Foro El secreto de Puente Viejo
La Biblioteca (A - K)
#0
17/08/2011 13:26
EL RINCÓN DE AHA
El destino.
EL RINCÓN DE ÁLEX
El Secreto de Puente Viejo, El Origen.
EL RINCÓN DE ABRIL
El mejor hombre de Puente Viejo.
La chica de la trenza I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII.
EL RINCÓN DE ALFEMI
De siempre y para siempre.
Hace frío I, II.
Pensando en ti.
Yo te elegí a ti.
EL RINCÓN DE ANTOJEP
Bajo la luz de la luna I, II, III, IV.
Como un rayo de sol I, II, III, IV.
La traición I, II.
EL RINCÓN DE ARICIA
Reacción I, II, III, IV.
Emilia, el lobo y el cazador.
El secreto de Alfonso Castañeda.
La mancha de mora I, II, III, IV, V.
Historias que se repiten. 20 años después.
La historia de Ana Castañeda I, II, III, VI, V, Final.
EL RINCÓN DE ARTEMISILLA
Ojalá fuera cierto.
Una historia de dos
EL RINCÓN DE CAROLINA
Mi historia.
EL RINCÓN DE CINDERELLA
Cierra los ojos.
EL RINCÓN DE COLGADA
Cartas, huidas, regalos y el diluvio universal I-XI.
El secreto de Gregoria Casas.
La decisión I,II, III, IV, V.
Curando heridas I,II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII.
una nueva vida I,II, III
EL RINCÓN DE CUQUINA
Lo que me sale de las teclas.
El origen de Tristán Ulloa.
EL RINCÓN DE EIZA
En los ojos de un Castañeda.
Bajando a los infiernos.
¡¿De qué?!
Pensamientos
EL RINCÓN DE FERMARÍA
Noche de bodas. (Descarga directa aquí)
Lo que no se ve.
En el baile.
De valientes y cobardes.
Descubriendo a Alfonso.
¿Por qué no me besaste?
Dejarse llevar.
Amar a Alfonso Castañeda.
Serenidad.
Así.
Quiero.
El corazón de un jornalero (I) (II).
Lo único cierto I, II.
Tiempo.
Sabor a chocolate.
EL RINCÓN DE FRANRAI
Un amor inquebrantable.
Un perfecto malentendido.
Gotas del pasado.
EL RINCÓN DE GESPA
La rutina.
Cada cosa en su sitio.
El baile.
Tomando decisiones.
Volver I, II.
Chismorreo.
Sola.
Tareas.
El desayuno.
Amigas.
Risas.
La manzana.
EL RINCÓN DE INMILLA
Rain Over Me I, II, III.
EL RINCÓN DE JAJIJU
Diálogos que nos encantaría que pasaran.
EL RINCÓN DE KERALA
Amor, lucha y rendición I - VII, VIII, IX, X, XI (I) (II), XII, XIII, XIV, XV, XVI,
XVII, XVIII, XIX, XX (I) (II), XXI, XXII (I) (II).
Borracha de tu amor.
Lo que debió haber sido.
Tu amor es mi droga I, II. (Escena alternativa).
PACA´S TABERN I, II.
Recuerdos.
Dibujando tu cuerpo.
Tu amor es mi condena I, II.
Encuentro en la posada. Historia alternativa
Tu amor es mi condena I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI
#541
11/09/2011 22:59
Continuación Capítulo 5
Pasaron varios minutos que a ellos les parecieron segundos.No dejaron de mirarse ni un solo momento, y cada uno encontró en la mirada del otro ese amor que los había unido y que seguía ahí con más fuerza que entonces.
-¿Por qué?- lloró Francisca - ¿Por qué Raimundo?-
Él no pudo controlarse por mas tiempo y tomó su rostro con ambas manos.Bebió cada una de sus lagrimas, que se mezclaban con las suyas propias. Francisca buscó su boca y se fundieron al fin en un demoledor beso cargado de dudas,de rencor,de ansiedad,de miedo. Pero sobre todo,de amor. El tiempo se paró para ellos. No existía nada ni nadie que no fueran ellos dos y ese amor que les consumía.
Separaron sus bocas un instante. Raimundo apoyó su frente en la de Francisca y le dijo:
-No soportaré vivir sin ti amor mio. No puedo perderte otra vez. Nunca he dejado de amarte, y mi corazón seguirá siendo tuyo más allá de la muerte.
Francisca acarició su rostro y solo atinó a decir
-¿Acaso crees que yo deje de ser tuya en algún instante?
Se miraron a los ojos y se besaron apasionadamente. Francisca olvidó los convencionalismos y dejó hablar a su corazón. Sabía que existía la posibilidad de que no le quedara demasiado tiempo y no estaba dispuesta a desperdiciarlo.
-Quédate conmigo esta noche, Raimundo. Necesito sentirte junto a mi, dentro de mi...-
Raimundo se perdió en su mirada. -Mi pequeña...Ni el mismísimo diablo podría arrancarme ahora mismo de tu lado-
La besó suavemente y la alzó en sus brazos. Francisca se apoyó en su pecho mientras el gran y único amor de su vida la subía escaleras arriba camino de su habitación
Pasaron varios minutos que a ellos les parecieron segundos.No dejaron de mirarse ni un solo momento, y cada uno encontró en la mirada del otro ese amor que los había unido y que seguía ahí con más fuerza que entonces.
-¿Por qué?- lloró Francisca - ¿Por qué Raimundo?-
Él no pudo controlarse por mas tiempo y tomó su rostro con ambas manos.Bebió cada una de sus lagrimas, que se mezclaban con las suyas propias. Francisca buscó su boca y se fundieron al fin en un demoledor beso cargado de dudas,de rencor,de ansiedad,de miedo. Pero sobre todo,de amor. El tiempo se paró para ellos. No existía nada ni nadie que no fueran ellos dos y ese amor que les consumía.
Separaron sus bocas un instante. Raimundo apoyó su frente en la de Francisca y le dijo:
-No soportaré vivir sin ti amor mio. No puedo perderte otra vez. Nunca he dejado de amarte, y mi corazón seguirá siendo tuyo más allá de la muerte.
Francisca acarició su rostro y solo atinó a decir
-¿Acaso crees que yo deje de ser tuya en algún instante?
Se miraron a los ojos y se besaron apasionadamente. Francisca olvidó los convencionalismos y dejó hablar a su corazón. Sabía que existía la posibilidad de que no le quedara demasiado tiempo y no estaba dispuesta a desperdiciarlo.
-Quédate conmigo esta noche, Raimundo. Necesito sentirte junto a mi, dentro de mi...-
Raimundo se perdió en su mirada. -Mi pequeña...Ni el mismísimo diablo podría arrancarme ahora mismo de tu lado-
La besó suavemente y la alzó en sus brazos. Francisca se apoyó en su pecho mientras el gran y único amor de su vida la subía escaleras arriba camino de su habitación
#542
11/09/2011 23:00
Continuación Capitulo 5
Jamás un pasillo se había hecho tan interminable. Se paraban cada momento para unir sus almas en un beso tan profundo que no hacía mas que incrementar las ganas que tenían de amarse. Francisca provocaba a Raimundo mordiendo tiernamente el lóbulo de su oreja. Él hacía verdaderos esfuerzos por no tumbarla en el suelo de aquel enorme caserón e introducirse en ella. Aguantó como pudo hasta que por fin llegaron a la alcoba iluminada de manera tenue por un pequeño quinqué.
Raimundo dejó suavemente a Francisca en el suelo, pero no aflojó su abrazo. Sus respiraciones se entremezclaban.
-30 años Francisca- su voz sonaba ronca por el deseo – Demasiado tiempo sin ti- besó sus párpados –soñaba cada noche con volver a tenerte entre mis brazos- deslizó sus labios por su mejilla- Y ahora por fin estás aquí- concluyó mirándole intensamente a los ojos.
Francisca sintió que su sangre se convertía en lava fluyendo por sus venas. Raimundo la quemaba. Y no deseaba otra cosa que morir abrasada en la pasión de su amor. Anhelaba sus besos y su cuerpo. Anhelaba su alma.
-Ámame Raimundo…ámame como si el mañana no existiera- susurró Francisca junto a sus labios –Necesito sentirte mio una vez más- y le rozó con la punta de la lengua en la comisura de los labios.
Aquello trastornó a Raimundo. Puso su mano tras la nuca de Francisca y atacó su boca como si estuviera hambriento. Era como encontrar un oasis cuando se está muerto de sed. Francisca no se quedó atrás. Mientras recibía las acometidas de la dulce lengua de Raimundo, sus manos se deslizaron por su pecho hasta encontrar el primer botón de su camisa. Consiguió a duras penas desabrocharle, y cuando se disponía a hacer lo mismo con el segundo, Raimundo se separó un instante de su boca
-Mi pequeña,arráncame la camisa si es menester,pero no me tortures más…
Francisca a pesar de la pasión no pudo menos que reir al oir la intensidad de su voz.
