Foro El secreto de Puente Viejo
La Biblioteca (A - K)
#0
17/08/2011 13:26
EL RINCÓN DE AHA
El destino.
EL RINCÓN DE ÁLEX
El Secreto de Puente Viejo, El Origen.
EL RINCÓN DE ABRIL
El mejor hombre de Puente Viejo.
La chica de la trenza I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII.
EL RINCÓN DE ALFEMI
De siempre y para siempre.
Hace frío I, II.
Pensando en ti.
Yo te elegí a ti.
EL RINCÓN DE ANTOJEP
Bajo la luz de la luna I, II, III, IV.
Como un rayo de sol I, II, III, IV.
La traición I, II.
EL RINCÓN DE ARICIA
Reacción I, II, III, IV.
Emilia, el lobo y el cazador.
El secreto de Alfonso Castañeda.
La mancha de mora I, II, III, IV, V.
Historias que se repiten. 20 años después.
La historia de Ana Castañeda I, II, III, VI, V, Final.
EL RINCÓN DE ARTEMISILLA
Ojalá fuera cierto.
Una historia de dos
EL RINCÓN DE CAROLINA
Mi historia.
EL RINCÓN DE CINDERELLA
Cierra los ojos.
EL RINCÓN DE COLGADA
Cartas, huidas, regalos y el diluvio universal I-XI.
El secreto de Gregoria Casas.
La decisión I,II, III, IV, V.
Curando heridas I,II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII.
una nueva vida I,II, III
EL RINCÓN DE CUQUINA
Lo que me sale de las teclas.
El origen de Tristán Ulloa.
EL RINCÓN DE EIZA
En los ojos de un Castañeda.
Bajando a los infiernos.
¡¿De qué?!
Pensamientos
EL RINCÓN DE FERMARÍA
Noche de bodas. (Descarga directa aquí)
Lo que no se ve.
En el baile.
De valientes y cobardes.
Descubriendo a Alfonso.
¿Por qué no me besaste?
Dejarse llevar.
Amar a Alfonso Castañeda.
Serenidad.
Así.
Quiero.
El corazón de un jornalero (I) (II).
Lo único cierto I, II.
Tiempo.
Sabor a chocolate.
EL RINCÓN DE FRANRAI
Un amor inquebrantable.
Un perfecto malentendido.
Gotas del pasado.
EL RINCÓN DE GESPA
La rutina.
Cada cosa en su sitio.
El baile.
Tomando decisiones.
Volver I, II.
Chismorreo.
Sola.
Tareas.
El desayuno.
Amigas.
Risas.
La manzana.
EL RINCÓN DE INMILLA
Rain Over Me I, II, III.
EL RINCÓN DE JAJIJU
Diálogos que nos encantaría que pasaran.
EL RINCÓN DE KERALA
Amor, lucha y rendición I - VII, VIII, IX, X, XI (I) (II), XII, XIII, XIV, XV, XVI,
XVII, XVIII, XIX, XX (I) (II), XXI, XXII (I) (II).
Borracha de tu amor.
Lo que debió haber sido.
Tu amor es mi droga I, II. (Escena alternativa).
PACA´S TABERN I, II.
Recuerdos.
Dibujando tu cuerpo.
Tu amor es mi condena I, II.
Encuentro en la posada. Historia alternativa
Tu amor es mi condena I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI
#661
25/09/2011 22:11
Asi que los lionistas se van a dedicar a hacer triangulos como posesos.
Aricia me encanta..¿hay mas?
Aricia me encanta..¿hay mas?
#662
25/09/2011 22:52
Os dejo otro relato, "Siempre estaré contigo"
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/531/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/531/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
#663
25/09/2011 23:46
~~LA MANCHA DE MORA – PARTE IV~~
En la pequeña casa de los Castañeda, Rosario pasaba las últimas horas de la tarde limpiando las judías que tendrían esa noche para dormir. Los movimientos mecánicos permitían que Rosario pudiera continuar con sus cavilaciones que en aquellos días no eran pocas.
Juan y Ramiro se habían enzarzado en una pelea instigados por la joven Soledad Castro, cada día más parecida en carácter a Doña Francisca. Atrás había quedado la dulce Soledad, la amable chiquilla que había querido como una hija, convirtiéndose en una joven amargada y rencorosa, dispuesta a destrozar a una familia por dar rienda a su venganza contra Juan.
Y Juan que se había sumido en una espiral autodestructiva, algo que Rosario había intentado evitar por todos los medios. Sin embargo todos sus esfuerzos habían resultado fútiles y su hijo seguía emperrado en acallar su dolor en el alcohol.
La puerta de la casita se abrió dando paso a un sudoroso Alfonso que regresaba a casa después de terminar las faenas en el campo.
- Buenas tardes, madre—saludó el mozo antes de perderse dentro de una de las habitaciones para asearse.
Rosario observó a su hijo mayor con preocupación. Sabía del sufrimiento pasado por Alfonso cuando Emilia se había enamorado y habían empezado a festejar con Severiano. Pero todo aquello había terminado abruptamente. Severiano se había marchado, no por propia voluntad y ahora su hijo tenía el camino libre al corazón de Emilia.
Sin embargo, Alfonso había optado por recluirse en torno a su familia. Durante una semana su vida sólo había consistido en trabajar en el campo y trabajar en casa, rehuyendo toda proposición de sus hermanos por acercarse a la taberna o al mismo pueblo.
Cuando Alfonso regresó aseado con una camisa limpia, Rosario ya había terminado de limpiar la última judía y se levantaba para servir dos vasos en la mesa.
- Alfonso, hijo, ven y siéntate a hacer compañía a esta vieja—sonrió Rosario a su hijo mayor.
- No diga eso, madre. Usted nunca será vieja—respondió Alfonso dando un cariñoso beso a su madre en la frente.
- Pues no es lo que mis articulaciones me hacen sentir—rió Rosario acariciando las manos de su hijo. –Cuéntame qué tal día has tenido hoy.
- Pues un día como cualquier otro, madre. Faenando en las tierras de la Montenegro y después cortando el resto de leña que quedó pendiente de ayer.
- Últimamente trabajas mucho, hijo, y descansas muy poco. Si sigues así vas a terminar enfermo. ¿Por qué no te acercas al pueblo y te acercas a la taberna a saludar a don Raimundo?
- No me pida eso, madre—rogó Alfonso desviando la vista. –Yo no puedo ir a la posada de los Ulloa más.
- ¿Y eso a que se debe, hijo? Yo creí que después de haberse ido tu amigo Severiano volverías a rondar a Emilia.
- Se equivoca, madre. No tengo nada que hacer con Emilia Ulloa.
- No entiendo nada, Alfonso. ¿Por qué no vas tener nada que hacer con Emilia si siempre habéis sido tan amigos?
- Éramos amigos… Pero ya no lo somos. La misma Emilia fue la que me pidió que no me acercara a ella y eso es lo que estoy haciendo.
- No puede ser, hijo. Es imposible que Emilia te haya podido pedir algo así.
Rosario miró a Alfonso esperando que él desmintiera lo que acababa de decir, pero su hijo permaneció en silencio cabizbajo.
- Seguro que todo ha sido un malentendido—continuó Rosario. –Los jóvenes a veces sois así y decís cosas que no sentís.
- No siga, madre. Emilia me lo dejó muy claro. Ella me culpa de todo lo ocurrido con Severiano.
- ¡Oh! Eso… eso es una tontería. Tú no tienes culpa de ninguna de las cosas que el tarambana de Severiano haya hecho y ella lo sabe.
- Pero ella me culpa de haberlo traído a Puente Viejo.
- No des importancias a esas acusaciones, hijo. Son sólo palabras dichas en un momento de dolor y no dichas con el corazón.
- Usted no estaba allí, madre, cuando ella me acusó de ser el causante de sus penas—Alfonso cerró los ojos recordando la mirada fría y acusadora de Emilia. –Y en parte así me siento. Y si lo único que puede enmendarlo es que yo me aleje de ella, así será.
