Foro El secreto de Puente Viejo
La Biblioteca (L - Z)
#0
23/10/2011 12:32
EL RINCÓN DE LADYG
El único entre todos I, II, III, IV, V
EL RINCÓN DE LAPUEBLA
Descubriendo al admirador secreto
Los Ulloa se preocupan por Alfonso
La vida sigue igual
Los consejos de Rosario
Al calor del fuego I, II, III
Llueve I, II
La voz que tanto echaba de menos
Para eso están las amigas
El último de los Castañeda
No sé
Pensamientos
La nueva vecina I - IV, V, VI - VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV
Sin rumbo I, II, III, IV
Un corazón demasiado grande
Soy una necia
Necedades y Cobardías
El amor es otra cosa
Derribando murallas
El nubarrón
Una petición sorprendente I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII , IX – XII
Deudas, cobardes y Victimas I (I) (II), II (I) (II), III, IV, V, VI,
El incendio
Con los cinco sentidos
EL RINCÓN DE LIBRITO
Hermanos para siempre. Las acelgas. Noche de ronda
Tertulia literaria, La siembra
Cinco meses I-IV
EL RINCÓN DE LNAEOWYN
Mi destino eres tú
Eres mi verdad
Raimundo al rescate
Rendición
Desmayo
Masaje
Qué borrachera, qué barbaridad...
EL RINCÓN DE MARTILEO
Cuenta la leyenda
El amor de mi vida
EL RINCÓN DE MARY
Cumpliendo un sueño I, II, III, IV
EL RINCÓN DE MIRI
Recuperando la fe
La verdad
Una realidad dolorosa
Yo te entiendo
De adonis y besos
EL RINCÓN DE NHGSA
Raimundo, Francisca y Carmen: un triángulo peligroso
Confesión I, II
EL RINCÓN DE OLSI
Descubriendo el amor I, II
El amor todo lo puede
Bendita equivocación
Sentimientos encontrados I, II
Verdadero amor I, II, III, VI
El orgullo de Alfonso I, II, III, VI
Descubriendo la verdad I, II
Despidiendo a un crápula I, II
Siempre estaré contigo I, II
La ilusión del amor I, II
El desengaño I, II, III
Sola
Reproches I(I), I(II), II, III, IV
Tenías que ser tú I, II, III
Abre los ojos I, II, III, VI, V
Ilusiones rotas
El tiempo lo cura todo I, II
La despedida
EL RINCÓN DE RIONA
Abrir los ojos
Su verdad
Si te vas
Y yo sin verte I, II, III, IV, V
Cobarde hasta el final
Un corazón que late por ti
Soy Emilia Ulloa Soy Alfonso Castañeda
La mano de un amigo I, II, III, IV, V
EL RINCÓN DE RISABELLA
Como a un hermano
Disimulando
Alfonso se baña en el río
Noche de pasión
EL RINCÓN DE VERREGO
Lo que tendría que ser...
EL RINCÓN DE VILIGA
Tristán y Pepa: Mi historia
EL RINCÓN DE YOLANADA
¡Cómo Duele! I, II, III, IV, V, VI, VII
EL RINCÓN DE ZIRTA
El despertar de Emilia Ulloa
Atrapado en mis recuerdos
La última carta
Contigo o sin tí (With or without you)
Tiempo perdido (Wasted time)
Si te vas
El tiro de gracia
Perro traidor
#361
31/01/2012 14:01
-Vaya, ¿te crees muy hombre por golpear a una mujer maniatada?-dijo dirigiéndole una mirada de profundo desprecio.¡Eres un miserable!
-¡Cállate! Si no quieres que te amordace de nuevo.
-Pero si aquí nadie me puede oír. ¿Acaso te molesta escuchar la verdad?-le preguntó nuevamente en tono desafiante.
Severiano se revolvió de nuevo pero logró refrenar el impulso de abofetearla de nuevo. Si le propinaba otro golpe corría el riesgo de dejarla inconsciente y eso no era lo que quería. Tenía que ver lo que tenía planeado tanto para ella como para Alfonso. Les haría pagar por las humillaciones. Nadie se reía de Severiano “el guapo” y menos aquellas mosquita muerta de Emilia Ulloa.
-Tienes razón, nadie te puede oír. Así que nadie te escuchará pedir auxilio.
Se acercó a ella y sacó una pequeña navaja del bolsillo. Mientras la desplegaba, una mueca que no llegaba a ser una sonrisa logró que la muchacha sintiera un escalofrío. Rozó su rostro y su cuello con el filo del arma. Luego descendió hasta el primer botón de su blusa. Ella comprendió sus intenciones.
-Tendrás que matarme primero-le dijo mientras le escupía.
Él se limpió la cara con el dorso de la mano que le dejaba libre la navaja. Pero no dijo nada. Simplemente se limitó a esbozar de nuevo aquella asquerosa mueca a modo de falsa sonrisa y arrancarle el botón superior.
-Ni lo sueñes. Antes de morir serás mía. Así te irás de este mundo con mi recuerdo en tus entrañas.
En aquel momento una arcada sacudió el estómago de Emilia de un modo tan fuerte que casi le hizo perder el sentido. Temblaba ante la idea de que aquel hijo de mala madre le tocase un solo pelo. Pero no dejaría que se saliese con la suya; si tenía que morir lo haría antes de dejar que él la forzara. Con toda la fuerza que le daba la ira que había ido acumulando en los últimos minutos, logró levantarse de la silla y propinarle un rodillazo a la altura de los genitales. El dolor le hizo doblarse por la mitad y soltar la navaja, que cayó al suelo. Pero pronto logró recomponerse y recuperar el arma.
-Vaya, vaya palomita. Veo que tienes más arrestos que tu maridito. Pero no te van a servir de nada.
Al tiempo que pronunciaba estas últimas palabras le propinaba a Emilia un pueñetazo tan fuerte que la tiró al suelo. Se abalanzó sobre ella, que se revolvía con todas sus fuerzas intendo evitar que aquellas asquerosas manazas le arremangaran la falda. Pero él era mucho más fuerte y mientras con una mano le tapaba la boca impidiéndole casi respirar, con la otra rasgaba sus enaguas. Sintió que le faltaba el aliento y entre lágrimas empezó a rogarle a dios que la dejara morir antes de que aquel hombre al que tanto odiaba lorgrara humillarla del peor modo posible. Hasta que sintió que el aire no era suficiente para seguir respirando y cerró los ojos. Pero un ruído atronador le obligó abrilos de nuevo.
Jamás podría olvidar la expresión del rostro de Severiano antes de caer desplomado liberándola al fin de la prisión de sus garras. Alzó la vista y en la penumbra pudo ver la silueta de un hombre, que sostenía una pistola en sus manos.
-¡Alfonso!-gritó llena de alegría al ver que su marido estaba vivo.
Él soltó el arma y tras recorrer los escasos cuatro pasos que lo separaban de su mujer se dejó caer de rodillas junto a ella mientras la abrazaba desesperado.
-¿Estás bien? ¿Estás herida? –le preguntaba atropelladamente mientras desataba las ligaduras que la maniataban.
-Sí cariño, estoy bien-contestó ella mientras rodeaba el cuello de su marido con las manos y empezaba a sollorzar sobre su pecho.
-Lo siento, siento no haberme podido desatar antes. Me desperté al oír tu voz y me setí morir al ver lo que ese canalla pretendía hacerte. Nunca podría haberme perdonado si ese desalmado llega a hacerte algún daño. Lo siento, lo siento tanto.
-Ssssss-lo silenció Emilia mientras le sujetaba el rostro entre sus manos. Lo importante es que estás vivo. Ni te imaginas lo que hemos pasado sin saber donde estabas, sin saber si estabas vivo o muerto. Pensaba que jamás volvería a verte....
Permanecieron llorando abrazados durante unos minutos. Hasta que la cordura se fue apoderando poco a poco de Emilia, quien recordó la existencia de un segundo asaltante.
-Alfonso, tenemos que regresar corriendo al pueblo. El peligro no ha terminado-dijo mientras se soltaba del abrazo de su marido y se ponía en pie.
-¿Qué quieres decir?-preguntó él mientras tambien se levantaba del suelo.
-Severiano no actuaba solo. Tiene un cómplice-contestó mientras trataba de recomponer sus ropas.
-Sí lo sé. Hace unas horas los oí hablar de cumplir un encargo. Creo alguien les ordenó acabar con la vida de Tristán. ¡Tenemos que ir cuanto antes a la casona!
Alfonso se dispuso a coger el arma del suelo y luego se encaminó hacia el lugar donde Severiano había colocado la antorcha. Les sería de mucha utilidad para lograr iluminar el largo camino en aquella noche oscura. Aunque ya no debía faltar mucho para el amanecer.
-¡No! –gritó Emilia mientras lo sujetaba por el brazo.-Antes tenemos que ir a tu casa.
-¿Por qué a mi casa?-preguntó extrañado.
-Esos desalmados fueron allí. Cuando entraron, Severiano me agarró a mi y me arrastró fuera de la casa. Pero pude ver como el otro hombre golpeaba a Enriqueta y amenazaba a tu hermana con una pistola. No pude reconocerlo.
-¡Malnacidos!-gritó lleno de rabia.-Te juro por lo más sagrado que si ese monstruo le ha hecho algo a mi hermana acabaré con él como he acabado con ese desgraciado-dijo dirigiendo su mirada hacia el charco de sangre donde yacía inerte el cuerpo del “Guapo”.-Vamonos, no hay tiempo que perder.
-¡Cállate! Si no quieres que te amordace de nuevo.
-Pero si aquí nadie me puede oír. ¿Acaso te molesta escuchar la verdad?-le preguntó nuevamente en tono desafiante.
Severiano se revolvió de nuevo pero logró refrenar el impulso de abofetearla de nuevo. Si le propinaba otro golpe corría el riesgo de dejarla inconsciente y eso no era lo que quería. Tenía que ver lo que tenía planeado tanto para ella como para Alfonso. Les haría pagar por las humillaciones. Nadie se reía de Severiano “el guapo” y menos aquellas mosquita muerta de Emilia Ulloa.
-Tienes razón, nadie te puede oír. Así que nadie te escuchará pedir auxilio.
Se acercó a ella y sacó una pequeña navaja del bolsillo. Mientras la desplegaba, una mueca que no llegaba a ser una sonrisa logró que la muchacha sintiera un escalofrío. Rozó su rostro y su cuello con el filo del arma. Luego descendió hasta el primer botón de su blusa. Ella comprendió sus intenciones.
-Tendrás que matarme primero-le dijo mientras le escupía.
Él se limpió la cara con el dorso de la mano que le dejaba libre la navaja. Pero no dijo nada. Simplemente se limitó a esbozar de nuevo aquella asquerosa mueca a modo de falsa sonrisa y arrancarle el botón superior.
-Ni lo sueñes. Antes de morir serás mía. Así te irás de este mundo con mi recuerdo en tus entrañas.
En aquel momento una arcada sacudió el estómago de Emilia de un modo tan fuerte que casi le hizo perder el sentido. Temblaba ante la idea de que aquel hijo de mala madre le tocase un solo pelo. Pero no dejaría que se saliese con la suya; si tenía que morir lo haría antes de dejar que él la forzara. Con toda la fuerza que le daba la ira que había ido acumulando en los últimos minutos, logró levantarse de la silla y propinarle un rodillazo a la altura de los genitales. El dolor le hizo doblarse por la mitad y soltar la navaja, que cayó al suelo. Pero pronto logró recomponerse y recuperar el arma.
-Vaya, vaya palomita. Veo que tienes más arrestos que tu maridito. Pero no te van a servir de nada.
Al tiempo que pronunciaba estas últimas palabras le propinaba a Emilia un pueñetazo tan fuerte que la tiró al suelo. Se abalanzó sobre ella, que se revolvía con todas sus fuerzas intendo evitar que aquellas asquerosas manazas le arremangaran la falda. Pero él era mucho más fuerte y mientras con una mano le tapaba la boca impidiéndole casi respirar, con la otra rasgaba sus enaguas. Sintió que le faltaba el aliento y entre lágrimas empezó a rogarle a dios que la dejara morir antes de que aquel hombre al que tanto odiaba lorgrara humillarla del peor modo posible. Hasta que sintió que el aire no era suficiente para seguir respirando y cerró los ojos. Pero un ruído atronador le obligó abrilos de nuevo.
Jamás podría olvidar la expresión del rostro de Severiano antes de caer desplomado liberándola al fin de la prisión de sus garras. Alzó la vista y en la penumbra pudo ver la silueta de un hombre, que sostenía una pistola en sus manos.
-¡Alfonso!-gritó llena de alegría al ver que su marido estaba vivo.
Él soltó el arma y tras recorrer los escasos cuatro pasos que lo separaban de su mujer se dejó caer de rodillas junto a ella mientras la abrazaba desesperado.
-¿Estás bien? ¿Estás herida? –le preguntaba atropelladamente mientras desataba las ligaduras que la maniataban.
-Sí cariño, estoy bien-contestó ella mientras rodeaba el cuello de su marido con las manos y empezaba a sollorzar sobre su pecho.
-Lo siento, siento no haberme podido desatar antes. Me desperté al oír tu voz y me setí morir al ver lo que ese canalla pretendía hacerte. Nunca podría haberme perdonado si ese desalmado llega a hacerte algún daño. Lo siento, lo siento tanto.
-Ssssss-lo silenció Emilia mientras le sujetaba el rostro entre sus manos. Lo importante es que estás vivo. Ni te imaginas lo que hemos pasado sin saber donde estabas, sin saber si estabas vivo o muerto. Pensaba que jamás volvería a verte....
Permanecieron llorando abrazados durante unos minutos. Hasta que la cordura se fue apoderando poco a poco de Emilia, quien recordó la existencia de un segundo asaltante.
-Alfonso, tenemos que regresar corriendo al pueblo. El peligro no ha terminado-dijo mientras se soltaba del abrazo de su marido y se ponía en pie.
-¿Qué quieres decir?-preguntó él mientras tambien se levantaba del suelo.
-Severiano no actuaba solo. Tiene un cómplice-contestó mientras trataba de recomponer sus ropas.
-Sí lo sé. Hace unas horas los oí hablar de cumplir un encargo. Creo alguien les ordenó acabar con la vida de Tristán. ¡Tenemos que ir cuanto antes a la casona!
Alfonso se dispuso a coger el arma del suelo y luego se encaminó hacia el lugar donde Severiano había colocado la antorcha. Les sería de mucha utilidad para lograr iluminar el largo camino en aquella noche oscura. Aunque ya no debía faltar mucho para el amanecer.
-¡No! –gritó Emilia mientras lo sujetaba por el brazo.-Antes tenemos que ir a tu casa.
-¿Por qué a mi casa?-preguntó extrañado.
-Esos desalmados fueron allí. Cuando entraron, Severiano me agarró a mi y me arrastró fuera de la casa. Pero pude ver como el otro hombre golpeaba a Enriqueta y amenazaba a tu hermana con una pistola. No pude reconocerlo.
-¡Malnacidos!-gritó lleno de rabia.-Te juro por lo más sagrado que si ese monstruo le ha hecho algo a mi hermana acabaré con él como he acabado con ese desgraciado-dijo dirigiendo su mirada hacia el charco de sangre donde yacía inerte el cuerpo del “Guapo”.-Vamonos, no hay tiempo que perder.
#362
31/01/2012 17:10
ains, Lapuebla, otra vez me dejas con el estómago encogido...
Imposible que la escena de hoy de al traste con tu historia, los lionistas no te llegan ni a la suela de los zapatos.
Gracias por hacernos vivir momentos tan emocionantes y a la vez romáticos (aunque tu digas que no se te da bien escribirlos; nunca lograrás convencerme de ello).
Imposible que la escena de hoy de al traste con tu historia, los lionistas no te llegan ni a la suela de los zapatos.
Gracias por hacernos vivir momentos tan emocionantes y a la vez romáticos (aunque tu digas que no se te da bien escribirlos; nunca lograrás convencerme de ello).
