Foro El secreto de Puente Viejo
La Biblioteca (L - Z)
#0
23/10/2011 12:32
EL RINCÓN DE LADYG
El único entre todos I, II, III, IV, V
EL RINCÓN DE LAPUEBLA
Descubriendo al admirador secreto
Los Ulloa se preocupan por Alfonso
La vida sigue igual
Los consejos de Rosario
Al calor del fuego I, II, III
Llueve I, II
La voz que tanto echaba de menos
Para eso están las amigas
El último de los Castañeda
No sé
Pensamientos
La nueva vecina I - IV, V, VI - VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV
Sin rumbo I, II, III, IV
Un corazón demasiado grande
Soy una necia
Necedades y Cobardías
El amor es otra cosa
Derribando murallas
El nubarrón
Una petición sorprendente I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII , IX – XII
Deudas, cobardes y Victimas I (I) (II), II (I) (II), III, IV, V, VI,
El incendio
Con los cinco sentidos
EL RINCÓN DE LIBRITO
Hermanos para siempre. Las acelgas. Noche de ronda
Tertulia literaria, La siembra
Cinco meses I-IV
EL RINCÓN DE LNAEOWYN
Mi destino eres tú
Eres mi verdad
Raimundo al rescate
Rendición
Desmayo
Masaje
Qué borrachera, qué barbaridad...
EL RINCÓN DE MARTILEO
Cuenta la leyenda
El amor de mi vida
EL RINCÓN DE MARY
Cumpliendo un sueño I, II, III, IV
EL RINCÓN DE MIRI
Recuperando la fe
La verdad
Una realidad dolorosa
Yo te entiendo
De adonis y besos
EL RINCÓN DE NHGSA
Raimundo, Francisca y Carmen: un triángulo peligroso
Confesión I, II
EL RINCÓN DE OLSI
Descubriendo el amor I, II
El amor todo lo puede
Bendita equivocación
Sentimientos encontrados I, II
Verdadero amor I, II, III, VI
El orgullo de Alfonso I, II, III, VI
Descubriendo la verdad I, II
Despidiendo a un crápula I, II
Siempre estaré contigo I, II
La ilusión del amor I, II
El desengaño I, II, III
Sola
Reproches I(I), I(II), II, III, IV
Tenías que ser tú I, II, III
Abre los ojos I, II, III, VI, V
Ilusiones rotas
El tiempo lo cura todo I, II
La despedida
EL RINCÓN DE RIONA
Abrir los ojos
Su verdad
Si te vas
Y yo sin verte I, II, III, IV, V
Cobarde hasta el final
Un corazón que late por ti
Soy Emilia Ulloa Soy Alfonso Castañeda
La mano de un amigo I, II, III, IV, V
EL RINCÓN DE RISABELLA
Como a un hermano
Disimulando
Alfonso se baña en el río
Noche de pasión
EL RINCÓN DE VERREGO
Lo que tendría que ser...
EL RINCÓN DE VILIGA
Tristán y Pepa: Mi historia
EL RINCÓN DE YOLANADA
¡Cómo Duele! I, II, III, IV, V, VI, VII
EL RINCÓN DE ZIRTA
El despertar de Emilia Ulloa
Atrapado en mis recuerdos
La última carta
Contigo o sin tí (With or without you)
Tiempo perdido (Wasted time)
Si te vas
El tiro de gracia
Perro traidor
#341
19/01/2012 13:58
-Don Raimundo, ¿se encuentra bien?-le preguntó mientras con los dedos trataba de comprobar la fortaleza del pulso de su arteria carótida.
-Sí doctora, no ser preocupe por mí.
-Es mi deber preocuparme. Si se siente mareado, avíseme. No es conveniente quitarle mucha sangre, puede ser peligroso para su salud.
-Por favor doctora, saque toda la que sea menester para salvar a Tris…, para salvar a mi hijo. Yo ya no soy más que un pobre viejo y él tiene toda la vida por delante.
-Comprenda que mi ética profesional me impide desangrarlo a usted. Esperemos que con su donación y la de Soledad sea suficiente. De hecho, he podido comprobar que los latidos de su corazón ya son un poco más fuerte y tiene las mucosas menos pálidas.
-Y parece que respira mucho mejor-intervino Pepa.
-En efecto, su respiración se ha regularizado-ratificó la doctora.- Así que creo que por ahora es suficiente.
La médico procedió a quitar las agujas y recoger todo el instrumental mientras Raimundo se recolocaba la manga de la camisa y se ponía la chaqueta. Aunque la estancia estaba caldeada por el fuego de la chimenea no pudo evitar sentir un escalofrío.
-Debería tomar algo caliente para que le temple el cuerpo. Además, le vendrá bien para reponer fuerzas, que su cuerpo puede resentirse de la pérdida de sangre.
-Está bien, doctora. ¡Cualquiera le contradice una orden!. Bajaré a la cocina y le diré a Rosario que me prepare algo.
-Raimundo, espere-le pidió Pepa.-Tengo que contarle algo.-En su voz había tal tono de preocupación que Raimundo no pudo evitar asustarse.
-¿Qué sucede, Pepa?
-Se trata de Alfonso.
-¿Qué le pasa a mi yerno?-preguntó dirigiendo su mirada a la doctora.-Nos dijeron que sólo tenía un golpe en la cabeza.
-Así es-respondió Gregoria.-Pero…
-¿Pero qué? ¡Por el amor de dios, quereis decirme de una maldita vez lo que ha pasado!
-Alfonso ha desaparecido-fue Pepa quien le contestó.
-¿Cómo que ha desaparecido?-preguntó atónito.
Pepa le explicó lo que había sucedido. Creían que Alfonso se había despertado en medio de la noche y que podría estar confuso y desorientado por el golpe. Seguramente habría salido de la casona sin que nadie lo hubiera visto y andaría dando vueltas por los caminos sin saber a donde ir.
-¿Y Emilia? ¿Dónde está mi hija?-preguntó visiblemente alterado.-Debe estar muy preocupada.
-Emilia está en casa de los Castañeda. Le pedimos a Paquito que la llevara hasta allí porque necesitaba descansar. Al principio se negó, que ya sabe lo cabezota que puede llegar a ser. Pero Rosario la convenció de que era mejor que se fuera a dormir, que ya la avisaríamos si Alfonso despertaba.
-Pero, ¿cómo lo pudisteis dejar solo? ¿Y su madre? ¿Y su hermana?
Supongo que Mariana y las otras doncellas estarían en la cocina o en los cuartos de servicio. Rosario era la que estaba con él en el cuarto, pero Soledad la mandó llamar cuando la doctora nos explicó lo de las transfusiones. Lo siento mucho, no deberíamos haberlo dejado solo ni un momento-se lamentó Pepa.-La culpa fue nuestra, estábamos tan preocupadas por Tristán que se nos olvidó que Alfonso tambien necesitaba atención.
-No te atormentes muchacha, que tú ya tienes bastante sufrimiento encima-le dijo mientras la abrazaba.-Tú vela por Tristán, que ya me encargo yo de Alfonso. Voy a la cocina a hablar con Rosario y Mariana y a ver qué podemos hacer.
-Vaya tranquilo, que nosotras nos ocupamos de don Tristán.
-Muchas gracias doctora, gracias por todo lo que está usted haciendo.
-Sólo hago mi trabajo.
-Sí doctora, no ser preocupe por mí.
-Es mi deber preocuparme. Si se siente mareado, avíseme. No es conveniente quitarle mucha sangre, puede ser peligroso para su salud.
-Por favor doctora, saque toda la que sea menester para salvar a Tris…, para salvar a mi hijo. Yo ya no soy más que un pobre viejo y él tiene toda la vida por delante.
-Comprenda que mi ética profesional me impide desangrarlo a usted. Esperemos que con su donación y la de Soledad sea suficiente. De hecho, he podido comprobar que los latidos de su corazón ya son un poco más fuerte y tiene las mucosas menos pálidas.
-Y parece que respira mucho mejor-intervino Pepa.
-En efecto, su respiración se ha regularizado-ratificó la doctora.- Así que creo que por ahora es suficiente.
La médico procedió a quitar las agujas y recoger todo el instrumental mientras Raimundo se recolocaba la manga de la camisa y se ponía la chaqueta. Aunque la estancia estaba caldeada por el fuego de la chimenea no pudo evitar sentir un escalofrío.
-Debería tomar algo caliente para que le temple el cuerpo. Además, le vendrá bien para reponer fuerzas, que su cuerpo puede resentirse de la pérdida de sangre.
-Está bien, doctora. ¡Cualquiera le contradice una orden!. Bajaré a la cocina y le diré a Rosario que me prepare algo.
-Raimundo, espere-le pidió Pepa.-Tengo que contarle algo.-En su voz había tal tono de preocupación que Raimundo no pudo evitar asustarse.
-¿Qué sucede, Pepa?
-Se trata de Alfonso.
-¿Qué le pasa a mi yerno?-preguntó dirigiendo su mirada a la doctora.-Nos dijeron que sólo tenía un golpe en la cabeza.
-Así es-respondió Gregoria.-Pero…
-¿Pero qué? ¡Por el amor de dios, quereis decirme de una maldita vez lo que ha pasado!
-Alfonso ha desaparecido-fue Pepa quien le contestó.
-¿Cómo que ha desaparecido?-preguntó atónito.
Pepa le explicó lo que había sucedido. Creían que Alfonso se había despertado en medio de la noche y que podría estar confuso y desorientado por el golpe. Seguramente habría salido de la casona sin que nadie lo hubiera visto y andaría dando vueltas por los caminos sin saber a donde ir.
-¿Y Emilia? ¿Dónde está mi hija?-preguntó visiblemente alterado.-Debe estar muy preocupada.
-Emilia está en casa de los Castañeda. Le pedimos a Paquito que la llevara hasta allí porque necesitaba descansar. Al principio se negó, que ya sabe lo cabezota que puede llegar a ser. Pero Rosario la convenció de que era mejor que se fuera a dormir, que ya la avisaríamos si Alfonso despertaba.
-Pero, ¿cómo lo pudisteis dejar solo? ¿Y su madre? ¿Y su hermana?
Supongo que Mariana y las otras doncellas estarían en la cocina o en los cuartos de servicio. Rosario era la que estaba con él en el cuarto, pero Soledad la mandó llamar cuando la doctora nos explicó lo de las transfusiones. Lo siento mucho, no deberíamos haberlo dejado solo ni un momento-se lamentó Pepa.-La culpa fue nuestra, estábamos tan preocupadas por Tristán que se nos olvidó que Alfonso tambien necesitaba atención.
-No te atormentes muchacha, que tú ya tienes bastante sufrimiento encima-le dijo mientras la abrazaba.-Tú vela por Tristán, que ya me encargo yo de Alfonso. Voy a la cocina a hablar con Rosario y Mariana y a ver qué podemos hacer.
-Vaya tranquilo, que nosotras nos ocupamos de don Tristán.
-Muchas gracias doctora, gracias por todo lo que está usted haciendo.
-Sólo hago mi trabajo.
#342
19/01/2012 14:04
Mientras, en el cuarto de doña Francisca, ésta se desvestía ayudada por Agueda e Inés, una de las doncellas,quien les refirió lo que había pasado con el hijo de Rosario. Nínguna de las dos mujeres pudo evitar una mueca de espanto pensando en los peligros que corría Alfonso herido y desorientado en el medio de la noche.
Cuando doña Francisca estuvo al fin en camisón mandó retirarse a la doncella, quedando a solas con quien hasta hacía unos minutos había considerado su enemiga. Lo cierto es que sin aquellos vestidos oscuros con los que siempre se ataviaba, su aspecto era frágil e incluso enfermizo. Las ojeras parecían haberse acentuado en las últimas horas y su pulso era tembloroso. Ya no era la todopoderosa cacique de Puenteviejo, sólo una madre angustiada, una mujer asustada y derrotada. Doña Águeda se sintió conmovida al verla tan vulnerable.
-Si quiere, puedo quedarme con usted. Esa butaca parece bastante cómoda-le sugirió la Mesía.
-No es necesario. No se preocupe por mí. Lo que debe hacer en estos momentos es acompañar a su hija. Le vendrá bien tener el apoyo de su madre.
-Como usted quiera. Pero recuerde, si necesita cualquier cosa no dude en pedírmela. No es bueno que pase por este trance sola.
Mientras decía esto último, doña Agueda se encaminó hacia la puerta de la habitación. Estaba a punto de cerrarla cuando la voz de doña Francisca la detuvo.
-¿Podría hacerme un último favor?
-Usted dirá.
-Si regresa Mauricio, mi capataz, dígale que ponga todos a todos los jornaleros a rastrear los caminos. Hay que dar con Alfonso Castañeda, antes de que le pase nada malo. Es un buen muchacho, y su madre ya ha sufrido bastante en esta vida como para tener que soportar la pérdida de un hijo. Por no hablar de Emilia Ulloa. Esa chiquilla no puede quedarse viuda tan pronto.
-Descuide Francisca, transmitiré sus ordenes. Y también le diré a mi hijo Olmo que ponga a nuestros empleados a colaborar en la búsqueda. Y ahora si me disculpa, voy a ver si puedo se de alguna ayuda. Que descanse.
Doña Agueda decidió bajar a la cocina. Necesitaba tomar algo caliente y, de paso, aprovecharía para hablar con Rosario y Mariana. Sentía un profundo afecto por aquellas mujeres, porque sabía que siempre habían tratado con respeto y cariño a su hija. Era hora de devolverles todo el bien que habían hecho por Pepa.
Cuando llegó a la cocina no sólo se encontró a Rosario y Mariana. Paquito permanecía de pie, apoyado en la pared escuchando las explicaciones de Mauricio, que estaba sentado frente a Raimundo. Mientras, Mariana trataba de limpiar la herida que el capataz tenía en la mano y Rosario abrazaba a Efrén, tratando de apaciaguarlo. El pobre muchacho temblaba y no dejaba de susurrar como una letanía “hombre malo, hombre muy malo”.
-Tranquilo cariño, ya pasó todo. Aquí estás seguro, nadie te va hacer daño. Mira quien ha venido-dijo Rosario dirigiendo su mirada hacia doña Agueda cuando la vio aparecer por las escaleras. Es la mamá de Pepa. ¿Te acuerdas de ella?.
El muchacho asintió con la cabeza, pero sin soltarse del abrazo protector de la cocinera. En las últimas semanas, Pepa venía a visitarlo a diario, a veces acompañada por su madre. Y aunque había sido imposible sacarlo de las mazmorras durante la noche, pues eran el único lecho que había conocido en su vida y el único lugar donde se sentía seguro, por las tardes solía pasear por los jardines acompañado de su hermana. Pepa jugaba con él y armándose de infinita paciencia le enseñaba nuevas palabras. El muchacho se sentía a gusto con ella,porque era la primera persona en su vida, además de Mauricio y Rosario, que lo trataba con ternura. Al fin y al cabo, no era más que un niño grande falto de cuidados y cariño.
Doña Agueda logró vencer la repulsa inicial que le causó el aspecto de Efrén. Poco a poco fue familiarizándose con aquella extraña criatura a la que siempre le llevaba caramelos y otros dulces. Él le agradecía los presentes regalándose pequeños ramilletes de flores y hierbas, que Pepa le había enseñado a hacer.
-¿Qué le ha pasado, Mauricio?-le preguntó finalmente al capataz.
-Nos atacó un hombre, señora.
-¿Quién? ¿Pudo verle el rostro?
-No señora, se lo estaba explicando a Raimundo. No logré verle la cara a ese malnacido. Los pasadizos estaban muy oscuros.
-¿Y qué diablos hacías tú en los pasadizos a estas horas?-le inquirió Raimundo.
-Fui a comprobar que Efrén estuviera bien. Después de lo ocurrido con don Tristán y Alfonso, doña Francisca me ordenó que investigara qué es lo que había ocurrido. Ella insistía en que el pobre muchacho podría ser el culpable de los ataques.
-¡Valiente majadería!-le interrumpió Rosario.- Pero si esta criatura jamás le ha hecho daño a nadie en su vida. Y menos se lo haría a Tristán, que yo sé que le ha cogido cariño.
-Tienes razón mujer, pero ya sabes que doña Francisca no puede ver al muchacho. Así que me adentré en los pasadizos para comprobar que estuviera en ellos y que no le había pasado nada malo. Pero cuando llegué allí me encontré con un hombre embozado que intentaba hacerle daño al zagal. Tenía un cuchillo en la mano y estoy seguro de que si yo no llego a aparecer, le hubiera rebanado el cuello.
Mauricio terminó de referirles como al ser sorprendido, aquel hombre había intentado huír pero el capataz le cortón el paso. Forcejeraron y en la lucha acabó hiriéndolo en la mano izquierda. No era un corte muy profundo, pero le atravesaba toda la palma.
-¿Y entonces huyó hacia la salida de la gruta?-preguntó Rosario.
-No. Al ver que yo le cortaba el paso dio media vuelta y salió corriendo en dirección contraria.
-¡Dios mío!-gritó Mariana llevándose una mano a la boca.
-¿Qué sucede?-le preguntó doña Agueda al ver al expresión de espanto de la muchacha.
-Pues que entonces tuvo que haber salido a través de la biblioteca-respondió temblorosa.
-Eso quiere decir que quién quiera que fuese ese malnacido, ha estado esta noche en la casona y conoce muy bien los pasadizos-explicó el capataz.
-Y que un asesino anda suelto-se lamentó Rosario.-Ya ha intentado matar a mi hijo, a don Tristán y al pobre Efrén. ¡Dios mío! ¿Y si ese desalmado de encuentra de nuevo con Alfonso? Va a intentar rematar lo que empezó.
Las lágrimas empezaron a surcar el rostro de la cocinera. Había intentado servir de sostén a todos durante aquella aciaga noche, pero ahora era ella la que necesitaba apoyo, pues sentía que las fuerzas empezaban a fallarle.
-No llores, Rosario. Efrén cuidará de Rosario-le dijo el muchacho mientras con sus torpes manos trata de acariciarle el rostro.
Todos observaron emocionados la escena. Puede ser que aquella extraña criatura, privada del contacto con las personas y la luz del sol durante años, no supiese comportarse según las normas de la llamada civilización. Pero estaba demostrando una bondad y una nobleza de las que muy pocos hombres podrían presumir.
-Mauricio, ¿Quiénes pueden conocer tan bien esos laberintos secretos y oscuros?-fue la voz de Raimundo la que rompió el silencio..
-Aparte de Efrén y yo mismo, pues Rosario, doña Francisca y don Tristán. También la doctora Casas y la partera han estado allí en alguna ocasión, pero guiadas por nosotros.
