Foro El secreto de Puente Viejo
La Biblioteca (A - K)
#0
17/08/2011 13:26
EL RINCÓN DE AHA
El destino.
EL RINCÓN DE ÁLEX
El Secreto de Puente Viejo, El Origen.
EL RINCÓN DE ABRIL
El mejor hombre de Puente Viejo.
La chica de la trenza I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII.
EL RINCÓN DE ALFEMI
De siempre y para siempre.
Hace frío I, II.
Pensando en ti.
Yo te elegí a ti.
EL RINCÓN DE ANTOJEP
Bajo la luz de la luna I, II, III, IV.
Como un rayo de sol I, II, III, IV.
La traición I, II.
EL RINCÓN DE ARICIA
Reacción I, II, III, IV.
Emilia, el lobo y el cazador.
El secreto de Alfonso Castañeda.
La mancha de mora I, II, III, IV, V.
Historias que se repiten. 20 años después.
La historia de Ana Castañeda I, II, III, VI, V, Final.
EL RINCÓN DE ARTEMISILLA
Ojalá fuera cierto.
Una historia de dos
EL RINCÓN DE CAROLINA
Mi historia.
EL RINCÓN DE CINDERELLA
Cierra los ojos.
EL RINCÓN DE COLGADA
Cartas, huidas, regalos y el diluvio universal I-XI.
El secreto de Gregoria Casas.
La decisión I,II, III, IV, V.
Curando heridas I,II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII.
una nueva vida I,II, III
EL RINCÓN DE CUQUINA
Lo que me sale de las teclas.
El origen de Tristán Ulloa.
EL RINCÓN DE EIZA
En los ojos de un Castañeda.
Bajando a los infiernos.
¡¿De qué?!
Pensamientos
EL RINCÓN DE FERMARÍA
Noche de bodas. (Descarga directa aquí)
Lo que no se ve.
En el baile.
De valientes y cobardes.
Descubriendo a Alfonso.
¿Por qué no me besaste?
Dejarse llevar.
Amar a Alfonso Castañeda.
Serenidad.
Así.
Quiero.
El corazón de un jornalero (I) (II).
Lo único cierto I, II.
Tiempo.
Sabor a chocolate.
EL RINCÓN DE FRANRAI
Un amor inquebrantable.
Un perfecto malentendido.
Gotas del pasado.
EL RINCÓN DE GESPA
La rutina.
Cada cosa en su sitio.
El baile.
Tomando decisiones.
Volver I, II.
Chismorreo.
Sola.
Tareas.
El desayuno.
Amigas.
Risas.
La manzana.
EL RINCÓN DE INMILLA
Rain Over Me I, II, III.
EL RINCÓN DE JAJIJU
Diálogos que nos encantaría que pasaran.
EL RINCÓN DE KERALA
Amor, lucha y rendición I - VII, VIII, IX, X, XI (I) (II), XII, XIII, XIV, XV, XVI,
XVII, XVIII, XIX, XX (I) (II), XXI, XXII (I) (II).
Borracha de tu amor.
Lo que debió haber sido.
Tu amor es mi droga I, II. (Escena alternativa).
PACA´S TABERN I, II.
Recuerdos.
Dibujando tu cuerpo.
Tu amor es mi condena I, II.
Encuentro en la posada. Historia alternativa
Tu amor es mi condena I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI
#701
05/10/2011 00:39
Se despertó con los primeros rayos del sol de la mañana. Pepa seguía dormida. Ella trató de asearse y vestirse de modo sigiloso para no despertar a su amiga. Salió de puntillas de la habitación. Todo estaba en silencio. Seguramente ni su padre ni Sebastián se habían levantado aun, de modo que la conversación que tenían pendiente desde el día anterior tendría que esperar. Tambien era demasiado pronto para abrir la taberna. Eso le daba tiempo para arreglar otro asunto. Salió de la casa de comidas, cruzó la plaza y se encaminó a la salida del pueblo sin encontrarse con nadie. Cogió la vereda que llevaba a la casa de los Castañeda. Necesitaba hablar con Alfonso antes de que se fuera a la faena. Tenía que disculparse con él e intentar recuperar la amistad que los había unido desde la niñez. Su padre siempre les decía a ella y a Sebastián que el que tiene un amigo tiene un tesoro. Y Alfonso Castañeda era uno de sus tesoros más preciados y había estado a punto de perderlo por su mala cabeza.
Mientras recorría el camino recordó las palabras de Pepa. “El amor es otra cosa, es ternura, es complicidad, confianza, preocuparse por el otro antes que por uno mismo”. “Siempre sospeché que Alfonso estaba enamorado de ti. Tendrías que ver el dolor que reflejaba su rostro el día que Severiano le pidió permiso a tu padre para festejar contigo”. No podía ser, él era su amigo, casi como un hermano. ¿Pero si Pepa tenía razón?. Eso explicaría tantas cosas. Los regalos del dichoso admirador secreto, aquellos presentes que tanto la habían alegrado y que debían venir de alguien que la conociera muy bien. Su perfume favorito, las añoradas aventuras del capitán Nemo, aquellos preciosos zarcillos de plata, la cajita de música que ella misma había roto y que él había logrado recomponer. Y mientras ella burlándose de su cara de cordero degollado e insistiéndole para que le dijera el nombre de la muchacha que lo tenía enamoriscado.”Ella no lo sabe. Ella no lo nota”. Menuda necia aquella mujer que no sabía ver que él era el mejor hombre de Puente Viejo. Cuando quiso darse cuenta se encontraba ya a las puertas de la casa de los Castañeda y las voces que salían de la cocina interrumpieron sus pensamientos. Sintió un escalofrío muy parecido al miedo al oír su voz.
-¿Qué le has hecho Severiano?-preguntaba Alfonso con un tono serio, que pocas veces utilizaba.
-Nada que ella no quisiera. Se me entregó en cuerpo y alma…..y con una ingenuidad-aquel canalla se estaba burlando de la mujer que amaba-Aun tiene mucho que aprender, que no es nada diestra en el catre.
-¡Eres un canalla!. Te juro que como le hayas hecho daño lo pagarás caro-la rabia y el dolor se estaban apoderando de Alfonso, que cerraba los puños con tanta fuerza que se clavó la uñas en las palmas de la manos.
-No te confundas, amigo. Que ella no ha hecho nada que no quisiera…..bueno al principio se mostró un poco reticente pero con un par de besos conseguí que se abriera de piernas. Todas las mujeres son iguales….y ésta incluso ha sido más fácil de conquistar que otras que no presumían tanto de su decencia.
-Emilia es una buena muchacha, una muchacha decente-repuso Alfonso
-No te digo yo que no….Pero digamos que necesitaba consuelo y yo se lo dí.
-¿Qué quieres decir?-inquirió el muchacho
-Pues que estaba triste por no sé que historia sobre Raimundo, que resulta que no es su padre, que sus verdaderos padres muriero cuando ella era sólo un bebé. Y alli estaba yo para consolarla-se vovió a burlar el de Villalpanda.
Alfonso sentía que le faltaba el aire. El dolor era tan grande que sentía como si una carreta le hubiera aplastado el pecho. Lo único que podía hacer era salir huyendo para no matar a golpes a aquel desalmado que se había aprovechado de la debilidad de Emilia. Abrió la puerta con rabia y allí estaba ella, con la cara desencajada pero ahora el ciego era él y no fue capaz de ver sus ojos llenos de lágrimas.
-¡Emilia!.....Buenos dias. Supongo que vendrás buscando a tu novio, ahí lo tienes, en la cocina.
-¡Alfonso!-lo llamó ella suplicante pero su amigo siguió andando sin ni siquiera mirarla. Ahora sí que lo había perdido todo.
Mientras recorría el camino recordó las palabras de Pepa. “El amor es otra cosa, es ternura, es complicidad, confianza, preocuparse por el otro antes que por uno mismo”. “Siempre sospeché que Alfonso estaba enamorado de ti. Tendrías que ver el dolor que reflejaba su rostro el día que Severiano le pidió permiso a tu padre para festejar contigo”. No podía ser, él era su amigo, casi como un hermano. ¿Pero si Pepa tenía razón?. Eso explicaría tantas cosas. Los regalos del dichoso admirador secreto, aquellos presentes que tanto la habían alegrado y que debían venir de alguien que la conociera muy bien. Su perfume favorito, las añoradas aventuras del capitán Nemo, aquellos preciosos zarcillos de plata, la cajita de música que ella misma había roto y que él había logrado recomponer. Y mientras ella burlándose de su cara de cordero degollado e insistiéndole para que le dijera el nombre de la muchacha que lo tenía enamoriscado.”Ella no lo sabe. Ella no lo nota”. Menuda necia aquella mujer que no sabía ver que él era el mejor hombre de Puente Viejo. Cuando quiso darse cuenta se encontraba ya a las puertas de la casa de los Castañeda y las voces que salían de la cocina interrumpieron sus pensamientos. Sintió un escalofrío muy parecido al miedo al oír su voz.
-¿Qué le has hecho Severiano?-preguntaba Alfonso con un tono serio, que pocas veces utilizaba.
-Nada que ella no quisiera. Se me entregó en cuerpo y alma…..y con una ingenuidad-aquel canalla se estaba burlando de la mujer que amaba-Aun tiene mucho que aprender, que no es nada diestra en el catre.
-¡Eres un canalla!. Te juro que como le hayas hecho daño lo pagarás caro-la rabia y el dolor se estaban apoderando de Alfonso, que cerraba los puños con tanta fuerza que se clavó la uñas en las palmas de la manos.
-No te confundas, amigo. Que ella no ha hecho nada que no quisiera…..bueno al principio se mostró un poco reticente pero con un par de besos conseguí que se abriera de piernas. Todas las mujeres son iguales….y ésta incluso ha sido más fácil de conquistar que otras que no presumían tanto de su decencia.
-Emilia es una buena muchacha, una muchacha decente-repuso Alfonso
-No te digo yo que no….Pero digamos que necesitaba consuelo y yo se lo dí.
-¿Qué quieres decir?-inquirió el muchacho
-Pues que estaba triste por no sé que historia sobre Raimundo, que resulta que no es su padre, que sus verdaderos padres muriero cuando ella era sólo un bebé. Y alli estaba yo para consolarla-se vovió a burlar el de Villalpanda.
Alfonso sentía que le faltaba el aire. El dolor era tan grande que sentía como si una carreta le hubiera aplastado el pecho. Lo único que podía hacer era salir huyendo para no matar a golpes a aquel desalmado que se había aprovechado de la debilidad de Emilia. Abrió la puerta con rabia y allí estaba ella, con la cara desencajada pero ahora el ciego era él y no fue capaz de ver sus ojos llenos de lágrimas.
-¡Emilia!.....Buenos dias. Supongo que vendrás buscando a tu novio, ahí lo tienes, en la cocina.
-¡Alfonso!-lo llamó ella suplicante pero su amigo siguió andando sin ni siquiera mirarla. Ahora sí que lo había perdido todo.
#702
05/10/2011 00:41
-¡Hola! ¿Cómo se encuentra hoy mi pichoncito?-le dijo mientras se acercaba con intención de besarla.
-¡Ni se te ocurra tocarme!. O te juro que te arreo tal bofetón que de guapo sólo te va a quedar el mote.
-Pero pichoncito, ¿a qué viene ese mal humor?. Ayer estabas mucho más cariñosa-se burló el de Villalpanda.
-¿Cómo te atreves?. No sólo te aprovechaste de mi dolor para seducirme cuando yo buscaba tu cariño, sino que no quisiste parar cuando yo te suplicaba que lo hicieras. Y encima me calumnias delante de tus amigos, como si yo fuese una vulgar ramera, como esas que acostumbras a visitar en el lupanar.
