Foro El secreto de Puente Viejo
La Biblioteca (L - Z)
#0
23/10/2011 12:32
EL RINCÓN DE LADYG
El único entre todos I, II, III, IV, V
EL RINCÓN DE LAPUEBLA
Descubriendo al admirador secreto
Los Ulloa se preocupan por Alfonso
La vida sigue igual
Los consejos de Rosario
Al calor del fuego I, II, III
Llueve I, II
La voz que tanto echaba de menos
Para eso están las amigas
El último de los Castañeda
No sé
Pensamientos
La nueva vecina I - IV, V, VI - VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV
Sin rumbo I, II, III, IV
Un corazón demasiado grande
Soy una necia
Necedades y Cobardías
El amor es otra cosa
Derribando murallas
El nubarrón
Una petición sorprendente I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII , IX – XII
Deudas, cobardes y Victimas I (I) (II), II (I) (II), III, IV, V, VI,
El incendio
Con los cinco sentidos
EL RINCÓN DE LIBRITO
Hermanos para siempre. Las acelgas. Noche de ronda
Tertulia literaria, La siembra
Cinco meses I-IV
EL RINCÓN DE LNAEOWYN
Mi destino eres tú
Eres mi verdad
Raimundo al rescate
Rendición
Desmayo
Masaje
Qué borrachera, qué barbaridad...
EL RINCÓN DE MARTILEO
Cuenta la leyenda
El amor de mi vida
EL RINCÓN DE MARY
Cumpliendo un sueño I, II, III, IV
EL RINCÓN DE MIRI
Recuperando la fe
La verdad
Una realidad dolorosa
Yo te entiendo
De adonis y besos
EL RINCÓN DE NHGSA
Raimundo, Francisca y Carmen: un triángulo peligroso
Confesión I, II
EL RINCÓN DE OLSI
Descubriendo el amor I, II
El amor todo lo puede
Bendita equivocación
Sentimientos encontrados I, II
Verdadero amor I, II, III, VI
El orgullo de Alfonso I, II, III, VI
Descubriendo la verdad I, II
Despidiendo a un crápula I, II
Siempre estaré contigo I, II
La ilusión del amor I, II
El desengaño I, II, III
Sola
Reproches I(I), I(II), II, III, IV
Tenías que ser tú I, II, III
Abre los ojos I, II, III, VI, V
Ilusiones rotas
El tiempo lo cura todo I, II
La despedida
EL RINCÓN DE RIONA
Abrir los ojos
Su verdad
Si te vas
Y yo sin verte I, II, III, IV, V
Cobarde hasta el final
Un corazón que late por ti
Soy Emilia Ulloa Soy Alfonso Castañeda
La mano de un amigo I, II, III, IV, V
EL RINCÓN DE RISABELLA
Como a un hermano
Disimulando
Alfonso se baña en el río
Noche de pasión
EL RINCÓN DE VERREGO
Lo que tendría que ser...
EL RINCÓN DE VILIGA
Tristán y Pepa: Mi historia
EL RINCÓN DE YOLANADA
¡Cómo Duele! I, II, III, IV, V, VI, VII
EL RINCÓN DE ZIRTA
El despertar de Emilia Ulloa
Atrapado en mis recuerdos
La última carta
Contigo o sin tí (With or without you)
Tiempo perdido (Wasted time)
Si te vas
El tiro de gracia
Perro traidor
#121
04/11/2011 22:24
La tormenta comenzaba a despuntar en la lejanía cuando llegó a casa de la mal llamada curandera, porque, aquella mujer tenía fama en toda la comarca de jugar con las malas artes de la brujería y las hierbas no tenían secreto alguno para ella, ni bueno ni malo. No le hizo falta darle muchas explicaciones, sólo decir lo que quería y dejar el saquito con el dinero a los pies de un pequeño altar en el que predominaban las velas negras y las flores marchitas. Sin mediar palabra, la bruja le señaló un camastro y ella se tumbó, obedeciendo mientras la veía coger de aquí y de allá plantas que mezclaba en una especie de mejunje. Luego, se le acercó y ella misma le apartó la falda y las enaguas, comenzando a palparle el vientre, y Emilia sintió como un escalofrío la atravesaba desde su abdomen hasta el resto de su cuerpo. Por un instante creyó que, aquella mujer, con solo tocarla, sería capaz de fulminar aquel corazoncito del que Pepa le había hablado y sintió que el terror le licuaba las entrañas. Normalmente, el miedo paralizaba, pero a ella le hizo escapar de aquel jergón como alma que lleva el diablo.
Llovía cuando salió de aquella choza. Una arcada ácida acudió a su boca que la hizo vomitar en el primer matorral que encontró cerca del camino. Presa de un llanto nervioso se alejó de allí mientras sus lágrimas se entremezclaban con la lluvia que dejaba correr sobre su cuerpo a modo de catarsis, deseando expiar aquella culpa que surgió tras alejarse el temor, queriendo que aquella tormenta la ahogara por haberse atrevido a pensar y, casi llevar a cabo, algo tan ruin.
Apenas había desandado unos cuantos pasos cuando vio una figura que se acercaba a ella. Ni la más tupida lluvia le habría impedido reconocerlo y se sorprendió al verlo allí. Luego supo que la sonrisa que le echara a Pepa no había sido tan convincente como ella creía, así que había decidido contarle a su padre todo lo sucedido. En ese momento estaba con Alfonso y siendo de tanta confianza como era, dejó que Pepa hablara frente a él y, ahora, corría hacia ella con el rictus crispado.
-¡Emilia! –lo escuchó llamarla.
Ella sólo alzo una mano y aceleró el paso, aunque aquello no lo instó a detenerse, al contrario, no paró hasta no llegar hasta ella y estrecharla con fuerza, dejando que reposara su cabeza en su pecho y hundiendo él su nariz en su cabello desmadejado.
-¿Qué has hecho? –le preguntó con la voz rota.
-No he sido capaz –un sollozo estalló en su boca. –He venido hasta aquí dispuesta a sacármelo pero en último instante he sentido que, con él, me iban a arrancar media vida.
-Gracias a Dios –susurró Alfonso sin romper el abrazo.
-¿Por qué no he podido? –seguía ella. –No debería quererlo siendo de Severiano, después de todo lo que me hizo –sus palabras apenas eran inteligibles envueltas en llanto. -Además, nunca me quiso y un hijo debería ser fruto del amor.
-Lo fue –la cortó Alfonso, –al menos por tu parte y aún lo sigue siendo. Tu amor de mujer lo engendró y tu amor de madre lo ha salvado hoy.
-Y qué voy a hacer –se lamentó. –Ser madre soltera…
-No eres la primera ni serás la última –trató de animarla. –Y no me digas que estás sola que bien sabes que no es cierto –la apretó más contra su pecho. –Eres Emilia Ulloa, todos te quieren en el pueblo.
-¿Todos? –preguntó como si aquello le pudiera servir de consuelo.
-Todos –reafirmó Alfonso.
-¿Incluso tú?
Alfonso se tomó un par de segundos para contestar.
-Incluso yo.
Llovía cuando salió de aquella choza. Una arcada ácida acudió a su boca que la hizo vomitar en el primer matorral que encontró cerca del camino. Presa de un llanto nervioso se alejó de allí mientras sus lágrimas se entremezclaban con la lluvia que dejaba correr sobre su cuerpo a modo de catarsis, deseando expiar aquella culpa que surgió tras alejarse el temor, queriendo que aquella tormenta la ahogara por haberse atrevido a pensar y, casi llevar a cabo, algo tan ruin.
