Foro El secreto de Puente Viejo
La Biblioteca (L - Z)
#0
23/10/2011 12:32
EL RINCÓN DE LADYG
El único entre todos I, II, III, IV, V
EL RINCÓN DE LAPUEBLA
Descubriendo al admirador secreto
Los Ulloa se preocupan por Alfonso
La vida sigue igual
Los consejos de Rosario
Al calor del fuego I, II, III
Llueve I, II
La voz que tanto echaba de menos
Para eso están las amigas
El último de los Castañeda
No sé
Pensamientos
La nueva vecina I - IV, V, VI - VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV
Sin rumbo I, II, III, IV
Un corazón demasiado grande
Soy una necia
Necedades y Cobardías
El amor es otra cosa
Derribando murallas
El nubarrón
Una petición sorprendente I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII , IX – XII
Deudas, cobardes y Victimas I (I) (II), II (I) (II), III, IV, V, VI,
El incendio
Con los cinco sentidos
EL RINCÓN DE LIBRITO
Hermanos para siempre. Las acelgas. Noche de ronda
Tertulia literaria, La siembra
Cinco meses I-IV
EL RINCÓN DE LNAEOWYN
Mi destino eres tú
Eres mi verdad
Raimundo al rescate
Rendición
Desmayo
Masaje
Qué borrachera, qué barbaridad...
EL RINCÓN DE MARTILEO
Cuenta la leyenda
El amor de mi vida
EL RINCÓN DE MARY
Cumpliendo un sueño I, II, III, IV
EL RINCÓN DE MIRI
Recuperando la fe
La verdad
Una realidad dolorosa
Yo te entiendo
De adonis y besos
EL RINCÓN DE NHGSA
Raimundo, Francisca y Carmen: un triángulo peligroso
Confesión I, II
EL RINCÓN DE OLSI
Descubriendo el amor I, II
El amor todo lo puede
Bendita equivocación
Sentimientos encontrados I, II
Verdadero amor I, II, III, VI
El orgullo de Alfonso I, II, III, VI
Descubriendo la verdad I, II
Despidiendo a un crápula I, II
Siempre estaré contigo I, II
La ilusión del amor I, II
El desengaño I, II, III
Sola
Reproches I(I), I(II), II, III, IV
Tenías que ser tú I, II, III
Abre los ojos I, II, III, VI, V
Ilusiones rotas
El tiempo lo cura todo I, II
La despedida
EL RINCÓN DE RIONA
Abrir los ojos
Su verdad
Si te vas
Y yo sin verte I, II, III, IV, V
Cobarde hasta el final
Un corazón que late por ti
Soy Emilia Ulloa Soy Alfonso Castañeda
La mano de un amigo I, II, III, IV, V
EL RINCÓN DE RISABELLA
Como a un hermano
Disimulando
Alfonso se baña en el río
Noche de pasión
EL RINCÓN DE VERREGO
Lo que tendría que ser...
EL RINCÓN DE VILIGA
Tristán y Pepa: Mi historia
EL RINCÓN DE YOLANADA
¡Cómo Duele! I, II, III, IV, V, VI, VII
EL RINCÓN DE ZIRTA
El despertar de Emilia Ulloa
Atrapado en mis recuerdos
La última carta
Contigo o sin tí (With or without you)
Tiempo perdido (Wasted time)
Si te vas
El tiro de gracia
Perro traidor
#281
18/12/2011 11:29
No pude evitar pegar un puñetazo en la mesa, presa de la impotencia e indignación. ¿Por qué el destino es tan cruel? ¿Qué voy a hacer ahora con mi vida? Mi mundo se había desplomado por completo, ladrillo a ladrillo, y yo no sabía qué hacer con tanto ladrillo. En apenas unas horas había perdido a mi familia y a la única mujer a la que de verdad había amado en mi vida. Me despedí de Águeda y salí de la posada sin rumbo fijo.
Tomo el camino que lleva a la montaña, sé que allí podré llegar a encontrar un poco de paz, aunque no sé yo si la alcanzaré algún día. No puedo dejar de llorar, la vida me ha golpeado de la forma más dura que se le puede golpear a una persona que ama a otra, como quiero a Tristán...él era mi presente y mi futuro, era la persona con la que quería pasar el resto de mi vida y ahora...el ahora no existe, porque el pasado ha vuelto para romperme en pedazos.
De repente, en mi camino se cruza una calesa, me aparto, la reconozco es la calesa de los Mesía...
-¡Pepa!
Reconozco esa voz, es Olmo, no me paro, lo ignoro...la calesa sigue su camino. Quiero que todos me dejen sola, sola en compañía de este dolor que me ahoga, que hunde en el barro sin posibilidad de respirar, que me entierra en vida. Me he desviado de mi camino, estoy en dirección a la Quedrada de los Lobos, mi niño, mi niñito...mi hijito que de la manera mas brutal me fue arrebatado, arrebatado dos veces...necesito estar allí, estar con él, sentirlo de algún modo...lo he perdido todo en esta vida, no me queda nada, hasta mi propia alma me ha abandonado.
Llego hasta ese lugar escarpado, tropiezo varias veces, la respiración es cada mas agitada y entrecortada, me cuesta mucho respirar, noto como la visión se me nubla, incluso la llego a perder, me siento cansada, noto como las fuerzas me van abandonando, es este dolor que me deja sin aliento. Me quiero acercar al borde del acantilado, no se si podre llegar...lo intento pero me cuesta, las lágrimas siguen cayendo por mis mejillas...esto es lo único que tiene sentido, las fuerzas me abandonan como mi propia vida, “¿para qué vivir? ¿Me quedo algo en esta tierra por lo que luchar?” Llego al borde pero mis ojos se cierran y noto como mi cuerpo muerto, inerte, cae como una pluma que se lleva el viento.
Cuando quise darme cuenta, estaba en mitad del campo, a la vera del río y preguntándome qué me retenía en este mundo. Estaba a punto de hacer una locura cuando algo me detuvo. Era Rosario.
- Tristán, hijo, ¿qué haces aquí? Te hacía de luna de miel.
- Más bien de hiel, Rosario.
- ¿Por qué dice eso, señor?
No supe qué decirle, así que simplemente callé y me abracé a ella llorando, como cuando era un zagal. Siempre he sabido que Francisca Montenegro me crió, pero también que Rosario ha sido mi verdadera madre. Ella era la única persona con la que podía desahogarme.
- Tristán, me está asustando. ¿qué tiene?
- ¿Que qué tengo? Angustia, desesperanza, frustración, impotencia, rabia, odio, y mil cosas más que no digo para no asustarte.
- No me suste, señor. ¿Le ha ocurrido algo a Pepa? ¿Ha...? -dijo mostrando cara de horror-
-No, Rosario, pierde cuidado. Aunque ambos hemos muerto un poco por dentro. Tenemos que anular nuestro enlace.
-¿Cómo? -una perpleja Rosario me miraba seriamente preocupada. ¿Qué es eso tan grave que ha ocurrido para que vuestro matrimonio se haya roto?
- Doña Águeda nos ha informado de que Pepa y yo...nosotros... compartimos algo más que un amor tan grande como este universo. Rosario, Pepa y yo compartimos al mismo progenitor. Ella es mi hermana...
Rosario me rodeó con sus brazos y me atrajo contra su pecho, donde lloré un buen rato hasta que de pronto caí en la cuenta de que le estaba robando un tiempo valiosísimo a la empleada de mi madre.
-Anda, Rosario, marcha a la casona. No quiero que tengas cuitas por mi culpa. Y por favor, no le digas nada a mi familia. Llegado el caso ya se lo diré yo.
- Señor, no me quedo tranquila sabiendo lo mal que lo está pasando usted... ¿Irá luego por la casona?
-No, Rosario, ya oíste anoche a mi madre.
-¿Y dónde va a ir ahora? Si no tiene donde ir, vaya a mi casa. Los muchachos estarán faenando, así que podrá estar solo sin nadie que le moleste.
-Gracias, Rosario, lo consideraré.
Cuando Rosario se fue, me quedé sentado en una piedra del camino. ¿Qué iba a hacer ahora con mi vida? Estaba claro que a la casona ni quería ni podía volver, pues eso significaría oir las burlas de mi madre y los “te lo advertí” de mi hermana. Y Madrid... supongo que ya no podrá ser, tanto Pepa como yo necesitamos tierra de por medio para aplacar nuestros sentimientos.
Cuando quiero darme cuenta, la noche se está echando encima, así que decido volver a la posada. Con suerte, Pepa habrá llegado y podremos hablar de lo que ha pasado. Y si no ha llegado me tomaré una copa; la necesito.
CONTINUARÁ..
Tomo el camino que lleva a la montaña, sé que allí podré llegar a encontrar un poco de paz, aunque no sé yo si la alcanzaré algún día. No puedo dejar de llorar, la vida me ha golpeado de la forma más dura que se le puede golpear a una persona que ama a otra, como quiero a Tristán...él era mi presente y mi futuro, era la persona con la que quería pasar el resto de mi vida y ahora...el ahora no existe, porque el pasado ha vuelto para romperme en pedazos.
De repente, en mi camino se cruza una calesa, me aparto, la reconozco es la calesa de los Mesía...
-¡Pepa!
Reconozco esa voz, es Olmo, no me paro, lo ignoro...la calesa sigue su camino. Quiero que todos me dejen sola, sola en compañía de este dolor que me ahoga, que hunde en el barro sin posibilidad de respirar, que me entierra en vida. Me he desviado de mi camino, estoy en dirección a la Quedrada de los Lobos, mi niño, mi niñito...mi hijito que de la manera mas brutal me fue arrebatado, arrebatado dos veces...necesito estar allí, estar con él, sentirlo de algún modo...lo he perdido todo en esta vida, no me queda nada, hasta mi propia alma me ha abandonado.
Llego hasta ese lugar escarpado, tropiezo varias veces, la respiración es cada mas agitada y entrecortada, me cuesta mucho respirar, noto como la visión se me nubla, incluso la llego a perder, me siento cansada, noto como las fuerzas me van abandonando, es este dolor que me deja sin aliento. Me quiero acercar al borde del acantilado, no se si podre llegar...lo intento pero me cuesta, las lágrimas siguen cayendo por mis mejillas...esto es lo único que tiene sentido, las fuerzas me abandonan como mi propia vida, “¿para qué vivir? ¿Me quedo algo en esta tierra por lo que luchar?” Llego al borde pero mis ojos se cierran y noto como mi cuerpo muerto, inerte, cae como una pluma que se lleva el viento.
Cuando quise darme cuenta, estaba en mitad del campo, a la vera del río y preguntándome qué me retenía en este mundo. Estaba a punto de hacer una locura cuando algo me detuvo. Era Rosario.
- Tristán, hijo, ¿qué haces aquí? Te hacía de luna de miel.
- Más bien de hiel, Rosario.
- ¿Por qué dice eso, señor?
No supe qué decirle, así que simplemente callé y me abracé a ella llorando, como cuando era un zagal. Siempre he sabido que Francisca Montenegro me crió, pero también que Rosario ha sido mi verdadera madre. Ella era la única persona con la que podía desahogarme.
- Tristán, me está asustando. ¿qué tiene?
- ¿Que qué tengo? Angustia, desesperanza, frustración, impotencia, rabia, odio, y mil cosas más que no digo para no asustarte.
- No me suste, señor. ¿Le ha ocurrido algo a Pepa? ¿Ha...? -dijo mostrando cara de horror-
-No, Rosario, pierde cuidado. Aunque ambos hemos muerto un poco por dentro. Tenemos que anular nuestro enlace.
-¿Cómo? -una perpleja Rosario me miraba seriamente preocupada. ¿Qué es eso tan grave que ha ocurrido para que vuestro matrimonio se haya roto?
- Doña Águeda nos ha informado de que Pepa y yo...nosotros... compartimos algo más que un amor tan grande como este universo. Rosario, Pepa y yo compartimos al mismo progenitor. Ella es mi hermana...
Rosario me rodeó con sus brazos y me atrajo contra su pecho, donde lloré un buen rato hasta que de pronto caí en la cuenta de que le estaba robando un tiempo valiosísimo a la empleada de mi madre.
-Anda, Rosario, marcha a la casona. No quiero que tengas cuitas por mi culpa. Y por favor, no le digas nada a mi familia. Llegado el caso ya se lo diré yo.
- Señor, no me quedo tranquila sabiendo lo mal que lo está pasando usted... ¿Irá luego por la casona?
-No, Rosario, ya oíste anoche a mi madre.
-¿Y dónde va a ir ahora? Si no tiene donde ir, vaya a mi casa. Los muchachos estarán faenando, así que podrá estar solo sin nadie que le moleste.
-Gracias, Rosario, lo consideraré.
Cuando Rosario se fue, me quedé sentado en una piedra del camino. ¿Qué iba a hacer ahora con mi vida? Estaba claro que a la casona ni quería ni podía volver, pues eso significaría oir las burlas de mi madre y los “te lo advertí” de mi hermana. Y Madrid... supongo que ya no podrá ser, tanto Pepa como yo necesitamos tierra de por medio para aplacar nuestros sentimientos.
Cuando quiero darme cuenta, la noche se está echando encima, así que decido volver a la posada. Con suerte, Pepa habrá llegado y podremos hablar de lo que ha pasado. Y si no ha llegado me tomaré una copa; la necesito.
CONTINUARÁ..
#282
18/12/2011 11:30
Entro en la posada y noto como todos los parroquianos me miran, y no les culpo. Hace unas horas se han enterado de mi enlace con Pepa, y ahora me ven solo, desaliñado y con semblante serio. Algunos murmuran sobre la veracidad de los rumores, otros me clavan sus miradas en la nuca y los menos, se dedican a jugar a las cartas en alguna mesa.
-Buenas noches, Raimundo. Póngame lo más fuerte que tenga.
- Tristán, ¿cómo se encuentra?
Durante unos segundos permanezco en silencio, rumiando la pregunta de Raimundo. ¿Que cómo me encuentro? Ni yo mismo sabría decirlo a ciencia cierta. Sé que odio a Salvador Castro con todas mis fuerzas, sé que amo a Pepa con toda mi alma y sé que los meses venideros van a ser los peores de mi vida, más incluso que cuando perdí a Martín. Sé que puede parecer duro, pero sabía que Martín estaba en un lugar mejor, y que no iba a sufrir nunca más. Pero Pepa va a sufrir, y yo también, pues podría ir a buscarla a Madrid o al fin del mundo, pero he de contenerme si no quiero caer en pecado mortal. Finalmente decido responder al tabernero con un monosílabo.
- Mal.
- ¿Coñac? No te va a solucionar la vida, pero te va a recomponer el cuerpo.
- Gracias, Raimundo.
-No hay de qué, Tristán. Sabe que en esta casa se le aprecia. ¿Puedo preguntarle lo que va a hacer ahora que sabe lo que sabe?
- No lo sé, Raimundo, no lo sé. A la casona no pienso volver, e ir a Madrid ya no tiene sentido.
- ¿Y por qué no se queda con nosotros? No sólo tendría un techo y comida, sino que además, estaría acompañado de gente que le aprecia de verdad. No tiene que responder ahora si no quieres, pero piénselo.
- Gracias, Raimundo, pero no hay nada que pensar, me quedo con usted y su familia. Lo único que me gustaría pedirle un favor.
- El que quiera.
- Si fuera posible me gustaría ocupar una habitación que no fuese en la que he amanecido hoy. Demasiados recuerdos, demasiado dolor.
- Eso está hecho. ¡Emilia! Emilia, hija, dispón la nueva habitación de Tristán, la del final del pasillo.
- Al punto, padre.
- Por cierto, Raimundo, ¿sabe si Pepa está en su habitación?
- Que yo sepa, no ha vuelto desde que salió esta mañana... pero si quieres, voy a mirar.
Asentí con la cabeza y aguardé a que llegara el tabernero. Cuando lo hizo, tenía el semblante serio y me informó que no había ni rastro de Pepa. Ya era noche cerrada y Pepa sin aparecer...
-Raimundo, tengo que hablar con ella. Voy a El Jaral, seguramente esté allí.
Cogí mi capa y salí de allí a paso ligero. Cuando llegué a El Jaral, fue la misma Águeda la que salió a recibirme.
- ¡Tristán! ¿Sabe algo de Pepa?
- No, yo he venido a hablar con ella. ¿Es que no está aquí?
- Desde que salió esta mañana de la posada, no la he vuelto a ver, y mira qué horas son. ¿Y si le ha pasado algo a mi niña?
- No aflija, Águeda, seguro que Pepa está bien, pero hay que salir a buscarla.
- ¿Pasa algo, madre? -Olmo apareció por el zaguán preocupado
- Es Pepa, nadie sabe dónde está.
-Olmo, si no le importa, quisiera departir un asunto con usted.
-Claro, dígame, Tristán.
-Creo que lo mejor para Pepa es poner tierra de por medio, estudiar medicina y ser feliz, y eso no lo va a conseguir en Puente Viejo, pero no me gustaría que estuviera sola.
-¿Y qué propone?
- Si a ustedes no les parece mal, me gustaría que fueran con ella a Madrid. Sé que es muy atrevido por mi parte pedirles semejante cambio de vida, pero sé que es lo mejor para ella. Yo ya tenía apalabrado un piso en Madrid, pero puedo buscar otro más amplio.
- Olmo, creo que Tristán tiene razón. Pepa necesita alejarse de aquí, y creo que tú eres el más indicado para protegerla. Partiréis mañana, pasado a lo sumo. Id a buscar a Pepa mientras yo hago unas gestiones. Aún me quedan contactos suficientes como para teneros totalmente instalados a vuestra llegada.
- ¿Y usted, madre? ¿Acaso no viene con nosotros?
-No, hijo, de momento no. He de quedarme para hacerme cargo de las cuentas. Acabamos de gastarnos una auténtica fortuna para instalarnos aquí, y si queremos que el patrimonio de los Mesía no se desplome, alguien debe quedarse al frente. Y ahora, ve a preparar tu caballo para buscar a Pepa.
-Como usted disponga, madre.
Cuando Olmo salió de la habitación, me tomé el atrevimiento de preguntarle a Doña Águeda por sus verdaderas intenciones al quedarse en Puente Viejo.
-Es cierto que tengo que hacerme cargo de las finanzas familiares, pero también tengo muchos problemas que solucionar. Y ahora, si no te importa, hay que buscar a mi hija.
CONTINUARÁ...
-Buenas noches, Raimundo. Póngame lo más fuerte que tenga.
- Tristán, ¿cómo se encuentra?
Durante unos segundos permanezco en silencio, rumiando la pregunta de Raimundo. ¿Que cómo me encuentro? Ni yo mismo sabría decirlo a ciencia cierta. Sé que odio a Salvador Castro con todas mis fuerzas, sé que amo a Pepa con toda mi alma y sé que los meses venideros van a ser los peores de mi vida, más incluso que cuando perdí a Martín. Sé que puede parecer duro, pero sabía que Martín estaba en un lugar mejor, y que no iba a sufrir nunca más. Pero Pepa va a sufrir, y yo también, pues podría ir a buscarla a Madrid o al fin del mundo, pero he de contenerme si no quiero caer en pecado mortal. Finalmente decido responder al tabernero con un monosílabo.
- Mal.
- ¿Coñac? No te va a solucionar la vida, pero te va a recomponer el cuerpo.
- Gracias, Raimundo.
-No hay de qué, Tristán. Sabe que en esta casa se le aprecia. ¿Puedo preguntarle lo que va a hacer ahora que sabe lo que sabe?
- No lo sé, Raimundo, no lo sé. A la casona no pienso volver, e ir a Madrid ya no tiene sentido.
- ¿Y por qué no se queda con nosotros? No sólo tendría un techo y comida, sino que además, estaría acompañado de gente que le aprecia de verdad. No tiene que responder ahora si no quieres, pero piénselo.
- Gracias, Raimundo, pero no hay nada que pensar, me quedo con usted y su familia. Lo único que me gustaría pedirle un favor.
- El que quiera.
- Si fuera posible me gustaría ocupar una habitación que no fuese en la que he amanecido hoy. Demasiados recuerdos, demasiado dolor.
- Eso está hecho. ¡Emilia! Emilia, hija, dispón la nueva habitación de Tristán, la del final del pasillo.
- Al punto, padre.
- Por cierto, Raimundo, ¿sabe si Pepa está en su habitación?
- Que yo sepa, no ha vuelto desde que salió esta mañana... pero si quieres, voy a mirar.
Asentí con la cabeza y aguardé a que llegara el tabernero. Cuando lo hizo, tenía el semblante serio y me informó que no había ni rastro de Pepa. Ya era noche cerrada y Pepa sin aparecer...
-Raimundo, tengo que hablar con ella. Voy a El Jaral, seguramente esté allí.
Cogí mi capa y salí de allí a paso ligero. Cuando llegué a El Jaral, fue la misma Águeda la que salió a recibirme.
- ¡Tristán! ¿Sabe algo de Pepa?
- No, yo he venido a hablar con ella. ¿Es que no está aquí?
- Desde que salió esta mañana de la posada, no la he vuelto a ver, y mira qué horas son. ¿Y si le ha pasado algo a mi niña?
- No aflija, Águeda, seguro que Pepa está bien, pero hay que salir a buscarla.
- ¿Pasa algo, madre? -Olmo apareció por el zaguán preocupado
- Es Pepa, nadie sabe dónde está.
-Olmo, si no le importa, quisiera departir un asunto con usted.
-Claro, dígame, Tristán.
-Creo que lo mejor para Pepa es poner tierra de por medio, estudiar medicina y ser feliz, y eso no lo va a conseguir en Puente Viejo, pero no me gustaría que estuviera sola.
-¿Y qué propone?
