Foro El secreto de Puente Viejo
La Biblioteca (L - Z)
#0
23/10/2011 12:32
EL RINCÓN DE LADYG
El único entre todos I, II, III, IV, V
EL RINCÓN DE LAPUEBLA
Descubriendo al admirador secreto
Los Ulloa se preocupan por Alfonso
La vida sigue igual
Los consejos de Rosario
Al calor del fuego I, II, III
Llueve I, II
La voz que tanto echaba de menos
Para eso están las amigas
El último de los Castañeda
No sé
Pensamientos
La nueva vecina I - IV, V, VI - VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV
Sin rumbo I, II, III, IV
Un corazón demasiado grande
Soy una necia
Necedades y Cobardías
El amor es otra cosa
Derribando murallas
El nubarrón
Una petición sorprendente I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII , IX – XII
Deudas, cobardes y Victimas I (I) (II), II (I) (II), III, IV, V, VI,
El incendio
Con los cinco sentidos
EL RINCÓN DE LIBRITO
Hermanos para siempre. Las acelgas. Noche de ronda
Tertulia literaria, La siembra
Cinco meses I-IV
EL RINCÓN DE LNAEOWYN
Mi destino eres tú
Eres mi verdad
Raimundo al rescate
Rendición
Desmayo
Masaje
Qué borrachera, qué barbaridad...
EL RINCÓN DE MARTILEO
Cuenta la leyenda
El amor de mi vida
EL RINCÓN DE MARY
Cumpliendo un sueño I, II, III, IV
EL RINCÓN DE MIRI
Recuperando la fe
La verdad
Una realidad dolorosa
Yo te entiendo
De adonis y besos
EL RINCÓN DE NHGSA
Raimundo, Francisca y Carmen: un triángulo peligroso
Confesión I, II
EL RINCÓN DE OLSI
Descubriendo el amor I, II
El amor todo lo puede
Bendita equivocación
Sentimientos encontrados I, II
Verdadero amor I, II, III, VI
El orgullo de Alfonso I, II, III, VI
Descubriendo la verdad I, II
Despidiendo a un crápula I, II
Siempre estaré contigo I, II
La ilusión del amor I, II
El desengaño I, II, III
Sola
Reproches I(I), I(II), II, III, IV
Tenías que ser tú I, II, III
Abre los ojos I, II, III, VI, V
Ilusiones rotas
El tiempo lo cura todo I, II
La despedida
EL RINCÓN DE RIONA
Abrir los ojos
Su verdad
Si te vas
Y yo sin verte I, II, III, IV, V
Cobarde hasta el final
Un corazón que late por ti
Soy Emilia Ulloa Soy Alfonso Castañeda
La mano de un amigo I, II, III, IV, V
EL RINCÓN DE RISABELLA
Como a un hermano
Disimulando
Alfonso se baña en el río
Noche de pasión
EL RINCÓN DE VERREGO
Lo que tendría que ser...
EL RINCÓN DE VILIGA
Tristán y Pepa: Mi historia
EL RINCÓN DE YOLANADA
¡Cómo Duele! I, II, III, IV, V, VI, VII
EL RINCÓN DE ZIRTA
El despertar de Emilia Ulloa
Atrapado en mis recuerdos
La última carta
Contigo o sin tí (With or without you)
Tiempo perdido (Wasted time)
Si te vas
El tiro de gracia
Perro traidor
#321
16/01/2012 13:14
Unos segundos más tarde Pepa salió al pasillo y pensando que nadie la estaba viendo rompió a llorar. Había mantenido la compostura delante de la doctora, pero ya no podía seguir aguantando más. En aquel momento hubiera dado cualquier cosa por tener a su lado a la Candelaria, a Flora o, sobre todo, a su madre. Pero tenía que recomponerse si quería ser de alguna ayuda. Respiró hondo, se secó las lágrimas con las palmas de las manos y se recolocó los ropajes. Ahora tocaba ser fuerte para poder servir de apoyo a Emilia. Avanzó por el pasillo hasta la habitación de invitados hasta que una persona le interrumpió el paso.
-¿Cómo está Tristán?-preguntó Soledad en un tono que pretendía ser autoritario.
-La doctora Casas ha logrado detener la hemorragia pero dice que ha perdido mucha sangre. Está muy débil y sigue incosciente.
La voz de Pepa sonaba abatida y no tenía ganas de seguir hablando con Soledad. A pesar de saber que era su hermana, se había convertido en una perfecta desconocida, una mujer distante, altiva y clasista capaz de tratar mal a las personas que siempre habían cuidado de ella.Ni rastro quedaba de aquella chiquilla cariñosa y soñadora con la que había simpatizado desde un principio. Ahora sólo era una mala copia de Francisa Montenegro.
-Si me disculpas voy a ver cómo se encuentra Alfonso. No es conveniente que Emilia pase sóla por este trance.
-Poco les ha durado la felicidad a esos dos-dijo Soledad para sus adentros. Pero Pepa la escuchó y no pudo contener la ira.
-Eso parece. Y tambien parece que tal desgracia lejos de conmoverte te complace. Te miro y no te reconozco. ¿Dónde está aquella muchacha buena y generosa que se ganaba el cariño de todo el mundo?
-Está muerta-contestó Soledad.-Los desengaños y las traiciones acabaron con ella. Ahora soy una mujer fuerte que vela por los intereses de su familia y que no se deja engatusar por vulgares destripaterrones.
-Ya veo. ¿Y velar por los intereses de tu familia significa tratar mal a Rosario y a Mariana, que siempre te han querido como si de una hija o una hermana se tratara?. ¿O ya has olvidado como te acogieron en su casa sabiendo que la ira de tu madre podría caer sobre su familia?. Ni ellas, ni Alfonso tienen la culpa de los errores que haya cometido Juan. Ellos siempre te cuidaron y se preocuparon por ti. ¿Y qué me dices de Emlia? ¿No recuerdas como intentó ayudarte cuando te morías de hambre y frío en aquel chozo?. Tu familia siempe ha intentado destruír a los Ulloa, pero sin embargo ellos siempre han procurado ayudaros a ti y a tu hermano.
-No creo que una vulgar partera como tú sea quien de darme lecciones a mí-respondió fingiendo una altanería que ya no sentía.
Se había quedado sin argumentos y lo único que se le ocurría para defenderese era recordarle su origen humilde y que durante toda su vida no hubiera disfrutado de una buena posción social.
-Una vulgar partera como tú dices, quizás no. Pero sí tu hermana mayor, porque aunque a ambas nos moleste este parentesco sigo siendo tu hermana. Desgraciadamente el destino quiso que fuera hija de Salvador Castro, como tú, como Tristán y como ese pobre desdichado de Efrén, al que tu madre ha tratado como si fuera una alimaña y ha tenido encerrado durante años sin ver la luz del sol.
Por un momento Soledad bajó la mirada, avergonzada por ser hija de aquel mosntruo capaz de las peores atrocidades. Tampoco se sentía orgullosa de tener como madre a Francisca Montenegro, pero no estaba dispuesta a confesarlo.
-Hazme un favor y recapacita antes de que sea demasiado tarde-continuó hablando Pepa.- No te conviertas en una nueva Francisca Montenegro, una mujer amargada a la que todo el mundo teme.
-A la que todo el mundo respeta-repuso en tono airado.
-No confundas el respeto con el miedo. La gente teme a tu madre, no la respeta. Temen quedarse sin las cuatro perras chicas que les paga por deslomarse en vuestros campos y no poder alimentar a sus hijos. Tienen miedo de que si alzan la voz Mauricio les de una paliza que los deje inválidos. Puede ser que vivais rodeadas de lujos y que no sepais lo que es pasar frío o hambre. Pero sois mortales y acabareis criando malvas, como todo el mundo. Sólo que el día que eso suceda nadie va a llorar por vosotras, nadie. Y esa es la mayor de las miserias, no tener a nadie que llore nuesta ausencia. Cuando os vayais de este mundo la gente sólo recordará el mal que habeis hecho. ¿De verdad es eso lo que quieres?
Pepa continuó su camino hacia la habitación que ocupaba Alfonso sin detenerse. No pudo ver la reacción que habían provocado sus palabras. Si la hubiera visto quizás se habría detenido.
-¿Cómo está Tristán?-preguntó Soledad en un tono que pretendía ser autoritario.
-La doctora Casas ha logrado detener la hemorragia pero dice que ha perdido mucha sangre. Está muy débil y sigue incosciente.
La voz de Pepa sonaba abatida y no tenía ganas de seguir hablando con Soledad. A pesar de saber que era su hermana, se había convertido en una perfecta desconocida, una mujer distante, altiva y clasista capaz de tratar mal a las personas que siempre habían cuidado de ella.Ni rastro quedaba de aquella chiquilla cariñosa y soñadora con la que había simpatizado desde un principio. Ahora sólo era una mala copia de Francisa Montenegro.
-Si me disculpas voy a ver cómo se encuentra Alfonso. No es conveniente que Emilia pase sóla por este trance.
-Poco les ha durado la felicidad a esos dos-dijo Soledad para sus adentros. Pero Pepa la escuchó y no pudo contener la ira.
-Eso parece. Y tambien parece que tal desgracia lejos de conmoverte te complace. Te miro y no te reconozco. ¿Dónde está aquella muchacha buena y generosa que se ganaba el cariño de todo el mundo?
-Está muerta-contestó Soledad.-Los desengaños y las traiciones acabaron con ella. Ahora soy una mujer fuerte que vela por los intereses de su familia y que no se deja engatusar por vulgares destripaterrones.
-Ya veo. ¿Y velar por los intereses de tu familia significa tratar mal a Rosario y a Mariana, que siempre te han querido como si de una hija o una hermana se tratara?. ¿O ya has olvidado como te acogieron en su casa sabiendo que la ira de tu madre podría caer sobre su familia?. Ni ellas, ni Alfonso tienen la culpa de los errores que haya cometido Juan. Ellos siempre te cuidaron y se preocuparon por ti. ¿Y qué me dices de Emlia? ¿No recuerdas como intentó ayudarte cuando te morías de hambre y frío en aquel chozo?. Tu familia siempe ha intentado destruír a los Ulloa, pero sin embargo ellos siempre han procurado ayudaros a ti y a tu hermano.
-No creo que una vulgar partera como tú sea quien de darme lecciones a mí-respondió fingiendo una altanería que ya no sentía.
Se había quedado sin argumentos y lo único que se le ocurría para defenderese era recordarle su origen humilde y que durante toda su vida no hubiera disfrutado de una buena posción social.
-Una vulgar partera como tú dices, quizás no. Pero sí tu hermana mayor, porque aunque a ambas nos moleste este parentesco sigo siendo tu hermana. Desgraciadamente el destino quiso que fuera hija de Salvador Castro, como tú, como Tristán y como ese pobre desdichado de Efrén, al que tu madre ha tratado como si fuera una alimaña y ha tenido encerrado durante años sin ver la luz del sol.
Por un momento Soledad bajó la mirada, avergonzada por ser hija de aquel mosntruo capaz de las peores atrocidades. Tampoco se sentía orgullosa de tener como madre a Francisca Montenegro, pero no estaba dispuesta a confesarlo.
-Hazme un favor y recapacita antes de que sea demasiado tarde-continuó hablando Pepa.- No te conviertas en una nueva Francisca Montenegro, una mujer amargada a la que todo el mundo teme.
-A la que todo el mundo respeta-repuso en tono airado.
-No confundas el respeto con el miedo. La gente teme a tu madre, no la respeta. Temen quedarse sin las cuatro perras chicas que les paga por deslomarse en vuestros campos y no poder alimentar a sus hijos. Tienen miedo de que si alzan la voz Mauricio les de una paliza que los deje inválidos. Puede ser que vivais rodeadas de lujos y que no sepais lo que es pasar frío o hambre. Pero sois mortales y acabareis criando malvas, como todo el mundo. Sólo que el día que eso suceda nadie va a llorar por vosotras, nadie. Y esa es la mayor de las miserias, no tener a nadie que llore nuesta ausencia. Cuando os vayais de este mundo la gente sólo recordará el mal que habeis hecho. ¿De verdad es eso lo que quieres?