–No te creía tan impaciente tabernero- y dicho lo cual, rompió de un tirón todos los botones de la camisa de Raimundo quedando su pecho expuesto ante ella. Sus dedos juguetones se deslizaron por él sembrando un camino de fuego que se incrementó cuando su boca siguió el mismo recorrido. Raimundo jadeó.
-Mi amor, me estás matando…- Los expertos dedos de Raimundo desbrocharon el vestido de Francisca que quedó echo un rebujo a sus pies junto con el resto de su ropa. –Estás aún más bonita de lo que te recordaba- su mirada se deslizó por el cuerpo de Francisca erizándole la piel –voy a amarte de tal manera que no te quedarán ganas de volver a discutir conmigo- ambos sonrieron. Raimundo tomó en brazos a Francisca y la depositó en el lecho.
-¿Quieres que apague la luz,mi pequeña?
-No Raimundo- rozó levemente su boca con los dedos -Quiero volver a ver tu cara mientras nos amamos. Grabarla en mi memoria para que me acompañe siempre en lo que me queda de vida
Raimundo selló sus labios con un beso cargado de angustia.No,ahora no era momento de pensar en perderla.Ahora,solo podía amarla.
Y así lo hizo. Se amaron en un silencio roto únicamente por los jadeos y respiraciones de ambos. Cuando el momento de la culminación llegó,no podían dejar de mirarse a los ojos viendo cada uno,el placer del otro. De nuevo,eran uno solo.
-Te quiero Raimundo…-
-Te quiero mi pequeña. Nunca te dejaré marchar.Así tenga que enfrentarme al mismísimo Dios
Jamás un pasillo se había hecho tan interminable. Se paraban cada momento para unir sus almas en un beso tan profundo que no hacía mas que incrementar las ganas que tenían de amarse. Francisca provocaba a Raimundo mordiendo tiernamente el lóbulo de su oreja. Él hacía verdaderos esfuerzos por no tumbarla en el suelo de aquel enorme caserón e introducirse en ella. Aguantó como pudo hasta que por fin llegaron a la alcoba iluminada de manera tenue por un pequeño quinqué.
Raimundo dejó suavemente a Francisca en el suelo, pero no aflojó su abrazo. Sus respiraciones se entremezclaban.
-30 años Francisca- su voz sonaba ronca por el deseo – Demasiado tiempo sin ti- besó sus párpados –soñaba cada noche con volver a tenerte entre mis brazos- deslizó sus labios por su mejilla- Y ahora por fin estás aquí- concluyó mirándole intensamente a los ojos.
Francisca sintió que su sangre se convertía en lava fluyendo por sus venas. Raimundo la quemaba. Y no deseaba otra cosa que morir abrasada en la pasión de su amor. Anhelaba sus besos y su cuerpo. Anhelaba su alma.
-Ámame Raimundo…ámame como si el mañana no existiera- susurró Francisca junto a sus labios –Necesito sentirte mio una vez más- y le rozó con la punta de la lengua en la comisura de los labios.
Aquello trastornó a Raimundo. Puso su mano tras la nuca de Francisca y atacó su boca como si estuviera hambriento. Era como encontrar un oasis cuando se está muerto de sed. Francisca no se quedó atrás. Mientras recibía las acometidas de la dulce lengua de Raimundo, sus manos se deslizaron por su pecho hasta encontrar el primer botón de su camisa. Consiguió a duras penas desabrocharle, y cuando se disponía a hacer lo mismo con el segundo, Raimundo se separó un instante de su boca
-Mi pequeña,arráncame la camisa si es menester,pero no me tortures más…
Francisca a pesar de la pasión no pudo menos que reir al oir la intensidad de su voz.
–No te creía tan impaciente tabernero- y dicho lo cual, rompió de un tirón todos los botones de la camisa de Raimundo quedando su pecho expuesto ante ella. Sus dedos juguetones se deslizaron por él sembrando un camino de fuego que se incrementó cuando su boca siguió el mismo recorrido. Raimundo jadeó.
-Mi amor, me estás matando…- Los expertos dedos de Raimundo desbrocharon el vestido de Francisca que quedó echo un rebujo a sus pies junto con el resto de su ropa. –Estás aún más bonita de lo que te recordaba- su mirada se deslizó por el cuerpo de Francisca erizándole la piel –voy a amarte de tal manera que no te quedarán ganas de volver a discutir conmigo- ambos sonrieron. Raimundo tomó en brazos a Francisca y la depositó en el lecho.
-¿Quieres que apague la luz,mi pequeña?
-No Raimundo- rozó levemente su boca con los dedos -Quiero volver a ver tu cara mientras nos amamos. Grabarla en mi memoria para que me acompañe siempre en lo que me queda de vida
Raimundo selló sus labios con un beso cargado de angustia.No,ahora no era momento de pensar en perderla.Ahora,solo podía amarla.
Y así lo hizo. Se amaron en un silencio roto únicamente por los jadeos y respiraciones de ambos. Cuando el momento de la culminación llegó,no podían dejar de mirarse a los ojos viendo cada uno,el placer del otro. De nuevo,eran uno solo.
-Te quiero Raimundo…-
-Te quiero mi pequeña. Nunca te dejaré marchar.Así tenga que enfrentarme al mismísimo Dios
#543
11/09/2011 23:01
Capítulo 6 de Amor,lucha y rendición
Los primeros rayos de sol empezaban a colarse juguetones por los grandes ventanales de la casona. Su interior empezaba a hervir de trabajo: Rosario y Mariana estaban horneando los bollos para el desayuno y un delicioso olor a café inundaba toda la estancia. Nada hacía sospechar la noche de pasión que se había producido en una de las habitaciones de la casa. Y en nada más y nada menos, que en la de Francisca Montenegro.
Francisca sonrió. Se encontraba apoyada sobre un codo mirando el cuerpo apenas cubierto con la sábana que yacía a su lado. Raimundo seguía ahí. Quería pellizcarse para creer que no era el sueño que tantas y tantas noches anhelaba. Tímidamente acercó sus dedos al pecho desnudo de Raimundo. Era real. Tenía ganas de gritar de alegría. Rememoró la tórrida noche que habían compartido y no pudo evitar ruborizarse. También recordó que fue ella quien le rogó que se quedara, y el motivo por el que lo había hecho. Quería tener un último recuerdo antes…antes de…morir. La sola mención de esa palabra era como si le clavaran una daga en el corazón. El doctor le había informado del bajo porcentaje de éxito que tenía la operación. Ella iba a luchar, por supuesto. Era una Montenegro. Y ahora tenía una razón más para querer vivir. Pero sentía miedo de no regresar. Por eso quería llevarse el olor y el sabor de Raimundo en su cuerpo, en su alma. Un último recuerdo. Por si acaso…
Empezó a deslizar suavemente su dedo índice por el cuerpo de Raimundo. Comenzó por el cuello y poco a poco fue bajando, dibujando arabescos con sus dedos por todo su pecho. Percibió el cambio de ritmo en la respiración de Raimundo, que se había vuelto más irregular. Siguió su camino, hasta llegar justo debajo del ombligo. Seguía dormido pero notó como se le tensaban los músculos del abdomen
-Francisca… - susurró Raimundo en sueños.
Ella arqueó una ceja –“Vaya, hasta en sueños es mío…”- pensó satisfecha. Se sentía poderosa, se sentía…salvaje. Terminó de quitar la sábana que cubría sus cuerpos y siguió explorando con sus dedos. Un brillo travieso iluminaba sus ojos.
-¿Te diviertes…?
Se quedó inmóvil. Dios mío, ¡Raimundo se había despertado! No se atrevía a moverse, mucho menos a mirarle a la cara. ¡Pero cómo había podido actuar así! No era propio de una señora decente. Tenía que reponerse. Su orgullo Montenegro se puso en acción y adoptando su pose más digna se volvió hacia él.
-Raimundo verás. Resulta que tenías… ¡¿pero qué demonios?!
En un rápido movimiento, Raimundo la giró de tal manera, que Francisca se encontró atrapada entre el colchón y su cuerpo.
-¿Qué me decías que tenía?-
Cómo detestaba no controlar la situación. Raimundo le estaba mirando con ese brillo guasón en los ojos tan típico de él. Intentó zafarse, pero no lo consiguió. Frunció el ceño derrotada. Raimundo reía en su interior viendo la lucha que mantenía Francisca en su mente.
-¿Sabes que hasta ceñuda estás preciosa? - Susurró junto a sus labios. Francisca abrió la boca para contestarle y él aprovechó para introducir su lengua en ella. Ella no pudo más que rendirse a su ataque y le devolvió el beso con igual pasión. Durante un buen rato se besaron como dos locos hambrientos hasta que tuvieron que parar para no ahogarse.
-Buenos días amor. ¿Has dormido bien?-
-Buenos días tabernero. Al fin te despertaste- respondió digna
Raimundo bajó la vista hacía donde sus cuerpos se encontraban pegados. –Eso parece, mi pequeña- dijo mientras arqueaba burlón las cejas.
