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Foro El secreto de Puente Viejo

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eiza
eiza
23/10/2011 12:32
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EL RINCÓN DE LADYG
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El único entre todos I, II, III, IV, V

EL RINCÓN DE LAPUEBLA
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Descubriendo al admirador secreto
Los Ulloa se preocupan por Alfonso
La vida sigue igual
Los consejos de Rosario
Al calor del fuego I, II, III
Llueve I, II
La voz que tanto echaba de menos
Para eso están las amigas
El último de los Castañeda
No sé
Pensamientos
La nueva vecina I - IV, V, VI - VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV
Sin rumbo I, II, III, IV
Un corazón demasiado grande
Soy una necia
Necedades y Cobardías
El amor es otra cosa
Derribando murallas
El nubarrón
Una petición sorprendente I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII , IX – XII
Deudas, cobardes y Victimas I (I) (II), II (I) (II), III, IV, V, VI,
El incendio
Con los cinco sentidos

EL RINCÓN DE LIBRITO
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Hermanos para siempre. Las acelgas. Noche de ronda
Tertulia literaria, La siembra
Cinco meses I-IV

EL RINCÓN DE LNAEOWYN
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Mi destino eres tú
Eres mi verdad
Raimundo al rescate
Rendición
Desmayo
Masaje
Qué borrachera, qué barbaridad...

EL RINCÓN DE MARTILEO
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Cuenta la leyenda
El amor de mi vida

EL RINCÓN DE MARY
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Cumpliendo un sueño I, II, III, IV

EL RINCÓN DE MIRI
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Recuperando la fe
La verdad
Una realidad dolorosa
Yo te entiendo
De adonis y besos

EL RINCÓN DE NHGSA
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Raimundo, Francisca y Carmen: un triángulo peligroso
Confesión I, II

EL RINCÓN DE OLSI
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Descubriendo el amor I, II
El amor todo lo puede
Bendita equivocación
Sentimientos encontrados I, II
Verdadero amor I, II, III, VI
El orgullo de Alfonso I, II, III, VI
Descubriendo la verdad I, II
Despidiendo a un crápula I, II
Siempre estaré contigo I, II
La ilusión del amor I, II
El desengaño I, II, III
Sola
Reproches I(I), I(II), II, III, IV
Tenías que ser tú I, II, III
Abre los ojos I, II, III, VI, V
Ilusiones rotas
El tiempo lo cura todo I, II
La despedida

EL RINCÓN DE RIONA
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Abrir los ojos
Su verdad
Si te vas
Y yo sin verte I, II, III, IV, V
Cobarde hasta el final
Un corazón que late por ti
Soy Emilia Ulloa Soy Alfonso Castañeda
La mano de un amigo I, II, III, IV, V

EL RINCÓN DE RISABELLA
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Como a un hermano
Disimulando
Alfonso se baña en el río
Noche de pasión

EL RINCÓN DE VERREGO
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Lo que tendría que ser...

EL RINCÓN DE VILIGA
labibliotecal-z
Tristán y Pepa: Mi historia

EL RINCÓN DE YOLANADA
labibliotecal-z
¡Cómo Duele! I, II, III, IV, V, VI, VII

EL RINCÓN DE ZIRTA
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El despertar de Emilia Ulloa
Atrapado en mis recuerdos
La última carta
Contigo o sin tí (With or without you)
Tiempo perdido (Wasted time)
Si te vas
El tiro de gracia
Perro traidor
#301
verrego
verrego
18/12/2011 11:38
Aquella historia me sorprendió e intrigó sobremanera, no veía el momento de tener entre mis manos esas cartas y cuando por fin las tuve, me enfrasqué en su lectura.


Querida Francisca: Te llevo a todas horas en el pensamiento. tu rostro, tu piel, la huella de mis manos en tu cuerpo. Tu recuerdo es la única llama que alimenta mis días y el deseo de volver a tenerte la esperanza que me mantiene con vida. Francisca, apenas hace unas horas que nos hemos visto y ya anhelo tu aroma. Lo preciso como el mismo aire que respiro, sueño con volver a tenerte en mis brazos. No habrá un sólo día que no lo viva por tí, Francisca. Ahora y siempre nuestros destinos estarán sellados. Mi existencia no tendrá nunca sentido sin la tuya, amor mío. Raimundo.

No daba crédito. ¿Mi madre, haciendo méritos para que le escribiesen semejantes palabras de amor? Y nada menos que de Raimundo Ulloa... Tenía gracia: siempre deseé que mi padre fuese Raimundo Ulloa, y a punto estuvo el destino de concedérmelo. Pero en cambio, fui engendrado por esa bestia de Salvador Castro. Maldigo al destino una y mil veces.

Aún quedaba otra carta por leer, y a ello me puse.

Querido Raimundo: De día porque estoy a tu lado, Raimundo, y de noche también, porque no hay sueño en el que no me acompañes. Anoche mismo tuve una pesadilla en la que andaba sedienta y agotado sorteando riscos por un paraje agreste. Mas, cuando estaba apunto de desfallecer caí en tus brazos rendida, y tus labios calmaron mi sed, y tu abrazo me devolvió las fuerzas. Milagrosamente, a nuestro alrededor empezaron a brotar flores donde sólo había un pedregal. Nuestro amor todo lo puede, Raimundo. Nuestros destinos están sellados y no tendrá sentido la existencia del uno sin el otro. Te quiero y te querré por siempre jamás. Tu Francisca.

“¿Tu Francisca?” Me parecía imposible reconocer a mi madre en aquella dedicatoria, y mucho menos en aquellas líneas que formaban una de las más hermosas cartas de amor que había leído jamás.
¿Tan grave fue lo que Raimundo le hizo a mi madre para que ese amor se tornase odio? Tenía que hablar con él, tenía que saber la verdad. Quería saber por qué tanto odio que llevase a mi madre a casarse con Salvador Castro sólo por despecho. Porque estaba claro que el motivo había sido el despecho y no el amor que se profesaban.

-Tengo que hablar con ese tal Santamaría y con Raimundo - Anuncié a mis amigos -¿Dónde puedo encontrar a Santamaría?

-Vive en ¿La puebla?

Dijo Sebastián mirando para mi.

-Si en La Puebla, eso me dijo Don Anselmo y no erró.

-Gracias, amigo. En cuanto pueda me pongo a investigar. Gracias por vuestra ayuda.

-Don Tristán, ¿me permite que le ayude en la investigación?

Le pregunté por preguntar pero me imagino que no quiere que nadie se meta en sus pesquisas y no lo quito razón, porque el tema es bastante delicado, aunque me gustaría...me gustaría porque sé que de alguna manera estaría ayudando a mi amiga, a mi hermana, a la que tenía que ser la segunda madre de mi bebé, a mi Pepa.

Durante un momento estuve tentado en declinar su oferta, pero luego recapacité y entendí que necesitaba ayuda y que con mi hermana no bastaba. Además, Emilia es de confianza y una de las partes implicadas, así que acepté de buen grado.

-Claro, Emilia, cómo no. Eso sí, aunque no haga falta, te pido total discreción. Si mi madre se entera de que estoy investigando sobre su pasado, es posible que la pague con mi hermana o contigo, si llega a sus oídos que tú me estás ayudando.

-No se precupe don Tristán, no diré nada, porque tampoco quiero que mi padre se entere que de repente se retoma un pasado que a él le afecta. Pero si os digo la verdad, moverme por esta historia es como estar ayudando un poco a...

No me atrevía a pronunciar su nombre, Tristán está aquí y no quiero hacerlo sentir mal, entonces cambié el discurso.

-Ayudar a saber lo que hubo entre ellos.

Pero quería decir Pepa.

-Gracias de nuevo, Emilia. No me gustaría importunar, pero me gustaría hablar con vuestro padre. No es que quiera hacerle sentir mal, pero necesito saber la verdad... Puede que no me solucione la vida, pero me ayudaría a entender mejor a mi madre...
Sebastián me mira sorprendido por la declaración de Tristán, yo no me sorprendo es normal que quiera saber.

-Acérquese a él con tiento y vaya introduciendo poco a poco el tema, no creo que se enfade con usted, pero si va tanteando el terreno mejor que mejor.

La verdad es que ni yo me imaginaba como iba a reaccionar mi padre cuando Don Tristán le preguntara por su relación con doña Francisca.

-Gracias por el consejo, lo pondré en práctica.

Iba a levantarme para hablar con Don Raimundo cuando Doña Águeda entró a la casa de comidas.

CONTINUARÁ...
#302
verrego
verrego
18/12/2011 11:39
Iba a levantarme para hablar con Don Raimundo cuando Doña Águeda entró a la casa de comidas.

-¡Buenas noches a todos!

Era Doña Águeda que entraba con una gran sonrisa, pero la verdad, ¿a qué vendrá?, porque desde que se había ido Pepa no volvió por aquí.

- Buenas noches, Doña Águeda. ¿Qué se le ofrece? -dije deseando que fueran noticias de Pepa.

-Tristán, Sebastian.

Doña Águeda se acerca a la mesa en la que Tristán, Sebastián y yo estábamos departiendo y en un gesto que nos asombró, le acarició el pelo a Tristán. Fue más un gesto más maternal que de coquetería, pero aún así, nos desarmó a todos. Yo sólo pude mirar a Tristán y en cómo reaccionaría, pero él permaneció inmóvil, sin un mal gesto o una mala palabra, aunque era evidente que le incomodaba aquella situación.

- Buenas noches, Doña Águeda -dijo Don Tristán- ¿Hay algún problema en El Jaral?

