Foro El secreto de Puente Viejo
La Biblioteca (A - K)
#0
17/08/2011 13:26
EL RINCÓN DE AHA
El destino.
EL RINCÓN DE ÁLEX
El Secreto de Puente Viejo, El Origen.
EL RINCÓN DE ABRIL
El mejor hombre de Puente Viejo.
La chica de la trenza I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII.
EL RINCÓN DE ALFEMI
De siempre y para siempre.
Hace frío I, II.
Pensando en ti.
Yo te elegí a ti.
EL RINCÓN DE ANTOJEP
Bajo la luz de la luna I, II, III, IV.
Como un rayo de sol I, II, III, IV.
La traición I, II.
EL RINCÓN DE ARICIA
Reacción I, II, III, IV.
Emilia, el lobo y el cazador.
El secreto de Alfonso Castañeda.
La mancha de mora I, II, III, IV, V.
Historias que se repiten. 20 años después.
La historia de Ana Castañeda I, II, III, VI, V, Final.
EL RINCÓN DE ARTEMISILLA
Ojalá fuera cierto.
Una historia de dos
EL RINCÓN DE CAROLINA
Mi historia.
EL RINCÓN DE CINDERELLA
Cierra los ojos.
EL RINCÓN DE COLGADA
Cartas, huidas, regalos y el diluvio universal I-XI.
El secreto de Gregoria Casas.
La decisión I,II, III, IV, V.
Curando heridas I,II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII.
una nueva vida I,II, III
EL RINCÓN DE CUQUINA
Lo que me sale de las teclas.
El origen de Tristán Ulloa.
EL RINCÓN DE EIZA
En los ojos de un Castañeda.
Bajando a los infiernos.
¡¿De qué?!
Pensamientos
EL RINCÓN DE FERMARÍA
Noche de bodas. (Descarga directa aquí)
Lo que no se ve.
En el baile.
De valientes y cobardes.
Descubriendo a Alfonso.
¿Por qué no me besaste?
Dejarse llevar.
Amar a Alfonso Castañeda.
Serenidad.
Así.
Quiero.
El corazón de un jornalero (I) (II).
Lo único cierto I, II.
Tiempo.
Sabor a chocolate.
EL RINCÓN DE FRANRAI
Un amor inquebrantable.
Un perfecto malentendido.
Gotas del pasado.
EL RINCÓN DE GESPA
La rutina.
Cada cosa en su sitio.
El baile.
Tomando decisiones.
Volver I, II.
Chismorreo.
Sola.
Tareas.
El desayuno.
Amigas.
Risas.
La manzana.
EL RINCÓN DE INMILLA
Rain Over Me I, II, III.
EL RINCÓN DE JAJIJU
Diálogos que nos encantaría que pasaran.
EL RINCÓN DE KERALA
Amor, lucha y rendición I - VII, VIII, IX, X, XI (I) (II), XII, XIII, XIV, XV, XVI,
XVII, XVIII, XIX, XX (I) (II), XXI, XXII (I) (II).
Borracha de tu amor.
Lo que debió haber sido.
Tu amor es mi droga I, II. (Escena alternativa).
PACA´S TABERN I, II.
Recuerdos.
Dibujando tu cuerpo.
Tu amor es mi condena I, II.
Encuentro en la posada. Historia alternativa
Tu amor es mi condena I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI
#721
06/10/2011 22:20
(CONTINUACIÓN)
La vida por Puente Viejo había transcurrido en los últimos 6 meses como siempre, es decir, con un montón de sobresaltos. La doña seguía intentando mangonear a todo el mundo; Sebastián seguía dedicando innumerables horas de trabajo a la conservera, por lo que ya no podía ayudar; su suegra estaba muy enferma, llenando de congoja a sus hijos. Y como siempre la faena no faltaba en la casa de comidas ni en la posada, por lo que Emilia se encontraba agotada. A veces, además se dejaba vencer por la tristeza al recordar el terrible diagnóstico de la doctora Casas cuando meses atrás le había dicho que no podría tener hijos. Pero no podía ir con sus cuitas a Alfonso, que bastante tenía el hombre con el problema de su madre. Tampoco quería preocupar a su padre y a su hermano. ¡Ojalá Pepa estuviera allí! ¡Qué largos se habían hecho aquellas últimas semanas sin ver a su amiga del alma!. Pepa y Tristán estaban de viaje por Madrid arreglando importantes asuntos referentes al verdadero origen de Martín. Si ella estuviera allí tendría con quien desahogarse…Con estos pensamientos en la mollera andaba mientras secaba vasos en la barra y no escuchó la voz familiar que le llegaba desde la puerta.
-Pero ¡qué mala cara tienes amiga!....Emilia…espabila….que soy yo
-¡Pepa, que alegría! ¿Cuándo has vuelto?.-preguntó Emilia mientras salía de la barra para abrazar a su amiga. Ay, no sabes como te he echado de menos-Su voz parecía a punto de quebrarse.
-Lo sé cariño, lo sé. Ya me han contado todo lo que sucede por estos pagos y conociéndote como te conozco imagino que has cargado con todo sobre tus hombros sin pedir ayuda. No si no hay más que verte……estás en los huesos….y esas ojeras. Tienes que descansar y alimentarte. ¿O quieres dejar a Alfonso viudo tan pronto?-le regañó su amiga en tono cariñoso
-Pepa, yo…..tengo miedo-intentó decir pero su voz se quebró por el llanto.
-¿De qué, criatura?. Ven, vamos a tu cuarto y me cuentas, que veo que necesitas desahogarte.
Ambas se dirigieron al cuarto. Emilia se sentó en la cama mientras Pepa, de pie la escuchaba.
-¡Desembucha!
-Es que….es que creo que tengo algo malo-dijo mientras apretaba su mandil con tanta fuerza que los nudillos palidecía- Tú sabes que yo no soy como las demás mujeres….
-¡Ya estamos otra vez con lo mismo!. ¿No quedamos en que no podías mortificarte de esa forma?
-No es eso Pepa. Lo que pasa es….tú sabes que a mi no me viene el periodo todos los meses, que por eso la doctora Casas dice que no puedo concebir, porque mis ovarios no funcionan….-Emilia hizo una pausa para tomar aire- Pero es que ya hace 3 meses y pico que no me viene, y a veces siento molestias en el vientre y…..(su voz se entrecortaba) cada vez me encuentro más cansada.
-¿Y has ido a ver a la galena?-le inquirió Pepa.
-No
-¿Y se puede saber por qué?, alma de cántaro. No si al final eres igual que Raimundo, que os creeis que los médicos muerden.
-Ya lo sé, Pepa. Pero es que cada vez que alguien de mi familia pisa la consulta del galeno es para recibir malas noticias…y tengo mucho miedo-trató de justificarse.
-Anda, túmbate que voy a examinarte. Venga, afloja la saya, ¡no seas boba!
Pepa la examinó cuidadosamente palpando su vientre y escuchando por aquel estetoscopio que le había dado Raimundo como regalo de bodas. Al cabo de pocos minutos le dijo a Emilia
-Anda vístete y vete inmediatamente a ver a la doctora Casas.
-Pepa,¡ no me asustes! Tengo algo malo, ¿verdad?-preguntó asustada.
-No, todo lo contario, pero es mejor que te vea Gregoria. A fin de cuentas yo no soy médico y ella puede darte un diagnóstico más certero.
-Pero estoy sola en la taberna-trató de excusarse
-No te preocupes, que yo me quedo atendiendo. Además si hoy no hay ni un alma.
Había pasado solo media hora cuando entró Alfonso, visiblemente cansado a su vuelta de los campos.
-¡Pepa!. ¡Bienvenida!. ¿Cuándo has llegado?-le preguntó un tanto sorprendido.
-Esta tarde, hace un rato.
-¿Y Emilia? ¿Está en la cocina?
-No, ha ido a la consulta del galeno. No se encontraba bien. Pero no te preocupes, no creo que sea nada malo, sólo que le pasa factura el cansancio-trató de tranquilizarlo al ver el rictus de preocupación en su rostro.
-Si es que no para nunca-se lamentó Alfonso- Además, yo con lo de mi madre no puedo echarle una mano. Ahora mi familia me necesita…
-Ya lo sé, hombre. Tú siempre has estado ahí para sacar adelante a tus hermanos, que has sido como un padre para ellos.Pero si no me equivoco creo que pronto vas a tener que ejercer de padre de verdad-le espetó Pepa con una enorme sonrisa.
Alfonso tardó unos segundos en asimilar lo que la partera le estaba estaba intentando decir. Su rostro se transfiguró y dibujó un enorme interrogante.
-Que sí hombre, que lo has conseguido!. Corre, ve a buscar a Emilia a la consulta.
Alfonso salió corriendo a grandes zancadas. Cruzó la plaza sin saludar a Dolores, y en menos de 30 segundos se disponía a subir por las escaleras que llevaban a la consulta del médico cuando Emilia salía por la puerta. Ambos se miraron y pudo ver las lágrimas de alegría en el rostro de su mujer. En aquel momento supo que iba a ser padre y se dejó caer de rodillas abrazándose a la cintura de Emilia.