#363
04/02/2012 16:21
MONSTRUOS (parte 10)
Tras la marcha de Mauricio, Paquito y Raimundo al pueblo, Tristán se había quedado solo con las mujeres y Efrén en la Casona. Quiso convencerlos para que se fueran a descansar un poco, pues llevaban ya muchas horas sin dormir y el cansancio y la angusita estaba dejando huella en sus rostros en forma de profundas ojeras. Al principio se negaron todos.
Pepa dijo que no estaba dispuesta a separarse de él ni un segundo y como conocía cuan grande podía llegar a ser su tozudez la conminó a recostarse junto a él en uno de los sillones del salón, para que descansara algo mientras aguardaban el regreso de los tres hombres. Tambien Efrén prefirió quedarse junto a ellos. La gruta no era un lugar seguro y faltando Mauricio para protegerlo no quería alejarse de su hermana Pepa, con quien se sentía tan arropado y querido como con el capataz. La verdad era que salvo los dos cuervos, que era como el muchacho llamaba a Calvario y doña Francisca, todos en la Casona lo trataban con cariño. Tanto Pepa como Efrén no tardaron en cerrar los ojos vencidos por el cansancio,mientras Tristán los contemplaba con cariño.
Rosario, por su parte, prefería combatir el desasosiego trajinando. Era como si intentase alejar las preocupaciones propias cuidando de los demás. Así que decidió subir al cuarto de doña Francisca para comprobar como estaba. La mujer no había salido de la habitación en todo el día y apenas había probado bocado. Tampoco había querido tomar la medicación que le daba la doctora Casas para mitigar los fuertes dolores que estaba padeciendo. Lo único que había bebido era una de las tisanas que le preparó Pepa con hierbas para que lograse conciliar el sueño.
Cuando Rosario abrió la puerta intentando hacer el menor ruído posible, pudo escuchar la respiración agitada de doña Francisca. Se acercó sigilosa para no molestarla y pudo ver que estaba durmiendo, aunque seguramente era víctima de alguna pesadilla. La cocinera no pudo dejar de sentir lástima por aquella mujer que tanto daño le había hecho a ella y a su familia. Pero en su vida siempre había procurado seguir los sabios consejos de su madre y uno de ellos era que intentara quedarse siempre con lo positivo de las personas. Y por increíble que pudiera parecer en aquel presente tan incierto, Francisca Montenegro había sido su mejor y más leal amiga cuando ambas eran apenas unas chiquillas. Tampoco podía olvidar lo mucho que la había apoyado en momentos muy duros de su vida, cuando creía haberse quedado sola en el mundo. Por todo ello, estaba allí, sentada al lado del lecho de sua ama, rezando para que dios le concediese una segunda oportunidad y pudiese enmendar los muchos errores cometidos. Y con esos pensamientos y el cansancio acumulado se quedó dormida.
Mientras, en uno de los cuartos de invitados, Mariana y Enriqueta se acomodoban en una cama mucho más grande de la que compartían en casa de los Castañeda. A ambas les vendrían bien unas horas de sueño para recomponerse de sus heridas, tanto aquellas que afeaban el bello rostro de una como,lo que era aun más terrible, el duro golpe que había puesto fin a la inocencia de la otra.
Enriqueta sujetaba la cataplasma que le había preparado Pepa para intentar bajar la inflamción y atenuar las punzadas de un dolor que seguramente sentía, pero del que no se quejaba. Era una muchacha acostumbrada a padecer atrocidades desde que la memoria le alcanzaba. Sin embargo, en aquel momento sus heridas no importaban. Lo que realmente le preocupaba era como borrar el pánico del rostro de Mariana. Seguramente las palabras no servirían de nada, así que optó por acariciarle el pelo con la mano que le dejaba libre la cataplasma. Mariana estaba tumbada boca arriba, con la vista perdida en el techo, mientras su amiga permanecía de lado.No hablaban, pero tampoco dormían. Al cabo de muchos minutos fue la benjamina del clan Castañeda la que por fin habló.
-¿Por qué los hombres pueden ser tan crueles?-preguntó en voz alta.-Nos tratan como si fueramos animales, peor de lo que tratan al ganado o a las bestias.
-No todos son así. Creeme, que por degracia he tenido que bregar con muchos en mi vida. Y es cierto, la mayoría parecen seres sin entrañas. Como Pardo, como…..-dudó antes de terminar la frase-como esos desalmados que nos atacaron.
Tras la marcha de Mauricio, Paquito y Raimundo al pueblo, Tristán se había quedado solo con las mujeres y Efrén en la Casona. Quiso convencerlos para que se fueran a descansar un poco, pues llevaban ya muchas horas sin dormir y el cansancio y la angusita estaba dejando huella en sus rostros en forma de profundas ojeras. Al principio se negaron todos.
Pepa dijo que no estaba dispuesta a separarse de él ni un segundo y como conocía cuan grande podía llegar a ser su tozudez la conminó a recostarse junto a él en uno de los sillones del salón, para que descansara algo mientras aguardaban el regreso de los tres hombres. Tambien Efrén prefirió quedarse junto a ellos. La gruta no era un lugar seguro y faltando Mauricio para protegerlo no quería alejarse de su hermana Pepa, con quien se sentía tan arropado y querido como con el capataz. La verdad era que salvo los dos cuervos, que era como el muchacho llamaba a Calvario y doña Francisca, todos en la Casona lo trataban con cariño. Tanto Pepa como Efrén no tardaron en cerrar los ojos vencidos por el cansancio,mientras Tristán los contemplaba con cariño.
Rosario, por su parte, prefería combatir el desasosiego trajinando. Era como si intentase alejar las preocupaciones propias cuidando de los demás. Así que decidió subir al cuarto de doña Francisca para comprobar como estaba. La mujer no había salido de la habitación en todo el día y apenas había probado bocado. Tampoco había querido tomar la medicación que le daba la doctora Casas para mitigar los fuertes dolores que estaba padeciendo. Lo único que había bebido era una de las tisanas que le preparó Pepa con hierbas para que lograse conciliar el sueño.
Cuando Rosario abrió la puerta intentando hacer el menor ruído posible, pudo escuchar la respiración agitada de doña Francisca. Se acercó sigilosa para no molestarla y pudo ver que estaba durmiendo, aunque seguramente era víctima de alguna pesadilla. La cocinera no pudo dejar de sentir lástima por aquella mujer que tanto daño le había hecho a ella y a su familia. Pero en su vida siempre había procurado seguir los sabios consejos de su madre y uno de ellos era que intentara quedarse siempre con lo positivo de las personas. Y por increíble que pudiera parecer en aquel presente tan incierto, Francisca Montenegro había sido su mejor y más leal amiga cuando ambas eran apenas unas chiquillas. Tampoco podía olvidar lo mucho que la había apoyado en momentos muy duros de su vida, cuando creía haberse quedado sola en el mundo. Por todo ello, estaba allí, sentada al lado del lecho de sua ama, rezando para que dios le concediese una segunda oportunidad y pudiese enmendar los muchos errores cometidos. Y con esos pensamientos y el cansancio acumulado se quedó dormida.
Mientras, en uno de los cuartos de invitados, Mariana y Enriqueta se acomodoban en una cama mucho más grande de la que compartían en casa de los Castañeda. A ambas les vendrían bien unas horas de sueño para recomponerse de sus heridas, tanto aquellas que afeaban el bello rostro de una como,lo que era aun más terrible, el duro golpe que había puesto fin a la inocencia de la otra.
Enriqueta sujetaba la cataplasma que le había preparado Pepa para intentar bajar la inflamción y atenuar las punzadas de un dolor que seguramente sentía, pero del que no se quejaba. Era una muchacha acostumbrada a padecer atrocidades desde que la memoria le alcanzaba. Sin embargo, en aquel momento sus heridas no importaban. Lo que realmente le preocupaba era como borrar el pánico del rostro de Mariana. Seguramente las palabras no servirían de nada, así que optó por acariciarle el pelo con la mano que le dejaba libre la cataplasma. Mariana estaba tumbada boca arriba, con la vista perdida en el techo, mientras su amiga permanecía de lado.No hablaban, pero tampoco dormían. Al cabo de muchos minutos fue la benjamina del clan Castañeda la que por fin habló.
-¿Por qué los hombres pueden ser tan crueles?-preguntó en voz alta.-Nos tratan como si fueramos animales, peor de lo que tratan al ganado o a las bestias.
-No todos son así. Creeme, que por degracia he tenido que bregar con muchos en mi vida. Y es cierto, la mayoría parecen seres sin entrañas. Como Pardo, como…..-dudó antes de terminar la frase-como esos desalmados que nos atacaron.
#364
04/02/2012 16:23
Estas últimas palabras hicieron que Mariana se estremeciera de nuevo recordando el infierno vivido unas horas antes. Sintió miedo y buscó la protección de su amiga por lo que se giró buscando su abrazo. Enriqueta la estrecho contra su pecho mientras intentaba buscar las palabras adecuadas para tranquilizarla.
-Pero tambien hay hombres buenos, dispuestos a partirse el lomo por alimentar y proteger a su familia. Y tú mejor que nadie deberías saberlo, que has crecido rodeada de unos hermanos maravillosos y, por lo que tengo entendido, tu padre es un buen hombre.
-El mejor-susurró la chiquilla al recordar a aquel hombre cariñoso y cabal que siempre la llamaba “mi princesa”.
-Pues ahí lo tienes. No debes dejar que la maldad de unos te impida disfrutar del cariño y la bondad de los otros. Aun eres muy joven, y tienes toda la vida por delante para ser feliz. No permitas que un mal recuerdo te la arruine.Estoy segura de que un día encontrarás a un hombre maravilloso del que te enamorarás perdidamente y te hará sentir la mujer más feliz sobre la faz de la tierra.
-Es que me da asco sólo de pensar que un hombre me pueda tocar-la muchacha hablaba en voz tan baja que casi costaba entender lo que decía.
-Lo comprendo, mucho más de lo que quisiera. ¡No sabes las veces que he tenido que reprimir las arcadas y las nauseas para encamarme con alguno! Pero era eso o morir de hambre.
-Siento mucho todo lo que has tenido que sufrir en esta vida. Y pensar que yo maldecía la mía porque estaba harta de servir en esta casa y aguantar los desplantes de la doña.
-No lo sientas, que eso ya forma parte del pasado. Ahora soy feliz con tu hermano. Por primera vez siento que tengo una familia, cariño, amor.
Mariana se incorporó apoyándose sobre su codo y por primera vez en muchas horas esbozó una sonrisa. Y dando muestras de su carácter cariñoso le dio un beso en la mejilla.
-Es que ahora eres de la familia. Por fin tengo una hermana que me ayude a lidiar con los cabezotas de mis hermanos. Por cierto, ¿sabes que tienes una pinta horrible?
-Me lo imagino, pero en un par de días no quedará ni rastro de las heridas, que ya me han dicho que Pepa tiene mano de santo,y no sólo para traer niños al mundo. Y ahora intenta dormir un poco, que mañana será otro día duro y tenemos que recomponernos para ayudar a tu madre y al resto de la familia. ¿De acuerdo?
-Sí, marimandona-respondió Mariana entre fingidos gruñidos.-Y por cierto, muchas gracias.
-¿Gracias, por qué?-preguntó Enriqueta.
-Por todo, por ser tan buena conmigo, por tu generosidad, por aconsejarme, ……….por haberme salvado la vida.
-Eso se lo tienes que agradecer a Paquito. Ese muchacho jamás permitirá que te pase nada malo, antes se deja matar.
-¿Qué quieres decir?-preguntó intrigada Mariana.
-Nada, nada. Y ahora duérmete y no me hagas hablar, que este labio me está ardiendo y cada vez que abro la boca veo las estrellas. Además, necesito cerrar los ojos, que me duele la cabeza.
Al final Mariana se acurrucó en silencio junto a su amiga, que permaneció despierta hasta que escuchó una respiración acompasada que indicaba que por fin la chiquilla había podido conciliar el sueño. Ahora Enriqueta tambien podría dormir tranquila, aunque sólo fueran un par de horas.
-Pero tambien hay hombres buenos, dispuestos a partirse el lomo por alimentar y proteger a su familia. Y tú mejor que nadie deberías saberlo, que has crecido rodeada de unos hermanos maravillosos y, por lo que tengo entendido, tu padre es un buen hombre.
-El mejor-susurró la chiquilla al recordar a aquel hombre cariñoso y cabal que siempre la llamaba “mi princesa”.
-Pues ahí lo tienes. No debes dejar que la maldad de unos te impida disfrutar del cariño y la bondad de los otros. Aun eres muy joven, y tienes toda la vida por delante para ser feliz. No permitas que un mal recuerdo te la arruine.Estoy segura de que un día encontrarás a un hombre maravilloso del que te enamorarás perdidamente y te hará sentir la mujer más feliz sobre la faz de la tierra.
-Es que me da asco sólo de pensar que un hombre me pueda tocar-la muchacha hablaba en voz tan baja que casi costaba entender lo que decía.
-Lo comprendo, mucho más de lo que quisiera. ¡No sabes las veces que he tenido que reprimir las arcadas y las nauseas para encamarme con alguno! Pero era eso o morir de hambre.
-Siento mucho todo lo que has tenido que sufrir en esta vida. Y pensar que yo maldecía la mía porque estaba harta de servir en esta casa y aguantar los desplantes de la doña.
-No lo sientas, que eso ya forma parte del pasado. Ahora soy feliz con tu hermano. Por primera vez siento que tengo una familia, cariño, amor.
Mariana se incorporó apoyándose sobre su codo y por primera vez en muchas horas esbozó una sonrisa. Y dando muestras de su carácter cariñoso le dio un beso en la mejilla.
-Es que ahora eres de la familia. Por fin tengo una hermana que me ayude a lidiar con los cabezotas de mis hermanos. Por cierto, ¿sabes que tienes una pinta horrible?
-Me lo imagino, pero en un par de días no quedará ni rastro de las heridas, que ya me han dicho que Pepa tiene mano de santo,y no sólo para traer niños al mundo. Y ahora intenta dormir un poco, que mañana será otro día duro y tenemos que recomponernos para ayudar a tu madre y al resto de la familia. ¿De acuerdo?
-Sí, marimandona-respondió Mariana entre fingidos gruñidos.-Y por cierto, muchas gracias.
-¿Gracias, por qué?-preguntó Enriqueta.
-Por todo, por ser tan buena conmigo, por tu generosidad, por aconsejarme, ……….por haberme salvado la vida.
-Eso se lo tienes que agradecer a Paquito. Ese muchacho jamás permitirá que te pase nada malo, antes se deja matar.
-¿Qué quieres decir?-preguntó intrigada Mariana.
-Nada, nada. Y ahora duérmete y no me hagas hablar, que este labio me está ardiendo y cada vez que abro la boca veo las estrellas. Además, necesito cerrar los ojos, que me duele la cabeza.
Al final Mariana se acurrucó en silencio junto a su amiga, que permaneció despierta hasta que escuchó una respiración acompasada que indicaba que por fin la chiquilla había podido conciliar el sueño. Ahora Enriqueta tambien podría dormir tranquila, aunque sólo fueran un par de horas.
#365
04/02/2012 16:48
“¿Pero donde estará ese botarate? Mira que se lo dije, que no teníamos tiempo para tonterías, que ya se vengaría de la dichosa moza despues. Lo primero es cumplir con el encargo para ganar nuestros buenos cuartos. Tiene gracia, yo cobrando una fortuna por acabar con los herederos de Salvador Castro. Desde luego que la vida da muchas vueltas, y algunas no bien retorcidas….En fin, voy a tener que cumplir con el mandado yo solito, que este hijo mío ha sido siempre un completo imbécil al que pierden los calentones de la entrepierna. Aunque bien mirado, lo cierto es que le viene de familia……Lástima que llegara el hijo del portugués, porque de lo contrario esa moza iba a saber lo que es un hombre”.
