Foro El secreto de Puente Viejo
La Biblioteca (A - K)
#0
17/08/2011 13:26
EL RINCÓN DE AHA
El destino.
EL RINCÓN DE ÁLEX
El Secreto de Puente Viejo, El Origen.
EL RINCÓN DE ABRIL
El mejor hombre de Puente Viejo.
La chica de la trenza I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII.
EL RINCÓN DE ALFEMI
De siempre y para siempre.
Hace frío I, II.
Pensando en ti.
Yo te elegí a ti.
EL RINCÓN DE ANTOJEP
Bajo la luz de la luna I, II, III, IV.
Como un rayo de sol I, II, III, IV.
La traición I, II.
EL RINCÓN DE ARICIA
Reacción I, II, III, IV.
Emilia, el lobo y el cazador.
El secreto de Alfonso Castañeda.
La mancha de mora I, II, III, IV, V.
Historias que se repiten. 20 años después.
La historia de Ana Castañeda I, II, III, VI, V, Final.
EL RINCÓN DE ARTEMISILLA
Ojalá fuera cierto.
Una historia de dos
EL RINCÓN DE CAROLINA
Mi historia.
EL RINCÓN DE CINDERELLA
Cierra los ojos.
EL RINCÓN DE COLGADA
Cartas, huidas, regalos y el diluvio universal I-XI.
El secreto de Gregoria Casas.
La decisión I,II, III, IV, V.
Curando heridas I,II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII.
una nueva vida I,II, III
EL RINCÓN DE CUQUINA
Lo que me sale de las teclas.
El origen de Tristán Ulloa.
EL RINCÓN DE EIZA
En los ojos de un Castañeda.
Bajando a los infiernos.
¡¿De qué?!
Pensamientos
EL RINCÓN DE FERMARÍA
Noche de bodas. (Descarga directa aquí)
Lo que no se ve.
En el baile.
De valientes y cobardes.
Descubriendo a Alfonso.
¿Por qué no me besaste?
Dejarse llevar.
Amar a Alfonso Castañeda.
Serenidad.
Así.
Quiero.
El corazón de un jornalero (I) (II).
Lo único cierto I, II.
Tiempo.
Sabor a chocolate.
EL RINCÓN DE FRANRAI
Un amor inquebrantable.
Un perfecto malentendido.
Gotas del pasado.
EL RINCÓN DE GESPA
La rutina.
Cada cosa en su sitio.
El baile.
Tomando decisiones.
Volver I, II.
Chismorreo.
Sola.
Tareas.
El desayuno.
Amigas.
Risas.
La manzana.
EL RINCÓN DE INMILLA
Rain Over Me I, II, III.
EL RINCÓN DE JAJIJU
Diálogos que nos encantaría que pasaran.
EL RINCÓN DE KERALA
Amor, lucha y rendición I - VII, VIII, IX, X, XI (I) (II), XII, XIII, XIV, XV, XVI,
XVII, XVIII, XIX, XX (I) (II), XXI, XXII (I) (II).
Borracha de tu amor.
Lo que debió haber sido.
Tu amor es mi droga I, II. (Escena alternativa).
PACA´S TABERN I, II.
Recuerdos.
Dibujando tu cuerpo.
Tu amor es mi condena I, II.
Encuentro en la posada. Historia alternativa
Tu amor es mi condena I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI
#761
09/10/2011 22:36
El tiempo se paró en Puente Viejo. Un silencio sepulcral parecía haberse apoderado de su plaza y sus calles. La casa de comidas permanecía cerrada a cal y canto. Hasta la normalmente parlanchina Dolores había perdido las ganas de hablar y atendía a los clientes con monosílabos. Se había quedado sola al frente del colmado. Su marido, en calidad de alcalde, se había ofrecido a acompañar a Sebastián hasta La Puebla, para enterarse de lo ocurrido con la diligencia de Galicia. Por su parte, Hipólito se pasaba las horas en casa de los Castañeda, tratando de confortar a Mariana y Rosario. Tambien don Anselmo permanecía la mayor parte del tiempo junto a aquellas dos mujeres, a las que la vida no dejaba de asestarles golpes. Incluso Soledad plantó cara a su madre cuando ésta amenazó con despedirlas si no se presentaban a faenar como todos los días. Al fin y al cabo, ella sabía lo que era perder un hijo y, por mucho que últimamente discutiera con Tristán, no podía dejar de sentir una punzada al recordar el sufrimiento padecido cuando estuvo condenado a muerte por el tribunal militar.
En casa de los Ulloa Pepa y Raimundo se turnaban para no dejar sola a Emilia. Su padre la abrazaba y le insistía para que comiese algo. Su amiga no dejaba de preguntarse qué clase de Dios era ese que permitía que las buenas personas sufrieran tanto. Los minutos parecían durar horas en medio de aquella angustiosa incertidumbre. Fue la noche más larga de sus vidas. Nadie durmió.
Al amanecer, Emilia convenció a Pepa para que fuese a acostarse un poco. Su amiga había permanecido junto a ella varias horas, a ratos en silencio, a ratos charlando, recordando una y mil anécdotas sobre los hermanos Castañeda. Qué lejos parecían quedar aquellos tiempos en que Ramiro y Alfonso acudían a echar una mano en la taberna, cuando Raimundo había perdido la vista. Tan pronto como le hacían de lazarillo para ir a los campos como servían chatos de vino o movían los pucheros. Incluso esbozaron una sonrisa cuando recordaron todas las teorías que habían discurrido tratando de descubrir a aquel misterioso admirador secreto, sin sospechar que era su buen amigo Alfonso el que le hacía todos los regalos, sólo con la intención de hacerla sonreír.
Lo que no hizo Emilia fue llorar. Era cierto que la angustia le atravesaba las entrañas, pero no estaba dispuesta a perder la esperanza de volver a verlo. Tenía que volver a verlo. Necesitaba decirle tantas cosas. Él no podía irse sin saber que ella lo amaba, con tanta intensidad que a veces dolía.
Necesitaba respirar el aire fresco de la mañana. Por eso le dijo a Pepa que iría dar un paseo hasta la ermita de las afueras del pueblo. Sin embargo, su amiga sospechaba que tan sólo quería estar a solas para llorar. O para rezar. Tanto daba. Ella sabía mejor que nadie que a veces las personas hacen lo mismo que los animales del bosque: esconderse para que nadie vea su dolor.
En casa de los Ulloa Pepa y Raimundo se turnaban para no dejar sola a Emilia. Su padre la abrazaba y le insistía para que comiese algo. Su amiga no dejaba de preguntarse qué clase de Dios era ese que permitía que las buenas personas sufrieran tanto. Los minutos parecían durar horas en medio de aquella angustiosa incertidumbre. Fue la noche más larga de sus vidas. Nadie durmió.
Al amanecer, Emilia convenció a Pepa para que fuese a acostarse un poco. Su amiga había permanecido junto a ella varias horas, a ratos en silencio, a ratos charlando, recordando una y mil anécdotas sobre los hermanos Castañeda. Qué lejos parecían quedar aquellos tiempos en que Ramiro y Alfonso acudían a echar una mano en la taberna, cuando Raimundo había perdido la vista. Tan pronto como le hacían de lazarillo para ir a los campos como servían chatos de vino o movían los pucheros. Incluso esbozaron una sonrisa cuando recordaron todas las teorías que habían discurrido tratando de descubrir a aquel misterioso admirador secreto, sin sospechar que era su buen amigo Alfonso el que le hacía todos los regalos, sólo con la intención de hacerla sonreír.
Lo que no hizo Emilia fue llorar. Era cierto que la angustia le atravesaba las entrañas, pero no estaba dispuesta a perder la esperanza de volver a verlo. Tenía que volver a verlo. Necesitaba decirle tantas cosas. Él no podía irse sin saber que ella lo amaba, con tanta intensidad que a veces dolía.
Necesitaba respirar el aire fresco de la mañana. Por eso le dijo a Pepa que iría dar un paseo hasta la ermita de las afueras del pueblo. Sin embargo, su amiga sospechaba que tan sólo quería estar a solas para llorar. O para rezar. Tanto daba. Ella sabía mejor que nadie que a veces las personas hacen lo mismo que los animales del bosque: esconderse para que nadie vea su dolor.
#762
09/10/2011 23:19
esto se me ha quedado pillado o solo has puesto una parte pepa???
no hace falta que respondas...es una prueba...que normalmente escribo y asi se me actualiza y pasa de pagina..sorry a todas por esta entrada sin mucha chicha ni limona...
EDITO: ups... pues no solo has puesto eso... y te esta quedando genial... y aqui me tienes... pa estar pendiente en todos mis ratos libres... "(^_^)"
EDITO2: Gema jajajaja que arte... pepa nos tiene mas intrigadas que la propia serie y lso dichosos guionistas... ains... mi F5 va perdiendo el color jajajajjaja
EDITO 3: la pobre pepa...dando pantallazo del foro y del word donde lo escriba y diciendo "no me metais prisa condenadas" jajajajajajjaja... no te queremos agobiar..pero esque nos tienes con el alma en vilo....;O)
no hace falta que respondas...es una prueba...que normalmente escribo y asi se me actualiza y pasa de pagina..sorry a todas por esta entrada sin mucha chicha ni limona...
EDITO: ups... pues no solo has puesto eso... y te esta quedando genial... y aqui me tienes... pa estar pendiente en todos mis ratos libres... "(^_^)"
EDITO2: Gema jajajaja que arte... pepa nos tiene mas intrigadas que la propia serie y lso dichosos guionistas... ains... mi F5 va perdiendo el color jajajajjaja
EDITO 3: la pobre pepa...dando pantallazo del foro y del word donde lo escriba y diciendo "no me metais prisa condenadas" jajajajajajjaja... no te queremos agobiar..pero esque nos tienes con el alma en vilo....;O)
#763
09/10/2011 23:24
En un sinvivir! Estoy en un sinvivir!! Esto es digno de la serie con tanto drama junto aunque eso si, tenemos a nuestra pareja casada!! (De momento al parecer!!) jejeje
¿No tenemos avances? ¿Spoilers? ¿Nada? jajaja
Pepa hija de mi vida, cuando puedas continualo que al final no podre dormir sin saber que ha pasado con Alfonso!!