-Nínguno de ellos es sospechoso. Trata de recordar, ¿no hay nadie más que pueda conocer la existencia de los dichosos pasadizos?.
-No, al menos que aun sigan vivos.
Cuando doña Francisca estuvo al fin en camisón mandó retirarse a la doncella, quedando a solas con quien hasta hacía unos minutos había considerado su enemiga. Lo cierto es que sin aquellos vestidos oscuros con los que siempre se ataviaba, su aspecto era frágil e incluso enfermizo. Las ojeras parecían haberse acentuado en las últimas horas y su pulso era tembloroso. Ya no era la todopoderosa cacique de Puenteviejo, sólo una madre angustiada, una mujer asustada y derrotada. Doña Águeda se sintió conmovida al verla tan vulnerable.
-Si quiere, puedo quedarme con usted. Esa butaca parece bastante cómoda-le sugirió la Mesía.
-No es necesario. No se preocupe por mí. Lo que debe hacer en estos momentos es acompañar a su hija. Le vendrá bien tener el apoyo de su madre.
-Como usted quiera. Pero recuerde, si necesita cualquier cosa no dude en pedírmela. No es bueno que pase por este trance sola.
Mientras decía esto último, doña Agueda se encaminó hacia la puerta de la habitación. Estaba a punto de cerrarla cuando la voz de doña Francisca la detuvo.
-¿Podría hacerme un último favor?
-Usted dirá.
-Si regresa Mauricio, mi capataz, dígale que ponga todos a todos los jornaleros a rastrear los caminos. Hay que dar con Alfonso Castañeda, antes de que le pase nada malo. Es un buen muchacho, y su madre ya ha sufrido bastante en esta vida como para tener que soportar la pérdida de un hijo. Por no hablar de Emilia Ulloa. Esa chiquilla no puede quedarse viuda tan pronto.
-Descuide Francisca, transmitiré sus ordenes. Y también le diré a mi hijo Olmo que ponga a nuestros empleados a colaborar en la búsqueda. Y ahora si me disculpa, voy a ver si puedo se de alguna ayuda. Que descanse.
Doña Agueda decidió bajar a la cocina. Necesitaba tomar algo caliente y, de paso, aprovecharía para hablar con Rosario y Mariana. Sentía un profundo afecto por aquellas mujeres, porque sabía que siempre habían tratado con respeto y cariño a su hija. Era hora de devolverles todo el bien que habían hecho por Pepa.
Cuando llegó a la cocina no sólo se encontró a Rosario y Mariana. Paquito permanecía de pie, apoyado en la pared escuchando las explicaciones de Mauricio, que estaba sentado frente a Raimundo. Mientras, Mariana trataba de limpiar la herida que el capataz tenía en la mano y Rosario abrazaba a Efrén, tratando de apaciaguarlo. El pobre muchacho temblaba y no dejaba de susurrar como una letanía “hombre malo, hombre muy malo”.
-Tranquilo cariño, ya pasó todo. Aquí estás seguro, nadie te va hacer daño. Mira quien ha venido-dijo Rosario dirigiendo su mirada hacia doña Agueda cuando la vio aparecer por las escaleras. Es la mamá de Pepa. ¿Te acuerdas de ella?.
El muchacho asintió con la cabeza, pero sin soltarse del abrazo protector de la cocinera. En las últimas semanas, Pepa venía a visitarlo a diario, a veces acompañada por su madre. Y aunque había sido imposible sacarlo de las mazmorras durante la noche, pues eran el único lecho que había conocido en su vida y el único lugar donde se sentía seguro, por las tardes solía pasear por los jardines acompañado de su hermana. Pepa jugaba con él y armándose de infinita paciencia le enseñaba nuevas palabras. El muchacho se sentía a gusto con ella,porque era la primera persona en su vida, además de Mauricio y Rosario, que lo trataba con ternura. Al fin y al cabo, no era más que un niño grande falto de cuidados y cariño.
Doña Agueda logró vencer la repulsa inicial que le causó el aspecto de Efrén. Poco a poco fue familiarizándose con aquella extraña criatura a la que siempre le llevaba caramelos y otros dulces. Él le agradecía los presentes regalándose pequeños ramilletes de flores y hierbas, que Pepa le había enseñado a hacer.
-¿Qué le ha pasado, Mauricio?-le preguntó finalmente al capataz.
-Nos atacó un hombre, señora.
-¿Quién? ¿Pudo verle el rostro?
-No señora, se lo estaba explicando a Raimundo. No logré verle la cara a ese malnacido. Los pasadizos estaban muy oscuros.
-¿Y qué diablos hacías tú en los pasadizos a estas horas?-le inquirió Raimundo.
-Fui a comprobar que Efrén estuviera bien. Después de lo ocurrido con don Tristán y Alfonso, doña Francisca me ordenó que investigara qué es lo que había ocurrido. Ella insistía en que el pobre muchacho podría ser el culpable de los ataques.
-¡Valiente majadería!-le interrumpió Rosario.- Pero si esta criatura jamás le ha hecho daño a nadie en su vida. Y menos se lo haría a Tristán, que yo sé que le ha cogido cariño.
-Tienes razón mujer, pero ya sabes que doña Francisca no puede ver al muchacho. Así que me adentré en los pasadizos para comprobar que estuviera en ellos y que no le había pasado nada malo. Pero cuando llegué allí me encontré con un hombre embozado que intentaba hacerle daño al zagal. Tenía un cuchillo en la mano y estoy seguro de que si yo no llego a aparecer, le hubiera rebanado el cuello.
Mauricio terminó de referirles como al ser sorprendido, aquel hombre había intentado huír pero el capataz le cortón el paso. Forcejeraron y en la lucha acabó hiriéndolo en la mano izquierda. No era un corte muy profundo, pero le atravesaba toda la palma.
-¿Y entonces huyó hacia la salida de la gruta?-preguntó Rosario.
-No. Al ver que yo le cortaba el paso dio media vuelta y salió corriendo en dirección contraria.
-¡Dios mío!-gritó Mariana llevándose una mano a la boca.
-¿Qué sucede?-le preguntó doña Agueda al ver al expresión de espanto de la muchacha.
-Pues que entonces tuvo que haber salido a través de la biblioteca-respondió temblorosa.
-Eso quiere decir que quién quiera que fuese ese malnacido, ha estado esta noche en la casona y conoce muy bien los pasadizos-explicó el capataz.
-Y que un asesino anda suelto-se lamentó Rosario.-Ya ha intentado matar a mi hijo, a don Tristán y al pobre Efrén. ¡Dios mío! ¿Y si ese desalmado de encuentra de nuevo con Alfonso? Va a intentar rematar lo que empezó.
Las lágrimas empezaron a surcar el rostro de la cocinera. Había intentado servir de sostén a todos durante aquella aciaga noche, pero ahora era ella la que necesitaba apoyo, pues sentía que las fuerzas empezaban a fallarle.
-No llores, Rosario. Efrén cuidará de Rosario-le dijo el muchacho mientras con sus torpes manos trata de acariciarle el rostro.
Todos observaron emocionados la escena. Puede ser que aquella extraña criatura, privada del contacto con las personas y la luz del sol durante años, no supiese comportarse según las normas de la llamada civilización. Pero estaba demostrando una bondad y una nobleza de las que muy pocos hombres podrían presumir.
-Mauricio, ¿Quiénes pueden conocer tan bien esos laberintos secretos y oscuros?-fue la voz de Raimundo la que rompió el silencio..
-Aparte de Efrén y yo mismo, pues Rosario, doña Francisca y don Tristán. También la doctora Casas y la partera han estado allí en alguna ocasión, pero guiadas por nosotros.
-Nínguno de ellos es sospechoso. Trata de recordar, ¿no hay nadie más que pueda conocer la existencia de los dichosos pasadizos?.
-No, al menos que aun sigan vivos.
#343
19/01/2012 14:54
Genial, Pepa.....como siempre, un placer leerte.
#344
20/01/2012 14:16
Madre mía Pepa!! Cuanta intriga.......nos vas a matar de emocion.....
#345
20/01/2012 14:31
MONSTRUOS (parte 6)
Pepa y Raimundo, acompañados por doña Agueda, abandonaron la casona con los primeros rayos del sol. Pero su destino no era ni el Jaral ni la casa de comidas. Se dirigieron al hogar de los Castañeda, para estar al lado de Emilia cuando se despertara. Todos temían la reacción de la muchacha cuando supiera que su marido había desaparecido y que a pesar de los esfuerzos por dar con su paradero, la búsqueda había resultado infructuosa. Era como si se lo hubiera tragado la tierra.
Cuando llegaron a la casa se encontraron con Enriqueta. La muchacha se había quedado sola al cuidado de Emila, puesto que Juan se había unido a la búsqueda de su hermano tan pronto como Paquito lo avisó de lo sucedido. Estaba calentando un poco de leche con la intención de preparar el desayuno. Cuano oyó llamar a la puerta, acudió corriendo a abrir con la esperanza de que fuera Alfonso, o por lo menos alguien con noticias sobre su paradero. Así que no pudo ocultar cierta decepción al ver quienes eran los visitantes.
-Buenos días-les dijo mientras con un gesto de la mano los invitó a pasar.-Tomen asiento, que en seguida les preparo algo caliente para desayunar.
-¿Cómo está mi hija?-preguntó sin más preámbulos Raimundo.
-Sigue acostada en el cuarto de Rosario. Ha dormido toda la noche, pero tenía pesadillas y no dejaba de dar vueltas y hablar en sueños. ¿Quiere que vaya a despertarla?
-No, es mejor dejarla domir-contestó Pepa. Necesita descansar y tampoco traemos buenas noticias.
-¿Han sabido algo de Alfonso?
-Nada. Todo el mundo está buscándolo, los hombres de la Montenegro, los de Mesía, los civiles, las patrullas de vigilancia, todos. Pero nadie ha podido dar con él.
-Bueno, quizás ahora con la luz del sol sea más fácil encontrarlo. Ya saben lo que dicen, por la noche todos los gatos son pardos y no creo que sea nada fácil encontrar a nadie, que con la antorchas apenas se puede ver a dos palmos de la nariz de uno.
Enriqueta, con la buena disposición que la caracterizaba, trataba de animar a los presentes mientras les servía una taza de leche caliente para que templaran el cuerpo despues de una larga noche en vela.
-Ojalá tengas razón. Pero lo que me preocupa es que le haya pasado algo y ahora esté tirado en algún recodo. No sabemos en que condiciones se despertó. Seguramente estaba aturdido y débil.
Pepa estaba expresando en voz alta los negros pensamientos que atravesaban la mente de todos los presentes. Aunque Alfonso fuese un hombre muy fuerte, acostumbrado al trabajo duro y a soportar las inclemencias del tiempo, era practicamente imposible sobrevivir a una fría noche de invierno a la intemperie. Por un momento, un silencio sepulcral invadió la estancia. Doña Agueda trató de dar un poco de consuelo a su hija cogíendola de la mano. Al otro extremo de la mesa, Raimundo se mostraba apesadumbrado y pensativo.
-Todo esto es muy extraño. No sé, pero hay algo en toda esta historia que no me cuadra. Tengo un mal presentimiento.
-No hable así, don Raimundo. Ya verá como pronto aparece y esta noche pronto no será más que un mal recuerdo-le dijo Enriqueta mientras le ponía la mano en el hombro.
-No sé como se lo vamos a decir a Emilia-se quejó Pepa.
-¿Qué me teneis que decir?-.La voz de la muchacha los sorprendió desde el pequeño corredor que daba a los cuartos. ¡No me digais que Alfonso está……
La rápida intervención de Enriqueta evitó que cayera al suelo. Sus piernas no eran capaces de sostenerla cuando el pánico por lo que le hubiera podido pasar a su marido se apoderó de ella. Con la ayuda de Pepa la sentaron en el camastro que ocupaba una esquina de la estancia y doña Agueda la abrigó con su propio chal. Estaba en camisón y descalza. Llevaba el pelo suelto y unas grandes ojeras ensombrecían su mirada.
-Tranquila hija, no es lo que piensas. Alfonso no está muerto.
-Entonces, ¿qué ha ocurrido?. ¡Padre, dígame de una maldita vez que es lo que pasa!. Puedo ver la angustia en su mirada.
-Poco después de que tú te fueras Alfonso se despertó
-¡Pero esas son buenas noticias! ¿O no?-Emilia interrumpió la explicación de Pepa.
-Sí que lo son. Pero cuando recobró el conocimiento estaba solo en el cuarto. Debía de estar aun aturdido y salió de la casona sin que nadie lo viera. Y-Pepa respiró profundamente para poder continuar-lo cierto es que aun no hemos podido dar con él.
-¡No debía haceros caso! Si yo me hubiera quedado a su lado, esto no habría ocurrido.-Sus gritos hicieron bajar la mirada de Pepa.-¿Cómo pudisteis dejarlo solo? ¿Cómo pudo Rosario dejar solo a su hijo? Es que no lo entiendo…
-Lo siento mucho cariño-le dijo Pepa con lágrimas en los ojos.-Ocurrió algo en el cuarto de Tristán y Soledad mandó venir a Rosario. No fueron más que unos minutos. ¡Te lo juro! Cuando regresó a su habitación, Alfonso ya no estaba.
-¿Qué…..qué pasa con Tristán?-preguntó al fin Emilia al recordar que él tambien estaba herido.
Pepa miró a Raimundo, buscando su permiso para explicar todo lo que había sucedido. Pero éste se sentó al lado de su hija, dispuesto a ser el mismo quien contase toda la verdad. Doña Agueda comprendió que era mejor dejarlos a solas y tomó las riendas de la situación.
Pepa y Raimundo, acompañados por doña Agueda, abandonaron la casona con los primeros rayos del sol. Pero su destino no era ni el Jaral ni la casa de comidas. Se dirigieron al hogar de los Castañeda, para estar al lado de Emilia cuando se despertara. Todos temían la reacción de la muchacha cuando supiera que su marido había desaparecido y que a pesar de los esfuerzos por dar con su paradero, la búsqueda había resultado infructuosa. Era como si se lo hubiera tragado la tierra.
Cuando llegaron a la casa se encontraron con Enriqueta. La muchacha se había quedado sola al cuidado de Emila, puesto que Juan se había unido a la búsqueda de su hermano tan pronto como Paquito lo avisó de lo sucedido. Estaba calentando un poco de leche con la intención de preparar el desayuno. Cuano oyó llamar a la puerta, acudió corriendo a abrir con la esperanza de que fuera Alfonso, o por lo menos alguien con noticias sobre su paradero. Así que no pudo ocultar cierta decepción al ver quienes eran los visitantes.
-Buenos días-les dijo mientras con un gesto de la mano los invitó a pasar.-Tomen asiento, que en seguida les preparo algo caliente para desayunar.
-¿Cómo está mi hija?-preguntó sin más preámbulos Raimundo.
-Sigue acostada en el cuarto de Rosario. Ha dormido toda la noche, pero tenía pesadillas y no dejaba de dar vueltas y hablar en sueños. ¿Quiere que vaya a despertarla?
-No, es mejor dejarla domir-contestó Pepa. Necesita descansar y tampoco traemos buenas noticias.
-¿Han sabido algo de Alfonso?
-Nada. Todo el mundo está buscándolo, los hombres de la Montenegro, los de Mesía, los civiles, las patrullas de vigilancia, todos. Pero nadie ha podido dar con él.
-Bueno, quizás ahora con la luz del sol sea más fácil encontrarlo. Ya saben lo que dicen, por la noche todos los gatos son pardos y no creo que sea nada fácil encontrar a nadie, que con la antorchas apenas se puede ver a dos palmos de la nariz de uno.
Enriqueta, con la buena disposición que la caracterizaba, trataba de animar a los presentes mientras les servía una taza de leche caliente para que templaran el cuerpo despues de una larga noche en vela.
-Ojalá tengas razón. Pero lo que me preocupa es que le haya pasado algo y ahora esté tirado en algún recodo. No sabemos en que condiciones se despertó. Seguramente estaba aturdido y débil.
Pepa estaba expresando en voz alta los negros pensamientos que atravesaban la mente de todos los presentes. Aunque Alfonso fuese un hombre muy fuerte, acostumbrado al trabajo duro y a soportar las inclemencias del tiempo, era practicamente imposible sobrevivir a una fría noche de invierno a la intemperie. Por un momento, un silencio sepulcral invadió la estancia. Doña Agueda trató de dar un poco de consuelo a su hija cogíendola de la mano. Al otro extremo de la mesa, Raimundo se mostraba apesadumbrado y pensativo.
-Todo esto es muy extraño. No sé, pero hay algo en toda esta historia que no me cuadra. Tengo un mal presentimiento.
-No hable así, don Raimundo. Ya verá como pronto aparece y esta noche pronto no será más que un mal recuerdo-le dijo Enriqueta mientras le ponía la mano en el hombro.
-No sé como se lo vamos a decir a Emilia-se quejó Pepa.
-¿Qué me teneis que decir?-.La voz de la muchacha los sorprendió desde el pequeño corredor que daba a los cuartos. ¡No me digais que Alfonso está……
La rápida intervención de Enriqueta evitó que cayera al suelo. Sus piernas no eran capaces de sostenerla cuando el pánico por lo que le hubiera podido pasar a su marido se apoderó de ella. Con la ayuda de Pepa la sentaron en el camastro que ocupaba una esquina de la estancia y doña Agueda la abrigó con su propio chal. Estaba en camisón y descalza. Llevaba el pelo suelto y unas grandes ojeras ensombrecían su mirada.
-Tranquila hija, no es lo que piensas. Alfonso no está muerto.
-Entonces, ¿qué ha ocurrido?. ¡Padre, dígame de una maldita vez que es lo que pasa!. Puedo ver la angustia en su mirada.
-Poco después de que tú te fueras Alfonso se despertó
-¡Pero esas son buenas noticias! ¿O no?-Emilia interrumpió la explicación de Pepa.
-Sí que lo son. Pero cuando recobró el conocimiento estaba solo en el cuarto. Debía de estar aun aturdido y salió de la casona sin que nadie lo viera. Y-Pepa respiró profundamente para poder continuar-lo cierto es que aun no hemos podido dar con él.
-¡No debía haceros caso! Si yo me hubiera quedado a su lado, esto no habría ocurrido.-Sus gritos hicieron bajar la mirada de Pepa.-¿Cómo pudisteis dejarlo solo? ¿Cómo pudo Rosario dejar solo a su hijo? Es que no lo entiendo…
-Lo siento mucho cariño-le dijo Pepa con lágrimas en los ojos.-Ocurrió algo en el cuarto de Tristán y Soledad mandó venir a Rosario. No fueron más que unos minutos. ¡Te lo juro! Cuando regresó a su habitación, Alfonso ya no estaba.
