Foro El secreto de Puente Viejo
La Biblioteca (A - K)
#0
17/08/2011 13:26
EL RINCÓN DE AHA
El destino.
EL RINCÓN DE ÁLEX
El Secreto de Puente Viejo, El Origen.
EL RINCÓN DE ABRIL
El mejor hombre de Puente Viejo.
La chica de la trenza I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII.
EL RINCÓN DE ALFEMI
De siempre y para siempre.
Hace frío I, II.
Pensando en ti.
Yo te elegí a ti.
EL RINCÓN DE ANTOJEP
Bajo la luz de la luna I, II, III, IV.
Como un rayo de sol I, II, III, IV.
La traición I, II.
EL RINCÓN DE ARICIA
Reacción I, II, III, IV.
Emilia, el lobo y el cazador.
El secreto de Alfonso Castañeda.
La mancha de mora I, II, III, IV, V.
Historias que se repiten. 20 años después.
La historia de Ana Castañeda I, II, III, VI, V, Final.
EL RINCÓN DE ARTEMISILLA
Ojalá fuera cierto.
Una historia de dos
EL RINCÓN DE CAROLINA
Mi historia.
EL RINCÓN DE CINDERELLA
Cierra los ojos.
EL RINCÓN DE COLGADA
Cartas, huidas, regalos y el diluvio universal I-XI.
El secreto de Gregoria Casas.
La decisión I,II, III, IV, V.
Curando heridas I,II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII.
una nueva vida I,II, III
EL RINCÓN DE CUQUINA
Lo que me sale de las teclas.
El origen de Tristán Ulloa.
EL RINCÓN DE EIZA
En los ojos de un Castañeda.
Bajando a los infiernos.
¡¿De qué?!
Pensamientos
EL RINCÓN DE FERMARÍA
Noche de bodas. (Descarga directa aquí)
Lo que no se ve.
En el baile.
De valientes y cobardes.
Descubriendo a Alfonso.
¿Por qué no me besaste?
Dejarse llevar.
Amar a Alfonso Castañeda.
Serenidad.
Así.
Quiero.
El corazón de un jornalero (I) (II).
Lo único cierto I, II.
Tiempo.
Sabor a chocolate.
EL RINCÓN DE FRANRAI
Un amor inquebrantable.
Un perfecto malentendido.
Gotas del pasado.
EL RINCÓN DE GESPA
La rutina.
Cada cosa en su sitio.
El baile.
Tomando decisiones.
Volver I, II.
Chismorreo.
Sola.
Tareas.
El desayuno.
Amigas.
Risas.
La manzana.
EL RINCÓN DE INMILLA
Rain Over Me I, II, III.
EL RINCÓN DE JAJIJU
Diálogos que nos encantaría que pasaran.
EL RINCÓN DE KERALA
Amor, lucha y rendición I - VII, VIII, IX, X, XI (I) (II), XII, XIII, XIV, XV, XVI,
XVII, XVIII, XIX, XX (I) (II), XXI, XXII (I) (II).
Borracha de tu amor.
Lo que debió haber sido.
Tu amor es mi droga I, II. (Escena alternativa).
PACA´S TABERN I, II.
Recuerdos.
Dibujando tu cuerpo.
Tu amor es mi condena I, II.
Encuentro en la posada. Historia alternativa
Tu amor es mi condena I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI
#861
16/10/2011 22:47
Lapuebla muy triste pero aun así muy bonito. Espero la continuación, y por favor que no muera Ramiro!!
#862
16/10/2011 23:06
(Para que no me mate nadie....)
_________
Cuando Emilia logró por fin calmarse, les contó que ambos hermanos seguían vivos. Les explicó que la doctora Casa había suturado y vendado la herida de Ramiro. El muchacho seguía muy grave, pero vivo. Rosario se había quedado junto a él en la consulta. El problema es que sólo había una camilla y Alfonso estaba tendido en el suelo, con varias costillas rotas, el cuerpo lleno de cortes y, lo peor, un fuerte golpe en la cabeza, de modo que tanto la doctora como Pepa no se atrevían a aventurar un pronóstico.
-Por eso he venido corriendo, porque necesito que me ayuden a traerlo a la posada. Aquí Pepa y yo podremos cuidar de él, mientras su madre se queda con Ramiro.