-Bueno, te abriste de piernas como ……-no pudo rematar la frase porque un sonoro bofetón le cruzó la cara. Le dolía la mejilla, pero más le dolía su orgullo de macho. Nínguna mujer le trataba así-Pero ¿tú que te has creído?. ¿A que vienen esos remilgos ahora?. Ayer te hice mía, aunque no quisieras, y lo voy hacer mas veces. Eres mi novia y todo el mundo sabrá que te entregaste a mí.
Emilia sintió como el pánico se apoderaba de ella. Estaba sóla con aquel canalla que de repente la abrazaba a la fuerza mientras trataba de besarla. Ella se resistía con todas sus fuerzas, tratando de revolverse para escapar. Pero Severiano era un hombre fuerte y no le costó mucho esfuerzo sujetarla y empujarla al catre. Con una mano le tapó la boca para que no gritara, aunque nadie había en aquella casa que pudiera oírla. Y con la otra mano se disponía a levantarle la falda. La muchacha seguía luchando con los ojos cerrados, puesto que no soportaba ver la cara de aquel monstruo del que creía estar enamorada hasta el día anterior. Bastante tenía con aguantar su aliento y su tacto. De repente, aquel peso que la aplastaba ya no estaba encima.
-¡Suéltala, hijo de mala madre!-gritó Alfonso mientras lo agarraba por el chaleco. Sus ojos estaban llenos de ira.
-¡Hombre, Alfonsito!. No deberías meterte, que esto es un asunto de pareja. Aunque no debería sorprenderme, que desde el principio has tratado de malmeter-se burló Severiano.
-¡Largo de aquí, si no quieres que te parta todos los huesos del cuerpo!-le espetó el muchacho mientras lo empujaba a trompicones hacia la puerta.-Te lo advertí, te dije que Emilia no era como las demás mujeres y que no te iba a consentir que le hicieras daño.
-Pues llegas tarde Castañeda, que ya la he estrenado-se mofó-. No sé porque tanto interés en proteger a esta moza……O mejor dicho, sí lo sé…..tú estás enamorado de ella…..Sí, sí, es eso lo que te pasa, que la quieres para…
No pudo acabar la frase porque un puñetazo le partió la nariz y lo tiró de espaldas en el suelo de la cocina. Severiano se tocó la sangre que le corría por la cara mientras se intentaba poner en pié.
-No hagas que te lo repita más veces, largate de una maldita vez y no se te ocurra poner jamás un pié en Puente Viejo, porque te juro por mi madre que si te vuelvo a ver te reviento la cabeza.
-Esto no va a quedar así-dijo Severiano mientras salía por la puerta a trompicones-Os vais a enterar de quien soy yo y….todo el mundo sabrá que es una furcia.
Alfonso trató de recobrar el aliento que le faltaba al tiempo que aflojaba la tensión de sus puños cerrados. Giró sobre si mismo y mira hacia el camastro. Y allí estaba Emilia, sentada, con los brazos cruzados sobre su regazo, los ojos cerrados y balanceándose sobre si misama. Tenía el pelo revuelto, la cara enrojecida y la blusa rota. Sintió como el dolor le mordía las entrañas al verla sufrir de aquel modo. Despacio, como si quisiera pedirle permiso, se acercó al catre y se arrodilló junto a ella. No se atrevía a tocarla, por miedo a asustarla más.
-Alfonso-dijo de un modo casi inaudible-yo……no es cierto lo que dice Severiano..yo no soy así
-Sssssh, no hace falta que digas nada-le respondió mientras la abrazaba con fuerza y la besaba en el pelo.-Sé como es ese desgraciado y te conozco a ti. Además……escuché lo que te decía.
-Pensé que te habías marchado y que no querías verme-su voz temblaba-Tenía tanto miedo…..
Era cierto que no quería verla, que se había alejado de aquel lugar porque no quería ser espectador de un nuevo encuentro de la pareja. Pero algo en su interior le obligó a dar media vuelta y regresar a su casa. Algo no iba bien. Su instinto no le había engañado y llegó a tiempo de escuchar las burlas y las amenazas de aquel mal nacido al que durante años había considerado amigo.
-Tranquila, estoy aquí y no dejaré que nadie te haga daño. Y ese cretino no se atreverá a volver a importunarte, porque si lo hace no saldrá vivo de Puente Viejo.
-Alfonso-le habló separándose un poco de su abrazo para poder mirarlo a los ojos-¿Por qué siempre estás ahí cuando te necesito?.
-Porque somos amigos y los amigos tienen que estar cuando se les necesita-le contestó mientras le secaba las lágrimas que corrían por sus mejillas con las palmas de sus manos-Y ahora cuéntame qué es lo que te traía por aquí, que me barrunto yo que querías hablar comigo.
-¡Qué bien me conoces, tunante!-dijo Emilia esbozando una tímida sonrisa al comprobar que aunque las otras columnas de su vida estuvieran medio resquebrajadas, Alfonso seguía siendo un fuerte pilar en la que apoyarse. Y era su pilar.
-¡Ni se te ocurra tocarme!. O te juro que te arreo tal bofetón que de guapo sólo te va a quedar el mote.
-Pero pichoncito, ¿a qué viene ese mal humor?. Ayer estabas mucho más cariñosa-se burló el de Villalpanda.
-¿Cómo te atreves?. No sólo te aprovechaste de mi dolor para seducirme cuando yo buscaba tu cariño, sino que no quisiste parar cuando yo te suplicaba que lo hicieras. Y encima me calumnias delante de tus amigos, como si yo fuese una vulgar ramera, como esas que acostumbras a visitar en el lupanar.
-Bueno, te abriste de piernas como ……-no pudo rematar la frase porque un sonoro bofetón le cruzó la cara. Le dolía la mejilla, pero más le dolía su orgullo de macho. Nínguna mujer le trataba así-Pero ¿tú que te has creído?. ¿A que vienen esos remilgos ahora?. Ayer te hice mía, aunque no quisieras, y lo voy hacer mas veces. Eres mi novia y todo el mundo sabrá que te entregaste a mí.
Emilia sintió como el pánico se apoderaba de ella. Estaba sóla con aquel canalla que de repente la abrazaba a la fuerza mientras trataba de besarla. Ella se resistía con todas sus fuerzas, tratando de revolverse para escapar. Pero Severiano era un hombre fuerte y no le costó mucho esfuerzo sujetarla y empujarla al catre. Con una mano le tapó la boca para que no gritara, aunque nadie había en aquella casa que pudiera oírla. Y con la otra mano se disponía a levantarle la falda. La muchacha seguía luchando con los ojos cerrados, puesto que no soportaba ver la cara de aquel monstruo del que creía estar enamorada hasta el día anterior. Bastante tenía con aguantar su aliento y su tacto. De repente, aquel peso que la aplastaba ya no estaba encima.
-¡Suéltala, hijo de mala madre!-gritó Alfonso mientras lo agarraba por el chaleco. Sus ojos estaban llenos de ira.
-¡Hombre, Alfonsito!. No deberías meterte, que esto es un asunto de pareja. Aunque no debería sorprenderme, que desde el principio has tratado de malmeter-se burló Severiano.
-¡Largo de aquí, si no quieres que te parta todos los huesos del cuerpo!-le espetó el muchacho mientras lo empujaba a trompicones hacia la puerta.-Te lo advertí, te dije que Emilia no era como las demás mujeres y que no te iba a consentir que le hicieras daño.
-Pues llegas tarde Castañeda, que ya la he estrenado-se mofó-. No sé porque tanto interés en proteger a esta moza……O mejor dicho, sí lo sé…..tú estás enamorado de ella…..Sí, sí, es eso lo que te pasa, que la quieres para…
No pudo acabar la frase porque un puñetazo le partió la nariz y lo tiró de espaldas en el suelo de la cocina. Severiano se tocó la sangre que le corría por la cara mientras se intentaba poner en pié.
-No hagas que te lo repita más veces, largate de una maldita vez y no se te ocurra poner jamás un pié en Puente Viejo, porque te juro por mi madre que si te vuelvo a ver te reviento la cabeza.
-Esto no va a quedar así-dijo Severiano mientras salía por la puerta a trompicones-Os vais a enterar de quien soy yo y….todo el mundo sabrá que es una furcia.
Alfonso trató de recobrar el aliento que le faltaba al tiempo que aflojaba la tensión de sus puños cerrados. Giró sobre si mismo y mira hacia el camastro. Y allí estaba Emilia, sentada, con los brazos cruzados sobre su regazo, los ojos cerrados y balanceándose sobre si misama. Tenía el pelo revuelto, la cara enrojecida y la blusa rota. Sintió como el dolor le mordía las entrañas al verla sufrir de aquel modo. Despacio, como si quisiera pedirle permiso, se acercó al catre y se arrodilló junto a ella. No se atrevía a tocarla, por miedo a asustarla más.
-Alfonso-dijo de un modo casi inaudible-yo……no es cierto lo que dice Severiano..yo no soy así
-Sssssh, no hace falta que digas nada-le respondió mientras la abrazaba con fuerza y la besaba en el pelo.-Sé como es ese desgraciado y te conozco a ti. Además……escuché lo que te decía.
-Pensé que te habías marchado y que no querías verme-su voz temblaba-Tenía tanto miedo…..
Era cierto que no quería verla, que se había alejado de aquel lugar porque no quería ser espectador de un nuevo encuentro de la pareja. Pero algo en su interior le obligó a dar media vuelta y regresar a su casa. Algo no iba bien. Su instinto no le había engañado y llegó a tiempo de escuchar las burlas y las amenazas de aquel mal nacido al que durante años había considerado amigo.
-Tranquila, estoy aquí y no dejaré que nadie te haga daño. Y ese cretino no se atreverá a volver a importunarte, porque si lo hace no saldrá vivo de Puente Viejo.
-Alfonso-le habló separándose un poco de su abrazo para poder mirarlo a los ojos-¿Por qué siempre estás ahí cuando te necesito?.
-Porque somos amigos y los amigos tienen que estar cuando se les necesita-le contestó mientras le secaba las lágrimas que corrían por sus mejillas con las palmas de sus manos-Y ahora cuéntame qué es lo que te traía por aquí, que me barrunto yo que querías hablar comigo.
-¡Qué bien me conoces, tunante!-dijo Emilia esbozando una tímida sonrisa al comprobar que aunque las otras columnas de su vida estuvieran medio resquebrajadas, Alfonso seguía siendo un fuerte pilar en la que apoyarse. Y era su pilar.
#703
05/10/2011 01:15
pepa, sublime!! me puedo ir a dormir trankila por k soñare esa bonita escena, podias haberle partido a severiano algo a parte de la nariz!
#704
05/10/2011 09:08
Dale tiempo, que ya ha avisado que si vuelve a verlo le parte la cabeza.......Y no nos vamos a librar tan facilmente del mascachapas de los coj....
#705
05/10/2011 16:59
ooohhh lapuebla, me encanta como escribes de verdad!!! mil gracias por compartir tus relatos! habrá continuación verdad??? ;)
#706
05/10/2011 20:39
[/i]
Solucionado el detallito de que la cursiva se habia quedao abierta!!
Solucionado el detallito de que la cursiva se habia quedao abierta!!
#707
05/10/2011 21:30
Olsi, ya tenía la continuación a medio escribir, pero despues de ver el capítulo de hoy ya no puedo encajar mi historia. Emilia ha sucumbido muy voluntariamente a los encantos de Severiano y por lo que se ve en el avance no ha sido nada traumático. Asi que yo creo que ni se acuerda de su amigo Alfonso. Total, que se me ha quitado la escasa inspiración que tenía para seguir adelante con el relato y juntar a nuestra pareja de una vez por todas.
De todas formas, muchas gracias por tus palabras. Y lo mismo digo yo de tus fics.
