresca y sincera de aquel muchacho. El chico la miró y extendió una mano.
- Todavía no me he presentado. Me llamo Raimundo Ulloa.
Ella se quedó sin respiración al oír el apellido. Era un Ulloa. Decididamente, ese día había hecho absolutamente todo lo que su madre le había prohibido. Se había escapado a dar un paseo clandestino, había trepado a un árbol, había puesto perdido el vestido y para más inri, no sólo se había acercado a la propiedad de los Ulloa, sino que además acababa de conocer a su hijo. Le miró un tanto inquieta. Raimundo alzó una ceja interrogante.
- ¿No me vas a decir cómo te llamas?- la apremió, aún estirando su mano hacia ella.
La muchacha inspiró hondo y alzó la cabeza. Extendió su mano y acabaron estrechándolas.
- Francisca Montenegro.- dijo por fin.
- ¿Qué… estás haciendo tú aquí?- le preguntó la chiquilla.
Raimundo alzó una ceja, sorprendido.
- Eso debería preguntártelo yo, ¿no crees?
La muchacha pareció un tanto desconcertada ante la respuesta. Raimundo la contempló fijamente. Era una señorita de bien, de eso no cabía duda. Su vestido lo revelaba. Pero el hecho de que estuviese balanceándose ágilmente en la rama del castaño no cuadraba en absoluto con su imagen. La chiquilla parecía de repente algo incómoda, pero después frunció graciosamente el entrecejo. Raimundo reprimió la sonrisa ante el gesto y siguió mirándola esta vez más divertido que sorprendido.
- Pues yo… estoy… - la muchacha inspiró irguiéndose con toda su dignidad.- Simplemente, me pareció un árbol muy hermoso y quería…
- ¿Robar castañas?- terminó el chico, con un deje de ironía.
Francisca le fulminó con la mirada. Ya no parecía tan triste como cuando lo vio sentado cabizbajo justo bajo su rama. Ahora un brillo travieso bailaba en sus grandes ojos oscuros mientras la miraba esbozando una ligera sonrisa. Ella alzó la cabeza.
- No me dedico precisamente a robar castañas.- contestó mordaz.- En mi casa hay cientos de árboles que dan muchas más castañas que este.
- Lo dudo.- replicó el muchacho. Ella volvió a mirarle con mala cara. El chico le devolvió la mirada, entre divertido y retador.- Este árbol tiene casi cien años. Apuesto a que en tu casa no hay ninguno así.
Francisca bufó. Se puso en pie en la rama y avanzó un paso. Al hacerlo, la mirada del muchacho descendió involuntariamente. Ella lo advirtió y de pronto, pareció echar fuego por los ojos.
- ¿Se puede saber qué estás mirando?- preguntó furiosa.
- ¿Yo..? Nada.- Raimundo tragó saliva al ver el soberano enfado que había en el rostro de la muchacha. Alzó las manos en un gesto entre defensivo e inocente.- Te juro que no estaba mirando nada.
- ¡Mentiroso! Miraste por debajo de mi falda. ¡Te he visto!- Francisca se sintió entre rabiosa y extrañamente ruborizada.
- Te juro que no…
Antes de que Raimundo pudiera terminar la frase, Francisca cogió uno de los erizos llenos de castañas y lo lanzó hacia su cabeza. El puntiagudo erizo dio de lleno en su coronilla, arrancándole un gemido de dolor.
- ¡Oye, espera, eso duele!- se frotó la cabeza. De pronto, vio que la chica se había armado con media docena de erizos. Apenas esquivó el primero. Aquella condenada chiquilla tenía una puntería realmente buena.- ¿Te has vuelto loca?? ¡Para!
El enfado de Francisca casi se había evaporado. Aquello era demasiado divertido. Tomó con cuidado unos cuantos erizos más y los envolvió en su falda. Después empezó a dispararle uno tras otro. Raimundo esquivaba a duras penas aquella avalancha. Se fue acercando al tronco del árbol como pudo. Otro erizo le dio de lleno en la cabeza.
- ¡Para ya!- era inútil. La muchacha no parecía dispuesta a una tregua. Raimundo la miró furioso y trepó a la rama más baja del árbol.- Verás como te coja…- amenazó.
Francisca siguió tirándole un erizo tras otro, pero el chico también era bastante hábil en manejarse por las ramas. Antes de que pudiese darse cuenta, ya estaba a su lado. Un último erizo impactó contra Raimundo. Francisca retrocedió y saltó a una rama más alta. Él la siguió y antes de que pudiese reanudar la batalla, la cogió de un brazo.
- ¡Suéltame!- exigió ella, procurando liberarse.
- Lo haré en cuanto te deshagas de toda esa munición.- dijo Raimundo, señalando los erizos que le quedaban.
La muchacha se revolvió rabiosa. De pronto, en el forcejeo, Raimundo trastabilló, perdió el equilibrio y se precipitó desde una considerable altura, arrastrando también a Francisca. Los dos muchachos cayeron al suelo. Francisca levantó la cabeza algo aturdida. Aquel chico había amortiguado su caída. Se miró el vestido y descubrió con horror que estaba completamente hecho un desastre. Su madre la mataría. De pronto, otra inquietud la invadió. Miró al muchacho. Estaba tumbado boca arriba e inconsciente. Se acercó.
- Oye… despierta.- dijo, sacudiéndolo suavemente de los hombros.
El chico no reaccionó. Un terror desconocido empezó a invadir a Francisca. Le sacudió con más fuerza.
- Eh, eh! ¡Despierta!- era inútil. Francisca vio que había un golpe bastante feo en su cabeza. Tragó saliva.- Dios mío, ¡le he matado!- le aferró desesperada.- Despierta, por favor, despierta. Perdóname, - suplicó casi llorando.- Por favor, despierta.
Raimundo se lo estaba pasando de lo lindo mientras fingía que estaba inconsciente… hasta que por el rabillo del ojo vio que los ojos de la muchacha estaban inundados de lágrimas. El remordimiento le atenazó la garganta. Quería darle su merecido por lo de los erizos, pero tal vez se había pasado un poco. El muchacho abrió los ojos mientras ella sollozaba cubriéndose la cara con las manos.
- Oye, cálmate, que estoy bien.- le susurró, apoyando una mano en su hombro.- Sólo era una broma.
Francisca lanzó una mirada entre aliviada y furiosa.
- ¿¡Una broma?!!- casi gritó.- ¡Una broma! ¡Te voy a…!
Raimundo intentó detenerla, pero ella logró golpearle en el pecho con rabia. Esa muchacha no era una señorita de bien. Era una verdadera fierecilla. Finalmente, Francisca logró calmarse.
- Pensé que estabas muerto.- dijo ella, mirándolo rencorosa.
- Ya me di cuenta. Estabas llorando como en un funeral.- respondió Raimundo risueño. Después la miró un poquito arrepentido.- Lo siento. No quería asustarte tanto. Sólo un poquito.- terminó divertido.
- ¿Asustarme?- repuso ella, muy digna.- Yo no me asusto.
- Entonces, ¿por qué llorabas?- preguntó el muchacho con un brillo astuto en los ojos.
- Simplemente porque… no me gustaría ir a la cárcel por haber matado a un… chico que ni siquiera sabe trepar.- contestó desafiante.
Raimundo se echó a reír.
- ¿Te estás riendo de mí?- pregunto ella, nuevamente furiosa.
- No, no exactamente.- el chico la miró.- Eres una chica muy poco común. Vas vestida como una mocosa repelente y consentida, pero sabes trepar y tienes buena puntería, tanto con los erizos como con las palabras.- le sonrió.- Me has caído bien.
Ella le miró sintiéndose confusa. La había insultado llamándola mocosa repelente y consentida y después había alabado todas esas cualidades que a su madre le parecían espantosas. Era muy extraño.
- Tú tampoco te pareces a los demás muchachos.- dijo, casi sin pensar.
- ¿Ah, no? – el chico alzó una ceja esbozando una sonrisa.- ¿Por qué?
- Porque los demás son imbéciles.- contestó ella sin rodeos.
