Foro El secreto de Puente Viejo
La Biblioteca (A - K)
#0
17/08/2011 13:26
EL RINCÓN DE AHA
El destino.
EL RINCÓN DE ÁLEX
El Secreto de Puente Viejo, El Origen.
EL RINCÓN DE ABRIL
El mejor hombre de Puente Viejo.
La chica de la trenza I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII.
EL RINCÓN DE ALFEMI
De siempre y para siempre.
Hace frío I, II.
Pensando en ti.
Yo te elegí a ti.
EL RINCÓN DE ANTOJEP
Bajo la luz de la luna I, II, III, IV.
Como un rayo de sol I, II, III, IV.
La traición I, II.
EL RINCÓN DE ARICIA
Reacción I, II, III, IV.
Emilia, el lobo y el cazador.
El secreto de Alfonso Castañeda.
La mancha de mora I, II, III, IV, V.
Historias que se repiten. 20 años después.
La historia de Ana Castañeda I, II, III, VI, V, Final.
EL RINCÓN DE ARTEMISILLA
Ojalá fuera cierto.
Una historia de dos
EL RINCÓN DE CAROLINA
Mi historia.
EL RINCÓN DE CINDERELLA
Cierra los ojos.
EL RINCÓN DE COLGADA
Cartas, huidas, regalos y el diluvio universal I-XI.
El secreto de Gregoria Casas.
La decisión I,II, III, IV, V.
Curando heridas I,II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII.
una nueva vida I,II, III
EL RINCÓN DE CUQUINA
Lo que me sale de las teclas.
El origen de Tristán Ulloa.
EL RINCÓN DE EIZA
En los ojos de un Castañeda.
Bajando a los infiernos.
¡¿De qué?!
Pensamientos
EL RINCÓN DE FERMARÍA
Noche de bodas. (Descarga directa aquí)
Lo que no se ve.
En el baile.
De valientes y cobardes.
Descubriendo a Alfonso.
¿Por qué no me besaste?
Dejarse llevar.
Amar a Alfonso Castañeda.
Serenidad.
Así.
Quiero.
El corazón de un jornalero (I) (II).
Lo único cierto I, II.
Tiempo.
Sabor a chocolate.
EL RINCÓN DE FRANRAI
Un amor inquebrantable.
Un perfecto malentendido.
Gotas del pasado.
EL RINCÓN DE GESPA
La rutina.
Cada cosa en su sitio.
El baile.
Tomando decisiones.
Volver I, II.
Chismorreo.
Sola.
Tareas.
El desayuno.
Amigas.
Risas.
La manzana.
EL RINCÓN DE INMILLA
Rain Over Me I, II, III.
EL RINCÓN DE JAJIJU
Diálogos que nos encantaría que pasaran.
EL RINCÓN DE KERALA
Amor, lucha y rendición I - VII, VIII, IX, X, XI (I) (II), XII, XIII, XIV, XV, XVI,
XVII, XVIII, XIX, XX (I) (II), XXI, XXII (I) (II).
Borracha de tu amor.
Lo que debió haber sido.
Tu amor es mi droga I, II. (Escena alternativa).
PACA´S TABERN I, II.
Recuerdos.
Dibujando tu cuerpo.
Tu amor es mi condena I, II.
Encuentro en la posada. Historia alternativa
Tu amor es mi condena I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI
#621
18/09/2011 12:42
Mari, hago recopilación para cuando se arregle lo de "la biblioteca II. De la K a la Z"
Lo guardaría directamente en un word, pero no estoy en casa asi que lo pongo aqui y si eso guardalo tu o si no ya lo guardare yo cuando llegue a casa.
Creo que esta todo, inlcuido lo que no se pudo añadir por falta de espacio.
Rincón de aricia
El secreto de Alfonso castañeda --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/31/la-biblioteca-historias-paralelas/
Rincón de Gespa:
Volver. Parte I --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/474/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Volver. Parte II --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/479/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Rincón de Kerala:
Amor, Lucha y Rendición IX --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/31/la-biblioteca-historias-paralelas/
Amor, Lucha y Rendición. Parte X --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/500/120/el-rincon-de-dona-francisca-y-raimundo-queremos-escena-pasional-de-encamamiento/
Amor. Lucha y Rendición. Parte XI (I) --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/500/123/el-rincon-de-dona-francisca-y-raimundo-queremos-escena-pasional-de-encamamiento/
Amor. Lucha y Rendición. Parte XI (II)--> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/500/124/el-rincon-de-dona-francisca-y-raimundo-queremos-escena-pasional-de-encamamiento/
Amor. Lucha y Rendición. Parte XII --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/500/126/el-rincon-de-dona-francisca-y-raimundo-queremos-escena-pasional-de-encamamiento/
Lo que debió haber sido --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/32/la-biblioteca-historias-paralelas/
Rincón de Lapuebla:
La nueva vecina. Parte XII-XIV --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/31/la-biblioteca-historias-paralelas/
La nueva vecina: Parte XV --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/32/la-biblioteca-historias-paralelas/
Sin Rumbo --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/32/la-biblioteca-historias-paralelas/
Rincón de Olsi:
Verdadero amor. Parte III --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/448/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Verdadero amor. Parte IV --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/453/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
El orgullo de Alfonso. Parte I --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/474/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
El orgullo de Alfonso. Parte II --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/478/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
El orgullo de Alfonso. Parte III --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/480/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
---
Cuando esten las dos bibliotecas voy a pedir que cada uno suba sus links en su parte de la biblioteca correspondiente, para hacer mas faciles las recopilaciones, asi si la Biblioteca I comprende desde la A a la L y la Biblioteca II desde la K a la Z (por poner un ejemplo) Abril tendria que poner los suyos en la B.I y Kerala en la B.II. GRACIAAAS
Y a ver cuando se puede hacer!
Lo guardaría directamente en un word, pero no estoy en casa asi que lo pongo aqui y si eso guardalo tu o si no ya lo guardare yo cuando llegue a casa.
Creo que esta todo, inlcuido lo que no se pudo añadir por falta de espacio.
Rincón de aricia
El secreto de Alfonso castañeda --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/31/la-biblioteca-historias-paralelas/
Rincón de Gespa:
Volver. Parte I --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/474/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Volver. Parte II --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/479/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Rincón de Kerala:
Amor, Lucha y Rendición IX --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/31/la-biblioteca-historias-paralelas/
Amor, Lucha y Rendición. Parte X --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/500/120/el-rincon-de-dona-francisca-y-raimundo-queremos-escena-pasional-de-encamamiento/
Amor. Lucha y Rendición. Parte XI (I) --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/500/123/el-rincon-de-dona-francisca-y-raimundo-queremos-escena-pasional-de-encamamiento/
Amor. Lucha y Rendición. Parte XI (II)--> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/500/124/el-rincon-de-dona-francisca-y-raimundo-queremos-escena-pasional-de-encamamiento/
Amor. Lucha y Rendición. Parte XII --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/500/126/el-rincon-de-dona-francisca-y-raimundo-queremos-escena-pasional-de-encamamiento/
Lo que debió haber sido --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/32/la-biblioteca-historias-paralelas/
Rincón de Lapuebla:
La nueva vecina. Parte XII-XIV --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/31/la-biblioteca-historias-paralelas/
La nueva vecina: Parte XV --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/32/la-biblioteca-historias-paralelas/
Sin Rumbo --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/32/la-biblioteca-historias-paralelas/
Rincón de Olsi:
Verdadero amor. Parte III --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/448/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Verdadero amor. Parte IV --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/453/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
El orgullo de Alfonso. Parte I --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/474/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
El orgullo de Alfonso. Parte II --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/478/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
El orgullo de Alfonso. Parte III --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/480/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
---
Cuando esten las dos bibliotecas voy a pedir que cada uno suba sus links en su parte de la biblioteca correspondiente, para hacer mas faciles las recopilaciones, asi si la Biblioteca I comprende desde la A a la L y la Biblioteca II desde la K a la Z (por poner un ejemplo) Abril tendria que poner los suyos en la B.I y Kerala en la B.II. GRACIAAAS
Y a ver cuando se puede hacer!
#622
18/09/2011 17:23
-SIN RUMBO- (2ª PARTE)
Nunca antes había sentido las dentelladas del miedo como durante esa noche. Tenía los pies destrozados de patearse el monte, las manos congeladas, la garganta sin voz de gritar su nombre una y otra vez, pero no sentía ningún dolor, sólo miedo, un miedo atroz a perderla. Él, que nunca había creído demasiado en un Dios que permitía tanto sufrimiento, él,que sólo pisaba la iglesia para no incomodar al bueno de don Anselmo y por respeto a su madre, él, rezaba en silencio, suplicando que ella apareciera sana y salva.” Maldita sea, ¿dónde estás Emilia?”
La voz de alarma había saltado en la casa de comidas al mediodía. Raimundo no la encontraba por nínguna parte y fue a preguntarle a Pepa. La partera le confesó que la última vez que la había visto había sido por la mañana, espiando detrás de la puerta que daba al patio la conversación que él mantenía con aquel extraño forastero. Raimundo palideció. “Se ha enterado”-murmuró para sí.
-¿Qué quiere decir?-preguntó preocupada la muchacha-¿De qué se ha enterado?
-Es una historia muy larga y dolorosa que Emilia nunca debería haber descubierto. Aunque mucho me temo que ahora sabe la verdad, si como dices tú estuvo escuchando la conversación de esta mañana. Pero ahora lo importante es saber dónde se ha metido mi hija. Voy a la conservera, por si ha ido a hablar con su hermano.
-No se preocupe Raimundo-trató de tranquilizarlo Pepa mientras le cogía las manos entre las suyas-Vaya a donde Sebastián, que yo preguntaré por la plaza y por el resto del pueblo. Seguro que alguien la ha visto.
Pero ni en la conservera ni en el pueblo sabían nada de Emilia. Sólo Dolores pudo indicarles que la había visto tomar el callejón que llevaba a la salida del pueblo.
-Puede que haya ido a la casa de los Castañeda-sugirió Pepa-Tenía pendiente disculparse con Alfonso por como lo trató el otro día. Además, de siempre se ha refugiado en él cuando ha tenido algún problema.
-Dios te oiga muchacha, pero mucho me temo que no es eso. De todas formas, vayamos hasta allí.