Pepa continuó su camino hacia la habitación que ocupaba Alfonso sin detenerse. No pudo ver la reacción que habían provocado sus palabras. Si la hubiera visto quizás se habría detenido.
#322
16/01/2012 19:33
Eso dale caña a Sole...
No me mates a Alfonso..por fiiiii
No me mates a Alfonso..por fiiiii
#323
17/01/2012 02:39
Dios pepa!! me encanta!! no habia sacado tiempo para leerlo y he aprobechado mis desvelos, y que tiempo mas bien aprobechado!! te adoro!!
#324
17/01/2012 12:22
MONSTRUOS (parte 3)
Al abrir la puerta del cuarto de invitados se topó con la misma imagen que la doctora Casas había visto en la habitación de Tristán. Un hombre malherido postrado en el lecho y una mujer a su vera, cogiéndole las manos y llorando en silencio. Nunca como en ese instante Pepa pudo comprender lo que sentía Emilia y lo que estaba sufriendo. El destino se empecinaba en unir a ambas mujeres en las tristezas y las amarguras.
Se acercó a ella, le acarició el pelo y le preguntó como estaba. Emilia no pudo responder, un nudo atenazaba su garganta. Pepa se arrodilló junto a ella y la abrazó con fuerza, sintiendo como el cuerpo de su amiga temblaba con cada sollozo. Cuando comprobó que se había calmado se puso de nuevo en pie.
-No te preocupes. Tu marido es un hombre muy fuerte y saldrá de esta. Ya verás como no tarda en despertarse.
-¿Y si no se despierta?-preguntó con lágrimas en los ojos.-No podría soportarlo, no podría vivir sin él. Ha sido siempre mi mayor apoyo, aun cuando yo no era capaz de ver al hombre maravilloso que tenía delante. Y ahora he vuelto a comportarme como una necia con él, en vez de agradecerle todo el bien que ha traído a mi vida.
-Se despertará, ya lo verás-trató de animarla.- La doctora ha dicho que está bien, que su corazón está fuerte.
Pepa comprobó que no tenía fiebre y que la herida no había seguido sangrando para luego observar su pulso colocando sus dedos sobre la muñeca de Alfonso, tal y como le había enseñado la que creía su madre, la Candelaria, a hacer.
-Su pulso es fuerte y el ritmo normal. Y tampoco parece tener fiebre, así que no creo que haya complicaciones y seguro que pronto se pone bien. Es normal que esté inconsciente despues del golpe que le han dado.
-Pero ¿quién ha podido golpearlo así?. Alfonso no le ha hecho ningún daño a nadie.¿ Y si…-dudó antes de exponer su sospecha- y si ha sido …..?. Ya sabes…..
-¿Efrén?-preguntó Pepa.
-Sí-asintió Emilia mientras se levantaba de la silla y se acercaba a su amiga.
-No lo creo. Esa pobre criatura huye de las personas, no las ataca. Yo misma he podido comprobarlo. Me temo que lo que les han hecho a Tristán y a Alfonso es obra de algún desalmado, pero de los que la gente considera normal. Lo que me preocupa es que las patrullas den con él antes de que Mauricio lo encuentre. No quiero ni pensar en lo que le puedan hacer.
-Lo siento Pepa. Se me olvidaba que ese pobre desgraciado también es hermano tuyo. Por favor, ¡perdóname!. Y ni siquiera te he preguntado como sigue Tristán.
-No hay nada que pedonar-la tranquilizó mientras le cogía las manos.-Es normal que estés alterada y te preguntes quién ha podido hacerles esto a….
Pepa no terminó la frase. Estaba a punto de decir “nuestro hombres”, olvidando por un segundo el vínculo de sangre que la unía a Tristán. Pero decidió espantar los fantasmas y ocultó su dolor bajo el celo profesional. Estaba realmente preocupada por la salud de Emilia. Aun no estaba totalmente restablecida del aborto y una noche en vela, privada del descanso necesario, no ayudaría a su recuperación.
-Tienes que descansar,que aun estás muy débil. Seguramente Raimundo no tarde mucho en venir y deberías regresar con él a tu casa y dormir un poco.
-No voy a dejar a Alfonso solo. Además no podría dormir aunque quisiera.
-No va a estar solo-trató de insistir Pepa.-La doctora Casas y yo misma estaremos pendientes en todo momento. Además-le dijo mientras le daba un cariñoso golpe en el mentón- no quiero ni pensar en como se pondrá tu marido si se despierta y ve que no has seguido los consejos para que tu cuides. Nos va a echar una bronca de órdago.
-Pepa, te agradezco el gesto y la preocupación. Sé que lo haces por mi bien, pero tú ya tienes bastanten con lo de Tristán. Regresa a su lado, que de seguro que se recupera mucho antes si sabe que estás con él. Y yo me quedo junto a mi marido.
Al abrir la puerta del cuarto de invitados se topó con la misma imagen que la doctora Casas había visto en la habitación de Tristán. Un hombre malherido postrado en el lecho y una mujer a su vera, cogiéndole las manos y llorando en silencio. Nunca como en ese instante Pepa pudo comprender lo que sentía Emilia y lo que estaba sufriendo. El destino se empecinaba en unir a ambas mujeres en las tristezas y las amarguras.
Se acercó a ella, le acarició el pelo y le preguntó como estaba. Emilia no pudo responder, un nudo atenazaba su garganta. Pepa se arrodilló junto a ella y la abrazó con fuerza, sintiendo como el cuerpo de su amiga temblaba con cada sollozo. Cuando comprobó que se había calmado se puso de nuevo en pie.
-No te preocupes. Tu marido es un hombre muy fuerte y saldrá de esta. Ya verás como no tarda en despertarse.
-¿Y si no se despierta?-preguntó con lágrimas en los ojos.-No podría soportarlo, no podría vivir sin él. Ha sido siempre mi mayor apoyo, aun cuando yo no era capaz de ver al hombre maravilloso que tenía delante. Y ahora he vuelto a comportarme como una necia con él, en vez de agradecerle todo el bien que ha traído a mi vida.
-Se despertará, ya lo verás-trató de animarla.- La doctora ha dicho que está bien, que su corazón está fuerte.
Pepa comprobó que no tenía fiebre y que la herida no había seguido sangrando para luego observar su pulso colocando sus dedos sobre la muñeca de Alfonso, tal y como le había enseñado la que creía su madre, la Candelaria, a hacer.
-Su pulso es fuerte y el ritmo normal. Y tampoco parece tener fiebre, así que no creo que haya complicaciones y seguro que pronto se pone bien. Es normal que esté inconsciente despues del golpe que le han dado.
-Pero ¿quién ha podido golpearlo así?. Alfonso no le ha hecho ningún daño a nadie.¿ Y si…-dudó antes de exponer su sospecha- y si ha sido …..?. Ya sabes…..
-¿Efrén?-preguntó Pepa.
-Sí-asintió Emilia mientras se levantaba de la silla y se acercaba a su amiga.
-No lo creo. Esa pobre criatura huye de las personas, no las ataca. Yo misma he podido comprobarlo. Me temo que lo que les han hecho a Tristán y a Alfonso es obra de algún desalmado, pero de los que la gente considera normal. Lo que me preocupa es que las patrullas den con él antes de que Mauricio lo encuentre. No quiero ni pensar en lo que le puedan hacer.
-Lo siento Pepa. Se me olvidaba que ese pobre desgraciado también es hermano tuyo. Por favor, ¡perdóname!. Y ni siquiera te he preguntado como sigue Tristán.
-No hay nada que pedonar-la tranquilizó mientras le cogía las manos.-Es normal que estés alterada y te preguntes quién ha podido hacerles esto a….
Pepa no terminó la frase. Estaba a punto de decir “nuestro hombres”, olvidando por un segundo el vínculo de sangre que la unía a Tristán. Pero decidió espantar los fantasmas y ocultó su dolor bajo el celo profesional. Estaba realmente preocupada por la salud de Emilia. Aun no estaba totalmente restablecida del aborto y una noche en vela, privada del descanso necesario, no ayudaría a su recuperación.
-Tienes que descansar,que aun estás muy débil. Seguramente Raimundo no tarde mucho en venir y deberías regresar con él a tu casa y dormir un poco.
-No voy a dejar a Alfonso solo. Además no podría dormir aunque quisiera.
-No va a estar solo-trató de insistir Pepa.-La doctora Casas y yo misma estaremos pendientes en todo momento. Además-le dijo mientras le daba un cariñoso golpe en el mentón- no quiero ni pensar en como se pondrá tu marido si se despierta y ve que no has seguido los consejos para que tu cuides. Nos va a echar una bronca de órdago.
-Pepa, te agradezco el gesto y la preocupación. Sé que lo haces por mi bien, pero tú ya tienes bastanten con lo de Tristán. Regresa a su lado, que de seguro que se recupera mucho antes si sabe que estás con él. Y yo me quedo junto a mi marido.
#325
17/01/2012 12:25
-Pepa tiene razón, hija. Debes descansar-la voz de Rosario las sorprendió.
La matriarca de los Castañeda había venido corriendo a la casona tan pronto como Mauricio le contó lo sucedido. Con ella llegaron tambien Mariana y Paquito, que aguardaban nerviosos en la cocina. Mientras, Enriqueta se había quedado acompañando a Juan, al que habían tardado en convencer de que no se adentrara en los feudos de los Montenegro. Él tambien quería estar junto a su hermano mayor, pero hubiera sido una temeridad presentarse en la casona, de donde sin duda alguna Soledad y doña Francisca hubieran ordenado echarlo a patadas. Así que no le quedaba más remedio que esperar a que Paquito regresara con noticias sobre Alfonso.
Rosario les dijo a su hija y su ahijado que permanecieran en la cocina,por si doña Francisca o la propia doctora Casas necesitaban algo. Pero lo que realmente quería hacer era protegerlos de la impresió de ver a su hermano malherido. Primero subiría ella a comprobar el alcance de las heridas. Era una mujer de una gran fortaleza, acostumbrada a una existencia dura y a sufrir penalidades, humillaciones y desplantes. Pero nunca acabaría de acostumbrarse a ver sufrir a sus hijos, ni mucho menos a temer por su vida. A medida que subía por las escaleras iba rezando para sus adentros, rogándole a dios que no permitiera que nada malo le sucediese a aquellos dos muchachos. Su hijo mayor, el que siempre había cuidado de todos y el señorito Tristán, aquel chiquillo que corría a refugiarse en sus faldas cada vez que el desalmado de su padre amenazaba con darle una paliza. Sea como fuere, nínguno de los dos había tenido una vida fácil.
Emilia corrió a abrazarse con su suegra, buscando el calor de aquella mujer a la que siempre había querido y respetado, y que en los últimos tiempos se había convertido en una segunda madre para ella. Rosario se temió lo peor al ver la desesperación de su nuera, pero Pepa se apuró a tranquilizarla contándole las impresiones de la doctora Casas. Aunque a decir verdad, casi confiaba más en el buen hacer de la partera que en el de la galena. Por algún extraño motivo, desde la llegada de Pepa a Puenteviejo, Rosario siempre había tenido una fé ciega en sus habilidades y conocimientos. Además, había sido testigo de la falta de ética de los últimos médicos que había tenido el pueblo y para ella la honestidad era mucho más importante que cualquier título universitario. Y por si fuera poco, el carácter seco y cortante de la doctora Casas no ayudaba a sentir simpatía por la profesión médica.
-Emilia, hija, tienes que tranquilizarte y descansar-le dijo acariciándole el pelo. Paquito está en la cocina con Mariana y puede acompañarte a la posada. O si lo prefieres, puedes quedarte en nuestra casa, que seguro que Enriqueta cuidará bien de ti.