Raimundo rió de nuevo. Francisca también sonrió. Le gustaba la risa fresca y sincera de aquel muchacho. El chico la miró y extendió una mano.
- Todavía no me he presentado. Me llamo Raimundo Ulloa.
Ella se quedó sin respiración al oír el apellido. Era un Ulloa. Decididamente, ese día había hecho absolutamente todo lo que su madre le había prohibido. Se había escapado a dar un paseo clandestino, había trepado a un árbol, había puesto perdido el vestido y para más inri, no sólo se había acercado a la propiedad de los Ulloa, sino que además acababa de conocer a su hijo. Le miró un tanto inquieta. Raimundo alzó una ceja interrogante.
- ¿No me vas a decir cómo te llamas?- la apremió, aún estirando su mano hacia ella.
La muchacha inspiró hondo y alzó la cabeza. Extendió su mano y acabaron estrechándolas.
- Francisca Montenegro.- dijo por fin.
#371
29/09/2012 22:35
Esta vez fue el turno de Raimundo de quedarse sin respiración.
- ¿Eres… la hija de Alejandro Montenegro?- preguntó sorprendido.
La muchacha asintió.
- Vaya…- repuso Raimundo.- Esto sí que es… una sorpresa. Me parece que esta vez mi padre sí que me va a matar.- dijo más para sí que para Francisca.
- ¿Por qué?- preguntó ella, curiosa.
- Bueno, no te ofendas pero…- el muchacho meneó la cabeza.- A mi padre no le caen precisamente bien los Montenegro.
- Al mío tampoco le caen nada bien los Ulloa.- repuso ella.
Los muchachos se miraron, al principio un poco preocupados. Francisca resopló.
- Francamente, estoy hasta las narices de tener que obedecer en todo lo que me dicen.- dijo como si tal cosa.
Raimundo rió al ver una gran verdad expresada de una forma tan contundente.
- No puedo estar más de acuerdo contigo.- dijo él.
De pronto, una voz les hizo sobresaltarse. Una voz nada agradable.
- ¡Raimundo! ¡Raimundo Ulloa! ¡Ven aquí ahora mismo, dondequiera que estés! ¡Como no aparezcas ya, tendrás un verdadero motivo para llorar!
Francisca tragó saliva. Raimundo no perdió un momento y la tomó de un brazo. Se ocultaron tras el enorme tronco del castaño.
- Es mi padre.- susurró el chico.- Como nos descubra, estamos muertos.
Francisca le miró atemorizada. Raimundo alzó un momento la cabeza. Después la miró.
- ¿Crees que podrías llegar a esa rama sin hacer ruido?- le preguntó.
- Está demasiado alta.- susurró ella.
Raimundo se agachó.
- Súbete a mi espalda.
Ella dudó un instante, pero finalmente lo hizo. Raimundo le tendió una mano y ella se agarró. El muchacho se incorporó con extremo cuidado mientras Francisca permanecía en pie sobre sus hombros. Finalmente, la muchacha alcanzó la rama y trepó hasta ella. Desde su posición podía ver como un hombre alto y con cara de pocos amigos iba directo hacia el castaño. Ella se escondió entre las hojas.
- ¡Vamos…!- la apremió Raimundo en un susurro. – ¡Corre!
- ¿Y tú…?- ella dirigió una mirada entre asustada y preocupada hacia el hombre.
- No te preocupes por mí, al fin y al cabo, soy su único heredero y no puede matarme.- le guiñó un ojo a una aterrorizada Francisca.- Venga, Francisca, vete ya.
Ella se volvió, pero después le miró de nuevo.
- Raimundo.- le llamó.
El muchacho alzó la mirada.
- Gracias.- le dijo, un tanto incómoda.
Raimundo sonrió. En ese momento, un furioso Fernando Ulloa apareció amenazante junto al muchacho. Le cogió de la oreja nada delicadamente mientras Raimundo procuraba soportar el dolor.
- ¿Cuántas veces te he dicho que cuando llamo me gusta que me contesten de inmediato?
- Lo siento… padre.- dijo Raimundo con un esfuerzo.
- Lo vas a sentir, pero de verdad.
Su padre se dispuso a llevarlo a rastras de la oreja cuando, de pronto, un erizo impactó con sorprendente fuerza en la cabeza de Fernando Ulloa. El punzante dolor hizo que soltase a Raimundo.
- ¡Por todos los…!- Fernando miró hacia el castaño, furioso.- ¿Qué demonios ha sido eso?
Raimundo miró preocupado el árbol. Disimuladamente, respiró aliviado al comprobar que no había nadie.
- Los erizos, que empiezan a estar maduros y caen solos, padre.- dijo el muchacho.
Su padre le miró con mala cara, pero finalmente lo llevó casi a rastras hacia el interior de la mansión sin decir una palabra más. Raimundo volvió levemente la cabeza al percibir un ligero movimiento en el follaje del castaño. Con un esfuerzo, evitó la sonrisa que amenazaba aparecer en su rostro.
- ¿Eres… la hija de Alejandro Montenegro?- preguntó sorprendido.
La muchacha asintió.
- Vaya…- repuso Raimundo.- Esto sí que es… una sorpresa. Me parece que esta vez mi padre sí que me va a matar.- dijo más para sí que para Francisca.
- ¿Por qué?- preguntó ella, curiosa.
- Bueno, no te ofendas pero…- el muchacho meneó la cabeza.- A mi padre no le caen precisamente bien los Montenegro.
- Al mío tampoco le caen nada bien los Ulloa.- repuso ella.
Los muchachos se miraron, al principio un poco preocupados. Francisca resopló.
- Francamente, estoy hasta las narices de tener que obedecer en todo lo que me dicen.- dijo como si tal cosa.
Raimundo rió al ver una gran verdad expresada de una forma tan contundente.
- No puedo estar más de acuerdo contigo.- dijo él.
De pronto, una voz les hizo sobresaltarse. Una voz nada agradable.
- ¡Raimundo! ¡Raimundo Ulloa! ¡Ven aquí ahora mismo, dondequiera que estés! ¡Como no aparezcas ya, tendrás un verdadero motivo para llorar!
Francisca tragó saliva. Raimundo no perdió un momento y la tomó de un brazo. Se ocultaron tras el enorme tronco del castaño.
- Es mi padre.- susurró el chico.- Como nos descubra, estamos muertos.
Francisca le miró atemorizada. Raimundo alzó un momento la cabeza. Después la miró.
- ¿Crees que podrías llegar a esa rama sin hacer ruido?- le preguntó.
- Está demasiado alta.- susurró ella.
Raimundo se agachó.
- Súbete a mi espalda.
Ella dudó un instante, pero finalmente lo hizo. Raimundo le tendió una mano y ella se agarró. El muchacho se incorporó con extremo cuidado mientras Francisca permanecía en pie sobre sus hombros. Finalmente, la muchacha alcanzó la rama y trepó hasta ella. Desde su posición podía ver como un hombre alto y con cara de pocos amigos iba directo hacia el castaño. Ella se escondió entre las hojas.
- ¡Vamos…!- la apremió Raimundo en un susurro. – ¡Corre!
- ¿Y tú…?- ella dirigió una mirada entre asustada y preocupada hacia el hombre.
- No te preocupes por mí, al fin y al cabo, soy su único heredero y no puede matarme.- le guiñó un ojo a una aterrorizada Francisca.- Venga, Francisca, vete ya.
Ella se volvió, pero después le miró de nuevo.
- Raimundo.- le llamó.
El muchacho alzó la mirada.
- Gracias.- le dijo, un tanto incómoda.
Raimundo sonrió. En ese momento, un furioso Fernando Ulloa apareció amenazante junto al muchacho. Le cogió de la oreja nada delicadamente mientras Raimundo procuraba soportar el dolor.
- ¿Cuántas veces te he dicho que cuando llamo me gusta que me contesten de inmediato?
- Lo siento… padre.- dijo Raimundo con un esfuerzo.
- Lo vas a sentir, pero de verdad.