Ni Rosario ni nínguno de sus hijos habían visto a Emilia en todo el día. Alfonso, al ver la cara desencajada del Ulloa, no pudo evitar sentir una punzada de preocupación en el estómago.
-¿Qué ocurre don Raimundo?-le preguntó angustiado. Aun estaba reciente el intento de suicidio de Juán y le faltaba el aliento sólo de imaginar que ella pudiese cometer una locura semejante-¿Es por lo de Severiano?. Le juro que como encuentre a ese mal nacido yo mismo le arranco el corazón.
-No hijo, no es eso. Es cierto que se ha llevado un gran desengaño con ese gañán, pero creo que se ha ido por mi culpa.
-Explíquese, por favor-le instó el muchacho.
Raimundo les contó a grandes rasgos lo sucedido: Emilia se había enterado accidentalmente de un secreto que él había tratado de ocultar durante años. “Seguramente ahora me odia”-dijo antes de derrumbarse. Rosario, que conocía bien cual era el secreto, trató de consolarlo mientras Pepa, con su habitual determinación empezó a dar instrucciones. Ella regresaría al pueblo para dar la voz de alarma mientras los muchachos se internaban en el bosque pues Alfonso había tenido un presentimiento.
Estaba ameneciendo cuando los hermanos divisaron un extraño bulto junto a una gran roca. Alfonso se quedó paralizado por el temor. Sus piernas no eran capaces de dar un paso más.
-¡Es ella!-gritó Ramiro, que se había adelantado a su hermano mayor-¡Está inconsciente!. Debe estar medio congelada por el frío de la noche.
Por fin Alfonso reaccionó. Estaba viva, y eso era lo único importante. Corrió hacia ella y se quitó la vieja chaqueta para ponersela encima. Mientras la abrazaba con desesperación Ramiro regresaba corriendo al pueblo para buscar ayuda. No había tiempo que perder.
“Por favor no te rindas. No ves que si te vas tu padre se muere del digusto. Pobre hombre. Él te quiere, y sea lo que sea lo que te ha ocultado seguro que lo ha hecho para protegerte. Y Sebastián, y Pepa y…..yo. Ya sé que nunca me verás como a un hombre, que siempre seré como un hermano. Pero no me importa. Me conformo con verte cada día, con ver esa maravillosa sonrisa, aunque no sea para mí. Prometo seguir escuchando tus confidencias, te ayudaré en la taberna, brindaré por tu felicidad…..aunque sea con otro hombre. ¿Recuerdas que hace unas semanas viniste por casa y me preguntaste si me seguías teniendo?. Pues ya te lo dije entonces y te lo repito ahora: para lo que quieras. Pero por favor, no te mueras!”.
Cuando Ramiro estuvo de regreso con Sebastián y Tristán, que se había unido a la búsqueda cuando Pepa le relató lo sucedido, encontraron a Alfonso con el rostro anegado en lágrimas y llevando en brazos a Emilia. La muchacha seguía insconsciente.
Nunca antes había sentido las dentelladas del miedo como durante esa noche. Tenía los pies destrozados de patearse el monte, las manos congeladas, la garganta sin voz de gritar su nombre una y otra vez, pero no sentía ningún dolor, sólo miedo, un miedo atroz a perderla. Él, que nunca había creído demasiado en un Dios que permitía tanto sufrimiento, él,que sólo pisaba la iglesia para no incomodar al bueno de don Anselmo y por respeto a su madre, él, rezaba en silencio, suplicando que ella apareciera sana y salva.” Maldita sea, ¿dónde estás Emilia?”
La voz de alarma había saltado en la casa de comidas al mediodía. Raimundo no la encontraba por nínguna parte y fue a preguntarle a Pepa. La partera le confesó que la última vez que la había visto había sido por la mañana, espiando detrás de la puerta que daba al patio la conversación que él mantenía con aquel extraño forastero. Raimundo palideció. “Se ha enterado”-murmuró para sí.
-¿Qué quiere decir?-preguntó preocupada la muchacha-¿De qué se ha enterado?
-Es una historia muy larga y dolorosa que Emilia nunca debería haber descubierto. Aunque mucho me temo que ahora sabe la verdad, si como dices tú estuvo escuchando la conversación de esta mañana. Pero ahora lo importante es saber dónde se ha metido mi hija. Voy a la conservera, por si ha ido a hablar con su hermano.
-No se preocupe Raimundo-trató de tranquilizarlo Pepa mientras le cogía las manos entre las suyas-Vaya a donde Sebastián, que yo preguntaré por la plaza y por el resto del pueblo. Seguro que alguien la ha visto.
Pero ni en la conservera ni en el pueblo sabían nada de Emilia. Sólo Dolores pudo indicarles que la había visto tomar el callejón que llevaba a la salida del pueblo.
-Puede que haya ido a la casa de los Castañeda-sugirió Pepa-Tenía pendiente disculparse con Alfonso por como lo trató el otro día. Además, de siempre se ha refugiado en él cuando ha tenido algún problema.
-Dios te oiga muchacha, pero mucho me temo que no es eso. De todas formas, vayamos hasta allí.
Ni Rosario ni nínguno de sus hijos habían visto a Emilia en todo el día. Alfonso, al ver la cara desencajada del Ulloa, no pudo evitar sentir una punzada de preocupación en el estómago.
-¿Qué ocurre don Raimundo?-le preguntó angustiado. Aun estaba reciente el intento de suicidio de Juán y le faltaba el aliento sólo de imaginar que ella pudiese cometer una locura semejante-¿Es por lo de Severiano?. Le juro que como encuentre a ese mal nacido yo mismo le arranco el corazón.
-No hijo, no es eso. Es cierto que se ha llevado un gran desengaño con ese gañán, pero creo que se ha ido por mi culpa.
-Explíquese, por favor-le instó el muchacho.
Raimundo les contó a grandes rasgos lo sucedido: Emilia se había enterado accidentalmente de un secreto que él había tratado de ocultar durante años. “Seguramente ahora me odia”-dijo antes de derrumbarse. Rosario, que conocía bien cual era el secreto, trató de consolarlo mientras Pepa, con su habitual determinación empezó a dar instrucciones. Ella regresaría al pueblo para dar la voz de alarma mientras los muchachos se internaban en el bosque pues Alfonso había tenido un presentimiento.
Estaba ameneciendo cuando los hermanos divisaron un extraño bulto junto a una gran roca. Alfonso se quedó paralizado por el temor. Sus piernas no eran capaces de dar un paso más.
-¡Es ella!-gritó Ramiro, que se había adelantado a su hermano mayor-¡Está inconsciente!. Debe estar medio congelada por el frío de la noche.
Por fin Alfonso reaccionó. Estaba viva, y eso era lo único importante. Corrió hacia ella y se quitó la vieja chaqueta para ponersela encima. Mientras la abrazaba con desesperación Ramiro regresaba corriendo al pueblo para buscar ayuda. No había tiempo que perder.
“Por favor no te rindas. No ves que si te vas tu padre se muere del digusto. Pobre hombre. Él te quiere, y sea lo que sea lo que te ha ocultado seguro que lo ha hecho para protegerte. Y Sebastián, y Pepa y…..yo. Ya sé que nunca me verás como a un hombre, que siempre seré como un hermano. Pero no me importa. Me conformo con verte cada día, con ver esa maravillosa sonrisa, aunque no sea para mí. Prometo seguir escuchando tus confidencias, te ayudaré en la taberna, brindaré por tu felicidad…..aunque sea con otro hombre. ¿Recuerdas que hace unas semanas viniste por casa y me preguntaste si me seguías teniendo?. Pues ya te lo dije entonces y te lo repito ahora: para lo que quieras. Pero por favor, no te mueras!”.
Cuando Ramiro estuvo de regreso con Sebastián y Tristán, que se había unido a la búsqueda cuando Pepa le relató lo sucedido, encontraron a Alfonso con el rostro anegado en lágrimas y llevando en brazos a Emilia. La muchacha seguía insconsciente.
#623
18/09/2011 17:25
-SIN RUMBO- (3ª parte)
Le costó abrir los ojos ya que le molestaba la luz del mediodía que entraba a raudales por la ventana. Durante unos segundos no supo donde estaba, pero luego se dio cuenta que aquella era su habitación, su casa. Pepa le sonrió mientras le acariciaba la mejilla. Había pasado dos días inconsciente. Pero era una mujer fuerte y luchadora.
Cuando la trajeron del monte la doctora Casas dijo que era un claro ejemplo de hipotermia, y que la única solución era intentar por todos los medios posibles que su cuerpo volviera a entrar en calor. Le pusieron varias mantas, le dieron friegas con alcohol de romero, vigilaron su sueño día y noche, rezaron para que su estado no se agravase con una probable neumonía. Muchos fueron los que sufrieron durante aquellas horas de incertidumbre: su padre, Sebastián, su amiga Pepa, Tristán, don Anselmo, los Castañeda. Muchas eran las personas que la querían en Puente Viejo, aunque ella no quisiera darse cuenta. Hasta doña Francisca se había acercado a la posada a interesarse por su estado. Tambien Olmo Mesía, aquel misterioso terrateniente recién llegado esperaba ansioso la recuperación de Emilia.
-¡Vaya, por fin se ha despertado la bella durmiente!
-¿Qué ha pasado?-preguntó la muchacha aun desconcertada.
-Es largo de explicar y ahora tú tienes que descansar. Dejemoslo en que te disgustaste por algo y te dio por ir dar un paseo al monte sola. Te perdiste y te pilló la noche. Y el frío hizo el resto. Nos has dado un susto de muerte, chiquilla-le regañó cariñosamente su amiga.
-Ya lo recuerdo…..Siento…..siento que os hayais asustado, pero estaba desesperada. No sabía a donde ir-intentó justificarse- Pepa, mi vida es una gran mentira-.Empezaban a correrle las lágrimas por la mejilla.
-No digas sandeces. Tu padre me ha contado lo sucedido y él sólo ha intentado hacer lo mejor para ti. No puedes culparle por ello.
-Sí, pero no es mi padre. Ni Sebastián es mi hermano. No sé quien soy-se revolvió Emilia.
