Foro El secreto de Puente Viejo
La Biblioteca (A - K)
#0
17/08/2011 13:26
EL RINCÓN DE AHA
El destino.
EL RINCÓN DE ÁLEX
El Secreto de Puente Viejo, El Origen.
EL RINCÓN DE ABRIL
El mejor hombre de Puente Viejo.
La chica de la trenza I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII.
EL RINCÓN DE ALFEMI
De siempre y para siempre.
Hace frío I, II.
Pensando en ti.
Yo te elegí a ti.
EL RINCÓN DE ANTOJEP
Bajo la luz de la luna I, II, III, IV.
Como un rayo de sol I, II, III, IV.
La traición I, II.
EL RINCÓN DE ARICIA
Reacción I, II, III, IV.
Emilia, el lobo y el cazador.
El secreto de Alfonso Castañeda.
La mancha de mora I, II, III, IV, V.
Historias que se repiten. 20 años después.
La historia de Ana Castañeda I, II, III, VI, V, Final.
EL RINCÓN DE ARTEMISILLA
Ojalá fuera cierto.
Una historia de dos
EL RINCÓN DE CAROLINA
Mi historia.
EL RINCÓN DE CINDERELLA
Cierra los ojos.
EL RINCÓN DE COLGADA
Cartas, huidas, regalos y el diluvio universal I-XI.
El secreto de Gregoria Casas.
La decisión I,II, III, IV, V.
Curando heridas I,II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII.
una nueva vida I,II, III
EL RINCÓN DE CUQUINA
Lo que me sale de las teclas.
El origen de Tristán Ulloa.
EL RINCÓN DE EIZA
En los ojos de un Castañeda.
Bajando a los infiernos.
¡¿De qué?!
Pensamientos
EL RINCÓN DE FERMARÍA
Noche de bodas. (Descarga directa aquí)
Lo que no se ve.
En el baile.
De valientes y cobardes.
Descubriendo a Alfonso.
¿Por qué no me besaste?
Dejarse llevar.
Amar a Alfonso Castañeda.
Serenidad.
Así.
Quiero.
El corazón de un jornalero (I) (II).
Lo único cierto I, II.
Tiempo.
Sabor a chocolate.
EL RINCÓN DE FRANRAI
Un amor inquebrantable.
Un perfecto malentendido.
Gotas del pasado.
EL RINCÓN DE GESPA
La rutina.
Cada cosa en su sitio.
El baile.
Tomando decisiones.
Volver I, II.
Chismorreo.
Sola.
Tareas.
El desayuno.
Amigas.
Risas.
La manzana.
EL RINCÓN DE INMILLA
Rain Over Me I, II, III.
EL RINCÓN DE JAJIJU
Diálogos que nos encantaría que pasaran.
EL RINCÓN DE KERALA
Amor, lucha y rendición I - VII, VIII, IX, X, XI (I) (II), XII, XIII, XIV, XV, XVI,
XVII, XVIII, XIX, XX (I) (II), XXI, XXII (I) (II).
Borracha de tu amor.
Lo que debió haber sido.
Tu amor es mi droga I, II. (Escena alternativa).
PACA´S TABERN I, II.
Recuerdos.
Dibujando tu cuerpo.
Tu amor es mi condena I, II.
Encuentro en la posada. Historia alternativa
Tu amor es mi condena I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI
#921
22/10/2011 13:16
SIIIIIIII...Blanca power...venga celos...celos...
#922
22/10/2011 13:26
Es la primera vez que entro en este foro, y estoy flipada de lo bien que escriben sigan así alegrando el día.
#923
22/10/2011 14:24
Colgada ansio la continuación, como me gustaría ver a Emilia celosa.
#924
22/10/2011 17:03
Curando heridas
-----------------------
Parte 2.-
Después de varios días sin verla nos cruzamos hace unas semanas, cuando volvía a casa del campo. Iba acompañada por una muchacha con cierto parecido a ella, aunque más menuda. Resultó ser una prima suya, que ha venido de visita para recuperarse de alguna enfermedad que no llegaron a concretar. Menos mal que estaba Blanca, así se llama su prima, porque al verla a ella, me quedé sin saber que decir, como siempre.
A Emilia tampoco se la veía muy cómoda, no pude evitar preocuparme al verla tan apagada y silenciosa, aunque supongo que es normal con todo lo que ha pasado. Pero gracias al buen hacer de Blanca, pronto una sonrisa escapó de sus labios y aplacó un poco mi inquietud. Me hicieron prometer que daría algún paseo con ellas cuando pudiera. Bueno, en realidad lo hizo Blanca, Emilia permanecía callada, mirando a su prima y asintiendo. Apenas posó sus ojos en mí lo justo y necesario para no resultar maleducada.
Desde ese día me he hecho el encontradizo en varias ocasiones. Blanca es un ángel caído del cielo, es muy fácil hablar con ella, y los momentos que puedo pasar junto a las dos, transcurren en calma mientras se ponen al día de las anécdotas de su infancia. Creo que le está haciendo mucho bien. Cada día veo a Emilia un poco más animada, ya no rehúye mirarme, y hay momentos en los que creo reconocer a la Emilia de antaño, aunque al poco algún comentario o su propia imaginación le traigan a la memoria alguna imagen que hace que sus ojos pierdan el brillo y se quede callada. Entonces Blanca, inasequible al desaliento, recuerda oportunamente algún chascarrillo que se apresura a contar para arrancarnos a ambos una sonrisa. Yo me voy dando maña en seguirle la corriente en esas ocasiones, y no es raro que acabemos los tres apoyados en algún árbol riendo a carcajadas.
Hoy es sábado, y me han citado para tomar una merienda junto al lago. Hacia allí me dirijo. Estoy nerviso, esto no es un encuentro casual. Una suave brisa me trae el sonido de sus voces y me tranquilizo. Ya las veo en la lejanía, sentadas sobre un mantel a cuadros rojos y blancos, cubierto de viandas. Parece que Emilia se ha esmerado. Me quedo un rato parado, observando. Está preciosa, el sol de la tarde ha teñido de rubor sus mejillas y se empeña en controlar un mechón escapado de su trenza que el aire coloca obstinadamente sobre su pómulo. Blanca la ayuda con los enseres, ahora parlotea con un plato en la mano, que Emilia acaba quitándole entre risas para posar en el mantel. Me acerco despacio, temeroso de romper el hechizo, pero tan pronto Blanca me ve, viene donde me encuentro, me toma de las manos y me lleva hasta donde está el mantel "¡Mira cuantas cosas ricas ha preparado Emilia!". Emilia me mira desde abajo y sonríe, invitándome a tomar asiento con un gesto.
Está todo buenísimo y así mismo se lo digo a Emilia. Blanca secunda mis palabras con entusiasmo, y la pobre Emilia ya no sabe qué decir. Hemos desarrollado una complicidad especial que se acentúa cuando Emilia es el objetivo, y sospecho que algunos días conseguimos sacarla de quicio. De pronto Emilia da un respingo, se levanta con prisa y disculpándose por dejarnos así, sale rumbo al pueblo mascullando no sé qué de una promesa hecha a su padre de ayudarle con una cena parroquial que se celebra hoy en la casa de comidas. No nos deja replicar, y en un momento Blanca y yo nos encontramos solos en medio de un mantel lleno de platos con comida, mirándonos sorprendidos con un refrigerio entre las manos, a medio camino de la boca.