-Pero Alfonso-trató de protestar.
-Yo me quedo con mi hijo, no va a estar solo en ningún momento. No te preocupes, cariño-le dijo dándole un beso en la mejilla.
Finalmente, Pepa acompañó a Emilia hasta la cocina donde les refirieron el estado de Alfonso a Mariana y Paquito. Ambos respiraro un poco aliviados al saber que la vida de su hermano y amigo no parecía correr peligro. Pero antes de regresar a las habitaciones, Pepa les preparó unas infusiones para que templaran los nervios, añadiendo a la de Emilia una pequeña dosis de hiervas con propiedades sedantes con la intención de que conciliase el sueño tan pronto como llegase a la casa de los Castañeda, donde prefería quedarse por estar más cerca de la casona.
La matriarca de los Castañeda había venido corriendo a la casona tan pronto como Mauricio le contó lo sucedido. Con ella llegaron tambien Mariana y Paquito, que aguardaban nerviosos en la cocina. Mientras, Enriqueta se había quedado acompañando a Juan, al que habían tardado en convencer de que no se adentrara en los feudos de los Montenegro. Él tambien quería estar junto a su hermano mayor, pero hubiera sido una temeridad presentarse en la casona, de donde sin duda alguna Soledad y doña Francisca hubieran ordenado echarlo a patadas. Así que no le quedaba más remedio que esperar a que Paquito regresara con noticias sobre Alfonso.
Rosario les dijo a su hija y su ahijado que permanecieran en la cocina,por si doña Francisca o la propia doctora Casas necesitaban algo. Pero lo que realmente quería hacer era protegerlos de la impresió de ver a su hermano malherido. Primero subiría ella a comprobar el alcance de las heridas. Era una mujer de una gran fortaleza, acostumbrada a una existencia dura y a sufrir penalidades, humillaciones y desplantes. Pero nunca acabaría de acostumbrarse a ver sufrir a sus hijos, ni mucho menos a temer por su vida. A medida que subía por las escaleras iba rezando para sus adentros, rogándole a dios que no permitiera que nada malo le sucediese a aquellos dos muchachos. Su hijo mayor, el que siempre había cuidado de todos y el señorito Tristán, aquel chiquillo que corría a refugiarse en sus faldas cada vez que el desalmado de su padre amenazaba con darle una paliza. Sea como fuere, nínguno de los dos había tenido una vida fácil.
Emilia corrió a abrazarse con su suegra, buscando el calor de aquella mujer a la que siempre había querido y respetado, y que en los últimos tiempos se había convertido en una segunda madre para ella. Rosario se temió lo peor al ver la desesperación de su nuera, pero Pepa se apuró a tranquilizarla contándole las impresiones de la doctora Casas. Aunque a decir verdad, casi confiaba más en el buen hacer de la partera que en el de la galena. Por algún extraño motivo, desde la llegada de Pepa a Puenteviejo, Rosario siempre había tenido una fé ciega en sus habilidades y conocimientos. Además, había sido testigo de la falta de ética de los últimos médicos que había tenido el pueblo y para ella la honestidad era mucho más importante que cualquier título universitario. Y por si fuera poco, el carácter seco y cortante de la doctora Casas no ayudaba a sentir simpatía por la profesión médica.
-Emilia, hija, tienes que tranquilizarte y descansar-le dijo acariciándole el pelo. Paquito está en la cocina con Mariana y puede acompañarte a la posada. O si lo prefieres, puedes quedarte en nuestra casa, que seguro que Enriqueta cuidará bien de ti.
-Pero Alfonso-trató de protestar.
-Yo me quedo con mi hijo, no va a estar solo en ningún momento. No te preocupes, cariño-le dijo dándole un beso en la mejilla.
Finalmente, Pepa acompañó a Emilia hasta la cocina donde les refirieron el estado de Alfonso a Mariana y Paquito. Ambos respiraro un poco aliviados al saber que la vida de su hermano y amigo no parecía correr peligro. Pero antes de regresar a las habitaciones, Pepa les preparó unas infusiones para que templaran los nervios, añadiendo a la de Emilia una pequeña dosis de hiervas con propiedades sedantes con la intención de que conciliase el sueño tan pronto como llegase a la casa de los Castañeda, donde prefería quedarse por estar más cerca de la casona.
#326
17/01/2012 12:28
-Con permiso. Les traigo unas tazas de chocolate, que les vendrá bien tomar algo caliente.
-Muchas gracias-respondió con cortesía la galena mientras Soledad se limitaba a hacer una leve inclinación de cabeza. No podía sacarse de la mente las duras palabras que Pepa le había dirigido unos momentos antes. Pero no eran sólo las palabras de la partera lo que la estaba atormentando en esos momentos.
-¿Cómo sigue?-preguntó Pepa dirigiéndose a la doctora, quien se acercó a ella con la intención de que Soledad no escuchase la conversación. Pero la joven se dio cuenta de sus intenciones y reaccionó un tanto malhumorada.
-Gregoria, hagame el favor de no oculatarme el estado de mi hermano. Tengo tanto o más derecho que ella a saber cómo se encuentra.
-Disculpeme, no quería importunarla. Lo que sucede es que Pepa tiene cierta formación y experiencia en estos temas y quería consultar con ella unas dudas.
-Pues ya me dirá qué experiencia puede tener una vulgar partera para serle de ayuda a toda una doctora como usted.
Pepa le hizo un leve gesto con la mirada a la doctora para que ignorase el comentario de Soledad. Ahora lo verdaderamente importante era la salud de Tristán y no una absurda lucha fraticida en la que ella jamás había querido verse envuelta.
-Pues sintiéndolo mucho me temo que la vida de su hermano corre un serio peligro. Ha perdido mucha sangre y cada vez está más débil. Los latidos de su corazón se están apagando.
-¿Y no hay nada que se pueda hacer?-preguntó Pepa desesperada.
-Sólo se me ocurre hacerle una transfusión de sangre.
-¿Una qué?-inquirió Soledad, quien jamás había oído hablar de tal cosa.
-Una transfusión. Consiste en sacar una cierta cantidad de sangre a una persona sana y fuerte e introducirla a través de una vena en el cuerpo del enfermo.
-Sí, yo ya había leído algo al respecto cuando me saqué el título de comadrona. Pero decían que no era una técnica segura y que provocaba la muerte en más de la mitad de las personas tratadas.
-Es cierto que tiene sus riesgos. Un médico austríaco cuyo nombre me es muy díficil de pronunciar constató que hay varios tipos de sangre y que no todos son compatibles entre sí. Si a una persona se le inyecta sangre de un tipo que no es compatible con el suyo acabará muriendo.
-¿Y cómo podemos saber qué sangre es compatible con la de Tristán?-ahora era Soledad la que mostraba su curiosidad.
-Lo cierto es que no podemos. Para eso necesitaría un buen laboratorio y reactivos de los que no dispongo. Pero la probabilidad de que los miembros de una misma familia tengan tipos compatibles es muy alta.
-¿Qué quiere decir con eso? ¿Tal vez la sangre de un hermano sirva para salvar a otro? ¿Es eso lo que quiere decirnos?-le preguntó con vehemencia Pepa.
-Sí. En este caso las mejores donantes son ustedes dos, dado el vínculo fraternal que las une a Tristán.
-¿Y mi madre?-preguntó Soledad.
-Doña Francisca está muy enferma y lleva meses recibiendo tratamientos. Así que lamentándolo mucho, ella está descartada. Sólo su sangre y la de Pepa pueden servir. Bueno, y la de ese joven, Efrén. Él tambien es hermano de Tristán.
-¿Y a qué está esperando , doctora?. Si mi sangre puede servir para salvar la suya, aquí la tiene-dijo Pepa mientras se arremangaba la blusa instando a la galena a que llevara a cabo aquella operación cuanto antes.
-¿Estás segura?.
-Completamente.
-¿Y usted, Soledad?-preguntó dirigiéndose al rincón donde se encontraba la otra hermana. Pero no hallaron respuesta.
-Muchas gracias-respondió con cortesía la galena mientras Soledad se limitaba a hacer una leve inclinación de cabeza. No podía sacarse de la mente las duras palabras que Pepa le había dirigido unos momentos antes. Pero no eran sólo las palabras de la partera lo que la estaba atormentando en esos momentos.
-¿Cómo sigue?-preguntó Pepa dirigiéndose a la doctora, quien se acercó a ella con la intención de que Soledad no escuchase la conversación. Pero la joven se dio cuenta de sus intenciones y reaccionó un tanto malhumorada.
-Gregoria, hagame el favor de no oculatarme el estado de mi hermano. Tengo tanto o más derecho que ella a saber cómo se encuentra.
-Disculpeme, no quería importunarla. Lo que sucede es que Pepa tiene cierta formación y experiencia en estos temas y quería consultar con ella unas dudas.
-Pues ya me dirá qué experiencia puede tener una vulgar partera para serle de ayuda a toda una doctora como usted.
Pepa le hizo un leve gesto con la mirada a la doctora para que ignorase el comentario de Soledad. Ahora lo verdaderamente importante era la salud de Tristán y no una absurda lucha fraticida en la que ella jamás había querido verse envuelta.
-Pues sintiéndolo mucho me temo que la vida de su hermano corre un serio peligro. Ha perdido mucha sangre y cada vez está más débil. Los latidos de su corazón se están apagando.
-¿Y no hay nada que se pueda hacer?-preguntó Pepa desesperada.
-Sólo se me ocurre hacerle una transfusión de sangre.
-¿Una qué?-inquirió Soledad, quien jamás había oído hablar de tal cosa.
-Una transfusión. Consiste en sacar una cierta cantidad de sangre a una persona sana y fuerte e introducirla a través de una vena en el cuerpo del enfermo.
-Sí, yo ya había leído algo al respecto cuando me saqué el título de comadrona. Pero decían que no era una técnica segura y que provocaba la muerte en más de la mitad de las personas tratadas.
-Es cierto que tiene sus riesgos. Un médico austríaco cuyo nombre me es muy díficil de pronunciar constató que hay varios tipos de sangre y que no todos son compatibles entre sí. Si a una persona se le inyecta sangre de un tipo que no es compatible con el suyo acabará muriendo.
-¿Y cómo podemos saber qué sangre es compatible con la de Tristán?-ahora era Soledad la que mostraba su curiosidad.
-Lo cierto es que no podemos. Para eso necesitaría un buen laboratorio y reactivos de los que no dispongo. Pero la probabilidad de que los miembros de una misma familia tengan tipos compatibles es muy alta.
-¿Qué quiere decir con eso? ¿Tal vez la sangre de un hermano sirva para salvar a otro? ¿Es eso lo que quiere decirnos?-le preguntó con vehemencia Pepa.
-Sí. En este caso las mejores donantes son ustedes dos, dado el vínculo fraternal que las une a Tristán.
-¿Y mi madre?-preguntó Soledad.
-Doña Francisca está muy enferma y lleva meses recibiendo tratamientos. Así que lamentándolo mucho, ella está descartada. Sólo su sangre y la de Pepa pueden servir. Bueno, y la de ese joven, Efrén. Él tambien es hermano de Tristán.
-¿Y a qué está esperando , doctora?. Si mi sangre puede servir para salvar la suya, aquí la tiene-dijo Pepa mientras se arremangaba la blusa instando a la galena a que llevara a cabo aquella operación cuanto antes.
-¿Estás segura?.
-Completamente.
-¿Y usted, Soledad?-preguntó dirigiéndose al rincón donde se encontraba la otra hermana. Pero no hallaron respuesta.