- Alfonso…
La pena en la voz de su madre le dolió al joven. Rosario acogió entre sus manos las grandes y callosas manos de su hijo y las apretó intentando reconfortarlo.
- Ya está, madre, no se preocupe por mí.
- No le pidas a una madre que no se preocupe nunca por un hijo, Alfonso.
- Bueno, pues yo se lo pido. Ya estoy resignado a limpiarme esta mancha de mora que es Emilia en mi corazón.
- Muchacho, no debes…--las palabras de Rosario quedaron interrumpidas por la abrupta llegada de Ramiro a la casa. El muchacho entró prácticamente sin aliento.
- ¿Qué ocurre, Ramiro? Llegas como alma que persigue el diablo.
- ¿Que qué ocurre? Mejor pregunta qué es lo que no ocurre, Alfonso—dijo Ramiro entre jadeos. –Acabo de dejar la posada prácticamente patas arriba—continuó.
- Pero, ¿qué ha pasado?
- Raimundo se estaba peleando con un tal Eulalio Samaniego de Villafranca.
- ¿Y qué ha podido llevar a don Raimundo a pelearse con ese hombre?—preguntó Rosario.
- Pues por lo visto, el tal Eulalio reclama que Emilia es su sobrina desaparecida.
- ¡¿Cómo?!
- Lo que oís. Insiste en que Raimundo robó a Emilia siendo bebé de un accidente en el que murieron sus padres. Y Eulalio Samaniego dice ser el hermano de la mujer, la madre de Emilia.
- ¡Oh, dios mío! Al fin ocurrió—gimió Rosario llevándose las manos a la cara y derrumbándose en la silla.
- Madre, ¿usted sabía algo?—preguntó Alfonso.
- No era nada seguro, sólo sospechas. La llegada de Raimundo y Natalia desde Villafranca fue tan repentina y con la pequeña Emilia en brazos… Era imposible.
- ¿Imposible? ¿Por qué, madre?
- Pues porque Natalia Ulloa quedó estéril después del parto de Sebastián. Muy pocos lo sabíamos, ya que no era un tema agradable del que tratar. Por eso, cuando regresaron a Puente Viejo después de un tiempo y trajeron consigo a la pequeña Emilia, yo sabía que ella no podía ser hija de Raimundo y Natalia.
Alfonso y Ramiro miraron sorprendidos a su madre, impactados por lo que les acababa de contar. El corazón de Alfonso se encogió al pensar en Emilia al descubrir aquella mentira. Descubrir que quienes pensaba que eran sus padres no lo eran.
- ¡Emilia!—pronunció en voz alta. – ¿Emilia sabe de esto?—preguntó a Ramiro.
- Desgraciadamente, sí. Emilia llegó a la taberna cuando Eulalio estaba increpando a Raimundo por el robo de la niña. Raimundo no tuvo otra que explicarle a Emilia la verdad, ya que ella insistió hasta la saciedad.
- Sí—sonrió melancólicamente Alfonso. –Resulta muy difícil ocultarle algo a Emilia cuando se pone terca.
- ¡Oh, pobre muchacha!—lamentó Rosario. –Debe estar destrozada.
- Deberías ir a verla, Alfonso—propuso Ramiro. –Emilia necesitará que la reconforten.
Alfonso esquivó las miradas expectantes de su madre y de su hermano. Su corazón estaba sufriendo al pensar en Emilia, en lo que la joven debería de estar pasando.
- No, no puedo ir. Emilia no me quiere a su lado—y con esas palabras de perdió en la soledad de su dormitorio.
**continúa**
En la pequeña casa de los Castañeda, Rosario pasaba las últimas horas de la tarde limpiando las judías que tendrían esa noche para dormir. Los movimientos mecánicos permitían que Rosario pudiera continuar con sus cavilaciones que en aquellos días no eran pocas.
Juan y Ramiro se habían enzarzado en una pelea instigados por la joven Soledad Castro, cada día más parecida en carácter a Doña Francisca. Atrás había quedado la dulce Soledad, la amable chiquilla que había querido como una hija, convirtiéndose en una joven amargada y rencorosa, dispuesta a destrozar a una familia por dar rienda a su venganza contra Juan.
Y Juan que se había sumido en una espiral autodestructiva, algo que Rosario había intentado evitar por todos los medios. Sin embargo todos sus esfuerzos habían resultado fútiles y su hijo seguía emperrado en acallar su dolor en el alcohol.
La puerta de la casita se abrió dando paso a un sudoroso Alfonso que regresaba a casa después de terminar las faenas en el campo.
- Buenas tardes, madre—saludó el mozo antes de perderse dentro de una de las habitaciones para asearse.
Rosario observó a su hijo mayor con preocupación. Sabía del sufrimiento pasado por Alfonso cuando Emilia se había enamorado y habían empezado a festejar con Severiano. Pero todo aquello había terminado abruptamente. Severiano se había marchado, no por propia voluntad y ahora su hijo tenía el camino libre al corazón de Emilia.
Sin embargo, Alfonso había optado por recluirse en torno a su familia. Durante una semana su vida sólo había consistido en trabajar en el campo y trabajar en casa, rehuyendo toda proposición de sus hermanos por acercarse a la taberna o al mismo pueblo.
Cuando Alfonso regresó aseado con una camisa limpia, Rosario ya había terminado de limpiar la última judía y se levantaba para servir dos vasos en la mesa.
- Alfonso, hijo, ven y siéntate a hacer compañía a esta vieja—sonrió Rosario a su hijo mayor.
- No diga eso, madre. Usted nunca será vieja—respondió Alfonso dando un cariñoso beso a su madre en la frente.
- Pues no es lo que mis articulaciones me hacen sentir—rió Rosario acariciando las manos de su hijo. –Cuéntame qué tal día has tenido hoy.
- Pues un día como cualquier otro, madre. Faenando en las tierras de la Montenegro y después cortando el resto de leña que quedó pendiente de ayer.
- Últimamente trabajas mucho, hijo, y descansas muy poco. Si sigues así vas a terminar enfermo. ¿Por qué no te acercas al pueblo y te acercas a la taberna a saludar a don Raimundo?
- No me pida eso, madre—rogó Alfonso desviando la vista. –Yo no puedo ir a la posada de los Ulloa más.
- ¿Y eso a que se debe, hijo? Yo creí que después de haberse ido tu amigo Severiano volverías a rondar a Emilia.
- Se equivoca, madre. No tengo nada que hacer con Emilia Ulloa.
- No entiendo nada, Alfonso. ¿Por qué no vas tener nada que hacer con Emilia si siempre habéis sido tan amigos?
- Éramos amigos… Pero ya no lo somos. La misma Emilia fue la que me pidió que no me acercara a ella y eso es lo que estoy haciendo.
- No puede ser, hijo. Es imposible que Emilia te haya podido pedir algo así.
Rosario miró a Alfonso esperando que él desmintiera lo que acababa de decir, pero su hijo permaneció en silencio cabizbajo.
- Seguro que todo ha sido un malentendido—continuó Rosario. –Los jóvenes a veces sois así y decís cosas que no sentís.
- No siga, madre. Emilia me lo dejó muy claro. Ella me culpa de todo lo ocurrido con Severiano.
- ¡Oh! Eso… eso es una tontería. Tú no tienes culpa de ninguna de las cosas que el tarambana de Severiano haya hecho y ella lo sabe.
- Pero ella me culpa de haberlo traído a Puente Viejo.
- No des importancias a esas acusaciones, hijo. Son sólo palabras dichas en un momento de dolor y no dichas con el corazón.
- Usted no estaba allí, madre, cuando ella me acusó de ser el causante de sus penas—Alfonso cerró los ojos recordando la mirada fría y acusadora de Emilia. –Y en parte así me siento. Y si lo único que puede enmendarlo es que yo me aleje de ella, así será.