Blanca se echa a reír, y yo con ella. No nos queda más remedio que hacer los honores a la apetitosa merienda, pero hay tanta cantidad que gran parte queda en los platos cuando nos decidimos a dar un paseo por los alrededores. Me habla de cómo no conocía esta rama familar antes de realizar este viaje, cómo le ha gustado conocer a Emilia, lo bien que se han entendido desde un principio y cómo se alegra de conocerme a mí y comprobar que su prima tiene tan buenos amigos. Yo no sé dónde meterme, estas cosas me dan mucho apuro, y creo que consigo balbucear que a mí también me alegra haberla conocido. Blanca es una chica muy alegre y el tiempo pasa volando junto a ella. Empieza a oscurecer y le propongo ir acercándonos a la casa de comidas. Recogemos los bártulos y emprendemos camino en animada charla. Tengo la esperanza de ver a Emilia allí, pero al llegar sólo encontramos a Raimundo tras la barra con tres parroquianos mal contados echando la tarde en el comedor, y ni rastro de la consabida cena parroquial, ni de Emilia.
No recuerdo lo que he dicho al despedirme de Blanca y de Raimundo. Sólo quería que me tragara la tierra. ¿Cómo es posible que me encuente en esta situación? ¿Con la mujer a la que amo tratando de emparejarme con su prima? Blanca es un ángel, ya lo he dicho, y lo repito. Pero no es Emilia. No lo es. Maldita sea mi estampa.
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Parte 2.-
Después de varios días sin verla nos cruzamos hace unas semanas, cuando volvía a casa del campo. Iba acompañada por una muchacha con cierto parecido a ella, aunque más menuda. Resultó ser una prima suya, que ha venido de visita para recuperarse de alguna enfermedad que no llegaron a concretar. Menos mal que estaba Blanca, así se llama su prima, porque al verla a ella, me quedé sin saber que decir, como siempre.
A Emilia tampoco se la veía muy cómoda, no pude evitar preocuparme al verla tan apagada y silenciosa, aunque supongo que es normal con todo lo que ha pasado. Pero gracias al buen hacer de Blanca, pronto una sonrisa escapó de sus labios y aplacó un poco mi inquietud. Me hicieron prometer que daría algún paseo con ellas cuando pudiera. Bueno, en realidad lo hizo Blanca, Emilia permanecía callada, mirando a su prima y asintiendo. Apenas posó sus ojos en mí lo justo y necesario para no resultar maleducada.
Desde ese día me he hecho el encontradizo en varias ocasiones. Blanca es un ángel caído del cielo, es muy fácil hablar con ella, y los momentos que puedo pasar junto a las dos, transcurren en calma mientras se ponen al día de las anécdotas de su infancia. Creo que le está haciendo mucho bien. Cada día veo a Emilia un poco más animada, ya no rehúye mirarme, y hay momentos en los que creo reconocer a la Emilia de antaño, aunque al poco algún comentario o su propia imaginación le traigan a la memoria alguna imagen que hace que sus ojos pierdan el brillo y se quede callada. Entonces Blanca, inasequible al desaliento, recuerda oportunamente algún chascarrillo que se apresura a contar para arrancarnos a ambos una sonrisa. Yo me voy dando maña en seguirle la corriente en esas ocasiones, y no es raro que acabemos los tres apoyados en algún árbol riendo a carcajadas.
Hoy es sábado, y me han citado para tomar una merienda junto al lago. Hacia allí me dirijo. Estoy nerviso, esto no es un encuentro casual. Una suave brisa me trae el sonido de sus voces y me tranquilizo. Ya las veo en la lejanía, sentadas sobre un mantel a cuadros rojos y blancos, cubierto de viandas. Parece que Emilia se ha esmerado. Me quedo un rato parado, observando. Está preciosa, el sol de la tarde ha teñido de rubor sus mejillas y se empeña en controlar un mechón escapado de su trenza que el aire coloca obstinadamente sobre su pómulo. Blanca la ayuda con los enseres, ahora parlotea con un plato en la mano, que Emilia acaba quitándole entre risas para posar en el mantel. Me acerco despacio, temeroso de romper el hechizo, pero tan pronto Blanca me ve, viene donde me encuentro, me toma de las manos y me lleva hasta donde está el mantel "¡Mira cuantas cosas ricas ha preparado Emilia!". Emilia me mira desde abajo y sonríe, invitándome a tomar asiento con un gesto.
Está todo buenísimo y así mismo se lo digo a Emilia. Blanca secunda mis palabras con entusiasmo, y la pobre Emilia ya no sabe qué decir. Hemos desarrollado una complicidad especial que se acentúa cuando Emilia es el objetivo, y sospecho que algunos días conseguimos sacarla de quicio. De pronto Emilia da un respingo, se levanta con prisa y disculpándose por dejarnos así, sale rumbo al pueblo mascullando no sé qué de una promesa hecha a su padre de ayudarle con una cena parroquial que se celebra hoy en la casa de comidas. No nos deja replicar, y en un momento Blanca y yo nos encontramos solos en medio de un mantel lleno de platos con comida, mirándonos sorprendidos con un refrigerio entre las manos, a medio camino de la boca.
Blanca se echa a reír, y yo con ella. No nos queda más remedio que hacer los honores a la apetitosa merienda, pero hay tanta cantidad que gran parte queda en los platos cuando nos decidimos a dar un paseo por los alrededores. Me habla de cómo no conocía esta rama familar antes de realizar este viaje, cómo le ha gustado conocer a Emilia, lo bien que se han entendido desde un principio y cómo se alegra de conocerme a mí y comprobar que su prima tiene tan buenos amigos. Yo no sé dónde meterme, estas cosas me dan mucho apuro, y creo que consigo balbucear que a mí también me alegra haberla conocido. Blanca es una chica muy alegre y el tiempo pasa volando junto a ella. Empieza a oscurecer y le propongo ir acercándonos a la casa de comidas. Recogemos los bártulos y emprendemos camino en animada charla. Tengo la esperanza de ver a Emilia allí, pero al llegar sólo encontramos a Raimundo tras la barra con tres parroquianos mal contados echando la tarde en el comedor, y ni rastro de la consabida cena parroquial, ni de Emilia.
No recuerdo lo que he dicho al despedirme de Blanca y de Raimundo. Sólo quería que me tragara la tierra. ¿Cómo es posible que me encuente en esta situación? ¿Con la mujer a la que amo tratando de emparejarme con su prima? Blanca es un ángel, ya lo he dicho, y lo repito. Pero no es Emilia. No lo es. Maldita sea mi estampa.
#925
22/10/2011 17:45
Me encanta colgada!!!! sigue por favor!!! por favor por favor!!! esta emilia está mas tonta...
#926
22/10/2011 18:23
Colgadaaaaa!!! seguro que de ciencias no??? jejeje me encantaaaaa!!! sigue por favorrrrrr!!!
EL TIEMPO LO CURA TODO
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/615/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
EL TIEMPO LO CURA TODO
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#927
22/10/2011 18:35
Colgada, que enganchaica me tienes, sigue, sigue anda
#928
22/10/2011 19:00
Colgada me matas...ahora me lo quieres emparejar con Blanca...aysss....sigue por dios..jolin con la de ciencias.
#929
22/10/2011 20:05
Anitaaaaaaaaaaaa buenisimo!! Me encantaaaaa
#930
23/10/2011 00:34
-DEUDAS, COBARDES Y HEROES- (4ª parte)
Mucho trabajo tuvo la doctora Casas durante aquella jornada. Cuando, como cada mañana estaba cruzando la plaza para dirigirse a su consulta, fue reclamada a gritos por dos mujeres. Pepa, que bajaba corriendo las escaleras del consultorio, le informó brevemente que Ramiro había recobrado la cosciencia. Casi al mismo tiempo, una agitada Emilia le rogaba que fuese corriendo a la posada porque Alfonso había despertado. Aunque se alegraba sinceramente de que ambos pacientes mostrasen semejante mejoría, no podía dejar de sentirse incómoda ante el impetú de ambas muchachas. Así que trató de poner un poco de orden.