-Pues vamos para allá. Don Aselmo llevese de aquí a Juan, que no creo que sea buena idea que vea a sus hermanos-ordenó autoritario Raimundo.
Nadie osó llevarle la contraria. Al cabo de media hora y despues de que la doctora Casas diera el visto bueno a la improvisada camilla que habían preparado para moverlo intentando no agravar aun más su estado, por fin Alfonso descansaba en la cama del cuarto de Emilia. Seguía inconsciente. Sólo el leve movimiento de su costillar hacía ver que estaba vivo. Ni un quejido, ni una tos salía de su cuerpo. “O este muchacho está más muerto que vivo, o es el hombre más sufrido que he conocido. Porque tal y como están sus huesos debería estar quejándose sin parar, aunque fuera de modo inconsciente”- afirmó la galena con su habitual falta de tacto. Pero todos conocían la capacidad de sufrimiento del mayor de los Castañeda,así que prefirieron pensar que simplemente no quería quejarse, como siempre había hecho en su vida.
En el consultorio, Rosario permanecía sentada al lado de la camilla acariciando la mano de su hijo pequeño. A su vera, Pepa no quitaba ojo al vendaje, vigilando que la herida no se abriese. Tenía que reconocer que la doctora había resultado ser una excelente cirujana. No podían cantar victoria, porque el muchacho había perdido mucha sangre y las heridas en el estómago casi siempre resultaban mortales. Pero esta vivo y eso era gracias a la pericia de la médica.
Pero la muchacha no sólo se limitaba a sus labores de enfermera. Cada poco posaba su mano en el hombro de aquella pobre madre, a la que tan bien podía comprender, tratando de reconfortarla. “Seguro que salen de esta, que sus hijos son unos muchachos muy fuertes. Además, todo el pueblo estará rezando por ellos, que todo el mundo los aprecia”.
Mientras, al otro lado de la plaza, Mariana no se separaba del lecho de Alfonso. La pequeñas de los Castañeda tenía los ojos rojos por el llanto. Sus lágrimas eran una mezcla de impotencia, al no poder hacer nada por ayudar a sus hermanos, salvo rezar, y miedo, un miedo atroz a perderlos. Quizás, en algún momento de su vida llegó a imaginarse como sería su existencia sin Juan, porque siempre había creído que se marcharía a alguna ciudad a labrarse un porvenir como pintor. Pero ni en la peor de sus pesadillas podría imaginar que le faltaran Alfonso y Ramiro. ¿Quién le espantaría los moscones en los bailes? ¿Quién haría chanzas a su costa cada vez que Hipólito la anduviera rondando?. Por su mente pasaron cientos de recuerdos felices de su infancia. Y con esas imágenes de tiempos mejores logró dormir durante un rato. Cuando Emilia abrió sigilosa la puerta del cuarto y la encontró rendida por el cansancio la obligó a irse a descansar.
-Vete al cuarto de Pepa y túmbate un ratito, que ya me quedo yo con tu hermano.
Mariana obedeció sin decir nada. Quizás su hermano se recuperaría antes si sabía que la chiquilla de los Ulloa estaba cuidando de él.
Emilia ocupó su sitio en la silla junto a la cama. Con sumo cuidado cogió la mano de Alfonso entre las suyas y con aquel contacto sintió como las lágrimas arrasaban sus ojos. ¿Por qué sentía que su corazón se resquebrajaba al verlo malherido? ¿Por qué hubiera preferido que hubiese sido Severiano el apaleado y no su amigo? ¿Por qué sentía que su vida no tendría sentido sin le mayor de los Castañeda a su lado?
_________
Cuando Emilia logró por fin calmarse, les contó que ambos hermanos seguían vivos. Les explicó que la doctora Casa había suturado y vendado la herida de Ramiro. El muchacho seguía muy grave, pero vivo. Rosario se había quedado junto a él en la consulta. El problema es que sólo había una camilla y Alfonso estaba tendido en el suelo, con varias costillas rotas, el cuerpo lleno de cortes y, lo peor, un fuerte golpe en la cabeza, de modo que tanto la doctora como Pepa no se atrevían a aventurar un pronóstico.