- Alfonso…
La pena en la voz de su madre le dolió al joven. Rosario acogió entre sus manos las grandes y callosas manos de su hijo y las apretó intentando reconfortarlo.
- Ya está, madre, no se preocupe por mí.
- No le pidas a una madre que no se preocupe nunca por un hijo, Alfonso.
- Bueno, pues yo se lo pido. Ya estoy resignado a limpiarme esta mancha de mora que es Emilia en mi corazón.
- Muchacho, no debes…--las palabras de Rosario quedaron interrumpidas por la abrupta llegada de Ramiro a la casa. El muchacho entró prácticamente sin aliento.
- ¿Qué ocurre, Ramiro? Llegas como alma que persigue el diablo.
- ¿Que qué ocurre? Mejor pregunta qué es lo que no ocurre, Alfonso—dijo Ramiro entre jadeos. –Acabo de dejar la posada prácticamente patas arriba—continuó.
- Pero, ¿qué ha pasado?
- Raimundo se estaba peleando con un tal Eulalio Samaniego de Villafranca.
- ¿Y qué ha podido llevar a don Raimundo a pelearse con ese hombre?—preguntó Rosario.
- Pues por lo visto, el tal Eulalio reclama que Emilia es su sobrina desaparecida.
- ¡¿Cómo?!
- Lo que oís. Insiste en que Raimundo robó a Emilia siendo bebé de un accidente en el que murieron sus padres. Y Eulalio Samaniego dice ser el hermano de la mujer, la madre de Emilia.
- ¡Oh, dios mío! Al fin ocurrió—gimió Rosario llevándose las manos a la cara y derrumbándose en la silla.
- Madre, ¿usted sabía algo?—preguntó Alfonso.
- No era nada seguro, sólo sospechas. La llegada de Raimundo y Natalia desde Villafranca fue tan repentina y con la pequeña Emilia en brazos… Era imposible.
- ¿Imposible? ¿Por qué, madre?
- Pues porque Natalia Ulloa quedó estéril después del parto de Sebastián. Muy pocos lo sabíamos, ya que no era un tema agradable del que tratar. Por eso, cuando regresaron a Puente Viejo después de un tiempo y trajeron consigo a la pequeña Emilia, yo sabía que ella no podía ser hija de Raimundo y Natalia.
Alfonso y Ramiro miraron sorprendidos a su madre, impactados por lo que les acababa de contar. El corazón de Alfonso se encogió al pensar en Emilia al descubrir aquella mentira. Descubrir que quienes pensaba que eran sus padres no lo eran.
- ¡Emilia!—pronunció en voz alta. – ¿Emilia sabe de esto?—preguntó a Ramiro.
- Desgraciadamente, sí. Emilia llegó a la taberna cuando Eulalio estaba increpando a Raimundo por el robo de la niña. Raimundo no tuvo otra que explicarle a Emilia la verdad, ya que ella insistió hasta la saciedad.
- Sí—sonrió melancólicamente Alfonso. –Resulta muy difícil ocultarle algo a Emilia cuando se pone terca.
- ¡Oh, pobre muchacha!—lamentó Rosario. –Debe estar destrozada.
- Deberías ir a verla, Alfonso—propuso Ramiro. –Emilia necesitará que la reconforten.
Alfonso esquivó las miradas expectantes de su madre y de su hermano. Su corazón estaba sufriendo al pensar en Emilia, en lo que la joven debería de estar pasando.
- No, no puedo ir. Emilia no me quiere a su lado—y con esas palabras de perdió en la soledad de su dormitorio.
**continúa**
#664
25/09/2011 23:47
**continuación LA MANCHA DE MORA IV**
Dos días más tarde, al regresar a casa, Alfonso encontró reunidos en la cocina a su madre y a sus hermanos Ramiro y Mariana. Supo enseguida que algo ocurría, pues en cuanto lo vieron los tres guardaron silencios y le dirigieron unas miradas de lo que Alfonso creyó era compasión.
- ¿Ocurre algo?—preguntó preocupado.
Mariana bajó su mirada hasta mirar sus manos recogidas sobre el regazo y Ramiro empezó a entretenerse jugueteando con un par de manzanas que había en la mesa. Sólo su madre le hizo una indicación para que se acercara a ellos.
- Hijo, siéntate. Tenemos que decirte algo.
- Algo grave tiene que ser llevando todos vosotros esa cara de funeral.
La expresión de sus hermanos comenzaba a preocupar verdaderamente a Alfonso.
- No es nada grave—respondió su madre. –Sólo una noticia triste que Ramiro nos acaba de traer.
- Suéltelo ya, madre.
- Emilia se marcha de Puente Viejo—soltó Ramiro viendo la indecisión en su madre.
Alfonso sintió como tres pares de ojos se clavaron en su rostro esperando alguna reacción por parte de él. Mucho más tarde Alfonso no sabría explicar cómo había podido aguantar el resto de la conversación.
Emilia estaba destrozada. Emilia no quería permanecer en casa de los Ulloa. Emilia se iba de Puente Viejo.
Y esta vez no era porque fuese a hacer carrera de la capital. Esta vez Emilia quería huir de Puente Viejo. Y mucho temía Alfonso de que esta vez fuera para siempre.
Nadie de su familia se había atrevido a preguntarle a dónde iba cuando, en silencio, se levantó y salió de la casa. Caminó sin rumbo. Ciego por su dolor. Enfadado consigo mismo por no haber sido capaz de confesarle su amor en su debido tiempo. Avergonzado por haberla abandonado cuando ella más lo necesitaba.
Emilia iba a irse y él no podía dejar de sentir que él tenía parte de culpa. Si hubiera hecho lo que su corazón le dictaba. Si hubiera ido a confortarla a pesar de que ella le había dicho que se alejara de él.
Si… si… si…
Alfonso no podía dejar de volverse loco con tanto “y si”. Ahora lo único que importaba es que Emilia iba a marcharse de Puente Viejo y él jamás volvería a ver su brillante sonrisa. Ella no volvería a mirarle con sus hermosos ojos. Él no podría oler su fragancia de lavanda.
Estuvo vagando toda la noche, recorriendo viejos lugares y evocando recuerdos de momentos pasados con Emilia. No volvió a casa y, al despuntar el alba, sus pasos lo llevaron hasta Puente Viejo.
En una esquina de la plaza, una solitaria figura permanecía sentada, esperando. Alfonso reconoció a Emilia, a pesar de su gesto apesadumbrado tan extraño en la vivaz muchacha.
Con pasos vacilantes, se dirigió hacia ella. Si Emilia iba a irse, al menos él la despediría y vería por última vez el rostro de la mujer que amaba. Cuando ella levantó el rostro hacia él, Alfonso sintió que su corazón se paraba en su pecho. Emilia, en su dolor, estaba más hermosa que nunca y él la había perdido para siempre.
- Alfonso… Yo no esperaba verte ya—habló casi en un suspiro. –Pero me alegro de que hayas venido—sus palabras acompañadas por una leve sonrisa que aligeró un poco el espíritu de Alfonso.
- Tenía que verte, Emilia… Y despedirme. –Nunca unas palabras le habían resultado tan difíciles de pronunciar.
- Gracias, Alfonso. La verdad es que yo no querría irme sin haber hablado contigo.
- Yo tampoco, Emilia.
- Yo tenía que pedirte perdón—dijo ella poniéndose de pie. Emilia colocó una de sus manos en el antebrazo de Alfonso y él sintió la necesidad de cubrir su suave mano con la suya, más callosa. –Tú tuviste razón todo el tiempo con respecto a… Severiano—dudó todavía dolida de pronunciar su nombre. –Y yo fui injusta contigo diciéndote que eras culpable.
- No tienes de qué disculparte, Emilia, de verdad.
- Déjame continuar, Alfonso, por favor—lo acalló con cariño. -Siempre has sido tan bueno conmigo, y tan comprensivo. Y tú quisiste advertirme, y yo en mi cabezonería no te hice caso. Ay, Alfonso, me comporté de una manera horrible contigo.