-¡Quieren hacer el favor de tranquilizarse las dos!-les gritó.-Sin duda son excelentes noticias, pero mucho me temo que entre mis cualidades no se encuentre el don de la ubicuidad, así que no puedo estar en dos sitios al mismo tiempo. Primero habré de reconocer a uno de los pacientes y luego al otro.
-Tiene ustede razón, doctora-se disculpó Pepa.-Nos hemos dejado llevar por la alegría.
-Lo entiendo perfectamente. Ahora, si me disculpan, iré primero a ver al muchacho más joven, porque esa herida en el estómago es la que más me preocupa. No soy yo mucho de creer en los milagros, pero se me antoja que en este caso casi podemos hablar de uno.-La doctora trató de sonreírle a Emilia.-Y tan pronto como pueda, me paso por la posada para ver como se encuentra el otro hombre. ¿De acuerdo?
-Como usted diga-respondió la muchacha, aunque no muy convencida.
-Pepa, ¿le importaría ayudarme en la consulta?. Es que me temo que hoy tendré mucho trabajo y creo que me vendría bien una mano con las curas.
-Por supuesto-contestó la partera intentando mostrar amabilidad. Era cierto que los celos le llevaban a sentir antipatía por aquella mujer, pero tambien sabía reconocer que estaba haciendo un buen trabajo, labrándose una gran reputación en un mundo considerado solo de hombres.
Al cabo de unos minutos Rosario esperaba en la antesala de la consulta. Su rostro mostraba el cansancio acumulado, pero esbozaba una tímida sonrisa al saber que sus dos hijos habían recobrado el sentido. Mientras, la doctora y Pepa examinaban a Ramiro. El muchacho estaba todabía muy débil y, aunque no se quejaba, se notaba que el dolor lo torturaba con cualquier leve movimiento. Pero la herida tenía mucho mejor aspecto y el hecho de que no vomitara el agua que le habían dado a beber hacía albergar muchas esperanzas de recuperación. Cuando acabaron de cambiar los vendajes hicieron pasar a Rosario.
-Señora, su hijo se encuentra mucho mejor. Parece que la herida está cicatrizando bastante bien y ya puede empezar a beber líquidos, eso sí, muy despacito.
-Dios la bendiga, doctora-le dijo una emocionada Rosario mientras agarraba la mano de Ramiro.-¿Y cuando me lo podré llevar a casa?
-Quizás lo mejor es que se quede otro día más en la consulta. En sus condiciones es mejor no moverlo. Además, así lo podremos tener más vigilado. Si mañana se encuentra un poco más fuerte ya valoraremos la posibilidad de trasladarlo. Ahora le voy a dar algunas medicinas que le alivien el dolor y me marcho a ver a su hijo mayor, antes de que le de un soponcio a la hija de Raimundo.
Pepa se ofreció a quedarse con Ramiro para que Rosario acompañase a la doctora hasta la posada de los Ulloa. Así podría ver con sus propios ojos que su primogénito tambien estaba fuera de peligro. La buena mujer agradeció el gesto de Pepa con un sonoro beso en la mejilla y se dispuso a seguir a la galena, que ya estaba bajando las escaleras del consultorio con su habitual determinación. No tardaron ni un minuto en cruzar la plaza y entrar a la casa de comidas. Raimundo las recibió con una amplia sonrisa.
-Rosario, ¡que buenas noticias!-le dijo mientras la abrazaba.-No tengo que decirte lo mucho que me alegro de que los muchachos se encuentren mejor. Bien sabes tú que para mi esos dos zagales son casi como mis hijos.
-Lo sé, lo sé-respondió ella agradeciendo sinceramente las palabras del Ulloa.- Y ellos tambien le tienen mucho aprecio a tu familia.
-Bueno, siento interrumpir este bonito momento-protestó la médica-pero no tengo todo el día y me gustaría ver cuanto antes al paciente.
-Tiene razón. Ahora mismo las acompaño hasta la habitación-le respondió el tabernero mientras le guiñaba un ojo a su vieja amiga.
Los tres cruzaron el patio y se dirigieron al cuarto que ocupaba Alfonso. Un segundo fue suficiente para que la alegría desapareciera de sus rostros. Emilia, sentada en el suelo en una esquina no paraba de llorar. Al ver a su padre se levantó y corrió hacia él, buscando su consuelo.
-Hija, ¿qué ha pasado? ¿a qué viene ese llanto?-preguntó mientras la abrazaba.
-¡Por Dios Emilia, no me digas que mi hijo está peor!-gritó la matriarca de los Castañeda mientras entraba en la habitación seguida por la doctora.
-Padre…..Alfonso-intentaba hablar entre sollozos- Alfonso no ve………¡se ha quedado ciego!
Mucho trabajo tuvo la doctora Casas durante aquella jornada. Cuando, como cada mañana estaba cruzando la plaza para dirigirse a su consulta, fue reclamada a gritos por dos mujeres. Pepa, que bajaba corriendo las escaleras del consultorio, le informó brevemente que Ramiro había recobrado la cosciencia. Casi al mismo tiempo, una agitada Emilia le rogaba que fuese corriendo a la posada porque Alfonso había despertado. Aunque se alegraba sinceramente de que ambos pacientes mostrasen semejante mejoría, no podía dejar de sentirse incómoda ante el impetú de ambas muchachas. Así que trató de poner un poco de orden.
-¡Quieren hacer el favor de tranquilizarse las dos!-les gritó.-Sin duda son excelentes noticias, pero mucho me temo que entre mis cualidades no se encuentre el don de la ubicuidad, así que no puedo estar en dos sitios al mismo tiempo. Primero habré de reconocer a uno de los pacientes y luego al otro.
-Tiene ustede razón, doctora-se disculpó Pepa.-Nos hemos dejado llevar por la alegría.
-Lo entiendo perfectamente. Ahora, si me disculpan, iré primero a ver al muchacho más joven, porque esa herida en el estómago es la que más me preocupa. No soy yo mucho de creer en los milagros, pero se me antoja que en este caso casi podemos hablar de uno.-La doctora trató de sonreírle a Emilia.-Y tan pronto como pueda, me paso por la posada para ver como se encuentra el otro hombre. ¿De acuerdo?
-Como usted diga-respondió la muchacha, aunque no muy convencida.
-Pepa, ¿le importaría ayudarme en la consulta?. Es que me temo que hoy tendré mucho trabajo y creo que me vendría bien una mano con las curas.
-Por supuesto-contestó la partera intentando mostrar amabilidad. Era cierto que los celos le llevaban a sentir antipatía por aquella mujer, pero tambien sabía reconocer que estaba haciendo un buen trabajo, labrándose una gran reputación en un mundo considerado solo de hombres.
Al cabo de unos minutos Rosario esperaba en la antesala de la consulta. Su rostro mostraba el cansancio acumulado, pero esbozaba una tímida sonrisa al saber que sus dos hijos habían recobrado el sentido. Mientras, la doctora y Pepa examinaban a Ramiro. El muchacho estaba todabía muy débil y, aunque no se quejaba, se notaba que el dolor lo torturaba con cualquier leve movimiento. Pero la herida tenía mucho mejor aspecto y el hecho de que no vomitara el agua que le habían dado a beber hacía albergar muchas esperanzas de recuperación. Cuando acabaron de cambiar los vendajes hicieron pasar a Rosario.
-Señora, su hijo se encuentra mucho mejor. Parece que la herida está cicatrizando bastante bien y ya puede empezar a beber líquidos, eso sí, muy despacito.
-Dios la bendiga, doctora-le dijo una emocionada Rosario mientras agarraba la mano de Ramiro.-¿Y cuando me lo podré llevar a casa?
