Foro El secreto de Puente Viejo
La Biblioteca (A - K)
#0
17/08/2011 13:26
EL RINCÓN DE AHA
El destino.
EL RINCÓN DE ÁLEX
El Secreto de Puente Viejo, El Origen.
EL RINCÓN DE ABRIL
El mejor hombre de Puente Viejo.
La chica de la trenza I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII.
EL RINCÓN DE ALFEMI
De siempre y para siempre.
Hace frío I, II.
Pensando en ti.
Yo te elegí a ti.
EL RINCÓN DE ANTOJEP
Bajo la luz de la luna I, II, III, IV.
Como un rayo de sol I, II, III, IV.
La traición I, II.
EL RINCÓN DE ARICIA
Reacción I, II, III, IV.
Emilia, el lobo y el cazador.
El secreto de Alfonso Castañeda.
La mancha de mora I, II, III, IV, V.
Historias que se repiten. 20 años después.
La historia de Ana Castañeda I, II, III, VI, V, Final.
EL RINCÓN DE ARTEMISILLA
Ojalá fuera cierto.
Una historia de dos
EL RINCÓN DE CAROLINA
Mi historia.
EL RINCÓN DE CINDERELLA
Cierra los ojos.
EL RINCÓN DE COLGADA
Cartas, huidas, regalos y el diluvio universal I-XI.
El secreto de Gregoria Casas.
La decisión I,II, III, IV, V.
Curando heridas I,II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII.
una nueva vida I,II, III
EL RINCÓN DE CUQUINA
Lo que me sale de las teclas.
El origen de Tristán Ulloa.
EL RINCÓN DE EIZA
En los ojos de un Castañeda.
Bajando a los infiernos.
¡¿De qué?!
Pensamientos
EL RINCÓN DE FERMARÍA
Noche de bodas. (Descarga directa aquí)
Lo que no se ve.
En el baile.
De valientes y cobardes.
Descubriendo a Alfonso.
¿Por qué no me besaste?
Dejarse llevar.
Amar a Alfonso Castañeda.
Serenidad.
Así.
Quiero.
El corazón de un jornalero (I) (II).
Lo único cierto I, II.
Tiempo.
Sabor a chocolate.
EL RINCÓN DE FRANRAI
Un amor inquebrantable.
Un perfecto malentendido.
Gotas del pasado.
EL RINCÓN DE GESPA
La rutina.
Cada cosa en su sitio.
El baile.
Tomando decisiones.
Volver I, II.
Chismorreo.
Sola.
Tareas.
El desayuno.
Amigas.
Risas.
La manzana.
EL RINCÓN DE INMILLA
Rain Over Me I, II, III.
EL RINCÓN DE JAJIJU
Diálogos que nos encantaría que pasaran.
EL RINCÓN DE KERALA
Amor, lucha y rendición I - VII, VIII, IX, X, XI (I) (II), XII, XIII, XIV, XV, XVI,
XVII, XVIII, XIX, XX (I) (II), XXI, XXII (I) (II).
Borracha de tu amor.
Lo que debió haber sido.
Tu amor es mi droga I, II. (Escena alternativa).
PACA´S TABERN I, II.
Recuerdos.
Dibujando tu cuerpo.
Tu amor es mi condena I, II.
Encuentro en la posada. Historia alternativa
Tu amor es mi condena I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI
#801
11/10/2011 16:23
Aricia: te lo repito, me "enamora" el personaje de Ana y todo ese maravilloso entorno. Esperamos ansiosos la continuación
Siamesa, Olsi, Rosa, Gema,.....Librito: ¡exagerás!. Ya quisiera yo que me ficharan los de A3, sobre todo, porque con mi precarísmisa situación laboral no me vendría mal un ingresillo extra....Pero además podría ver de cerca a mi admirada María Bouzas y comprobar si los hombres de Puente Viejo son todos tan guapos y/o atractivos y/o simpáticos. ¿Os imaginais lo divertido que tiene que ser tomarse una cañita con Selu/Hipólito?
Yari: otro abrazo puntual. Por cierto: 1140 km de distancia
Siamesa, Olsi, Rosa, Gema,.....Librito: ¡exagerás!. Ya quisiera yo que me ficharan los de A3, sobre todo, porque con mi precarísmisa situación laboral no me vendría mal un ingresillo extra....Pero además podría ver de cerca a mi admirada María Bouzas y comprobar si los hombres de Puente Viejo son todos tan guapos y/o atractivos y/o simpáticos. ¿Os imaginais lo divertido que tiene que ser tomarse una cañita con Selu/Hipólito?
Yari: otro abrazo puntual. Por cierto: 1140 km de distancia
#802
11/10/2011 17:03
Lapuebla, no somos exageradas! tus relatos me ponen los pelos de punta en serio! Me encanta como escribes ;)
Aricia... magnífico relato, me encanta ana castañeda y me encanta el entorno que le has creado... fantástico de verdad! Muchas gracias y ya espero la continuación! ;)
Aricia... magnífico relato, me encanta ana castañeda y me encanta el entorno que le has creado... fantástico de verdad! Muchas gracias y ya espero la continuación! ;)
#803
11/10/2011 17:10
Chicas,me he leido todos los ficsd atrasados del tiron y que gusto leer cosas tan buenas de verdad!! son geniales y espero continuacion eh jejeje
#804
11/10/2011 21:17
Aricia... Ana se ha ganado un hueco en puente viejo..prosigue plisss...
Pepa... exageradas.... ¿como estaba la plaza?.... abarrotáaaa!!!! (haciendo mención al duo sacapuntas)... En serio... ni una coma, ni palabra, ni un acentó ni un punto y aparte tenemos de exageración... al igual que tu lo tienes de genialidad en todos tus escritos... esperamos más cuando la muela y las musas/musos permitan que nos deleites de nuevo con tu arte...
Pepa... exageradas.... ¿como estaba la plaza?.... abarrotáaaa!!!! (haciendo mención al duo sacapuntas)... En serio... ni una coma, ni palabra, ni un acentó ni un punto y aparte tenemos de exageración... al igual que tu lo tienes de genialidad en todos tus escritos... esperamos más cuando la muela y las musas/musos permitan que nos deleites de nuevo con tu arte...
#805
11/10/2011 21:36
El secreto de Gregoria Casas
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Creyó que nunca tendría que volver a recordar, pero se equivocaba. Aquella tarde, conversando con Tristán, todos los recuerdos que guardaba bajo llave afloraron y hubieran campado a sus anchas nublándole el entendimiento, de no ser por la conveniente interrupción de Doña Francisca, que le permitió volver a centrarse en asuntos más prácticos.
Ahora caminaba de vuelta a casa, pues ya era tarde y no esperaba a nadie en la consulta. Anochecía y una suave brisa mecía un mechón de su cabello, furtivo del estricto moño. No tenía prisa. Miró a su alrededor y empezó a jugar a reconocer las hierbas del camino y ponerles nombre, como cuando de niña acompañaba a su madre. "Saúco, mamá, ¿verdad que es saúco?" gritaba ilusionada alzando la cara hacia la mujer que la llevaba de la mano. Su madre asentía con una sonrisa. Entonces escapaba persiguiendo una mariposa, o algún otro animalito escurridizo. "¿Y ésta, mamá?" Su madre acudía solícita. "Árnica, mi vida" dijo arrancándola y guardándosela en el mandil. "¿Y para que sirve,mamá?" "Para curarte ese golpe tan feo que tienes en la rodilla, ya verás." se agachó, la atrajo hacia sí y se la echó a la cadera. "Vámonos a casa." dijo dándole un beso en la mejilla. La niñita se agarró fuertemente a su cuello.
Se detuvo un momento para admirar la puesta de sol. Una lágrima corría por su mejilla. Ninguna de las plantas que conocía sirvió de nada cuando, años más tarde, unas fiebres asolaron a la aldea llevándose por delante a la mitad de la población. Su madre alivió como pudo el sufrimiento de los aquejados de aquellas fiebres, hasta que, extenuada como estaba, ella misma acabó enferma. Gregoria la veló día y noche, administrándole infusiones y colocándole cataplasmas. En vano. La noche de su muerte se juró a sí misma que nunca volvería a sentir otra vez aquella impotencia.
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Creyó que nunca tendría que volver a recordar, pero se equivocaba. Aquella tarde, conversando con Tristán, todos los recuerdos que guardaba bajo llave afloraron y hubieran campado a sus anchas nublándole el entendimiento, de no ser por la conveniente interrupción de Doña Francisca, que le permitió volver a centrarse en asuntos más prácticos.