-Ves como no hay que perder la esperanza. Además, los Castañeda somos muy cabezotas y yo me había propuesto llenarte el vientre de hijos…..por lo menos una docena
La vida por Puente Viejo había transcurrido en los últimos 6 meses como siempre, es decir, con un montón de sobresaltos. La doña seguía intentando mangonear a todo el mundo; Sebastián seguía dedicando innumerables horas de trabajo a la conservera, por lo que ya no podía ayudar; su suegra estaba muy enferma, llenando de congoja a sus hijos. Y como siempre la faena no faltaba en la casa de comidas ni en la posada, por lo que Emilia se encontraba agotada. A veces, además se dejaba vencer por la tristeza al recordar el terrible diagnóstico de la doctora Casas cuando meses atrás le había dicho que no podría tener hijos. Pero no podía ir con sus cuitas a Alfonso, que bastante tenía el hombre con el problema de su madre. Tampoco quería preocupar a su padre y a su hermano. ¡Ojalá Pepa estuviera allí! ¡Qué largos se habían hecho aquellas últimas semanas sin ver a su amiga del alma!. Pepa y Tristán estaban de viaje por Madrid arreglando importantes asuntos referentes al verdadero origen de Martín. Si ella estuviera allí tendría con quien desahogarse…Con estos pensamientos en la mollera andaba mientras secaba vasos en la barra y no escuchó la voz familiar que le llegaba desde la puerta.
-Pero ¡qué mala cara tienes amiga!....Emilia…espabila….que soy yo
-¡Pepa, que alegría! ¿Cuándo has vuelto?.-preguntó Emilia mientras salía de la barra para abrazar a su amiga. Ay, no sabes como te he echado de menos-Su voz parecía a punto de quebrarse.
-Lo sé cariño, lo sé. Ya me han contado todo lo que sucede por estos pagos y conociéndote como te conozco imagino que has cargado con todo sobre tus hombros sin pedir ayuda. No si no hay más que verte……estás en los huesos….y esas ojeras. Tienes que descansar y alimentarte. ¿O quieres dejar a Alfonso viudo tan pronto?-le regañó su amiga en tono cariñoso
-Pepa, yo…..tengo miedo-intentó decir pero su voz se quebró por el llanto.
-¿De qué, criatura?. Ven, vamos a tu cuarto y me cuentas, que veo que necesitas desahogarte.
Ambas se dirigieron al cuarto. Emilia se sentó en la cama mientras Pepa, de pie la escuchaba.
-¡Desembucha!
-Es que….es que creo que tengo algo malo-dijo mientras apretaba su mandil con tanta fuerza que los nudillos palidecía- Tú sabes que yo no soy como las demás mujeres….
-¡Ya estamos otra vez con lo mismo!. ¿No quedamos en que no podías mortificarte de esa forma?
-No es eso Pepa. Lo que pasa es….tú sabes que a mi no me viene el periodo todos los meses, que por eso la doctora Casas dice que no puedo concebir, porque mis ovarios no funcionan….-Emilia hizo una pausa para tomar aire- Pero es que ya hace 3 meses y pico que no me viene, y a veces siento molestias en el vientre y…..(su voz se entrecortaba) cada vez me encuentro más cansada.
-¿Y has ido a ver a la galena?-le inquirió Pepa.
-No
-¿Y se puede saber por qué?, alma de cántaro. No si al final eres igual que Raimundo, que os creeis que los médicos muerden.
-Ya lo sé, Pepa. Pero es que cada vez que alguien de mi familia pisa la consulta del galeno es para recibir malas noticias…y tengo mucho miedo-trató de justificarse.
-Anda, túmbate que voy a examinarte. Venga, afloja la saya, ¡no seas boba!
Pepa la examinó cuidadosamente palpando su vientre y escuchando por aquel estetoscopio que le había dado Raimundo como regalo de bodas. Al cabo de pocos minutos le dijo a Emilia
-Anda vístete y vete inmediatamente a ver a la doctora Casas.
-Pepa,¡ no me asustes! Tengo algo malo, ¿verdad?-preguntó asustada.
-No, todo lo contario, pero es mejor que te vea Gregoria. A fin de cuentas yo no soy médico y ella puede darte un diagnóstico más certero.
-Pero estoy sola en la taberna-trató de excusarse
-No te preocupes, que yo me quedo atendiendo. Además si hoy no hay ni un alma.
Había pasado solo media hora cuando entró Alfonso, visiblemente cansado a su vuelta de los campos.
-¡Pepa!. ¡Bienvenida!. ¿Cuándo has llegado?-le preguntó un tanto sorprendido.
-Esta tarde, hace un rato.
-¿Y Emilia? ¿Está en la cocina?
-No, ha ido a la consulta del galeno. No se encontraba bien. Pero no te preocupes, no creo que sea nada malo, sólo que le pasa factura el cansancio-trató de tranquilizarlo al ver el rictus de preocupación en su rostro.
-Si es que no para nunca-se lamentó Alfonso- Además, yo con lo de mi madre no puedo echarle una mano. Ahora mi familia me necesita…
-Ya lo sé, hombre. Tú siempre has estado ahí para sacar adelante a tus hermanos, que has sido como un padre para ellos.Pero si no me equivoco creo que pronto vas a tener que ejercer de padre de verdad-le espetó Pepa con una enorme sonrisa.
Alfonso tardó unos segundos en asimilar lo que la partera le estaba estaba intentando decir. Su rostro se transfiguró y dibujó un enorme interrogante.
-Que sí hombre, que lo has conseguido!. Corre, ve a buscar a Emilia a la consulta.
Alfonso salió corriendo a grandes zancadas. Cruzó la plaza sin saludar a Dolores, y en menos de 30 segundos se disponía a subir por las escaleras que llevaban a la consulta del médico cuando Emilia salía por la puerta. Ambos se miraron y pudo ver las lágrimas de alegría en el rostro de su mujer. En aquel momento supo que iba a ser padre y se dejó caer de rodillas abrazándose a la cintura de Emilia.
-Ves como no hay que perder la esperanza. Además, los Castañeda somos muy cabezotas y yo me había propuesto llenarte el vientre de hijos…..por lo menos una docena
#722
07/10/2011 01:50
Un pokito mas de "En los ojos de un castañeda"
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1197/2/en-los-ojos-de-un-castaneda/
A partir del comentario #28
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1197/2/en-los-ojos-de-un-castaneda/
A partir del comentario #28
#723
07/10/2011 02:06
Pepa me encanto entonces y me encanta mas ahora!
#724
07/10/2011 23:34
~~LA HISTORIA DE ANA CASTAÑEDA. 2ª PARTE DE 20 AÑOS DESPUÉS ~~
Ha pasado una semana desde el día de mi cumpleaños. En este tiempo la herida de mi corazón ha comenzado a cerrarse y me doy cuenta que el daño recibido no ha sido tan profundo como el que yo creía. Mi madre tiene razón, como siempre, mi corazón sanará.
También puede que haya ayudado el que apenas haya pisado el pueblo en estos días. Ni mi padre ni mi madre me han insistido en que me acercase por la plaza, y si al resto de mi familia les ha resultado extraño, ellos no me lo han hecho saber.
Así que aquí estoy yo, una semana después, en el patio de mi casa. Ya he terminado todas mis faenas. La casa está recogida y mis hermanos pequeños están en el colegio. Un día normal cualquiera yo estaría en la posada ayudando a mi madre y a mi abuelo, o en la consulta de la tía Gregoria ayudándola con los pacientes. Y sin embargo, sigo encerrada en casa escondiéndome de mis miedos.
Mi padre hace horas que se fue a faenar. Hace casi veinte años se convirtió en el capataz de las tierras que compró Olmo Mesía en nombre de Doña Águeda, la madre de mi tía Pepa. Y todas las mañanas, desde que tengo uso de razón, sale de casa poco después de despuntar el alba habiéndose despedido de todos nosotros con un beso en la frente. Mi madre es la última de la que se despide. Sus ojos siempre brillantes y su sonrisa tierna, y deposita el más amoroso de los besos en sus labios y le dice “Adiós, mi vida. Te amo”.
Esta mañana el ritual se ha repetido y sin embargo, ha sido diferente. Mi padre se ha despedido de todos nosotros y por último de mi madre, pero antes de salir por la puerta se ha vuelto hacia mí y me ha acariciado la mejilla antes de hablarme.
- Mi ángel. Eres la persona más fuerte que conozco. Tan fuerte y cabezota como tu madre—me dice sonriendo–Es hora de que vuelvas a vivir tu vida con tus ansias de siempre. Es hora de dejar de esconderse—y entonces me besa nuevamente en la frente y se va.
Las palabras de mi padre se repiten una y otra vez en mi cabeza y poco a poco empiezan a encender una pequeña llama en mi pecho. Tiene razón, me digo, es hora de volver a vivir mi vida como siempre. Sonrío, y con ansias renovadas, entro a casa a recoger mis cosas.
Mi melena castaña ondea salvaje sobre mi espalda y me la termino de recoger en una cola de caballo. Me miro en el espejo para observar el resultado y me detengo a analizar mi reflejo. Parezco la misma Ana de siempre, con los cabellos de Alfonso Castañeda y los ojos y los labios llenos de mi madre, Emilia Ulloa. Y sin embargo no soy la misma, porque la Ana hoy reflejada en el espejo tiene un brillo triste y más maduro en sus ojos.
Salgo de la casa con esos últimos pensamientos aún en mi cabeza y me dirijo hacia el pueblo. Conforme mis pasos me acercan a la plaza, mi nueva voluntad va disminuyendo y me siento temerosa de volver a cruzar mis pasos con Pascual. Aunque estos días me he obligado a mí misma a no pensar en él, no he podido evitar que mi mente volase de vez en cuando hacia Pascual, en si habría notado mi ausencia, si tal vez se arrepentiría por lo ocurrido. Y entonces recordaba las palabras de mi madre y me obligaba a desechar esas estúpidas preguntas de mi cabeza.
En la plaza de Puente Viejo todo parece seguir igual. En el colmado veo a mi tía Mariana despachando a un par de mujeres del pueblo, mientras su suegra, Doña Dolores, cotillea con las clientas. ¡Santa paciencia la de mi tía Mariana!, pienso sonriendo. Al otro lado de la plaza, mi madre me saluda, alegre y me hace un gesto con la mano para que me acerque hasta la posada.