#327
17/01/2012 12:31
La joven había salido corriendo de la habitación y pudieron oírla gritar por los pasillos. Reclamaba insistentemente la presencia de Rosario y de su propia madre. La cocinera, asustada, dejó por un momento sólo a su hijo en el cuarto de invitados para acudir a la llamada de la señorita. Algo muy grave había tenido que suceder para que gritara de aquel modo y despertara a la señora, pues la orden de la doctora había sido muy tajante. Doña Francisca necesitaba reposo absoluto y no se la debía molestar.
Al cabo de unos segundos ambas mujeres entraban con el rostro descompuesto en el cuarto de Tristán arrastradas por Soledad.
-¿Se puede saber a qué vienen esos gritos, hija? ¿Acaso tu hermano está peor?. Por el amor de dios, ¡contesta de una vez!-gritó casi fuera de si doña Francisca, quien sentía de nuevo como el dolor atravesaba sus sienes.
-Gregoria, le ruego que les explique a mi madre y a Rosario lo mismo que nos acaba de referir a nostras hace un instante. Creo que ellas deben conocer qué es lo que pretende hacer y cuales son sus posibles consecuencias.
La doctora Casas instó a doña Francisa a sentarse en la butaca mientras las demás mujeres permanecían de pie. Soledad se situó al lado de su madre mientras la médica empezaba su disertación. Puso un gran empeño en ser clara y utlizar palabras sencillas, que todas las presentes pudieran comprender. Los semblantes de la Montenegro y Rosario cambiaban a medida que la doctora avanzaba en sus explicaciones. Al principio, se podía ver angustia y temor cuando escucharon que la vida de Tristán corría peligro y que su corazón se apagaba por la falta de sangre. Después un pequeño rayo de esperanza las iluminó cuando escucharon hablar por primera vez de las transfusiones. Sin embargo, tanto la doctora como Pepa pudieron ver el rictus de amargura de doña Francisca y le pavor en los ojos de Rosario. Fue esta última la que se atrevió a hablar.
-Doctora, disculpe mi ignorancia. Pero si no la he entendido mal, es mucho más seguro lo que quiere usted hacer si la sangre proviene de un familiar.
-Así es. Por eso creo que Pepa y Soledad son las únicas donantes posibles.
-Pero si como usted dice, el donante no es un familiar directo, ¿el riesgo de que don Tristán muera es mucho mayor?
La doctora asintió con la cabeza. Algo extraño estaba ocurriendo, pero no alcanzaba a comprender qué era lo que ocurría. Estaba visto que todo eran secretos en aquella casona. Un tenso silencio se apoderó de la estancia hasta que Soledad decidió romperlo.
-Madre, ¿no tiene nada que decir?-le preguntó dirigiéndole una mirada desafiante que jamás le había visto. Y tú Rosario, ¿hasta cuándo vas a seguir callando?.
-Señorita, yo sólo tenía sospechas…..
-¡Cállate Rosario! Ni tú ni esa partera ignorante pintais nada en el cuarto de mi hijo-grito fuera de si la Montenegro mientras se levantaba de la silla.
-No puedo creer que esté dispuesta a poner en peligro la vida de su hijo. Es usted aun mucho peor de lo que yo pensaba. Es un monstruo, como lo era mi padre.
Al cabo de unos segundos ambas mujeres entraban con el rostro descompuesto en el cuarto de Tristán arrastradas por Soledad.
-¿Se puede saber a qué vienen esos gritos, hija? ¿Acaso tu hermano está peor?. Por el amor de dios, ¡contesta de una vez!-gritó casi fuera de si doña Francisca, quien sentía de nuevo como el dolor atravesaba sus sienes.
-Gregoria, le ruego que les explique a mi madre y a Rosario lo mismo que nos acaba de referir a nostras hace un instante. Creo que ellas deben conocer qué es lo que pretende hacer y cuales son sus posibles consecuencias.
La doctora Casas instó a doña Francisa a sentarse en la butaca mientras las demás mujeres permanecían de pie. Soledad se situó al lado de su madre mientras la médica empezaba su disertación. Puso un gran empeño en ser clara y utlizar palabras sencillas, que todas las presentes pudieran comprender. Los semblantes de la Montenegro y Rosario cambiaban a medida que la doctora avanzaba en sus explicaciones. Al principio, se podía ver angustia y temor cuando escucharon que la vida de Tristán corría peligro y que su corazón se apagaba por la falta de sangre. Después un pequeño rayo de esperanza las iluminó cuando escucharon hablar por primera vez de las transfusiones. Sin embargo, tanto la doctora como Pepa pudieron ver el rictus de amargura de doña Francisca y le pavor en los ojos de Rosario. Fue esta última la que se atrevió a hablar.
-Doctora, disculpe mi ignorancia. Pero si no la he entendido mal, es mucho más seguro lo que quiere usted hacer si la sangre proviene de un familiar.
-Así es. Por eso creo que Pepa y Soledad son las únicas donantes posibles.
-Pero si como usted dice, el donante no es un familiar directo, ¿el riesgo de que don Tristán muera es mucho mayor?
La doctora asintió con la cabeza. Algo extraño estaba ocurriendo, pero no alcanzaba a comprender qué era lo que ocurría. Estaba visto que todo eran secretos en aquella casona. Un tenso silencio se apoderó de la estancia hasta que Soledad decidió romperlo.
-Madre, ¿no tiene nada que decir?-le preguntó dirigiéndole una mirada desafiante que jamás le había visto. Y tú Rosario, ¿hasta cuándo vas a seguir callando?.
-Señorita, yo sólo tenía sospechas…..
-¡Cállate Rosario! Ni tú ni esa partera ignorante pintais nada en el cuarto de mi hijo-grito fuera de si la Montenegro mientras se levantaba de la silla.
-No puedo creer que esté dispuesta a poner en peligro la vida de su hijo. Es usted aun mucho peor de lo que yo pensaba. Es un monstruo, como lo era mi padre.
#328
17/01/2012 12:35
-¿Se puede saber qué demonios está sucediendo aquí? ¿Por qué le hablas de ese modo a tu madre?-le inquirió Pepa a Soledad.
-¿Mi madre, dices?. Si por madre se entiende la persona que te engendra y te pare, pues sí, entonces doña Francisca Montenegro es mi madre. Pero ella jamás me ha querido, para ella sólo existía Tristán. ¿Y quieres saber por qué?. Pues porque yo era hija del monstruo que la maltrataba, un ser infame capaza de las mayores aberraciones. Y fue precisamente ese hombre detestable el que me explicó un día mientras intentaba abusar de mí porque mi madre no me quería como a mi hermano.
Las lágrimas humedecieron los ojos de Soledad cuando recordó aquella horrible tarde en la biblioteca. Salvador Castro estaba borracho como de costumbre y la estancia apestaba a una mezcla de alcohol y tabaco, un olor que a aquella cría de apenas doce años le provocaba nauseas. Su padre la había obligado a sentarse en sus rodillas mientras la sobaba con aquellas inmensas manos que a ella se le antojaban garras.
Rosario se acercó a la joven y la abrazó, calmándola y consolándola como tantas otras veces había hecho en su vida. La dejó llorar unos instantes, mientras Francisca se dejaba caer en el sillón y Pepa y la doctora Casas esperaban expectantes que continuase el relato. Algo muy grave había tenido que suceder para que la siempre aparentemente fría Soledad se hubiera puesto de aquel modo.
-Salvador Castro,nuestro padre- continuó dirigiéndose a Pepa- me decía que sólo él me quería. Mi madre me detestaba, jamás tuvo una palabra de cariño. Jamás me defendió de los abusos de mi padre. Todas sus muestras de afecto eran para mi hermano, mejor dicho, mi medio hermano. Tristán no es hijo de Salvador Castro, sino del hombre del que la gran Francisca Montenegro estuvo enamorada antes de casarse, el gran amor de su vida.
-Pero entonces, ¿por qué nunca dijo nada, señorita? ¿Por qué se calló durante todo este tiempo?
-Porque no quería creer las palabras de ese monstruo. Porque yo quiero a Tristán, él siempre ha sido un buen hermano que intentaba cuidarme y protegerme. Me negaba a creer que no fueramos hermanos. Lo único que siento es no haber dicho la verdad cuando nos enteramos de que Pepa era hija mi padre. Me dejé llevar por el odio y el resentimiento. –El dolor y la vergüenza le impidieron seguir hablando mientras se abrazaba de nuevo a Rosario.
-Eso ya no importa ahora-le dijo Pepa mientras la cogía de la mano. –Lo importante es que has hecho lo correcto y le has salvado la vida a tu hermano. Ahora tienes que tranquilizarte, para que la doctora Casas pueda hacer su trabajo y ayudar a Tristán.Y tú Rosario, vuelve junto a Alfonso, no vaya a ser que se despierte y se encuentre solo en una habitación extraña.
Rosario se despidió de Soledad con un beso en la mejilla y la mejor de sus sonrisas. Al fin aquella chiquilla cariñosa y buena había vuelto, aunque el regreso tuviera que haber sido tan tortuoso.
Francisca Montenegro permaneció sentada, ajena a lo que acontecía en la habitación. Por primera vez en muchos años su mirada no era altiva. No había rastro de ira u odio en sus ojos, sólo se sentía derrotada. Al fin, su gran secreto había visto la luz, mientras su querido hijo se debatía entre la vida y la muerte.
La doctora Casas, con la ayuda de Pepa, dispuso todo el instrumental necesario para llevar a cabo la transfusión. Unos minutos después Gregoria acompañaba a su cuarto a una mareada Soledad.La muchacha necesitaba descansar. Mientras, Pepa vigilaba una y otra vez que Tristán no tuviera fiebre, pues la doctora le había explicado que ese era uno de los primeros signos de rechazo si las sangres no eran compatibles. Además, estaba preocupada pues la médico le había explicado que posiblemente una sola transfusión no sería suficiente para paliar los efectos de la hemorragia.
-¿Estarás contenta, partera?. Ahora ya sabes que tú y mi hijo no sois hermanos.
-Creame que en este momento hubiera preferido ser su hermana. Al menos así mi sangre serviría para intentar para salvarlo.
-¿Tanto le amas?-preguntó sin rastro alguno de ironía.
-Más que a mi vida. Pero eso es algo que usted jamás podrá comprender.
Doña Francisca le levantó lentamente y se dirigió a la puerta. Justo en ese momento la doctora Casas entraba de nuevo a la habitación.
-¿Se marcha usted?-le preguntó.
-En efecto. Tengo que hacer algo que debería haber hecho hace mucho tiempo.
Cuando la doctoras se disponía de nuevo a comprobar como evolucionaba Tristán, Rosario entraba en la habitación visiblemente alterada.
-¿Qué suecede, mujer? ¿Se ha puesto peor Alfonso? ¿Le ocurre algo a Soledad o a doña Francisca?-le preguntó Pepa.
-Alfonso ha desparecido.
-¿Mi madre, dices?. Si por madre se entiende la persona que te engendra y te pare, pues sí, entonces doña Francisca Montenegro es mi madre. Pero ella jamás me ha querido, para ella sólo existía Tristán. ¿Y quieres saber por qué?. Pues porque yo era hija del monstruo que la maltrataba, un ser infame capaza de las mayores aberraciones. Y fue precisamente ese hombre detestable el que me explicó un día mientras intentaba abusar de mí porque mi madre no me quería como a mi hermano.
Las lágrimas humedecieron los ojos de Soledad cuando recordó aquella horrible tarde en la biblioteca. Salvador Castro estaba borracho como de costumbre y la estancia apestaba a una mezcla de alcohol y tabaco, un olor que a aquella cría de apenas doce años le provocaba nauseas. Su padre la había obligado a sentarse en sus rodillas mientras la sobaba con aquellas inmensas manos que a ella se le antojaban garras.
Rosario se acercó a la joven y la abrazó, calmándola y consolándola como tantas otras veces había hecho en su vida. La dejó llorar unos instantes, mientras Francisca se dejaba caer en el sillón y Pepa y la doctora Casas esperaban expectantes que continuase el relato. Algo muy grave había tenido que suceder para que la siempre aparentemente fría Soledad se hubiera puesto de aquel modo.