Su padre se dispuso a llevarlo a rastras de la oreja cuando, de pronto, un erizo impactó con sorprendente fuerza en la cabeza de Fernando Ulloa. El punzante dolor hizo que soltase a Raimundo.
- ¡Por todos los…!- Fernando miró hacia el castaño, furioso.- ¿Qué demonios ha sido eso?
Raimundo miró preocupado el árbol. Disimuladamente, respiró aliviado al comprobar que no había nadie.
- Los erizos, que empiezan a estar maduros y caen solos, padre.- dijo el muchacho.
Su padre le miró con mala cara, pero finalmente lo llevó casi a rastras hacia el interior de la mansión sin decir una palabra más. Raimundo volvió levemente la cabeza al percibir un ligero movimiento en el follaje del castaño. Con un esfuerzo, evitó la sonrisa que amenazaba aparecer en su rostro.
#372
29/09/2012 22:45
Oh, Raimeo y Julincisca.
#373
29/09/2012 23:00
Chicas tenia esto escrito desde hacia algunos dias porque me daba mucha vergüenza ponerlo y mas despues de las maravillas que escribís vosotras.Al final me he atrevido, espero que os guste.
LA FELICIDAD CUESTA TRABAJO ALCANZARLA
-Tristan hijo entiéndeme por favor,yo amo a tu madre, la amo desde el mismo dia en que la conocí cuando no eramos mas que unos zagales-le dijo a Tristan un desesperado Raimundo.
-No me pida que lo entienda padre,no me entra en la sesera,que ame a la mujer que mas daño le ha hecho en esta vida, la misma que le robo su hacienda,que provoco que cayera en el alcoholismo.
-La amo Tristan,yo aun veo en ella a aquella muchacha buena y alegre,la amo como tu amaste a...-Raimundo dejo la frase suspendida en el aire ante la mirada de furia que le dedico su hijo.
-No se atreva-dijo alzando la voz y apretando los puños con fuerza-no se atreva a comparar a Pepa con una mujer que lo único que ha hecho es dañar a todo el que le rodea y ahora le pediria que se fuera quiero estar solo.
-¿Que sucede?¿que son esos gritos?-pregunto Rosario alarmada entrando en la estancia.
-No se preocupe consuegra,que yo ya me iba-Raimundo cogio su sombrero-trate de hacer entrar en razón a mi hijo pero es imposible-miro a Tristan con la tristeza reflejada en el rostro-Adiós Rosario-.
-Hasta mas ver Raimundo-dijo la buena mujer viendolo marcharse,apenada.Observo a Tristan que se estaba sirviendo una copa de coñac.-No se lo merece Tristan-le dirigió una severa mirada.
-Ahora no Rosario,por favor-dijo llevándose la copa a los labios.
La mujer meneo la cabeza y abandono la estancia dejándolo solo con sus pensamientos.
....................................................................................................................................................
Sosiegese madrina-Maria observaba a Francisca que daba vueltas por el salón inquieta-Seguro que el tío Tristan ve con buenos ojos su relación con el abuelo en cuanto hable con el.
Francisca miro a la muchacha con profundo pesar,sabia que su hijo la odiaba,bueno para ser mas exacta sus hijos,los dos parecían almas en pena desde que perdieron a la persona amada y eso era algo que le dolía en lo mas profundo de su ser.
-No Maria-sentia las lagrimas aflorar a sus ojos-mi hijo me odia.
-Yo estoy segura de que todo se va a arreglar-Maria abrazo a su madrina con inmenso cariño.
Aquel abrazo hizo que Francisca no pudiera contener mas el llanto que había estado acumulando y derramo amargas lagrimas en brazos de su ahijada.
-Madrina-Maria la llamo mientras le acariciaba el pelo tratando de consolarla,en ese momento se dio cuenta de todo el dolor que su madrina guardaba en su interior.
En ese momento sonó el timbre y Mariana fue a abrir dando paso a un apesadumbrado Raimundo.
-¿Has hablado con el?-Francisca se limpio el rastro de lagrimas que surcaban su rostro y lo miro.
-No ha querido apenas escucharme,en cuanto le he referido lo nuestro no ha dado su brazo a torcer-Raimundo se dejo caer derrotado en el sofá.
Francisca tomo la mano de Raimundo,no podía creer que Tristan hubiera cambiado tanto,que se hubiera convertido en un ser huraño y arisco, podía entender esa actitud con ella,aunque le dolía podia justificarla,pero no con Raimundo que siempre lo apoyo incluso antes de saber el lazo de sangre que los unía.
-Sere yo la que vaya a hablar con el-dijo decidida.
Raimundo en ese momento la adoro con la mirada,su niña,su pequeña iba a luchar por su amor a pesar de que sabia que su hijo la hecharia con cajas destempladas-Francisca-la llamo con todo su amor-no querrá escucharte.
-Tengo que intentarlo-dijo acariciando su mano-no me voy a dar por vencida.-Mariana-llamo a la joven doncella-te necesito aqui presto.
-Digame señora-la muchacha se presento de inmediato.
-Dile a Leonardo que prepare el coche,voy a ir al jaral-
CONTINUARA
LA FELICIDAD CUESTA TRABAJO ALCANZARLA
-Tristan hijo entiéndeme por favor,yo amo a tu madre, la amo desde el mismo dia en que la conocí cuando no eramos mas que unos zagales-le dijo a Tristan un desesperado Raimundo.
-No me pida que lo entienda padre,no me entra en la sesera,que ame a la mujer que mas daño le ha hecho en esta vida, la misma que le robo su hacienda,que provoco que cayera en el alcoholismo.
-La amo Tristan,yo aun veo en ella a aquella muchacha buena y alegre,la amo como tu amaste a...-Raimundo dejo la frase suspendida en el aire ante la mirada de furia que le dedico su hijo.
-No se atreva-dijo alzando la voz y apretando los puños con fuerza-no se atreva a comparar a Pepa con una mujer que lo único que ha hecho es dañar a todo el que le rodea y ahora le pediria que se fuera quiero estar solo.
-¿Que sucede?¿que son esos gritos?-pregunto Rosario alarmada entrando en la estancia.
-No se preocupe consuegra,que yo ya me iba-Raimundo cogio su sombrero-trate de hacer entrar en razón a mi hijo pero es imposible-miro a Tristan con la tristeza reflejada en el rostro-Adiós Rosario-.
-Hasta mas ver Raimundo-dijo la buena mujer viendolo marcharse,apenada.Observo a Tristan que se estaba sirviendo una copa de coñac.-No se lo merece Tristan-le dirigió una severa mirada.
-Ahora no Rosario,por favor-dijo llevándose la copa a los labios.
La mujer meneo la cabeza y abandono la estancia dejándolo solo con sus pensamientos.
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Sosiegese madrina-Maria observaba a Francisca que daba vueltas por el salón inquieta-Seguro que el tío Tristan ve con buenos ojos su relación con el abuelo en cuanto hable con el.
Francisca miro a la muchacha con profundo pesar,sabia que su hijo la odiaba,bueno para ser mas exacta sus hijos,los dos parecían almas en pena desde que perdieron a la persona amada y eso era algo que le dolía en lo mas profundo de su ser.
-No Maria-sentia las lagrimas aflorar a sus ojos-mi hijo me odia.
-Yo estoy segura de que todo se va a arreglar-Maria abrazo a su madrina con inmenso cariño.
Aquel abrazo hizo que Francisca no pudiera contener mas el llanto que había estado acumulando y derramo amargas lagrimas en brazos de su ahijada.
-Madrina-Maria la llamo mientras le acariciaba el pelo tratando de consolarla,en ese momento se dio cuenta de todo el dolor que su madrina guardaba en su interior.
En ese momento sonó el timbre y Mariana fue a abrir dando paso a un apesadumbrado Raimundo.
-¿Has hablado con el?-Francisca se limpio el rastro de lagrimas que surcaban su rostro y lo miro.
-No ha querido apenas escucharme,en cuanto le he referido lo nuestro no ha dado su brazo a torcer-Raimundo se dejo caer derrotado en el sofá.