Si alguien pudiera ver su rostro en la oscuridad del la noche sentiría repulsión ante la mueca que cruzaba aquel rostro. Pero nadie podía verlo. Las patrullas de vigilancia estaban apostadas en la parte exterior del muro que protegía la propiedad y desconocían la existencia de aquel agujero que daba entrada a los pasadizos. Y con Mauricio, el único que conocía tan bien como él aquellos laberintos, fuera de la Casona sería mucho más fácil llegar a su objetivo, al menos a alguno de ellos.
Con la ayuda de un candil se adentró en aquellos corredores, en los que no estaba desde los lejanos años de su juventud, cuando era la mano ejecutora de muchas de las atrocidades maquinadas por la oscura mente de Salvador Castro. A su lado había aprendido la importancia del poder y del dinero, había aprendido a pisotear y humillar a la gente para conseguir sus objetivos sin sentir nunca remordimientos. Aunque quizás no necesitara mucho aprendizaje y aquella falta de escrúpulos de la que presumía no era más que un rasgo que le proporcionaban la sangre que corría por sus venas, la sangre de una estirpe de seres desalmados y temidos por su crueldad.
Al cabo de diez minutos llegó al final del pasadizo. Ya podía reconocer la puerta que se escondía tras una de las estanterías de la biblioteca.Seguro que el mecanismo para su apertura seguía siendo el mismo de antaño: retirar una de las piedras de la pared y esperar a que el engranaje metálico moviese la madera. Una vez dentro de la biblioteca reconoció aquella estancia en la que en tantas ocasiones había recibido las ordenes de don Salvador. Nada había cambiado, todo seguía en su lugar.
Ahora solo tenía que abrir sigilosamente la puerta que daba al salón y encaminarse a las habitaciones del piso superior,donde iría acabando uno por uno con los hijos de Castro. Con todos, aunque quien le había encargado el trabajo sólo quería que acabase con la vida de tres de los vástagos.
Ya no tenía consigo la escopeta que le habían arrebatado en casa de los Castañeda. Pero eso no era incoveniente para llevar a cabo su trabajo. Un cuchillo era mucho más silencioso, un buen corte en el cuello mientras dormían y faena concluída.
Al abrir la puerta de la biblioteca comprobó que había gente durmiendo en los sillones. No podía diferenciar sus rostros en la oscuridad. Dio un par de pasos hasta que sus ojos pudieron reconocer aquellas caras. El hombre acostado en el sofá era el heredero de los Castro, Tristán. Quizás ahora podría acabar lo que había empezado la noche anterior. Puede que hubiera sobrevivido a una puñalada en la pierna que debía haberlo desangrado, pero ningún galeno podría salvarle el cuellos si se lo rajaba.
Junto a él estaba aquella muchacha, Pepa. Sin duda era una digna heredera de su abuela, pues en toda la comarca se hablaba de los arrestos de la partera y alababan su valentía y su buen hacer como comadrona y curandera. Lástima no habersela encontrado por los caminos…..
Acurrucado en un sillón, encogido como un animal estaba aquel monstruo del que todos hablaban, el bastardo que Mauricio había escondido para protegerlo de la ira de su propio padre. Si Salvador Castro le hubiera encargado a él acabar con aquella criatura sietemesina otro gallo hubiera cantado. Pero el amo quería darle un escarmiento a Mauricio y no se le ocurrió una idea mejor que obligarlo a acabar con la vida del hijo de la mujer que amaba. Sin embargo aquel pobre peón fue incapaz de cometer aquella atrocidad.
Empezaría por la chica. Con ella fuera de juego le sería más fácil acabar con ambos hombres, ya que Tristán tenía una pierna inmovilizada y Efrén no era nínguna amenaza para nadie. Se acercó a ella y preparó el cuchillo. Pero justo cuando el filo del arma rozó la piel de Pepa un grito procedente de lo alto de la escalera lo obligó a retroceder.
Si alguien pudiera ver su rostro en la oscuridad del la noche sentiría repulsión ante la mueca que cruzaba aquel rostro. Pero nadie podía verlo. Las patrullas de vigilancia estaban apostadas en la parte exterior del muro que protegía la propiedad y desconocían la existencia de aquel agujero que daba entrada a los pasadizos. Y con Mauricio, el único que conocía tan bien como él aquellos laberintos, fuera de la Casona sería mucho más fácil llegar a su objetivo, al menos a alguno de ellos.
Con la ayuda de un candil se adentró en aquellos corredores, en los que no estaba desde los lejanos años de su juventud, cuando era la mano ejecutora de muchas de las atrocidades maquinadas por la oscura mente de Salvador Castro. A su lado había aprendido la importancia del poder y del dinero, había aprendido a pisotear y humillar a la gente para conseguir sus objetivos sin sentir nunca remordimientos. Aunque quizás no necesitara mucho aprendizaje y aquella falta de escrúpulos de la que presumía no era más que un rasgo que le proporcionaban la sangre que corría por sus venas, la sangre de una estirpe de seres desalmados y temidos por su crueldad.
Al cabo de diez minutos llegó al final del pasadizo. Ya podía reconocer la puerta que se escondía tras una de las estanterías de la biblioteca.Seguro que el mecanismo para su apertura seguía siendo el mismo de antaño: retirar una de las piedras de la pared y esperar a que el engranaje metálico moviese la madera. Una vez dentro de la biblioteca reconoció aquella estancia en la que en tantas ocasiones había recibido las ordenes de don Salvador. Nada había cambiado, todo seguía en su lugar.
Ahora solo tenía que abrir sigilosamente la puerta que daba al salón y encaminarse a las habitaciones del piso superior,donde iría acabando uno por uno con los hijos de Castro. Con todos, aunque quien le había encargado el trabajo sólo quería que acabase con la vida de tres de los vástagos.
Ya no tenía consigo la escopeta que le habían arrebatado en casa de los Castañeda. Pero eso no era incoveniente para llevar a cabo su trabajo. Un cuchillo era mucho más silencioso, un buen corte en el cuello mientras dormían y faena concluída.
Al abrir la puerta de la biblioteca comprobó que había gente durmiendo en los sillones. No podía diferenciar sus rostros en la oscuridad. Dio un par de pasos hasta que sus ojos pudieron reconocer aquellas caras. El hombre acostado en el sofá era el heredero de los Castro, Tristán. Quizás ahora podría acabar lo que había empezado la noche anterior. Puede que hubiera sobrevivido a una puñalada en la pierna que debía haberlo desangrado, pero ningún galeno podría salvarle el cuellos si se lo rajaba.
Junto a él estaba aquella muchacha, Pepa. Sin duda era una digna heredera de su abuela, pues en toda la comarca se hablaba de los arrestos de la partera y alababan su valentía y su buen hacer como comadrona y curandera. Lástima no habersela encontrado por los caminos…..
Acurrucado en un sillón, encogido como un animal estaba aquel monstruo del que todos hablaban, el bastardo que Mauricio había escondido para protegerlo de la ira de su propio padre. Si Salvador Castro le hubiera encargado a él acabar con aquella criatura sietemesina otro gallo hubiera cantado. Pero el amo quería darle un escarmiento a Mauricio y no se le ocurrió una idea mejor que obligarlo a acabar con la vida del hijo de la mujer que amaba. Sin embargo aquel pobre peón fue incapaz de cometer aquella atrocidad.
Empezaría por la chica. Con ella fuera de juego le sería más fácil acabar con ambos hombres, ya que Tristán tenía una pierna inmovilizada y Efrén no era nínguna amenaza para nadie. Se acercó a ella y preparó el cuchillo. Pero justo cuando el filo del arma rozó la piel de Pepa un grito procedente de lo alto de la escalera lo obligó a retroceder.
#366
04/02/2012 16:57
-¡No! ¡No te atrevas a tocarles ni un solo pelo o yo misma acabaré contigo!
Los gritos interrumpieron el sueño de los tres muchachos. Tristán intentó levantarse, pero un dolor agudo le atravesó la pierna y una mueca de impotencia se instaló en su rostro. Efrén buscó instintivamente la protección de su hermana que lo abrazó al tiempo que se interponía entre aquel hombre embozado que apestaba a alcohol y el sillón donde Tristán permanecía tumbado.
-Vaya, vaya doña Francisca, los años no han pasado en vano. Permítame decirle que la encuentro muy desmejorada.
-¿Tú?-preguntó atónita doña Francisca al reconocer aquella voz.
-Sí señora, soy yo. Pensaba que ya no me reconocería despues de tantos años. Ha pasado mucho tiempo. ¿Cuándo fue la última vez que nos vimos? Ah sí, ahora lo recuerdo, el día que me echó a patadas de la casona cuando supo que se había quedado viuda.
-¿Qué has venido a hacer miserable? ¿Qué quieres? ¿Venganza?-la voz de doña Francisca intentaba sonar autoritaria pero le costaba mantenerse en pie.
Tuvo que agarrarse a la barandilla pero ni aun así podía controlar el mareo. Afortunadamente Rosario tambien se había despertado y al percatarse de su ausencia había salido al pasillo a buscarla cuando oyó sus gritos. Fue la fiel cocinera quien la sujetó cuando sus piernas no fueron capaces de sostenerla.
-Pero si está aquí la buena de Rosario. No sabes como he echado de menos tu buena mano para la cocina. Lástima que tenga prisa, porque me gustaría que me pusieras al día de cómo te va la vida. Por cierto,he oído por ahí que tu chico el mayor anda desaparecido. Pero tú no te preocupes, que no tardareis mucho en dar con él, aunque me temo que no se encuentra muy bien.
-¿Qué sabes de Alfonso? ¿Fuiste tú quien lo atacó?-preguntó la mujer desesperada
-Lo siento, pero no tengo tiempo para pegar la hebra. Tengo un encargo que cumplir y he de darme prisa antes de que el perro guardián regrese.
-¿De qué encargo estás hablando? ¿Quién te paga, miserable?
-Como comprenderá me debo al secreto profesional. No le voy a desvelar el nombre de quien me paga una pequeña fortuna por acabar con los herederos de Salvador Castro. Y eso es lo que voy a hacer, empezando por este bastardo que debería haber muerto el mismo día en que nació.
Con brusquedad sujetó a Efrén por un brazo, que trataba desesperadamente de soltarse de las garras de aquel hombre. El chiquillo estaba aterrorizado y dirigía su mirada suplicante a sus hermanos. Tristán ardía de impotencia al no poder moverse, pero Pepa le plantó cara al agresor.
-¡Suéltalo malnacido! ¡Si le haces daño te juro que yo misma te arrancaré el corazón!-le gritó mientras lo encaraba con determinación.
Al ver como la partera lo encaraba y daba un par de pasos en su dirección soltó el brazo de Efrén, que se quedó paralizado por el miedo.
-Por lo que veo es bien merecida tu fama de mujer con arrestos. Creo que hasta don Salvador hubiera estado orgulloso de ti. ¡Lástima que nunca llegó a conocerte! Pero pronto te reunirás con él en el infierno.
-Estás muy engañado si piensas que podrás escapar de aquí-le contestó con todo el aplomo que fue capaz de reunir.
-¿Y quien me lo va a impedir?-preguntó en tono burlón.-¿Unas cuantas mujeres y un tullido?
Pronunció estas palabras mientras avanzaba hacia la muchacha empuñando en su mano derecha el arma con la que pretendía acabar con su vida. Tristán se revolvió con rabia en el sillón mientras las mujeres parecían haberse quedado paralizadas. Rosario cerró los ojos incapaz de enfrentarse a la imagen de la sangre corriendo por el suelo de la casona. Pero un ruído hizo que los volviera a abrir apenas dos segundos despues. Efrén había golpeado en la cabeza al asaltante. Al ver que aquel hombre iba a hacer daño a Pepa, no dudó en coger un jarrón de una de las mesillas. No tenía mucha fuerza, pero fue suficiente para sorprenderlo y que tirase el cuchillo al suelo. Desgraciadamente logró recomponerse antes de que Pepa lograra alcanzar el arma. Aquel malnacido sacó de uno de sus bolsillos una navaja con la que amenazó a Tristán ante los aterrorizados ojos de todos los presentes.
-¡Hay que ver cuanto amor fraterno!Todos intentando salvar a sus hermanos. ¿Pero no comprendeis que os tengo que matar a los tres? Y no importa el orden. Así que empezaré con el primogénito.
-Hazlo y te vuelo la tapa de los sesos.
Los gritos interrumpieron el sueño de los tres muchachos. Tristán intentó levantarse, pero un dolor agudo le atravesó la pierna y una mueca de impotencia se instaló en su rostro. Efrén buscó instintivamente la protección de su hermana que lo abrazó al tiempo que se interponía entre aquel hombre embozado que apestaba a alcohol y el sillón donde Tristán permanecía tumbado.
-Vaya, vaya doña Francisca, los años no han pasado en vano. Permítame decirle que la encuentro muy desmejorada.
-¿Tú?-preguntó atónita doña Francisca al reconocer aquella voz.
-Sí señora, soy yo. Pensaba que ya no me reconocería despues de tantos años. Ha pasado mucho tiempo. ¿Cuándo fue la última vez que nos vimos? Ah sí, ahora lo recuerdo, el día que me echó a patadas de la casona cuando supo que se había quedado viuda.
-¿Qué has venido a hacer miserable? ¿Qué quieres? ¿Venganza?-la voz de doña Francisca intentaba sonar autoritaria pero le costaba mantenerse en pie.
Tuvo que agarrarse a la barandilla pero ni aun así podía controlar el mareo. Afortunadamente Rosario tambien se había despertado y al percatarse de su ausencia había salido al pasillo a buscarla cuando oyó sus gritos. Fue la fiel cocinera quien la sujetó cuando sus piernas no fueron capaces de sostenerla.
-Pero si está aquí la buena de Rosario. No sabes como he echado de menos tu buena mano para la cocina. Lástima que tenga prisa, porque me gustaría que me pusieras al día de cómo te va la vida. Por cierto,he oído por ahí que tu chico el mayor anda desaparecido. Pero tú no te preocupes, que no tardareis mucho en dar con él, aunque me temo que no se encuentra muy bien.
-¿Qué sabes de Alfonso? ¿Fuiste tú quien lo atacó?-preguntó la mujer desesperada
-Lo siento, pero no tengo tiempo para pegar la hebra. Tengo un encargo que cumplir y he de darme prisa antes de que el perro guardián regrese.
-¿De qué encargo estás hablando? ¿Quién te paga, miserable?
-Como comprenderá me debo al secreto profesional. No le voy a desvelar el nombre de quien me paga una pequeña fortuna por acabar con los herederos de Salvador Castro. Y eso es lo que voy a hacer, empezando por este bastardo que debería haber muerto el mismo día en que nació.
Con brusquedad sujetó a Efrén por un brazo, que trataba desesperadamente de soltarse de las garras de aquel hombre. El chiquillo estaba aterrorizado y dirigía su mirada suplicante a sus hermanos. Tristán ardía de impotencia al no poder moverse, pero Pepa le plantó cara al agresor.
-¡Suéltalo malnacido! ¡Si le haces daño te juro que yo misma te arrancaré el corazón!-le gritó mientras lo encaraba con determinación.
Al ver como la partera lo encaraba y daba un par de pasos en su dirección soltó el brazo de Efrén, que se quedó paralizado por el miedo.
-Por lo que veo es bien merecida tu fama de mujer con arrestos. Creo que hasta don Salvador hubiera estado orgulloso de ti. ¡Lástima que nunca llegó a conocerte! Pero pronto te reunirás con él en el infierno.
-Estás muy engañado si piensas que podrás escapar de aquí-le contestó con todo el aplomo que fue capaz de reunir.
-¿Y quien me lo va a impedir?-preguntó en tono burlón.-¿Unas cuantas mujeres y un tullido?