- Si a ustedes no les parece mal, me gustaría que fueran con ella a Madrid. Sé que es muy atrevido por mi parte pedirles semejante cambio de vida, pero sé que es lo mejor para ella. Yo ya tenía apalabrado un piso en Madrid, pero puedo buscar otro más amplio.
- Olmo, creo que Tristán tiene razón. Pepa necesita alejarse de aquí, y creo que tú eres el más indicado para protegerla. Partiréis mañana, pasado a lo sumo. Id a buscar a Pepa mientras yo hago unas gestiones. Aún me quedan contactos suficientes como para teneros totalmente instalados a vuestra llegada.
- ¿Y usted, madre? ¿Acaso no viene con nosotros?
-No, hijo, de momento no. He de quedarme para hacerme cargo de las cuentas. Acabamos de gastarnos una auténtica fortuna para instalarnos aquí, y si queremos que el patrimonio de los Mesía no se desplome, alguien debe quedarse al frente. Y ahora, ve a preparar tu caballo para buscar a Pepa.
-Como usted disponga, madre.
Cuando Olmo salió de la habitación, me tomé el atrevimiento de preguntarle a Doña Águeda por sus verdaderas intenciones al quedarse en Puente Viejo.
-Es cierto que tengo que hacerme cargo de las finanzas familiares, pero también tengo muchos problemas que solucionar. Y ahora, si no te importa, hay que buscar a mi hija.
CONTINUARÁ...
#283
18/12/2011 11:30
Fui abriéndo los ojos. Oía el fuego de una lumbre. Estoy acostada en un catre y el cuerpo me pesa mucho. A medida que la visión se va haciendo mas clara, veo que estoy en un chozo...
-¿Que ha pasado?
-Has sufrido un desvanecimiento Pepa.
Esa voz me resulta familiar, la conozco. Nunca la podré olvidar, esté en donde esté, siempre la reconocere. Abró los ojos con mas presteza y allí está, sentada junto a mi...
-¡Flora!
Me incorporo, el cuerpo me duele, pero no me impide abrazarla con todas las fuerzas que me quedan en mi cuerpo. Su abrazo calma mi interior de tal manera que no puedo refrenar el comenzar a llorar, por todo lo que ha pasado.
-Pepa, mi niña, llora, llora todo lo quieras, desahógate.
La voz de Flora entraba dentro de mi como si quisiéra curar las heridas que se habían abierto en mi interior. Yo sigo llorando, no puedo hacer otra cosa. Es tal el dolor que siento, la impotencia, que la abrazo con más fuerza. Hasta que encuentro el momento de romper el silencio.
-Flora, ¿cómo me has encontrado?
-Pasaba por aquí cerca y me pareció verte correr. -Me dijo cogiendo mi cara entre sus manos. -Pero Pepa ¿qué ha pasado?
-Algo tan horrible que no sé como decirlo, ni describirlo.
-Inténtalo, ya verás como puedes.
-Hoy he recibido la noticia más triste de mi vida, una noticia contra la que no se puede luchar, es un golpe del pasado contra el que no puede hacer nada.
-Niña habla. -Me dijo Flora.
-Tristán, el amor de mi vida, el hombre por el que lo daría todo, el hombre al que más quise es mi hermano.
Al decirlo el aire me volvió a faltar, las lágrimas se apoderaron de mis ojos como el dolor de mi cuerpo y de mi mente. Era tan grande el disgusto que tenía que me dejé llevar por la desesperación.
-Pepa, mírame. -Dijo levantando mi cabeza.
-Hasta en el día más oscuro, las nubes tiene un borde plateado que nos muestran que tiempos mejores están por venir. Sé que el dolor en estos momentos está dentro de ti...
-Flora, el amor de mi vida...no podré estar con él, no hay ley humana o divina que pueda unirnos. Siempre supe que nuestro amor era imposible, pero ahora es mas imposible que nuca. -Dije con mi voz ahogada entre lágrimas. -No me queda nada en esta vida por lo que luchar, lo he perdido todo...
-No Pepa. -Dijo interrumpiéndome con fuerza y dulzura en su voz. -No digas eso, tienes muchas cosas por las que luchar, te quedan muchas cosas que vivir y por las que vivir, mira a tu al rededor hay mucha gente que te quiere...
-Pero...sin él nada tiene sentido, sentirlo cerca de mi era estar segura, de alguna manera estar protegida...
-Y seguirás estando protegida. Pepa, abre los ojos y verás como habrá siempre alguien a tu lado protegiéndote. Pepa, mi niña, no es momento de tirar la toalla, no permitas que el dolor y el miedo se apoderen de ti. Pepa has vivido cosas peores y has salido con la fuerza que simepre te ha caracterizado.
-Ahora no puedo Flora, no puedo. -Le dije llorando.
-Sí que puedes que Pepa, claro que puedes, eres una mujer fuerte y luchadora, no te dejes vencer ni te rindas. La vida te depara muchas cosas por las cuales no debes dejarte vencer por por el dolor, por la desesperación. No lo hagas mi niña, no lo permitas por ahí fuera hay que te espera...
-¿A qué te refieres? -La interrumpí y le pregunté extrañada.
-A que busques en tu interior, que busques y escuches a tu alrededor, siempre hay alguien a nuestro lado y es por esa persona y por uno mismo por lo que debemos seguir adelante. Pepa, no permitas que la desesperanza, el desconsuelo o la mismísma tristeza se asienten dentro de ti. Eres fuerte y tienes las fuerzas suficientes para tirar hacia delante. Mi niña...
Nos volvimos a brazar. Como siempre Flora tiene razón, pero sé que el dolor me nubla todo el entendimiento.
-Ahora acuéstate y descansa. -Me dijo ayudándome a tenderme en el catre.
-¿A dónde vas? -Le pregunté mientras que mis ojos se cierran sin poder hacer nada.
-Voy a prepararte un caldo. -Dijo mientras me acariciaba el rostro.
Cerré los ojos y perdí el mundo. Estaba sumergida en un lugar oscuro, no podía ver nada, ni tan aiquiera sé si tenía ojos. A lo lejos alguien me llama, es un hombre, pero no lo veo. Intento abrir los ojos, pero algo me lo impide. Oigo un golpe, como si se batiera una puerta, alguien me habla, pero no puedo ver nada.
CONTINUARÁ...
-¿Que ha pasado?
-Has sufrido un desvanecimiento Pepa.
Esa voz me resulta familiar, la conozco. Nunca la podré olvidar, esté en donde esté, siempre la reconocere. Abró los ojos con mas presteza y allí está, sentada junto a mi...
-¡Flora!
Me incorporo, el cuerpo me duele, pero no me impide abrazarla con todas las fuerzas que me quedan en mi cuerpo. Su abrazo calma mi interior de tal manera que no puedo refrenar el comenzar a llorar, por todo lo que ha pasado.
-Pepa, mi niña, llora, llora todo lo quieras, desahógate.
La voz de Flora entraba dentro de mi como si quisiéra curar las heridas que se habían abierto en mi interior. Yo sigo llorando, no puedo hacer otra cosa. Es tal el dolor que siento, la impotencia, que la abrazo con más fuerza. Hasta que encuentro el momento de romper el silencio.
-Flora, ¿cómo me has encontrado?
-Pasaba por aquí cerca y me pareció verte correr. -Me dijo cogiendo mi cara entre sus manos. -Pero Pepa ¿qué ha pasado?
-Algo tan horrible que no sé como decirlo, ni describirlo.
-Inténtalo, ya verás como puedes.
-Hoy he recibido la noticia más triste de mi vida, una noticia contra la que no se puede luchar, es un golpe del pasado contra el que no puede hacer nada.
-Niña habla. -Me dijo Flora.
-Tristán, el amor de mi vida, el hombre por el que lo daría todo, el hombre al que más quise es mi hermano.
Al decirlo el aire me volvió a faltar, las lágrimas se apoderaron de mis ojos como el dolor de mi cuerpo y de mi mente. Era tan grande el disgusto que tenía que me dejé llevar por la desesperación.
-Pepa, mírame. -Dijo levantando mi cabeza.
-Hasta en el día más oscuro, las nubes tiene un borde plateado que nos muestran que tiempos mejores están por venir. Sé que el dolor en estos momentos está dentro de ti...
-Flora, el amor de mi vida...no podré estar con él, no hay ley humana o divina que pueda unirnos. Siempre supe que nuestro amor era imposible, pero ahora es mas imposible que nuca. -Dije con mi voz ahogada entre lágrimas. -No me queda nada en esta vida por lo que luchar, lo he perdido todo...
-No Pepa. -Dijo interrumpiéndome con fuerza y dulzura en su voz. -No digas eso, tienes muchas cosas por las que luchar, te quedan muchas cosas que vivir y por las que vivir, mira a tu al rededor hay mucha gente que te quiere...
-Pero...sin él nada tiene sentido, sentirlo cerca de mi era estar segura, de alguna manera estar protegida...
-Y seguirás estando protegida. Pepa, abre los ojos y verás como habrá siempre alguien a tu lado protegiéndote. Pepa, mi niña, no es momento de tirar la toalla, no permitas que el dolor y el miedo se apoderen de ti. Pepa has vivido cosas peores y has salido con la fuerza que simepre te ha caracterizado.
-Ahora no puedo Flora, no puedo. -Le dije llorando.
-Sí que puedes que Pepa, claro que puedes, eres una mujer fuerte y luchadora, no te dejes vencer ni te rindas. La vida te depara muchas cosas por las cuales no debes dejarte vencer por por el dolor, por la desesperación. No lo hagas mi niña, no lo permitas por ahí fuera hay que te espera...
-¿A qué te refieres? -La interrumpí y le pregunté extrañada.
-A que busques en tu interior, que busques y escuches a tu alrededor, siempre hay alguien a nuestro lado y es por esa persona y por uno mismo por lo que debemos seguir adelante. Pepa, no permitas que la desesperanza, el desconsuelo o la mismísma tristeza se asienten dentro de ti. Eres fuerte y tienes las fuerzas suficientes para tirar hacia delante. Mi niña...
Nos volvimos a brazar. Como siempre Flora tiene razón, pero sé que el dolor me nubla todo el entendimiento.
-Ahora acuéstate y descansa. -Me dijo ayudándome a tenderme en el catre.
-¿A dónde vas? -Le pregunté mientras que mis ojos se cierran sin poder hacer nada.
-Voy a prepararte un caldo. -Dijo mientras me acariciaba el rostro.
Cerré los ojos y perdí el mundo. Estaba sumergida en un lugar oscuro, no podía ver nada, ni tan aiquiera sé si tenía ojos. A lo lejos alguien me llama, es un hombre, pero no lo veo. Intento abrir los ojos, pero algo me lo impide. Oigo un golpe, como si se batiera una puerta, alguien me habla, pero no puedo ver nada.
CONTINUARÁ...
#284
18/12/2011 11:31
¡Pepa! -Dijo Olmo asustado a verla allí tendida. -¡Pepa despierta! ¡Vamos Pepa! -Decía con desesperación.
Olmo...-No pude abrir los ojos, pero sé que es él por la voz.
La incorporo como puedo y la tomo en brazos. No sé qué le habrá pasado y ni dónde ha estado pero su estado no es bueno. Tiene heridas por la cara, la más grande la tiene en el comisura del labio, mientras la observo me fijo como una lágrima destella en uno de sus ojos, va cayendo lentamente por su mejilla y va dejando un rastro a medida que se desliza por la mejilla. Acerco mis labios a su cara, no me había equivocado, está ardiendo, debe tener fiebre. No sé como me fijo en sus manos, están enrojecidas
-¿qué has hecho Pepa?
Mi voz da sonido a la pregunta que me golpeaba con fuerza la mente, el corazón. Sé que no voy a tener respuesta pero verla en ese estado me produce un sentimiento de culpabilidad que nunca había sentido, pero lo ocurrido no tiene nada que ver conmigo, pero yo era sabedor desde un principio de lo que había pasado y no hice nada, pero más profundo es le sentimiento de pérdida que es el que me produce este nudo en mi garganta y que oprime mi alma.
Como puedo pongo el cuerpo de Pepa encima del caballo. Una vez que está sobre el animal monto yo. Contra mi cuerpo, apoyo el cuerpo de Pepa, lo sujeto con fuerza y a galope tendido me dirijo hasta El Jaral. El camino se hace largo. Pepa balbucea pero no la entiendo.
-¡Pepa aguanta!
Intento que el caballo vaya más rápido, noto como si se acelerara el paso del animal. En el horizonte ya veo las luces de El Jaral. Ya estamos llegando, estoy deseando llegar. No veo el momento de poner a salvo a Pepa. Llego a las caballerizas, el mozo sujeta el cuerpo de Pepa mientras yo desmonto, cojo a mi hermana en brazos, me dirijo al interior. En la puerta están doña Águeda y Tristán. Sin tan siquiera mirarlos me dirijo presto a la habitación que habíamos preparado para ella. Abro como puedo la puerta, los dos me siguen, coloco el cuerpo de mi hermana en la cama.
-Ines trae agua y paños. -Ordené a la sirvienta.
-Olmo, ¿qué ha pasado? -Me dijo madre desconsolada.
-La encontré en un chozo de pastores en la montaña y me y estaba en este estado. -Les expliqué a los dos.
Madre comenzó a llorar. Tristán intentaba aguantar.
-Les recomiendo que bajen. -Les dije. -Si se despierta y los ve ahí...no sabemos como va a reaccionar. -Les dije intentando ser lo menos brusco que pude.
-Olmo...yo quiero estar con mi hija. -Me dijo madre desesperada.
-Lo sé y estaré con ella. -Le dije mientras la abrazaba. -Pero será mejor que ahora no esté aquí, hágalo por ella madre.-Le di un beso en la frente.
-Esta bien. -Me responde resignada.
Tristán, como el caballero que es, ayuda a mi madre a bajar las escaleras. Al tiempo que llega Inés con el agua y los paños. La muchacha la despojó de sus ropas manchadas, entre los dos le limpiamos las heridas, a la vez que le limpiamos el rostro y las manos que estaban impregnados de tierra. Cuando terminamos, le dije a Inés que trajera una jarra de agua y vaso, Pepa necesitaba beber después de todo lo que había pasado. Me quedé toda la noche velando su sueño...más que un sueño eran pesadillas lo que la asaltaban. A veces la incorporo y le doy de beber. Otras coloco paños húmedos en su frente. Poco a poco la fiebre fue remitiendo, las pesadillas fueron desapareciendo, pero en ningún momento me permití cerrar los ojos.
CONTINUARÁ...
Olmo...-No pude abrir los ojos, pero sé que es él por la voz.
La incorporo como puedo y la tomo en brazos. No sé qué le habrá pasado y ni dónde ha estado pero su estado no es bueno. Tiene heridas por la cara, la más grande la tiene en el comisura del labio, mientras la observo me fijo como una lágrima destella en uno de sus ojos, va cayendo lentamente por su mejilla y va dejando un rastro a medida que se desliza por la mejilla. Acerco mis labios a su cara, no me había equivocado, está ardiendo, debe tener fiebre. No sé como me fijo en sus manos, están enrojecidas
-¿qué has hecho Pepa?
Mi voz da sonido a la pregunta que me golpeaba con fuerza la mente, el corazón. Sé que no voy a tener respuesta pero verla en ese estado me produce un sentimiento de culpabilidad que nunca había sentido, pero lo ocurrido no tiene nada que ver conmigo, pero yo era sabedor desde un principio de lo que había pasado y no hice nada, pero más profundo es le sentimiento de pérdida que es el que me produce este nudo en mi garganta y que oprime mi alma.
Como puedo pongo el cuerpo de Pepa encima del caballo. Una vez que está sobre el animal monto yo. Contra mi cuerpo, apoyo el cuerpo de Pepa, lo sujeto con fuerza y a galope tendido me dirijo hasta El Jaral. El camino se hace largo. Pepa balbucea pero no la entiendo.
-¡Pepa aguanta!
Intento que el caballo vaya más rápido, noto como si se acelerara el paso del animal. En el horizonte ya veo las luces de El Jaral. Ya estamos llegando, estoy deseando llegar. No veo el momento de poner a salvo a Pepa. Llego a las caballerizas, el mozo sujeta el cuerpo de Pepa mientras yo desmonto, cojo a mi hermana en brazos, me dirijo al interior. En la puerta están doña Águeda y Tristán. Sin tan siquiera mirarlos me dirijo presto a la habitación que habíamos preparado para ella. Abro como puedo la puerta, los dos me siguen, coloco el cuerpo de mi hermana en la cama.
-Ines trae agua y paños. -Ordené a la sirvienta.
-Olmo, ¿qué ha pasado? -Me dijo madre desconsolada.
-La encontré en un chozo de pastores en la montaña y me y estaba en este estado. -Les expliqué a los dos.
Madre comenzó a llorar. Tristán intentaba aguantar.
-Les recomiendo que bajen. -Les dije. -Si se despierta y los ve ahí...no sabemos como va a reaccionar. -Les dije intentando ser lo menos brusco que pude.
-Olmo...yo quiero estar con mi hija. -Me dijo madre desesperada.
-Lo sé y estaré con ella. -Le dije mientras la abrazaba. -Pero será mejor que ahora no esté aquí, hágalo por ella madre.-Le di un beso en la frente.
-Esta bien. -Me responde resignada.
Tristán, como el caballero que es, ayuda a mi madre a bajar las escaleras. Al tiempo que llega Inés con el agua y los paños. La muchacha la despojó de sus ropas manchadas, entre los dos le limpiamos las heridas, a la vez que le limpiamos el rostro y las manos que estaban impregnados de tierra. Cuando terminamos, le dije a Inés que trajera una jarra de agua y vaso, Pepa necesitaba beber después de todo lo que había pasado. Me quedé toda la noche velando su sueño...más que un sueño eran pesadillas lo que la asaltaban. A veces la incorporo y le doy de beber. Otras coloco paños húmedos en su frente. Poco a poco la fiebre fue remitiendo, las pesadillas fueron desapareciendo, pero en ningún momento me permití cerrar los ojos.
CONTINUARÁ...
#285
18/12/2011 11:31
Cuando logré tranquilizar a Doña Águeda me fui a la posada. Ya sabíamos por Olmo que Pepa se encontraba mejor, así que no tenía sentido que yo siguiera en aquella casa. Cogí mis cosas y salí de El Jaral, no sin antes pedirle a doña Águeda que si había alguna novedad me hiciese llamar.
Al llegar a la posada, Emilia me estaba esperando con un plato de cocido que ella misma había preparado.
-Don Tristán, ¿saben algo de Pepa?
-Sí, ha aparecido desmayada en un chozo del campo. Pero ya está mejor, al cuidado de Doña Águeda y Olmo.
- Pobre Pepa... Por cierto, Don Tristán, ¿ha cenado?
-Lo cierto es que no, Emilia, pero tampoco podría, tengo el estómago cerrado.
-Pues va a tener que poder. Las penas con pan, son menos. Y ya no le digo con un cocido que he preparado para esta noche. Está mal que yo lo diga, pero me ha salido especialmente bueno.
-Te lo agradezco en el alma, Emilia, pero...
-¡Pero nada! Si no es cocido, será otra cosa, pero usted no puede irse al catre sin cenar. Además, usted no me conoce, pero soy cabezota como nadie y le aseguro que usted va a cenar. ¿Entendido?
-Caray, Emilia, si lo llego a saber antes, despido a Mauricio y te contrato a ti -me di cuenta de que era la primera vez que sonreía en aquel día- Venga ese cocido, pues.
-Marchando ese plato de cocido.
Al punto apareció la joven Ulloa con un cuenco de cocido cuyo aroma sería capaz de resucitar a los muertos. Lo puso ante mí acompañado de una jarra de vino y se sentó a mi lado.
-Don Tristán, ¿me permite que le diga algo?
-Adelante, Emilia.
- Sólo quiero decirle que usted no es sólo un invitado en esta posada, es un miembro más de la familia. ¿Se acuerda usted la de veces que hemos jugado juntos por las calles de este pueblo?
-Muchas, es cierto. Y también me acuerdo de Sebastián, que se empeñó en subir al campanario de la iglesia para comprobar si desde allí se veía Barcelona.
-Yo de lo que me acuerdo es de la regañina que os echó mi madre al saberlo, y de la cara del anterior cura, que casi os excomulga.
Una sonrisa se dibujó en mi rostro al recordar aquellos tiempos, pero inmediatamente se tornó en un gesto serio al recordar la paliza que me dio mi padre al enterarse por boca del cura la trastada que había hecho. Salvador Castro... hasta después de muerto tenía que seguir amargándome la existencia.
- Don Tristán, ¿se encuentra usted bien?
-Sí, Emilia, no te preocupes. Es que no es el mejor día de mi vida...
-Me hago cargo, no se preocupe.
Un golpe seco primero, y un ruido metálico, seguido de una blasfemia salió del cuarto de la muchacha. Me levanté dispuesto a ver qué pasaba, pero Emilia me tranquilizó.
-No se preocupe, es Alfonso, que le ha dado por la carpintería. Pero entre usted y yo... no es muy ducho con el martillo.
-Vaya, tenía entendido que el mayor de los Castañeda era todo un manitas.
-Y lo es, pero es la primera vez que hace una cuna, y le cuesta.
- ¿Una cuna? ¿Y se puede saber para qué quiere Alf...? Emilia, el desmayo del otro día...
-Sí -me confirmó la muchacha con una sonrisa contagiosa- estoy en estado.
Abracé a la hija de Raimundo mientras le daba mi más sincera enhorabuena y les deseaba todos los parabienes de este mundo. Se la veía tan radiante que hasta me avergüenza decir que sentí un poco de envidia.
-Por cierto, ¿cómo se lo ha tomado el bueno de Raimundo?