Al darse cuenta de la connotación de sus palabras, unido al gesto de Raimundo, Francisca notó que la sangre se le subía a la cara y sintió fuego en sus mejillas.
–Eres un grosero, y un maleduc…-
No pudo terminar la frase. Soltó un jadeo intenso. Justo en ese momento Raimundo se había introducido en ella. Empezó a moverse de manera acompasada.
–Así que un grosero ¿eh? Y ¿qué mas decías que soy?- le dijo Raimundo. Pero, de repente, se quedó quieto.
Por todos los demonios. ¡Se había detenido! ¿Pero cómo pretendía que le respondiera en esos momentos? ¡Si casi no le salía ni la voz! ¡Y mucho menos podía pensar una respuesta mordaz!
-¿No hablas princesa?-
-Cállate maldito tabernero. Y haz el favor de continuar o te juro que lamentarás esto el resto de tu vida…- consiguió decir con apenas un hilo de voz. Raimundo rió victorioso y le dio lo que quería. Comenzó un ritmo rápido de embestidas que pronto los llevó a ambos a cotas inalcanzables de placer, dejándoles exhaustos por el esfuerzo. Raimundo dejó caer su peso suavemente sobre ella.
- Condenado Ulloa ¿Sabes que voy a matarte?-
-Si va a ser de esta manera, te dejo que me mates cuando quieras, mi pequeña…
Los primeros rayos de sol empezaban a colarse juguetones por los grandes ventanales de la casona. Su interior empezaba a hervir de trabajo: Rosario y Mariana estaban horneando los bollos para el desayuno y un delicioso olor a café inundaba toda la estancia. Nada hacía sospechar la noche de pasión que se había producido en una de las habitaciones de la casa. Y en nada más y nada menos, que en la de Francisca Montenegro.
Francisca sonrió. Se encontraba apoyada sobre un codo mirando el cuerpo apenas cubierto con la sábana que yacía a su lado. Raimundo seguía ahí. Quería pellizcarse para creer que no era el sueño que tantas y tantas noches anhelaba. Tímidamente acercó sus dedos al pecho desnudo de Raimundo. Era real. Tenía ganas de gritar de alegría. Rememoró la tórrida noche que habían compartido y no pudo evitar ruborizarse. También recordó que fue ella quien le rogó que se quedara, y el motivo por el que lo había hecho. Quería tener un último recuerdo antes…antes de…morir. La sola mención de esa palabra era como si le clavaran una daga en el corazón. El doctor le había informado del bajo porcentaje de éxito que tenía la operación. Ella iba a luchar, por supuesto. Era una Montenegro. Y ahora tenía una razón más para querer vivir. Pero sentía miedo de no regresar. Por eso quería llevarse el olor y el sabor de Raimundo en su cuerpo, en su alma. Un último recuerdo. Por si acaso…
Empezó a deslizar suavemente su dedo índice por el cuerpo de Raimundo. Comenzó por el cuello y poco a poco fue bajando, dibujando arabescos con sus dedos por todo su pecho. Percibió el cambio de ritmo en la respiración de Raimundo, que se había vuelto más irregular. Siguió su camino, hasta llegar justo debajo del ombligo. Seguía dormido pero notó como se le tensaban los músculos del abdomen
-Francisca… - susurró Raimundo en sueños.
Ella arqueó una ceja –“Vaya, hasta en sueños es mío…”- pensó satisfecha. Se sentía poderosa, se sentía…salvaje. Terminó de quitar la sábana que cubría sus cuerpos y siguió explorando con sus dedos. Un brillo travieso iluminaba sus ojos.
-¿Te diviertes…?
Se quedó inmóvil. Dios mío, ¡Raimundo se había despertado! No se atrevía a moverse, mucho menos a mirarle a la cara. ¡Pero cómo había podido actuar así! No era propio de una señora decente. Tenía que reponerse. Su orgullo Montenegro se puso en acción y adoptando su pose más digna se volvió hacia él.
-Raimundo verás. Resulta que tenías… ¡¿pero qué demonios?!
En un rápido movimiento, Raimundo la giró de tal manera, que Francisca se encontró atrapada entre el colchón y su cuerpo.
-¿Qué me decías que tenía?-
Cómo detestaba no controlar la situación. Raimundo le estaba mirando con ese brillo guasón en los ojos tan típico de él. Intentó zafarse, pero no lo consiguió. Frunció el ceño derrotada. Raimundo reía en su interior viendo la lucha que mantenía Francisca en su mente.
-¿Sabes que hasta ceñuda estás preciosa? - Susurró junto a sus labios. Francisca abrió la boca para contestarle y él aprovechó para introducir su lengua en ella. Ella no pudo más que rendirse a su ataque y le devolvió el beso con igual pasión. Durante un buen rato se besaron como dos locos hambrientos hasta que tuvieron que parar para no ahogarse.
-Buenos días amor. ¿Has dormido bien?-
-Buenos días tabernero. Al fin te despertaste- respondió digna
Raimundo bajó la vista hacía donde sus cuerpos se encontraban pegados. –Eso parece, mi pequeña- dijo mientras arqueaba burlón las cejas.
Al darse cuenta de la connotación de sus palabras, unido al gesto de Raimundo, Francisca notó que la sangre se le subía a la cara y sintió fuego en sus mejillas.
–Eres un grosero, y un maleduc…-
No pudo terminar la frase. Soltó un jadeo intenso. Justo en ese momento Raimundo se había introducido en ella. Empezó a moverse de manera acompasada.
–Así que un grosero ¿eh? Y ¿qué mas decías que soy?- le dijo Raimundo. Pero, de repente, se quedó quieto.
Por todos los demonios. ¡Se había detenido! ¿Pero cómo pretendía que le respondiera en esos momentos? ¡Si casi no le salía ni la voz! ¡Y mucho menos podía pensar una respuesta mordaz!
-¿No hablas princesa?-
-Cállate maldito tabernero. Y haz el favor de continuar o te juro que lamentarás esto el resto de tu vida…- consiguió decir con apenas un hilo de voz. Raimundo rió victorioso y le dio lo que quería. Comenzó un ritmo rápido de embestidas que pronto los llevó a ambos a cotas inalcanzables de placer, dejándoles exhaustos por el esfuerzo. Raimundo dejó caer su peso suavemente sobre ella.
- Condenado Ulloa ¿Sabes que voy a matarte?-
-Si va a ser de esta manera, te dejo que me mates cuando quieras, mi pequeña…
#544
11/09/2011 23:02
Capitulo 7 de Amor,lucha y rendición
Francisca cepillaba su cabello mientras Raimundo, desde la cama, no podía sino adorarla con los ojos. –Siempre me encantó tu pelo Francisca. Ese olor a flores blancas que desprendía…Nunca he podido borrarlo de mi memoria-
Francisca, con el cepillo en la mano, se giró hacia él. –Siempre has sido un zalamero, Raimundo- rió y se fue hacia él para besarle suavemente los labios. –Voy a bajar a comprobar que todo está despejado para que puedas salir. Mientras, será mejor que te vistas- le dio otro rápido beso –No tardo- susurró.
Cuando hizo intención de incorporarse, Raimundo la atrapó bajo su cuerpo y la besó apasionadamente. –Ya te estoy echando de menos, mi pequeña-
Francisca sonrió tristemente mientras acariciaba su barba. Qué injusta es la vida, pensó. Ahora que había recuperado a Raimundo, puede que quizá ella…Deshechó rápidamente esos pensamientos para que él no notora su temor.
–¡Vamos Raimundo, no podemos pasarnos el día entero en la cama!-
-¿Y quién ha decidido eso?- mordisqueaba su oreja -Yo podría pasarme el día aquí tumbado…contigo…- besó su cuello. A duras penas, Francisca pudo contestarle:
-¿Y qué crees que estará pensando tu hija Emilia cuando vea que no has dormido en casa, y que aún no apareces?- le preguntó con fingida inocencia mientras acariciaba dulcemente su boca.
¡Cierto! pensó Raimundo. Se había olvidado completamente de ese “detalle”. A regañadientes, soltó a Francisca. –Tienes razón mi pequeña. ¡Pero no te acostumbres!-
Ella no puedo evitar soltar una carcajada. –Siempre tengo razón, tabernero. Será mejor que tú te acostumbres a eso- Consiguió zafarse de él y salió sonriendo por la puerta.
Raimundo se sentía en una nube. Había recuperado a su pequeña. Y no quería ni pensar que les quedara tan poco tiempo para disfrutar su amor. No, no iba a aceptarlo. Francisca era una mujer fuerte y se iba a recuperar. Estaba convencido de ello. Se incorporó de la cama y recogió su ropa, que andaba desperdigada por el suelo. Qué pasión pensó. Sonrió de medio lado recordando los momentos compartidos.