Pronunció estas palabras mientras avanzaba hacia la muchacha empuñando en su mano derecha el arma con la que pretendía acabar con su vida. Tristán se revolvió con rabia en el sillón mientras las mujeres parecían haberse quedado paralizadas. Rosario cerró los ojos incapaz de enfrentarse a la imagen de la sangre corriendo por el suelo de la casona. Pero un ruído hizo que los volviera a abrir apenas dos segundos despues. Efrén había golpeado en la cabeza al asaltante. Al ver que aquel hombre iba a hacer daño a Pepa, no dudó en coger un jarrón de una de las mesillas. No tenía mucha fuerza, pero fue suficiente para sorprenderlo y que tirase el cuchillo al suelo. Desgraciadamente logró recomponerse antes de que Pepa lograra alcanzar el arma. Aquel malnacido sacó de uno de sus bolsillos una navaja con la que amenazó a Tristán ante los aterrorizados ojos de todos los presentes.
-¡Hay que ver cuanto amor fraterno!Todos intentando salvar a sus hermanos. ¿Pero no comprendeis que os tengo que matar a los tres? Y no importa el orden. Así que empezaré con el primogénito.
-Hazlo y te vuelo la tapa de los sesos.
#367
04/02/2012 17:10
Pepa me encanta!! Me encanta!! Adoro este fic de verdad!!! Parece que las meigas estan volviendo eh??? jejeje
Eso si, me tienes con el corazon en un puño mujer!!
Eso si, me tienes con el corazon en un puño mujer!!
#368
05/02/2012 13:43
PEPA,me matas lentamente....mira que eres retorcida
#369
05/02/2012 13:55
quien, quien le va a volar la tapa de los sesos???!!!!
Por Dios Lapuebla, ¿como nos dejas así? mira que nos tienes enganchadas... Es una maravilla de fic
Por Dios Lapuebla, ¿como nos dejas así? mira que nos tienes enganchadas... Es una maravilla de fic
#370
06/02/2012 13:44
MONSTRUOS (parte 11)
Aquella voz provenía de la puerta que comunicaba el salón con las escaleras que daban a la cocina. Con la escasa luz que iluminaba la estancia todos pudieron distinguir la fígura de Alfonso. Él y Emilia habían llegado unos minutos antes a la casona. Al encontrar la casa de los Castañeda vacía decidieron ir a la mansión para dar la voz de alarma de que alguien estaba planeando terminar con la vida de los hermanos Castro. Entraron por la cocina con la esperanza de encontrar allí a Rosario y a Mariana. Pero la estancia estaba vacía, y cuando estaban a punto de irse escucharon un ruído en el piso de arriba. Alfonso convenció a su mujer para que permaneciera en la cocina mientras él subía a comprobar que pasaba. Llevaba consigo la escopeta de Severiano y cuando vio que su compinche quería degollar a matar a Tristán no dudó en encañonarlo. Incluso,por un segundo, recordando el infierno por el que acababan de pasar tanto él como Emilia,estuvo tentado de dispararle sin mediar palabra, dispuesto a acabar con la vida de aquella alimaña,pero temía errar el tiro y herir a algún inocente.
La milagrosa aparición sorprendió a todos los presentes, que dirigieron la vista hacia donde él estaba. Pero el encapuchado logró reaccionar más rápidamente que los demás, y tras propinarle un empujón tan fuerte a Efrén como para tirarlo al suelo, corrió hacia la biblioteca dispuesto a escabullirse por los pasadizos. Alfonso descerrajó un tiro pero erró su objetivo y la bala quedón incrustada en la pared, a escasos centímetros de donde Efrén había caído. Quiso salir corriendo detrás de él, pero el brazo de su mujer, que al oír el disparo había subido desde la cocina, lo detuvo.
-¡Por favor no vayas!-le suplicó.
-¡Tengo que darle alcance!….¡Hay que detenerlo!-le gritó mientras trataba de zafarse de su mano.
-¡Te lo ruego! ¿No ves que puede ser muy peligroso? Tú no conoces los pasadizos y puede tenderte una trampa. Y si te ocurriera algo yo no podía seguir viviendo.
Al ver la desesperación en la mirada de su mujer desistió de su idea de seguir al asaltante. En aquel momento sintió algo que ni siquiera había sentido el día de su boda, ni durante las noches en las que se entregaban el uno al otro; supo que Emilia lo amaba tanto como él a ella. Y en medio de aquellas tensión se sintió inmensamente feliz y abrazó a su mujer.
Pepa ayudaba a incorporarse a Efrén justo en el momento en que unos golpes en la puerta de la casona anunciaban la llegada de nuevos visitantes.
-¡Abran! ¡Soy Mauricio!
Como Alfonso era la persona más cercana a la entrada fue el encargado de abrir el portalón, aunque Emilia no estaba dispuesta a soltar su mano en ningún momento. Con el capataz venían tambien Raimundo y Paquito, con signos de haber estado corriendo, pues su respiración era fatigosa.
-¿Qué ha ocurrido? Hemos oído un disparo mientras veníamos para aquí. ¿Están todos bien?-preguntó Mauricio dirigiendo su primera mirada a Efrén, que permanecía abrazado a Pepa.
Fue Tristán el que trató de explicar la situación una vez que cesaron las muestras de cariño y emoción. Raimundo abrazaba con fuerza a su hija,mientras Alfonso hacía lo propio con su madre y su hermana. Tanto Mariana como Enriqueta se habían despertado aterradas al oír el disparo. La chiquilla de los Castañeda no se atrevía a salir del cuarto, temerosa de que aquellos dos desalmados que las habían atacado en su casa estuvieran ahora en la mansión. Se había agarrado temblando al brazo de Enriqueta que trataba de calmarla susurrándole palabras tranquilizantes. Unos segundos antes la muchacha había echado el pestillo, en un intento de bloquear la entrada a la habitación de invitados. Sin embargo, cuando oyeron la voz de Paquito en el pasillo preguntándoles si estaban bien, sintieron un alivio inmenso, que se convirtió en alegría desbordante cuando al bajar las escaleras pudieron comprobar que tanto Alfonso como Emilia se encontraban a salvo.
Aquella voz provenía de la puerta que comunicaba el salón con las escaleras que daban a la cocina. Con la escasa luz que iluminaba la estancia todos pudieron distinguir la fígura de Alfonso. Él y Emilia habían llegado unos minutos antes a la casona. Al encontrar la casa de los Castañeda vacía decidieron ir a la mansión para dar la voz de alarma de que alguien estaba planeando terminar con la vida de los hermanos Castro. Entraron por la cocina con la esperanza de encontrar allí a Rosario y a Mariana. Pero la estancia estaba vacía, y cuando estaban a punto de irse escucharon un ruído en el piso de arriba. Alfonso convenció a su mujer para que permaneciera en la cocina mientras él subía a comprobar que pasaba. Llevaba consigo la escopeta de Severiano y cuando vio que su compinche quería degollar a matar a Tristán no dudó en encañonarlo. Incluso,por un segundo, recordando el infierno por el que acababan de pasar tanto él como Emilia,estuvo tentado de dispararle sin mediar palabra, dispuesto a acabar con la vida de aquella alimaña,pero temía errar el tiro y herir a algún inocente.
La milagrosa aparición sorprendió a todos los presentes, que dirigieron la vista hacia donde él estaba. Pero el encapuchado logró reaccionar más rápidamente que los demás, y tras propinarle un empujón tan fuerte a Efrén como para tirarlo al suelo, corrió hacia la biblioteca dispuesto a escabullirse por los pasadizos. Alfonso descerrajó un tiro pero erró su objetivo y la bala quedón incrustada en la pared, a escasos centímetros de donde Efrén había caído. Quiso salir corriendo detrás de él, pero el brazo de su mujer, que al oír el disparo había subido desde la cocina, lo detuvo.
-¡Por favor no vayas!-le suplicó.
-¡Tengo que darle alcance!….¡Hay que detenerlo!-le gritó mientras trataba de zafarse de su mano.
-¡Te lo ruego! ¿No ves que puede ser muy peligroso? Tú no conoces los pasadizos y puede tenderte una trampa. Y si te ocurriera algo yo no podía seguir viviendo.
Al ver la desesperación en la mirada de su mujer desistió de su idea de seguir al asaltante. En aquel momento sintió algo que ni siquiera había sentido el día de su boda, ni durante las noches en las que se entregaban el uno al otro; supo que Emilia lo amaba tanto como él a ella. Y en medio de aquellas tensión se sintió inmensamente feliz y abrazó a su mujer.
Pepa ayudaba a incorporarse a Efrén justo en el momento en que unos golpes en la puerta de la casona anunciaban la llegada de nuevos visitantes.
-¡Abran! ¡Soy Mauricio!
Como Alfonso era la persona más cercana a la entrada fue el encargado de abrir el portalón, aunque Emilia no estaba dispuesta a soltar su mano en ningún momento. Con el capataz venían tambien Raimundo y Paquito, con signos de haber estado corriendo, pues su respiración era fatigosa.
-¿Qué ha ocurrido? Hemos oído un disparo mientras veníamos para aquí. ¿Están todos bien?-preguntó Mauricio dirigiendo su primera mirada a Efrén, que permanecía abrazado a Pepa.
Fue Tristán el que trató de explicar la situación una vez que cesaron las muestras de cariño y emoción. Raimundo abrazaba con fuerza a su hija,mientras Alfonso hacía lo propio con su madre y su hermana. Tanto Mariana como Enriqueta se habían despertado aterradas al oír el disparo. La chiquilla de los Castañeda no se atrevía a salir del cuarto, temerosa de que aquellos dos desalmados que las habían atacado en su casa estuvieran ahora en la mansión. Se había agarrado temblando al brazo de Enriqueta que trataba de calmarla susurrándole palabras tranquilizantes. Unos segundos antes la muchacha había echado el pestillo, en un intento de bloquear la entrada a la habitación de invitados. Sin embargo, cuando oyeron la voz de Paquito en el pasillo preguntándoles si estaban bien, sintieron un alivio inmenso, que se convirtió en alegría desbordante cuando al bajar las escaleras pudieron comprobar que tanto Alfonso como Emilia se encontraban a salvo.
#371
06/02/2012 13:49
-Nos quedamos todos dormidos mientras esperabamos vuestro regreso-empezó a relatar Tristán.-Ese hombre embozado debió de entrar por los pasadizos y estaba dispuesto a matarnos.
-Sí, si no llega a ser por doña Francisca estaríamos todos muertos-continuó Pepa señalando hacia el sofá donde la mujer permanecia sentada aun con el rostro desencajado,una vez que le ayudaron a descender los escalones-. Gracias a Dios se había despertado y cuando intentaba bajar al salón se percató de lo que ese desalmado nos quería hacer y sus gritos nos despertaron.
-El mérito no es mío-dijo con sorprendente modestia doña Francisca.-Menos mal que el Castañeda llegó a tiempo.¡Lástima que no tuvieras mejor puntería y le volaras la cabeza a ese monstruo!
-Yo tambien lo siento, señora, se lo aseguro.
-No te preocupes Alfonso, con tan poca luz era muy díficil atinar. Por cierto, ¿dónde has estado?-preguntó Tristán- Estabamos muy preocupados por vosotros
-Es una historia muy larga-contestó mientras su mujer le apretaba con fuerza la mano entre las suyas.-Cuando me desperté la otra noche quise bajar a la cocina en busca de mi madre. Pero Severiano estaba en el salón y me golpeó dejándome inconsciente.
-¿Severiano?-preguntaron casi todos los presentes al unísono.
-Sí, ese sinvergüenza y un hombre al que llamó padre eran los asaltantes. Cuando me desperté de nuevo estaba en el chozo que hay cerca del salto del lobo. Me tenían maniatado y no era capaz de soltarme. Pero pude oír como hablaban de entrar de nuevo en la casona para acabar lo que habían empezado.
Alfonso y Emilia continuaron relatando su dura experiencia, incluyendo todo los detalles del secuestro, lo que hizo que Mariana se apretujase contra su madre mientras Enriqueta le acariciaba el pelo. Raimundo cerró los puños intentando contener la ira y la sed de venganza que estaba sintiendo. Pero todos parecieron respirar un poco más tranquilos cuando explicaron que Severiano estaba muerto. Sin embargo, Mauricio, que en aquel momento abrazaba a Efrén, meneaba la cabeza con gesto de preocupación, algo que no pasó desapercibido para doña Francisca, a la que le era imposible ocultar nada despues de tantos años a su servicio.
-Algo te preocupa, capataz. ¡Haz el favor de decirno lo que es!-le inquirió doña Francisca
-Señora, hemos apostado hombres en la entrada de la gruta. Me preocupa que ese hombre haya podido colarse en la casona sin que nadie lo haya visto.
-Pues por algún lado ha debido entrar, porque te aseguro que no era ningún fantasma capaz de atravesar las paredes-intervino Pepa.- Además parecía conocer muy bien la Casona y a sus gentes.
-A no ser que ……-el capataz estaba empezando a expresar en voz alta sus temores pero la voz autoritaria de doña Francisa lo interrumpió.
-A no ser que esos hombres que has apostado en la entrada de los pasadizos sean unos inútiles y se hayan quedado dormidos permitiendo que se les colase el intruso. Que por cierto, creo que era un hombre que trabajó de jornalero hace muchos años. No recuerdo su nombre, pero pude reconocer su voz.
Doña Francisca dirigió su mirada hacia Rosario, que permanecía en silencio de pie junto a su hija, Enriqueta y Paquito. Tambien ella había reconocido la voz del intruso, aunque habían pasado casi diez años desde la última vez que lo había visto y sabía que no se trataba de un simple jornalero. Pero con una sola mirada tanto la cocinera como el capataz comprendieron que debían seguir callados.Tenían que ser fieles al juramento hecho muccho tiempo atrás.
-Lo que nos debe preocupar ahora es saber quién está detrás de todo esto. Alguien quiere acabar con los hijos de Salvador Castro y está dispuesto a pagar a unos asesinos por ello. ¡Menos mal que Soledad no estaba aquí!.
-Es cierto, no la he visto desde ayer a la tarde. ¿Dónde está mi hermana?-preguntó Tristán.
-Sí, si no llega a ser por doña Francisca estaríamos todos muertos-continuó Pepa señalando hacia el sofá donde la mujer permanecia sentada aun con el rostro desencajado,una vez que le ayudaron a descender los escalones-. Gracias a Dios se había despertado y cuando intentaba bajar al salón se percató de lo que ese desalmado nos quería hacer y sus gritos nos despertaron.
-El mérito no es mío-dijo con sorprendente modestia doña Francisca.-Menos mal que el Castañeda llegó a tiempo.¡Lástima que no tuvieras mejor puntería y le volaras la cabeza a ese monstruo!
-Yo tambien lo siento, señora, se lo aseguro.
-No te preocupes Alfonso, con tan poca luz era muy díficil atinar. Por cierto, ¿dónde has estado?-preguntó Tristán- Estabamos muy preocupados por vosotros
-Es una historia muy larga-contestó mientras su mujer le apretaba con fuerza la mano entre las suyas.-Cuando me desperté la otra noche quise bajar a la cocina en busca de mi madre. Pero Severiano estaba en el salón y me golpeó dejándome inconsciente.
-¿Severiano?-preguntaron casi todos los presentes al unísono.
-Sí, ese sinvergüenza y un hombre al que llamó padre eran los asaltantes. Cuando me desperté de nuevo estaba en el chozo que hay cerca del salto del lobo. Me tenían maniatado y no era capaz de soltarme. Pero pude oír como hablaban de entrar de nuevo en la casona para acabar lo que habían empezado.
Alfonso y Emilia continuaron relatando su dura experiencia, incluyendo todo los detalles del secuestro, lo que hizo que Mariana se apretujase contra su madre mientras Enriqueta le acariciaba el pelo. Raimundo cerró los puños intentando contener la ira y la sed de venganza que estaba sintiendo. Pero todos parecieron respirar un poco más tranquilos cuando explicaron que Severiano estaba muerto. Sin embargo, Mauricio, que en aquel momento abrazaba a Efrén, meneaba la cabeza con gesto de preocupación, algo que no pasó desapercibido para doña Francisca, a la que le era imposible ocultar nada despues de tantos años a su servicio.
