Foro El secreto de Puente Viejo
La Biblioteca (A - K)
#0
17/08/2011 13:26
EL RINCÓN DE AHA
El destino.
EL RINCÓN DE ÁLEX
El Secreto de Puente Viejo, El Origen.
EL RINCÓN DE ABRIL
El mejor hombre de Puente Viejo.
La chica de la trenza I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII.
EL RINCÓN DE ALFEMI
De siempre y para siempre.
Hace frío I, II.
Pensando en ti.
Yo te elegí a ti.
EL RINCÓN DE ANTOJEP
Bajo la luz de la luna I, II, III, IV.
Como un rayo de sol I, II, III, IV.
La traición I, II.
EL RINCÓN DE ARICIA
Reacción I, II, III, IV.
Emilia, el lobo y el cazador.
El secreto de Alfonso Castañeda.
La mancha de mora I, II, III, IV, V.
Historias que se repiten. 20 años después.
La historia de Ana Castañeda I, II, III, VI, V, Final.
EL RINCÓN DE ARTEMISILLA
Ojalá fuera cierto.
Una historia de dos
EL RINCÓN DE CAROLINA
Mi historia.
EL RINCÓN DE CINDERELLA
Cierra los ojos.
EL RINCÓN DE COLGADA
Cartas, huidas, regalos y el diluvio universal I-XI.
El secreto de Gregoria Casas.
La decisión I,II, III, IV, V.
Curando heridas I,II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII.
una nueva vida I,II, III
EL RINCÓN DE CUQUINA
Lo que me sale de las teclas.
El origen de Tristán Ulloa.
EL RINCÓN DE EIZA
En los ojos de un Castañeda.
Bajando a los infiernos.
¡¿De qué?!
Pensamientos
EL RINCÓN DE FERMARÍA
Noche de bodas. (Descarga directa aquí)
Lo que no se ve.
En el baile.
De valientes y cobardes.
Descubriendo a Alfonso.
¿Por qué no me besaste?
Dejarse llevar.
Amar a Alfonso Castañeda.
Serenidad.
Así.
Quiero.
El corazón de un jornalero (I) (II).
Lo único cierto I, II.
Tiempo.
Sabor a chocolate.
EL RINCÓN DE FRANRAI
Un amor inquebrantable.
Un perfecto malentendido.
Gotas del pasado.
EL RINCÓN DE GESPA
La rutina.
Cada cosa en su sitio.
El baile.
Tomando decisiones.
Volver I, II.
Chismorreo.
Sola.
Tareas.
El desayuno.
Amigas.
Risas.
La manzana.
EL RINCÓN DE INMILLA
Rain Over Me I, II, III.
EL RINCÓN DE JAJIJU
Diálogos que nos encantaría que pasaran.
EL RINCÓN DE KERALA
Amor, lucha y rendición I - VII, VIII, IX, X, XI (I) (II), XII, XIII, XIV, XV, XVI,
XVII, XVIII, XIX, XX (I) (II), XXI, XXII (I) (II).
Borracha de tu amor.
Lo que debió haber sido.
Tu amor es mi droga I, II. (Escena alternativa).
PACA´S TABERN I, II.
Recuerdos.
Dibujando tu cuerpo.
Tu amor es mi condena I, II.
Encuentro en la posada. Historia alternativa
Tu amor es mi condena I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI
#781
10/10/2011 08:11
Parte 11.-
Al salir de la casa de comidas vio a Emilia parada frente a la puerta cerrada del colmado, con los brazos en jarras. Se acercó a mirar. "Cerrado por diluvio universal" rezaba un cartelito en la puerta. Emilia se volvió hacia él.
-¿Será posible lo de este liante?¡Pues no ha cerrado el colmado por diluvio universal!¿Y ahora dónde compro yo las viandas? -dejo caer los brazos- Tendré que acercarme hasta casa de Pepe el lechero y comprar huevos y patatas.... ¡con este bochorno!
-Te acompaño. -dijo calándose la gorra.
Partieron ambos en dirección a la salida del pueblo. Hacía un calor sofocante y nubes negras oscurecían el horizonte.
-A lo mejor Hipólito no anda tan desencaminado... -Alfonso señaló el cielo.
Emilia bufó y continuó caminando con brío. Alfonso levantó una ceja, pero optó por quedarse callado. La experiencia le decía que sería mejor no llevarle la contraria. La acompañó en silencio.
Habían recorrido algo más de la mitad del camino cuando se oyeron los primeros truenos. Emilia aceleró el paso. Alfonso alargó la zancada. No hablaban. Emilia caminaba con pasos rápidos, amohinada y sin resuello, mirando al suelo. Alfonso la observaba de reojo, repasando mentalmente una y otra vez sus palabras en la casa de comidas, buscando una explicación al mutismo de la muchacha. Las primeras gotas empezaron a caer.
-¡Lo que faltaba!
-Quizá sea mejor que busquemos cobijo hasta que pase la tormenta. -sugirió Alfonso.
Emilia no dijo nada y siguió caminando con cara de pocos amigos. La lluvia se hacía más fuerte a cada paso que daban. Alfonso la siguió un trecho, pero pronto paró en seco, agotada su paciencia por el chaparrón y la testarudez de la chica.
-Maldita sea mi estampa, Emilia, ¿se puede saber qué te pasa?
Emilia se detuvo unos pasos más allá. Sus brazos colgaban inertes a los costados. Sin volverse, comenzó a hablar.
-Lo sé todo, Alfonso. Sé que eras tú mi admirador secreto, el dadivoso, el hurón,... y yo no supe verte. -Sus hombros comenzaron a temblar y el llanto le quebró la voz. Alfonso la contemplaba conteniendo el aliento- Aún así, tú seguías velando por mi. -se giró y sus ojos anegados buscaron los de él- Sé que tenías razón cada vez que trataste de advertirme acerca de Severiano. Sé que debería haberte escuchado, pero no lo hice, y todo se derrumbó a mi alrededor,... salí huyendo... y al volver ahí estabas tú para recibirme con un abrazo. Sin un reproche. -suspiró bajando la mirada, avergonzada.
Alfonso sólo deseaba salvar la distancia que los separaba y abrazarla, pero temía que al menor movimiento ella saliera corriendo como un cervatillo asustado.
-Ahora... -Emilia tragó saliva y volvió a mirarle a los ojos. Tenía el pelo empapado, pegado a la cara, y sus lágrimas se fundían con la lluvia. Elevó la voz por encima de la tormenta- ahora sé que te quiero, y he sido tan necia como para creer que un estúpido pañuelo podría enmendar lo que hice. -Dejó caer la cesta. Temblaba de rabia y de frío, apretando los puños- Perdóname, Alfonso. -suplicó.
La tormenta arreciaba. Regueros de agua surcaban sus mejillas y el vestido empapado envolvía pesadamente su figura. Miró al suelo con los dientes apretados, segura de merecer toda la desventura de este mundo. Se sentía morir.
Alfonso se acercó con cuidado y, acariciándole el mentón, lo alzó hasta que quedaron mirándose a los ojos. Calados hasta los huesos, chorreando agua. Alfonso le apartó el pelo mojado de las mejillas, enmarcó su cara entre las manos y se inclinó sobre sus labios. Ella cerró los ojos en un gesto de dolor.
-¡Mírame Emilia!-gritó él por encima del fragor del aguacero.
Ella abrió los ojos y lo miró. Su rostro estaba muy cerca, apenas un par de centímetros los separaban. Un rostro sereno, unos ojos profundos y sinceros que miraban más allá de su nombre o sus errores, que sabían leer en su interior.
-¡Te quiero más que a mi vida!
Ella dejó escapar un sollozo, sin creerse aún que lo que estaba escuchando fuese verdad. Él la besó con vehemencia. Pese al tiempo inclemente, una oleada de calidez recorrió a ambos templando sus corazones. Emilia le rodeó el cuello con los brazos, Alfonso estrechó su cintura atrayéndola hacia sí. La lluvia corría sobre su piel y sus ropas, pero ellos ya no la notaban.