-Quizás lo mejor es que se quede otro día más en la consulta. En sus condiciones es mejor no moverlo. Además, así lo podremos tener más vigilado. Si mañana se encuentra un poco más fuerte ya valoraremos la posibilidad de trasladarlo. Ahora le voy a dar algunas medicinas que le alivien el dolor y me marcho a ver a su hijo mayor, antes de que le de un soponcio a la hija de Raimundo.
Pepa se ofreció a quedarse con Ramiro para que Rosario acompañase a la doctora hasta la posada de los Ulloa. Así podría ver con sus propios ojos que su primogénito tambien estaba fuera de peligro. La buena mujer agradeció el gesto de Pepa con un sonoro beso en la mejilla y se dispuso a seguir a la galena, que ya estaba bajando las escaleras del consultorio con su habitual determinación. No tardaron ni un minuto en cruzar la plaza y entrar a la casa de comidas. Raimundo las recibió con una amplia sonrisa.
-Rosario, ¡que buenas noticias!-le dijo mientras la abrazaba.-No tengo que decirte lo mucho que me alegro de que los muchachos se encuentren mejor. Bien sabes tú que para mi esos dos zagales son casi como mis hijos.
-Lo sé, lo sé-respondió ella agradeciendo sinceramente las palabras del Ulloa.- Y ellos tambien le tienen mucho aprecio a tu familia.
-Bueno, siento interrumpir este bonito momento-protestó la médica-pero no tengo todo el día y me gustaría ver cuanto antes al paciente.
-Tiene razón. Ahora mismo las acompaño hasta la habitación-le respondió el tabernero mientras le guiñaba un ojo a su vieja amiga.
Los tres cruzaron el patio y se dirigieron al cuarto que ocupaba Alfonso. Un segundo fue suficiente para que la alegría desapareciera de sus rostros. Emilia, sentada en el suelo en una esquina no paraba de llorar. Al ver a su padre se levantó y corrió hacia él, buscando su consuelo.
-Hija, ¿qué ha pasado? ¿a qué viene ese llanto?-preguntó mientras la abrazaba.
-¡Por Dios Emilia, no me digas que mi hijo está peor!-gritó la matriarca de los Castañeda mientras entraba en la habitación seguida por la doctora.
-Padre…..Alfonso-intentaba hablar entre sollozos- Alfonso no ve………¡se ha quedado ciego!
#931
23/10/2011 00:40
Al mismo tiempo que la doctora Casas examinaba a Alfonso ante la mirada expectante de su madre, Raimundo arrastró a su hija hasta la taberna con la intención de prepararle una infusión para tranquilizarla. Emilia seguía llorando desconsoladamente mientras su padre calentaba un cazo con agua. Al cabo de unos minutos vertió el líquido sobre una taza con hojas de tila que acercó a la mesa donde estaba la muchacha. Se sentó a su lado, cogiendo sus manos entre las suyas esperando a que recobrase la calma para explicar lo sucedido.
A medida que su hija hablaba, él sentía como su corazón se encogía. Podía sentir la angustia que estaba sufriendo en aquel momento su leal amigo, porque él mismo la había experimentado. Cómo explicar el terror que se apodera de un hombre cuando en sus ojos sólo hay oscuridad, cuando no se puede distinguir el día de la noche, cuando se es incapaz de ver los rostros de la gente. Y sobre todo, como explicar la rabia y la impotencia de sentirse un inválido. Pero tenía que espantar aquellos negros pensamientos de su mente si quería ser de alguna utilidad. De nada le servirían los lamentos a su hija, ni a Rosario, ni mucho menos a Alfonso. Ahora tocaba ser fuerte y esperar la opinión profesional de la doctora Casas. Quizás aquella oscuridad que nublaba la vista del mayor de los Castañeda sólo fuera un nubarrón pasajero que se disiparía a medida que el resto de heridas de su apaleado cuerpo fuesen sanando.
La llegada de la doctora interrumpió la conversación entre padre e hija. Ambos se levantaron expectantes, deseosos de oír palabras tranquilizadoras acerca del estado de Alfonso. Sin embargo, su semblante serio no presagiaba nada bueno.
-¿Se va a poner bien? ¿Volverá a ver?-le preguntó Emilia con voz temblorosa.
-Ojalá pudiera tener una respuesta clara para tu pregunta, muchacha-se disculpó Gregoria.-Lo cierto es que es imposible saber cual es el verdadero alcance de la lesión. Quizás sea sólo un coágulo que presiona su cerebro y a medida que se reabsorva quizás pueda recuperar la vista. Pero….-se detuvo durante un segundo tratando de buscar la forma menos brusca de decir aquello-desgraciadamente lo más frecuente en estos casos es que se trate de un daño permanente en el nervio óptico.
-¿Qué quiere decir?-inquirió de nuevo Emilia.
-Pues que es muy posible que jamás recobre la vista.
-¿Y no hay nada que se pueda hacer?¿Una operación? ¿Algún tratamiento?-ahora era Raimundo el que acosaba con sus preguntas a la doctora.
-Mucho me temo que no-dijo la galena con voz ronca.-Si quieren un consejo, ahora lo que tienen que hacer es procurarle los mejores cuidados. Es importante que se alimente bien para ir recobrando las fuerzas. Y ahora, si me disculpan, tengo que retornar al consultorio.
Vieron como la doctora encaminaba sus pasos de nuevo hacia el consultorio. Ellos permanecieron en silencio un rato. No sabían qué decir ni qué hacer. Ambos recordaron el infierno vivido meses atrás. No podían creer que volviese a ocurrir. Al final, fue Emilia la que reaccionó.
-Voy a preparle un caldo, que tiene que empezar a comer.
-Ya lo hag yo. Tú vete a verlo, que ahora va a necesitar más que nunca el cariño de la gente que lo quiere. Y manda a Rosario a descansar, que va siendo hora que esa mujer se tome un respiro.
La muchacha obedeció en silencio. Cuando estaba a unos palmos de la puerta del cuarto escuchó las voces de Alfonso y Rosario. Sintió un nudo que nacía de su estómago y subía hacia su garganta al oír la conversación entre madre e hijo.
-Pero cariño, ya has oído a la doctora. No puedes levantarte, que tus costillas aun no han soldado y no debes hacer esfuerzos. Es mejor que te quedes aquí unos días.
-No quiero seguir siendo una carga para los Ulloa. Y esta no es mi casa.
-No digas eso. Sabes que Raimundo te quiere como a un hijo. Y Emilia no se ha apartado de tu lado ninguna noche. Esa muchacha te quiere mucho.
-Por favor, madre, no me haga suplicarle-la voz de Alfonso sonaba más alterada que nunca.-¡No quiero que Emilia me vea así!-su voz se quebró-No podría soportar su lástima.
-Está bien-le dijo mientras le acariciaba la frente.-Nos iremos para casa, pero tendrás que esperar a mañana, para que la doctora nos deje llevarnos tambien a Ramiro. Así Mariana y yo podremos cuidar de vosotros dos.
Su hijo no respondió. Giró la cabeza para el otro lado en un vano intento de ocultar su amargura. Tambien su madre se tragó las lágrimas. Aunque su vida estuviese llena de sinsabores, jamás se acostumbraría a ver sufrir a sus vástagos. Le dio un beso en la mejilla antes de salir de la habitación y regresar al consultorio. Al cerrar la puerta se topó con Emilia. Ambas mujeres se miraron a los ojos. El dique que trataba de contener todo el dolor de la matriarca de los Castañeda saltó por los aires y empezó a sollozar. La muchacha la abrazó en silencio hasta que el llanto cesó.
-¿Qué es lo que has escuchado?-le preguntó Rosario.
-Lo suficiente-confesó bajando la vista.- Pero no se preocupe, usted vaya a descansar, que yo me ocupo de su hijo-dijo recobrando la energía.
-Pero ya has oído lo que dice. No quiere que lo veas así.