Francisca tomo la mano de Raimundo,no podía creer que Tristan hubiera cambiado tanto,que se hubiera convertido en un ser huraño y arisco, podía entender esa actitud con ella,aunque le dolía podia justificarla,pero no con Raimundo que siempre lo apoyo incluso antes de saber el lazo de sangre que los unía.
-Sere yo la que vaya a hablar con el-dijo decidida.
Raimundo en ese momento la adoro con la mirada,su niña,su pequeña iba a luchar por su amor a pesar de que sabia que su hijo la hecharia con cajas destempladas-Francisca-la llamo con todo su amor-no querrá escucharte.
-Tengo que intentarlo-dijo acariciando su mano-no me voy a dar por vencida.-Mariana-llamo a la joven doncella-te necesito aqui presto.
-Digame señora-la muchacha se presento de inmediato.
-Dile a Leonardo que prepare el coche,voy a ir al jaral-
CONTINUARA
#374
29/09/2012 23:29
Bueno, mis soles... de momento por hoy hasta aquí llegamos. Todo llegará. Millones de besooos y hasta mañana!
Por cierto, Jessi, el relato es geniaal :-D
______________________
Capítulo II.
Francisca soportó estoicamente la perorata de su madre, una vez más. Sin embargo, en aquella ocasión, su mente estaba todavía más lejos de allí de lo que solía estarlo cada vez que Elena Montenegro la reprendía. No dejaba de pensar en aquel muchacho. Raimundo Ulloa. Procuró evitar la sonrisa que amenazaba con brotar en su rostro. Ese chico le resultó simpático, después de todo. Y a pesar de que al principio se habían peleado, reconoció que su primera opinión había sido errónea. Él no la había juzgado por verla trepando a un árbol, sino que había mostrado su admiración. Y además, la había ayudado a escapar. No podía imaginarse qué habría ocurrido si el señor Ulloa la hubiera sorprendido allí.
- ¿Puedes decirme cómo es posible que te pusieras así el vestido?- preguntó su madre, colmándosele la paciencia.
- Trepé a un árbol.- dijo la chica, armándose de valor.- Y me caí de él.
Su madre se santiguó horrorizada. Alejandro Montenegro alzó una ceja imperceptiblemente.
- ¡Dios mío!- la ilustre dama la tomó de los hombros.- ¿Qué clase de… comportamiento es éste?
Francisca no respondió. Aguantó la firme mirada de su madre.
- Esto es… lo más inadmisible que jamás hubiese visto.- la miró muy gravemente.- Y exige un correctivo. Estira tu mano, Francisca.
- Elena…- empezó Alejandro.
- No te metas en esto.- le advirtió. Clavó de nuevo la mirada en su hija.- Si tengo que repetírtelo, el castigo será doble.
La muchacha tragó saliva. Pero, a pesar de que interiormente sentía un temor atroz, alzó la cabeza con todas las fuerzas de su orgullo y estiró la mano. Su madre tomó la vara y le golpeó cinco veces el dorso de la mano. El dolor hizo que las lágrimas apareciesen en los ojos de Francisca, pero apretó el puño de su otra mano y las tragó. Jamás lloraría delante de su madre. Jamás.
- Ahora, vete a tu habitación y hasta que no sientas verdadero arrepentimiento por lo que has hecho, no saldrás de allí.- dijo su madre.
Francisca salió del salón y subió las escaleras. Abrió la puerta de su habitación y entró. Antes de que pudiera cerrarla, alguien apareció tras ella. Francisca se quedó inmóvil al ver a su padre en el umbral.
- Francisca, ¿realmente es cierto lo que has dicho?- preguntó suavemente.
La chiquilla tragó saliva.
- Lo es. Me caí del árbol.
- No dudo que así fuese pero me sorprende que con la habilidad que tienes para ello, cayeras de ese árbol.
Francisca procuró calmar el aleteo de inquietud. Ella confiaba en su padre, pero sabía que aquello jamás podría contárselo. Alejandro miró a su hija fijamente.
- Hija, soy tu padre y no deberías mentirme. ¿A qué árbol fuiste a trepar?
Ella creyó no poder soportar esa tortura. Nunca mentía. Prefería enfrentarse a cualquier situación, pero mentir… se le daba fatal.
- Al castaño… de los… Ulloa.
El rostro de Alejandro Montenegro pasó de una palidez mortal a una furia a duras penas contenida.
- Francisca, ¿qué te he dicho acerca de esa familia?
- Lo sé, padre, pero…
- ¡Pero nada!- Francisca tembló. Las broncas de su padre le dolían infinitamente más que las de su madre. Tal vez porque a su padre lo quería más. Alejandro pareció ver el temor de su hija y procuró dominarse.- Escucha hija, esa familia… hizo mucho daño a la nuestra. Más del que puedas imaginar. Cuando seas mayor… lo entenderás. No debes acercarte a ellos.- la tomó por un brazo.- ¿Me has entendido?
La chica asintió. Alejandro pareció aliviarse un poco. La miró.
- Francisca, hija, tienes que comprender que tu madre y yo sólo queremos lo mejor para ti. Y ya va siendo hora de que te des cuenta de que… la vida es mucho más dura de lo que piensas. Llegado el día, tú heredarás todo esto y deberás luchar por ello, por lo que nuestros antepasados han luchado. Sé que eres aún muy joven, pero también sé que me entiendes, ¿verdad?
Francisca volvió a asentir. Su padre la miró fijamente.
- Ahora cumple con el castigo de tu madre.- le dolía en el alma ser estricto con ella, pero sabía que debía serlo. Ningún Montenegro había sido pusilánime y su hija no sería la excepción. – Más tarde, Rosario te traerá la cena y, si te arrepientes de tu comportamiento, te levantaremos el castigo.
Alejandro se marchó, sin más, después de dirigir una última mirada seria a su hija. Cerró la puerta. Francisca se quedó sola, sentada en su lecho, sintiendo que una burbuja de pena iba a explotar en su interior. Le dolía la mano, le dolían las palabras de su padre, le dolía su orgullo herido. Se sentía furiosa consigo misma por mostrar esa debilidad en sus lágrimas. Pero lo que más le dolía era que alguien a quien por primera vez podía llamar amigo, debía ser su enemigo.
Por cierto, Jessi, el relato es geniaal :-D
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Capítulo II.
Francisca soportó estoicamente la perorata de su madre, una vez más. Sin embargo, en aquella ocasión, su mente estaba todavía más lejos de allí de lo que solía estarlo cada vez que Elena Montenegro la reprendía. No dejaba de pensar en aquel muchacho. Raimundo Ulloa. Procuró evitar la sonrisa que amenazaba con brotar en su rostro. Ese chico le resultó simpático, después de todo. Y a pesar de que al principio se habían peleado, reconoció que su primera opinión había sido errónea. Él no la había juzgado por verla trepando a un árbol, sino que había mostrado su admiración. Y además, la había ayudado a escapar. No podía imaginarse qué habría ocurrido si el señor Ulloa la hubiera sorprendido allí.
- ¿Puedes decirme cómo es posible que te pusieras así el vestido?- preguntó su madre, colmándosele la paciencia.
- Trepé a un árbol.- dijo la chica, armándose de valor.- Y me caí de él.
Su madre se santiguó horrorizada. Alejandro Montenegro alzó una ceja imperceptiblemente.
- ¡Dios mío!- la ilustre dama la tomó de los hombros.- ¿Qué clase de… comportamiento es éste?
Francisca no respondió. Aguantó la firme mirada de su madre.
- Esto es… lo más inadmisible que jamás hubiese visto.- la miró muy gravemente.- Y exige un correctivo. Estira tu mano, Francisca.
- Elena…- empezó Alejandro.
- No te metas en esto.- le advirtió. Clavó de nuevo la mirada en su hija.- Si tengo que repetírtelo, el castigo será doble.
La muchacha tragó saliva. Pero, a pesar de que interiormente sentía un temor atroz, alzó la cabeza con todas las fuerzas de su orgullo y estiró la mano. Su madre tomó la vara y le golpeó cinco veces el dorso de la mano. El dolor hizo que las lágrimas apareciesen en los ojos de Francisca, pero apretó el puño de su otra mano y las tragó. Jamás lloraría delante de su madre. Jamás.