Antes de haber llegado al patio de la posada donde mi madre está organizando unas cuantas mesas, mi tía Gregoria me intercepta. La doctora Casas, como la conoce el pueblo, sigue pareciendo una mujer seria y fría en su trato, pero los que la conocemos mejor podemos ver detrás de esa dura fachada a la mujer pasional, sincera y cariñosa que es. Nadie que viera cómo mira a mi tío Sebastián cuando están juntos o cómo cuida y mima a su pequeño hijo, Jacobo, puede decir que es una mujer fría.
- Buenos días, Ana—me saluda con una tímida sonrisa acudiendo a las comisuras de sus labios. –Me alegra ver que estás de mejor talante y con ganas de volver a tu rutina.
- Si, tía, me encuentro algo mejor.
- Perfecto, porque hoy necesitaría tu ayuda en la consulta—dice volviendo a su actitud autoritaria tan típica en ella. –Además me gustaría hablar contigo. Quisiera proponerte algo.
Yo miro a mi tía confusa e interesada por lo que quiere hablar conmigo. Me dejo arrastrar por ella hacia un rincón más tranquilo y menos transitado de la plaza, mientras siento cómo mi madre nos observa. No parece preocupada, sino más bien ansiosa.
- He estado pensando mucho sobre ti últimamente—dice mi tía. –Siempre te he considerado una muchacha muy inteligente, siempre predispuesta a aprender y ayudar—me siento ruborizar ante los halagos de mi tía. –Y me parecería un desperdicio que tu único futuro consistiese en ayudar a tu madre en la posada, Ana—continúa. –Por eso me gustaría que te planteases estudiar medicina. Te he observado las veces que me has ayudado y creo que podrías llegar a ser un magnífico médico.
Mi cara debe de ser de total perplejidad, pues mi tía asiente con gesto serio confirmando sus palabras. ¿Yo, médico? De pronto un mundo de posibilidades se abre ante mis ojos. Siempre había esperado estar toda mi vida en Puente Viejo, ayudando a mi abuelo y a mi madre en la posada, y con el tiempo encargándome del lugar. Y también me había visto al lado de Pascual, siendo su esposa y cuidando a sus hijos, algo que ya jamás sería.
- Me he tomado la libertad de hablar con tus padres, Ana, y les he expuesto lo mismo que te acabo de contar. Ellos están de acuerdo conmigo y están dispuestos a pagarte los estudios.
- Pero eso es mucho dinero—protesto con voz queda.
- El dinero no importa, Ana. Si tus padres no pudieran pagar tus estudios, cosa que no es así, tu tío Sebastián y yo estaríamos dispuestos a hacernos cargo.
Yo sigo atónita por las palabras de mi tía. Ella me aprieta el brazo con afecto antes de decirme:
- Quiero que te lo pienses, Ana. Además no estarías sola. He hablado con colegas en Madrid y ellos estarían encantados de contar contigo entre sus estudiantes. Incluso ya tendrías resuelto el problema del alojamiento.
Veo que cuando mi tía dice que ha estado pensando durante días en el asunto lo decía muy en serio, pues ya tiene planeado todo.
- Prométeme que te lo pensarás, Ana—insiste levantándome la barbilla para mirarme a los ojos. –Te estaré esperando en la consulta dentro de un rato. Ahora creo que tu madre te espera ansiosa para hablar contigo.
Mi tía se despide con un ligero beso en la mejilla y me deja sola en la plaza, todavía incapaz de creer lo que me acaba de proponer. La veo alejarse y antes de que yo pueda reaccionar, mi madre se acerca a mí y me habla.
**continúa**
Ha pasado una semana desde el día de mi cumpleaños. En este tiempo la herida de mi corazón ha comenzado a cerrarse y me doy cuenta que el daño recibido no ha sido tan profundo como el que yo creía. Mi madre tiene razón, como siempre, mi corazón sanará.
También puede que haya ayudado el que apenas haya pisado el pueblo en estos días. Ni mi padre ni mi madre me han insistido en que me acercase por la plaza, y si al resto de mi familia les ha resultado extraño, ellos no me lo han hecho saber.
Así que aquí estoy yo, una semana después, en el patio de mi casa. Ya he terminado todas mis faenas. La casa está recogida y mis hermanos pequeños están en el colegio. Un día normal cualquiera yo estaría en la posada ayudando a mi madre y a mi abuelo, o en la consulta de la tía Gregoria ayudándola con los pacientes. Y sin embargo, sigo encerrada en casa escondiéndome de mis miedos.
Mi padre hace horas que se fue a faenar. Hace casi veinte años se convirtió en el capataz de las tierras que compró Olmo Mesía en nombre de Doña Águeda, la madre de mi tía Pepa. Y todas las mañanas, desde que tengo uso de razón, sale de casa poco después de despuntar el alba habiéndose despedido de todos nosotros con un beso en la frente. Mi madre es la última de la que se despide. Sus ojos siempre brillantes y su sonrisa tierna, y deposita el más amoroso de los besos en sus labios y le dice “Adiós, mi vida. Te amo”.
Esta mañana el ritual se ha repetido y sin embargo, ha sido diferente. Mi padre se ha despedido de todos nosotros y por último de mi madre, pero antes de salir por la puerta se ha vuelto hacia mí y me ha acariciado la mejilla antes de hablarme.
- Mi ángel. Eres la persona más fuerte que conozco. Tan fuerte y cabezota como tu madre—me dice sonriendo–Es hora de que vuelvas a vivir tu vida con tus ansias de siempre. Es hora de dejar de esconderse—y entonces me besa nuevamente en la frente y se va.
Las palabras de mi padre se repiten una y otra vez en mi cabeza y poco a poco empiezan a encender una pequeña llama en mi pecho. Tiene razón, me digo, es hora de volver a vivir mi vida como siempre. Sonrío, y con ansias renovadas, entro a casa a recoger mis cosas.
Mi melena castaña ondea salvaje sobre mi espalda y me la termino de recoger en una cola de caballo. Me miro en el espejo para observar el resultado y me detengo a analizar mi reflejo. Parezco la misma Ana de siempre, con los cabellos de Alfonso Castañeda y los ojos y los labios llenos de mi madre, Emilia Ulloa. Y sin embargo no soy la misma, porque la Ana hoy reflejada en el espejo tiene un brillo triste y más maduro en sus ojos.
Salgo de la casa con esos últimos pensamientos aún en mi cabeza y me dirijo hacia el pueblo. Conforme mis pasos me acercan a la plaza, mi nueva voluntad va disminuyendo y me siento temerosa de volver a cruzar mis pasos con Pascual. Aunque estos días me he obligado a mí misma a no pensar en él, no he podido evitar que mi mente volase de vez en cuando hacia Pascual, en si habría notado mi ausencia, si tal vez se arrepentiría por lo ocurrido. Y entonces recordaba las palabras de mi madre y me obligaba a desechar esas estúpidas preguntas de mi cabeza.
En la plaza de Puente Viejo todo parece seguir igual. En el colmado veo a mi tía Mariana despachando a un par de mujeres del pueblo, mientras su suegra, Doña Dolores, cotillea con las clientas. ¡Santa paciencia la de mi tía Mariana!, pienso sonriendo. Al otro lado de la plaza, mi madre me saluda, alegre y me hace un gesto con la mano para que me acerque hasta la posada.
Antes de haber llegado al patio de la posada donde mi madre está organizando unas cuantas mesas, mi tía Gregoria me intercepta. La doctora Casas, como la conoce el pueblo, sigue pareciendo una mujer seria y fría en su trato, pero los que la conocemos mejor podemos ver detrás de esa dura fachada a la mujer pasional, sincera y cariñosa que es. Nadie que viera cómo mira a mi tío Sebastián cuando están juntos o cómo cuida y mima a su pequeño hijo, Jacobo, puede decir que es una mujer fría.
- Buenos días, Ana—me saluda con una tímida sonrisa acudiendo a las comisuras de sus labios. –Me alegra ver que estás de mejor talante y con ganas de volver a tu rutina.
- Si, tía, me encuentro algo mejor.
- Perfecto, porque hoy necesitaría tu ayuda en la consulta—dice volviendo a su actitud autoritaria tan típica en ella. –Además me gustaría hablar contigo. Quisiera proponerte algo.
Yo miro a mi tía confusa e interesada por lo que quiere hablar conmigo. Me dejo arrastrar por ella hacia un rincón más tranquilo y menos transitado de la plaza, mientras siento cómo mi madre nos observa. No parece preocupada, sino más bien ansiosa.
- He estado pensando mucho sobre ti últimamente—dice mi tía. –Siempre te he considerado una muchacha muy inteligente, siempre predispuesta a aprender y ayudar—me siento ruborizar ante los halagos de mi tía. –Y me parecería un desperdicio que tu único futuro consistiese en ayudar a tu madre en la posada, Ana—continúa. –Por eso me gustaría que te planteases estudiar medicina. Te he observado las veces que me has ayudado y creo que podrías llegar a ser un magnífico médico.
Mi cara debe de ser de total perplejidad, pues mi tía asiente con gesto serio confirmando sus palabras. ¿Yo, médico? De pronto un mundo de posibilidades se abre ante mis ojos. Siempre había esperado estar toda mi vida en Puente Viejo, ayudando a mi abuelo y a mi madre en la posada, y con el tiempo encargándome del lugar. Y también me había visto al lado de Pascual, siendo su esposa y cuidando a sus hijos, algo que ya jamás sería.