-¿Qué…..qué pasa con Tristán?-preguntó al fin Emilia al recordar que él tambien estaba herido.
Pepa miró a Raimundo, buscando su permiso para explicar todo lo que había sucedido. Pero éste se sentó al lado de su hija, dispuesto a ser el mismo quien contase toda la verdad. Doña Agueda comprendió que era mejor dejarlos a solas y tomó las riendas de la situación.
#346
20/01/2012 14:32
-Creo que es mejor que hablen en la habitación. Además, necesitas abrigarte, no vayas a coger una pulmonía con este frío mañanero. Y mientras tanto, mi hija y yo vamos a terminar de saborear este delicioso desayuno que nos ha preparado Enriqueta. La verdad es que tengo un hambre espantosa. Y ese pan tiene una pinta estupenda.
-Ahora mismo le corto un par de rebanadas más, señora.
Mientras doña Agueda y Enriqueta se sentaban a tomarse un buen tazón de leche, Pepa y Raimundo acompañaban a Emilia al cuarto de Rosario, donde dispondrían de más intimidad para que su padre le contara que tenía otro hermano.
Al poco rato Juan y Paquito entraban por la puerta. No pudieron evitar cierta sorpresa al ver a la todopoderosa señora de Mesía compartiendo mesa con Enriqueta. Si bien era cierto que todo el mundo en el pueblo sabía que no se le caían los anillos por tomarse un chato de vino en casa de los Ulloa, no esperaban verla haciéndole compañía a una muchacha de oscuro pasado a la que casi todo el mundo daba la espalda. Pero ante la incertidumbre que estaban viviendo, las distinciones y las clases sociales no tenían cabida.
Nínguno de los dos hombres supo bien que decir, más allá del cortés saludo de buenos días. Así que fueron las mujeres las que tomaron la iniciativa de la conversación.
-Doña Agueda ha venido acompañando a Pepa y don Raimundo. Están en el cuarto con Emilia, tratando de tranquilizarla.
-Y esta hermosa joven ha tenido el detalle de prepararme un opíparo desayuno-añadió con la mejor de sus sonrisas. Pero decirme muchachos, ¿hay alguna noticia sobre Alfonso?
-Nínguna, señora. Es como si se lo hubiese tragado la tierra.-respondió Juan.
-Tarde o temprano tiene que aparecer. Hay mucha gente buscándolo. He dado aviso a los antiguos compañeros de mi padre. Ellos conocen todo lo que pasa en la comarca. Y Juan ha pedido ayuda a los hombres de Pardo.
-Eso está bien. Cuaquier ayuda es poca en estos casos. He dado orden a mi hijo para que ponga a nuestros jornaleros a colaborar en la búsqueda.
Enriqueta se disponía a llenar dos tazones de leche para Paquito y Juan cuando Raimundo salió del cuarto. Pepa se había quedado con Emilia para ayudarla a asearse y vestirse.
-Buenos días muchachos. Por vuestro semblante puedo adivinar que no traeis buenas noticias.
-Ni buenas ni malas. Seguimos sin saber nada. Hemos venido a ver como se encontraba su hija y a comer algo. Pero tan pronto demos cuenta del desayuno nos regresamos a la búsqueda.
-Y yo tengo que pasar por la casa de comidas. Sebastián debe de estar muy preocupado.
-Pues mucho me temo que va a hacer el viaje en balde.
-¿Qué quieres decir, Paquito?-preguntó asombrado el Ulloa.
-Venimos de la posada. Habíamos ido con la esperanza de que Alfonso estuviera allí. Pero nos la encontramos cerrada. Hipólito nos dijo que Sebastián había partido hacia la casona. El pobre hombre estaba muy preocupado y decidió ir a enterarse de lo que ocurría.
-¡No puede ser!-exclamó Raimundo mientras palidecía.
-¿Qué ocurre?-preguntó alarmada doña Agueda al ver el rostro desencajado del Ulloa. ¿Acaso teme que se tome a mal lo de Tristán?.
-¡Ojalá fuera eso! Tengo que llegar a la casona antes de que sea demasiado tarde-dijo mientras ya salía por la puerta.
-Ahora mismo le corto un par de rebanadas más, señora.
Mientras doña Agueda y Enriqueta se sentaban a tomarse un buen tazón de leche, Pepa y Raimundo acompañaban a Emilia al cuarto de Rosario, donde dispondrían de más intimidad para que su padre le contara que tenía otro hermano.
Al poco rato Juan y Paquito entraban por la puerta. No pudieron evitar cierta sorpresa al ver a la todopoderosa señora de Mesía compartiendo mesa con Enriqueta. Si bien era cierto que todo el mundo en el pueblo sabía que no se le caían los anillos por tomarse un chato de vino en casa de los Ulloa, no esperaban verla haciéndole compañía a una muchacha de oscuro pasado a la que casi todo el mundo daba la espalda. Pero ante la incertidumbre que estaban viviendo, las distinciones y las clases sociales no tenían cabida.
Nínguno de los dos hombres supo bien que decir, más allá del cortés saludo de buenos días. Así que fueron las mujeres las que tomaron la iniciativa de la conversación.
-Doña Agueda ha venido acompañando a Pepa y don Raimundo. Están en el cuarto con Emilia, tratando de tranquilizarla.
-Y esta hermosa joven ha tenido el detalle de prepararme un opíparo desayuno-añadió con la mejor de sus sonrisas. Pero decirme muchachos, ¿hay alguna noticia sobre Alfonso?
-Nínguna, señora. Es como si se lo hubiese tragado la tierra.-respondió Juan.
-Tarde o temprano tiene que aparecer. Hay mucha gente buscándolo. He dado aviso a los antiguos compañeros de mi padre. Ellos conocen todo lo que pasa en la comarca. Y Juan ha pedido ayuda a los hombres de Pardo.
-Eso está bien. Cuaquier ayuda es poca en estos casos. He dado orden a mi hijo para que ponga a nuestros jornaleros a colaborar en la búsqueda.
Enriqueta se disponía a llenar dos tazones de leche para Paquito y Juan cuando Raimundo salió del cuarto. Pepa se había quedado con Emilia para ayudarla a asearse y vestirse.
-Buenos días muchachos. Por vuestro semblante puedo adivinar que no traeis buenas noticias.
-Ni buenas ni malas. Seguimos sin saber nada. Hemos venido a ver como se encontraba su hija y a comer algo. Pero tan pronto demos cuenta del desayuno nos regresamos a la búsqueda.
-Y yo tengo que pasar por la casa de comidas. Sebastián debe de estar muy preocupado.
-Pues mucho me temo que va a hacer el viaje en balde.
-¿Qué quieres decir, Paquito?-preguntó asombrado el Ulloa.
-Venimos de la posada. Habíamos ido con la esperanza de que Alfonso estuviera allí. Pero nos la encontramos cerrada. Hipólito nos dijo que Sebastián había partido hacia la casona. El pobre hombre estaba muy preocupado y decidió ir a enterarse de lo que ocurría.
-¡No puede ser!-exclamó Raimundo mientras palidecía.
-¿Qué ocurre?-preguntó alarmada doña Agueda al ver el rostro desencajado del Ulloa. ¿Acaso teme que se tome a mal lo de Tristán?.
-¡Ojalá fuera eso! Tengo que llegar a la casona antes de que sea demasiado tarde-dijo mientras ya salía por la puerta.
#347
20/01/2012 14:35
Apenas eran las nueve de la mañana cuando Sebastián llamó a la puerta de la casona. Fue Mariana, quien visiblemente cansada por la noche tan angustiosa que acababa de pasar, acudió a abrir la puerta. Mientras, sentada en la mesita del saón, una pensativa Soledad daba vueltas a una cucharilla incapaz de probar el desayuno que Rosario le había preparado. La doctora le había insistido en que debería comer para recuperar fuerzas. Pero la preocupación por el estado de salud de su hermano no la dejaban probar bocado. La voz de Sebastián tratando de reconfortar a Mariana la sacó de su ensimismamiento.
-Buenos días Soledad.
-No se puede decir que sean muy buenos-respondió ella con cierta acritud.- Imagino que tu padre ya te habrá puesto al tanto de las novedades.
-Lo cierto es que no. Aun no he podido hablar con él y estaba muy preocupado sin noticias de Alfonso.
-Quizás deberías estar más preocupado por la salud de Tristán.
-Señorita, al menos su hermano está en su lecho bajo los cuidados de la doctora Casas. Sin embargo, el mío puede estar tirado en cualquier cuneta aterido de frío. O algo peor…..
Sebastián abrazó a Mariana para intentar consolarla. Por el camino hacia la casona se había encontrado con una de las cuadrillas de jornaleros, quienes le informaron de lo acontecido con Alfonso. A pesar de que en los últimos tiempos las relaciones entre ambos cuñados no eran todo lo buenas que deberían, en el fondo de su corazón sentía un profundo afecto por el Castañeda. No podía olvidar las muchas veces en que él y su hermano Ramiro habían acudido en su ayuda, incluso salvándole el pellejo. Pero aun más respeto le merecía todo lo que había hecho por Emilia.
-Traquila, ya verás como pronto dan con él. Anda, vete junto a tu madre, que seguro que te necesita a su lado.
Mariana le agradeció el gesto con una sonrisa que rápidamente se convirtió en mueca de desagrado al dirgir su mirada hacia Soledad.
-Con su permiso, señorita-dijo sin esperar su respuesta y encaminando su pasos hacia las escaleras que bajan a la cocina.
El muchacho se acercó a Soledad. Aunque consideraba que su comportamiento era reprochable, podía comprender la angustia por la que estaba pasando. No quería ni pensar en como se sentiría él si a su hermana le pasaba algo.
-¿Cómo está Tristán?-preguntó finalmente.-¿Puedo hacer algo?
-Pues mira, quizás puedas hacer más de lo que te imaginas.
-No comprendo qué me quieres decir.
-Será mejor que pasemos a la biblioteca. Allí estaremos más tranquilos.
Sebastián la siguió en silencio. Algo grave debía estar ocurriendo, más allá de la desaparición de Alfonso y la gravedad de las heridas de Tristán. Soledad se sentó junto al escritorio y con un gesto le indicó que hiciera lo propio. Se notaba que ella intentaba mantener la compostura, imprimiendo una fingida frialdad a sus palabras. Pero la forma es que se retorcía las manos delataba su nerviosismo.
-Quizás lo mejor es que Raimundo hubiera estado aquí para explicarte todo este asunto, puesto que él es parte implicada y además es tu padre. Pero en vista de lo grave de la situación, me veo obligada a contártelo yo. Y mucho me temo que no te va a gustar lo que tengo que decir.
Sebastián escuchó en silencio las explicaciones sobre el delicado estado de salud de su hasta hacía poco mejor amigo. Había perdido mucha sangre y la doctora Casas se había visto obligada a pracitacarle una transfusión para intentar salvarle la vida.
-He oído hablar de tales técnicas cuando estaba en París y Londres. Pero tenía entendido que eran peligrosas, que se corría el riesgo de que el paciente muriese.
-Sí, eso mismo nos explicó la doctora. Pero al parecer, el riesgo es mucho menor si el donante es un familiar directo. Yo ya he donado mi sangre, puesto que soy su hermana. Y también Raimundo.
-¿Mi padre ha donado su sangre para Tristán?-preguntó mientras intentaba asimilar el significado de esas palabras.-¿Eso quiere decir que…….
-Tu padre es tambien el padre de Tristán. Tanto Rosario como yo teníamos nuestras sospechas y mi madre nos las confirmó al ver que Pepa estaba dispuesta a dar su sangre. Pero ni la de ella, ni la de ese otro bastardo que vive en las mazmorras sirve ya que Tristán no es hijo de Salvador Castro, sino de Raimundo Ulloa. Ya ves, tenemos un hermano en común.
Sebastián permaneció en silencio, incapaz da asimilar lo que acababa de escuchar. Tenía un hermano, un hermano de sangre al que siempre había querido como a un amigo y al que en los últimos tiempos había tratado mal. Y ahora Tristán estaba al borde de la muerte y ya no podría enmendar sus errores. Al final logró pronunciar un par de palabras.
-Tengo un hermano.
-Sí, un hermano que ahora te necesita. Aun está muy débil y la doctora Casas dice que necesita más sangre.
-Entonces, ¿a qué estamos esperando?-dijo mientras se levantaba de las silla dispuesto a subir cuanto antes a la habitación de Tristán.
-Buenos días Soledad.
-No se puede decir que sean muy buenos-respondió ella con cierta acritud.- Imagino que tu padre ya te habrá puesto al tanto de las novedades.
-Lo cierto es que no. Aun no he podido hablar con él y estaba muy preocupado sin noticias de Alfonso.
-Quizás deberías estar más preocupado por la salud de Tristán.
-Señorita, al menos su hermano está en su lecho bajo los cuidados de la doctora Casas. Sin embargo, el mío puede estar tirado en cualquier cuneta aterido de frío. O algo peor…..
Sebastián abrazó a Mariana para intentar consolarla. Por el camino hacia la casona se había encontrado con una de las cuadrillas de jornaleros, quienes le informaron de lo acontecido con Alfonso. A pesar de que en los últimos tiempos las relaciones entre ambos cuñados no eran todo lo buenas que deberían, en el fondo de su corazón sentía un profundo afecto por el Castañeda. No podía olvidar las muchas veces en que él y su hermano Ramiro habían acudido en su ayuda, incluso salvándole el pellejo. Pero aun más respeto le merecía todo lo que había hecho por Emilia.
-Traquila, ya verás como pronto dan con él. Anda, vete junto a tu madre, que seguro que te necesita a su lado.
Mariana le agradeció el gesto con una sonrisa que rápidamente se convirtió en mueca de desagrado al dirgir su mirada hacia Soledad.
-Con su permiso, señorita-dijo sin esperar su respuesta y encaminando su pasos hacia las escaleras que bajan a la cocina.
El muchacho se acercó a Soledad. Aunque consideraba que su comportamiento era reprochable, podía comprender la angustia por la que estaba pasando. No quería ni pensar en como se sentiría él si a su hermana le pasaba algo.
-¿Cómo está Tristán?-preguntó finalmente.-¿Puedo hacer algo?
-Pues mira, quizás puedas hacer más de lo que te imaginas.
-No comprendo qué me quieres decir.
-Será mejor que pasemos a la biblioteca. Allí estaremos más tranquilos.
Sebastián la siguió en silencio. Algo grave debía estar ocurriendo, más allá de la desaparición de Alfonso y la gravedad de las heridas de Tristán. Soledad se sentó junto al escritorio y con un gesto le indicó que hiciera lo propio. Se notaba que ella intentaba mantener la compostura, imprimiendo una fingida frialdad a sus palabras. Pero la forma es que se retorcía las manos delataba su nerviosismo.
-Quizás lo mejor es que Raimundo hubiera estado aquí para explicarte todo este asunto, puesto que él es parte implicada y además es tu padre. Pero en vista de lo grave de la situación, me veo obligada a contártelo yo. Y mucho me temo que no te va a gustar lo que tengo que decir.
Sebastián escuchó en silencio las explicaciones sobre el delicado estado de salud de su hasta hacía poco mejor amigo. Había perdido mucha sangre y la doctora Casas se había visto obligada a pracitacarle una transfusión para intentar salvarle la vida.
-He oído hablar de tales técnicas cuando estaba en París y Londres. Pero tenía entendido que eran peligrosas, que se corría el riesgo de que el paciente muriese.
-Sí, eso mismo nos explicó la doctora. Pero al parecer, el riesgo es mucho menor si el donante es un familiar directo. Yo ya he donado mi sangre, puesto que soy su hermana. Y también Raimundo.
-¿Mi padre ha donado su sangre para Tristán?-preguntó mientras intentaba asimilar el significado de esas palabras.-¿Eso quiere decir que…….
-Tu padre es tambien el padre de Tristán. Tanto Rosario como yo teníamos nuestras sospechas y mi madre nos las confirmó al ver que Pepa estaba dispuesta a dar su sangre. Pero ni la de ella, ni la de ese otro bastardo que vive en las mazmorras sirve ya que Tristán no es hijo de Salvador Castro, sino de Raimundo Ulloa. Ya ves, tenemos un hermano en común.
Sebastián permaneció en silencio, incapaz da asimilar lo que acababa de escuchar. Tenía un hermano, un hermano de sangre al que siempre había querido como a un amigo y al que en los últimos tiempos había tratado mal. Y ahora Tristán estaba al borde de la muerte y ya no podría enmendar sus errores. Al final logró pronunciar un par de palabras.
-Tengo un hermano.
-Sí, un hermano que ahora te necesita. Aun está muy débil y la doctora Casas dice que necesita más sangre.
-Entonces, ¿a qué estamos esperando?-dijo mientras se levantaba de las silla dispuesto a subir cuanto antes a la habitación de Tristán.
#348
20/01/2012 14:37
Cuando Mariana acudió de nuevo a abrir la puerta de la casona, Raimundo entró como una exalación preguntando dónde estaba Sebastián.
-Creo que arriba, en el cuarto de Tristán.
-Dios mío, que no sea demasiado tarde-logró decir mientras ascendía por las escaleras todo lo rápido que podía.
Cuando casi si aliento abrió la puerta de la habitación se encontró a Soledad y Francisca de pie junto al lado derecho de la cama. Mientras, al otro lado Sebastián estaba sentado en una butaca. Se había quitado la chaqueta y tenía la manga de la camisa arremangada. Raimundo respiró aliviado cuando vio que la médico aun estaba preparando el instrumental.
-Doctora, ¡detengase!. Mi hijo no va a donar su sangre.
Todos los presentes volvieron la cabeza incrédulos ante lo que estaban oyendo. Aquel hombre que apena unas horas antes estaba dispuesto a morir desangrado con tal de salvar a Tristán quería impedir que Sebastián se convirtiera en donante.
-¡Padre! ¿Cómo no voy a darle mi sangre?. Es mi amigo y ahora más que sé que es mi hermano.
Pero su padre ya no pudo articular palabra. Cayó desmayado en el suelo, a un metro del lugar donde estaba Francisca. La doctora corrió a auxiliarlo. También Sebastián se levantó de la silla y acudió junto a él.
-No se preocupen. Seguro que es un desvanecimiento provocado por la hipotensión. Ya me extrañaba a mí que mantuviera semejante fortaleza despues de haber donado su sangre y toda una noche sin dormir. Sebastián, ayúdeme a levantarle las piernas. De este modo lograremos mejorar el riego sanguíneo a la cabeza.