- Ahora, vete a tu habitación y hasta que no sientas verdadero arrepentimiento por lo que has hecho, no saldrás de allí.- dijo su madre.
Francisca salió del salón y subió las escaleras. Abrió la puerta de su habitación y entró. Antes de que pudiera cerrarla, alguien apareció tras ella. Francisca se quedó inmóvil al ver a su padre en el umbral.
- Francisca, ¿realmente es cierto lo que has dicho?- preguntó suavemente.
La chiquilla tragó saliva.
- Lo es. Me caí del árbol.
- No dudo que así fuese pero me sorprende que con la habilidad que tienes para ello, cayeras de ese árbol.
Francisca procuró calmar el aleteo de inquietud. Ella confiaba en su padre, pero sabía que aquello jamás podría contárselo. Alejandro miró a su hija fijamente.
- Hija, soy tu padre y no deberías mentirme. ¿A qué árbol fuiste a trepar?
Ella creyó no poder soportar esa tortura. Nunca mentía. Prefería enfrentarse a cualquier situación, pero mentir… se le daba fatal.
- Al castaño… de los… Ulloa.
El rostro de Alejandro Montenegro pasó de una palidez mortal a una furia a duras penas contenida.
- Francisca, ¿qué te he dicho acerca de esa familia?
- Lo sé, padre, pero…
- ¡Pero nada!- Francisca tembló. Las broncas de su padre le dolían infinitamente más que las de su madre. Tal vez porque a su padre lo quería más. Alejandro pareció ver el temor de su hija y procuró dominarse.- Escucha hija, esa familia… hizo mucho daño a la nuestra. Más del que puedas imaginar. Cuando seas mayor… lo entenderás. No debes acercarte a ellos.- la tomó por un brazo.- ¿Me has entendido?
La chica asintió. Alejandro pareció aliviarse un poco. La miró.
- Francisca, hija, tienes que comprender que tu madre y yo sólo queremos lo mejor para ti. Y ya va siendo hora de que te des cuenta de que… la vida es mucho más dura de lo que piensas. Llegado el día, tú heredarás todo esto y deberás luchar por ello, por lo que nuestros antepasados han luchado. Sé que eres aún muy joven, pero también sé que me entiendes, ¿verdad?
Francisca volvió a asentir. Su padre la miró fijamente.
- Ahora cumple con el castigo de tu madre.- le dolía en el alma ser estricto con ella, pero sabía que debía serlo. Ningún Montenegro había sido pusilánime y su hija no sería la excepción. – Más tarde, Rosario te traerá la cena y, si te arrepientes de tu comportamiento, te levantaremos el castigo.
Alejandro se marchó, sin más, después de dirigir una última mirada seria a su hija. Cerró la puerta. Francisca se quedó sola, sentada en su lecho, sintiendo que una burbuja de pena iba a explotar en su interior. Le dolía la mano, le dolían las palabras de su padre, le dolía su orgullo herido. Se sentía furiosa consigo misma por mostrar esa debilidad en sus lágrimas. Pero lo que más le dolía era que alguien a quien por primera vez podía llamar amigo, debía ser su enemigo.
#375
30/09/2012 00:05
Espero impaciente la continuación mañana. Me encanta, tienes un arte increíble, nos deleitas con tus historias. Es talento.
#376
30/09/2012 00:31
Lourdes que digas que mi relato es genial viendo las maravillas que escribes para mi es un honor.Espero ansiosa la continuacion de tu historia que esos Raimundo y Francisca con 10 años no podian ser mas adorables.Eres una artista,esa manera de describir cada detalle y a los personajes me encanta,haces que me meta dentro de la historia.A mi escribir no se me da tan bien como a vosotras pero pongo todo mi cariño en cada letra.
Un beso a todas os quiero
Un beso a todas os quiero
#377
30/09/2012 09:52
HOLA CHICAS:
Muchas graias a todas por vuestras felicitaciones corazones, la verdad que pase un dia
!!!!!!!!!!!!!FANTASTICIO!!!!!!!!
Ahora ya no se como me agunata mi corazon con tantas emociones que estoy viviendo con nuestra parejita XD.
Ese Raimundo diciendole a cfrancisca esas cosas tan bonitas y ella sabiendo que el no le ve que me decis dela cara de sastifacion que pon e al olirle a su gran amor decirle esas cosas !!hay!!hay!!.
Otras de las escenas que me agustado asido la de maria y francica en la habitacion ese momento donde Maria le cepilla el pelo y ledique que no le estraña que su abuelo se fijaren ella buaaaa como me alegra que el presonaje de Maria saque lo mejor de Francisca y nos regalen escenas tan tiernas como estas ,.
Bueno chicas que estoy muy contenta de que estemos las Raipaquistas viviendo estos momentos tan maravillosos y que haveces viendo las escenas digo no puede ser pque este pasando esto pero ajjajajajaj claro que esta su cediendo asi que ha DISFRUTRALO ( si de esta no quemo el ordenador de ver tantas veces las escenas )
Ecuanto alos relatos decirros que me encantan y que teneis un arte chicas !!!!BRAVO!!!!!
Muchas graias a todas por vuestras felicitaciones corazones, la verdad que pase un dia
!!!!!!!!!!!!!FANTASTICIO!!!!!!!!
Ahora ya no se como me agunata mi corazon con tantas emociones que estoy viviendo con nuestra parejita XD.
Ese Raimundo diciendole a cfrancisca esas cosas tan bonitas y ella sabiendo que el no le ve que me decis dela cara de sastifacion que pon e al olirle a su gran amor decirle esas cosas !!hay!!hay!!.
Otras de las escenas que me agustado asido la de maria y francica en la habitacion ese momento donde Maria le cepilla el pelo y ledique que no le estraña que su abuelo se fijaren ella buaaaa como me alegra que el presonaje de Maria saque lo mejor de Francisca y nos regalen escenas tan tiernas como estas ,.
Bueno chicas que estoy muy contenta de que estemos las Raipaquistas viviendo estos momentos tan maravillosos y que haveces viendo las escenas digo no puede ser pque este pasando esto pero ajjajajajaj claro que esta su cediendo asi que ha DISFRUTRALO ( si de esta no quemo el ordenador de ver tantas veces las escenas )
Ecuanto alos relatos decirros que me encantan y que teneis un arte chicas !!!!BRAVO!!!!!
#378
30/09/2012 09:58
Soyi contando escenas premiums desde tiempos inmemoriales... Vaa, no, es broma:3 Tengo ganas de ver la escena esa que dices tú de María y Francisca.
Meeeeee alegroo mucho de que te lo pasarás reeeeegeniaaaaaaaal en tu cumple, te lo mereces.
Jessica, leí tu relato ayer pero se me olvidó comentarlo. Me gusta y espero la continuación, que no te dé vergüenza subir cosas.
Meeeeee alegroo mucho de que te lo pasarás reeeeegeniaaaaaaaal en tu cumple, te lo mereces.
Jessica, leí tu relato ayer pero se me olvidó comentarlo. Me gusta y espero la continuación, que no te dé vergüenza subir cosas.
#379
30/09/2012 11:48
Buenos días chicas! besitos a todaaas.
Seguimos...
Raimundo se levantó al día siguiente muy temprano. Su padre le había castigado ordenándole que cortase toda la leña que había en el cortijo y, a decir verdad, se esperaba otra pena peor. Tal vez por intercesión del tío Esteban no la había emprendido a correazos con él, como solía ser su costumbre. Abrió la puerta del cortijo. Era una amplia estancia que, a decir verdad, le gustaba más que la fastuosa mansión en la que vivía. Muchas veces se refugiaba allí cuando no podía soportar la densa atmósfera que se respiraba en su hogar. Y más de una vez había pasado la noche allí, en lugar de en su lecho. Había una pequeña habitación que comunicaba con la estancia principal. A menudo su padre lo encerraba en ella para castigarle por cualquier cosa, pensando que el pasar una noche completamente solo le aterrorizaría. Pero se equivocaba. Raimundo acabó cogiéndole cariño a aquel pequeño cuarto, desde cuya ventana podía divisarse un hermoso cielo estrellado por las noches. Por raro que pareciese, en aquella humilde alcoba se sentía al menos libre.