- Me he tomado la libertad de hablar con tus padres, Ana, y les he expuesto lo mismo que te acabo de contar. Ellos están de acuerdo conmigo y están dispuestos a pagarte los estudios.
- Pero eso es mucho dinero—protesto con voz queda.
- El dinero no importa, Ana. Si tus padres no pudieran pagar tus estudios, cosa que no es así, tu tío Sebastián y yo estaríamos dispuestos a hacernos cargo.
Yo sigo atónita por las palabras de mi tía. Ella me aprieta el brazo con afecto antes de decirme:
- Quiero que te lo pienses, Ana. Además no estarías sola. He hablado con colegas en Madrid y ellos estarían encantados de contar contigo entre sus estudiantes. Incluso ya tendrías resuelto el problema del alojamiento.
Veo que cuando mi tía dice que ha estado pensando durante días en el asunto lo decía muy en serio, pues ya tiene planeado todo.
- Prométeme que te lo pensarás, Ana—insiste levantándome la barbilla para mirarme a los ojos. –Te estaré esperando en la consulta dentro de un rato. Ahora creo que tu madre te espera ansiosa para hablar contigo.
Mi tía se despide con un ligero beso en la mejilla y me deja sola en la plaza, todavía incapaz de creer lo que me acaba de proponer. La veo alejarse y antes de que yo pueda reaccionar, mi madre se acerca a mí y me habla.
**continúa**
#725
07/10/2011 23:35
**continuación**
- Veo que has estado hablando con tía Gregoria, y por la expresión en tu rostro, creo que ya te ha contado sus planes de que estudies medicina.
- No… no me lo puedo creer, madre—digo reaccionando al fin y mirándola.
- Créetelo, mi niña. Tu padre y yo siempre hemos querido que tú y tus hermanos seáis mucho más de lo que hemos sido nosotros. Siempre os hemos alentado a ser más, a esperar más. Y también os hemos dejado tomar vuestras propias decisiones. Por eso, cuando Gregoria vino con la idea de mandarte a la capital a estudiar medicina, tu padre y yo estuvimos encantados—me dice con tono orgulloso en su voz. –Pero queremos que seas tú quien tomes la decisión libremente.
- Pero es mucho dinero, madre—repito los mismo reparos compartidos con mi tía. -Habrá que pagar las clases, el alojamiento...
- El dinero no es problema, mi niña. Tú padre y yo hemos trabajado como hormiguitas todos estos años y juntos hemos ahorrado unos buenos cuartos. Lo único que importa de verdad es lo que tú quieres.
Permanezco callada, sin saber que responder a mi madre. Todavía asimilando el nuevo camino que se abre ante mí.
- Piénsalo con calma. Sin precipitarte ni dejarte influenciar por lo que los demás podamos querer. ¿De acuerdo?
Asiento, muda de la impresión y me dejó guiar por mi madre hasta la posada. Allí, mi abuelo Raimundo me recibe con una enorme sonrisa y una mirada de adoración en sus cansados ojos. Me siento a su lado y sus grandes manos cubren las mías con cariño.
- Te he echado mucho de menos estos días, pequeña.
- Y yo también a usted, abuelo—le respondo besando su arrugada mejilla.
Los años han dejado rastro en el bonachón y a la vez guerrero Raimundo Ulloa. Las canas han cubierto completamente su barba y su pelo, y sus ojos empiezan a mostrarse vidriosos por las cataratas. Pero su espíritu sigue siendo fuerte y combativo. Su mente tan ágil como antaño. Y su viejo corazón, que ha sufrido la dolorosa pérdida de la única mujer que ha amado con toda su alma, sobrevive con el cariño de sus hijos y nietos.
Quiero a mis padres, ellos son los pilares que me sostienen. Pero adoro a mi abuelo, pues él es una pieza imprescindible en el motor de mi vida. Por ley de vida, sé que algún día tendrá que marcharse y sin embargo, mi corazón se opone a esa idea y me aferro a la infantil fantasía de que es un ser inmortal.
- ¿Qué te ocurre, pequeña?—pregunta mi abuelo. Tal vez sus ojos estén casi medio ciegos, mas él sigue siendo el siempre perceptivo Raimundo Ulloa.
- Nada, abuelo—le respondo descansando mi mejilla sobre sus manos que todavía sostienen las mías.
- ¿No estarás planteándote no ir a Madrid a estudiar?
Su pregunta me toma por sorpresa. Es evidente que él ha estado al tanto sobre este tema. Mi cabeza es un hervidero de ideas y pensamientos, barruntando la propuesta hecha por mi tía, dudando entre la emoción de poder estudiar en la capital y el miedo de abandonar a mis seres queridos y echar a volar sola.
- Hubieras sido un gran espía. Siempre estás al tanto de todo, abuelo—intento chancear.
- ¿Acaso lo dudabas?—ríe. –Ahora en serio, pequeña. Sé que tus padres no quieren que nadie te presione, pero no quiero que cometas el mayor error de tu vida rechazando esta oportunidad. Ve a Madrid, estudia y conviértete en una mujer de mundo. Una mujer de la que aún pueda estar más orgullosa de lo que ya estoy.
- ¡Oh, abuelo! Me gustaría ir, pero…
- Sin peros, Ana. Es tu vida y tienes que vivirla como tú desees. Sé lo que te ata aquí. Tu familia—me dice demostrándome cómo me conoce. –Y nosotros estaremos siempre aquí para ti.
- Abuelo, y si me voy y… -guardo silencio incapaz de compartir con mi abuelo mi mayor temor. Sin embargo, él lo lee en mi rostro.
- No, pequeña. No dejes que las conjeturas dominen tu vida. Además, recuerda que yo siempre estaré aquí y aquí contigo—me dice tocándome el pecho y la frente.
- Todavía tengo que pensarlo, abuelo.
- Muy bien. Piénsalo y ten presente mis palabras.
Hoy me he levantado aún con miedo a enfrentarme a los que me aman debido a mi estupidez y a un corazón más avergonzado que herido. Mi mayor temor antes de llegar al pueblo era volver a encontrarme con el hombre que me partió mi corazón y, sin embargo, la vida me ha deparado una sorpresa.
Ahora ante mí se abre la oportunidad de crecer como mujer y persona. La oportunidad de realizar mis más profundos y secretos sueños. Y sin embargo, siento un peso en mi interior que todavía me impide echar a volar.
A mi mente llegan los retazos de la noche de mi cumpleaños. Imágenes de unos ojos negros que brillan en la oscuridad. El sonido de mi nombre susurrado en el silencio de la noche. El brillo de las estrellas en el más hermoso de los cielos. La fantasía de una niña de doce años.
**CONTINUARÁ**
- Veo que has estado hablando con tía Gregoria, y por la expresión en tu rostro, creo que ya te ha contado sus planes de que estudies medicina.
- No… no me lo puedo creer, madre—digo reaccionando al fin y mirándola.
- Créetelo, mi niña. Tu padre y yo siempre hemos querido que tú y tus hermanos seáis mucho más de lo que hemos sido nosotros. Siempre os hemos alentado a ser más, a esperar más. Y también os hemos dejado tomar vuestras propias decisiones. Por eso, cuando Gregoria vino con la idea de mandarte a la capital a estudiar medicina, tu padre y yo estuvimos encantados—me dice con tono orgulloso en su voz. –Pero queremos que seas tú quien tomes la decisión libremente.
- Pero es mucho dinero, madre—repito los mismo reparos compartidos con mi tía. -Habrá que pagar las clases, el alojamiento...
- El dinero no es problema, mi niña. Tú padre y yo hemos trabajado como hormiguitas todos estos años y juntos hemos ahorrado unos buenos cuartos. Lo único que importa de verdad es lo que tú quieres.
Permanezco callada, sin saber que responder a mi madre. Todavía asimilando el nuevo camino que se abre ante mí.
- Piénsalo con calma. Sin precipitarte ni dejarte influenciar por lo que los demás podamos querer. ¿De acuerdo?
Asiento, muda de la impresión y me dejó guiar por mi madre hasta la posada. Allí, mi abuelo Raimundo me recibe con una enorme sonrisa y una mirada de adoración en sus cansados ojos. Me siento a su lado y sus grandes manos cubren las mías con cariño.
- Te he echado mucho de menos estos días, pequeña.
- Y yo también a usted, abuelo—le respondo besando su arrugada mejilla.
Los años han dejado rastro en el bonachón y a la vez guerrero Raimundo Ulloa. Las canas han cubierto completamente su barba y su pelo, y sus ojos empiezan a mostrarse vidriosos por las cataratas. Pero su espíritu sigue siendo fuerte y combativo. Su mente tan ágil como antaño. Y su viejo corazón, que ha sufrido la dolorosa pérdida de la única mujer que ha amado con toda su alma, sobrevive con el cariño de sus hijos y nietos.
Quiero a mis padres, ellos son los pilares que me sostienen. Pero adoro a mi abuelo, pues él es una pieza imprescindible en el motor de mi vida. Por ley de vida, sé que algún día tendrá que marcharse y sin embargo, mi corazón se opone a esa idea y me aferro a la infantil fantasía de que es un ser inmortal.
- ¿Qué te ocurre, pequeña?—pregunta mi abuelo. Tal vez sus ojos estén casi medio ciegos, mas él sigue siendo el siempre perceptivo Raimundo Ulloa.
- Nada, abuelo—le respondo descansando mi mejilla sobre sus manos que todavía sostienen las mías.
- ¿No estarás planteándote no ir a Madrid a estudiar?
Su pregunta me toma por sorpresa. Es evidente que él ha estado al tanto sobre este tema. Mi cabeza es un hervidero de ideas y pensamientos, barruntando la propuesta hecha por mi tía, dudando entre la emoción de poder estudiar en la capital y el miedo de abandonar a mis seres queridos y echar a volar sola.