-Ese cabezota no me conoce si piensa que se va a librar de mí tan facilmente.-La muchacha esbozó una sonrisa mientras le acariciaba la mejilla.
Ese día Alfonso Castañeda tuvo que tragarse sin rechistar los tazones de caldo que ella le preparó. Y Emilia Ulloa tuvo que tragarse las lágrimas al ver por primera vez aquel rictus amargo en el rostro de él.
Esa noche ella veló su sueño por última vez sentada en una silla al lado de su cama. Esa noche él volvió a soñar con ella. Por lo menos en sueños aun podía verla.
A medida que su hija hablaba, él sentía como su corazón se encogía. Podía sentir la angustia que estaba sufriendo en aquel momento su leal amigo, porque él mismo la había experimentado. Cómo explicar el terror que se apodera de un hombre cuando en sus ojos sólo hay oscuridad, cuando no se puede distinguir el día de la noche, cuando se es incapaz de ver los rostros de la gente. Y sobre todo, como explicar la rabia y la impotencia de sentirse un inválido. Pero tenía que espantar aquellos negros pensamientos de su mente si quería ser de alguna utilidad. De nada le servirían los lamentos a su hija, ni a Rosario, ni mucho menos a Alfonso. Ahora tocaba ser fuerte y esperar la opinión profesional de la doctora Casas. Quizás aquella oscuridad que nublaba la vista del mayor de los Castañeda sólo fuera un nubarrón pasajero que se disiparía a medida que el resto de heridas de su apaleado cuerpo fuesen sanando.
La llegada de la doctora interrumpió la conversación entre padre e hija. Ambos se levantaron expectantes, deseosos de oír palabras tranquilizadoras acerca del estado de Alfonso. Sin embargo, su semblante serio no presagiaba nada bueno.
-¿Se va a poner bien? ¿Volverá a ver?-le preguntó Emilia con voz temblorosa.
-Ojalá pudiera tener una respuesta clara para tu pregunta, muchacha-se disculpó Gregoria.-Lo cierto es que es imposible saber cual es el verdadero alcance de la lesión. Quizás sea sólo un coágulo que presiona su cerebro y a medida que se reabsorva quizás pueda recuperar la vista. Pero….-se detuvo durante un segundo tratando de buscar la forma menos brusca de decir aquello-desgraciadamente lo más frecuente en estos casos es que se trate de un daño permanente en el nervio óptico.
-¿Qué quiere decir?-inquirió de nuevo Emilia.
-Pues que es muy posible que jamás recobre la vista.
-¿Y no hay nada que se pueda hacer?¿Una operación? ¿Algún tratamiento?-ahora era Raimundo el que acosaba con sus preguntas a la doctora.
-Mucho me temo que no-dijo la galena con voz ronca.-Si quieren un consejo, ahora lo que tienen que hacer es procurarle los mejores cuidados. Es importante que se alimente bien para ir recobrando las fuerzas. Y ahora, si me disculpan, tengo que retornar al consultorio.
Vieron como la doctora encaminaba sus pasos de nuevo hacia el consultorio. Ellos permanecieron en silencio un rato. No sabían qué decir ni qué hacer. Ambos recordaron el infierno vivido meses atrás. No podían creer que volviese a ocurrir. Al final, fue Emilia la que reaccionó.
-Voy a preparle un caldo, que tiene que empezar a comer.
-Ya lo hag yo. Tú vete a verlo, que ahora va a necesitar más que nunca el cariño de la gente que lo quiere. Y manda a Rosario a descansar, que va siendo hora que esa mujer se tome un respiro.
La muchacha obedeció en silencio. Cuando estaba a unos palmos de la puerta del cuarto escuchó las voces de Alfonso y Rosario. Sintió un nudo que nacía de su estómago y subía hacia su garganta al oír la conversación entre madre e hijo.
-Pero cariño, ya has oído a la doctora. No puedes levantarte, que tus costillas aun no han soldado y no debes hacer esfuerzos. Es mejor que te quedes aquí unos días.
-No quiero seguir siendo una carga para los Ulloa. Y esta no es mi casa.
-No digas eso. Sabes que Raimundo te quiere como a un hijo. Y Emilia no se ha apartado de tu lado ninguna noche. Esa muchacha te quiere mucho.
-Por favor, madre, no me haga suplicarle-la voz de Alfonso sonaba más alterada que nunca.-¡No quiero que Emilia me vea así!-su voz se quebró-No podría soportar su lástima.
-Está bien-le dijo mientras le acariciaba la frente.-Nos iremos para casa, pero tendrás que esperar a mañana, para que la doctora nos deje llevarnos tambien a Ramiro. Así Mariana y yo podremos cuidar de vosotros dos.
Su hijo no respondió. Giró la cabeza para el otro lado en un vano intento de ocultar su amargura. Tambien su madre se tragó las lágrimas. Aunque su vida estuviese llena de sinsabores, jamás se acostumbraría a ver sufrir a sus vástagos. Le dio un beso en la mejilla antes de salir de la habitación y regresar al consultorio. Al cerrar la puerta se topó con Emilia. Ambas mujeres se miraron a los ojos. El dique que trataba de contener todo el dolor de la matriarca de los Castañeda saltó por los aires y empezó a sollozar. La muchacha la abrazó en silencio hasta que el llanto cesó.
-¿Qué es lo que has escuchado?-le preguntó Rosario.
-Lo suficiente-confesó bajando la vista.- Pero no se preocupe, usted vaya a descansar, que yo me ocupo de su hijo-dijo recobrando la energía.
-Pero ya has oído lo que dice. No quiere que lo veas así.
-Ese cabezota no me conoce si piensa que se va a librar de mí tan facilmente.-La muchacha esbozó una sonrisa mientras le acariciaba la mejilla.
Ese día Alfonso Castañeda tuvo que tragarse sin rechistar los tazones de caldo que ella le preparó. Y Emilia Ulloa tuvo que tragarse las lágrimas al ver por primera vez aquel rictus amargo en el rostro de él.
Esa noche ella veló su sueño por última vez sentada en una silla al lado de su cama. Esa noche él volvió a soñar con ella. Por lo menos en sueños aun podía verla.
#932
23/10/2011 01:29
ay pepa.... pero qué bien escribes!! deseandico estoy de ese final feliz, que no me gusta ver a Alfonso triste! jejeje Gracias wapa!
#933
23/10/2011 07:31
Pepa que bonito..mas..aunque no me lo dejes ciego que Emi le pegue un morreo y vea la luz.
#934
23/10/2011 12:26
Pepa sublime como siempre!!
#935
23/10/2011 13:17
(Continuación)
Un mes despues la vida seguía su curso en casa de los Castañeda. Afortunadamente, la recuperación de Ramiro fue, como reconoció la propia doctora Casas, milagrosa. Las heridas del muchacho sanaron rápidamente. Su buena disposición y los cuidados de Rosario lograron que la única secuela fuese una cicatriz en el abdomen. Pero hasta con aquella marca hacía chanzas diciendo que cuando fuese viejo podría contarle a sus nietos que tenía una herida de guerra. Por lo menos él tenía que mantener alto el ánimo, para no afligir más a su madre. Si ya era duro tener al marido ausente y a Juan desaparecido, ahora había que luchar contra la ceguera de Alfonso.
Por el contrario, el hermando mayor cada vez estaba más taciturno. Sus heridas, incluídas las varias costillas rotas, habían cicatrizado. Pero aquella negrura de sus ojos lo había hundido en un pozo de tristeza y rabia. No aguantaba las visitas, ni las palabras de ánimo de sus amigos. De buena gana les hubiera gritado y los habría echado de su casa. Pero se mantenía en silencio, rumiando su amargura.Sólo intentaba sonreír cuando Rosario le hacían alguna carantoña. Porque lo último que él querría hacer era aumentar la congoja de su madre y con ella intentaba mostrarse solícito y cariñoso.