-No Tristán tranquilo, no pasa nada. Si he venido hasta aquí es para habla con Emilia.

-¿Conmigo? La verdad es que aquellas palabras me habían sorprendido bastante. Mi hermano y Don Tristán entendieron que querríamos departir a solas y se apostaron en la barra a seguir conversando de sus asuntos.

- Pues usted dirá, Doña Águeda. ¿Desea tomar alguna cosa mientras tanto? Nos acaban de traer un moscatel excelente.

-No te diré que no a esa copita de moscatel, así hablaremos más tranquilas.

Rauda traje un moscatel y dos copitas; supuse que yo también necesitaría un trago de moscatel para encajar lo que tuviera que decirme. Le serví su copa y tras servir la mía, le pregunté si quería algo para comer, pero ante su negativa, me acomodé en la silla y con la mirada le pedí que hablase.

-Vine para hacer una oferta que no te va a suponer dejar la posada ni dejar a tu familia, al contrario, creo que ayudarás un poco más. Emilia, me gustaría que vinieras a trabajar de cocinera a El Jaral y me agradaría que aceptaras porque no puedo negar que tengo debilidad por tu cocina. ¿Qué me dices?

-¿Perdón? - Por un instante creí que había escuchado mal. ¿Yo cocinando para Doña Águeda y sus ilustres invitados? Pero si sólo soy una tabernera... ¿Ha dicho usted que quiere que yo trabaje de cocinera en El Jaral??

-¿Te gustaría trabajar de cocinera para mi? Me consta que un buen amigo mio te hizo una oferta formal para que fueras su cocinera en su restaurante de Madrid. Fue Silverio y bueno, la verdad, que Pepa también me habló de tus maravillosos platos, pero cuando probé tus lentejas supe lo bien que cocinabas y fue en ese mismo instante cuando supe que mi en mi cocina tenías que trabajar tú.

-Agradecida, Doña Águeda. Le agraadezco enormemente sus palabras, pero primero tendría que hablar con mi padre, no sé si se apañaría bien sin mí en la cocina... Entre usted y yo, no es muy ducho con los fogones.

Ambas reímos y tras disculparme y pedirle que esperase unos segundos, fui a hablar con mi padre, que conversaba con algunos parroquianos sobre un asunto de lindes.

-Emilia, no te digo que dejes los fogones de la taberna, sólo que vengas a El Jaral a cocinar y luego, comida y cena, el resto del día te lo dejo para ti y para que ayudes a tu padre.

-Padre, ¿tiene un momento?

-Claro, hija. Dime. ¿Pasa algo? Si estás cansada, siéntate un rato, que en tu estado...

-No es eso, padre... es que... -tomé aire antes de soltarle la noticia a bocajarro- Doña Águeda quiere contratarme como cocinera en El Jaral. Sólo estaría unas horas fuera, lo que tardo en preparar el almuerzo y la cena, el resto del día lo pasaría aquí, con mi familia.

-Hija, tú ya eres cabal como para saber lo que quieres. Por mí no hay inconveniente, sabes que te voy a apoyar, decidas lo que decidas, entre tu hermano y yo nos apañamos bien. Dile que sí. Se te nota a la legua que quieres trabajar allí. ¿O acaso me equivoco?

-No, padre, no se equivoca. Entiéndame, no es que aquí esté a disgusto, pero viene una criatura en camino, y todo jornal es poco.

-Lo sé, hija, lo sé. Anda, ve a departir con la señora.

Volví a la mesa, temblando, no sé bien si de emoción o por el moscatel de antes.

-Doña Águeda, siento la espera, pero ya he hablado con mi padre y consiente en que trabaje para usted. ¿Cuándo quiere que empiece?

-Mañana, ¿qué te parece?

-Pues por mí, encantada. Por cierto, ¿sabe usted algo de Pepa?

-Sí, hoy mismo he recibido una carta de Olmo, cuenta que están ya instalados, que Pepa se está acostumbrando a la ciudad poco a poco, van a pasear mucho, ya sabes que a ella le gusta caminar y se ha aficionado a los bombones. Al día siguiente de llegar quiso saber donde estaba la universidad, ya ha comenzado las clases y Olmo se encarga de llevarla y de recogerla todos los días. Él mismo la ayuda con sus lecciones y la ayuda a estudiar, aunque hay veces que ni lo necesita porque ya lo sabe. Hizo buenas migas con uno de sus profesores, un hombre entrado en edad, ¿cómo se llama? Don...Don Pablo, Olmo cuenta que está impresionado con Pepa y su rapidez para aprender. Hacen una vida tranquila, bastante casera, aunque a veces los invitan algunos conocidos que tenia mi difunto marido

-Me alegro mucho, señora. Tanto por usted como por Pepa. Por usted porque ha podido reencontrarse con su hija -al decir aquellas palabras me toqué el vientre. Aún estaba en mis entrañas, pero si mi hijo desapareciera... me volvería loca- Y por Pepa, que está viendo un mundo hasta ahora desconocido para ella. Espero poder escribirle pronto para decirle que soy la cocinera de su madre. ¿Quiere usted otra copita de moscatel para celebrar que su hija es una futura médico de renombre internacional? -Lo dije a modo de broma, pero tampoco me extrañaría que Pepa acabase dando conferencias en el extranjero, donde me han dicho que las mujeres están mejor vistas que en estos lares.

-Emilia, en la posdata Olmo me dijo que había enviado otra carta, escrita por Pepa y dirigida a ti, así que mañana o pasado como mucho tardar te debería llegar.

- Eso espero, porque seguro que tenemos muchas cosas que contarnos -dije con una sonrisa en el rostro- Por cierto, ¿ha cenado ya? Lo digo porque acabo de hacer andrajos, si quiere le traigo un plato.

-Por supuesto Emilia, ¿cómote voy a decir que no? Traeme un plato.

Fui rauda a la cocina a por el plato de andrajos. Me había pasado toda la mañana haciendo la masa que le da fama al guiso, pero espero que haya merecido la pena. Vuelvo a la mesa y le sirvo el plato humeante. Por el camino cojo una botella de vino que guardamos para ocasiones o clientes especiales.

-Tenga cuidado, Doña Águeda, es posible que aún queme. Me he tomado la libertad de traerle una botella de vino, el mejor que tenemos en la casa. Es un Rioja, espero que le guste.

-Gracias Emilia, intentaré no quemarme pero no te prometo nada porque huele a gloria y por el vino no te preocupes, no me considero buena catadora.

-Agradecida. No sé si usted es buena catadora o no, pero de seguro que agradece más un buen Rioja que un chato de vino de la comarca. Señora, si no necesita nada más, voy a darle instrucciones a mi hermano para que se desenvuelva bien mientras yo esté en El Jaral. Buen provecho.

-Gracias Emilia.

-A usted.

CONTINUARÁ...
#303
verrego
verrego
18/12/2011 11:39
Cuando volví a la barra, mi padre, Sebastián y Tristán me inquirieron con la mirada.

-¿Cómo ha ido todo, Emilia? -Me preguntó mi hermano.

-Bien, bien. Mañana entro a trabajar como cocinera para Doña Águeda. -Me dirijo a Don Tristán- Al parecer usted y yo vamos a tener a la misma patrona.

-Cierto. Así podremos hacer el camino juntos, no es bueno que en tu estado vayas sola por el campo. Podría pasarte algo y hasta que pase alguien puede ser demasiado tarde. -Dije chanceandome de Emilia mientras su ceño se fruncía un poco más.

- Jesús, María y José -dije presinándome- No sea usted agorero, Don Tristán.

-Hija, esta noticia también se la tienes que dar a Alfonso, él debe saberlo.

-Tiene usted razón, padre. En cuanto venga de ver a su madre y a sus hermanos se lo cuento. ¿Usted cree que le parecerá buena idea?

-¿Acaso lo dudas Emilia? -Me dijo Sebastián.

-Emilia, lo extraño sería que no le gustase, Alfonso, si te ve contenta a ti, está contento él, eso es el amor.

-Vaya padre, ya tardaba en salirle la vena romántica.

-Ya ves, Emilia -dijo mi hermano- Después nos llama soñadores, pero que conste que ha sido él quien lo ha fomentado.

Todos reímos con la ocurrencia de Sebastián.

-Y dígame, Don Raimundo -Atacó Don Tristán- ¿Cuál es su poeta o poetisa favorita?

-Poetisa, Rosalía de Castro, por supuesto. ¿Leíste alguna de sus obras?

- Sí, he leído algunas de sus obras, aunque el que más leído ha sido “En las orillas del Sar” un libro que alguien le regaló a mi madre cuando apenas era una moza y que aún conserva. Sin duda, la persona que le regaló el libro tenía muy buen gusto, y debía estar enamorado de ella hasta los huesos, ¿no le parece, Don Raimundo?

- Sí, parece que Salvador Castro tenía buen gusto para la literatura...

Tristán rompe a reír ante nuestra atónita mirada.

-Mi padre jamás tuvo buen gusto, y mucho menos sensibilidad como para regalar un libro tan bello. Además, la persona que le regaló el libro a mi madre firma con una inicial: R, lo cual descarta a Salvador Castro.

-Pues entonces no sé quien le pudo regalar el libro.

Por momentos veía cómo mi padre palidecía y sudaba, presa de la angustia. Al ver entrar a Alfonso se me ocurrió la excusa perfecta para desviar la conversación. No era la primera vez que mi padre nos daba un buen susto a causa de llevarse él un buen disgusto.