- Hubieras sido un gran espía. Siempre estás al tanto de todo, abuelo—intento chancear.
- ¿Acaso lo dudabas?—ríe. –Ahora en serio, pequeña. Sé que tus padres no quieren que nadie te presione, pero no quiero que cometas el mayor error de tu vida rechazando esta oportunidad. Ve a Madrid, estudia y conviértete en una mujer de mundo. Una mujer de la que aún pueda estar más orgullosa de lo que ya estoy.
- ¡Oh, abuelo! Me gustaría ir, pero…
- Sin peros, Ana. Es tu vida y tienes que vivirla como tú desees. Sé lo que te ata aquí. Tu familia—me dice demostrándome cómo me conoce. –Y nosotros estaremos siempre aquí para ti.
- Abuelo, y si me voy y… -guardo silencio incapaz de compartir con mi abuelo mi mayor temor. Sin embargo, él lo lee en mi rostro.
- No, pequeña. No dejes que las conjeturas dominen tu vida. Además, recuerda que yo siempre estaré aquí y aquí contigo—me dice tocándome el pecho y la frente.
- Todavía tengo que pensarlo, abuelo.
- Muy bien. Piénsalo y ten presente mis palabras.
Hoy me he levantado aún con miedo a enfrentarme a los que me aman debido a mi estupidez y a un corazón más avergonzado que herido. Mi mayor temor antes de llegar al pueblo era volver a encontrarme con el hombre que me partió mi corazón y, sin embargo, la vida me ha deparado una sorpresa.
Ahora ante mí se abre la oportunidad de crecer como mujer y persona. La oportunidad de realizar mis más profundos y secretos sueños. Y sin embargo, siento un peso en mi interior que todavía me impide echar a volar.
A mi mente llegan los retazos de la noche de mi cumpleaños. Imágenes de unos ojos negros que brillan en la oscuridad. El sonido de mi nombre susurrado en el silencio de la noche. El brillo de las estrellas en el más hermoso de los cielos. La fantasía de una niña de doce años.
**CONTINUARÁ**
#726
08/10/2011 01:33
Precioso Aricia, de verdad! Quiero continuación!!! ejje;)
Os dejo otro fic "Reproches", aunque ya aviso que no me ha gustado mucho como ha quedado... pero wenu,,,
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/578/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Os dejo otro fic "Reproches", aunque ya aviso que no me ha gustado mucho como ha quedado... pero wenu,,,
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/578/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
#727
08/10/2011 04:47
Aricia que bonito..ahora voy por el de Olsi.
#728
08/10/2011 10:14
Aricia, me estoy "enamorando" de ese nuevo personaje que parece que ha heredado lo mejor de sus progenitores. Además, me encanta que hayas rescatado a la doctora Casas convirtiéndola en una buena persona, muy distinta del cardo borriquero que nos pintan en la serie.
Gracias por animarme la mañana.
Gracias por animarme la mañana.
#729
08/10/2011 13:26
haber necesitamos vuestra ayuda vamos muyyy justitas en los premios magazine si alex gana pero por decimas y PEPA NNUESTRA MEGAN va perdiendo por poco si pero pierde,asi qeu necesitamos vuestra ayuda,teneis que pasaros por el hilo y votarlos,nos queda poco mas de una semana,,OS NECESITAMOS POR FAVOR! o dejo el link,y si queires nos harias un favor si lo pones arriba para que no se pierda muchas gracias!!!!!!
MENCION ESPECIAL VOTAR PORFA!::
MENCION ESPECIAL VOTAR PORFA!::
#730
08/10/2011 13:27
-UNA PETICIÓN SORPRENDENTE-
No podía creer lo que acababa de ocurrir. Aunque su vida en los últimos meses iba de golpe en golpe, lo cierto era que su corazón no acababa de acostumbrarse a tanto vuelco y perdía el equilibrio a cada paso. El primer empujón llego con aquel misterioso hombre que le reveló la verdad sobre sus origenes. Ya no era Emilia Ulloa, ya no era la hija de Raimundo, el de la casa de comidas y Natalia, la del herrero.
Tardó semanas en equilibrar la balanza de sus sentimientos; por un lado estaban los muchos años de cariño compartidos con Raimundo; por otro, la amargura de haberse sentido engañada durante tanto tiempo. Algunas mañanas se levantaba convencida de hacer las maletas, coger la primera diligencia y dejar atrás el pueblo que había sido su hogar. Pero al ver al que siempre consideró su padre, los recuerdos acudían de golpe a su mente. Los cuentos que le leía por las noches, el sabor amargo del jarabe para la tos que Raimundo trataba de hacerle tragar cuando estaba enferma, las inumerables horas sentados en el patio enseñándola a leer. Y los consejos que ella no siempre escuchó.
El segundo empujón se lo dio aquel Severiano de Villalpanda, al que apodaban el guapo. Se dejó engatusar por su sonrisa y sus zalamerías. Ella buscaba apoyo y comprensión; él satisfacer sus instintos más primarios. No escuchó, no quiso escuchar los consejos de sus amigos acusándolos de desleales y envidiosos. Su orgullo le impedía reconocer que se había equivocado. Hasta que fue demasiado tarde. De la noche a la mañana se encontró esperando un hijo de un hombre que había desaparecido sin dejar rastro, dejándola expuesta al escarnio y las maledicencias. Nunca antes se había sentido tan sola y desamparada. Pero no lo estaba. Su padre, porque eso es lo que hacen los que son dignos de llamarse así, la abrazó y le prometió que pasara lo que pasara él cuidaría de ella y de lo que venía en camino. “Nadie mejor que yo sabe que todos cometemos errores” le dijo, instándole a seguir caminando con la vista erguida y el corazón lleno de dignidad. “Mi niña, tú sólo eres una víctima de ese sinvergüenza”.
Esa fue la pesa que inclinó la balanza; su lugar estaba en Puente Viejo al lado de su familia. Gracias al apoyo de Sebastián y, sobre todo, de su padre, aguantaba las nauseas, los mareos, los murmullos a su espalda y las miradas, a veces de reprobación, a veces de lástima. Tambien algunos amigos se mantuvierona a su lado. Pepa le preparaba infusiones que le ayudaran a sobrellevar los malestares físicos e intentaba con sus palabras auyentar los temores de su mente. Hipólito cruzaba la plaza todos los días y le arrancaba una sonrisa con sus disparatadas ocurrencias. Rosario y Mariana le tejían patucos para su niño y le llevaban onzas de chocolate que hurtaban de la casona. Y Alfonso, otra vez Alfonso que acudía a ayudarla. Todas las tardes el mismo ritual. “Hola Emilia. ¿Cómo estás?. Deja esas cajas ahí, mujer, que pesan demasiado. Vete a descansar, que ya lo hago yo.” Pero de sus labios nunca salío un “Ya te lo advertí”. Ningún reproche. Sólo la lealtad que siempre le había demostrado.
No podía creer lo que acababa de ocurrir. Aunque su vida en los últimos meses iba de golpe en golpe, lo cierto era que su corazón no acababa de acostumbrarse a tanto vuelco y perdía el equilibrio a cada paso. El primer empujón llego con aquel misterioso hombre que le reveló la verdad sobre sus origenes. Ya no era Emilia Ulloa, ya no era la hija de Raimundo, el de la casa de comidas y Natalia, la del herrero.
Tardó semanas en equilibrar la balanza de sus sentimientos; por un lado estaban los muchos años de cariño compartidos con Raimundo; por otro, la amargura de haberse sentido engañada durante tanto tiempo. Algunas mañanas se levantaba convencida de hacer las maletas, coger la primera diligencia y dejar atrás el pueblo que había sido su hogar. Pero al ver al que siempre consideró su padre, los recuerdos acudían de golpe a su mente. Los cuentos que le leía por las noches, el sabor amargo del jarabe para la tos que Raimundo trataba de hacerle tragar cuando estaba enferma, las inumerables horas sentados en el patio enseñándola a leer. Y los consejos que ella no siempre escuchó.
El segundo empujón se lo dio aquel Severiano de Villalpanda, al que apodaban el guapo. Se dejó engatusar por su sonrisa y sus zalamerías. Ella buscaba apoyo y comprensión; él satisfacer sus instintos más primarios. No escuchó, no quiso escuchar los consejos de sus amigos acusándolos de desleales y envidiosos. Su orgullo le impedía reconocer que se había equivocado. Hasta que fue demasiado tarde. De la noche a la mañana se encontró esperando un hijo de un hombre que había desaparecido sin dejar rastro, dejándola expuesta al escarnio y las maledicencias. Nunca antes se había sentido tan sola y desamparada. Pero no lo estaba. Su padre, porque eso es lo que hacen los que son dignos de llamarse así, la abrazó y le prometió que pasara lo que pasara él cuidaría de ella y de lo que venía en camino. “Nadie mejor que yo sabe que todos cometemos errores” le dijo, instándole a seguir caminando con la vista erguida y el corazón lleno de dignidad. “Mi niña, tú sólo eres una víctima de ese sinvergüenza”.