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Al salir de la casa de comidas vio a Emilia parada frente a la puerta cerrada del colmado, con los brazos en jarras. Se acercó a mirar. "Cerrado por diluvio universal" rezaba un cartelito en la puerta. Emilia se volvió hacia él.
-¿Será posible lo de este liante?¡Pues no ha cerrado el colmado por diluvio universal!¿Y ahora dónde compro yo las viandas? -dejo caer los brazos- Tendré que acercarme hasta casa de Pepe el lechero y comprar huevos y patatas.... ¡con este bochorno!
-Te acompaño. -dijo calándose la gorra.
Partieron ambos en dirección a la salida del pueblo. Hacía un calor sofocante y nubes negras oscurecían el horizonte.
-A lo mejor Hipólito no anda tan desencaminado... -Alfonso señaló el cielo.
Emilia bufó y continuó caminando con brío. Alfonso levantó una ceja, pero optó por quedarse callado. La experiencia le decía que sería mejor no llevarle la contraria. La acompañó en silencio.
Habían recorrido algo más de la mitad del camino cuando se oyeron los primeros truenos. Emilia aceleró el paso. Alfonso alargó la zancada. No hablaban. Emilia caminaba con pasos rápidos, amohinada y sin resuello, mirando al suelo. Alfonso la observaba de reojo, repasando mentalmente una y otra vez sus palabras en la casa de comidas, buscando una explicación al mutismo de la muchacha. Las primeras gotas empezaron a caer.
-¡Lo que faltaba!
-Quizá sea mejor que busquemos cobijo hasta que pase la tormenta. -sugirió Alfonso.
Emilia no dijo nada y siguió caminando con cara de pocos amigos. La lluvia se hacía más fuerte a cada paso que daban. Alfonso la siguió un trecho, pero pronto paró en seco, agotada su paciencia por el chaparrón y la testarudez de la chica.
-Maldita sea mi estampa, Emilia, ¿se puede saber qué te pasa?
Emilia se detuvo unos pasos más allá. Sus brazos colgaban inertes a los costados. Sin volverse, comenzó a hablar.
-Lo sé todo, Alfonso. Sé que eras tú mi admirador secreto, el dadivoso, el hurón,... y yo no supe verte. -Sus hombros comenzaron a temblar y el llanto le quebró la voz. Alfonso la contemplaba conteniendo el aliento- Aún así, tú seguías velando por mi. -se giró y sus ojos anegados buscaron los de él- Sé que tenías razón cada vez que trataste de advertirme acerca de Severiano. Sé que debería haberte escuchado, pero no lo hice, y todo se derrumbó a mi alrededor,... salí huyendo... y al volver ahí estabas tú para recibirme con un abrazo. Sin un reproche. -suspiró bajando la mirada, avergonzada.
Alfonso sólo deseaba salvar la distancia que los separaba y abrazarla, pero temía que al menor movimiento ella saliera corriendo como un cervatillo asustado.
-Ahora... -Emilia tragó saliva y volvió a mirarle a los ojos. Tenía el pelo empapado, pegado a la cara, y sus lágrimas se fundían con la lluvia. Elevó la voz por encima de la tormenta- ahora sé que te quiero, y he sido tan necia como para creer que un estúpido pañuelo podría enmendar lo que hice. -Dejó caer la cesta. Temblaba de rabia y de frío, apretando los puños- Perdóname, Alfonso. -suplicó.
La tormenta arreciaba. Regueros de agua surcaban sus mejillas y el vestido empapado envolvía pesadamente su figura. Miró al suelo con los dientes apretados, segura de merecer toda la desventura de este mundo. Se sentía morir.
Alfonso se acercó con cuidado y, acariciándole el mentón, lo alzó hasta que quedaron mirándose a los ojos. Calados hasta los huesos, chorreando agua. Alfonso le apartó el pelo mojado de las mejillas, enmarcó su cara entre las manos y se inclinó sobre sus labios. Ella cerró los ojos en un gesto de dolor.
-¡Mírame Emilia!-gritó él por encima del fragor del aguacero.
Ella abrió los ojos y lo miró. Su rostro estaba muy cerca, apenas un par de centímetros los separaban. Un rostro sereno, unos ojos profundos y sinceros que miraban más allá de su nombre o sus errores, que sabían leer en su interior.
-¡Te quiero más que a mi vida!
Ella dejó escapar un sollozo, sin creerse aún que lo que estaba escuchando fuese verdad. Él la besó con vehemencia. Pese al tiempo inclemente, una oleada de calidez recorrió a ambos templando sus corazones. Emilia le rodeó el cuello con los brazos, Alfonso estrechó su cintura atrayéndola hacia sí. La lluvia corría sobre su piel y sus ropas, pero ellos ya no la notaban.
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#782
10/10/2011 13:13
jajajajaja gracias colgada, pero tia! ponle un titulo "sin titulo" me pone la tia jajajajajaja
#783
10/10/2011 15:35
Continuamos. Y no me odieis por alargar un poquito más el final, es que he tenido buenos maestros (los guionistas de A3).......Si mi puñetera muela del juicio me lo permite, intentaré acabar hoy el fic. Y si no, pues acordaos de todos los maravillosos finales que ha escrito Rosa, Fermaria, Riona, Olsi, Colgada y el resto del magnífico equipo del foro.
---------
No sabría decir si el camino hasta la ermita se le hizo largo o demasiado corto. Ansiaba verla, tras aquellos casi quince días de separación. Sin embargo, no podía dejar de sentir cierto temor, el mismo que le provocaba un nudo en el estómago cada vez que se iba a reunir con ella.
A medida que caminaba por la vereda del río recordaba las palabras de su padre. “Hijo, tienes que dejarla libre, para que decida si quiere seguir o no a tu lado”. Aquel repentino viaje a Galicia le había permitido abrazar a José, su progenitor, al que hacía casi dos años que no veía. Había echado tanto de menos sus consejos, sus chanzas y si lo apuraban hasta sus reproches cuando él o sus hermanos llegaban tarde de alguna farra o se habían metido en algún pequeño lío, propio de su juventud. Su padre era un hombre trabajador como una mula, serio,casi siempre parco en palabras, pero dispuesto a dar la vida por cada uno de sus cuatro hijos. Además, era una persona cabal y con él pudo desahogarse. Le contó todo los que había sucedido en su vida durante los últimos meses, incluso aquellos detalles íntimos que sólo su mujer y él conocían. Le describió toda la historia, desde los tímidos intentos por conquistar a Emilia a base de regalos furtivos, hasta la angustia de noches suplicando que la muerte no segara vida. Y por el medio le habló de cobardías, de sinvergüenzas sin escrúpulos, de abandonos y maledicencias, de una criatura que nunca llegaría a nacer y de noches compartiendo un mismo lecho sin tocarse.
Su padre escuchó atento, callado, sin reproches ni preguntas. Lo miró a los ojos fijamente y mientras apoyaba la mano en su hombro le dijo las palabras correctas, aunque dolorosas.
“Sé que siempre has querido a la chiquilla de los Ulloa, que ya me lo decía tu madre cuando no tenías más de quince o dieciseis años. Y tambien sé que harías cualquier cosa por hacerla felíz. Así que debes dejar que decida si quiere pasar el resto la vida contigo. Como no habeis consumado el matrimonio, don Anselmo puede tramitar la anulación y tanto tú como ella podreis recobrar la libertad. Ahora, por desgracia, ya no hay ningún chiquillo en camino que pueda ser víctima de chimorreos y si permaneceis juntos sin amor, vais a ser muy desgraciados”.
Su padre siempre tenía razón. Y allí estaba él, a pocos metros de la ermita donde tres meses antes se había casado, dispuesto a decirle a Emilia que deberían pedir la anulación de un matrimonio que no había llegado a consumarse, soltándole un discurso largamente ensayado. Y allí estaba ella, sentada junto al viejo roble que daba sombra al templo, con la vista perdida en algún lugar de sus pensamientos. Hasta que la fígura ansiada de su marido asomó por el camino.
-¡Alfonso!-gritó mientras se levantaba de un salto y echaba a correr hacia él.
Y ya no hubo discursos. Su mujer se le abrazó llorando, liberando toda la tensión acumulada durante las muchas horas de incertidumbre. Ella sollozaba y él la apretaba con fuerza, aspirando el olor de su pelo. El tiempo se paró.