-Por eso he venido corriendo, porque necesito que me ayuden a traerlo a la posada. Aquí Pepa y yo podremos cuidar de él, mientras su madre se queda con Ramiro.
-Pues vamos para allá. Don Aselmo llevese de aquí a Juan, que no creo que sea buena idea que vea a sus hermanos-ordenó autoritario Raimundo.
Nadie osó llevarle la contraria. Al cabo de media hora y despues de que la doctora Casas diera el visto bueno a la improvisada camilla que habían preparado para moverlo intentando no agravar aun más su estado, por fin Alfonso descansaba en la cama del cuarto de Emilia. Seguía inconsciente. Sólo el leve movimiento de su costillar hacía ver que estaba vivo. Ni un quejido, ni una tos salía de su cuerpo. “O este muchacho está más muerto que vivo, o es el hombre más sufrido que he conocido. Porque tal y como están sus huesos debería estar quejándose sin parar, aunque fuera de modo inconsciente”- afirmó la galena con su habitual falta de tacto. Pero todos conocían la capacidad de sufrimiento del mayor de los Castañeda,así que prefirieron pensar que simplemente no quería quejarse, como siempre había hecho en su vida.
En el consultorio, Rosario permanecía sentada al lado de la camilla acariciando la mano de su hijo pequeño. A su vera, Pepa no quitaba ojo al vendaje, vigilando que la herida no se abriese. Tenía que reconocer que la doctora había resultado ser una excelente cirujana. No podían cantar victoria, porque el muchacho había perdido mucha sangre y las heridas en el estómago casi siempre resultaban mortales. Pero esta vivo y eso era gracias a la pericia de la médica.
Pero la muchacha no sólo se limitaba a sus labores de enfermera. Cada poco posaba su mano en el hombro de aquella pobre madre, a la que tan bien podía comprender, tratando de reconfortarla. “Seguro que salen de esta, que sus hijos son unos muchachos muy fuertes. Además, todo el pueblo estará rezando por ellos, que todo el mundo los aprecia”.
Mientras, al otro lado de la plaza, Mariana no se separaba del lecho de Alfonso. La pequeñas de los Castañeda tenía los ojos rojos por el llanto. Sus lágrimas eran una mezcla de impotencia, al no poder hacer nada por ayudar a sus hermanos, salvo rezar, y miedo, un miedo atroz a perderlos. Quizás, en algún momento de su vida llegó a imaginarse como sería su existencia sin Juan, porque siempre había creído que se marcharía a alguna ciudad a labrarse un porvenir como pintor. Pero ni en la peor de sus pesadillas podría imaginar que le faltaran Alfonso y Ramiro. ¿Quién le espantaría los moscones en los bailes? ¿Quién haría chanzas a su costa cada vez que Hipólito la anduviera rondando?. Por su mente pasaron cientos de recuerdos felices de su infancia. Y con esas imágenes de tiempos mejores logró dormir durante un rato. Cuando Emilia abrió sigilosa la puerta del cuarto y la encontró rendida por el cansancio la obligó a irse a descansar.
-Vete al cuarto de Pepa y túmbate un ratito, que ya me quedo yo con tu hermano.
Mariana obedeció sin decir nada. Quizás su hermano se recuperaría antes si sabía que la chiquilla de los Ulloa estaba cuidando de él.
Emilia ocupó su sitio en la silla junto a la cama. Con sumo cuidado cogió la mano de Alfonso entre las suyas y con aquel contacto sintió como las lágrimas arrasaban sus ojos. ¿Por qué sentía que su corazón se resquebrajaba al verlo malherido? ¿Por qué hubiera preferido que hubiese sido Severiano el apaleado y no su amigo? ¿Por qué sentía que su vida no tendría sentido sin le mayor de los Castañeda a su lado?
#863
16/10/2011 23:18
¡¡Lapuebla que relato tan fantástico!!, y que triste pero a mi me da que por ahí van los tiros................ pobre ramiro.
#864
16/10/2011 23:20
Pepa, dos cosas: eres muuuuy grande!! de verdad, escribes con una sensibilidad y respetando tanto la esencia de los personajes que me parece verlos ahí hablando, delante de mi. Gracias
Y segundo: gracias por no matar a Ramiro!!