-Sebastián, ¿por qué no recoges las mesas? Tristán y yo vamos a darle a Alfonso la noticia de nuestro trabajo.

-Siento interrumpir, pero yo me retiro y venía a pagar lo mío.

Dijo doña Agueda mirando para Tristán, para mi padre y para mi. Aunque he de decir que cuando mira a es como si la mirada se le iluminase...debo estar perdiendo la razón.

-No doña Águeda, corre a cuenta de la casa, vaya tranquila.

-Raimundo no me gustaría...

-Señora Mesía, la invito como agradecimiento por el trabajo que le ha dado a mi hija, es la única manera que tengo de agradecer se lo.

-Raimundo no me tiene que agradecer nada, para mi es orgullo tener a Emilia trabajando para mi.

-Insisto, soy un caballero y como tal así actuo. Doña Agueda marche tranquila.

-Bueno si insiste, mucha gracias. Y mañana os espero a los dos. Tengan buena noche.

Todos nos despedimos de ella. Alfonso estaba a mi lado cuando Doña Águeda salió de la taberna.

-Mi amor -le dije a Alfonso- Siéntate, quiero comentarte algo que ha pasado hoy.

-Cuéntame.

-Mañana entro a trabajar como cocinera para Doña Águeda -dije a bocajarro- ¿Qué te parece?

-Pues como me va a parecer mujer, bien, si mientras tú estés contenta, yo también lo estoy. ¿Y la taberna?

-Gracias, Alfonso, tu apoyo es muy importante para mí. Yo sólo iré a El Jaral a preparar el almuerzo y la cena, supongo que alguna que otra vez, el desayuno también, pero el resto del día lo tengo para la taberna. En los ratos que esté aquí prepararé las comidas, de modo que sólo tengáis que calentarlas.

-Y en tu estado es será bueno tanto ajetreo, cuérdate lo que te dijo Pepa que tenías que hacer las cosas con calma...Emilia no me gustaría que nada malo os pasara...con las ganas que tengo de ver la carita a esta criatura.

-No te preocupes, Alfonso, no nos va a pasar nada. Además, ahora que Tristán ha empezado a trabajar para ella, iremos y volveremos juntos todos los días. Nada malo va a pasarme.

-¿Trabaja usted para doña Águeda?

-En efecto, Alfonso desde esta misma mañana. Pero no te preocupes, que cuidaré de ella como de mi hermana se tratara.

Dicho esto, me retiré a mi habitación.

CONTINUARÁ...
#304
verrego
verrego
18/12/2011 11:40
Al día siguiente, cuando llegué a El Jaral, Doña Águeda me estaba esperando en el salón, mientras estaba terminando de desayunar.

- ¿Le interrumpo, Doña Águeda? Si lo prefiere, puedo venir más tarde... -dije azorado, pues pensaba que había llegado demasiado temprano.

-Para nada Tristán, nunca interrumpes, ¿quieres que te sirvan algún refrigerio?

-No, muchas gracias, señora, pero Emilia no me dejaba marchar si no desayunaba primero, y estoy saciado. Ya la conoce usted.

-Sí y me encanta tenerla aquí.

-Le aseguro que ella también está emocionada con su trabajo aquí.

-Tristán te hice llamar porque me gustaría que me acompañaras a dar un paseo por la finca, ¿aceptas?

-Por supuesto, señora. Cuando usted guste.

¿Me hace llamar para dar un paseo? Aquello me dio que pensar. ¿Por qué quiere ir a pasear conmigo? Podría hacerlo sola, o con cualquiera de sus criadas con las que compartir cosas de mujeres. Aún así, mostré disposición y buena cara.

Sé que mi actitud soprende a Tristan, pero quiero conocer mejor al amor de mi hija, saber que es lo que se le pasa por su mente, sólo con verle el rostro sé que apenas duerme y su comportamiento me muestra que está taciturno, cuando él nunca ha sido así y me consta. Cómo le puedo decir que lo único que quiero es verlo feliz...feliz junto a mi hija...como puedo decirle que me alegra que sea una persona tan bella siendo hijo de quien es...me gustaría decirle tantas cosas a este muchacho que no sé por donde empezar ni tan siquiera sé como se las tomaría porque...por la simple razón que desde un principio intenté separarlos sin dar razón ninguna. Con solo verle esa mirada apagada se me rompe el alma, porque yo también soy consciente de lo que duele el amor.

Le ofrezco mi brazo para que se agarre a él y salimos del palacete sin rumbo fijo, pero con paso decidido. Era cierto que en un principio la idea de un paseo no me entusiasmó demasiado, y máxime cuando venía andando desde la posada del pueblo hasta aquí, pero ahora que el sol calienta lo suficiente y que los trinos de los pajarillos de la zona alegran el lugar, he de reconocer que se está bastante bien.

-Bonito día, ¿verdad? Este sol otoñal todavía tiene fuerza y este aire...que bien sienta a los pulmones.

-Cierto, aunque yo prefiero el calor de la primavera y el verde de sus campos. Aunque coincido con usted en lo bien que sientan a los pulmones. ¿Aunque sabe una cosa que me sienta mejor? La verdad sin medias tintas. Doña Águeda, no quiero parecer grosero, pero tampoco quiero que insulte a mi inteligencia. ¿Cuál es el verdadero motivo por el que me ha contratado?

Tristán no hay motivo y el que te di el otro día es lo que pensaba y lo pienso. La verdad es que estoy cuidando que estés bien...

-Curiosa manera tiene usted buscando mi bienestar: pisándome en el día de mi boda mientras me amenazaba sutilmente. Su forma de buscar mi bienestar es muy parecida a la que tiene mi madre, si me permite el comentario.

-Tristán, acabo de encontrar a mi hija y al poco tiempo se casa, ponte en mi caso, ¿qué le pedirías a esa persona? Sé que desde un principio no fui muy agradable contigo ni puse de mi parte, pero ya sabes porque lo hacía. Me puedes culpar de todos tus males, no te quito razón, en el convite pude ver en ti lo que se puede ver en una persona buena que ama con sinceridad, sin pedir nada a cambio, solo te pido una oportunidad. Permiteme ayudarte en lo que pueda.

Paré y lo miré fijamente en a los ojos, de las veces que lo he tenido así de cerca nunca le vi en su mirar lo que tenía Salvador cuando me miraba a los ojos.

-Tristán parece increíble que de un ser tan malvado como tu padre pudieras nacer tú, pero...

- Si le soy sincero, todo el mundo se lo pregunta. Supongo que si no me parezco a él es porque me he criado entre las faldas de la buena de Rosario y con los consejos de Raimundo Ulloa. Pero aunque me pese, más de lo que nada me ha pesado en la vida, Salvador Castro era mi padre.

-Sabemos que tu hermano Carlos no fue engendrado por Salvador, sino que le dio sus apellidos al nacer y que lo crío como si se tratase de su propio hijo, ¿y tú?

Durante un instante creí que Doña Águeda me estaba embromando, pero ya estaba aprendiendo que Doña Águeda no bromea.

-¿Qué quiere decir con eso?

-Lo que te quiero decir es si contigo, sin tú saberlo, le ocurrió como con Carlos, que fueras engendrado por un hombre que no fuera Salvador Castro.

Ciertamente era lo que había deseado toda mi vida, no tener nada que ver con ese monstruo, pero desde que sé quién es realmente Pepa lo he deseado aún más. Aquella insinuación por parte de Doña Águeda me hizo ver un poco de luz en tanta oscuridad.

-Supongamos por un momento que Salvador no te engendró, ojalá la “buena” de Francisca Montenegro hubiera hecho lo mismo que la madre de Carlos, ¿quién podría ser? ¿Se sabe si tu madre tuvo alguna relación anterior a su matrimonio con Salvador?

-Sí, la verdad es que ahora que lo menciona, hace poco he descubierto que mi madre y Raimundo Ulloa tuvieron un idilio hace algunos años, justo antes de que ella casara con Salvador Castro.

-Pues hay que moverse por ahí...Tristán, hijo, sé que puedes pensar que estoy perdiendo el entendimiento pero, ¿y si tu padre fuera Raimundo?

Desde niño había deseado que Raimundo Ulloa fuese mi padre, y ahora ese deseo de infancia no parecía tan descabellado. Si realmente eso fuese cierto, mi vida cambiaría por completo.

-Señora, créame cuando le digo que esa sola insinuación se me antoja música celestial, pero mi madre jamás admitirá haber mantenido una relación con Ulloa, y mucho menos que él sea mi padre natural.

-Pues hay moverse Tristán. Me imagino que Francisca admitirá esa relación pero sí que hay alguien que nos lo puede confirmar, Raimundo.

-Me encantaría hablar con él, pero hay un pequeño problema, señora: a Don Raimundo le afecta mucho hablar de la relación que mantuvo con mi madre, y sus hijos me han pedido que no le recuerde aquella época. Entiéndame, quiero saber la verdad, pero sin hacerle daño a nadie. ¿No habría otra solución?

-¿Me permites que te ayude?

-Por supuesto -Dije rápidamente. Llevaba días barruntándome que confiar en la de Mesía no era buena idea, pero me habría aliado con el mismísimo Satanás si me ayudara a confirmar que mi padre natural era el tabernero y sin hacerle daño a nadie- ¿Por dónde empezamos?

-A Raimundo lo trataré yo. No es que tenga mucha confianza con él, pero creo que no es una persona que le guste mantener las distancias, sino todo lo contrario me parece un hombre llano, muy cercano e intentaré, aprovechando que está Emilia en El Jaral para acercarme más al de Ulloa, ¿qué te parece?