¿No tenemos avances? ¿Spoilers? ¿Nada? jajaja
Pepa hija de mi vida, cuando puedas continualo que al final no podre dormir sin saber que ha pasado con Alfonso!!
#764
09/10/2011 23:27
PEPA POR EL AMOR DE DIOS...ESTO ES UN SINVIVIR.que me pongo a llorar ahora mismo aqui a moco tendido...Salvalo,salvalo...
#765
09/10/2011 23:46
Se aproxima el final.......Hay mucha gente que ha sufrido mucho, y no me refiero sólo a Emilia y Alfonso.......Uff, creo que el exceso de cafeína le ha pasado factura a mi neurona
______
El sol ya estaba en lo alto del horizonte cuando los viejos carromatos del circo enfilaron la entrada de Puente Viejo. Casi todos los años, por aquella época, llegaban por el camino de Asturias para recorrer los pueblos de la comarca de Sanabria con su sencillo espectáculo. Un viejo burro amaestrado, una cabra, un trovador que contaba viejas historias de fantasmas y guerreros, dos malabaristas, un par de payasos y una gitana de pelo blanco que decía que veía el fúturo en una bola de cristal a cambio e una peseta. Eran trotamundos que recorrían los caminos para ganarse el pan de cada día, agradeciendo el poder descansar de vez en cuando bajo un techo. Pero eran buenas gentes, que jamás habían dado un solo problema. Y dispuestas a ayudar a quien lo necesitase.
-Muchas gracias por todo. Y ya que no me quieren aceptar el dinero espero que se pasen por la taberna algún día, que están todos convidados. Y si necesitan donde cobijarse, no duden en venir a hablar comigo.
-No tienes nada que agradecer, muchacho. Nosotros sólo hemos hecho lo que debíamos-respondió la anciana del pelo blanco.-No te ibamos a dejar tirado en el camino. Como tampoco podíamos dejarlo a merced de las alimañas.
-¡Ni se imaginan la dicha que han traído a este pueblo!. Que ultimamente sólo hemos tenido una desgracia tras otra.
-Lo sé, lo he visto-sonrió con aire misterioso la mujer.-Pero presiento que se avecinan tiempos felices.
-¡Dios la oiga!
-Dios no suele escuchar mucho a los pobres-le dijo mientras le acercaba los dos petates.
Los carros siguieron su camino provocando tal estruendo que tanto Raimundo como Dolores e Hipólito, que hacía poco había regresado al colmado, salieron a la plaza a ver qué demonios ocurría. La alcaldesa no pudo ocultar un grito de sorpresa.
-¡Alabado sea el señor! Es un milagro-exclamó atónita.
-A fé mía que voy a tener que empezar a hacerle caso al bueno de don Anselmo-sonrió un incrédulo Raimundo.-Anda zagal, vete a avisarla, que creo que está en la consulta con la doctora.
Tanto el Ulloa como la Mirañar se acercaron a los recién llegados. Raimundo abrazó al muchacho mientras Dolores no podía dejar de mirar azorada a su acompañante.
-Zagal, ¡tú no sabes el susto que nos has dado!-le dijo abrazándolo con fuerza.
-Pero, ¿se puede saber qué ha pasado?-preguntó sorprendido por ser él el objeto de un recibiento tan intenso.
-Hijo, ayer por la tarde mandaron un telgrama informando que la diligencia que venía de Galicia se había despeñado por un puente del río Sil. Y nosotros pensabamos que tú venías en ella. No te imaginas cómo ha sufrido tu mujer-le dijo mientras lo abrazaba de nuevo.
-Cogí la diligencia que venía por Ponferrada, en vez de la de Ourense, porque salía antes y tenía ganas de volver a casa. Lo que pasa es que mientras paramos en un pueblo para abrebar a los caballos me encontré a…me lo encontré a él……Pero bueno, es una larga historia y ahora necesita descansar.
-Entiendo. ¿Seguro que tienes hambre?-le dijo entonces al otro recien llegado.
-Raimundo, ¿cómo está Emilia?-preguntó con su timidez habitual.
-Pues ahora mismo en la ermita, supongo que rogándole a Dios que te devuelva sano y salvo.
-Voy a buscarla.
En aquel mismo momento Hipólito señalaba con su dedo hacia la plaza y una mujer sentía estallar de alegría su corazón.
-¡Martín! ¡Hijo mío!-gritó Pepa mientras empezaba a bajar las escaleras de la consulta.
(Continuará???)
______
El sol ya estaba en lo alto del horizonte cuando los viejos carromatos del circo enfilaron la entrada de Puente Viejo. Casi todos los años, por aquella época, llegaban por el camino de Asturias para recorrer los pueblos de la comarca de Sanabria con su sencillo espectáculo. Un viejo burro amaestrado, una cabra, un trovador que contaba viejas historias de fantasmas y guerreros, dos malabaristas, un par de payasos y una gitana de pelo blanco que decía que veía el fúturo en una bola de cristal a cambio e una peseta. Eran trotamundos que recorrían los caminos para ganarse el pan de cada día, agradeciendo el poder descansar de vez en cuando bajo un techo. Pero eran buenas gentes, que jamás habían dado un solo problema. Y dispuestas a ayudar a quien lo necesitase.
-Muchas gracias por todo. Y ya que no me quieren aceptar el dinero espero que se pasen por la taberna algún día, que están todos convidados. Y si necesitan donde cobijarse, no duden en venir a hablar comigo.
-No tienes nada que agradecer, muchacho. Nosotros sólo hemos hecho lo que debíamos-respondió la anciana del pelo blanco.-No te ibamos a dejar tirado en el camino. Como tampoco podíamos dejarlo a merced de las alimañas.
-¡Ni se imaginan la dicha que han traído a este pueblo!. Que ultimamente sólo hemos tenido una desgracia tras otra.
-Lo sé, lo he visto-sonrió con aire misterioso la mujer.-Pero presiento que se avecinan tiempos felices.
-¡Dios la oiga!
-Dios no suele escuchar mucho a los pobres-le dijo mientras le acercaba los dos petates.
Los carros siguieron su camino provocando tal estruendo que tanto Raimundo como Dolores e Hipólito, que hacía poco había regresado al colmado, salieron a la plaza a ver qué demonios ocurría. La alcaldesa no pudo ocultar un grito de sorpresa.
-¡Alabado sea el señor! Es un milagro-exclamó atónita.
-A fé mía que voy a tener que empezar a hacerle caso al bueno de don Anselmo-sonrió un incrédulo Raimundo.-Anda zagal, vete a avisarla, que creo que está en la consulta con la doctora.
Tanto el Ulloa como la Mirañar se acercaron a los recién llegados. Raimundo abrazó al muchacho mientras Dolores no podía dejar de mirar azorada a su acompañante.
-Zagal, ¡tú no sabes el susto que nos has dado!-le dijo abrazándolo con fuerza.
-Pero, ¿se puede saber qué ha pasado?-preguntó sorprendido por ser él el objeto de un recibiento tan intenso.
-Hijo, ayer por la tarde mandaron un telgrama informando que la diligencia que venía de Galicia se había despeñado por un puente del río Sil. Y nosotros pensabamos que tú venías en ella. No te imaginas cómo ha sufrido tu mujer-le dijo mientras lo abrazaba de nuevo.
-Cogí la diligencia que venía por Ponferrada, en vez de la de Ourense, porque salía antes y tenía ganas de volver a casa. Lo que pasa es que mientras paramos en un pueblo para abrebar a los caballos me encontré a…me lo encontré a él……Pero bueno, es una larga historia y ahora necesita descansar.
-Entiendo. ¿Seguro que tienes hambre?-le dijo entonces al otro recien llegado.
-Raimundo, ¿cómo está Emilia?-preguntó con su timidez habitual.
-Pues ahora mismo en la ermita, supongo que rogándole a Dios que te devuelva sano y salvo.
-Voy a buscarla.
En aquel mismo momento Hipólito señalaba con su dedo hacia la plaza y una mujer sentía estallar de alegría su corazón.
-¡Martín! ¡Hijo mío!-gritó Pepa mientras empezaba a bajar las escaleras de la consulta.
(Continuará???)
#766
09/10/2011 23:50
Pepa por lo que mas quieras!!!!Continua ese fic, ainnnss y no nos lo mates, no nos lo mates!!!!QUE BONITO!!!!!
Edito: ains que no había leido esta ultima parte!Continualo Pepa, por favor!!!!
Edito: ains que no había leido esta ultima parte!Continualo Pepa, por favor!!!!
#767
09/10/2011 23:51
Pepa...debe continuar... asi de lento, de tantos detalles y tan requetebonito.. que hace que se oro liquido palabra por palabra... ains..muchas gracias..por los fic y por aguantarnosss
Buenas noches y dulces sueños princesa!!!! "(^_^)"
Buenas noches y dulces sueños princesa!!!! "(^_^)"
#768
09/10/2011 23:57
Pues bendita sea esa cafeina que tienen tus neuronas!!! ¿Y no podrias hacernos un librito con este fic para ir leyendolo en el metro? Porfaa!!!!
Y como que "continuara??"?? Noo por dios!! Di "continuara" con conviccion por dios!!!
Y como que "continuara??"?? Noo por dios!! Di "continuara" con conviccion por dios!!!
#769
10/10/2011 02:56
Dejad trankila a mi Pepa que me la vais a extresar leñe!!!!