-¿Está segura de que no es nada grave?-preguntó angustiada doña Francisca.
-Sí, ya verán como en pocos mínutos recobra el conocimiento. Pero debería descansar y comer algo.
-Ahora mismo voy a la cocina y le digo a Rosario que le prepare algo-dijo Soledad.-Y usted también deberiá predicar con el ejemplo, que lleva toda la noche en vela y ni un triste vaso de agua le he visto beber.
-Gracias, pero ahora lo importante es ocuparse de los pacientes-respondió la doctora mientras comprobaa que Raimundo volvía poco a poco en si.
-Padre, ¿está mejor?-le preguntó Sebastián mientras lo ayudaba a incorporarse.
Raimundo asintió con la cabeza, pero era incapaz de pronunciar palabra. Afortunadamente la llegada de Pepa y Emilia pareció darle unos minutos más de margen. La doctora adivinó la preocupación en sus rostros y decidió intervenir antes de que la angustia de aquellas muchachas siguiera aumentando.
-Ya se lo dije a su hermano. No hay porque preocuparse, no es más que un mareo provocado por la debilidad. Un poco de reposo y una buena comida serán suficientes.
-Doña Francisca, ¿podemos utilizar uno de los cuartos de invitados para que mi padre descanse?
-Faltaría más, muchacha. Yo misma os acompaño.
-Pepa, quédate tú con Tristán-le pidió a la partera la doctora Casas.-Yo voy a hacerle un pequeño reconocimiento a don Raimundo, para descartar mayores problemas.
La muchacha se dejó caer agotada en el sillón junto a la cama. No había dormido nada en toda aquella larga noche en la que iban de sobresalto en sobresalto. Cogió la mano de Tristán entre la suya, acariciándola con ternura y con una sombra de esperanza. Ahora ya no había impedimentos para su amor, una vez que el gran secreto quedó desvelado. Sin querer sonrió cerrando los ojos mientras el sueño lograba vencerla. Sin embargo, no podría dormir más de unos pocos minutos.
Justo en el momento en que la doctora Casas acaba de auscultar el corazón de Raimundo bajo la atenta mirada de sus hijos y de doña Francisa, alguien abría la puerta del cuarto abruptamente.
-¡Gregoria! ¡Venga deprisa!
-¿Qué sucede muchacha?-preguntó angustiada Francisca.
-¡Se ha despertado!-contestó con una inmensa sonrisa Pepa.
Todos respiraron aliviados. Y el que más Raimundo Ulloa. Todas las mujeres abandonaron la habitación siguiendo a la doctora Casas. Sin embargo, Sebastián permaneció junto a su padre.
-¿Y ahora me va a explicar por qué no quería que donase mi sangre para Tristán?-le preguntó con mirada suplicante.
-No creo que te guste saberlo-contestó Raimundo. Hubiera dado su vida por evitar que llegara ese momento.
-Creo que arriba, en el cuarto de Tristán.
-Dios mío, que no sea demasiado tarde-logró decir mientras ascendía por las escaleras todo lo rápido que podía.
Cuando casi si aliento abrió la puerta de la habitación se encontró a Soledad y Francisca de pie junto al lado derecho de la cama. Mientras, al otro lado Sebastián estaba sentado en una butaca. Se había quitado la chaqueta y tenía la manga de la camisa arremangada. Raimundo respiró aliviado cuando vio que la médico aun estaba preparando el instrumental.
-Doctora, ¡detengase!. Mi hijo no va a donar su sangre.
Todos los presentes volvieron la cabeza incrédulos ante lo que estaban oyendo. Aquel hombre que apena unas horas antes estaba dispuesto a morir desangrado con tal de salvar a Tristán quería impedir que Sebastián se convirtiera en donante.
-¡Padre! ¿Cómo no voy a darle mi sangre?. Es mi amigo y ahora más que sé que es mi hermano.
Pero su padre ya no pudo articular palabra. Cayó desmayado en el suelo, a un metro del lugar donde estaba Francisca. La doctora corrió a auxiliarlo. También Sebastián se levantó de la silla y acudió junto a él.
-No se preocupen. Seguro que es un desvanecimiento provocado por la hipotensión. Ya me extrañaba a mí que mantuviera semejante fortaleza despues de haber donado su sangre y toda una noche sin dormir. Sebastián, ayúdeme a levantarle las piernas. De este modo lograremos mejorar el riego sanguíneo a la cabeza.
-¿Está segura de que no es nada grave?-preguntó angustiada doña Francisca.
-Sí, ya verán como en pocos mínutos recobra el conocimiento. Pero debería descansar y comer algo.
-Ahora mismo voy a la cocina y le digo a Rosario que le prepare algo-dijo Soledad.-Y usted también deberiá predicar con el ejemplo, que lleva toda la noche en vela y ni un triste vaso de agua le he visto beber.
-Gracias, pero ahora lo importante es ocuparse de los pacientes-respondió la doctora mientras comprobaa que Raimundo volvía poco a poco en si.
-Padre, ¿está mejor?-le preguntó Sebastián mientras lo ayudaba a incorporarse.
Raimundo asintió con la cabeza, pero era incapaz de pronunciar palabra. Afortunadamente la llegada de Pepa y Emilia pareció darle unos minutos más de margen. La doctora adivinó la preocupación en sus rostros y decidió intervenir antes de que la angustia de aquellas muchachas siguiera aumentando.
-Ya se lo dije a su hermano. No hay porque preocuparse, no es más que un mareo provocado por la debilidad. Un poco de reposo y una buena comida serán suficientes.
-Doña Francisca, ¿podemos utilizar uno de los cuartos de invitados para que mi padre descanse?
-Faltaría más, muchacha. Yo misma os acompaño.
-Pepa, quédate tú con Tristán-le pidió a la partera la doctora Casas.-Yo voy a hacerle un pequeño reconocimiento a don Raimundo, para descartar mayores problemas.
La muchacha se dejó caer agotada en el sillón junto a la cama. No había dormido nada en toda aquella larga noche en la que iban de sobresalto en sobresalto. Cogió la mano de Tristán entre la suya, acariciándola con ternura y con una sombra de esperanza. Ahora ya no había impedimentos para su amor, una vez que el gran secreto quedó desvelado. Sin querer sonrió cerrando los ojos mientras el sueño lograba vencerla. Sin embargo, no podría dormir más de unos pocos minutos.
Justo en el momento en que la doctora Casas acaba de auscultar el corazón de Raimundo bajo la atenta mirada de sus hijos y de doña Francisa, alguien abría la puerta del cuarto abruptamente.
-¡Gregoria! ¡Venga deprisa!
-¿Qué sucede muchacha?-preguntó angustiada Francisca.
-¡Se ha despertado!-contestó con una inmensa sonrisa Pepa.
Todos respiraron aliviados. Y el que más Raimundo Ulloa. Todas las mujeres abandonaron la habitación siguiendo a la doctora Casas. Sin embargo, Sebastián permaneció junto a su padre.
-¿Y ahora me va a explicar por qué no quería que donase mi sangre para Tristán?-le preguntó con mirada suplicante.
-No creo que te guste saberlo-contestó Raimundo. Hubiera dado su vida por evitar que llegara ese momento.
#349
21/01/2012 15:12
PEPA POR DIOS...No me dejes asi....esto es un sinvivir
#350
21/01/2012 18:30
Q intriga!!! Jo me tienes enganchaica!!!
#351
22/01/2012 15:12
Pepa me tienes en ascuas.....
#352
22/01/2012 21:11
ains... Lapuebla, q me va a dar de tó... esperando quedo la continuación... es genial!!
#353
23/01/2012 15:39
MONSTRUOS (parte 7)
Raimundo respiró hondo y le indicó a su hijo que se sentara. Aquella conversación podía ser demasiado larga. O demasiado corta. En todo caso, sería díficil, extremadamente díficil contarle la dura verdad a Sebastián. Sentía que lo que iba a contar desgarraría la ya de por si frágil estabilidad de su familia. Tragó saliva, en un vano intento por romper el nudo que atenazaba su garganta. Y tras unos segundos de tenso silencio, por fin habló.
-Hijo, antes de nada quiero que sepas que tú y tu hermana sois lo mejor que me ha pasado en la vida. Vosotros y vuestra madre me habeis convertido en una persona mejor. Mi vida ha tenido sentido porque os tenía a vosotros. Natalia fue la luz que me sacó del pozo de oscuridad en el que estaba sumido. De no haber sido por tu madre, yo no estaría vivo.
Sebastián se revolvió incómodo en la butaca. Lo acontecido en los últimos minutos le había provocado una intensa zozobra y necesitaba que su padre le aclarase qué era lo que estaba pasando.
-Discúlpeme, pero preferiría que no diese tantos rodeos. ¿Por qué no quería que le diese mi sangre a Tristán?-le soltó a bocajarro.
-Está bien, seré claro.-Raimundo bajó por unos segundos la vista. Pero al fin volvió a mirar a su hijo a los ojos.-Porque no tengo la certeza de que seais hermanos y supongo que la doctora Casas ya te habrá explicado los riesgos que corremos si el donante no es un familiar.
-¡Pero si doña Francisca ha confirmado que Tristán es su hijo!. Y usted mismo ha servido de donante y Tristán está mucho mejor. ¿Acaso duda de su palabra?
-No, no dudo de la palabra de Francisca. Creo que siempre sospeché que ese muchacho era mi hijo,aunque no quisiera admitir tales sospechas.
-Entonces, ¿qué es lo que pasa?-preguntó el joven, aunque sabía que no le iba a gustar la respuesta.
-Lo que no puedo asegurar a ciencia cierta es que tú seas mi hijo-contestó mientras sentía que su corazón se resquebrajaba.
Una ola de ira invadió a Sebastián. Sintió como sus mejillas enrojecían y se levantó de la silla con los puños cerrados. Necesitaba vaciar el odio que sentía en aquel momento y no se le ocurrió nada mejor que descargar su rabia contra el jarrón que adornaba una pequeña mesa camilla. Mientras, Raimundo se sentía impotente y no era capaz de encontrar las palabras para apaciguarlo.
-¿Qué me quiere decir? ¿Qué mi madre le fue infiel?-preguntó incrédulo.
-No, no fue eso lo que ocurrió. Tu madre era la mujer más maravillosa y leal que he conocido, tanto que a veces pensaba que no era digno de su amor. Pero el mundo está lleno de hombres desalmados, capaces de cualquier atrocidad, que no se detienen ante nada con tal de conseguir lo que quieren. Una noche tu madre se quedó sola en la posada porque yo había tenido que ir a la capital a resolver unas gestiones. Y….-su voz estaba a punto de quebrarse-aquel desalmado aprovechó para atacarla. Si el marido de Rosario no llega a aperecer, aquel monstruo la hubiera matado. Al ver que llegaba José, escapó sin que le pudiera ver el rostro. Después fue a llamar al médico e hizo venir a Rosario para que cuidara de Natalia. Por eso siempre hemos sentido un especial aprecio por los Castañeda.
Al oír esta últimas frases, las piernas ya no pudieron mantenerlo en pie y se dejó caer de nuevo en la butaca escondiendo el rostro entre las manos. Le hervía la sangre al imaginar el infierno que había sufrido su madre. Pero lo peor era saber que él podía haber sido el fruto de un acto tan sucio y vil. Su padre quiso consolarlo poniéndole una mano en el hombro pero se sacudió bruscamente.
-¿Y qué hizo usted cuando se enteró?-logró preguntar al fin aunque sin destapar su rostro.
-Cuando regresé al día siguiente me la encontré malherida. No era capaz de articular palabra y no dejaba de llorar. Tardó días en recuperarse y sólo con Rosario fue capaz de desahogarse. Supongo que al ser una mujer se sentía más segura con ella. Así que lo único que pude hacer yo fue permanecer a su lado, dándole mi cariño y cuidándola.
-¿Quién pudo hacer algo así?-siguió preguntando Sebastián.
-Tu madre dijo que no le había visto el rostro ni había escuchado su voz. Pero…
-¿Cree que mentía?.-El muchacho alzó la vista y dirigió una mirada airada a Raimundo.
-No, seguramente tu madre no pudo saber quién era-contestó tratando de calmarlo.- Pero yo siempre tuve mis sospechas, aunque no pudiera demostrarlas.
-¿Qué quiere decir?.-El rostro de Sebastián estaba arrasado por las lágrimas.
-El desalmado que le había hecho aquello a tu madre quería humillarme y destruírme a mi. Ella sólo era otra víctima más de ese monstruo. Y ayer comprendí por qué. Su orgullo estaba herido porque su mujer estaba esperando un hijo mío y quiso arrebatarme lo único que me quedaba, tu madre.
-¿Salvador Castro es mi padre?-preguntó con apenas un hilo de voz.
-No lo sé, nadie puede saberlo. Tu madre y yo llevabamos poco tiempo casados , eramos jóvenes y apasionados. Preferíamos pensar que eras el fruto de nuestro amor y no de aquel brutal acto de barbarie. En todo caso-Raimundo volvió a colocar la mano en el hombro de Sebastián sin que este lo rechazara de nuevo- eras el hijo de mi mujer y eso para mí era suficiente para quererte. Te he querido siempre y sabes que daría mi vida por ti, sin dudarlo ni un instante. Y por eso podía comprender perfectamente a Alfonso cuando estaba dispuesto a ser el padre del hijo de Emilia.
-Pero, ¿y si soy hijo de ese desalmado? ¿Y si me parezco a él?
-¡No te pareces en nada a él!. Escúchame bien-le dijo Raimundo agarrándo su rostro entre las manos-tú siempre serás mi hijo, siempre. No importa quién te haya engrendrado, yo siempre seré tu padre.¿Me oyes?. Tu hermana nos lo dijo una vez y tenía razón: son mucho más importantes los lazos del corazón que los de sangre.¿O acaso tú dejaste de querer a Emilia cuando supiste que era adoptada?
Sebastián se levantó de la butaca y se abrazó a Raimundo para agradecerle su cariño, ese amor incondicional que le había profesado a pesar de todo. Pero también buscaba su protección. Como cuando era un niño y regresaba a caso con alguna herida en las rodillas despues de hacer alguna trastada jugando con los otros críos. Y así, abrazados y en silencio, permanecieron durante varios minutos. Al final fue el padre el que decidió tomar la palabra.
-Además, creo que hay indicios que demuestran que eres mi hijo y no de ese malnacido-le dijo con una amplia sonrisa.
Sebastián no pudo reprimir una expresión de asombro. Seguramente Raimundo sólo quería lamerle las heridas, pero estaba seguro de que nada de lo que le pudiera decir lograría borrar aquella incertidumbre de no saber quién era en verdad el hombre que lo había engendrado.
-¿Sabes? Desde siempre, cuando os veía a ti y a Tristán juntos, no podía dejar de ver el asombroso parecido. Y eso me atormentaba porque pensaba que se debía a que compartíais las sangre de Salvador Castro. Pero si yo soy el padre de Tristán y vosotros dos sois cada vez más parecidos…..
-Es que podemos ser hermanos……..Pero nunca podremos estar seguros-se lamentó Sebastián.
-Puede, pero a mí el corazón me dice que vosotros dos sois mis hijos y como tales os trataré. Y ahora deberíamos ir a ver cómo se encuentra tu hermano.
-Tiene razón, padre-le sonrió finalmente mientras se dirigían a la puerta de la habitación.
Raimundo respiró hondo y le indicó a su hijo que se sentara. Aquella conversación podía ser demasiado larga. O demasiado corta. En todo caso, sería díficil, extremadamente díficil contarle la dura verdad a Sebastián. Sentía que lo que iba a contar desgarraría la ya de por si frágil estabilidad de su familia. Tragó saliva, en un vano intento por romper el nudo que atenazaba su garganta. Y tras unos segundos de tenso silencio, por fin habló.
-Hijo, antes de nada quiero que sepas que tú y tu hermana sois lo mejor que me ha pasado en la vida. Vosotros y vuestra madre me habeis convertido en una persona mejor. Mi vida ha tenido sentido porque os tenía a vosotros. Natalia fue la luz que me sacó del pozo de oscuridad en el que estaba sumido. De no haber sido por tu madre, yo no estaría vivo.
Sebastián se revolvió incómodo en la butaca. Lo acontecido en los últimos minutos le había provocado una intensa zozobra y necesitaba que su padre le aclarase qué era lo que estaba pasando.
-Discúlpeme, pero preferiría que no diese tantos rodeos. ¿Por qué no quería que le diese mi sangre a Tristán?-le soltó a bocajarro.
-Está bien, seré claro.-Raimundo bajó por unos segundos la vista. Pero al fin volvió a mirar a su hijo a los ojos.-Porque no tengo la certeza de que seais hermanos y supongo que la doctora Casas ya te habrá explicado los riesgos que corremos si el donante no es un familiar.
-¡Pero si doña Francisca ha confirmado que Tristán es su hijo!. Y usted mismo ha servido de donante y Tristán está mucho mejor. ¿Acaso duda de su palabra?
-No, no dudo de la palabra de Francisca. Creo que siempre sospeché que ese muchacho era mi hijo,aunque no quisiera admitir tales sospechas.
-Entonces, ¿qué es lo que pasa?-preguntó el joven, aunque sabía que no le iba a gustar la respuesta.
-Lo que no puedo asegurar a ciencia cierta es que tú seas mi hijo-contestó mientras sentía que su corazón se resquebrajaba.
Una ola de ira invadió a Sebastián. Sintió como sus mejillas enrojecían y se levantó de la silla con los puños cerrados. Necesitaba vaciar el odio que sentía en aquel momento y no se le ocurrió nada mejor que descargar su rabia contra el jarrón que adornaba una pequeña mesa camilla. Mientras, Raimundo se sentía impotente y no era capaz de encontrar las palabras para apaciguarlo.
-¿Qué me quiere decir? ¿Qué mi madre le fue infiel?-preguntó incrédulo.
-No, no fue eso lo que ocurrió. Tu madre era la mujer más maravillosa y leal que he conocido, tanto que a veces pensaba que no era digno de su amor. Pero el mundo está lleno de hombres desalmados, capaces de cualquier atrocidad, que no se detienen ante nada con tal de conseguir lo que quieren. Una noche tu madre se quedó sola en la posada porque yo había tenido que ir a la capital a resolver unas gestiones. Y….-su voz estaba a punto de quebrarse-aquel desalmado aprovechó para atacarla. Si el marido de Rosario no llega a aperecer, aquel monstruo la hubiera matado. Al ver que llegaba José, escapó sin que le pudiera ver el rostro. Después fue a llamar al médico e hizo venir a Rosario para que cuidara de Natalia. Por eso siempre hemos sentido un especial aprecio por los Castañeda.