- Me parece una buena idea. Pero dígame sólo una cosa: Usted no contrató a Emilia sólo por su buen hacer en la cocina, ¿me equivoco?

-Como te dije el otro cuando te ofrecí el trabajo no solo me quedé por la finca, sino porque aquí hay muchos problemas que solucionar.

Tras aquellas palabras sentí el deseo de abrazar a aquella mujer que me estaba dando todas las posibilidades para volver a ser feliz junto a la mujer que amo. Pero el sentido común y el sentido del decoro me hicieron permanecer inmóvil.

-Muchas gracias, Doña Águeda, no sabe cuánto se lo agradezco. ¿Seguimos con el paseo y me pone al día de sus planes?

-Continuemos pues.

CONTINUARÁ...
#305
Nhgsa
Nhgsa
21/12/2011 14:50
Hola chicas. Ya he acabado la infancia de Natalia. Ahora he dado un salto temporal y he comenzado con la llegada de un nuevo vecino al pueblo. Os dejo esto para ver qué os parece.

Habían pasado 11 años desde aquello. Germán había heredado las tierras de Adolfo y seguidamente las repartió entre los propietarios en régimen de usufructo. Así garantizaba que ante cualquier irregularidad o abuso él pudiera actuar tajantemente. Pero nadie intentó nada. Además los beneficios siempre iban para el pueblo con lo cual mejoró notablemente la calidad de vida. El pueblo era un poquito más rico y por ello se sentían afortunados y felices.
Un joven y apuesto Julio, ahora capataz de las tierras que Germán explotaba directamente, entró en la taberna alegremente.
- ¡¿Cómo están mis taberneras preferidas?! – dijo Julio.
- ¡Hombre Julio! ¡Ya te echábamos de menos! – dijo María dándole un beso en la mejilla. - ¡Natalia cariño, Julio ha venido!
- ¡Un momento! – dijo una voz desde el interior del almacén.
Una hermosa joven salió limpiándose las manos con un trapo. Natalia se había convertido en una muchacha esbelta y hermosa. Con una larga y rizada melena rubia y unos hermosos ojos azul celeste era la muchacha más guapa del pueblo. Ella siempre le restaba importancia.
Julio se había convertido en uno más de la familia. Moreno de ojos verdes, era el mejor amigo de Natalia aunque desde hacía un tiempo le estaba empezando a costar demasiado. Natalia era tan hermosa…
- ¡Julio! – dijo ella con una sonrisa y yendo a abrazarle. El contacto con ella supuso una tortura para Julio. - ¿Cómo estás?
- No me puedo quejar. Tengo un trabajo, una familia… - dijo con aire alegre - … hermosas mujeres a mi lado.
- ¡Anda que… menudo zalamero! – dijo María.
- ¡Si es que no os merecéis menos, bellezas! – dijo Julio dando un beso en la mejilla a María.
- ¿Qué te sirvo zalamero? – dijo Natalia con aire burlón
- Ponme un chato guapetona. – dijo Julio guiñándole un ojo.
- Ven anda, siéntate que te saco algo para almorzar. – dijo ella.
Julio se sentó en una mesa cercana mientras que Natalia le sacaba un plato de embutido variado y pan.
- Bueno ¿qué tal el trabajo en las tierras? – dijo ella mientras le servía.
- Duro pero productivo. Ser capataz exige mucho. – dijo Julio haciéndose un gesto cómico de hacerse el importante.
- Germán seguro que está muy contento contigo. – dijo Natalia sonriente.
De pronto su mirada fue a parar a la puerta de la taberna. Un hombre alto y muy atractivo había entrado en ese momento directamente hacia la barra. No le había visto nunca. Vio como pedía algo a su madre con semblante muy serio. Natalia no podía dejar de mirarle.
- ¿Quién es? – preguntó a Julio.
- No sé. – dijo él girándose. – Debe de ser nuevo en el pueblo. Con la fama que tenemos ahora no sería de extrañar.
Natalia vio como su madre le servía una botella de vino y un bocadillo. El hombre pagó, cogió sus cosas y se fue. Antes de irse su mirada se posó en ella un segundo. Natalia pensó que se derretiría con esa mirada y no sabía por qué. Le hizo sentir desarmada, vulnerable. En la puerta de la taberna, Germán se cruzó con él. El sacerdote le saludó cortésmente pero aquel extraño le dedicó una mirada severa. El cura entró y se dirigió a Natalia y a Julio con rostro triste.
- Buenos días padre. ¿Ha ocurrido algo? – dijo Julio.
- No hijo. Nada en especial solo que creo que sé quién es ese hombre.
- ¿Ah sí? ¿Sabe quién es? – dijo Natalia intrigada.
- No estoy muy seguro hija. Solamente conozco los rumores que circulan en torno a él. Parece que viene de una familia adinerada y que no es de aquí pero ahora parece ser que le han abandonado. – dijo Germán.
- Vaya… para que luego digan que el dinero trae la felicidad. – dijo Julio.
- Y que lo digas. – dijo Natalia. – Tener dinero lo único que produce es dolor y muchísimos enemigos.
#306
Nhgsa
Nhgsa
21/12/2011 14:51
Llegó la noche y Natalia y Julio paseaban alegremente por los campos de Villafranca camino a casa.
- Hace una noche estupenda. ¡Mira cuántas estrellas! – dijo ella.
Julio la miraba embelesado. No lo podía remediar. Era tan hermosa… De repente paró.
- Natalia… hace tiempo que quería hablarte. – dijo él quedando frente a ella.
Ella le miró tiernamente pero al punto su cara cambió. No muy lejos yacía un hombre en el suelo junto a una botella aparentemente vacía. No se movía.
- ¡Oh, Dios mío! – dijo ella haciendo que él también se girara.
Los dos corrieron hasta aquel cuerpo. Era el hombre de esa mañana. Natalia comprobó que se encontraba inconsciente. Su pulso era muy débil. Natalia empezó a reanimarle.
- ¿Qué haces? Tenemos que llevarle al hospital. – dijo Julio preocupado.
- Estoy intentando reanimarle. Ya he hecho esto otras veces. Si no se hace ya entrará en coma. Se lo oí un día al doctor. Tú corre y avísale. ¡Vamos!
Julio salió corriendo a buscar ayuda. El pueblo no quedaba lejos. Natalia, mientras, seguía haciéndole la respiración boca a boca. De pronto, aquel hombre empezó a toser y a moverse. Ella cayó en la cuenta de que la botella que tenía medio agarrada no estaba vacía del todo así que la cogió enseguida y la lanzó lejos. Después, empezó a abofetear la mejilla del hombre para hacerle reaccionar.
- ¡Eh! ¡Oiga! ¿Me oye? ¿Puede oírme? – dijo tomándole el rostro.
Aquel hombre comenzó a abrir los ojos lentamente hasta encontrarse con los de ella. Natalia sintió un escalofrío en el cuerpo debido a su mirada. Era intensa pero a la vez triste. Parecía como si una persona gritara socorro a través de aquellos ojos castaños. Pero no decía nada.
- Venga, hay que llevarle al médico. – dijo ella luchando por incorporarle. Pero al hacerlo vio que una mano suya estaba manchada de sangre. Aquel hombre se había clavado una piedra en la cabeza al caer.
- ¡Dios mío! – dijo Natalia asustada.
No veía a Julio por ninguna parte. Tenía que hacer algo para cortar la hemorragia. Apoyó al hombre lentamente en el suelo, se quitó la chaqueta y la camiseta. Se puso la chaqueta y la camiseta la rasgó horizontalmente utilizando la parte inferior como tapón y la superior como venda. Con sumo cuidado levantó al hombre, colocó la improvisada venda debajo de su cabeza y se la ató. El hombre soltó un gemido de dolor pero aguantó. Después ella volvió a incorporarle con dificultad.
Cuando al fin consiguió ponerle de pie comenzaron a caminar con dificultad. Él estaba apoyado en ella con un brazo deslizado por su cuello y medio consciente.
Después de un trecho Natalia vio a Julio corriendo hacia ellos junto al doctor.
- ¡Natalia espera! – dijo Julio a pocos metros de ellos.
- ¿Dónde te habías metido? – dijo ella.
- Había cerrado ya el consultorio y estaba en casa. Ha tenido que despertarme. ¿Qué ha pasado? – dijo el doctor.
- Estaba inconsciente y con el pulso muy débil. Le he conseguido reanimar y he intentado cortar la hemorragia que tiene en la cabeza. – informó Natalia.
- ¡Entrad rápido! – dijo el doctor ya en el pueblo.
Julio y Natalia entraron en el consultorio con aquel hombre apoyado en ellos. Cuidadosamente lo dejaron en la camilla. De pronto aquel hombre cogió la mano de Natalia y susurró.
- No te vayas ángel… por favor… no me dejes solo…
Natalia se quedó pasmada ante esas palabras.
- No me iré… tranquilo. – dijo ella dulcemente cogiendo su mano.
Con sumo cuidado giraron a aquel hombre y quitaron el improvisado vendaje que llevaba. La hemorragia había parado pero la herida tenía mal aspecto. El doctor la limpió y la cosió con ayuda de Natalia.
- Dile a mi familia que estoy bien Julio. Iré en cuanto se duerma. – le dijo Natalia.
Julio asintió y se fue del consultorio. Tras los cuidados del doctor, Natalia le quitó la chaqueta a aquel hombre para que estuviera más cómodo y los zapatos. Al dejar la chaqueta comprobó que tenía un papel en su interior. Llena de curiosidad, lo tomó pensando que así sabría su nombre. Leyó:

“A los señores Ulloa.
Los señores don Salvador Castro y doña Francisca Montenegro les invitan a su enlace que tendrá lugar en la catedral de Oviedo el día 23 de septiembre de 1873.
Atentamente,
Familias Castro y Montenegro”


La invitación era de hace pocos meses. ¿Qué tenía que ver ese hombre con ellos? Dejó la invitación en la chaqueta y ésta, en la silla.
- Puedes irte Natalia. – dijo el doctor. - Yo me quedaré con él. Ya es tarde y tu familia estará preocupada.
Ella asintió y con cierto dolor y preocupación se separó de ese hombre que tanto le atraía y se fue a casa.
#307
eiza
eiza
07/01/2012 13:45
Chicas, prometo intentar buscar algo de tiempo para ponerme a actualizar todo esto, no me deja poner mas links desde hace ya lo mas grande, pero voy a experimentar haciendo una cosa y si no funciona ya no se que vamos ha hacer, pero por lo pronto probaremos asi.