De todas formas, muchas gracias por tus palabras. Y lo mismo digo yo de tus fics.
#708
05/10/2011 22:53
Pepa, hoy se nos han roto muchas esperanzas a todas, pero yo he de decir, a riesgo de que me matéis, que un poquito he comprendido a Emilia. Es triste, pero se ha vendido para no estar sola.
De tu fic no te voy a decir nada que no te haya dicho ya, o que tú no sepas. Sabes lo que me haces sentir, y con eso te lo digo todo. Y reconozco que por traumático que sea, habría preferido que fueran las cosas como tú las cuentas (pero eso me pasa siempre que te leo).
Gracias. :)
De tu fic no te voy a decir nada que no te haya dicho ya, o que tú no sepas. Sabes lo que me haces sentir, y con eso te lo digo todo. Y reconozco que por traumático que sea, habría preferido que fueran las cosas como tú las cuentas (pero eso me pasa siempre que te leo).
Gracias. :)
#709
05/10/2011 23:23
Preciosos los fics, de verdad...
Y que pena que no se parezca las desventuras de Alfonso y Emilia un poco más a estas historias.
Y yo estoy contigo, Fermaria, Emilia hoy se ha vendido por un poco de amor... Y tb por culpa del dolor que la está cegando (sí, sí, aún más ciega de lo que ella está)
Bueno, chicas, con permiso vuestro os voy a dejar una historia que he barruntado en el día de hoy, permitiéndome la licencia de inspirarme en vuestra maravillosa forma de escribir
Y que pena que no se parezca las desventuras de Alfonso y Emilia un poco más a estas historias.
Y yo estoy contigo, Fermaria, Emilia hoy se ha vendido por un poco de amor... Y tb por culpa del dolor que la está cegando (sí, sí, aún más ciega de lo que ella está)
Bueno, chicas, con permiso vuestro os voy a dejar una historia que he barruntado en el día de hoy, permitiéndome la licencia de inspirarme en vuestra maravillosa forma de escribir
#710
05/10/2011 23:30
~~HISTORIAS QUE SE REPITEN. 20 AÑOS DESPUÉS~~
Hoy es el día de mi dieciocho cumpleaños.
Dieciocho felices años, todos ellos vividos en Puenteviejo, rodeada por mi familia, mis amigos, mis paisanos. Viendo cada mañana el mismo magnífico amanecer, con el sol acariciando los prados, colándose entre las ramas del bosque y brillando como un espejo sobre las aguas del río, para luego desaparecer perezosamente como un amante al anochecer dando paso a un cielo limpio y estrellado.
Mi abuelo dice que no hay cielo nocturno como el de Puenteviejo. Y mis tíos, que han visto más mundo del que yo jamás podría soñar, dicen que es cierto. Las estrellas son las mismas que en cualquier otra parte del mundo, pero en ningún otro sitio brillan igual que en Puenteviejo, me dicen. Yo siempre les respondo que eso no es cierto, que en el hemisferio sur son otras estrellas, y mis tíos me miran y me sonríen con indulgencia, abrazándome y diciendo que soy la niña más lista del mundo.
Pero ya no soy más una niña. Mi abuelo me dijo hace poco que hoy dejaría atrás cualquier resquicio de mi infancia y me convertiría en una mujer. Una mujer de dieciocho años. Pero lo que él no sabía es que yo ya me sentía mujer mucho antes. Y la culpa es del amor.
Nadie sabe que yo, Ana Castañeda Ulloa, sufro por amor.
Ni mi madre, que es mi mejor amiga y confidente, la que me escucha y me aconseja, la que nos reprende a mí y a mis hermanos cuando hemos hecho alguna trastada, la que nos besa cuando estamos enfermos y consiente nuestros estómagos regalándonos las más suculentas viandas.
Ni mi padre, que es el primer hombre de mi vida, mi mata-dragones, mi caballero de brillante armadura, cuyos besos curan cualquier rasguño es mis manos y rodillas, cuyas palabras me alientan a alcanzar mis sueños, el nexo de unión de las vidas de mi madre, de mis hermanos y de la mía.
Ninguno de ellos sabe que mi corazón quedó prendado hace unos meses. Que mis sueños se llenaron de imágenes suyas, de su rostro, de su voz, de sus manos, de sus besos. Que mi alma suspira por verle cuando estoy lejos de él. Porque él es el hombre más apuesto y gallardo que alguna vez ha pisado Puenteviejo.
Recuerdo como si fuera ayer cuando lo vi por primera vez en la plaza del pueblo. Yo estaba en la posada, cuidando de mis hermanos y primos más pequeños, evitando que hicieran alguna de sus trastadas cuando la diligencia de Lapuebla llegó como cada mañana trayendo consigo nuevos visitantes.
En lo últimos años mis dos tíos habían trabajado duro sacando no sólo a flote la conservera, sino también convirtiendo Puenteviejo en un pequeño foco industrial que había atraído a cientos de personas a la región en busca de trabajo. Por eso, a diferencia de otros lugares, la diligencia no llegaba a Puenteviejo a llevarse a la gente a las grandes ciudades, sino que las traía en busca de trabajo. Y muy pronto no sería sólo la diligencia quien las trajese, ya que mi tío Hipólito, alcalde de Puenteviejo, había conseguido lo impensable y, por fin, el tren iba a llegar a la comarca.
Y con el propósito de encontrar trabajo llegó él. Cuando bajó con paso elegante y seguro de la diligencia, rápidamente atrajo las miradas curiosas de los puentevejeros que andaban por la plaza. Yo fui una de ellos, incapaz de resistir el magnetismo de sus movimientos casi felinos y de su mirada metódica que recorría toda la plaza, hasta que llegó a mí y sus ojos se detuvieron en mi rostro.
Desde que nuestras miradas se encontraron, yo sentí que dejaba de ser yo misma, la sencilla y tranquila Ana Castañeda, y que un mundo nuevo se abría ante mí. La intensidad de su mirada azul me hizo percibir mi propia femineidad y con movimientos nerviosos, empecé a arreglarme las arrugas de mi sencillo vestido y a ordenar los mechones castaños sueltos de mi peinado.
Ese primer día, en el que nuestras miradas se cruzaron y ambos fuimos conscientes del otro, fue el comienzo de mi secreta historia de amor con Pascual Hernández.
Hoy, tres meses después de ese primer día todavía me sorprendo de lo tonta que realmente llegué a ser. Ante las atenciones y agasajos de Pascual yo me creí una mujer hecha y derecha, capaz de discernir el verdadero amor del puro encaprichamiento.
Fácilmente, me dejé cegar por sus palabras bonitas, sus miradas intensas, sus caricias robadas, sintiéndome por primera vez el centro del universo para alguien, y no sólo una solitaria estrella más en el firmamento de Puenteviejo. Y con su primer beso, creí flotar de felicidad. Ya no era una niña, era una mujer. Por primera vez una mujer deseada.
Pero esa ilusión se rompió hoy. El día de mi cumpleaños.
Mi alma se desgarra al rememorar lo descubierto esta mañana. ¿Por qué no me he quedado en casa? ¿Por qué no he acudido directamente a la posada de mi abuelo a abrazarlo y recibir su cariñosa felicitación? ¿Por qué no me he entretenido un poco más a hablar con mi amiga Azucena en la vereda del camino? ¿Por qué, en este día especial, lo he ido a buscar a sus habitaciones?
El por qué era muy fácil. Yo me muero por estar con él, sentir el regalo de sus brazos alrededor de mi cintura, sus labios sobre los míos, y escuchar sus dulces palabras de amor. Era tan intensa esa necesidad que me he escabullido de casa antes siquiera de recibir las carantoñas de mis padres y mis hermanos.
Y sin embargo, lo único que he encontrado había sido el desengaño. Pascual estaba en brazos de otra mujer, acariciándola, besándola, recitándole las mismas palabras de amor y las mismas promesas que yo he recibido. Pero su abrazo es más intenso, sus caricias más urgentes, sus besos los de dos amantes que se despedían tras disfrutar una noche de amor.
Ahora regreso a casa con el corazón destrozado y avergonzada.
El corazón destrozado porque Pascual ha pisoteado mis sentimientos y mis sueños. Yo me abrí a él, le entregué mis esperanzas y mi amor, y él sólo ha jugado con ellos. Para él conquistarme fue un juego, la necesidad de demostrarse a sí mismo que era capaz de robar el corazón de una ingenua muchacha, una niña con ínfulas de mujer.
Avergonzada porque no supe ver más allá de esa fachada atractiva y galante. Porque no descubrí la falsedad de sus palabras. Porque en mis ansias por ser amada, no quise ver la realidad que me rodeaba. Porque hoy en mi más absoluta estupidez, estaba dispuesta a entregarle mi inocencia.
Vuelvo a casa llorando. Mis pasos sortean los caminos más transitados, esquivando a toda persona que pueda cruzarse en mi camino y me encaminan al sendero del bosque donde puedo hallar soledad y quietud. Mis fuerzas acaban abandonándome y me dejan caer sobre la tierra.
Las piedras se clavan en mis piernas y mis rodillas, pero no me importa ya que apenas siento ese punzante dolor entre toda la pena que me embarga.
Hoy es mi cumpleaños y he visto como todos mis sueños se desmoronaban a mi alrededor.
Desde que era muy pequeña siempre soñé con vivir un amor como el de los cuentos que mi abuelo Raimundo me contaba de pequeña para dormir. Soñaba con que llegaría un día en el que conocería a un hombre que me amase más que a su vida misma, como mi padre ama a mi madre. Soñaba con un hombre que sentiría un torrente de pasión por mí, como mi tío Tristán siente por mi tía Pepa. Soñaba con un hombre que compartiría mis ideales y mis sueños, como los comparte mi tío Sebastián con mi tía Gregoria. Soñaba con un amor inmortal como el que mi abuelo Raimundo ha sentido, siente y sentirá hasta el final de los días por su adorada Francisca, incluso cuando el tiempo y los malentendidos los han separado para siempre.
Pero mis sueños se han convertido en pesadillas. Al volver a recordar momentos vividos con Pascual, mis ojos vuelven a llenarse de lágrimas empañándome la visión.
**CONTINÚA**
Hoy es el día de mi dieciocho cumpleaños.
Dieciocho felices años, todos ellos vividos en Puenteviejo, rodeada por mi familia, mis amigos, mis paisanos. Viendo cada mañana el mismo magnífico amanecer, con el sol acariciando los prados, colándose entre las ramas del bosque y brillando como un espejo sobre las aguas del río, para luego desaparecer perezosamente como un amante al anochecer dando paso a un cielo limpio y estrellado.
Mi abuelo dice que no hay cielo nocturno como el de Puenteviejo. Y mis tíos, que han visto más mundo del que yo jamás podría soñar, dicen que es cierto. Las estrellas son las mismas que en cualquier otra parte del mundo, pero en ningún otro sitio brillan igual que en Puenteviejo, me dicen. Yo siempre les respondo que eso no es cierto, que en el hemisferio sur son otras estrellas, y mis tíos me miran y me sonríen con indulgencia, abrazándome y diciendo que soy la niña más lista del mundo.
Pero ya no soy más una niña. Mi abuelo me dijo hace poco que hoy dejaría atrás cualquier resquicio de mi infancia y me convertiría en una mujer. Una mujer de dieciocho años. Pero lo que él no sabía es que yo ya me sentía mujer mucho antes. Y la culpa es del amor.
Nadie sabe que yo, Ana Castañeda Ulloa, sufro por amor.
Ni mi madre, que es mi mejor amiga y confidente, la que me escucha y me aconseja, la que nos reprende a mí y a mis hermanos cuando hemos hecho alguna trastada, la que nos besa cuando estamos enfermos y consiente nuestros estómagos regalándonos las más suculentas viandas.