Ahora caminaba de vuelta a casa, pues ya era tarde y no esperaba a nadie en la consulta. Anochecía y una suave brisa mecía un mechón de su cabello, furtivo del estricto moño. No tenía prisa. Miró a su alrededor y empezó a jugar a reconocer las hierbas del camino y ponerles nombre, como cuando de niña acompañaba a su madre. "Saúco, mamá, ¿verdad que es saúco?" gritaba ilusionada alzando la cara hacia la mujer que la llevaba de la mano. Su madre asentía con una sonrisa. Entonces escapaba persiguiendo una mariposa, o algún otro animalito escurridizo. "¿Y ésta, mamá?" Su madre acudía solícita. "Árnica, mi vida" dijo arrancándola y guardándosela en el mandil. "¿Y para que sirve,mamá?" "Para curarte ese golpe tan feo que tienes en la rodilla, ya verás." se agachó, la atrajo hacia sí y se la echó a la cadera. "Vámonos a casa." dijo dándole un beso en la mejilla. La niñita se agarró fuertemente a su cuello.
Se detuvo un momento para admirar la puesta de sol. Una lágrima corría por su mejilla. Ninguna de las plantas que conocía sirvió de nada cuando, años más tarde, unas fiebres asolaron a la aldea llevándose por delante a la mitad de la población. Su madre alivió como pudo el sufrimiento de los aquejados de aquellas fiebres, hasta que, extenuada como estaba, ella misma acabó enferma. Gregoria la veló día y noche, administrándole infusiones y colocándole cataplasmas. En vano. La noche de su muerte se juró a sí misma que nunca volvería a sentir otra vez aquella impotencia.
#806
11/10/2011 21:46
Colgada sigue es precioso.Aricia...me encanta Ana Castañeda...sigue por fi.
#807
11/10/2011 22:29
¡Colgada me encanta!
#808
12/10/2011 00:13
Colgada...BRAVOOO
#809
12/10/2011 01:20
ohhhh ARICIA Y ANITA COLGADITA!!!
Que bonito!! me ha encantado!!
De ari me encanta ANA CASTAÑEDA, que ya es de la familia, y como no es de extrañar, presiento que me va a gustar mucho el personaje de José que tanto se parece a mi amorcin!!!
De anita me encanta ver el pasado de la casas y que tenga en el fondo, muy en el fondo, un pekeño resquicio de sol!!
La yari se va a dormir pero no sin antes devolverle a su SIAMESA el abrazo!! Sigue habiendo muchos kilometros de por medio pero no me importa, yo te abrazo igual y nisiquiera necesito un motivo!!
NA NIT
Que bonito!! me ha encantado!!
De ari me encanta ANA CASTAÑEDA, que ya es de la familia, y como no es de extrañar, presiento que me va a gustar mucho el personaje de José que tanto se parece a mi amorcin!!!
De anita me encanta ver el pasado de la casas y que tenga en el fondo, muy en el fondo, un pekeño resquicio de sol!!
La yari se va a dormir pero no sin antes devolverle a su SIAMESA el abrazo!! Sigue habiendo muchos kilometros de por medio pero no me importa, yo te abrazo igual y nisiquiera necesito un motivo!!
NA NIT
#810
12/10/2011 14:42
La decisión
---------------
Parte 1.-
-¿Ah, sí? la Emilia que yo conocía jamás se hubiese encamado con alguién como él.
Emilia lo abofeteó. Alfonso volvió la cara de nuevo hacia ella, acariciándose la mejilla.
-Lo siento.
Emilia lloraba cubriéndose la boca. Alfonso se maldijo por no haber sabido callar a tiempo.
-----------------------------------------------------oOo-----------------------------------------------------------
-Tienes razón Alfonso -dijo Emilia con un hilo de voz- Ya no soy la Emilia que conociste. No queda nada de ella. ¡Nada!-gritó saliendo de allí.
Algo en el tono desgarrado de Emilia despertó la alarma en Alfonso, que salió corriendo tras ella.
-¡Emilia!
Corrieron uno detrás de la otra hasta que en la linde del bosque Alfonso le dió alcance agarrándola del brazo.
-¡Emilia! ¿Qué ocurre?
Emilia se revolvió para desasirse de su mano, mirándole como una fiera herida, los ojos anegados en lágrimas. Alfonso soltó su brazo y dió un paso atrás, asustado por su reacción.
-Emilia...
-Déjame Alfonso, por favor.-dijo en tono de súplica, tratando de alejarlo de sí con la mano levantada delante de ella. Caminaba hacia atrás mientras hablaba, hasta que su espalda topó con el tronco de un árbol cercano.
-Vamos...-trató de tranquilizarla- ¿no somos amigos de siempre? -tenía un nudo en la garganta- ¿qué te ocurre Emilia?
Ella se cubrió la cara con las manos y lloró. Todo su cuerpo temblaba por los sollozos. Alfonso se acercó despacio, temeroso de ser rechazado, pero no podía soportar verla en ese estado. Por fin ella levantó la vista para atravesarle con una mirada llena de dolor.
-Alfonso, no soy una Ulloa.
-¿Cómo?-Alfonso no daba crédito.
-Un hombre que desde hace tiempo rondaba la casa de comidas me habló un día, explicándome que era mi tío, que mis padres estaban muertos y que Raimundo Ulloa me acogió y me crió como si de su propia hija se tratara. Mi padre...-gimió- Raimundo, lo confirmó poco más tarde. -no pudo contener el llanto.
-Emilia...-No sabía que decir o hacer.
Emilia dió un paso y se refugió en su pecho, llorando desconsoladamente. El la rodeó suavemente con sus brazos. Una inmensa ternura invadió su cuerpo al sentirla así, vulnerable e desvalida como estaba, confiada en su abrazo. Le besó tímidamente el pelo.
-No sé qué hacer. Mi tío me pide que me vaya con él...
Una punzada de temor traspasó las entrañas de Alfonso. No. Eso no. "No me dejes Emilia." rogó una voz en su interior.
-Yo.. -estrujó la camisa de Alfonso entre sus manos- he vivido una gran mentira todos estos años, pero... no conozco otro padre que Raimundo ni otro hermano que Sebastián...-levantó la cara hacia él. Gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas. Volvió a apoyar la cabeza en su pecho.
Alfonso no dijo nada, tan solo acertaba a acariciarle la espalda tratando de que se calmara. Él mismo estaba desconcertado por la noticia, no podía ni imaginarse el estado de confusión en que se encontraba ella. Al poco, mas tranquila, Emilia se separó despacio de él.
Sus miradas se encontraron. El corazón de Alfonso latía desbocado. Emilia se puso de puntillas para besarle en la mejilla, rozando ligeramente los labios de él. Fue demasiado. Alfonso la atrajo hacia sí y se sumergió en aquella boca que tantas noches había soñado. Emilia sintió que perdía pie y dejó que él la sujetase contra su cuerpo, respondiendo a sus exigencias. De pronto se dió cuenta de lo que estaba haciendo y se apartó, azorada.
-No... yo... no...- era incapaz de articular palabra. La mirada de Alfonso la traspasaba.- Lo siento. -Echó a correr en direccción al pueblo.
Alfonso, aturdido, se palpaba los labios mientras la veía alejarse.
---------------
Parte 1.-
-¿Ah, sí? la Emilia que yo conocía jamás se hubiese encamado con alguién como él.
Emilia lo abofeteó. Alfonso volvió la cara de nuevo hacia ella, acariciándose la mejilla.
-Lo siento.
Emilia lloraba cubriéndose la boca. Alfonso se maldijo por no haber sabido callar a tiempo.
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-Tienes razón Alfonso -dijo Emilia con un hilo de voz- Ya no soy la Emilia que conociste. No queda nada de ella. ¡Nada!-gritó saliendo de allí.
Algo en el tono desgarrado de Emilia despertó la alarma en Alfonso, que salió corriendo tras ella.
-¡Emilia!
Corrieron uno detrás de la otra hasta que en la linde del bosque Alfonso le dió alcance agarrándola del brazo.
-¡Emilia! ¿Qué ocurre?
Emilia se revolvió para desasirse de su mano, mirándole como una fiera herida, los ojos anegados en lágrimas. Alfonso soltó su brazo y dió un paso atrás, asustado por su reacción.
-Emilia...
-Déjame Alfonso, por favor.-dijo en tono de súplica, tratando de alejarlo de sí con la mano levantada delante de ella. Caminaba hacia atrás mientras hablaba, hasta que su espalda topó con el tronco de un árbol cercano.
-Vamos...-trató de tranquilizarla- ¿no somos amigos de siempre? -tenía un nudo en la garganta- ¿qué te ocurre Emilia?
Ella se cubrió la cara con las manos y lloró. Todo su cuerpo temblaba por los sollozos. Alfonso se acercó despacio, temeroso de ser rechazado, pero no podía soportar verla en ese estado. Por fin ella levantó la vista para atravesarle con una mirada llena de dolor.
-Alfonso, no soy una Ulloa.
-¿Cómo?-Alfonso no daba crédito.