Esa fue la pesa que inclinó la balanza; su lugar estaba en Puente Viejo al lado de su familia. Gracias al apoyo de Sebastián y, sobre todo, de su padre, aguantaba las nauseas, los mareos, los murmullos a su espalda y las miradas, a veces de reprobación, a veces de lástima. Tambien algunos amigos se mantuvierona a su lado. Pepa le preparaba infusiones que le ayudaran a sobrellevar los malestares físicos e intentaba con sus palabras auyentar los temores de su mente. Hipólito cruzaba la plaza todos los días y le arrancaba una sonrisa con sus disparatadas ocurrencias. Rosario y Mariana le tejían patucos para su niño y le llevaban onzas de chocolate que hurtaban de la casona. Y Alfonso, otra vez Alfonso que acudía a ayudarla. Todas las tardes el mismo ritual. “Hola Emilia. ¿Cómo estás?. Deja esas cajas ahí, mujer, que pesan demasiado. Vete a descansar, que ya lo hago yo.” Pero de sus labios nunca salío un “Ya te lo advertí”. Ningún reproche. Sólo la lealtad que siempre le había demostrado.
#731
08/10/2011 13:29
Y allí estaba ella. Sentada en la única mesa que aun no había recogido tratando de rumiar los últimos acontecimientos y sumida en un mar de dudas. Tan ensimismada estaba que no oyó llegar a su padre.
-Hija, ¿qué haces ahí parada en vez de estar durmiendo?-le preguntó mientras se sentaba a su lado.
-Padre, Alfonso me ha pedido que me case con él-le dijo a Raimundo, sin poder ella misma creer lo su boca estaba pronunciando.
-¿Y tú que le has respondido?
-Nada, padre……¡qué le iba a decir!. Pero si aun no salgo de mi asombro….Aunque veo que a ustede no le ha sorprendido mucho. No me diga que primero le pidió permiso a usted….
-No, hija. Alfonso no ha hablado conmigo. Pero es cierto que no me pilla por sorpresa. Ese muchacho lleva mucho tiempo enamorado de ti.
-¡Pero que tonterías está diciendo!-le inquirió sorprendida-Alfonso es un buen muchacho y un gran amigo, pero mucho me temo que sólo me ha propuesto matrimonio por lástima, para protegerme de las habladurías y para darle un apellido a mi hijo.
-Tienes razón y seguro que intenta protegerte, pero tambien es cierto que te quiere.Nunca comprendí porque no te dijo nada.
-Pero ¿qué tendría que decirme?-seguía preguntando una incrédula Emilia.
Raimundo cogió las manos de su hija entre las suyas y se dispuso a contarle cómo había descubierto que Alfonso era quien se escondía tras los regalos del admirador secreto, como él mismo le había reprochado que no diera la cara y le había animado a declararse.
-Pero, ¿por qué él nunca me dijo nada?
-No lo sé. Supongo que por timidez. Además despues vino todo el lío de los anarquistas, cuando Sebastián estuvo encarcelado y pensaría que no era el momento de andar hablando de amoríos. Y despues tú conociste a………, bueno ya sabes…..llegó Severiano y …….
-Y yo no le creí cuando él trataba de advertirme la clase de sinvergüenza que era su amigo-se lamentó la muchacha-Todo habría sido tan diferente….-las lágrimas empezaban a asomar en los ojos de Emilia.
-No te tortures, hija, que no podemos cambiar el pasado. Pero sí podemos tratar de enmendar el presente-trató de consolarla.
-Padre, no sé……no sé que hacer-confesó.
-Escucha a tu corazón. Estoy seguro de que Alfonso daría su vida por hacerte feliz y que para ti todo será más sencillo si te casas. Pero quizás no deberías dar ese paso si no estás segura y condenarte a pasar el resto de tú vida con alguien a quien no quieres. Al final podeis ser ambos muy desgraciados. Pero…..tiempo habrá de tomar decisiones. Ahora vete a descansar, que ha sido un día muy largo y tienes que cuidarte.
-Tiene razón. Voy a acostarme-respondió mientras le daba un beso en la frente a su padre.
Horas despues seguía desvelada. No era capaz de conciliar el sueño. No se podía quitar de la cabeza la imagen de Alfonso cogiendo sus mano entre las suyas, con la cabeza baja. “Emilia Ulloa, ¿quieres casarte comigo?. Sí, ya sé que tú no me amas, que sólo soy un amigo y además no soy un gran partido, un jornaero que sólo puede ofrecerte el trabajo de sus manos. Pero si me aceptas, prometo cuidarte a ti y a tu hijo, al que criaré como si fuera de mi sangre. Nos conocemos desde niños y nuestras familias siempre se han querido bien y….yo…yo intentaría hacerte feliz”..
Esas fueron sus palabras, dichas con una voz temblorosa y sin atreverse a mirarla a los ojos. Ella no supo que decirle. El torrente de emociones que estaba sintiendo le ahogaba la voz. Sorpresa, ternura, gratitud, desconcierto, miedo, vergüenza,……alegría. Sí, no sabía muy bien por qué, pero en el fondo de su corazón sintió alegría, una dicha que le provocó unas inmensas ganas de llorar. Al ver sus sollozos Alfonso salió de la taberna cabizbajo, sin hacer ruído. Como hacía siempre.
El alba la sorprendió aun despierta. Pero por primera vez en tres meses no sintió nauseas. La decisión ya estaba tomada.
-Hija, ¿qué haces ahí parada en vez de estar durmiendo?-le preguntó mientras se sentaba a su lado.
-Padre, Alfonso me ha pedido que me case con él-le dijo a Raimundo, sin poder ella misma creer lo su boca estaba pronunciando.
-¿Y tú que le has respondido?
-Nada, padre……¡qué le iba a decir!. Pero si aun no salgo de mi asombro….Aunque veo que a ustede no le ha sorprendido mucho. No me diga que primero le pidió permiso a usted….
-No, hija. Alfonso no ha hablado conmigo. Pero es cierto que no me pilla por sorpresa. Ese muchacho lleva mucho tiempo enamorado de ti.
-¡Pero que tonterías está diciendo!-le inquirió sorprendida-Alfonso es un buen muchacho y un gran amigo, pero mucho me temo que sólo me ha propuesto matrimonio por lástima, para protegerme de las habladurías y para darle un apellido a mi hijo.
-Tienes razón y seguro que intenta protegerte, pero tambien es cierto que te quiere.Nunca comprendí porque no te dijo nada.
-Pero ¿qué tendría que decirme?-seguía preguntando una incrédula Emilia.
Raimundo cogió las manos de su hija entre las suyas y se dispuso a contarle cómo había descubierto que Alfonso era quien se escondía tras los regalos del admirador secreto, como él mismo le había reprochado que no diera la cara y le había animado a declararse.
-Pero, ¿por qué él nunca me dijo nada?
-No lo sé. Supongo que por timidez. Además despues vino todo el lío de los anarquistas, cuando Sebastián estuvo encarcelado y pensaría que no era el momento de andar hablando de amoríos. Y despues tú conociste a………, bueno ya sabes…..llegó Severiano y …….
-Y yo no le creí cuando él trataba de advertirme la clase de sinvergüenza que era su amigo-se lamentó la muchacha-Todo habría sido tan diferente….-las lágrimas empezaban a asomar en los ojos de Emilia.
-No te tortures, hija, que no podemos cambiar el pasado. Pero sí podemos tratar de enmendar el presente-trató de consolarla.
-Padre, no sé……no sé que hacer-confesó.
-Escucha a tu corazón. Estoy seguro de que Alfonso daría su vida por hacerte feliz y que para ti todo será más sencillo si te casas. Pero quizás no deberías dar ese paso si no estás segura y condenarte a pasar el resto de tú vida con alguien a quien no quieres. Al final podeis ser ambos muy desgraciados. Pero…..tiempo habrá de tomar decisiones. Ahora vete a descansar, que ha sido un día muy largo y tienes que cuidarte.
-Tiene razón. Voy a acostarme-respondió mientras le daba un beso en la frente a su padre.
Horas despues seguía desvelada. No era capaz de conciliar el sueño. No se podía quitar de la cabeza la imagen de Alfonso cogiendo sus mano entre las suyas, con la cabeza baja. “Emilia Ulloa, ¿quieres casarte comigo?. Sí, ya sé que tú no me amas, que sólo soy un amigo y además no soy un gran partido, un jornaero que sólo puede ofrecerte el trabajo de sus manos. Pero si me aceptas, prometo cuidarte a ti y a tu hijo, al que criaré como si fuera de mi sangre. Nos conocemos desde niños y nuestras familias siempre se han querido bien y….yo…yo intentaría hacerte feliz”..
Esas fueron sus palabras, dichas con una voz temblorosa y sin atreverse a mirarla a los ojos. Ella no supo que decirle. El torrente de emociones que estaba sintiendo le ahogaba la voz. Sorpresa, ternura, gratitud, desconcierto, miedo, vergüenza,……alegría. Sí, no sabía muy bien por qué, pero en el fondo de su corazón sintió alegría, una dicha que le provocó unas inmensas ganas de llorar. Al ver sus sollozos Alfonso salió de la taberna cabizbajo, sin hacer ruído. Como hacía siempre.
El alba la sorprendió aun despierta. Pero por primera vez en tres meses no sintió nauseas. La decisión ya estaba tomada.
#732
08/10/2011 13:31
Don Anselmo celebró una sencilla boda en la capilla de las afueras del pueblo, lejos de las murmuraciones. Unos decían que ella se había acostado con el mayor de los Castañeda para cazarlo y endilgarle el hijo que esperaba. Otros, preferían ensañarse con Alfonso diciendo que había aceptado casarse con la hija del Ulloa para quedarse con la taberna puesto que era un pobre bracero sin un trozo de tierra donde caerse muerto. Hasta doña Francisca tenía la osadía de hacer chanzas a costa de la pareja delante de Rosario y Mariana, sólo con el propósito de humillarlas. Tampoco Sebastián escapaba a sus pullas, si Tristán no estaba presente para poner freno a la cruel lengua de su madre.