Apenas había desandado unos cuantos pasos cuando vio una figura que se acercaba a ella. Ni la más tupida lluvia le habría impedido reconocerlo y se sorprendió al verlo allí. Luego supo que la sonrisa que le echara a Pepa no había sido tan convincente como ella creía, así que había decidido contarle a su padre todo lo sucedido. En ese momento estaba con Alfonso y siendo de tanta confianza como era, dejó que Pepa hablara frente a él y, ahora, corría hacia ella con el rictus crispado.
-¡Emilia! –lo escuchó llamarla.
Ella sólo alzo una mano y aceleró el paso, aunque aquello no lo instó a detenerse, al contrario, no paró hasta no llegar hasta ella y estrecharla con fuerza, dejando que reposara su cabeza en su pecho y hundiendo él su nariz en su cabello desmadejado.
-¿Qué has hecho? –le preguntó con la voz rota.
-No he sido capaz –un sollozo estalló en su boca. –He venido hasta aquí dispuesta a sacármelo pero en último instante he sentido que, con él, me iban a arrancar media vida.
-Gracias a Dios –susurró Alfonso sin romper el abrazo.
-¿Por qué no he podido? –seguía ella. –No debería quererlo siendo de Severiano, después de todo lo que me hizo –sus palabras apenas eran inteligibles envueltas en llanto. -Además, nunca me quiso y un hijo debería ser fruto del amor.
-Lo fue –la cortó Alfonso, –al menos por tu parte y aún lo sigue siendo. Tu amor de mujer lo engendró y tu amor de madre lo ha salvado hoy.
-Y qué voy a hacer –se lamentó. –Ser madre soltera…
-No eres la primera ni serás la última –trató de animarla. –Y no me digas que estás sola que bien sabes que no es cierto –la apretó más contra su pecho. –Eres Emilia Ulloa, todos te quieren en el pueblo.
-¿Todos? –preguntó como si aquello le pudiera servir de consuelo.
-Todos –reafirmó Alfonso.
-¿Incluso tú?
Alfonso se tomó un par de segundos para contestar.
-Incluso yo.
#122
04/11/2011 22:24
Emilia se arrepintió, de hecho aún lo hacía, al no haberle preguntado a qué tipo de querer se refería, si a un cariño fraternal o al que existe entre un hombre y una mujer, el amor que ahora Emilia sentía por él. Porque, aquel día, la lluvia le caló hasta los huesos, el miedo se le clavó hasta el tuétano, y Alfonso Castañeda se adentró en ella por cada uno de los poros de su piel hasta lo más hondo de su ser, el mismo que ahora se removía bajo su mandil recordándole su presencia.
-Calma, pequeñajo –susurró Emilia mientras se acariciaba el abultado abdomen.
Tanto se movía que daba por sentado que iba a ser un niño aunque Rosario le había advertido infinidad de veces que no se llevara a engaño. Según ella, Mariana le había dado más patadas que ninguno de sus hijos varones y, por el contrario, a Alfonso apenas sí lo sintió en todo el embarazo, creyendo que tal tranquilidad era propia de una niña. Según ella era tan buen hijo que ni en el vientre le había dado guerra, y Emilia le asentía. Y es que Alfonso era un buen hijo pero mejor hombre, voluntarioso, generoso, con gran corazón y además era tan alto, y tan guapo, y tan…
-Emilia… ¡Emilia!
A Emilia casi se le cae la fuente que portaba entre las manos cuando el hombre que invadía sus pensamientos se materializaba detrás ella. Se volteó pero con la mirada gacha. Debía tener las mejillas más coloradas que un clavel reventón.
-¿En qué ensimismamiento estabas, muchacha? –se burlaba Alfonso. –Se ha enterado media plaza de que te estaba llamando.
-Cosas mías –respondió apartándose un mechón de la cara. -¿Y dónde estabas tú? –le cambió el tema. –Hoy llegas más tarde que de costumbre.
–Muy impaciente estás –aventuró él. –Pareciera que me esperabas.
Emilia podía jurar que era la primera vez que Alfonso iniciaba aquel juego suyo.
-Bien sabes que te espero a ti, y a mi sorpresa –le lanzó una gran sonrisa, dejando la greda y extendiendo las manos. -¿Dónde está?
-No pongas tantas expectativas en el asunto que puede que te decepcione –le restó importancia al asunto.
-Eso lo decidiré yo –le refutó poniendo los brazos en jarra. –Y tú no te hagas tanto de rogar y dámelo.
-Está en el patio –le señaló.
Ella lo miró con cierto recelo mezclado con curiosidad pero lo siguió. Al llegar al patio, se encontró con Mariana e Hipólito, uno junto al otro. Emilia se cruzó de brazos, frunciendo el ceño.
-¿Y ésta es la sorpresa?
-No, bella Emilia –recitó Hipólito con su usual tono pizpireto. –De ser así llevaríamos un bonito lazo –se chanceo.
Emilia ya iba a reclamarle cuando, ambos jóvenes se separaron dejando a la vista una bonita cuna que, no sólo llevaba un vistoso lazo sino que estaba completamente vestida, con sábanas del que parecía el más suave de los algodones, con su colchita bordada y ribeteada de puntillas e incluso con su dosel y un fino tul cubriéndola. Con lágrimas de emoción en los ojos, Emilia los miraba boquiabierta, sin atinar a decir nada.
-Alfonso, es preciosa… -habló finalmente mientras le tomaba ambas manos.
Él bajó la mirada, observando aquel gesto.
-Yo sólo me he encargado de la madera –musitó.
-Las telas han sido cosa mía –intervino Hipólito con la alegría que lo caracterizaba. –El color crema es porque no me fio de tu intuición. Ni rosa, ni azul. Por muchas patadas que dé, nunca se sabe –señaló a Mariana haciendo una mueca.
-Serás… -le golpeó ella el brazo. –Yo he puesto únicamente la aguja y el hilo –le dijo ahora a Emilia con cándida sonrisa.
Ella caminó alrededor de la cuna, observándola mientras lo hacía. Era simplemente perfecta.
-Muchísimas gracias a los tres –dijo entretanto con voz emocionada. –Sé que es poco lo que digo pero es que me habéis dejado sin palabras.
-¿Te gusta? –le preguntó Alfonso con la mirada brillante.
Emilia se aproximó a él y lo abrazó. Con brazos titubeantes, Alfonso respondió al gesto, y, azorado, miró a su hermana quien, riendo por lo bajo, tiraba de Hipólito que se resistía a marcharse.
-Nos os tendríais que haber molestado –agradeció en plural aunque ya estaban solos.
-No… no es para tanto –titubeó él.
Ella debía haber replicado, decirle aquello era demasiado, pero los brazos de Alfonso eran mucho más cálidos de lo que había recordado hacía solamente un rato. Recordó cómo aquel aciago día, el temor y la desazón se habían desvanecido con el mero contacto de su cuerpo, convirtiéndose su regazo en el lugar más seguro que ella jamás hallaría. Recordó cómo deseó no separarse de su pecho y cómo aquella pregunta quedó ahogada en el suyo.
-¿De qué forma me quieres? –le susurró sobre la solapa del chaleco.
Y Alfonso no se sorprendió al oírla. Las palabras que hubiera de decirle, hacía tiempo que aguardaban en su garganta.
-Te quiero como nadie lo hará jamás y como a nadie más podré querer. Mi corazón late por el tuyo, mi alma te busca y tu aliento es el mío.
Emilia se alzó sobre sus puntillas y se miró en sus ojos.
-Mi aliento siempre será tuyo...
Dos corazones latiendo al unísono, dos almas encontradas, dos alientos en uno. En eso se convirtieron Emilia Ulloa y Alfonso Castañeda.
-Calma, pequeñajo –susurró Emilia mientras se acariciaba el abultado abdomen.