Ni mi padre, que es el primer hombre de mi vida, mi mata-dragones, mi caballero de brillante armadura, cuyos besos curan cualquier rasguño es mis manos y rodillas, cuyas palabras me alientan a alcanzar mis sueños, el nexo de unión de las vidas de mi madre, de mis hermanos y de la mía.
Ninguno de ellos sabe que mi corazón quedó prendado hace unos meses. Que mis sueños se llenaron de imágenes suyas, de su rostro, de su voz, de sus manos, de sus besos. Que mi alma suspira por verle cuando estoy lejos de él. Porque él es el hombre más apuesto y gallardo que alguna vez ha pisado Puenteviejo.
Recuerdo como si fuera ayer cuando lo vi por primera vez en la plaza del pueblo. Yo estaba en la posada, cuidando de mis hermanos y primos más pequeños, evitando que hicieran alguna de sus trastadas cuando la diligencia de Lapuebla llegó como cada mañana trayendo consigo nuevos visitantes.
En lo últimos años mis dos tíos habían trabajado duro sacando no sólo a flote la conservera, sino también convirtiendo Puenteviejo en un pequeño foco industrial que había atraído a cientos de personas a la región en busca de trabajo. Por eso, a diferencia de otros lugares, la diligencia no llegaba a Puenteviejo a llevarse a la gente a las grandes ciudades, sino que las traía en busca de trabajo. Y muy pronto no sería sólo la diligencia quien las trajese, ya que mi tío Hipólito, alcalde de Puenteviejo, había conseguido lo impensable y, por fin, el tren iba a llegar a la comarca.
Y con el propósito de encontrar trabajo llegó él. Cuando bajó con paso elegante y seguro de la diligencia, rápidamente atrajo las miradas curiosas de los puentevejeros que andaban por la plaza. Yo fui una de ellos, incapaz de resistir el magnetismo de sus movimientos casi felinos y de su mirada metódica que recorría toda la plaza, hasta que llegó a mí y sus ojos se detuvieron en mi rostro.
Desde que nuestras miradas se encontraron, yo sentí que dejaba de ser yo misma, la sencilla y tranquila Ana Castañeda, y que un mundo nuevo se abría ante mí. La intensidad de su mirada azul me hizo percibir mi propia femineidad y con movimientos nerviosos, empecé a arreglarme las arrugas de mi sencillo vestido y a ordenar los mechones castaños sueltos de mi peinado.
Ese primer día, en el que nuestras miradas se cruzaron y ambos fuimos conscientes del otro, fue el comienzo de mi secreta historia de amor con Pascual Hernández.
Hoy, tres meses después de ese primer día todavía me sorprendo de lo tonta que realmente llegué a ser. Ante las atenciones y agasajos de Pascual yo me creí una mujer hecha y derecha, capaz de discernir el verdadero amor del puro encaprichamiento.
Fácilmente, me dejé cegar por sus palabras bonitas, sus miradas intensas, sus caricias robadas, sintiéndome por primera vez el centro del universo para alguien, y no sólo una solitaria estrella más en el firmamento de Puenteviejo. Y con su primer beso, creí flotar de felicidad. Ya no era una niña, era una mujer. Por primera vez una mujer deseada.
Pero esa ilusión se rompió hoy. El día de mi cumpleaños.
Mi alma se desgarra al rememorar lo descubierto esta mañana. ¿Por qué no me he quedado en casa? ¿Por qué no he acudido directamente a la posada de mi abuelo a abrazarlo y recibir su cariñosa felicitación? ¿Por qué no me he entretenido un poco más a hablar con mi amiga Azucena en la vereda del camino? ¿Por qué, en este día especial, lo he ido a buscar a sus habitaciones?
El por qué era muy fácil. Yo me muero por estar con él, sentir el regalo de sus brazos alrededor de mi cintura, sus labios sobre los míos, y escuchar sus dulces palabras de amor. Era tan intensa esa necesidad que me he escabullido de casa antes siquiera de recibir las carantoñas de mis padres y mis hermanos.
Y sin embargo, lo único que he encontrado había sido el desengaño. Pascual estaba en brazos de otra mujer, acariciándola, besándola, recitándole las mismas palabras de amor y las mismas promesas que yo he recibido. Pero su abrazo es más intenso, sus caricias más urgentes, sus besos los de dos amantes que se despedían tras disfrutar una noche de amor.
Ahora regreso a casa con el corazón destrozado y avergonzada.
El corazón destrozado porque Pascual ha pisoteado mis sentimientos y mis sueños. Yo me abrí a él, le entregué mis esperanzas y mi amor, y él sólo ha jugado con ellos. Para él conquistarme fue un juego, la necesidad de demostrarse a sí mismo que era capaz de robar el corazón de una ingenua muchacha, una niña con ínfulas de mujer.
Avergonzada porque no supe ver más allá de esa fachada atractiva y galante. Porque no descubrí la falsedad de sus palabras. Porque en mis ansias por ser amada, no quise ver la realidad que me rodeaba. Porque hoy en mi más absoluta estupidez, estaba dispuesta a entregarle mi inocencia.
Vuelvo a casa llorando. Mis pasos sortean los caminos más transitados, esquivando a toda persona que pueda cruzarse en mi camino y me encaminan al sendero del bosque donde puedo hallar soledad y quietud. Mis fuerzas acaban abandonándome y me dejan caer sobre la tierra.
Las piedras se clavan en mis piernas y mis rodillas, pero no me importa ya que apenas siento ese punzante dolor entre toda la pena que me embarga.
Hoy es mi cumpleaños y he visto como todos mis sueños se desmoronaban a mi alrededor.
Desde que era muy pequeña siempre soñé con vivir un amor como el de los cuentos que mi abuelo Raimundo me contaba de pequeña para dormir. Soñaba con que llegaría un día en el que conocería a un hombre que me amase más que a su vida misma, como mi padre ama a mi madre. Soñaba con un hombre que sentiría un torrente de pasión por mí, como mi tío Tristán siente por mi tía Pepa. Soñaba con un hombre que compartiría mis ideales y mis sueños, como los comparte mi tío Sebastián con mi tía Gregoria. Soñaba con un amor inmortal como el que mi abuelo Raimundo ha sentido, siente y sentirá hasta el final de los días por su adorada Francisca, incluso cuando el tiempo y los malentendidos los han separado para siempre.
Pero mis sueños se han convertido en pesadillas. Al volver a recordar momentos vividos con Pascual, mis ojos vuelven a llenarse de lágrimas empañándome la visión.
**CONTINÚA**
#711
05/10/2011 23:36
**CONTINUACIÓN**
- Ana, ¿qué te ocurre?
Abochornada por verme hallada en este trance, levanto la vista y me encuentro con el preocupado rostro de Martín Castro, mi primo. Bueno, realmente no es mi primo, porque su padre, Tristán, no es su padre, y mi madre, Emilia, tampoco es realmente la hermana de éste, pero hemos crecido todos estos años como primos.
- Pequeña Ana, ¿por qué lloras?—me pregunta con genuina inquietud.
Oírle llamarme cariñosamente pequeña Ana como cuando éramos poco más que unos chiquillos hace que vuelva a estallar en sollozos. Martín me rodea entre sus brazos consolándome sin insistir más en conocer los motivos que me han llevado a este estado.
Por un momento me vuelvo a transportar seis años atrás. Yo no era más que una mocosa que seguía a todos lados a Martín, tan mayor, tan listo, tan fuerte. En aquella época para mí, mi primo Martín lo era todo y en mis sueños infantiles él, con diecinueve años, era mi príncipe.
Él me acurruca contra su pecho, como aquella vez que me caí del manzano detrás de la casa de la abuela Rosario al intentar espiarlo, y me susurra palabras reconfortantes que llegan hasta mi dolido corazón y consiguen calmar parte de su angustia.
- ¿Qué ha ocurrido, Ana?—vuelve a preguntarme cuando mi llanto remite.
Yo niego con mi cabeza contra su pecho todavía abochornada porque él me haya encontrado en ese estado. Siento bajo mis dedos su camisa húmeda por mis lágrimas y eso me hace avergonzarme aún más.
- No vas a contarme nada, ¿verdad pequeña Ana?—Yo permanezco en silencio. –Tan testaruda como siempre, me temo—me dice con humor. –Al menos déjame que te acompañe a casa.
Martín se levanta y me impulsa con él. Me sube a lomos de su caballo y me lleva hasta la casita de campo que hace veinte años se convirtió en el feliz hogar de Alfonso Castañeda y Emilia Ulloa, mis padres.
Unos minutos más tarde, que para mí son como años, llegamos a casa. Mi padre está en el patio cortando leña. Ver esa escena tan familiar me saca de mi trance doloroso. Tengo que ser fuerte, me digo a mí misma. Mis padres no deben de preocuparse por mí.
Seco mis lágrimas con el dorso de mi mano y acepto la ayuda de Martín que me baja del caballo como si no pesara más que una pluma. En otro momento, ese gesto caballeroso de su parte hubiera revolucionado ligeramente mi corazón, ahora sólo me llena de melancolía.
Mi padre deja el hacha al vernos llegar. Veo como la sonrisa desaparece de su boca cuando ve mis ojos hinchados por las lágrimas y el rictus serio de Martín a mi lado. En rápidas zancadas mi padre está a mi lado, cogiéndome por los brazos, muerto de preocupación.
- Mi ángel, ¿estás bien? ¿Qué te ha sucedido?
Hago un esfuerzo tremendo por no echarme a llorar nuevamente en lo fuertes y reconfortantes brazos de mi padre. Esos brazos que me han sostenido desde pequeña, me han levantado y acunado y que siempre me han protegido.
- Estoy bien, padre—contestó intentando mostrarme fuerte, pero mi voz me traiciona.
- ¿Qué ha ocurrido?—pregunta mi padre a Martín por encima de mi cabeza.
- No lo sé tío. La he encontrado en el bosque a medio camino. Estaba llorando pero no me ha querido decir el por qué.
- Entremos a casa—ordena mi padre y me empuja suavemente hasta hacerme entrar en casa.
Martín permanece a mi lado. Noto su indecisión. Sé que está preocupado por mí y que no quiere irse hasta asegurarse de que estoy perfectamente bien. Pero por otro lado, está incómodo sin saber cómo comportarse conmigo.
Dentro de casa, el olor de pan recién horneado invade toda la instancia. Desde la cocina se oye la voz alegre de mi madre cantando una bonita cancioncilla. Cuando nos oye, sale hacia la sala con el delantal puesto y las manos llenas de harina a recibirnos. Sé en el momento exacto en que ella me ve porque la cancioncilla muere en sus labios.
- Ana, mi niña, ¿qué te pasa?
Intento ser nuevamente fuerte, pero sentir el cálido abrazo de mi madre termina con la poca voluntad que me queda y rompo a llorar. Mis padres intentan sacarme las palabras, pero yo no soy capaz de juntar más que un par de frases inconexas. Los oigo hablar mientras yo sigo llorando entre los amorosos brazos de mi madre.
Mis padres interrogan a Martín, pero él no puede más que volver a repetir lo que le explicó a mi padre. Al final, mi madre me lleva a mi habitación y me tumba en la cama, mientras se acuesta a mi lado y me mece como cuando era pequeña, hasta que el cansancio hace en mella en mí y caigo dormida.
**************************
Me despierto unas horas más tarde. El ruido de la casa me ha desvelado. A lo lejos llego a oír a mi madre explicando como puede a mi familia que no me encuentro bien. Escucho la voz de mi abuelo Raimundo y oigo como mi tía Gregoria se ofrece a revisarme.
“No la dejes entrar, madre”, pienso conteniendo el aliento unos segundos.