Y segundo: gracias por no matar a Ramiro!!
#865
16/10/2011 23:25
Es que Ramirín es mi personaje favorito, porque me recuerda mucho a mi propio hermano. Yo no lo "mataría" por nada del mundo, pero visto el historial de los guionistas de las series españolas pues "piensa mal y acertarás"...
Gracias por vuestras palabras.
Gracias por vuestras palabras.
#866
16/10/2011 23:44
Pepa..por dios sigue...estoy en un sinvivir.
#867
17/10/2011 06:22
Que maravilla TODOS los fics de verdad! ¡¡¿Como podeis escribir tan bien?!! Que envidia(sana) jeje. Me los he leido todos asi que ya estoy al día y podeis seguir cuando querais jejeje ;)
#868
17/10/2011 15:06
Pepa menos mal que me lo he leido todo del tiron!! si llego a tener que estar con el alma en vilo mas tiempo para saber si mi Ramirin, bueno, nuestro Ramirin salia de esta me daba algo!!
Que yo sigo en mis trece, los guionistas no pueden ser tan hijos de puta de matar a Ramiro, que no que no y que no!!
Que yo sigo en mis trece, los guionistas no pueden ser tan hijos de puta de matar a Ramiro, que no que no y que no!!
#869
17/10/2011 21:39
Pepa,Pepita,galleguina...oye...quiero mas...desde Leon plis...cuenta algo mas que se despierte Alf.
#870
17/10/2011 21:44
1
#871
17/10/2011 23:06
Lapuebla.... en serio que me quito el sombrero... escribes como los ángeles. Como lo ambientas, los diálogos... TODO es perfecto! Gracias wapísimaaaa!!!
#872
18/10/2011 00:27
Yo tambien me uno y digo: lapuebla por favor queremos más.
#873
18/10/2011 11:45
Os dejo la continuación. Espero que os guste, aunque sabeis que a mí me suelen salir las historias un tanto agridulces. Se la dedico a Rosa, porque siempre me insiste para que siga escribiendo.
____________________________________
Aquellos fueron días de incertidumbre y miedo y noches de insomnio. Durante el día, la doctora Casas, ayudada por Pepa, cambiaba vendajes y vigilaba la evolución de las heridas, atentas a cualquier gota de sangre o al más mínimo cambio en sus respiraciones. Por las noches, su madre y su hermana se turnaban para velar el sueño de Ramiro. Mientras, Emilia no se separaba del lecho de Alfonso. Al acabar la faena en la casa de comidas, entraba en la habitación y con un leve gesto le indicaba a Mariana que se fuera a descansar o a relevar a su madre en el consultorio. Una vez que se hallaba sola al cuidado del herido, repetía siempre aquella especie de ritual. Acercaba la silla a la cama, se sentaba, le cogía la mano entre las suyas y empezaba a contarle lo acontecido durante el día. “Sabes, ha venido don Anselmo a verte. Anda un tanto preocupado porque hay goteras en la iglesia, pero dice que prefiere que vosotros hagais el apaño, así que el pobre hombre tendrá que esperar un poquito. Ah, y Vicente, el herrador, ha tenido un niño. Tendrías que verlo, estaba que no cabía en si de gozo”.
Otras veces prefería contarle anécdotas de su niñez. Recordaba las tardes de verano en el río, las carreras rodando por la era, el olor de las meriendas que les preparaba su madre y las historias que les contaba su padre. Y en casi todos aquellos momentos, él, su amigo, estaba presente. “Te das cuenta, estás en todos mis recuerdos. Siempre has formado parte de mi vida, así que ahora no se te ocurrirá dejarme huérfana”. Intentaba ahogar los sollozos,pero no podía impedir que las lágrimas corriesen por sus mejillas. Hasta que el cansancio la vencía y acaba durmiendo con la cara apoyada en el colchón, pero sin soltar la mano de Alfonso.