Al oír esta últimas frases, las piernas ya no pudieron mantenerlo en pie y se dejó caer de nuevo en la butaca escondiendo el rostro entre las manos. Le hervía la sangre al imaginar el infierno que había sufrido su madre. Pero lo peor era saber que él podía haber sido el fruto de un acto tan sucio y vil. Su padre quiso consolarlo poniéndole una mano en el hombro pero se sacudió bruscamente.
-¿Y qué hizo usted cuando se enteró?-logró preguntar al fin aunque sin destapar su rostro.
-Cuando regresé al día siguiente me la encontré malherida. No era capaz de articular palabra y no dejaba de llorar. Tardó días en recuperarse y sólo con Rosario fue capaz de desahogarse. Supongo que al ser una mujer se sentía más segura con ella. Así que lo único que pude hacer yo fue permanecer a su lado, dándole mi cariño y cuidándola.
-¿Quién pudo hacer algo así?-siguió preguntando Sebastián.
-Tu madre dijo que no le había visto el rostro ni había escuchado su voz. Pero…
-¿Cree que mentía?.-El muchacho alzó la vista y dirigió una mirada airada a Raimundo.
-No, seguramente tu madre no pudo saber quién era-contestó tratando de calmarlo.- Pero yo siempre tuve mis sospechas, aunque no pudiera demostrarlas.
-¿Qué quiere decir?.-El rostro de Sebastián estaba arrasado por las lágrimas.
-El desalmado que le había hecho aquello a tu madre quería humillarme y destruírme a mi. Ella sólo era otra víctima más de ese monstruo. Y ayer comprendí por qué. Su orgullo estaba herido porque su mujer estaba esperando un hijo mío y quiso arrebatarme lo único que me quedaba, tu madre.
-¿Salvador Castro es mi padre?-preguntó con apenas un hilo de voz.
-No lo sé, nadie puede saberlo. Tu madre y yo llevabamos poco tiempo casados , eramos jóvenes y apasionados. Preferíamos pensar que eras el fruto de nuestro amor y no de aquel brutal acto de barbarie. En todo caso-Raimundo volvió a colocar la mano en el hombro de Sebastián sin que este lo rechazara de nuevo- eras el hijo de mi mujer y eso para mí era suficiente para quererte. Te he querido siempre y sabes que daría mi vida por ti, sin dudarlo ni un instante. Y por eso podía comprender perfectamente a Alfonso cuando estaba dispuesto a ser el padre del hijo de Emilia.
-Pero, ¿y si soy hijo de ese desalmado? ¿Y si me parezco a él?
-¡No te pareces en nada a él!. Escúchame bien-le dijo Raimundo agarrándo su rostro entre las manos-tú siempre serás mi hijo, siempre. No importa quién te haya engrendrado, yo siempre seré tu padre.¿Me oyes?. Tu hermana nos lo dijo una vez y tenía razón: son mucho más importantes los lazos del corazón que los de sangre.¿O acaso tú dejaste de querer a Emilia cuando supiste que era adoptada?
Sebastián se levantó de la butaca y se abrazó a Raimundo para agradecerle su cariño, ese amor incondicional que le había profesado a pesar de todo. Pero también buscaba su protección. Como cuando era un niño y regresaba a caso con alguna herida en las rodillas despues de hacer alguna trastada jugando con los otros críos. Y así, abrazados y en silencio, permanecieron durante varios minutos. Al final fue el padre el que decidió tomar la palabra.
-Además, creo que hay indicios que demuestran que eres mi hijo y no de ese malnacido-le dijo con una amplia sonrisa.
Sebastián no pudo reprimir una expresión de asombro. Seguramente Raimundo sólo quería lamerle las heridas, pero estaba seguro de que nada de lo que le pudiera decir lograría borrar aquella incertidumbre de no saber quién era en verdad el hombre que lo había engendrado.
-¿Sabes? Desde siempre, cuando os veía a ti y a Tristán juntos, no podía dejar de ver el asombroso parecido. Y eso me atormentaba porque pensaba que se debía a que compartíais las sangre de Salvador Castro. Pero si yo soy el padre de Tristán y vosotros dos sois cada vez más parecidos…..
-Es que podemos ser hermanos……..Pero nunca podremos estar seguros-se lamentó Sebastián.
-Puede, pero a mí el corazón me dice que vosotros dos sois mis hijos y como tales os trataré. Y ahora deberíamos ir a ver cómo se encuentra tu hermano.
-Tiene razón, padre-le sonrió finalmente mientras se dirigían a la puerta de la habitación.
#354
23/01/2012 15:42
Cuando estaban a punto de entrar en el cuarto de Tristán se cruzaron con la doctora Casas, quien mostraba síntomas evidentes de cansancio. Durante toda la noche había mantenido su fría calma habitual, vigilando la evolución del herido y poniendo toda su profesionalidad en su cuidado. Se había abstenido de realizar ningún comentario que no tuviera que ver con sus opiniones médicas. Sin embargo, a Raimundo le dio la sensación de que aquella mujer estaba agotada.
-Gregoria, ¿se encuentra usted bien?-preguntó con cortesía. –Si me disculpa el atrevimiento, no tiene muy buena cara.
-Sólo estoy un poco cansada. Ha sido una noche muy larga y necesito descansar un poco. De todos modos, muchas gracias por su preocupación.
-¿Cómo está el muchacho?-volvió a ser Raimundo el que preguntaba.
-Bastante recuperado. Gracias a usted y a Soledad hemos podido paliar la hemorragia. Y la herida tiene buen aspecto. Ahora sólo necesita reposo y tranquilidad.
-Doctora, le estamos infinitamente agradecidos por haberle salvado la vida a Tristán. Es ustede una magnífica profesional.
-No hay nada que agradecer, sólo he hecho mi trabajo lo mejor que he podido. Y ahora si me disculpan-dijo en un tono de voz apagado.
Raimundo y Sebastián asintieron en silencio mientras la observaban avanzar hacia las escaleras que conducían al piso inferior. Su forma de caminar era muy distinta de la habitual. Arrastraba los pasos, como si le costase avanzar. Se sentía derrotada a pesar de haberle ganado la batalla a la muerte.
Tambien ellos avanzaron con paso dubitativo hacia la habitación de Tristán. Aunque estaban felices después de oír las buenas noticias que les había dado la doctora, temían la reacción del muchacho al saber que había vivido engañado durante casi treinta años. Padre e hijo adivinaron mutuamente sus pensamientos y se acercaron a la puerta del cuarto de un modo sigiloso. Querían cerciorarse de que no hubiera nínguna tormenta que hiciera su visita resultara inoportuna. Pero al no oír nada extraño, dieron un par de toques en la madera para pedir permiso para entrar. Fue la voz de Pepa la que les indicó que podían pasar. Al abrir la puerta se encontraron a Tristán medio incorporado en la cama, con la espalda apoyada en los almohadones mientras Pepa, sentada a su lado, le tenía cogida la mano. Por la sonrisa que iluminaba ambos rostros pudieron adivinar que Tristán ya conocía el gran secreto de doña Francisca y que por sus venas no corría la misma sangre que por las de la mujer que amaba. Ahora ya no había ningún impedimento para poder estar juntos. Era tal la dicha que le embargaba que no sentía el dolor de la herida que casi siega su vida. Como tampoco era capaz de sentir rabia hacia su madre por haberle mentido durante tantos años. El odio no tenía cabida en su corazón, porque en este sólo había alegría y esperanza.
-¿Cómo te encuentras, muchacho?-preguntó Raimundo un tanto temeroso.
-Mejor que nunca-les respondió con una amplia y sincera sonrisa mientras besaba la mano de Pepa.-
La pesadilla se ha terminado, puedo estar con la mujer que amo y además he descubierto que tengo dos hermanos estupendos y un padre que no ha dudado en dar su sangre para salvarme.
Al oír aquellas palabras, Raimundo fue incapaz de contener su emoción. Tambien un torrente de sentimientos contradictorios pasaban por la mente de Sebastián, algunos de ellos sombríos. Pero decidió aparcar sus temores y disfrutar de aquel momento. Por nada del mundo quería empañar la alegría de su amigo y, sobre todo, la de su padre.
-Amigo, me alegro mucho de que hayas salido de esta. ¡No sabes el susto que nos has dado!. Y tampoco teníamos muy claro cómo ibas a reaccionar al conocer la verdad. Para todos ha sido una revelación increíble. Supongo que el saber que tu madre te ha engañado durante todos estos años no debe ser agradable.
-Sebastián…por favor, creo que no es el momento-le rogó Raimundo.
-No, tiene razón. No es agradable, pero sinceramente, no me coge por sorpresa. A lo largo de toda mi vida he podido comprobar que mi madre es capaz de cualquier atrocidad con tal de conseguir sus objetivos. Pero me siento tan dichoso en este momento que ni Francisca Montenegro y todas sus artimañas podrían empañarlo. Es más, tengo intención de levantarme de esta maldita cama y organizar una gran fiesta para celebrar que por mis venas no corre la sangre de Salvador Castro.
Pero su alegría no parecía ser compartida por nínguno de los presentes. Incluso el semblante de Pepa se tornó serio y preocupado.
-¿Qué sucede? ¿Por qué de repente os habeis puesto todos tan serios?-preguntó pero él mismo no tardó en darse cuenta de cual era el motivo de preocupación.-Alfonso……Lo siento, soy un necio, tan feliz estaba con esta nueva oportunidad que me ha dado la vida que ni siquiera he preguntado por él. ¿Cómo está?
-No lo sabemos-fue Pepa quien contestó después de cruzar una mirada con Raimundo.
-¿Cómo que no lo sabeis?-preguntó asombrado.
-Alfonso ha desaparecido.
-¿Cómo que ha desparecido? Pero si recuerdo que Mauricio y sus hombres nos trajeron a los dos a la casona cuando nos encontraron tirados en el borde del camino.
Durante los siguientes minutos Pepa le fue explicando pormenorizadamente todos los acontecimientos de aquella larga noche, incluído el incidente en los pasadizos. Algún asesino andaba suelto y no sólo había querido terminar con su vida y la de Alfonso, también había intentado asesinar a Efrén. ¿Qué ser desalmado podría andar detrás de aquellos ataques? ¿Por qué alguien quería acabar con la vida de Tristán y aquel pobre desdichado? Y, sobre todo, dónde podía estar Alfonso.
-Gregoria, ¿se encuentra usted bien?-preguntó con cortesía. –Si me disculpa el atrevimiento, no tiene muy buena cara.
-Sólo estoy un poco cansada. Ha sido una noche muy larga y necesito descansar un poco. De todos modos, muchas gracias por su preocupación.
-¿Cómo está el muchacho?-volvió a ser Raimundo el que preguntaba.
-Bastante recuperado. Gracias a usted y a Soledad hemos podido paliar la hemorragia. Y la herida tiene buen aspecto. Ahora sólo necesita reposo y tranquilidad.
-Doctora, le estamos infinitamente agradecidos por haberle salvado la vida a Tristán. Es ustede una magnífica profesional.
-No hay nada que agradecer, sólo he hecho mi trabajo lo mejor que he podido. Y ahora si me disculpan-dijo en un tono de voz apagado.
Raimundo y Sebastián asintieron en silencio mientras la observaban avanzar hacia las escaleras que conducían al piso inferior. Su forma de caminar era muy distinta de la habitual. Arrastraba los pasos, como si le costase avanzar. Se sentía derrotada a pesar de haberle ganado la batalla a la muerte.
Tambien ellos avanzaron con paso dubitativo hacia la habitación de Tristán. Aunque estaban felices después de oír las buenas noticias que les había dado la doctora, temían la reacción del muchacho al saber que había vivido engañado durante casi treinta años. Padre e hijo adivinaron mutuamente sus pensamientos y se acercaron a la puerta del cuarto de un modo sigiloso. Querían cerciorarse de que no hubiera nínguna tormenta que hiciera su visita resultara inoportuna. Pero al no oír nada extraño, dieron un par de toques en la madera para pedir permiso para entrar. Fue la voz de Pepa la que les indicó que podían pasar. Al abrir la puerta se encontraron a Tristán medio incorporado en la cama, con la espalda apoyada en los almohadones mientras Pepa, sentada a su lado, le tenía cogida la mano. Por la sonrisa que iluminaba ambos rostros pudieron adivinar que Tristán ya conocía el gran secreto de doña Francisca y que por sus venas no corría la misma sangre que por las de la mujer que amaba. Ahora ya no había ningún impedimento para poder estar juntos. Era tal la dicha que le embargaba que no sentía el dolor de la herida que casi siega su vida. Como tampoco era capaz de sentir rabia hacia su madre por haberle mentido durante tantos años. El odio no tenía cabida en su corazón, porque en este sólo había alegría y esperanza.
-¿Cómo te encuentras, muchacho?-preguntó Raimundo un tanto temeroso.
-Mejor que nunca-les respondió con una amplia y sincera sonrisa mientras besaba la mano de Pepa.-
La pesadilla se ha terminado, puedo estar con la mujer que amo y además he descubierto que tengo dos hermanos estupendos y un padre que no ha dudado en dar su sangre para salvarme.
Al oír aquellas palabras, Raimundo fue incapaz de contener su emoción. Tambien un torrente de sentimientos contradictorios pasaban por la mente de Sebastián, algunos de ellos sombríos. Pero decidió aparcar sus temores y disfrutar de aquel momento. Por nada del mundo quería empañar la alegría de su amigo y, sobre todo, la de su padre.
-Amigo, me alegro mucho de que hayas salido de esta. ¡No sabes el susto que nos has dado!. Y tampoco teníamos muy claro cómo ibas a reaccionar al conocer la verdad. Para todos ha sido una revelación increíble. Supongo que el saber que tu madre te ha engañado durante todos estos años no debe ser agradable.
-Sebastián…por favor, creo que no es el momento-le rogó Raimundo.
-No, tiene razón. No es agradable, pero sinceramente, no me coge por sorpresa. A lo largo de toda mi vida he podido comprobar que mi madre es capaz de cualquier atrocidad con tal de conseguir sus objetivos. Pero me siento tan dichoso en este momento que ni Francisca Montenegro y todas sus artimañas podrían empañarlo. Es más, tengo intención de levantarme de esta maldita cama y organizar una gran fiesta para celebrar que por mis venas no corre la sangre de Salvador Castro.
Pero su alegría no parecía ser compartida por nínguno de los presentes. Incluso el semblante de Pepa se tornó serio y preocupado.
-¿Qué sucede? ¿Por qué de repente os habeis puesto todos tan serios?-preguntó pero él mismo no tardó en darse cuenta de cual era el motivo de preocupación.-Alfonso……Lo siento, soy un necio, tan feliz estaba con esta nueva oportunidad que me ha dado la vida que ni siquiera he preguntado por él. ¿Cómo está?
-No lo sabemos-fue Pepa quien contestó después de cruzar una mirada con Raimundo.
-¿Cómo que no lo sabeis?-preguntó asombrado.
-Alfonso ha desaparecido.
-¿Cómo que ha desparecido? Pero si recuerdo que Mauricio y sus hombres nos trajeron a los dos a la casona cuando nos encontraron tirados en el borde del camino.
Durante los siguientes minutos Pepa le fue explicando pormenorizadamente todos los acontecimientos de aquella larga noche, incluído el incidente en los pasadizos. Algún asesino andaba suelto y no sólo había querido terminar con su vida y la de Alfonso, también había intentado asesinar a Efrén. ¿Qué ser desalmado podría andar detrás de aquellos ataques? ¿Por qué alguien quería acabar con la vida de Tristán y aquel pobre desdichado? Y, sobre todo, dónde podía estar Alfonso.
#355
23/01/2012 15:46
Logró abrir los ojos con gran dificultad, porque cada tenue rayo de luz que entraba por aquel ventanuco parecía taladrarle la sesera. Era como si Paco el herrero estuviera utilzando su cabeza como yunque para dar forma a los hierros candentes. Quiso llevarse la mano a la frente pero no pudo. Estaba maniatado y una gruesa cuerda inmovilizaba sus pies. Tampoco podía gritar pues tenía la boca tapada con un pañuelo que apestaba a vino y licor. Sentía la boca seca y las piernas rígidas. ¿Qué había pasado para encontrarse en aquella situación?.
Lo último que recordaba es despertarse en uno de los cuartos de invitados de la casona. Estaba solo y tan pronto como pudo incorporarse decidió bajar a la cocina. Seguramente su madre o su hermana estarían allí y se alegrarían de ver que ya estaba bien. Cuando se dirigió a la escalera escuchó voces en uno de los cuartos principales. Reconoció la voz de la doctora Casas que estaba explicando que el estado de don Tristán era muy grave. Seguramente quien lo había golpeado a él tambien había atacado al señorito Castro. Le gustaría saber cómo estaba y ofrecer su ayuda, pero pensó que su presencia en aquel cuarto no sería bien recibida, habida cuenta del genio que se gastaba la Montenegro. Así que lo mejor sería bajar cuanto antes a la zona reservada al servicio y esperar noticias en la cocina.
Se sentía un poco mareado y tuvo que agarrarse a la barandilla con una mano mientras con la otra sujetaba la pequeña vela que había encontrado encima de la mesilla. Poco a poco fue logrando descender los peldaños de las escaleras. Cuando casi había llegado al final pudo ver como la puerta que comunicaba el salón con la biblioteca se abría de modo abrupto. Ambas estancias estaban a oscuras y no pudo reconocer aquellas silueta alta y fuerte.
-Mauricio, ¿eres tú?-preguntó pensando que podría ser el capataz.
Pero pronto se dio cuenta de su error. Aquella persona no era ningún miembro de la familia Castro-Montenegro ni de su servicio. Era un intruso que escondía su identidad bajo una capucha y un pañuelo que solo dejaban intuír sus ojos. Quiso gritar para pedir ayuda pero un puñetazo en el estómago se lo impidió. El dolor le hizo doblarse sobre si mismo hasta que un nuevo golpe lo dejó inconsciente.
Tenía que pensar con frialdad si quería salir con vida de aquel horrendo lugar. Por el sonido del agua cayendo por una cascada pudo deducir que estaba muy cerca del río, pero en un tramo alejado del pueblo pues las aguas discurrían bravas. Seguramente estaría en alguno de los chozos de los confines de la finca de los Montenegro o de los Mesía. Eran unas construcciones muy humildes que los pastores utilizaban en el verano cuando subían los rebaños de ovejas y cabras a pastar en los prados de las tierras más altas. Al ver el tono rojizo del cielo pudo supo que el sol acababa de ponerse y en cuestión de minutos la oscuridad de la noche volvería a invadirlo todo. Tendria que aprovechar alquel pequeño intervalo para buscar la forma de soltarse. Buscó por la estancia cualquier cosa que pudiese servirle para romper las ataduras, pero lo único que encotró fue un hierro oxidado que parecía haber pertenecido algún día a una azada. No sin gran esfuerzo logró arrastrase el par de metros que lo separaba de aquel pequeño trozo de metal. Pero de pronto unas voces lo alertaron. Eran dos hombres y se dirgían hacial el chozo. Una de las voces le resultaba muy familiar.