-Lo cierto es que me ha apoyado desde el principio y se mostró muy contento al saber que iba a ser abuelo. Me gustaría pedirle un favor, Don Tristán... no se lo diga a nadie de momento. Apenas lo saben unas cuantas personas, y hasta que Alfonso y yo no estemos casados, no me gustaría que nadie lo supiera, por las habladurías, ya sabe...
-No te preocupes, Emilia, mis labios están sellados. Voy a felicitar al futuro padre y marcho al catre, a ver si este maldito día acaba de una vez. Buenas noches -me despedí al tiempo que le besaba en la mejilla.
Al entrar al cuarto donde estaba Alfonso oí tal blasfemia que temí que si hubiese estado Don Anselmo allí, le hubiese excomulgado.
-Enhorabuena, Alfonso -dije a modo de saludo- Ya me ha contado Emilia la buena nueva. ¿Necesitas alguna cosa?
-Gracias, Don Tristán. Yo.. esto.. quería decirle que...
-No hace falta que sigas, Alfonso, ya supongo que te habrás enterado, ¿me equivoco? Tranquilo, que no me importa que lo sepas tú, y menos por boca de Raimundo o Emilia; son sabios eligiendo a sus confesores.
-Se lo agradezco, Don Tristán. Y le digo lo mismo, si necesita algo, lo que sea, ya sabe dónde encontrarme.
-Agradecido. Alfonso, ¿de verdad que no necesitas ayuda con la cuna?
- Necesitarla, claro que la necesito, pero cuando nazca mi hijo quiero decirle que su padre le hizo la cuna el solito y con estas... manazas.
-Como gustes, pero te advierto que voy a pasar mucho tiempo en la posada, así que me vas a tener a tu disposición para lo que necesites.
-Agradecido.
Me fui a mi habitación, no sin antes escuchar otro golpe y una blasfemia bastante mayor que la anterior.
Me quedé maravillado al ver la habitación que me había preparado Emilia. Eran humildes, pero con muy buen gusto. Se notaba que Emilia había querido tener un detalle conmigo haciéndome la alcoba más agradable, con búcaros con flores por la habitación.
Me desvestí y me metí entre las sábanas. Sólo quería cerrar los ojos y que al abrirlos Pepa siguiese a mi lado, como mi mujer. Pero el raciocionio me decía que aquello era imposible. Cerré los ojos, pero era imposible conciliar el sueño.
Dicen que cuando estás a punto de morir, toda tu vida pasa delante de tus ojos, a modo de resumen. Yo estuve varias veces en esa tesitura y no vi ninguna imagen, pero aquella noche sí aparecieron ante mí todas esas imágenes, pero sólo las hermosas. Vi a Martín, llamándome padre, a Pepa, jugando con él en el jardín con unos barcos de papel. La vi a ella en nuestro chozo, desnudándome por primera vez y derramé una lágrima al recordar su primer “te quiero, soldado”
CONTINUARÁ...
Al llegar a la posada, Emilia me estaba esperando con un plato de cocido que ella misma había preparado.
-Don Tristán, ¿saben algo de Pepa?
-Sí, ha aparecido desmayada en un chozo del campo. Pero ya está mejor, al cuidado de Doña Águeda y Olmo.
- Pobre Pepa... Por cierto, Don Tristán, ¿ha cenado?
-Lo cierto es que no, Emilia, pero tampoco podría, tengo el estómago cerrado.
-Pues va a tener que poder. Las penas con pan, son menos. Y ya no le digo con un cocido que he preparado para esta noche. Está mal que yo lo diga, pero me ha salido especialmente bueno.
-Te lo agradezco en el alma, Emilia, pero...
-¡Pero nada! Si no es cocido, será otra cosa, pero usted no puede irse al catre sin cenar. Además, usted no me conoce, pero soy cabezota como nadie y le aseguro que usted va a cenar. ¿Entendido?
-Caray, Emilia, si lo llego a saber antes, despido a Mauricio y te contrato a ti -me di cuenta de que era la primera vez que sonreía en aquel día- Venga ese cocido, pues.
-Marchando ese plato de cocido.
Al punto apareció la joven Ulloa con un cuenco de cocido cuyo aroma sería capaz de resucitar a los muertos. Lo puso ante mí acompañado de una jarra de vino y se sentó a mi lado.
-Don Tristán, ¿me permite que le diga algo?
-Adelante, Emilia.
- Sólo quiero decirle que usted no es sólo un invitado en esta posada, es un miembro más de la familia. ¿Se acuerda usted la de veces que hemos jugado juntos por las calles de este pueblo?
-Muchas, es cierto. Y también me acuerdo de Sebastián, que se empeñó en subir al campanario de la iglesia para comprobar si desde allí se veía Barcelona.
-Yo de lo que me acuerdo es de la regañina que os echó mi madre al saberlo, y de la cara del anterior cura, que casi os excomulga.
Una sonrisa se dibujó en mi rostro al recordar aquellos tiempos, pero inmediatamente se tornó en un gesto serio al recordar la paliza que me dio mi padre al enterarse por boca del cura la trastada que había hecho. Salvador Castro... hasta después de muerto tenía que seguir amargándome la existencia.
- Don Tristán, ¿se encuentra usted bien?
-Sí, Emilia, no te preocupes. Es que no es el mejor día de mi vida...
-Me hago cargo, no se preocupe.
Un golpe seco primero, y un ruido metálico, seguido de una blasfemia salió del cuarto de la muchacha. Me levanté dispuesto a ver qué pasaba, pero Emilia me tranquilizó.
-No se preocupe, es Alfonso, que le ha dado por la carpintería. Pero entre usted y yo... no es muy ducho con el martillo.
-Vaya, tenía entendido que el mayor de los Castañeda era todo un manitas.
-Y lo es, pero es la primera vez que hace una cuna, y le cuesta.
- ¿Una cuna? ¿Y se puede saber para qué quiere Alf...? Emilia, el desmayo del otro día...
-Sí -me confirmó la muchacha con una sonrisa contagiosa- estoy en estado.
Abracé a la hija de Raimundo mientras le daba mi más sincera enhorabuena y les deseaba todos los parabienes de este mundo. Se la veía tan radiante que hasta me avergüenza decir que sentí un poco de envidia.
-Por cierto, ¿cómo se lo ha tomado el bueno de Raimundo?
-Lo cierto es que me ha apoyado desde el principio y se mostró muy contento al saber que iba a ser abuelo. Me gustaría pedirle un favor, Don Tristán... no se lo diga a nadie de momento. Apenas lo saben unas cuantas personas, y hasta que Alfonso y yo no estemos casados, no me gustaría que nadie lo supiera, por las habladurías, ya sabe...
-No te preocupes, Emilia, mis labios están sellados. Voy a felicitar al futuro padre y marcho al catre, a ver si este maldito día acaba de una vez. Buenas noches -me despedí al tiempo que le besaba en la mejilla.
Al entrar al cuarto donde estaba Alfonso oí tal blasfemia que temí que si hubiese estado Don Anselmo allí, le hubiese excomulgado.
-Enhorabuena, Alfonso -dije a modo de saludo- Ya me ha contado Emilia la buena nueva. ¿Necesitas alguna cosa?
-Gracias, Don Tristán. Yo.. esto.. quería decirle que...
-No hace falta que sigas, Alfonso, ya supongo que te habrás enterado, ¿me equivoco? Tranquilo, que no me importa que lo sepas tú, y menos por boca de Raimundo o Emilia; son sabios eligiendo a sus confesores.
-Se lo agradezco, Don Tristán. Y le digo lo mismo, si necesita algo, lo que sea, ya sabe dónde encontrarme.
-Agradecido. Alfonso, ¿de verdad que no necesitas ayuda con la cuna?
- Necesitarla, claro que la necesito, pero cuando nazca mi hijo quiero decirle que su padre le hizo la cuna el solito y con estas... manazas.
-Como gustes, pero te advierto que voy a pasar mucho tiempo en la posada, así que me vas a tener a tu disposición para lo que necesites.
-Agradecido.
Me fui a mi habitación, no sin antes escuchar otro golpe y una blasfemia bastante mayor que la anterior.
Me quedé maravillado al ver la habitación que me había preparado Emilia. Eran humildes, pero con muy buen gusto. Se notaba que Emilia había querido tener un detalle conmigo haciéndome la alcoba más agradable, con búcaros con flores por la habitación.
Me desvestí y me metí entre las sábanas. Sólo quería cerrar los ojos y que al abrirlos Pepa siguiese a mi lado, como mi mujer. Pero el raciocionio me decía que aquello era imposible. Cerré los ojos, pero era imposible conciliar el sueño.
Dicen que cuando estás a punto de morir, toda tu vida pasa delante de tus ojos, a modo de resumen. Yo estuve varias veces en esa tesitura y no vi ninguna imagen, pero aquella noche sí aparecieron ante mí todas esas imágenes, pero sólo las hermosas. Vi a Martín, llamándome padre, a Pepa, jugando con él en el jardín con unos barcos de papel. La vi a ella en nuestro chozo, desnudándome por primera vez y derramé una lágrima al recordar su primer “te quiero, soldado”
CONTINUARÁ...
#286
18/12/2011 11:32
No, no y no. Me negaba en rotundo a que nuestro destino en común se viese truncado de esta manera tan cruel. Me vestí como pude y salí a la taberna, con la esperanza de que hubiera alguien. Afortunadamente, Raimundo estaba colocando las sillas.
-Tristán, ¿ocurre algo?
- No puedo dormir, Raimundo. Y dudo mucho que vuelva a hacerlo en tiempo.
-No exagere usted, Don Tristán. Dicen por ahí que no hay mal que cien años dure.
-Ni cuerpo que lo aguante. Ande, póngame un coñac.
-Si me permite un consejo, Tristán, el alcohol nunca es buen consejero, se lo digo yo. Uno cree que está ahogando las penas, pero lo que no sabe es que ellas flotan.
- Le agradezco el consejo, pero necesito dormir.
-Entonces le recomiendo un vaso de leche caliente con miel.
-Lo siento, Raimundo, pero la leche caliente no me va a ayudar mucho. Prefiero el coñac.
-Como quiera. Aquí tienes.
Antes de que pudiera decir nada, me bebí la copa de un solo trago y ya le estaba pidiendo otra copa. El calor del coñac deslizándose por mi garganta me reconfortó bastante, y sólo quería beber. beber y beber.
-Don Raimundo, ya es tarde. Váyase a dormir. Déjeme la botella y no le importunaré más.
-No, Tristán, la botella se queda aquí. Y usted se va a ir derecho al catre, si no quiere que mi hija le ponga derecho como una vela.
-Hablando de Emilia, mi más sincera enhorabuena, Raimundo. Va a ser abuelo, y dicen que es una alegría aún mayor que la de saber que se va a ser padre.
-Lo es, sin duda. Cuando sabes que vas a ser padre te invade una alegría enorme, pero también piensas en las responsabilidades. En cambio, cuando sabes que vas a ser abuelo, sólo piensas en las mil maneras que tienes para consentir al nieto. Y ahora, hágame caso y vuelva a su habitación y trate de descansar. Ahora lo ve todo oscuro, pero lo que hoy está arriba, mañana estará abajo, y lo que hoy es negro, mañana será blanco.
-Supongo que tiene usted razón, me voy al catre. Que pase usted una buena noche, y disculpe las molestias.
-Buenas noches, Tristán.
Me desperté en una habitación extraña. No la reconocía, no me era familiar... “¿donde estoy? ¿Qué ha pasado?” No recuerdo apenas nada, solo que...que juraría que he visto a Flora, esa mujer que me cuida y me reconforta en los peores momentos, gracias a su recuerdo una sonrisa se me dibuja en los labios. La puerta se abre lentamente. Aparece Olmo con una bandeja y el desayuno, creo. Lo deja en una mesa, no muy lejos de la cama, se acerca y se sienta a mi lado.
-Buenos días Pepa. -Me dice mientras me da un beso en el frente. -¿Cómo te sientes?
-Buenos días a ti también, bien pero...¿qué ha pasado Olmo? ¿Cómo he llegado aquí?
Olmo me mira y me coge una mano
-Te encontré en un chozo en el bosque cerca de la montaña, estabas con una fiebre muy alta, te encontré casi inconsciente y te traje para aquí.
A medida que me iba relatando como había encontrado me acordé de las palabras que me había dicho Flora: “seguirás estando protegida. Pepa, abre los ojos y verás como habrá siempre alguien a tu lado protegiéndote”. ¿Se referiría a Olmo? Pero...¿cómo? ¿Cómo lo puede conocer?
-Pepa. -Dijo Olmo regrasándome a la realidad.
-Sí, disculpa. -Le dije.
Nos miramos y los dos sonreímos.
-Venga incorpórate. -Me dice mientras se levantaba y me ayudaba a sentarme en la cama. -Tienes que alimentarte.
Olmo se acercó a la mesa donde había dejado la bandeja con el desayuno. La coge y se acerca a mi.
-Pepa te tengo que preguntarte algo. -Me dijo poniéndo su semblante serio.
-Dime. -Le dije.
-¿Sigues pensando en ir a Madrid?
Esa pregunta me heló la sangre, era el plan que teníamos Tristán y yo. Olmo me miraba, su semblante serio se transformó en una mirada dulce.
-¿Por qué me preguntas eso? -Dije a la defensiva.
-Pepa tranquila, lo último que quiero es que te alteres. -Me dijo intentando tranquilizarme. -Te lo pregunto porque creo que es lo mejor para ti...y si decides irte yo me voy contigo, no te voy a dejar sola.
CONTINUARÁ...
-Tristán, ¿ocurre algo?
- No puedo dormir, Raimundo. Y dudo mucho que vuelva a hacerlo en tiempo.
-No exagere usted, Don Tristán. Dicen por ahí que no hay mal que cien años dure.
-Ni cuerpo que lo aguante. Ande, póngame un coñac.
-Si me permite un consejo, Tristán, el alcohol nunca es buen consejero, se lo digo yo. Uno cree que está ahogando las penas, pero lo que no sabe es que ellas flotan.
- Le agradezco el consejo, pero necesito dormir.
-Entonces le recomiendo un vaso de leche caliente con miel.
-Lo siento, Raimundo, pero la leche caliente no me va a ayudar mucho. Prefiero el coñac.
-Como quiera. Aquí tienes.
Antes de que pudiera decir nada, me bebí la copa de un solo trago y ya le estaba pidiendo otra copa. El calor del coñac deslizándose por mi garganta me reconfortó bastante, y sólo quería beber. beber y beber.
-Don Raimundo, ya es tarde. Váyase a dormir. Déjeme la botella y no le importunaré más.
-No, Tristán, la botella se queda aquí. Y usted se va a ir derecho al catre, si no quiere que mi hija le ponga derecho como una vela.
-Hablando de Emilia, mi más sincera enhorabuena, Raimundo. Va a ser abuelo, y dicen que es una alegría aún mayor que la de saber que se va a ser padre.
-Lo es, sin duda. Cuando sabes que vas a ser padre te invade una alegría enorme, pero también piensas en las responsabilidades. En cambio, cuando sabes que vas a ser abuelo, sólo piensas en las mil maneras que tienes para consentir al nieto. Y ahora, hágame caso y vuelva a su habitación y trate de descansar. Ahora lo ve todo oscuro, pero lo que hoy está arriba, mañana estará abajo, y lo que hoy es negro, mañana será blanco.
-Supongo que tiene usted razón, me voy al catre. Que pase usted una buena noche, y disculpe las molestias.
-Buenas noches, Tristán.
Me desperté en una habitación extraña. No la reconocía, no me era familiar... “¿donde estoy? ¿Qué ha pasado?” No recuerdo apenas nada, solo que...que juraría que he visto a Flora, esa mujer que me cuida y me reconforta en los peores momentos, gracias a su recuerdo una sonrisa se me dibuja en los labios. La puerta se abre lentamente. Aparece Olmo con una bandeja y el desayuno, creo. Lo deja en una mesa, no muy lejos de la cama, se acerca y se sienta a mi lado.
-Buenos días Pepa. -Me dice mientras me da un beso en el frente. -¿Cómo te sientes?
-Buenos días a ti también, bien pero...¿qué ha pasado Olmo? ¿Cómo he llegado aquí?
Olmo me mira y me coge una mano
-Te encontré en un chozo en el bosque cerca de la montaña, estabas con una fiebre muy alta, te encontré casi inconsciente y te traje para aquí.
A medida que me iba relatando como había encontrado me acordé de las palabras que me había dicho Flora: “seguirás estando protegida. Pepa, abre los ojos y verás como habrá siempre alguien a tu lado protegiéndote”. ¿Se referiría a Olmo? Pero...¿cómo? ¿Cómo lo puede conocer?
-Pepa. -Dijo Olmo regrasándome a la realidad.
-Sí, disculpa. -Le dije.
Nos miramos y los dos sonreímos.
-Venga incorpórate. -Me dice mientras se levantaba y me ayudaba a sentarme en la cama. -Tienes que alimentarte.
Olmo se acercó a la mesa donde había dejado la bandeja con el desayuno. La coge y se acerca a mi.
-Pepa te tengo que preguntarte algo. -Me dijo poniéndo su semblante serio.
-Dime. -Le dije.
-¿Sigues pensando en ir a Madrid?
Esa pregunta me heló la sangre, era el plan que teníamos Tristán y yo. Olmo me miraba, su semblante serio se transformó en una mirada dulce.
-¿Por qué me preguntas eso? -Dije a la defensiva.
-Pepa tranquila, lo último que quiero es que te alteres. -Me dijo intentando tranquilizarme. -Te lo pregunto porque creo que es lo mejor para ti...y si decides irte yo me voy contigo, no te voy a dejar sola.
CONTINUARÁ...
#287
18/12/2011 11:32
Las palabras de Flora volvieron a rondar mi cabeza, ahora estaba segura, pero me daba pensar que Olmo era esa persona que me protegerías, pero si soy sincera no me importa que sea él, no podía haber una persona mejor para sentirme protegida...no es Tristán, pero Olmo simepre se ha portado bien conmigo.
Mientras ella iba desayunando yo la miraba, no podía separar mi ojos de ella. Me quedé tan impresionado del estado en la que la encontré que no podía ni quería separarme de ella, para que nada malo le ocurriera. Las heridas en su rostro iban mejor, tenían mejor aspecto, Pepa tenía mejor aspecto, puedo decir que vuelve a ser ella físicamente...tiene apetito, eso es bueno para su recuperación. Sé que le he mentido en cuanto a las razones por las cuales, no fue idea mía, pero si ya la pregunta la ha alterado, decirle que la idea es cosa de Tristán y secundada por madre...no quiero que salga corriendo, no quiero turbar su tranquilidad de nuevo.
-Olmo. -Le digo mientras cojo su mano antes de que se levante.
Me mira y sonríe.
-Dime Pepa. -Agarrandome la mano.
-Vámonos a Madrid. -Le dije.
Lo dije movida por un impulso, pero mi corazón y mi mente me decían que era lo mejor para mi, para Tristán, para los dos.
-¿Cuándo quieres partir? -Me pregunta con interés.
-¿Mañana está bien? -Le pregunté.
-Perfecto. -Me dijo. -Cuando termines daré orden para que tengan todo preparado.
Se vuelve a sentar a mi lado sin soltarme la mano.
-Mañana por la mañana saldremos a Madrid. -Me dijo.
-Sí. -Le dije intentando no mostrar cierto nerviosismo y temor, que era lo que estaba sintiendo en estos momentos. -¿Y mis pertenencias? Están...
-Yo mismo iré a buscarlas o...
-Iré yo Olmo. -Le dije. -Pero me gustaria que me acompañases, no sé si seré capaz de...
-No hacen falta explicaciones Pepa. -Me dijo. -Iré contigo a donde haga falta.
Dos golpecitos sonaron en la puerta y se abrió dejando ver el rostro de Águeda.
-¿Puedo pasar? -Preguntó.
Olmo y yo nos miramos de nuevo.
-Claro madre. -Dijo él. -Adelante y si me permiten llevaré esta bandeja a la cocina.
Olmo se retiró mientras madre ya en la habitación sentó a mi lado.
-Pepa, hija mía, lo siento mucho. -Dijo la pobre mujer intentado no llorar. -¿Algún día sabrás perdonarme?
-Madre.-Le dije intentando sonreir. -No le tengo que perdonar nada cuando las dos hemos cometido el mismo error, el suyo fue Salvador Castro y el mío Carlos Castro. -Le dije mostrándome comprensiva. -Lo que no le perdonaría es que sabiéndolo no hubiera dicho nada.
Doña Águeda sin soltar palabra abrazo a su hija lo más fuerte que puedo.
-Sabes que me tienes para lo que necesites. -Me dijo.
-Lo sé. -Le dije. -Y gracias a Olmo y a usted este pena puede que se alivie algo más rápido que si tuviera que enfrentarme a ella yo sola...como siempre.
-Siempre estaré ahí Pepa. -Me dijo
-Madre he aceptado la propuesta de Olmo de marchar con él a Madrid...
-¿En serio? -Me dijo mostrando una tenue alegria en su rostro. -Muy buena decisión hija mía, además así tendrás tiempo de conocer mejor a Olmo. -De repente su rostro se volvió melancólico. -Siempre te ha buscado, nunca paró...
-Lo sé madre... -Le dije. -Hoy por la tarde noche me acompañará a recoger mis cosas a la posada...
-Puedo enviar a alguien del servicio que lo haga, si quieres...
-No. -Dije con rotundidad e interrumpiéndola. -Me quiero despedir de gente antes de marchar. -Le expliqué.
-Esta bien, si es tu deseo yo no te lo negaré. -Dijo acariciándome la mejilla.
Me pasé casi todo el día en la cama. No se me apetecía nada, porque a lo mínimo que hacía un cansancio envolvía mi cuerpo y perdía las pocas fuerzas que tenía. Caunod llegó el momento de vestirme, madre e Inés me ayudaron. Mi ropa estaba limpiaba y olía a jabón. Un vez, vestida y peinada, madre me ayudó a bajar las escaleras, al final estaba Olmo esperándome, listo para marchar.