Sin embargo, Emilia se llevaba la peor parte de su mal humor. Cada tarde, la muchacha acudía a visitarlo y le regalaba alguno de sus famosos platos, aquellos que hasta no hace mucho tiempo le hubiesen arrancado un sonoro piropo, del mismo modo que su sola presencia hubiese bastado para alegrarle el alma. Pero ahora no soportaba tenerla cerca. Se negaba a aceptar su lástima y se había propuesto alejarla de su lado, costase lo que costase. Por eso siempre la recibía con un gélido saludo y contestaba a sus preguntas con gruñidos y monosílabos. A veces,intentaba ser cruel y le echaba en cara sus errores con Severiano esperando que le cruzase la cara con un más que merecido bofetón. Lo que él no sabía es que ella se moría de ganas de abrazarlo. Al final, Emilia se despedía hasta el día siguiente intentando coger su mano. Pero él la apartaba con brusquedad y permanecía en silencio.
A veces, Ramiro los espiaba, con la esperanza de que el cabezota de su hermano cambiase de actitud. Intentaba hacerle comprender lo equivocado que estaba rechazando así a la mujer que amaba. Pero Alfonso no atendía a razones y cada día que pasaba estaba más insoportable. Por eso dudó tanto antes de tomar la decisión de marchar a Galicia. Su padre le había conseguido un buen empleo en Lugo, como ayudante en la tienda de su cuñado. Era un buen trabajo, sin tener que exponer su maltrecho cuerpo a la intemperie ni deslomarse con los aperos de labranza. Además, el salario era mucho mayor que el de bracero y podría enviar varios reales todos los meses para ayudar a su familia, sobre todo ahora que Alfonso ya no podía trabajar en los campos. Le partía el corazón tener que alejarse de su madre y sus hermanos, pero era la mejor opción.
La despedida fue triste. Mariana no podía parar de llorar y Rosario se tragaba las lágrimas como buenamente podía. Sin embargo, Alfonso mostraba cierta indiferencia, aunque sólo era una pantalla, pues en su interior sufría al perder la compañía de su hermano menor. Pero se negaba a mostrar cualquier signo de debilidad, ya que en los últimos tiempos había construído una coraza con la que pretendía esconder la impotencia que le hacía sentir su ceguera.
Llegó la hora de los abrazos, los besos y más lágrimas. Primero la bejamina. Ramiro intentó arrancarle una sonrisa bromeando. Le dijo que esperaba volver pronto para su boda con Hipólito, consiguiendo que su hermana se sonrojase y amenazase con soltarle un buen sopapo.
-¿Pero qué necedades estás diciendo?-protestaba la chiquilla.-Bien sabes que sólo somos amigos y además, ¿Cómo podría yo ennoviarme con ese zoquete?.
-Pues porque aunque a veces esté un poco loco es un buen muchacho y bebe los vientos por ti. Además piensa que acabarías siendo la alcadesa consorte. Aunque bien pensado, menudo panorama te espera siendo la nuera de…-no pudo acabar la frase porque se llevó una sonora colleja.
Ahora le tocaba el turno a su madre. Rosario lo abrazó con fuerza, en silencio. No necesitaba decirle nada, como siempre se entendían sólo con miradas. Con sus ojos y sus caricias le estaba diciendo que lo quería con todo su corazón, que le dolía verlo marchar pero que esperaba que fuese feliz junto a su padre en tierras gallegas. Su hijo pequeño le respondió con un beso en la frente.
Ya sólo le restaba despedirse de Alfonso. Pero aquel cabezota se seguía negando a mostrar sus sentimientos.
-Dejate de tontás, que vas a perder la diligencia-refunfuñó mientras le tendía una mano a modo de frío saludo.
Pero su hermano pequeño no estaba dispuesto a marcharse sin darle un abrazo. Así que lo apretó contra sí, en un desesperado intento de hacerle sentir lo mucho que lo quería.
-Prometeme que cuidarás de madre y de Marina-le susurró al oído.
-¿Y cómo pretendes que haga tal cosa sino puedo ni cuidar de mi mismo?-Su voz sonaba derrotada.
-Pues como has hecho siempre, siendo el Alfonso Castañeda que no se arredra ante nada ni ante nadie-le espetó mientras le agarraba el rostro con ambas manos.-Y porque ahora eres el único hombre de la casa y te necesitan más que nunca. Así que por favor, ¡no te hundas!.
Finalmente, fue el hermano mayor el que lo apretó con fuerza mientras las lágrimas corrían silenciosas por sus mejillas. Había tocado fondo. Pero las palabras de Ramiro habían logrado hacer saltar un resorte oculto y en aquel instante decidió no dejarse vencer y mantener la esperanza.
-Te lo prometo-logró decir finalmente.
Aquella noche sólo tres comensales se sentaron a la mesa en casa de los Castañeda. Dieron cuenta de la cena tratando de espantar la tristeza. Mariana le sonreía a su madre y de vez en cuando le acariciaba la mano. Alfonso, por su parte, abandonó su habitual silencio para contar divertidas anécdotas de sus correrías con Ramiro.
-Ese tunante siempre ha sido el más listo de todos nosotros y no me cabe la más mínima duda de que se va a labrar un gran porvenir.
-Dios te oiga,hijo.
-Bueno, últimamente parece que Dios no me escucha mucho, que parece que anda un poquito sordo. Pero no se preocupe, que yo voy a seguir rogándole, que ya sabe que soy muy terco.
-Me alegra mucho oírte hablar así-le dijo Rosario mientras se levantaba para recoger la mesa.
-Madre, deje eso ahí, que ya recojo yo-le instó al oír el ruído de los vasos.- Usted y Mariana vayanse a descansar, que mañana tiene que madrugar para ir a la casona.
-Pero…….-intentó protestar su hermana.
-Pero nada. Puede que esté ciego, pero aun me quedan dos manos. Además, prometo no romper nada.
Ambas mujeres se miraron y sonrieron. Parecía que el Alfonso de siempre empezaba a regresar de aquel pozo de amargura.
-Ah, muy bonito-se quejó medio en broma- ¿os vais a la cama sin darme un beso?.
Un mes despues la vida seguía su curso en casa de los Castañeda. Afortunadamente, la recuperación de Ramiro fue, como reconoció la propia doctora Casas, milagrosa. Las heridas del muchacho sanaron rápidamente. Su buena disposición y los cuidados de Rosario lograron que la única secuela fuese una cicatriz en el abdomen. Pero hasta con aquella marca hacía chanzas diciendo que cuando fuese viejo podría contarle a sus nietos que tenía una herida de guerra. Por lo menos él tenía que mantener alto el ánimo, para no afligir más a su madre. Si ya era duro tener al marido ausente y a Juan desaparecido, ahora había que luchar contra la ceguera de Alfonso.
Por el contrario, el hermando mayor cada vez estaba más taciturno. Sus heridas, incluídas las varias costillas rotas, habían cicatrizado. Pero aquella negrura de sus ojos lo había hundido en un pozo de tristeza y rabia. No aguantaba las visitas, ni las palabras de ánimo de sus amigos. De buena gana les hubiera gritado y los habría echado de su casa. Pero se mantenía en silencio, rumiando su amargura.Sólo intentaba sonreír cuando Rosario le hacían alguna carantoña. Porque lo último que él querría hacer era aumentar la congoja de su madre y con ella intentaba mostrarse solícito y cariñoso.