Entonces recuerdo que hoy es el día de mi cumpleaños y que toda mi familia ha venido a celebrarlo. Sin embargo, sólo el pensar en reunirme con ellos me llena de angustia. Todavía no soy capaz de enfrentarlos, de confrontar sus miradas preocupadas y sus preguntas.
Oigo a mis padres disculparse. Mi padre comienza a despacharlos amablemente y les pide que nos disculpe a todos por haberles hecho ir hoy hasta allí. La celebración queda pospuesta. La casa tarda unos minutos en vaciarse y al rato oigo los suaves pasos de mi madre acercarse hasta mi puerta.
- Ana, mi niña, ¿estás despierta?
Mi madre entra con sigilo, hasta casi con miedo a mi dormitorio. Yo sigo tumbada sobre mi colcha de flores de color lavanda, abrazada a la almohada.
- Ya se han ido todos. Les he dicho que no te encontrabas bien y que posponíamos la celebración para otro día.
Noto como el colchón se hunde bajo el peso de mi madre y siento como rápidamente su proximidad y calor me reconforta.
- ¿Me vas a contar que te pasa?—pregunta retirando amorosamente mis cabellos oscuros tan parecidos a los de mi padre.
- Nada, madre.
- Nada no te haría ponerte así, hija. Sabes que siempre has podido contarme todo, y hoy no es diferente a cualquier otra vez.
Dudo unos segundos, pero mi madre me lanza su típica mirada Ulloa que ninguno de la familia ha podido resistir, y yo no soy menos.
- Hoy me han roto el corazón, madre—suelto ocultando mi rostro en la almohada.
Espero la típica retahíla de que estoy exagerando, de que mi corazón no está roto, pero espero en vano. Mi madre suspira profundamente sin decirme nada.
- Sabía que algún día llegaría este momento. Una madre nunca desea que sus hijos sufran, pero es evidente que no os podemos proteger de todo—me dice mesándome el cabello. –Cuéntamelo todo, Ana. Confía en mí.
Mi madre me pide confianza y eso es lo que le doy. Le cuento todo, desde el día que lo conocí, cómo me enamoró, sus palabras, sus promesas, sus besos y por fin, evitando las lágrimas le cuento lo que ha ocurrido hoy mismo.
- Mi pobre Ana—dice mi madre contra mi pelo. –Siento mucho que te hayan roto el corazón, pero te prometo que se sanará.
- ¿Cómo puede estar tan segura, madre? No sabe lo que mi corazón está sufriendo.
- Lo sé, mi niña. Lo sé muy bien.
- Por favor, no sea condescendiente conmigo—replico herida. –Usted y padre se han amado desde siempre.
- Oh, Ana, ojalá hubiera sido así—ríe suavemente mi madre. –Pero tu padre y yo sí que hemos sufrido por amor.
Miro sorprendida a mi madre. Ella me mira con ternura en sus ojos castaños y asiente melancólicamente.
**CONTINÚA**
- Ana, ¿qué te ocurre?
Abochornada por verme hallada en este trance, levanto la vista y me encuentro con el preocupado rostro de Martín Castro, mi primo. Bueno, realmente no es mi primo, porque su padre, Tristán, no es su padre, y mi madre, Emilia, tampoco es realmente la hermana de éste, pero hemos crecido todos estos años como primos.
- Pequeña Ana, ¿por qué lloras?—me pregunta con genuina inquietud.
Oírle llamarme cariñosamente pequeña Ana como cuando éramos poco más que unos chiquillos hace que vuelva a estallar en sollozos. Martín me rodea entre sus brazos consolándome sin insistir más en conocer los motivos que me han llevado a este estado.
Por un momento me vuelvo a transportar seis años atrás. Yo no era más que una mocosa que seguía a todos lados a Martín, tan mayor, tan listo, tan fuerte. En aquella época para mí, mi primo Martín lo era todo y en mis sueños infantiles él, con diecinueve años, era mi príncipe.
Él me acurruca contra su pecho, como aquella vez que me caí del manzano detrás de la casa de la abuela Rosario al intentar espiarlo, y me susurra palabras reconfortantes que llegan hasta mi dolido corazón y consiguen calmar parte de su angustia.
- ¿Qué ha ocurrido, Ana?—vuelve a preguntarme cuando mi llanto remite.
Yo niego con mi cabeza contra su pecho todavía abochornada porque él me haya encontrado en ese estado. Siento bajo mis dedos su camisa húmeda por mis lágrimas y eso me hace avergonzarme aún más.
- No vas a contarme nada, ¿verdad pequeña Ana?—Yo permanezco en silencio. –Tan testaruda como siempre, me temo—me dice con humor. –Al menos déjame que te acompañe a casa.
Martín se levanta y me impulsa con él. Me sube a lomos de su caballo y me lleva hasta la casita de campo que hace veinte años se convirtió en el feliz hogar de Alfonso Castañeda y Emilia Ulloa, mis padres.
Unos minutos más tarde, que para mí son como años, llegamos a casa. Mi padre está en el patio cortando leña. Ver esa escena tan familiar me saca de mi trance doloroso. Tengo que ser fuerte, me digo a mí misma. Mis padres no deben de preocuparse por mí.
Seco mis lágrimas con el dorso de mi mano y acepto la ayuda de Martín que me baja del caballo como si no pesara más que una pluma. En otro momento, ese gesto caballeroso de su parte hubiera revolucionado ligeramente mi corazón, ahora sólo me llena de melancolía.
Mi padre deja el hacha al vernos llegar. Veo como la sonrisa desaparece de su boca cuando ve mis ojos hinchados por las lágrimas y el rictus serio de Martín a mi lado. En rápidas zancadas mi padre está a mi lado, cogiéndome por los brazos, muerto de preocupación.
- Mi ángel, ¿estás bien? ¿Qué te ha sucedido?
Hago un esfuerzo tremendo por no echarme a llorar nuevamente en lo fuertes y reconfortantes brazos de mi padre. Esos brazos que me han sostenido desde pequeña, me han levantado y acunado y que siempre me han protegido.
- Estoy bien, padre—contestó intentando mostrarme fuerte, pero mi voz me traiciona.
- ¿Qué ha ocurrido?—pregunta mi padre a Martín por encima de mi cabeza.
- No lo sé tío. La he encontrado en el bosque a medio camino. Estaba llorando pero no me ha querido decir el por qué.
- Entremos a casa—ordena mi padre y me empuja suavemente hasta hacerme entrar en casa.
Martín permanece a mi lado. Noto su indecisión. Sé que está preocupado por mí y que no quiere irse hasta asegurarse de que estoy perfectamente bien. Pero por otro lado, está incómodo sin saber cómo comportarse conmigo.
Dentro de casa, el olor de pan recién horneado invade toda la instancia. Desde la cocina se oye la voz alegre de mi madre cantando una bonita cancioncilla. Cuando nos oye, sale hacia la sala con el delantal puesto y las manos llenas de harina a recibirnos. Sé en el momento exacto en que ella me ve porque la cancioncilla muere en sus labios.
- Ana, mi niña, ¿qué te pasa?
Intento ser nuevamente fuerte, pero sentir el cálido abrazo de mi madre termina con la poca voluntad que me queda y rompo a llorar. Mis padres intentan sacarme las palabras, pero yo no soy capaz de juntar más que un par de frases inconexas. Los oigo hablar mientras yo sigo llorando entre los amorosos brazos de mi madre.
Mis padres interrogan a Martín, pero él no puede más que volver a repetir lo que le explicó a mi padre. Al final, mi madre me lleva a mi habitación y me tumba en la cama, mientras se acuesta a mi lado y me mece como cuando era pequeña, hasta que el cansancio hace en mella en mí y caigo dormida.
**************************
Me despierto unas horas más tarde. El ruido de la casa me ha desvelado. A lo lejos llego a oír a mi madre explicando como puede a mi familia que no me encuentro bien. Escucho la voz de mi abuelo Raimundo y oigo como mi tía Gregoria se ofrece a revisarme.
“No la dejes entrar, madre”, pienso conteniendo el aliento unos segundos.
Entonces recuerdo que hoy es el día de mi cumpleaños y que toda mi familia ha venido a celebrarlo. Sin embargo, sólo el pensar en reunirme con ellos me llena de angustia. Todavía no soy capaz de enfrentarlos, de confrontar sus miradas preocupadas y sus preguntas.
Oigo a mis padres disculparse. Mi padre comienza a despacharlos amablemente y les pide que nos disculpe a todos por haberles hecho ir hoy hasta allí. La celebración queda pospuesta. La casa tarda unos minutos en vaciarse y al rato oigo los suaves pasos de mi madre acercarse hasta mi puerta.
- Ana, mi niña, ¿estás despierta?
Mi madre entra con sigilo, hasta casi con miedo a mi dormitorio. Yo sigo tumbada sobre mi colcha de flores de color lavanda, abrazada a la almohada.
- Ya se han ido todos. Les he dicho que no te encontrabas bien y que posponíamos la celebración para otro día.
Noto como el colchón se hunde bajo el peso de mi madre y siento como rápidamente su proximidad y calor me reconforta.
- ¿Me vas a contar que te pasa?—pregunta retirando amorosamente mis cabellos oscuros tan parecidos a los de mi padre.
- Nada, madre.
- Nada no te haría ponerte así, hija. Sabes que siempre has podido contarme todo, y hoy no es diferente a cualquier otra vez.
Dudo unos segundos, pero mi madre me lanza su típica mirada Ulloa que ninguno de la familia ha podido resistir, y yo no soy menos.
- Hoy me han roto el corazón, madre—suelto ocultando mi rostro en la almohada.
Espero la típica retahíla de que estoy exagerando, de que mi corazón no está roto, pero espero en vano. Mi madre suspira profundamente sin decirme nada.
- Sabía que algún día llegaría este momento. Una madre nunca desea que sus hijos sufran, pero es evidente que no os podemos proteger de todo—me dice mesándome el cabello. –Cuéntamelo todo, Ana. Confía en mí.
Mi madre me pide confianza y eso es lo que le doy. Le cuento todo, desde el día que lo conocí, cómo me enamoró, sus palabras, sus promesas, sus besos y por fin, evitando las lágrimas le cuento lo que ha ocurrido hoy mismo.
- Mi pobre Ana—dice mi madre contra mi pelo. –Siento mucho que te hayan roto el corazón, pero te prometo que se sanará.
- ¿Cómo puede estar tan segura, madre? No sabe lo que mi corazón está sufriendo.
- Lo sé, mi niña. Lo sé muy bien.
- Por favor, no sea condescendiente conmigo—replico herida. –Usted y padre se han amado desde siempre.
- Oh, Ana, ojalá hubiera sido así—ríe suavemente mi madre. –Pero tu padre y yo sí que hemos sufrido por amor.
Miro sorprendida a mi madre. Ella me mira con ternura en sus ojos castaños y asiente melancólicamente.
**CONTINÚA**
#712
05/10/2011 23:42
**CONTINUACIÓN**
- Hubo un tiempo, mi niña, que tu padre y yo sufrimos por amor. Los dos sufrimos mucho por el amor del otro. Pero antes yo sufrí de amor por otro hombre.
Espero en silencio a que mi madre continúe. Es tan difícil creer que alguna vez mis padres no se quisieran. En todos y cada uno de mis más felices recuerdos siempre están ellos, llenando de cariño a mis hermanos y a mí, e intercambiando gestos y caricias llenas de amor al otro cuando creían que ninguno de sus hijos estábamos mirando. Parece casi imposible que hubiera un tiempo que mi padre no amase con devoción a mi madre, o que ésta no suspirase por él.
- Antes de saber que tu padre me amaba como lo hacía, yo me creí un par de veces enamorada. La primera vez fue un tonto encaprichamiento por un hombre de ciudad, tan educado y distinto al resto de los hombres del pueblo—recuerda mi madre con una sonrisa melancólica.
- ¿Y qué ocurrió, madre?