Siento que haya tanto por actualizar pero no tengo tiempo de nada ultimamente, en cuanto saque un hueco me pongo a ello.

Bss y FELIZ AÑO
#308
lapuebla
lapuebla
13/01/2012 22:41
MONSTRUOS

Aquella había sido una noche muy tranquila en la taberna pues, como venía ocurriendo en las últimas semanas, sólo los ancianos o los borrachos se acercaban a tomar un chato de vino o echar una partida de cartas. Los hombres jóvenes tenían que turnarse en las patrullas de vigilancia que trataban de dar caza al causante de las extrañas muertes de animales. Raimundo y Emilia, ayudados por Pepa, quien solía echarles un mano casi todos los días, tenían cadi todo recogido poco después de las diez de la noche. El tabernero dijo estar muy cansando y se retiró a su habitación sin querer cenar. En realidad, lo que pretendía era que la partera pudiera charlar a solas con su hija. Ambos estaban muy preocupados por la actitud de Emilia, quien se mostraba más triste y taciturna cada día que pasaba. Tampoco se les escapaba que su comportamiento con Alfonso era cada vez más distante. Su marido, al principio, se mostró tan paciente y cariñoso como siempre, permaneciendo a su lado y tratando de animarla. Pero los silencios y, sobre todo, los reproches de su mujer hicieron mella en su ánimo y procuraba mantenerse alejado para no incomodarla.

Las dos mujeres se sentaron en una de las mesas de la taberna dispuestas a cenar un plato de las lentejas que habían sobrado del mediodía. Pepa decidió abordar la conversación sin preámbulos.

-Emilia, no puedes seguir así-le espetó sin miramientos.

-¿Se puede saber de qué estás hablando?-preguntó en tono enfadado al tiempo que posaba la cuchara en la mesa y se quedaba mirando a su amiga con semblante serio.

-Pues a esto, a tu mal humor permanente. Siempre estás enojada y dando malas contestaciones. Tu padre está muy preocupado….

-¿Y cómo quieres que esté?-la interrumpió Emilia.-No querrás que te recuerde por lo que he pasado.

La muchacha se levantó dispuesta a escabullirse en dirección a su habitación. Pero Pepa la detuvo agarrándola por el brazo.

-¡Emilia, por favor!. No puedes seguir así. Yo mejor que nadie sé lo que es perder un hijo, pero la vida sigue y nosotros tenemos que seguir adelante. Además no estás sola. Tienes a tu padre, a tu hermano y sobre todo a tu marido.

-¿Mi marido? ¿El que se va todas las noches de patrulla con Tristán y me deja sola?-respondió con una rabia que fue dejando paso al dolor y después a las lágrimas y los sollozos.

Pepa la abrazó y le acarició el pelo intentando tranquilizarla. Cuando vio que su amiga estaba más sosegada la animó a sentarse de nuevo a la mesa y charlar. Emilia necesitiba desahogarse, arrancar aquel dolor que le impedía seguir con su vida.

-Alfonso ha acompañado a Tristán porque tu padre se lo ha pedido-le dijo mientras le cogía sus manos entre las suyas.-Pero él sufre al verte así y siente impotencia por no poder ayudarte. Yo creo….-Pepa dudó un instante antesde proseguir- yo creo que se siente culpable de lo que pasó.

-¿Cómo que se siente culpable?-preguntó Emilia.

-Pues porque piensa que de algún modo le pudo hacer daño a la criatura.

-¿Y si es cierto?-preguntó de nuevo Emilia dejando entrever que ella también había tenido pensamientos similares.

-De nínguna manera-la interrumpió con rotundidad la partera.-Aun recuerdo lo asustada que estabas antes de vuestra noche de bodas y lo feliz que estabas a la maña siguiente. Recuerdo que me contaste detrás de esa barra que no habías sentido ningún dolor, ni nínguna molestia. Por el contrario, sonreías como una boba diciendo que había sido el momento más hermoso de tú vida y no parabas de parlotear contándome que no le habías dado un respiro al pobre hombre.

Emilia pareció quedar atrapada en sus propios pensamientos. A su mente acudieron los recuerdos de la noche de bodas. A pesar de sus temores y de la inexperiencia de ambos, había resultado una experiencia maravillosa. De la mano de su marido había descubierto un mundo de sensaciones que ni siquiera había imaginado que existieran. Nunca habría encontrado las palabras adecuadas para describir como se sintió al entregar su cuerpo a aquel hombre que a su vez le regalaba el alma en cada mirada y cada caricia. Si algún atisbo de duda quedaba con respecto a sus sentimientos hacia Alfonso, había desaparecido durante aquellas horas en las que apenas durmieron.

Ella sabía que la felicidad no era duradera, pues bien le había enseñado la vida que las desgracias siempre estaban acechando. Pero tampoco pensó que la dicha se le fuera a escapar tan pronto. Cuando se despertó la amanecer del quinto día tras su boda, percibió las sábanas teñidas de sangre, de su propia sangre. Y desde aquel momento no cesó de preguntarse a si misma y a dios por qué tenía que sufrir aquel trance.

-Pero entonces, ¿por qué ocurrió?-Las lágrimas seguían mojando las mejillas de Emilia. Pero el llanto ya no se debía sólo al dolor de haber perdido a su hijo. Se estaba dando cuenta de que había tratado muy mal a Alfonso en las últimas semana. Había vuelto a hacerle daño, como tantas otras veces en su vida.

-Ya te lo he explicado. Esas cosas pasan, y mucho más a menudo de lo que la gente cree, sobre todo tratándose de una preñez primeriza. Mi madre, bueno, la Candelaria, me dijo una vez que la naturaleza era muy sabia y que si la criatura tenía algún problema lo mejor es que se malograse al principio, antes de que el embarazo avanzase.-Pepa le acarició el mentón con su dedo índice, obligándola a levantar la vista para que la mirase.- Y ahora escúchame bien cabezota, vais a tener más hijos, unos niños fuertes y nobles como su padre y guapos y listos como su madre.

Emilia esbozó una leve sonrisa pero permaneció callada y volvió a bajar la vista, clavando sus ojos en las tablas del suelo. No podía dejar de llorar, pues era consciente de que en los últimos días había pagado su dolor y su frustación precisamente con aquellos a los que más quería, siendo su marido la principal víctima de su mal genio.

-¿Tú quieres a Alfonso?

-Más que a nada en el mundo, aunque haya tardado tanto en darme cuenta. Pepa-Emilia no sabía como confesarle aquello a su amiga- nunca le he dicho que lo quiero. Es como si un miedo oculto en la cabeza me impidiera decírselo por temor a perderlo.

-Pues demuestrale que no puedes vivir sin él. Amiga, tienes mucha suerte de poder compartir tu vida con el hombre al que amas, no tires por la borda la oportunidad que el destino te ha dado. Así que cuando lo veas entrar por esa puerta quiero que lo abraces con fuerza y le digas que lo amas. ¿De acuerdo, señora Castañeda?-le preguntó con media sonrisa Pepa.

Emilia asintió en silencio mientras trataba de secarse las lágrimas con la palma de la mano.

-Y ahora haz el favor te terminarte la cena, que has de alimentarte bien si quieres quedarte pronto embarazada de nuevo. Que yo no me doy por vencida y quiero tener pronto un ahijado en mis brazos.

Una vez que ambas muchachas dieron cuenta del contenido de sus platos, se dispusieron a terminar de recoger la taberna y aguardar el regreso de Alfonso. Pero aquella iba a ser una espera mucho más larga de lo que cabría imaginar.
#309
lapuebla
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13/01/2012 22:48
Las noches seguían siendo gélidas, a pesar de que faltaban apenas dos semanas para el comienzo de la primavera. Por eso aquellos dos hombres iban pertrechados con sus abrigos de invierno, aunque no podían evitar sentir las manos y los pies fríos.

-Dios, tengo las manos congeladas-se quejó Alfonso mientras trataba de calentarse con su propio aliento.-Con lo bien que se estaría al lado de una buena lumbre.

-Ni que lo digas-respondió Tristán.-Ahora yo debería estar tomándome un caldito de los que prepara tu madre y tú deberías estar en la casa de comidas junto a tu mujer. Y míranos, aquí estamos persiguiendo al dichoso monstruo. ¡Cuánta supercheria y cuanta ignorancia hay en este pueblo!