-Lo siento, ya le dije que cuando estaba a punto de rebanarle el pescuezo a ese monstruo apareció ese mostrenco del Mauricio.
-¡Excusas! ¡No son más que excusas!. Tú ibas armado y podías haber acabado con los dos-gritó la voz que le resultaba totalmente desconocida. –Pero ahora ya no tiene remedio, tendremos que buscar la forma de rematar el trabajo de una maldita vez. ¿Has sabido algo de Tristán?
-Por el pueblo se dice que sigue malherido,pero vivo. Esa doctorcita ha resultado ser muy lista.-No podía verle la cara pero estaba seguro de que quien había pronunciado esa frase tendría un brillo soez en la mirada al decir tales palabras.
-¡Maldita sea! Todo ha salido mal-vociferó de nuevo el desconocido. Y por si fuera poco, tampoco has podido matar a ese infeliz. Deberías haberlo rematado en la casona.
-Todo a su tiempo, padre. He jurado vengarme por todo lo que ese desgraciado me arrebató y la muerte no me parece castigo suficiente. Antes de morir tendrá que presenciar lo que soy capaz de hacerle a aquellos que más quiere.
-Bueno, veo que en eso al menos has salido a mí-se burló el hombre más mayor.-Y ahora pasemos dentro, que tengo un hambre de mil demonios y tenemos que planear la forma de acabar con todos los herederos de Salvador Castro.
-No se preocupe, cumpliremos con el encargo y pronto seremos ricos-dijo el más joven justo en el momento en que abría la puerta de un puntapié.
Al entrar en el chozo comprobaron que el hombre seguía tirado en la misma esquina en que lo habían dejado esa misma mañana. Seguramente los golpes en la cabeza le habían causado algún daño graves pues no había recobrado el conocimiento.
-¿Sigue inconsciente?-preguntó el mayor.
-Eso parece. Pero vamos a comprobarlo-contestó con tono burlón.
Apretó los puños preparándose para soportar el dolor. Tenía que lograr que aquellos dos desalmados no ser percatasen de que había recobrado la cosciencia. Rezó para que no volviesen a atizarle en la cabeza y tensó todos los músculos de su cuerpo. Al final, sintió como la boca del estómago le ardía al recibir una patada. Pero era un hombre fuerte, capaz de soportar cualquier cosa con tal de proteger a su familia. No era sólo su vida la que corría peligro, tambien la de sus seres queridos.
-Está medio muerto-se lamentó el mayor. –Tanto golpe en la cabeza no puede ser bueno. En fin, si se muere en este lugar perdido de la mano de dios nos ahorrará un trabajito.
-Pues yo preferiría que se despertara. Este cabrón tiene que ver lo que le voy a hacer a su mujercita y al resto de su familia.
-Pero esto tendrá que esperar. Ahora lo que importa es ver como logramos entrar de nuevo en la casona.
Lo último que recordaba es despertarse en uno de los cuartos de invitados de la casona. Estaba solo y tan pronto como pudo incorporarse decidió bajar a la cocina. Seguramente su madre o su hermana estarían allí y se alegrarían de ver que ya estaba bien. Cuando se dirigió a la escalera escuchó voces en uno de los cuartos principales. Reconoció la voz de la doctora Casas que estaba explicando que el estado de don Tristán era muy grave. Seguramente quien lo había golpeado a él tambien había atacado al señorito Castro. Le gustaría saber cómo estaba y ofrecer su ayuda, pero pensó que su presencia en aquel cuarto no sería bien recibida, habida cuenta del genio que se gastaba la Montenegro. Así que lo mejor sería bajar cuanto antes a la zona reservada al servicio y esperar noticias en la cocina.
Se sentía un poco mareado y tuvo que agarrarse a la barandilla con una mano mientras con la otra sujetaba la pequeña vela que había encontrado encima de la mesilla. Poco a poco fue logrando descender los peldaños de las escaleras. Cuando casi había llegado al final pudo ver como la puerta que comunicaba el salón con la biblioteca se abría de modo abrupto. Ambas estancias estaban a oscuras y no pudo reconocer aquellas silueta alta y fuerte.
-Mauricio, ¿eres tú?-preguntó pensando que podría ser el capataz.
Pero pronto se dio cuenta de su error. Aquella persona no era ningún miembro de la familia Castro-Montenegro ni de su servicio. Era un intruso que escondía su identidad bajo una capucha y un pañuelo que solo dejaban intuír sus ojos. Quiso gritar para pedir ayuda pero un puñetazo en el estómago se lo impidió. El dolor le hizo doblarse sobre si mismo hasta que un nuevo golpe lo dejó inconsciente.
Tenía que pensar con frialdad si quería salir con vida de aquel horrendo lugar. Por el sonido del agua cayendo por una cascada pudo deducir que estaba muy cerca del río, pero en un tramo alejado del pueblo pues las aguas discurrían bravas. Seguramente estaría en alguno de los chozos de los confines de la finca de los Montenegro o de los Mesía. Eran unas construcciones muy humildes que los pastores utilizaban en el verano cuando subían los rebaños de ovejas y cabras a pastar en los prados de las tierras más altas. Al ver el tono rojizo del cielo pudo supo que el sol acababa de ponerse y en cuestión de minutos la oscuridad de la noche volvería a invadirlo todo. Tendria que aprovechar alquel pequeño intervalo para buscar la forma de soltarse. Buscó por la estancia cualquier cosa que pudiese servirle para romper las ataduras, pero lo único que encotró fue un hierro oxidado que parecía haber pertenecido algún día a una azada. No sin gran esfuerzo logró arrastrase el par de metros que lo separaba de aquel pequeño trozo de metal. Pero de pronto unas voces lo alertaron. Eran dos hombres y se dirgían hacial el chozo. Una de las voces le resultaba muy familiar.
-Lo siento, ya le dije que cuando estaba a punto de rebanarle el pescuezo a ese monstruo apareció ese mostrenco del Mauricio.
-¡Excusas! ¡No son más que excusas!. Tú ibas armado y podías haber acabado con los dos-gritó la voz que le resultaba totalmente desconocida. –Pero ahora ya no tiene remedio, tendremos que buscar la forma de rematar el trabajo de una maldita vez. ¿Has sabido algo de Tristán?
-Por el pueblo se dice que sigue malherido,pero vivo. Esa doctorcita ha resultado ser muy lista.-No podía verle la cara pero estaba seguro de que quien había pronunciado esa frase tendría un brillo soez en la mirada al decir tales palabras.
-¡Maldita sea! Todo ha salido mal-vociferó de nuevo el desconocido. Y por si fuera poco, tampoco has podido matar a ese infeliz. Deberías haberlo rematado en la casona.
-Todo a su tiempo, padre. He jurado vengarme por todo lo que ese desgraciado me arrebató y la muerte no me parece castigo suficiente. Antes de morir tendrá que presenciar lo que soy capaz de hacerle a aquellos que más quiere.
-Bueno, veo que en eso al menos has salido a mí-se burló el hombre más mayor.-Y ahora pasemos dentro, que tengo un hambre de mil demonios y tenemos que planear la forma de acabar con todos los herederos de Salvador Castro.
-No se preocupe, cumpliremos con el encargo y pronto seremos ricos-dijo el más joven justo en el momento en que abría la puerta de un puntapié.
Al entrar en el chozo comprobaron que el hombre seguía tirado en la misma esquina en que lo habían dejado esa misma mañana. Seguramente los golpes en la cabeza le habían causado algún daño graves pues no había recobrado el conocimiento.
-¿Sigue inconsciente?-preguntó el mayor.
-Eso parece. Pero vamos a comprobarlo-contestó con tono burlón.
Apretó los puños preparándose para soportar el dolor. Tenía que lograr que aquellos dos desalmados no ser percatasen de que había recobrado la cosciencia. Rezó para que no volviesen a atizarle en la cabeza y tensó todos los músculos de su cuerpo. Al final, sintió como la boca del estómago le ardía al recibir una patada. Pero era un hombre fuerte, capaz de soportar cualquier cosa con tal de proteger a su familia. No era sólo su vida la que corría peligro, tambien la de sus seres queridos.
-Está medio muerto-se lamentó el mayor. –Tanto golpe en la cabeza no puede ser bueno. En fin, si se muere en este lugar perdido de la mano de dios nos ahorrará un trabajito.
-Pues yo preferiría que se despertara. Este cabrón tiene que ver lo que le voy a hacer a su mujercita y al resto de su familia.
-Pero esto tendrá que esperar. Ahora lo que importa es ver como logramos entrar de nuevo en la casona.
#356
23/01/2012 21:37
Me encanta la explicacion a la tontuna de Sebas....es que es genial¡¡ Q arte ¡¡¡¡
#357
28/01/2012 14:50
MONSTRUOS (parte 8)
Los dos hombres prepararon una buena lumbre con la que calentar el chozo y preparar un poco de cena. El olor de unas tajadas de tocino fritas le hizo recordar que llevaba muchas horas sin probar bocado y le hizo temer que el rugido de sus hambrientas tripas alertara a sus captores.
Afortunadamente, aquellos dos indeseables dieron buena cuenta de la cena en apenas unos minutos y se dispusieron a salir de nuevo para seguir con sus fechorías. No se atrevía a abrir los ojos para intentar escrutar el rostro del segundo hombre. Había algo en su voz y en la forma de caminar que le resultaba vagamente familiar pero con tan poco luz no podía reconocer aquella cara medio tapada. Severiano le había llamado padre, pero hasta donde el recordaba el “guapo” no tenía padre reconocido. Por Villalpanda comentaban que su madre había tenido un escarceo con un jornalero que estuvo de paso por la comarca y que fruto de aquella relación había nacido Severiano. Pero él no era hombre de hacer caso a los rumores y nunca había sido tema de su interés. Sin embargo, ahora daría cualquier cosa por saber quién era el padre de aquel sinvergüenza y quién le había encargado atentar contra don Tristán.
Puso toda su atención es escuchar lo que decían, pero el eco de sus voces se alejaba tan rápido como sus pasos. Sólo acertó a oír las primeras frases de la conversación.
-Tengo una idea estupenda-logró escuchar del más joven.
-No sé yo, que tú te dejas llevar por el rencor y la envidia y ahora lo que tenemos que hacer es cumplir con el encargo, si queremos cobrarnos nuestros buenos cuartos. Hay que mantener la cabeza fría y evitar en todo momento que alguien nos vea, por lo menos que nos vea juntos.
-Pero en la Casona estarán vigilantes y primero tendremos que desviar la atención hacia otro lugar. Así que se me ha ocurrido la forma de hacer que todo el mundo se dirija a otro sitio y bajen la guardia en la mansión.
-Te escucho………..
“¿A dónde se dirigirían aquellos canallas? Quizás intentarán entrar de nuevo en la casona para terminar con los Castro, como parece que les han ordenado. Pero, ¿y si ese malnacido le quiere hacer daño a Emilia?”. Ese pensamiento lo atormentaba y le daba energías para luchar por salir de su cautiverio.Sin embargo, no lograba desatarse de ningún modo. Aquel viejo trozo de metal que había conseguido esconder estaba oxidado y no servía para cortar la gruesa soga con la que le habían atado manos y pies. Por momentos su desesperación era tal que lágrimas de impotencia humedecían su ojos y tenía que ahorgar los sollozos. Pero a los pocos segundos se recomponía recordando el rostro y las palabras de su mujer. “Tú no eres de los que pierde la esperanza fácilmente”. Tendría que seguir intentándolo, costara lo que costara. Estaba solo y nadie podría ayudarlo pero no se rendiría. Y el tiempo corría en su contra.
Lejos de allí, en la casona de los Montenegro, se respiraba una extraña mezcla de tensión y alegría. Tristán se recuperaba de sus heridas a marchas forzadas y no podía borrar de su cara una sonrisa de felicidad, sobre todo si Pepa estaba cerca. Al final tenía razón don Anselmo, y Dios no podía ser tan cruel de permitir que se enamorara de su propia hermana. La partera apenas salía de la habitación y disfrutaban del simple hecho de estar juntos sin sentirse culpables por quererse. Pero la sonrisa se borraba cuando recordaba el engaño al que lo había sometido su propia madre. Podría perdonarle que hubiera estado callada durante todos esos años con la finalidad de que no perdiera sus derechos como miembro de la familia Castro. Pero había permitido que se enfrentara a Sebastián, su propio hermano, y lo que era peor, permaneció callada cuando salió a la luz el verdadero origen de Pepa. No tuvo remordimiento alguno en permitir que su hijo se sintiera el ser más desdichado sobre la faz de la tierra por estar enamorado de la que creía su hermana. ¿Cómo era posible que una madre le hiciera eso a su propio hijo?. Jamás se lo podría perdonar, aun cuando Pepa le insistía en que ahora lo importante era mirar hacia el fúturo y dejar a un lado el pasado. Tenía que centrarse en todo lo bueno que suponía que Raimundo Ulloa fuera su progenitor. No sólo la sombra del incesto había desaparecido para siempre, sino que además ahora tenía un padre al que siempre había respetado y apreciado y al que o consideraba una persona extraordinaria. Al fin tenía un padre del que sentirse orulloso. De hecho, durante la tarde habían tenido la oportunidad de charlar un rato y cuando se despidieron sintió una sensación que sólo sentía en los brazos de Rosario cuando corría a la cocina en busca del consuelo que le denegaba su propia madre. Se sintió protegido y querido.
Por su parte, doña Francisca no había salido de la habitación en todo el día. Sufría terribles dolores de cabeza y ni siquiera los remedios de la doctora Casas pudieron hacer nada para aliviarlos. Se negó a comer y no quiso recibir a nadie. Ni siquiera permitía que Rosario o las otras doncellas entrasen en la habitación. Ya no le quedaban fuerzas para mantener la altanería con la que siempre había tratado al servicio y a su propia familia. Sólo consintió que doña Agueda le hiciera compañía. Ambas mujeres permanecían en silencio durante minutos hasta que doña Francisca le contaba alguna anécdota de su juventud, aquel tiempo feliz en el que soñaba con formar una familia con Raimundo Ulloa. Pero ahora aquellos tiempos se le antojaban demasiado lejanos y el presente era doloroso.
Los dos hombres prepararon una buena lumbre con la que calentar el chozo y preparar un poco de cena. El olor de unas tajadas de tocino fritas le hizo recordar que llevaba muchas horas sin probar bocado y le hizo temer que el rugido de sus hambrientas tripas alertara a sus captores.
Afortunadamente, aquellos dos indeseables dieron buena cuenta de la cena en apenas unos minutos y se dispusieron a salir de nuevo para seguir con sus fechorías. No se atrevía a abrir los ojos para intentar escrutar el rostro del segundo hombre. Había algo en su voz y en la forma de caminar que le resultaba vagamente familiar pero con tan poco luz no podía reconocer aquella cara medio tapada. Severiano le había llamado padre, pero hasta donde el recordaba el “guapo” no tenía padre reconocido. Por Villalpanda comentaban que su madre había tenido un escarceo con un jornalero que estuvo de paso por la comarca y que fruto de aquella relación había nacido Severiano. Pero él no era hombre de hacer caso a los rumores y nunca había sido tema de su interés. Sin embargo, ahora daría cualquier cosa por saber quién era el padre de aquel sinvergüenza y quién le había encargado atentar contra don Tristán.
Puso toda su atención es escuchar lo que decían, pero el eco de sus voces se alejaba tan rápido como sus pasos. Sólo acertó a oír las primeras frases de la conversación.
-Tengo una idea estupenda-logró escuchar del más joven.
-No sé yo, que tú te dejas llevar por el rencor y la envidia y ahora lo que tenemos que hacer es cumplir con el encargo, si queremos cobrarnos nuestros buenos cuartos. Hay que mantener la cabeza fría y evitar en todo momento que alguien nos vea, por lo menos que nos vea juntos.
-Pero en la Casona estarán vigilantes y primero tendremos que desviar la atención hacia otro lugar. Así que se me ha ocurrido la forma de hacer que todo el mundo se dirija a otro sitio y bajen la guardia en la mansión.
-Te escucho………..
“¿A dónde se dirigirían aquellos canallas? Quizás intentarán entrar de nuevo en la casona para terminar con los Castro, como parece que les han ordenado. Pero, ¿y si ese malnacido le quiere hacer daño a Emilia?”. Ese pensamiento lo atormentaba y le daba energías para luchar por salir de su cautiverio.Sin embargo, no lograba desatarse de ningún modo. Aquel viejo trozo de metal que había conseguido esconder estaba oxidado y no servía para cortar la gruesa soga con la que le habían atado manos y pies. Por momentos su desesperación era tal que lágrimas de impotencia humedecían su ojos y tenía que ahorgar los sollozos. Pero a los pocos segundos se recomponía recordando el rostro y las palabras de su mujer. “Tú no eres de los que pierde la esperanza fácilmente”. Tendría que seguir intentándolo, costara lo que costara. Estaba solo y nadie podría ayudarlo pero no se rendiría. Y el tiempo corría en su contra.
Lejos de allí, en la casona de los Montenegro, se respiraba una extraña mezcla de tensión y alegría. Tristán se recuperaba de sus heridas a marchas forzadas y no podía borrar de su cara una sonrisa de felicidad, sobre todo si Pepa estaba cerca. Al final tenía razón don Anselmo, y Dios no podía ser tan cruel de permitir que se enamorara de su propia hermana. La partera apenas salía de la habitación y disfrutaban del simple hecho de estar juntos sin sentirse culpables por quererse. Pero la sonrisa se borraba cuando recordaba el engaño al que lo había sometido su propia madre. Podría perdonarle que hubiera estado callada durante todos esos años con la finalidad de que no perdiera sus derechos como miembro de la familia Castro. Pero había permitido que se enfrentara a Sebastián, su propio hermano, y lo que era peor, permaneció callada cuando salió a la luz el verdadero origen de Pepa. No tuvo remordimiento alguno en permitir que su hijo se sintiera el ser más desdichado sobre la faz de la tierra por estar enamorado de la que creía su hermana. ¿Cómo era posible que una madre le hiciera eso a su propio hijo?. Jamás se lo podría perdonar, aun cuando Pepa le insistía en que ahora lo importante era mirar hacia el fúturo y dejar a un lado el pasado. Tenía que centrarse en todo lo bueno que suponía que Raimundo Ulloa fuera su progenitor. No sólo la sombra del incesto había desaparecido para siempre, sino que además ahora tenía un padre al que siempre había respetado y apreciado y al que o consideraba una persona extraordinaria. Al fin tenía un padre del que sentirse orulloso. De hecho, durante la tarde habían tenido la oportunidad de charlar un rato y cuando se despidieron sintió una sensación que sólo sentía en los brazos de Rosario cuando corría a la cocina en busca del consuelo que le denegaba su propia madre. Se sintió protegido y querido.