Estaba empezando a ponerse los pantalones de espaldas a la puerta, cuando esta se abrió de repente.
-¿No podías pasar más tiempo sin mi, verdad mi pequeña?- se giró pegando saltitos mientras intentaba ponerse los pantalones. –Yo también te…- Raimundo se quedó pálido y trastabilleó hasta caerse al suelo por completo.
Francisca estaba acercándose a su habitación cuando divisó que la puerta estaba abierta. Qué raro pensó. Juraría que la cerré al salir Extrañada, siguió hasta que llegó a la alcoba.
-Raimundo está todo despeja…- ahogó un grito y se cubrió horrorizada el rostro. La visión que tuvo a continuación la estaba dejando…estupefacta y muerta de vergüenza.
Raimundo se encontraba en el suelo, medio desnudo y con los pantalones por los tobillos, mientras un asombrado Tristán, con la mandíbula desencajada estaba de pie a un metro escaso de él.
Francisca cepillaba su cabello mientras Raimundo, desde la cama, no podía sino adorarla con los ojos. –Siempre me encantó tu pelo Francisca. Ese olor a flores blancas que desprendía…Nunca he podido borrarlo de mi memoria-
Francisca, con el cepillo en la mano, se giró hacia él. –Siempre has sido un zalamero, Raimundo- rió y se fue hacia él para besarle suavemente los labios. –Voy a bajar a comprobar que todo está despejado para que puedas salir. Mientras, será mejor que te vistas- le dio otro rápido beso –No tardo- susurró.
Cuando hizo intención de incorporarse, Raimundo la atrapó bajo su cuerpo y la besó apasionadamente. –Ya te estoy echando de menos, mi pequeña-
Francisca sonrió tristemente mientras acariciaba su barba. Qué injusta es la vida, pensó. Ahora que había recuperado a Raimundo, puede que quizá ella…Deshechó rápidamente esos pensamientos para que él no notora su temor.
–¡Vamos Raimundo, no podemos pasarnos el día entero en la cama!-
-¿Y quién ha decidido eso?- mordisqueaba su oreja -Yo podría pasarme el día aquí tumbado…contigo…- besó su cuello. A duras penas, Francisca pudo contestarle:
-¿Y qué crees que estará pensando tu hija Emilia cuando vea que no has dormido en casa, y que aún no apareces?- le preguntó con fingida inocencia mientras acariciaba dulcemente su boca.
¡Cierto! pensó Raimundo. Se había olvidado completamente de ese “detalle”. A regañadientes, soltó a Francisca. –Tienes razón mi pequeña. ¡Pero no te acostumbres!-
Ella no puedo evitar soltar una carcajada. –Siempre tengo razón, tabernero. Será mejor que tú te acostumbres a eso- Consiguió zafarse de él y salió sonriendo por la puerta.
Raimundo se sentía en una nube. Había recuperado a su pequeña. Y no quería ni pensar que les quedara tan poco tiempo para disfrutar su amor. No, no iba a aceptarlo. Francisca era una mujer fuerte y se iba a recuperar. Estaba convencido de ello. Se incorporó de la cama y recogió su ropa, que andaba desperdigada por el suelo. Qué pasión pensó. Sonrió de medio lado recordando los momentos compartidos.
Estaba empezando a ponerse los pantalones de espaldas a la puerta, cuando esta se abrió de repente.
-¿No podías pasar más tiempo sin mi, verdad mi pequeña?- se giró pegando saltitos mientras intentaba ponerse los pantalones. –Yo también te…- Raimundo se quedó pálido y trastabilleó hasta caerse al suelo por completo.
Francisca estaba acercándose a su habitación cuando divisó que la puerta estaba abierta. Qué raro pensó. Juraría que la cerré al salir Extrañada, siguió hasta que llegó a la alcoba.
-Raimundo está todo despeja…- ahogó un grito y se cubrió horrorizada el rostro. La visión que tuvo a continuación la estaba dejando…estupefacta y muerta de vergüenza.
Raimundo se encontraba en el suelo, medio desnudo y con los pantalones por los tobillos, mientras un asombrado Tristán, con la mandíbula desencajada estaba de pie a un metro escaso de él.
#545
11/09/2011 23:06
Continuación Capitulo 7
-Tristán, hijo…Esto…- Dios mio, tenía la garganta seca y las palabras le raspaban al querer salir por ella.
El joven se giró hacia ella. –No es lo que parece ¿verdad madre? ¿Es lo que me intenta decir?- sonrió burlón.-De acuerdo, la escucho. Explíqueme entonces de qué se trata- Se cruzó de brazos y esperó divertido la respuesta de su madre. En realidad se había quedado sorprendido de encontrar a Raimundo en cueros en la habitación de su madre. Pero tras la charla que tuvo el día anterior con Sebastián, todo parecía encajar. Reconoció que, en un principio, la historia que le contaba su amigo era dificil de creer.
“¿Mi madre y y tu padre? Pero si siempre están peleando. ¡Se odian Sebastián! Es imposible
¿Y nunca te has parado a pensar qué es lo que puede causar un odio tan grande amigo? Solo un amor inmenso amigo mio. Y lo peor es que ellos aún se aman por encima de todo, Tristán. Mi padre me lo confesó todo. Además encontré en esta conservera las cartas de amor que se escribían. Aunque me cueste decirlo, porque yo adoraba a mi madre, el único amor de la vida de mi padre ha sido Doña Francisca”.
Las palabras de Sebastián seguían resonando en sus oidos. Pero después de lo que estaba viendo en ese momento, ya no le quedó la menor duda.
-Tristán, verás…- Raimundo seguía en el suelo incapaz de moverse. –Tu madre y yo…- por primera vez en su vida, no sabía qué decir.
-¿Ya..sanaron sus heridas Don Raimundo?- preguntó inocente Tristán recordando las últimas palabras que Raimundo había pronunciado antes de salir de la conservera.
Francisca al fin se recompuso. –¿Y qué modales son esos de entrar sin llamar a la puerta? No me gasté un dineral en enviarte a los mejores colegios para que no recuerdes que no se puede entrar en una habitación ajena con esos modales- Estaba molesta. Desconcertada por saberse descubierta. Y nada menos que por su hijo.
-Buenos días madre, veo que ya está levantada- Soledad se acercó a su madre para después emitir un jadeo ahogado al descubrir a Raimundo en esa postura tan comprometida.
Francisca estaba que se la llevaban los demonios. ¿Pero qué pasaba en esa casa? ¿es que todos habían decidido confabularse para entrar esa mañana en su habitación?
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Mariana acudió a abrir la puerta. Don Anselmo había llegado a la casona para tratar un asunto con Doña Francisca. Saludó afectuosamente a la muchacha y le dijo:
-¿Sabes si la señora ya se encuentra levantada, muchacha?
-Me pareció verla hace un momento subir las escaleras camino de su habitación. Si quiere esperar, iré a avisarle Don Anselmo.
-No Mariana, no te molestes. Yo mismo subiré, y ya de paso hablaré con Tristán sobre la salud de su madre. Prefiero conversar con él arriba para que nadie nos interrumpa. Sigue a tus quehaceres hija mía.
Don Anselmo subió las escaleras y al ver la puerta de la habitación de Doña Francisca abierta y escuchar voces discutiendo en su interior, decidió acercarse.
-¿Ocurre algo Doña Francisca?...¡Válgame el cielo! ¡Raimundo!- y comenzó a santiguarse.
-Éramos pocos y parió la burra- bufó Francisca. Ya no podía aguantar más. Si no echaba pronto a toda esa gente y cerraba con llave su habitación, terminaría por aparecer también Don Pedro Mirañar con la cotilla de su mujer Dolores. -¿Por qué no redactamos un bando municipal y que todos los desarrapados de este pueblo vengan a ver el espectáculo?- estaba realmente furiosa. –Hagan el favor de salir todos de mi habitación.¡Esto es el colmo! Y tu Raimundo. ¿Quieres ponerte los pantalones de una maldita vez?-
Tristán decidió no contradecir a su madre al ver que sus ojos brillaban de manera peligrosa.
–Vamos hermana, salgamos de aquí.- dijo agarrando a una Soledad que se había quedado muda. -Don Anselmo, síganos.¿Ya ha desayunado?-. Al fin salieron de la habitación.
-Tu no, Raimundo. Hemos de tratar un..asunto importante-
Raimundo terminó de abrocharse los botones de la camisa. Notó que la vena del cuello de Francisca explotaría de un momento a otro. Y en lo único que podía pensar era en lo maravillosa que era aún a pesar de ese carácter del demonio. La amó con sus ojos.
-Ya me dirás qué explicación voy a dar a mis hijos cuando baje- se paseaba nerviosa por la habitación.De pronto se giró hacia él -¿Qué…estás mirando de esa manera…?- el enfado de Francisca comenzaba a diluirse ante la mirada tan cargada de amor que le estaba ofreciendo Raimundo.