Pronto llegamos al pueblo. Estaba nerviosa, tenía miedo, tenía miedo al pueblo, a sus gentes...Olmo me ofreció su brazo y yo gustosa lo acepté.
-Tranquila Pepa. -Me dijo en tono tranquilizador, apoyó su mano en mi mentón y me levantó la mirada. -Estoy aquí para lo que necesites...para protegerte. -Me dijo mirándome fijamente a los ojos.
Simplemente puedo asentir con la cabeza. Ni sonreir puedo. Lo malos recuerdos del día anterior me golpean con suma fuerza, noto que mi respiración se entre corta, hasta las ropas me oprimen el cuerpo. Llegamos a la plaza, todo seguía igual, ¿qué puede cambiar en un día? Noto como las miradas de los lugareños se clavan en mi, en mi figura. Agarro con más fuerza el brazo de Olmo, mientras que noto el cuero de guante posándose en mi mano como señal de que él está aquí conmigo, de que no estoy sola.
Ya en el patio de la posada...
-Pepa, tómate el tiempo que necesites para recoger tus cosas. -Me dijo atentamente. -Yo estaré en la taberna si me necesitas.
Me agarró las manos con fuerza y me miró con ternura. Estar con él me reconforta, noto alivio. Entro en mi antigua habitación, algo ha cambiado, las pertenencias de Tristán ya no están. No pienso, ni le quiero dar le vueltas, ya que estar en esta habitación el corazón me provoca que el corazón se me desboque.
CONTINUARÁ...
Mientras ella iba desayunando yo la miraba, no podía separar mi ojos de ella. Me quedé tan impresionado del estado en la que la encontré que no podía ni quería separarme de ella, para que nada malo le ocurriera. Las heridas en su rostro iban mejor, tenían mejor aspecto, Pepa tenía mejor aspecto, puedo decir que vuelve a ser ella físicamente...tiene apetito, eso es bueno para su recuperación. Sé que le he mentido en cuanto a las razones por las cuales, no fue idea mía, pero si ya la pregunta la ha alterado, decirle que la idea es cosa de Tristán y secundada por madre...no quiero que salga corriendo, no quiero turbar su tranquilidad de nuevo.
-Olmo. -Le digo mientras cojo su mano antes de que se levante.
Me mira y sonríe.
-Dime Pepa. -Agarrandome la mano.
-Vámonos a Madrid. -Le dije.
Lo dije movida por un impulso, pero mi corazón y mi mente me decían que era lo mejor para mi, para Tristán, para los dos.
-¿Cuándo quieres partir? -Me pregunta con interés.
-¿Mañana está bien? -Le pregunté.
-Perfecto. -Me dijo. -Cuando termines daré orden para que tengan todo preparado.
Se vuelve a sentar a mi lado sin soltarme la mano.
-Mañana por la mañana saldremos a Madrid. -Me dijo.
-Sí. -Le dije intentando no mostrar cierto nerviosismo y temor, que era lo que estaba sintiendo en estos momentos. -¿Y mis pertenencias? Están...
-Yo mismo iré a buscarlas o...
-Iré yo Olmo. -Le dije. -Pero me gustaria que me acompañases, no sé si seré capaz de...
-No hacen falta explicaciones Pepa. -Me dijo. -Iré contigo a donde haga falta.
Dos golpecitos sonaron en la puerta y se abrió dejando ver el rostro de Águeda.
-¿Puedo pasar? -Preguntó.
Olmo y yo nos miramos de nuevo.
-Claro madre. -Dijo él. -Adelante y si me permiten llevaré esta bandeja a la cocina.
Olmo se retiró mientras madre ya en la habitación sentó a mi lado.
-Pepa, hija mía, lo siento mucho. -Dijo la pobre mujer intentado no llorar. -¿Algún día sabrás perdonarme?
-Madre.-Le dije intentando sonreir. -No le tengo que perdonar nada cuando las dos hemos cometido el mismo error, el suyo fue Salvador Castro y el mío Carlos Castro. -Le dije mostrándome comprensiva. -Lo que no le perdonaría es que sabiéndolo no hubiera dicho nada.
Doña Águeda sin soltar palabra abrazo a su hija lo más fuerte que puedo.
-Sabes que me tienes para lo que necesites. -Me dijo.
-Lo sé. -Le dije. -Y gracias a Olmo y a usted este pena puede que se alivie algo más rápido que si tuviera que enfrentarme a ella yo sola...como siempre.
-Siempre estaré ahí Pepa. -Me dijo
-Madre he aceptado la propuesta de Olmo de marchar con él a Madrid...
-¿En serio? -Me dijo mostrando una tenue alegria en su rostro. -Muy buena decisión hija mía, además así tendrás tiempo de conocer mejor a Olmo. -De repente su rostro se volvió melancólico. -Siempre te ha buscado, nunca paró...
-Lo sé madre... -Le dije. -Hoy por la tarde noche me acompañará a recoger mis cosas a la posada...
-Puedo enviar a alguien del servicio que lo haga, si quieres...
-No. -Dije con rotundidad e interrumpiéndola. -Me quiero despedir de gente antes de marchar. -Le expliqué.
-Esta bien, si es tu deseo yo no te lo negaré. -Dijo acariciándome la mejilla.
Me pasé casi todo el día en la cama. No se me apetecía nada, porque a lo mínimo que hacía un cansancio envolvía mi cuerpo y perdía las pocas fuerzas que tenía. Caunod llegó el momento de vestirme, madre e Inés me ayudaron. Mi ropa estaba limpiaba y olía a jabón. Un vez, vestida y peinada, madre me ayudó a bajar las escaleras, al final estaba Olmo esperándome, listo para marchar.
Pronto llegamos al pueblo. Estaba nerviosa, tenía miedo, tenía miedo al pueblo, a sus gentes...Olmo me ofreció su brazo y yo gustosa lo acepté.
-Tranquila Pepa. -Me dijo en tono tranquilizador, apoyó su mano en mi mentón y me levantó la mirada. -Estoy aquí para lo que necesites...para protegerte. -Me dijo mirándome fijamente a los ojos.
Simplemente puedo asentir con la cabeza. Ni sonreir puedo. Lo malos recuerdos del día anterior me golpean con suma fuerza, noto que mi respiración se entre corta, hasta las ropas me oprimen el cuerpo. Llegamos a la plaza, todo seguía igual, ¿qué puede cambiar en un día? Noto como las miradas de los lugareños se clavan en mi, en mi figura. Agarro con más fuerza el brazo de Olmo, mientras que noto el cuero de guante posándose en mi mano como señal de que él está aquí conmigo, de que no estoy sola.
Ya en el patio de la posada...
-Pepa, tómate el tiempo que necesites para recoger tus cosas. -Me dijo atentamente. -Yo estaré en la taberna si me necesitas.
Me agarró las manos con fuerza y me miró con ternura. Estar con él me reconforta, noto alivio. Entro en mi antigua habitación, algo ha cambiado, las pertenencias de Tristán ya no están. No pienso, ni le quiero dar le vueltas, ya que estar en esta habitación el corazón me provoca que el corazón se me desboque.
CONTINUARÁ...
#288
18/12/2011 11:33
Salí de la taberna y al pasar por la habitación de Pepa sentí el deseo irrefrenable de entrar en ella. Quería despedirme de aquella estancia en la que he vivido momentos tan importantes en mi vida. Recuerdo el día que tuve que colarme por su ventana para verla y explicarle la verdad sobre Angustias. Y cómo olvidar el desmayo que sufrí minutos más tarde. Quiso Dios que estuviera Pepa allí para salvarme la vida.
Eran tantos los recuerdos que me abrumaban que tuve que sentarme en la silla de la esquina, la que está detrás de la puerta.
Estaba absorto en mis pensamientos cuando la puerta se abrió, dejando paso a Pepa, que se volvió para escuchar a Olmo. Al parecer él le daba todo el tiempo del mundo para recoger sus cosas mientras él esperaba en la taberna. Ella cerró la puerta y se dispuso a recoger sus cosas sin percatarse de mi presencia. Ella estaba de espaldas, con el pelo ensortijado cayéndole por la espalda. Me gusta verla faenar, aunque solo sea haciendo una maleta. Me gusta verla con la cabeza ocupada, como si las miserias de este mundo no le afectaran. Me levanto de la silla y me acerco a ella. Sé que es una locura, pero no quiero que se vaya sin reiterarle mi amor, sin oler su pelo por última vez...
Estaba metiendo mis pertenencias en la maleta, la ropa...todo lo que necesitaba ya lo había colocado encima de la cama cuando...
Tomo su cintura con mis manos, sobresaltándola y haciéndole chillar. Creo que aún no se ha dado cuenta de que soy yo y me atiza con una percha. O quizá me atice porque sabe que soy yo quien la importuna. Apoyo mi cara en su hombro derecho.
-Pepa... -susurro.
-¿Se puede saber qué haces, Tristán? Esto no puede ser...
-Lo sé. Pero hay tantas cosas que no pueden ser y son...
-Pues entonces no hagas nada y será más fácil. -Dije con todo el dolor de mi corazón. -Por cierto, mañana marcho a Madrid. -Le dije con amargura.
- ¿Facil, dices? ¿Facil? No, Pepa, no es fácil. Fácil es hacer feliz a la persona que amas, pero separarte de ella hasta el fin de tus días sabiendo que es una historia imposible es todo menos fácil.
-Tampoco me está resultando fácil, ¿o qué piensas?...Pero ¿qué podemos hacer Tristán? -Dije intentando no llorar. -Lo mejor es poner distancia y darnos tiempo para mentalizarnos a esta...situación. -Dije mirando al suelo.
- Sabes bien que aunque vayamos cada uno al otro extremo del mundo, lo que sentimos no va a desaparecer -dije mientras volvía a acercarme hacia ella- Pepa... hay cosas contra las que no se puede luchar.
-Tristán...
Pongo en su mejilla mi mano y atrayéndola hacia mí, la beso. Me da igual si ardo en los infiernos. Ya hemos hecho el amor siendo hermanos, así que estaremos condenados. Pues pequemos del todo.
Mi corazón me dice que lo haga, pero mi mente me dice que está mal, notar sus labios de nuevo sobre los míos es...es como si la vida, de repente, volviera de nuevo a mi. Me tiemblan las piernas, el cuerpo, todo y me vuelven a fallar las fuerzas...lo único que puedo hacer es dejarme llevar.
Mis labios de unen a los de ella y siento por primera vez en todo el día que estoy en paz. Creo que ni ella misma alcanza a entender lo que significan sus besos para mí. Abrazo su cuerpo mientras la beso con desesperación y ternura al mismo tiempo. Pero enseguida noto como ella pone sus manos en mi vientre, separándonos.
-Tristán, esto no está bien...
-Lo sé, pero creo que esto debe ser una confusión. Un juego del destino o de alguien que nos quiera mal. Me resisto a creerlo, Pepa.
-No es ninguna confusión Tristán, es la realidad y hay que aceptarla como viene. -Le dije con lágrimas en los ojos. -Lo que ha pasado no puede pasar nunca más, a partir de hora somos hermanos y tenemos que actúar como tal. -Cada vez me siento más segura de mis palabras. -Y eso significa que nuestras vidas las tenemos que llevar por separado.
Bajo la cabeza y miro para mi mano izquierda, con la máxima presteza que puedo arranco de mi dedo anular la alianza de casada y la pongo sobre la camilla donde unos días antes atendía a las parturientas.
Aquel gesto de Pepa me partió el alma. Sé que no lo hizo por falta de amor, sino para poder seguir adelante, pero no pude evitar una punzada en el corazón.
-Entonces es cierto -dije con la cabeza gacha- aquí se separan nuestros caminos. Pepa, quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que necesites. A fin de cuentas soy tu... hermano -Sólo Dios sabe que esfuerzo que me supuso pronunciar aquella palabra: hermanos- Quizá ya no pueda desnudarte, pero podré arroparte cuando lo necesites. He sido tan feliz contigo...
-Los dos hemos sido felices uno al lado del otro y nunca olvidaré los buenos momentos entre nosotros. -Dije con un gran pesar. -Pero en este punto también llegará un momento en que tengamos que olvidar. -El nudo en la garganta casi no me deja pronunciar palabra.
Era incapaz de pronunciar palabra alguna, así que sólo pude darle un casto beso en la mejilla y dejarla sola haciendo el petate.
CONTINUARÁ...
Eran tantos los recuerdos que me abrumaban que tuve que sentarme en la silla de la esquina, la que está detrás de la puerta.
Estaba absorto en mis pensamientos cuando la puerta se abrió, dejando paso a Pepa, que se volvió para escuchar a Olmo. Al parecer él le daba todo el tiempo del mundo para recoger sus cosas mientras él esperaba en la taberna. Ella cerró la puerta y se dispuso a recoger sus cosas sin percatarse de mi presencia. Ella estaba de espaldas, con el pelo ensortijado cayéndole por la espalda. Me gusta verla faenar, aunque solo sea haciendo una maleta. Me gusta verla con la cabeza ocupada, como si las miserias de este mundo no le afectaran. Me levanto de la silla y me acerco a ella. Sé que es una locura, pero no quiero que se vaya sin reiterarle mi amor, sin oler su pelo por última vez...
Estaba metiendo mis pertenencias en la maleta, la ropa...todo lo que necesitaba ya lo había colocado encima de la cama cuando...
Tomo su cintura con mis manos, sobresaltándola y haciéndole chillar. Creo que aún no se ha dado cuenta de que soy yo y me atiza con una percha. O quizá me atice porque sabe que soy yo quien la importuna. Apoyo mi cara en su hombro derecho.
-Pepa... -susurro.
-¿Se puede saber qué haces, Tristán? Esto no puede ser...
-Lo sé. Pero hay tantas cosas que no pueden ser y son...
-Pues entonces no hagas nada y será más fácil. -Dije con todo el dolor de mi corazón. -Por cierto, mañana marcho a Madrid. -Le dije con amargura.
- ¿Facil, dices? ¿Facil? No, Pepa, no es fácil. Fácil es hacer feliz a la persona que amas, pero separarte de ella hasta el fin de tus días sabiendo que es una historia imposible es todo menos fácil.
-Tampoco me está resultando fácil, ¿o qué piensas?...Pero ¿qué podemos hacer Tristán? -Dije intentando no llorar. -Lo mejor es poner distancia y darnos tiempo para mentalizarnos a esta...situación. -Dije mirando al suelo.
- Sabes bien que aunque vayamos cada uno al otro extremo del mundo, lo que sentimos no va a desaparecer -dije mientras volvía a acercarme hacia ella- Pepa... hay cosas contra las que no se puede luchar.
-Tristán...
Pongo en su mejilla mi mano y atrayéndola hacia mí, la beso. Me da igual si ardo en los infiernos. Ya hemos hecho el amor siendo hermanos, así que estaremos condenados. Pues pequemos del todo.
Mi corazón me dice que lo haga, pero mi mente me dice que está mal, notar sus labios de nuevo sobre los míos es...es como si la vida, de repente, volviera de nuevo a mi. Me tiemblan las piernas, el cuerpo, todo y me vuelven a fallar las fuerzas...lo único que puedo hacer es dejarme llevar.
Mis labios de unen a los de ella y siento por primera vez en todo el día que estoy en paz. Creo que ni ella misma alcanza a entender lo que significan sus besos para mí. Abrazo su cuerpo mientras la beso con desesperación y ternura al mismo tiempo. Pero enseguida noto como ella pone sus manos en mi vientre, separándonos.
-Tristán, esto no está bien...
-Lo sé, pero creo que esto debe ser una confusión. Un juego del destino o de alguien que nos quiera mal. Me resisto a creerlo, Pepa.
-No es ninguna confusión Tristán, es la realidad y hay que aceptarla como viene. -Le dije con lágrimas en los ojos. -Lo que ha pasado no puede pasar nunca más, a partir de hora somos hermanos y tenemos que actúar como tal. -Cada vez me siento más segura de mis palabras. -Y eso significa que nuestras vidas las tenemos que llevar por separado.
Bajo la cabeza y miro para mi mano izquierda, con la máxima presteza que puedo arranco de mi dedo anular la alianza de casada y la pongo sobre la camilla donde unos días antes atendía a las parturientas.
Aquel gesto de Pepa me partió el alma. Sé que no lo hizo por falta de amor, sino para poder seguir adelante, pero no pude evitar una punzada en el corazón.
-Entonces es cierto -dije con la cabeza gacha- aquí se separan nuestros caminos. Pepa, quiero que sepas que puedes contar conmigo para lo que necesites. A fin de cuentas soy tu... hermano -Sólo Dios sabe que esfuerzo que me supuso pronunciar aquella palabra: hermanos- Quizá ya no pueda desnudarte, pero podré arroparte cuando lo necesites. He sido tan feliz contigo...
-Los dos hemos sido felices uno al lado del otro y nunca olvidaré los buenos momentos entre nosotros. -Dije con un gran pesar. -Pero en este punto también llegará un momento en que tengamos que olvidar. -El nudo en la garganta casi no me deja pronunciar palabra.
Era incapaz de pronunciar palabra alguna, así que sólo pude darle un casto beso en la mejilla y dejarla sola haciendo el petate.
CONTINUARÁ...
#289
18/12/2011 11:33
Cuando entré en la habitación, rompí a llorar. Había estado penando toda la vida hasta que conocí a Pepa, y ahora que por fin habíamos unido nuestras vidas en matrimonio, el destino se reía de nosotros. Todos los que sabían la historia me decían que más tarde o más temprano conocería a una buena mujer, nos enamoraríamos y formaríamos una familia. Pero yo lo dudaba mucho. Me sentía un monstruo por sentir lo que sentía, pero aunque Pepa sea mi hermana, la amaré hasta lo que me quede de vida. Quizá encuentre consuelo en otras mujeres, quizá acabe acostándome con alguna mujer, incluso es posible que me case, pero jamás dejaré de amarla a ella y en mis sueños me uniré a ella.
Terminé como pude la maleta. “Tengo que salir de esta madilta habitación” pensé para mi misma. La vista se me comenzó a nublar y me volvieron a fallar las fuerzas. Cerré la maleta más mal que bien bien. Me miré al espejo que había en la pared, estaba pálida, blanca como la fría nieve que cubre los campos en invierno. “Adiós Pepa” me dije. Con un caminar lento y pesado llegué hasta la puerta. Al otro lado están Raimundo, Emilia, Alfonso y Sebastián con Olmo. Me están esperando para despedirme.
De todos ellos me despedí pero la emoción se desboca con mi querida Emilia...
-Pepa. -Me dijo envuelta en lágrimas. -Cuídate mucho. Como te dijo mi padre esta siempre será tu casa y yo limpiaré tu habitación cada día hasta que decidas volver. -En ningún momento nuestro abrazo se rompió. -Note olvides de mi y...
Las dos nos separamos y nos miramos.
-¿Y qué? -Le dije con nerviosismo y entusiasmo. -Venga habla.
-Me gustaría que vinieras a mi boda...bueno a nuestra boda. -Dijo ella mientras cogía a Alfonso de la mano.
-¡Claro que vendré! -Dije con alegría. -¡Como me voy a perder vuestra boda! -Dije mirando para los dos. -Os quereis y os mereceis ser felices. -Estas palabras me salieron de los más profundo de mi corazón.
-Por cierto. -Dijo Olmo. -¿No habrá que decir que todos están invitados a venir cuando gusten? -Dijo mientras miraba para todos los que estaban allí presentes. -Y sobre todo tú, Emilia, sé la amistad que te une a Pepa, y...si no encontráiss un lugar donde pasar la luna de miel, Madrid es el sitio perfecto. -Les dijo con una sonrisa.
-Muchas gracias Señor Mesía. -Le dijo Alfonso.
-Gracias Señor Olmo. -Dijo Emilia mientras me coge de la mano. -En cuanto a lo de la invitación a Madrid, no lo duden , yo iré antes de la boda y seguro que después también, puesto que Pepa es mi hermana, mi amiga. mi confidente.
Con estas palabras me despedí de todos ello, no sin antes decirle a Alfonso que me despidiera de su madre y del resto de su familia, a los que también voy a extrañar mucho. Olmo me coge la maleta. Así salimos a la plaza de camino a la calesa. Después del encuentro con Tristán mi cuerpo no se recuperó, las mismas sensaciones que me abordaron ayer las tenía de nuevo dentro de mi cuerpo. Me agarré fuerte al brazo de Olmo otra vez y un escalofrío recorrió mi cuerpo, de seguido un mareo. Los brazos de Olmo me cogen por la cintura.
-Solo es un mareo. -Le dije.
-No deberías haber salido de la cama Pepa. -Me dijo. -Y mucho menos la bíspera de un viaje tan largo. -Me recriminó de algún modo.
“No tienes la culpa” dije para mis adentros mientras lo miraba. Llegamos a la calesa, me ayuda a subir y una vez dentro arrancamos hacia El Jaral.
CONTINUARÁ...
Terminé como pude la maleta. “Tengo que salir de esta madilta habitación” pensé para mi misma. La vista se me comenzó a nublar y me volvieron a fallar las fuerzas. Cerré la maleta más mal que bien bien. Me miré al espejo que había en la pared, estaba pálida, blanca como la fría nieve que cubre los campos en invierno. “Adiós Pepa” me dije. Con un caminar lento y pesado llegué hasta la puerta. Al otro lado están Raimundo, Emilia, Alfonso y Sebastián con Olmo. Me están esperando para despedirme.
De todos ellos me despedí pero la emoción se desboca con mi querida Emilia...