-Tengo tantas cosas que decirte-logró por fin decir Emilia cuando amainó el llanto, mirándolo a los ojos-Soy una necia y jamás me habría perdonado que te hubieras……..ido sin saber que yo…
Pero no pudo acabar la frase. Unos gritos provenientes del camino la interrumpieron.
-¡Hijo mío!¡Gracias a Dios que estás bien!-exclamaba Rosario casi sin aliento. Con ella venían Mariana y el bueno de Hipólito, sonriendo.
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No sabría decir si el camino hasta la ermita se le hizo largo o demasiado corto. Ansiaba verla, tras aquellos casi quince días de separación. Sin embargo, no podía dejar de sentir cierto temor, el mismo que le provocaba un nudo en el estómago cada vez que se iba a reunir con ella.
A medida que caminaba por la vereda del río recordaba las palabras de su padre. “Hijo, tienes que dejarla libre, para que decida si quiere seguir o no a tu lado”. Aquel repentino viaje a Galicia le había permitido abrazar a José, su progenitor, al que hacía casi dos años que no veía. Había echado tanto de menos sus consejos, sus chanzas y si lo apuraban hasta sus reproches cuando él o sus hermanos llegaban tarde de alguna farra o se habían metido en algún pequeño lío, propio de su juventud. Su padre era un hombre trabajador como una mula, serio,casi siempre parco en palabras, pero dispuesto a dar la vida por cada uno de sus cuatro hijos. Además, era una persona cabal y con él pudo desahogarse. Le contó todo los que había sucedido en su vida durante los últimos meses, incluso aquellos detalles íntimos que sólo su mujer y él conocían. Le describió toda la historia, desde los tímidos intentos por conquistar a Emilia a base de regalos furtivos, hasta la angustia de noches suplicando que la muerte no segara vida. Y por el medio le habló de cobardías, de sinvergüenzas sin escrúpulos, de abandonos y maledicencias, de una criatura que nunca llegaría a nacer y de noches compartiendo un mismo lecho sin tocarse.
Su padre escuchó atento, callado, sin reproches ni preguntas. Lo miró a los ojos fijamente y mientras apoyaba la mano en su hombro le dijo las palabras correctas, aunque dolorosas.
“Sé que siempre has querido a la chiquilla de los Ulloa, que ya me lo decía tu madre cuando no tenías más de quince o dieciseis años. Y tambien sé que harías cualquier cosa por hacerla felíz. Así que debes dejar que decida si quiere pasar el resto la vida contigo. Como no habeis consumado el matrimonio, don Anselmo puede tramitar la anulación y tanto tú como ella podreis recobrar la libertad. Ahora, por desgracia, ya no hay ningún chiquillo en camino que pueda ser víctima de chimorreos y si permaneceis juntos sin amor, vais a ser muy desgraciados”.
Su padre siempre tenía razón. Y allí estaba él, a pocos metros de la ermita donde tres meses antes se había casado, dispuesto a decirle a Emilia que deberían pedir la anulación de un matrimonio que no había llegado a consumarse, soltándole un discurso largamente ensayado. Y allí estaba ella, sentada junto al viejo roble que daba sombra al templo, con la vista perdida en algún lugar de sus pensamientos. Hasta que la fígura ansiada de su marido asomó por el camino.
-¡Alfonso!-gritó mientras se levantaba de un salto y echaba a correr hacia él.
Y ya no hubo discursos. Su mujer se le abrazó llorando, liberando toda la tensión acumulada durante las muchas horas de incertidumbre. Ella sollozaba y él la apretaba con fuerza, aspirando el olor de su pelo. El tiempo se paró.
-Tengo tantas cosas que decirte-logró por fin decir Emilia cuando amainó el llanto, mirándolo a los ojos-Soy una necia y jamás me habría perdonado que te hubieras……..ido sin saber que yo…
Pero no pudo acabar la frase. Unos gritos provenientes del camino la interrumpieron.
-¡Hijo mío!¡Gracias a Dios que estás bien!-exclamaba Rosario casi sin aliento. Con ella venían Mariana y el bueno de Hipólito, sonriendo.
#784
10/10/2011 16:25
Pepa eso no se hace mala,malisima..se me ha atragantado el sandwich cuando veo que n acabas...ayss ACABA POR DIOS...
#785
10/10/2011 17:02
PEPAAAAAAAAAAA acabo de descubrir tu fic!!!!!!!!! y como me he podido yo perder semejante joya!!!!! pero y tú.... como lo dejas asi!!!!!!!!! que tengo el corazon en un puño!!!!! sin presiones pero.... cuánto tenemos que esperar!!!!!! T__T
#786
10/10/2011 18:44
Dios!! y yo que solo puedo imaginarme a Rosario con la voz atragantada en la garganta mientras grita a su hijo mal que temia desaparecido/muerto incapaz de andar a abrazarse a el de la misma emocion, alivio y alegria y me pongo a llorar.....
Siamesa que estoy en el curro y se me corre el maquillaje!!!! Ay!
Siamesa que estoy en el curro y se me corre el maquillaje!!!! Ay!
#787
10/10/2011 19:11
Yari, siamesa, tú sí que me comprendes. Que tambien sería emocionante ver a Rosario abrazando a su hijo......que hay más clases de amor que el de pareja....
Bueno, y para que no os acordeis de todos mis parientes, ahora sí que va el final. No ha quedado como yo quisiera, pero ya sabeis que soy más de salsas agridulces y cafés amargos que de pasteles nupciales......Y sobre todo con esta dolor de muela del juicio que me está matando.
______________________-
Aquella fue una noche de fiesta, como pocas se recordaban en Puente Viejo. Las buenas noticias corrieron como la pólvora, y al atardecer no quedaba un vecino que no supiese que Alfonso Castañeda estaba de vuelta, vivo y sano. Y con él Martín, aquel chiquillo que todos creían nieto de Francisca Montenegro, pero que en realidad era el hijo de Pepa Aguirre, la partera.
Todos supieron que los buhoneros habían encontrado al chiquillo medio moribundo en los montes de la Sierra de los Cuervos. En unos tiempos de penurias como aquellos, no era raro encontrar a niños vagabundos que habían perdido a sus padres y a los que ningún pariente podía dar cobijo o un trozo de pan que llevarse a la boca. Por eso, aquellas extrafalarias gentes del circo decidieron adoptarlo y cuidar de él. Con ellos pasó Martín varios meses, ayudando con el cuidado de los animales y aprendiendo los rudimentos del oficio de malabarista. Hasta que en un pueblo cercano a Ponferrada se cruzaron con Alfonso, a quien el chiquillo reconoció al momento. Fue así como supieron cuales eran los orígenes del muchacho, y que a no muchas leguas tenía a una madre que lloraba su ausencia. Así, toda aquella pequeña y extraña familia encaminó sus pasos a Puente Viejo, von la intención de devolver aquel chiquillo a su hogar.
En la plaza sonaba la música del nuevo gramófono de Hipólito. Algunos vecinos bailaban y otros miraban absortos el espectáculo del circo. Mientras, en la casa de comidas, todos brindaba y disfrutaban de las viandas que Emilia había preparado durante la tarde. Pepa no podía dejar de abrazar y besar a su hijo, temiendo que sólo fuera un sueño del que no quería despertar. Sebastián charlaba animadamente con la doctora Casas, que tras sus reticencias iniciales había aceptado acudir a la improvisada celebración. Raimundo reía con don Anselmo mientras vigilaba que ningún vaso estuviera vacío. Rosario alternaba las miradas entre sus hijos. A momentos espiaba las conversaciones entre Mariana y el hijo del alcalde, que había resultado mucho más espabilado de lo que todos creían. Y a ratos miraba azorada a su hijo mayor, que por fin sonreía.
Bueno, y para que no os acordeis de todos mis parientes, ahora sí que va el final. No ha quedado como yo quisiera, pero ya sabeis que soy más de salsas agridulces y cafés amargos que de pasteles nupciales......Y sobre todo con esta dolor de muela del juicio que me está matando.