Tanto se movía que daba por sentado que iba a ser un niño aunque Rosario le había advertido infinidad de veces que no se llevara a engaño. Según ella, Mariana le había dado más patadas que ninguno de sus hijos varones y, por el contrario, a Alfonso apenas sí lo sintió en todo el embarazo, creyendo que tal tranquilidad era propia de una niña. Según ella era tan buen hijo que ni en el vientre le había dado guerra, y Emilia le asentía. Y es que Alfonso era un buen hijo pero mejor hombre, voluntarioso, generoso, con gran corazón y además era tan alto, y tan guapo, y tan…
-Emilia… ¡Emilia!
A Emilia casi se le cae la fuente que portaba entre las manos cuando el hombre que invadía sus pensamientos se materializaba detrás ella. Se volteó pero con la mirada gacha. Debía tener las mejillas más coloradas que un clavel reventón.
-¿En qué ensimismamiento estabas, muchacha? –se burlaba Alfonso. –Se ha enterado media plaza de que te estaba llamando.
-Cosas mías –respondió apartándose un mechón de la cara. -¿Y dónde estabas tú? –le cambió el tema. –Hoy llegas más tarde que de costumbre.
–Muy impaciente estás –aventuró él. –Pareciera que me esperabas.
Emilia podía jurar que era la primera vez que Alfonso iniciaba aquel juego suyo.
-Bien sabes que te espero a ti, y a mi sorpresa –le lanzó una gran sonrisa, dejando la greda y extendiendo las manos. -¿Dónde está?
-No pongas tantas expectativas en el asunto que puede que te decepcione –le restó importancia al asunto.
-Eso lo decidiré yo –le refutó poniendo los brazos en jarra. –Y tú no te hagas tanto de rogar y dámelo.
-Está en el patio –le señaló.
Ella lo miró con cierto recelo mezclado con curiosidad pero lo siguió. Al llegar al patio, se encontró con Mariana e Hipólito, uno junto al otro. Emilia se cruzó de brazos, frunciendo el ceño.
-¿Y ésta es la sorpresa?
-No, bella Emilia –recitó Hipólito con su usual tono pizpireto. –De ser así llevaríamos un bonito lazo –se chanceo.
Emilia ya iba a reclamarle cuando, ambos jóvenes se separaron dejando a la vista una bonita cuna que, no sólo llevaba un vistoso lazo sino que estaba completamente vestida, con sábanas del que parecía el más suave de los algodones, con su colchita bordada y ribeteada de puntillas e incluso con su dosel y un fino tul cubriéndola. Con lágrimas de emoción en los ojos, Emilia los miraba boquiabierta, sin atinar a decir nada.
-Alfonso, es preciosa… -habló finalmente mientras le tomaba ambas manos.
Él bajó la mirada, observando aquel gesto.
-Yo sólo me he encargado de la madera –musitó.
-Las telas han sido cosa mía –intervino Hipólito con la alegría que lo caracterizaba. –El color crema es porque no me fio de tu intuición. Ni rosa, ni azul. Por muchas patadas que dé, nunca se sabe –señaló a Mariana haciendo una mueca.
-Serás… -le golpeó ella el brazo. –Yo he puesto únicamente la aguja y el hilo –le dijo ahora a Emilia con cándida sonrisa.
Ella caminó alrededor de la cuna, observándola mientras lo hacía. Era simplemente perfecta.
-Muchísimas gracias a los tres –dijo entretanto con voz emocionada. –Sé que es poco lo que digo pero es que me habéis dejado sin palabras.
-¿Te gusta? –le preguntó Alfonso con la mirada brillante.
Emilia se aproximó a él y lo abrazó. Con brazos titubeantes, Alfonso respondió al gesto, y, azorado, miró a su hermana quien, riendo por lo bajo, tiraba de Hipólito que se resistía a marcharse.
-Nos os tendríais que haber molestado –agradeció en plural aunque ya estaban solos.
-No… no es para tanto –titubeó él.
Ella debía haber replicado, decirle aquello era demasiado, pero los brazos de Alfonso eran mucho más cálidos de lo que había recordado hacía solamente un rato. Recordó cómo aquel aciago día, el temor y la desazón se habían desvanecido con el mero contacto de su cuerpo, convirtiéndose su regazo en el lugar más seguro que ella jamás hallaría. Recordó cómo deseó no separarse de su pecho y cómo aquella pregunta quedó ahogada en el suyo.
-¿De qué forma me quieres? –le susurró sobre la solapa del chaleco.
Y Alfonso no se sorprendió al oírla. Las palabras que hubiera de decirle, hacía tiempo que aguardaban en su garganta.
-Te quiero como nadie lo hará jamás y como a nadie más podré querer. Mi corazón late por el tuyo, mi alma te busca y tu aliento es el mío.
Emilia se alzó sobre sus puntillas y se miró en sus ojos.
-Mi aliento siempre será tuyo...
Dos corazones latiendo al unísono, dos almas encontradas, dos alientos en uno. En eso se convirtieron Emilia Ulloa y Alfonso Castañeda.
#123
05/11/2011 00:09
ooohhh rionaaa preciosooo!!! echaba de menos algún relato tuyo... gracias wapa!
#124
05/11/2011 00:15
Subo lo último que ha salido de mi cabeza loca.
------------------------------------
Mi verdad. Tú verdad. 1
Conducir siempre me ha relajado. Apenas distan 120km de mi casa al pueblo donde me dirigía. Tenía que salir de ahí. El aire de la ciudad me ahogaba. Así que decidí poner tierra de por medio y regresar al pueblo en el que había pasado tantos veranos con mis hermanos y mis primos.
Me llamo Tamara. Tengo 29 años y estoy embarazada de cuatro meses. El principal motivo por el que me encuentro a mitad de camino entre Zamora y Puente Viejo es por que anoche eché de casa a mi marido. O debería llamarle ya ex marido. Se acabó. No sé cómo he podido estar tan ciega. No sé cómo no he sabido ver las señales. Y me lo he tenido que encontrar en mi cama; con otra.
Pero ya habrá tiempo de buscar respuestas a esas incógnitas. Ahora debo contar el motivo por el que he escogido el pueblo de mi niñez para refugiarme de todo lo que me está pasando.
Vengo buscando a mi abuela Asunción. No es que sea una mujer muy cariñosa, pero es prácticamente el único nexo que me queda vivo con mi pasado y el de mi familia. Y ahí quiero llegar.
El marido de mi abuela, Alfonso Castañeda, era la persona de mi familia a la que más unida estaba. Murió hace cinco años. Y desde entonces no he vuelto a ver a mi abuela ni a ninguno de mis tíos, primos y demás familiares.
Siempre fui el ojito derecho de mi yayo. De los cinco nietos que tuvo, yo, la chica mayor, siempre fui su favorita. Me tiembla todo cuando recuerdo cómo me sentaba en sus rodillas y le pedía una y otra vez que me contara historias de sus padres y sus abuelos. Siempre me ha fascinado conocer cómo vivían las gentes de otros tiempos y otras épocas.
De sus padres, Alfonso y Remedios, casi no hablaba. Los mataron en la guerra poco antes de que terminara. No es que tuvieran ninguna ideología predeterminada. En una guerra fraticida poco importa de qué bando está cada uno.
El motivo por el que necesitaba pasar un tiempo en Puente Viejo era para intentar conocer algo más de la historia de los abuelos de mi abuelo: Alfonso Castañeda y Emilia Ulloa. Y la única persona que podía ayudarme era la yaya Asun.
El nombre de Alfonso Castañeda lleva más de cien años en uso en mi familia. Todo se remonta a finales del siglo XIX, con mi tatarabuelo, Alfonso Castañeda. Todo lo que podía recordar de él de mis charlas infantiles con mi abuelo, era que ese señor se había casado con la muchacha más linda del pueblo y había reconocido como suyo un bebé que ésta estaba gestando de un mal nacido que le había destrozado la vida.