- Eso es agua pasada, Emilia. Alegrémonos de que él ya haya salido de tu vida—le dijo él acariciándole el rostro.
Emilia cerró los ojos ante su caricia.
- Yo no sólo venía a despedirme de ti, Emilia—continuó él. –Yo quiero saber cómo estás tú.
- Estoy, Alfonso. Sólo estoy—las lágrimas amenazaron con apoderarse de ella. –Siento que mi vida, en lo que yo creía, se ha derrumbado a mi alrededor. Me siento prisionera de mi propia existencia. Y por eso necesito irme de aquí.
Alfonso la abrazó, reconfortándola. Sus brazos la atraparon y la atrajeron a su cuerpo, mientras él deseaba poder absorber todo el dolor que la atenazaba.
- ¿A dónde vas Emilia? ¿Marchas con tu tío?
- No, no puedo irme con él. Por mucho que diga que es mi familia yo no lo siento así. Voy a Asturias a casa de mi prima Carmen—le explicó ella todavía sin soltarse de su abrazo. –Bueno, ahora supongo que no es mi prima, pero sigue siendo mi amiga.
- ¿Y Raimundo?—preguntó Alfonso acariciando rítmicamente su espalda.
- No lo sé, Alfonso. Necesito tiempo. Él ha sido mi padre todo este tiempo y yo lo quiero como tal. Pero esta mentira ha roto de alguna forma nuestros lazos y yo necesito tiempo para recomponerlos. Tiempo para reencontrarme conmigo mismo.
Estuvieron abrazados unos minutos más, Alfonso reconfortándola y Emilia desahogándose con él, compartiendo todos sus pensamientos.
Cuando la diligencia llegó a la plaza, ninguno de los dos quería separarse todavía. Al final, fue Emilia la que se separó de él y cogió su maleta.
- Por favor, Alfonso, cuida de mi padre—le pidió Emilia sintiendo que Raimundo, junto con Sebastián, la observaba desde lejos, oculta detrás de las cortinas de la posada. Ella les había pedido que no salieran a despedirla.
- Lo haré—le prometió él solemne. –Pero también podrías cuidarlo tú, si te quedaras.
Ella le regaló una media sonrisa, dándole a entender que no había caído en su trampa.
- Gracias por todo, Alfonso. Has sido siempre el mejor amigo.
Alfonso se quedó parado por sus palabras. Sí, siempre su amigo. Sólo su amigo.
El conductor de la diligencia ayudó a Emilia a subir al coche y cerró la puerta. La muchacha se asomó por la ventanilla y echó una última mirada a la plaza de Puente Viejo. A la posada desde donde su padre y hermano la observaban. Al colmado y la casa del doctor. Y por último a Alfonso Castañeda que permanecía de pie, en medio de la plaza, y la observaba con la más penetrantes y tristes de las miradas.
Alfonso permaneció impávido mientras veía alejarse al único amor de su vida. “Adiós, Emilia”, pensó. “Te quiero”.
- Te quiero—dijo él con su voz poco más alta que un susurro.
El coche desapareció de su vista llevándose a Emilia de su vida.
**continuará**
Dos días más tarde, al regresar a casa, Alfonso encontró reunidos en la cocina a su madre y a sus hermanos Ramiro y Mariana. Supo enseguida que algo ocurría, pues en cuanto lo vieron los tres guardaron silencios y le dirigieron unas miradas de lo que Alfonso creyó era compasión.
- ¿Ocurre algo?—preguntó preocupado.
Mariana bajó su mirada hasta mirar sus manos recogidas sobre el regazo y Ramiro empezó a entretenerse jugueteando con un par de manzanas que había en la mesa. Sólo su madre le hizo una indicación para que se acercara a ellos.
- Hijo, siéntate. Tenemos que decirte algo.
- Algo grave tiene que ser llevando todos vosotros esa cara de funeral.
La expresión de sus hermanos comenzaba a preocupar verdaderamente a Alfonso.
- No es nada grave—respondió su madre. –Sólo una noticia triste que Ramiro nos acaba de traer.
- Suéltelo ya, madre.
- Emilia se marcha de Puente Viejo—soltó Ramiro viendo la indecisión en su madre.
Alfonso sintió como tres pares de ojos se clavaron en su rostro esperando alguna reacción por parte de él. Mucho más tarde Alfonso no sabría explicar cómo había podido aguantar el resto de la conversación.
Emilia estaba destrozada. Emilia no quería permanecer en casa de los Ulloa. Emilia se iba de Puente Viejo.
Y esta vez no era porque fuese a hacer carrera de la capital. Esta vez Emilia quería huir de Puente Viejo. Y mucho temía Alfonso de que esta vez fuera para siempre.
Nadie de su familia se había atrevido a preguntarle a dónde iba cuando, en silencio, se levantó y salió de la casa. Caminó sin rumbo. Ciego por su dolor. Enfadado consigo mismo por no haber sido capaz de confesarle su amor en su debido tiempo. Avergonzado por haberla abandonado cuando ella más lo necesitaba.
Emilia iba a irse y él no podía dejar de sentir que él tenía parte de culpa. Si hubiera hecho lo que su corazón le dictaba. Si hubiera ido a confortarla a pesar de que ella le había dicho que se alejara de él.
Si… si… si…
Alfonso no podía dejar de volverse loco con tanto “y si”. Ahora lo único que importaba es que Emilia iba a marcharse de Puente Viejo y él jamás volvería a ver su brillante sonrisa. Ella no volvería a mirarle con sus hermosos ojos. Él no podría oler su fragancia de lavanda.
Estuvo vagando toda la noche, recorriendo viejos lugares y evocando recuerdos de momentos pasados con Emilia. No volvió a casa y, al despuntar el alba, sus pasos lo llevaron hasta Puente Viejo.
En una esquina de la plaza, una solitaria figura permanecía sentada, esperando. Alfonso reconoció a Emilia, a pesar de su gesto apesadumbrado tan extraño en la vivaz muchacha.
Con pasos vacilantes, se dirigió hacia ella. Si Emilia iba a irse, al menos él la despediría y vería por última vez el rostro de la mujer que amaba. Cuando ella levantó el rostro hacia él, Alfonso sintió que su corazón se paraba en su pecho. Emilia, en su dolor, estaba más hermosa que nunca y él la había perdido para siempre.
- Alfonso… Yo no esperaba verte ya—habló casi en un suspiro. –Pero me alegro de que hayas venido—sus palabras acompañadas por una leve sonrisa que aligeró un poco el espíritu de Alfonso.
- Tenía que verte, Emilia… Y despedirme. –Nunca unas palabras le habían resultado tan difíciles de pronunciar.
- Gracias, Alfonso. La verdad es que yo no querría irme sin haber hablado contigo.
- Yo tampoco, Emilia.
- Yo tenía que pedirte perdón—dijo ella poniéndose de pie. Emilia colocó una de sus manos en el antebrazo de Alfonso y él sintió la necesidad de cubrir su suave mano con la suya, más callosa. –Tú tuviste razón todo el tiempo con respecto a… Severiano—dudó todavía dolida de pronunciar su nombre. –Y yo fui injusta contigo diciéndote que eras culpable.
- No tienes de qué disculparte, Emilia, de verdad.
- Déjame continuar, Alfonso, por favor—lo acalló con cariño. -Siempre has sido tan bueno conmigo, y tan comprensivo. Y tú quisiste advertirme, y yo en mi cabezonería no te hice caso. Ay, Alfonso, me comporté de una manera horrible contigo.
- Eso es agua pasada, Emilia. Alegrémonos de que él ya haya salido de tu vida—le dijo él acariciándole el rostro.
Emilia cerró los ojos ante su caricia.
- Yo no sólo venía a despedirme de ti, Emilia—continuó él. –Yo quiero saber cómo estás tú.
- Estoy, Alfonso. Sólo estoy—las lágrimas amenazaron con apoderarse de ella. –Siento que mi vida, en lo que yo creía, se ha derrumbado a mi alrededor. Me siento prisionera de mi propia existencia. Y por eso necesito irme de aquí.