-Un hombre que desde hace tiempo rondaba la casa de comidas me habló un día, explicándome que era mi tío, que mis padres estaban muertos y que Raimundo Ulloa me acogió y me crió como si de su propia hija se tratara. Mi padre...-gimió- Raimundo, lo confirmó poco más tarde. -no pudo contener el llanto.
-Emilia...-No sabía que decir o hacer.
Emilia dió un paso y se refugió en su pecho, llorando desconsoladamente. El la rodeó suavemente con sus brazos. Una inmensa ternura invadió su cuerpo al sentirla así, vulnerable e desvalida como estaba, confiada en su abrazo. Le besó tímidamente el pelo.
-No sé qué hacer. Mi tío me pide que me vaya con él...
Una punzada de temor traspasó las entrañas de Alfonso. No. Eso no. "No me dejes Emilia." rogó una voz en su interior.
-Yo.. -estrujó la camisa de Alfonso entre sus manos- he vivido una gran mentira todos estos años, pero... no conozco otro padre que Raimundo ni otro hermano que Sebastián...-levantó la cara hacia él. Gruesas lágrimas rodaban por sus mejillas. Volvió a apoyar la cabeza en su pecho.
Alfonso no dijo nada, tan solo acertaba a acariciarle la espalda tratando de que se calmara. Él mismo estaba desconcertado por la noticia, no podía ni imaginarse el estado de confusión en que se encontraba ella. Al poco, mas tranquila, Emilia se separó despacio de él.
Sus miradas se encontraron. El corazón de Alfonso latía desbocado. Emilia se puso de puntillas para besarle en la mejilla, rozando ligeramente los labios de él. Fue demasiado. Alfonso la atrajo hacia sí y se sumergió en aquella boca que tantas noches había soñado. Emilia sintió que perdía pie y dejó que él la sujetase contra su cuerpo, respondiendo a sus exigencias. De pronto se dió cuenta de lo que estaba haciendo y se apartó, azorada.
-No... yo... no...- era incapaz de articular palabra. La mirada de Alfonso la traspasaba.- Lo siento. -Echó a correr en direccción al pueblo.
Alfonso, aturdido, se palpaba los labios mientras la veía alejarse.
#811
12/10/2011 15:20
Que bonito Colgada...sigue.
#812
12/10/2011 19:07
Así acababa el relato del fin de semana.
Un par de horas despues permanecian abrazados, sin poder dormirse, más por la emoción que por la algarabía que llegaba de la plaza.
-Parece que la fiesta no fuera a acabarse nunca-se quejó Alfonso.
-Piensa que es como si estuvieran celebrando una boda.
-Siento mucho que la nuestra no fuera como tú soñabas-le dijo acariciándole el pelo.
-¿Sabes una cosa?-le habló incorporándose un poco para poder mirarlo a los ojos-Hace mucho tiempo que mi vida no es como yo la había soñado. Per no me importa.
(Continuación)
La vida se empeñaba en seguir torciendo sus planes. Las cosas no acababan de ser nunca como las había soñado, aunque cierto era que en algunos aspectos distaba mucho de sentirse defraudada. Atrás quedaba aquella muchacha soñadora que esperaba que su particular príncipe del cuento llegase de algún reino lejano para rescatarla de una vida llena de fatigas y sinsabores. Ahora era una mujer hecha y derecha, que agradecía la bendición de tener a su lado a un hombre sencillo cuyo reino se limitaba a un cuerpo acostumbrado al trabajo duro y, sobre todo, un corazón generoso, capaz de lamer sus heridas y esperar pacientemente a que se curase su ceguera. Además, le había dado el mejor regalo que le podían dar, porque en sus entrañas crecía el hijo que ambos esperaban ansiosos.
Según sus cálculos su hijo no tardaría ni dos días en nacer y Alfonso seguía ausente. A veces, maldecía a su hermano Sebastián por encomendarle cada vez más responsabilidades en la conservera, porque las nuevas tareas lo obligaban a viajar a menudo fuera de la comarca. Aquellas separaciones se le hacían muy duras, sobre todo por el temor a que le ocurriese algo. Rara era la semana que no llegaban noticias a la casa de comidas de algún viajero que había sido asaltado en los caminos. Además, con el frío de diciembre llegó una fuerte nevada, de esas que duran días, incluso semanas, y que dejan las sendas intrasitables. Así que con los montes de la Sierra de la Cabrera cubiertos por un espeso manto blanco, sería imposible que su marido retornase a tiempo de Ponferrada para ver nacer a su primogénito, tal y como ella soñaba cada vez que se sentaba al sol de la tarde y acariciaba su barriga.
Pepa intentaba tranquilizarla. Todos los años de experiencia como partera le habían enseñado que era muy díficila pronosticar cuando iba a nacer un niño.
-¡Quieres estarte tranquila, mujer!. No sabemos si este zagal vendrá al mundo mañana, dentro de dos días o se retrasará un semana. Así que con un poco de suerte su padre llegará a tiempo para asistir al parto.
-¡Que no Pepa, que no!- se quejaba Emilia. Yo sé que este niño va a nacer pronto, que ya estoy cumplida.
-Pues menuda exactitud-se burlaba Pepa-¿O acaso eran tan pocas las veces que hacíais el amor para saber en qué momento lo habeis engendrado?. Porque me da a mí en la nariz que Alfonso es un hombre apasionado…….y además, el pobre tenía que recuperar el mucho tiempo perdido.
-Sí, tú burlate pero ya veremos qué cara pones cuando veas que yo tengo razón-protestaba Emilia.
Un par de horas despues permanecian abrazados, sin poder dormirse, más por la emoción que por la algarabía que llegaba de la plaza.
-Parece que la fiesta no fuera a acabarse nunca-se quejó Alfonso.
-Piensa que es como si estuvieran celebrando una boda.
-Siento mucho que la nuestra no fuera como tú soñabas-le dijo acariciándole el pelo.
-¿Sabes una cosa?-le habló incorporándose un poco para poder mirarlo a los ojos-Hace mucho tiempo que mi vida no es como yo la había soñado. Per no me importa.
(Continuación)
La vida se empeñaba en seguir torciendo sus planes. Las cosas no acababan de ser nunca como las había soñado, aunque cierto era que en algunos aspectos distaba mucho de sentirse defraudada. Atrás quedaba aquella muchacha soñadora que esperaba que su particular príncipe del cuento llegase de algún reino lejano para rescatarla de una vida llena de fatigas y sinsabores. Ahora era una mujer hecha y derecha, que agradecía la bendición de tener a su lado a un hombre sencillo cuyo reino se limitaba a un cuerpo acostumbrado al trabajo duro y, sobre todo, un corazón generoso, capaz de lamer sus heridas y esperar pacientemente a que se curase su ceguera. Además, le había dado el mejor regalo que le podían dar, porque en sus entrañas crecía el hijo que ambos esperaban ansiosos.
Según sus cálculos su hijo no tardaría ni dos días en nacer y Alfonso seguía ausente. A veces, maldecía a su hermano Sebastián por encomendarle cada vez más responsabilidades en la conservera, porque las nuevas tareas lo obligaban a viajar a menudo fuera de la comarca. Aquellas separaciones se le hacían muy duras, sobre todo por el temor a que le ocurriese algo. Rara era la semana que no llegaban noticias a la casa de comidas de algún viajero que había sido asaltado en los caminos. Además, con el frío de diciembre llegó una fuerte nevada, de esas que duran días, incluso semanas, y que dejan las sendas intrasitables. Así que con los montes de la Sierra de la Cabrera cubiertos por un espeso manto blanco, sería imposible que su marido retornase a tiempo de Ponferrada para ver nacer a su primogénito, tal y como ella soñaba cada vez que se sentaba al sol de la tarde y acariciaba su barriga.
Pepa intentaba tranquilizarla. Todos los años de experiencia como partera le habían enseñado que era muy díficila pronosticar cuando iba a nacer un niño.
-¡Quieres estarte tranquila, mujer!. No sabemos si este zagal vendrá al mundo mañana, dentro de dos días o se retrasará un semana. Así que con un poco de suerte su padre llegará a tiempo para asistir al parto.
-¡Que no Pepa, que no!- se quejaba Emilia. Yo sé que este niño va a nacer pronto, que ya estoy cumplida.
-Pues menuda exactitud-se burlaba Pepa-¿O acaso eran tan pocas las veces que hacíais el amor para saber en qué momento lo habeis engendrado?. Porque me da a mí en la nariz que Alfonso es un hombre apasionado…….y además, el pobre tenía que recuperar el mucho tiempo perdido.
-Sí, tú burlate pero ya veremos qué cara pones cuando veas que yo tengo razón-protestaba Emilia.