Siamesita, siguelo cuando tengas un ratito, sin presion y sin prisas que yo tengo todo el bello del cuerpo erizao y la piel de gallina y unas ganas locas de leerte tan grandes como las de estas pellejas que se estan subiendo por las paredes, pero solo te digo GRACIAS y te aplaudo porque hija sobran las palabras.
PD: Sigo doblando el mapa a ver si nos encontramos
Siamesita, siguelo cuando tengas un ratito, sin presion y sin prisas que yo tengo todo el bello del cuerpo erizao y la piel de gallina y unas ganas locas de leerte tan grandes como las de estas pellejas que se estan subiendo por las paredes, pero solo te digo GRACIAS y te aplaudo porque hija sobran las palabras.
PD: Sigo doblando el mapa a ver si nos encontramos
#770
10/10/2011 05:47
PEPA POR DIOS...ten piedad acaba...que se junten.
#771
10/10/2011 08:05
La carta (antes sin título)
--------------------------------
Parte 1.-
-¿Qué le has hecho Severiano?
-Nada que no deseara con todo su ser.. se me entregó en cuerpo y alma, Alfonso.. y con una ingenuidad...que todavía me provoca escalofríos...
-----------------------------------------------------oOo-----------------------------------------------------------
Severiano seguía dando detalles de su encuentro con Emilia, pero Alfonso ya no escuchaba. No podía oir, no podía sentir, a su alrededor todo se oscurecía. Salió corriendo de aquella habitación sin saber hacia donde huía, sin ver más allá de la punta de sus botas. Correr, apretar los dientes, no importa hacia dónde, lejos de esas palabras que aún tenían ecos en su cabeza.
Llegó la noche y le encontró frente a la puerta cerrada de la casa de comidas. Aquello tampoco tenía sentido, el negocio nunca cerraba hasta bien pasada la medianoche, cuando ninguno de sus madrugadores parroquianos necesitaría ya un lugar donde ser recibido con un plato de comida caliente y vino de la tierra.
Una mirada más atenta le hizo distinguir entre las sombras, sentada contra la pared, la figura cabizbaja de Raimundo, que sujetaba un papel en una mano mientras con la otra se mesaba los cabellos.
Raimundo alzó la cabeza. Tenía el rostro surcado de lágrimas, la boca deformada en una mueca de dolor. Se acercó temeroso de lo que podía escuchar. Hacía varias horas que dejó a Severiano en su casa.. ¿y si se habían fugado juntos? ¿Y si ya no volvía a verla?
-Alfonso, hijo...
Un impulso llevó a Alfonso a sentarse a su lado, pero no dijo nada. Trago saliva recordando como no hace mucho habían mantenido una conversación casi en aquel mismo lugar, la noche en que inauguraron la casa de comidas.
Raimundo le tendió la carta. Alfonso se acercó al candil y empezó a leer con esfuerzo:
"Padre,
Qué raro sabe ahora en mis labios esa palabra. Pero no puedo verle de otra manera. Por más que ahora sepa que todo era mentira, que usted no es mi padre. Por favor, no dude de mi cariño, usted me ha hecho quien soy y nada podrá borrar el amor que nos a dado tanto a Sebastián como a mí. Nunca.
Padre, necesito alejarme de todo, le ruego que me comprenda y respete mi decisión, tengo que encontrar mis propias respuestas a tantas preguntas... Sé que en Puente Viejo no podría. Estaré bien, no se preocupe.
Sólo le pido un último favor. Dígale a Alfonso que me perdone.
Le quiere,
Emilia"
Alfonso levantó el rostro con los labios apretados. "La he perdido. Está con él." Miró a Raimundo con los ojos llenos de dudas y dolor.
- Es muy largo de contar, hijo, pero lo que has leído es cierto. Yo no soy el padre de Emilia, ni Sebastián es su hermano. Ella se ha enterado de la peor manera posible, y este ha sido el resultado... Ojalá pudiera enmendarlo, pero ya es tarde...- los sollozos le quebraron la voz.
Alfonso apoyó la mano en su hombro sin saber qué decir.
Pasó un rato en que los dos se mantuvieron en silencio, perdido cada uno en sus propios pensamientos. Ya se iba para permitirle rumiar su pena en privado, del mismo modo que necesitaba hacerlo él, cuando la voz de Raimundo interrumpió su marcha:
- También dejó esta otra carta para Severiano ¿Podrías entregársela?
--------------------------------
Parte 1.-
-¿Qué le has hecho Severiano?
-Nada que no deseara con todo su ser.. se me entregó en cuerpo y alma, Alfonso.. y con una ingenuidad...que todavía me provoca escalofríos...
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Severiano seguía dando detalles de su encuentro con Emilia, pero Alfonso ya no escuchaba. No podía oir, no podía sentir, a su alrededor todo se oscurecía. Salió corriendo de aquella habitación sin saber hacia donde huía, sin ver más allá de la punta de sus botas. Correr, apretar los dientes, no importa hacia dónde, lejos de esas palabras que aún tenían ecos en su cabeza.
Llegó la noche y le encontró frente a la puerta cerrada de la casa de comidas. Aquello tampoco tenía sentido, el negocio nunca cerraba hasta bien pasada la medianoche, cuando ninguno de sus madrugadores parroquianos necesitaría ya un lugar donde ser recibido con un plato de comida caliente y vino de la tierra.
Una mirada más atenta le hizo distinguir entre las sombras, sentada contra la pared, la figura cabizbaja de Raimundo, que sujetaba un papel en una mano mientras con la otra se mesaba los cabellos.
Raimundo alzó la cabeza. Tenía el rostro surcado de lágrimas, la boca deformada en una mueca de dolor. Se acercó temeroso de lo que podía escuchar. Hacía varias horas que dejó a Severiano en su casa.. ¿y si se habían fugado juntos? ¿Y si ya no volvía a verla?
-Alfonso, hijo...
Un impulso llevó a Alfonso a sentarse a su lado, pero no dijo nada. Trago saliva recordando como no hace mucho habían mantenido una conversación casi en aquel mismo lugar, la noche en que inauguraron la casa de comidas.
Raimundo le tendió la carta. Alfonso se acercó al candil y empezó a leer con esfuerzo:
"Padre,
Qué raro sabe ahora en mis labios esa palabra. Pero no puedo verle de otra manera. Por más que ahora sepa que todo era mentira, que usted no es mi padre. Por favor, no dude de mi cariño, usted me ha hecho quien soy y nada podrá borrar el amor que nos a dado tanto a Sebastián como a mí. Nunca.
Padre, necesito alejarme de todo, le ruego que me comprenda y respete mi decisión, tengo que encontrar mis propias respuestas a tantas preguntas... Sé que en Puente Viejo no podría. Estaré bien, no se preocupe.
Sólo le pido un último favor. Dígale a Alfonso que me perdone.
Le quiere,
Emilia"
Alfonso levantó el rostro con los labios apretados. "La he perdido. Está con él." Miró a Raimundo con los ojos llenos de dudas y dolor.
- Es muy largo de contar, hijo, pero lo que has leído es cierto. Yo no soy el padre de Emilia, ni Sebastián es su hermano. Ella se ha enterado de la peor manera posible, y este ha sido el resultado... Ojalá pudiera enmendarlo, pero ya es tarde...- los sollozos le quebraron la voz.
Alfonso apoyó la mano en su hombro sin saber qué decir.
Pasó un rato en que los dos se mantuvieron en silencio, perdido cada uno en sus propios pensamientos. Ya se iba para permitirle rumiar su pena en privado, del mismo modo que necesitaba hacerlo él, cuando la voz de Raimundo interrumpió su marcha:
- También dejó esta otra carta para Severiano ¿Podrías entregársela?
#772
10/10/2011 08:06
Parte 2.-
La carta estaba sobre la mesa. Alfonso, sentado en la cama, no podía dejar de mirarla.
Había hecho el camino de regreso desde la casa de comidas como alma que lleva el diablo, apretando en un puño el sobre que le entregara Raimundo, a sabiendas de que en su interior podría encontrarse su futuro. "¿Acaso lo cita en algún lugar? ¿O será una despedida?". Ambas posibilidades le martilleaban la cabeza, dejándole apenas respirar. Tenía que encontrar a Severiano. Él no era quién para leer aquella carta, pero si conseguía entregarla con la suficiente indiferencia, quizá pudiera enterarse de su contenido igualmente. Llegó a casa y allí encontró a Ramiro. Su hermano reaccinó con tan sólo verle el semblante:
-Alfonso, ¿qué ha pasado? - dijo poniéndose en pie.
-Severiano... Emilia... su padre.. no.. - Alfonso no atinaba a ordenar la cascada de palabras que acudían a su boca.
-¡Tranquilízate Alfonso! Siéntate y bebe algo, te falta el resuello. Cálmate -dijo Ramiro acercándole un cazo de vino- y cuéntamelo todo.
Alfonso echó un trago, respiró hondo y habló:
-Emilia, Ramiro... Emilia se ha ido de Puente Viejo. No sabemos dónde está.
-Pero ¿Por qué se ha ido?- preguntó Ramiro asombrado.
-No hay tiempo, hermano. ¿Dónde está Severiano? - dijo buscando a su alrededor con urgencia.
-Salió hacia Villalpanda... no quise saber más, no vaya a ser que luego resulte que yo también estaba allí sin saberlo- rezongó Ramiro.
-¡Maldito hijo de mala madre!- grito Alfonso dando un puñetazo en la pared.
-Alfonso, dime ya qué pasa. ¿Que ese papel que llevas en la mano? ¡Y siéntate de una vez!- dijo acercándose a su hermano y guiándole hasta el taburete- nunca te había visto así.
-Emilia... - Alfonso cabeceó, ¡cómo le dolía aquello!, no podía ni imaginar por lo que habría pasado la pobre muchacha- Ramiro, Emilia no es una Ulloa. No conozco los detalles pero ni Raimundo es su padre ni Sebastián es su hermano.