Alfonso la abrazó, reconfortándola. Sus brazos la atraparon y la atrajeron a su cuerpo, mientras él deseaba poder absorber todo el dolor que la atenazaba.
- ¿A dónde vas Emilia? ¿Marchas con tu tío?
- No, no puedo irme con él. Por mucho que diga que es mi familia yo no lo siento así. Voy a Asturias a casa de mi prima Carmen—le explicó ella todavía sin soltarse de su abrazo. –Bueno, ahora supongo que no es mi prima, pero sigue siendo mi amiga.
- ¿Y Raimundo?—preguntó Alfonso acariciando rítmicamente su espalda.
- No lo sé, Alfonso. Necesito tiempo. Él ha sido mi padre todo este tiempo y yo lo quiero como tal. Pero esta mentira ha roto de alguna forma nuestros lazos y yo necesito tiempo para recomponerlos. Tiempo para reencontrarme conmigo mismo.
Estuvieron abrazados unos minutos más, Alfonso reconfortándola y Emilia desahogándose con él, compartiendo todos sus pensamientos.
Cuando la diligencia llegó a la plaza, ninguno de los dos quería separarse todavía. Al final, fue Emilia la que se separó de él y cogió su maleta.
- Por favor, Alfonso, cuida de mi padre—le pidió Emilia sintiendo que Raimundo, junto con Sebastián, la observaba desde lejos, oculta detrás de las cortinas de la posada. Ella les había pedido que no salieran a despedirla.
- Lo haré—le prometió él solemne. –Pero también podrías cuidarlo tú, si te quedaras.
Ella le regaló una media sonrisa, dándole a entender que no había caído en su trampa.
- Gracias por todo, Alfonso. Has sido siempre el mejor amigo.
Alfonso se quedó parado por sus palabras. Sí, siempre su amigo. Sólo su amigo.
El conductor de la diligencia ayudó a Emilia a subir al coche y cerró la puerta. La muchacha se asomó por la ventanilla y echó una última mirada a la plaza de Puente Viejo. A la posada desde donde su padre y hermano la observaban. Al colmado y la casa del doctor. Y por último a Alfonso Castañeda que permanecía de pie, en medio de la plaza, y la observaba con la más penetrantes y tristes de las miradas.
Alfonso permaneció impávido mientras veía alejarse al único amor de su vida. “Adiós, Emilia”, pensó. “Te quiero”.
- Te quiero—dijo él con su voz poco más alta que un susurro.
El coche desapareció de su vista llevándose a Emilia de su vida.
**continuará**
#665
25/09/2011 23:49
Natalia [Nhgsa] Si quieres que se añada tu fic no tienes mas que poner el link (o los links) con su correspondiente titulo. Se te hara un banner y se te incluira en la cabecera. Pero aviso/recuerdo, que la cabecera esta ahora mismo estancadamente saturada y a esperas de que un moderador nos eche una mano. Asi que por el momento no se puede poner nada, de echo yo llevo un word actualizado con todo lo que esta pendiente de subir y ya asciende a cuatro paginas. De todas formas ponlo ya para que la gente vea el link y les valla echando el ojo asi yo tambien lo añado al word para que no se me olvide, y hablare con las chicas para ver lo del banner, porque tambien tenemos que hacer el de franrai.
ARICIA, me ha encantado mucho muchisimo, siguelo vale???
MIS DOS MARIAS, ACABO ANTES MANDANDUSUS UN PRIVADILLO ASI QUE OS LO VOY A MANDAR AHORA NO SUS OLVIDEIS DE MIRARLO!
Edito; que acabo de leer la parte IV de "la mancha de mora" de aricia y me parece desgarradoramente buena!!! muchas gracias.
Y otro apunte me hace muchisisisima gracia cuando llamas a severiano "tarambana" y es que aqui hay un pueblo (que de lo chico que es deberia ser un barrio, no se si esta catalogao como pueblo o no) que se llama asi TARAMBANA y mi novio es precisamente de ahi, TARAMBANERO como yo lo llamo, pero de aki pa lante le voy a decir tarambana na mas jejejej
ARICIA, me ha encantado mucho muchisimo, siguelo vale???
MIS DOS MARIAS, ACABO ANTES MANDANDUSUS UN PRIVADILLO ASI QUE OS LO VOY A MANDAR AHORA NO SUS OLVIDEIS DE MIRARLO!
Edito; que acabo de leer la parte IV de "la mancha de mora" de aricia y me parece desgarradoramente buena!!! muchas gracias.
Y otro apunte me hace muchisisisima gracia cuando llamas a severiano "tarambana" y es que aqui hay un pueblo (que de lo chico que es deberia ser un barrio, no se si esta catalogao como pueblo o no) que se llama asi TARAMBANA y mi novio es precisamente de ahi, TARAMBANERO como yo lo llamo, pero de aki pa lante le voy a decir tarambana na mas jejejej
#666
26/09/2011 04:58
Por dios Aricia...aysss....que no se vaya que se de la vuelta...
#667
26/09/2011 13:30
FranRai:
Dar las gracias a Naryak (Silvia) por sus capturas de la Paca y Rai en el post de la pareja, que las cogi de ahi :).
Dar las gracias a Naryak (Silvia) por sus capturas de la Paca y Rai en el post de la pareja, que las cogi de ahi :).
#668
26/09/2011 15:18
Mary mil gracias por el banner te ha quedao de escandalo y asi yo he podido avanzar con el fic, me voy a prepararme para el curro y si me da tiempo lo subo ahora aunk lo dudo pero me lo llevo en el pen y lo subo en el curro si no!!! De verdad que te superas tia!!!!! esta guapisimo!
Gracias a silvia por las caps jejejej
Gracias a silvia por las caps jejejej
#669
26/09/2011 15:58
Mary me encanta!! El barnner es precioso :D Muchisimas gracias :)
ya le dare las gracias a Silvia aunque se las doy siempre por esas capturas tan maravillosas que hace.
ya le dare las gracias a Silvia aunque se las doy siempre por esas capturas tan maravillosas que hace.
#670
26/09/2011 20:32
Aricia por el amor de dios!!!!continuaaaaaaaaaaaaaa!!!!!!!!!!!!!!! es preciosoooo ;)
#671
26/09/2011 21:20
Hola chicas. Soy Natalia, la que comentó la otra vez. Estoy poniendo mi relato en un hilo nuevo en el subforo de la Casona en el hilo "club de fans de Raimundo Ulloa" . Lo estoy poniendo ahí seguido porque en el de queremos escena pasional de encamamiento es imposible encontrar el comienzo de la historia. Espero que os guste. ;)
#672
26/09/2011 22:17
~~LA MANCHA DE MORA – PARTE V~~
Transcurrieron unos segundos, tal vez minutos, en los que Alfonso no se atrevió a apartar su mirada del recodo por el que había perdido la diligencia, mientras lloraba por dentro la marcha de Emilia sin importarle las miradas curiosas de los vecinos.
Quizás, si cerrase muy fuerte los ojos y los volviese abrir, descubriría que todo había sido un mal sueño y que Emilia seguía en Puente Viejo, en su vida, junto a él. Sacudió la cabeza sintiéndose derrotado. Aquello no era un sueño, ni siquiera uno malo, aquello era real.
Alfonso sintió una mano amiga apoyándose en su hombro. El mozo se giró para encontrarse a un Raimundo igual de abatido que él. La tristeza asomaba a sus ojos mientras las lágrimas resbalaban por las mejillas del Ulloa.
- Me alegro que hayas podido venir a despedirte de ella—dijo Raimundo con la vista perdida en el camino. –Sé que Emilia no se hubiera perdonado jamás el no hacer las paces contigo.
- Yo tampoco me lo hubiera perdonado, Don Raimundo—admitió Alfonso volviéndose hacia él. –Emilia me ha pedido que cuide de usted.