-Algo te preocupa, capataz. ¡Haz el favor de decirno lo que es!-le inquirió doña Francisca
-Señora, hemos apostado hombres en la entrada de la gruta. Me preocupa que ese hombre haya podido colarse en la casona sin que nadie lo haya visto.
-Pues por algún lado ha debido entrar, porque te aseguro que no era ningún fantasma capaz de atravesar las paredes-intervino Pepa.- Además parecía conocer muy bien la Casona y a sus gentes.
-A no ser que ……-el capataz estaba empezando a expresar en voz alta sus temores pero la voz autoritaria de doña Francisa lo interrumpió.
-A no ser que esos hombres que has apostado en la entrada de los pasadizos sean unos inútiles y se hayan quedado dormidos permitiendo que se les colase el intruso. Que por cierto, creo que era un hombre que trabajó de jornalero hace muchos años. No recuerdo su nombre, pero pude reconocer su voz.
Doña Francisca dirigió su mirada hacia Rosario, que permanecía en silencio de pie junto a su hija, Enriqueta y Paquito. Tambien ella había reconocido la voz del intruso, aunque habían pasado casi diez años desde la última vez que lo había visto y sabía que no se trataba de un simple jornalero. Pero con una sola mirada tanto la cocinera como el capataz comprendieron que debían seguir callados.Tenían que ser fieles al juramento hecho muccho tiempo atrás.
-Lo que nos debe preocupar ahora es saber quién está detrás de todo esto. Alguien quiere acabar con los hijos de Salvador Castro y está dispuesto a pagar a unos asesinos por ello. ¡Menos mal que Soledad no estaba aquí!.
-Es cierto, no la he visto desde ayer a la tarde. ¿Dónde está mi hermana?-preguntó Tristán.
#372
06/02/2012 14:50
Ese Alfonso al rescate me pirra¡¡¡
#373
07/02/2012 17:04
MONSTRUOS (parte 12)
Pepa les explicó a todos los presentes que Soledad estaba en el Jaral. Había estado conversando con la joven y había visto el estado de nervios en el que se encontraba, incapaz de asimilar con cordura los últimos acontecimientos. Le resultaba muy díficil seguir bajo el mismo techo que su madre, a la que no era capaz de perdonar tantos años de mentiras y sufrimientos. Por todo ello, decidió hablar con Agueda y pedirle que invitara a su hermana a pasar unos días en la residencia de los Mesía. Le vendría bien alejarse de la casona y, sobre todo, se sentiría reconfortada con la compañía de Olmo. Ahora más que nunca se alegraba de haber tomado aquella decisión. Por lo menos Soledad no había tenido que pasar por el momento tan duro que habían soportado los demás. Ella, como hija de Salvador Castro, era tambien objetivo de aquellos desalmados. Fue por ello por lo que aprovechando la llegada del amanecer, Pepa decidió ir hasta la casa de su madre para comprobar que Soledad se encontraba bien. Eso si, convinieron no decirle nada de lo que acababa de suceder en la casona. Sería mucho mejor no alterar más su frágil equilibrio emocional con más malas noticias, que encima pudieran atemorizarla. Ya había sufrido demasiado con los ataques padecidos por Tristán y Efrén, como para saberse ella tambien una posible vícitma. Le contaría lo sucedido a su madre, para que ordenara al personal al servicio de los Mesía que mantuviesen vigilada la mansión durante las veinticuatro horas del día, poniendo especial cuidado en la seguridad de Soledad.
Mientras Pepa fue hasta el Jaral acompañada por Raimundo y escoltados por Mauricio, Paquito acompañaba a Emilia, Mariana y Enriqueta hasta la casa de comidas. Todos estaba de acuerdo en que la casa de los Castañeda no era un lugar seguro para las mujeres, por lo que los Ulloa les habían ofrecido cobijo en la posada. Por su parte, Rosario permanecería en la casona, al cuidado de doña Francisca, cuyo estado de salud empeoraba de hora en hora. Los dolores de cabeza eran canda vez más fuertes y estaba perdiendo movilidad en las manos. Rosario quería encargarse de su cuidado en todo momento y además en la casona estará tambien más segura, sobre todo teniendo en cuenta que tanto ella como doña Francisca conocían la identidad del segundo agresor.
Alfonso, acompañado por don Pedro e Hipólito Mirañar pasó toda la mañana declarando en el cuartel de La Puebla. Los guardias civiles llevaban meses tras el rastro de Severiano, a quien ansiaban echar el guante, pues eran docenas las denuncias que tenía por culpa de sus desmanes. Toda la comarca y arrededores conocía su fama de embaucador, pendenciero y lo que era peor,su mano demasiado larga con las mujeres. Por la tarde acompañó a varios guardias y al juez hasta el chozo donde había permanecido retenido y donde había acabado con la vida de Severiano . Con ellos tambien fueron don Anselmo y un par de arrieros que se encargaron de llevar el cadaver hasta Villalpanda, donde sería finalmente enterrado.
El comandante Hermida, responsable máximo del cuartel de la Puebla, dirigió las restantes pesquisas interrogando a todos los testigos de aquellos enrevesados acontecimientos. En verdad la historia resultaba rocambolesca, con dos hombres embozados, que resultaban ser padre e hijo, a los que alguien había encargado atacar a los miembros de una de las familias más insignes de la comarca, los Castro Montenegro. Además, uno de ellos, que finalmente había resultado muerto, tenía asuntos pendientes con los dueños de las posada de Puenteviejo y pretendía vengarse de la mujer que lo había rechazado para casarse con otro. Pero algo le hacía pensar que había algo más en toda aquella historia. Su instinto le decía que algunos de los testigos no estaban diciendo toda la verdad. Mucho se temía el comandante que aquella investigación le exigiría mucho tiempo y muchas cavilaciones. Pero las prisas nunca fueron buenas consejeras y decidió tomarse su tiempo para ir armando las piezas del puzle.
Mientras, los habitantes de Puenteviejo tratarían de dormir un poco sabiendo que la benemérita se había hecho cargo de la vigilancia de calles y caminos.
En la casona, Rosario insistía en quedarse vigilando el sueño de doña Francisca. Pero ésta era consciente de que su fiel cocinera necesitaba descansar. No en vano llevaba dos noches sin dormir y ahora que sabía que sus hijos estaban sanos y salvos por fin podría conciliar el sueño. La doña llevaba todo el día tumbada en la cama, pues los intensos dolores no le permitían apenas moverse. Sin embargo, mantenía intacto su habitual autoritarismo.
-Rosario,no me hagas repetirte las cosas dos veces. Haz el favor de retirarte a descansar a uno de los cuarto del servicio. No quiero que te enfermes, que esta casa sin ti es un completo desastre. Nínguna de esas inútiles criadas puede organizar el trabajo tan bien como tú.
-Le agradezco el cumplido señora, pero yo preferiría quedarme a su bera. Usted no está bien y podría necesitar cuaquier cosa durante la noche.
-Pamplinas y más pamplinas. Si necesito ayuda ya os lo haré saber. Y ahora haz el favor de retirarte a descansar de una maldita vez-su voz se parecía cada vez más a un gruñido, pero un atisbo de sonrisa delataba que una parte del enfado era fingida.
-Con permiso, señora.
Cuando Rosario se encaminaba a la puerta de la habitación, doña Francisca la llamó de nuevo. Aun le quedaba una última orde por dar.
-Antes de que te vayas-la miró fijamente-recuerda que no debemos decir nada sobre la identidad de ese malnacido. ¿De acuerdo?
-Pero podría ayudar en…..
-No ayuda en nada. Lo importante es saber quien le ha pagado para que tratara de matar a mi hijo. Él sólo es un peón, un sinvergüenza dispuesto a venderse al mejor postor. Además, te recuerdo que si se descubre que sigue vivo, mucha gente podría tener problemas, empezando por ti misma. Así que si nos preguntan, repetiremos los que hemos dicho hoy, que ese desgraciado era un jornalero que trabajó en la casona hace muchos años y del cual ni siquiera recordamos el nombre. ¿Estamos?-volvió a preguntarle con la mirada fija.
-Como usted diga, señora-respondió cabizbaja Rosario, que tenía la sensación de que nada bueno podría traer seguir manteniendo aquel secreto. Por lo visto, doña Francisca estaba dispuesta a tropezar otra vez con la misma piedra, la piedra de las mentiras y los engaños.
Pepa les explicó a todos los presentes que Soledad estaba en el Jaral. Había estado conversando con la joven y había visto el estado de nervios en el que se encontraba, incapaz de asimilar con cordura los últimos acontecimientos. Le resultaba muy díficil seguir bajo el mismo techo que su madre, a la que no era capaz de perdonar tantos años de mentiras y sufrimientos. Por todo ello, decidió hablar con Agueda y pedirle que invitara a su hermana a pasar unos días en la residencia de los Mesía. Le vendría bien alejarse de la casona y, sobre todo, se sentiría reconfortada con la compañía de Olmo. Ahora más que nunca se alegraba de haber tomado aquella decisión. Por lo menos Soledad no había tenido que pasar por el momento tan duro que habían soportado los demás. Ella, como hija de Salvador Castro, era tambien objetivo de aquellos desalmados. Fue por ello por lo que aprovechando la llegada del amanecer, Pepa decidió ir hasta la casa de su madre para comprobar que Soledad se encontraba bien. Eso si, convinieron no decirle nada de lo que acababa de suceder en la casona. Sería mucho mejor no alterar más su frágil equilibrio emocional con más malas noticias, que encima pudieran atemorizarla. Ya había sufrido demasiado con los ataques padecidos por Tristán y Efrén, como para saberse ella tambien una posible vícitma. Le contaría lo sucedido a su madre, para que ordenara al personal al servicio de los Mesía que mantuviesen vigilada la mansión durante las veinticuatro horas del día, poniendo especial cuidado en la seguridad de Soledad.
Mientras Pepa fue hasta el Jaral acompañada por Raimundo y escoltados por Mauricio, Paquito acompañaba a Emilia, Mariana y Enriqueta hasta la casa de comidas. Todos estaba de acuerdo en que la casa de los Castañeda no era un lugar seguro para las mujeres, por lo que los Ulloa les habían ofrecido cobijo en la posada. Por su parte, Rosario permanecería en la casona, al cuidado de doña Francisca, cuyo estado de salud empeoraba de hora en hora. Los dolores de cabeza eran canda vez más fuertes y estaba perdiendo movilidad en las manos. Rosario quería encargarse de su cuidado en todo momento y además en la casona estará tambien más segura, sobre todo teniendo en cuenta que tanto ella como doña Francisca conocían la identidad del segundo agresor.
Alfonso, acompañado por don Pedro e Hipólito Mirañar pasó toda la mañana declarando en el cuartel de La Puebla. Los guardias civiles llevaban meses tras el rastro de Severiano, a quien ansiaban echar el guante, pues eran docenas las denuncias que tenía por culpa de sus desmanes. Toda la comarca y arrededores conocía su fama de embaucador, pendenciero y lo que era peor,su mano demasiado larga con las mujeres. Por la tarde acompañó a varios guardias y al juez hasta el chozo donde había permanecido retenido y donde había acabado con la vida de Severiano . Con ellos tambien fueron don Anselmo y un par de arrieros que se encargaron de llevar el cadaver hasta Villalpanda, donde sería finalmente enterrado.
El comandante Hermida, responsable máximo del cuartel de la Puebla, dirigió las restantes pesquisas interrogando a todos los testigos de aquellos enrevesados acontecimientos. En verdad la historia resultaba rocambolesca, con dos hombres embozados, que resultaban ser padre e hijo, a los que alguien había encargado atacar a los miembros de una de las familias más insignes de la comarca, los Castro Montenegro. Además, uno de ellos, que finalmente había resultado muerto, tenía asuntos pendientes con los dueños de las posada de Puenteviejo y pretendía vengarse de la mujer que lo había rechazado para casarse con otro. Pero algo le hacía pensar que había algo más en toda aquella historia. Su instinto le decía que algunos de los testigos no estaban diciendo toda la verdad. Mucho se temía el comandante que aquella investigación le exigiría mucho tiempo y muchas cavilaciones. Pero las prisas nunca fueron buenas consejeras y decidió tomarse su tiempo para ir armando las piezas del puzle.
Mientras, los habitantes de Puenteviejo tratarían de dormir un poco sabiendo que la benemérita se había hecho cargo de la vigilancia de calles y caminos.
En la casona, Rosario insistía en quedarse vigilando el sueño de doña Francisca. Pero ésta era consciente de que su fiel cocinera necesitaba descansar. No en vano llevaba dos noches sin dormir y ahora que sabía que sus hijos estaban sanos y salvos por fin podría conciliar el sueño. La doña llevaba todo el día tumbada en la cama, pues los intensos dolores no le permitían apenas moverse. Sin embargo, mantenía intacto su habitual autoritarismo.
-Rosario,no me hagas repetirte las cosas dos veces. Haz el favor de retirarte a descansar a uno de los cuarto del servicio. No quiero que te enfermes, que esta casa sin ti es un completo desastre. Nínguna de esas inútiles criadas puede organizar el trabajo tan bien como tú.
-Le agradezco el cumplido señora, pero yo preferiría quedarme a su bera. Usted no está bien y podría necesitar cuaquier cosa durante la noche.
-Pamplinas y más pamplinas. Si necesito ayuda ya os lo haré saber. Y ahora haz el favor de retirarte a descansar de una maldita vez-su voz se parecía cada vez más a un gruñido, pero un atisbo de sonrisa delataba que una parte del enfado era fingida.
-Con permiso, señora.
Cuando Rosario se encaminaba a la puerta de la habitación, doña Francisca la llamó de nuevo. Aun le quedaba una última orde por dar.
-Antes de que te vayas-la miró fijamente-recuerda que no debemos decir nada sobre la identidad de ese malnacido. ¿De acuerdo?
-Pero podría ayudar en…..
-No ayuda en nada. Lo importante es saber quien le ha pagado para que tratara de matar a mi hijo. Él sólo es un peón, un sinvergüenza dispuesto a venderse al mejor postor. Además, te recuerdo que si se descubre que sigue vivo, mucha gente podría tener problemas, empezando por ti misma. Así que si nos preguntan, repetiremos los que hemos dicho hoy, que ese desgraciado era un jornalero que trabajó en la casona hace muchos años y del cual ni siquiera recordamos el nombre. ¿Estamos?-volvió a preguntarle con la mirada fija.
-Como usted diga, señora-respondió cabizbaja Rosario, que tenía la sensación de que nada bueno podría traer seguir manteniendo aquel secreto. Por lo visto, doña Francisca estaba dispuesta a tropezar otra vez con la misma piedra, la piedra de las mentiras y los engaños.
#374
07/02/2012 17:08
La buena mujer se dispuso a hacer una última visita a don Tristán, por si el señor necesitaba alguna cosa más. Sin embargo, al oír la voz de Pepa dentro de la habitación, comprendió que era mejor no molestar. Aquellos dos muchachos habían sufrido lo indecible y era mucho el tiempo que tenían que recuperar. Se merecían una noche a solas, gozando de la mutua compañía y asimilando el hecho de que ya no había impedimento alguno a su relación.Así que Rosario optó por retirarse a descansar a uno de los cuartos de servicio que permanecía desocupado.
Le resultaba un tanto extraño dormir en un catre distinto de aquella modesta cama compartida durante más de treinta años con su marido,y que él mismo había construído con sus propias manos. Como raro le resultaba no escuchar al otro lado de la pared a Mariana de confidencias con Enriqueta o los ronquidos de alguno de sus hijos. Echaba mucho de menos a su benjamín, pero sabía que el servicio militar acabaría algún día y tendría de vuelta al bueno de Ramiro en casa. Pero por lo menos tenía bajo su techo a Juan, por muchos quebraderos de cabeza que les diera, y a Paquito, ese ahijado que se comportaba como un verdadero hijo. Al final había resultado un buen muchacho, cabal y generoso, muy distinto de su padre. Paco el portugués era un buen hombre, pero con una peligrosa tendencia a meterse en líos con la justicia. Aunque sabía que sus delitos se limitaban al contrabando y pequeños hurtos y jamás le había hecho daño a nadie.