-A ti pequeña. Siento que me duele el corazón de amarte tanto-
Francisca creyó morir. Fue hacia la puerta y la cerró suavemente echando a continuación el pestillo. Después corrió hacia él que la esperaba con los brazos abiertos. Se refugió en su abrazo y de nuevo calmó su sed en la dulce y caliente boca de Raimundo
-Tristán, hijo…Esto…- Dios mio, tenía la garganta seca y las palabras le raspaban al querer salir por ella.
El joven se giró hacia ella. –No es lo que parece ¿verdad madre? ¿Es lo que me intenta decir?- sonrió burlón.-De acuerdo, la escucho. Explíqueme entonces de qué se trata- Se cruzó de brazos y esperó divertido la respuesta de su madre. En realidad se había quedado sorprendido de encontrar a Raimundo en cueros en la habitación de su madre. Pero tras la charla que tuvo el día anterior con Sebastián, todo parecía encajar. Reconoció que, en un principio, la historia que le contaba su amigo era dificil de creer.
“¿Mi madre y y tu padre? Pero si siempre están peleando. ¡Se odian Sebastián! Es imposible
¿Y nunca te has parado a pensar qué es lo que puede causar un odio tan grande amigo? Solo un amor inmenso amigo mio. Y lo peor es que ellos aún se aman por encima de todo, Tristán. Mi padre me lo confesó todo. Además encontré en esta conservera las cartas de amor que se escribían. Aunque me cueste decirlo, porque yo adoraba a mi madre, el único amor de la vida de mi padre ha sido Doña Francisca”.
Las palabras de Sebastián seguían resonando en sus oidos. Pero después de lo que estaba viendo en ese momento, ya no le quedó la menor duda.
-Tristán, verás…- Raimundo seguía en el suelo incapaz de moverse. –Tu madre y yo…- por primera vez en su vida, no sabía qué decir.
-¿Ya..sanaron sus heridas Don Raimundo?- preguntó inocente Tristán recordando las últimas palabras que Raimundo había pronunciado antes de salir de la conservera.
Francisca al fin se recompuso. –¿Y qué modales son esos de entrar sin llamar a la puerta? No me gasté un dineral en enviarte a los mejores colegios para que no recuerdes que no se puede entrar en una habitación ajena con esos modales- Estaba molesta. Desconcertada por saberse descubierta. Y nada menos que por su hijo.
-Buenos días madre, veo que ya está levantada- Soledad se acercó a su madre para después emitir un jadeo ahogado al descubrir a Raimundo en esa postura tan comprometida.
Francisca estaba que se la llevaban los demonios. ¿Pero qué pasaba en esa casa? ¿es que todos habían decidido confabularse para entrar esa mañana en su habitación?
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Mariana acudió a abrir la puerta. Don Anselmo había llegado a la casona para tratar un asunto con Doña Francisca. Saludó afectuosamente a la muchacha y le dijo:
-¿Sabes si la señora ya se encuentra levantada, muchacha?
-Me pareció verla hace un momento subir las escaleras camino de su habitación. Si quiere esperar, iré a avisarle Don Anselmo.
-No Mariana, no te molestes. Yo mismo subiré, y ya de paso hablaré con Tristán sobre la salud de su madre. Prefiero conversar con él arriba para que nadie nos interrumpa. Sigue a tus quehaceres hija mía.
Don Anselmo subió las escaleras y al ver la puerta de la habitación de Doña Francisca abierta y escuchar voces discutiendo en su interior, decidió acercarse.
-¿Ocurre algo Doña Francisca?...¡Válgame el cielo! ¡Raimundo!- y comenzó a santiguarse.
-Éramos pocos y parió la burra- bufó Francisca. Ya no podía aguantar más. Si no echaba pronto a toda esa gente y cerraba con llave su habitación, terminaría por aparecer también Don Pedro Mirañar con la cotilla de su mujer Dolores. -¿Por qué no redactamos un bando municipal y que todos los desarrapados de este pueblo vengan a ver el espectáculo?- estaba realmente furiosa. –Hagan el favor de salir todos de mi habitación.¡Esto es el colmo! Y tu Raimundo. ¿Quieres ponerte los pantalones de una maldita vez?-
Tristán decidió no contradecir a su madre al ver que sus ojos brillaban de manera peligrosa.
–Vamos hermana, salgamos de aquí.- dijo agarrando a una Soledad que se había quedado muda. -Don Anselmo, síganos.¿Ya ha desayunado?-. Al fin salieron de la habitación.
-Tu no, Raimundo. Hemos de tratar un..asunto importante-
Raimundo terminó de abrocharse los botones de la camisa. Notó que la vena del cuello de Francisca explotaría de un momento a otro. Y en lo único que podía pensar era en lo maravillosa que era aún a pesar de ese carácter del demonio. La amó con sus ojos.
-Ya me dirás qué explicación voy a dar a mis hijos cuando baje- se paseaba nerviosa por la habitación.De pronto se giró hacia él -¿Qué…estás mirando de esa manera…?- el enfado de Francisca comenzaba a diluirse ante la mirada tan cargada de amor que le estaba ofreciendo Raimundo.
-A ti pequeña. Siento que me duele el corazón de amarte tanto-
Francisca creyó morir. Fue hacia la puerta y la cerró suavemente echando a continuación el pestillo. Después corrió hacia él que la esperaba con los brazos abiertos. Se refugió en su abrazo y de nuevo calmó su sed en la dulce y caliente boca de Raimundo
#546
11/09/2011 23:07
Continuación Capitulo 7
Siguieron abrazados. Francisca pensó que podría quedarse así el resto de su vida. Su vida…Dios mio, otra vez esa negra espesura que cubría su alma y hacía que se le helara la sangre. Deseaba aferrarse a la vida más que nunca. Tener de nuevo a Raimundo a su lado le había proporcionado la fuerza que necesitaba. Pero eso no era suficiente. Si el tumor hubiese invadido otras zonas de su cuerpo, las probabilidades de salvación sería nulas. Así se lo había dicho el doctor. Rezaba por que no fuera así y que pudiera tener una segunda oportunidad junto a él. Ambos se merecían esa oportunidad.
-¿Qué asunto querías tratar conmigo Francisca?- preguntó Raimundo de repente, sacándole así de sus pensamientos –Antes dijiste que teníamos que hablar- le separó para poder mirarle a los ojos -¿De qué se trata mi pequeña?-
Francisca había imaginado mil y una veces ese momento. Qué le diría, cómo se lo diría, o si, tal vez, siempre se lo ocultaría. Pero su estado de salud actual hacía necesaria esa conversación. Raimundo merecía saber la verdad. Toda la verdad.
-Raimundo,ven- dijo tomándo su mano –Vamos a sentarnos-
-¿Qué pasa Francisca? ¿A qué viene esa seriedad ahora?- Raimundo la miraba preocupado.
-Siéntate aquí conmigo y por favor,no me interrumpas hasta que termine de hablarte.¿De acuerdo?-
Raimundo estaba inquieto. Francisca había cambiado su actitud de repente, y sentía temor ante aquello que fuese lo que quisiera decirle. –Te lo prometo,mi amor. Habla pues-
-Raimundo…te he querido desde siempre. No recuerdo un solo día de mi vida en que no haya estado enamorada de ti. Mi corazón dejó de pertenecerme desde el mismo instante en que te ví y se rompió en mil pedazos el día que me abandonaste- las lágrimas hicieron acto de presencia en su rostro,pero aún así, continuó –Desde ese momento,mi vida no tenía ningún sentido, no quería seguir en este mundo. Incluso pensé en…- se detuvo un instante, los recuerdos eran demasiado dolorosos –pensé…en quitarme la vida-.
Raimundo sintió que miles de dagas se clavaban ardientes en su corazón. Si su pequeña hubiera muerto por su abandono él tampoco hubiera querido seguir viviendo.
Francisca continuó –Mi madre había decidido que yo tendría que casarme por conveniencia con Salvador Castro. ¡Estaba destrozada!- sollozó -No solo tu te marchaste de mi lado, sino que además tendría que entregarme a un ser al que no conocía y al que ya repudiaba. El dolor era tan fuerte que no me permitía respirar- Francisca vió el dolor en los ojos de Raimundo, pero no se detuvo. –El día antes de mi matrimonio, fui hacia un barranco dispuesta a terminar de una vez por todas con mi vida. Y así hubiera sido, de no ser por algo que noté en mi interior-
Raimundo la miró extrañado, pero le dejó continuar.
Francisca agachó la cabeza –Raimundo…- no se atrevía a mirarle a los ojos –mi vida ha estado llena de golpes, insultos, humillaciones…Todo ello unido al hecho de que tú…ya no me querías. Pero aún así conseguía levantarme cada día porque tenía una razón para luchar.Mi hijo Tristán- Francisca se detuvo para mirarle a los ojos. -Él era lo único que me quedaba…de ti.-
Raimundo dejó de respirar. Sentía que sus huesos se estaban convirtiendo en polvo. Cerró los ojos.El sufrimiento era insoportable
-Tristán…él…es mi hijo- las lágrimas se deslizaban por el rostro de Raimundo. -¿Por qué…no me lo dijiste nunca Francisca?