-Raimundo es tu padre porque él te ha querido y cuidado desde siempre. No es más padre el que engendra una criatura que aquel que la cuida, la educa y le da todo su amor. Ya quisiera yo haber tenido un padre como Raimundo. Primero escucha lo que él tiene que decir y luego ya decides. Y recuerda una cosa: él y Sebastián siempre van a ser tu familia, pase lo que pase. Tienes mucha suerte de tener una familia, te lo digo yo que me he pasado toda la vida vagando sóla y desamparada.
-Pero, ¿por qué me ha mentido?
-Eso tendrás que preguntarselo a él-respondió Pepa
-¿Dónde está?
-Lo he mandado a descansar, que el pobre ha estado toda la noche velándote y estaba agotado. Alfonso y Ramiro se han hecho cago de la taberna-le explicó-Y tú tambien deberías descansar. Voy a prepararte un caldo calentito, que de seguro te sentará bien.
Pepa se dirigía a la puerta cuando Emilia la reclamó de nuevo.
-Dime, ¿quién me encontró en el monte?-preguntó.
“Pues Alfonso, quien si no. No sé como no te has dado cuenta que ese hombre daría la vida por ti sin pensarlo. Has estado muy ciega. Todos hemos estado muy ciegos”. Esa era la respuesta que se le pasó por la mente. Pero no era el momento de hacerle más recriminaciones. Ahora Emilia necesitaba descanso y sosiego para recomponer las piezas de su vida, una vida en la que había recibido demasiados golpes. Primero tendría que sanar sus heridas, que tiempo habría para el amor. Además, si Alfonso la había esperado tanto tiempo, bien podría esperarla un poco más. Y bien que había demostrado cuan grande era su paciecia y su amor.
-Creo que los hermanos Castañeda-trató de responderle en un tono frío- ¿Por qué lo preguntas?
-No sé, te parecerá una tontería pero creo haber oído la voz de Alfonso hablándome mientras estaba dormida. Y estaba llorando. Pero seguramente lo habré soñado.
-Puede-le dijo Pepa mientras cerraba la puerta de la habitación-Ay, tonta, si supieras todo lo que ese hombre te ha dicho mientras velaba por ti. Pero bueno, tiempo habrá. Primero tendrás que recobrar el rumbo.
Le costó abrir los ojos ya que le molestaba la luz del mediodía que entraba a raudales por la ventana. Durante unos segundos no supo donde estaba, pero luego se dio cuenta que aquella era su habitación, su casa. Pepa le sonrió mientras le acariciaba la mejilla. Había pasado dos días inconsciente. Pero era una mujer fuerte y luchadora.
Cuando la trajeron del monte la doctora Casas dijo que era un claro ejemplo de hipotermia, y que la única solución era intentar por todos los medios posibles que su cuerpo volviera a entrar en calor. Le pusieron varias mantas, le dieron friegas con alcohol de romero, vigilaron su sueño día y noche, rezaron para que su estado no se agravase con una probable neumonía. Muchos fueron los que sufrieron durante aquellas horas de incertidumbre: su padre, Sebastián, su amiga Pepa, Tristán, don Anselmo, los Castañeda. Muchas eran las personas que la querían en Puente Viejo, aunque ella no quisiera darse cuenta. Hasta doña Francisca se había acercado a la posada a interesarse por su estado. Tambien Olmo Mesía, aquel misterioso terrateniente recién llegado esperaba ansioso la recuperación de Emilia.
-¡Vaya, por fin se ha despertado la bella durmiente!
-¿Qué ha pasado?-preguntó la muchacha aun desconcertada.
-Es largo de explicar y ahora tú tienes que descansar. Dejemoslo en que te disgustaste por algo y te dio por ir dar un paseo al monte sola. Te perdiste y te pilló la noche. Y el frío hizo el resto. Nos has dado un susto de muerte, chiquilla-le regañó cariñosamente su amiga.
-Ya lo recuerdo…..Siento…..siento que os hayais asustado, pero estaba desesperada. No sabía a donde ir-intentó justificarse- Pepa, mi vida es una gran mentira-.Empezaban a correrle las lágrimas por la mejilla.
-No digas sandeces. Tu padre me ha contado lo sucedido y él sólo ha intentado hacer lo mejor para ti. No puedes culparle por ello.
-Sí, pero no es mi padre. Ni Sebastián es mi hermano. No sé quien soy-se revolvió Emilia.
-Raimundo es tu padre porque él te ha querido y cuidado desde siempre. No es más padre el que engendra una criatura que aquel que la cuida, la educa y le da todo su amor. Ya quisiera yo haber tenido un padre como Raimundo. Primero escucha lo que él tiene que decir y luego ya decides. Y recuerda una cosa: él y Sebastián siempre van a ser tu familia, pase lo que pase. Tienes mucha suerte de tener una familia, te lo digo yo que me he pasado toda la vida vagando sóla y desamparada.
-Pero, ¿por qué me ha mentido?
-Eso tendrás que preguntarselo a él-respondió Pepa
-¿Dónde está?
-Lo he mandado a descansar, que el pobre ha estado toda la noche velándote y estaba agotado. Alfonso y Ramiro se han hecho cago de la taberna-le explicó-Y tú tambien deberías descansar. Voy a prepararte un caldo calentito, que de seguro te sentará bien.
Pepa se dirigía a la puerta cuando Emilia la reclamó de nuevo.
-Dime, ¿quién me encontró en el monte?-preguntó.
“Pues Alfonso, quien si no. No sé como no te has dado cuenta que ese hombre daría la vida por ti sin pensarlo. Has estado muy ciega. Todos hemos estado muy ciegos”. Esa era la respuesta que se le pasó por la mente. Pero no era el momento de hacerle más recriminaciones. Ahora Emilia necesitaba descanso y sosiego para recomponer las piezas de su vida, una vida en la que había recibido demasiados golpes. Primero tendría que sanar sus heridas, que tiempo habría para el amor. Además, si Alfonso la había esperado tanto tiempo, bien podría esperarla un poco más. Y bien que había demostrado cuan grande era su paciecia y su amor.
-Creo que los hermanos Castañeda-trató de responderle en un tono frío- ¿Por qué lo preguntas?
-No sé, te parecerá una tontería pero creo haber oído la voz de Alfonso hablándome mientras estaba dormida. Y estaba llorando. Pero seguramente lo habré soñado.
-Puede-le dijo Pepa mientras cerraba la puerta de la habitación-Ay, tonta, si supieras todo lo que ese hombre te ha dicho mientras velaba por ti. Pero bueno, tiempo habrá. Primero tendrás que recobrar el rumbo.
#624
18/09/2011 18:58
chicas,mil gracias por las molestias que os estais tomando
#625
18/09/2011 21:32
La cuarta parte de "El orgullo de Alfonso"
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/484/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
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#626
19/09/2011 23:50
QUIERO
Quiero. Siento. Aunque casi nadie lo vea, yo también tengo alma en el pecho. Noches en vela. Insomnes sueños. Días en que quiero dejarme la vida entre surcos, días en que creo que alcanzaré lo que no puedo. Noches en que la encuentro. Noches en las que se viene conmigo.
Quiero besarla. Sobre todo y por encima de todas las cosas. Quiero que sepa que voy a hacerlo y que no ose moverse. Que me ansíe. Amenazar de muerte sus labios y batirme en duelo con su lengua, que ella elija el terreno que quiera, sea en su boca o en la mía, pierda o gane, saber solamente a qué sabe. Fundirla conmigo en un beso tan lento que nos asfixie y aún así, no quiera separarse de mí aunque se le agote el aire.
Quiero que me acune en su cuello, y me conceda el perdón por ser quien soy. Por no tener orgullo, ni dignidad, ni arrestos. Por no tener apellido, ni tierra fértil con que alimentarla. Por ser cobarde, miedoso, frágil. Que me perdone por desearla tanto con mi carne, con la imaginación, con el alma.
Quiero ser su perdición, como ella se ha convertido en la mía. Ser pecado, para que me acompañe al infierno. Hundirme en su piel, marearme bajo su aliento dulce, que suplique mi nombre mientras la muerdo, y sus ojos imploren a mis manos torpes que se inmolen sobre su cuerpo. Pasear mi saliva por sus piernas, beberme la miel que exhala cuando estalla.
Quiero desquiciarla. Ser lo que ella quiera que sea. Adorarla, ungirla en el sudor de mi cuerpo ansioso, izarla hasta lo más alto, llevarla tan lejos que no sepa el camino de vuelta, y que allá en las alturas me llame por mi nombre, y lo envuelva en un jadeo, como un regalo secreto.
Quiero borrar, hacer desaparecer las huellas del otro. De su boca, de su piel, de su memoria. Quiero ser el único, el primero, el que arrase terreno inhóspito, desconocido incluso para ella, que es dueña y señora de todas las cosas que habito.
Quiero permanecer en vela para contemplarla mientras duerme, tejer fantasías con su cuerpo aquí presente, dejar de echarla de menos, dejar de morirme cada día un poco más por dentro, dejar de estar vacío, roto, herido. Dejar de ser tan necio.
Quiero fluir libre por sus pensamientos, saber qué quiere, qué necesita en cada momento. Conocer la forma de llegar hasta su centro. Que me ame, que sea yo su refugio, que sean para mi sus cuitas y sus anhelos. Quiero ser yo.
Quiero. Siento. Aunque casi nadie lo vea, yo también tengo alma en el pecho. Noches en vela. Insomnes sueños. Días en que quiero dejarme la vida entre surcos, días en que creo que alcanzaré lo que no puedo. Noches en que la encuentro. Noches en las que se viene conmigo.
Quiero besarla. Sobre todo y por encima de todas las cosas. Quiero que sepa que voy a hacerlo y que no ose moverse. Que me ansíe. Amenazar de muerte sus labios y batirme en duelo con su lengua, que ella elija el terreno que quiera, sea en su boca o en la mía, pierda o gane, saber solamente a qué sabe. Fundirla conmigo en un beso tan lento que nos asfixie y aún así, no quiera separarse de mí aunque se le agote el aire.
Quiero que me acune en su cuello, y me conceda el perdón por ser quien soy. Por no tener orgullo, ni dignidad, ni arrestos. Por no tener apellido, ni tierra fértil con que alimentarla. Por ser cobarde, miedoso, frágil. Que me perdone por desearla tanto con mi carne, con la imaginación, con el alma.