#813
12/10/2011 19:09
Era cierto que su marido era un hombre apasionado, tanto como ella. Juntos habían descubierto un mundo de sensaciones maravillosas y rara era la noche en que no daban rienda suelta a su pasión. Pero por algún extraño motivo ella sabía exactamente cuando habían concebido a aquel primer hijo.
Si cerraba los ojos aun podía recordar aquellos primeros rayos de sol de marzo. Alfonso aprovechaba que las tardes eran algo más largas para adecentar las tierras junto a la vieja casona en ruínas de los Ulloa, despues de cumplir con sus obligaciones en la conservera. En la taberna había poca faena, por lo que Emilia decidió dar un paseo e ir buscar a su marido. Cuando llegó a las tierras de su familia se lo encontró semidesnudo, secándose el sudor de la frente con el dorso de la mano, a pesar de que el sol empezaba ya a ponerse. Ambos se miraron azorados, como dos chiquillos. Y aquellas viejas ruínas que antaño fueron testigo de sus travesuras infantiles se convirtieron en mudos espectadores de sus besos, sus abrazos, sus caricias y una unión más profunda y prolongada que nunca, tanto que ella sintió arder sus entrañas y él desfallecer.
Pero eso era algo que no le podía explicar a Pepa. Era su mejor amiga y habían compartido confidencias, penas, alegrías, esperanzas y decepciones. Sin embargo, aquel era un momento que sólo les pertenecía a ellos dos. Así que se abstuvo de explicarle a la partera cual era el motivo de su certeza.
Sus cálculos no fallaron. Al día siguiente, mientras preparaba el desayuno para su hermano y su padre, sintió una punzada en el vientre que la obligó a dejar caer al suelo el cazo que sujetaba en las manos. Al oír el estrépito, Raimundo acudió a la cocina y se encotró a su hija agarrándose la voluminosa panza mientras un charco de líquido anegaba el suelo.
-Padre, avise a Pepa, que parece que su nieto tiene prisa por nacer-le ordenó a su padre tratando de mantener cierta compostura para no asustarlo.
Esa fue la primera de las muchas órdenes que se darían en aquella casa durante las siguientes horas. Mandaron calentar agua, procurar paños y más paños limpios, dar aviso a Rosario y finalmente llamar a la doctora Casas. Algo no iba bien. Aunque Emilia era una muchacha fuerte, no dejaba de ser primeriza y por el tamaño de su barriga se podía adivinar que el niño había salido fuerte como su padre. Por delante quedaban muchas horas de dolor y esfuerzo para conseguir que el nuevo miembro de la familia llegase a este mundo sano y salvo. Pero esa era una labor que tendrían que llevar a cabo tres mujeres solas: la doctora, la partera y la fútura madre.
-Escúchame bien muchacha-le dijo la médico cogiéndole la mano entre las suyas-.No te voy a engañar. Hay complicaciones, pero trataremos por todos los medios de solventarlas.
-¿Qué clase de complicaciones?-preguntó asustada Emilia. Había soportado cada contracción mordiéndose los labios para no gritar. No le importaba aguantar aquel dolor que amenazaba con partir su cuerpo porla mitad, pero le aterrorizaba la posibilidad de que Alfonso no llegara a ver la cara de su primer hijo.
-Calmate cariño-trataba de tranquilizarla su amiga- El niño viene mal colocado pero intentaremos corregirlo.
-Es cierto-apostilló la doctora-pero Pepa tiene mucha experiencia y seguro que lo consigue. Ahora tú sólo haz lo que nosotras te indiquemos. ¡Y por lo que más quieras, grita cuando te venga una contracción, que te vas a quedar sin labios!.
-Gregoria tiene razón. No trates de ahogar las quejas, que no hay nada más natural que una madre gritando cuando está pariendo a sus hijos.
Al otro lado de la puerta, Raimundo, Sebastián y el resto de la familia esperaba ansiosa. Excepto un joven padre que trataba desesperadamente de encontrar el modo de regresar a casa.
Si cerraba los ojos aun podía recordar aquellos primeros rayos de sol de marzo. Alfonso aprovechaba que las tardes eran algo más largas para adecentar las tierras junto a la vieja casona en ruínas de los Ulloa, despues de cumplir con sus obligaciones en la conservera. En la taberna había poca faena, por lo que Emilia decidió dar un paseo e ir buscar a su marido. Cuando llegó a las tierras de su familia se lo encontró semidesnudo, secándose el sudor de la frente con el dorso de la mano, a pesar de que el sol empezaba ya a ponerse. Ambos se miraron azorados, como dos chiquillos. Y aquellas viejas ruínas que antaño fueron testigo de sus travesuras infantiles se convirtieron en mudos espectadores de sus besos, sus abrazos, sus caricias y una unión más profunda y prolongada que nunca, tanto que ella sintió arder sus entrañas y él desfallecer.
Pero eso era algo que no le podía explicar a Pepa. Era su mejor amiga y habían compartido confidencias, penas, alegrías, esperanzas y decepciones. Sin embargo, aquel era un momento que sólo les pertenecía a ellos dos. Así que se abstuvo de explicarle a la partera cual era el motivo de su certeza.
Sus cálculos no fallaron. Al día siguiente, mientras preparaba el desayuno para su hermano y su padre, sintió una punzada en el vientre que la obligó a dejar caer al suelo el cazo que sujetaba en las manos. Al oír el estrépito, Raimundo acudió a la cocina y se encotró a su hija agarrándose la voluminosa panza mientras un charco de líquido anegaba el suelo.
-Padre, avise a Pepa, que parece que su nieto tiene prisa por nacer-le ordenó a su padre tratando de mantener cierta compostura para no asustarlo.
Esa fue la primera de las muchas órdenes que se darían en aquella casa durante las siguientes horas. Mandaron calentar agua, procurar paños y más paños limpios, dar aviso a Rosario y finalmente llamar a la doctora Casas. Algo no iba bien. Aunque Emilia era una muchacha fuerte, no dejaba de ser primeriza y por el tamaño de su barriga se podía adivinar que el niño había salido fuerte como su padre. Por delante quedaban muchas horas de dolor y esfuerzo para conseguir que el nuevo miembro de la familia llegase a este mundo sano y salvo. Pero esa era una labor que tendrían que llevar a cabo tres mujeres solas: la doctora, la partera y la fútura madre.
-Escúchame bien muchacha-le dijo la médico cogiéndole la mano entre las suyas-.No te voy a engañar. Hay complicaciones, pero trataremos por todos los medios de solventarlas.
-¿Qué clase de complicaciones?-preguntó asustada Emilia. Había soportado cada contracción mordiéndose los labios para no gritar. No le importaba aguantar aquel dolor que amenazaba con partir su cuerpo porla mitad, pero le aterrorizaba la posibilidad de que Alfonso no llegara a ver la cara de su primer hijo.
-Calmate cariño-trataba de tranquilizarla su amiga- El niño viene mal colocado pero intentaremos corregirlo.
-Es cierto-apostilló la doctora-pero Pepa tiene mucha experiencia y seguro que lo consigue. Ahora tú sólo haz lo que nosotras te indiquemos. ¡Y por lo que más quieras, grita cuando te venga una contracción, que te vas a quedar sin labios!.
-Gregoria tiene razón. No trates de ahogar las quejas, que no hay nada más natural que una madre gritando cuando está pariendo a sus hijos.
Al otro lado de la puerta, Raimundo, Sebastián y el resto de la familia esperaba ansiosa. Excepto un joven padre que trataba desesperadamente de encontrar el modo de regresar a casa.
#814
12/10/2011 19:13
Aquella semana había sido una de las más largas de su vida. En los últimos meses había tenido que ausentarse de Puente Viejo más veces de las que hubiera querido, pero las nuevas responsabilidades que su cuñado le había adjudicado en la conservera le obligaban a viajar bastante a menudo para tratar con proveedores y posibles clientes. Normalmente las ausencias no iban más allá de dos o tres días. Sin embargo, en esta ocasión había tenido que ir hasta Villafranca y Ponferrada. Ambas villas estaban a varios días de camino, más en aquella época invernal en la que el barro, el hielo y la nieve obligaba a los caballos a realizar el doble de esfuerzo para recorrer cada legua. Y él estaba ansioso por regesar a su casa, más a sabiendas de que la fecha del parto era inminente.
Afortunadamente, todas las gestiones habían salido bien y al día siguiente podria coger la diligencia de vuelta a tierras de Sanabria. Quería acostarse temprano porque el viaje sería largo y pesado. Así que bajó a la taberna a cenar algo. Era un lugar muy parecido a la casa de comidas de los Ulloa. Varias mesas sencillas, una barra, estanterías con botellas, algún tonel de vino y una chimenea cuyo fuego daba calor a la estancia. El local estaba abarratodo de viajeros hambrientos y parroquianos deseosos de tomar un chato de vino mientras echaban una partida a las cartas. Él se dispuso a sentarse en una de las mesas pegadas al ventanal, desde donde podía observar absorto en sus pensamientos la inmensa luna llena. Una voz lo sacó de su ensimismamiento.