-¿Y qué querías que hiciera?- Francisca se unió a su llanto -¿Qué fuera hacía ti para decirte que de nuestro amor había nacido una nueva vida cuando tu me habías abandonado por otra mujer?- Francisca se derrumbó. –Tu me dejaste sola…me dejaste con él…- lloró amargamente.
Raimundo no pudo soportarlo mas. Tomó su rostro y la besó. Lo hizo con rabia, con dureza, con amor. Quería absorver hasta el último aliento de Francisca, que se aferró a él desesperada por sentirle. Se arrancaron la ropa el uno al otro sin dejar de besarse.Cuando estuvieron completamente desnudos, Raimundo la tumbó en el suelo y la poseyó con una pasión arrolladora. Francisca se retorcía debajo de él gritando su nombre y juntos alcanzaron lo más alto mientras el mundo seguía girando a su alrededor.
Raimundo sin salir aún de ella, dejó caer suavemente su peso sobre Francisca.
-Perdóname mi pequeña- besó delicadamente la piel del cuello de Francisca -Jamás quise hacerte daño-
-Lo se amor mio- Francisca impregnó su rostro con suaves besos –lo se…-
Siguieron abrazados. Francisca pensó que podría quedarse así el resto de su vida. Su vida…Dios mio, otra vez esa negra espesura que cubría su alma y hacía que se le helara la sangre. Deseaba aferrarse a la vida más que nunca. Tener de nuevo a Raimundo a su lado le había proporcionado la fuerza que necesitaba. Pero eso no era suficiente. Si el tumor hubiese invadido otras zonas de su cuerpo, las probabilidades de salvación sería nulas. Así se lo había dicho el doctor. Rezaba por que no fuera así y que pudiera tener una segunda oportunidad junto a él. Ambos se merecían esa oportunidad.
-¿Qué asunto querías tratar conmigo Francisca?- preguntó Raimundo de repente, sacándole así de sus pensamientos –Antes dijiste que teníamos que hablar- le separó para poder mirarle a los ojos -¿De qué se trata mi pequeña?-
Francisca había imaginado mil y una veces ese momento. Qué le diría, cómo se lo diría, o si, tal vez, siempre se lo ocultaría. Pero su estado de salud actual hacía necesaria esa conversación. Raimundo merecía saber la verdad. Toda la verdad.
-Raimundo,ven- dijo tomándo su mano –Vamos a sentarnos-
-¿Qué pasa Francisca? ¿A qué viene esa seriedad ahora?- Raimundo la miraba preocupado.
-Siéntate aquí conmigo y por favor,no me interrumpas hasta que termine de hablarte.¿De acuerdo?-
Raimundo estaba inquieto. Francisca había cambiado su actitud de repente, y sentía temor ante aquello que fuese lo que quisiera decirle. –Te lo prometo,mi amor. Habla pues-
-Raimundo…te he querido desde siempre. No recuerdo un solo día de mi vida en que no haya estado enamorada de ti. Mi corazón dejó de pertenecerme desde el mismo instante en que te ví y se rompió en mil pedazos el día que me abandonaste- las lágrimas hicieron acto de presencia en su rostro,pero aún así, continuó –Desde ese momento,mi vida no tenía ningún sentido, no quería seguir en este mundo. Incluso pensé en…- se detuvo un instante, los recuerdos eran demasiado dolorosos –pensé…en quitarme la vida-.
Raimundo sintió que miles de dagas se clavaban ardientes en su corazón. Si su pequeña hubiera muerto por su abandono él tampoco hubiera querido seguir viviendo.
Francisca continuó –Mi madre había decidido que yo tendría que casarme por conveniencia con Salvador Castro. ¡Estaba destrozada!- sollozó -No solo tu te marchaste de mi lado, sino que además tendría que entregarme a un ser al que no conocía y al que ya repudiaba. El dolor era tan fuerte que no me permitía respirar- Francisca vió el dolor en los ojos de Raimundo, pero no se detuvo. –El día antes de mi matrimonio, fui hacia un barranco dispuesta a terminar de una vez por todas con mi vida. Y así hubiera sido, de no ser por algo que noté en mi interior-
Raimundo la miró extrañado, pero le dejó continuar.
Francisca agachó la cabeza –Raimundo…- no se atrevía a mirarle a los ojos –mi vida ha estado llena de golpes, insultos, humillaciones…Todo ello unido al hecho de que tú…ya no me querías. Pero aún así conseguía levantarme cada día porque tenía una razón para luchar.Mi hijo Tristán- Francisca se detuvo para mirarle a los ojos. -Él era lo único que me quedaba…de ti.-
Raimundo dejó de respirar. Sentía que sus huesos se estaban convirtiendo en polvo. Cerró los ojos.El sufrimiento era insoportable
-Tristán…él…es mi hijo- las lágrimas se deslizaban por el rostro de Raimundo. -¿Por qué…no me lo dijiste nunca Francisca?
-¿Y qué querías que hiciera?- Francisca se unió a su llanto -¿Qué fuera hacía ti para decirte que de nuestro amor había nacido una nueva vida cuando tu me habías abandonado por otra mujer?- Francisca se derrumbó. –Tu me dejaste sola…me dejaste con él…- lloró amargamente.
Raimundo no pudo soportarlo mas. Tomó su rostro y la besó. Lo hizo con rabia, con dureza, con amor. Quería absorver hasta el último aliento de Francisca, que se aferró a él desesperada por sentirle. Se arrancaron la ropa el uno al otro sin dejar de besarse.Cuando estuvieron completamente desnudos, Raimundo la tumbó en el suelo y la poseyó con una pasión arrolladora. Francisca se retorcía debajo de él gritando su nombre y juntos alcanzaron lo más alto mientras el mundo seguía girando a su alrededor.
Raimundo sin salir aún de ella, dejó caer suavemente su peso sobre Francisca.
-Perdóname mi pequeña- besó delicadamente la piel del cuello de Francisca -Jamás quise hacerte daño-
-Lo se amor mio- Francisca impregnó su rostro con suaves besos –lo se…-
#547
11/09/2011 23:28
Hola Mari!Aquí te dejo el link de una cosilla que escribí el otro día. No sabía si ponerlo o no porque es algo muy muy pequeñito, pero me dijeron estas muchachas que les gustó así que te lo pongo.
Se titula, "Pensando en ti".
Muchas gracias guapa, un besazo!
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/403/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Se titula, "Pensando en ti".
Muchas gracias guapa, un besazo!
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/403/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
#548
11/09/2011 23:45
Aquí os dejo el link de otro fic , "Verdadero amor", que parece que le estoy cogiendo el gustillo a esto de escribir... jejeje
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/425/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/425/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
#549
12/09/2011 01:13
jajajaja pues la verdad es que no me importaría que continuara mi sueño y que apareciese Megan resucitada de entre los muertos a ver que pasa jajajajajaj
#550
12/09/2011 10:37
Buenos días. Ayer se me olvidó colgar la última parte de mi historia paralela. Creo que es la parte 8, pero no estoy segura. Siguen las aventuras de la nueva maestra y empiezan a desenmascarar al mascachapas.....
-El ataque-
El tiempo pasó sin que se hubiese dado cuenta. Era algo que solía ocurrirle cuando se apasionaba con algún libro. En esta ocasión, el culpable era la última novela que le había dejado Raimundo, “La Regenta”. Lo cierto es que era la segunda ocasión que disfrutaba de aquella obra de Clarín, pero sentía la misma emoción que la primera vez. Quizás por ello no se dio cuenta que ya había anochecido. Cuando acabó sus tareas en la escuela decidió quedarse un ratito a leer, aprovechando la tranquilidad del aula vacía.En casa de los Castañeda ya estaban acostumbrados a aquellas tardanzas. No les gustaba que anduviera sola por las veredas a esas horas, pero nadie se atrevía a regañarla por ello. Además, Puente Viejo era un pueblo tranquilo y Belén se había ganado el respeto y el aprecio de sus vecinos por la buena labor que estaba llevando a cabo como maestra.
Normalmente, el camino de la escuela a la casa era un paseo agradable, aunque fuese de noche. Nunca había tenido miedo a la oscuridad y era un pequeño placer poder caminar a la luz de la luna. Pero hoy sentía una rara inquietud. El culpable de aquella desazón era el necio de Severiano. Se lo había encontrado por la mañana, en el callejón que comunicaba la escuela con la plaza. Como siempre, le había tirado los tejos, con sus habituales zalamerías y aquellos requiebros que tan falsos sonaban. Belén intentaba mantenerlo a raya con educación, pero llegó un momento en que le resultó imposible. El de Villalpanda alargó más la mano de lo que debía y la muchacha le respondió instintivamente cruzándole el rostor con un sonoro bofetón. Él, poco acostumbrado al rechazo le dedicó una sonrisa falsa mientras le decía:
-¡Mira que eres estrecha, zagala!. Y no deberías, porque con esa pinta de mosquita muerta no habrá muchos hombres dispuestos a darte un achuchón.Ya caerás…
-¿Cómo puedes ser tan necio?. No sé que es lo que ve Emilia en ti.