-Pepa. -Me dijo envuelta en lágrimas. -Cuídate mucho. Como te dijo mi padre esta siempre será tu casa y yo limpiaré tu habitación cada día hasta que decidas volver. -En ningún momento nuestro abrazo se rompió. -Note olvides de mi y...
Las dos nos separamos y nos miramos.
-¿Y qué? -Le dije con nerviosismo y entusiasmo. -Venga habla.
-Me gustaría que vinieras a mi boda...bueno a nuestra boda. -Dijo ella mientras cogía a Alfonso de la mano.
-¡Claro que vendré! -Dije con alegría. -¡Como me voy a perder vuestra boda! -Dije mirando para los dos. -Os quereis y os mereceis ser felices. -Estas palabras me salieron de los más profundo de mi corazón.
-Por cierto. -Dijo Olmo. -¿No habrá que decir que todos están invitados a venir cuando gusten? -Dijo mientras miraba para todos los que estaban allí presentes. -Y sobre todo tú, Emilia, sé la amistad que te une a Pepa, y...si no encontráiss un lugar donde pasar la luna de miel, Madrid es el sitio perfecto. -Les dijo con una sonrisa.
-Muchas gracias Señor Mesía. -Le dijo Alfonso.
-Gracias Señor Olmo. -Dijo Emilia mientras me coge de la mano. -En cuanto a lo de la invitación a Madrid, no lo duden , yo iré antes de la boda y seguro que después también, puesto que Pepa es mi hermana, mi amiga. mi confidente.
Con estas palabras me despedí de todos ello, no sin antes decirle a Alfonso que me despidiera de su madre y del resto de su familia, a los que también voy a extrañar mucho. Olmo me coge la maleta. Así salimos a la plaza de camino a la calesa. Después del encuentro con Tristán mi cuerpo no se recuperó, las mismas sensaciones que me abordaron ayer las tenía de nuevo dentro de mi cuerpo. Me agarré fuerte al brazo de Olmo otra vez y un escalofrío recorrió mi cuerpo, de seguido un mareo. Los brazos de Olmo me cogen por la cintura.
-Solo es un mareo. -Le dije.
-No deberías haber salido de la cama Pepa. -Me dijo. -Y mucho menos la bíspera de un viaje tan largo. -Me recriminó de algún modo.
“No tienes la culpa” dije para mis adentros mientras lo miraba. Llegamos a la calesa, me ayuda a subir y una vez dentro arrancamos hacia El Jaral.
CONTINUARÁ...
#290
18/12/2011 11:34
Está claro que no voy a poder dormir en toda la noche, así que prefiero salir a dar una vuelta, igual un poco de ejercicio me ayuda a dormir. No tengo rumbo fijo, y acabo en la ermita que hay a medio camino entre Puente Viejo y la puebla. Está cerrada, pero no me importa, se respira paz, y es justo lo que necesito. Es un lugar en el que no he estado con Pepa. Digamos que es un lugar neutro, lo que facilita las cosas.
Me tumbo en la hierba y dirijo la mirada a las estrellas. Es lo único que en estos momentos me puede relajar. Puedo ver la Osa Mayor y no muy lejos, la Osa Menor. Fue Raimundo quien me enseñó las constelaciones cuando era un crío, junto con Sebastián y Emilia. Me pongo a pensar y Raimundo me ha enseñado la mayoría de las cosas que sé. Ojalá Raimundo fuese mi padre, la vida sería tan distinta...
Olmo, una noche más, ha vuelto a velar mi sueño, pero esta vez se ha quedado dormido. No ha amanecido todavía, quedan dos para que nos pongamos en pie antes de comenzar el viaje, pero no tengo sueño la verdad. Doña Águeda ha dispuesto de algunos trajes elegantes que demuestren mi nueva posición, pero mi ropa, la que siempre me he puesto, la que me caracteriza, la que me muestra...ya no sé que ropa me muestra de dónde vengo, porque sinceramente mi vida ha sido una mentira y la verdad...la verdad me ha dejado rota por fuera, como muestran las heridas que tengo por el rostro, y por dentro, creo que le corazón late por latir pero...estoy muerta.
Me levanto, tengo fuerzas o eso creo. Me visto, claro está, detrás de un biombo. No es que no me fie, pero...no me convence la idea de que olmo me vea vestirme. “Pepa, vaya tontada que acabas de pensar”. Una sonrrisilla se me dibuja en la cara...me pongo mi ropa de siempre, mientras observo los vestidos nuevos, doña Águeda tiene un gusto exquisito. Me acabo de dar cuenta que una de las velas se acaba de consumir, no creo en las supercherías, pero espero que no sea una premonición. Acabo de vestirme, cojo las botas y voy hacia la puerta, con sumo cuidado la abro, Olmo ni se percata nada, salgo y cierro la puerta con el mismo cuidado.
En el pasillo hay alguna luz encendida, las suficientes como para ver las escaleras, las bajo y me dirijo a la cocina. Cuando llego a esas estancias, gracias a un luz del exterior puede encender unas velas, así fue como me senté en una silla y me puse las botas. Esperé antes de hacerme el desayuno, no se que hora es pero...no son las seis. Camino por la cocina adelante mirando donde está cada cosa. Así entre estante y estante el reloj dio la hora, ahora sí, son las seis de la mañana y todo el mundo sigue durmiendo.
Comienzo a prepararlo todo...como echo de menos eses desayunos en la posada, ese olor a chocolate recién hecho...no me ido ya lo añoro todo. Preparo una hogaza de pan, caliento leche y el desayuno listo...
-Pepa hija. -Doña Águeda me ha descibierto. -¿Qué haces aquí tú sola? ¿Te has hecho tú el desayuno?
-Sí. -Dije sin saber muy bien que responder. -Pero me gusta hacer lo que puedo hacer por mi misma, como el desayuno. -Le dije intentando explicarle.
-No hace falta ni que me des explicaciones ni que te justifiques, esta es tu casa y haces que lo que quieres.
Se acerca a mi, me acaricia el pelo y me da un beso.
-Pepa como te dije ayer por la mañana, irte a Madrid es una oportunidad única...
-¿Usted no viene con nosotros? -Le pregunto imaginándome su respuesta.
-No Pepa, alguien tiene que quedarse para a Francisca Montenegro si intentara quitarnos del medio si nos vamos los tres.
Las dos no echamos a reír. No abrazamos, ahora sí que puedo decir como madre e hija. Es un momento extraño, nunca antes había notado esta sensación. Por una parte me da pena que no venga, pero sus palabras son cierta, si la Doña se entera que los Mesía se han ido, se vuelve a apoderar de todo.
De repente escuchamos unos pasos acelerados que se iban acercando a la cocina, era Olmo que se había despertado, no me vio acostada y salió corriendo de la habitación preocupado por si me había pasado algo. Al vernos a las dos allí a los dos sonrientes se queda más tranquilo y nos dice con su voz profunda:
-Señora, Señorita, si me lo permiten me voy a adecentar para emprender el viaje. -Nos dijo sonriendo.
Madre y yo nos reímos cuando salió.
CONTINUARÁ...
Me tumbo en la hierba y dirijo la mirada a las estrellas. Es lo único que en estos momentos me puede relajar. Puedo ver la Osa Mayor y no muy lejos, la Osa Menor. Fue Raimundo quien me enseñó las constelaciones cuando era un crío, junto con Sebastián y Emilia. Me pongo a pensar y Raimundo me ha enseñado la mayoría de las cosas que sé. Ojalá Raimundo fuese mi padre, la vida sería tan distinta...
Olmo, una noche más, ha vuelto a velar mi sueño, pero esta vez se ha quedado dormido. No ha amanecido todavía, quedan dos para que nos pongamos en pie antes de comenzar el viaje, pero no tengo sueño la verdad. Doña Águeda ha dispuesto de algunos trajes elegantes que demuestren mi nueva posición, pero mi ropa, la que siempre me he puesto, la que me caracteriza, la que me muestra...ya no sé que ropa me muestra de dónde vengo, porque sinceramente mi vida ha sido una mentira y la verdad...la verdad me ha dejado rota por fuera, como muestran las heridas que tengo por el rostro, y por dentro, creo que le corazón late por latir pero...estoy muerta.
Me levanto, tengo fuerzas o eso creo. Me visto, claro está, detrás de un biombo. No es que no me fie, pero...no me convence la idea de que olmo me vea vestirme. “Pepa, vaya tontada que acabas de pensar”. Una sonrrisilla se me dibuja en la cara...me pongo mi ropa de siempre, mientras observo los vestidos nuevos, doña Águeda tiene un gusto exquisito. Me acabo de dar cuenta que una de las velas se acaba de consumir, no creo en las supercherías, pero espero que no sea una premonición. Acabo de vestirme, cojo las botas y voy hacia la puerta, con sumo cuidado la abro, Olmo ni se percata nada, salgo y cierro la puerta con el mismo cuidado.
En el pasillo hay alguna luz encendida, las suficientes como para ver las escaleras, las bajo y me dirijo a la cocina. Cuando llego a esas estancias, gracias a un luz del exterior puede encender unas velas, así fue como me senté en una silla y me puse las botas. Esperé antes de hacerme el desayuno, no se que hora es pero...no son las seis. Camino por la cocina adelante mirando donde está cada cosa. Así entre estante y estante el reloj dio la hora, ahora sí, son las seis de la mañana y todo el mundo sigue durmiendo.
Comienzo a prepararlo todo...como echo de menos eses desayunos en la posada, ese olor a chocolate recién hecho...no me ido ya lo añoro todo. Preparo una hogaza de pan, caliento leche y el desayuno listo...
-Pepa hija. -Doña Águeda me ha descibierto. -¿Qué haces aquí tú sola? ¿Te has hecho tú el desayuno?
-Sí. -Dije sin saber muy bien que responder. -Pero me gusta hacer lo que puedo hacer por mi misma, como el desayuno. -Le dije intentando explicarle.
-No hace falta ni que me des explicaciones ni que te justifiques, esta es tu casa y haces que lo que quieres.
Se acerca a mi, me acaricia el pelo y me da un beso.
-Pepa como te dije ayer por la mañana, irte a Madrid es una oportunidad única...
-¿Usted no viene con nosotros? -Le pregunto imaginándome su respuesta.
-No Pepa, alguien tiene que quedarse para a Francisca Montenegro si intentara quitarnos del medio si nos vamos los tres.
Las dos no echamos a reír. No abrazamos, ahora sí que puedo decir como madre e hija. Es un momento extraño, nunca antes había notado esta sensación. Por una parte me da pena que no venga, pero sus palabras son cierta, si la Doña se entera que los Mesía se han ido, se vuelve a apoderar de todo.
De repente escuchamos unos pasos acelerados que se iban acercando a la cocina, era Olmo que se había despertado, no me vio acostada y salió corriendo de la habitación preocupado por si me había pasado algo. Al vernos a las dos allí a los dos sonrientes se queda más tranquilo y nos dice con su voz profunda:
-Señora, Señorita, si me lo permiten me voy a adecentar para emprender el viaje. -Nos dijo sonriendo.
Madre y yo nos reímos cuando salió.
CONTINUARÁ...
#291
18/12/2011 11:34
Madre y yo nos reímos cuando salió.
Al final me tome mi desayuno junto con el chocolate que preparó Inés cuando hizo los desayunos. No era usual que madre y Olmo desayunaran en la cocina, pero como la que empezó fui yo...pues al final todos acabamos desayunando allí. Cuando madre y yo salimos de la cocina la maleta de Olmo y la mía ya estaban en la puerta. Olmo salió con una carpeta en la mano. Poco a poco le fue dando instrucciones a doña Águeda por si ocurría cualquier percance, ella lo escuchaba con detenimiento, aunque creo que no hace falta que se le diga como tiene que hacer las cosas. Una criada abre la puerta y cuando, para asombro de todos allí estaban Raimundo, Emilia, Sebastián y Rosario de a que no me pude despedir la noche anterior. Al verla el corazón se me para dentro de mi y salgo a abrazarla. La dos lloramos y Emilia también, lo sé porque la veo por el rabillo del ojo. Las miro a las dos y sonrío tristemente.
-¿Se puede saber por qué estáis aquí? -Pregunto haciendome la despistada.
-Pues no podíamos permitir que partieran sin llevar algo de comida de para el camino. -Dijo Rosario. -Señor, espero que le guste. -Dijo mirando para Olmo.
-No lo dude Rosario. -Le dijo con una sonrisa.
-Bueno yo también traigo algo. -Dijo Emilia algo emocionada. -Algo para meter al buche y además esas magdalenas que tanto te gustan Pepa. Y mi padre, aquí presente se emperr ó en meter una botella de vino.
-Claro para acompañar los manjares que llevan. -Explicó Raimundo con una sonrisa.
No puedo ver llorar a Emilia, cada vez que la veo en esa tesitura me cuesta más abandonar el pueblo y la abrazo. Cuando la suelto, con un nudo en la garganta digo.
-Gracias. Gracias por dejarme ver vuestros rostros antes de partir, siempre os llevaré en mi corazón hasta que regrese.
Las lágrimas se vuelven a apoderar de mi, como la angustia de la partida. Primero abrazo a Raimundo, ese hombre al que quiero como un padre y que siempre busca soluciones a los problemas; Sebastián, el confidente de Tristán y últimamente el mío también.
-No dejes solo a Tristán, por favor. -Le digo al oido para que nadie me oiga.
-No tenía pensado hacer, tranquila. -Me dijo por la bajo.
Me miró y me sonrió.
-Emilia.
Las dos nos abrazamos y volvimos a romper a llorar.
-Parecemos dos tontas. -Le djie
-Pepa, acuérdate lo que te dije en la fuente...
-Siempre estaremos unidas.
Nos miramos, nos cogimos de la mano y entre lágrimas sonreimos.
Y por último la mujer más buena de todo Puente Viejo, Rosario Castañeda.
-Pepa como se te va a echar de menos en el pueblo, esas visitas clandestinas que me hacías a la casona. -Dijo riendo y llorando la mismo tiempo.
-Yo también te echaré de menos Rosario. -Le dije. -Cuida de Tristán Rosario. -Le dije en voz baja.
-No te preocupes, así lo haré.
Después de volverlos a mirar varias veces más, Olmo me coge el brazo como señal de que ha llegado la hora de partir. Vuelvo a junto de Doña Águeda y la abrazo una vez. Está temblando, así que debe estar llorando. Olmo se acerca a nosotras, yo me separo y ellos dos se abrazan también. Algo le susurra ella en el oído que no alcanzo a escuchar, él mirándola fijamente asiente con la cabeza.
Nos subimos a la calesa, saco la cabeza, Emilia se acerca a mi por última vez.
-Ven a visitarme. -Le digo.
Lo haré. -Me dijo con ojos llorosos.
La calesa comienza a moverse. Todos agitan los brazos en el aire, yo hago lo mismo. Observo como madre se acerca a ellos y los invita a pasar, ellos la siguen. Aun no son las siete, así que salimos más pronto de la hora que había marcado Olmo. Está sentado enfrente de mi, su mirada me da algo de consuelo. Mientras que él lee unos papeles, yo me entretengo con los vistas que veo desde la pequeña ventana de la calesa.
CONTINUARÁ...
Al final me tome mi desayuno junto con el chocolate que preparó Inés cuando hizo los desayunos. No era usual que madre y Olmo desayunaran en la cocina, pero como la que empezó fui yo...pues al final todos acabamos desayunando allí. Cuando madre y yo salimos de la cocina la maleta de Olmo y la mía ya estaban en la puerta. Olmo salió con una carpeta en la mano. Poco a poco le fue dando instrucciones a doña Águeda por si ocurría cualquier percance, ella lo escuchaba con detenimiento, aunque creo que no hace falta que se le diga como tiene que hacer las cosas. Una criada abre la puerta y cuando, para asombro de todos allí estaban Raimundo, Emilia, Sebastián y Rosario de a que no me pude despedir la noche anterior. Al verla el corazón se me para dentro de mi y salgo a abrazarla. La dos lloramos y Emilia también, lo sé porque la veo por el rabillo del ojo. Las miro a las dos y sonrío tristemente.
-¿Se puede saber por qué estáis aquí? -Pregunto haciendome la despistada.
-Pues no podíamos permitir que partieran sin llevar algo de comida de para el camino. -Dijo Rosario. -Señor, espero que le guste. -Dijo mirando para Olmo.
-No lo dude Rosario. -Le dijo con una sonrisa.
-Bueno yo también traigo algo. -Dijo Emilia algo emocionada. -Algo para meter al buche y además esas magdalenas que tanto te gustan Pepa. Y mi padre, aquí presente se emperr ó en meter una botella de vino.
-Claro para acompañar los manjares que llevan. -Explicó Raimundo con una sonrisa.
No puedo ver llorar a Emilia, cada vez que la veo en esa tesitura me cuesta más abandonar el pueblo y la abrazo. Cuando la suelto, con un nudo en la garganta digo.
-Gracias. Gracias por dejarme ver vuestros rostros antes de partir, siempre os llevaré en mi corazón hasta que regrese.
Las lágrimas se vuelven a apoderar de mi, como la angustia de la partida. Primero abrazo a Raimundo, ese hombre al que quiero como un padre y que siempre busca soluciones a los problemas; Sebastián, el confidente de Tristán y últimamente el mío también.
-No dejes solo a Tristán, por favor. -Le digo al oido para que nadie me oiga.
-No tenía pensado hacer, tranquila. -Me dijo por la bajo.
Me miró y me sonrió.
-Emilia.
Las dos nos abrazamos y volvimos a romper a llorar.
-Parecemos dos tontas. -Le djie
-Pepa, acuérdate lo que te dije en la fuente...
-Siempre estaremos unidas.
Nos miramos, nos cogimos de la mano y entre lágrimas sonreimos.
Y por último la mujer más buena de todo Puente Viejo, Rosario Castañeda.
-Pepa como se te va a echar de menos en el pueblo, esas visitas clandestinas que me hacías a la casona. -Dijo riendo y llorando la mismo tiempo.
-Yo también te echaré de menos Rosario. -Le dije. -Cuida de Tristán Rosario. -Le dije en voz baja.
-No te preocupes, así lo haré.
Después de volverlos a mirar varias veces más, Olmo me coge el brazo como señal de que ha llegado la hora de partir. Vuelvo a junto de Doña Águeda y la abrazo una vez. Está temblando, así que debe estar llorando. Olmo se acerca a nosotras, yo me separo y ellos dos se abrazan también. Algo le susurra ella en el oído que no alcanzo a escuchar, él mirándola fijamente asiente con la cabeza.
Nos subimos a la calesa, saco la cabeza, Emilia se acerca a mi por última vez.
-Ven a visitarme. -Le digo.
Lo haré. -Me dijo con ojos llorosos.
La calesa comienza a moverse. Todos agitan los brazos en el aire, yo hago lo mismo. Observo como madre se acerca a ellos y los invita a pasar, ellos la siguen. Aun no son las siete, así que salimos más pronto de la hora que había marcado Olmo. Está sentado enfrente de mi, su mirada me da algo de consuelo. Mientras que él lee unos papeles, yo me entretengo con los vistas que veo desde la pequeña ventana de la calesa.
CONTINUARÁ...
#292
18/12/2011 11:35
No sé cuándo fue, pero en algún momento me quedé dormido al lado de la ermita. El frío de la mañana y los primeros rayos de sol, sol otoñal, son los que me despertaron. Al hacerlo comprendí que era hora de volver a la posada. Me pongo de pie y empiezo a caminar hacia Puente Viejo, comprendiendo que ya no soy un zagal de diez años que puede pasar la noche al raso y levantarse como si nada. Al llegar a la posada Emilia ya estaba faenando en la cocina.
- Don Tristán, ¿cómo se encuentra? Trae mala cara, si me permite el comentario...
- Bien, Emilia, estoy bien. ¿Y tú cómo estás? ¿Te da mucha guerra el embarazo?
- Entre usted y yo, me dan más guerra mi padre y mi hermano con sus cuitas, que este crío.
- Si quieres hablo con ellos, aunque con el carácter que te gastas, seguro que los pones firmes tú solita. Si me permites el comentario.
- Ande, siéntese, que le voy a poner el desayuno. Pasar la noche al raso no debe ser agradable.
-¿Pero cómo lo sabías?
-Es fácil: viene con la misma ropa de anoche, mojado por el rocío y trae una brizna de hierba en el pelo. Por no hablar de que anoche me asomé a su dormitorio y usted no estaba. Y ahora dígame, ¿qué prefiere, chocolate con churros o huevos revueltos?
-Un chocolate estará bien, gracias.
Emilia se dirige a la cocina, y al salir aparece con un tazón de chocolate y unos cuantos churros.
-Tenga cuidado, que queman.
- Descuida, Emilia.
Han pasado algunos días desde la partida de Pepa y el dolor, lejos de remitir, va en aumento. Apenas como, apenas duermo, apenas vivo, sólo gustaba de pasar las horas muertas en mi habitación.
CONTINUARÁ...
- Don Tristán, ¿cómo se encuentra? Trae mala cara, si me permite el comentario...
- Bien, Emilia, estoy bien. ¿Y tú cómo estás? ¿Te da mucha guerra el embarazo?
- Entre usted y yo, me dan más guerra mi padre y mi hermano con sus cuitas, que este crío.
- Si quieres hablo con ellos, aunque con el carácter que te gastas, seguro que los pones firmes tú solita. Si me permites el comentario.
- Ande, siéntese, que le voy a poner el desayuno. Pasar la noche al raso no debe ser agradable.
-¿Pero cómo lo sabías?
-Es fácil: viene con la misma ropa de anoche, mojado por el rocío y trae una brizna de hierba en el pelo. Por no hablar de que anoche me asomé a su dormitorio y usted no estaba. Y ahora dígame, ¿qué prefiere, chocolate con churros o huevos revueltos?
-Un chocolate estará bien, gracias.