Tambien echaba de menos a Alfonso, pero le consolaba saber que su primogénito, pese a todos los problemas que estaba padeciendo, era feliz con Emilia. “Muchacho terco como una mula, que al final siempre acaba consiguiendo lo que que quiere”-se sonrió para sus adentros la matriarca de los Castañeda antes de quedarse dormida.
A esa misma hora, en la casa de comidas, Raimundo y Alfonso recogían las últimas mesas. Tras un par de días con el negocio cerrado, habían decidido abrir a última hora de la tarde con la ayuda de la muchachas. Y la noche había resultado muy ajetreada, pues los parroquianos estaban ansiosos de tomarse un chato de vino, una copita de orujo e incluso echarse al buche un buen plato de lentejas preparado por Emilia. Por lo visto, dos días con la taberna cerrada les había resecado el gaznate y abierto el apetito.
Cuando las campanadas de la iglesia anunciaron que sólo faltaba una hora para la medianoche, Raimundo y Alfonso conminaron a las mujeres para que se fuesen a descansar. Se las veía agotadas, sobre todo a Emilia, quien había mostrado un semblante triste durante toda la jornada. Todos lo atribuyeron al cansancio, salvo su marido, que sospechaba que algo más se escondía tras aquellas ojeras. Cierto era que había pasado por un auténtico calvario, como tambien lo habían sufrido Enriqueta y Mariana. Sin embargo, ellas se mostraron contentas e incluso hacían chanzas con las que espantar los malos recuerdos. Enriqueta era una mujer acostumbrada a sufrir y sabía que para seguir adelante había que olvidar cuanto antes los malos momentos y disfrutar del presente, sobre todo cuando este no era del todo malo. Y la muchacha contagiaba esa alegría y esas ganas de vivir a todo el que estuviera cerca y quisiera escucharla. Pero Emilia estaba perdida en sus propios pensamientos y apenas podía concentrarse en limpiar vasos o atender al puchero. Así que para ella fue un alivio retirarse a su cuarto, donde poder dar rienda suelta a su dolor.
Eran ya las doce de la noche cuando Alfonso abrió con sigilo la puerta del cuarto. Por nada del mundo quería interrumpir el descanso de Emilia, pues sabía que necesitaba un buen sueño reparador. Dejó el pequeño candelabro encima de la mesilla y se quitó la ropa. Cuando acabó de desvestirse apagó las velas y se acurrucó al lado de la espalda de su mujer. Suponía que estaba dormida y con sumo cuidado se dispuso a darle un beso en la mejilla y decirle que la quería. Pero cuando sus labios rozaron el rostro de Emilia se dio cuenta de que no sólo no estaba durmiendo, sino que estaba llorando en silencio.
-Cariño ¿qué tienes? ¿Por qué estás llorando?-le preguntó mientras con el brazo la obligaba a girarse hasta quedarse de frente uno al otro.
-No es nada, tonterías mías-respondió ella tratando de no preocuparlo pues bastantes quebraderos de cabeza había tenido él en los últimos tiempos.
Pero aun en la oscuridad su marido podía podía ver que los ojos de Emilia estaban hinchados por el llanto. Y si algo no podía soportar él,era que su familia sufriese, sobre todo cuando se trataba del dolor de su mujer.
-No me mientas, que tú no lloras por cualquier cosa-le dijo mientras le cogía el rostro entre las manos.-Algo te pasa y necesito que me digas lo que es, sino no podré ayudarte. ¿Es por Severiano?-le preguntó intentando disimular la punzada de angustia que estaba sintiendo en el estómago.
-Lo siento…es que yo….-trató de hablar pero los sollozos empezaban a sacudirla.
Alfonso la atrajo hacia así y la abrazó con fuerza, sin decirle nada, mientras su mujer dejaba salir la angustia en forma de llanto. Simplemente permaneció en silencio, acariciándole el pelo, esperando a que Emilia se calmara y se pudiera explicar, lo que acabó sucediendo al cabo de varios minutos.
Le resultaba un tanto extraño dormir en un catre distinto de aquella modesta cama compartida durante más de treinta años con su marido,y que él mismo había construído con sus propias manos. Como raro le resultaba no escuchar al otro lado de la pared a Mariana de confidencias con Enriqueta o los ronquidos de alguno de sus hijos. Echaba mucho de menos a su benjamín, pero sabía que el servicio militar acabaría algún día y tendría de vuelta al bueno de Ramiro en casa. Pero por lo menos tenía bajo su techo a Juan, por muchos quebraderos de cabeza que les diera, y a Paquito, ese ahijado que se comportaba como un verdadero hijo. Al final había resultado un buen muchacho, cabal y generoso, muy distinto de su padre. Paco el portugués era un buen hombre, pero con una peligrosa tendencia a meterse en líos con la justicia. Aunque sabía que sus delitos se limitaban al contrabando y pequeños hurtos y jamás le había hecho daño a nadie.
Tambien echaba de menos a Alfonso, pero le consolaba saber que su primogénito, pese a todos los problemas que estaba padeciendo, era feliz con Emilia. “Muchacho terco como una mula, que al final siempre acaba consiguiendo lo que que quiere”-se sonrió para sus adentros la matriarca de los Castañeda antes de quedarse dormida.
A esa misma hora, en la casa de comidas, Raimundo y Alfonso recogían las últimas mesas. Tras un par de días con el negocio cerrado, habían decidido abrir a última hora de la tarde con la ayuda de la muchachas. Y la noche había resultado muy ajetreada, pues los parroquianos estaban ansiosos de tomarse un chato de vino, una copita de orujo e incluso echarse al buche un buen plato de lentejas preparado por Emilia. Por lo visto, dos días con la taberna cerrada les había resecado el gaznate y abierto el apetito.
Cuando las campanadas de la iglesia anunciaron que sólo faltaba una hora para la medianoche, Raimundo y Alfonso conminaron a las mujeres para que se fuesen a descansar. Se las veía agotadas, sobre todo a Emilia, quien había mostrado un semblante triste durante toda la jornada. Todos lo atribuyeron al cansancio, salvo su marido, que sospechaba que algo más se escondía tras aquellas ojeras. Cierto era que había pasado por un auténtico calvario, como tambien lo habían sufrido Enriqueta y Mariana. Sin embargo, ellas se mostraron contentas e incluso hacían chanzas con las que espantar los malos recuerdos. Enriqueta era una mujer acostumbrada a sufrir y sabía que para seguir adelante había que olvidar cuanto antes los malos momentos y disfrutar del presente, sobre todo cuando este no era del todo malo. Y la muchacha contagiaba esa alegría y esas ganas de vivir a todo el que estuviera cerca y quisiera escucharla. Pero Emilia estaba perdida en sus propios pensamientos y apenas podía concentrarse en limpiar vasos o atender al puchero. Así que para ella fue un alivio retirarse a su cuarto, donde poder dar rienda suelta a su dolor.
Eran ya las doce de la noche cuando Alfonso abrió con sigilo la puerta del cuarto. Por nada del mundo quería interrumpir el descanso de Emilia, pues sabía que necesitaba un buen sueño reparador. Dejó el pequeño candelabro encima de la mesilla y se quitó la ropa. Cuando acabó de desvestirse apagó las velas y se acurrucó al lado de la espalda de su mujer. Suponía que estaba dormida y con sumo cuidado se dispuso a darle un beso en la mejilla y decirle que la quería. Pero cuando sus labios rozaron el rostro de Emilia se dio cuenta de que no sólo no estaba durmiendo, sino que estaba llorando en silencio.
-Cariño ¿qué tienes? ¿Por qué estás llorando?-le preguntó mientras con el brazo la obligaba a girarse hasta quedarse de frente uno al otro.
-No es nada, tonterías mías-respondió ella tratando de no preocuparlo pues bastantes quebraderos de cabeza había tenido él en los últimos tiempos.
Pero aun en la oscuridad su marido podía podía ver que los ojos de Emilia estaban hinchados por el llanto. Y si algo no podía soportar él,era que su familia sufriese, sobre todo cuando se trataba del dolor de su mujer.
-No me mientas, que tú no lloras por cualquier cosa-le dijo mientras le cogía el rostro entre las manos.-Algo te pasa y necesito que me digas lo que es, sino no podré ayudarte. ¿Es por Severiano?-le preguntó intentando disimular la punzada de angustia que estaba sintiendo en el estómago.
-Lo siento…es que yo….-trató de hablar pero los sollozos empezaban a sacudirla.
Alfonso la atrajo hacia así y la abrazó con fuerza, sin decirle nada, mientras su mujer dejaba salir la angustia en forma de llanto. Simplemente permaneció en silencio, acariciándole el pelo, esperando a que Emilia se calmara y se pudiera explicar, lo que acabó sucediendo al cabo de varios minutos.
#375
07/02/2012 17:12
-No te merezco-empezó a decirle mientras se separaba de su abrazo y buscaba sus ojos con la mirada.
-Ahora sí que estás diciendo tonterías-le sonrió él.
-No, no soy digna de ti. He cometido muchos errores y por mi culpa casi te matan-dijo mientras intentaba borrar las lágrimas con las manos.
-Pero, ¿qué barbaridades dices, mujer? Tú no tienes la culpa de lo que ese hijo de malamadre quiso hacernos.
-Sí que la tengo, porque si yo no me hubiera dejado encandilar por él nunca habríamos pasado por todo este infierno. ¡Como pude estar ciega para no ver que clase de alimaña era! Y pensar que tú trataste de advertirme una y otra vez y yo no quería escucharte. Tenías razón, los caprichos siempre pasan factura.
Alfonso no sabía como decirle que todo aquello no importaba, que todos los padecimientos, los celos, la rabia que había sentido durante el noviazgo de Emilia con “el guapo” habían quedado enterrados el mismo día que ella le dijo sí a su proposición de matrimonio. Ahora era su mujer y tenían todo un fúturo por delante, así que de nada servía lamentarse por los errores del pasado. Además, él se sentía tambien en parte culpable, por no haberse sincerado antes y permitir que se ennoviara con aquel sinvergúenza. Y como no encontró las palabras adecuadas para expresar sus pensamietos, optó por hacer lo que sus sentimientos le dictaban y la besó con las ganas reprimidas durante las últimas semanas, con las ganas acumuladas durante muchos años.
Cuando sintieron que les faltaba el aliento y separaron sus bocas, fue de nuevo Emilia la que intentó hablar.
-¿Por qué eres tan bueno conmigo?-le preguntó mientras le acariciaba la mejilla.
-Parece mentira que aun no le sepas, y mira que te lo he repetido veces. Pero en fin, te lo diré cuantas veces haga falta, porque te quiero.
-Y yo a ti, pero me duele tanto no haberme dado cuenta antes.
-¡Pero mira que eres cabezota a veces! ¿Nunca has oído el dicho de que agua pasada no mueve molinos? Pues aplícate el cuento-le dijo mientras volvía a besarla.- Y ahora deberías descansar, que aun no estás recuperada del todo y con la angustia de esto días seguro que estás agotada.
Emilia se incorporó apoyándose en su codo y le sonrió de forma traviesa. Alfonso se sintió reconfortado al ver en el rostro de su mujer aquella hermosa sonrisa que iluminaba cualquier habitación, pero que sobre todo le calentaba a él el alma.
-¿Sabes qué me han dicho Pepa y la doctora Casas?
-¿Has hablado con ellas? ¿Por qué? ¿No te encuetras bien?-empezó a preguntar temiendo que hubiera quedado alguna secuela del aborto.
-No tonto, estoy perfectamente. Pero estaré mucho mejor cuando vuelva a sentir una criatura creciendo dentro de mí. Así que yo creo que es hora de que nos vayamos poniendo con la faena de traer más Castañedas a este mundo.
Alfonso no respondió, la miró durante un instante y a continuación se limitó a hacer lo que hacía siempre: tratar de complacer a su mujer. Aunque estaban cansados despues de la tensión vivida en los últimos días, poco durmieron aquella noche. Disfrutaron el uno del otro como nunca antes lo habían hecho, pues ya no quedaba ni el más mínimo atisbo de duda sobre lo que ambos sentían. Fueron más felices que nunca, ajenos a la amenaza que se cernía sobre ellos y sobre muchos de su seres queridos.
A la misma hora que en la posada de los Ulloa, Alfonso y Emilia se levantaban dispuestos a afrontar una larga jornada de faena en la casa de comidas, en el cementerio de Villalpanda un hombre juraba sobre la tumba se su hijo que vengaría su muerte.
-Ahora sí que estás diciendo tonterías-le sonrió él.
-No, no soy digna de ti. He cometido muchos errores y por mi culpa casi te matan-dijo mientras intentaba borrar las lágrimas con las manos.
-Pero, ¿qué barbaridades dices, mujer? Tú no tienes la culpa de lo que ese hijo de malamadre quiso hacernos.
-Sí que la tengo, porque si yo no me hubiera dejado encandilar por él nunca habríamos pasado por todo este infierno. ¡Como pude estar ciega para no ver que clase de alimaña era! Y pensar que tú trataste de advertirme una y otra vez y yo no quería escucharte. Tenías razón, los caprichos siempre pasan factura.
Alfonso no sabía como decirle que todo aquello no importaba, que todos los padecimientos, los celos, la rabia que había sentido durante el noviazgo de Emilia con “el guapo” habían quedado enterrados el mismo día que ella le dijo sí a su proposición de matrimonio. Ahora era su mujer y tenían todo un fúturo por delante, así que de nada servía lamentarse por los errores del pasado. Además, él se sentía tambien en parte culpable, por no haberse sincerado antes y permitir que se ennoviara con aquel sinvergúenza. Y como no encontró las palabras adecuadas para expresar sus pensamietos, optó por hacer lo que sus sentimientos le dictaban y la besó con las ganas reprimidas durante las últimas semanas, con las ganas acumuladas durante muchos años.
Cuando sintieron que les faltaba el aliento y separaron sus bocas, fue de nuevo Emilia la que intentó hablar.
-¿Por qué eres tan bueno conmigo?-le preguntó mientras le acariciaba la mejilla.
-Parece mentira que aun no le sepas, y mira que te lo he repetido veces. Pero en fin, te lo diré cuantas veces haga falta, porque te quiero.
-Y yo a ti, pero me duele tanto no haberme dado cuenta antes.
-¡Pero mira que eres cabezota a veces! ¿Nunca has oído el dicho de que agua pasada no mueve molinos? Pues aplícate el cuento-le dijo mientras volvía a besarla.- Y ahora deberías descansar, que aun no estás recuperada del todo y con la angustia de esto días seguro que estás agotada.
Emilia se incorporó apoyándose en su codo y le sonrió de forma traviesa. Alfonso se sintió reconfortado al ver en el rostro de su mujer aquella hermosa sonrisa que iluminaba cualquier habitación, pero que sobre todo le calentaba a él el alma.
-¿Sabes qué me han dicho Pepa y la doctora Casas?
-¿Has hablado con ellas? ¿Por qué? ¿No te encuetras bien?-empezó a preguntar temiendo que hubiera quedado alguna secuela del aborto.
-No tonto, estoy perfectamente. Pero estaré mucho mejor cuando vuelva a sentir una criatura creciendo dentro de mí. Así que yo creo que es hora de que nos vayamos poniendo con la faena de traer más Castañedas a este mundo.
Alfonso no respondió, la miró durante un instante y a continuación se limitó a hacer lo que hacía siempre: tratar de complacer a su mujer. Aunque estaban cansados despues de la tensión vivida en los últimos días, poco durmieron aquella noche. Disfrutaron el uno del otro como nunca antes lo habían hecho, pues ya no quedaba ni el más mínimo atisbo de duda sobre lo que ambos sentían. Fueron más felices que nunca, ajenos a la amenaza que se cernía sobre ellos y sobre muchos de su seres queridos.