-Pues para empezar mi cara bonita, y que sé calentarle el oído-se burló mientras trataba de sujetarla- Y no como otros, como el tonto de tu primo Alfonso.
-Haz el favor de soltarme, si no quieres que grite pidiendo auxilio. Y yo que tú le tendría más respeto a Alfonso y a sus hermanos, que como se enteren de lo que estás haciendo de guapo solo te va a quedar el mote.
Severiano finalmente la soltó pero le dejó caer una velada amenaza: “esto no se va a quedar así”.
Así que esa noche apuró el paso todo lo que pudo. Faltaban sólo unos metros para la casa de los Castañeda, de hecho ya podía adivinar la luz de las velas alumbrado la cocina. Se sintió aliviada. Pero de pronto una mano enguantada le tapó la boca y sintió como le faltaba el aire. Trató de zafarse con todas sus fuerzas, pero su oponente era mucho más fuerte que ella. En un último y desesperado intento le dio un codazo a su agresor en el estómago, que le obligó a encojerse con el dolor. Pero fue solo un espejismo ya que pronto recobró las fuerzas y le asestó un golpe en la cabeza. De repente, todo se volvió negro.
Afortunadamente, Sebastián había decidido hacer una visita a la casa de los Castañeda, pues tenía asuntos que tratar con Alfonso y Ramiro y ellos ultimamente no se dejaban ver por la casa de comidas. Así que fueron sus pasos los que espantaron al agresor y fue él el que se encontró el cuerpo inconsciente de la maestra.
-¡Belén, …..Belén, por dios¡. ¿Qué ha pasado?.
Pero la joven no respondía. Tenía una brecha en la cabeza por la que sangraba abundantemente. Por un momento se sintió vencer por el pánico, pero tras unos segundos de impotencia la cogió en brazos y se encaminó a la casa de Rosario a pedir ayuda.
En casa de los Castañeda la llegada de Sebastián con Belén herida en brazos causó un profundo estupor.
-Virgen santísima! Por el amor de Dios, ¿qué ha pasado?-exclamó Rosario mientras todos al unísono se levantaban de sus asientos.
-No lo sé-replicó Sebastián-Me la encontré en la vereda, a pocos pasos de aquí.
-Madre, ¡está sangrando!- se asustó Mariana
-Sebastián, túmbala en el camastro-ordenó Rosario. Y vosotros muchachos, ¿a qué esperais?......Ir a buscad a la doctora o a Pepa o a las dos…..Pero por Dios, moveroos de una santa vez.
-No se preocupe Rosario, ahora mismo vuelvo para mi casa y aviso a Pepa, que creo que quedaba en su habitación de la posada cuando yo salía-dijo Sebastián, que de habír recuperado algo de su aplomo.
-Pues entonces uno de vosotros que vaya a buscar a la doctora a la casona, que cuando Mariana y yo salimos de allí aun quedaba departiendo con la doña….Venga, nos os quedeis ahí como pasmarotes- les instó Rosario a sus hijos.El primero en reaccionar fue Ramiro.
-Ya voy yo, madre.
-¡Pues corre, hijo!.
Mientras, Alfonso y Juán se miraban atónitos. ¿Quién podría haberle hecho aquello a su prima? ¿Qué cobarde desalmado atacaba a una mujer sola e indefensa?. No dijeron nada, pero ambos estaban pensando lo mismo: si encontraban al culpable de la agresión no dudarían en romperle todos los huesos del cuerpo a golpes.
-El ataque-
El tiempo pasó sin que se hubiese dado cuenta. Era algo que solía ocurrirle cuando se apasionaba con algún libro. En esta ocasión, el culpable era la última novela que le había dejado Raimundo, “La Regenta”. Lo cierto es que era la segunda ocasión que disfrutaba de aquella obra de Clarín, pero sentía la misma emoción que la primera vez. Quizás por ello no se dio cuenta que ya había anochecido. Cuando acabó sus tareas en la escuela decidió quedarse un ratito a leer, aprovechando la tranquilidad del aula vacía.En casa de los Castañeda ya estaban acostumbrados a aquellas tardanzas. No les gustaba que anduviera sola por las veredas a esas horas, pero nadie se atrevía a regañarla por ello. Además, Puente Viejo era un pueblo tranquilo y Belén se había ganado el respeto y el aprecio de sus vecinos por la buena labor que estaba llevando a cabo como maestra.
Normalmente, el camino de la escuela a la casa era un paseo agradable, aunque fuese de noche. Nunca había tenido miedo a la oscuridad y era un pequeño placer poder caminar a la luz de la luna. Pero hoy sentía una rara inquietud. El culpable de aquella desazón era el necio de Severiano. Se lo había encontrado por la mañana, en el callejón que comunicaba la escuela con la plaza. Como siempre, le había tirado los tejos, con sus habituales zalamerías y aquellos requiebros que tan falsos sonaban. Belén intentaba mantenerlo a raya con educación, pero llegó un momento en que le resultó imposible. El de Villalpanda alargó más la mano de lo que debía y la muchacha le respondió instintivamente cruzándole el rostor con un sonoro bofetón. Él, poco acostumbrado al rechazo le dedicó una sonrisa falsa mientras le decía:
-¡Mira que eres estrecha, zagala!. Y no deberías, porque con esa pinta de mosquita muerta no habrá muchos hombres dispuestos a darte un achuchón.Ya caerás…
-¿Cómo puedes ser tan necio?. No sé que es lo que ve Emilia en ti.
-Pues para empezar mi cara bonita, y que sé calentarle el oído-se burló mientras trataba de sujetarla- Y no como otros, como el tonto de tu primo Alfonso.
-Haz el favor de soltarme, si no quieres que grite pidiendo auxilio. Y yo que tú le tendría más respeto a Alfonso y a sus hermanos, que como se enteren de lo que estás haciendo de guapo solo te va a quedar el mote.
Severiano finalmente la soltó pero le dejó caer una velada amenaza: “esto no se va a quedar así”.
Así que esa noche apuró el paso todo lo que pudo. Faltaban sólo unos metros para la casa de los Castañeda, de hecho ya podía adivinar la luz de las velas alumbrado la cocina. Se sintió aliviada. Pero de pronto una mano enguantada le tapó la boca y sintió como le faltaba el aire. Trató de zafarse con todas sus fuerzas, pero su oponente era mucho más fuerte que ella. En un último y desesperado intento le dio un codazo a su agresor en el estómago, que le obligó a encojerse con el dolor. Pero fue solo un espejismo ya que pronto recobró las fuerzas y le asestó un golpe en la cabeza. De repente, todo se volvió negro.
Afortunadamente, Sebastián había decidido hacer una visita a la casa de los Castañeda, pues tenía asuntos que tratar con Alfonso y Ramiro y ellos ultimamente no se dejaban ver por la casa de comidas. Así que fueron sus pasos los que espantaron al agresor y fue él el que se encontró el cuerpo inconsciente de la maestra.
-¡Belén, …..Belén, por dios¡. ¿Qué ha pasado?.
Pero la joven no respondía. Tenía una brecha en la cabeza por la que sangraba abundantemente. Por un momento se sintió vencer por el pánico, pero tras unos segundos de impotencia la cogió en brazos y se encaminó a la casa de Rosario a pedir ayuda.
En casa de los Castañeda la llegada de Sebastián con Belén herida en brazos causó un profundo estupor.
-Virgen santísima! Por el amor de Dios, ¿qué ha pasado?-exclamó Rosario mientras todos al unísono se levantaban de sus asientos.
-No lo sé-replicó Sebastián-Me la encontré en la vereda, a pocos pasos de aquí.
-Madre, ¡está sangrando!- se asustó Mariana
-Sebastián, túmbala en el camastro-ordenó Rosario. Y vosotros muchachos, ¿a qué esperais?......Ir a buscad a la doctora o a Pepa o a las dos…..Pero por Dios, moveroos de una santa vez.
-No se preocupe Rosario, ahora mismo vuelvo para mi casa y aviso a Pepa, que creo que quedaba en su habitación de la posada cuando yo salía-dijo Sebastián, que de habír recuperado algo de su aplomo.
-Pues entonces uno de vosotros que vaya a buscar a la doctora a la casona, que cuando Mariana y yo salimos de allí aun quedaba departiendo con la doña….Venga, nos os quedeis ahí como pasmarotes- les instó Rosario a sus hijos.El primero en reaccionar fue Ramiro.
-Ya voy yo, madre.
-¡Pues corre, hijo!.