-Salvador Castro,nuestro padre- continuó dirigiéndose a Pepa- me decía que sólo él me quería. Mi madre me detestaba, jamás tuvo una palabra de cariño. Jamás me defendió de los abusos de mi padre. Todas sus muestras de afecto eran para mi hermano, mejor dicho, mi medio hermano. Tristán no es hijo de Salvador Castro, sino del hombre del que la gran Francisca Montenegro estuvo enamorada antes de casarse, el gran amor de su vida.
-Pero entonces, ¿por qué nunca dijo nada, señorita? ¿Por qué se calló durante todo este tiempo?
-Porque no quería creer las palabras de ese monstruo. Porque yo quiero a Tristán, él siempre ha sido un buen hermano que intentaba cuidarme y protegerme. Me negaba a creer que no fueramos hermanos. Lo único que siento es no haber dicho la verdad cuando nos enteramos de que Pepa era hija mi padre. Me dejé llevar por el odio y el resentimiento. –El dolor y la vergüenza le impidieron seguir hablando mientras se abrazaba de nuevo a Rosario.
-Eso ya no importa ahora-le dijo Pepa mientras la cogía de la mano. –Lo importante es que has hecho lo correcto y le has salvado la vida a tu hermano. Ahora tienes que tranquilizarte, para que la doctora Casas pueda hacer su trabajo y ayudar a Tristán.Y tú Rosario, vuelve junto a Alfonso, no vaya a ser que se despierte y se encuentre solo en una habitación extraña.
Rosario se despidió de Soledad con un beso en la mejilla y la mejor de sus sonrisas. Al fin aquella chiquilla cariñosa y buena había vuelto, aunque el regreso tuviera que haber sido tan tortuoso.
Francisca Montenegro permaneció sentada, ajena a lo que acontecía en la habitación. Por primera vez en muchos años su mirada no era altiva. No había rastro de ira u odio en sus ojos, sólo se sentía derrotada. Al fin, su gran secreto había visto la luz, mientras su querido hijo se debatía entre la vida y la muerte.
La doctora Casas, con la ayuda de Pepa, dispuso todo el instrumental necesario para llevar a cabo la transfusión. Unos minutos después Gregoria acompañaba a su cuarto a una mareada Soledad.La muchacha necesitaba descansar. Mientras, Pepa vigilaba una y otra vez que Tristán no tuviera fiebre, pues la doctora le había explicado que ese era uno de los primeros signos de rechazo si las sangres no eran compatibles. Además, estaba preocupada pues la médico le había explicado que posiblemente una sola transfusión no sería suficiente para paliar los efectos de la hemorragia.
-¿Estarás contenta, partera?. Ahora ya sabes que tú y mi hijo no sois hermanos.
-Creame que en este momento hubiera preferido ser su hermana. Al menos así mi sangre serviría para intentar para salvarlo.
-¿Tanto le amas?-preguntó sin rastro alguno de ironía.
-Más que a mi vida. Pero eso es algo que usted jamás podrá comprender.
Doña Francisca le levantó lentamente y se dirigió a la puerta. Justo en ese momento la doctora Casas entraba de nuevo a la habitación.
-¿Se marcha usted?-le preguntó.
-En efecto. Tengo que hacer algo que debería haber hecho hace mucho tiempo.
Cuando la doctoras se disponía de nuevo a comprobar como evolucionaba Tristán, Rosario entraba en la habitación visiblemente alterada.
-¿Qué suecede, mujer? ¿Se ha puesto peor Alfonso? ¿Le ocurre algo a Soledad o a doña Francisca?-le preguntó Pepa.
-Alfonso ha desparecido.
#329
17/01/2012 18:59
Madre mía, Pepa, qué emocionante!!!
Estoy más enganchada a tu historia que a la serie, que esta semana está muy paradita con Alfonso y Emilia. Termínala cuando puedas, por favor, que me tienes en un ¡ay!
Estoy más enganchada a tu historia que a la serie, que esta semana está muy paradita con Alfonso y Emilia. Termínala cuando puedas, por favor, que me tienes en un ¡ay!
#330
17/01/2012 19:46
Siempre se nos van los mejores...se nos ha ido el mejor...¿porqué, señor?
jiijijijiji.....
jiijijijiji.....
#331
17/01/2012 19:48
Ay Pepa!!, donde esta Alfonso??
En vilo me tienes......
En vilo me tienes......
#332
17/01/2012 22:09
Pepa por Dios. Que ha passado con Alfonso. Ya lo has conseguido... esta noche no duermo de la intriga
#333
17/01/2012 22:24
Pepa me matas lentamente.
#334
17/01/2012 22:46
Ayyyyy Pepa...
¡Intrigadísima me hallo!
La continuación cuando puedas, PLIS!
¡Intrigadísima me hallo!
La continuación cuando puedas, PLIS!
#335
18/01/2012 14:51
MONSTRUOS (Parte 4)
Rosario les refirió como al regresar a la habitación de invitados se había encontrado con el lecho vacío. Al principio tal hallazgo fue motivo de inmensa alegría, pues significaba que Alfonso había recobrado el sentido y era capaz de levantarse. Pensó que el muchacho al encontrarse solo en aquel cuarto de la casona, tal vez había bajado a la cocina en busca de su madre o su hermana. Pero cuando Rosario siguió los supuestos pasos del muchacho se encontró con la desagradable sorpresa de que ni su hija ni las otras doncellas que permanecían despiertas a esas horas lo habían visto.
-No se preocupe, madre, seguro que decidió irse para nuestra casa o para la posada-había tratado de tranquilizarla Mariana, aunque su tono de voz sonase tan preocupado como el de ella.- Ya sabe que no puede pasar más de una hora sin ver a su mujer. Jamás he visto hombre más enamorado que él de Emilia.
-Pero hija, ¿y si le ha ocurrido algo? Está malherido y no está en condiciones de andar por ahí solo de noche. Además, tu hermano es un hombre cabal y lo primero que haría sería venir a tranquilizarnos. No creo que se hubiera marchado por su propio pie sin antes venir a hablar con nosotras. ¿Tú has permanecido todo este tiempo en la cocina?
-Sí madre, ya le he dicho que no me he movido de aquí ni un segundo. Si Alfonso hubiera bajado a la cocina, yo lo hubiera visto. Puede que haya salido por la puerta principal, porque dadas la horas que son no esperaría encontrarnos en la casona.
La llegada de Paquito interrumpió la conversación. Y las noticias que traía no eran nada buenas. En casa de los Castañeda no había ni rastro de Alfonso. Allí sólo quedaban unos inquietos Juan y Enriqueta y Emilia, que quedaba durmiendo pues las hierbas que le había preparado Pepa parecian haber surtido su efecto.
-Seguro que se ha ido a la posada. No olvideis que ahora la casa de los Ulloa es su hogar-de nuevo era Mariana la que trataba de infundir un poco de tranquilidad a su madre y a ella misma.
Pero de nuevo las palabras de Paquito daban al traste con sus esperanzas. El muchacho, tras dejar a Emilia a buen recaudo en casa de los Castañeda, se había acercado al pueblo para informar a Raimundo de lo ocurrido. El muchacho había supuesto que el Ulloa estaría más tranquilo sabiendo que su hija quedaba al cuidado de su familia política.
-Lo siento madrina, pero Alfonso tampoco se encontraba en la posada.Sebastián lleva despierto toda la noche aguardando noticias y no ha visto entrar a nadie.
-¿Y Raimundo?-preguntó Rosario.
-Al parecer Pepa le pidió que marchara al Jaral a avisar a la de Mesía de lo ocurrido. No quería que su madre estuviera preocupada por su ausencia. Y ya sabe que a don Raimundo no le cuesta ningún esfuerzo ir a visitar a doña Agueda-trató de chancear para relajar tanta tensión.
Paquito hizo esa chanza con la buena intención de relajar la tensión y arrancar una sonrisa a ambas mujeres, aunque le mismo estuviera también preocupad al desconocer el paradero de Alfonso. Sin embargo, la mirada de reprobación que le dirigió su prima le hizo ver lo inoportuna de su broma.
-¿Y si se ha encontrado mal por el camino y ahora yace tirado en una cuneta?-preguntó angustiada Rosario que se había sentado en una silla incapaz ya de mantenerse en pie.
-No lo creo. Hoy es noche de luna llena y se puede ver perfectamente en varios metros a la redonda. Si Alfonso estuviera desmayado en algún recodo del camino lo hubiera visto.
-Pero entonces, ¿qué demonios le ha ocurrido a mi hermano?-se preguntaba Mariana mientras cogía la mano de su madre en un acto reflejo, como buscando su protección y su consuelo. -¿Y si ha sido la bestia que anda matando y destripando animales?
-Eso ni lo pienses. Esa supuesta bestia se dedica a matar perro y ovejas. Jamás se ha escuchado que haya atacado a ningún ser humano. Quizás…..-el joven hizo una pausa mientras ponía en orden sus pensamientos-quizás pudo verle la cara a su agresor y al despertar salió a perseguirlo o a dar parte a la Guardia Civil.
-Ojalá sea eso, ojalá. Pero no es propio de tu primo. No creo que se hubiera marchado sin ni siquiera avisar a Emilia.-Rosario se levantó de la silla.-Paquito, por favor, quédate con Mariana. Yo voy arriba a avisar a Pepa y a la doctora y ver si necesitan algo.
-Vaya tranquila madrina. Por cierto, ¿Cómo está don Tristán?
-La doctora está haciendo todo lo posible por salvarlo. Esta va a ser una noche que nadie podrá olvidar en esta maldita casona llena de secretos y mentiras. Están pasando demasiadas cosas y no sé qué consecuencias van a tener.
-¿Qué quiere decir, madre?
-Nada hija, nada. Sólo que la verdad siempre acaba por salir a la luz, aunque a veces tarde treita años. Esperemos que no haya sido demasiado tarde, de lo contrario muchos seremos los que no podremos seguir viviendo con la concienia tranquila.
Paquito y Mariana siguieron con la mirada a Rosario mientras subía las escaleras de servicio que llevaban de la cocina a las plantas superiores de la casona. Quiso la casualidad que al pasar junto al recibidor sonase la campanilla que alertaba de que había llegado algún visitante. Al fondo, sentada en la mesa de la biblioteca, pudo ver a doña Francisca. Estaba tan absorta en sus pensamientos que ni siquiera escuchó como se abría la gran puerta de la casona para dar paso a Raimundo Ulloa y Agueda de Mesía.
-Buenas noches-le dijo Raimundo mientras abrazaba a su consuegra y amiga.
-Esperamos no ser inoportunos. Pero la ausencia de noticias nos tenía muy preocupados y hemos decidido venir, por si podemos ser de alguna ayuda-intervino doña Agueda.
-¿Cómo están los muchachos?-preguntó el Ulloa agarrando por los hombros a Rosario.
Pero la cocinera no pudo responder. El llamado nuevamente autoritario de la Montenegro llegó desde la biblioteca. Las voces de aquellos que consideraba sus peores enemigos habían logrado sacarla de su ensimismamiento. Se levantó y se dirigió hacia la puerta que comunicaba ambas estancias.
-Rosario, haz el favor de avisar a la partera de la llegada de su madre. Yo necesito hablar con Raimuno, a solas-puso especial enfásis en recalcar estas últimas palbras.-Doña Águeda, si es usted tan amable de esperar en el salón, se lo agradecería enormemente-dijo con la habitual y fíngida cortesía con la que se dirigía a la señora de Mesía.
-No creo que nada de lo que puedas decirme no deba ser escuchado por doña Agueda-repuso Raimundo.
-Por favor, te lo ruego-el tono de súplica con el que pronunció estas palabras dejó perplejos a todos los presentes-.Es un asunto muy grave y urgente.