Emilia se dirige a la cocina, y al salir aparece con un tazón de chocolate y unos cuantos churros.
-Tenga cuidado, que queman.
- Descuida, Emilia.
Han pasado algunos días desde la partida de Pepa y el dolor, lejos de remitir, va en aumento. Apenas como, apenas duermo, apenas vivo, sólo gustaba de pasar las horas muertas en mi habitación.
CONTINUARÁ...
#293
18/12/2011 11:35
Llaman a la puerta y maldigo a quien la aporree, por mucho que sea por mi bien, no deseo ver a nadie.
-Tristán, soy Soledad. Por favor, ábreme.
Le abro la puerta, más por compromiso que por gusto y vuelvo a sentarme en la cama.
-Tristán, hermano, que aspecto tan malo tienes, ¿estás bien?
- No, lo cierto es que no. Y te pediría que no le relatases nada a madre.
-Está bien, tranquilo, por madre no te preocupes, desde que te has ido tu nombre no se ha vuelto a pronunciar... pero cuentame lo que ha pasado.
Tomo aire y escojo en mi cabeza las palabras justas para dar una noticia así, si es que las hay. No sé cómo se lo va a tomar, pero tiene que saber la verdad
- Es algo tan... tan grotesco y tan difícil de asumir, que no sé por dónde empezar. Anda, será mejor que te sientes. Al día siguiente de la boda Doña Águeda vino bien temprano para comunicarnos que el padre de Pepa era Salvador Castro. Pepa es nuestra hermana, Soledad.
-¿Cómo puede ser?
-Verás, tú aún no habías nacido cuando padre tuvo que hacer un viaje al sur por negocios. Durante su estancia conoció a la hija del hombre con el que estaba de negocios. Esa adolescente se llamaba Águeda. La cosa fue a más, hasta que la dejó encinta. El resto te lo puedes imaginar. ¿Te das cuenta, Soledad, lo cruel que puede ser el destino? Ha querido que mi hermana sea la mujer de mi vida.
-Sé lo cruel que puede ser el destino. Pero ¿estás seguro de esta historia?
-He aprendido que en esta vida no se puede estar seguro de nada, pero vi los ojos de Doña Águeda mientras nos daba la noticia y no mentían.
-Lo siento Tristán, no quiero que pienses que no te creo, pero entiéndeme, ahora me entero que Pepa es mi hermana y resulta que mi hermano se ha casado con ella...hay algo que no cuadra, no sé es que a lo mejor es toda esta historia...¿Tristán no has pensado en la posibilidad de investigar?
-No te creas que no lo he considerado, pero luego pienso que para lo único que va a servir es para meter el dedo en la herida. He de asumir lo que el destino nos ha preparado.
-O no hermano. Sé lo que es sufrir por amor y sentirte la persona más desdichada de este mundo, pero también entiendo que si se puede luchar se haga, por eso te digo que intenta indagar en esta historia que parece tan enmarañada...no sé, puede que sea una tontería pero he sido testigo de cuanto la has amado y la amas.
-Puede que tengas razón, pero estoy tan aturdido que no sé ni por dónde empezar, ni a quién recurrir... -De pronto, una luz se encendió en mi cabeza, aportando algo de luz entre tanta confusión- Soledad, necesito que me ayudes. ¿Puedo contar contigo?
-Ya sabes que sí, ¿qué precisas?
-Necesito que busques entre las pertenencias de madre, algo que nos pueda indicar si madre estuvo enamorada antes de casar con padre.
-Está bien lo haré cuando esté en el despacho...espera mañana creo que tiene que salir a La Puebla por algún asunto, cuando salga me cuelo en su cuarto y hoy por la noche miraré en el despacho. Lo haré, lo haré para que al menos uno de los dos pueda ser feliz. Por cierto, ¿y Pepa dónde se aloja?
-En Madrid. Partió hace unos días con Olmo a estudiar medicina.
-Sé que Olmo se había marchado a Madrid, no me dijo la razón, a lo mejor supuso que en la casona la noticia había llegado... Bueno hay que mirar lo por el lado bueno, va acompañada de su otro hermano, porque de cierto modo también lo son.
-Sí, en cierto modo sí lo son, al menos a ojos de Doña Águeda. Qué irónico es el destino: Olmo, que ni la ama, ni comparte su sangre, aunque la considere su hermana, puede estar con ella que nadie murmurará, y yo, que daría mi último aliento por ella, soy su hermano, aunque a ojos de los demás no nos una ningún lazo de sangre.
-El destino juega con nosotros a su gusto mientras que nosotros no podemos hacer nada por evitarlo y...la vida, el amor es cruel con las personas que amamos de verdad, como si no quisiera que fuésemos felices. A veces pienso ¿por qué me tuve que enamorar de Juan? Me siento culpable, pero es que realmente nadie es culpable de enamorarse.
Realmente no supe qué decir ante las palabras de Soledad. ¿Podía acaso alguien decir algo más? Aún así, me atreví a hablar.
-Soledad, no te sientas culpable por haber estado enamorada de Juan. Tan sólo quédate con los buenos momentos vividos y con la experiencia, que para bien o para mal, seguro que algo te ha enseñado.
-Tristán todavía le sigo amando. He intentado olvidarme, he luchado con todas mis fuerzas por arrancarlo de mi corazón, pero es imposible, donde hubo llamas siempre quedan brasas.
-¿Acaso has olvidado todo lo que te hizo?
-¡No! No lo he olvidado créeme. El daño que me hizo encamándose con la duquesa fue enorme, pero no puedo evitar quererlo.
-Dime una cosa, hermana: ¿serías capaz de perdonarle su aventura con la duquesa? ¿Serías capaz de volver a yacer junto a él sin que el recuerdo de esa mujer te atormentara? No necesito que me contestes a mí, sino a ti.
-Creo que no, pero tampoco quiero a Olmo, mi corazón todavía le pertenece a Juan y tampoco me puede engañar a mi misma, ¿no crees?
-Puede que tengas razón, Soledad, pero yo no puedo decirte más, eres tú quien debe tomar tu propio camino.
Unos golpes en la puerta ponen fin a nuestra conversación, es Emilia.
CONTINUARÁ...
-Tristán, soy Soledad. Por favor, ábreme.
Le abro la puerta, más por compromiso que por gusto y vuelvo a sentarme en la cama.
-Tristán, hermano, que aspecto tan malo tienes, ¿estás bien?
- No, lo cierto es que no. Y te pediría que no le relatases nada a madre.
-Está bien, tranquilo, por madre no te preocupes, desde que te has ido tu nombre no se ha vuelto a pronunciar... pero cuentame lo que ha pasado.
Tomo aire y escojo en mi cabeza las palabras justas para dar una noticia así, si es que las hay. No sé cómo se lo va a tomar, pero tiene que saber la verdad
- Es algo tan... tan grotesco y tan difícil de asumir, que no sé por dónde empezar. Anda, será mejor que te sientes. Al día siguiente de la boda Doña Águeda vino bien temprano para comunicarnos que el padre de Pepa era Salvador Castro. Pepa es nuestra hermana, Soledad.
-¿Cómo puede ser?
-Verás, tú aún no habías nacido cuando padre tuvo que hacer un viaje al sur por negocios. Durante su estancia conoció a la hija del hombre con el que estaba de negocios. Esa adolescente se llamaba Águeda. La cosa fue a más, hasta que la dejó encinta. El resto te lo puedes imaginar. ¿Te das cuenta, Soledad, lo cruel que puede ser el destino? Ha querido que mi hermana sea la mujer de mi vida.
-Sé lo cruel que puede ser el destino. Pero ¿estás seguro de esta historia?
-He aprendido que en esta vida no se puede estar seguro de nada, pero vi los ojos de Doña Águeda mientras nos daba la noticia y no mentían.
-Lo siento Tristán, no quiero que pienses que no te creo, pero entiéndeme, ahora me entero que Pepa es mi hermana y resulta que mi hermano se ha casado con ella...hay algo que no cuadra, no sé es que a lo mejor es toda esta historia...¿Tristán no has pensado en la posibilidad de investigar?
-No te creas que no lo he considerado, pero luego pienso que para lo único que va a servir es para meter el dedo en la herida. He de asumir lo que el destino nos ha preparado.
-O no hermano. Sé lo que es sufrir por amor y sentirte la persona más desdichada de este mundo, pero también entiendo que si se puede luchar se haga, por eso te digo que intenta indagar en esta historia que parece tan enmarañada...no sé, puede que sea una tontería pero he sido testigo de cuanto la has amado y la amas.
-Puede que tengas razón, pero estoy tan aturdido que no sé ni por dónde empezar, ni a quién recurrir... -De pronto, una luz se encendió en mi cabeza, aportando algo de luz entre tanta confusión- Soledad, necesito que me ayudes. ¿Puedo contar contigo?
-Ya sabes que sí, ¿qué precisas?
-Necesito que busques entre las pertenencias de madre, algo que nos pueda indicar si madre estuvo enamorada antes de casar con padre.
-Está bien lo haré cuando esté en el despacho...espera mañana creo que tiene que salir a La Puebla por algún asunto, cuando salga me cuelo en su cuarto y hoy por la noche miraré en el despacho. Lo haré, lo haré para que al menos uno de los dos pueda ser feliz. Por cierto, ¿y Pepa dónde se aloja?
-En Madrid. Partió hace unos días con Olmo a estudiar medicina.
-Sé que Olmo se había marchado a Madrid, no me dijo la razón, a lo mejor supuso que en la casona la noticia había llegado... Bueno hay que mirar lo por el lado bueno, va acompañada de su otro hermano, porque de cierto modo también lo son.
-Sí, en cierto modo sí lo son, al menos a ojos de Doña Águeda. Qué irónico es el destino: Olmo, que ni la ama, ni comparte su sangre, aunque la considere su hermana, puede estar con ella que nadie murmurará, y yo, que daría mi último aliento por ella, soy su hermano, aunque a ojos de los demás no nos una ningún lazo de sangre.
-El destino juega con nosotros a su gusto mientras que nosotros no podemos hacer nada por evitarlo y...la vida, el amor es cruel con las personas que amamos de verdad, como si no quisiera que fuésemos felices. A veces pienso ¿por qué me tuve que enamorar de Juan? Me siento culpable, pero es que realmente nadie es culpable de enamorarse.
Realmente no supe qué decir ante las palabras de Soledad. ¿Podía acaso alguien decir algo más? Aún así, me atreví a hablar.
-Soledad, no te sientas culpable por haber estado enamorada de Juan. Tan sólo quédate con los buenos momentos vividos y con la experiencia, que para bien o para mal, seguro que algo te ha enseñado.
-Tristán todavía le sigo amando. He intentado olvidarme, he luchado con todas mis fuerzas por arrancarlo de mi corazón, pero es imposible, donde hubo llamas siempre quedan brasas.
-¿Acaso has olvidado todo lo que te hizo?
-¡No! No lo he olvidado créeme. El daño que me hizo encamándose con la duquesa fue enorme, pero no puedo evitar quererlo.
-Dime una cosa, hermana: ¿serías capaz de perdonarle su aventura con la duquesa? ¿Serías capaz de volver a yacer junto a él sin que el recuerdo de esa mujer te atormentara? No necesito que me contestes a mí, sino a ti.
-Creo que no, pero tampoco quiero a Olmo, mi corazón todavía le pertenece a Juan y tampoco me puede engañar a mi misma, ¿no crees?
-Puede que tengas razón, Soledad, pero yo no puedo decirte más, eres tú quien debe tomar tu propio camino.
Unos golpes en la puerta ponen fin a nuestra conversación, es Emilia.
CONTINUARÁ...
#294
18/12/2011 11:35
Unos golpes en la puerta ponen fin a nuestra conversación, es Emilia.
-Pasa, Emilia. ¿Qué se te ofrece?
-Gracias Señor. ¡Hola Soledad! No me quedaré mucho tiempo que la taberna esta repleta de gente.
-Hola Emilia, Yo ya me iba y Tristán haré lo que me has encargado.
-Gracias, Soledad. No sé qué haría sin ti. Emilia, ¿qué ocurre?
-Un muchacho me acaba de dejar esta nota para usted y no me dijo quien se la enviaba.
El corazón se me aceleró y una sonrisa asomó a mi rostro. ¿Y si era una carta de Pepa? ¿Y si todo había sido un mal sueño y podíamos seguir casados? Tal era mi emoción, que no me percaté de que Emilia había vuelto a sus quehaceres en la casa de comidas. Abrí el sobre con la misma ilusión con la que recibía de niño los regalos de Reyes. Me senté en la cama y leí:
“Mañana a las 10 en El Jaral. Sé discreto”
No sabía qué pensar tras leer la nota. ¿Quién quería verme y para qué? conozco a Pepa, y ella no es de enviar notas, aunque las circunstancias son muy especiales y no podía perder la esperanza. Aún así, algo en mi interior me decía que Doña Águeda estaba detrás de todo esto, pero ¿por qué? Ella ya ha dicho todo lo que tenía decir...
Leí y releí la nota intentando buscar alguna pista que me adelantase algo de lo que iba a pasar al día siguiente, pero una nota tan escueta como aquella no daba para más conjeturas.
CONTINUARÁ...
-Pasa, Emilia. ¿Qué se te ofrece?
-Gracias Señor. ¡Hola Soledad! No me quedaré mucho tiempo que la taberna esta repleta de gente.
-Hola Emilia, Yo ya me iba y Tristán haré lo que me has encargado.
-Gracias, Soledad. No sé qué haría sin ti. Emilia, ¿qué ocurre?
-Un muchacho me acaba de dejar esta nota para usted y no me dijo quien se la enviaba.
El corazón se me aceleró y una sonrisa asomó a mi rostro. ¿Y si era una carta de Pepa? ¿Y si todo había sido un mal sueño y podíamos seguir casados? Tal era mi emoción, que no me percaté de que Emilia había vuelto a sus quehaceres en la casa de comidas. Abrí el sobre con la misma ilusión con la que recibía de niño los regalos de Reyes. Me senté en la cama y leí:
“Mañana a las 10 en El Jaral. Sé discreto”
No sabía qué pensar tras leer la nota. ¿Quién quería verme y para qué? conozco a Pepa, y ella no es de enviar notas, aunque las circunstancias son muy especiales y no podía perder la esperanza. Aún así, algo en mi interior me decía que Doña Águeda estaba detrás de todo esto, pero ¿por qué? Ella ya ha dicho todo lo que tenía decir...
Leí y releí la nota intentando buscar alguna pista que me adelantase algo de lo que iba a pasar al día siguiente, pero una nota tan escueta como aquella no daba para más conjeturas.
CONTINUARÁ...
#295
18/12/2011 11:36
Como le había dicho a mi hermano, yo buscaría alguna prueba o pista de algún enamoramiento de nuestra madre antes de casarse con padre. Y así lo hice.
Después de cenar madre leyó un poco pero la migraña que sufría no le permitía concentrarse en la lectura, por lo que decidió retirarse a sus aposentos. Marchó, mientras yo esperaba a que la casona quedara vacía. Cuando la última muchacha de servicio se había marchado, subo las escaleras para confirmar que madre sigue en su alcoba. Si hacer mucho ruido bajo las escaleras y me dirijo al despacho. “¿Por dónde empiezo?” Me pregunto, cuando enfrente de mi veo el escritorio que, todos de algún modo u otro, habíamos utilizado ya. Me siento en la silla, abro el cajón, de vez en cuando miro al frente para vigilar si viene madre. Hay papeles de la finca, algunos de la conservera, de momento nada relevante.Lo único que me llama la atención es un pequeño lazo rosa, viejo y sucio, que no tiene mucha razón de ser que esté en el cajón. Lo acerco a la nariz, huele a humedad, frunzo la nariz del mal olor. En el cajón nada más.
Me levanto y voy a las estanterias de los libros, alguna enciclopedia, tomos enormes y antiguos, tampoco nada destacable.
Cuando parece que no hay ningún secreto en esa estancia de la casona, cuando me iba a dar por vencida, la respuesta a mi inquietud de no poder ayudar a mi hermano, está delante de mi. El pequeño mueble que hay lado de la ventana, la vitrina donde madre guarda los libros que más estima. Es ahí donde algún secreto e puede guardar. Abro con sumo cuidado, estando siempre alerta de escuchar algún ruido por mínimo que fuera. Mis manos nerviosas palpan los losmos de los libros, hasta que algo me llama la atención, hay un libro fino que está puesto de tal forma que está más echado hacia delante que el resto. Lo tomo entre mis manos, es un libro de poemas de Rosalía de Castro, lo abro y se abre directamente por uno de los poemas, vuelvo hacia las primeras páginas y me sorprendo al ver una dedicatoria:
Qué estas líneas sean el principio de una pasión compartida. R
No puedo dar crédito a lo que mi ojos están viendo. Alguien había dedicado este libro pero, ¿quién le habrá dedicado este libro de poemas a madre? Pienso un poco y la verdad es que no creo que se lo dedicara padre, no veo a padre emocionándose con un libro de poemas y mucho menos dedicándolo, a parte no coincide con la inicial R, esto es una aguja en un pajar, hay muchos nombres que empiezan por R, pero algo es algo, para ser más de media noche. Me acerco de nuevo al escritorio, abro el cajón, cojo una hoja limpia, tomo la pluma, la mojo en el tintero y escribo la pequeña dedicatoria. Dejo todo en su sitio, coloco el libro como estaba, cierro la vitrina y me marcho a mi habitación. Encontrar esta dedicatoria me dio ánimos para sospechar que la alcoba de madre podía esconder algo más.
No pude dormir en toda la noche pensando en la persona que habría escrito esas palabras para madre. Esto me hizo imaginarme a una Francisca Montenegro no como la que conocemos ahora, esa persona fría y distante que roza la inhumanidad, sino a una muchacha que pudo haber amado de verdad. Estaba cediendo al sueño cuando el ruido de la calesa al partir me despertó sobresaltada. Era la señal para poder entrar en los aposentos madre y así lo hice. Entré, de las pocas veces que lo hice. Todo seguía igual, enormes cuadros de temática religiosa cuelgan de las paredes, un enorme báhul a los pies de la cama, el piano, es una habitación algo oscura, claro está que el servicio no la ha arreglado todavía. Me acerco a su escritorio, rebusco entre sus cajones, pero no encontré nada. Aunque me llama la atención que uno de los cajones pequeños no se podía abrir y no tenía cerradura.
Regreso a mi habitación donde cojo la hoja donde había escrito la dedicatoria del libro, la meto en un sobre para dársela a Mariana y que se la haga llegar a mi hermano.
CONTINUARÁ...
Después de cenar madre leyó un poco pero la migraña que sufría no le permitía concentrarse en la lectura, por lo que decidió retirarse a sus aposentos. Marchó, mientras yo esperaba a que la casona quedara vacía. Cuando la última muchacha de servicio se había marchado, subo las escaleras para confirmar que madre sigue en su alcoba. Si hacer mucho ruido bajo las escaleras y me dirijo al despacho. “¿Por dónde empiezo?” Me pregunto, cuando enfrente de mi veo el escritorio que, todos de algún modo u otro, habíamos utilizado ya. Me siento en la silla, abro el cajón, de vez en cuando miro al frente para vigilar si viene madre. Hay papeles de la finca, algunos de la conservera, de momento nada relevante.Lo único que me llama la atención es un pequeño lazo rosa, viejo y sucio, que no tiene mucha razón de ser que esté en el cajón. Lo acerco a la nariz, huele a humedad, frunzo la nariz del mal olor. En el cajón nada más.
Me levanto y voy a las estanterias de los libros, alguna enciclopedia, tomos enormes y antiguos, tampoco nada destacable.
Cuando parece que no hay ningún secreto en esa estancia de la casona, cuando me iba a dar por vencida, la respuesta a mi inquietud de no poder ayudar a mi hermano, está delante de mi. El pequeño mueble que hay lado de la ventana, la vitrina donde madre guarda los libros que más estima. Es ahí donde algún secreto e puede guardar. Abro con sumo cuidado, estando siempre alerta de escuchar algún ruido por mínimo que fuera. Mis manos nerviosas palpan los losmos de los libros, hasta que algo me llama la atención, hay un libro fino que está puesto de tal forma que está más echado hacia delante que el resto. Lo tomo entre mis manos, es un libro de poemas de Rosalía de Castro, lo abro y se abre directamente por uno de los poemas, vuelvo hacia las primeras páginas y me sorprendo al ver una dedicatoria:
Qué estas líneas sean el principio de una pasión compartida. R
No puedo dar crédito a lo que mi ojos están viendo. Alguien había dedicado este libro pero, ¿quién le habrá dedicado este libro de poemas a madre? Pienso un poco y la verdad es que no creo que se lo dedicara padre, no veo a padre emocionándose con un libro de poemas y mucho menos dedicándolo, a parte no coincide con la inicial R, esto es una aguja en un pajar, hay muchos nombres que empiezan por R, pero algo es algo, para ser más de media noche. Me acerco de nuevo al escritorio, abro el cajón, cojo una hoja limpia, tomo la pluma, la mojo en el tintero y escribo la pequeña dedicatoria. Dejo todo en su sitio, coloco el libro como estaba, cierro la vitrina y me marcho a mi habitación. Encontrar esta dedicatoria me dio ánimos para sospechar que la alcoba de madre podía esconder algo más.
No pude dormir en toda la noche pensando en la persona que habría escrito esas palabras para madre. Esto me hizo imaginarme a una Francisca Montenegro no como la que conocemos ahora, esa persona fría y distante que roza la inhumanidad, sino a una muchacha que pudo haber amado de verdad. Estaba cediendo al sueño cuando el ruido de la calesa al partir me despertó sobresaltada. Era la señal para poder entrar en los aposentos madre y así lo hice. Entré, de las pocas veces que lo hice. Todo seguía igual, enormes cuadros de temática religiosa cuelgan de las paredes, un enorme báhul a los pies de la cama, el piano, es una habitación algo oscura, claro está que el servicio no la ha arreglado todavía. Me acerco a su escritorio, rebusco entre sus cajones, pero no encontré nada. Aunque me llama la atención que uno de los cajones pequeños no se podía abrir y no tenía cerradura.