A la misma hora que en la posada de los Ulloa, Alfonso y Emilia se levantaban dispuestos a afrontar una larga jornada de faena en la casa de comidas, en el cementerio de Villalpanda un hombre juraba sobre la tumba se su hijo que vengaría su muerte.
#376
08/02/2012 22:53
¡¡Que grande eres Pepa!!
Mira que se te da bien dejarnos en ascuas con tanto suspense.
Eres nuestra Aghata Cristhie particular :)
Mira que se te da bien dejarnos en ascuas con tanto suspense.
Eres nuestra Aghata Cristhie particular :)
#377
14/02/2012 18:40
MONSTRUOS II (parte 1)
El comandante Hermida se cruzó con Enriqueta cuando esta volvía de cumplir con varios mandados de Rosario. La joven era de gran ayuda para todos los miembros de la familia Castañeda. Tan pronto se encargaba de lavar las ropas en las gélidas aguas del río como preparaba un estupendo almuerzo, casi a la altura de la buena mano para los fogones de su anfitriona. Tampoco era raro verla haciendo la compra en el colmado o en los puestos de la plaza o echando una mano en la casa de comidas, cuando Alfonso y Emilia estaban desbordados por la faena. Al final, Enriqueta se había convertido en un miembro más de la familia, aunque todos sabían y lamentaban que Juan no correspondiese como debiera al amor incondicional que ella le profesaba.
El sol del mediodía ayudaba a templar el ambiente, pero aquellas últimas mañanas del invierno seguían siendo gélidas por mor del viento norte que llevaba días azotando desde la sierra. Quizás fuese el frío, o quizás el temor de la gente ante lo ocurrido en las últimas semanas, pero lo cierto es que la plaza del pueblo estaba menos concurrida que de costumbre. Así que al comandante no le fue díficil distinguir aquella silueta familiar entre los pocos transeuntes.
-¡Buenos días señorita! ¡ Eso debe pesar un quital!-le dijo señalando el enorme cesto que cargaba y que le hacía caminar de un modo un tanto extraño.-Anda, permíteme que te ayude.
-Se lo agradezco, pero no es necesario que se moleste-le respondió la muchacha con una sonrisa sincera.
Pero aquel hombre le arrebató el cesto de la mano antes de que pudiera terminar la frase. Lo que para ella era una pesada carga, para aquel hombre alto y enjuto parecía no representar ningún esfuerzo. A pesar de que sus muchas canas y algunas arrugas indicaban que ya había traspasado la frontera de los cuarenta, la verdad es que seguía siendo un varón atractivo, a lo que ayudaban sus modales educados y una voz profunda que raramente consideraba necesario levantar.
-No es nínguna molestia. Al contrario, así podremos charlar por el camino, que ya echaba de menos nuestras conversaciones.
Enriqueta y el comandante Hermida eran viejos conocidos y se profesaban cierta simpatía. Él, como todo buen guardia civil interesado en saber los que se cocinaba en su jurisdición, conocía todos los tugurios de la comarca, pues eran el lugar de encuentro tanto de poderosos como de malechores. Aunque bien sabía el comandante que a veces en una misma persona se daban ambas circunstancias: poderoso y malechor, como Pardo y algún otro hombre de negocios lamentablemente intocables. Y Enriqueta era una de las mujeres más bellas que se había encontrado en los lupanares de Villalpanda y La Puebla.
Su buena relación se remontaba muchos años atrás, cuando un borracho quiso propasarse con la muchacha, que apenas era una adolescente, y él, que por entonces era un prometedor capitán,no dudó en defenderla. Ya bastante dura debía ser la existencia de aquellas mujeres maltratada por la vida, como para que encima tuvieran que aguantar las palizas o las vejaciones de ningún gañán. Desde aquel día Enriqueta se sintió en deuda con don Manuel, que así era como lo solía llamar cuando él iba de visita al lupanar a tomarse unos vasos de vino. Jamás solicitó los servicios de nínguna de las chicas, salvo la compañía de Enriqueta para que le diera un poco de palique y le contara los chismorreos más jugosos de la comarca, excepción hecha claro está, de los que pudieran comprometer los negocios de Pardo, dueño y señor del lupanar más famoso de Villalpanda y por consiguiente de la vida de las que en él trabajaban. Pero Enriqueta no sólo le contaba chismorreos. Tambien lo escuchaba con atención, encantada de oír historias sobre sus tiempos en el ejército destinado en lugares exóticos o incluso anécdotas de su niñez.
-Dime, ¿cómo te va la vida?-le preguntó mientras abandonaban el pueblo por la vereda que bajaba al río y conducía a casa de los Castañeda.
-Bien, no puedo quejarme.
-Ya lo veo-sonrió con picardía.-Si me permites decírtelo, te veo más hermosa y elegante que nunca.
-No se chacee don Manuel, que nos conocemos. ¿No me dirá ahora que esta vieja blusa y esta falda remendada son ropajes elegantes?
-Pues a mí me lo parecen. Estás mucho más guapa que cuando trabajabas en el lupanar.
-Por lo menos yo me siento mucho mejor-respondió la muchacha en un tono apenas audible.
Siguieron caminando en silencio durante un buen trecho. Cada uno parecía absorto en sus propios pensamientos. Hasta que el comandante decidió afrontar la situación de un modo claro, sin paños calientes o medias tintas.
-Enriqueta, voy a serte sincero. Necesito que me hagas un favor.
-Usted dirá-le respondió mirándolo fijamente a los ojos.
-Quiero que mantengas los ojos y los oídos bien abiertos y me cuentes todo lo que sepas de los habitantes de la casona, de los Ulloa y de los Castañeda. Todo este asunto de los ataques a los Castro y la muerte del sinvergüenza de Severiano el guapo me trae a mal dormir. Creo que me están ocultando cosas.
-¡Por favor,no me pida que espíe a los Castañeda!-le suplicó bajando la vista.
-¿Tanto te importa ese tal Juan?-le preguntó.-Por lo que me han contado está casado con Soledad Castro.
-No es sólo por Juan. Doña Rosario me ha tratado con cariño y respeto, sin importarle lo que yo fuera. Y Mariana es lo más parecido que he tenido a una hermana. Don Manuel-Enriqueta lo miró de nuevo a los ojos- usted mejor que nadie sabe lo duro que es crecer sin una familia que te proteja y te de su afecto. Y los Castañeda son ahora mi familia.
-Comprendo.
El comandante Hermida se cruzó con Enriqueta cuando esta volvía de cumplir con varios mandados de Rosario. La joven era de gran ayuda para todos los miembros de la familia Castañeda. Tan pronto se encargaba de lavar las ropas en las gélidas aguas del río como preparaba un estupendo almuerzo, casi a la altura de la buena mano para los fogones de su anfitriona. Tampoco era raro verla haciendo la compra en el colmado o en los puestos de la plaza o echando una mano en la casa de comidas, cuando Alfonso y Emilia estaban desbordados por la faena. Al final, Enriqueta se había convertido en un miembro más de la familia, aunque todos sabían y lamentaban que Juan no correspondiese como debiera al amor incondicional que ella le profesaba.
El sol del mediodía ayudaba a templar el ambiente, pero aquellas últimas mañanas del invierno seguían siendo gélidas por mor del viento norte que llevaba días azotando desde la sierra. Quizás fuese el frío, o quizás el temor de la gente ante lo ocurrido en las últimas semanas, pero lo cierto es que la plaza del pueblo estaba menos concurrida que de costumbre. Así que al comandante no le fue díficil distinguir aquella silueta familiar entre los pocos transeuntes.
-¡Buenos días señorita! ¡ Eso debe pesar un quital!-le dijo señalando el enorme cesto que cargaba y que le hacía caminar de un modo un tanto extraño.-Anda, permíteme que te ayude.
-Se lo agradezco, pero no es necesario que se moleste-le respondió la muchacha con una sonrisa sincera.
Pero aquel hombre le arrebató el cesto de la mano antes de que pudiera terminar la frase. Lo que para ella era una pesada carga, para aquel hombre alto y enjuto parecía no representar ningún esfuerzo. A pesar de que sus muchas canas y algunas arrugas indicaban que ya había traspasado la frontera de los cuarenta, la verdad es que seguía siendo un varón atractivo, a lo que ayudaban sus modales educados y una voz profunda que raramente consideraba necesario levantar.
-No es nínguna molestia. Al contrario, así podremos charlar por el camino, que ya echaba de menos nuestras conversaciones.
Enriqueta y el comandante Hermida eran viejos conocidos y se profesaban cierta simpatía. Él, como todo buen guardia civil interesado en saber los que se cocinaba en su jurisdición, conocía todos los tugurios de la comarca, pues eran el lugar de encuentro tanto de poderosos como de malechores. Aunque bien sabía el comandante que a veces en una misma persona se daban ambas circunstancias: poderoso y malechor, como Pardo y algún otro hombre de negocios lamentablemente intocables. Y Enriqueta era una de las mujeres más bellas que se había encontrado en los lupanares de Villalpanda y La Puebla.
Su buena relación se remontaba muchos años atrás, cuando un borracho quiso propasarse con la muchacha, que apenas era una adolescente, y él, que por entonces era un prometedor capitán,no dudó en defenderla. Ya bastante dura debía ser la existencia de aquellas mujeres maltratada por la vida, como para que encima tuvieran que aguantar las palizas o las vejaciones de ningún gañán. Desde aquel día Enriqueta se sintió en deuda con don Manuel, que así era como lo solía llamar cuando él iba de visita al lupanar a tomarse unos vasos de vino. Jamás solicitó los servicios de nínguna de las chicas, salvo la compañía de Enriqueta para que le diera un poco de palique y le contara los chismorreos más jugosos de la comarca, excepción hecha claro está, de los que pudieran comprometer los negocios de Pardo, dueño y señor del lupanar más famoso de Villalpanda y por consiguiente de la vida de las que en él trabajaban. Pero Enriqueta no sólo le contaba chismorreos. Tambien lo escuchaba con atención, encantada de oír historias sobre sus tiempos en el ejército destinado en lugares exóticos o incluso anécdotas de su niñez.
-Dime, ¿cómo te va la vida?-le preguntó mientras abandonaban el pueblo por la vereda que bajaba al río y conducía a casa de los Castañeda.
-Bien, no puedo quejarme.
-Ya lo veo-sonrió con picardía.-Si me permites decírtelo, te veo más hermosa y elegante que nunca.
-No se chacee don Manuel, que nos conocemos. ¿No me dirá ahora que esta vieja blusa y esta falda remendada son ropajes elegantes?
-Pues a mí me lo parecen. Estás mucho más guapa que cuando trabajabas en el lupanar.
-Por lo menos yo me siento mucho mejor-respondió la muchacha en un tono apenas audible.
Siguieron caminando en silencio durante un buen trecho. Cada uno parecía absorto en sus propios pensamientos. Hasta que el comandante decidió afrontar la situación de un modo claro, sin paños calientes o medias tintas.
-Enriqueta, voy a serte sincero. Necesito que me hagas un favor.
-Usted dirá-le respondió mirándolo fijamente a los ojos.
-Quiero que mantengas los ojos y los oídos bien abiertos y me cuentes todo lo que sepas de los habitantes de la casona, de los Ulloa y de los Castañeda. Todo este asunto de los ataques a los Castro y la muerte del sinvergüenza de Severiano el guapo me trae a mal dormir. Creo que me están ocultando cosas.
-¡Por favor,no me pida que espíe a los Castañeda!-le suplicó bajando la vista.
-¿Tanto te importa ese tal Juan?-le preguntó.-Por lo que me han contado está casado con Soledad Castro.
-No es sólo por Juan. Doña Rosario me ha tratado con cariño y respeto, sin importarle lo que yo fuera. Y Mariana es lo más parecido que he tenido a una hermana. Don Manuel-Enriqueta lo miró de nuevo a los ojos- usted mejor que nadie sabe lo duro que es crecer sin una familia que te proteja y te de su afecto. Y los Castañeda son ahora mi familia.
-Comprendo.
#378
14/02/2012 18:46
La voz del comandante se apagó durante unos segundos, mientras a su mente volvían los dolorosos recuerdos de su infancia en el colegio de los jesuítas de Plasencia. Sus padres murieron cuando él tenía apenas cuatro años y sus tíos lo enviaron a aquel colegio famoso por su buena educación, pero tambien por su dura disciplina. El único fúturo al que podía aspirar era a convertirse en cura o alistarse en el ejército. Y como no estaba nada seguro de que dios mereciese tanto sacrificio, decidió que lo mejor era presentarse voluntario a filas. Al parecer, dios no se tomó a mal la elección y tras varios años de servicio en las colonias, lo devolvió a España sano y salvo y con más de una condecoración. Así que no le resultó díficil conseguir que lo admitieran en la Guardia Civil, donde aspiraba a llevar una vida sin muchos sobresaltos. Aunque en el fondo era un hombre de acción y le gustaba más perseguir criminales que acomodarse en la silla de su despacho en el cuartel.
Tras unos breves instantes decidió alejar aquellos fantasmas del pasado y volver a la enrevesada realidad del presente. Sin embargo, decidió que debería ir con tacto si quería que Enriqueta le fuera de alguna ayuda.
-Sé que los Castañeda son buena gente, al margen de los negocios que se pueda traer con Pardo ese medio novio que te has echado. He hecho mis averiguaciones y todo el mundo en el pueblo habla bien de Rosario, de su hija y del mayor de los varones, ese tal Alfonso casado con la posadera. ¿Qué me puedes decir de él y de su mujer? Al parecer el “guapo” tenía cuentas pendiente con ellos.
-Yo sólo sé lo que me ha contado Mariana. Al parecer, Severiano vino al pueblo en busca de trabajo y los Castañeda le ofrecieron cobijo en su casa porque los chicos eran amigos desde que salían de jarana en sus tiempos mozos. Y él aprovechó para engañar a la muchacha, a pesar de que tanto Alfonso como Ramiro….
-¿Quién es Ramiro?-la interrumpió.
-Es el hermano pequeño. Hace unos meses que lo llamaron a filas y está cumpliendo el servicio militar en las Canarias-le aclaró Enriqueta.- Pues lo que le decía, que Alfonso y Ramiro le advirtieron de que no se propasase con ella ya que la consideraban como a un hermana. Pero le faltó tiempo para embaucarla y la pobre muchacha cayó en sus redes. Le quitaba el dinero con falsas promesas y la engañaba con cualquier viuda, soltera o casada que se le pusiera tiro. Por no hablar de que seguía visitanto el lupanar con frecuencia.
-¿Y qué pasó para que acabara casada con el Castañeda?
-Pues que al final lograron que abriera los ojos y se diera cuenta qué clase de sinvergüenza era su novio y lo mandó con viento fresco. Y por lo que se ve no le gustó nada que una mujer lo rechazara y más para casarse con otro. A los pocos meses de darle la patada en el trasero, Emilia se casó con Alfonso.
-¿Por despecho tal vez?
-No lo creo. Jamás he visto una pareja tan enamorada como ellos dos. No sabe lo que me gustaría a mi poder vivir un amor así. Según cuenta Mariana, su hermano siempre estuvo enamorado de la muchacha, pero no se atrevía a confesárselo.
-Ya veo, ya veo-musitó mientras meneaba la cabeza.
Al comandante no le sorprendían las afirmaciones de la muchacha, pues tambien él había sido testigo del cariño que se profesaba aquel matrimonio. Además, presumía de su intuición, una intución que jamás le había fallado a la hora de juzgar a la gente a la primera por la primera impresión. Y su intuición le decía que la pareja era sólo una víctima más en toda aquella historia.
Durante varios días había estado interrogando a todas las personas implicadas directa o indirectamente en los ataques. Tenía la sensación de que algunos, los que habían sufrido las agresiones, no tenían nada que ocultar. Por eso no desconfiaba de Alfonso Castañeda ni de Emilia Ulloa, como tampoco lo hacía de los hijos de Salvador Castro. Al fin y al cabo alguien había querido acabar con la vida de Tristán y sus hermanos bastardos Pepa y Efrén. ¿Quién podría estar interesado en acabar con los herederos de la familia Castro? ¿Quién les había pagado a aquellos dos desalmados para cometer sus tropelías?