Los ojos de Raimundo brillaron con esperanza al escuchar sus palabras y una afligida sonrisa se dibujó en sus labios.
- Esa es mi Emilia, la niña de mis ojos. Aún en su dolor, siempre preocupándose por los demás.
- Así es ella—sonrió a su vez Alfonso.
- Vamos, muchacho. No nos quedemos más aquí y vayamos a la posada. Te convido a un vino.
- Muchas gracias, Raimundo. Pero ahora no soy la mejor de las compañías—declinó Alfonso. –Necesito estar solo.
Raimundo estuvo a punto de insistir, pero enseguida comprendió la necesidad de soledad de Alfonso. Era tan fuerte o mayor que la suya propia.
- De acuerdo, Alfonso. No te entretengo más—se despidió palmeándole cariñosamente la espalda. –Estaré aquí por si necesitas con quien conversar.
- Lo mismo le digo, Raimundo.
Alfonso inclinó la cabeza a modo de despedida y empezó a alejarse de la plaza. Ya debería de estar en el campo trabajando, pero esa mañana no iba a encontrar fuerzas para nada. En los días anteriores había intentado ahogar su sufrimiento deslomándose a trabajar. Pero ese día nada lo ayudaría.
Ese día, Alfonso únicamente deseaba estar solo y dejar que la pena y el dolor fluyesen, al fin, libremente por su cuerpo. Mientras vagaba por el camino, sintió como las primeras lágrimas mojaban sus mejillas. No hizo tan siquiera mención de limpiárselas, porque sabía que de nada serviría.
Llevaba tanto tiempo conteniendo su pena, su dolor, su rabia, dejando tan sólo que la gente que lo quería y lo rodeaba viese sólo la superficie de su sufrimiento, que Alfonso sabía que cuando lo dejase salir no podría después controlarlo.
Siguió caminando ajeno a todo lo que le rodeaba, sin importarle lo que la gente pudiera pensar al verlo pasar en ese estado. Había caminado casi la mitad de la distancia de su casa cuando se detuvo aturdido. Levantó su mirada, que hasta ese momento había estado clavada en el suelo, y miró extrañado a su alrededor.
Por un momento, había creído escuchar la voz de Emilia que lo llamaba por su nombre. Pero aquello era imposible, ya que Emilia se encontraba camino de Asturias. Debía haber sido todo imaginaciones tuyas provocadas por el dolor.
“Alfonso”.
Otra vez había vuelto a oír su nombre. Entrecerrando los ojos miró el camino que continuaba ante sí. De pronto, sus pies comenzaron a caminar, primero con pasos inseguros hasta convertirse en rápidas zancadas.
**continúa**
Transcurrieron unos segundos, tal vez minutos, en los que Alfonso no se atrevió a apartar su mirada del recodo por el que había perdido la diligencia, mientras lloraba por dentro la marcha de Emilia sin importarle las miradas curiosas de los vecinos.
Quizás, si cerrase muy fuerte los ojos y los volviese abrir, descubriría que todo había sido un mal sueño y que Emilia seguía en Puente Viejo, en su vida, junto a él. Sacudió la cabeza sintiéndose derrotado. Aquello no era un sueño, ni siquiera uno malo, aquello era real.
Alfonso sintió una mano amiga apoyándose en su hombro. El mozo se giró para encontrarse a un Raimundo igual de abatido que él. La tristeza asomaba a sus ojos mientras las lágrimas resbalaban por las mejillas del Ulloa.
- Me alegro que hayas podido venir a despedirte de ella—dijo Raimundo con la vista perdida en el camino. –Sé que Emilia no se hubiera perdonado jamás el no hacer las paces contigo.
- Yo tampoco me lo hubiera perdonado, Don Raimundo—admitió Alfonso volviéndose hacia él. –Emilia me ha pedido que cuide de usted.
Los ojos de Raimundo brillaron con esperanza al escuchar sus palabras y una afligida sonrisa se dibujó en sus labios.
- Esa es mi Emilia, la niña de mis ojos. Aún en su dolor, siempre preocupándose por los demás.
- Así es ella—sonrió a su vez Alfonso.
- Vamos, muchacho. No nos quedemos más aquí y vayamos a la posada. Te convido a un vino.
- Muchas gracias, Raimundo. Pero ahora no soy la mejor de las compañías—declinó Alfonso. –Necesito estar solo.
Raimundo estuvo a punto de insistir, pero enseguida comprendió la necesidad de soledad de Alfonso. Era tan fuerte o mayor que la suya propia.
- De acuerdo, Alfonso. No te entretengo más—se despidió palmeándole cariñosamente la espalda. –Estaré aquí por si necesitas con quien conversar.
- Lo mismo le digo, Raimundo.
Alfonso inclinó la cabeza a modo de despedida y empezó a alejarse de la plaza. Ya debería de estar en el campo trabajando, pero esa mañana no iba a encontrar fuerzas para nada. En los días anteriores había intentado ahogar su sufrimiento deslomándose a trabajar. Pero ese día nada lo ayudaría.
Ese día, Alfonso únicamente deseaba estar solo y dejar que la pena y el dolor fluyesen, al fin, libremente por su cuerpo. Mientras vagaba por el camino, sintió como las primeras lágrimas mojaban sus mejillas. No hizo tan siquiera mención de limpiárselas, porque sabía que de nada serviría.
Llevaba tanto tiempo conteniendo su pena, su dolor, su rabia, dejando tan sólo que la gente que lo quería y lo rodeaba viese sólo la superficie de su sufrimiento, que Alfonso sabía que cuando lo dejase salir no podría después controlarlo.
Siguió caminando ajeno a todo lo que le rodeaba, sin importarle lo que la gente pudiera pensar al verlo pasar en ese estado. Había caminado casi la mitad de la distancia de su casa cuando se detuvo aturdido. Levantó su mirada, que hasta ese momento había estado clavada en el suelo, y miró extrañado a su alrededor.
Por un momento, había creído escuchar la voz de Emilia que lo llamaba por su nombre. Pero aquello era imposible, ya que Emilia se encontraba camino de Asturias. Debía haber sido todo imaginaciones tuyas provocadas por el dolor.
“Alfonso”.
Otra vez había vuelto a oír su nombre. Entrecerrando los ojos miró el camino que continuaba ante sí. De pronto, sus pies comenzaron a caminar, primero con pasos inseguros hasta convertirse en rápidas zancadas.
**continúa**
#673
26/09/2011 22:18
**continuación LA MANCHA DE MORA V**
“Alfonso”.
No, no era su imaginación. Tampoco estaba loco, ya que unos metros más adelante, Alfonso vio la inconfundible figura de Emilia que agitaba sus brazos hacia él.
- Emilia…-Era ella. -¡Emilia!—gritó y corrió las pocas zancadas que los separaban.
Ella le sonrió, abriéndole los brazos. Alfonso abrió los suyos y la volvieron a rodear por segunda vez en aquel día.
“Lavanda”, suspiró. Emilia estaba con él. Pero tenía que asegurarse que no era su imaginación y, con pesar, se separó de ella para poder tomar su rostro entre las manos.
- No es mi imaginación—dijo él viéndose reflejado en los ojos castaños de la muchacha.
- Soy bien real, Alfonso—rió Emilia sintiendo su espíritu más ligero por primera vez en días mientras limpiaba delicadamente las lágrimas del rostro de Alfonso.
- Pero tú estabas en la diligencia camino de Asturias.
- Así era. Sin embargo, parece que estoy desarrollando el hábito de arrepentirme en cuanto me subo a una—bromeó. -¿No te alegras de verme, Alfonso?
- Muchísimo—respondió con tal vehemencia que Emilia se estremeció entre sus manos. –Pensaba… pensaba que ya no iba a volver a verte.
- Pues te equivocaste en tus suposiciones.
- No sabes cuánto me alegro de ello—dijo acariciándole tiernamente la mejilla con sus dedos. -¿Por qué has cambiado de opinión?