Después de haber reconocido al hijo como suyo, casarse y darle su apellido, habían venido cinco hijos más, entre los cuales estaba mi bisabuelo, el segundo Alfonso Castañeda.
Y el caso es que en mi familia, todos mis tíos, abuelos, tíos abuelos, etc, coincidían en que no había existido ni existiría jamás un amor más grande como el que se habían profesado mis antepasados. Y en esas andaba yo. Deseando conocer los entresijos de esa historia para intentar sobreponerme a la mía propia.
La abuela Asun tiene un oído perfecto. A pesar de que ya no puede casi andar sin apoyarse en el bastón; nada más escuchar el ruido de mi coche aparcando, sale a la puerta a recibirme con su semblante serio vestida en un perfecto negro de luto. De luto por su Alfonso en pleno siglo XXI…
Continuará…
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Mi verdad. Tú verdad. 1
Conducir siempre me ha relajado. Apenas distan 120km de mi casa al pueblo donde me dirigía. Tenía que salir de ahí. El aire de la ciudad me ahogaba. Así que decidí poner tierra de por medio y regresar al pueblo en el que había pasado tantos veranos con mis hermanos y mis primos.
Me llamo Tamara. Tengo 29 años y estoy embarazada de cuatro meses. El principal motivo por el que me encuentro a mitad de camino entre Zamora y Puente Viejo es por que anoche eché de casa a mi marido. O debería llamarle ya ex marido. Se acabó. No sé cómo he podido estar tan ciega. No sé cómo no he sabido ver las señales. Y me lo he tenido que encontrar en mi cama; con otra.
Pero ya habrá tiempo de buscar respuestas a esas incógnitas. Ahora debo contar el motivo por el que he escogido el pueblo de mi niñez para refugiarme de todo lo que me está pasando.
Vengo buscando a mi abuela Asunción. No es que sea una mujer muy cariñosa, pero es prácticamente el único nexo que me queda vivo con mi pasado y el de mi familia. Y ahí quiero llegar.
El marido de mi abuela, Alfonso Castañeda, era la persona de mi familia a la que más unida estaba. Murió hace cinco años. Y desde entonces no he vuelto a ver a mi abuela ni a ninguno de mis tíos, primos y demás familiares.
Siempre fui el ojito derecho de mi yayo. De los cinco nietos que tuvo, yo, la chica mayor, siempre fui su favorita. Me tiembla todo cuando recuerdo cómo me sentaba en sus rodillas y le pedía una y otra vez que me contara historias de sus padres y sus abuelos. Siempre me ha fascinado conocer cómo vivían las gentes de otros tiempos y otras épocas.
De sus padres, Alfonso y Remedios, casi no hablaba. Los mataron en la guerra poco antes de que terminara. No es que tuvieran ninguna ideología predeterminada. En una guerra fraticida poco importa de qué bando está cada uno.
El motivo por el que necesitaba pasar un tiempo en Puente Viejo era para intentar conocer algo más de la historia de los abuelos de mi abuelo: Alfonso Castañeda y Emilia Ulloa. Y la única persona que podía ayudarme era la yaya Asun.
El nombre de Alfonso Castañeda lleva más de cien años en uso en mi familia. Todo se remonta a finales del siglo XIX, con mi tatarabuelo, Alfonso Castañeda. Todo lo que podía recordar de él de mis charlas infantiles con mi abuelo, era que ese señor se había casado con la muchacha más linda del pueblo y había reconocido como suyo un bebé que ésta estaba gestando de un mal nacido que le había destrozado la vida.
Después de haber reconocido al hijo como suyo, casarse y darle su apellido, habían venido cinco hijos más, entre los cuales estaba mi bisabuelo, el segundo Alfonso Castañeda.
Y el caso es que en mi familia, todos mis tíos, abuelos, tíos abuelos, etc, coincidían en que no había existido ni existiría jamás un amor más grande como el que se habían profesado mis antepasados. Y en esas andaba yo. Deseando conocer los entresijos de esa historia para intentar sobreponerme a la mía propia.
La abuela Asun tiene un oído perfecto. A pesar de que ya no puede casi andar sin apoyarse en el bastón; nada más escuchar el ruido de mi coche aparcando, sale a la puerta a recibirme con su semblante serio vestida en un perfecto negro de luto. De luto por su Alfonso en pleno siglo XXI…
Continuará…
#125
05/11/2011 00:54
Rionaa ya te vale... ¬¬ si no me llego ha pasar casualmente por la biblioteca, ¿qué? me quedo sin leer esta maravilla?? porque que yo sepa no has puesto el link en el hilo de Alfonso y Emilia... pero bueno te perdono porque me ha encantado.
Y ZirtaBlack, el tuyo también me ha gustado mucho, aunque me ha recordado bastante a uno de los fics de antes de ir a dormir de Cuquina...
Aun así, yo nunca me járto de leer así que...continuaciones porfa!!!
Y ZirtaBlack, el tuyo también me ha gustado mucho, aunque me ha recordado bastante a uno de los fics de antes de ir a dormir de Cuquina...
Aun así, yo nunca me járto de leer así que...continuaciones porfa!!!
#126
05/11/2011 01:50
INDECISIONES
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/648/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/648/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
#127
05/11/2011 10:42
Riona, gracias por el fic, me gusta la mitad jajaja... es que lo de que piense siquiera en deshacerse del niño no me pega... si pasara me rompería los esquemas. Entregarlo puede, pero eso... Y gracias por empezarlo y terminarlo... es mejor para mi salud mental jajaj
Zirta!! no se te ve por el rincón de A&E! gracias por el fic! sigue, eh?
Zirta!! no se te ve por el rincón de A&E! gracias por el fic! sigue, eh?
#128
05/11/2011 11:32
Zirta me encanta!!!!! Siguelo!!
Juani, yo ahora mismo te compro el fic, porque es la teoria que viene rumiando mi mente, me encanta, esta buenisimo el bizcocho jejej
Anita, pues yo ahora mismo me rayo monumentalmente con lo que dijo emilia de "la decision esta tomada" los guionistas no dan puntada sin hilo y yo dudo muchisimo que emilia diera al crio por ahi, no no, emilia o ha decidido tenerlo o ha decidio abortar, me decanto ahora mismo porque quiere deshacerse del niño igual que de los regalos de seve, y me decanto en que dira que se va para ello mismo, alfonso la va a sonsacar y ella le contara la verdad y el la convencera de k no lo haga....
Juani, yo ahora mismo te compro el fic, porque es la teoria que viene rumiando mi mente, me encanta, esta buenisimo el bizcocho jejej
Anita, pues yo ahora mismo me rayo monumentalmente con lo que dijo emilia de "la decision esta tomada" los guionistas no dan puntada sin hilo y yo dudo muchisimo que emilia diera al crio por ahi, no no, emilia o ha decidido tenerlo o ha decidio abortar, me decanto ahora mismo porque quiere deshacerse del niño igual que de los regalos de seve, y me decanto en que dira que se va para ello mismo, alfonso la va a sonsacar y ella le contara la verdad y el la convencera de k no lo haga....
#129
05/11/2011 13:34
Creo que más bien intentará abortar y entre Alfonso y Pepa le harán cambiar de opinión, eso o empezaremos a ver una historia de amor de lo más bonita.