Quiero ser su perdición, como ella se ha convertido en la mía. Ser pecado, para que me acompañe al infierno. Hundirme en su piel, marearme bajo su aliento dulce, que suplique mi nombre mientras la muerdo, y sus ojos imploren a mis manos torpes que se inmolen sobre su cuerpo. Pasear mi saliva por sus piernas, beberme la miel que exhala cuando estalla.
Quiero desquiciarla. Ser lo que ella quiera que sea. Adorarla, ungirla en el sudor de mi cuerpo ansioso, izarla hasta lo más alto, llevarla tan lejos que no sepa el camino de vuelta, y que allá en las alturas me llame por mi nombre, y lo envuelva en un jadeo, como un regalo secreto.
Quiero borrar, hacer desaparecer las huellas del otro. De su boca, de su piel, de su memoria. Quiero ser el único, el primero, el que arrase terreno inhóspito, desconocido incluso para ella, que es dueña y señora de todas las cosas que habito.
Quiero permanecer en vela para contemplarla mientras duerme, tejer fantasías con su cuerpo aquí presente, dejar de echarla de menos, dejar de morirme cada día un poco más por dentro, dejar de estar vacío, roto, herido. Dejar de ser tan necio.
Quiero fluir libre por sus pensamientos, saber qué quiere, qué necesita en cada momento. Conocer la forma de llegar hasta su centro. Que me ame, que sea yo su refugio, que sean para mi sus cuitas y sus anhelos. Quiero ser yo.
#627
19/09/2011 23:56
Yo quiero un libro que no se acabe escrito por ti, cómo me llegas es increibe escribiendo. Gracias por esto Mari ;)
#628
20/09/2011 00:22
Ufff ferma lo tuyo es la escritura y como te has metido dentro de los sentimientos de Alfonso para hacernos partícipes de él. Enhorabuena!
#629
20/09/2011 00:43
Felicidades MAri!! Es un relato muy intenso....estoy segura que Alfonso debe sentir esto mismo.
Espero que mañana no quede callado de nuevo ante los reproches de Emilia.
Buenas noches!
Espero que mañana no quede callado de nuevo ante los reproches de Emilia.
Buenas noches!
#630
20/09/2011 16:53
Preciosoooooooooooooooooooo, Ferma....No hay palabras para describir lo que haces sentir. Esto es lo tuyo; ya te lo he dicho y te lo repito, porque tienes un "don" para la escritura.
Eres un regalo.
PD: Todos los relatos son lindísimos, así que nadie se me enfade, que me teneis enganchada. Besos
Eres un regalo.
PD: Todos los relatos son lindísimos, así que nadie se me enfade, que me teneis enganchada. Besos
#631
20/09/2011 17:38
haceros tuentis con el nombre de: tistan montenegro, alfonso,carlos,hipolito,dolores,pedro,sebastian y severiano por favor
#632
20/09/2011 21:00
Os dejo nuevo fic "Descubriendo la verdad"
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/501/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/501/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
#633
20/09/2011 23:45
Segunda parte de "Descubriendo la verdad"
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/502/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/502/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
#634
21/09/2011 23:54
forer@sssss estoy sin ordenador y con un monton de historias q contaros¡¡¡ Cuando pueda las subiré... Contadme cosas q tengo exactamente 15 minutos para estar x aki jajajaj un besazoo¡¡
#635
23/09/2011 11:03
~~LA MANCHA DE MORA~~
“Una mancha de mora con otra verde se quita.”
Alfonso no podía dejar de sonreír tristemente al recordar las palabras dichas por Mariana a Ramiro. Sus dos hermanos pequeños habían hablado de sus tribulaciones creyéndolo alejado de la cocina, preocupados por la falta de ánimo y espíritu de su hermano mayor.
El mayor de los Castañeda sabía que su genio había cambiado en los últimos tiempos. De la zozobra de un nuevo amor había pasado a la amargura del desamor. Y a eso había que añadir el dolor que lo producían los reproches de Emilia que lo acusaba ciegamente de malmeter en contra de su adorado Severiano.
Y él no podía culparla.
No podía culparla porque había sido el propio Alfonso quien había metido a Severiano en la vida de Emilia. Y era él mismo, en un acto de cobardía, quien le había puesto en bandeja de plata a Emilia a su amigo.
Si tan sólo hubiera sido capaz de exponer su amor a Emilia. Si hubiera dejado atrás sus temores y miedo, como tantas veces le había advertido Ramiro, y hubiera hablado abiertamente de sus sentimientos a Emilia.
Pero ya era tarde para remordimientos. Severiano se había hecho con el amor y la confianza de Emilia y, como ya había comprobado, ya era tarde para intentar abrirle los ojos sobre ese crápula.
Ahora Alfonso tenía miedo de que cualquier otra cosa que le dijera a Emilia para prevenirla, para protegerla de los devaneos de Severiano, sólo consiguiera una única cosa. Separarlo para siempre de Emilia, perdiendo lo único que le quedaba de su amor.
“Una mancha de mora con otra verde se quita.”
Si fuese tan fácil, se dijo sí mismo Alfonso moviendo la cabeza tristemente. Pero no lo era. Si fuese tan fácil, Alfonso mismo se hubiera arrancado los sentimientos de amor por Emilia que atenazaban su corazón. Sin embargo, su cabeza, su corazón, su propia razón se rebelaba ante el más mínimo pensamiento de sacarse a Emilia de sus entrañas.
Había amado en silencio a Emilia durante tanto tiempo que ese sentimiento, esa sensación de alborozo cada vez que veía su rostro, su sonrisa, cada vez que oía su voz, era ya una parte intrínseca de Alfonso Castañeda.
“Una mancha de mora con otra verde se quita.”
Las palabras de Mariana volvieron a repetirse en su cabeza.
Tal vez…
Tal vez…
Tal vez sus hermanos tenían razón. Tal vez era hora de pasar página y empezar a curar su dañado corazón.
********************
Al día siguiente, Alfonso se despertó temprano para ir a fanear sintiendo que una pequeña parte de su viejo yo volvía a su lugar.
Tal vez, se repitió a sí mismo mientras una sonrisa llegaba a sus labios.
- Buenos días, Alfonso—le saludó Marina que se hallaba atareada adelantando el desayuno. --¿Qué pasa por tu cabeza que te hace mostrar esa sonrisa?
- Nada especial, Mariana—respondió levemente sonrojado Alfonso al verse pillado por su hermana. –Sólo que todo apunta a que hoy va a hacer un día perfecto.
- Sí, ¿verdad? Yo estaba pensando en eso mismo. Creo que va a hacer un día perfecto para pasear por el río.
- Así parece—asintió Alfonso captando el brillo travieso en la mirada de su hermana.
- De hecho—continuó ella ajena al escrutinio de su hermano mayor mientras terminaba de poner los tazones y las rebanadas de pan tostado sobre la mesa-, me apetece mucho salir a pasear. Quizás te apetezca acompañarme esta tarde.
Mariana miró de soslayo a su hermano esperando su contestación. Si Alfonso conocía bien a su hermana, y estaba seguro que después de haberla visto crecer desde que era una mocosa con pañales la conocía muy bien, Mariana estaba tramando algo.
Y si no se equivocaba, lo que Mariana pretendía era presentarle a alguna moza. Tal vez, se repitió volviendo a sonreír.
- Me parece muy buena idea—aceptó él viendo como la cara de su hermana se iluminaba al escucharlo. –Además, con suerte, igual podemos coger alguna mora durante nuestro paseo por el río.
- Claro—respondió ilusionada Mariana ajena al juego de palabras de su hermano. –Igual es un poco tarde, pero se me ocurre un par de zarzales por el río que maduran un poco más tarde.
Alfonso se sentó en la mesa con el espíritu más alegre, animado por el cariño y simpatía de su hermana pequeña. Sí, pensó llenando con el puchero una taza de café, tal vez.
**continúa**
“Una mancha de mora con otra verde se quita.”
Alfonso no podía dejar de sonreír tristemente al recordar las palabras dichas por Mariana a Ramiro. Sus dos hermanos pequeños habían hablado de sus tribulaciones creyéndolo alejado de la cocina, preocupados por la falta de ánimo y espíritu de su hermano mayor.
El mayor de los Castañeda sabía que su genio había cambiado en los últimos tiempos. De la zozobra de un nuevo amor había pasado a la amargura del desamor. Y a eso había que añadir el dolor que lo producían los reproches de Emilia que lo acusaba ciegamente de malmeter en contra de su adorado Severiano.
Y él no podía culparla.
No podía culparla porque había sido el propio Alfonso quien había metido a Severiano en la vida de Emilia. Y era él mismo, en un acto de cobardía, quien le había puesto en bandeja de plata a Emilia a su amigo.
Si tan sólo hubiera sido capaz de exponer su amor a Emilia. Si hubiera dejado atrás sus temores y miedo, como tantas veces le había advertido Ramiro, y hubiera hablado abiertamente de sus sentimientos a Emilia.
Pero ya era tarde para remordimientos. Severiano se había hecho con el amor y la confianza de Emilia y, como ya había comprobado, ya era tarde para intentar abrirle los ojos sobre ese crápula.
Ahora Alfonso tenía miedo de que cualquier otra cosa que le dijera a Emilia para prevenirla, para protegerla de los devaneos de Severiano, sólo consiguiera una única cosa. Separarlo para siempre de Emilia, perdiendo lo único que le quedaba de su amor.
“Una mancha de mora con otra verde se quita.”
Si fuese tan fácil, se dijo sí mismo Alfonso moviendo la cabeza tristemente. Pero no lo era. Si fuese tan fácil, Alfonso mismo se hubiera arrancado los sentimientos de amor por Emilia que atenazaban su corazón. Sin embargo, su cabeza, su corazón, su propia razón se rebelaba ante el más mínimo pensamiento de sacarse a Emilia de sus entrañas.
Había amado en silencio a Emilia durante tanto tiempo que ese sentimiento, esa sensación de alborozo cada vez que veía su rostro, su sonrisa, cada vez que oía su voz, era ya una parte intrínseca de Alfonso Castañeda.
“Una mancha de mora con otra verde se quita.”
Las palabras de Mariana volvieron a repetirse en su cabeza.
Tal vez…
Tal vez…
Tal vez sus hermanos tenían razón. Tal vez era hora de pasar página y empezar a curar su dañado corazón.