-¡No me lo puedo creer!. Pero si es mi buen amigo Alfonso Castañeda. ¿Qué haces tu por estos pagos?
Una sacudida le corrió por todo el cuerpo. La última persona del mundo a la que desearía ver estaba delante de sus narices.
-¿No vas a saludarme?-le preguntó.-Sí, ya sé que la última vez que hablamos estabas enfadado, que aun me duelen las costillas de la somanta de palos que me diste, pero es agua pasada.
-Buenas noches, Severiano.
-Y dime, ¿qué te trae por aquí?-preguntó mientras se sentaba a su lado. De buena gana le hubiera dado otro par de puñetazos pero no quería meterse en líos. Así que tomó aire y se dispuso a contestarle con frases cortas y secas.
-He venido por asuntos de trabajo.
-Sí, ya me han contado que eras el representante de la conservera de la Montenegro. Veo que las cosas te han ido bien últimamente.
-No puedo quejarme.
-Y cuéntame, ¿cómo está tu familia?-siguió preguntando con su habitual tono burlón. Aun me acuerdo de lo bien que se portaron todos comigo, especialmente el tunante de Juan. Él sí que era divertido, y no como tú y el pequeñín, siempre pensando en deslomarse por cuatro perras.
Alfonso sintió un puñal que se clavaba en su corazón al oír a aquel miserable referirse a su añorado hermano Ramiro. No podía dejar de pensar que parte de la culpa de lo sucedido había sido suya, por no haber echado a tiempo de casa a aquel fanfarrón. Sentía como la rabia se estaba apoderando de sus puños. Pero se contuvo.
-No creo que te importe mucho-le dijo entre dientes.
-Hombre, ¡pero como me dices eso!. ¡Con lo que yo aprecio a tu familia!. Y hablando de aprecios, ¿que fue de tu querida Emilia?. Supongo que aun estará soltera, porque ya sabes como somos los hombres, que no nos gusta que otros prueben la mercancía antes que nosotros.
Esa fue la gota que colmó el vaso de su paciencia. Se levantó de golpe de la silla y agarró a Severiano por la solapa de su chaqueta.
-¡Haz el favor de apartarde de mi vista, miserable!. Pensaba que te había quedado muy claro que no consiento que nadie hable así de Emilia. Largate de aquí y no vuelvas a dirigirme la palabra, si no quieres que te parta de nuevo la cara.
-Ya me voy, hombre-le contestó de nuevo con su turbia sonrisa-¡Que tengas buen viaje!.
Severiano salió de la taberna ante la mirada de reprobación de los parroquianos. Parecía que su fama en Ponferrada era tan mala como la que había dejado atrás en los pueblos de Sanabria.
-¿Conoce a ese botarate?-le preguntó el tabernero mientras le traía una taza de sopa y una jarra de vino.
-Por desgracia sí-se lamentó.
-No le haga caso, siempre anda metido en líos. Cuando no es una pelea con un marido cornudo es por una timba o por la deudas que va dejando.
-Sé de lo que habla-asintió de nuevo Alfonso mientras empezaba a dar cuenta de su cena. Tenía prisa por irse al catre, así que en menos de media hora estaba cruzando la plaza que separaba la taberna de la posada. Y de nuevo aquella gran luna llena que le recordaba que el parto de su mujer estaba próximo. Sonrió, recordando la abultada panza de Emilia. Pero un golpe en la cabeza tiñó de negro la luna.
Severiano había decidido matar dos pájaros de un tiro. Por un lado, conseguía dinero para pagar algunas de sus muchas deudas y, por otro, se vengaba de los golpes que casi lo dejan sin mote de “el guapo” el día que Alfonso le dio la paliza por mofarse de la ingenuidad de Emilia. Así que lo esperó, escondido en los soportales de la plaza, lejos de las miradas de los escasos transeuntes que desafiaban el frío de las noches de diciembre. Cuando lo vio salir de la taberna, se aseguró de que no hubiese ningún testigo y a traición lo golpeó por la espalda con una piedra. Al comprobar que estaba incosciente, revisó sus bolsillos y le quitó hasta la última moneda. Tambien le arrebató el reloj que su mujer le había regalado por su cumpleaños.
Pero su maldad no tenía límites. No contento con el robo se decidió a mover su cuerpo hasta un lugar escondido, donde nadie lo pudiera encontrar. El frío de la noche haría el resto. Si ninguna persona daba con él a tiempo, moriría congelado en pocas horas.
-Ahí te quedas, Castañeda-le dijo finalmente mientras escupía sobre su cuerpo.-Nos veremos en el infierno.
Afortunadamente, todas las gestiones habían salido bien y al día siguiente podria coger la diligencia de vuelta a tierras de Sanabria. Quería acostarse temprano porque el viaje sería largo y pesado. Así que bajó a la taberna a cenar algo. Era un lugar muy parecido a la casa de comidas de los Ulloa. Varias mesas sencillas, una barra, estanterías con botellas, algún tonel de vino y una chimenea cuyo fuego daba calor a la estancia. El local estaba abarratodo de viajeros hambrientos y parroquianos deseosos de tomar un chato de vino mientras echaban una partida a las cartas. Él se dispuso a sentarse en una de las mesas pegadas al ventanal, desde donde podía observar absorto en sus pensamientos la inmensa luna llena. Una voz lo sacó de su ensimismamiento.
-¡No me lo puedo creer!. Pero si es mi buen amigo Alfonso Castañeda. ¿Qué haces tu por estos pagos?
Una sacudida le corrió por todo el cuerpo. La última persona del mundo a la que desearía ver estaba delante de sus narices.
-¿No vas a saludarme?-le preguntó.-Sí, ya sé que la última vez que hablamos estabas enfadado, que aun me duelen las costillas de la somanta de palos que me diste, pero es agua pasada.
-Buenas noches, Severiano.
-Y dime, ¿qué te trae por aquí?-preguntó mientras se sentaba a su lado. De buena gana le hubiera dado otro par de puñetazos pero no quería meterse en líos. Así que tomó aire y se dispuso a contestarle con frases cortas y secas.
-He venido por asuntos de trabajo.
-Sí, ya me han contado que eras el representante de la conservera de la Montenegro. Veo que las cosas te han ido bien últimamente.
-No puedo quejarme.
-Y cuéntame, ¿cómo está tu familia?-siguió preguntando con su habitual tono burlón. Aun me acuerdo de lo bien que se portaron todos comigo, especialmente el tunante de Juan. Él sí que era divertido, y no como tú y el pequeñín, siempre pensando en deslomarse por cuatro perras.
Alfonso sintió un puñal que se clavaba en su corazón al oír a aquel miserable referirse a su añorado hermano Ramiro. No podía dejar de pensar que parte de la culpa de lo sucedido había sido suya, por no haber echado a tiempo de casa a aquel fanfarrón. Sentía como la rabia se estaba apoderando de sus puños. Pero se contuvo.
-No creo que te importe mucho-le dijo entre dientes.
-Hombre, ¡pero como me dices eso!. ¡Con lo que yo aprecio a tu familia!. Y hablando de aprecios, ¿que fue de tu querida Emilia?. Supongo que aun estará soltera, porque ya sabes como somos los hombres, que no nos gusta que otros prueben la mercancía antes que nosotros.
Esa fue la gota que colmó el vaso de su paciencia. Se levantó de golpe de la silla y agarró a Severiano por la solapa de su chaqueta.
-¡Haz el favor de apartarde de mi vista, miserable!. Pensaba que te había quedado muy claro que no consiento que nadie hable así de Emilia. Largate de aquí y no vuelvas a dirigirme la palabra, si no quieres que te parta de nuevo la cara.
-Ya me voy, hombre-le contestó de nuevo con su turbia sonrisa-¡Que tengas buen viaje!.
Severiano salió de la taberna ante la mirada de reprobación de los parroquianos. Parecía que su fama en Ponferrada era tan mala como la que había dejado atrás en los pueblos de Sanabria.
-¿Conoce a ese botarate?-le preguntó el tabernero mientras le traía una taza de sopa y una jarra de vino.
-Por desgracia sí-se lamentó.
-No le haga caso, siempre anda metido en líos. Cuando no es una pelea con un marido cornudo es por una timba o por la deudas que va dejando.
-Sé de lo que habla-asintió de nuevo Alfonso mientras empezaba a dar cuenta de su cena. Tenía prisa por irse al catre, así que en menos de media hora estaba cruzando la plaza que separaba la taberna de la posada. Y de nuevo aquella gran luna llena que le recordaba que el parto de su mujer estaba próximo. Sonrió, recordando la abultada panza de Emilia. Pero un golpe en la cabeza tiñó de negro la luna.