-¿Quée?
-Lo que oyes. -tragó saliva- Emilia no es una Ulloa, Ramiro, ¿te das cuenta de lo que es eso?¿de cómo debe sentirse? Y no sólo eso.
-No, si va a ser verdad que se acaba el mundo como dice Hipólito.
-Ramiro, esta mañana Severiano me dijo que se habían acostado. Salí corriendo de aquí sin querer oír nada más y por la noche acabé sin saber cómo en la casa de comidas. Allí estaba Raimundo con una carta de despedida de Emilia en las manos... Y esta otra para el malnacido de Severiano. Pensé que se habrían ido juntos... ahora no sé qué pensar.
-¡Ábrela!
-¡NO! -El tono de Alfonso no admitía réplica.- se la daré a Severiano tal y como me han encomendado. No puedo hacerle eso a Emilia.
-De acuerdo... ¿Quieres que la abra yo?
Alfonso se puso en pie.
-¿Villalpanda dices?
-¡Espera! ¡espera, hermano! Tú no vas a ninguna parte así. No necesitamos más disgustos en esta familia.
-Tengo que encontrar a Severiano.
-... y partirle la cara, lo sé. Pero bastante penar tiene ya madre con Juan, como para que añadamos uno más. Quédate aqui que yo te traigo a Severiano, aunque me lleve toda la noche.
En ese momento entró Juan a la casa.
-Juan, acompáñame a Villalpanda, que de seguro sabrás guiarte mejor que yo.- dijo Ramiro, volviéndole a dar la gorra que acababa de colgar de la puerta.
-¿Qué ocurre?- preguntó Juan asombrado.
-No hay tiempo, por el camino te lo explico.
Salieron los dos dejando a Alfonso con el puño cerrado alrededor de la carta. La colocó sobre la mesa y se llevó la mano a la cara mientras se dejaba caer en el camastro. Olía a lavanda.
La carta estaba sobre la mesa. Alfonso, sentado en la cama, no podía dejar de mirarla.
Había hecho el camino de regreso desde la casa de comidas como alma que lleva el diablo, apretando en un puño el sobre que le entregara Raimundo, a sabiendas de que en su interior podría encontrarse su futuro. "¿Acaso lo cita en algún lugar? ¿O será una despedida?". Ambas posibilidades le martilleaban la cabeza, dejándole apenas respirar. Tenía que encontrar a Severiano. Él no era quién para leer aquella carta, pero si conseguía entregarla con la suficiente indiferencia, quizá pudiera enterarse de su contenido igualmente. Llegó a casa y allí encontró a Ramiro. Su hermano reaccinó con tan sólo verle el semblante:
-Alfonso, ¿qué ha pasado? - dijo poniéndose en pie.
-Severiano... Emilia... su padre.. no.. - Alfonso no atinaba a ordenar la cascada de palabras que acudían a su boca.
-¡Tranquilízate Alfonso! Siéntate y bebe algo, te falta el resuello. Cálmate -dijo Ramiro acercándole un cazo de vino- y cuéntamelo todo.
Alfonso echó un trago, respiró hondo y habló:
-Emilia, Ramiro... Emilia se ha ido de Puente Viejo. No sabemos dónde está.
-Pero ¿Por qué se ha ido?- preguntó Ramiro asombrado.
-No hay tiempo, hermano. ¿Dónde está Severiano? - dijo buscando a su alrededor con urgencia.
-Salió hacia Villalpanda... no quise saber más, no vaya a ser que luego resulte que yo también estaba allí sin saberlo- rezongó Ramiro.
-¡Maldito hijo de mala madre!- grito Alfonso dando un puñetazo en la pared.
-Alfonso, dime ya qué pasa. ¿Que ese papel que llevas en la mano? ¡Y siéntate de una vez!- dijo acercándose a su hermano y guiándole hasta el taburete- nunca te había visto así.
-Emilia... - Alfonso cabeceó, ¡cómo le dolía aquello!, no podía ni imaginar por lo que habría pasado la pobre muchacha- Ramiro, Emilia no es una Ulloa. No conozco los detalles pero ni Raimundo es su padre ni Sebastián es su hermano.
-¿Quée?
-Lo que oyes. -tragó saliva- Emilia no es una Ulloa, Ramiro, ¿te das cuenta de lo que es eso?¿de cómo debe sentirse? Y no sólo eso.
-No, si va a ser verdad que se acaba el mundo como dice Hipólito.
-Ramiro, esta mañana Severiano me dijo que se habían acostado. Salí corriendo de aquí sin querer oír nada más y por la noche acabé sin saber cómo en la casa de comidas. Allí estaba Raimundo con una carta de despedida de Emilia en las manos... Y esta otra para el malnacido de Severiano. Pensé que se habrían ido juntos... ahora no sé qué pensar.
-¡Ábrela!
-¡NO! -El tono de Alfonso no admitía réplica.- se la daré a Severiano tal y como me han encomendado. No puedo hacerle eso a Emilia.
-De acuerdo... ¿Quieres que la abra yo?
Alfonso se puso en pie.
-¿Villalpanda dices?
-¡Espera! ¡espera, hermano! Tú no vas a ninguna parte así. No necesitamos más disgustos en esta familia.
-Tengo que encontrar a Severiano.
-... y partirle la cara, lo sé. Pero bastante penar tiene ya madre con Juan, como para que añadamos uno más. Quédate aqui que yo te traigo a Severiano, aunque me lleve toda la noche.
En ese momento entró Juan a la casa.
-Juan, acompáñame a Villalpanda, que de seguro sabrás guiarte mejor que yo.- dijo Ramiro, volviéndole a dar la gorra que acababa de colgar de la puerta.
-¿Qué ocurre?- preguntó Juan asombrado.
-No hay tiempo, por el camino te lo explico.
Salieron los dos dejando a Alfonso con el puño cerrado alrededor de la carta. La colocó sobre la mesa y se llevó la mano a la cara mientras se dejaba caer en el camastro. Olía a lavanda.
#773
10/10/2011 08:06
Parte 3.-
Alfonso iba de un lado a otro de la habitación como un animal enjaulado. "¡Dónde estás Emilia!¡Dónde!"
De pronto se abrió la puerta y allí estaba él, flanqueado por sus dos hermanos y con el pelo empapado.
-Lo encontramos abrazado a una farola -explicó Ramiro.- Pensamos que mejor sería traértelo despejado así que le metimos la cabeza en el pilón de Doña Mercedes. Aún así, sigue bastante achispado.
-No sé que mosca os ha picado Castañeda... yo simplemente estaba tomaaaandome unos chatos sin hacer daño a naaaaaaaaadie- Dijo Severiano dando un traspiés.
Alfonso saltó como un resorte. De dos zancadas se lo echó a la cara cogiéndolo por la pechera:
-¿Sin hacer daño a nadie?¡Malnacido!¿No sabes que Emilia se ha ido del pueblo?¿O ya no te importa? Dime algo, "guapo", ¿cómo estaba ella cuando, según tú, se entregó en cuerpo y alma a ti? O a lo mejor no te diste ni cuenta..
Severiano pareció recuperar un poco de claridad mental.
-¿Se ha... ido?¿Dón... dónde?
-No lo sabemos - dijo Alfonso apretando los dientes. Le soltó con un empellón, agarró la carta y se la tiró a la cara- Ha dejado esta carta para ti. No te la mereces. Ramiro, Juan, dejadnos solos.
-Alfonso...- protestó Ramiro.
-Tranquilo, no va a pasar nada. Severiano y yo tenemos una conversación pendiente.
Los dos hermanos salieron por la puerta cerrando tras de sí. Al poco Ramiro asomó la cabeza.
-Estaremos cerca.
Alfonso asintió y la cabeza de Ramiro volvió a desaparecer. Severiano se acomodó en un taburete, abrió la carta y empezó a leer. Alfonso se sentó a su lado entrelazando los dedos mientras escrutaba cada gesto de su antiguo amigo. De pronto de los labios de Severiano brotó una carcajada. Alfonso le agarró de la camisa en un único gesto, obligándolo a mirarle.
-¿De qué te ríes condenado?¿Qué es lo que te hace tanta gracia?
La sonrisa se borró al momento de la cara de Severiano.
-Tranquilo amigo...-dijo tratando de desprenderse de las manos de Alfonso- Es sólo que Emilia me ha evitado un trabajo. Siempre tan servicial...-dijo con sorna- Para que yo no me moleste, me ha hecho el favor de abandonarme ella. Soy libre como un pajarito ¿no me sonríe la vida?
Alfonso lo zarandeó.
-Recuerda dos cosas Severiano: ni yo soy ya tu amigo, ni quiero volver a verte por aquí, cerca nuestro o de los Ulloa. ¿Me has entendido?
-Sí, pero no sé por qué...
No lo vio venir. El puñetazo vino como de ninguna parte y lo dejó inconsciente. Alfonso cogió la carta y salió de la casa, donde lo abordaron sus hermanos.
-¿Qué ha pasado? - preguntó Ramiro.
-Nada, está durmiendo la mona, nada más. -dijo mirando de reojo por la puerta y metiéndose la carta en el bolsillo.- Marcho a un lugar tranquilo. Aseguraos de que cuando despierte ya no esté aquí, ni quede nada suyo en esta casa.
-Descuida hermano, será un placer.
El puño le dolía. No sabía qué era más dura, si la pared o la cara de Severiano. Se alejó de la casa sin mirar atrás.
Alfonso iba de un lado a otro de la habitación como un animal enjaulado. "¡Dónde estás Emilia!¡Dónde!"
De pronto se abrió la puerta y allí estaba él, flanqueado por sus dos hermanos y con el pelo empapado.
-Lo encontramos abrazado a una farola -explicó Ramiro.- Pensamos que mejor sería traértelo despejado así que le metimos la cabeza en el pilón de Doña Mercedes. Aún así, sigue bastante achispado.