Regreso a mi habitación donde cojo la hoja donde había escrito la dedicatoria del libro, la meto en un sobre para dársela a Mariana y que se la haga llegar a mi hermano.
CONTINUARÁ...
#296
18/12/2011 11:36
Llevo horas despierto dando vueltas por la habitación. La nota me ha alterado tanto que he sido incapaz de pegar el ojo. El reloj de la casa de comidas marca las ocho y decido salir hacia la casona. Sé que es demasiado pronto, pero no quiero que ningún contratiempo me detenga, y en caso de llegar antes de tiempo, me dedicaré a tomar un poco la fresca, me vendrá bien para despejar la mente y airear las ideas.
Sorteo como puedo las súplicas de Emilia para que desayune, pero nada me cabe en el buche. Ya comeré luego.
El camino hasta El Jaral se me hace eterno. He estado toda la vida acostumbrado a moverme en calesa o en mi caballo, y ahora que he de hacerlo a pie, cada paso que doy me resulta eterno, pero por fin, llego ante la puerta de la finca y llamo a la campanilla que cuelga del lado derecho de la puerta. Una de mis antiguas doncellas me abre la puerta con gran pudor, pues sabe que su marcha a El Jaral fue precipitada y a nuestras espaldas, pero no la culpo, Doña Francisca Montenegro es una déspota sin corazón e incapaz de aflojar la faltriquera. Le pongo una mano en el hombro, dándole a entender que no estoy enfadado con ella. ¿Quién soy yo para enfadarme con una persona que sólo quiere mejorar honradamente en esta vida?
Al entrar en la espléndida casa, me indican que Doña Águeda me está esperando en el salón. Por un momento la decepción se apodera de mí. ¿Y Pepa? Pienso para mis adentros.
- ¿Da usted su permiso, Doña Águeda?
-Adelante Tristán, te estaba esperando. Toma asiento, por cierto, ¿has desayunado?
- Lo cierto es que no, esta mañana al despertar tenía un nudo en el estómago por el desasosiego que me produjo su nota. ¿Le ha pasado algo a Pepa? ¿Acaso ha vuelto?
-No te inquietes Tristán, Pepa está bien. Ya están instalados en Madrid, el viaje fue algo cansado y llegaron sin ningún percance y a tu última pregunta debo decirte que no, Tristán, no ha regresado.
- Me lo suponía, pero entiéndame, tenía que preguntarlo.
-Lo sé, un amor como el vuestro no se olvida fácilmente y ni los sentimientos desaparecen del día a la noche. No te recrimino, al contrario te entiendo y sé que no la has olvidado como ella no se ha olvidado de ti.
- Lo sé. Bueno, y dígame, ¿A qué tanto misterio con su nota? He de reconocer que he venido movido más por la curiosidad que por deferencia hacia usted.
-Fui escueta en mis palabras para que vinieras, si no lo hiciera así me arriesgaba a que no aceptaras mi invitación. Bien, quiero proponerte algo.
Por un momento el silencio se apoderó del salón.
-Usted dirá, Doña Águeda.
Estaba nervioso, no me gusta que me tengan en ascuas, y menos si recelo de la persona que me mantiene en vilo. Ella, sabedora del impacto de los silencios, los usaba a su antojo. Tal era así que se podía oír hasta el vuelo de una mosca.
-Quiero que...mejor dicho, me gustaría que me ayudaras a dirigir El Jaral y todo lo que ello conlleva. Pensé que me podía enfrentar a esta finca yo sola, pero lo cierto que es que no, de muchos asuntos se encargaba Olmo y ahora que no está necesito a alguien que me ayude y creo que no hay nadie más preparado en este pueblo que tú, ¿qué me dices?
Durante unos segundos creí que Doña Águeda me había hecho ir hasta allí sólo para chancearse de mí, pero poco a poco me fui dando cuenta de que aquella proposición no era ninguna broma, y ciertamente me convenía, ya no sólo por el jornal que ganaría, sino para poder tener controlada a aquella mujer. En cierta manera veo lógico que quiera vengarse de madre (y no conozco a nadie que no quiera hacerlo) pero en el lote de los Montenegro va mi hermana Soledad, y eso no lo podía permitir. Si algo he aprendido de madre, es que a los amigos hay que tenerlos cerca, pero a los enemigos, mucho más.
-Acepto de buen grado su oferta. Será un placer trabajar para usted
-Me alegro, me alegra muchísimo que aceptes, pero no me gustaría que tu madre se enterara que estés trabajando para mi...no lo hago por mi, sino por ti y si soy sincera no me gustaría que llegase a sus oídos las cuentas de esta finca, pero también quiero decirte que confío plenamente en ti.
-Agradecido. Supongo que no habrá sido fácil decidir contratar como persona de confianza a uno de sus enemigos. ¿Puedo preguntarle por qué lo ha hecho?
Ahí había gato encerrado. ¿Por qué contratar a uno de sus enemigos para llevar sus cuentas? Sí, es posible que ella quiera tenerme tan cerca como yo a ella, pero con mandar a alguno de sus hombres a vigilarme, todo solucionado. Debe haber alguna otra razón...
-La Primera razón es que no tienes ocupación, la segunda porque eres mi yerno, todavía eres el marido de Pepa por lo que de algún modo seguimos siendo familia, y la tercera porque Pepa puso toda su confianza en ti, por lo que yo hago lo mismo.
Doña Águeda no ha negado que soy uno de sus enemigos, así que mi recelo se acentúa un poco más. Pero aún así, sigo aceptando el trabajo.
-¿Cuándo le viene bien que empiece?
-Cuando quieras, lo dejo a tu elección, pero cuanto antes mejor.
-Si le parece puedo empezar ahora mismo, no tengo ningún inconveniente. Ya sabe, no me espera nadie en casa...
-Perfecto. Acompáñame asi te muestro el despacho.
-Con mucho gusto.
Al comenzar a trabajar hoy para doña Águeda, sé que Emilia se estrañará de no verme por la posada.
CONTINUARÁ...
Sorteo como puedo las súplicas de Emilia para que desayune, pero nada me cabe en el buche. Ya comeré luego.
El camino hasta El Jaral se me hace eterno. He estado toda la vida acostumbrado a moverme en calesa o en mi caballo, y ahora que he de hacerlo a pie, cada paso que doy me resulta eterno, pero por fin, llego ante la puerta de la finca y llamo a la campanilla que cuelga del lado derecho de la puerta. Una de mis antiguas doncellas me abre la puerta con gran pudor, pues sabe que su marcha a El Jaral fue precipitada y a nuestras espaldas, pero no la culpo, Doña Francisca Montenegro es una déspota sin corazón e incapaz de aflojar la faltriquera. Le pongo una mano en el hombro, dándole a entender que no estoy enfadado con ella. ¿Quién soy yo para enfadarme con una persona que sólo quiere mejorar honradamente en esta vida?
Al entrar en la espléndida casa, me indican que Doña Águeda me está esperando en el salón. Por un momento la decepción se apodera de mí. ¿Y Pepa? Pienso para mis adentros.
- ¿Da usted su permiso, Doña Águeda?
-Adelante Tristán, te estaba esperando. Toma asiento, por cierto, ¿has desayunado?
- Lo cierto es que no, esta mañana al despertar tenía un nudo en el estómago por el desasosiego que me produjo su nota. ¿Le ha pasado algo a Pepa? ¿Acaso ha vuelto?
-No te inquietes Tristán, Pepa está bien. Ya están instalados en Madrid, el viaje fue algo cansado y llegaron sin ningún percance y a tu última pregunta debo decirte que no, Tristán, no ha regresado.
- Me lo suponía, pero entiéndame, tenía que preguntarlo.
-Lo sé, un amor como el vuestro no se olvida fácilmente y ni los sentimientos desaparecen del día a la noche. No te recrimino, al contrario te entiendo y sé que no la has olvidado como ella no se ha olvidado de ti.
- Lo sé. Bueno, y dígame, ¿A qué tanto misterio con su nota? He de reconocer que he venido movido más por la curiosidad que por deferencia hacia usted.
-Fui escueta en mis palabras para que vinieras, si no lo hiciera así me arriesgaba a que no aceptaras mi invitación. Bien, quiero proponerte algo.
Por un momento el silencio se apoderó del salón.
-Usted dirá, Doña Águeda.
Estaba nervioso, no me gusta que me tengan en ascuas, y menos si recelo de la persona que me mantiene en vilo. Ella, sabedora del impacto de los silencios, los usaba a su antojo. Tal era así que se podía oír hasta el vuelo de una mosca.
-Quiero que...mejor dicho, me gustaría que me ayudaras a dirigir El Jaral y todo lo que ello conlleva. Pensé que me podía enfrentar a esta finca yo sola, pero lo cierto que es que no, de muchos asuntos se encargaba Olmo y ahora que no está necesito a alguien que me ayude y creo que no hay nadie más preparado en este pueblo que tú, ¿qué me dices?
Durante unos segundos creí que Doña Águeda me había hecho ir hasta allí sólo para chancearse de mí, pero poco a poco me fui dando cuenta de que aquella proposición no era ninguna broma, y ciertamente me convenía, ya no sólo por el jornal que ganaría, sino para poder tener controlada a aquella mujer. En cierta manera veo lógico que quiera vengarse de madre (y no conozco a nadie que no quiera hacerlo) pero en el lote de los Montenegro va mi hermana Soledad, y eso no lo podía permitir. Si algo he aprendido de madre, es que a los amigos hay que tenerlos cerca, pero a los enemigos, mucho más.
-Acepto de buen grado su oferta. Será un placer trabajar para usted
-Me alegro, me alegra muchísimo que aceptes, pero no me gustaría que tu madre se enterara que estés trabajando para mi...no lo hago por mi, sino por ti y si soy sincera no me gustaría que llegase a sus oídos las cuentas de esta finca, pero también quiero decirte que confío plenamente en ti.
-Agradecido. Supongo que no habrá sido fácil decidir contratar como persona de confianza a uno de sus enemigos. ¿Puedo preguntarle por qué lo ha hecho?
Ahí había gato encerrado. ¿Por qué contratar a uno de sus enemigos para llevar sus cuentas? Sí, es posible que ella quiera tenerme tan cerca como yo a ella, pero con mandar a alguno de sus hombres a vigilarme, todo solucionado. Debe haber alguna otra razón...
-La Primera razón es que no tienes ocupación, la segunda porque eres mi yerno, todavía eres el marido de Pepa por lo que de algún modo seguimos siendo familia, y la tercera porque Pepa puso toda su confianza en ti, por lo que yo hago lo mismo.
Doña Águeda no ha negado que soy uno de sus enemigos, así que mi recelo se acentúa un poco más. Pero aún así, sigo aceptando el trabajo.
-¿Cuándo le viene bien que empiece?
-Cuando quieras, lo dejo a tu elección, pero cuanto antes mejor.
-Si le parece puedo empezar ahora mismo, no tengo ningún inconveniente. Ya sabe, no me espera nadie en casa...
-Perfecto. Acompáñame asi te muestro el despacho.
-Con mucho gusto.
Al comenzar a trabajar hoy para doña Águeda, sé que Emilia se estrañará de no verme por la posada.
CONTINUARÁ...
#297
18/12/2011 11:36
Al comenzar a trabajar hoy para doña Águeda, sé que Emilia se estrañará de no verme por la posada.
-Sebastián, ¿has visto a Tristán?
-No, desde ayer por la noche no lo he vuelto a ver.
-Padre, ¿ha visto a Tristán?
-No Emilia, supongo que estará en su habitación como siempre...
-No padre, salió muy de mañana y todavía no ha vuelto...
-Emilia, conozco a Tristán desde niños y seguro que estará bien.
Ya me pueden decir lo que quieran para tranquilizarme, pero me preocupa igualmente. Yo misma le he colocado la habitación y sé a ciencia cierta que no ha venido, pues estuve pendiente de su llegada toda la mañana. Padre se va a las tierras, por lo que mi hermano y yo comemos solos.
-Sebastián, ¿me permites contarte lo que llevo barruntando desde que Pepa se ha ido?
-Claro mujer, ¿de qué se trata?
-Es sobre Tristán y Pepa.
-¿Qué ocurre?
Clavo mi mirada en mi hermano.
-¡Ah! Vale, me quieres hablar de ese turbulento tema que los ha separado...tiene que ser tremendo que después de tanto luchar para estar con la persona amada el destino te guarde semejante sorpresa...
No separo mis ojos de Sebastián.
-Pero dime, ¿qué es eso que me quieres contar?
-Le llevo dando vueltas a este tema desde que Pepa se ha ido y la verdad tengo dudas.
-¿Dudas? ¿Por qué?
-No sé Sebastián. Hay algo en todo este asunto que no me cuadra...
-¿A qué te refieres?
-Pues que al saber que padre mantuvo en su juventud una relación con doña Francisca...
-Emilia baja la voz...
-Pues que al tener conocimiento de esa relación me he puesto ha pensar que...
-¿Qué? Pero habla mujer.
-¿Y si Tristán es nuestro hermano?
Sebastián deja el cubierto dentro del cuenco. En su rostro hay una expresión como si viera un fantasma.
-Pero Emilia, ¿qué dices?
-Lo que llevo barruntando hace unos días Sebastián, además me vino a la mente lo que nos dijo el señor Santamaría, que al poco de romper, sin justificación ninguna Francisca apareció casada con Salvador Castro y se sabe que a los siete meses de ese matrimonio nació Tristán.
-¿Y cómo pretendes que lo averiguemos lista?
-No lo sé...¿Y si le pregunto a padre?
-Ni de lejos Emilia, que te vas a acercar a padre y decirle: padre, ¿no ha sospechado que tal vez Tristán fuera su hijo? ¡El mosqueo que se agarraría! Y sabemos que cuando padre agarra un mosqueo no lo suelta en años.
-Ea, ¿qué propones?
-No propongo nada, porque no podemos hacer nada...
Levanto la mano cerrada en un puño cuando oí esas palabras salir de la boca de mi hermano.
-¿Y que haces loca? Baja ese puño que solo te falta cantar el himno de Riego.
En la cara de mi hermano se había dibujado una expresión de chanza por el puño, bajo la mano y miro para el frente perdiendo la mirada mientras mis esperanzas se desvanecen
-Hermana, ¿por qué quieres buscar indicios de que Tristán no es un Castro?
-Para que vuelva Pepa. -Los ojos se me llenaron de lágrimas. -Si descubrimos que Tristán no es un Castro habría alguna posibilidad de que Pepa volviera al pueblo... Sebastián la echo mucho de menos, desde que se fue siento un vacío interno que cada día que pasa se hace más grande.
Sebastián me estrecha entre sus brazos para consolarme, pero lo único que me consolaría es ver entrar a Pepa por la puerta e la taberna como hacía siempre.
CONTIMUARÁ...
-Sebastián, ¿has visto a Tristán?
-No, desde ayer por la noche no lo he vuelto a ver.
-Padre, ¿ha visto a Tristán?
-No Emilia, supongo que estará en su habitación como siempre...
-No padre, salió muy de mañana y todavía no ha vuelto...
-Emilia, conozco a Tristán desde niños y seguro que estará bien.
Ya me pueden decir lo que quieran para tranquilizarme, pero me preocupa igualmente. Yo misma le he colocado la habitación y sé a ciencia cierta que no ha venido, pues estuve pendiente de su llegada toda la mañana. Padre se va a las tierras, por lo que mi hermano y yo comemos solos.
-Sebastián, ¿me permites contarte lo que llevo barruntando desde que Pepa se ha ido?
-Claro mujer, ¿de qué se trata?
-Es sobre Tristán y Pepa.
-¿Qué ocurre?
Clavo mi mirada en mi hermano.
-¡Ah! Vale, me quieres hablar de ese turbulento tema que los ha separado...tiene que ser tremendo que después de tanto luchar para estar con la persona amada el destino te guarde semejante sorpresa...
No separo mis ojos de Sebastián.
-Pero dime, ¿qué es eso que me quieres contar?
-Le llevo dando vueltas a este tema desde que Pepa se ha ido y la verdad tengo dudas.
-¿Dudas? ¿Por qué?
-No sé Sebastián. Hay algo en todo este asunto que no me cuadra...
-¿A qué te refieres?
-Pues que al saber que padre mantuvo en su juventud una relación con doña Francisca...
-Emilia baja la voz...
-Pues que al tener conocimiento de esa relación me he puesto ha pensar que...
-¿Qué? Pero habla mujer.
-¿Y si Tristán es nuestro hermano?
Sebastián deja el cubierto dentro del cuenco. En su rostro hay una expresión como si viera un fantasma.
-Pero Emilia, ¿qué dices?
-Lo que llevo barruntando hace unos días Sebastián, además me vino a la mente lo que nos dijo el señor Santamaría, que al poco de romper, sin justificación ninguna Francisca apareció casada con Salvador Castro y se sabe que a los siete meses de ese matrimonio nació Tristán.
-¿Y cómo pretendes que lo averiguemos lista?
-No lo sé...¿Y si le pregunto a padre?
-Ni de lejos Emilia, que te vas a acercar a padre y decirle: padre, ¿no ha sospechado que tal vez Tristán fuera su hijo? ¡El mosqueo que se agarraría! Y sabemos que cuando padre agarra un mosqueo no lo suelta en años.
-Ea, ¿qué propones?
-No propongo nada, porque no podemos hacer nada...
Levanto la mano cerrada en un puño cuando oí esas palabras salir de la boca de mi hermano.
-¿Y que haces loca? Baja ese puño que solo te falta cantar el himno de Riego.
En la cara de mi hermano se había dibujado una expresión de chanza por el puño, bajo la mano y miro para el frente perdiendo la mirada mientras mis esperanzas se desvanecen
-Hermana, ¿por qué quieres buscar indicios de que Tristán no es un Castro?
-Para que vuelva Pepa. -Los ojos se me llenaron de lágrimas. -Si descubrimos que Tristán no es un Castro habría alguna posibilidad de que Pepa volviera al pueblo... Sebastián la echo mucho de menos, desde que se fue siento un vacío interno que cada día que pasa se hace más grande.
Sebastián me estrecha entre sus brazos para consolarme, pero lo único que me consolaría es ver entrar a Pepa por la puerta e la taberna como hacía siempre.
CONTIMUARÁ...
#298
18/12/2011 11:37
He de reconocer que al entrar en el despacho de Doña Águeda me quedé bastante impresionado. La habitación, sobria pero decorada con un gusto exquisito, era muy distinta al depacho de la casona. En el centro, una gran mesa invitaba a ocupar la cabeza en cuentas, números, lindes y contratos. Tras recibir una invitación de mi ahora patrona, me senté en una de las sillas que había junto a la mesa y esperé órdenes.
-Tristan siéntate, por favor, ponte cómodo.
-Gracias -dije. Una vez sentado, tomé la palabra- Usted dirá, Doña Águeda.
-Mira en estos libros están las cuentas, los contratos. En una palabra, todo lo que respecta a la finca.
Miré con detenimiento todos los papeles que me iban llegando. En un principio pensé que iba a costar más adaptarme a unos papeles ajenos, pero luego me di cuenta de que aquella idea era un dislate; en primer mujer porque los negocios son los negocios, y en segundo lugar, porque me había criado entre aquellas tierras y las conocía palmo a palmo, desde el pedregal donde me llevaba Don Pedro Mirañar con Hipólito, como las tierras de algunos otros puentevejeros.
He de decir, que aunque mi madre era muy cuidadosa con los documentos, Doña Águeda no lo era menos, y la pulcritud y claridad de aquellos documentos era impecable. Por un momento maldije en silencio nuestro pequeño desorden burocrático. Quizá, si la familia hubiese estado más unido y más pendiente de los negocios, mi hermana no se vería en la situación en la que está. Quise maldecir a Olmo, no sólo por su habilidad con los negocios, sino por llevarse todo lo que me correspondía, a mí y a mi familia.
- He de reconocer que Olmo hizo un trabajo excelente -dije intentando que no se me notasen los celos que sentía por el joven Mesía-
-Es muy ordenado y pulcro para los papeles, como su padre, Gonzalo. Me recuerda mucho a él, muchísimo. A ninguno de los dos les gusta el desorden, pero entiendo que para los negocios es mejor ser ordenado, ¿no crees?
- Sin lugar a dudas -dije mientras a mi mente se venían imágenes de una furibunda Francisca Montenegro esparciendo documentos de vital importancia por la habitación, como muestra de su terrible grado de enfado, decepción o cualquier otro estado anímico que no fuese amable.
-Bueno pues, ya puedes comenzar, siéntate aquí y mira, revisa todo lo que te plazca. Mañana si quieres se revisan las tierras, me das tu opinión y me dices que es lo mejor. Tristán yo voy a salir ahora, tómate el tiempo que quieras y si cuando termines no he llegado todavía marcha si quieres.
Tras despedirme de Águeda, miré durante unos minutos más los documentos a los que me enfrentaba y cuando estuve seguro de la marcha de mi patrona, salí del despacho y me encaminé a la planta superior, donde suponía que estaría la antigua habitación de Pepa. No fue difícil encontrarla, tenía su personalidad. Es posible que muchos se lo tomen a chufla, pero cierta vez escuché a alguien decir que las casas, y en especial sus aposentos, reflejan la personalidad de sus moradores, y en este caso era cierto, aunque Pepa sólo hubiese morado aquí unas horas. Era una habitación que transmitía frescura y energía. Era una estancia clara y luminosa.