-Raimundo, hazle caso, por favor. No es momento de disputas-terció la buena de Rosario.-Y ahora si me disculpan, voy a dar aviso a Pepa.
Francisca agradeció la intervención de la cocinera con una leve inclinación de cabeza. En efecto, no era momento para enfrentamientos, era el momento de decir la verdad, aunque eso supusiese tragarse todo su orgullo y admitir los muchos errores cometidos. Pero la vida de su hijo seguía siendo lo más importante para ella.
Con el brazo le indicó a Raimundo que pasara al interior de la biblioteca. Respiró hondo y cerró la puerta tras de si.
Rosario les refirió como al regresar a la habitación de invitados se había encontrado con el lecho vacío. Al principio tal hallazgo fue motivo de inmensa alegría, pues significaba que Alfonso había recobrado el sentido y era capaz de levantarse. Pensó que el muchacho al encontrarse solo en aquel cuarto de la casona, tal vez había bajado a la cocina en busca de su madre o su hermana. Pero cuando Rosario siguió los supuestos pasos del muchacho se encontró con la desagradable sorpresa de que ni su hija ni las otras doncellas que permanecían despiertas a esas horas lo habían visto.
-No se preocupe, madre, seguro que decidió irse para nuestra casa o para la posada-había tratado de tranquilizarla Mariana, aunque su tono de voz sonase tan preocupado como el de ella.- Ya sabe que no puede pasar más de una hora sin ver a su mujer. Jamás he visto hombre más enamorado que él de Emilia.
-Pero hija, ¿y si le ha ocurrido algo? Está malherido y no está en condiciones de andar por ahí solo de noche. Además, tu hermano es un hombre cabal y lo primero que haría sería venir a tranquilizarnos. No creo que se hubiera marchado por su propio pie sin antes venir a hablar con nosotras. ¿Tú has permanecido todo este tiempo en la cocina?
-Sí madre, ya le he dicho que no me he movido de aquí ni un segundo. Si Alfonso hubiera bajado a la cocina, yo lo hubiera visto. Puede que haya salido por la puerta principal, porque dadas la horas que son no esperaría encontrarnos en la casona.
La llegada de Paquito interrumpió la conversación. Y las noticias que traía no eran nada buenas. En casa de los Castañeda no había ni rastro de Alfonso. Allí sólo quedaban unos inquietos Juan y Enriqueta y Emilia, que quedaba durmiendo pues las hierbas que le había preparado Pepa parecian haber surtido su efecto.
-Seguro que se ha ido a la posada. No olvideis que ahora la casa de los Ulloa es su hogar-de nuevo era Mariana la que trataba de infundir un poco de tranquilidad a su madre y a ella misma.
Pero de nuevo las palabras de Paquito daban al traste con sus esperanzas. El muchacho, tras dejar a Emilia a buen recaudo en casa de los Castañeda, se había acercado al pueblo para informar a Raimundo de lo ocurrido. El muchacho había supuesto que el Ulloa estaría más tranquilo sabiendo que su hija quedaba al cuidado de su familia política.
-Lo siento madrina, pero Alfonso tampoco se encontraba en la posada.Sebastián lleva despierto toda la noche aguardando noticias y no ha visto entrar a nadie.
-¿Y Raimundo?-preguntó Rosario.
-Al parecer Pepa le pidió que marchara al Jaral a avisar a la de Mesía de lo ocurrido. No quería que su madre estuviera preocupada por su ausencia. Y ya sabe que a don Raimundo no le cuesta ningún esfuerzo ir a visitar a doña Agueda-trató de chancear para relajar tanta tensión.
Paquito hizo esa chanza con la buena intención de relajar la tensión y arrancar una sonrisa a ambas mujeres, aunque le mismo estuviera también preocupad al desconocer el paradero de Alfonso. Sin embargo, la mirada de reprobación que le dirigió su prima le hizo ver lo inoportuna de su broma.
-¿Y si se ha encontrado mal por el camino y ahora yace tirado en una cuneta?-preguntó angustiada Rosario que se había sentado en una silla incapaz ya de mantenerse en pie.
-No lo creo. Hoy es noche de luna llena y se puede ver perfectamente en varios metros a la redonda. Si Alfonso estuviera desmayado en algún recodo del camino lo hubiera visto.
-Pero entonces, ¿qué demonios le ha ocurrido a mi hermano?-se preguntaba Mariana mientras cogía la mano de su madre en un acto reflejo, como buscando su protección y su consuelo. -¿Y si ha sido la bestia que anda matando y destripando animales?
-Eso ni lo pienses. Esa supuesta bestia se dedica a matar perro y ovejas. Jamás se ha escuchado que haya atacado a ningún ser humano. Quizás…..-el joven hizo una pausa mientras ponía en orden sus pensamientos-quizás pudo verle la cara a su agresor y al despertar salió a perseguirlo o a dar parte a la Guardia Civil.
-Ojalá sea eso, ojalá. Pero no es propio de tu primo. No creo que se hubiera marchado sin ni siquiera avisar a Emilia.-Rosario se levantó de la silla.-Paquito, por favor, quédate con Mariana. Yo voy arriba a avisar a Pepa y a la doctora y ver si necesitan algo.
-Vaya tranquila madrina. Por cierto, ¿Cómo está don Tristán?
-La doctora está haciendo todo lo posible por salvarlo. Esta va a ser una noche que nadie podrá olvidar en esta maldita casona llena de secretos y mentiras. Están pasando demasiadas cosas y no sé qué consecuencias van a tener.
-¿Qué quiere decir, madre?
-Nada hija, nada. Sólo que la verdad siempre acaba por salir a la luz, aunque a veces tarde treita años. Esperemos que no haya sido demasiado tarde, de lo contrario muchos seremos los que no podremos seguir viviendo con la concienia tranquila.
Paquito y Mariana siguieron con la mirada a Rosario mientras subía las escaleras de servicio que llevaban de la cocina a las plantas superiores de la casona. Quiso la casualidad que al pasar junto al recibidor sonase la campanilla que alertaba de que había llegado algún visitante. Al fondo, sentada en la mesa de la biblioteca, pudo ver a doña Francisca. Estaba tan absorta en sus pensamientos que ni siquiera escuchó como se abría la gran puerta de la casona para dar paso a Raimundo Ulloa y Agueda de Mesía.
-Buenas noches-le dijo Raimundo mientras abrazaba a su consuegra y amiga.
-Esperamos no ser inoportunos. Pero la ausencia de noticias nos tenía muy preocupados y hemos decidido venir, por si podemos ser de alguna ayuda-intervino doña Agueda.
-¿Cómo están los muchachos?-preguntó el Ulloa agarrando por los hombros a Rosario.
Pero la cocinera no pudo responder. El llamado nuevamente autoritario de la Montenegro llegó desde la biblioteca. Las voces de aquellos que consideraba sus peores enemigos habían logrado sacarla de su ensimismamiento. Se levantó y se dirigió hacia la puerta que comunicaba ambas estancias.
-Rosario, haz el favor de avisar a la partera de la llegada de su madre. Yo necesito hablar con Raimuno, a solas-puso especial enfásis en recalcar estas últimas palbras.-Doña Águeda, si es usted tan amable de esperar en el salón, se lo agradecería enormemente-dijo con la habitual y fíngida cortesía con la que se dirigía a la señora de Mesía.
-No creo que nada de lo que puedas decirme no deba ser escuchado por doña Agueda-repuso Raimundo.
-Por favor, te lo ruego-el tono de súplica con el que pronunció estas palabras dejó perplejos a todos los presentes-.Es un asunto muy grave y urgente.
-Raimundo, hazle caso, por favor. No es momento de disputas-terció la buena de Rosario.-Y ahora si me disculpan, voy a dar aviso a Pepa.
Francisca agradeció la intervención de la cocinera con una leve inclinación de cabeza. En efecto, no era momento para enfrentamientos, era el momento de decir la verdad, aunque eso supusiese tragarse todo su orgullo y admitir los muchos errores cometidos. Pero la vida de su hijo seguía siendo lo más importante para ella.
Con el brazo le indicó a Raimundo que pasara al interior de la biblioteca. Respiró hondo y cerró la puerta tras de si.
#336
18/01/2012 14:55
-¿Cómo que Alfonso ha desaparecido?-preguntó estupefacta Pepa.
-Cuando regresé al cuarto no estaba. Pensé que tal vez había bajado a la cocina, pero ni Marina ni las otras doncellas lo han visto. Y tampoco está en nuestra casa ni en la posada. Paquito ha estado en ambos sitios y ni rastro de mi hijo.
Pepa dirigió su mirada a la doctora Casas, esperando que ella tuviera respuesta para aquel misterio. La doctora entendió lo que la partera le estaba preguntando sin palabras.
-Puede ser que se haya despertado un tanto desorientado. Puede ocurrir en estos casos de fuertes golpes en la cabeza. El paciente no recuerda lo que ha sucedido. Lo más probable es que ande vagando por los caminos.
-¿Y si le ocurre algo? No sabemos quien los ha atacado y seguramente siga por los alrededores. Y si…-ya no pudo terminar la frase.
El dolor y la incertidumbre eran demasiado fuertes, incluso para ella, que estaba acostumbrada a pasar calamidades y soportar el miedo de que a alguno de sus hijos le sucediera algo malo. Juan había sido una constante fuente de problemas, pero el nudo que ahora tenía en el estómago era más fuerte que nunca.
Aunque Pepa tambien estaba preocupada pensando que Alfonso corría un grave peligro trató de tranquilizarla. La obligó a sentarse en el sillón mientras le acercaba un vaso de agua. Mientras, la doctora permanecía en silencio, sintiéndose incapaz de procurar un poco de sosiego a aquella madre desesperada. No podía dejar de admirar la capacidad de empatía de la partera. Ella, que estaba sufriendo al ver al borde de la muerte al hombre de su vida, tenía aun la generosidad de preocuparse por lo que les estaba ocurriendo a los demás. Al final, Gregoria logró decir algo.
-Quizás sería conveniente dar aviso a la guardia civil y al alcalde. Cuanta más gente participe en la búsqueda, más probabilidades habrán de encontrarlo sano y salvo.
-La doctora tiene razón. Ahora tú quédate aquí descansando un ratito. Bajo a la cocina a preparate una infusión que ayude a calmar esos nervios y busco la forma de avisar a los civiles y a don Pedro.
-Pepa, por cierto, perdóname por no haberte avisado antes. Tu madre está en el salón. Acaba de llegar hace unos minutos acompañando a Raimundo.
-Estupendo, le ordenaremos a su cochero que vaya a dar la voz de alarma. Además, la gente sigue patrullando por las noches. Aun pepsiste el miedo por los ataques. Y más ahora, que se ha demostrado que Efrén no tenía nada que ver con ellos. Siguen creyendo que hay un monstruo suelto que se dedica a despedazar animales. Esperemos que alguna de esas patrullas encuentre a Alfonso. Quizás ya dieron con él y lo han llevado a la casa de comidas.
-Dios te oiga, muchacha, dios te oiga-dijo Rosario mientras apretaba entre sun manos el vaso de agua.
-Ve tranquila, que yo me encargo de hacerle compañía a Rosario y velar por Tristán-le dijo la doctora dirigiéndole por primera vez una sincera sonrisa.
Al cabo de unos segundos Pepa bajaba apresurada las escaleras de la casona buscando el abrazo protector de su madre. Agueda la recibió con los brazos abiertos mientras su hija rompía a llorar desconsoladamente. Durante horas había soportado la incertidumbre tratando de mantener la compostura delante de los demás. Pero ya no podía más. Ambas mujeres se dejaron caer en el sofá y mientras la hija se deshacía en lágrimas, la madre no cesaba de acariciarle el cabello y susurrarle palabras de ánimo y consuelo. “Tranquila mi niña, ya verás como todo sale bien y esto pronto no será más que un mal recuerdo. Tristán es un hombre muy fuerte y todos rezaremos por su pronta recuperación”.