- Se casó con tu tía Pepa… Y él también sufrió por amor hasta llegar a obsesionarse con tu tía, pues Pepa nunca lo amó.
- Su corazón pertenece al tío Tristán—contesto.
- Así fue desde el momento que se conocieron y así será hasta el fin de sus días—sentencia mi madre dándome una palmadita en mi mano.
- Has dicho que esa era la primera vez. ¿Hubo una segunda?
- Sí, la hubo. Y desafortunadamente tu historia, mi niña, se parece mucho.
Yo la insto a seguir con la mirada, pero mi madre parece estar buscando las palabras adecuadas para esos dolorosos recuerdos.
- Se llamaba Severiano—comienza con gesto serio. –Era amigo de tu padre. De hecho fue él quien lo trajo a Puenteviejo, algo de lo que creo se arrepentirá toda su vida.
- ¿Cómo era?—pregunto al ver que mi madre se detiene.
- Era un hombre guapo, con buena planta, de fáciles maneras y fáciles palabras. Llamaba la atención de todas las mujeres del pueblo y sabía ganarse la confianza de los hombres. Casi desde el primer momento que nos conocimos, él pareció interesado en mí. Y yo, aunque me avergüence de ello, estaba más que contenta y dispuesta a recibir sus atenciones.
Mi madre baja la cabeza. Si no lo estuviese viendo, no creería que pudiese estar tan abochornada por lo que me está contando.
- Me dejé cegar por sus palabras de amor, sus piropos y galanteos. Yo una moza de pueblo, que nunca había salido de la comarca, que nunca había sido el centro de las atenciones de ningún mozo, de repente me vi agasajada y eso me nubló las entendederas.
Me veo tan reflejada en las palabras de mi madre que me siento aún más cerca de ella, pues comparto ese sentimiento de haberme visto cegada por los agasajos de un hombre.
- Pero al menos tú, mi niña, has sabido abrir los ojos a tiempo—me dice acariciándome la mejilla. –Yo no supe, y eso que tu padre insistió e insistió hasta la saciedad y a punto estuvimos de romper nuestra amistad. Él me decía una y otra vez lo perjudicial que era Severiano para mí, pero yo no quise escucharlo y me negaba a verlo. Severiano me engañaba con otras mujeres, yo lo supe y lo perdoné. Y lo más triste de todo y de lo que más me arrepiento, es que la entregué mi inocencia.
Aquella revelación hecha por mi madre me deja impactada. Sus palabras no casaban con ella, con su comportamiento. Mi madre era tan cabal, tan inteligente, que me es imposible imaginármela perdonando aquello a un hombre.
- ¿Y padre?—pregunto clavando mi mirada en la puerta tras la cual intuyo sus pasos nerviosos y preocupados.
- Tu padre me mostró en aquel momento que me amaba más que a mi vida… Porque cuando yo descubrí que Severiano seguía viendo a otras mujeres aún después de entregarle mi virginidad, yo quise terminar con él y sacarlo de mi vida. Pero Severiano demostró entonces la talla de la que estaba hecho y me amenazó con manchar mi reputación ante todo el pueblo. Tu padre, sólo tu padre, le plantó cara y me defendió—dice mirándome fijamente y yo puedo leer sus ojos todo el agradecimiento y el amor que mi madre siente por mi padre.
- En aquel momento yo estaba como loca—continua, -y no sólo por la traición de Severiano. Pues poco antes yo había descubierto que tu abuelo Raimundo no era mi auténtico padre y todavía intentaba perdonarlo. Pero tu padre estuvo allí a mi lado, me protegió, me defendió y me mostró el verdadero amor.
Mi madre calla. Sus ojos están sospechosamente húmedos no sólo por el recuerdo de aquellos dolorosos momentos. También está emocionada por el recuerdo del intenso amor que mi padre siempre le ha tenido y que había ocultado por tanto tiempo. De pronto sale de mi habitación, dejándome sola y asombrada por todo lo que acaba de compartir conmigo.
Espero sentada en mi cama. Después de escuchar su historia, mi desengaño parece menos desengaño. El dolor parece menos dolor.
La puerta de mi cuarto vuelve a abrirse y ahora son mi padre y mi padre los que entran juntos. Mi padre me mira dubitativo, como si esperara no ser bien recibido. Pero eso jamás podrá ser porque él siempre será un pilar importante en mi vida.
Un pequeño bulto envuelto en encaje que sostiene mi madre con delicadeza entre sus manos llama mi atención.
Ambos, solemnes, se acercan hasta mí y me entregan el pequeño paquete.
- Esto es para ti, mi niña—dice mi madre. –Tu padre y yo queremos que lo tengas.
Lo cojo curiosa y comienzo a quitar con cuidado las puntas del encaje. Ante mí descubro una pequeña caja de madera, ajada por el tiempo y varias veces recompuesta. Se trata de la cajita de música que mi padre le regalase a mi madre.
Abro la tapa y empieza a sonar los delicados acordes de una cancioncilla que nos ha acunado a mis hermanos y a mí. Mi madre siempre ha cuidado con veneración esa cajita y casi cada vez que nos la muestra nos ha contado la historia de la cajita de música. De cómo se rompió dos veces, una por manos de mi madre y otra por mi padre, y de cómo al final esa simple cajita de música los unió para siempre.
- No puedo aceptarlo, madre. Es su cajita de música—le digo devolviéndosela con todo el cuidado y el amor.
- Puedes y lo harás. Tu padre y yo queremos que tú la tengas.
- Así es, mi ángel. Tómalo como un regalo de cumpleaños.
- Pero es su cajita de música—insisto aún incrédula.
- Y ahora en tuya, mi querida Ana. Guárdala con un recordatorio de que todo corazón roto puede ser enmendado, como esta insignificante cajita de música. Y cuando encuentres el verdadero amor atesóralo como yo he atesorado la cajita tanto tiempo.
Me quedo sin palabras. Mis ojos se arrasan por las lágrimas, pero ya no de pena, sino de amor a mis padres. Ellos me abren sus brazos y yo me cobijo en ellos.
- Te queremos, ángel—dice mi padre.
- Y yo les quiero a ustedes.
**CONTINÚA**
- Hubo un tiempo, mi niña, que tu padre y yo sufrimos por amor. Los dos sufrimos mucho por el amor del otro. Pero antes yo sufrí de amor por otro hombre.
Espero en silencio a que mi madre continúe. Es tan difícil creer que alguna vez mis padres no se quisieran. En todos y cada uno de mis más felices recuerdos siempre están ellos, llenando de cariño a mis hermanos y a mí, e intercambiando gestos y caricias llenas de amor al otro cuando creían que ninguno de sus hijos estábamos mirando. Parece casi imposible que hubiera un tiempo que mi padre no amase con devoción a mi madre, o que ésta no suspirase por él.
- Antes de saber que tu padre me amaba como lo hacía, yo me creí un par de veces enamorada. La primera vez fue un tonto encaprichamiento por un hombre de ciudad, tan educado y distinto al resto de los hombres del pueblo—recuerda mi madre con una sonrisa melancólica.
- ¿Y qué ocurrió, madre?
- Se casó con tu tía Pepa… Y él también sufrió por amor hasta llegar a obsesionarse con tu tía, pues Pepa nunca lo amó.
- Su corazón pertenece al tío Tristán—contesto.
- Así fue desde el momento que se conocieron y así será hasta el fin de sus días—sentencia mi madre dándome una palmadita en mi mano.
- Has dicho que esa era la primera vez. ¿Hubo una segunda?
- Sí, la hubo. Y desafortunadamente tu historia, mi niña, se parece mucho.
Yo la insto a seguir con la mirada, pero mi madre parece estar buscando las palabras adecuadas para esos dolorosos recuerdos.
- Se llamaba Severiano—comienza con gesto serio. –Era amigo de tu padre. De hecho fue él quien lo trajo a Puenteviejo, algo de lo que creo se arrepentirá toda su vida.
- ¿Cómo era?—pregunto al ver que mi madre se detiene.
- Era un hombre guapo, con buena planta, de fáciles maneras y fáciles palabras. Llamaba la atención de todas las mujeres del pueblo y sabía ganarse la confianza de los hombres. Casi desde el primer momento que nos conocimos, él pareció interesado en mí. Y yo, aunque me avergüence de ello, estaba más que contenta y dispuesta a recibir sus atenciones.
Mi madre baja la cabeza. Si no lo estuviese viendo, no creería que pudiese estar tan abochornada por lo que me está contando.
- Me dejé cegar por sus palabras de amor, sus piropos y galanteos. Yo una moza de pueblo, que nunca había salido de la comarca, que nunca había sido el centro de las atenciones de ningún mozo, de repente me vi agasajada y eso me nubló las entendederas.
Me veo tan reflejada en las palabras de mi madre que me siento aún más cerca de ella, pues comparto ese sentimiento de haberme visto cegada por los agasajos de un hombre.
- Pero al menos tú, mi niña, has sabido abrir los ojos a tiempo—me dice acariciándome la mejilla. –Yo no supe, y eso que tu padre insistió e insistió hasta la saciedad y a punto estuvimos de romper nuestra amistad. Él me decía una y otra vez lo perjudicial que era Severiano para mí, pero yo no quise escucharlo y me negaba a verlo. Severiano me engañaba con otras mujeres, yo lo supe y lo perdoné. Y lo más triste de todo y de lo que más me arrepiento, es que la entregué mi inocencia.
Aquella revelación hecha por mi madre me deja impactada. Sus palabras no casaban con ella, con su comportamiento. Mi madre era tan cabal, tan inteligente, que me es imposible imaginármela perdonando aquello a un hombre.
- ¿Y padre?—pregunto clavando mi mirada en la puerta tras la cual intuyo sus pasos nerviosos y preocupados.
- Tu padre me mostró en aquel momento que me amaba más que a mi vida… Porque cuando yo descubrí que Severiano seguía viendo a otras mujeres aún después de entregarle mi virginidad, yo quise terminar con él y sacarlo de mi vida. Pero Severiano demostró entonces la talla de la que estaba hecho y me amenazó con manchar mi reputación ante todo el pueblo. Tu padre, sólo tu padre, le plantó cara y me defendió—dice mirándome fijamente y yo puedo leer sus ojos todo el agradecimiento y el amor que mi madre siente por mi padre.
- En aquel momento yo estaba como loca—continua, -y no sólo por la traición de Severiano. Pues poco antes yo había descubierto que tu abuelo Raimundo no era mi auténtico padre y todavía intentaba perdonarlo. Pero tu padre estuvo allí a mi lado, me protegió, me defendió y me mostró el verdadero amor.
Mi madre calla. Sus ojos están sospechosamente húmedos no sólo por el recuerdo de aquellos dolorosos momentos. También está emocionada por el recuerdo del intenso amor que mi padre siempre le ha tenido y que había ocultado por tanto tiempo. De pronto sale de mi habitación, dejándome sola y asombrada por todo lo que acaba de compartir conmigo.
Espero sentada en mi cama. Después de escuchar su historia, mi desengaño parece menos desengaño. El dolor parece menos dolor.
La puerta de mi cuarto vuelve a abrirse y ahora son mi padre y mi padre los que entran juntos. Mi padre me mira dubitativo, como si esperara no ser bien recibido. Pero eso jamás podrá ser porque él siempre será un pilar importante en mi vida.
Un pequeño bulto envuelto en encaje que sostiene mi madre con delicadeza entre sus manos llama mi atención.
Ambos, solemnes, se acercan hasta mí y me entregan el pequeño paquete.
- Esto es para ti, mi niña—dice mi madre. –Tu padre y yo queremos que lo tengas.
Lo cojo curiosa y comienzo a quitar con cuidado las puntas del encaje. Ante mí descubro una pequeña caja de madera, ajada por el tiempo y varias veces recompuesta. Se trata de la cajita de música que mi padre le regalase a mi madre.