Los dos muchachos habían salido a patrullar por los caminos próximos a la casona. En los últimos meses no habían dejado de aparecer animales muertos en extrañas circunstancias. El miedo se había apoderado de los habitantes de la comarca y muchos eran los que apuntaban a algún ser sobrenatural con apariencia de monstruo. Pero muchos otros señalaban a un simple ser humano: Tristán Castro Montenegro. Algunos vecinos decían haber visto entrar en la casona a una persona ataviada con extraños ropajes, y como el hijo de doña Francisca se había negado rotundamente a participar en las patrullas de vigilancia todas las sospechas se dirigieron hacia él. Aunque intentó hacer oíos sordos a las maledicencias del pueblo, finalmente decidió escuchar los consejos de Raimundo Ulloa, con quién solía departir cada tarde, y unirse a la caza del supuesto monstruo. Pero ni siquiera los jornaleros que trabajaban en sus tierras mostraban buena predisposición a acompañarlo, tal era el crédito que daban a los rumores que lo acusaban de aquellas atrocidades. Al final, fue Alfonso Castañeda el que se ofreció para acompañarlo. El hijo de Rosario, que lo conocía perfectamente y le profesaba un sincero aprecio, se negaba a escuchar las barbaridades que se decían sobre don Tristán en las últimas semanas. Además sabía de la simpatía que su suegro sentía por él, a pesar de ser el hijo de su mayor enemiga.

Ambos hombres llevaban ya varias noches haciéndose compañía mientras vigilaban los caminos de entrada a la casona. Aprovechaban las largas horas de espera para charlar y recordar viejas anécdotas de su niñez, recuperando la amistad que los había unido desde chiquillos y que se había roto por las ausencias de Tristán y el clasismo de doña Francisca.

-Por cierto Alfonso, tengo que agradecerte que vengas conmigo. Ultimamente no soy muy popular por estos lugares-trató de chancear.

-No tienes nada que agradecerme-Alfonso le había apeado el tratamiento de don ante la insistencia de Tristán.- Lo hago de buen grado, porque si hay que andar pateando los caminos de noche con este frío, la verdad es que prefiero hacerlo con un hombre cabal como tú, y no con alguna panda de borrachos o de parlanchines, que ya bastante los aguanto en la taberna.

-Gracias Alfonso, para mí es muy importante seguir contando con el respeto de los Castañeda y los Ulloa. Y hablando de la familia, ¿cómo se encuentra Emilia?. Desde que…...-Tristán sabía que el tema resultaba muy doloroso y no sabía qué palabras utilizar-bueno ya sabes, no la he visto.

Alfonso bajó la mirada y sin darse cuenta apretó los puños, un gesto que repetían cada vez que sentía rabia o dolor. La pérdida de aquella criatura a la que consideraba su hijo había sido un duro golpe, sobre todo para su mujer, a la que no sabía como ayudar. La relación entre ambos se estaba volviendo cada vez más tensa y Emilia podía permanecer horas sin apenas dirigirle la palabra. Quizás hablar con Tristán, quien había pasado por trances similiares le ayudara a mitigar su sufrimiento.

-Pepa y la doctora Casas dicen que está bien, que su cuerpo se ha recuperado perfectamente y que no le han quedado secuelas. Pero-su voz se tornaba ronca-cada día está más triste y yo no sé cómo ayudarla.

Alfonso recordaba los silencios de Emilia y el dolor que habitaba en sus ojos en los últimos días. Bien sabía dios que él había intentado mitigar su pena, pero cualquier intento por acercarse a su mujer acababa en reproches. Y lo peor llegaba por las noches, cuando tenían que compartir aquella modesta cama pero sintiendo que un abismo se abría paso entre los dos. Ella rechazaba una y otra vez sus abrazos y sus palabras de cariño. Así que al final se pasaba las noches despierto, velando su sueño sin atraverse a rozarla para no importunarla.

-Dale tiempo-Tristán había colocado su mano en el hombro de su amigo.-Emilia ha recibido un duro golpe, justo en le momento en el que más feliz se sentía. Es normal que continua abatida. Tú lo único que puedes hacer es permanecer a su lado, como siempre has hecho.¿Sabes una cosa?. Te admiro profundamente.
#310
lapuebla
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13/01/2012 22:50
Alfonso lo miró extrañado. No alcanzaba a comprender el motivo por el cual un hombre como Tristán Castro, un heroe de guerra, podía sentir admiración por alguién como él, cuya principal preocupación era ayudar a llenar el puchero de su familia cada día.

-Raimundo me contó todo lo que había pasado y como tú siempre estuviste a su lado para protegerla. Está muy orgulloso de tenerte como yerno. Dice que no hay ningún hombre en el mundo que pueda querer más a su hija.

-Y está en lo cierto. Emilia es toda mi vida. Pero creo que….-le costaba seguir hablando y reprimir las lágrimas que se asomaban a sus ojos-creo que me culpa de lo sucedido.

-¿Pero qué tonterías estás diciendo?-preguntó estupefacto Tristán.-¿Acaso la has golpeado o las has empujado?.

-Antes me dejaría matar que hacerle daño a mi mujer-respondió con los puños apretados.

-¿Entonces?-la mirada de Tristán le conminaba a que terminara de explicarse.

-Es que es mucha casualidad que haya perdido a la criatura justo pocos días después de habernos casado-aunque era de noche, Tristán podía ver el rostro enrojecido de Alfonso.-Quizás deberíamos haber esperado para consumar el matrimonio. ¿Y si sin querer le hice daño al niño?-dijo repitiendo la misma pregunta que se hacía a si mismo desde aquella mañana en la que la sangre tiñó el lecho que compartía con su mujer.

-Vamos Alfonso, no puedes pensar eso. No te atormentes, amigo. Ya sé que no es consuelo alguno, pero no son más que los extraños designios de Dios, que a veces parece querer ponernos a prueba para comprobar hasta donde podemos resistir. Y creeme, que sé muy bien de lo que hablo, que ya he perdido a dos hijos. Pero tú no te vengas abajo, que tu mujer te necesita y juntos podeis superar este dolor, hasta que sólo sea un mal recuerdo.

Alfonso quiso agradecer aquellas palabras de ánimo pero un extraño ruído los sobresaltó. Estaban apoyados junto a una de las entradas del muro que cercaba la casona. De allí partía el sendero que conducía a las caballerizas y los establos, un camino de grava flanqueado por matas de rosales y hortensias. A sus espaldas quedaban los árboles del jardín y en frente se extendían los campos destinados al cereal. El sonido provenía de unos arbustos cercanos al viejo castaño, que según doña Francisca habían plantado sus antepasados hacía ya más de un siglo. Los dos hombres se giraron instintivamente. Tristán le hizo una seña Alfonso para que permanecieran en silencio y le indicó que diese un rodeo por la parte exterior de la muralla hasta colocarse detrás del árbol. Alfonso obedeció y empezó a caminar en la dirección indicada al mismo tiempo que preparaba la escopeta. Mientras, Tristán avanzaba lentamente por el sendero con una pistola en la mano.

-¿Quién anda ahí?-gritó tratando de atraer la atención del intruso.

Pero nadie le contestó. Sin embargo las hojas del matorral volvieron a agitarse y sintió como sus músculos se tensaban como lo hacían antes de una batalla durante sus años en el ejército. Apuntó con el arma en dirección a los arbustos y a punto estuvo de disparar cuando un zorro salió corriendo en dirección a los establos. Tristán respiró profundamente y esbozó una sonrisa burlándose de si mismo por haberse asustado de aquel modo. Bajó la pistola y se encaminó de nuevo a la entrada deseoso de seguir conversando con su amigo. Pero al cabo de unos minutos el Castañeda seguía sin aparecer y decidió ir tras de él.

-Alfonso, ¿estás bien?. Venga hombre, que no son horas para…..-las últimas palabras quedaron atrapadas en la garganta cuando vio un cuerpo tendido junto al muro. Reconoció el viejo chaquetón de pana negra que Alfonso utilizaba siempre en invierno y echó a correr hacia él-.¡Dios mío! ¿Qué ha pasado?

Pero Alfonso no respondía. Estaba insconsciente y la sangre brotaba a borbotones de la herida que tenía en la cabeza. En la mano aun sujetaba la vieja escopeta heredada de su padre y con la que solía salir de caza con su primo Paquito. Alguién le había golpeado salvajemente con una piedra. Y ese alguién no debía de haber ido muy lejos. Pero ahora lo único que le importaba era saber si el muchacho estaba vivo o muerto. Se arrodillóa a su lado y colocó la cabeza sobre su pecho para comprobar si su corazón seguía latiendo. Contuvo la respiración hasta que pudo escuchar unos débiles latidos. Alfonso seguía vivo y él tendría que buscar ayuda para llevarlo hasta la casona y enviar aviso a la doctora Casas. Pero cuando se disponía a levantarse escuchó un ruído a su espalda. Quiso apuntar con la pistola pero un dolor agudo le atravesó las entrañas y sintió como su pantalón se empapaba con su propia sangre. Alguien lo había apuñalado. Alzó la vista y durante los últimos segundos de cosciencia pudo apretar el gatillo, pero el agresor pudo huír ileso. Alcanzó a distinguir una persona alta ataviada con una capa raída que lo cubría casi totalmente. Pero no llegó a vislumbrar su rostro, pues llevaba la cabeza tapada. Sin embargo, algo en su forma de moverse le resultaba vagamente familiar.
#311
lapuebla
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13/01/2012 22:52
Los fuertes golpes en la puerta y los gritos de Mauricio lograron despertar a toda la servidumbre de la casona. También Soledad y su madre acudieron a comprobar a que se debía tal estruendo. Pero cuando doña Francisca se disponía a increpar a unos y otros por haber perturbado su descanso, una horrible visión le heló la sangre. Los hombres que acompañaban al capataz sujetaba el cuerpo maltrecho de Tristán. Sus pantalones estaban ensangrentados y una de las piernas mostraba un rudo torniquete con el que habían tratado de cortar la hermorragia que amenazaba con desangrarlo. Sólo la presta intervención de una de las doncellas evitó que diese con sus huesos en el suelo, pues de la impresión cayó desmayada. Entre la criada y Mauricio se encargaron de acomodar a la cacique en uno de los sofás del salón.