Tomó el hacha y empezó su tarea. Suspiró. Bueno, aquel castigo no era tan liviano como había creído. Había un enorme montón de tocones de madera frente a él. Tragó saliva resignado y comenzó. El hacha restallaba en el aire mientras la madera crujía bajo ella y el sudor iba empapando la frente del muchacho. El monótono trabajo hizo que su mente vagara a la deriva y de pronto visualizó a Francisca Montenegro. Una sonrisa se dibujó en su rostro. Aquella mocosa malcriada no se parecía a ninguna de las demás mocosas malcriadas que conocía o con las que, al menos, trataba su familia. Era una muchacha sorprendentemente distinta. Recordó el genio y el orgullo que brillaban en aquellos ojos castaños y la graciosa mueca de su rostro cuando algo la incomodaba o soltaba alguna respuesta mordaz. Sí, lo reconocía. Esa muchacha le había caído bien.
Se quedó pensativo un momento y después miró con decisión su tarea. Apretó la empuñadura del hacha y reanudó el trabajo con tanto ímpetu que, a la hora de comer ya había terminado de cortar toda la leña. Su padre examinó el trabajo. Finalmente se volvió hacia él.
- Al parecer cuando te tomas las cosas en serio, sabes hacerlas bien.- dijo en una rara muestra de apreciación. Después le miró severamente.- Espero que hayas aprendido la lección. La próxima vez, el castigo no será partir leña.
- Sí, señor.- contestó Raimundo. El muchacho miró algo temeroso a su progenitor.- Padre, yo… me preguntaba si podría salir esta tarde…
- ¿A dónde, si puede saberse?- Fernando Ulloa le miró desconfiado. La mente de Raimundo trabajó a toda prisa.
- Me gustaría salir a… pescar.
Su padre alzó una ceja.
- Vaya, parece que al menos muestras otras inquietudes más propias de un muchacho que la lectura.- dijo con hiriente sarcasmo.- Está bien. Puedes ir. Será muy interesante comprobar qué has pescado.
- Gracias padre.
Francisca estaba muerta de aburrimiento en su alcoba, mientras daba una puntada en el bastidor. Se clavó la aguja por tercera vez y por tercera vez maldijo por lo bajo. Todavía seguía encerrada en su habitación, pese a que había intentado mostrarse arrepentida a su madre. Sin embargo, ella no se fiaba ni un pelo de sus supuestos remordimientos. Suspiró. Tenía que idear algo para salir de allí o acabaría enloqueciendo.
Repentinamente, un golpe en la ventana llamó su atención. Parpadeó sorprendida. Había sonado como si alguien hubiese tirado algo al cristal. Se levantó y abrió la ventana. Al hacerlo, una castaña se coló por ella y cayó al suelo. Tomó la castaña y miró afuera. Se quedó helada en el sitio.
- ¡Raimundo!
El muchacho estaba subido al muro que cerraba el jardín de los Montenegro. La saludó con una sonrisa.
- Buenas tardes, Francisca.
La chica se quedó de piedra. Miró nerviosa a todas partes, temerosa de que alguien descubriera aquel entuerto.
- ¿Se puede saber qué estás haciendo aquí? Si te ven…
- No lo harán.- el muchacho caminó un par de pasos acercándose a la ventana.- Está todo el mundo durmiendo la siesta. He venido por si te apetecía venir a dar un paseo y a pescar.
Los ojos de Francisca se iluminaron en el primer instante. Pero después, su rostro se apagó al recordar las palabras de su padre. Compuso una expresión seria.
- Yo… no puedo. Y tampoco debo. Estoy castigada.
- Eso explica el “no puedo”. Pero no explica el “no debo”.- dijo Raimundo sagaz.
Francisca bufó por lo bajo, pagando su frustración con él.
- Simplemente, no debo juntarme con ningún Ulloa. – le miró desafiante.- Es una orden y punto.
Raimundo la miró cuidadosamente. Meneó la cabeza.
- Al parecer estaba equivocado contigo.
- ¿Qué… qué quieres decir?- preguntó la chica.
- Pensé que eras una muchacha valiente y distinta, pero está visto que no es así. Prefieres quedarte en casa haciendo algo que odias en vez de decidir por ti misma. ¿No dijiste que estabas harta de que te dijeran lo que tenías que hacer?- el muchacho la miró escéptico.- Creía que tenías más valor.
Francisca le miró enfadada.
- Lo tengo.
- Entonces deja ese estúpido bastidor y ven conmigo.
La muchacha le miró. Ella no era ninguna cobarde. Se quedó pensativa y después volvió su atención a Raimundo.
- Espérame en el camino.
El chico la miró sin comprender, pero finalmente obedeció. Francisca cerró la ventana y salió de su habitación. Bajó al salón componiendo su más lograda cara de abatimiento. Su padre fue el primero en advertir su presencia.
- ¿Qué ocurre, Francisca?
- Padre, madre…- la muchacha les miró acongojada.- No puedo soportar más este cargo de conciencia que me corroe por dentro. Lamento muchísimo haber actuado como lo hice.
Alejandro miró a su esposa. Ésta examinó cuidadosamente a su hija. Francisca pensó en la desgracia que supondría seguir encerrada en su cuarto y su expresión de pesar fue tan lograda que convenció a su austera madre.
- Está bien, Francisca. Veo que has aprendido la lección.
- Madre, la he aprendido. Y le suplico que me permita ir a la iglesia. Necesito confesarme.- rogó desesperada.
Elena se sintió realmente complacida.
- Ve hija, ve. Celebro que lo hayas comprendido.
- Gracias madre.- dijo la muchacha, inclinándose.
Francisca se volvió y salió por la puerta de la Casona. Atravesó el jardín, haciendo verdaderos esfuerzos para que su paso se mantuviera recatado. Por fin dejó atrás su hogar. Respiró aliviada, aunque a decir verdad, sintió un poquito de culpa por el teatro que acababa de representar. Todas sus cuitas se esfumaron cuando vio a Raimundo en un recodo del camino. El muchacho se acercó, entre sorprendido y risueño.
Seguimos...
Raimundo se levantó al día siguiente muy temprano. Su padre le había castigado ordenándole que cortase toda la leña que había en el cortijo y, a decir verdad, se esperaba otra pena peor. Tal vez por intercesión del tío Esteban no la había emprendido a correazos con él, como solía ser su costumbre. Abrió la puerta del cortijo. Era una amplia estancia que, a decir verdad, le gustaba más que la fastuosa mansión en la que vivía. Muchas veces se refugiaba allí cuando no podía soportar la densa atmósfera que se respiraba en su hogar. Y más de una vez había pasado la noche allí, en lugar de en su lecho. Había una pequeña habitación que comunicaba con la estancia principal. A menudo su padre lo encerraba en ella para castigarle por cualquier cosa, pensando que el pasar una noche completamente solo le aterrorizaría. Pero se equivocaba. Raimundo acabó cogiéndole cariño a aquel pequeño cuarto, desde cuya ventana podía divisarse un hermoso cielo estrellado por las noches. Por raro que pareciese, en aquella humilde alcoba se sentía al menos libre.
Tomó el hacha y empezó su tarea. Suspiró. Bueno, aquel castigo no era tan liviano como había creído. Había un enorme montón de tocones de madera frente a él. Tragó saliva resignado y comenzó. El hacha restallaba en el aire mientras la madera crujía bajo ella y el sudor iba empapando la frente del muchacho. El monótono trabajo hizo que su mente vagara a la deriva y de pronto visualizó a Francisca Montenegro. Una sonrisa se dibujó en su rostro. Aquella mocosa malcriada no se parecía a ninguna de las demás mocosas malcriadas que conocía o con las que, al menos, trataba su familia. Era una muchacha sorprendentemente distinta. Recordó el genio y el orgullo que brillaban en aquellos ojos castaños y la graciosa mueca de su rostro cuando algo la incomodaba o soltaba alguna respuesta mordaz. Sí, lo reconocía. Esa muchacha le había caído bien.