Abro la tapa y empieza a sonar los delicados acordes de una cancioncilla que nos ha acunado a mis hermanos y a mí. Mi madre siempre ha cuidado con veneración esa cajita y casi cada vez que nos la muestra nos ha contado la historia de la cajita de música. De cómo se rompió dos veces, una por manos de mi madre y otra por mi padre, y de cómo al final esa simple cajita de música los unió para siempre.
- No puedo aceptarlo, madre. Es su cajita de música—le digo devolviéndosela con todo el cuidado y el amor.
- Puedes y lo harás. Tu padre y yo queremos que tú la tengas.
- Así es, mi ángel. Tómalo como un regalo de cumpleaños.
- Pero es su cajita de música—insisto aún incrédula.
- Y ahora en tuya, mi querida Ana. Guárdala con un recordatorio de que todo corazón roto puede ser enmendado, como esta insignificante cajita de música. Y cuando encuentres el verdadero amor atesóralo como yo he atesorado la cajita tanto tiempo.
Me quedo sin palabras. Mis ojos se arrasan por las lágrimas, pero ya no de pena, sino de amor a mis padres. Ellos me abren sus brazos y yo me cobijo en ellos.
- Te queremos, ángel—dice mi padre.
- Y yo les quiero a ustedes.
**CONTINÚA**
#713
05/10/2011 23:43
**CONTINUACIÓN**
Esa misma noche salgo al patio con la cajita de musica. En mi ansiada soledad abro la cajita y dejo que la música me envuelva, sintiendo como sus notas me relajan, igual que de pequeña, y dejo que calmen mi corazón.
Vuelvo a rememorar las palabras de mi madre y ya no me siento tan dolida por el desengaño con Pascual. Aún estoy avergonzada por lo tonta que fui, pero ahora el dolor en menos intenso y sé que poco a poco desaparecerá convirtiéndose en una simple recuerdo de mi primer amargo amor.
La música sigue sonando y yo levanto mis ojos hacia el cielo lleno de estrellas de Puenteviejo.
- Buenas noches, pequeña Ana—suena la voz de Martín detrás de mí. –Me alegra ver que ya estás mejor.
Sin preguntarme, ocupa el hueco libre a mi lado. Yo no puedo mirarlo a los ojos abochornada por lo ocurrido aquella mañana. Él permanece a mi lado sin decirme nada más, tarareando quedamente la música de la cajita. Ambos observamos embelesados el cielo en un cómodo compañerismo.
- Feliz cumpleaños—me dice depositando un paquete a mi lado.
Me vuelvo hacia él sorprendida. No esperaba ningún regalo por su parte. Nunca antes me había regalado nada. Dejo la cajita de música entre nosotros y me apresuro a abrir el envoltorio de papel marrón. Se trata de un libro. Un cuento, mi cuento favorito, con el que mi padre me acostaba de pequeña. Caperucita Roja.
- Muchas gracias—sonrío por primera vez aquel día.
Nuestros ojos se encuentran en la oscuridad. Los suyos tan oscuros e intensos que me hacen estremecer. El aire parece crepitar entre nosotros.
- No hay de qué… Ana—me dice Martín pronunciando mi nombre como una caricia.
Hoy es mi dieciocho cumpleaños.
Hoy sufrí mi primer desengaño amoroso.
Hoy descubrí el verdadero amor.
~~FIN~~
Esa misma noche salgo al patio con la cajita de musica. En mi ansiada soledad abro la cajita y dejo que la música me envuelva, sintiendo como sus notas me relajan, igual que de pequeña, y dejo que calmen mi corazón.
Vuelvo a rememorar las palabras de mi madre y ya no me siento tan dolida por el desengaño con Pascual. Aún estoy avergonzada por lo tonta que fui, pero ahora el dolor en menos intenso y sé que poco a poco desaparecerá convirtiéndose en una simple recuerdo de mi primer amargo amor.
La música sigue sonando y yo levanto mis ojos hacia el cielo lleno de estrellas de Puenteviejo.
- Buenas noches, pequeña Ana—suena la voz de Martín detrás de mí. –Me alegra ver que ya estás mejor.
Sin preguntarme, ocupa el hueco libre a mi lado. Yo no puedo mirarlo a los ojos abochornada por lo ocurrido aquella mañana. Él permanece a mi lado sin decirme nada más, tarareando quedamente la música de la cajita. Ambos observamos embelesados el cielo en un cómodo compañerismo.
- Feliz cumpleaños—me dice depositando un paquete a mi lado.
Me vuelvo hacia él sorprendida. No esperaba ningún regalo por su parte. Nunca antes me había regalado nada. Dejo la cajita de música entre nosotros y me apresuro a abrir el envoltorio de papel marrón. Se trata de un libro. Un cuento, mi cuento favorito, con el que mi padre me acostaba de pequeña. Caperucita Roja.
- Muchas gracias—sonrío por primera vez aquel día.
Nuestros ojos se encuentran en la oscuridad. Los suyos tan oscuros e intensos que me hacen estremecer. El aire parece crepitar entre nosotros.
- No hay de qué… Ana—me dice Martín pronunciando mi nombre como una caricia.
Hoy es mi dieciocho cumpleaños.
Hoy sufrí mi primer desengaño amoroso.
Hoy descubrí el verdadero amor.
~~FIN~~
#714
05/10/2011 23:44
SOLA
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/570/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Edito: Aricia! es precioso!!! me encanta! una historia preciosa de verdad! graciasss ;)
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/570/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Edito: Aricia! es precioso!!! me encanta! una historia preciosa de verdad! graciasss ;)
#715
06/10/2011 01:38
aricia y olsi!! yo me queria ir a dormir pronto por k mañana me levanto a las 7,45 pero no me habeis dejao!! ahora eso si fantasticos los fics!
Mari, estoy deacuerdo contigo!! buenas noches!
Mari, estoy deacuerdo contigo!! buenas noches!
#716
06/10/2011 05:25
Chicas que bonito con el mosqueo que yo tengo....Me ha encantado Aricia y Olsi...menos mal que mantenemos la fe....Ahora voy por el de Pepa.
#717
06/10/2011 05:37
Pepa me encanta aunque tienes razon..lo de hoy quita toda inspiracion esperemos como dijo Sandra que volveria a ser la Emilia de antes.Como decia Belen en la escochorradita...VEN A LA LUZ..
#718
06/10/2011 12:53
Aricia! Continua con la historia de Ana y Martín! Me esta empezando a gustar! Como me gustan los fics que poneis xicas!
#719
06/10/2011 22:17
Esta es una historia que ya colgué en su día (a mediados de agosto) en el hilo alfonsoemilista, por lo que much@s ya la habeis leído. Pero la quise traer de nuevo para infundirle un poquito de esperanza a una persona maravillosa cuya vida es gris oscura. Algún día virará el color......
Sólo he corregido algunos nombres y mis mucas faltas de ortografía.
-EL NUBARRÓN-
Don Anselmo aun no salía de su asombro. Si había una pareja feliz en este pueblo perdido de la mano de dios, esa era la de Alfonso y Emilia. No había más que ver como se seguían mirando el uno al otro, como si todavía siguieran siendo novios y ya había pasado un año y medio desde la boda. Todos los atardeceres, cuando echaba su partida diaria con Raimundo en la taberna, veía como se iluminaba el rostro de ella cuando su marido llegaba de la faena en los campos. Pero esa mañana Emilia había llegado a la iglesia visiblemente nerviosa y con los ojos enrojecidos por el llanto.
-Pero, ¿qué pasa criatura?, ¿a que viene esa cara?, ¿le ha pasado algo a Raimundo?
-No, Don Anselmo. Mi padre está bien, por lo menos así quedaba esta mañana cuando lo dejé en la taberna. Solo quería preguntarle algo.
-Pues tu dirás……
-Tengo una curiosidad. ¿Qué motivos se pueden aducir para anular un matrimonio?
Al pobre don Anselmo casi se le para el corazón al escuchar aquellas palabras. No podía dar crédito a lo que estaba oyendo. Se quedó boquiabierto.
-Pues ya me dirás tú a que viene semejante pregunta?.
-Nada padre, es que tengo una amiga que tiene un problema y quería saber si hay alguna esperanza.
-Ya, ya. ….una amiga. Bueno, pues si eso es lo que quieres saber, ahora te cuento. Pero, en todo caso, los procesos de nulidad son largos y costosos. El Tribunal de la Rota va muy despacio.
La conversación se prolongó durante un buen rato. El sacerdote intentaba recordar todos los supuestos de anulación y Emilia escuchaba atentamente, pero visiblemente nerviosa.
(Horas despues)
Por fin Alfonso aparecía por la esquina de la plaza. Lo curioso es que venía tan contento como siempre, canturreando y andando a grandes zancadas en dirección a la posada. No entendía cual era el origen de aquel nubarrón que de pronto ensombrecía la mirada de la chiquilla de los Ulloa. Pero estaba dispuesto a averiguarlo….
-¡Alfonso!-le increpó el sacerdote.
-¡Hola Don Anselmo! ¿Que, camino de la taberna para echar la partidilla con mi suegro?
-Si…no-dudó el cura, que se mostraba serio e, incluso, parecía enfadado.-. Sí, pero antes quería hablar contigo.
-Pues usted dirá.
-No me yoy a andar con rodeos. ¿Qué le has hecho a Emilia? ¿Por qué está tan disgustada?
-¿De qué me habla, padre?-preguntó el pobre muchacho que no tenía ni la menor idea de lo que estaba hablando el cura.Cierto era que Emilia llevaba unos días rara, como ausente, pero el pensó que se debía al exceso de trabajo en la taberna, ya que con las obras de la nueva carretera cada día había casi 30 personas a las que alimentar.
-¡No te hagas el tonto!. Emilia ha venido hoy por la mañana a preguntarme como se podía anular un matrimonio. Algo muy gordo has tenido que hacer para que la pobre esté tan alterada. ¿No le habrás sido infiel?. ¡No serás tan cenutrio como tu hermano Juan, que a la mínima se le aflojó la bragueta con aquella marquesa del demonio!.
-¡No!-gritó Alfonso con los puños cerrados y la cara desencajada por una mezcla de perplejidad y rabia-. ¡Y me está usted ofendiendo!. Yo quiero a mi mujer y ni quiero, ni puedo mirar para otras faldas!!
-¿No se te ocurriría pegarle?. Porque si es así estoy segura de que tanto Raimundo como Sebastián son capaces de arrancarte la piel a tiras. Y si no lo hacen ellos, lo hará Pepa, que ya sabes que esas dos mozas se quieren más que si hubieran sido hermanas y la Pepa es mujer de armas tomar.
-Pero ¿cómo puede pensar eso don Anselmo?. Yo puedo ser un pobre bracero ignorante que no ha ido a la escuela pero mis padres me han educado muy bien, y nos han enseñado a respetar a las mujeres. Pero ¡por Dios!, que yo tengo madre y una hermana y jamás consentiría que nadie les pusiese un dedo encima!!
-Pues algo ha tenido que pasar. Y te juro que lo averigüaré.
-No padre, soy yo el que tiene que enterarse de que demonios está pasando-dijo Alfonso que dejó al cura con la palabra en la boca y se dirigió a la taberna.
Sólo he corregido algunos nombres y mis mucas faltas de ortografía.
-EL NUBARRÓN-
Don Anselmo aun no salía de su asombro. Si había una pareja feliz en este pueblo perdido de la mano de dios, esa era la de Alfonso y Emilia. No había más que ver como se seguían mirando el uno al otro, como si todavía siguieran siendo novios y ya había pasado un año y medio desde la boda. Todos los atardeceres, cuando echaba su partida diaria con Raimundo en la taberna, veía como se iluminaba el rostro de ella cuando su marido llegaba de la faena en los campos. Pero esa mañana Emilia había llegado a la iglesia visiblemente nerviosa y con los ojos enrojecidos por el llanto.