De pronto, los gritos provenientes de la biblioteca obligaron a Pepa a levantar la cabeza del regazo de su madre. Pero sorprendentemente no era la voz de Francisca Montenegro la que se escuchaba. Era Raimundo el que gritaba preso de la ira.
-Cuando regresé al cuarto no estaba. Pensé que tal vez había bajado a la cocina, pero ni Marina ni las otras doncellas lo han visto. Y tampoco está en nuestra casa ni en la posada. Paquito ha estado en ambos sitios y ni rastro de mi hijo.
Pepa dirigió su mirada a la doctora Casas, esperando que ella tuviera respuesta para aquel misterio. La doctora entendió lo que la partera le estaba preguntando sin palabras.
-Puede ser que se haya despertado un tanto desorientado. Puede ocurrir en estos casos de fuertes golpes en la cabeza. El paciente no recuerda lo que ha sucedido. Lo más probable es que ande vagando por los caminos.
-¿Y si le ocurre algo? No sabemos quien los ha atacado y seguramente siga por los alrededores. Y si…-ya no pudo terminar la frase.
El dolor y la incertidumbre eran demasiado fuertes, incluso para ella, que estaba acostumbrada a pasar calamidades y soportar el miedo de que a alguno de sus hijos le sucediera algo malo. Juan había sido una constante fuente de problemas, pero el nudo que ahora tenía en el estómago era más fuerte que nunca.
Aunque Pepa tambien estaba preocupada pensando que Alfonso corría un grave peligro trató de tranquilizarla. La obligó a sentarse en el sillón mientras le acercaba un vaso de agua. Mientras, la doctora permanecía en silencio, sintiéndose incapaz de procurar un poco de sosiego a aquella madre desesperada. No podía dejar de admirar la capacidad de empatía de la partera. Ella, que estaba sufriendo al ver al borde de la muerte al hombre de su vida, tenía aun la generosidad de preocuparse por lo que les estaba ocurriendo a los demás. Al final, Gregoria logró decir algo.
-Quizás sería conveniente dar aviso a la guardia civil y al alcalde. Cuanta más gente participe en la búsqueda, más probabilidades habrán de encontrarlo sano y salvo.
-La doctora tiene razón. Ahora tú quédate aquí descansando un ratito. Bajo a la cocina a preparate una infusión que ayude a calmar esos nervios y busco la forma de avisar a los civiles y a don Pedro.
-Pepa, por cierto, perdóname por no haberte avisado antes. Tu madre está en el salón. Acaba de llegar hace unos minutos acompañando a Raimundo.
-Estupendo, le ordenaremos a su cochero que vaya a dar la voz de alarma. Además, la gente sigue patrullando por las noches. Aun pepsiste el miedo por los ataques. Y más ahora, que se ha demostrado que Efrén no tenía nada que ver con ellos. Siguen creyendo que hay un monstruo suelto que se dedica a despedazar animales. Esperemos que alguna de esas patrullas encuentre a Alfonso. Quizás ya dieron con él y lo han llevado a la casa de comidas.
-Dios te oiga, muchacha, dios te oiga-dijo Rosario mientras apretaba entre sun manos el vaso de agua.
-Ve tranquila, que yo me encargo de hacerle compañía a Rosario y velar por Tristán-le dijo la doctora dirigiéndole por primera vez una sincera sonrisa.
Al cabo de unos segundos Pepa bajaba apresurada las escaleras de la casona buscando el abrazo protector de su madre. Agueda la recibió con los brazos abiertos mientras su hija rompía a llorar desconsoladamente. Durante horas había soportado la incertidumbre tratando de mantener la compostura delante de los demás. Pero ya no podía más. Ambas mujeres se dejaron caer en el sofá y mientras la hija se deshacía en lágrimas, la madre no cesaba de acariciarle el cabello y susurrarle palabras de ánimo y consuelo. “Tranquila mi niña, ya verás como todo sale bien y esto pronto no será más que un mal recuerdo. Tristán es un hombre muy fuerte y todos rezaremos por su pronta recuperación”.
De pronto, los gritos provenientes de la biblioteca obligaron a Pepa a levantar la cabeza del regazo de su madre. Pero sorprendentemente no era la voz de Francisca Montenegro la que se escuchaba. Era Raimundo el que gritaba preso de la ira.
#337
18/01/2012 14:59
-¡Cómo pudiste hacerlo! Eres un monstruo sin corazón. Y pensar que hubo un tiempo en el que te amé más que a mi vida-dijo golpeando la mesa del escritorio mientras se levantaba de la silla que ocupaba frente a la de Francisca.
Ella le había explicado la situación en la que se encontraba Tristán y cual era la única esperanza de salvación. Intentó manterner la calma mientras repetía las palabras de la doctora Casas referentes a aquella técnica de las transfusiones de sangre. Pero un nudo se puso en la garganta cuanto tuvo que admitir que ni la sangre de Pepa, ni la de Efrén servirían para salvar la vida de su hijo. De todos los hijos de Salvador Castro, sólo Soledad era hermana de Tristán. Esas palabras bastaron para confirmar las sospechas que habían atormentado a Raimundo durante los últimos treinta años, sobre todo cada vez que sus pasos se cruzaban con el hijo de su mayor enemiga. Ahora se explicaba porque siempre había sentido un especial cariño por aquel muchacho, a pesar de creerlo le hijo de las personas que habían destrozado su vida y habían arruinado a los Ulloa.
-Tú me habías abandonado para casarte con otra. ¿Qué querías que hiciera?-le preguntó con lágrimas en los ojos y levantándose ella tambien de las silla.
-Traté de explicarte una y otra vez que fue mi padre quien concertó aquel matrimonio, que me amenazó con destruírte a ti y todos los Montenegro si yo no me casaba con aquella muchacha. ¿O acaso has olvidado que cuando ella murió regresé y te supliqué una y otra vez que me escucharas? Pero claro, tu orgullo era más fuerte y decidiste casar con Salvador Castro, aun sabiendo que esperabas un hijo de otro hombre.
-Y creeme que pagué con mi sangre y las de mis hijos tal error. No sabes que infierno tuvimos que pasar al lado de ese monstruo. No sabes cuantas palizas y vejaciones tuvimos que soportar mientras estuvo vivo.
-Siento mucho que tu vida haya sido un infierno. Y sobre todo siento que Tristán y Soledad hayan padecido tanto. Pero no logro entender por qué de tanto odio hacia mi familia. Me quitaste casi todo lo que poseía, trataste de destruírme una y otra vez. Y lo que es peor, trataste de hacerles daño a mis hijos, aun sabiendo que eran hermanos del tuyo. ¡No tienes entrañas, Francisca Montenegro!
-Tienes razón, tienes toda la razón del mundo-admitió.-Pero te culpaba a ti de todas las desdichas por las que había tenido que pasar. Con cada paliza que recibía de Salvador aumentaba mi odio hacia los Ulloa.
Raimundo bajó la vista un instante. Él mejor que nadie sabía que clase de monstruo había sido Salvador Castro, que clase de atrocidades era capaz de comenter. Y no sólo porque a la taberna llegaran todos los rumores y noticias de lo que acontecía en el pueblo. Su familia había sufrido en carne propia los desmanes de aquel hombre. Por eso, durante un momento sintió cierta compasión por Francisca.
-Puedo llegar a entender tu odio hacia mí y que nunca me dijeras la verdad-dijo alzando de nuevo la vista hacia Francisca.- Pero lo que no puedo alcanzar a comprender es como has sido capaz de callarte dejando que Tristán sufriera al creer que él y Pepa eran hermanos.
-Creí que era lo mejor para él. No podía dejar que se casara con una partera ignorante, que encima lleva la sangre del hombre que convirtió mi vida en un infierno.
-Esa partera ignorante, como tú la llamas, es la mujer que tu hijo ama, la mujer capaz de darlo todo por él. Y no tiene la culpa de tener ese padre. Como tampoco la tienen ni Soledad, ni ese pobre desdichado de Efrén, ni……. ¡Sabe dios cuantos más bastardos habrá ido dejando ese satanás por el mundo!
Raimundo le dio la espalda y se dispuso a salir de la estancia. Al abrir la puerta de la biblioteca se encontró con los ojos expectantes de Agueda y Pepa. Al verlas se giró de nuevo hacia Francisca, que lo observaba con mirada suplicante.
-Puede que esta muchacha no se haya criado en elegantes salones y que haya que tenido que patearse los caminos desde que era una cría. Ella ha sufrido mucho a pesar de ser tan joven; ha sufrido la peor pérdida que puede sufrir un ser humano; ha perdido a su hijo. Pero mírala-dijo señalando a Pepa- sigue luchando por salir adelante sin pisotear ni humillar nadie. Ha heredado la nobleza y la bondad de su madre. Creeme, la que no eres digna de ella eres tú.
Francisca Montenegro no tuvo ánimos para contestar a lo que hasta hacía apenas unos mintuos hubiera considerado una humillación imperdonable. Se limitó a seguirlo y con apenas un hilo de voz le preguntó qué tenía pensado hacer.
-Lo que hacen todos los que son dignos de llamarse padres, tratar de ayudar a mi hijo-le respondió sin ni siquiera parar a mirarla.-Pepa, ¿me acompañas al cuarto de Tristán? Creo que la doctora Casas precisa otro familiar directo como donante de sangre. Y no se me ocurre familiar más directo que su propio padre.
La muchacha se abrazó emocionada a Raimundo. Aquel hombre la había acogido en su familia desde el primer día, dándole su cariño y su apoyo en todo momento. Y ahora iba a dar su sangre para salvar al hombre de su vida.
Agueda de Mesía sonrió al ver que por fin se intuía la luz al final del tunel, el tunel oscuro en el que se había convertido la existencia de su hija.
Ella le había explicado la situación en la que se encontraba Tristán y cual era la única esperanza de salvación. Intentó manterner la calma mientras repetía las palabras de la doctora Casas referentes a aquella técnica de las transfusiones de sangre. Pero un nudo se puso en la garganta cuanto tuvo que admitir que ni la sangre de Pepa, ni la de Efrén servirían para salvar la vida de su hijo. De todos los hijos de Salvador Castro, sólo Soledad era hermana de Tristán. Esas palabras bastaron para confirmar las sospechas que habían atormentado a Raimundo durante los últimos treinta años, sobre todo cada vez que sus pasos se cruzaban con el hijo de su mayor enemiga. Ahora se explicaba porque siempre había sentido un especial cariño por aquel muchacho, a pesar de creerlo le hijo de las personas que habían destrozado su vida y habían arruinado a los Ulloa.
-Tú me habías abandonado para casarte con otra. ¿Qué querías que hiciera?-le preguntó con lágrimas en los ojos y levantándose ella tambien de las silla.
-Traté de explicarte una y otra vez que fue mi padre quien concertó aquel matrimonio, que me amenazó con destruírte a ti y todos los Montenegro si yo no me casaba con aquella muchacha. ¿O acaso has olvidado que cuando ella murió regresé y te supliqué una y otra vez que me escucharas? Pero claro, tu orgullo era más fuerte y decidiste casar con Salvador Castro, aun sabiendo que esperabas un hijo de otro hombre.
-Y creeme que pagué con mi sangre y las de mis hijos tal error. No sabes que infierno tuvimos que pasar al lado de ese monstruo. No sabes cuantas palizas y vejaciones tuvimos que soportar mientras estuvo vivo.
-Siento mucho que tu vida haya sido un infierno. Y sobre todo siento que Tristán y Soledad hayan padecido tanto. Pero no logro entender por qué de tanto odio hacia mi familia. Me quitaste casi todo lo que poseía, trataste de destruírme una y otra vez. Y lo que es peor, trataste de hacerles daño a mis hijos, aun sabiendo que eran hermanos del tuyo. ¡No tienes entrañas, Francisca Montenegro!