Se quedó pensativo un momento y después miró con decisión su tarea. Apretó la empuñadura del hacha y reanudó el trabajo con tanto ímpetu que, a la hora de comer ya había terminado de cortar toda la leña. Su padre examinó el trabajo. Finalmente se volvió hacia él.
- Al parecer cuando te tomas las cosas en serio, sabes hacerlas bien.- dijo en una rara muestra de apreciación. Después le miró severamente.- Espero que hayas aprendido la lección. La próxima vez, el castigo no será partir leña.
- Sí, señor.- contestó Raimundo. El muchacho miró algo temeroso a su progenitor.- Padre, yo… me preguntaba si podría salir esta tarde…
- ¿A dónde, si puede saberse?- Fernando Ulloa le miró desconfiado. La mente de Raimundo trabajó a toda prisa.
- Me gustaría salir a… pescar.
Su padre alzó una ceja.
- Vaya, parece que al menos muestras otras inquietudes más propias de un muchacho que la lectura.- dijo con hiriente sarcasmo.- Está bien. Puedes ir. Será muy interesante comprobar qué has pescado.
- Gracias padre.
Francisca estaba muerta de aburrimiento en su alcoba, mientras daba una puntada en el bastidor. Se clavó la aguja por tercera vez y por tercera vez maldijo por lo bajo. Todavía seguía encerrada en su habitación, pese a que había intentado mostrarse arrepentida a su madre. Sin embargo, ella no se fiaba ni un pelo de sus supuestos remordimientos. Suspiró. Tenía que idear algo para salir de allí o acabaría enloqueciendo.
Repentinamente, un golpe en la ventana llamó su atención. Parpadeó sorprendida. Había sonado como si alguien hubiese tirado algo al cristal. Se levantó y abrió la ventana. Al hacerlo, una castaña se coló por ella y cayó al suelo. Tomó la castaña y miró afuera. Se quedó helada en el sitio.
- ¡Raimundo!
El muchacho estaba subido al muro que cerraba el jardín de los Montenegro. La saludó con una sonrisa.
- Buenas tardes, Francisca.
La chica se quedó de piedra. Miró nerviosa a todas partes, temerosa de que alguien descubriera aquel entuerto.
- ¿Se puede saber qué estás haciendo aquí? Si te ven…
- No lo harán.- el muchacho caminó un par de pasos acercándose a la ventana.- Está todo el mundo durmiendo la siesta. He venido por si te apetecía venir a dar un paseo y a pescar.
Los ojos de Francisca se iluminaron en el primer instante. Pero después, su rostro se apagó al recordar las palabras de su padre. Compuso una expresión seria.
- Yo… no puedo. Y tampoco debo. Estoy castigada.
- Eso explica el “no puedo”. Pero no explica el “no debo”.- dijo Raimundo sagaz.
Francisca bufó por lo bajo, pagando su frustración con él.
- Simplemente, no debo juntarme con ningún Ulloa. – le miró desafiante.- Es una orden y punto.
Raimundo la miró cuidadosamente. Meneó la cabeza.
- Al parecer estaba equivocado contigo.
- ¿Qué… qué quieres decir?- preguntó la chica.
- Pensé que eras una muchacha valiente y distinta, pero está visto que no es así. Prefieres quedarte en casa haciendo algo que odias en vez de decidir por ti misma. ¿No dijiste que estabas harta de que te dijeran lo que tenías que hacer?- el muchacho la miró escéptico.- Creía que tenías más valor.
Francisca le miró enfadada.
- Lo tengo.
- Entonces deja ese estúpido bastidor y ven conmigo.
La muchacha le miró. Ella no era ninguna cobarde. Se quedó pensativa y después volvió su atención a Raimundo.
- Espérame en el camino.
El chico la miró sin comprender, pero finalmente obedeció. Francisca cerró la ventana y salió de su habitación. Bajó al salón componiendo su más lograda cara de abatimiento. Su padre fue el primero en advertir su presencia.
- ¿Qué ocurre, Francisca?
- Padre, madre…- la muchacha les miró acongojada.- No puedo soportar más este cargo de conciencia que me corroe por dentro. Lamento muchísimo haber actuado como lo hice.
Alejandro miró a su esposa. Ésta examinó cuidadosamente a su hija. Francisca pensó en la desgracia que supondría seguir encerrada en su cuarto y su expresión de pesar fue tan lograda que convenció a su austera madre.
- Está bien, Francisca. Veo que has aprendido la lección.
- Madre, la he aprendido. Y le suplico que me permita ir a la iglesia. Necesito confesarme.- rogó desesperada.
Elena se sintió realmente complacida.
- Ve hija, ve. Celebro que lo hayas comprendido.
- Gracias madre.- dijo la muchacha, inclinándose.
Francisca se volvió y salió por la puerta de la Casona. Atravesó el jardín, haciendo verdaderos esfuerzos para que su paso se mantuviera recatado. Por fin dejó atrás su hogar. Respiró aliviada, aunque a decir verdad, sintió un poquito de culpa por el teatro que acababa de representar. Todas sus cuitas se esfumaron cuando vio a Raimundo en un recodo del camino. El muchacho se acercó, entre sorprendido y risueño.
#380
30/09/2012 12:03
- Vaya, pensaba que no vendrías. Parece que no eres tan cobarde como creí.- la miró, un tanto extrañado.- ¿Cómo te han dado permiso para salir?
- Porque les dije que estaba tan arrepentida por todo que necesitaba confesarme.- respondió ella un tanto embarazada.
Raimundo la miró con la boca abierta. Después se echó a reír a carcajadas.
- Sí que vas a tener que confesarte, Francisca. Cuando lo hagas de verdad, estarás un día entero castigada rezando.- dijo divertido.
Ella le sacó la lengua, pero finalmente también se rió. Los dos echaron a correr por el camino.
- Te echo una carrera hasta el río.- dijo Francisca divertida. – A la de tres. Uno… dos…
De pronto la muchacha salió corriendo a toda velocidad, mientras reía traviesa. Raimundo se quedó boquiabierto durante un segundo.
- ¡Eh! ¡Espera, tramposa!!
El chico salió corriendo tras ella, maldiciendo por lo bajo. No iba a permitir que una mocosa consentida le ganase una carrera… ni siquiera aunque hiciese trampas. Pero había que reconocer que, a pesar de su juego sucio, Francisca corría endiabladamente rápido. A cualquier otra chica ya la habría alcanzado. Su orgullo le espoleó y aceleró.
Francisca abandonó el camino en su precipitada carrera y atravesó un prado. Por el rabillo del ojo advirtió que Raimundo estaba ganando terreno rápidamente. Ella apretó los puños y aceleró en un esfuerzo tal que sentía que el corazón latía en su garganta, en sus oídos y en sus sienes. De pronto, una mano atrapó su brazo.
- ¡Te cogí, tramposa!- exclamó un orgulloso Raimundo.
Agotada por la carrera, Francisca se dejó caer sobre la verde hierba, tirando también a Raimundo. Los dos muchachos rodaron felices por el prado hasta acabar acostados y sin aliento por las risas. Francisca giró la cabeza hacia él.
- Corres como una niña.- se burló.- Casi te gano.
- ¿Casi me ganas?- él la miró medio enfadado. Después, una maliciosa sonrisa apareció en su rostro. Hizo un cómico gesto como si apuntase notas en un papel imaginario.- Veamos: invades una propiedad privada, mientes a tu madre, la desobedeces y haces trampas en una carrera. En total, don Remigio te hará rezar como penitencia cincuenta padrenuestros y cincuenta Avemarías.
Francisca le miró con mala cara, pero no pudo evitar echarse a reír. Aquel chico desde luego era simpático. Raimundo volvió a apuntar en el papel imaginario.
- Y además… te importan un rábano todas tus fechorías.- meneó la cabeza.- Creo que para ganarte la absolución, tendrás que pasar una temporada en el purgatorio.