#130
05/11/2011 15:36
Creo que podría ser bonito si Emilia entrega al niño, vuelve al pueblo, se enamora de Alfonso poco a poco y blablablá... y luego se arrepiente y busca a su hijo... y muy novelero además... trama servida señores guionistas!!! xD (igual me sale un fic y todo)
#131
05/11/2011 16:01
A mí, tal como es Emilia, tampoco me cuadraría que pensara en abortar... además la frase cuando habla con alfonso de "tengo que seguir adelante, por mí y por él..." o algo así. Vaya, no creo que ella piense en eso, y tampoco me gustaría. Una cosa es sufrir un aborto natural y otra que ella quiera deshacerse del niño... Pero con los lionistas nunca se sabe! jejejej
weno chicas, os dejo segunda parte de INDECISIONES
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/649/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
weno chicas, os dejo segunda parte de INDECISIONES
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/649/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
#132
05/11/2011 17:22
Pues yo que quereis que os diga, pero dada la situacion de emilia, creo que es logico que se lo plantee, aun siendo ella como es, lo que si tengo claro es que no seria capaz de hacerlo, pero de plantearselo si que la veo muy capaz!
#133
06/11/2011 12:59
No sé, puede que sí, aunque en mi opinión no veo que vaya mucho con el personaje de emilia... aunque ante la desesperación puede que lo llegue a pensar.
Os dejo la tercera parte de INDECISIONES
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/650/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Os dejo la tercera parte de INDECISIONES
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/650/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
#134
06/11/2011 22:04
Os dejo mi último fic. Es bastante triste y es una especie de despedida a Ramiro. Lo que pasa es que he intentado hacer una continuación de "El último Castañeda" y al final he dado un salto en el tiempo que me ha llevado a los años 60.
-EL ÚLTIMO VIAJE A PUENTEVIEJO-
Mi nombre es Emile Brown, al menos eso es lo que fígura en el pasaporte británico que les enseño a los guardias civiles que nos han parado en un control. Brown es el apellido de mi marido,Albert, un veterinario galés al que conocí durante mi exilio en Francia. Es una larga historia, una historia de película según mis hijos. Ellos presumen delante de sus amigos, contándoles como un oficial británico que trabajaba como espía en la Francia ocupada se enamoró de una joven exiliada española que arriesgaba su vida en la Resistencia. Para ellos somos heroes; yo sé que sólo hicimos lo que debíamos y tuvimos la suerte de sobrevivir al horror mientras que mucha otra gente quedó por el camino. Mis hijos insisten para que les contemos lo sucedido durante aquella época, pero yo prefiero mantener enterrados en lo más profundo de mi memoria aquellos recuerdos tan dolorosos. Así que sólo les cuento la cara amable de la historia, como nos conocimos, como surgió el amor y como él vino en mi búsqueda tan pronto como acabó la guerra en Europa y París fue liberada.
Pero mi verdadero nombre es Emilia Castañeda y en realidad nací en un pequeño pueblo del noroeste de España llamado Puente Viejo. Allí pasé mi infancia y mi adolescencia rodeada de una gran familia. Pero la Guerra Civil truncó nuestras vidas y diezmó a mi familia. Perdí a mis padres, a mis hermanos, a mis tíos y a casi todos los primos. Los que sobrevivimos tuvimos que escapar y quedamos esparcidos por el mundo: Francia, Rusia, México y Argentina fueron algunos de los destinos. En el pueblo sólo quedaron mis abuelos, Alfonso Castañeda y Emilia Ulloa y mi padrino, Ramiro, el hermano pequeño del abuelo.
Todos los horrores vividos durante la guerra, la dura represión, el hambre y, sobre todo, el dolor de haber perdido a sus hijos y no saber si sus nietos seguían vivos o no, hicieron mella en la salud de mis abuelos. Emilia falleció durante el invierno de 1944 y su marido no tardaría ni seis meses en seguirla. Así que mi padrino se quedó sólo en el pueblo. Tenía unos 60 años y un balazo en la rodilla que había recibido durante el servicio militar lo obligaba a caminar con la ayuda de un bastón. Le costaba ganarse la vida, como a todos las personas humildes. Pero además pertenecía al bando de los perdedores. Muchos de sus vecinos lo esquivaban, unos como venganza y casi todos simplemente por miedo. Nadie quería tener tratos con el pariente de la maestra republicana, el alcalde socialista y el médico que se negaba a hacer diferencias entre sus pacientes por el hecho de ser ricos o pobres. Curiosamente, sólo el párroco se mostraba dispuesto a ayudarlo, porque no había olvidado que habían sido los hombres de la familia Castañeda los que evitaron que unos exaltados quemaran la iglesia durante aquellos revueltos tiempos de la Segunda República.
Gracias a unos conocidos logramos mantener el contacto. Sus cartas, seguramente despues de ser censuradas, me llegaban con varios meses de retraso. Pero al menos sabía que seguía vivo y cada vez que reconocía su letra en un sobre no podía evitar que las lágrimas arrasasen mis ojos. Aquellas misivas, junto con los recuerdos de tiempos felices, me ayudaban a sobrevivir en el exilio. Yo me sentía tan sóla como él, aunque tenía la esperanza de que Albert hubiese sobrevivido a las últimas batallas de la contienda y que viniese a buscarme. Eso finalmente sucedió un día de junio de 1945. Recogí mis escasas pertenencias, nos dirigimos al consulado británico dónde nos casamos y tres días despues cruzabamos el canal de la Mancha camino de nuestra nueva vida, una vida en paz despues de tantos años de guerra y desolación.
Una vez establecidos en un tranquilo pueblo de Gales, donde mi marido trabajaba como veterinario, yo no podía olvidarme de mi padrino. Sufría pensando que como malvivía en el pueblo, asediado por las penurias. Tenía que hacer algo para sacarlo de aquel infierno. Así que Albert movilizó a todos sus conocidos en el Servicio Secreto y tras muchos meses de presión, consiguió que Ramiro Castañeda abandonase por segunda vez en su vida Puenteviejo. La única vez que había salido antes de su pueblo fue para hacer el servicio militar cuando apenas habia cumplido los veinte. A sus sesenta años comenzó una nueva etapa en un nuevo país donde no podía hablar con nadie. Pero lejos de dejarse vencer por la melancolía, hizo lo que había hecho durante toda su vida: seguir adelante y tratar de disfrutar de las cosas buenas con su eterna sonrisa. Aprendió a chapurrear inglés, ayudaba a mi marido en sus visitas a las granjas e, incluso, disfrutaba de una cerveza en el pub, aunque siempre siguió prefiriendo un buen vino. Y del mismo modo que años antes había ayudado a criar a sus hijos, sobrinos y nietos, tambien me ayudó a criar a mis dos hijos. Se pasaba horas enseñándoles juegos de su tierra y contándoles historias y leyendas. Los niños, al igual que en su momento hiciera su madre, adoraban al tío Ramiro. Creo que en Gales fue más o menos feliz, por lo menos nunca lo oí quejarse. Sólo a veces refunfuñaba diciendo que aquella maldita humedad acabaría por matarlo.
Pero cuando en el invierno de 1965 enfermó de neumonía y presintió que el fin estaba cerca, me hizo prometerle que algún día sus cenizas descansarían junto a sus seres queridos en Puenteviejo. Y yo soy de las que cumplo mis promesas.
-EL ÚLTIMO VIAJE A PUENTEVIEJO-
Mi nombre es Emile Brown, al menos eso es lo que fígura en el pasaporte británico que les enseño a los guardias civiles que nos han parado en un control. Brown es el apellido de mi marido,Albert, un veterinario galés al que conocí durante mi exilio en Francia. Es una larga historia, una historia de película según mis hijos. Ellos presumen delante de sus amigos, contándoles como un oficial británico que trabajaba como espía en la Francia ocupada se enamoró de una joven exiliada española que arriesgaba su vida en la Resistencia. Para ellos somos heroes; yo sé que sólo hicimos lo que debíamos y tuvimos la suerte de sobrevivir al horror mientras que mucha otra gente quedó por el camino. Mis hijos insisten para que les contemos lo sucedido durante aquella época, pero yo prefiero mantener enterrados en lo más profundo de mi memoria aquellos recuerdos tan dolorosos. Así que sólo les cuento la cara amable de la historia, como nos conocimos, como surgió el amor y como él vino en mi búsqueda tan pronto como acabó la guerra en Europa y París fue liberada.