-¿Qué ha ocurrido?-logró preguntar con voz temblorosa Soledad, impresionada por la sangre que teñía las ropas de su hermano.

-No lo sé, señorita. Nos los encontramos inconscientes junto a la puerta sur de la muralla. Alguién ha debido de atacarlos cuando estaban patrullando. Creo que trataron de defenderse porque a nosotros nos alertó el sonido de un disparo. Al oírlo echamos a correr en dirección a la casona y nos los encotramos así.

Tras unos segundos de vacilación, y viendo que su madre no estaba en condiciones de hacerse cargo de la situación, Soledad empezó a dar órdenes a la servidumbre.

-Subid a mi hermano a su habitación-dijo dirigiéndose a los hombres que sostenían a Tristán. Y tú, Mauricio, corre al pueblo a avisar a la doctora Casas.

-A la orden señorita. Con su permiso me llevaré la calesa, de ese modo la galena podrá venir más rápidamente. Pero, ¿qué hacemos con el Castañeda?.

-Acomodarlo en una de las habitaciones de invitados y que alguien se encargue de avisar a su familia.

-Está bien, como usted diga. Yo mismo puedo dar la voz de alarma en la casa de comidas.

-Pues parte de una maldita vez, que no podemos perder ni un segundo-gritó la joven Montenegro. ¿No ves que la vida de mi hermano corre peligro?.

Mauricio obedeció y a grandes zancadas se dirigió hacia la puerta mientras entre varios hombres trasladaban a los heridos hacia las habitaciones de la planta superior de la casona. Soledad se acercó a su madre y le hizo inhalar un poco del tónico que guardaban para esos casos de desvanecimientos. Al cabo de unos segundos doña Francisca recobró el conocimiento y su habitual autoritarismo.

-¿Qué ha sucedido? ¿Dónde está tu hermano? ¡Quiero verlo!

-Tranquilices madre, ya he mandado a Mauricio a buscar a la doctora Casas. Y los hombres de la cuadrilla los han subidos a los cuartos.

-¿Cómo que los han subido? ¿De quién hablas?-preguntó enfurecida.

-Alguien ha atacado a Tristán y a Alfonso Castañeda. Ambos están malheridos.

-¡No me digas que has metido a ese destripaterrones en una de nuestras habitaciones!. Ni en los peores momentos Francisca Montenegro podía olvidar sus prejuicios clasistas.

-Claro que sí, madre. Le recuerdo que es el hijo de Rosario y que es un buen muchacho. Pero aunque hubiera sido un sinvergüenza mi conciencia no me permite dejar a un hombre malherido tirado a su suerte en una noche como esta. Además, no olvide que es amigo de Tristán y que su hijo le tiene en alta estima.

-Está bien, no quiero discutir. Voy a ver como está tu hermano-dijo mientras intentaba levantarse. Pero de nuevo aquel horrible dolor le atravesaba la cabeza y se mareó.

-Madre, ¿se encuentra bien?-preguntó preocupada Soledad.

-Este maldito dolor de cabeza me está matando-contestó mientras se sujetaba las sienes con ambas manos. Hija, hazme el favor de ir a mi cuarto a buscar la medicina que me recetó la doctora.

-Ahora mismo subo. Pero usted quedese aquí, que ahora mismo mando a Inés a que le vaya a buscar un vaso de agua. Y no se preocupe-le dijo mentras le acariciaba una mano-que Tristán es un hombre muy fuerte y va a salir de esta. La doctora Casas sabrá lo que hacer.

-Dios te oiga, hija mía. Dios te oiga.
#312
lapuebla
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13/01/2012 22:55
-¿Quién será a estas horas?-se preguntó Pepa al escuchar los fuerte golpes en la puerta de la taberna.

-Pues quien va a ser, alguno borracho que no sabe que la gente de bien necesita dormir. ¡Está cerrado!-gritó Emilia visiblemente malhumorada.

-Soy Maurcio. ¡Abre!, que traigo malas noticias sobre tu marido.

Emilia sintió como le faltaba el aire y las piernas apenas podían sostenerla e pie. Tuvo que agarrarse a la mesa para no caerse. Así que fue Pepa quien abrió la puerta.

-¿Qué sucede , capataz?-le inquirió la partera.

-Alguien ha atacado a don Tristán y al Castañeda mientras estaban de vigilancia en los alrededores de la casona.

-¿Y como están?-logró preguntar una Emilia aterrada.

-No me voy a andar con medias tintas. La cosa pinta mal. Tu marido tiene una brecha en la cabeza y ha perdido el sentido.

-¿Y Tristán?-ahora era la voz de Pepa la que sonaba angustiada.

-El señor ha recibido una puñalada en la pierna y ha perdido mucha sangre. Le coloque un torniquete para parar la hermorragia.

-¿Está consciente?

-Por momentos se despierta, pero apenas logramos entender lo que dice.

-¿Dónde están ahora? ¿Habeis avisado a la doctora?-siguió preguntando atropelladamente Pepa.

-Vengo ahora mismo de la casa de la doctora. Tan pronto como recoja sus enseres en el consultorio partiremos para la casona.

Pepa sujetó a Emilia por los hombros y le ordenó ir llamar a Raimundo y a Sebastián. No quería que se quedara sola en la taberna sabiendo que alquel indeseabla aun andaba merodeando por la comarca.

-Yo me voy con Mauricio y la doctora a la casona. Quizás le pueda ayudar…

-Yo tambien voy-se revolvió Emilia.

-No. Es mejor que te quedes. Aun no estás repuesta del todo y no es bueno que te disgustes.

-Me da igual lo que es bueno o no. En estos momentos lo único que quiero es estar con Alfonso. No voy a dejarlo solo.

Pepa comprendió que nada de lo que le pudiera decir la haría cambiar de opinión. Seguía siendo una muchacha terca y tratándose de su marido no habría nada ni nadie en el mundo capaz de detenerla. Así que no trató de disuadirla, aunque sí la convenció para que fuera a alertar a su padre y a su hermano. Mucho se temía que aquella iba a ser una noche muy larga y todos los apoyos serían pocos para tratar de sobrellevar la angustia. También le pidió a Raimundo que diera aviso en el Jaral, pues no quería preocupar a su madre con su ausencia.
#313
lapuebla
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13/01/2012 22:57
-¿Qué hace ella aquí?-preguntó enfurecida doña Francisca cuando vio entrar a Pepa en la casona.

-Lo siento señora, pero la partera estaba en casa de los Ulloa cuando a fui a avisarlos. Ha venido acompañando a Emilia.

-Madre, no es momento de disputas absurdas-intervino Soledad.-Mi hermano y Alfonso están malheridos y ahora nuestra preocupación debería ser velar por ellos.

-Soledad tiene razón, doña Francisca-habló la doctora Casas.-Los conocimientos de Pepa pueden sernos de gran ayuda. Me consta que no es la primera vez que se ve en estas duras lides y seguramente me podrá ayudar a tratar a Tristán y al otro muchacho. Además, en su estado no es bueno que se altere de esa forma.

-¿Y cómo no voy a alterarme sabiendo que mi hijo se está desangrando?-gritó la Montenegro mientras se sujetaba la cabeza con la mano.

-Madre, nadie puede estar tranquilo en estas circunstancias. Pero soliviantándonos no ayudamos en nada. Asi que ahora dejemos a la doctora y a Pepa hacer su trabajo. Gregoria-dijo dirigiendo su mirada a la galena-díganos qué es lo que necesita.

-Necesitamos paños, vendas y agua en abundancia. ¿Dónde están los heridos?

-Yo le indico-contestó Soledad mientras se dirigía a las escaleras seguida de la doctora, Pepa y una temblorosa Emilia.

Cuando las cuatro muchachas desaperecieron de su vista, doña Francisca se levantó y le indicó con la mirada a Mauricio que la siguiera a la biblioteca. Una vez dentro cerraron la puerta con llave.

-¿Qué ha ocurrido?-preguntó dirigiendo una furibunda mirada al capataz.

-No lo sabemos a ciencia cierta. Volvíamos con la patrulla cuando un disparo en la parte de atrás de la finca nos alertó. Acudimos corriendo pero cuando llegamos nos los encontramos tirados junto al muro, cerca del camino que sube a las caballerizas.

-¿Tú crees que ha podido ser él?. Porque si ese monstruo ha sido el que le ha hecho esto a mi hijo, te juro que tanto tú como él teneis los días contados. Reza para que la doctora y esa partera del demonio logres salvar la vida de Tristán. Porque si a mi hijo le ocurre algo yo misma te mataré con mis propias manos.

-Pero señora-la voz del capataz denotaba un gran temor-es imposible que haya sido él. Una sola persona no puede ser capaz de atacar de ese modo a dos hombres fuertes como don Tristán y Alfonso. Varias veces me he peleado yo con el Castañeda y creame que nunca he salido bien parado.

-Déjate de tonterías, mostrenco. Entonces, si no ha sido él, ¿puedes explicarme quien es el responsable de este desmán?