Severiano había decidido matar dos pájaros de un tiro. Por un lado, conseguía dinero para pagar algunas de sus muchas deudas y, por otro, se vengaba de los golpes que casi lo dejan sin mote de “el guapo” el día que Alfonso le dio la paliza por mofarse de la ingenuidad de Emilia. Así que lo esperó, escondido en los soportales de la plaza, lejos de las miradas de los escasos transeuntes que desafiaban el frío de las noches de diciembre. Cuando lo vio salir de la taberna, se aseguró de que no hubiese ningún testigo y a traición lo golpeó por la espalda con una piedra. Al comprobar que estaba incosciente, revisó sus bolsillos y le quitó hasta la última moneda. Tambien le arrebató el reloj que su mujer le había regalado por su cumpleaños.
Pero su maldad no tenía límites. No contento con el robo se decidió a mover su cuerpo hasta un lugar escondido, donde nadie lo pudiera encontrar. El frío de la noche haría el resto. Si ninguna persona daba con él a tiempo, moriría congelado en pocas horas.
-Ahí te quedas, Castañeda-le dijo finalmente mientras escupía sobre su cuerpo.-Nos veremos en el infierno.
#815
12/10/2011 19:44
lapuebla!! muy bonito!! pero no tienes compasión! me voy a congelar esperandooo!
Bueno, dejo la continuación del mío.... para cogerle un poco más de tirria al Sevedeloscojones, por si le teníamos poca...
------------
Parte 2.-
Emilia lloraba abrazada a la almohada. Un inmenso vacío anidaba en su pecho. Raimundo acababa de contarle toda la verdad sobre la muerte de sus padres, cómo él había estado implicado en el accidente.
Tocaron a la puerta. La abrió confiada en que se tratase de Pepa o del mismo Raimundo, pero allí estaba Severiano, apoyado en las jambas, oliendo a alcohol.
-¡Hola pichoncito!-saludó, inclinándose para besarla.
-Severiano, ¿qué haces aquí a estas horas?¿cómo has entrado? -Emilia lo apartó con esfuerzo- apestas a alcohol.
-El amor guía mis pasos....¿No pueddo venir a visitar a mi novia?-balbuceó cogiéndola por la cintura y avanzando un paso.
-Puedes venir Severiano, pero no a estas horas y en este estado.¡Aparta, hombre! -Emilia se zafó de sus manos.- Anda, vamos a la cocina, te prepararé un buen cazo de café para que se te pase la borrachera.
-Siempre aguando la fiesta Emilia, ¿No ves que vengo a estas horas intempestivas porque te necesito?-continuaba acosándola, sus manos recorriendo con avidez el cuerpo de la muchacha.
-¡No, Severiano, déjame!-Emilia trataba de zafarse, pero Severiano era mucho más fuerte. Forcejeaban cuando una voz llegó desde la puerta.
-¡Apártate de ella!-Sebastián lo agarró por la camisa y lo empujó al suelo.
Emilia se apoyó contra la pared, asustada. Severiano se levantó tambaleante.
-Mira a quién tenemos aquí...¡Pero si es el no-hermano!¡y viene a defender la virtud de su no-hermanita!¡Que tierno!-se mofó.
-Márchate, Severiano.- la voz de Emilia temblaba de rabia- márchate y no vuelvas.
-¿Cómo?-Severiano la miró sorprendido.
-Ya la has oído.-Sebastián dió un paso hacia él, amenazante.
Severiano soltó una carcajada.
-Está bien... está bien... ya me marcho.-dijo levantando las manos- Con una paliza por semana me basta y me sobra. Y la muchacha tampoco lo merece...-guiñó un ojo.
Sebastián lo volvió a mandar al suelo de un puñetazo en la mandíbula. Lo cogió de las solapas, acercando su cara a la de él.
-Desaparece de mi vista. -siseó, empujándolo con desdén.
Severiano se levantó como pudo y se apresuró a salir de la estancia. Emilia corrió a abrazar a su hermano. Sebastián la rodeó con sus brazos, protector.
-Ya pasó...ya, ya. tranquila...
-No...no sé que hubiera pasado si no llegas a aparecer, Sebastián...
-Pero aparecí. Por suerte ya estaba en mi habitación y os oí. No pienses en ello Emilia. Ese cobarde malnacido no volverá a molestarte. Yo me encargaré de ello. -la guió tiernamente hasta su cama y la ayudó a acostarse.
-Por favor, no me dejes sola...
-Claro que no, aquí me quedo. -acercó la mecedora a la cabecera de la cama. Besó su frente, apagó el candil y tomó asiento.- Ahora descansa, mañana será otro día.
Bueno, dejo la continuación del mío.... para cogerle un poco más de tirria al Sevedeloscojones, por si le teníamos poca...
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Parte 2.-
Emilia lloraba abrazada a la almohada. Un inmenso vacío anidaba en su pecho. Raimundo acababa de contarle toda la verdad sobre la muerte de sus padres, cómo él había estado implicado en el accidente.
Tocaron a la puerta. La abrió confiada en que se tratase de Pepa o del mismo Raimundo, pero allí estaba Severiano, apoyado en las jambas, oliendo a alcohol.
-¡Hola pichoncito!-saludó, inclinándose para besarla.
-Severiano, ¿qué haces aquí a estas horas?¿cómo has entrado? -Emilia lo apartó con esfuerzo- apestas a alcohol.
-El amor guía mis pasos....¿No pueddo venir a visitar a mi novia?-balbuceó cogiéndola por la cintura y avanzando un paso.
-Puedes venir Severiano, pero no a estas horas y en este estado.¡Aparta, hombre! -Emilia se zafó de sus manos.- Anda, vamos a la cocina, te prepararé un buen cazo de café para que se te pase la borrachera.
-Siempre aguando la fiesta Emilia, ¿No ves que vengo a estas horas intempestivas porque te necesito?-continuaba acosándola, sus manos recorriendo con avidez el cuerpo de la muchacha.
-¡No, Severiano, déjame!-Emilia trataba de zafarse, pero Severiano era mucho más fuerte. Forcejeaban cuando una voz llegó desde la puerta.
-¡Apártate de ella!-Sebastián lo agarró por la camisa y lo empujó al suelo.
Emilia se apoyó contra la pared, asustada. Severiano se levantó tambaleante.
-Mira a quién tenemos aquí...¡Pero si es el no-hermano!¡y viene a defender la virtud de su no-hermanita!¡Que tierno!-se mofó.
-Márchate, Severiano.- la voz de Emilia temblaba de rabia- márchate y no vuelvas.
-¿Cómo?-Severiano la miró sorprendido.
-Ya la has oído.-Sebastián dió un paso hacia él, amenazante.
Severiano soltó una carcajada.
-Está bien... está bien... ya me marcho.-dijo levantando las manos- Con una paliza por semana me basta y me sobra. Y la muchacha tampoco lo merece...-guiñó un ojo.
Sebastián lo volvió a mandar al suelo de un puñetazo en la mandíbula. Lo cogió de las solapas, acercando su cara a la de él.
-Desaparece de mi vista. -siseó, empujándolo con desdén.
Severiano se levantó como pudo y se apresuró a salir de la estancia. Emilia corrió a abrazar a su hermano. Sebastián la rodeó con sus brazos, protector.
-Ya pasó...ya, ya. tranquila...
-No...no sé que hubiera pasado si no llegas a aparecer, Sebastián...
-Pero aparecí. Por suerte ya estaba en mi habitación y os oí. No pienses en ello Emilia. Ese cobarde malnacido no volverá a molestarte. Yo me encargaré de ello. -la guió tiernamente hasta su cama y la ayudó a acostarse.
-Por favor, no me dejes sola...
-Claro que no, aquí me quedo. -acercó la mecedora a la cabecera de la cama. Besó su frente, apagó el candil y tomó asiento.- Ahora descansa, mañana será otro día.
#816
12/10/2011 20:58
Chicas, llevo todo el dia fuera, entro y me encuentro estos fics!!! sois muy grandes, por favor.
Colgada, te adoro, pero por favor, continua!!
Pepa, tienes un complejo de guionista muy grande... me encantan tus relatos!! siempre me dejas con el corazón en un puño...
Colgada, te adoro, pero por favor, continua!!
Pepa, tienes un complejo de guionista muy grande... me encantan tus relatos!! siempre me dejas con el corazón en un puño...
#817
12/10/2011 21:18
PEPA POR EL AMOR DE DIOS.Que ese pobre hombre no sale de una para meterse en otra...por favor que llegue a tiempo de conocer al niño.No seas tan lionista.
Jajaja...
Colgada sigue el tuyo por favor...que bien da gusto entrar y leer.
Jajaja...
Colgada sigue el tuyo por favor...que bien da gusto entrar y leer.