Pero mi verdadero nombre es Emilia Castañeda y en realidad nací en un pequeño pueblo del noroeste de España llamado Puente Viejo. Allí pasé mi infancia y mi adolescencia rodeada de una gran familia. Pero la Guerra Civil truncó nuestras vidas y diezmó a mi familia. Perdí a mis padres, a mis hermanos, a mis tíos y a casi todos los primos. Los que sobrevivimos tuvimos que escapar y quedamos esparcidos por el mundo: Francia, Rusia, México y Argentina fueron algunos de los destinos. En el pueblo sólo quedaron mis abuelos, Alfonso Castañeda y Emilia Ulloa y mi padrino, Ramiro, el hermano pequeño del abuelo.
Todos los horrores vividos durante la guerra, la dura represión, el hambre y, sobre todo, el dolor de haber perdido a sus hijos y no saber si sus nietos seguían vivos o no, hicieron mella en la salud de mis abuelos. Emilia falleció durante el invierno de 1944 y su marido no tardaría ni seis meses en seguirla. Así que mi padrino se quedó sólo en el pueblo. Tenía unos 60 años y un balazo en la rodilla que había recibido durante el servicio militar lo obligaba a caminar con la ayuda de un bastón. Le costaba ganarse la vida, como a todos las personas humildes. Pero además pertenecía al bando de los perdedores. Muchos de sus vecinos lo esquivaban, unos como venganza y casi todos simplemente por miedo. Nadie quería tener tratos con el pariente de la maestra republicana, el alcalde socialista y el médico que se negaba a hacer diferencias entre sus pacientes por el hecho de ser ricos o pobres. Curiosamente, sólo el párroco se mostraba dispuesto a ayudarlo, porque no había olvidado que habían sido los hombres de la familia Castañeda los que evitaron que unos exaltados quemaran la iglesia durante aquellos revueltos tiempos de la Segunda República.
Gracias a unos conocidos logramos mantener el contacto. Sus cartas, seguramente despues de ser censuradas, me llegaban con varios meses de retraso. Pero al menos sabía que seguía vivo y cada vez que reconocía su letra en un sobre no podía evitar que las lágrimas arrasasen mis ojos. Aquellas misivas, junto con los recuerdos de tiempos felices, me ayudaban a sobrevivir en el exilio. Yo me sentía tan sóla como él, aunque tenía la esperanza de que Albert hubiese sobrevivido a las últimas batallas de la contienda y que viniese a buscarme. Eso finalmente sucedió un día de junio de 1945. Recogí mis escasas pertenencias, nos dirigimos al consulado británico dónde nos casamos y tres días despues cruzabamos el canal de la Mancha camino de nuestra nueva vida, una vida en paz despues de tantos años de guerra y desolación.
Una vez establecidos en un tranquilo pueblo de Gales, donde mi marido trabajaba como veterinario, yo no podía olvidarme de mi padrino. Sufría pensando que como malvivía en el pueblo, asediado por las penurias. Tenía que hacer algo para sacarlo de aquel infierno. Así que Albert movilizó a todos sus conocidos en el Servicio Secreto y tras muchos meses de presión, consiguió que Ramiro Castañeda abandonase por segunda vez en su vida Puenteviejo. La única vez que había salido antes de su pueblo fue para hacer el servicio militar cuando apenas habia cumplido los veinte. A sus sesenta años comenzó una nueva etapa en un nuevo país donde no podía hablar con nadie. Pero lejos de dejarse vencer por la melancolía, hizo lo que había hecho durante toda su vida: seguir adelante y tratar de disfrutar de las cosas buenas con su eterna sonrisa. Aprendió a chapurrear inglés, ayudaba a mi marido en sus visitas a las granjas e, incluso, disfrutaba de una cerveza en el pub, aunque siempre siguió prefiriendo un buen vino. Y del mismo modo que años antes había ayudado a criar a sus hijos, sobrinos y nietos, tambien me ayudó a criar a mis dos hijos. Se pasaba horas enseñándoles juegos de su tierra y contándoles historias y leyendas. Los niños, al igual que en su momento hiciera su madre, adoraban al tío Ramiro. Creo que en Gales fue más o menos feliz, por lo menos nunca lo oí quejarse. Sólo a veces refunfuñaba diciendo que aquella maldita humedad acabaría por matarlo.
Pero cuando en el invierno de 1965 enfermó de neumonía y presintió que el fin estaba cerca, me hizo prometerle que algún día sus cenizas descansarían junto a sus seres queridos en Puenteviejo. Y yo soy de las que cumplo mis promesas.
#135
06/11/2011 22:11
Hace dos días que llegamos en avión a Madrid. He tenido que esperar a que los niños terminasen el colegio. Quería que mi familia estuviese comigo en este regreso a mi tierra. La verdad es que tenía miedo de afrontarlo sola. Aunque haya querido enterrar los recuerdos en el fondo de mi mente, están ahí, no se van a ir nunca y son dolorosos.
Atravesamos los secos paisajes de Castilla en un coche alquilado. Al principio tanto a Albert como a mí nos costó habituarnos a conducir por la derecha. Pero ahora disfrutamos de los campos y los viejos pueblos. Ed, mi hijo pequeño no para de charlar con su padre. Son como dos gotas de agua, rubios de los ojos azules y extrovertidos. Pero en lo que más se parecen es en amor por los animales. Cada vez que vemos un pastor con su rebaño, Ed no deja de señalar con el dedo y asombrarse de lo distintas que son estas ovejas de las que pastan en las verdes colinas de Gales. Sin embargo,Al, mi hijo mayor permanece callado. Tiene la edad suficiente para comprender que este viaje está siendo muy doloroso para mí. Cuando el coche encara la entrada de Puenteviejo, Al pone su mano en mi hombro. Sabe que aunque intente aguantar las lágrimas, estoy llorando por dentro. No dice nada, que siempre ha sido un chico muy callado, pero a su manera intenta consolarme.
Llegamos al pueblo a primera hora de la tarde. La plaza estaba tal y como la recordaba. Veo los mismos edificios: el ayuntamiento, el colmado, lo que en su día fue el consultorio médico y la casa de comidas. Sólo que ahora no pertenece a los Ulloa y en el cartel puedo leer “Pensión Matías”. Estudio los rostros de la gente, pero ya no reconozco a nadie y me siento extraña. Mi marido se da cuenta de mi zozobra y me tiende la mano para cruzar la plaza y encaminarnos a la pensión. Sigue siendo el único hospedaje del pueblo y tenemos reservadas dos habitaciones. Cuando estamos a punto de entrar siento una voz a mi espalda.
-Bella Emilia, ¿eres tú?
Me giro y veo un anciano vestido elegantemente, aunque su fígura es desgarbada. Su rostro surcado de arrugas me resulta familiar.
-¿Nos conocemos?
-Claro. Tú eres la nieta de Emilia y Alfonso. ¿No te acuerdas de mí? Pues somos familias….-su voz se entristeció.-Bueno,por lo menos hubo un tiempo en el que eramos familia. Mi mujer era hermana de tu abuelo.
De repente me acuerdo. No puedo articular palabra, sólo abrazar a aquel hombre que siempre me regalaba piruletas y golosinas.Él tambien se emociona y veo lágrimas en sus ojos. Mis hijos y Albert nos miran expectantes.