-Pero, ¿qué pasa criatura?, ¿a que viene esa cara?, ¿le ha pasado algo a Raimundo?
-No, Don Anselmo. Mi padre está bien, por lo menos así quedaba esta mañana cuando lo dejé en la taberna. Solo quería preguntarle algo.
-Pues tu dirás……
-Tengo una curiosidad. ¿Qué motivos se pueden aducir para anular un matrimonio?
Al pobre don Anselmo casi se le para el corazón al escuchar aquellas palabras. No podía dar crédito a lo que estaba oyendo. Se quedó boquiabierto.
-Pues ya me dirás tú a que viene semejante pregunta?.
-Nada padre, es que tengo una amiga que tiene un problema y quería saber si hay alguna esperanza.
-Ya, ya. ….una amiga. Bueno, pues si eso es lo que quieres saber, ahora te cuento. Pero, en todo caso, los procesos de nulidad son largos y costosos. El Tribunal de la Rota va muy despacio.
La conversación se prolongó durante un buen rato. El sacerdote intentaba recordar todos los supuestos de anulación y Emilia escuchaba atentamente, pero visiblemente nerviosa.
(Horas despues)
Por fin Alfonso aparecía por la esquina de la plaza. Lo curioso es que venía tan contento como siempre, canturreando y andando a grandes zancadas en dirección a la posada. No entendía cual era el origen de aquel nubarrón que de pronto ensombrecía la mirada de la chiquilla de los Ulloa. Pero estaba dispuesto a averiguarlo….
-¡Alfonso!-le increpó el sacerdote.
-¡Hola Don Anselmo! ¿Que, camino de la taberna para echar la partidilla con mi suegro?
-Si…no-dudó el cura, que se mostraba serio e, incluso, parecía enfadado.-. Sí, pero antes quería hablar contigo.
-Pues usted dirá.
-No me yoy a andar con rodeos. ¿Qué le has hecho a Emilia? ¿Por qué está tan disgustada?
-¿De qué me habla, padre?-preguntó el pobre muchacho que no tenía ni la menor idea de lo que estaba hablando el cura.Cierto era que Emilia llevaba unos días rara, como ausente, pero el pensó que se debía al exceso de trabajo en la taberna, ya que con las obras de la nueva carretera cada día había casi 30 personas a las que alimentar.
-¡No te hagas el tonto!. Emilia ha venido hoy por la mañana a preguntarme como se podía anular un matrimonio. Algo muy gordo has tenido que hacer para que la pobre esté tan alterada. ¿No le habrás sido infiel?. ¡No serás tan cenutrio como tu hermano Juan, que a la mínima se le aflojó la bragueta con aquella marquesa del demonio!.
-¡No!-gritó Alfonso con los puños cerrados y la cara desencajada por una mezcla de perplejidad y rabia-. ¡Y me está usted ofendiendo!. Yo quiero a mi mujer y ni quiero, ni puedo mirar para otras faldas!!
-¿No se te ocurriría pegarle?. Porque si es así estoy segura de que tanto Raimundo como Sebastián son capaces de arrancarte la piel a tiras. Y si no lo hacen ellos, lo hará Pepa, que ya sabes que esas dos mozas se quieren más que si hubieran sido hermanas y la Pepa es mujer de armas tomar.
-Pero ¿cómo puede pensar eso don Anselmo?. Yo puedo ser un pobre bracero ignorante que no ha ido a la escuela pero mis padres me han educado muy bien, y nos han enseñado a respetar a las mujeres. Pero ¡por Dios!, que yo tengo madre y una hermana y jamás consentiría que nadie les pusiese un dedo encima!!
-Pues algo ha tenido que pasar. Y te juro que lo averigüaré.
-No padre, soy yo el que tiene que enterarse de que demonios está pasando-dijo Alfonso que dejó al cura con la palabra en la boca y se dirigió a la taberna.
#720
06/10/2011 22:19
Cuando entró por la puerta, sin saludar a nadie, vio a su suegro limpiando vasos en la barra.
-¿Dónde está Emilia?-preguntó a gritos.
-¿Se puede saber donde has dejado los modales, zagal?. Y ya me dirás a qué vienen esos gritos….
-No tengo tiempo para saludos, Raimundo. Por favor,dígame donde está mi mujer-suplicó con voz ronca.
-Está en su habitación. Hoy no se encontraba bien. Creo que incluso fué al médico por la mañana. Dijo que estaba cansada y la he mandado a reposar,que hoy ha habido mucha faena. Es que esta chiquilla no para, entre la taberna y la posada. Pero es tan cabezona que quiere hacer ella todo……
Raimundo seguía hablando de lo trabajadora que era su hija, pero Alfonso ya no estaba allí para escucharlo. En ese momento estaba abriendo la puerta de la habitación que se había convertido en su pequeño refugio conyugal. Su mujer estaba tumbada llorando desconsoladamente.
-Emilia, ¿qué tienes?. ¿Por qué estás llorando?. ¿Es que he hecho algo malo?-le preguntó con voz temblorosa.
-No, tú no. ……-trató de explicarse pero no podía parar de llorar. Su marido se sentó a su lado en el lecho y la abrazó con fuerza.
-Entonces ¿por qué lloras? ¿Por qué don Anselmo me ha increpado en la calle acusándome de sabes dios que desfachateces?
-Lo siento, no quería que ……..-Ya no pudo seguir hablando, el llanto ahogaba sus palabras.
-Por Dios Emilia, ¡dime que te pasa!!. Se me rompe el alma al verte así.
Alfonso siguió abrazando a su mujer, acariciándole el pelo y besándola en la frente. Poco a poco los sollozos de Emilia fueron cesando.
-Lo siento mucho. Yo te quiero con todo el alma, pero no puedo hacerte feliz.
-Pero ¿qué dices mujer!!. Si tú eres el sol que alumbra mi vida.
-Pero no puedo darte una familia…..yo….yo…..la doctora me ha dicho que nunca podré tener hijos. Y tu estás loco por tener una familia. ¿Cuantas veces me has dicho que querías tener por lo menos media docena de zagales?. No hay más que verte jugando con tus sobrinos, o cualquier crío del pueblo, para ver lo que ansías ser padre. Y yo no puedo…..no puedo..(El llanto volvía a ahogar sus palabras).
-Emilia…-le susurró mientras la abrazaba con más fuerza. Para él eran un duro golpe aquellas palabras que supuestamente había dicho el médico, pero sabía que su mujer estaba sufriendo y aquello era lo único que le importaba.
-Pero don Anselmo me ha dicho que la Iglesia puede anular un matrimonio si uno de los cónyugues es estéril
-¿Estás loca o qué?. ¡No puedo creer lo que estoy oyendo! -Piénsalo. Si anulamos el matrimonio tu podrás encontrar una mujer de verdad, una mujer que pueda darte hijos.
-Escúchame bien Emilia Ulloa- le respondió Alfonso mientras le agarraba el rostro con sus manos.- Es cierto que a mi me gustaría formar una gran familia, pero quiero formarla contigo. Y si está de Dios que no podamos engendrar hijos propios, pues criaremos algún chiquillo que no tenga padres, que por desgracia muchas son las criaturas que se quedan desamparadas en este mundo.
-¿Estás seguro?
-Pues claro que sí. Acabarás enfadandome si sigues así. Pero, ¿con qué clase de mala bestia crees que te has casado?
-Ya sé que no eres nínguna mala bestia. Tu eres…..
No pudo terminar la frase porque su marido la acalló con un beso mientras la abrazaba con fuerza.
-Además…los médicos tambien se equivocan. Y si no mira tu padre. ¿No había dicho el galeno que jamás volvería a ver? Y ahí está, que si nos descuidamos ve más que un lince del monte….Todo será seguir intentándolo con más ahínco, que a mi las ganas no me faltan….
-¿Dónde está Emilia?-preguntó a gritos.
-¿Se puede saber donde has dejado los modales, zagal?. Y ya me dirás a qué vienen esos gritos….
-No tengo tiempo para saludos, Raimundo. Por favor,dígame donde está mi mujer-suplicó con voz ronca.
-Está en su habitación. Hoy no se encontraba bien. Creo que incluso fué al médico por la mañana. Dijo que estaba cansada y la he mandado a reposar,que hoy ha habido mucha faena. Es que esta chiquilla no para, entre la taberna y la posada. Pero es tan cabezona que quiere hacer ella todo……
Raimundo seguía hablando de lo trabajadora que era su hija, pero Alfonso ya no estaba allí para escucharlo. En ese momento estaba abriendo la puerta de la habitación que se había convertido en su pequeño refugio conyugal. Su mujer estaba tumbada llorando desconsoladamente.
-Emilia, ¿qué tienes?. ¿Por qué estás llorando?. ¿Es que he hecho algo malo?-le preguntó con voz temblorosa.
-No, tú no. ……-trató de explicarse pero no podía parar de llorar. Su marido se sentó a su lado en el lecho y la abrazó con fuerza.
-Entonces ¿por qué lloras? ¿Por qué don Anselmo me ha increpado en la calle acusándome de sabes dios que desfachateces?
-Lo siento, no quería que ……..-Ya no pudo seguir hablando, el llanto ahogaba sus palabras.
-Por Dios Emilia, ¡dime que te pasa!!. Se me rompe el alma al verte así.
Alfonso siguió abrazando a su mujer, acariciándole el pelo y besándola en la frente. Poco a poco los sollozos de Emilia fueron cesando.
-Lo siento mucho. Yo te quiero con todo el alma, pero no puedo hacerte feliz.
-Pero ¿qué dices mujer!!. Si tú eres el sol que alumbra mi vida.
-Pero no puedo darte una familia…..yo….yo…..la doctora me ha dicho que nunca podré tener hijos. Y tu estás loco por tener una familia. ¿Cuantas veces me has dicho que querías tener por lo menos media docena de zagales?. No hay más que verte jugando con tus sobrinos, o cualquier crío del pueblo, para ver lo que ansías ser padre. Y yo no puedo…..no puedo..(El llanto volvía a ahogar sus palabras).
-Emilia…-le susurró mientras la abrazaba con más fuerza. Para él eran un duro golpe aquellas palabras que supuestamente había dicho el médico, pero sabía que su mujer estaba sufriendo y aquello era lo único que le importaba.
-Pero don Anselmo me ha dicho que la Iglesia puede anular un matrimonio si uno de los cónyugues es estéril
-¿Estás loca o qué?. ¡No puedo creer lo que estoy oyendo! -Piénsalo. Si anulamos el matrimonio tu podrás encontrar una mujer de verdad, una mujer que pueda darte hijos.
-Escúchame bien Emilia Ulloa- le respondió Alfonso mientras le agarraba el rostro con sus manos.- Es cierto que a mi me gustaría formar una gran familia, pero quiero formarla contigo. Y si está de Dios que no podamos engendrar hijos propios, pues criaremos algún chiquillo que no tenga padres, que por desgracia muchas son las criaturas que se quedan desamparadas en este mundo.
-¿Estás seguro?
-Pues claro que sí. Acabarás enfadandome si sigues así. Pero, ¿con qué clase de mala bestia crees que te has casado?
-Ya sé que no eres nínguna mala bestia. Tu eres…..
No pudo terminar la frase porque su marido la acalló con un beso mientras la abrazaba con fuerza.
-Además…los médicos tambien se equivocan. Y si no mira tu padre. ¿No había dicho el galeno que jamás volvería a ver? Y ahí está, que si nos descuidamos ve más que un lince del monte….Todo será seguir intentándolo con más ahínco, que a mi las ganas no me faltan….