Me senté en el borde de la cama durante unos instantes mientras observaba el resto de la estancia. De repente, mis ojos de posaron en la cómoda, tan majestuosa. No sé por qué, pero me encaminé hacia ella y al llegar reparé en algo que no había visto antes: un frasquito de cristal. Al abrirlo olía a manzana y canela, su perfume. Tal fue la impresión que no supe cómo reaccionar, y para cuando quise darme cuenta, estaba entrando en la casa de comidas, pálido como la cera.
CONTINUARÁ...
-Tristan siéntate, por favor, ponte cómodo.
-Gracias -dije. Una vez sentado, tomé la palabra- Usted dirá, Doña Águeda.
-Mira en estos libros están las cuentas, los contratos. En una palabra, todo lo que respecta a la finca.
Miré con detenimiento todos los papeles que me iban llegando. En un principio pensé que iba a costar más adaptarme a unos papeles ajenos, pero luego me di cuenta de que aquella idea era un dislate; en primer mujer porque los negocios son los negocios, y en segundo lugar, porque me había criado entre aquellas tierras y las conocía palmo a palmo, desde el pedregal donde me llevaba Don Pedro Mirañar con Hipólito, como las tierras de algunos otros puentevejeros.
He de decir, que aunque mi madre era muy cuidadosa con los documentos, Doña Águeda no lo era menos, y la pulcritud y claridad de aquellos documentos era impecable. Por un momento maldije en silencio nuestro pequeño desorden burocrático. Quizá, si la familia hubiese estado más unido y más pendiente de los negocios, mi hermana no se vería en la situación en la que está. Quise maldecir a Olmo, no sólo por su habilidad con los negocios, sino por llevarse todo lo que me correspondía, a mí y a mi familia.
- He de reconocer que Olmo hizo un trabajo excelente -dije intentando que no se me notasen los celos que sentía por el joven Mesía-
-Es muy ordenado y pulcro para los papeles, como su padre, Gonzalo. Me recuerda mucho a él, muchísimo. A ninguno de los dos les gusta el desorden, pero entiendo que para los negocios es mejor ser ordenado, ¿no crees?
- Sin lugar a dudas -dije mientras a mi mente se venían imágenes de una furibunda Francisca Montenegro esparciendo documentos de vital importancia por la habitación, como muestra de su terrible grado de enfado, decepción o cualquier otro estado anímico que no fuese amable.
-Bueno pues, ya puedes comenzar, siéntate aquí y mira, revisa todo lo que te plazca. Mañana si quieres se revisan las tierras, me das tu opinión y me dices que es lo mejor. Tristán yo voy a salir ahora, tómate el tiempo que quieras y si cuando termines no he llegado todavía marcha si quieres.
Tras despedirme de Águeda, miré durante unos minutos más los documentos a los que me enfrentaba y cuando estuve seguro de la marcha de mi patrona, salí del despacho y me encaminé a la planta superior, donde suponía que estaría la antigua habitación de Pepa. No fue difícil encontrarla, tenía su personalidad. Es posible que muchos se lo tomen a chufla, pero cierta vez escuché a alguien decir que las casas, y en especial sus aposentos, reflejan la personalidad de sus moradores, y en este caso era cierto, aunque Pepa sólo hubiese morado aquí unas horas. Era una habitación que transmitía frescura y energía. Era una estancia clara y luminosa.
Me senté en el borde de la cama durante unos instantes mientras observaba el resto de la estancia. De repente, mis ojos de posaron en la cómoda, tan majestuosa. No sé por qué, pero me encaminé hacia ella y al llegar reparé en algo que no había visto antes: un frasquito de cristal. Al abrirlo olía a manzana y canela, su perfume. Tal fue la impresión que no supe cómo reaccionar, y para cuando quise darme cuenta, estaba entrando en la casa de comidas, pálido como la cera.
CONTINUARÁ...
#299
18/12/2011 11:37
Me senté en el borde de la cama durante unos instantes mientras observaba el resto de la estancia. De repente, mis ojos de posaron en la cómoda, tan majestuosa. No sé por qué, pero me encaminé hacia ella y al llegar reparé en algo que no había visto antes: un frasquito de cristal. Al abrirlo olía a manzana y canela, su perfume. Tal fue la impresión que no supe cómo reaccionar, y para cuando quise darme cuenta, estaba entrando en la casa de comidas, pálido como la cera.
-Don Tristán, por la mañana me han dejado esta nota para usted...¿está bien? Está muy pálido., ¿Qué ha sucedido? -Paro un momento para no atosigarlo a preguntas.
- Estoy bien, Emilia. Gracias por tus desvelos -dije mientras esbozaba una suerte de sonrisa- Dame un vaso de agua, por favor.
Quería decirle que aquel frasquito había puesto patas arriba la poca cordura que me quedaba, y había salido de aquella casa sin decir esta boca es mía. Pero no quería preocuparla ni que me viera como un melindroso que se dedica a ir llorando por los rincones por algo que no tiene solución.
- Tranquila, Emilia, es que no estoy acostumbrado a desplazarme a pie. Desde que era un zagal he ido a casi todos lados a lomos de mi caballo, y ahora me cuesta un poco más. Pero no se lo digas a nadie, no quiero que piensen que estoy acabado -chanceé a la muchacha- Por cierto, Emilia, muchas gracias por la nota, de seguro que me alegra el día, como tus guisos.
-Su vaso y no me chancee más, pero no quiero que vuelva a decir que está acaba, porque no es así...
-Hola Tristán. -Dijo Sebastian entrando a la taberna. -Hola hermana.
-Hola, Sebastián. ¿Qué tal va todo, amigo?
-Pues ahí estoy luchando con la conservera y con ciertas modificaciones que tu madre quiere hacer y yo no las veo factibles. Y tú, ¿dónde has estado?
-Haciendo lo que nunca creí que haría. Trabajar para Doña Águeda. Pero amigo, sé que huelga decirlo, pero te pido discreción. Y con mi madre... te recomiendo paciencia y resignación. Ya sabes cómo es ella.
-Quien lo diría, tú trabajando para Doña Águeda, increíble Tristán...
-¿Qué es tan increíble? -Dije cuando regresé a la barra de atender a unos paisano. -Sentaros en una mesa y os pongo unos chatos...y sin rechistar.
-Señor, sí, señor -bromeé- Pero con una condición, Emilia. Que dejes que luego te ayude. En tu estado no deberías estar tanto tiempo de pie.
-Tonterías, haré lo de simepre hasta que pueda. -Miré para los dos. -Pero si quereis echar una mano yo encantada. -Les dije con chanza.
-Si me disculpáis un momento, he de ir a la habitación. Enseguida vuelvo.
Sin más me dirigí a la habitación mientras habría el sobre. Al llegar a la cama, la nota ya estaba en mis manos en la Soledad que me detallaba cómo su búsqueda empezaba a dar sus frutos. Buscando en la biblioteca había encontrado un libro de poemas de Rosalía de Castro con la siguiente dedicatoria: “Que estas líneas sean el principio de una pasión compartida. R”
Era evidente que Salvador Castro no era el autor de dicha dedicatoria, y no conocía a nadie cuya inicial fuese R, salvo Rosario, su hijo Ramiro y Raimundo, y ninguno de los tres...
Fue una centésima de segundo, pero la luz se hizo en mi cabeza. Recordé la noche de mi boda, cuando el tabernero se acercó a hablar con mi madre y me pareció entender que habían estado enamorados. Pero no, no podía ser cierto... ¿o sí?
Con una sensación un tanto extraña, salí de la habitación y volví junto a mis amigos, que aún me esperaban para tomar ese chato de vino.
-Don Tristán lo vuelvo a notar raro, como cuando llegó. ¿Seguro que todo va bien?
Sabía que lo que acababa de descubrir no era como para ir contándolo a los cuatro vientos, y mucho menos a dos personas involucradas, pero si no lo contaba, iba a pasar la noche entera en blanco, y no podría afrontar otra nochechita toledana. Finalmente me decidí a hablar.
-Veréis, es que he descubierto algo... o creo que he descubierto algo que no creo que os haga gracia... pero siento que tengo que desahogarme con alguien. Es sobre vuestro padre y mi madre.
Durante un instante creí que me iban a soltar alguna fresca o que iba a ver caras de preocupación, pero en vez de eso, vi como los hermanos Ulloa se miraban con sonrisa pícara y acto seguido estallaban en una carcajada que me desconcertó por completo.
CONTINUARÁ...
-Don Tristán, por la mañana me han dejado esta nota para usted...¿está bien? Está muy pálido., ¿Qué ha sucedido? -Paro un momento para no atosigarlo a preguntas.
- Estoy bien, Emilia. Gracias por tus desvelos -dije mientras esbozaba una suerte de sonrisa- Dame un vaso de agua, por favor.
Quería decirle que aquel frasquito había puesto patas arriba la poca cordura que me quedaba, y había salido de aquella casa sin decir esta boca es mía. Pero no quería preocuparla ni que me viera como un melindroso que se dedica a ir llorando por los rincones por algo que no tiene solución.
- Tranquila, Emilia, es que no estoy acostumbrado a desplazarme a pie. Desde que era un zagal he ido a casi todos lados a lomos de mi caballo, y ahora me cuesta un poco más. Pero no se lo digas a nadie, no quiero que piensen que estoy acabado -chanceé a la muchacha- Por cierto, Emilia, muchas gracias por la nota, de seguro que me alegra el día, como tus guisos.
-Su vaso y no me chancee más, pero no quiero que vuelva a decir que está acaba, porque no es así...
-Hola Tristán. -Dijo Sebastian entrando a la taberna. -Hola hermana.
-Hola, Sebastián. ¿Qué tal va todo, amigo?
-Pues ahí estoy luchando con la conservera y con ciertas modificaciones que tu madre quiere hacer y yo no las veo factibles. Y tú, ¿dónde has estado?
-Haciendo lo que nunca creí que haría. Trabajar para Doña Águeda. Pero amigo, sé que huelga decirlo, pero te pido discreción. Y con mi madre... te recomiendo paciencia y resignación. Ya sabes cómo es ella.
-Quien lo diría, tú trabajando para Doña Águeda, increíble Tristán...
-¿Qué es tan increíble? -Dije cuando regresé a la barra de atender a unos paisano. -Sentaros en una mesa y os pongo unos chatos...y sin rechistar.
-Señor, sí, señor -bromeé- Pero con una condición, Emilia. Que dejes que luego te ayude. En tu estado no deberías estar tanto tiempo de pie.
-Tonterías, haré lo de simepre hasta que pueda. -Miré para los dos. -Pero si quereis echar una mano yo encantada. -Les dije con chanza.
-Si me disculpáis un momento, he de ir a la habitación. Enseguida vuelvo.
Sin más me dirigí a la habitación mientras habría el sobre. Al llegar a la cama, la nota ya estaba en mis manos en la Soledad que me detallaba cómo su búsqueda empezaba a dar sus frutos. Buscando en la biblioteca había encontrado un libro de poemas de Rosalía de Castro con la siguiente dedicatoria: “Que estas líneas sean el principio de una pasión compartida. R”
Era evidente que Salvador Castro no era el autor de dicha dedicatoria, y no conocía a nadie cuya inicial fuese R, salvo Rosario, su hijo Ramiro y Raimundo, y ninguno de los tres...
Fue una centésima de segundo, pero la luz se hizo en mi cabeza. Recordé la noche de mi boda, cuando el tabernero se acercó a hablar con mi madre y me pareció entender que habían estado enamorados. Pero no, no podía ser cierto... ¿o sí?
Con una sensación un tanto extraña, salí de la habitación y volví junto a mis amigos, que aún me esperaban para tomar ese chato de vino.
-Don Tristán lo vuelvo a notar raro, como cuando llegó. ¿Seguro que todo va bien?
Sabía que lo que acababa de descubrir no era como para ir contándolo a los cuatro vientos, y mucho menos a dos personas involucradas, pero si no lo contaba, iba a pasar la noche entera en blanco, y no podría afrontar otra nochechita toledana. Finalmente me decidí a hablar.
-Veréis, es que he descubierto algo... o creo que he descubierto algo que no creo que os haga gracia... pero siento que tengo que desahogarme con alguien. Es sobre vuestro padre y mi madre.
Durante un instante creí que me iban a soltar alguna fresca o que iba a ver caras de preocupación, pero en vez de eso, vi como los hermanos Ulloa se miraban con sonrisa pícara y acto seguido estallaban en una carcajada que me desconcertó por completo.
CONTINUARÁ...
#300
18/12/2011 11:38
Durante un instante creí que me iban a soltar alguna fresca o que iba a ver caras de preocupación, pero en vez de eso, vi como los hermanos Ulloa se miraban con sonrisa pícara y acto seguido estallaban en una carcajada que me desconcertó por completo.
-¿Se puede saber qué os hace tanta gracia? -dije anodadado por el repentino ataque de risa de mis amigos- Podría ser serio...
- Tristán ya sabemos lo que nos quieres decir. -Le dijo Sebastian a Don Tristán.
-Sabemos desde hace algún que su madre y nuestro padre, de jóvenes, estuvieron enamorados. -Le dije.
- Vosotros... ¿ya lo sabíais? ¿Y por qué no me dijísteis nada?
-Porque cuando lo supismos nos quedamos tan asombrado como lo estás tú ahora.
Me quedé mudo. Como siempre, era el último en enterarme de lo que acontecía a mi alrededor. Inquirí a mis amigos con la mirada, por si sabían algo más.
-Creo que hablo por mi hermana y por mi cuando te digo que lo sentimos mucho, desde que nos enteramos de esta relación hasta hoy han acontecido tantas cosas que no caímos en ello. Además nos arriesgábamos a que ni tu hermana ni tu nos creyeseis.
-No os preocupéis, lo entiendo. ¿Puedo preguntaros cómo lo descubrísteis? ¿Os lo contó vuestro padre o encontrásteis alguna prueba? Si hubiera alguna, me gustaría verla, si no os importa.
-Don Tristán, de inmediato le traigo las dos cartas con las que me quedé.
A toda prisa me levanté para dirigirme a mi habitación. Allí, en uno de los cajones de una pequeña mesita de noche tenía guardadas dos cartas: una de doña Francisca a mi padre, la otra, estaba escrita de mi padre al amor de su vida, Francisca Montenegro. Cuando las localicé, me dirigo con presteza a la taberna donde don Tristán las espera con gran entusiasmo.
-Aquí las tiene.
-Gracias, Emilia. No sabéis lo importante que puede llegar a ser esto para mí. Bueno, contadme más cosas, estoy impaciente por saber más sobre esta relación.
Miro a Sebastián y él me mira a mi, le hago un gesto para que sea él mismo quien cuente la historia.
-Yo encontré estas dos cartas, junto con un montón más en el despacho de la conservera, escndidas detrás del rodapié. Hasta que no las leí no sabía que lo que contenían y micho menos quienes eran los autores de aquellas cartas. Cuando empecé a leerlas no me podía creer lo que estaba leyendo, palabras de amor entre Raimundo Ulloa y Francisca Montengro, cuando nosotros tres crecimos ya bajo el odio y la inquina del uno hacia el otro. Estaba tan sorprendido por aquel descibrimiento que no encontré ni la palabras ni las fuerzas para contárselo a Emilia.
-Yo las descubrí en ese mismo despacho pero sobre la mesa improvisada que había hecho Sebastián. Las tenía escondidas debajo de un gran libro y...la verdad, yo tampoco era capaz de creerme que su madre y nuestro padre se pudieran dedicar tan bellas palabras. Fui yo quien, después de leerlas y de algunas conversaciones con Sebastián, tomé la decisión de investigar y moví a Sebastián para que me ayudara a saber que era lo que había pasado para que terminaran así.
-Como dice Emilia, yo en un primer momento no quería, pero en una de las cartas se nombraba a un tan Manuel Santamaria, cuando me lo dijo Emilia comenzamos a indagar hasta que las búsquedas dieron sus frutos, gracias a Don Anselmo, que nos dijo que este tal Santamaría se le conocía como el cojo de La Puebla, y con ese nombre dimos con él. Yo mismo fui a buscarlo aprovechando que nuestro padre no estaba, pero aún así el hombre tenía sus reservas en venir hasta aquí. Lo que nos contó, amigo, fue increíble. Resulta que nuestros padres se conocieron de niños y siendo de los dos de familias de posibles, cuando no se celebraba una fiesta, era una honomástica o lo que se terciera y los chiquillos le pilaron el gusto de estar juntos. Pasaron los años y siendo jovenzuelos Raimundo ya estaba enamorado hasta las trancas de Francisca, y otro tanto ella de él. Y así, pasaron un tiempo pelando la pava, que ya todos daban por echo que más tarde o más temprano acabarían pasando por el altar. Pero se vinieron las cosas a torcer y aquello que parecía una historia de amor de las antológicas se rompió de la noche a la mañana. Y este buen hombre añadió: Lo que si es que al poco de romper, al pasmo de todos y sin justificación ninguna, Francisca se presentó casada con Salvador Castro, a Raimundo se le rompió el alma. Todo lo que te acabo de contar Tristán fue lo que nos contó Manuel Santamaría.
Aquella historia me sorprendió e intrigó sobremanera, no veía el momento de tener entre mis manos esas cartas y cuando por fin las tuve, me enfrasqué en su lectura.
CONTINUARÁ...
-¿Se puede saber qué os hace tanta gracia? -dije anodadado por el repentino ataque de risa de mis amigos- Podría ser serio...
- Tristán ya sabemos lo que nos quieres decir. -Le dijo Sebastian a Don Tristán.
-Sabemos desde hace algún que su madre y nuestro padre, de jóvenes, estuvieron enamorados. -Le dije.
- Vosotros... ¿ya lo sabíais? ¿Y por qué no me dijísteis nada?
-Porque cuando lo supismos nos quedamos tan asombrado como lo estás tú ahora.
Me quedé mudo. Como siempre, era el último en enterarme de lo que acontecía a mi alrededor. Inquirí a mis amigos con la mirada, por si sabían algo más.
-Creo que hablo por mi hermana y por mi cuando te digo que lo sentimos mucho, desde que nos enteramos de esta relación hasta hoy han acontecido tantas cosas que no caímos en ello. Además nos arriesgábamos a que ni tu hermana ni tu nos creyeseis.
-No os preocupéis, lo entiendo. ¿Puedo preguntaros cómo lo descubrísteis? ¿Os lo contó vuestro padre o encontrásteis alguna prueba? Si hubiera alguna, me gustaría verla, si no os importa.
-Don Tristán, de inmediato le traigo las dos cartas con las que me quedé.
A toda prisa me levanté para dirigirme a mi habitación. Allí, en uno de los cajones de una pequeña mesita de noche tenía guardadas dos cartas: una de doña Francisca a mi padre, la otra, estaba escrita de mi padre al amor de su vida, Francisca Montenegro. Cuando las localicé, me dirigo con presteza a la taberna donde don Tristán las espera con gran entusiasmo.
-Aquí las tiene.
-Gracias, Emilia. No sabéis lo importante que puede llegar a ser esto para mí. Bueno, contadme más cosas, estoy impaciente por saber más sobre esta relación.
Miro a Sebastián y él me mira a mi, le hago un gesto para que sea él mismo quien cuente la historia.
-Yo encontré estas dos cartas, junto con un montón más en el despacho de la conservera, escndidas detrás del rodapié. Hasta que no las leí no sabía que lo que contenían y micho menos quienes eran los autores de aquellas cartas. Cuando empecé a leerlas no me podía creer lo que estaba leyendo, palabras de amor entre Raimundo Ulloa y Francisca Montengro, cuando nosotros tres crecimos ya bajo el odio y la inquina del uno hacia el otro. Estaba tan sorprendido por aquel descibrimiento que no encontré ni la palabras ni las fuerzas para contárselo a Emilia.
-Yo las descubrí en ese mismo despacho pero sobre la mesa improvisada que había hecho Sebastián. Las tenía escondidas debajo de un gran libro y...la verdad, yo tampoco era capaz de creerme que su madre y nuestro padre se pudieran dedicar tan bellas palabras. Fui yo quien, después de leerlas y de algunas conversaciones con Sebastián, tomé la decisión de investigar y moví a Sebastián para que me ayudara a saber que era lo que había pasado para que terminaran así.
-Como dice Emilia, yo en un primer momento no quería, pero en una de las cartas se nombraba a un tan Manuel Santamaria, cuando me lo dijo Emilia comenzamos a indagar hasta que las búsquedas dieron sus frutos, gracias a Don Anselmo, que nos dijo que este tal Santamaría se le conocía como el cojo de La Puebla, y con ese nombre dimos con él. Yo mismo fui a buscarlo aprovechando que nuestro padre no estaba, pero aún así el hombre tenía sus reservas en venir hasta aquí. Lo que nos contó, amigo, fue increíble. Resulta que nuestros padres se conocieron de niños y siendo de los dos de familias de posibles, cuando no se celebraba una fiesta, era una honomástica o lo que se terciera y los chiquillos le pilaron el gusto de estar juntos. Pasaron los años y siendo jovenzuelos Raimundo ya estaba enamorado hasta las trancas de Francisca, y otro tanto ella de él. Y así, pasaron un tiempo pelando la pava, que ya todos daban por echo que más tarde o más temprano acabarían pasando por el altar. Pero se vinieron las cosas a torcer y aquello que parecía una historia de amor de las antológicas se rompió de la noche a la mañana. Y este buen hombre añadió: Lo que si es que al poco de romper, al pasmo de todos y sin justificación ninguna, Francisca se presentó casada con Salvador Castro, a Raimundo se le rompió el alma. Todo lo que te acabo de contar Tristán fue lo que nos contó Manuel Santamaría.
Aquella historia me sorprendió e intrigó sobremanera, no veía el momento de tener entre mis manos esas cartas y cuando por fin las tuve, me enfrasqué en su lectura.
CONTINUARÁ...