En cuanto dijo las palabras se arrepintió. No importaba qué era lo que había motivado a Emilia a regresar. Sólo importaba que ella estuviera de vuelta.
- Te oí, Alfonso.
Él la miró sin comprender, sus pulgares aún acariciando la delicada piel de sus mejillas.
- Te oí desde la diligencia—repitió la muchacha arrebolada al ver que Alfonso parecía no haberla entendido.
- No sé a qué te refieres—dijo él al fin visiblemente perturbado. Ella no podía referirse a esas dos palabras.
- Escuché tus últimas palabras… Bueno, no las oí. La diligencia estaba bastante lejos. Pero leí tus labios—explicó entrecortadamente, conmovida por la intensidad de su mirada. -¿Es verdad, Alfonso?
- ¿Qué es lo quieres decir, Emilia?
- ¿Lo que dijiste es verdad?
- ¿Y qué dije?—preguntó serio estudiando su rostro.
- Que… que me quieres—dijo ella ruborizándose intensamente.
Alfonso siguió mirándola sin perder intensidad. Su mano derecha abandonó su mejilla y apartó el mechón que tapaba parte de su rostro hasta colocarlo detrás de su oreja. Sus movimientos fueros lentos y estudiados y llenaron el cuerpo de Emilia de un agradable hormigueo.
- ¿Y eso qué podría importarte a ti, Emilia?
- Me importa.
Emilia se inclinó hasta apoyar su mejilla derecha en su mano. Cerró los ojos ante su cálido contacto.
- Me importa mucho, Alfonso.
- ¿Y por qué te importa que yo te quiera?
Alfonso había esperado tanto por ese momento que no estaba dispuesto a ponérselo fácil. Ella tenía que decir las palabras.
- A veces puedes resultar un tanto obtuso, Castañeda—protestó ella haciendo mención de separarse. Pero Alfonso se lo impidió y la acercó un poquito más hasta él.
- Emilia—pronunció su nombre en un ardiente susurro. –Dímelo.
Ella negó con la cabeza sintiéndose sofocada.
- Dímelo, Emilia. ¿Por qué tendría de importarte?
- Porque yo también te quiero—musitó la muchacha cerrando sus ojos temerosa.
“Por fin”, gritó el corazón de Alfonso. “Por fin”
- Yo no te quiero, Emilia—dijo tras unos segundos. Ella abrió los ojos asustada. –Yo te amo más que a la vida misma.
No esperó a que Emilia le respondiera. Alfonso bajó su cabeza hasta la de ella y posó sus labios sobre los de la muchacha en un roce como ala de mariposa. Se separó ligeramente para ver algún gesto de rechazo por parte de ella. Sin embargo, Emilia permanecía con los ojos cerrados y los labios húmedos y entreabiertos.
Sin poder ni querer resistirse, Alfonso volvió a descender sobre ella. Sus labios atraparon los de Emilia mientras sus manos seguían sosteniendo su cara como si fuera la más preciada de las joyas. Con sumo cuidado cogió entre sus dientes el grueso labio inferior de Emilia y la instigó a que abriera su boca.
Emilia suspiró y fundió su cuerpo contra el de él mientras permitía que él profundizase su beso. Avivada por la sorprendente pasión del beso de Alfonso, ella rodeó su cuello con sus manos y enredó los dedos en su oscura cabellera.
Las manos de Alfonso abandonaron su cara y bajaron hasta su cintura, donde sus dedos la estrecharon apoyándose sobre las curvas de sus caderas. Emilia gimió y su cuerpo se arqueó contra él. Alfonso gimió a su vez sintiendo como el roce de los pechos de Emilia sobre su torso iba a convertirse en su perdición.
Con gran esfuerzo consiguió separarse de ella y terminar aquel beso que iba a terminar con la poca cordura que les quedaba a los dos.
- Emilia—él pronunció su nombre como la más dulce de las caricias. –Te amo.
- Alfonso—le dijo ella perdiéndose en sus ojos, -gracias por enseñarme lo que es el verdadero amor.
Él sonrió llenándole de dicha su alma y su corazón.
- No hay de qué—respondió él volviéndola a besar suavemente.
- Alfonso.
- ¿Sí, mi amor?
- ¿De verdad ibas a dejar que me marchase de Puente Viejo?
- Sí, si eso es lo que podía llegar a hacerte feliz.
- ¡Oh, Alfonso!—dijo abrazándolo fuertemente. –Siempre tan caballeroso y noble. Dispuesto a sacrificar tu propia felicidad.
- Por ti haría cualquier cosa, Emilia—dijo tan solemne que ella no tuvo ninguna duda de que él decía la verdad. –Incluso apartarme si quisieras a otro hombre—añadió aludiendo claramente a Severiano.
- No me lo recuerdes. Me comporté como una verdadera estúpida… Ya veo que no me corriges—bromeó Emilia.
- En verdad, Emilia, llegué incluso a dudar de tu propia cordura.
- En algún momento la debí de perder… Pero afortunadamente la recuperé—rió ella poniéndose de puntillas y besándolo.
- ¿Y ahora qué vamos a hacer?—preguntó Alfonso volviéndola a la realidad.
- Aún no lo sé, Alfonso. Quería escapar a Asturias para poner en orden mi vida, pero eso era antes de saber que me amabas. Ahora que te tengo, no quiero marcharme de aquí.
- ¿Vas a volver a la posada?
- No puedo. Todavía no puedo. Las heridas están todavía abiertas y necesito tiempo para cerrarlas.
- Entonces ven conmigo, Emilia—le ofreció él. –Nuestra casa no es muy grande, pero siempre hay espacio para uno más.
- No sé, Alfonso, no quiero ser ninguna molestia.
- Jamás lo serías, amor—dijo cogiéndole las manos y besándole los nudillos.
- De acuerdo, Alfonso. Pero tan sólo por un par de días.
Alfonso sonrió alegre y se agachó a coger la bolsa de Emilia del suelo. Después ofreció su mano a Emilia y juntos emprendieron el camino.
“Por fin”, volvió a suspirar el corazón de Alfonso.
~~FIN????~~
“Alfonso”.
No, no era su imaginación. Tampoco estaba loco, ya que unos metros más adelante, Alfonso vio la inconfundible figura de Emilia que agitaba sus brazos hacia él.
- Emilia…-Era ella. -¡Emilia!—gritó y corrió las pocas zancadas que los separaban.
Ella le sonrió, abriéndole los brazos. Alfonso abrió los suyos y la volvieron a rodear por segunda vez en aquel día.
“Lavanda”, suspiró. Emilia estaba con él. Pero tenía que asegurarse que no era su imaginación y, con pesar, se separó de ella para poder tomar su rostro entre las manos.
- No es mi imaginación—dijo él viéndose reflejado en los ojos castaños de la muchacha.
- Soy bien real, Alfonso—rió Emilia sintiendo su espíritu más ligero por primera vez en días mientras limpiaba delicadamente las lágrimas del rostro de Alfonso.
- Pero tú estabas en la diligencia camino de Asturias.
- Así era. Sin embargo, parece que estoy desarrollando el hábito de arrepentirme en cuanto me subo a una—bromeó. -¿No te alegras de verme, Alfonso?
- Muchísimo—respondió con tal vehemencia que Emilia se estremeció entre sus manos. –Pensaba… pensaba que ya no iba a volver a verte.
- Pues te equivocaste en tus suposiciones.
- No sabes cuánto me alegro de ello—dijo acariciándole tiernamente la mejilla con sus dedos. -¿Por qué has cambiado de opinión?
En cuanto dijo las palabras se arrepintió. No importaba qué era lo que había motivado a Emilia a regresar. Sólo importaba que ella estuviera de vuelta.
- Te oí, Alfonso.
Él la miró sin comprender, sus pulgares aún acariciando la delicada piel de sus mejillas.
- Te oí desde la diligencia—repitió la muchacha arrebolada al ver que Alfonso parecía no haberla entendido.