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Aquella fue una noche de fiesta, como pocas se recordaban en Puente Viejo. Las buenas noticias corrieron como la pólvora, y al atardecer no quedaba un vecino que no supiese que Alfonso Castañeda estaba de vuelta, vivo y sano. Y con él Martín, aquel chiquillo que todos creían nieto de Francisca Montenegro, pero que en realidad era el hijo de Pepa Aguirre, la partera.
Todos supieron que los buhoneros habían encontrado al chiquillo medio moribundo en los montes de la Sierra de los Cuervos. En unos tiempos de penurias como aquellos, no era raro encontrar a niños vagabundos que habían perdido a sus padres y a los que ningún pariente podía dar cobijo o un trozo de pan que llevarse a la boca. Por eso, aquellas extrafalarias gentes del circo decidieron adoptarlo y cuidar de él. Con ellos pasó Martín varios meses, ayudando con el cuidado de los animales y aprendiendo los rudimentos del oficio de malabarista. Hasta que en un pueblo cercano a Ponferrada se cruzaron con Alfonso, a quien el chiquillo reconoció al momento. Fue así como supieron cuales eran los orígenes del muchacho, y que a no muchas leguas tenía a una madre que lloraba su ausencia. Así, toda aquella pequeña y extraña familia encaminó sus pasos a Puente Viejo, von la intención de devolver aquel chiquillo a su hogar.
En la plaza sonaba la música del nuevo gramófono de Hipólito. Algunos vecinos bailaban y otros miraban absortos el espectáculo del circo. Mientras, en la casa de comidas, todos brindaba y disfrutaban de las viandas que Emilia había preparado durante la tarde. Pepa no podía dejar de abrazar y besar a su hijo, temiendo que sólo fuera un sueño del que no quería despertar. Sebastián charlaba animadamente con la doctora Casas, que tras sus reticencias iniciales había aceptado acudir a la improvisada celebración. Raimundo reía con don Anselmo mientras vigilaba que ningún vaso estuviera vacío. Rosario alternaba las miradas entre sus hijos. A momentos espiaba las conversaciones entre Mariana y el hijo del alcalde, que había resultado mucho más espabilado de lo que todos creían. Y a ratos miraba azorada a su hijo mayor, que por fin sonreía.
#788
10/10/2011 19:14
(No os preocupeis, que aun hay algo más)
__________________________________
Emilia se sentía cansada. Las muchas horas trajinando entre pucheros, la noche en vela y, sobre todo, el miedo padecido, pasaban factura. Así que se escabulló sigilosa, avisando sólo a su padre de que se retiraba a descansar y pidiéndole que continuaran la farra sin ella. Cuando Alfonso se percató de la ausencia de su mujer le preguntó a su suegro:
-Raimundo, ¿dónde está Emilia?
-Se ha ido a su cuarto, que con tanto trabajo y tantas emociones estaba agotada-le contestó con una pícara sonrisa.-Y tú tambien deberías irte al catre, que va siendo hora.
Unos minutos despues Alfonso abría como tantas otras noches la puerta de la habitación de modo sigiloso, para no despertar a su mujer. Pero Emilia no estaba acostada en su lado de la cama, sino sentada en la vieja butaca. En la penumbra pudo distinguir su silueta.
-Mujer, ¿qué haces ahí sentada?. Deberías estar ya durmiendo, que aun estás débil.
-Te estaba esperando-respondió ella con voz temblorosa mientras se levantaba del asiento-Tengo algo muy importante que decirte, algo que debería haberte dicho hace mucho tiempo.
-Tú dirás-contestó él bajando la mirada aterrado mientras apretaba la gorra entre las manos.
-Alfonso, no sé como agradecerte todo lo que has hecho por mí. Eres un hombre maravilloso, el mejor que he conocido. Siempre has sido un gran amigo y …………….yo te quiero.
-Lo sé, siempre hemos sido como hermanos-logró farfullar al malinterpretar las palabras de su mujer.
-¡No somos hermanos!-soltó de un modo más brusco de lo que hubiera querido- Alfonso, mírame-le suplicó mientras con sus manos le obligaba a alzar la vista del suelo-Mírame, para que pueda decirte a los ojos que te amo, que quiero ser tu mujer, tener hijos contigo, una docena si es ……
No pudo acabar la frase. Los labios de Alfonso la callaron. Durante un instante, sólo un breve instante, se sintieron sorprendidos por el impetú de aquel beso. Pero cuando quisierona darse cuenta sus cuerpos estaban enredados de tal modo que no sabían donde acababa uno y donde empezaba el otro.
Un par de horas despues permanecian abrazados, sin poder dormirse, más por la emoción que por la algarabía que llegaba de la plaza.
-Parece que la fiesta no fuera a acabarse nunca-se quejó Alfonso.
-Piensa que es como si estuvieran celebrando una boda.
-Siento mucho que la nuestra no fuera como tú soñabas-le dijo acariciándole el pelo.
-¿Sabes una cosa?-le habló incorporándose un poco para poder mirarlo a los ojos-Hace mucho tiempo que mi vida no es como yo la había soñado. Per no me importa.
__________________________________
Emilia se sentía cansada. Las muchas horas trajinando entre pucheros, la noche en vela y, sobre todo, el miedo padecido, pasaban factura. Así que se escabulló sigilosa, avisando sólo a su padre de que se retiraba a descansar y pidiéndole que continuaran la farra sin ella. Cuando Alfonso se percató de la ausencia de su mujer le preguntó a su suegro:
-Raimundo, ¿dónde está Emilia?
-Se ha ido a su cuarto, que con tanto trabajo y tantas emociones estaba agotada-le contestó con una pícara sonrisa.-Y tú tambien deberías irte al catre, que va siendo hora.
Unos minutos despues Alfonso abría como tantas otras noches la puerta de la habitación de modo sigiloso, para no despertar a su mujer. Pero Emilia no estaba acostada en su lado de la cama, sino sentada en la vieja butaca. En la penumbra pudo distinguir su silueta.
-Mujer, ¿qué haces ahí sentada?. Deberías estar ya durmiendo, que aun estás débil.
-Te estaba esperando-respondió ella con voz temblorosa mientras se levantaba del asiento-Tengo algo muy importante que decirte, algo que debería haberte dicho hace mucho tiempo.
-Tú dirás-contestó él bajando la mirada aterrado mientras apretaba la gorra entre las manos.
-Alfonso, no sé como agradecerte todo lo que has hecho por mí. Eres un hombre maravilloso, el mejor que he conocido. Siempre has sido un gran amigo y …………….yo te quiero.
-Lo sé, siempre hemos sido como hermanos-logró farfullar al malinterpretar las palabras de su mujer.
-¡No somos hermanos!-soltó de un modo más brusco de lo que hubiera querido- Alfonso, mírame-le suplicó mientras con sus manos le obligaba a alzar la vista del suelo-Mírame, para que pueda decirte a los ojos que te amo, que quiero ser tu mujer, tener hijos contigo, una docena si es ……
No pudo acabar la frase. Los labios de Alfonso la callaron. Durante un instante, sólo un breve instante, se sintieron sorprendidos por el impetú de aquel beso. Pero cuando quisierona darse cuenta sus cuerpos estaban enredados de tal modo que no sabían donde acababa uno y donde empezaba el otro.
Un par de horas despues permanecian abrazados, sin poder dormirse, más por la emoción que por la algarabía que llegaba de la plaza.
-Parece que la fiesta no fuera a acabarse nunca-se quejó Alfonso.
-Piensa que es como si estuvieran celebrando una boda.
-Siento mucho que la nuestra no fuera como tú soñabas-le dijo acariciándole el pelo.
-¿Sabes una cosa?-le habló incorporándose un poco para poder mirarlo a los ojos-Hace mucho tiempo que mi vida no es como yo la había soñado. Per no me importa.
#789
10/10/2011 19:55
OHHHH PEPAAAAAA...¿Donde esta el boton de me gusta?¿Donde?...Que bonito...