Todas las noches, sin que ella se percatase, Raimundo abría la puerta del cuarto para ver cómo se encontraba. Se acercaba despacio, para no despertarla, y la tapaba con una manta. Durante unos segundos se quedaba mirando a aquella extraña pareja. Cómo era posible que se quisieran tanto y no lo supiesen. Él callaba por timidez o por miedo a ser rechazado. Y ella, su pobre niña, que hacía bueno el dicho de que uno no sabe lo que tiene hasta que teme perderlo. Al final, salía de nuevo de la habitación, sin hacer ruído, y se iba a dormir, aunque para todos en aquella casa fuese díficil conciliar el sueño.
Pero aquella noche Raimundo no fue el único visitante que se colaba a hurtadillas en el cuarto. Alguien venía a despedirse. Juan había decidido marcharse de Puente Viejo, pues se sabía el causante de todas las desgracias que asolaban a su familia. No podía perdonarse por lo que les había pasado a sus hermanos. Aquella cuchillada que tenía a Ramiro al borde de la muerte no era para él. Y bien sabía Dios que prefería haber recibido él aquel navajazo y todos los golpes que habían roto los huesos de Alfonso. Pero ya no había vuelta atrás. Lo único que podia hacer era marcharse lejos, para no seguir causando pena y dolor a su madre. Intentaría labrarse un fúturo lejos de allí y mandarles todos los reales que pudiera ahorrar.
No se había atrevido a subir al consultorio, pues se sentía incapaz de enfrentar a Rosario o a Mariana. Lo único que tuvo el valor de hacer fue dejarle una nota a Emilia, en la que le pedía por favor que le dijera a su familia que los quería y que sólo esperaba que algún día pudiesen perdonarlo.
____________________________________
Aquellos fueron días de incertidumbre y miedo y noches de insomnio. Durante el día, la doctora Casas, ayudada por Pepa, cambiaba vendajes y vigilaba la evolución de las heridas, atentas a cualquier gota de sangre o al más mínimo cambio en sus respiraciones. Por las noches, su madre y su hermana se turnaban para velar el sueño de Ramiro. Mientras, Emilia no se separaba del lecho de Alfonso. Al acabar la faena en la casa de comidas, entraba en la habitación y con un leve gesto le indicaba a Mariana que se fuera a descansar o a relevar a su madre en el consultorio. Una vez que se hallaba sola al cuidado del herido, repetía siempre aquella especie de ritual. Acercaba la silla a la cama, se sentaba, le cogía la mano entre las suyas y empezaba a contarle lo acontecido durante el día. “Sabes, ha venido don Anselmo a verte. Anda un tanto preocupado porque hay goteras en la iglesia, pero dice que prefiere que vosotros hagais el apaño, así que el pobre hombre tendrá que esperar un poquito. Ah, y Vicente, el herrador, ha tenido un niño. Tendrías que verlo, estaba que no cabía en si de gozo”.
Otras veces prefería contarle anécdotas de su niñez. Recordaba las tardes de verano en el río, las carreras rodando por la era, el olor de las meriendas que les preparaba su madre y las historias que les contaba su padre. Y en casi todos aquellos momentos, él, su amigo, estaba presente. “Te das cuenta, estás en todos mis recuerdos. Siempre has formado parte de mi vida, así que ahora no se te ocurrirá dejarme huérfana”. Intentaba ahogar los sollozos,pero no podía impedir que las lágrimas corriesen por sus mejillas. Hasta que el cansancio la vencía y acaba durmiendo con la cara apoyada en el colchón, pero sin soltar la mano de Alfonso.
Todas las noches, sin que ella se percatase, Raimundo abría la puerta del cuarto para ver cómo se encontraba. Se acercaba despacio, para no despertarla, y la tapaba con una manta. Durante unos segundos se quedaba mirando a aquella extraña pareja. Cómo era posible que se quisieran tanto y no lo supiesen. Él callaba por timidez o por miedo a ser rechazado. Y ella, su pobre niña, que hacía bueno el dicho de que uno no sabe lo que tiene hasta que teme perderlo. Al final, salía de nuevo de la habitación, sin hacer ruído, y se iba a dormir, aunque para todos en aquella casa fuese díficil conciliar el sueño.