-No lo sé, señora. Pero quizás hayan sido ladrones y maleantes, que de gente de esa calaña está la comarca llena. Además todo el mundo sabe que el tal Severiano juró vengarse de Alfonso, después de lo ocurrido aquel día en la posada.

-¡Basta ya capataz!. Y ahora fuera de mi vista y no quiero verte hasta que averigües que es lo que ha pasado. Quien quiera que le haya hecho esto a mi hijo pagará por ello.

-Como uste mande-contestó Mauricio bajando la cabeza y cerrando tras de si la puerta de la biblioteca. Tan pronto como doña Francisca oyo cerrarse el gran portón de la casona se dejó caer en la silla y rompió a llorar. Si algún atisbo de humanidad quedaba en su alma, ese era el amor por su hijo Tristán. Una nueva punzada de dolor nubló su vista.
#314
lapuebla
lapuebla
13/01/2012 22:58
En una de las habitaciones del piso superior la doctora Casas acaba de suturar la herida en la pierna de Tristán. El puñal le habia dañado varias venas y arterias y la pérdida de sangre ponía en peligro su vida. Su rostro estaba pálido y la respiración era dificultosa. Seguía inconsciente pero por momentos murmuraba palabras apenas audibles. Sólo pudieron entender una: “Pepa”.

-Bueno, aquí ya no puedo hacer nada más. Voy a ver como se encuentra el otro herido. Es mejor que tú te quedes con tu hermano.-Tan pronto como pronunció esas palabras se arrepintió, pues muy a su pesar comprendía el sufrimiento que estaban soportando Tristán y Pepa. Pero ella no era mujer que acostumbrase a pedir disculpas.

-Desucuide doctora, yo me quedo con él. Vaya a ver a Alfonso. Por lo que he podido ver sus heridas no son muy profundas pero ese desalmado lo ha golpeado con saña. Y Emilia no puede soportar esta incertidumbre.

-Vigila la herida. Si ves que los vendajes vulven a ensangrentarse corre a a avisarme. Creo que he suturado todos los vasos afectados, pero cualquier precaución es poca.

-Así lo haré.

La doctora salió de la habitacion y atravesó el pasillo para dirigirse al cuarto de invitados donde habían acomodado a Alfonso. Mientras, Pepa se sentó al lado del lecho de Tristán y le cogió las manos entre las suyas. Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras intentaba ahogar los sollozos.

-Pepa-la llamó de nuevo con un hilo de voz apenas audible.

-Estoy aquí, contigo. No pienso dejarte solo ni un instante. Y voy a cuidar de ti. No permitiré que te pase nada malo, ¿me oyes?. No me importa lo que diga la gente o lo que diga la ley de Dios. Yo te quiero y no permitiré que nada ni nadie nos separe. Así que no puedes rendirte, por favor.

Ya no pudo seguir hablando. Los sollozos ahogaban su garganta mientras con una de sus manos acariciaba la frente de Tristán. Decidió seguir el consejo de Emilia, que siempre le decía que buscara un recuerdo agradable cuando se sintiera derrotada por la pena. Pero en casi todos sus recuerdos estaba él.

Tras la puerta una persona contemplaba la escena en silencio intentando contener las lágrimas. Sentía que el corazón se le iba a resquebrajar si a Tristán le sucedía algo. Pero al dolor por ver al muchacho en tan lamentable estado se sumaba la desazón que le producía el no saber si había hecho o no lo correcto. Pensaba que con su silencio estaba protegiendo a la familia pero empezaba a dudar si no hubera sido mucho mejor desvelar la verdad. En su amargura pensaba que el amor era una fantasía pasajera que sólo podía acarrear dolor y humillaciones. Pero ahora sabía que jamás de podría perdonar si él moría sin haber podido ser feliz junto a la mujer que amaba.

El sonido de una puerta interrumpió sus pensamientos y decidió bajar de nuevo al salón sin hablar con Pepa. Mientras recorría las escaleras la doctora Casas volvía a entrar en el cuarto de Tristán.
#315
CUQUINA37
CUQUINA37
14/01/2012 11:35
Pepa..por dios no me mates a Alfonso...mata a Mauricio.
#316
lapuebla
lapuebla
14/01/2012 13:57
Rosa, no te preocupes que no por ahora no voy a matar a nadie. Además, a mí en el fondo me cae bien Mauricio, eso sí, muy en el fondo.....
#317
yolanada
yolanada
14/01/2012 15:58
Sigue Pepa, que está muy interesante .... please.
#318
martileo
martileo
15/01/2012 18:40
De casualidad he visto que has escrito otro de tus fics Lapuebla con lo que me gustan :)
Una vez más nos dejas con el corazón en un puño........confío en que termine bien.
#319
Kumita23
Kumita23
16/01/2012 11:51
Lapuebla..eres fantástica y malvada....me muero los nudillos a la espera de la continuación.
#320
lapuebla
lapuebla
16/01/2012 13:01
MONSTRUOS (parte 2)

Pepa se sobresaltó al escuchar el sonido de la puerta y dirigió su vista hacia ella. Era la doctora, que regresaba de la habitación que ocupaba Alfonso. Con sumo cuidado levantó la sábana y comprobó como estaba el vendaje. Pudo intuír la expresión de alivio en los ojos de la médico al ver que la herida no había vuelto a sangrar. Pero él no era el único herido.

-¿Cómo se encuentra Alfonso?

-Pues la verdad no sabría decirte-confesó en tono dubitativo, algo muy raro en la doctora. –Le he dado unos puntos de sutura en la herida, que no es muy profunda y ya había parado de sangrar. Pero sigue inconsciente, lo que me preocupa sobremanera, porque un golpe así de fuerte en la cabeza puede tener graves consecuencias.

-¡Dios mío!-fueron las únicas palabras que pudo articular la muchacha, presa de una mezcla de dolor y rabia por lo acontecido. No sólo la vida de Tristán corría peligro, sino que también una negra sombra se cernía sobre Alfonso y ella sabía que Emilia no soportaría un nuevo golpe.

La siempre distante doctora Casas, la mujer que anteponía su profesión y la ciencia a sus sentimientos, mostró por fin al ser humano que llevaba dentro. Se acercó a Pepa, que permanecía sentada junto a la cama, y posó una mano en el hombro de la partera. A su manera, un tanto torpe, quería infundirle esperanzas. Buscó las palabras adecuadas.

-Pero ese muchacho es muy fuerte, así que no hay que desesperarse. Le he hecho una exploración y sus costantes vitales están bien.

-Dísculpe mi ignorancia Gregoria, pero recuerde que no soy más que una simple comadrona y esas palabrejas técnicas se escapan a mi entender.-No había ni rastro de ironía ni amargura en las palabras de Pepa, sólo quería que la doctora le hablase en un lenguaje más llano.

-Tienes razón, los médicos tenemos la mala costumbre de utilizar términos que los pacientes no pueden comprender-le dijo esbozando una tímida sonrisa.-Quiero decir que su presión está
bien, no tiene fiebre y al auscultar su corazón he podido comprobar que los latidos son fuertes y el ritmo es normal. Así que por ese lado podemos estar tranquilos. Quizás se despierte de un momento a otro, o quizás tarde unas horas, pero no debemos desesperar.

-Gracias doctora, gracias por todo lo que está haciendo. Puede que usted y yo no seamos amigas, que ni siquiera nos llevemos bien, pero ha de saber que la respeto profundamente como médico. Es usted una gran profesional.

-No tienes porque dármelas, es mi trabajo-respondió en tono seco la doctora tratando de zanjar una conversación que empezaba a resultarle un tanto incómoda. Por un momento volvía a ser la Gregoria Casas altiva y cortante de siempe.

Ambas mujeres se quedaron en silencio, sin saber qué decirse. Pepa seguía sosteniendo entre las suyas la mano de Tristán. Intentaba contener las lágrimas, pero el esfuerzo estaba resultando infructuoso y la doctora se percató de que las mejillas de la partera estaban humedecidas. Y por primera vez sintió lástima por aquella muchacha de carácter fuerte por la que siempre había sentido antipatía. Durante mucho tiempo trató de justificar aquella aversión bajo el manto del celo profesional, considerándola una intrusa que se valía de pócimas y ungüentos de curanderas para robarle el trabajo a los verdaderos médicos como ella. Pero en el fondo de su corazón sabía que la inquina que sentía se debía a otra clase de celos.

Gregoria ansiaba quedarse a solas con Tristán. Aunque supieraa que él jamás la correspondería no podía dejar de sentirse atraída por aquel hombre apuesto y caballeroso que además había demostrado ser de mente abierta y comprensiva.

-Pepa, quizás sería mejor que fueses a ver cómo sigue el otro herido. Además, creo que Emilia necesita que la apoyen. La pobre muchacha lo está pasando muy mal y ya ha sufrido bastante en los últimos tiempos.

-Sí, la vida es tan injusta. Parece que fue ayer cuando estabamos todos celebranso su boda, cuando me contaba que era la mujer más dichosa de este pueblo y él no cabía en si de gozo. Y mírelos ahora-se lamentó Pepa.

-Tienes razón, la vida no suele ser justa-respondió pensativa la doctora. –Pero vete tranquila, que yo me quedo con él-su mirada se dirigió hacia la cama.-Y aprovecho para hacerle una nueva exploración.

-De acuerdo-dijo Pepa mientras soltaba la mano de Tristán y se levantaba de la silla.-Pero si….

-Si sucede algo iré inmediatamente a llamarte, descuida-contestó la doctora adivinando la preocupación de la muchacha.-Creo que tu experiencia me será de gran ayuda.

-Gracias, Gregoria.
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