#790
10/10/2011 21:37
Lapuebla..... ME ENCANTAAAAAAAA!!!! Muchísimas gracias crack!! ;)
#791
10/10/2011 21:59
Pepa pero que bien escribes leches!!! Pero este es ya el final!!!???? =(
Y yo que pensaba que tendriamos nuevo embarazo aunque esta vez si deseado!! jeje
Nos vas a dejar huerfanas de fic!!!
Y yo que pensaba que tendriamos nuevo embarazo aunque esta vez si deseado!! jeje
Nos vas a dejar huerfanas de fic!!!
#792
10/10/2011 22:00
Pepa!!! Gema tiene razón, te necesitamos! necesitamos un final feliz más largo, que siga su historia con alfonso y que tengan un baby!! ayyyyy por favor!! no nos dejes asi!!
#793
10/10/2011 22:01
Pepa¿no vamos a ver un pequeño Castañeda correteando por la cantina?...Andaaaaaaaaaaaa
#794
10/10/2011 22:09
Chicas, muchas gracias por los halagos!!
En algunos de mis otros relatos ya dejé entrever que estos acababan teniendo 4 churumbeles, para ser más exactos 3 chicos y una chica. Pero las noches en que los engendran (y las otras tambien) las dejo a vuestra imaginación..........que hay gustos para todos.
Besos
En algunos de mis otros relatos ya dejé entrever que estos acababan teniendo 4 churumbeles, para ser más exactos 3 chicos y una chica. Pero las noches en que los engendran (y las otras tambien) las dejo a vuestra imaginación..........que hay gustos para todos.
Besos
#795
10/10/2011 22:14
Ni siquiera aunque nos des una racion mas de drama con sus alegrias??? Ains!!! Echare mucho de menos este fic Pepa!!!
#796
10/10/2011 22:44
Buenas noches...
Ya lo tenemos más que confirmado.. a Pepa la han llamado los de A3 para que les ayude como staff de apoyo a los guionistas actuales...xke esta trama, estas pausas, estas emociones, esos silencios que dicen más por los que callan y que dejan volar nuestra imaginación y este final inconcluso... y que nos hacen sufrir, estar con ansias de más y tener las emociones a flor de piel es lo que intentan imitar los susodichos cada tarde.... pero la creatividad que aqui se gasta la writer ya la quisieran más de uno para si!!!
Pepa... ya me da palo decirte tantos piropos me encanta como escribes, las emociones que nos haces despertar y las ilusiones que nos haces albergar....
MUCHAS GRACIAS... "(^_^)"
Ya lo tenemos más que confirmado.. a Pepa la han llamado los de A3 para que les ayude como staff de apoyo a los guionistas actuales...xke esta trama, estas pausas, estas emociones, esos silencios que dicen más por los que callan y que dejan volar nuestra imaginación y este final inconcluso... y que nos hacen sufrir, estar con ansias de más y tener las emociones a flor de piel es lo que intentan imitar los susodichos cada tarde.... pero la creatividad que aqui se gasta la writer ya la quisieran más de uno para si!!!
Pepa... ya me da palo decirte tantos piropos me encanta como escribes, las emociones que nos haces despertar y las ilusiones que nos haces albergar....
MUCHAS GRACIAS... "(^_^)"
#797
10/10/2011 23:29
~~LA HISTORIA DE ANA CASTAÑEDA. 2ª PARTE DE 20 AÑOS DESPUÉS ~~
**CONTINUACIÓN - PARTE II**
Mucho más tarde en ese día, regreso a casa después de pasar toda la tarde en la consulta. Mi tía, en su promesa de no presionarme, no me ha vuelto a decir nada más sobre estudiar medicina. Sin embargo, he sentido cómo me animaba en sus gestos más simples, cuando me permitía coser la herida de un jornalero o cuando aprobaba mis acciones al igual que preguntaba mis opiniones sobre alguno de los pacientes. Yo me he sentido importante, dándome cuenta de que disfruto al poder ayudar a las personas calmando sus males y dolores.
Por primera vez, la posibilidad de ser médico se cuela con fuerza en mi mente y pensar en ir a Madrid no me hace temer por lo desconocido, sino que me llena de ilusión y expectación por lo que podría ser.
Estoy llegando a casa y puedo ver sentado en el banco del patio a mi padre. Entre sus manos tiene un trozo de madera al que está comenzando a dar forma con su vieja navaja. En cuanto lo veo sé que está esperándome. Seguramente ya sabe por mi madre que tía Gregoria ha hablado conmigo, de modo que camino directamente hacia él.
- Buenas tardes, padre—lo saludo dándole un ligero beso en su mejilla y ocupo el lugar vacío a su lado en el banco.
- Hola, ángel—me responde regalándome una de sus torcidas sonrisas. Con esa sonrisa mi padre parece veinte años más joven, a pesar de las canas que ya no sólo pueblan su sempiterna perilla, sino que también cubren sus sienes y patillas sin restarle ningún atractivo. Mi madre una vez me dijo que padre estaba casi más guapo a sus cerca de cincuenta años que cuando se casaron. Y no lo pongo en duda, porque para mí, Alfonso Castañeda es y será uno de los hombres más buenos y guapos que jamás conoceré.
- Hoy he hablado con la tía Gregoria, padre—comento sabiendo que he de ser yo quien saque el tema, ya que mi padre siempre se ha caracterizado por ser una persona reservada y comedida, y sé que él desea darme mi propio tiempo para recapacitar. –Me ha propuesto estudiar en Madrid. Piensa que podría llegar a ser un buen médico.
Miro a mi padre, pero él parece absorto observando la figura de madera entre sus manos.
- El abuelo me ha dicho que no he de pensármelo dos veces, que tengo que ir. Y madre me ha dicho que ni usted ni ella van a presionarme, que desean que tome mis decisiones libremente. Pero…
Aguardo un momento y espero a que mi padre me anime a continuar. En silencio, coge una de mis manos que permanecen cruzadas en sobre mi regazo y me da un apretón cariñoso. Con ese simple gesto, yo sé que él me está instando a continuar.
- Yo quiero saber su opinión, padre. Quiero que me cuente lo que siente, que me diga qué debo hacer.
Él permanece callado por unos segundos contemplando la figurilla de madera que da vuelta entre sus dedos. Alfonso Castañeda ha sido toda su vida un hombre cabal, de palabras y gestos controlados, salvo en muy contadas ocasiones cuando se ha dejado llevar por sus fuertes pasiones y creencias. Mi abuela Rosario me contaba cómo de niño él casi nunca había llorado y cómo se convirtió en el guardián de sus tres hermanos pequeños, anteponiendo sus propias necesidades a los de los suyos. Así había sido de niño y así seguía cincuenta años después.
Ahora, junto a mí, sentía cómo en su cabeza mi padre sopesaba sus palabras. Y aunque él sufriese por tener a uno de sus amados hijos lejos de él, sabía exactamente lo que me diría.
- Jamás podría decirte lo que debes hacer, Ana—dice serio mirándome fijamente a los ojos. –Como tu madre te ha dicho, queremos que tomes tu decisión libremente. Tú serás quien decida si quiere ir o no a Madrid. Pero quiero darte un consejo.
Espero atenta a que mi padre hable, ansiando escuchar sus palabras.
- Hagas lo que hagas, Ana, sólo debes de preocuparte por una cosa… Haz siempre lo que tu cabeza o tu corazón te ordene, pero hazlo siempre con convicción—me dice sonriendo con nostalgia. –No temas en equivocarte o en no decir las palabras correctas. Que no llegue nunca el día que en que te arrepientas por no haber hecho o dicho algo… Y ante todo, sé feliz, mi ángel.
Mis ojos se arrasan por las lágrimas contenidas con las palabras de mi padre que se graban en mi mente y en mi corazón.
- No llores, ángel, por favor—dice mi padre sintiéndose incómodo. Él no esperaba que sus palabras me calasen de ese modo. –Sabéis que veros llorar a cualquier de tus hermanos o a ti me parte el alma.
- Lo siento, padre, es que… Le quiero mucho—le digo y me echo a sus brazos ocultando mi rostro en su pecho. Mi padre huele a madera, a cuero y con un leve toque a aroma de lavanda de mi madre, que parece haber impregnado su piel y su ropa.