Pero aquella noche Raimundo no fue el único visitante que se colaba a hurtadillas en el cuarto. Alguien venía a despedirse. Juan había decidido marcharse de Puente Viejo, pues se sabía el causante de todas las desgracias que asolaban a su familia. No podía perdonarse por lo que les había pasado a sus hermanos. Aquella cuchillada que tenía a Ramiro al borde de la muerte no era para él. Y bien sabía Dios que prefería haber recibido él aquel navajazo y todos los golpes que habían roto los huesos de Alfonso. Pero ya no había vuelta atrás. Lo único que podia hacer era marcharse lejos, para no seguir causando pena y dolor a su madre. Intentaría labrarse un fúturo lejos de allí y mandarles todos los reales que pudiera ahorrar.
No se había atrevido a subir al consultorio, pues se sentía incapaz de enfrentar a Rosario o a Mariana. Lo único que tuvo el valor de hacer fue dejarle una nota a Emilia, en la que le pedía por favor que le dijera a su familia que los quería y que sólo esperaba que algún día pudiesen perdonarlo.
#874
18/10/2011 11:48
Ya hacía un buen rato que Sebastián y Raimundo estaban trajinando en la taberna, tratando de aligerar las tareas de Emilia para que ella pudiese descansar un rato. Tambien Pepa había salido para el consultorio con la intención de obligar a Rosario a descansar y comer un poco. Temía que si seguía así, sin comer ni dormir, no tardaría en enfermar. La pobre mujer sólo abandonaba a su hijo pequeño para ir a casa de los Ulloa a interesarse por el estado de Alfonso. Su corazón estaba partido y, por primera vez en su vida, sintió como le fallaban las fuerzas. Dos de sus hijos trataban de ganar la batalla a la muerte y el tercero estaba desaparecido, posiblemente escapando de un destino similar al de sus hermanos. Aun así, intentaba mantener la compostura y no desmoronarse, para no aumentar la pena de su pequeña Mariana. Durante tres días había escuchado en silencio las frías palabras de la doctora Casas. Había agradecido las palabras de ánimo de Pepa y el consuelo de don Anselmo y don Tristán sin derramar una sola lágrima. Pero aquel dique ya no podía soportar tanto dolor y el amanecer la sorprendió llorando en silencio, agarrando la mano de Ramiro mientras acariciaba la cara de su hijo pequeño, aquel que todos decían era el que más se le parecía. Trabajador, cariñoso, responsable, alegre. Un muchacho que jamás le había dado problemas y que no soportaba verla sufrir. Pensó que soñaba.
-Madre……no llore por favor-logró decir con una voz casi inaudible.
-Ramiro……mi niño-le susurró mientras besaba su frente.-¡Bendito sea el señor!. Pero no hables, que tienes que descansar. Voy a avisar a Pepa y a la doctora.
Rosario se levantó dispuesta a salir a la plaza cuando vio que Pepa ya se disponía a subir las escaleras del consultorio. Una gran sonrisa fue suficiente para que la partera supiese que el menor de los Castañeda por fin se había despertado. Al ver que no era necesario salir en búsqueda de ayuda retornó al lado de su hijo, dando gracias a Dios por no haberselo arrebatado.
-Madre-Ramiro insistía en hablar a pesar de que el más mínimo movimiento le causaba un dolor atroz.
-No hables cariño, que aun estás muy débil.
-¿Cómo está Alfonso? ¿Está bien?.....¿Dónde está? Madre, ¡por favor!, dígame que Alfonso está bien.
-Está en la posada. Los Ulloa están cuidando de él porque aquí sólo tenían sitio para ti. Pero tú no te preocupes-trató de tranquilizarlo-que está en buenas manos.
-Mira que es tonto este hermano mío…….Como si no hubiera mejor manera para conquistar a Emilia que recibir una somanta de palos-bromeó arrancando una sonrisa tanto a su madre como a Pepa, que ya se disponía a examinar la herida.
-Menudo tunante estás tú hecho-le riño cariñosamente Rosario.-Pero no cambies nunca, hijo mío.
En ese mismo momento Emilia se despertaba sobresaltada al sentir una mano que acariciaba su pelo. Pensó que sería su padre o su hermano, que venían a reclamarla para que desayunara algo. Pero al abrir los ojos descubrió que seguían solos en la habitación. Tardó unos segundos en darse cuenta que Alfonso por fin había recobrado el sentido.