********************
Al día siguiente, Alfonso se despertó temprano para ir a fanear sintiendo que una pequeña parte de su viejo yo volvía a su lugar.
Tal vez, se repitió a sí mismo mientras una sonrisa llegaba a sus labios.
- Buenos días, Alfonso—le saludó Marina que se hallaba atareada adelantando el desayuno. --¿Qué pasa por tu cabeza que te hace mostrar esa sonrisa?
- Nada especial, Mariana—respondió levemente sonrojado Alfonso al verse pillado por su hermana. –Sólo que todo apunta a que hoy va a hacer un día perfecto.
- Sí, ¿verdad? Yo estaba pensando en eso mismo. Creo que va a hacer un día perfecto para pasear por el río.
- Así parece—asintió Alfonso captando el brillo travieso en la mirada de su hermana.
- De hecho—continuó ella ajena al escrutinio de su hermano mayor mientras terminaba de poner los tazones y las rebanadas de pan tostado sobre la mesa-, me apetece mucho salir a pasear. Quizás te apetezca acompañarme esta tarde.
Mariana miró de soslayo a su hermano esperando su contestación. Si Alfonso conocía bien a su hermana, y estaba seguro que después de haberla visto crecer desde que era una mocosa con pañales la conocía muy bien, Mariana estaba tramando algo.
Y si no se equivocaba, lo que Mariana pretendía era presentarle a alguna moza. Tal vez, se repitió volviendo a sonreír.
- Me parece muy buena idea—aceptó él viendo como la cara de su hermana se iluminaba al escucharlo. –Además, con suerte, igual podemos coger alguna mora durante nuestro paseo por el río.
- Claro—respondió ilusionada Mariana ajena al juego de palabras de su hermano. –Igual es un poco tarde, pero se me ocurre un par de zarzales por el río que maduran un poco más tarde.
Alfonso se sentó en la mesa con el espíritu más alegre, animado por el cariño y simpatía de su hermana pequeña. Sí, pensó llenando con el puchero una taza de café, tal vez.
**continúa**
#636
23/09/2011 11:04
**continuación**
Aquella tarde, después de la jornada de trabajo, Alfonso no tenía pensado pasar por el pueblo en un intento por empezar a limpiar su mancha de mora. Pero las viejas costumbres eran difíciles de erradicar en tan poco tiempo, y antes de poder darse cuenta, sus pasos lo habían llevado hasta la posada de Puente Viejo.
Parado en medio de la plaza, casi como la estatua que el alcalde estaba tan empeñado en erigir, miró con aprensión la puerta de la posada incapaz de entrar y, a su vez, de alejarse. Emilia era su canto de sirena particular y le iba a resultar muy difícil refrenarse a su llamada.
Sus ojos rápidamente fueron hasta dos figuras medio escondidas en el patio de la posada. No le costó discernir entre las sombras la alta figura de Severiano y la más pequeña de Emilia.
Su primera intención fue dar un paso hacia atrás y alejarse, pues no se sentía con las fuerzas suficientes para ver otro intercambio de caricias y besos entre los dos jóvenes. Sin embargo, algo en los gestos de Emilia le hizo apreciar que aquello no era un simple encuentro de enamorados. Más bien, los dos parecían enzarzados en una discusión.
Con todo el sigilo aprendido en sus horas de cacería, se acercó todo lo que pudo sin ser visto hasta que a sus oídos llegaron los hilos de su conversación.
- ¿Y estás seguro que no te queda ningún cuarto?—preguntaba desconfiada Emilia.
- Segurísimo, mi amor—respondió Severiano con voz contrita y ofreciéndole a la joven una de sus miradas destinadas a derretir hasta el más duro de los corazones. –Ya te dije que me robaron todos los cuartos que gané.
- Más los que te gastaste en el lupanar—replicó ella todavía enfadada por ese incidente.
- Creía que eso ya estaba aclarado, Emilia. Lo del lupanar no fue idea mía sino de Alfonso. Él insistió y yo no supe como negarme. Además, sólo hice más que beber.
En el refugio de su escondite, Alfonso sintió cómo su mandíbula de ponía tensa en el esfuerzo por no descubrirse y apalear a Severiano por mentir de aquella manera. Con esfuerzo, acalló su bestia y se mantuvo al margen dispuesto a no dejarse afectar más.
- Bueno, ¿y ahora que pretendes hacer, Seve?
- Pues necesito tu ayuda, mi querida Emilia—respondió él zalamero acercándose a la moza hasta rodearlo con sus brazos.
- ¿Qué necesitas de mí?—preguntó ella ablandada por las caricias de Severiano.
- Necesitaría que me prestases dinero, mi cielo.
Alfonso cerró los puños con fuerza a sus costados hasta que sus nudillos se pusieron blancos y sus uñas se clavaron en sus palmas. Sólo una gran fuerza de voluntad impidió nuevamente que su bestia saltara.
- ¿Cuánto necesitas?
Las palabras suspiradas de Emilia llegaron hasta los oídos de Alfonso. ¿Cómo? ¿Ella iba a dejarse engatusar nuevamente por ese granuja? ¿Cuánto estaba dispuesta Emilia a sufrir por la única recompensa de sus besos y palabras zalameras?
- Pues, con unos cinco duros sería suficiente.
- ¿Tanto dinero? –el tono de voz de Emilia subió dejando ver su sorpresa y molestia. -¿Qué pretendes hacer con tanto dinero?
- Es que después del último trabajo, nadie quiere contratarme si no me hago cargo yo de los materiales al inicio. Y como sabes, yo no tengo cuartos para poder empezar y sin cuartos, no tendré trabajo en el pueblo—explicó dando un deje triste a su tono. –Y si no puedo trabajar, tendré que irme de Puente Viejo—apuntilló. –Tú bien sabes, Emilia, que no quiero irme del pueblo ni ser un mantenido.
Una risa de mofa se escapó de los labios cerrados de Alfonso. Afortunadamente ninguno de ellos lo escuchó. Severiano era un caradura y un mentiroso. Además, ¿cómo iba a pensar que Emilia iba a tragarse semejante argucia? Emilia, la moza más lista de Puente Viejo. Ahora sí que Severiano se las vería con Emilia.
- No sé, Seve. Cinco duros es mucho dinero—replicó Emilia tras un silencio largo en la que la joven estuvo cavilando. –Yo, tal vez, pudiera prestarte tres duros que ahorré hace unos meses.
- No es todo lo que me hace falta, pero está bien para empezar—contestó Severiano con una media sonrisa de satisfacción en su rostro. –Muchas gracias, mi amor, sabía que podía contar contigo.
Alfonso se retiró asqueado antes de ver cómo Emilia se perdía en el abrazo y los besos de Severiano. ¿Qué había sido de su Emilia? La joven que se dejaba atrapar en los engaños y los tejemanejes de Severiano poco tenía que ver con la muchacha de la que él se había enamorado.
Tal vez…
No, se dijo Alfonso alejándose a largas zancadas de la posada, ya no había tal vez. Había llegado la hora de limpiar su propia mancha de mora.
**continuará**
Aquella tarde, después de la jornada de trabajo, Alfonso no tenía pensado pasar por el pueblo en un intento por empezar a limpiar su mancha de mora. Pero las viejas costumbres eran difíciles de erradicar en tan poco tiempo, y antes de poder darse cuenta, sus pasos lo habían llevado hasta la posada de Puente Viejo.
Parado en medio de la plaza, casi como la estatua que el alcalde estaba tan empeñado en erigir, miró con aprensión la puerta de la posada incapaz de entrar y, a su vez, de alejarse. Emilia era su canto de sirena particular y le iba a resultar muy difícil refrenarse a su llamada.
Sus ojos rápidamente fueron hasta dos figuras medio escondidas en el patio de la posada. No le costó discernir entre las sombras la alta figura de Severiano y la más pequeña de Emilia.
Su primera intención fue dar un paso hacia atrás y alejarse, pues no se sentía con las fuerzas suficientes para ver otro intercambio de caricias y besos entre los dos jóvenes. Sin embargo, algo en los gestos de Emilia le hizo apreciar que aquello no era un simple encuentro de enamorados. Más bien, los dos parecían enzarzados en una discusión.
Con todo el sigilo aprendido en sus horas de cacería, se acercó todo lo que pudo sin ser visto hasta que a sus oídos llegaron los hilos de su conversación.
- ¿Y estás seguro que no te queda ningún cuarto?—preguntaba desconfiada Emilia.
- Segurísimo, mi amor—respondió Severiano con voz contrita y ofreciéndole a la joven una de sus miradas destinadas a derretir hasta el más duro de los corazones. –Ya te dije que me robaron todos los cuartos que gané.
- Más los que te gastaste en el lupanar—replicó ella todavía enfadada por ese incidente.
- Creía que eso ya estaba aclarado, Emilia. Lo del lupanar no fue idea mía sino de Alfonso. Él insistió y yo no supe como negarme. Además, sólo hice más que beber.
En el refugio de su escondite, Alfonso sintió cómo su mandíbula de ponía tensa en el esfuerzo por no descubrirse y apalear a Severiano por mentir de aquella manera. Con esfuerzo, acalló su bestia y se mantuvo al margen dispuesto a no dejarse afectar más.
- Bueno, ¿y ahora que pretendes hacer, Seve?
- Pues necesito tu ayuda, mi querida Emilia—respondió él zalamero acercándose a la moza hasta rodearlo con sus brazos.
- ¿Qué necesitas de mí?—preguntó ella ablandada por las caricias de Severiano.
- Necesitaría que me prestases dinero, mi cielo.
Alfonso cerró los puños con fuerza a sus costados hasta que sus nudillos se pusieron blancos y sus uñas se clavaron en sus palmas. Sólo una gran fuerza de voluntad impidió nuevamente que su bestia saltara.
- ¿Cuánto necesitas?
Las palabras suspiradas de Emilia llegaron hasta los oídos de Alfonso. ¿Cómo? ¿Ella iba a dejarse engatusar nuevamente por ese granuja? ¿Cuánto estaba dispuesta Emilia a sufrir por la única recompensa de sus besos y palabras zalameras?
- Pues, con unos cinco duros sería suficiente.
- ¿Tanto dinero? –el tono de voz de Emilia subió dejando ver su sorpresa y molestia. -¿Qué pretendes hacer con tanto dinero?