Pocos fueron los invitados. Sólo estaban las personas que realmente querían. Raimundo entraba por primera vez en muchos años en una iglesia, que todos sabían de su alergia al clero. Pero la ocasión bien mereciá una excepción, y don Anselmo sonrió al ver al orgulloso padrino. Tambien Rosario, la madrina, sonreía. Sabía que su hijo mayor se casaba con la mujer que había querido toda la vida. Hubiera preferido que la novia no albergase en sus entrañas al hijo de otro, pero ella, como mujer que había visto pasar más de cincuenta años, sabía que el mundo estaba lleno de hombres sin escrúpulos y muchachas a las que su ingenuidad había destrozado la vida. Además, como siempre repetía Alfonso, padre no es el que engendra sino el que cría.
Los hermanos de los novios lucían sus mejores galas. Sebastián, tal elegante como siempre, miraba cariñosamente a su hermana. Porque eso era lo verdaderamente importante: seguía siendo su hermana y se había quedado junto a ellos. Juán, algo serio, no podía dejar de pensar en su propia boda y preguntarse cómo había podido cometer tantos errores. Mariana, con el vestido nuevo que le había regalado su cuñada, miraba de reojo a Hipólito, que había decidido acudir al enlance a pesar de las negativas de sus progenitores. Tambien estaba Pepa, aparcando por unas horas la búsqueda de su hijo. Ella fue la encargada de ayudar a la novia a vestirse y peinarse. Emilia siempre había soñado que se casaría con el traje que había utilizado Natalia, su madre adoptiva. Pero la incipiente barriga la obligó a decidirse por un atuendo más discreto, un vestido de corte sencillo en color azul, su favorito.
La ceremonia, a la que siguió un estupendo almuerzo en la casa de comidas, fue corta y remató con el beso en la frente que Alfonso le dio a Emilia. Se había propuesto no obligarla a hacer nada que ella no deseara hacer, y eso incluía morderse las ganas de besarla o abrazarla con la pasión que llevaba años escondiendo. Tendría que ser ella la que diese los primeros pasos, si es que alguna vez llegaba a sentir deseo por su ya marido. Lo que él no quería eran besos de agradecimiento, abrazos por lástima o caricias por obligación. Así que su noche de bodas transcurrió como habrían de transcurrir las siguientes en muchos días, con ambos cónyuges compartiendo un lecho, pero sin atreverse a tocarse, ni siquiera a mirarse. Sólo un beso en la mejilla para desearle buenas noches. Despues Emilia daba media vuelta y se encogía como un niño, pensando que no era digna de recibir las caricias de aquel hombre tan bueno, que era su amigo, su compañero, su marido, pero que no era su amante. Mientras, Alfonso la miraba y suplicaba en silencio que algún día ella pudiese sentir sólo una ínfima parte del amor que a él le ahogaba el corazón.
Pocos fueron los invitados. Sólo estaban las personas que realmente querían. Raimundo entraba por primera vez en muchos años en una iglesia, que todos sabían de su alergia al clero. Pero la ocasión bien mereciá una excepción, y don Anselmo sonrió al ver al orgulloso padrino. Tambien Rosario, la madrina, sonreía. Sabía que su hijo mayor se casaba con la mujer que había querido toda la vida. Hubiera preferido que la novia no albergase en sus entrañas al hijo de otro, pero ella, como mujer que había visto pasar más de cincuenta años, sabía que el mundo estaba lleno de hombres sin escrúpulos y muchachas a las que su ingenuidad había destrozado la vida. Además, como siempre repetía Alfonso, padre no es el que engendra sino el que cría.
Los hermanos de los novios lucían sus mejores galas. Sebastián, tal elegante como siempre, miraba cariñosamente a su hermana. Porque eso era lo verdaderamente importante: seguía siendo su hermana y se había quedado junto a ellos. Juán, algo serio, no podía dejar de pensar en su propia boda y preguntarse cómo había podido cometer tantos errores. Mariana, con el vestido nuevo que le había regalado su cuñada, miraba de reojo a Hipólito, que había decidido acudir al enlance a pesar de las negativas de sus progenitores. Tambien estaba Pepa, aparcando por unas horas la búsqueda de su hijo. Ella fue la encargada de ayudar a la novia a vestirse y peinarse. Emilia siempre había soñado que se casaría con el traje que había utilizado Natalia, su madre adoptiva. Pero la incipiente barriga la obligó a decidirse por un atuendo más discreto, un vestido de corte sencillo en color azul, su favorito.
La ceremonia, a la que siguió un estupendo almuerzo en la casa de comidas, fue corta y remató con el beso en la frente que Alfonso le dio a Emilia. Se había propuesto no obligarla a hacer nada que ella no deseara hacer, y eso incluía morderse las ganas de besarla o abrazarla con la pasión que llevaba años escondiendo. Tendría que ser ella la que diese los primeros pasos, si es que alguna vez llegaba a sentir deseo por su ya marido. Lo que él no quería eran besos de agradecimiento, abrazos por lástima o caricias por obligación. Así que su noche de bodas transcurrió como habrían de transcurrir las siguientes en muchos días, con ambos cónyuges compartiendo un lecho, pero sin atreverse a tocarse, ni siquiera a mirarse. Sólo un beso en la mejilla para desearle buenas noches. Despues Emilia daba media vuelta y se encogía como un niño, pensando que no era digna de recibir las caricias de aquel hombre tan bueno, que era su amigo, su compañero, su marido, pero que no era su amante. Mientras, Alfonso la miraba y suplicaba en silencio que algún día ella pudiese sentir sólo una ínfima parte del amor que a él le ahogaba el corazón.
#733
08/10/2011 13:32
Los días transcurrían más o menos tranquilos, trabajando desde el amanecer hasta bien entrada la noche. Alfonso se seguía levantando al alba para ir a faenar a las tierras de la Montenegro o ayudar a su cuñado en la conservera. Por su parte, Emilia pasaba más tiempo que antes entre los pucheros de la cocina o adecentando las habitaciones. Procuraba dejar el trabajo de la barra y las compras para su padre, pues aunque trataba de mantener siempre la cabeza bien alta, estaba cansada de escuchar los cuchicheos a sus espaldas y prefería mantenerse alejada de los clientes y las cotillas. Sólo al atardecer, cuando Alfonso volvía de su trabajo en los campos y se disponía a ayudar a su suegro, Emilia salía de la cocina para preguntarle como había ido el día, ansiosa por ver la sonrisa que él siempre le dedicaba. Despues, cuando por fin todos los parroquianos abandonaban la taberna para dirigirse a sus casas, se sentaban los tres a dar buena cuenta de la cena. Normalmente era Raimundo el primero en retirarse a dormir, mientras Alfonso barría y recogía las mesas y Emilia dejaba todo dispuesto para las comidas del día siguiente. Ella siempre se iba cinco minutos antes a su cuarto, tiempo que aprovechaba para quitarse la ropa sin más miradas que las que le devolvía el espejo. De este modo, cuando su marido llegaba a la habitación, la encontraba acostada en el lado izquierdo de la cama que compartían. Él se desvestía en silencio, apagaba la vela y se acurrucaba a su lado sin tocarla mientras le susurraba buenas noches.
Aquella noche Emilia se despertó sobresaltada por una pesadilla. No recordaba que era lo que estaba soñando pero tenía el presentimiento de que algo no iba bien. No quiso despertar a Alfonso, pues bien sabía que su marido necesitaba descansar para reponer las fuerzas que le exigían tantas horas de trabajo. Sin poder reprimir el deso de abrazarlo se acurrucó apoyando la cabeza en el pecho de su marido. Él no se despertó, o eso creía ella. Con los ojos cerrados pasó su brazo por los hombros de su mujer mientras le besaba el cabello.
-Duerme tranquila, que sólo ha sido un mal sueño.
Aquella noche Emilia se despertó sobresaltada por una pesadilla. No recordaba que era lo que estaba soñando pero tenía el presentimiento de que algo no iba bien. No quiso despertar a Alfonso, pues bien sabía que su marido necesitaba descansar para reponer las fuerzas que le exigían tantas horas de trabajo. Sin poder reprimir el deso de abrazarlo se acurrucó apoyando la cabeza en el pecho de su marido. Él no se despertó, o eso creía ella. Con los ojos cerrados pasó su brazo por los hombros de su mujer mientras le besaba el cabello.
-Duerme tranquila, que sólo ha sido un mal sueño.
#734
08/10/2011 13:33
El día siguiente discurría igual que los demás. Alfonso había partido muy temprano para los campos, Sebastián estaba en la conservera y Pepa estaba atendiendo pacientes por las afueras. Emilia se quedó sóla en la casa de comidas ya que su padre había salido a comprar previsiones, aunque estaría de vuelta al mediodía, justo la hora en que la taberna empezaba a llenarse de gentes hambrientas y deseosas de catar los famosos guisos Ulloa. Hoy se encontraba algo fatigada. Quizás fueran las pesadillas que no la dejaron dormir hasta bien entrada la madrugada o las nauseas que habían regresado, a pesar de que ya había alcanzado el cuarto mes de gestación. “Tal vez deba hacerle caso a Pepa y no trabajar tanto”-pensaba cuando sintió un dolor agudo que le atravesaba el vientre y no la dejaba respirar. Quiso gritar pidiento ayuda, pero las palabras no llegaron a salir de su boca porque una nube negra cubrió su vista.