-Este es el tío Hipólito. Su mujer, Mariana, era hermana de mi abuelo y del tío Ramiro-logro al fin explicarles-.Estos son Albert, mi marido; Ed, mi hijo pequeño y Al, mi hijo mayor.
-Vaya que nombres más raros y más cortos.
-Bueno en realidad Ed es Eduardo y Al es Alfonso.
-No podría llamarse de otro modo-dice mirando a mi hijo mayor.-Muchacho, eres igual que Alfonso, tu bisabuelo.
Nos pregunta por Ramiro y las lágrimas vuelven a sus ojos cuando le cuento que el tío murió durante el invierno. Se le ve fatigado y decido invitarlo a tomar algo en la taberna pero rehusa la invitación. Sin embargo nos emplaza para más tarde, quiere invitarnos a cenar.
-Tenemos muchas cosas de las que hablar y, además, tengo algunas cosas que seguro que te van a gustar.
A las nueve y media lo veo entrar por la puerta de la taberna. Su paso es lento, pero viene sonriendo, como siempre. En una mano lleva el bastón con el que se ayuda para caminar. En la otra sujeta una vieja caja de madera. Nos sentamos en una mesa de la posada y pedimos tortilla y una ensalada. Al final el tío Hipólito nos muestra el contenido de la caja: decenas de fotos antiguas. Las horas se nos van mirando aquellas imágenes y reconociendo rostros. Hay fotos de mis padres, de mis tíos y casi todos mis primos. Pero la que más mes gusta es una imagen de 1904.
-Esta es del día de mi boda con mi bella Mariana-dice el anciano emocionado.-¿Verdad que era preciosa?.
Todos asentimos sonriendo. La verdad es que mi tía abuela era una muchacha muy guapa, con grandes ojos oscuros y una sonrisa angelical. Mis hijos preguntan por los otros rostros y don Hipólito les cuenta quienes son. Allí están mis abuelos Alfonso y Emilia. Ella luce una gran barriga, ya que estaba embarazada de mi padre que debió nacer apena un mes despues. Tambien está mi bisabuelo Raimundo y su hijo Sebastián, el fundador de las Conservas Ulloa. Y mi padrino, al lado de su madre, la bisabuela Rosario. Debió ser un día muy feliz para todos.
Casi eran las doce cuando el tío Hipólito se marcha para su casa. Me ofrezco a acompañarlo y cruzamos la plaza del brazo. Al fin le cuento que es lo hemos venido a hacer a Puenteviejo y él se brinda a acompañarnos al día siguiente.
Atravesamos los secos paisajes de Castilla en un coche alquilado. Al principio tanto a Albert como a mí nos costó habituarnos a conducir por la derecha. Pero ahora disfrutamos de los campos y los viejos pueblos. Ed, mi hijo pequeño no para de charlar con su padre. Son como dos gotas de agua, rubios de los ojos azules y extrovertidos. Pero en lo que más se parecen es en amor por los animales. Cada vez que vemos un pastor con su rebaño, Ed no deja de señalar con el dedo y asombrarse de lo distintas que son estas ovejas de las que pastan en las verdes colinas de Gales. Sin embargo,Al, mi hijo mayor permanece callado. Tiene la edad suficiente para comprender que este viaje está siendo muy doloroso para mí. Cuando el coche encara la entrada de Puenteviejo, Al pone su mano en mi hombro. Sabe que aunque intente aguantar las lágrimas, estoy llorando por dentro. No dice nada, que siempre ha sido un chico muy callado, pero a su manera intenta consolarme.
Llegamos al pueblo a primera hora de la tarde. La plaza estaba tal y como la recordaba. Veo los mismos edificios: el ayuntamiento, el colmado, lo que en su día fue el consultorio médico y la casa de comidas. Sólo que ahora no pertenece a los Ulloa y en el cartel puedo leer “Pensión Matías”. Estudio los rostros de la gente, pero ya no reconozco a nadie y me siento extraña. Mi marido se da cuenta de mi zozobra y me tiende la mano para cruzar la plaza y encaminarnos a la pensión. Sigue siendo el único hospedaje del pueblo y tenemos reservadas dos habitaciones. Cuando estamos a punto de entrar siento una voz a mi espalda.
-Bella Emilia, ¿eres tú?
Me giro y veo un anciano vestido elegantemente, aunque su fígura es desgarbada. Su rostro surcado de arrugas me resulta familiar.
-¿Nos conocemos?
-Claro. Tú eres la nieta de Emilia y Alfonso. ¿No te acuerdas de mí? Pues somos familias….-su voz se entristeció.-Bueno,por lo menos hubo un tiempo en el que eramos familia. Mi mujer era hermana de tu abuelo.
De repente me acuerdo. No puedo articular palabra, sólo abrazar a aquel hombre que siempre me regalaba piruletas y golosinas.Él tambien se emociona y veo lágrimas en sus ojos. Mis hijos y Albert nos miran expectantes.
-Este es el tío Hipólito. Su mujer, Mariana, era hermana de mi abuelo y del tío Ramiro-logro al fin explicarles-.Estos son Albert, mi marido; Ed, mi hijo pequeño y Al, mi hijo mayor.
-Vaya que nombres más raros y más cortos.
-Bueno en realidad Ed es Eduardo y Al es Alfonso.
-No podría llamarse de otro modo-dice mirando a mi hijo mayor.-Muchacho, eres igual que Alfonso, tu bisabuelo.
Nos pregunta por Ramiro y las lágrimas vuelven a sus ojos cuando le cuento que el tío murió durante el invierno. Se le ve fatigado y decido invitarlo a tomar algo en la taberna pero rehusa la invitación. Sin embargo nos emplaza para más tarde, quiere invitarnos a cenar.
-Tenemos muchas cosas de las que hablar y, además, tengo algunas cosas que seguro que te van a gustar.
A las nueve y media lo veo entrar por la puerta de la taberna. Su paso es lento, pero viene sonriendo, como siempre. En una mano lleva el bastón con el que se ayuda para caminar. En la otra sujeta una vieja caja de madera. Nos sentamos en una mesa de la posada y pedimos tortilla y una ensalada. Al final el tío Hipólito nos muestra el contenido de la caja: decenas de fotos antiguas. Las horas se nos van mirando aquellas imágenes y reconociendo rostros. Hay fotos de mis padres, de mis tíos y casi todos mis primos. Pero la que más mes gusta es una imagen de 1904.
-Esta es del día de mi boda con mi bella Mariana-dice el anciano emocionado.-¿Verdad que era preciosa?.
Todos asentimos sonriendo. La verdad es que mi tía abuela era una muchacha muy guapa, con grandes ojos oscuros y una sonrisa angelical. Mis hijos preguntan por los otros rostros y don Hipólito les cuenta quienes son. Allí están mis abuelos Alfonso y Emilia. Ella luce una gran barriga, ya que estaba embarazada de mi padre que debió nacer apena un mes despues. Tambien está mi bisabuelo Raimundo y su hijo Sebastián, el fundador de las Conservas Ulloa. Y mi padrino, al lado de su madre, la bisabuela Rosario. Debió ser un día muy feliz para todos.
Casi eran las doce cuando el tío Hipólito se marcha para su casa. Me ofrezco a acompañarlo y cruzamos la plaza del brazo. Al fin le cuento que es lo hemos venido a hacer a Puenteviejo y él se brinda a acompañarnos al día siguiente.
#136
06/11/2011 22:16
Nos levantamos temprano y esperamos al tío mientras desayunamos. Al fin lo vemos aparecer con un gran ramo de margaritas en la mano que le deja libre el bastón. Le invito a sentarse con nosotros y compartir un café.La melancolía nos vuelve a invadir cuando recordamos los tiempos en que mi abuela era la que regentaba alquel lugar. Son casi las diez cuando abandonamos la posada. Caminamos despacito, acoplándonos al ritmo cansino del anciano. Por el camino sigue contándonos anécdotas, todas felices y divertidas. Pero lo noto triste, casi tanto como yo.