Él me abraza mostrándome todo su amor y besa mis cabellos, antes de apartarse ligeramente y mirarme a los ojos.
- ¿Sabes por qué te llamo ángel, Ana?—me pregunta y yo niego vehemente con la cabeza. –Porque el día que tu madre me dijo que me amaba, ella me hizo sentirme el hombre más dichoso de la tierra. Pero el día que naciste, me sentí en el cielo y tú, con tu carita sonrosada, tan pequeñita y bonita, fuiste desde ese momento mi ángel—dice abriendo mi palma y depositando la figura de madera que había estado trabajando cuando llegué.
Es una pequeña y preciosa niña con unas lindas alas en su espalda.
- Va siendo hora de entrar en casa—dice mi padre. –Además tu madre seguramente estará esperando para que le ayude en la cocina. ¿Vienes?
- Creo que me quedaré aquí fuera un poco más… Padre—lo llamo antes de que se pierda en el interior de la casita. –Gracias.
Mi padre sonríe y me deja sola en el patio de casa, contemplando embelesada el pequeño ángel entre mis manos y recordando sus palabras. Él me pide convicción en mis decisiones, que siga lo que mi cabeza y mi corazón me piden y eso es lo que haré.
Mi cabeza me dice que acepte la propuesta de mi tía, que vaya a Madrid y me convierta en un médico del que pueda estar orgullosa toda mi familia. Y mi corazón me pide que no me vaya con esta incertidumbre que me atenaza.
Tengo que saber. No puedo irme sin saber.
- ¿A dónde vas, Ana?—pregunta mi hermano José que con sus quince años parece una réplica andante del tío Ramiro. – Madre va a servir la cena en cualquier momento.
- Lo sé, José. Pero tengo que irme un momento—respondo alejándome de la casita.
- ¿Y qué les digo a nuestros padres?—alcanzó a oír la pregunta de mi hermano ya que mis pies vuelan por el camino.
- Diles que he ido a la casona.
Y sin más sigo corriendo casi desesperada hacia casa de mis tíos Tristán y Pepa.
**continúa**
**CONTINUACIÓN - PARTE II**
Mucho más tarde en ese día, regreso a casa después de pasar toda la tarde en la consulta. Mi tía, en su promesa de no presionarme, no me ha vuelto a decir nada más sobre estudiar medicina. Sin embargo, he sentido cómo me animaba en sus gestos más simples, cuando me permitía coser la herida de un jornalero o cuando aprobaba mis acciones al igual que preguntaba mis opiniones sobre alguno de los pacientes. Yo me he sentido importante, dándome cuenta de que disfruto al poder ayudar a las personas calmando sus males y dolores.
Por primera vez, la posibilidad de ser médico se cuela con fuerza en mi mente y pensar en ir a Madrid no me hace temer por lo desconocido, sino que me llena de ilusión y expectación por lo que podría ser.
Estoy llegando a casa y puedo ver sentado en el banco del patio a mi padre. Entre sus manos tiene un trozo de madera al que está comenzando a dar forma con su vieja navaja. En cuanto lo veo sé que está esperándome. Seguramente ya sabe por mi madre que tía Gregoria ha hablado conmigo, de modo que camino directamente hacia él.
- Buenas tardes, padre—lo saludo dándole un ligero beso en su mejilla y ocupo el lugar vacío a su lado en el banco.
- Hola, ángel—me responde regalándome una de sus torcidas sonrisas. Con esa sonrisa mi padre parece veinte años más joven, a pesar de las canas que ya no sólo pueblan su sempiterna perilla, sino que también cubren sus sienes y patillas sin restarle ningún atractivo. Mi madre una vez me dijo que padre estaba casi más guapo a sus cerca de cincuenta años que cuando se casaron. Y no lo pongo en duda, porque para mí, Alfonso Castañeda es y será uno de los hombres más buenos y guapos que jamás conoceré.
- Hoy he hablado con la tía Gregoria, padre—comento sabiendo que he de ser yo quien saque el tema, ya que mi padre siempre se ha caracterizado por ser una persona reservada y comedida, y sé que él desea darme mi propio tiempo para recapacitar. –Me ha propuesto estudiar en Madrid. Piensa que podría llegar a ser un buen médico.
Miro a mi padre, pero él parece absorto observando la figura de madera entre sus manos.
- El abuelo me ha dicho que no he de pensármelo dos veces, que tengo que ir. Y madre me ha dicho que ni usted ni ella van a presionarme, que desean que tome mis decisiones libremente. Pero…
Aguardo un momento y espero a que mi padre me anime a continuar. En silencio, coge una de mis manos que permanecen cruzadas en sobre mi regazo y me da un apretón cariñoso. Con ese simple gesto, yo sé que él me está instando a continuar.
- Yo quiero saber su opinión, padre. Quiero que me cuente lo que siente, que me diga qué debo hacer.
Él permanece callado por unos segundos contemplando la figurilla de madera que da vuelta entre sus dedos. Alfonso Castañeda ha sido toda su vida un hombre cabal, de palabras y gestos controlados, salvo en muy contadas ocasiones cuando se ha dejado llevar por sus fuertes pasiones y creencias. Mi abuela Rosario me contaba cómo de niño él casi nunca había llorado y cómo se convirtió en el guardián de sus tres hermanos pequeños, anteponiendo sus propias necesidades a los de los suyos. Así había sido de niño y así seguía cincuenta años después.
Ahora, junto a mí, sentía cómo en su cabeza mi padre sopesaba sus palabras. Y aunque él sufriese por tener a uno de sus amados hijos lejos de él, sabía exactamente lo que me diría.
- Jamás podría decirte lo que debes hacer, Ana—dice serio mirándome fijamente a los ojos. –Como tu madre te ha dicho, queremos que tomes tu decisión libremente. Tú serás quien decida si quiere ir o no a Madrid. Pero quiero darte un consejo.
Espero atenta a que mi padre hable, ansiando escuchar sus palabras.
- Hagas lo que hagas, Ana, sólo debes de preocuparte por una cosa… Haz siempre lo que tu cabeza o tu corazón te ordene, pero hazlo siempre con convicción—me dice sonriendo con nostalgia. –No temas en equivocarte o en no decir las palabras correctas. Que no llegue nunca el día que en que te arrepientas por no haber hecho o dicho algo… Y ante todo, sé feliz, mi ángel.
Mis ojos se arrasan por las lágrimas contenidas con las palabras de mi padre que se graban en mi mente y en mi corazón.
- No llores, ángel, por favor—dice mi padre sintiéndose incómodo. Él no esperaba que sus palabras me calasen de ese modo. –Sabéis que veros llorar a cualquier de tus hermanos o a ti me parte el alma.
- Lo siento, padre, es que… Le quiero mucho—le digo y me echo a sus brazos ocultando mi rostro en su pecho. Mi padre huele a madera, a cuero y con un leve toque a aroma de lavanda de mi madre, que parece haber impregnado su piel y su ropa.
Él me abraza mostrándome todo su amor y besa mis cabellos, antes de apartarse ligeramente y mirarme a los ojos.
- ¿Sabes por qué te llamo ángel, Ana?—me pregunta y yo niego vehemente con la cabeza. –Porque el día que tu madre me dijo que me amaba, ella me hizo sentirme el hombre más dichoso de la tierra. Pero el día que naciste, me sentí en el cielo y tú, con tu carita sonrosada, tan pequeñita y bonita, fuiste desde ese momento mi ángel—dice abriendo mi palma y depositando la figura de madera que había estado trabajando cuando llegué.
Es una pequeña y preciosa niña con unas lindas alas en su espalda.
- Va siendo hora de entrar en casa—dice mi padre. –Además tu madre seguramente estará esperando para que le ayude en la cocina. ¿Vienes?
- Creo que me quedaré aquí fuera un poco más… Padre—lo llamo antes de que se pierda en el interior de la casita. –Gracias.
Mi padre sonríe y me deja sola en el patio de casa, contemplando embelesada el pequeño ángel entre mis manos y recordando sus palabras. Él me pide convicción en mis decisiones, que siga lo que mi cabeza y mi corazón me piden y eso es lo que haré.