-¿Dónde está Ramiro? ¿Está bien?-fue lo primero que logró decir. Le dolía el pecho al respirar y sentía como si su cabeza fuese un yunque golpeado a cada segundo por un pesado mazo. Pero lo único que le importaba en aquel momento era saber si su hermano estaba vivo.
-Está….está bien-le mintió para no preocuparlo.- Pero, no hables, por favor, que la doctora ha dicho que no debes moverte-le pidió-.Voy a buscarla.
Y sin ser consciente de lo que hacía lo besó en los labios, antes de salir corriendo del cuarto en busca de ayuda.
-Madre……no llore por favor-logró decir con una voz casi inaudible.
-Ramiro……mi niño-le susurró mientras besaba su frente.-¡Bendito sea el señor!. Pero no hables, que tienes que descansar. Voy a avisar a Pepa y a la doctora.
Rosario se levantó dispuesta a salir a la plaza cuando vio que Pepa ya se disponía a subir las escaleras del consultorio. Una gran sonrisa fue suficiente para que la partera supiese que el menor de los Castañeda por fin se había despertado. Al ver que no era necesario salir en búsqueda de ayuda retornó al lado de su hijo, dando gracias a Dios por no haberselo arrebatado.
-Madre-Ramiro insistía en hablar a pesar de que el más mínimo movimiento le causaba un dolor atroz.
-No hables cariño, que aun estás muy débil.
-¿Cómo está Alfonso? ¿Está bien?.....¿Dónde está? Madre, ¡por favor!, dígame que Alfonso está bien.
-Está en la posada. Los Ulloa están cuidando de él porque aquí sólo tenían sitio para ti. Pero tú no te preocupes-trató de tranquilizarlo-que está en buenas manos.
-Mira que es tonto este hermano mío…….Como si no hubiera mejor manera para conquistar a Emilia que recibir una somanta de palos-bromeó arrancando una sonrisa tanto a su madre como a Pepa, que ya se disponía a examinar la herida.
-Menudo tunante estás tú hecho-le riño cariñosamente Rosario.-Pero no cambies nunca, hijo mío.
En ese mismo momento Emilia se despertaba sobresaltada al sentir una mano que acariciaba su pelo. Pensó que sería su padre o su hermano, que venían a reclamarla para que desayunara algo. Pero al abrir los ojos descubrió que seguían solos en la habitación. Tardó unos segundos en darse cuenta que Alfonso por fin había recobrado el sentido.
-¿Dónde está Ramiro? ¿Está bien?-fue lo primero que logró decir. Le dolía el pecho al respirar y sentía como si su cabeza fuese un yunque golpeado a cada segundo por un pesado mazo. Pero lo único que le importaba en aquel momento era saber si su hermano estaba vivo.
-Está….está bien-le mintió para no preocuparlo.- Pero, no hables, por favor, que la doctora ha dicho que no debes moverte-le pidió-.Voy a buscarla.
Y sin ser consciente de lo que hacía lo besó en los labios, antes de salir corriendo del cuarto en busca de ayuda.
#875
18/10/2011 12:47
Lapuebla que bien escribes jodia, cada vez que te leo me emocionas.
Gracias por dedicar parte de tu tiempo en construir estas maravillosas historias que hacen que nos emocionemos tanto y nos dejas con la necesidad de querer más
Gracias por dedicar parte de tu tiempo en construir estas maravillosas historias que hacen que nos emocionemos tanto y nos dejas con la necesidad de querer más
#876
18/10/2011 14:47
Madre mia, Pepa, como me gusta como escribes! es una maravilla! gracias, por favor continua!!!
#877
18/10/2011 15:33
Ala! ya me has echo llorar con Rosario!!!!! aiiis sa despertao mi Ramirin!!!!!!!!!!!!!!!
#878
18/10/2011 16:03
Pepa, me postro a tus pies y te hago la ola. Muchas veces.
#879
18/10/2011 16:51
PEPAAAAAAAAAAAAAAA POR EL AMOR DE LOS DIOSES...es precioso....sigue anda...sigue...
#880
18/10/2011 17:02
Lapuebla, si no continúas te seguiremos dando mal.... Hasta en sueños.
No nos puedes dejar con ese beso asip... y con Ramirín a medio recuperar
No nos puedes dejar con ese beso asip... y con Ramirín a medio recuperar