-No sé que mosca os ha picado Castañeda... yo simplemente estaba tomaaaandome unos chatos sin hacer daño a naaaaaaaaadie- Dijo Severiano dando un traspiés.
Alfonso saltó como un resorte. De dos zancadas se lo echó a la cara cogiéndolo por la pechera:
-¿Sin hacer daño a nadie?¡Malnacido!¿No sabes que Emilia se ha ido del pueblo?¿O ya no te importa? Dime algo, "guapo", ¿cómo estaba ella cuando, según tú, se entregó en cuerpo y alma a ti? O a lo mejor no te diste ni cuenta..
Severiano pareció recuperar un poco de claridad mental.
-¿Se ha... ido?¿Dón... dónde?
-No lo sabemos - dijo Alfonso apretando los dientes. Le soltó con un empellón, agarró la carta y se la tiró a la cara- Ha dejado esta carta para ti. No te la mereces. Ramiro, Juan, dejadnos solos.
-Alfonso...- protestó Ramiro.
-Tranquilo, no va a pasar nada. Severiano y yo tenemos una conversación pendiente.
Los dos hermanos salieron por la puerta cerrando tras de sí. Al poco Ramiro asomó la cabeza.
-Estaremos cerca.
Alfonso asintió y la cabeza de Ramiro volvió a desaparecer. Severiano se acomodó en un taburete, abrió la carta y empezó a leer. Alfonso se sentó a su lado entrelazando los dedos mientras escrutaba cada gesto de su antiguo amigo. De pronto de los labios de Severiano brotó una carcajada. Alfonso le agarró de la camisa en un único gesto, obligándolo a mirarle.
-¿De qué te ríes condenado?¿Qué es lo que te hace tanta gracia?
La sonrisa se borró al momento de la cara de Severiano.
-Tranquilo amigo...-dijo tratando de desprenderse de las manos de Alfonso- Es sólo que Emilia me ha evitado un trabajo. Siempre tan servicial...-dijo con sorna- Para que yo no me moleste, me ha hecho el favor de abandonarme ella. Soy libre como un pajarito ¿no me sonríe la vida?
Alfonso lo zarandeó.
-Recuerda dos cosas Severiano: ni yo soy ya tu amigo, ni quiero volver a verte por aquí, cerca nuestro o de los Ulloa. ¿Me has entendido?
-Sí, pero no sé por qué...
No lo vio venir. El puñetazo vino como de ninguna parte y lo dejó inconsciente. Alfonso cogió la carta y salió de la casa, donde lo abordaron sus hermanos.
-¿Qué ha pasado? - preguntó Ramiro.
-Nada, está durmiendo la mona, nada más. -dijo mirando de reojo por la puerta y metiéndose la carta en el bolsillo.- Marcho a un lugar tranquilo. Aseguraos de que cuando despierte ya no esté aquí, ni quede nada suyo en esta casa.
-Descuida hermano, será un placer.
El puño le dolía. No sabía qué era más dura, si la pared o la cara de Severiano. Se alejó de la casa sin mirar atrás.
#774
10/10/2011 08:07
Parte 4.-
"Cuando leas esta carta estaré lejos. Me doy cuenta de que es muy posible que no te importe, ni nada de lo que pueda llegar a decir. Pero escribo más por mí que por ti. No quiero dejar nada atrás.
¡Cuánto tiempo he tardado en verte tal y como eres realmente! Tan necia he sido. Defendiendo lo indefendible, aceptando lo inaceptable. Pero gracias. Gracias por romper al fin todas y cada una de las ilusiones que había levantado a tu alrededor. Lo has hecho a conciencia.
No lo quiero nombrar. No lo merece. Me niego a creer que lo ocurrido anoche tenga nada que ver con el amor, estoy segura de que no hay nada más alejado. Pero eso tú no lo sabes, ni creo que lo aprendas nunca.
Adiós Severiano."
Alfonso apretaba el puño mientras leía la carta bajo un farol, sin percatarse de que un hilillo de sangre se escurría entre sus dedos.
"Cuando leas esta carta estaré lejos. Me doy cuenta de que es muy posible que no te importe, ni nada de lo que pueda llegar a decir. Pero escribo más por mí que por ti. No quiero dejar nada atrás.
¡Cuánto tiempo he tardado en verte tal y como eres realmente! Tan necia he sido. Defendiendo lo indefendible, aceptando lo inaceptable. Pero gracias. Gracias por romper al fin todas y cada una de las ilusiones que había levantado a tu alrededor. Lo has hecho a conciencia.
No lo quiero nombrar. No lo merece. Me niego a creer que lo ocurrido anoche tenga nada que ver con el amor, estoy segura de que no hay nada más alejado. Pero eso tú no lo sabes, ni creo que lo aprendas nunca.
Adiós Severiano."
Alfonso apretaba el puño mientras leía la carta bajo un farol, sin percatarse de que un hilillo de sangre se escurría entre sus dedos.
#775
10/10/2011 08:07
Parte 5.-
El tiempo pasaba y seguían sin noticias de Emilia. Ya hacía casi dos meses desde su marcha, que pesaban como una losa en el pecho de Alfonso.
Las cosas habían cambiado mucho desde entonces. En vista de que el muchacho se encontraba sin oficio ni beneficio, Raimundo dejaba frecuentemente la casa de comidas en manos de Juan mientras él recorría los caminos en busca de su hija perdida. Era sorprendente como el joven Juan había asimilado la situación, y al igual que en su día hizo Raimundo, había conseguido apartarse de una vida de pendencias regentando precisamente una taberna, lugar que tantas veces lo vió caer. Alfonso acudía cada atardecer tras la faena a echar una mano a su hermano, esperando en vano encontrar noticias de Emilia.
Hubiera salido de buena gana en su busca, pero no podía dejar a su madre sola sin nadie que trabajara las tierras. Ramiro tuvo que marchar con su padre a Galicia y con Juan ocupado como estaba en la cantina, su madre no contaba más que con él.
Durante el día trabajaba como un condenado intentando agotarse para caer rendido cada noche. Aún así, en muchas ocasiones el amanecer lo encontraba desvelado, enfermo de preocupación por Emilia.
Esta mañana era uno de esos días. Se levantó procurando no hacer ruido, y se acercó al catre de Juan.
-Hermano, duerme un poco más, que hoy me encargo yo de abrir la casa de comidas.
-Mmmfff, dios te lo pague hermano.
-¡Mequetrefe!
Salió cerrando la puerta tras de sí y se encaminó al pueblo. Le gustaba recorrer ese camino a aquellas horas tan tempranas, sin cruzarse con nadie, y con aquel olor a lavanda. Cogió una espiga y la fue mordisqueando, porque tarde se dió cuenta de que no había desayunado.
Al llegar a la casa de comidas fue directo a la cocina a tomar algo antes de ponerse con la faena de bajar sillas y adecentar mesas. Sonrió al recordar aquel desayuno que no hace tanto prepararon Ramiro y él ante las protestas de Emilia, que no podía pararse quieta.
Tras el refrigerio comenzó con la tarea, y pronto se encontraba detrás de la barra secando vasos y colocando botellas a la espera del primer parroquiano que quisiera desayunarse antes de ir a trabajar. En esas estaba, colocando la última botella en lo alto de la estantería cuando oyó unos pasos acercándose desde la puerta.
-Esa botella no va ahí.- dijo una voz de mujer a su espalda.
- ¡Emilia! - se volvió sorprendido. Allí estaba ella, y aunque a contraluz no distinguía sus rasgos, hubiera reconocido esa figura entre diez mil.
El tiempo pasaba y seguían sin noticias de Emilia. Ya hacía casi dos meses desde su marcha, que pesaban como una losa en el pecho de Alfonso.
Las cosas habían cambiado mucho desde entonces. En vista de que el muchacho se encontraba sin oficio ni beneficio, Raimundo dejaba frecuentemente la casa de comidas en manos de Juan mientras él recorría los caminos en busca de su hija perdida. Era sorprendente como el joven Juan había asimilado la situación, y al igual que en su día hizo Raimundo, había conseguido apartarse de una vida de pendencias regentando precisamente una taberna, lugar que tantas veces lo vió caer. Alfonso acudía cada atardecer tras la faena a echar una mano a su hermano, esperando en vano encontrar noticias de Emilia.
Hubiera salido de buena gana en su busca, pero no podía dejar a su madre sola sin nadie que trabajara las tierras. Ramiro tuvo que marchar con su padre a Galicia y con Juan ocupado como estaba en la cantina, su madre no contaba más que con él.
Durante el día trabajaba como un condenado intentando agotarse para caer rendido cada noche. Aún así, en muchas ocasiones el amanecer lo encontraba desvelado, enfermo de preocupación por Emilia.
Esta mañana era uno de esos días. Se levantó procurando no hacer ruido, y se acercó al catre de Juan.
-Hermano, duerme un poco más, que hoy me encargo yo de abrir la casa de comidas.
-Mmmfff, dios te lo pague hermano.
-¡Mequetrefe!
Salió cerrando la puerta tras de sí y se encaminó al pueblo. Le gustaba recorrer ese camino a aquellas horas tan tempranas, sin cruzarse con nadie, y con aquel olor a lavanda. Cogió una espiga y la fue mordisqueando, porque tarde se dió cuenta de que no había desayunado.
Al llegar a la casa de comidas fue directo a la cocina a tomar algo antes de ponerse con la faena de bajar sillas y adecentar mesas. Sonrió al recordar aquel desayuno que no hace tanto prepararon Ramiro y él ante las protestas de Emilia, que no podía pararse quieta.
Tras el refrigerio comenzó con la tarea, y pronto se encontraba detrás de la barra secando vasos y colocando botellas a la espera del primer parroquiano que quisiera desayunarse antes de ir a trabajar. En esas estaba, colocando la última botella en lo alto de la estantería cuando oyó unos pasos acercándose desde la puerta.