#818
12/10/2011 21:23
Pues la guionisa acomplejada os deja otro minicapítulo de su relato. Se lo dedico muy especialmente a Carol, por lo que ella sabe. Y tambien a mi poeta de ánimo gris,que espero sea un poco menos gris y se le echa de menos. Y a mi siamesa, que estará disgustada comigo por lo que le he hecho a su Ramiro.
“Alfonso,tienes que despertarte. Está visto que no aprendes la lección, mira que te advertí veces que el guapo no era de fiar, que sólo quería quedarse con lo tuyo. ¡En qué mala hora se te ocurrió traerlo a casa!. Pero bueno, eso ya pasó. Y tú tienes tu vida esperándote en el pueblo. Porque ya me dirás que sería de madre si tambien faltaras tú. Por no hablar de Emilia y del niño que acaba de nacer. ¿No escuchas su llanto? Por cierto, espero que tengas el detalle de ponerle el nombre de su tío a alguno de tus hijos…….Despierta de una vez”.
Al escuchar el llanto intentó abrir poco a poco los ojos. Le dolía mucho la cabeza y sentía que el frío calaba sus huesos.
-Ramiro, hermano ¿dónde estás?-preguntó mientras trataba de fijar la vista en algún punto. Pero no obtuvo respuesta, aquella voz que tanto echaba de menos sólo podía estar en su mente. Tampoco se oía ningún niño. Estaba sólo, tirado en un descampado cerca de la catedral. Con bastante dificultad logró ponerse en pie y encaminar sus pasos hacia la posada. Al verlo llegar malherido, el dueño mandó llamar inmediatamente al médico y dar parte en el cuartel de la Guardia Civil. Así que tuvo que pasar un buen rato respondiendo las preguntas del galeno y del sargento de la Benemérita.
-¿Seguro que no se marea?-preguntó el doctor mientras daba los últimos puntos de sutura en la herida.- Mire que esos golpes en la cabeza pueden ser muy traicioneros.
-No se preocupe. Sólo ha sido una brecha. Y tengo el testamen muy duro-dijo tratando de quitarle importancia a la lesión.
-Bueno, cualquier precaución es poca. Y ha tenido suerte, porque si no llega a despertarse, lo más seguro es que hubiese muerto congelado-apostilló el sargento.
-Si, supongo que no era mi hora. Y mi angel de la guarda estaba atento, como siempre-contestó esbozando una sonrisa mientras trataba de visualizar el rostro de su hermano pequeño.
-De todos modos, insisto en que debería quedarse un par de días en reposo, por si acaso.
-Se lo agradezco mucho, doctor. Pero debo volver cuanto antes a mi casa, que mi mujer está a punto de dar a luz.
-Comprendo entonces sus prisas. Pero permítame una última cuestión, señor Castañeda. ¿No pudo ver quien le agredió?-preguntó el sargento de la Guardia Civil, un hombre alto de pelo canoso y mirada cansada.
-Lo siento. No recuerdo nada. Sólo sé que estaba cruzando la plaza y de repente todo se volvió negro.
-Pues así no creo que podamos atrapar al culpable. Seguramente habrás sido cualquier muerto de hambre dispuesto a quedarse con su dinero. Aunque…..-el civil pareció dudar un poco-lo que no entiendo es porque si lo golpeó en la plaza se molestó en mover su cuerpo hasta el descampado. Parece como si quisiera que nadie lo encontrara. Está visto que el mundo está lleno de desalmados.
-Sí, tiene razón, sargento. Hay mucho hijo de mala madre suelto. De todos modos, les agradezco a ambos su preocupación.
El médico acabó de recoger sus herramientas y salió de la posada jungo con el guardia civil. Alfonso se acostó, tratando de aprovechar las pocas horas que quedaban hasta el amanecer para descansar. El viaje iba a ser muy duro porque ya habían empezado a caer los primeros copos de nieve.
Ya había oscurecido cuando la diligencia logró alcanzar la Plaza Mayor de La Puebla. El viaje había durado cinco horas más de lo normal, porque los caballos tenían que cabalgar mucho más despacio. La nieve había borrado en muchos tramos el camino marcado, y si no se tenía sumo cuidado era fácil salir de la senda y perderse. Pero el conductor era veterano y había hecho el trayecto entre Ponferrada y La Puebla cientos de veces. Al final, como siempre, logró dejar a los viajeros de su diligencia sanos y salvos al pie de una de las posadas de la villa. Sin embargo, Alfonso no estaba dispuesto a pasar otra noche más fuera de casa. Y desoyendo los consejos de sus compañeros de viaje emprendió el camino a pie hasta Puente Viejo. Ni una manada de lobos, ni una banda de ladrones armados, ni siquiera la Santa Compaña podrían impedirle llegar esa misma noche a su hogar. No importaba el frío, ni la oscuridad, él sólo necesitaba abrazar a su mujer y ver la cara de su niño. Además, sabía que su angel de la guarda no lo iba a abandonar.
“Alfonso,tienes que despertarte. Está visto que no aprendes la lección, mira que te advertí veces que el guapo no era de fiar, que sólo quería quedarse con lo tuyo. ¡En qué mala hora se te ocurrió traerlo a casa!. Pero bueno, eso ya pasó. Y tú tienes tu vida esperándote en el pueblo. Porque ya me dirás que sería de madre si tambien faltaras tú. Por no hablar de Emilia y del niño que acaba de nacer. ¿No escuchas su llanto? Por cierto, espero que tengas el detalle de ponerle el nombre de su tío a alguno de tus hijos…….Despierta de una vez”.
Al escuchar el llanto intentó abrir poco a poco los ojos. Le dolía mucho la cabeza y sentía que el frío calaba sus huesos.
-Ramiro, hermano ¿dónde estás?-preguntó mientras trataba de fijar la vista en algún punto. Pero no obtuvo respuesta, aquella voz que tanto echaba de menos sólo podía estar en su mente. Tampoco se oía ningún niño. Estaba sólo, tirado en un descampado cerca de la catedral. Con bastante dificultad logró ponerse en pie y encaminar sus pasos hacia la posada. Al verlo llegar malherido, el dueño mandó llamar inmediatamente al médico y dar parte en el cuartel de la Guardia Civil. Así que tuvo que pasar un buen rato respondiendo las preguntas del galeno y del sargento de la Benemérita.
-¿Seguro que no se marea?-preguntó el doctor mientras daba los últimos puntos de sutura en la herida.- Mire que esos golpes en la cabeza pueden ser muy traicioneros.
-No se preocupe. Sólo ha sido una brecha. Y tengo el testamen muy duro-dijo tratando de quitarle importancia a la lesión.
-Bueno, cualquier precaución es poca. Y ha tenido suerte, porque si no llega a despertarse, lo más seguro es que hubiese muerto congelado-apostilló el sargento.
-Si, supongo que no era mi hora. Y mi angel de la guarda estaba atento, como siempre-contestó esbozando una sonrisa mientras trataba de visualizar el rostro de su hermano pequeño.
-De todos modos, insisto en que debería quedarse un par de días en reposo, por si acaso.
-Se lo agradezco mucho, doctor. Pero debo volver cuanto antes a mi casa, que mi mujer está a punto de dar a luz.
-Comprendo entonces sus prisas. Pero permítame una última cuestión, señor Castañeda. ¿No pudo ver quien le agredió?-preguntó el sargento de la Guardia Civil, un hombre alto de pelo canoso y mirada cansada.
-Lo siento. No recuerdo nada. Sólo sé que estaba cruzando la plaza y de repente todo se volvió negro.
-Pues así no creo que podamos atrapar al culpable. Seguramente habrás sido cualquier muerto de hambre dispuesto a quedarse con su dinero. Aunque…..-el civil pareció dudar un poco-lo que no entiendo es porque si lo golpeó en la plaza se molestó en mover su cuerpo hasta el descampado. Parece como si quisiera que nadie lo encontrara. Está visto que el mundo está lleno de desalmados.
-Sí, tiene razón, sargento. Hay mucho hijo de mala madre suelto. De todos modos, les agradezco a ambos su preocupación.
El médico acabó de recoger sus herramientas y salió de la posada jungo con el guardia civil. Alfonso se acostó, tratando de aprovechar las pocas horas que quedaban hasta el amanecer para descansar. El viaje iba a ser muy duro porque ya habían empezado a caer los primeros copos de nieve.
Ya había oscurecido cuando la diligencia logró alcanzar la Plaza Mayor de La Puebla. El viaje había durado cinco horas más de lo normal, porque los caballos tenían que cabalgar mucho más despacio. La nieve había borrado en muchos tramos el camino marcado, y si no se tenía sumo cuidado era fácil salir de la senda y perderse. Pero el conductor era veterano y había hecho el trayecto entre Ponferrada y La Puebla cientos de veces. Al final, como siempre, logró dejar a los viajeros de su diligencia sanos y salvos al pie de una de las posadas de la villa. Sin embargo, Alfonso no estaba dispuesto a pasar otra noche más fuera de casa. Y desoyendo los consejos de sus compañeros de viaje emprendió el camino a pie hasta Puente Viejo. Ni una manada de lobos, ni una banda de ladrones armados, ni siquiera la Santa Compaña podrían impedirle llegar esa misma noche a su hogar. No importaba el frío, ni la oscuridad, él sólo necesitaba abrazar a su mujer y ver la cara de su niño. Además, sabía que su angel de la guarda no lo iba a abandonar.