Mi cabeza me dice que acepte la propuesta de mi tía, que vaya a Madrid y me convierta en un médico del que pueda estar orgullosa toda mi familia. Y mi corazón me pide que no me vaya con esta incertidumbre que me atenaza.
Tengo que saber. No puedo irme sin saber.
- ¿A dónde vas, Ana?—pregunta mi hermano José que con sus quince años parece una réplica andante del tío Ramiro. – Madre va a servir la cena en cualquier momento.
- Lo sé, José. Pero tengo que irme un momento—respondo alejándome de la casita.
- ¿Y qué les digo a nuestros padres?—alcanzó a oír la pregunta de mi hermano ya que mis pies vuelan por el camino.
- Diles que he ido a la casona.
Y sin más sigo corriendo casi desesperada hacia casa de mis tíos Tristán y Pepa.
**continúa**
#798
10/10/2011 23:31
**continuación**
La casona de los Montenegro sigue siendo tan impactante como siempre, grande e imponente. De niña no me atrevía a acercarme allí, acicateada por mi viva imaginación que me hacía pensar que en ella vivía la malvada bruja de los cuentos. Mis sueños infantiles no estaban muy lejos de la realidad, porque en soledad, tristeza y tormento vivía Doña Francisca Montenegro, cobijando rencor hacia el mundo e impidiendo que aquellos que aún la amaban se acercaran a ella. Pero desde hace cinco años cuando mis tíos fueron a vivir a la casona, es un lugar menos oscuro y más lleno de risas y felicidad.
Yo todavía era muy chiquilla, pero recuerdo la tristeza que embargó tanto a mi tío Tristán como a mi abuelo Raimundo al morir Doña Francisca. Sé que ninguno de ellos se perdonará en la vida que ella muriese sola y aún llena de amargura, pero todos los intentos realizados por mi tío Tristán para acercarse a su madre fueron en vano, ya que ella se negó a admitirlo nuevamente en casa desde el momento en que se enteró de su boda con mi tía Pepa.
Giro el último recodo y la casona aparece ante mis ojos. Algunas luces titilan en las ventanas y veo cómo la puerta de la cocina se abre y cierra varias veces. Sonrío nostálgica, recordando cuando era muy, muy pequeña y mi madre me llevaba a visitar a la abuela Rosario que aún trabajaba en la cocina siempre que la doña no estuviera por casa. En esas ocasiones, mi abuela me alzaba entre sus amorosos brazos, me besaba y luego me preparaba un dulce y sabroso chocolate con picatostes. Ahora, sin embargo, es otra cocinera la que se encarga de esos fogones, porque desde hace diez años mi abuela descansa en su hogar cuidada y amada por sus hijos.
Un movimiento en el jardín me saca de mi trance nostálgico. Entre los macizos de rosas lo veo a él, veo a Martín Castro paseando meditabundo. Siento como mi corazón se acelera en mi pecho y las palmas de mis manos se cubren de sudor. Por un instante siento ganas de salir huyendo de ahí y estoy a punto de hacerlo hasta que recuerdo las palabras de mi padre.
- ¿Quién anda ahí?—pregunta Martín al escuchar el chasquido de una ramita bajo mis pies.
Con aire culpable salgo de entre los altos arbustos y me encaro con él. Martín viste los pantalones de montar y una camisa blanca y abierta en el cuello, medio arrugada de haberla llevado todo el día. Al verle en aquella facha, observando la piel de su cuello y parte del pecho que se vislumbra, siento como enrojezco.
Atrás, muy atrás quedaron mis fantasías infantiles de un caballero de brillante armadura. Ahora lo veo como el hombre de veinticinco años que es. El cabello negro alborotado, las cejas rectas y oscuras, su nariz patricia y labios ligeramente llenos, y esa mandíbula cuadrada y obstinada. Pero son sus ojos, negros y profundos los que siempre me hace temblar.
- Ana, ¿eres tú? ¿Qué haces aquí tan tarde?
- He venido a hablar contigo, Martín—digo con un tono de voz más bajo del pretendido.
- ¿Y no podías esperar a mañana?—me pregunta con una sonrisa traviesa jugando en sus labios y sus ojos.
Niego avergonzada con la cabeza. Si hubiera esperado al día siguiente, seguramente el valor me hubiera abandonado y jamás me habría atrevido a hablar con él.
- Bueno, ¿qué es eso que me tienes que contar que no puede esperar a mañana?—insiste al ver que yo permanezco callada.
- Hoy… Hoy he hablado con tía Gregoria—comienzo tras unos segundos de incertidumbre. Él me observa curioso, esperando a que continúe. –Me ha ofrecido ir a estudiar medicina a Madrid.
- Eso es magnífico-Martín contesta casi al instante, pero por un ínfimo momento he creído notar la duda en su voz.
- Mis padres, mi abuelo, todos están deseando que vaya.
- Por supuesto que sí, es una gran oportunidad. Estudiarías medicina, Ana. Y estoy seguro de que llegarías a ser una gran doctora… Incluso más buena que la doctora Casas.
- Supongo…
- ¿Sólo supones?—me pregunta entrecerrando los ojos. -No estarán pensando en rechazarlo, ¿verdad?
Siento como sus ojos se clavan en mi rostro, como si quisiera leer mis pensamientos. Azorada, desvío la mirada incapaz de mantener la suya.
- No… No, aún no—tartamudeo nerviosa. –Todavía estoy pensándolo, Martín. Es una decisión muy importante y tengo que tener en cuenta muchas cosas.
- No hay nada que pensar, Ana—me dice serio. Su tono de voz más frío y, por primera vez, creo que él sabe lo que yo estoy dispuesta a revelarle.
- No quiero equivocarme, Martín. No quiero arrepentirme de haber tomado la decisión errada.
- La única decisión errada que podrías tomar es desaprovechar esta oportunidad.
Él sigue con tono serio, toda la alegría y dulzura con la que me ha recibido desaparecida. Mi voluntad vuelve a flaquear.
- ¿Y si me equivoco? ¿Y si realmente tendría que quedarme aquí?
- ¿Y por qué deberías tener que quedarte aquí, Ana?—me pregunta Martín. Veo como una mueca cruza su expresión, como si estuviera lamentando haber hecho esa pregunta.
- Porque te quiero, Martín—las palabras escapan de mis labios y me siento liberada.
Los ojos de Martín parecen brillar por una fracción de segundo, pero entonces se apagan y me miran fríos y distantes. Martín echa un paso hacia atrás, alejándose de mí, y con ese gesto me dice más que con mil palabras.
- Lo siento, Ana—me dice haciéndome odiar esas tres simples palabras. –Siento no poder corresponderte.
- ¿No… no me quieres?—mi voz tiembla débil y vuelvo a sentirme como una niña.
- Te quiero… Pero no en la forma que tú deseas, Ana.
¿Es indecisión lo que he notado en su voz? ¿Me está mintiendo? Pero, ¿por qué?
- Mira, Ana… Lo que tú sientes por mí no es amor verdadero—me dice hundiéndome aún más. –Y no deseo que por una fantasía infantil, renuncies a esta oportunidad que se te presenta, que pongas en juego tu futuro.
- ¿Qué sabes tú de mis sentimientos?—le espeto. -¿Qué sabes tú de mis fantasías? Ya no soy una niña, Martín, soy una mujer. Y como tal te quiero.
- Ana… -él parece arrepentido, dolido por mí.
- ¡No! No digas nada más—le corto fría, luchando por controlar las lágrimas y que éstas no broten. –Lo has dejado perfectamente claro
- Lo siento—repite y su voz suena triste en mis oídos.
- No lo sientas, Martín. No sientas haber sido sincero conmigo—contesto con más orgullo en la voz del que realmente siento. –Adiós, Martín.
Giro sobre mí y camino alejándome con paso decidido de él. Lucho por no llorar, porque él no sepa que estoy llorando.
La casona desaparece a mis espaldas mientras yo sigo alejándome. El camino se emborrona frente a mis ojos por culpa de las lágrimas no derramadas.
Mi corazón no está destrozado, como había creído sentir hace una semana con la desilusión de Pascual. No, ahora mi corazón está roto en miles de pedazos y esta vez será muy difícil recomponerlo.