-Esa botella no va ahí.- dijo una voz de mujer a su espalda.
- ¡Emilia! - se volvió sorprendido. Allí estaba ella, y aunque a contraluz no distinguía sus rasgos, hubiera reconocido esa figura entre diez mil.
#776
10/10/2011 08:08
Parte 6.-
Salió corriendo desde detrás de la barra hacia ella y se detuvo, indeciso. La distancia que restaba la recorrió Emilia para rodearle el cuello con los brazos. Alfonso la estrechó fuertemente contra sí, aún dudando de que aquello fuera cierto y no producto de su imaginación.
- Emilia... - murmuró con la cabeza escondida en su hombro. - Emilia... Has vuelto...
- He vuelto.. -dijo ella apartándose suavemente del abrazo y tomándole las manos - ¡Para quedarme! si es que aún tengo un sitio aquí... -dijo con una sonrisa en los labios.
-¡Que cosas dices muchacha!¡Cómo no vas a tener un sitio! - rió él.
Y así los encontró el primer parroquiano en acudir aquel día, con las manos entrelazadas. Emilia, azorada tras oir los pasos a su espalda, apartó las manos de entre las suyas y se arremangó con brío, encaminándose a la cocina.
-Supongo que todo sigue donde siempre... ¿y mi padre? - y en este punto, un ligero temblor en la voz la delató.
-¡Quién sabe! Desde que te marchaste no ha dejado de viajar buscándote, ahora es Juan quien atiende la casa de comidas, mientras él recorre los caminos para encontrarte - dijo siguiéndola a la cocina.- ¿Donde estabas, Emilia? - preguntó con un deje de preocupación en la voz.
Ella ya trajinaba entre fogones con el delantal puesto, como si nunca hubiera faltado. Poniendo agua a calentar, picando verduras... la escena era un bálsamo para el corazón de Alfonso.
-Con mi tío Eulalio en una casita que tiene cerca de la frontera con Francia. Es un lugar tranquilo, y pude recapacitar sobre todo lo que me había pasado... - se quedó absorta con el cuchillo detenido a medio camino de la tabla de cortar.
Una sombra cruzó el semblante de Alfonso.
-Yo... lo siento mucho Emilia...
-No te preocupes Alfonso, lo peor ya pasó -dijo con una sonrisa triste- Anda, ve, que los parroquianos esperan..
Así pasó la mañana. Emilia en la cocina, Alfonso atendiendo en la barra, escapando a los fogones a la menor ocasión para continuar hablando con ella. Se interrogaron mutuamente, Emilia no dejaba de preguntar por todo lo acaecido desde su partida. Alfonso bebía cada palabra de lo que ella relataba.
- ¿No decías que era Juan quién llevaba la casa de comidas? ¿Dónde estará? - preguntó Emilia mientras se ponía a secar vasos a su lado.
- Ese tunante se aprovecha de que hoy es mi día libre... -rió Alfonso. Emilia rió con él, a su lado.
"Que no venga nunca, que mi vida sea esto." pensó Alfonso para sus adentros.
Salió corriendo desde detrás de la barra hacia ella y se detuvo, indeciso. La distancia que restaba la recorrió Emilia para rodearle el cuello con los brazos. Alfonso la estrechó fuertemente contra sí, aún dudando de que aquello fuera cierto y no producto de su imaginación.
- Emilia... - murmuró con la cabeza escondida en su hombro. - Emilia... Has vuelto...
- He vuelto.. -dijo ella apartándose suavemente del abrazo y tomándole las manos - ¡Para quedarme! si es que aún tengo un sitio aquí... -dijo con una sonrisa en los labios.
-¡Que cosas dices muchacha!¡Cómo no vas a tener un sitio! - rió él.
Y así los encontró el primer parroquiano en acudir aquel día, con las manos entrelazadas. Emilia, azorada tras oir los pasos a su espalda, apartó las manos de entre las suyas y se arremangó con brío, encaminándose a la cocina.
-Supongo que todo sigue donde siempre... ¿y mi padre? - y en este punto, un ligero temblor en la voz la delató.
-¡Quién sabe! Desde que te marchaste no ha dejado de viajar buscándote, ahora es Juan quien atiende la casa de comidas, mientras él recorre los caminos para encontrarte - dijo siguiéndola a la cocina.- ¿Donde estabas, Emilia? - preguntó con un deje de preocupación en la voz.
Ella ya trajinaba entre fogones con el delantal puesto, como si nunca hubiera faltado. Poniendo agua a calentar, picando verduras... la escena era un bálsamo para el corazón de Alfonso.
-Con mi tío Eulalio en una casita que tiene cerca de la frontera con Francia. Es un lugar tranquilo, y pude recapacitar sobre todo lo que me había pasado... - se quedó absorta con el cuchillo detenido a medio camino de la tabla de cortar.
Una sombra cruzó el semblante de Alfonso.
-Yo... lo siento mucho Emilia...
-No te preocupes Alfonso, lo peor ya pasó -dijo con una sonrisa triste- Anda, ve, que los parroquianos esperan..
Así pasó la mañana. Emilia en la cocina, Alfonso atendiendo en la barra, escapando a los fogones a la menor ocasión para continuar hablando con ella. Se interrogaron mutuamente, Emilia no dejaba de preguntar por todo lo acaecido desde su partida. Alfonso bebía cada palabra de lo que ella relataba.
- ¿No decías que era Juan quién llevaba la casa de comidas? ¿Dónde estará? - preguntó Emilia mientras se ponía a secar vasos a su lado.
- Ese tunante se aprovecha de que hoy es mi día libre... -rió Alfonso. Emilia rió con él, a su lado.
"Que no venga nunca, que mi vida sea esto." pensó Alfonso para sus adentros.
#777
10/10/2011 08:09
Parte 7.-
Tras la vuelta de Raimundo, las semanas transcurrían plácidamente en la casa de comidas. Animado por Emilia, Juan pintó unos cuadros para alegrar el comedor, y más de un viajero alojado en la posada mostró su interés por la compra de algunos de ellos.
Hasta que un buen día un mecenas de la capital se presentó en Puente Viejo para ofrecer a Juan una serie de trabajos bajo su tutela.
-Ve hijo, ve -lo animó Raimundo- Me has ayudado mucho todo este tiempo, pero seamos realistas, lo tuyo es el arte. Además ya tengo de vuelta a mi querida niña, y con ella nada me falta. - dijo estrechando tiernamente contra sí a Emilia.
-No se preocupe Raimundo, que yo puedo pasarme por las tardes cuando termine en el campo, a echarles una mano. -se ofreció Alfonso.
-Tal y como has hecho todo este tiempo, no creas que no te lo agradezco.
Y así era. Alfonso no había dejado pasar un sólo día sin visitar la casa de comidas. Algunos días atendía a la barra, otros acompañaba a Emilia a por suministros, otros la ayudaba en la cocina...
-¡Pero dónde vas con tantas!¡No tienes medida Castañeda!¡Ni cortando leña, ni pelando patatas!- le reñía Emilia entre risas.
-¡Pues no me entretengas con tu charla, mujer!- replicaba él guiñándole un ojo.
Habían recuperado la antigua complicidad que antaño existía entre ellos. Como resultado, las risas inundaban la casa de comidas cada tarde, para satisfacción de Raimundo, que veía como, en manos de Alfonso, la sonrisa de Emilia iba perdiendo cada día un poquito de la tristeza que dejara traslucir cuando regresó de casa de su tío.
Por la noche Emilia canturreaba pasando la escoba, mientras Alfonso subía las sillas encima de las mesas.
-Ya es tarde Alfonso, ve a dormir que mañana has de madrugar.
-La verdad es que estoy molido- contestó Alfonso arqueando la espalda.
-Anda ve, ya termino yo con eso.
-Mañana traeré las herramientas y arreglaré la alacena.
-Vete ya.. - Le empujó cariñosamente hacia la puerta con una sonrisa.
Cerró la puerta y se quedó acariciando el quicio, pensativa. "¡Qué haría yo sin ti!" suspiró.
-Emilia. -Raimundo se aproximó a ella- ¿Estás bien?
-Claro que sí, padre, ¿por que habría de estar mal? - se volvió y le sonrió distraída.
Raimundo se quedó mirándola y sonrió a su vez. La cogió por los hombros guiándola hasta una de las mesas.
-Mi pequeña... Anda, ven aquí y cuéntaselo a tu viejo padre. Siéntate.
-No es nada padre, es sólo que.. que...
-Que te has dado cuenta de que ya no ves a ese hombre que acaba de cruzar la puerta como a un amigo.
-¡Pero, padre!- rió nerviosa-¡Qué cosas dice usted!
-Emilia... - Raimundo entornó los ojos.
-Bueno... quizá sí sea eso... -se retorcía las manos- pero poco importa, porque él anda enamoriscado de otra desde hace tiempo, aunque no debe saberlo la muy tonta.
Raimundo rió con ganas. Emilia lo miro estupefacta.
-¡Lo que me faltaba!¡Que se chancee de mí!-dijo apoyándose en la mesa y levantándose con ímpetu.
Raimundo la agarró por la muñeca y volvió a sentarla:
-Espera muchacha,... -le sonrió- Quizá no debiera decirte esto... ¿recuerdas a tu admirador secreto?
-Sí... ¿qué tiene que ver... - de pronto se quedó callada y abrió mucho los ojos- ¿Alfonso?
Raimundo asintió.
-¿Y usted lo sabía?
-Por casualidad lo descubrí mientras te dejaba un regalo bajo la barra. Me hizo prometer que no te diría nada.
-La cajita de música... que yo destrocé..
-Si le hubieras visto durante tu ausencia... no parecía el mismo...
Emilia se levantó de un salto y salió corriendo por la puerta.
-¡Emilia!...¡Emilia! -Raimundo suspiró, levantándose para terminar de recoger las mesas con una sonrisa en los labios.