- No sé a qué te refieres—dijo él al fin visiblemente perturbado. Ella no podía referirse a esas dos palabras.
- Escuché tus últimas palabras… Bueno, no las oí. La diligencia estaba bastante lejos. Pero leí tus labios—explicó entrecortadamente, conmovida por la intensidad de su mirada. -¿Es verdad, Alfonso?
- ¿Qué es lo quieres decir, Emilia?
- ¿Lo que dijiste es verdad?
- ¿Y qué dije?—preguntó serio estudiando su rostro.
- Que… que me quieres—dijo ella ruborizándose intensamente.
Alfonso siguió mirándola sin perder intensidad. Su mano derecha abandonó su mejilla y apartó el mechón que tapaba parte de su rostro hasta colocarlo detrás de su oreja. Sus movimientos fueros lentos y estudiados y llenaron el cuerpo de Emilia de un agradable hormigueo.
- ¿Y eso qué podría importarte a ti, Emilia?
- Me importa.
Emilia se inclinó hasta apoyar su mejilla derecha en su mano. Cerró los ojos ante su cálido contacto.
- Me importa mucho, Alfonso.
- ¿Y por qué te importa que yo te quiera?
Alfonso había esperado tanto por ese momento que no estaba dispuesto a ponérselo fácil. Ella tenía que decir las palabras.
- A veces puedes resultar un tanto obtuso, Castañeda—protestó ella haciendo mención de separarse. Pero Alfonso se lo impidió y la acercó un poquito más hasta él.
- Emilia—pronunció su nombre en un ardiente susurro. –Dímelo.
Ella negó con la cabeza sintiéndose sofocada.
- Dímelo, Emilia. ¿Por qué tendría de importarte?
- Porque yo también te quiero—musitó la muchacha cerrando sus ojos temerosa.
“Por fin”, gritó el corazón de Alfonso. “Por fin”
- Yo no te quiero, Emilia—dijo tras unos segundos. Ella abrió los ojos asustada. –Yo te amo más que a la vida misma.
No esperó a que Emilia le respondiera. Alfonso bajó su cabeza hasta la de ella y posó sus labios sobre los de la muchacha en un roce como ala de mariposa. Se separó ligeramente para ver algún gesto de rechazo por parte de ella. Sin embargo, Emilia permanecía con los ojos cerrados y los labios húmedos y entreabiertos.
Sin poder ni querer resistirse, Alfonso volvió a descender sobre ella. Sus labios atraparon los de Emilia mientras sus manos seguían sosteniendo su cara como si fuera la más preciada de las joyas. Con sumo cuidado cogió entre sus dientes el grueso labio inferior de Emilia y la instigó a que abriera su boca.
Emilia suspiró y fundió su cuerpo contra el de él mientras permitía que él profundizase su beso. Avivada por la sorprendente pasión del beso de Alfonso, ella rodeó su cuello con sus manos y enredó los dedos en su oscura cabellera.
Las manos de Alfonso abandonaron su cara y bajaron hasta su cintura, donde sus dedos la estrecharon apoyándose sobre las curvas de sus caderas. Emilia gimió y su cuerpo se arqueó contra él. Alfonso gimió a su vez sintiendo como el roce de los pechos de Emilia sobre su torso iba a convertirse en su perdición.
Con gran esfuerzo consiguió separarse de ella y terminar aquel beso que iba a terminar con la poca cordura que les quedaba a los dos.
- Emilia—él pronunció su nombre como la más dulce de las caricias. –Te amo.
- Alfonso—le dijo ella perdiéndose en sus ojos, -gracias por enseñarme lo que es el verdadero amor.
Él sonrió llenándole de dicha su alma y su corazón.
- No hay de qué—respondió él volviéndola a besar suavemente.
- Alfonso.
- ¿Sí, mi amor?
- ¿De verdad ibas a dejar que me marchase de Puente Viejo?
- Sí, si eso es lo que podía llegar a hacerte feliz.
- ¡Oh, Alfonso!—dijo abrazándolo fuertemente. –Siempre tan caballeroso y noble. Dispuesto a sacrificar tu propia felicidad.
- Por ti haría cualquier cosa, Emilia—dijo tan solemne que ella no tuvo ninguna duda de que él decía la verdad. –Incluso apartarme si quisieras a otro hombre—añadió aludiendo claramente a Severiano.
- No me lo recuerdes. Me comporté como una verdadera estúpida… Ya veo que no me corriges—bromeó Emilia.
- En verdad, Emilia, llegué incluso a dudar de tu propia cordura.
- En algún momento la debí de perder… Pero afortunadamente la recuperé—rió ella poniéndose de puntillas y besándolo.
- ¿Y ahora qué vamos a hacer?—preguntó Alfonso volviéndola a la realidad.
- Aún no lo sé, Alfonso. Quería escapar a Asturias para poner en orden mi vida, pero eso era antes de saber que me amabas. Ahora que te tengo, no quiero marcharme de aquí.
- ¿Vas a volver a la posada?
- No puedo. Todavía no puedo. Las heridas están todavía abiertas y necesito tiempo para cerrarlas.
- Entonces ven conmigo, Emilia—le ofreció él. –Nuestra casa no es muy grande, pero siempre hay espacio para uno más.
- No sé, Alfonso, no quiero ser ninguna molestia.
- Jamás lo serías, amor—dijo cogiéndole las manos y besándole los nudillos.
- De acuerdo, Alfonso. Pero tan sólo por un par de días.
Alfonso sonrió alegre y se agachó a coger la bolsa de Emilia del suelo. Después ofreció su mano a Emilia y juntos emprendieron el camino.
“Por fin”, volvió a suspirar el corazón de Alfonso.
~~FIN????~~
#674
26/09/2011 22:33
COMO QUE FIN???...NO HIJA,NO...
Yo quiero mas...venga..mas.
Yo quiero mas...venga..mas.
#675
27/09/2011 00:02
La segunda parte de "Siempre estaré contigo"
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/536/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/536/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
#676
27/09/2011 00:45
Muy bonito aricia!!! pero fin????
Natalia, te importaria poner el enlace del fic??? si quieres que lo añadamos en la cabecera por favor haz como kerala, olsi, etc y pon los enlaces y los titulos si no no se puede añadir, aunque la verdad ahora mismo tengo que ponerme a estudiar codigo html, pero sera despues de ver tierra de lobos, que una tambien tiene sus derechos!!!
olsi me voy a leer el tuyo!
Natalia, te importaria poner el enlace del fic??? si quieres que lo añadamos en la cabecera por favor haz como kerala, olsi, etc y pon los enlaces y los titulos si no no se puede añadir, aunque la verdad ahora mismo tengo que ponerme a estudiar codigo html, pero sera despues de ver tierra de lobos, que una tambien tiene sus derechos!!!
olsi me voy a leer el tuyo!
#677
27/09/2011 09:25
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1274/1/club-de-fans-de-raimundo-ulloa/
#678
27/09/2011 11:30
Se me olvido deciros ayer que habia subido la continuacion de "En los ojos de un Castañeda"
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1197/1/en-los-ojos-de-un-castaneda/
A partir del comentario #22
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1197/1/en-los-ojos-de-un-castaneda/
A partir del comentario #22
#679
27/09/2011 11:42
Ok Natalia, gracias solo falta que me digas el titulo de la historia o como quieres que le pongamos, pero el html sigue atascado, aviso!
Y por cierto, como prefieres que le pongamos al rincón, Rincón de Nhgsa o Rincón de Natalia
Y por cierto, como prefieres que le pongamos al rincón, Rincón de Nhgsa o Rincón de Natalia
#680
27/09/2011 12:11
Hola pues a falta de uno que enganche de momento se llamará "Raimundo, Francisca y Carmen: un triángulo peligroso". Sobre lo de el rincón yo lo dejaría con Nhgsa porque es el nombre que se ve. No todos saben mi nombre salvo los del hilo en el que estoy más metida. Espero que os guste la historia tanto como a las demás.
Un beso.
Un beso.