Pero lo que no sé es que no sólo yo estoy sufriendo. En el jardín de la casona, Martín sigue quieto, observándome marchar con su corazón desgarrado.
**CONTINUARÁ**
La casona de los Montenegro sigue siendo tan impactante como siempre, grande e imponente. De niña no me atrevía a acercarme allí, acicateada por mi viva imaginación que me hacía pensar que en ella vivía la malvada bruja de los cuentos. Mis sueños infantiles no estaban muy lejos de la realidad, porque en soledad, tristeza y tormento vivía Doña Francisca Montenegro, cobijando rencor hacia el mundo e impidiendo que aquellos que aún la amaban se acercaran a ella. Pero desde hace cinco años cuando mis tíos fueron a vivir a la casona, es un lugar menos oscuro y más lleno de risas y felicidad.
Yo todavía era muy chiquilla, pero recuerdo la tristeza que embargó tanto a mi tío Tristán como a mi abuelo Raimundo al morir Doña Francisca. Sé que ninguno de ellos se perdonará en la vida que ella muriese sola y aún llena de amargura, pero todos los intentos realizados por mi tío Tristán para acercarse a su madre fueron en vano, ya que ella se negó a admitirlo nuevamente en casa desde el momento en que se enteró de su boda con mi tía Pepa.
Giro el último recodo y la casona aparece ante mis ojos. Algunas luces titilan en las ventanas y veo cómo la puerta de la cocina se abre y cierra varias veces. Sonrío nostálgica, recordando cuando era muy, muy pequeña y mi madre me llevaba a visitar a la abuela Rosario que aún trabajaba en la cocina siempre que la doña no estuviera por casa. En esas ocasiones, mi abuela me alzaba entre sus amorosos brazos, me besaba y luego me preparaba un dulce y sabroso chocolate con picatostes. Ahora, sin embargo, es otra cocinera la que se encarga de esos fogones, porque desde hace diez años mi abuela descansa en su hogar cuidada y amada por sus hijos.
Un movimiento en el jardín me saca de mi trance nostálgico. Entre los macizos de rosas lo veo a él, veo a Martín Castro paseando meditabundo. Siento como mi corazón se acelera en mi pecho y las palmas de mis manos se cubren de sudor. Por un instante siento ganas de salir huyendo de ahí y estoy a punto de hacerlo hasta que recuerdo las palabras de mi padre.
- ¿Quién anda ahí?—pregunta Martín al escuchar el chasquido de una ramita bajo mis pies.
Con aire culpable salgo de entre los altos arbustos y me encaro con él. Martín viste los pantalones de montar y una camisa blanca y abierta en el cuello, medio arrugada de haberla llevado todo el día. Al verle en aquella facha, observando la piel de su cuello y parte del pecho que se vislumbra, siento como enrojezco.
Atrás, muy atrás quedaron mis fantasías infantiles de un caballero de brillante armadura. Ahora lo veo como el hombre de veinticinco años que es. El cabello negro alborotado, las cejas rectas y oscuras, su nariz patricia y labios ligeramente llenos, y esa mandíbula cuadrada y obstinada. Pero son sus ojos, negros y profundos los que siempre me hace temblar.
- Ana, ¿eres tú? ¿Qué haces aquí tan tarde?
- He venido a hablar contigo, Martín—digo con un tono de voz más bajo del pretendido.
- ¿Y no podías esperar a mañana?—me pregunta con una sonrisa traviesa jugando en sus labios y sus ojos.
Niego avergonzada con la cabeza. Si hubiera esperado al día siguiente, seguramente el valor me hubiera abandonado y jamás me habría atrevido a hablar con él.
- Bueno, ¿qué es eso que me tienes que contar que no puede esperar a mañana?—insiste al ver que yo permanezco callada.
- Hoy… Hoy he hablado con tía Gregoria—comienzo tras unos segundos de incertidumbre. Él me observa curioso, esperando a que continúe. –Me ha ofrecido ir a estudiar medicina a Madrid.
- Eso es magnífico-Martín contesta casi al instante, pero por un ínfimo momento he creído notar la duda en su voz.
- Mis padres, mi abuelo, todos están deseando que vaya.
- Por supuesto que sí, es una gran oportunidad. Estudiarías medicina, Ana. Y estoy seguro de que llegarías a ser una gran doctora… Incluso más buena que la doctora Casas.
- Supongo…
- ¿Sólo supones?—me pregunta entrecerrando los ojos. -No estarán pensando en rechazarlo, ¿verdad?
Siento como sus ojos se clavan en mi rostro, como si quisiera leer mis pensamientos. Azorada, desvío la mirada incapaz de mantener la suya.
- No… No, aún no—tartamudeo nerviosa. –Todavía estoy pensándolo, Martín. Es una decisión muy importante y tengo que tener en cuenta muchas cosas.
- No hay nada que pensar, Ana—me dice serio. Su tono de voz más frío y, por primera vez, creo que él sabe lo que yo estoy dispuesta a revelarle.
- No quiero equivocarme, Martín. No quiero arrepentirme de haber tomado la decisión errada.
- La única decisión errada que podrías tomar es desaprovechar esta oportunidad.
Él sigue con tono serio, toda la alegría y dulzura con la que me ha recibido desaparecida. Mi voluntad vuelve a flaquear.
- ¿Y si me equivoco? ¿Y si realmente tendría que quedarme aquí?
- ¿Y por qué deberías tener que quedarte aquí, Ana?—me pregunta Martín. Veo como una mueca cruza su expresión, como si estuviera lamentando haber hecho esa pregunta.
- Porque te quiero, Martín—las palabras escapan de mis labios y me siento liberada.
Los ojos de Martín parecen brillar por una fracción de segundo, pero entonces se apagan y me miran fríos y distantes. Martín echa un paso hacia atrás, alejándose de mí, y con ese gesto me dice más que con mil palabras.
- Lo siento, Ana—me dice haciéndome odiar esas tres simples palabras. –Siento no poder corresponderte.
- ¿No… no me quieres?—mi voz tiembla débil y vuelvo a sentirme como una niña.
- Te quiero… Pero no en la forma que tú deseas, Ana.
¿Es indecisión lo que he notado en su voz? ¿Me está mintiendo? Pero, ¿por qué?
- Mira, Ana… Lo que tú sientes por mí no es amor verdadero—me dice hundiéndome aún más. –Y no deseo que por una fantasía infantil, renuncies a esta oportunidad que se te presenta, que pongas en juego tu futuro.
- ¿Qué sabes tú de mis sentimientos?—le espeto. -¿Qué sabes tú de mis fantasías? Ya no soy una niña, Martín, soy una mujer. Y como tal te quiero.
- Ana… -él parece arrepentido, dolido por mí.
- ¡No! No digas nada más—le corto fría, luchando por controlar las lágrimas y que éstas no broten. –Lo has dejado perfectamente claro
- Lo siento—repite y su voz suena triste en mis oídos.
- No lo sientas, Martín. No sientas haber sido sincero conmigo—contesto con más orgullo en la voz del que realmente siento. –Adiós, Martín.
Giro sobre mí y camino alejándome con paso decidido de él. Lucho por no llorar, porque él no sepa que estoy llorando.
La casona desaparece a mis espaldas mientras yo sigo alejándome. El camino se emborrona frente a mis ojos por culpa de las lágrimas no derramadas.
Mi corazón no está destrozado, como había creído sentir hace una semana con la desilusión de Pascual. No, ahora mi corazón está roto en miles de pedazos y esta vez será muy difícil recomponerlo.
Pero lo que no sé es que no sólo yo estoy sufriendo. En el jardín de la casona, Martín sigue quieto, observándome marchar con su corazón desgarrado.
**CONTINUARÁ**
#799
10/10/2011 23:44
Pepa, por algo tu y yo somos siamesas!! y es que me imagino esa escena y lloro bastante mas que con el beso mil gracias!! Me ha encantado el final y eso de "la peculiar familia" del circo me ha gustado mucho y que buena manera de devolver a martin tia!!! te has salido!
#800
11/10/2011 00:00
Aricia, sigue cuando puedas... me encanta!