Su padre la encontró media hora más tarde tirada en medio de un gran charco de sangre en la cocina. Corrió a abrazarla sin atreverse casi a respirar hasta que comprobó que su niña seguía viva, aunque inconsciente. Tras unos segundos de zozobra salió a la plaza a pedir auxilio. El bueno de Hipólito fue el primero en percatarse de que algo terrible debía haber sucedido en la casa de comidas para que Raimundo gritase de alquel modo. Cuando logró descifrar lo ocurrido corrió a la consulta de la doctora Casas, que acudió al momento y empezó a dar ordenes con su habitual autoritarismo. Quiso el destino que a los pocos minutos llegase tambien Pepa. Ambas mujeres aparcaron por un momento sus disputas y se miraron preocupadas. Las dos sabían que un aborto cuando la gestación estaba tan avanzada podía ser muy peligroso. Tanto la doctora como la partera había visto morir a varias mujeres por mor de la pérdida de sangre o las infecciones. Por primera vez desde la llegada de la nueva galena a Puente Viejo, formaron un equipo que se afanaba en salvar la vida de Emilia. Mientras, al otro lado de la puerta, Raimundo paseaba nervioso suplicando a un dios en el que nunca había creído que no dejara que nada malo le sucediera a su niña. Las noticias volaban, mejor dicho fue Hipólito el que corrió veloz a avisar a don Anselmo para que se ocupara de confortar a aquel preocupado padre. Despues fue en busca de Sebastián y de Alfonso, de modo que al poco tiempo todos los hombres de la familia esperaban angustiados el pronóstico de la doctora Casas.
-Parece que Pepa ha logrado detener la hemorragia, pero ha perdido mucha sangre y está muy débil-dijo empleando un tono mucho más apagado de lo que en ella era habitual.
-Pero ¿se pondrá bien?-se atrevió a preguntar Sebastián ya que ni su padre ni Alfonso eran capaces de articular palabra.
-Ojalá pudiera decirles que sí-se lamentó la médico-Pero sólo podemos esperar. Estos casos son muy graves y no……-Prefirió no acabar la frase.
-¿Qúe podemos hacer, doctora?-insistio Sebastián.
-Mucho me temo que nada, sólo esperar a que ella sea lo suficientemente fuerte para superar la situación. Lo importante es ver como evoluciona en las siguientes 48 horas. Si notan que tiene fiebre o que la hemorragia se repite, por favor, no dejen de avisarme, sea la hora que sea.
-No se preocupe, Gregoria-habló por primera vez Pepa-Yo me quedaré con ella y si ocurre algo mandaré inmeditamente a buscarla.
-La dejo en buenas manos,entonces.
-Muchas gracias doctora-fue de nuevo Sebastián el único de los hombres capaces de articular palabra-La acompaño a la salida.
Don Anselmo trataba de infundir ánimos a Raimundo. Se abstuvo de mencionar a Dios y de decirle que había que tener fé. Por un momento dejó de ser el cura de Puente Viejo para para ser sólo el buen amigo que había sido siempre, tratando de confortarlo. “Emilia es una muchacha muy fuerte y no puede estar en mejores manos que las de Pepa y la doctora Casas”.
Mientras, en el rincón más escondido del patio, un hombre lloraba por primera vez en su vida. El destino volvía a asestarle un golpe, el más duro. Y tenía que ser justo aquel día en el que se había levantado con el corazón enchido de esperanza al despertarse abrazado a la mujer que tanto amaba y que ahora se debatía entre la vida y la muerte.
Su padre la encontró media hora más tarde tirada en medio de un gran charco de sangre en la cocina. Corrió a abrazarla sin atreverse casi a respirar hasta que comprobó que su niña seguía viva, aunque inconsciente. Tras unos segundos de zozobra salió a la plaza a pedir auxilio. El bueno de Hipólito fue el primero en percatarse de que algo terrible debía haber sucedido en la casa de comidas para que Raimundo gritase de alquel modo. Cuando logró descifrar lo ocurrido corrió a la consulta de la doctora Casas, que acudió al momento y empezó a dar ordenes con su habitual autoritarismo. Quiso el destino que a los pocos minutos llegase tambien Pepa. Ambas mujeres aparcaron por un momento sus disputas y se miraron preocupadas. Las dos sabían que un aborto cuando la gestación estaba tan avanzada podía ser muy peligroso. Tanto la doctora como la partera había visto morir a varias mujeres por mor de la pérdida de sangre o las infecciones. Por primera vez desde la llegada de la nueva galena a Puente Viejo, formaron un equipo que se afanaba en salvar la vida de Emilia. Mientras, al otro lado de la puerta, Raimundo paseaba nervioso suplicando a un dios en el que nunca había creído que no dejara que nada malo le sucediera a su niña. Las noticias volaban, mejor dicho fue Hipólito el que corrió veloz a avisar a don Anselmo para que se ocupara de confortar a aquel preocupado padre. Despues fue en busca de Sebastián y de Alfonso, de modo que al poco tiempo todos los hombres de la familia esperaban angustiados el pronóstico de la doctora Casas.
-Parece que Pepa ha logrado detener la hemorragia, pero ha perdido mucha sangre y está muy débil-dijo empleando un tono mucho más apagado de lo que en ella era habitual.
-Pero ¿se pondrá bien?-se atrevió a preguntar Sebastián ya que ni su padre ni Alfonso eran capaces de articular palabra.
-Ojalá pudiera decirles que sí-se lamentó la médico-Pero sólo podemos esperar. Estos casos son muy graves y no……-Prefirió no acabar la frase.
-¿Qúe podemos hacer, doctora?-insistio Sebastián.
-Mucho me temo que nada, sólo esperar a que ella sea lo suficientemente fuerte para superar la situación. Lo importante es ver como evoluciona en las siguientes 48 horas. Si notan que tiene fiebre o que la hemorragia se repite, por favor, no dejen de avisarme, sea la hora que sea.
-No se preocupe, Gregoria-habló por primera vez Pepa-Yo me quedaré con ella y si ocurre algo mandaré inmeditamente a buscarla.
-La dejo en buenas manos,entonces.
-Muchas gracias doctora-fue de nuevo Sebastián el único de los hombres capaces de articular palabra-La acompaño a la salida.
Don Anselmo trataba de infundir ánimos a Raimundo. Se abstuvo de mencionar a Dios y de decirle que había que tener fé. Por un momento dejó de ser el cura de Puente Viejo para para ser sólo el buen amigo que había sido siempre, tratando de confortarlo. “Emilia es una muchacha muy fuerte y no puede estar en mejores manos que las de Pepa y la doctora Casas”.
Mientras, en el rincón más escondido del patio, un hombre lloraba por primera vez en su vida. El destino volvía a asestarle un golpe, el más duro. Y tenía que ser justo aquel día en el que se había levantado con el corazón enchido de esperanza al despertarse abrazado a la mujer que tanto amaba y que ahora se debatía entre la vida y la muerte.
#735
08/10/2011 13:35
No hubo forma de convencerlo para que descansara. No permitió que Pepa o Raimundo lo relevasen nínguna noche. Permanecía sentado a su lado, pendiente del más mínimo cambio en su respiración, tocándole la frente a cada minuto con la esperanza de que la fiebre remitiese. Cuando bien pasada la medianoche la casa era invadida por el silencio, él cogía la mano de su mujer entre las suyas y le hablaba. Le contaba anécdotas de su niñez e del trabajo en los campos junto a su añorado hermano Ramiro. A veces le susurraba palabras de amor, aquellas que se calló durante demasiado tiempo. Le confesó que estaba enamorado de ella desde hacía tanto tiempo que no era capaza de recordarlo. Le contó como sufría al verla triste cuando su padre enfermó y no podía hacer nada más que ayudarla con la faena de la taberna. Recordó como se le había ocurrido la idea de hacerla creer que tenía un admirador secreto, para que se diera cuenta que ella era una persona especial por la que alguien bebía los vientos. Sin embargo, se calló todo el sufrimiento pasado, porque al lado del nudo que ahora le atenazaba las entrañas, cualquier contratiempo anterior no era más que una anécdota. Poco importaban ya las noches en vela al saber que Severiano la había conquistado. Atrás quedaban aquellos intentos por declararse, que ella desbarataba sin saberlo repitiéndole una y otra vez que era como su hermano. Daría cualquier cosa por volver a oír sus reproches acusándolo de ser un mal amigo con tal de escuchar de nuevo su voz.
Y lloraba, sobre todo lloraba, hasta que el cansancio lo vencía y se quedaba dormido con la cabeza apoyada en el pecho de su mujer. A veces, en sueños, creía oír la voz de Emilia llamándolo.
-Alfonso-escuchó al alba del cuarto día mientras sentía una mano acariciándole el pelo.
(Continuará)
Y lloraba, sobre todo lloraba, hasta que el cansancio lo vencía y se quedaba dormido con la cabeza apoyada en el pecho de su mujer. A veces, en sueños, creía oír la voz de Emilia llamándolo.
-Alfonso-escuchó al alba del cuarto día mientras sentía una mano acariciándole el pelo.
(Continuará)
#736
08/10/2011 13:47
Pepa por dios sigue...que esto es un sinvivir...
#737
08/10/2011 13:50
Pepa por dios tengo el estomago encogido!! Me encanta me encanta!!!
#738
08/10/2011 13:57
Pepa...brutal!!!!! me dejas con el ay en el cuerpo....si te sobra un pokitin de tiempo..prosige...xke necesito más....
Eres una artistaza en serio.... GRACIAS!!!!!!
Eres una artistaza en serio.... GRACIAS!!!!!!
#739
08/10/2011 14:08
Por favor, por lo que valga, MÁS.
Es precioso, es tan bonito que no me imagino a un guionista escribiéndolo, lo reconozco. Hay cosas que sólo pueden salir de ciertas manos...
Es precioso, es tan bonito que no me imagino a un guionista escribiéndolo, lo reconozco. Hay cosas que sólo pueden salir de ciertas manos...
#740
08/10/2011 14:17
Pepa, por favor continua!!!Que grandeza, espectacular, wow, precioso!!