Tras la vuelta de Raimundo, las semanas transcurrían plácidamente en la casa de comidas. Animado por Emilia, Juan pintó unos cuadros para alegrar el comedor, y más de un viajero alojado en la posada mostró su interés por la compra de algunos de ellos.
Hasta que un buen día un mecenas de la capital se presentó en Puente Viejo para ofrecer a Juan una serie de trabajos bajo su tutela.
-Ve hijo, ve -lo animó Raimundo- Me has ayudado mucho todo este tiempo, pero seamos realistas, lo tuyo es el arte. Además ya tengo de vuelta a mi querida niña, y con ella nada me falta. - dijo estrechando tiernamente contra sí a Emilia.
-No se preocupe Raimundo, que yo puedo pasarme por las tardes cuando termine en el campo, a echarles una mano. -se ofreció Alfonso.
-Tal y como has hecho todo este tiempo, no creas que no te lo agradezco.
Y así era. Alfonso no había dejado pasar un sólo día sin visitar la casa de comidas. Algunos días atendía a la barra, otros acompañaba a Emilia a por suministros, otros la ayudaba en la cocina...
-¡Pero dónde vas con tantas!¡No tienes medida Castañeda!¡Ni cortando leña, ni pelando patatas!- le reñía Emilia entre risas.
-¡Pues no me entretengas con tu charla, mujer!- replicaba él guiñándole un ojo.
Habían recuperado la antigua complicidad que antaño existía entre ellos. Como resultado, las risas inundaban la casa de comidas cada tarde, para satisfacción de Raimundo, que veía como, en manos de Alfonso, la sonrisa de Emilia iba perdiendo cada día un poquito de la tristeza que dejara traslucir cuando regresó de casa de su tío.
Por la noche Emilia canturreaba pasando la escoba, mientras Alfonso subía las sillas encima de las mesas.
-Ya es tarde Alfonso, ve a dormir que mañana has de madrugar.
-La verdad es que estoy molido- contestó Alfonso arqueando la espalda.
-Anda ve, ya termino yo con eso.
-Mañana traeré las herramientas y arreglaré la alacena.
-Vete ya.. - Le empujó cariñosamente hacia la puerta con una sonrisa.
Cerró la puerta y se quedó acariciando el quicio, pensativa. "¡Qué haría yo sin ti!" suspiró.
-Emilia. -Raimundo se aproximó a ella- ¿Estás bien?
-Claro que sí, padre, ¿por que habría de estar mal? - se volvió y le sonrió distraída.
Raimundo se quedó mirándola y sonrió a su vez. La cogió por los hombros guiándola hasta una de las mesas.
-Mi pequeña... Anda, ven aquí y cuéntaselo a tu viejo padre. Siéntate.
-No es nada padre, es sólo que.. que...
-Que te has dado cuenta de que ya no ves a ese hombre que acaba de cruzar la puerta como a un amigo.
-¡Pero, padre!- rió nerviosa-¡Qué cosas dice usted!
-Emilia... - Raimundo entornó los ojos.
-Bueno... quizá sí sea eso... -se retorcía las manos- pero poco importa, porque él anda enamoriscado de otra desde hace tiempo, aunque no debe saberlo la muy tonta.
Raimundo rió con ganas. Emilia lo miro estupefacta.
-¡Lo que me faltaba!¡Que se chancee de mí!-dijo apoyándose en la mesa y levantándose con ímpetu.
Raimundo la agarró por la muñeca y volvió a sentarla:
-Espera muchacha,... -le sonrió- Quizá no debiera decirte esto... ¿recuerdas a tu admirador secreto?
-Sí... ¿qué tiene que ver... - de pronto se quedó callada y abrió mucho los ojos- ¿Alfonso?
Raimundo asintió.
-¿Y usted lo sabía?
-Por casualidad lo descubrí mientras te dejaba un regalo bajo la barra. Me hizo prometer que no te diría nada.
-La cajita de música... que yo destrocé..
-Si le hubieras visto durante tu ausencia... no parecía el mismo...
Emilia se levantó de un salto y salió corriendo por la puerta.
-¡Emilia!...¡Emilia! -Raimundo suspiró, levantándose para terminar de recoger las mesas con una sonrisa en los labios.
#778
10/10/2011 08:09
Parte 8.-
Salió en su busca, con las faldas arremangadas para que no le estorbaran en la carrera. Corrió hasta las afueras del pueblo, pero era noche cerrada y al no verle tuvo miedo. "Que tonta eres, Emilia Ulloa." se dijo dando una patada a una piedra del camino y dejando caer las faldas con rabia.
Regresaba lentamente a casa, desmadejada, despeinada y desilusionada.
-¡Bella Emilia!¡Qué sorpresa encontrarte! No deberías andar sola por ahí a estas horas.. además, el fin del mundo está cerca y si ha de inundarse todo el planeta, por fuerza tiene que empezar a llover enseguida. Por eso yo ya no salgo a la calle sin esto -dió unas vueltas al paraguas que llevaba en la mano- ¡Pero no se hable más! Te acompaño hasta tu puerta.. ¡que no se diga que a la bella Emilia se le mojó uno sólo de sus cabellos por mi culpa!
-¡Hipólito! - no pudo evitar que se le escapara una carcajada - ¿Aún sigues con esos vaticinios? -preguntó, aceptando el brazo que el muchacho le ofrecía.
-No es cosa de broma Emilia, el futuro de la humanidad está en mis manos. -contestó, ufano- Estoy construyendo un barco, y en él subiré un macho y una hembra de cada especie, pero lo más importante es la preservación del género humano, para ello como representantes de dicho género he escogido a Mariana y...
Emilia ya no escuchaba.. caminaba a su lado, pero sus pensamientos estaban en otro lugar.
-..., por eso creo que deben ir más personas en el barco ¿Querrás venir?
-¿Eh? claro, claro que iré contigo.
-¡Bien!
Continuaron caminando.
-Hipólito...
-¿Sí, bella Emilia?
-¿Tú me harías un favor?
Salió en su busca, con las faldas arremangadas para que no le estorbaran en la carrera. Corrió hasta las afueras del pueblo, pero era noche cerrada y al no verle tuvo miedo. "Que tonta eres, Emilia Ulloa." se dijo dando una patada a una piedra del camino y dejando caer las faldas con rabia.
Regresaba lentamente a casa, desmadejada, despeinada y desilusionada.
-¡Bella Emilia!¡Qué sorpresa encontrarte! No deberías andar sola por ahí a estas horas.. además, el fin del mundo está cerca y si ha de inundarse todo el planeta, por fuerza tiene que empezar a llover enseguida. Por eso yo ya no salgo a la calle sin esto -dió unas vueltas al paraguas que llevaba en la mano- ¡Pero no se hable más! Te acompaño hasta tu puerta.. ¡que no se diga que a la bella Emilia se le mojó uno sólo de sus cabellos por mi culpa!
-¡Hipólito! - no pudo evitar que se le escapara una carcajada - ¿Aún sigues con esos vaticinios? -preguntó, aceptando el brazo que el muchacho le ofrecía.
-No es cosa de broma Emilia, el futuro de la humanidad está en mis manos. -contestó, ufano- Estoy construyendo un barco, y en él subiré un macho y una hembra de cada especie, pero lo más importante es la preservación del género humano, para ello como representantes de dicho género he escogido a Mariana y...
Emilia ya no escuchaba.. caminaba a su lado, pero sus pensamientos estaban en otro lugar.
-..., por eso creo que deben ir más personas en el barco ¿Querrás venir?
-¿Eh? claro, claro que iré contigo.
-¡Bien!
Continuaron caminando.
-Hipólito...
-¿Sí, bella Emilia?
-¿Tú me harías un favor?
#779
10/10/2011 08:10
Parte 9.-
La primera luz del alba que se colaba por la rendija de la contraventana lo despertó. Dio media vuelta en el jergón tratando de volver a conciliar el sueño, pero unos cuchicheos en el exterior atrajeron su atención.
-¿Y dices que ella te lo pidió?- era la voz de Mariana.
-Sí, me hizo abrir el colmado y ella misma lo escogió.
"¿Hipólito aquí a estas horas de la mañana?" pensó Alfonso extrañado.
-Como ella tiene que abrir temprano la casa de comidas, me rogó que yo mismo lo trajera y lo colocara bajo su ventana. Por supuesto accedí, porque eso me daba la oportunidad de volver a verte, Mariana, mi reina, futura madre de la huma...
-Baja la voz Hipólito, que te embalas y pierdes el oremus...
-Le prometí que nadie se enteraría, Mariana, por favor, no se lo digas a nadie...-dijo él bajando la voz.
-Ven, te mostraré cuál es su ventana, ssssh! chitón!
Se oyeron pasos acercándose. Un roce. Pasos que se alejaban. Alfonso esperó a oír que Mariana entraba de nuevo en la casa y abrió la ventana. Un paquetito envuelto en papel de regalo descansaba sobre el alféizar. A Alfonso le temblaba el pulso al ir a cogerlo. Volvió a sentarse en la cama y deshizo el paquete con los dedos torpes por el nerviosismo. Una suave pañoleta color vino asomó entre el delicado papel de seda que la envolvía.
"Emilia..." Alfonso dejó vagar la mirada a través de la ventana mientras acariciaba la tela en sus manos. Sonreía.
La primera luz del alba que se colaba por la rendija de la contraventana lo despertó. Dio media vuelta en el jergón tratando de volver a conciliar el sueño, pero unos cuchicheos en el exterior atrajeron su atención.
-¿Y dices que ella te lo pidió?- era la voz de Mariana.
-Sí, me hizo abrir el colmado y ella misma lo escogió.
"¿Hipólito aquí a estas horas de la mañana?" pensó Alfonso extrañado.