Por su parte, doña Francisca no había salido de la habitación en todo el día. Sufría terribles dolores de cabeza y ni siquiera los remedios de la doctora Casas pudieron hacer nada para aliviarlos. Se negó a comer y no quiso recibir a nadie. Ni siquiera permitía que Rosario o las otras doncellas entrasen en la habitación. Ya no le quedaban fuerzas para mantener la altanería con la que siempre había tratado al servicio y a su propia familia. Sólo consintió que doña Agueda le hiciera compañía. Ambas mujeres permanecían en silencio durante minutos hasta que doña Francisca le contaba alguna anécdota de su juventud, aquel tiempo feliz en el que soñaba con formar una familia con Raimundo Ulloa. Pero ahora aquellos tiempos se le antojaban demasiado lejanos y el presente era doloroso.
#358
28/01/2012 14:54
Sin embargo, si algo entristecía profundamente a Tristán era ver el semblante agotado de Rosario. La buena mujer subía de vez en cuando al cuarto con alguna bandeja con comida. Tanto él como Pepa podían ver que la preocupación por la suerte de Alfonso la estaba matando. Seguían sin tener noticias y aunque todos se cuidaban de decir nada delante de Rosario o Mariana, lo cierto era que empezaban a temerse lo peor. Pero no sólo la ausencia del Castañeda era motivo de preocupación. Alguien había intentado acabar con la vida de Tristán y de Efrén en la misma noche. Y si Pepa no se separaba en ningún momento de Tristán, Mauricio hacía lo propio con el muchacho. No dejaría que nadie le hiciese daño. Se había pasado más de veinte años protegiéndolo de Salvador Castro y de la doña, y ahora que el muchacho había encontrado en la partera la protección de una buena hermana, no permitiría que nadie le arrebatase la esperanza de una vida mejor. Ambos estaban en la cocina cuando la llegada de Paquito, Mariana y Enriqueta los sorprendió.
-¿Se puede saber qué ha pasado para que os presenteis de ese modo?-les preguntó el capataz con su habitual tono autoritario.
Pero su actitud cambió al ver el deplorable estado en el que se encontraban ambas mujeres. Enriqueta tenía un ojo morado y el labio partido y su blusa estaba manchada de sangre. Por su parte, Mariana, que no se soltaba del abrazo de Paquito, tenía el pelo revuelto, el vestido roto y una mirada aterrorizada que logró conmover hasta al bruto de Mauricio.
-¿Qué le pasa a Mariana? ¿Por qué llora?-preguntó Efrén.
-Unos hombres embozados entraron en nuestra casa cuando estabamos solas-respondió Enriqueta mientras el capataz les hacía un gesto para que se sentaran.-Iban armados con pistolas y navajas.
-No debimos dejaros solas-se lamentó Paquito.
-No te culpes por las atrocidades que cometen los demás. Además, vosotros estabais haciendo lo que teníais que hacer, que es seguir buscando a Alfonso. Y si no es por ti, sabe dios que más habría ocurrido.
Efrén se sentó al lado de Mariana y le cogió la mano entre las suyas. La muchacha seguía sin decir nada, con la cara escondida en la chaqueta de su primo. Pero respondió al gesto de Efrén apretando su mano con cariño. Mientras, Paquito y Enriqueta continuaban relatando lo sucedido. Las muchachas estaban sentadas a la mesa cuando la puerta se abrió de golpe y vieron a aquellos dos hombres con la cara tapada. El que parecía más mayor era el único que hablaba mientras el otro permanecía en silencio. Enriqueta quiso hacerles frente pero le propinaron un golpe que le rompió el labio inferior. Lo sintió arder de dolor y como la sangre corría por su barbilla.
-Quise atizarle con una jarra que cogí de la mesa pero me dio otro puñetazo y ya no recuerdo más. Debí caer al suelo y golpearme la cabeza. El caso es que no supe que fue lo que pasó después.
-Cuando yo llegué ese cerdo estaba intentando……..-Paquito apretaba los puños con rabia- estaba intentando quitarle la ropa a Mariana. Estaba encima de ella, en el catre que mi madrina tiene en la cocina. Al oírme la soltó y nos enzarzamos a golpes. Al principió logré atizarle pero tenía una fuerza descomunal y acabó por tirarme al suelo. Sacó una navaja enorme y …pensé que me mataría allí mismo…..si no llega a ser por Enriqueta.
-¿Por Enriqueta?-preguntó incrédulo Mauricio.
-Sí, fijate por donde me ha salvado la vida una mujer. Justo en ese momento recuperó el conocimiento y cogió la escopeta que ese desalmado había dejado apoyada en la mesa. Lo encañonó y le dijo que o soltaba la navaja o le volaba la tapa de los sesos.
-¡La muchacha los tiene bien puestos!-exclamó Mauricio con sincera admiración.
-La vida me ha obligado a aprender a defenderme yo solita. Me he tenido que ganar la vida desde bien chica y no era la primera vez que empuñaba un arma.
-Lo malo es que ese tipo es listo y muy rápido. Sin saber muy bien como logró agarrar de nuevo a Mariana y la utilizó de escudo hasta que llegó a la puerta y escapó.
-¿Cómo?-preguntó de nuevo el capataz.
-Salió corriendo mientras yo me intentaba levantar del suelo. Al final Enriqueta apretó el gatillo, pero él ya estaba fuera de nuestro alcance. Me asomé al camino, pero no había ni rastro de él. Debió coger la vereda que sube al monte.
-¿Y no intentaste seguirlo?. Al fin y al cabo iba desarmado.
-No podía dejarlas solas-explicó Paquito mientras le acariciaba el pelo a Mariana.-Mírala como está, aterrada. No ha sido capaz de decir una palabra. Se agarró a mí y no me ha soltado en todo el camino. Por eso la traje aquí, para que se sienta segura con su madre. Espero haber obrado bien.
-Has hecho lo correcto, muchacho. Por lo menos la Casona está vigilada y aquí no permitiremos que le pase nada malo a nadie-dijo Mauricio mientras le guiñaba un ojo a Efrén para tranquilizarlo.-Pero hay algo que no me cuadra……Dijisteis que había dos hombres. Entonces, ¿qué pasó con el segundo?.
-Eso es lo peor de todo-contestó Enriqueta cruzando su mirada con la de Paquito.-No sabemos…..
-Ese canalla se ha llevado a Emilia-dijo Mariana, siendo capaz de articular por fin palabra.-Le puso un cuchillo al cuello y la obligó a seguirlo. Luego el otro sacó una navaja y……….
-¿Se puede saber qué ha pasado para que os presenteis de ese modo?-les preguntó el capataz con su habitual tono autoritario.
Pero su actitud cambió al ver el deplorable estado en el que se encontraban ambas mujeres. Enriqueta tenía un ojo morado y el labio partido y su blusa estaba manchada de sangre. Por su parte, Mariana, que no se soltaba del abrazo de Paquito, tenía el pelo revuelto, el vestido roto y una mirada aterrorizada que logró conmover hasta al bruto de Mauricio.
-¿Qué le pasa a Mariana? ¿Por qué llora?-preguntó Efrén.
-Unos hombres embozados entraron en nuestra casa cuando estabamos solas-respondió Enriqueta mientras el capataz les hacía un gesto para que se sentaran.-Iban armados con pistolas y navajas.
-No debimos dejaros solas-se lamentó Paquito.
-No te culpes por las atrocidades que cometen los demás. Además, vosotros estabais haciendo lo que teníais que hacer, que es seguir buscando a Alfonso. Y si no es por ti, sabe dios que más habría ocurrido.
Efrén se sentó al lado de Mariana y le cogió la mano entre las suyas. La muchacha seguía sin decir nada, con la cara escondida en la chaqueta de su primo. Pero respondió al gesto de Efrén apretando su mano con cariño. Mientras, Paquito y Enriqueta continuaban relatando lo sucedido. Las muchachas estaban sentadas a la mesa cuando la puerta se abrió de golpe y vieron a aquellos dos hombres con la cara tapada. El que parecía más mayor era el único que hablaba mientras el otro permanecía en silencio. Enriqueta quiso hacerles frente pero le propinaron un golpe que le rompió el labio inferior. Lo sintió arder de dolor y como la sangre corría por su barbilla.
-Quise atizarle con una jarra que cogí de la mesa pero me dio otro puñetazo y ya no recuerdo más. Debí caer al suelo y golpearme la cabeza. El caso es que no supe que fue lo que pasó después.
-Cuando yo llegué ese cerdo estaba intentando……..-Paquito apretaba los puños con rabia- estaba intentando quitarle la ropa a Mariana. Estaba encima de ella, en el catre que mi madrina tiene en la cocina. Al oírme la soltó y nos enzarzamos a golpes. Al principió logré atizarle pero tenía una fuerza descomunal y acabó por tirarme al suelo. Sacó una navaja enorme y …pensé que me mataría allí mismo…..si no llega a ser por Enriqueta.
-¿Por Enriqueta?-preguntó incrédulo Mauricio.
-Sí, fijate por donde me ha salvado la vida una mujer. Justo en ese momento recuperó el conocimiento y cogió la escopeta que ese desalmado había dejado apoyada en la mesa. Lo encañonó y le dijo que o soltaba la navaja o le volaba la tapa de los sesos.
-¡La muchacha los tiene bien puestos!-exclamó Mauricio con sincera admiración.
-La vida me ha obligado a aprender a defenderme yo solita. Me he tenido que ganar la vida desde bien chica y no era la primera vez que empuñaba un arma.
-Lo malo es que ese tipo es listo y muy rápido. Sin saber muy bien como logró agarrar de nuevo a Mariana y la utilizó de escudo hasta que llegó a la puerta y escapó.
-¿Cómo?-preguntó de nuevo el capataz.
-Salió corriendo mientras yo me intentaba levantar del suelo. Al final Enriqueta apretó el gatillo, pero él ya estaba fuera de nuestro alcance. Me asomé al camino, pero no había ni rastro de él. Debió coger la vereda que sube al monte.
-¿Y no intentaste seguirlo?. Al fin y al cabo iba desarmado.
-No podía dejarlas solas-explicó Paquito mientras le acariciaba el pelo a Mariana.-Mírala como está, aterrada. No ha sido capaz de decir una palabra. Se agarró a mí y no me ha soltado en todo el camino. Por eso la traje aquí, para que se sienta segura con su madre. Espero haber obrado bien.
-Has hecho lo correcto, muchacho. Por lo menos la Casona está vigilada y aquí no permitiremos que le pase nada malo a nadie-dijo Mauricio mientras le guiñaba un ojo a Efrén para tranquilizarlo.-Pero hay algo que no me cuadra……Dijisteis que había dos hombres. Entonces, ¿qué pasó con el segundo?.
-Eso es lo peor de todo-contestó Enriqueta cruzando su mirada con la de Paquito.-No sabemos…..
-Ese canalla se ha llevado a Emilia-dijo Mariana, siendo capaz de articular por fin palabra.-Le puso un cuchillo al cuello y la obligó a seguirlo. Luego el otro sacó una navaja y……….
#359
28/01/2012 14:58
La muchacha se desmoronó de nuevo. Empezó a llorar abrazada a Paquito sin que nada de lo éste o Enriqueta dijeron sirvieran para tranquilizarla. Así que optaron por permanecer en silencio esperando a que Mauricio fuera a buscar a Rosario. La mujer había subido hacía un buen rato a llevarle un tazón de leche a don Tristán siguiendo las indicaciones de la doctora Casas de que debía ingerir abundante líquido para recuperarse lo antes posible de la pérdida de sangre.
Quiso la casualidad que cuando Mauricio entró al cuarto de don Tristán para avisar a Rosario, tambien se encontrara en la habitación Raimundo Ulloa. El capataz no sabía como darles tan terribles noticias, pero al final optó por ser claro y contundente
-Ha ocurrido una nueva desgracia. Unos hombres encapuchados han entrado en casa de los Castañeda y uno de ellos se ha llevado a su hija-dijo dirigiéndose cabizbajo hacia el Ulloa.
Raimundo no fue capaz de mantenerse en pie y se derrumbó sobre la butaca. Había resistido la incertidumbre de no saber dónde se encontraba su yerno, pero el secuestro de Emilia era más de lo que podía soportar. Pepa y Tristán se dieron cuenta de ello y mientras la muchacha intentaba reconfortarlo con un abrazo, su hijo trató de hacerlo con palabras.
-Padre-era la primera vez que lo llamaba así-estoy segura de que va a aparecer sana y salva. Seguramente esos malnacidos sólo quieren dinero y se lo daremos. Todo con tal de salvar a mi hermana.
-Y si no llega con los cuartos de los Montenegro, le pediremos ayuda tambien a mi madre-sentenció Pepa mientras aumentaba la fuerza del abrazo.
Mauricio seguía junto a la puerta y tras unos segundos de respetuoso silencio decidió continuar su explicación y de paso decirle a Rosario que bajara a la cocina para reconfortar a su hija.
-Rosario, será mejor que vayas a la cocina. Mariana, Paquito y esa tal Enriqueta acaban de llegar con las malas noticias. Y tu hija está muy asustada. Y no es para menos, porque creo que esos gañanes intentaron propasarse con ella.
-¡Mi niña!-exclamó Rosario horrorizada llevándose la mano a la boca.
-Tranquila mujer, que al parecer tu ahijado llegó a tiempo de auyentarlos y la cosa se ha quedado en un susto-un sorprendente Mauricio trataba de infundirle un poco de calma.
-Mauricio tiene razón, Rosario-intervino Pepa.-Yo te acompaño y os preparo una tisana para calmar los nervios.
-Es una buena idea. Además la otra muchacha tiene el labio partido y va a necesitar que le hagas una cura. La chica intentó plantarles cara y se llevó un par de buenos mamporros. Pero se ve que es una mujer fuerte y no se ha quejado.
-Vamos, pues-ordenó la partera.
Mientras Pepa descendía las escaleras agarrada del brazo a Rosario, Tristán le pidió a Raimundo que lo ayudara a levantarse. Al principio el Ulloa se negó, pues sabía que la doctora había ordenado que guardara cama. Pero el muchacho insistió. No podía quedarse quieto observando como se sucedían los ataques y sabiendo que Alfonso seguía desaparecido. Le dolía la herida, pero con la ayuda de Raimundo logró ponerse en pie y abrigarse con un batín. Poco a poco, apoyándose en su padre, logró dar varios pasos y alcanzar el pasillo. Sin embargo, bajar las escaleras se le antojaba una tarea muy complicada para llevarla a cabo sólo con la ayuda de Raimundo. Así que optaron por solicitar la ayuda del capataz y entre ambos hombres consiguieron que llegara hasta el salón, aunque en su rostro se reflejaba el dolor que le estaba inflingiendo la herida. Raimundo lo obligó a sentarse en el sofá y mantener la pierna estirada. Mauricio, por su parte, se apresuró a acercarle varios cojines para procurarle mayor comodidad.
-Será mejor que se quede aquí, señor. No está en condiciones de bajar las escaleras de la cocina. Ahora mismo les digo que suban y continual la conversación aquí.
-El capataz tiene razón.
Tristán asintió y Mauricio se dirigíó a grandes zancadas hacia la cocina. A los pocos minutos toda la comitiva alcanzaba el salón. Mariana se había puesto el uniforme de trabajo y con los ropajes recompuestos presentaba mejor aspecto, aunque no soltaba la mano de su madre y se le notaba el temblor que no había dejado de sacudir su cuerpo. Pepa le había hecho una cura de urgencia a Enriqueta y la muchacha sujetaba un filete con el que intentaban reducir la inflamación y el moratón en su ojo derecho, aquel en el que había recibido el brutal puñetazo que la había dejado inconsciente. Por su parte, Efrén se agarraba al brazo de Paquito, con el que parecía haber hecho buenas migas mientras permaneciero juntos en la cocina.
-Tomad asiento,por favor-les indicó Tristán con su cortesía habitual.-¿Cómo estais?
-Bueno, bastante bien, teniendo en cuenta el susto que nos hemos llevado-contestó Enriqueta.-Fue una suerte que Paquito llegara.
-¿Pudisteis verle la cara a esos desalmados? ¿Por qué se llevaron a mi hija? ¿Le hicieron algo antes de llevársela? ¿Habeis dado parte a los civiles?-Raimundo no dejaba de hacer preguntas atropelladas.
-Calmese, Raimundo-le pidió Pepa.-Deje que las muchachas nos expliquen con calma lo que ha pasado y entre todos veremos la forma de hacer algo.
De nuevo fue Enriqueta la que tomó la palabra y aunque le dolía la herida del labio y tenía que sujertar con una mano el filete que tenía colocado sobre el ojo, fue detallando lo sucedido. Intentó omitir los detalles más soeces, para no incrementar la aflicción de Mariana. El resto de los presentes no pudieron disimular los rostros de preocupación. Al final fue Pepa la que tomó las riendas de la situación.
-Lo mejor es que esta noche os quedeis aquí. Al menos la casona está vigilada y no creo que osen intentar hacer nada aquí. Aunque habrá que mantener vigilada la entrada de los pasadizos. Paquito, ¿puedes acompañar a Raimundo a avisar a Sebastián al cuartelillo a poner la denuncia?. No es bueno que nadie ande solo por esos caminos. Quien quiera que haya hecho esto, está claro que quiere hacer daño a los Ulloa y a los Montenegro.
-Por supuesto, yo le acompaño.
-Si quieren, yo también puedo acompañarlos-intervino Mauricio.
-Quizás sea lo mejor-opinó Tristán.
-No se preocupe señor, entre el muchacho y yo cuidaremos de que no le pase nada a Raimundo.
-Gracias, Mauricio. Si algo bueno podemos sacar de toda esta locura, es que al fin todos estamos unidos.
Minutos después Mauricio conducía una de las calesas de los Montenegro. Aunque tenían prisa por llegar cuanto antes al pueblo, tenían que circular despacio porque aquella era una noche oscura y los caballos no podían galopar tranquilos. Cuando el carruaje pasó junto a la verja que separaba el jardín del resto de propiedades de la casona, un sombra se revolvió entre las matas de hortensias.