- Es que después del último trabajo, nadie quiere contratarme si no me hago cargo yo de los materiales al inicio. Y como sabes, yo no tengo cuartos para poder empezar y sin cuartos, no tendré trabajo en el pueblo—explicó dando un deje triste a su tono. –Y si no puedo trabajar, tendré que irme de Puente Viejo—apuntilló. –Tú bien sabes, Emilia, que no quiero irme del pueblo ni ser un mantenido.
Una risa de mofa se escapó de los labios cerrados de Alfonso. Afortunadamente ninguno de ellos lo escuchó. Severiano era un caradura y un mentiroso. Además, ¿cómo iba a pensar que Emilia iba a tragarse semejante argucia? Emilia, la moza más lista de Puente Viejo. Ahora sí que Severiano se las vería con Emilia.
- No sé, Seve. Cinco duros es mucho dinero—replicó Emilia tras un silencio largo en la que la joven estuvo cavilando. –Yo, tal vez, pudiera prestarte tres duros que ahorré hace unos meses.
- No es todo lo que me hace falta, pero está bien para empezar—contestó Severiano con una media sonrisa de satisfacción en su rostro. –Muchas gracias, mi amor, sabía que podía contar contigo.
Alfonso se retiró asqueado antes de ver cómo Emilia se perdía en el abrazo y los besos de Severiano. ¿Qué había sido de su Emilia? La joven que se dejaba atrapar en los engaños y los tejemanejes de Severiano poco tenía que ver con la muchacha de la que él se había enamorado.
Tal vez…
No, se dijo Alfonso alejándose a largas zancadas de la posada, ya no había tal vez. Había llegado la hora de limpiar su propia mancha de mora.
**continuará**
#637
23/09/2011 16:10
Me encanta Aricia!!! sigue por favorrrrrrrrrr!!!
#638
23/09/2011 23:57
UN CORAZÓN QUE LATE POR TI
Alfonso se sirvió otro vino. Se alegraba de estar solo en casa para no tener que disimular ante nadie y mostrarse frente al mundo con aquella cara de “aquí no ha pasado nada”. Pasaba y mucho; la pena lo corroía por dentro sin que ya pudiera hacer nada por remediarlo.
Porque podía tratar de convencerse de que no podía perderse lo que nunca se había tenido, pero Emilia lo conocía desde niño, y le dolía en el alma que esa amistad de tantos años, que todo el tiempo que había estado a su lado, apoyándola a ella y a su familia de forma incondicional, hubieran quedado en el olvido.
Golpeó la mesa con rabia. Había bastado que llegara Severiano con su cara bonita para hacer desaparecer la imagen que Emilia tenía de él, maldita fuera su estampa. Tan embelesada la tenía que era capaz de hacerle creer cualquiera de sus mentiras, y era tan mezquino que no sólo la engañaba a ella sino que no tenía reparo alguno en arrastrarlo a él en su engaño. Así se las gastaba el que mal se hacía llamar amigo. Pero ella, ella era su Emilia y no podía soportar que lo creyera tan ruin, acusándolo de querer su infelicidad y creyendo que su intención al hablarle de la naturaleza díscola de Severiano eran meros embustes para entrometerse en su relación. ¡Pero si lo había visto medio pueblo, por Dios Santo! ¿Qué más hacía falta para arrancarle la venda de los ojos?
Y estaba harto, harto de intentar que viera la verdad, que se diera cuenta de que el amor que decía sentir por Severiano no lo convertía en un hombre fiel y decente. Al contrario, exponía su amor de muchacha ingenua e inocente a los caprichos de Severiano, que jugaba con él pasándoselo de mano en mano, como hacían los malabaristas, y sin importarle el dejarlo caer al suelo y hacerlo añicos. Y su papel en toda aquella pantomima era la de ser testigo de las mofas de Severiano al urdir la nueva trampa en la que haría caer a Emilia sin poder hacer otra cosa más que morderse la lengua y ver cómo la hacía sufrir. Porque Emilia no quería escucharlo, al contrario, era capaz de poner en entredicho sus palabras y las del pueblo entero antes de culpar a Severiano y él tenía que morderse la lengua de nuevo para no gritarle a los cuatro vientos que nadie en el mundo la amaría como lo hacía él. Pero estaba cansado de ir contracorriente y lo que en un principio fue decepción, ahora era ira por haber sido tan tonto como para haberse dejado pisotear por los dos. Eso sí, ella era una causa perdida, pero a Severiano le había prohibido volver a su casa; a Emilia podría engañarla, a él no.
Llamaron a la puerta. Alfonso no hizo ademán alguno por ir a abrir pero quien aguardaba afuera insistía. Dando un resoplido de fastidio, finalmente se levantó. Era Emilia la que aguardaba en el umbral. Tenía el rostro bañado en lágrimas, la trenza desgreñada y la boca llena de congoja. Alfonso se puso en guardia, dolido; apoyó los dedos en su cincho y alzó la barbilla.
-¿Puedo pasar? –preguntó ella entre sollozos.
Alfonso se apartó dejándole entrar y haciendo un gran esfuerzo por mantener la compostura y no lanzarse a consolarla. Hacía varios días que no la veía, desde que discutieron en la casa de comidas a causa de los escarceos de Severiano con la viuda de Cosme. Ella no quiso escuchar lo evidente y él tuvo que escuchar aquellas palabras tan duras de sus labios, aquellos que, a pesar de todo, se moría por besar.
-Alfonso, necesito hablarte –la escuchó decir.
Él se cruzó de brazos haciendo gala de todo su orgullo tantas veces vapuleado.
-¿Conmigo? –preguntó con ironía. –¿Hace sólo unos días era de lo peor y ahora quieres hablar conmigo?
-Alfonso, ya sé que fui injusta contigo, pero…
-Injusta –se mofó él.
Emilia lo miró con ojos llorosos y de culpabilidad.
-Es que Severiano…
Alfonso alzó su mano y la hizo callar.
-¿Qué me vas a decir? –se le encaró con el rictus endurecido. -¿Que te tiene tan enamorada que no ves más que por sus ojos y no oyes más que por sus oídos?
-Escúchame…
-¡No! –exclamó furibundo. –Escúchame tú a mí. Estoy harto de vuestras cuitas. Él ya no es mi amigo y tú me dejaste muy claro que no lo soy para ti. Si tu novio te hace llorar, busca otro hombro en el que apoyarte.
Emilia lo miró boquiabierta.
-Ti... tienes razón -alcanzó a decirle. -Perdona la molestia.
Y Emilia salió con premura por la puerta que había quedado abierta. Alfonso la cerró tras su marcha, golpeando con el puño sobre la madera.
-Maldita sea -masculló entre dientes. Se sentó de nuevo a la mesa, apoyando su frente en sus manos.
La desesperación parecía querer apoderarse de él. ¿Hasta cuándo debía durar aquello? Ella amaba a otro y aún así, su corazón se empeñaba en seguir latiendo sólo por ella. Y no contento con eso, debía aguantar que Emilia quisiera convertirlo en su paño de lágrimas.
Se sirvió otro vino y se lo bebió de un solo trago y, después, se bebió otro más. Quería que su mente se nublara, dejar de pensar en lo que pudo haber sido y en lo que en realidad era. Volvió a servirse otro vino…
continuará
Alfonso se sirvió otro vino. Se alegraba de estar solo en casa para no tener que disimular ante nadie y mostrarse frente al mundo con aquella cara de “aquí no ha pasado nada”. Pasaba y mucho; la pena lo corroía por dentro sin que ya pudiera hacer nada por remediarlo.
Porque podía tratar de convencerse de que no podía perderse lo que nunca se había tenido, pero Emilia lo conocía desde niño, y le dolía en el alma que esa amistad de tantos años, que todo el tiempo que había estado a su lado, apoyándola a ella y a su familia de forma incondicional, hubieran quedado en el olvido.
Golpeó la mesa con rabia. Había bastado que llegara Severiano con su cara bonita para hacer desaparecer la imagen que Emilia tenía de él, maldita fuera su estampa. Tan embelesada la tenía que era capaz de hacerle creer cualquiera de sus mentiras, y era tan mezquino que no sólo la engañaba a ella sino que no tenía reparo alguno en arrastrarlo a él en su engaño. Así se las gastaba el que mal se hacía llamar amigo. Pero ella, ella era su Emilia y no podía soportar que lo creyera tan ruin, acusándolo de querer su infelicidad y creyendo que su intención al hablarle de la naturaleza díscola de Severiano eran meros embustes para entrometerse en su relación. ¡Pero si lo había visto medio pueblo, por Dios Santo! ¿Qué más hacía falta para arrancarle la venda de los ojos?
Y estaba harto, harto de intentar que viera la verdad, que se diera cuenta de que el amor que decía sentir por Severiano no lo convertía en un hombre fiel y decente. Al contrario, exponía su amor de muchacha ingenua e inocente a los caprichos de Severiano, que jugaba con él pasándoselo de mano en mano, como hacían los malabaristas, y sin importarle el dejarlo caer al suelo y hacerlo añicos. Y su papel en toda aquella pantomima era la de ser testigo de las mofas de Severiano al urdir la nueva trampa en la que haría caer a Emilia sin poder hacer otra cosa más que morderse la lengua y ver cómo la hacía sufrir. Porque Emilia no quería escucharlo, al contrario, era capaz de poner en entredicho sus palabras y las del pueblo entero antes de culpar a Severiano y él tenía que morderse la lengua de nuevo para no gritarle a los cuatro vientos que nadie en el mundo la amaría como lo hacía él. Pero estaba cansado de ir contracorriente y lo que en un principio fue decepción, ahora era ira por haber sido tan tonto como para haberse dejado pisotear por los dos. Eso sí, ella era una causa perdida, pero a Severiano le había prohibido volver a su casa; a Emilia podría engañarla, a él no.
Llamaron a la puerta. Alfonso no hizo ademán alguno por ir a abrir pero quien aguardaba afuera insistía. Dando un resoplido de fastidio, finalmente se levantó. Era Emilia la que aguardaba en el umbral. Tenía el rostro bañado en lágrimas, la trenza desgreñada y la boca llena de congoja. Alfonso se puso en guardia, dolido; apoyó los dedos en su cincho y alzó la barbilla.