-Tienes razón, tienes toda la razón del mundo-admitió.-Pero te culpaba a ti de todas las desdichas por las que había tenido que pasar. Con cada paliza que recibía de Salvador aumentaba mi odio hacia los Ulloa.
Raimundo bajó la vista un instante. Él mejor que nadie sabía que clase de monstruo había sido Salvador Castro, que clase de atrocidades era capaz de comenter. Y no sólo porque a la taberna llegaran todos los rumores y noticias de lo que acontecía en el pueblo. Su familia había sufrido en carne propia los desmanes de aquel hombre. Por eso, durante un momento sintió cierta compasión por Francisca.
-Puedo llegar a entender tu odio hacia mí y que nunca me dijeras la verdad-dijo alzando de nuevo la vista hacia Francisca.- Pero lo que no puedo alcanzar a comprender es como has sido capaz de callarte dejando que Tristán sufriera al creer que él y Pepa eran hermanos.
-Creí que era lo mejor para él. No podía dejar que se casara con una partera ignorante, que encima lleva la sangre del hombre que convirtió mi vida en un infierno.
-Esa partera ignorante, como tú la llamas, es la mujer que tu hijo ama, la mujer capaz de darlo todo por él. Y no tiene la culpa de tener ese padre. Como tampoco la tienen ni Soledad, ni ese pobre desdichado de Efrén, ni……. ¡Sabe dios cuantos más bastardos habrá ido dejando ese satanás por el mundo!
Raimundo le dio la espalda y se dispuso a salir de la estancia. Al abrir la puerta de la biblioteca se encontró con los ojos expectantes de Agueda y Pepa. Al verlas se giró de nuevo hacia Francisca, que lo observaba con mirada suplicante.
-Puede que esta muchacha no se haya criado en elegantes salones y que haya que tenido que patearse los caminos desde que era una cría. Ella ha sufrido mucho a pesar de ser tan joven; ha sufrido la peor pérdida que puede sufrir un ser humano; ha perdido a su hijo. Pero mírala-dijo señalando a Pepa- sigue luchando por salir adelante sin pisotear ni humillar nadie. Ha heredado la nobleza y la bondad de su madre. Creeme, la que no eres digna de ella eres tú.
Francisca Montenegro no tuvo ánimos para contestar a lo que hasta hacía apenas unos mintuos hubiera considerado una humillación imperdonable. Se limitó a seguirlo y con apenas un hilo de voz le preguntó qué tenía pensado hacer.
-Lo que hacen todos los que son dignos de llamarse padres, tratar de ayudar a mi hijo-le respondió sin ni siquiera parar a mirarla.-Pepa, ¿me acompañas al cuarto de Tristán? Creo que la doctora Casas precisa otro familiar directo como donante de sangre. Y no se me ocurre familiar más directo que su propio padre.
La muchacha se abrazó emocionada a Raimundo. Aquel hombre la había acogido en su familia desde el primer día, dándole su cariño y su apoyo en todo momento. Y ahora iba a dar su sangre para salvar al hombre de su vida.
Agueda de Mesía sonrió al ver que por fin se intuía la luz al final del tunel, el tunel oscuro en el que se había convertido la existencia de su hija.
#338
18/01/2012 19:57
Pepa...tu lo que quieres es que me de algo...Confiesa
#339
19/01/2012 01:26
Pero, ¿donde esta? ¿donde?.....¡por Dios, Pepa!. Piedad
#340
19/01/2012 13:53
MONSTRUOS (parte 5)
Doña Francisca observó como Raimundo y Pepa subían las escaleras y en ese instante se dio cuenta que casi toda su vida había sido un inmenso error, un error con el que había condenado a la desdicha a mucha gente, empezando por ella misma. El despecho le impidió escuchar al hombre que amaba y confesarle que estaba esperando un hijo suyo. Prefirió casarse con aquel ser desalmado de Salvador Castro y aguantar todos sus abusos y vejacionos, con tal de no perder su estatus y las amadas tierras de los Montenegro. Y a la muerte de su marido se dedicó a gobernar con puño de hierro sus posesiones, tratando a sus trabajadores como a bestias y negándole el amor y el cariño a su propia hija. Sólo su hijo Tristán parecía tener un pequeño hueco en su corazón. Él era su niño, un tesoro que no estaba dispuesta a compartir con nadie. Por eso había intentado mantenerlo alejado de su verdadero padre negándose a revelar la verdad sobre su origen. Y por eso también había hecho todo lo posible para sacar a Pepa de su vida, llegando a extremos de gran crueldad. Sin embargo, ahora su orgullo se hacía trizas al ver como aquella muchacha estaba dispuesta a hacer cualquier sacrificio por Tristán. Del mismo modo que Raimundo Ulloa iba a dar su sangre para salvar la vida de su hijo.
Al sentir que las lágrimas afloraban a sus ojos dio media vuelta y se metió de nuevo en la biblioteca. Se sentó en su silla, apoyó los antebrazos en la mesa y dejó caer su cabeza para empezar a llorar desconsoladamente. Se sintió sola, hasta que una mano se posó en su hombro. Pensó que sería la buena y fiel Rosario, a la que durante su juventud había querido como a una amiga, pero a quien durante los últimos treinta años había tratado con desdén, siendo capaz incluso de ordenar que le dieran una paliza de muerte a uno de sus hijos. Pero al levantar la vista se topó con la mirada compasiva de doña Águeda.
-¿Por qué hace esto?-preguntó.
-¿El qué?
-Tratar de reconfortarme.
-Porque yo también soy madre y sé lo que es sufrir por un hijo. Si Olmo o Pepa estuvieran en el mismo trance que Tristán, creame que también necesitaría un poco de consuelo.
-Pero yo….
-Usted ha cometido muchos errores, es cierto. Pero eso ahora no tiene importancia. Lo único que importa es que Tristán se restablezca.
-No me va a perdonar nunca. Ni tampoco su hija Pepa.
-No se torture por eso ahora. Ya veremos lo que ocurre. Además, estoy segura de la nobleza de sus corazones es tal que no se dejarán vencer por el odio y el resentimiento. Al fin y al cabo, usted ha sido otra víctima de ese monstruo llamado Salvador Castro y ellos acabarán por comprenderlo.
-Gracias doña…..
No pudo terminar la frase porque el llanto volvió a sacudir su cuerpo mientras se abrazaba a la cintura de Agueda, quien permanecía de pie junto a ella. Le permitió desahogarse durante varios minutos, dejando salir las lágrimas que había ido acumulando durante tantos años . Cuando vio que su respiración se normalizaba la cogió de las manos y le aconsejó que se fuera a descansar.
-Es mejor que vaya a acostarse. Ha sido una noche de muchas emociones y mucho me temo que mañana nos espera un día muy largo.
-Pero Tristán….
-No se preocupe por su hijo. La doctora y Pepa cuidarán de él. Es un muchacho muy fuerte y va a salir de esta. En cuanto se despierte yo misma iré a avisarla. ¿De acuerdo?-le preguntó con una sonrisa.
Francisca asintió en silencio y se dejó conducir hasta su habitación.Pero cuando pasaron junto a la puerta abierta del cuarto de Tristán no pudo evitar pararse unos segundos. La imagen que vio logró sobrecogerla de nuevo. Su hijo permanecía tumbado boca arriba, con el rostro empalidecido pero respirando de un modo menos fatigoso que antes. Pepa y Raimundo flanqueaban ambos lados de la cama. La partera cogía entre las suyas la mano izquierda de Tristán, mientras un tubo de goma mantenía unido su brazo derecho al de su padre. Raimundo permanecía sentado, con la mirada fija en su hijo. La doctora Casas supervisaba la operación.
Doña Francisca observó como Raimundo y Pepa subían las escaleras y en ese instante se dio cuenta que casi toda su vida había sido un inmenso error, un error con el que había condenado a la desdicha a mucha gente, empezando por ella misma. El despecho le impidió escuchar al hombre que amaba y confesarle que estaba esperando un hijo suyo. Prefirió casarse con aquel ser desalmado de Salvador Castro y aguantar todos sus abusos y vejacionos, con tal de no perder su estatus y las amadas tierras de los Montenegro. Y a la muerte de su marido se dedicó a gobernar con puño de hierro sus posesiones, tratando a sus trabajadores como a bestias y negándole el amor y el cariño a su propia hija. Sólo su hijo Tristán parecía tener un pequeño hueco en su corazón. Él era su niño, un tesoro que no estaba dispuesta a compartir con nadie. Por eso había intentado mantenerlo alejado de su verdadero padre negándose a revelar la verdad sobre su origen. Y por eso también había hecho todo lo posible para sacar a Pepa de su vida, llegando a extremos de gran crueldad. Sin embargo, ahora su orgullo se hacía trizas al ver como aquella muchacha estaba dispuesta a hacer cualquier sacrificio por Tristán. Del mismo modo que Raimundo Ulloa iba a dar su sangre para salvar la vida de su hijo.
Al sentir que las lágrimas afloraban a sus ojos dio media vuelta y se metió de nuevo en la biblioteca. Se sentó en su silla, apoyó los antebrazos en la mesa y dejó caer su cabeza para empezar a llorar desconsoladamente. Se sintió sola, hasta que una mano se posó en su hombro. Pensó que sería la buena y fiel Rosario, a la que durante su juventud había querido como a una amiga, pero a quien durante los últimos treinta años había tratado con desdén, siendo capaz incluso de ordenar que le dieran una paliza de muerte a uno de sus hijos. Pero al levantar la vista se topó con la mirada compasiva de doña Águeda.
-¿Por qué hace esto?-preguntó.
-¿El qué?
-Tratar de reconfortarme.
-Porque yo también soy madre y sé lo que es sufrir por un hijo. Si Olmo o Pepa estuvieran en el mismo trance que Tristán, creame que también necesitaría un poco de consuelo.
-Pero yo….
-Usted ha cometido muchos errores, es cierto. Pero eso ahora no tiene importancia. Lo único que importa es que Tristán se restablezca.
-No me va a perdonar nunca. Ni tampoco su hija Pepa.
-No se torture por eso ahora. Ya veremos lo que ocurre. Además, estoy segura de la nobleza de sus corazones es tal que no se dejarán vencer por el odio y el resentimiento. Al fin y al cabo, usted ha sido otra víctima de ese monstruo llamado Salvador Castro y ellos acabarán por comprenderlo.
-Gracias doña…..
No pudo terminar la frase porque el llanto volvió a sacudir su cuerpo mientras se abrazaba a la cintura de Agueda, quien permanecía de pie junto a ella. Le permitió desahogarse durante varios minutos, dejando salir las lágrimas que había ido acumulando durante tantos años . Cuando vio que su respiración se normalizaba la cogió de las manos y le aconsejó que se fuera a descansar.
-Es mejor que vaya a acostarse. Ha sido una noche de muchas emociones y mucho me temo que mañana nos espera un día muy largo.
-Pero Tristán….
-No se preocupe por su hijo. La doctora y Pepa cuidarán de él. Es un muchacho muy fuerte y va a salir de esta. En cuanto se despierte yo misma iré a avisarla. ¿De acuerdo?-le preguntó con una sonrisa.
Francisca asintió en silencio y se dejó conducir hasta su habitación.Pero cuando pasaron junto a la puerta abierta del cuarto de Tristán no pudo evitar pararse unos segundos. La imagen que vio logró sobrecogerla de nuevo. Su hijo permanecía tumbado boca arriba, con el rostro empalidecido pero respirando de un modo menos fatigoso que antes. Pepa y Raimundo flanqueaban ambos lados de la cama. La partera cogía entre las suyas la mano izquierda de Tristán, mientras un tubo de goma mantenía unido su brazo derecho al de su padre. Raimundo permanecía sentado, con la mirada fija en su hijo. La doctora Casas supervisaba la operación.