Sin embargo, Emilia se llevaba la peor parte de su mal humor. Cada tarde, la muchacha acudía a visitarlo y le regalaba alguno de sus famosos platos, aquellos que hasta no hace mucho tiempo le hubiesen arrancado un sonoro piropo, del mismo modo que su sola presencia hubiese bastado para alegrarle el alma. Pero ahora no soportaba tenerla cerca. Se negaba a aceptar su lástima y se había propuesto alejarla de su lado, costase lo que costase. Por eso siempre la recibía con un gélido saludo y contestaba a sus preguntas con gruñidos y monosílabos. A veces,intentaba ser cruel y le echaba en cara sus errores con Severiano esperando que le cruzase la cara con un más que merecido bofetón. Lo que él no sabía es que ella se moría de ganas de abrazarlo. Al final, Emilia se despedía hasta el día siguiente intentando coger su mano. Pero él la apartaba con brusquedad y permanecía en silencio.
A veces, Ramiro los espiaba, con la esperanza de que el cabezota de su hermano cambiase de actitud. Intentaba hacerle comprender lo equivocado que estaba rechazando así a la mujer que amaba. Pero Alfonso no atendía a razones y cada día que pasaba estaba más insoportable. Por eso dudó tanto antes de tomar la decisión de marchar a Galicia. Su padre le había conseguido un buen empleo en Lugo, como ayudante en la tienda de su cuñado. Era un buen trabajo, sin tener que exponer su maltrecho cuerpo a la intemperie ni deslomarse con los aperos de labranza. Además, el salario era mucho mayor que el de bracero y podría enviar varios reales todos los meses para ayudar a su familia, sobre todo ahora que Alfonso ya no podía trabajar en los campos. Le partía el corazón tener que alejarse de su madre y sus hermanos, pero era la mejor opción.
La despedida fue triste. Mariana no podía parar de llorar y Rosario se tragaba las lágrimas como buenamente podía. Sin embargo, Alfonso mostraba cierta indiferencia, aunque sólo era una pantalla, pues en su interior sufría al perder la compañía de su hermano menor. Pero se negaba a mostrar cualquier signo de debilidad, ya que en los últimos tiempos había construído una coraza con la que pretendía esconder la impotencia que le hacía sentir su ceguera.
Llegó la hora de los abrazos, los besos y más lágrimas. Primero la bejamina. Ramiro intentó arrancarle una sonrisa bromeando. Le dijo que esperaba volver pronto para su boda con Hipólito, consiguiendo que su hermana se sonrojase y amenazase con soltarle un buen sopapo.
-¿Pero qué necedades estás diciendo?-protestaba la chiquilla.-Bien sabes que sólo somos amigos y además, ¿Cómo podría yo ennoviarme con ese zoquete?.
-Pues porque aunque a veces esté un poco loco es un buen muchacho y bebe los vientos por ti. Además piensa que acabarías siendo la alcadesa consorte. Aunque bien pensado, menudo panorama te espera siendo la nuera de…-no pudo acabar la frase porque se llevó una sonora colleja.
Ahora le tocaba el turno a su madre. Rosario lo abrazó con fuerza, en silencio. No necesitaba decirle nada, como siempre se entendían sólo con miradas. Con sus ojos y sus caricias le estaba diciendo que lo quería con todo su corazón, que le dolía verlo marchar pero que esperaba que fuese feliz junto a su padre en tierras gallegas. Su hijo pequeño le respondió con un beso en la frente.
Ya sólo le restaba despedirse de Alfonso. Pero aquel cabezota se seguía negando a mostrar sus sentimientos.
-Dejate de tontás, que vas a perder la diligencia-refunfuñó mientras le tendía una mano a modo de frío saludo.
Pero su hermano pequeño no estaba dispuesto a marcharse sin darle un abrazo. Así que lo apretó contra sí, en un desesperado intento de hacerle sentir lo mucho que lo quería.
-Prometeme que cuidarás de madre y de Marina-le susurró al oído.
-¿Y cómo pretendes que haga tal cosa sino puedo ni cuidar de mi mismo?-Su voz sonaba derrotada.
-Pues como has hecho siempre, siendo el Alfonso Castañeda que no se arredra ante nada ni ante nadie-le espetó mientras le agarraba el rostro con ambas manos.-Y porque ahora eres el único hombre de la casa y te necesitan más que nunca. Así que por favor, ¡no te hundas!.
Finalmente, fue el hermano mayor el que lo apretó con fuerza mientras las lágrimas corrían silenciosas por sus mejillas. Había tocado fondo. Pero las palabras de Ramiro habían logrado hacer saltar un resorte oculto y en aquel instante decidió no dejarse vencer y mantener la esperanza.
-Te lo prometo-logró decir finalmente.
Aquella noche sólo tres comensales se sentaron a la mesa en casa de los Castañeda. Dieron cuenta de la cena tratando de espantar la tristeza. Mariana le sonreía a su madre y de vez en cuando le acariciaba la mano. Alfonso, por su parte, abandonó su habitual silencio para contar divertidas anécdotas de sus correrías con Ramiro.
-Ese tunante siempre ha sido el más listo de todos nosotros y no me cabe la más mínima duda de que se va a labrar un gran porvenir.
-Dios te oiga,hijo.
-Bueno, últimamente parece que Dios no me escucha mucho, que parece que anda un poquito sordo. Pero no se preocupe, que yo voy a seguir rogándole, que ya sabe que soy muy terco.
-Me alegra mucho oírte hablar así-le dijo Rosario mientras se levantaba para recoger la mesa.
-Madre, deje eso ahí, que ya recojo yo-le instó al oír el ruído de los vasos.- Usted y Mariana vayanse a descansar, que mañana tiene que madrugar para ir a la casona.
-Pero…….-intentó protestar su hermana.
-Pero nada. Puede que esté ciego, pero aun me quedan dos manos. Además, prometo no romper nada.
Ambas mujeres se miraron y sonrieron. Parecía que el Alfonso de siempre empezaba a regresar de aquel pozo de amargura.
-Ah, muy bonito-se quejó medio en broma- ¿os vais a la cama sin darme un beso?.
#936
23/10/2011 16:22
¡¡Qué maravilla lapuebla!! Gracias.
Os dejo otra parte del mío
Curando heridas
-----------------------
Parte 3.-
Querido Ernesto,
¡Por fin te escribo! Pero no estás enfadado ¿verdad? El mes y medio que llevo en Puente Viejo ha pasado en un suspiro...¡Me alegro tanto de haber venido a conocer a mi prima! desde el comienzo nos hemos entendido de maravilla y más que primas nos sentimos como hermanas. Todas las tardes damos un paseo juntas por los alrededores del pueblo, y ya apenas me canso. Cuando vuelva estaré completamente recuperada ¡Ya lo verás!
Me gustaría mucho que conocieras a Emilia, y espero presentártela a no mucho tardar, pero por ahora, no te enfades, ni siquiera sabe que existes. He llegado en un momento muy delicado. Ella tenía pensado casarse y partir a las Américas junto con un zagal que finalmente la abandonó y se marchó con su dinero. Ya te lo contaré con más detalle, pero comprenderás que al enterarme de lo que le hizo ese desalmado, pocas ganas me quedaron de contarle nuestros planes de boda. No quería ahondar más en la herida. Creo que hice bien, ¡pero ahora me encuentro en un gran aprieto! No te rías Ernesto, que parece que te estoy viendo.
Emilia tiene un amigo llamado Alfonso que últimamente se ha unido a nuestros paseos vespertinos. Es un hombre encantador. Se conocen desde niños, como nosotros, y se tienen mucho aprecio. Si me preguntan a mí, ese muchacho está enamorado de mi prima hasta las trancas. Pero ella está tan dolida y tiene tanto miedo de volver a entregar su corazón, que se niega a verlo. ¡Y eso no es lo peor! ¡Lo peor es que ahora se ha propuesto emparejarnos! Ya lleva tiempo detallándome sus virtudes... ¡Si pudieras oirla cuando habla de él!¡le quiere y no se da cuenta! Se niega a sí misma cualquier atisbo de romanticismo, está aterrada. Me da mucha pena.