-¿Puedo pasar? –preguntó ella entre sollozos.
Alfonso se apartó dejándole entrar y haciendo un gran esfuerzo por mantener la compostura y no lanzarse a consolarla. Hacía varios días que no la veía, desde que discutieron en la casa de comidas a causa de los escarceos de Severiano con la viuda de Cosme. Ella no quiso escuchar lo evidente y él tuvo que escuchar aquellas palabras tan duras de sus labios, aquellos que, a pesar de todo, se moría por besar.
-Alfonso, necesito hablarte –la escuchó decir.
Él se cruzó de brazos haciendo gala de todo su orgullo tantas veces vapuleado.
-¿Conmigo? –preguntó con ironía. –¿Hace sólo unos días era de lo peor y ahora quieres hablar conmigo?
-Alfonso, ya sé que fui injusta contigo, pero…
-Injusta –se mofó él.
Emilia lo miró con ojos llorosos y de culpabilidad.
-Es que Severiano…
Alfonso alzó su mano y la hizo callar.
-¿Qué me vas a decir? –se le encaró con el rictus endurecido. -¿Que te tiene tan enamorada que no ves más que por sus ojos y no oyes más que por sus oídos?
-Escúchame…
-¡No! –exclamó furibundo. –Escúchame tú a mí. Estoy harto de vuestras cuitas. Él ya no es mi amigo y tú me dejaste muy claro que no lo soy para ti. Si tu novio te hace llorar, busca otro hombro en el que apoyarte.
Emilia lo miró boquiabierta.
-Ti... tienes razón -alcanzó a decirle. -Perdona la molestia.
Y Emilia salió con premura por la puerta que había quedado abierta. Alfonso la cerró tras su marcha, golpeando con el puño sobre la madera.
-Maldita sea -masculló entre dientes. Se sentó de nuevo a la mesa, apoyando su frente en sus manos.
La desesperación parecía querer apoderarse de él. ¿Hasta cuándo debía durar aquello? Ella amaba a otro y aún así, su corazón se empeñaba en seguir latiendo sólo por ella. Y no contento con eso, debía aguantar que Emilia quisiera convertirlo en su paño de lágrimas.
Se sirvió otro vino y se lo bebió de un solo trago y, después, se bebió otro más. Quería que su mente se nublara, dejar de pensar en lo que pudo haber sido y en lo que en realidad era. Volvió a servirse otro vino…
continuará
#639
23/09/2011 23:58
Un ruido afuera lo despertó. Había dormido demasiado porque por la ventana ya se veía que anochecía. La repentina entrada de Ramiro acompañado por Raimundo lo sobresaltó.
-Alfonso…
-Don Raimundo, ¿ha sucedido algo? –quiso saber ante tan inusual visita.
La imagen llorosa de Emilia le vino a la mente, junto a la dolorosa posibilidad de que le hubiera pasado algo tan acongojada como estaba.
-¿Le ha ocurrido algo a Emilia? –preguntó alarmado.
-¿La has visto? –le cuestionó el tabernero con un deje de esperanza en su voz.
La culpabilidad y el temor anegaron el corazón de Alfonso.
-Sí, vino esta tarde, llorando. Supuse que venía a contarme alguna batallita sobre Severiano pero no la he querido escuchar y se ha marchado. ¿Por qué?
-Buena la has hecho –rezongó Ramiro.
-El mismo día que discutiste con Emilia, Severiano desapareció, no sin antes llevarse todo el dinero que teníamos de la recaudación de la taberna –le explicó Raimundo.
-¿Cómo? –Alfonso no daba crédito a lo que oía.
-Y nosotros creyendo que estaba otra vez de farra –le recordó su hermano.
-De ahí su llanto –comprendió él.
-No –lo corrigió Raimundo. -Todo el amor que mi hija podía sentir por ese crápula se esfumó con él –le aseguró.
-No debe ser así si ha acudido a mí llorando –negó el muchacho.
-Hazme caso –insistió Raimundo, cabizbajo. –El motivo de su llanto soy yo.
Alfonso lo miró extrañado, pero en silencio, esperando su explicación.
-Me gustaría narrarte el asunto con lujo de detalles pero ya habrá tiempo –continuó. –Sólo te diré que durante muchos años he guardado un secreto que ahora me he visto obligado a desvelar –hizo una pausa, -y es que no soy el verdadero padre de Emilia.
Alfonso no pudo ocultar el desconcierto que le producía aquella noticia. Miró a su hermano quien asintió en silencio y con rictus grave.
-Don Raimundo –comenzó a decir tras tomarse unos segundo para reaccionar. –Yo no soy quien para juzgarle, pero sólo le diré que padre no es el que engendra sino el que cría.
Raimundo sonrió aunque con tristeza y posó su mano en el hombro del muchacho.
-No me esperaba menos de ti –le agradeció. –Y ojalá Emilia fuera la mitad de comprensiva que tú.
-Salió hecha una furia cuando se enteró de todo –le explicó Ramiro.
-Y vino a mí en busca de sosiego –apretó la mandíbula con rabia. –Un sosiego que no le di. Ni siquiera la he dejado hablar. Si algo le llega a ocurrir…
-No te apures, Alfonso –lo calmó Raimundo. –Confío en la sensatez de Emilia y sé que no habrá hecho ninguna tontería, pero necesito hablarle, conseguir que me comprenda.
-Y yo sé dónde encontrarla –dijo Alfonso de repente acudiendo una idea a su cabeza como una revelación.
-¡Vamos, pues!
-No, Don Raimundo –lo detuvo el muchacho. –Déjeme hablar con ella a mí primero. Vaya para la casa de comidas y en un rato tendrá allí a su hija –le pidió.
-Está bien –accedió. –Confío en ti.
Alfonso asintió con la cabeza, y sin demora, puso rumbo al único lugar que se le ocurría al que podría acudir Emilia. Muchas veces habían ido juntos de chicos, cerca del río, a la sombra del viejo aliso. A Emilia le gustaba sentir la brisa refrescando su cara y él la recordaba cerrando los ojos y disfrutando que aquella paz que, según ella, le transmitía el lugar. Esa paz era lo que ella más necesitaba ahora.
continuará
-Alfonso…
-Don Raimundo, ¿ha sucedido algo? –quiso saber ante tan inusual visita.
La imagen llorosa de Emilia le vino a la mente, junto a la dolorosa posibilidad de que le hubiera pasado algo tan acongojada como estaba.
-¿Le ha ocurrido algo a Emilia? –preguntó alarmado.
-¿La has visto? –le cuestionó el tabernero con un deje de esperanza en su voz.
La culpabilidad y el temor anegaron el corazón de Alfonso.
-Sí, vino esta tarde, llorando. Supuse que venía a contarme alguna batallita sobre Severiano pero no la he querido escuchar y se ha marchado. ¿Por qué?
-Buena la has hecho –rezongó Ramiro.
-El mismo día que discutiste con Emilia, Severiano desapareció, no sin antes llevarse todo el dinero que teníamos de la recaudación de la taberna –le explicó Raimundo.
-¿Cómo? –Alfonso no daba crédito a lo que oía.
-Y nosotros creyendo que estaba otra vez de farra –le recordó su hermano.
-De ahí su llanto –comprendió él.
-No –lo corrigió Raimundo. -Todo el amor que mi hija podía sentir por ese crápula se esfumó con él –le aseguró.
-No debe ser así si ha acudido a mí llorando –negó el muchacho.
-Hazme caso –insistió Raimundo, cabizbajo. –El motivo de su llanto soy yo.
Alfonso lo miró extrañado, pero en silencio, esperando su explicación.
-Me gustaría narrarte el asunto con lujo de detalles pero ya habrá tiempo –continuó. –Sólo te diré que durante muchos años he guardado un secreto que ahora me he visto obligado a desvelar –hizo una pausa, -y es que no soy el verdadero padre de Emilia.
Alfonso no pudo ocultar el desconcierto que le producía aquella noticia. Miró a su hermano quien asintió en silencio y con rictus grave.
-Don Raimundo –comenzó a decir tras tomarse unos segundo para reaccionar. –Yo no soy quien para juzgarle, pero sólo le diré que padre no es el que engendra sino el que cría.
Raimundo sonrió aunque con tristeza y posó su mano en el hombro del muchacho.
-No me esperaba menos de ti –le agradeció. –Y ojalá Emilia fuera la mitad de comprensiva que tú.
-Salió hecha una furia cuando se enteró de todo –le explicó Ramiro.
-Y vino a mí en busca de sosiego –apretó la mandíbula con rabia. –Un sosiego que no le di. Ni siquiera la he dejado hablar. Si algo le llega a ocurrir…
-No te apures, Alfonso –lo calmó Raimundo. –Confío en la sensatez de Emilia y sé que no habrá hecho ninguna tontería, pero necesito hablarle, conseguir que me comprenda.
-Y yo sé dónde encontrarla –dijo Alfonso de repente acudiendo una idea a su cabeza como una revelación.
-¡Vamos, pues!
-No, Don Raimundo –lo detuvo el muchacho. –Déjeme hablar con ella a mí primero. Vaya para la casa de comidas y en un rato tendrá allí a su hija –le pidió.
-Está bien –accedió. –Confío en ti.
Alfonso asintió con la cabeza, y sin demora, puso rumbo al único lugar que se le ocurría al que podría acudir Emilia. Muchas veces habían ido juntos de chicos, cerca del río, a la sombra del viejo aliso. A Emilia le gustaba sentir la brisa refrescando su cara y él la recordaba cerrando los ojos y disfrutando que aquella paz que, según ella, le transmitía el lugar. Esa paz era lo que ella más necesitaba ahora.
continuará
#640
23/09/2011 23:58
Apuró el paso y no tardó en llegar. Para su tranquilidad, Emilia esta allí, sentada al pie del aliso, con la espalda descansando en su amplio tronco y los brazos cruzados sobre las rodillas, donde apoyaba su rostro. Ya desde lejos veía el temblor de sus hombros a causa del llanto, motivos no le faltaban para llorar y él… Emilia había acudido a él en busca de apoyo y consuelo y no había estado a la altura. Casi le daba vergüenza acercarse a ella y, aunque lo hizo despacio, ella se sobresaltó al oírlo llegar.
-Alfonso, ¿qué haces aquí? –preguntó, secando sus lágrimas con rapidez y conteniendo los sollozos.