-Como ella tiene que abrir temprano la casa de comidas, me rogó que yo mismo lo trajera y lo colocara bajo su ventana. Por supuesto accedí, porque eso me daba la oportunidad de volver a verte, Mariana, mi reina, futura madre de la huma...
-Baja la voz Hipólito, que te embalas y pierdes el oremus...
-Le prometí que nadie se enteraría, Mariana, por favor, no se lo digas a nadie...-dijo él bajando la voz.
-Ven, te mostraré cuál es su ventana, ssssh! chitón!
Se oyeron pasos acercándose. Un roce. Pasos que se alejaban. Alfonso esperó a oír que Mariana entraba de nuevo en la casa y abrió la ventana. Un paquetito envuelto en papel de regalo descansaba sobre el alféizar. A Alfonso le temblaba el pulso al ir a cogerlo. Volvió a sentarse en la cama y deshizo el paquete con los dedos torpes por el nerviosismo. Una suave pañoleta color vino asomó entre el delicado papel de seda que la envolvía.
"Emilia..." Alfonso dejó vagar la mirada a través de la ventana mientras acariciaba la tela en sus manos. Sonreía.
#780
10/10/2011 08:10
Parte 10.-
Aquel día Alfonso volvió a casa corriendo al terminar con la faena. Se aseó y se puso una camisa y unos pantalones limpios. Se anudó la pañoleta nueva alrededor del cuello. Tras ajustarse la gorra, cogió la caja de herramientas y salió rumbo a la casa de comidas, con una sonrisa en los labios y el corazón desbocado en el pecho.
Al llegar encontró a Raimundo tras la barra.
-Buenas tardes Raimundo -dijo quitándose la gorra y dejando la caja de herramientas en el suelo.- ¿Me da un vaso de agua? Hoy hace un calor de mil demonios.
Raimundo lo miró de reojo mientras le servía un buen vaso de agua fresca.
-¿Ah, sí? No lo había notado. - echó un vistazo por encima de la barra a la caja de herramientas- Veo que has venido bien pertrechado. Estupendo, esa alacena casi no se tiene en pie. Anda hijo, ve a la cocina que cuanto antes empieces la tarea, antes acabarás.
Alfonso asintió, dio un último trago al vaso de agua y fue hacia la cocina. Raimundo sonrió para sí y continuó secando vasos.
Emilia revolvía los pucheros. Tenía las mejillas arreboladas por el calor del vapor que manaba de las ollas. Se apartó un mechón de pelo que le caía sobre la frente con el dorso de la mano y suspiró. Alfonso se quedo quieto por un momento, mirándola embelesado. Carraspeó.
-Ese cocido huele que alimenta, Emilia.
Ella se volvió y le sonrió.
-Mejor sabrá.
Él se acerco a los fogones y se asomó a mirar el contenido de las ollas, muy cerca de ella.
-¿Puedo probarlo?
-¡Ni hablar! todavía no está lo suficientemente hecho. - Sin poder evitarlo los ojos de Emilia se escaparon hasta el pañuelo que lucía Alfonso en el cuello. Rápidamente apartó la mirada, pero no antes de que él se percatara de todo. Ella lo empujó riñendo- Anda, quita, déjame terminar con esto, ¡zalamero!
Alfonso se acercó a la alacena y sacó las herramientas, se arremangó y comenzó la labor. Emilia lo miraba de reojo de vez en cuando, y él hacía otro tanto. Al poco, Emilia habló.
-Ese... ¿ese pañuelo es nuevo?
-¿Te has fijado? tiene una historia curiosa...-Alfonso seguía con la tarea mientras hablaba, tratando de parecer despreocupado, aunque el corazón casi se le saliera del pecho- Me lo encontré está mañana al levantarme, alguien lo había dejado en mi ventana.
-¿De verdad? -Emilia abrió mucho los ojos.
-Así es,.... parece que no sólo tú tienes un admirador secreto, Emilia Ulloa. -dijo guiñándole un ojo.
Emilia, azorada, volvió a remover los pucheros con interés.
-¿Pero tú no andabas enamoriscado de una muchacha? -preguntó sin atreverse a apartar la vista de los fogones.
-Sí, aunque nunca conseguí que me viera siquiera. -Alfonso miraba la espalda de Emilia, tensa. Reanudó la faena- ¡Quizá debería dar una oportunidad a mi admiradora secreta!
Dio un par de golpes de martillo. Al poco un gran estrépito hizo que se volviera, asustado. Una de las cazuelas estaba en el suelo y todo su contenido esparcido alrededor. Dejó caer el martillo y se acercó en dos zancadas hasta Emilia.
-¡Emilia!¿Te has hecho daño? -Le revisó las manos, tomándolas entre las suyas- ¿Te has quemado?
-No, estoy bien. -se le escapó un sollozo. Alfonso la miraba.
-Emilia...
Raimundo entró por la puerta, atraído por el ruido.
-¿Qué ha ocurrido?
-Nada padre, que no puedo ser más torpe, mire la que he organizado. -respondió con una sonrisa, secándose las lágrimas con disimulo.
Raimundo miró a uno y a otra alternativamente. Las manos enlazadas, Alfonso con cara de susto, Emilia con cara de angustia.
-¡Anda, anda! Ve a comprar algo para ofrecer esta noche a los parroquianos, que ya de aquí poco podemos salvar. Yo me ocupo de arreglar este estropicio.
Emilia salió corriendo. Alfonso se quedó petrificado.
-¡Ve, hijo! ¡anda! ¡Acompáñala!- lo animó Raimundo.
Alfonso cogió su gorra y fue en busca de la muchacha.
Aquel día Alfonso volvió a casa corriendo al terminar con la faena. Se aseó y se puso una camisa y unos pantalones limpios. Se anudó la pañoleta nueva alrededor del cuello. Tras ajustarse la gorra, cogió la caja de herramientas y salió rumbo a la casa de comidas, con una sonrisa en los labios y el corazón desbocado en el pecho.
Al llegar encontró a Raimundo tras la barra.
-Buenas tardes Raimundo -dijo quitándose la gorra y dejando la caja de herramientas en el suelo.- ¿Me da un vaso de agua? Hoy hace un calor de mil demonios.
Raimundo lo miró de reojo mientras le servía un buen vaso de agua fresca.
-¿Ah, sí? No lo había notado. - echó un vistazo por encima de la barra a la caja de herramientas- Veo que has venido bien pertrechado. Estupendo, esa alacena casi no se tiene en pie. Anda hijo, ve a la cocina que cuanto antes empieces la tarea, antes acabarás.
Alfonso asintió, dio un último trago al vaso de agua y fue hacia la cocina. Raimundo sonrió para sí y continuó secando vasos.
Emilia revolvía los pucheros. Tenía las mejillas arreboladas por el calor del vapor que manaba de las ollas. Se apartó un mechón de pelo que le caía sobre la frente con el dorso de la mano y suspiró. Alfonso se quedo quieto por un momento, mirándola embelesado. Carraspeó.
-Ese cocido huele que alimenta, Emilia.
Ella se volvió y le sonrió.
-Mejor sabrá.
Él se acerco a los fogones y se asomó a mirar el contenido de las ollas, muy cerca de ella.
-¿Puedo probarlo?
-¡Ni hablar! todavía no está lo suficientemente hecho. - Sin poder evitarlo los ojos de Emilia se escaparon hasta el pañuelo que lucía Alfonso en el cuello. Rápidamente apartó la mirada, pero no antes de que él se percatara de todo. Ella lo empujó riñendo- Anda, quita, déjame terminar con esto, ¡zalamero!
Alfonso se acercó a la alacena y sacó las herramientas, se arremangó y comenzó la labor. Emilia lo miraba de reojo de vez en cuando, y él hacía otro tanto. Al poco, Emilia habló.
-Ese... ¿ese pañuelo es nuevo?
-¿Te has fijado? tiene una historia curiosa...-Alfonso seguía con la tarea mientras hablaba, tratando de parecer despreocupado, aunque el corazón casi se le saliera del pecho- Me lo encontré está mañana al levantarme, alguien lo había dejado en mi ventana.
-¿De verdad? -Emilia abrió mucho los ojos.
-Así es,.... parece que no sólo tú tienes un admirador secreto, Emilia Ulloa. -dijo guiñándole un ojo.
Emilia, azorada, volvió a remover los pucheros con interés.
-¿Pero tú no andabas enamoriscado de una muchacha? -preguntó sin atreverse a apartar la vista de los fogones.
-Sí, aunque nunca conseguí que me viera siquiera. -Alfonso miraba la espalda de Emilia, tensa. Reanudó la faena- ¡Quizá debería dar una oportunidad a mi admiradora secreta!
Dio un par de golpes de martillo. Al poco un gran estrépito hizo que se volviera, asustado. Una de las cazuelas estaba en el suelo y todo su contenido esparcido alrededor. Dejó caer el martillo y se acercó en dos zancadas hasta Emilia.
-¡Emilia!¿Te has hecho daño? -Le revisó las manos, tomándolas entre las suyas- ¿Te has quemado?
-No, estoy bien. -se le escapó un sollozo. Alfonso la miraba.
-Emilia...
Raimundo entró por la puerta, atraído por el ruido.
-¿Qué ha ocurrido?
-Nada padre, que no puedo ser más torpe, mire la que he organizado. -respondió con una sonrisa, secándose las lágrimas con disimulo.
Raimundo miró a uno y a otra alternativamente. Las manos enlazadas, Alfonso con cara de susto, Emilia con cara de angustia.
-¡Anda, anda! Ve a comprar algo para ofrecer esta noche a los parroquianos, que ya de aquí poco podemos salvar. Yo me ocupo de arreglar este estropicio.
Emilia salió corriendo. Alfonso se quedó petrificado.
-¡Ve, hijo! ¡anda! ¡Acompáñala!- lo animó Raimundo.
Alfonso cogió su gorra y fue en busca de la muchacha.