Sin embargo, la cosa no ha quedado ahí.... no contenta con abrumarme con sus cualidades, el otro día nos tendió una trampa. No te rías. Habíamos planeado una merienda campestre junto al lago, los tres. Es un lago hermosísimo que se encuentra a poca distancia del pueblo y que en estas fechas luce una ribera espectacular. Allí fuimos a merendar y cuando ya teníamos todo listo, Emilia se disculpó con una excusa, falsa para más señas, y sin dejarnos reaccionar siquiera, partió al pueblo. La cara de Alfonso era un poema, pero ya no había vuelta atrás, así que tratamos de pasar una tarde lo más agradable posible.
Lo peor vino cuando al regresar a casa, Alfonso se percató de la añagaza y cayó en la cuenta de las intenciones de Emilia. Se me partió el corazón al verlo. Salió de allí como alma que lleva el diablo. Yo no sabía qué hacer. ¡Era todo tan injusto! Finalmente me disculpé ante Raimundo (Raimundo es el padre de Emilia, ya me entiendes, quien la crió) y salí corriendo tras él. No me riñas, ya sé que tengo que cuidarme, pero era de vital importancia para mí. No soportaba ser motivo de preocupación para Alfonso, menos teniendo en cuenta que en realidad no hay tal motivo.
Le di alcance porque accedió a parar al oir mis gritos, de otro modo me hubiera sido imposible. Estaba nervioso, no era capaz de mirarme, y se mantenía a mi lado sin dejar de estrujar su gorra entre las manos. Le conté de tu existencia, y su expresión cambió como de la noche al día. Después le expliqué cómo Emilia no hacía más que cantar alabanzas de él, y mis sospechas de que ella le quería tanto como él a ella, aunque no se diera cuenta. En este punto me miró sorprendido. No sé si porque su amor fuera tan evidente a mis ojos o por la posibilidad de que fuera correspondido. En cualquier caso, le dejé claro que en mí tenía una aliada, no un problema.
¡Ya ves que vuelvo a encontrarme en el papel de celestina!¡Pero no sé que hacer!
¡Ay, Ernesto!¡Ojalá estuvieras aquí conmigo!
Te ama,
Blanca
Os dejo otra parte del mío
Curando heridas
-----------------------
Parte 3.-
Querido Ernesto,
¡Por fin te escribo! Pero no estás enfadado ¿verdad? El mes y medio que llevo en Puente Viejo ha pasado en un suspiro...¡Me alegro tanto de haber venido a conocer a mi prima! desde el comienzo nos hemos entendido de maravilla y más que primas nos sentimos como hermanas. Todas las tardes damos un paseo juntas por los alrededores del pueblo, y ya apenas me canso. Cuando vuelva estaré completamente recuperada ¡Ya lo verás!
Me gustaría mucho que conocieras a Emilia, y espero presentártela a no mucho tardar, pero por ahora, no te enfades, ni siquiera sabe que existes. He llegado en un momento muy delicado. Ella tenía pensado casarse y partir a las Américas junto con un zagal que finalmente la abandonó y se marchó con su dinero. Ya te lo contaré con más detalle, pero comprenderás que al enterarme de lo que le hizo ese desalmado, pocas ganas me quedaron de contarle nuestros planes de boda. No quería ahondar más en la herida. Creo que hice bien, ¡pero ahora me encuentro en un gran aprieto! No te rías Ernesto, que parece que te estoy viendo.
Emilia tiene un amigo llamado Alfonso que últimamente se ha unido a nuestros paseos vespertinos. Es un hombre encantador. Se conocen desde niños, como nosotros, y se tienen mucho aprecio. Si me preguntan a mí, ese muchacho está enamorado de mi prima hasta las trancas. Pero ella está tan dolida y tiene tanto miedo de volver a entregar su corazón, que se niega a verlo. ¡Y eso no es lo peor! ¡Lo peor es que ahora se ha propuesto emparejarnos! Ya lleva tiempo detallándome sus virtudes... ¡Si pudieras oirla cuando habla de él!¡le quiere y no se da cuenta! Se niega a sí misma cualquier atisbo de romanticismo, está aterrada. Me da mucha pena.
Sin embargo, la cosa no ha quedado ahí.... no contenta con abrumarme con sus cualidades, el otro día nos tendió una trampa. No te rías. Habíamos planeado una merienda campestre junto al lago, los tres. Es un lago hermosísimo que se encuentra a poca distancia del pueblo y que en estas fechas luce una ribera espectacular. Allí fuimos a merendar y cuando ya teníamos todo listo, Emilia se disculpó con una excusa, falsa para más señas, y sin dejarnos reaccionar siquiera, partió al pueblo. La cara de Alfonso era un poema, pero ya no había vuelta atrás, así que tratamos de pasar una tarde lo más agradable posible.
Lo peor vino cuando al regresar a casa, Alfonso se percató de la añagaza y cayó en la cuenta de las intenciones de Emilia. Se me partió el corazón al verlo. Salió de allí como alma que lleva el diablo. Yo no sabía qué hacer. ¡Era todo tan injusto! Finalmente me disculpé ante Raimundo (Raimundo es el padre de Emilia, ya me entiendes, quien la crió) y salí corriendo tras él. No me riñas, ya sé que tengo que cuidarme, pero era de vital importancia para mí. No soportaba ser motivo de preocupación para Alfonso, menos teniendo en cuenta que en realidad no hay tal motivo.
Le di alcance porque accedió a parar al oir mis gritos, de otro modo me hubiera sido imposible. Estaba nervioso, no era capaz de mirarme, y se mantenía a mi lado sin dejar de estrujar su gorra entre las manos. Le conté de tu existencia, y su expresión cambió como de la noche al día. Después le expliqué cómo Emilia no hacía más que cantar alabanzas de él, y mis sospechas de que ella le quería tanto como él a ella, aunque no se diera cuenta. En este punto me miró sorprendido. No sé si porque su amor fuera tan evidente a mis ojos o por la posibilidad de que fuera correspondido. En cualquier caso, le dejé claro que en mí tenía una aliada, no un problema.
¡Ya ves que vuelvo a encontrarme en el papel de celestina!¡Pero no sé que hacer!
¡Ay, Ernesto!¡Ojalá estuvieras aquí conmigo!
Te ama,
Blanca
#937
23/10/2011 16:26
Qué bonito Lapuebla.... Continúa, que me tienes enganchada!! ejeje
EL TIEMPO LO CURA TODO - Parte 2
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/617/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Edito: Colgada, que no había leído el tuyo! Me encanta como escribes, en serio!!! gracias wapa!!
EL TIEMPO LO CURA TODO - Parte 2
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/617/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Edito: Colgada, que no había leído el tuyo! Me encanta como escribes, en serio!!! gracias wapa!!
#938
23/10/2011 16:43
Muchas gracias Olsi. Por cierto, el tuyo es precioso, con ese toque de romanticismo que a mi no me sale para describir las escenas entre estos dos.
Y Colgada, me encantaaaaaaaaaaa esa prima celestina!! Es que me la imagino y me sale una sonrisa de oreja a oreja. La serie necesitaría un personaje así, que aportar alegría y un poco de luz. Genial!!
Y Colgada, me encantaaaaaaaaaaa esa prima celestina!! Es que me la imagino y me sale una sonrisa de oreja a oreja. La serie necesitaría un personaje así, que aportar alegría y un poco de luz. Genial!!
#939
23/10/2011 17:07
Lapuebla, eso será porque no te has puesto, porque con tu manera de escribir, seguro que nos dejarías a todas babeando... jejejej
Un besazo!
Un besazo!
#940
23/10/2011 17:17
Gracias, gracias y gracias!!