Ella le sacó la lengua. Después le miró maliciosa.
- Sí que se te da bien sermonear.- dijo ella.- ¿Acaso de mayor vas a ser cura?- le chanceó.
Él la miró como si se hubiese vuelto loca.
- ¡Sí, claro…! Y mi querido padre me crucificaría como a Cristo. Además… - la miró meneando la cabeza.- No se lo digas a don Remigio, pero cada vez que tengo que ir a misa por obligación, se me remueven todas las tripas.
Francisca sintió que se le descolgaba la mandíbula.
- Eres un hereje.- le increpó ella, incrédula.- ¿Y dices que yo voy a ir al purgatorio? Pues tú irás al infierno.- dijo muy digna. Le miró reprobadora.- No debería… hacer amistad con un Ulloa que aún encima reniega de la fe.
- Pues no lo hagas.- le contestó él medio en broma, medio desafiante.- Estoy seguro que pasar el tiempo bordando y rezando es infinitamente más divertido.- se burló.
Raimundo se levantó del suelo, dirigiéndole una mirada retadora. Después sonrió travieso.
- Bueno, mientras rezas por tu alma, creo que me voy a ir a pescar. Si cambias de idea, ya sabes donde estoy.
El muchacho se giró ocultando la sonrisa y dio un paso. Estaba seguro de que antes de que contase hasta tres, una voz le detendría. Uno… dos…T
- Raimundo…
El aludido sonrió triunfante. Enseguida borró la sonrisa y se volvió lentamente hacia la chica, mirándola con mal disimulada seriedad.
- ¿Sí?
La muchacha remedó un puchero y en su rostro se reflejó la lucha que sostenía entre su conciencia y sus deseos. Se levantó del suelo y alzó la orgullosa cabeza.
- Yo no le diré nada a don Remigio de que eres un hereje… si tú me enseñas a pescar y… me guardas el secreto.- dijo ella seria.
- ¿Me pides dos cosas a cambio de una?- el chico meneó la cabeza.- No es un trato muy justo, ¿no crees?
Ella resopló. Condenado muchacho…
- Está bien. También… seré tu amiga… si tú quieres.- dijo ella, un tanto avergonzada.
Raimundo la miró cuidadosamente. En su interior ya había tomado una decisión, pero era demasiado divertido ver la cara de impaciencia que estaba poniendo. Esperó un poquito más, aguantando la risa, hasta que finalmente sonrió.
- Trato hecho.- dijo, extendiendo su mano hacia ella.
Francisca la estrechó mirándolo un tanto tímida. Raimundo tomó su mano y le guiñó un ojo.
- Y ahora, vas a ver cómo se pescan las mejores truchas que has visto en tu vida.
Ella sonrió y sin más, corrieron hacia la orilla del río.
- Porque les dije que estaba tan arrepentida por todo que necesitaba confesarme.- respondió ella un tanto embarazada.
Raimundo la miró con la boca abierta. Después se echó a reír a carcajadas.
- Sí que vas a tener que confesarte, Francisca. Cuando lo hagas de verdad, estarás un día entero castigada rezando.- dijo divertido.
Ella le sacó la lengua, pero finalmente también se rió. Los dos echaron a correr por el camino.
- Te echo una carrera hasta el río.- dijo Francisca divertida. – A la de tres. Uno… dos…
De pronto la muchacha salió corriendo a toda velocidad, mientras reía traviesa. Raimundo se quedó boquiabierto durante un segundo.
- ¡Eh! ¡Espera, tramposa!!
El chico salió corriendo tras ella, maldiciendo por lo bajo. No iba a permitir que una mocosa consentida le ganase una carrera… ni siquiera aunque hiciese trampas. Pero había que reconocer que, a pesar de su juego sucio, Francisca corría endiabladamente rápido. A cualquier otra chica ya la habría alcanzado. Su orgullo le espoleó y aceleró.
Francisca abandonó el camino en su precipitada carrera y atravesó un prado. Por el rabillo del ojo advirtió que Raimundo estaba ganando terreno rápidamente. Ella apretó los puños y aceleró en un esfuerzo tal que sentía que el corazón latía en su garganta, en sus oídos y en sus sienes. De pronto, una mano atrapó su brazo.
- ¡Te cogí, tramposa!- exclamó un orgulloso Raimundo.
Agotada por la carrera, Francisca se dejó caer sobre la verde hierba, tirando también a Raimundo. Los dos muchachos rodaron felices por el prado hasta acabar acostados y sin aliento por las risas. Francisca giró la cabeza hacia él.
- Corres como una niña.- se burló.- Casi te gano.
- ¿Casi me ganas?- él la miró medio enfadado. Después, una maliciosa sonrisa apareció en su rostro. Hizo un cómico gesto como si apuntase notas en un papel imaginario.- Veamos: invades una propiedad privada, mientes a tu madre, la desobedeces y haces trampas en una carrera. En total, don Remigio te hará rezar como penitencia cincuenta padrenuestros y cincuenta Avemarías.
Francisca le miró con mala cara, pero no pudo evitar echarse a reír. Aquel chico desde luego era simpático. Raimundo volvió a apuntar en el papel imaginario.
- Y además… te importan un rábano todas tus fechorías.- meneó la cabeza.- Creo que para ganarte la absolución, tendrás que pasar una temporada en el purgatorio.
Ella le sacó la lengua. Después le miró maliciosa.
- Sí que se te da bien sermonear.- dijo ella.- ¿Acaso de mayor vas a ser cura?- le chanceó.
Él la miró como si se hubiese vuelto loca.
- ¡Sí, claro…! Y mi querido padre me crucificaría como a Cristo. Además… - la miró meneando la cabeza.- No se lo digas a don Remigio, pero cada vez que tengo que ir a misa por obligación, se me remueven todas las tripas.
Francisca sintió que se le descolgaba la mandíbula.
- Eres un hereje.- le increpó ella, incrédula.- ¿Y dices que yo voy a ir al purgatorio? Pues tú irás al infierno.- dijo muy digna. Le miró reprobadora.- No debería… hacer amistad con un Ulloa que aún encima reniega de la fe.
- Pues no lo hagas.- le contestó él medio en broma, medio desafiante.- Estoy seguro que pasar el tiempo bordando y rezando es infinitamente más divertido.- se burló.
Raimundo se levantó del suelo, dirigiéndole una mirada retadora. Después sonrió travieso.
- Bueno, mientras rezas por tu alma, creo que me voy a ir a pescar. Si cambias de idea, ya sabes donde estoy.
El muchacho se giró ocultando la sonrisa y dio un paso. Estaba seguro de que antes de que contase hasta tres, una voz le detendría. Uno… dos…T
- Raimundo…
El aludido sonrió triunfante. Enseguida borró la sonrisa y se volvió lentamente hacia la chica, mirándola con mal disimulada seriedad.
- ¿Sí?
La muchacha remedó un puchero y en su rostro se reflejó la lucha que sostenía entre su conciencia y sus deseos. Se levantó del suelo y alzó la orgullosa cabeza.
- Yo no le diré nada a don Remigio de que eres un hereje… si tú me enseñas a pescar y… me guardas el secreto.- dijo ella seria.
- ¿Me pides dos cosas a cambio de una?- el chico meneó la cabeza.- No es un trato muy justo, ¿no crees?
Ella resopló. Condenado muchacho…
- Está bien. También… seré tu amiga… si tú quieres.- dijo ella, un tanto avergonzada.
Raimundo la miró cuidadosamente. En su interior ya había tomado una decisión, pero era demasiado divertido ver la cara de impaciencia que estaba poniendo. Esperó un poquito más, aguantando la risa, hasta que finalmente sonrió.
- Trato hecho.- dijo, extendiendo su mano hacia ella.
Francisca la estrechó mirándolo un tanto tímida. Raimundo tomó su mano y le guiñó un ojo.
- Y ahora, vas a ver cómo se pescan las mejores truchas que has visto en tu vida.
Ella sonrió y sin más, corrieron hacia la orilla del río.