-Vaya, parece que la mansión se ha quedado sin su perro guardián. Quizás así me sea más fácil poder cumplir con el encargo, aunque creo que voy a tener demasiado trabajo para una sola noche.
Quiso la casualidad que cuando Mauricio entró al cuarto de don Tristán para avisar a Rosario, tambien se encontrara en la habitación Raimundo Ulloa. El capataz no sabía como darles tan terribles noticias, pero al final optó por ser claro y contundente
-Ha ocurrido una nueva desgracia. Unos hombres encapuchados han entrado en casa de los Castañeda y uno de ellos se ha llevado a su hija-dijo dirigiéndose cabizbajo hacia el Ulloa.
Raimundo no fue capaz de mantenerse en pie y se derrumbó sobre la butaca. Había resistido la incertidumbre de no saber dónde se encontraba su yerno, pero el secuestro de Emilia era más de lo que podía soportar. Pepa y Tristán se dieron cuenta de ello y mientras la muchacha intentaba reconfortarlo con un abrazo, su hijo trató de hacerlo con palabras.
-Padre-era la primera vez que lo llamaba así-estoy segura de que va a aparecer sana y salva. Seguramente esos malnacidos sólo quieren dinero y se lo daremos. Todo con tal de salvar a mi hermana.
-Y si no llega con los cuartos de los Montenegro, le pediremos ayuda tambien a mi madre-sentenció Pepa mientras aumentaba la fuerza del abrazo.
Mauricio seguía junto a la puerta y tras unos segundos de respetuoso silencio decidió continuar su explicación y de paso decirle a Rosario que bajara a la cocina para reconfortar a su hija.
-Rosario, será mejor que vayas a la cocina. Mariana, Paquito y esa tal Enriqueta acaban de llegar con las malas noticias. Y tu hija está muy asustada. Y no es para menos, porque creo que esos gañanes intentaron propasarse con ella.
-¡Mi niña!-exclamó Rosario horrorizada llevándose la mano a la boca.
-Tranquila mujer, que al parecer tu ahijado llegó a tiempo de auyentarlos y la cosa se ha quedado en un susto-un sorprendente Mauricio trataba de infundirle un poco de calma.
-Mauricio tiene razón, Rosario-intervino Pepa.-Yo te acompaño y os preparo una tisana para calmar los nervios.
-Es una buena idea. Además la otra muchacha tiene el labio partido y va a necesitar que le hagas una cura. La chica intentó plantarles cara y se llevó un par de buenos mamporros. Pero se ve que es una mujer fuerte y no se ha quejado.
-Vamos, pues-ordenó la partera.
Mientras Pepa descendía las escaleras agarrada del brazo a Rosario, Tristán le pidió a Raimundo que lo ayudara a levantarse. Al principio el Ulloa se negó, pues sabía que la doctora había ordenado que guardara cama. Pero el muchacho insistió. No podía quedarse quieto observando como se sucedían los ataques y sabiendo que Alfonso seguía desaparecido. Le dolía la herida, pero con la ayuda de Raimundo logró ponerse en pie y abrigarse con un batín. Poco a poco, apoyándose en su padre, logró dar varios pasos y alcanzar el pasillo. Sin embargo, bajar las escaleras se le antojaba una tarea muy complicada para llevarla a cabo sólo con la ayuda de Raimundo. Así que optaron por solicitar la ayuda del capataz y entre ambos hombres consiguieron que llegara hasta el salón, aunque en su rostro se reflejaba el dolor que le estaba inflingiendo la herida. Raimundo lo obligó a sentarse en el sofá y mantener la pierna estirada. Mauricio, por su parte, se apresuró a acercarle varios cojines para procurarle mayor comodidad.
-Será mejor que se quede aquí, señor. No está en condiciones de bajar las escaleras de la cocina. Ahora mismo les digo que suban y continual la conversación aquí.
-El capataz tiene razón.
Tristán asintió y Mauricio se dirigíó a grandes zancadas hacia la cocina. A los pocos minutos toda la comitiva alcanzaba el salón. Mariana se había puesto el uniforme de trabajo y con los ropajes recompuestos presentaba mejor aspecto, aunque no soltaba la mano de su madre y se le notaba el temblor que no había dejado de sacudir su cuerpo. Pepa le había hecho una cura de urgencia a Enriqueta y la muchacha sujetaba un filete con el que intentaban reducir la inflamación y el moratón en su ojo derecho, aquel en el que había recibido el brutal puñetazo que la había dejado inconsciente. Por su parte, Efrén se agarraba al brazo de Paquito, con el que parecía haber hecho buenas migas mientras permaneciero juntos en la cocina.
-Tomad asiento,por favor-les indicó Tristán con su cortesía habitual.-¿Cómo estais?
-Bueno, bastante bien, teniendo en cuenta el susto que nos hemos llevado-contestó Enriqueta.-Fue una suerte que Paquito llegara.
-¿Pudisteis verle la cara a esos desalmados? ¿Por qué se llevaron a mi hija? ¿Le hicieron algo antes de llevársela? ¿Habeis dado parte a los civiles?-Raimundo no dejaba de hacer preguntas atropelladas.
-Calmese, Raimundo-le pidió Pepa.-Deje que las muchachas nos expliquen con calma lo que ha pasado y entre todos veremos la forma de hacer algo.
De nuevo fue Enriqueta la que tomó la palabra y aunque le dolía la herida del labio y tenía que sujertar con una mano el filete que tenía colocado sobre el ojo, fue detallando lo sucedido. Intentó omitir los detalles más soeces, para no incrementar la aflicción de Mariana. El resto de los presentes no pudieron disimular los rostros de preocupación. Al final fue Pepa la que tomó las riendas de la situación.
-Lo mejor es que esta noche os quedeis aquí. Al menos la casona está vigilada y no creo que osen intentar hacer nada aquí. Aunque habrá que mantener vigilada la entrada de los pasadizos. Paquito, ¿puedes acompañar a Raimundo a avisar a Sebastián al cuartelillo a poner la denuncia?. No es bueno que nadie ande solo por esos caminos. Quien quiera que haya hecho esto, está claro que quiere hacer daño a los Ulloa y a los Montenegro.
-Por supuesto, yo le acompaño.
-Si quieren, yo también puedo acompañarlos-intervino Mauricio.
-Quizás sea lo mejor-opinó Tristán.
-No se preocupe señor, entre el muchacho y yo cuidaremos de que no le pase nada a Raimundo.
-Gracias, Mauricio. Si algo bueno podemos sacar de toda esta locura, es que al fin todos estamos unidos.
Minutos después Mauricio conducía una de las calesas de los Montenegro. Aunque tenían prisa por llegar cuanto antes al pueblo, tenían que circular despacio porque aquella era una noche oscura y los caballos no podían galopar tranquilos. Cuando el carruaje pasó junto a la verja que separaba el jardín del resto de propiedades de la casona, un sombra se revolvió entre las matas de hortensias.
-Vaya, parece que la mansión se ha quedado sin su perro guardián. Quizás así me sea más fácil poder cumplir con el encargo, aunque creo que voy a tener demasiado trabajo para una sola noche.
#360
31/01/2012 13:52
MONSTRUOS (parte 9)
Abrió la puerta con un golpe tan fuerte que casi desencaja las pobres maderas de la que estaba hecha de las oxidadas bisagras. Pero a pesar del estruendo, el bulto de la esquina seguía sin moverse. Tuvo que acercarse para comprobar que seguía respirando. Incluso le propinó una patada a la altura del estómago, pero ni un gemido salió de aquel cuerpo inerte. El agotamiento y los golpes habían logrado vencer a Alfonso, quien tras horas de lucha contra las sogas que lo mantenían preso, había caído derrotado y de nuevo inconsciente.
-¡Vaya, que lástima! Tu maridito no va a poder presenciar la juerga que nos vamos a correr esta noche.
A Emilia le dio un vuelco el corazón cuando reconoció a la persona que yacía tirada en la esquina más apartada de aquel miserable chozo. Llevaba puesta su vieja chaqueta de pana de color negro con la que se abrigaba en los días más fríos. Había querido regalarle un abrigo nuevo,pero él se había negado en redondo diciendo que le costaba mucho acomodarse a las prendas nuevas y además le tenía un especial cariño a su viejo chaquetón, heredado de su padre. Sin embargo, ella sabía que no quería darle más argumentos a Sebastián en aquella absurda disputa que mantenían por el control de la taberna y las escasas tierras de la familia Ulloa. “Te imaginas lo que diría tu hermano si ve que nos gastamos los dineros en algo que no necesitamos cuando no le quisimos ayudar con la conservera”.
Las lágrimas corrían por sus mejillas y un grito de horror salió de sus entrañas cuando aquel desalmado le quito la mordaza. La había traído casi a rastras por el camino, incluso la había golpeado en varias ocasiones cuando sus pies habían trastabillado en la oscuridad y sus huesos habían ido a parar al suelo. Pero él la obligaba a levantarse una y otra vez y seguirlo en su huída por la veredas del monte.
-¡Alfonso!.............................. ¿Qué le habeis hecho?
Corrió a arrodillarse junto a su marido. Quería tocarlo, comprobar que aun seguía vivo. Pero tenía las manos atadas a la espalda desde que había salido de casa de los Castañeda. Mientras, su captor se ocupaba unos segundos en colocar la antorcha con la que se habían alumbrado durante las varias leguas que separaban aquel miserable chozo del pueblo. Tambien encendió un par de velas cuya luz apenas permitía distinguir los rostros y los escasos enseres que había en aquel lugar.
A continuación dejó el arma encima de las cuatro tablas mal hechas que hacían las veces de mesa. Necesitaba tener las manos libres para poder llevar a cabo la venganza que tanto había rumiado durante los últimos meses, desde el momento en que Emilia lo echó con cajas destempladas de la taberna el día que fue a reclamar la paternidad del hijo que ella esperaba.
-¿Por qué nos haces esto?- preguntó llena de rabia e impotencia.
-¡Y aun lo preguntas, palomita mía!-su voz sonaba llena de ira meclada con la burla.-Me habeis humillado y nadie se ríe de Severiano Garcés. Primero tú tienes la desfachatez de rechazar mi propuesta de matrimonio, aun sabiendo que estabas esperando un hijo mío. Y cuando me entero de que estabas preñada, vuelvo a buscarte y tú te ríes de mí delante de los parroquianos.
La levantó del suelo y la obligó a sentarse en un taburete junto a los rescoldos del fuego que habían prendido horas antes para para calentarse la cena.
-¿Y qué esperabas que hiciera?-preguntó la muchacha.-Tú me habías engañado una y otra vez. Me quitabas el dinero para luego gastartelo en los lupanares. Y no contento con eso, te encamabas con cuanta mujer te lo permitía.
-Ya te lo dije una vez, soy un hombre y los hombres tenemos nuestras necesidades. Y tú no lograbas satisfacerlas, que te faltaba mucha experiencia-ser burló cruelmente.-¿Qué culpa tengo yo de ser irresistible para las mujeres? Si hasta tú fuiste incapaz de resistirte a mis encantos.
-¡Y no sabes lo que me arrepiento! Me dejé engañar por tus palabras y tus zalamerías. Pero eso no era amor, sólo estaba deslumbrada. Te aprovechaste de una pobre tonta,¿recuerdas?......¿Recuerdas lo que le dijiste aquella noche a Alfonso, que todas eramos iguales y que cuando encontrabas una tonta como yo lo que había que hacer era quitarle hasta el último real?
-Veo que tienes una buena memoria…….Pero yo estaba dispuesto a cambiar-El tono de voz del hombre cambió, como si por un momento su ira se apagara.-Te pedí que te casaras conmigo y ahora veo el porqué de tu negativa. No es porque te sintieras engañada, es porque a quien querías era a ese idiota que no era capaz de decirte lo que sentía por ti. Siempre estuvo enamorado de ti, pero era tan cobarde que no se atrevía a confesarlo. Y tan tonto como para dejarme el camino libre a mí.
-En eso te doy la razón. Yo siempre quise a Alfonso, aunque no quisiera darme cuenta. ¿Y sabes por qué? Por que él siempre estaba ahí cuando lo necesitaba, tratando de protegerme aunque yo no se lo agradeciera y lo botara de mi lado con malos modos. Era leal y generoso, no me pedía nada a cambio.
-Sí, siempre ha sido un fiel perro guardián. ¿O debería decir perrito faldero?
-¡Es mucho más hombre de lo que tu jamás llegaras a ser!
Estas últimas palabras lograron apuñalar el orgullo de Severiano quien preso de la ira le propinó un fuerte bofetón. Pero ella ya no sentía dolor. No le importaba lo que le pudiera hacer aquel sinvergüenza porque su existencia no tenía sentido si no podía compartirla con su marido. Por primera vez en su vida se sintió derrotada. Le daba igual seguir viviendo o no. Pero no permitiría que aquel malnacido la humillase.
Abrió la puerta con un golpe tan fuerte que casi desencaja las pobres maderas de la que estaba hecha de las oxidadas bisagras. Pero a pesar del estruendo, el bulto de la esquina seguía sin moverse. Tuvo que acercarse para comprobar que seguía respirando. Incluso le propinó una patada a la altura del estómago, pero ni un gemido salió de aquel cuerpo inerte. El agotamiento y los golpes habían logrado vencer a Alfonso, quien tras horas de lucha contra las sogas que lo mantenían preso, había caído derrotado y de nuevo inconsciente.
-¡Vaya, que lástima! Tu maridito no va a poder presenciar la juerga que nos vamos a correr esta noche.
A Emilia le dio un vuelco el corazón cuando reconoció a la persona que yacía tirada en la esquina más apartada de aquel miserable chozo. Llevaba puesta su vieja chaqueta de pana de color negro con la que se abrigaba en los días más fríos. Había querido regalarle un abrigo nuevo,pero él se había negado en redondo diciendo que le costaba mucho acomodarse a las prendas nuevas y además le tenía un especial cariño a su viejo chaquetón, heredado de su padre. Sin embargo, ella sabía que no quería darle más argumentos a Sebastián en aquella absurda disputa que mantenían por el control de la taberna y las escasas tierras de la familia Ulloa. “Te imaginas lo que diría tu hermano si ve que nos gastamos los dineros en algo que no necesitamos cuando no le quisimos ayudar con la conservera”.
Las lágrimas corrían por sus mejillas y un grito de horror salió de sus entrañas cuando aquel desalmado le quito la mordaza. La había traído casi a rastras por el camino, incluso la había golpeado en varias ocasiones cuando sus pies habían trastabillado en la oscuridad y sus huesos habían ido a parar al suelo. Pero él la obligaba a levantarse una y otra vez y seguirlo en su huída por la veredas del monte.
-¡Alfonso!.............................. ¿Qué le habeis hecho?
Corrió a arrodillarse junto a su marido. Quería tocarlo, comprobar que aun seguía vivo. Pero tenía las manos atadas a la espalda desde que había salido de casa de los Castañeda. Mientras, su captor se ocupaba unos segundos en colocar la antorcha con la que se habían alumbrado durante las varias leguas que separaban aquel miserable chozo del pueblo. Tambien encendió un par de velas cuya luz apenas permitía distinguir los rostros y los escasos enseres que había en aquel lugar.
A continuación dejó el arma encima de las cuatro tablas mal hechas que hacían las veces de mesa. Necesitaba tener las manos libres para poder llevar a cabo la venganza que tanto había rumiado durante los últimos meses, desde el momento en que Emilia lo echó con cajas destempladas de la taberna el día que fue a reclamar la paternidad del hijo que ella esperaba.
-¿Por qué nos haces esto?- preguntó llena de rabia e impotencia.
-¡Y aun lo preguntas, palomita mía!-su voz sonaba llena de ira meclada con la burla.-Me habeis humillado y nadie se ríe de Severiano Garcés. Primero tú tienes la desfachatez de rechazar mi propuesta de matrimonio, aun sabiendo que estabas esperando un hijo mío. Y cuando me entero de que estabas preñada, vuelvo a buscarte y tú te ríes de mí delante de los parroquianos.
La levantó del suelo y la obligó a sentarse en un taburete junto a los rescoldos del fuego que habían prendido horas antes para para calentarse la cena.
-¿Y qué esperabas que hiciera?-preguntó la muchacha.-Tú me habías engañado una y otra vez. Me quitabas el dinero para luego gastartelo en los lupanares. Y no contento con eso, te encamabas con cuanta mujer te lo permitía.
-Ya te lo dije una vez, soy un hombre y los hombres tenemos nuestras necesidades. Y tú no lograbas satisfacerlas, que te faltaba mucha experiencia-ser burló cruelmente.-¿Qué culpa tengo yo de ser irresistible para las mujeres? Si hasta tú fuiste incapaz de resistirte a mis encantos.
-¡Y no sabes lo que me arrepiento! Me dejé engañar por tus palabras y tus zalamerías. Pero eso no era amor, sólo estaba deslumbrada. Te aprovechaste de una pobre tonta,¿recuerdas?......¿Recuerdas lo que le dijiste aquella noche a Alfonso, que todas eramos iguales y que cuando encontrabas una tonta como yo lo que había que hacer era quitarle hasta el último real?
-Veo que tienes una buena memoria…….Pero yo estaba dispuesto a cambiar-El tono de voz del hombre cambió, como si por un momento su ira se apagara.-Te pedí que te casaras conmigo y ahora veo el porqué de tu negativa. No es porque te sintieras engañada, es porque a quien querías era a ese idiota que no era capaz de decirte lo que sentía por ti. Siempre estuvo enamorado de ti, pero era tan cobarde que no se atrevía a confesarlo. Y tan tonto como para dejarme el camino libre a mí.
-En eso te doy la razón. Yo siempre quise a Alfonso, aunque no quisiera darme cuenta. ¿Y sabes por qué? Por que él siempre estaba ahí cuando lo necesitaba, tratando de protegerme aunque yo no se lo agradeciera y lo botara de mi lado con malos modos. Era leal y generoso, no me pedía nada a cambio.
-Sí, siempre ha sido un fiel perro guardián. ¿O debería decir perrito faldero?
-¡Es mucho más hombre de lo que tu jamás llegaras a ser!
Estas últimas palabras lograron apuñalar el orgullo de Severiano quien preso de la ira le propinó un fuerte bofetón. Pero ella ya no sentía dolor. No le importaba lo que le pudiera hacer aquel sinvergüenza porque su existencia no tenía sentido si no podía compartirla con su marido. Por primera vez en su vida se sintió derrotada. Le daba igual seguir viviendo o no. Pero no permitiría que aquel malnacido la humillase.