#819
12/10/2011 21:45
PEPA POR DIOS...QUE ESTOY EN UN SINVIVIR..ayss que conozca al bebe...happy end...happy end
#820
12/10/2011 22:08
Final (primera parte)
-------
Era casi medianoche cuando Alfonso entró por la puerta de la casa de comidas. Sintió el calor que proporcionaba a la estancia la estufa. Y, sobre todo, sintió el calor de los abrazos y los besos de todos aquellos que le daban la bienvenida. Supo que algo extraordinario había pasado porque no era normal que a aquellas horas hubiese tal algarabía.
-¿Dónde está Emilia?, ¿está bien?-preguntó ansioso.
-Está descansando, que hoy ha tenido un día muy duro. Pero está bien, no te preocupes-le contestó su suegro mientras les guiñaba un ojo a los presentes para que le siguieran el juego.-Déjala descansar, que ya la verás en un ratito. Y tú, alma de cántaro, tendrás que calentarte y cenar algo, si no quieres que mi hija nos mate por no cuidarte como Dios manda…
-Raimundo, ¡no blasfemes!-le riñó Don Anselmo ante la risa de todos los presentes.
Su hermana Mariana le obligó a sentarse junto al fuego y quitarse el abrigo mojado mientras Pepa le traía un tazón de humeante caldo, que le supo a gloria despues de aquel largo día de frió y traqueteos.
-¿Y se puede saber qué hacen todos a estas horas en la taberna?-preguntó un tanto intrigado ante semejante multitud.
-Pues que ibamo a hacer, esperándote, que nos tenías preocupados, todo el día esperando por ti-le respondió su madre mientras le daba un sonoro beso en la mejilla.
-Bueno madre, muy preocupados no debían estar, que las risas se oían desde la fuente-protestó su hijo.
-Verás-repuso don Anselmo- es que al ver la barriga de tu mujer nos dio por discutir qué nombre habría que ponerle a la criatura que viene en camino.
-Ya veo. ¿Y que propuestas tienen?.
-Pues no nos ponemos de acuerdo. Si es niño, tu suegro dice que tiene que llamarse Raimundo, como el abuelo. Pero claro está, aquí tu cuñado dice que se llamará Sebastian, como su padrino. Y ahí no queda la cosa. Que dice el zoquete de Hipólito que mejor ponerle Mariano, en honor a tu hermana. Cuando lo que yo digo es que se debería llamar Alfonso o Emilio, como sus padres. Y asunto zanjado.
-Por lo que veo, no se me ponen de acuerdo. Y usted-preguntó cogiendo la mano de su madre-¿qué opina, que para eso es la abuela?. ¿Y si es una niña?. Bueno en ese caso la llamaremos Rosario.
-Verás hijo, yo creo que eso lo deberíais decidir entre tu mujer y tú. Pero si sirve de algo mi opinión, llamarle Pepe como tu padre............ y como su madrina, que además la pobre ha tenido mucho trabajo para traerlo al mundo.
Su corazón se paró durante un segundo. No estaba seguro de haber oído bien, como tampoco podía creer que su familia hubiera sido capaz de gastarle tamaña broma.
-¿Cómo que Pepa ha tenido mucho trabajo?-exclamó levantándose de un salto de la silla.-¿Ya ha nacido? ¿Cómo está Emilia?...¿Cómo habeis podido reíros así de mi?.
-Tranquilo, cielo-le dijo su madre abrazándolo con fuerza.-Emilia está bien y el niño….es igualito a ti, con el pelo y los ojitos oscuros.
-Y grande-intervino Pepa- que no veas el trabajo que ha pasado tu mujer.
-¿Pero seguro que Emilia está bien?-siguió preguntando, con una mezcla de alegría y asombro.
-Que si,muchacho, que sí –corroboró la doctora Casas.-Es cierto, que ha sido un parto algo díficil porque además de grande venía mal colocado. Pero las buenas manos de Pepa lograron ponerlo en su sitio y tu mujer hizo el resto.
-¡Soy padre!-gritó mientras levantaba a Rosario en el aire.
-Si, cuñado, por fin me habeis dado un sobrino-le dijo Sebastián mientras le palmeaba la espalda.
-Y ahora vete a conocer a tu hijo-le dijo su madre-.Pero intenta no despertar a Emilia, que la pobre
está agotada.
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Era casi medianoche cuando Alfonso entró por la puerta de la casa de comidas. Sintió el calor que proporcionaba a la estancia la estufa. Y, sobre todo, sintió el calor de los abrazos y los besos de todos aquellos que le daban la bienvenida. Supo que algo extraordinario había pasado porque no era normal que a aquellas horas hubiese tal algarabía.
-¿Dónde está Emilia?, ¿está bien?-preguntó ansioso.
-Está descansando, que hoy ha tenido un día muy duro. Pero está bien, no te preocupes-le contestó su suegro mientras les guiñaba un ojo a los presentes para que le siguieran el juego.-Déjala descansar, que ya la verás en un ratito. Y tú, alma de cántaro, tendrás que calentarte y cenar algo, si no quieres que mi hija nos mate por no cuidarte como Dios manda…
-Raimundo, ¡no blasfemes!-le riñó Don Anselmo ante la risa de todos los presentes.
Su hermana Mariana le obligó a sentarse junto al fuego y quitarse el abrigo mojado mientras Pepa le traía un tazón de humeante caldo, que le supo a gloria despues de aquel largo día de frió y traqueteos.
-¿Y se puede saber qué hacen todos a estas horas en la taberna?-preguntó un tanto intrigado ante semejante multitud.
-Pues que ibamo a hacer, esperándote, que nos tenías preocupados, todo el día esperando por ti-le respondió su madre mientras le daba un sonoro beso en la mejilla.
-Bueno madre, muy preocupados no debían estar, que las risas se oían desde la fuente-protestó su hijo.
-Verás-repuso don Anselmo- es que al ver la barriga de tu mujer nos dio por discutir qué nombre habría que ponerle a la criatura que viene en camino.
-Ya veo. ¿Y que propuestas tienen?.
-Pues no nos ponemos de acuerdo. Si es niño, tu suegro dice que tiene que llamarse Raimundo, como el abuelo. Pero claro está, aquí tu cuñado dice que se llamará Sebastian, como su padrino. Y ahí no queda la cosa. Que dice el zoquete de Hipólito que mejor ponerle Mariano, en honor a tu hermana. Cuando lo que yo digo es que se debería llamar Alfonso o Emilio, como sus padres. Y asunto zanjado.
-Por lo que veo, no se me ponen de acuerdo. Y usted-preguntó cogiendo la mano de su madre-¿qué opina, que para eso es la abuela?. ¿Y si es una niña?. Bueno en ese caso la llamaremos Rosario.
-Verás hijo, yo creo que eso lo deberíais decidir entre tu mujer y tú. Pero si sirve de algo mi opinión, llamarle Pepe como tu padre............ y como su madrina, que además la pobre ha tenido mucho trabajo para traerlo al mundo.
Su corazón se paró durante un segundo. No estaba seguro de haber oído bien, como tampoco podía creer que su familia hubiera sido capaz de gastarle tamaña broma.
-¿Cómo que Pepa ha tenido mucho trabajo?-exclamó levantándose de un salto de la silla.-¿Ya ha nacido? ¿Cómo está Emilia?...¿Cómo habeis podido reíros así de mi?.
-Tranquilo, cielo-le dijo su madre abrazándolo con fuerza.-Emilia está bien y el niño….es igualito a ti, con el pelo y los ojitos oscuros.
-Y grande-intervino Pepa- que no veas el trabajo que ha pasado tu mujer.
-¿Pero seguro que Emilia está bien?-siguió preguntando, con una mezcla de alegría y asombro.
-Que si,muchacho, que sí –corroboró la doctora Casas.-Es cierto, que ha sido un parto algo díficil porque además de grande venía mal colocado. Pero las buenas manos de Pepa lograron ponerlo en su sitio y tu mujer hizo el resto.
-¡Soy padre!-gritó mientras levantaba a Rosario en el aire.
-Si, cuñado, por fin me habeis dado un sobrino-le dijo Sebastián mientras le palmeaba la espalda.
-Y ahora vete a conocer a tu hijo-le dijo su madre-.Pero intenta no despertar a Emilia, que la pobre
está agotada.