Cuando llegamos al cementerio se detiene junto a la tapia exterior. Para nuestra sorpresa deposita el ramo de flores junto al muro. Yo pensaba que las margaritas serían para Mariana y él se da cuenta de mi extrañeza.
-Soy el único que les trae flores.
-¿A quien?-pregunto.
-Claro, tú no te acuerdas. Este es el lugar donde fusilaron a…-su voz se quiebra por el dolor.
Yo tambien recuerdo. Ese es el lugar donde murieron mis padres: la maestra republicana y el alcalde socialista. Pero no fueron los únicos. Aquella noche la sangre de muchas personas alimentó la seca tierra de Puenteviejo.
Seguimos caminando y nos adentramos en el camposanto. Caminamos despacio, intentando no pisar las tumbas. Mis hijos, curiosos leen en voz alta el contenido de las lápidas. Al cabo de un buen rato, el tío Hipólito nos señala una esquina.
-Aquí están.
No puedo contener las lágrimas al leer los nombres. Allí están las tumbas de mis abuelos, mis padres, algunos de mis tíos, la bisabuela Rosario, la tía-abuela Mariana. Abro la cajita que sujeto entre mis brazos y dejo caer las cenizas para que se mezclen con la tierra, con su añorada tierra.
Intento ahogar el llanto, pero no puedo. Quiero quedarme sola, pero no necesito expresar mi deseo con palabras. Al me da un beso en la mejilla y le hace un gesto a su hermano pequeño para que lo acompañe. Escucho como mientras salen del cementerio los chicos bromean con Hipólito.
-Tío, una vez Ramiro nos contó que se batió en duelo contigo.
-Uy muchacho, esa es una historia muy interesante. Yo tenía que defender el honor de una dama, pero claro las únicas armas que teníamos eran unos tirachinas. Tendrías que ver como se me puso el ojo.
Sonrío al escuchar contar la misma historia que tantas veces les oí narrar durante mi infancia. Cierro los ojos y siento como las lágrimas surcan mi rostro. Recuerdo las palabras de mi padrino: “la gente cuando se muere no se val del todo. No podemos verlos pero están ahí, siempre cuidando de sus seres queridos”.Abro los ojos y veo a mi tío Ramiro que se encamina hacia un grupo que lo está esperando con los brazos abiertos. Se abraza a su madre mientras la tía Mariana sonríe. A su lado mi abuela Emilia abraza a mi abuelo Alfonso. Están tan jóvenes y felices como en la vieja foto que me ha regalado el tío Hipólito.
Albert viene a buscarme. Lo abrazo llorando. Ahora él y mis hijos son mi única familia. Nos encaminamos a la salida del cementerio y justo antes de salir doy media vuelta y miro por última vez hacia el lugar donde están enterrados mis abuelos. Sonrío y mi querido tío Ramiro me da las gracias. He cumplido la promesa que le hice en su lecho de muerte. Lo he traído de vuelta a casa.
Cuando llegamos al cementerio se detiene junto a la tapia exterior. Para nuestra sorpresa deposita el ramo de flores junto al muro. Yo pensaba que las margaritas serían para Mariana y él se da cuenta de mi extrañeza.
-Soy el único que les trae flores.
-¿A quien?-pregunto.
-Claro, tú no te acuerdas. Este es el lugar donde fusilaron a…-su voz se quiebra por el dolor.
Yo tambien recuerdo. Ese es el lugar donde murieron mis padres: la maestra republicana y el alcalde socialista. Pero no fueron los únicos. Aquella noche la sangre de muchas personas alimentó la seca tierra de Puenteviejo.
Seguimos caminando y nos adentramos en el camposanto. Caminamos despacio, intentando no pisar las tumbas. Mis hijos, curiosos leen en voz alta el contenido de las lápidas. Al cabo de un buen rato, el tío Hipólito nos señala una esquina.
-Aquí están.
No puedo contener las lágrimas al leer los nombres. Allí están las tumbas de mis abuelos, mis padres, algunos de mis tíos, la bisabuela Rosario, la tía-abuela Mariana. Abro la cajita que sujeto entre mis brazos y dejo caer las cenizas para que se mezclen con la tierra, con su añorada tierra.
Intento ahogar el llanto, pero no puedo. Quiero quedarme sola, pero no necesito expresar mi deseo con palabras. Al me da un beso en la mejilla y le hace un gesto a su hermano pequeño para que lo acompañe. Escucho como mientras salen del cementerio los chicos bromean con Hipólito.
-Tío, una vez Ramiro nos contó que se batió en duelo contigo.
-Uy muchacho, esa es una historia muy interesante. Yo tenía que defender el honor de una dama, pero claro las únicas armas que teníamos eran unos tirachinas. Tendrías que ver como se me puso el ojo.
Sonrío al escuchar contar la misma historia que tantas veces les oí narrar durante mi infancia. Cierro los ojos y siento como las lágrimas surcan mi rostro. Recuerdo las palabras de mi padrino: “la gente cuando se muere no se val del todo. No podemos verlos pero están ahí, siempre cuidando de sus seres queridos”.Abro los ojos y veo a mi tío Ramiro que se encamina hacia un grupo que lo está esperando con los brazos abiertos. Se abraza a su madre mientras la tía Mariana sonríe. A su lado mi abuela Emilia abraza a mi abuelo Alfonso. Están tan jóvenes y felices como en la vieja foto que me ha regalado el tío Hipólito.
Albert viene a buscarme. Lo abrazo llorando. Ahora él y mis hijos son mi única familia. Nos encaminamos a la salida del cementerio y justo antes de salir doy media vuelta y miro por última vez hacia el lugar donde están enterrados mis abuelos. Sonrío y mi querido tío Ramiro me da las gracias. He cumplido la promesa que le hice en su lecho de muerte. Lo he traído de vuelta a casa.
#137
06/11/2011 23:11
pepa me has matado, aun estoy con los ojos llenos de lagrimas, como se puede escribir algo tan hermoso y tan triste, tan conmovedor y nostalgico, ay dios, me postro ante tus pies, se me han movido los pulmones de sitio, se me ha parado por unos segundos el corazon y desde que empece a llorar aun no he conseguido parar, voy a ver si me veo un monologo de pepe cespedes o algo a ver si del ataque de risa se me pasa la llorera.
Solo algo mas que añadir: GRACIAS
Solo algo mas que añadir: GRACIAS
#138
07/11/2011 01:03
Lapuebla, eres increïble. Has hecho que mis ojos se llenen de lágrimas, suerte que me lo he leído antes de irme a dormir y nadie me puede ver así, que sino a saber qué iban a pensar...
Tienes un arte... simplemente MAGNÍFICO.
Bona nit a tothom!!
Tienes un arte... simplemente MAGNÍFICO.
Bona nit a tothom!!
#139
07/11/2011 12:25
Olsi, Riona, Zirta, Lapuebla, qué deciros que no os hayamos dicho ya.
Preciosos, emotivos, emocionantes, tristes, románticos. Gracias por dejarnos leeros y continuad
Preciosos, emotivos, emocionantes, tristes, románticos. Gracias por dejarnos leeros y continuad
#140
07/11/2011 12:26
Escribes de maravilla lapuebla, tienes la capacidad de hacer emocionar. Gracias por escribir y, por favor, no dejes de hacerlo.
De casualidad, acabo de descubrir otros dos relatos que me han gustado un monton. Riona, es precioso, y Zirta me encanta. Gracias.
De casualidad, acabo de descubrir otros dos relatos que me han gustado un monton. Riona, es precioso, y Zirta me encanta. Gracias.