Esa era la pregunta que debía contestar, pero bien sabía que el camino hacia la respuesta sería tortuoso, sobre todo, si algunas personas parecían estarle ocultando información.
Tras unos breves instantes decidió alejar aquellos fantasmas del pasado y volver a la enrevesada realidad del presente. Sin embargo, decidió que debería ir con tacto si quería que Enriqueta le fuera de alguna ayuda.
-Sé que los Castañeda son buena gente, al margen de los negocios que se pueda traer con Pardo ese medio novio que te has echado. He hecho mis averiguaciones y todo el mundo en el pueblo habla bien de Rosario, de su hija y del mayor de los varones, ese tal Alfonso casado con la posadera. ¿Qué me puedes decir de él y de su mujer? Al parecer el “guapo” tenía cuentas pendiente con ellos.
-Yo sólo sé lo que me ha contado Mariana. Al parecer, Severiano vino al pueblo en busca de trabajo y los Castañeda le ofrecieron cobijo en su casa porque los chicos eran amigos desde que salían de jarana en sus tiempos mozos. Y él aprovechó para engañar a la muchacha, a pesar de que tanto Alfonso como Ramiro….
-¿Quién es Ramiro?-la interrumpió.
-Es el hermano pequeño. Hace unos meses que lo llamaron a filas y está cumpliendo el servicio militar en las Canarias-le aclaró Enriqueta.- Pues lo que le decía, que Alfonso y Ramiro le advirtieron de que no se propasase con ella ya que la consideraban como a un hermana. Pero le faltó tiempo para embaucarla y la pobre muchacha cayó en sus redes. Le quitaba el dinero con falsas promesas y la engañaba con cualquier viuda, soltera o casada que se le pusiera tiro. Por no hablar de que seguía visitanto el lupanar con frecuencia.
-¿Y qué pasó para que acabara casada con el Castañeda?
-Pues que al final lograron que abriera los ojos y se diera cuenta qué clase de sinvergüenza era su novio y lo mandó con viento fresco. Y por lo que se ve no le gustó nada que una mujer lo rechazara y más para casarse con otro. A los pocos meses de darle la patada en el trasero, Emilia se casó con Alfonso.
-¿Por despecho tal vez?
-No lo creo. Jamás he visto una pareja tan enamorada como ellos dos. No sabe lo que me gustaría a mi poder vivir un amor así. Según cuenta Mariana, su hermano siempre estuvo enamorado de la muchacha, pero no se atrevía a confesárselo.
-Ya veo, ya veo-musitó mientras meneaba la cabeza.
Al comandante no le sorprendían las afirmaciones de la muchacha, pues tambien él había sido testigo del cariño que se profesaba aquel matrimonio. Además, presumía de su intuición, una intución que jamás le había fallado a la hora de juzgar a la gente a la primera por la primera impresión. Y su intuición le decía que la pareja era sólo una víctima más en toda aquella historia.
Durante varios días había estado interrogando a todas las personas implicadas directa o indirectamente en los ataques. Tenía la sensación de que algunos, los que habían sufrido las agresiones, no tenían nada que ocultar. Por eso no desconfiaba de Alfonso Castañeda ni de Emilia Ulloa, como tampoco lo hacía de los hijos de Salvador Castro. Al fin y al cabo alguien había querido acabar con la vida de Tristán y sus hermanos bastardos Pepa y Efrén. ¿Quién podría estar interesado en acabar con los herederos de la familia Castro? ¿Quién les había pagado a aquellos dos desalmados para cometer sus tropelías?
Esa era la pregunta que debía contestar, pero bien sabía que el camino hacia la respuesta sería tortuoso, sobre todo, si algunas personas parecían estarle ocultando información.
#379
14/02/2012 18:51
Su instinto le hacía desconfiar de la ironía de doña Francisca Montegro, quien aun convaleciente en su cama se mostraba altanera y parecía seguir gobernando con puño de hierro sus posesiones. Quizás tuviera que buscar en ella la razón por la que Rosario, la fiel cocinera de la casona, no podía reprimir un cierto temblor en sus manos cuando se le preguntaba por lo ocurrido. Del mismo modo que Mauricio, el capataz con fama de fiero e implacable, parecía incapaz de sostenerle la mirada. ¿Qué le estaban ocultando? Quizás no habían dicho toda la verdad sobre la identidad del agresor. No le convencía la explicación de que fuera un simple jornalero que había trabajado muchos años antes para los Montenegro, pero del que ni siquiera recordaban el nombre. Por lo que sabía, la mala memoria no era otra tara que añadir a la larga ristra de defectos de la cacique. Seguramente ese era el hilo por donde tirar, pero necesitaría varios ojos y oídos para conocer qué era lo que ocultaban la Montenegro y sus empleados. Por eso había recurrido a Enriqueta. Asi que continuó el interrogatorio.
-¿Qué me dices del hijo de Paco el Portugúes? ¿Ese muchacho no andará metido en líos como su padre?
-Hasta donde yo sé, no. Es como un hijo más para Rosario y se desvive por ayudarla a ella y a sus primos. Además, usted bien sabe que el Portugués es un pobre diablo que sólo se dedica al contrabando. Jamás le ha hecho mal a nadie.
-Sí, la verdad es que nunca ha ocasionado grandes problemas. Pero la avaricia es el pecado más extendido y quizás se haya metido en este asunto a cambio de una buena cantidad de dinero.
Al comandante Hermida no se le escapaba el hecho de que Paco el Portugúes habían trabajado en las tierras de los Montenegro, cuando había llegado a Puenteviejo desde su Galicia natal en la misma cuadrilla de temporeros que José, el que se acabaría convirtiendo en marido de Rosario y padre de sus hijos. Seguramente, aquel contrabandista que había salido de su enésima estancia en presidio un par de meses antes, podría haberse querido cobrar alguna deuda del pasado. Tendría que vigilarlo de cerca, pero no estaba de más contar con la ayuda de Enriqueta. Sin embargo, si quería contar con ella, debería ir con cuidado en todo lo referente a los Castañeda.
-Mira muchacha, voy a serte sincero. Sé que los Castañeda son buena gente y que jamás le harían daño a nadie, si no es para defenderse. Además, por lo que cuentan, Rosario siempre ha cuidado de Tristán y ese tal Efrén con el mismo cariño con el que ha cuidado de sus hijos. Así que no creo que tenga nada que ver con los ataques sufridos por los Castro. Pero puede ser que oculte algo para proteger a sua ama.
Enriqueta asentía en silencio a las palabras del guardia civil. El comandante siempre estaba en lo cierto y por lo menos compartía su simpatía hacia su nueva familia.
-Y tanto Alfonso, como su mujer, como ….- trataba de recordar algún nombre- como Mariana e incluso el hijo del Portugúes, no son más que víctimas, al igual que tú misma. Pero algo me dice que la Montenegro oculta algo, y ese algo tiene que ver con la identidad del hombre que casi os mata. Así que si quieres que detengamos al malnacido que os agredió, deberías ayudarme y tratar de averiguar que es lo que Rosario y ese tal Mauricio no cuentan. Imagino que se mantienen callados por temor a doña Francisca, pero seguro que a ti se te ocurre el modo de sacarles algo de información.
La joven sabía que el comandante siempre intentaba hacer bien su trabajo y parecía conocer muy bien a la gente. L e tranquilizaba que pensara que los Castañeda no tenían nada que ver con aquellos oscuros hechos, que eran sólo una víctima más de una terrible conspiración para acabar con los hijos de Salvador Castro. Pero sabía tambien que Hermida era un buen guardia civil y que raramente se equivocaba en sus apreciaciones. Si él decía que Rosario estaba ocultanto algo,posiblemente por mandado de doña Francisca, posiblemente fuera cierto.
-Yo haré todo lo que está en mi mano para ayudarlo, pero no sé cómo puedo hacerlo.
-Tengo una idea-el rostro del comandante se iluminó con una pícara sonrisa.-Lo tengo todo pensado.
Justo en ese momento alcanzaban la entrada de la casa de los Castañeda. A esas horas debería estar vacía pues Rosario y Mariana estarían trabajando en la casona y Juan andaría resolviendo lo que él denominaba sus asuntos en La Puebla. En lo referente a Paquito, Enriqueta había oído que se pasaría todo el día ayudando a Alfonso en las tierras de los Ulloa. Así que la muchacha consideró oportuno hacer pasar a su acompañante al interior de la vivienda.
-¿Le apetece tomar un vaso de vino y picar un poco de embutido?-le preguntó con cortesía.
-Me has leído del pensamiento. O mejor dicho, seguro que has escuchado mis rugientes tripas-contestó el guardia en tono de chanza mientras la seguía dentro de las casa y depositaba el pesado cesto encima de la mesa.
-Veo que mantiene su sentido del humor.
Finalmente Enriqueta llenó un par de vasos con vino y sacó una tabla con queso y chorizo. El comandante dio buena parte de las viandas antes de referirle el plan que tenía pensado para llevar a cabo sus averiguaciones. La muchacha escuchó en silencio sus explicaciones. Al principio le pareció una locura lo que le estaba proponiendo y trató de negarse. Pero él la obligó a escucharlo y al final le hizo ver que la idea no era tan descabellada. Incluso le permitiría ayudar a Rosario, con quien se sentía en deuda desde el momento mismo en que la acogió en aquella casa y la trató como a otra hija más. Y lo mejor de todo, lo haría de un modo considerado decente.
-Está bien, usted gana don Manuel. Esta noche mismo hablaré con ella. Pero no le prometo nada, que ya sabe que en este pueblo todo el mundo sabe a que me dedicaba.
-Seguro que lo consigues, que siempre has sido muy persuasiva.
Enriqueta sonrió mientras veía como el comandante Hermida salía por la puerta. Si todos los civiles fueran igual de listos y perserverantes como aquel hombre, las cárceles estarían llenas de asesinos y maleantes de verdad. Y no como en estos revueltos tiempos, donde los jueces sólo envían a presidio a pobres muertos de hambre cuyo único delito ha sidorobar para llevar un mendrugo de pan a sus familias. Pero lo que más le gustaba de él no era su inteligencia ni su constancia, lo que de verdad había calado en su corazón era su bondad.
-¿Qué me dices del hijo de Paco el Portugúes? ¿Ese muchacho no andará metido en líos como su padre?
-Hasta donde yo sé, no. Es como un hijo más para Rosario y se desvive por ayudarla a ella y a sus primos. Además, usted bien sabe que el Portugués es un pobre diablo que sólo se dedica al contrabando. Jamás le ha hecho mal a nadie.
-Sí, la verdad es que nunca ha ocasionado grandes problemas. Pero la avaricia es el pecado más extendido y quizás se haya metido en este asunto a cambio de una buena cantidad de dinero.
Al comandante Hermida no se le escapaba el hecho de que Paco el Portugúes habían trabajado en las tierras de los Montenegro, cuando había llegado a Puenteviejo desde su Galicia natal en la misma cuadrilla de temporeros que José, el que se acabaría convirtiendo en marido de Rosario y padre de sus hijos. Seguramente, aquel contrabandista que había salido de su enésima estancia en presidio un par de meses antes, podría haberse querido cobrar alguna deuda del pasado. Tendría que vigilarlo de cerca, pero no estaba de más contar con la ayuda de Enriqueta. Sin embargo, si quería contar con ella, debería ir con cuidado en todo lo referente a los Castañeda.
-Mira muchacha, voy a serte sincero. Sé que los Castañeda son buena gente y que jamás le harían daño a nadie, si no es para defenderse. Además, por lo que cuentan, Rosario siempre ha cuidado de Tristán y ese tal Efrén con el mismo cariño con el que ha cuidado de sus hijos. Así que no creo que tenga nada que ver con los ataques sufridos por los Castro. Pero puede ser que oculte algo para proteger a sua ama.
Enriqueta asentía en silencio a las palabras del guardia civil. El comandante siempre estaba en lo cierto y por lo menos compartía su simpatía hacia su nueva familia.
-Y tanto Alfonso, como su mujer, como ….- trataba de recordar algún nombre- como Mariana e incluso el hijo del Portugúes, no son más que víctimas, al igual que tú misma. Pero algo me dice que la Montenegro oculta algo, y ese algo tiene que ver con la identidad del hombre que casi os mata. Así que si quieres que detengamos al malnacido que os agredió, deberías ayudarme y tratar de averiguar que es lo que Rosario y ese tal Mauricio no cuentan. Imagino que se mantienen callados por temor a doña Francisca, pero seguro que a ti se te ocurre el modo de sacarles algo de información.
La joven sabía que el comandante siempre intentaba hacer bien su trabajo y parecía conocer muy bien a la gente. L e tranquilizaba que pensara que los Castañeda no tenían nada que ver con aquellos oscuros hechos, que eran sólo una víctima más de una terrible conspiración para acabar con los hijos de Salvador Castro. Pero sabía tambien que Hermida era un buen guardia civil y que raramente se equivocaba en sus apreciaciones. Si él decía que Rosario estaba ocultanto algo,posiblemente por mandado de doña Francisca, posiblemente fuera cierto.
-Yo haré todo lo que está en mi mano para ayudarlo, pero no sé cómo puedo hacerlo.
-Tengo una idea-el rostro del comandante se iluminó con una pícara sonrisa.-Lo tengo todo pensado.
Justo en ese momento alcanzaban la entrada de la casa de los Castañeda. A esas horas debería estar vacía pues Rosario y Mariana estarían trabajando en la casona y Juan andaría resolviendo lo que él denominaba sus asuntos en La Puebla. En lo referente a Paquito, Enriqueta había oído que se pasaría todo el día ayudando a Alfonso en las tierras de los Ulloa. Así que la muchacha consideró oportuno hacer pasar a su acompañante al interior de la vivienda.
-¿Le apetece tomar un vaso de vino y picar un poco de embutido?-le preguntó con cortesía.
-Me has leído del pensamiento. O mejor dicho, seguro que has escuchado mis rugientes tripas-contestó el guardia en tono de chanza mientras la seguía dentro de las casa y depositaba el pesado cesto encima de la mesa.
-Veo que mantiene su sentido del humor.
Finalmente Enriqueta llenó un par de vasos con vino y sacó una tabla con queso y chorizo. El comandante dio buena parte de las viandas antes de referirle el plan que tenía pensado para llevar a cabo sus averiguaciones. La muchacha escuchó en silencio sus explicaciones. Al principio le pareció una locura lo que le estaba proponiendo y trató de negarse. Pero él la obligó a escucharlo y al final le hizo ver que la idea no era tan descabellada. Incluso le permitiría ayudar a Rosario, con quien se sentía en deuda desde el momento mismo en que la acogió en aquella casa y la trató como a otra hija más. Y lo mejor de todo, lo haría de un modo considerado decente.
-Está bien, usted gana don Manuel. Esta noche mismo hablaré con ella. Pero no le prometo nada, que ya sabe que en este pueblo todo el mundo sabe a que me dedicaba.
-Seguro que lo consigues, que siempre has sido muy persuasiva.
Enriqueta sonrió mientras veía como el comandante Hermida salía por la puerta. Si todos los civiles fueran igual de listos y perserverantes como aquel hombre, las cárceles estarían llenas de asesinos y maleantes de verdad. Y no como en estos revueltos tiempos, donde los jueces sólo envían a presidio a pobres muertos de hambre cuyo único delito ha sidorobar para llevar un mendrugo de pan a sus familias. Pero lo que más le gustaba de él no era su inteligencia ni su constancia, lo que de verdad había calado en su corazón era su bondad.
#380
15/02/2012 16:21
Pepa, me gusta este nuevo personaje, en estas pocas lineas le has dado profundidad, pasado y conflictos para tirar de ellos...y una bonita relación con Enriqueta (se ve que le tienes cariño a ese caracter). Ojala no tengas pensado cargártelo, al menos no demasiado pronto....Como siempre, un placer leerte.