-Vengo a pedirte perdón por la forma en la que te traté antes –se disculpó mientras se sentaba a su lado.
-Me lo merezco por desagradecida –sentenció ella, limpiando los rastros húmedos de sus mejillas.
-¿Por qué dices eso? –susurró él con tristeza.
-Porque tú siempre estás ahí y yo me aprovecho de ello.
-Eso no es verdad –negó él. –Yo…
-Tú estás aquí a pesar de las frescas que te solté el otro día en la taberna –le recordó. -¿Por qué, Alfonso? –preguntó atormentada. –Será que te da lástima lo idiota que soy –bajó la mirada como si temiera su respuesta. –Y yo soy tan egoísta que me dará igual con tal de que estés ahí cuando te necesite, como ahora.
La vio como tomaba aire y él contuvo el aliento sabiendo lo que venía.
-Alfonso, no soy una Ulloa –le dijo.
Y ahogando un sollozo se lanzó a los brazos de Alfonso que estaban dispuestos para recibirla, como siempre. Y Alfonso también se sintió egoísta por disfrutar de ese abrazo, del tacto de su piel, deseando ser el único que enjugase sus lágrimas, borrándolas a besos. Pero no sería esta vez. La separó un poco de él y sujetó sus mejillas con sus manos, repasando con sus pulgares sus pómulos húmedos.
-¿Y qué importancia tiene un apellido? –le susurró comprensivo.
-Ya lo sabías, ¿verdad? –supuso ella al no ver sorpresa en él.
Alfonso soltó su rostro para sostener sus manos entre las suyas.
-Ha venido a buscarte a mi casa –le confirmó. –Y ya sólo por el amor que te dado todos estos años, merece que lo escuches.
-Pero yo me siento perdida, Alfonso –le confesó abrumada. –Es como si todo se tambalease bajo mis pies. Todo mi mundo es una mentira, primero Severiano, ahora mi padre…
Alfonso fue incapaz de aguantarle la mirada. Él era el primero que mentía ocultando tras una fachada de amistad todo el amor que sentía por ella.
-Al menos estás tú –la escuchó continuar. –Y aunque te haya dicho lo contrario, sé que nunca querrías mi mal, eres demasiado bueno. Siempre velarás por mí, ¿verdad? –sonreía entre lágrimas.
Alfonso asintió varias veces, apenas levantando el rostro y en silencio.
-Y sin embargo callas… -lo miró ella con cierta desilusión. –No tienes nada que decirme, no hay nada que pueda salir de tus labios para confortarme…
Ahora si alzó el rostro para mirarla. Claro que podía decirle miles de cosas… Asegurarle que todo iba a ir bien, que pasara lo que pasara jamás estaría sola, que la protegería con su vida con tal de que nada la dañara y que su único cometido en este mundo era que fuera feliz... que la amaba con todo el alma…
Sin embargo, no fue capaz de articular palabra y vio como en ella la decepción iba en aumento al igual que en él la angustia de volver a perder la ocasión. La besó. Dejó a un lado todo el miedo y la cobardía y la besó, entregando en aquel beso todo su ser por si era el primero y el último. Y, aunque hubo cierto titubeo, pronto notó como Emilia se abandonaba a ese beso, así que Alfonso bebió de sus labios a más no poder, devorándola, y robándole el aliento.
Cuando se separaron, ella lo miraba azorada, con las mejillas teñidas en rubor y la boca trémula y sonrosada a causa de su impetuosa caricia.
-Alfonso… -susurró con apenas un hilo de voz. -¿Por qué…?
-Porque no soy tan bueno como tú dices, ocultándote mi verdad hasta ahora –le confesó con un tono que casi acariciaba el lamento. –Formo parte de ese mundo tuyo que se está desmoronando, en el que tú buscarías el consuelo de mi amistad, cuando yo ya sólo puedo darte mi amor de hombre. Puedes apoyarte en mi pecho cuantas veces quieras, pero sabe que en él habita un corazón que late por ti.
Tras aquella confesión, lo mínimo que Alfonso esperaba era que Emilia saliese corriendo de allí. Sin embargo, haciendo eco de sus palabras, Emilia se inclinó y apoyó la mejilla en su pecho, allá donde el corazón latía con más fuerza. Él apenas se atrevía a respirar, temiendo que en cualquier momento reaccionara a sus palabras de la peor forma.
-Ahora lo comprendo –la escuchó decir sin embargo.
-¿El qué? –preguntó aún con inquietud y pensando que se refería a él y a su mentira.
Emilia alzó el rostro y lo miró a los ojos, brillando los suyos con una luz que Alfonso jamás había visto en ella.
-Ahora sé qué es esto que vibra en mi interior que, aún viviendo el peor de mis días, hace que sea la mujer más feliz de este mundo.
A Alfonso no le hicieron falta más explicaciones. Volvió a besarla con todo aquel fervor que había reprimido durante tanto tiempo, fundiéndola contra su cuerpo en un cálido abrazo. Hubiera querido hacer ese beso eterno, no separarse de sus labios jamás. Sin embargo, sonrió su alma ante la certeza de que, esta vez, ese beso, no sería el último.
-Alfonso, ¿qué haces aquí? –preguntó, secando sus lágrimas con rapidez y conteniendo los sollozos.
-Vengo a pedirte perdón por la forma en la que te traté antes –se disculpó mientras se sentaba a su lado.
-Me lo merezco por desagradecida –sentenció ella, limpiando los rastros húmedos de sus mejillas.
-¿Por qué dices eso? –susurró él con tristeza.
-Porque tú siempre estás ahí y yo me aprovecho de ello.
-Eso no es verdad –negó él. –Yo…
-Tú estás aquí a pesar de las frescas que te solté el otro día en la taberna –le recordó. -¿Por qué, Alfonso? –preguntó atormentada. –Será que te da lástima lo idiota que soy –bajó la mirada como si temiera su respuesta. –Y yo soy tan egoísta que me dará igual con tal de que estés ahí cuando te necesite, como ahora.
La vio como tomaba aire y él contuvo el aliento sabiendo lo que venía.
-Alfonso, no soy una Ulloa –le dijo.
Y ahogando un sollozo se lanzó a los brazos de Alfonso que estaban dispuestos para recibirla, como siempre. Y Alfonso también se sintió egoísta por disfrutar de ese abrazo, del tacto de su piel, deseando ser el único que enjugase sus lágrimas, borrándolas a besos. Pero no sería esta vez. La separó un poco de él y sujetó sus mejillas con sus manos, repasando con sus pulgares sus pómulos húmedos.
-¿Y qué importancia tiene un apellido? –le susurró comprensivo.
-Ya lo sabías, ¿verdad? –supuso ella al no ver sorpresa en él.
Alfonso soltó su rostro para sostener sus manos entre las suyas.
-Ha venido a buscarte a mi casa –le confirmó. –Y ya sólo por el amor que te dado todos estos años, merece que lo escuches.
-Pero yo me siento perdida, Alfonso –le confesó abrumada. –Es como si todo se tambalease bajo mis pies. Todo mi mundo es una mentira, primero Severiano, ahora mi padre…
Alfonso fue incapaz de aguantarle la mirada. Él era el primero que mentía ocultando tras una fachada de amistad todo el amor que sentía por ella.
-Al menos estás tú –la escuchó continuar. –Y aunque te haya dicho lo contrario, sé que nunca querrías mi mal, eres demasiado bueno. Siempre velarás por mí, ¿verdad? –sonreía entre lágrimas.
Alfonso asintió varias veces, apenas levantando el rostro y en silencio.
-Y sin embargo callas… -lo miró ella con cierta desilusión. –No tienes nada que decirme, no hay nada que pueda salir de tus labios para confortarme…
Ahora si alzó el rostro para mirarla. Claro que podía decirle miles de cosas… Asegurarle que todo iba a ir bien, que pasara lo que pasara jamás estaría sola, que la protegería con su vida con tal de que nada la dañara y que su único cometido en este mundo era que fuera feliz... que la amaba con todo el alma…
Sin embargo, no fue capaz de articular palabra y vio como en ella la decepción iba en aumento al igual que en él la angustia de volver a perder la ocasión. La besó. Dejó a un lado todo el miedo y la cobardía y la besó, entregando en aquel beso todo su ser por si era el primero y el último. Y, aunque hubo cierto titubeo, pronto notó como Emilia se abandonaba a ese beso, así que Alfonso bebió de sus labios a más no poder, devorándola, y robándole el aliento.
Cuando se separaron, ella lo miraba azorada, con las mejillas teñidas en rubor y la boca trémula y sonrosada a causa de su impetuosa caricia.
-Alfonso… -susurró con apenas un hilo de voz. -¿Por qué…?
-Porque no soy tan bueno como tú dices, ocultándote mi verdad hasta ahora –le confesó con un tono que casi acariciaba el lamento. –Formo parte de ese mundo tuyo que se está desmoronando, en el que tú buscarías el consuelo de mi amistad, cuando yo ya sólo puedo darte mi amor de hombre. Puedes apoyarte en mi pecho cuantas veces quieras, pero sabe que en él habita un corazón que late por ti.
Tras aquella confesión, lo mínimo que Alfonso esperaba era que Emilia saliese corriendo de allí. Sin embargo, haciendo eco de sus palabras, Emilia se inclinó y apoyó la mejilla en su pecho, allá donde el corazón latía con más fuerza. Él apenas se atrevía a respirar, temiendo que en cualquier momento reaccionara a sus palabras de la peor forma.
-Ahora lo comprendo –la escuchó decir sin embargo.
-¿El qué? –preguntó aún con inquietud y pensando que se refería a él y a su mentira.
Emilia alzó el rostro y lo miró a los ojos, brillando los suyos con una luz que Alfonso jamás había visto en ella.
-Ahora sé qué es esto que vibra en mi interior que, aún viviendo el peor de mis días, hace que sea la mujer más feliz de este mundo.
A Alfonso no le hicieron falta más explicaciones. Volvió a besarla con todo aquel fervor que había reprimido durante tanto tiempo, fundiéndola contra su cuerpo en un cálido abrazo. Hubiera querido hacer ese beso eterno, no separarse de sus labios jamás. Sin embargo, sonrió su alma ante la certeza de que, esta vez, ese beso, no sería el último.