Mientras, Alfonso y Juán se miraban atónitos. ¿Quién podría haberle hecho aquello a su prima? ¿Qué cobarde desalmado atacaba a una mujer sola e indefensa?. No dijeron nada, pero ambos estaban pensando lo mismo: si encontraban al culpable de la agresión no dudarían en romperle todos los huesos del cuerpo a golpes.
#551
12/09/2011 10:42
-El ataque (continuación)
Al poco rato, Sebastián ya estaba de vuelta acompañado por Pepa, que tras un rápido vistazo ordenó a Mariana que le trajese agua y paños para limpiar la herida. Los demás esperaban expectantes la opinion de la partera, pero ella hizo gala de su habitual prudencia.
-Es mejor que la vea la doctora Casas. La sangre es muy escandalosa pero una vez limpia la herida creo que bastará con un par de puntos para que deje de sangrar-trató de tranquilizar a los presentes- pero estos golpes en la cabeza pueden ser muy traicioneros.
-Esperemos, pues, a que venga la médico-apostilló Rosario.
Mientras Pepa limpiaba la herida con la ayuda de Mariana, Rosario y los muchachos permanecían en silencio. De vez en cuando, Alfonso salía al patio a comprobar si Ramiro estaba de vuelta con la doctora. Su nerviosismo aumentaba por momentos.
-¿Y si la doctora ya no está en la casona?. Tal vez será mejor que vayamos en su búsqueda-propuso Alfonso.
-¿Qué propones?-preguntó Sebastián
-Vuelve a la posada, no vaya a ser que ya haya vuelto de la casona. Juán y yo podemos acercarnos hasta el consultorio.
-Tienes razón, amigo. Si ya no está con doña Francisca, el probre de Ramiro andará dando vueltas en su búsqueda por todo el pueblo. Vamos, pues.
Los tres muchachos salieron por la puerta dejando solas a las mujeres. Mariana estaba asustada y Rosario se quejaba de que no deberían dejarla andar sola de noche por los caminos.
-Siempre se queda hasta tarde en la escuela y se le echa encima la noche-se quejó la matriarca de los Castañeda-Mira que se lo tengo dicho, que no debería volver sola a casa, que alguno de los muchachos podía acercarse a buscarla. Pero ella claro, siempre tan cabezota, que no quería molestar.
-No se mortifique, Rosario, que usted no tiene la culpa-trató de tranquilizarla Pepa.
En ese mismo instante Belén abrió los ojos. Le dolía terriblemente la cabeza y casi no podía fijar la vista, pero logró reconocer los rostros de las tres mujeres.
-¿Qué ha pasado?- preguntó con un susurro de voz
-No lo sabemos, hija. Sebastián te encontró inconsciente a pocos metros de casa y te trajo hasta aquí.
-¿No recuerdas lo que ha sucedido?-le inquirió Pepa. ¿Te has caído?
-No. Lo último que recuerdo es una mano que me tapaba la boca. Traté de zafarme-Belén hizo una pausa, pues el miedo le estaba ahogando la garganta- pero era mucho más fuerte que yo y……ya no recuerdo nada más.
-Tranquila, muchacha. Ya estás a salvo. Posiblemente el desalmado que te golpeó se asutó al oír a Sebastián y huyó antes de poder hacerte más daño. Pero, ¿quién querría hacerte daño a ti?. Espera un momento- por la mente de Pepa pasó la imagen de Carlos Castro- ¿no pudiste verle el rostro?
-¿Qué barruntas, muchacha?- le preguntó Rosario al ver el rostro de la partera-¿No creerás que pueda tratarse del loco del hijastro de la doña?.
Pero los temores de Belén iban por otros derroteros bien distintos. Con un gran esfuerzo logró contarles lo sucedido por la mañana con Severiano.
-¡Menudo gañán!. Lo cierto es que a mí nunca me dio buena espina-se quejó Pepa
-Pero hija, ¿cómo no nos habías dicho algo de que ese zopenco te andaba molestando?
-Porque pensé que no era más que un donjuan de pacotilla, de esos que se les va toda la fuerza por la boca-trató de defenderse Belén-Además, si le llego a decir algo a los muchachos mucho me temo que le romperían la cara.
-Pues bien merecido que se lo tendría-apostilló Pepa-De todos modos, podrías haberle dicho algo a Emilia, que esa amiga mía necesita que le abran los ojos.
-Pensé en decirle algo, pero tenía miedo de que no me creyera. Al fin y al cabo, a mi apenas me conoce y se la ve tan embobada con el muchacho. Además…….
-Además ¿qué?- le instaron a que continuara
-Pues que si yo le decía algo a Emilia, seguro que Severiano se defendería diciendo que era un ardid de Alfonso y que yo solo estaba intentado ayudar a mi primo.
-Ahora sí que estoy perdida. ¿Qué tiene que ve Alfonso en todo esto?-preguntó Pepa.
Belén se quedó mirando para su tía, como si buscara su permiso para contar lo que le estaba sucediendo al mayor de los hermanos Castañeda. Fue la propia Rosario la que le explicó a la partera que su hijo estaba enamorado de Emilia, que sufría viéndola con ese catacaldos de Severiano, pero que lo único que había echo era rogarle a su supuesto “amigo” que no le hicierra daño a la chiquilla de los Ulloa.
-Ahora me explico yo tantas cosas-dijo Pepa mientras esbozaba una sonrisa- Por eso dejó de ir a la taberna y Emilia se quejaba de que no lo veía nunca. Lo cierto es que no me sorprende. Siempre sospeché que estaba enamorado de ella. Lo que no entiendo es que no le dijera nada.
-No sabes como es ese hijo mío, tan echado palante en todo pero a la vez tan tímido. No le dijo nada a ella, ni a nadie y se tragó el sufrimiento el solo. La única que ha sabido reconfortarlo algo ha sido Belén, que esta chica parece tener un don para escuchar.
Pero Belén ya no escuchaba nada. De nuevo yacía inconsciente.
Al poco rato, Sebastián ya estaba de vuelta acompañado por Pepa, que tras un rápido vistazo ordenó a Mariana que le trajese agua y paños para limpiar la herida. Los demás esperaban expectantes la opinion de la partera, pero ella hizo gala de su habitual prudencia.
-Es mejor que la vea la doctora Casas. La sangre es muy escandalosa pero una vez limpia la herida creo que bastará con un par de puntos para que deje de sangrar-trató de tranquilizar a los presentes- pero estos golpes en la cabeza pueden ser muy traicioneros.
-Esperemos, pues, a que venga la médico-apostilló Rosario.
Mientras Pepa limpiaba la herida con la ayuda de Mariana, Rosario y los muchachos permanecían en silencio. De vez en cuando, Alfonso salía al patio a comprobar si Ramiro estaba de vuelta con la doctora. Su nerviosismo aumentaba por momentos.
-¿Y si la doctora ya no está en la casona?. Tal vez será mejor que vayamos en su búsqueda-propuso Alfonso.
-¿Qué propones?-preguntó Sebastián
-Vuelve a la posada, no vaya a ser que ya haya vuelto de la casona. Juán y yo podemos acercarnos hasta el consultorio.
-Tienes razón, amigo. Si ya no está con doña Francisca, el probre de Ramiro andará dando vueltas en su búsqueda por todo el pueblo. Vamos, pues.
Los tres muchachos salieron por la puerta dejando solas a las mujeres. Mariana estaba asustada y Rosario se quejaba de que no deberían dejarla andar sola de noche por los caminos.
-Siempre se queda hasta tarde en la escuela y se le echa encima la noche-se quejó la matriarca de los Castañeda-Mira que se lo tengo dicho, que no debería volver sola a casa, que alguno de los muchachos podía acercarse a buscarla. Pero ella claro, siempre tan cabezota, que no quería molestar.
-No se mortifique, Rosario, que usted no tiene la culpa-trató de tranquilizarla Pepa.
En ese mismo instante Belén abrió los ojos. Le dolía terriblemente la cabeza y casi no podía fijar la vista, pero logró reconocer los rostros de las tres mujeres.
-¿Qué ha pasado?- preguntó con un susurro de voz
-No lo sabemos, hija. Sebastián te encontró inconsciente a pocos metros de casa y te trajo hasta aquí.
-¿No recuerdas lo que ha sucedido?-le inquirió Pepa. ¿Te has caído?
-No. Lo último que recuerdo es una mano que me tapaba la boca. Traté de zafarme-Belén hizo una pausa, pues el miedo le estaba ahogando la garganta- pero era mucho más fuerte que yo y……ya no recuerdo nada más.
-Tranquila, muchacha. Ya estás a salvo. Posiblemente el desalmado que te golpeó se asutó al oír a Sebastián y huyó antes de poder hacerte más daño. Pero, ¿quién querría hacerte daño a ti?. Espera un momento- por la mente de Pepa pasó la imagen de Carlos Castro- ¿no pudiste verle el rostro?
-¿Qué barruntas, muchacha?- le preguntó Rosario al ver el rostro de la partera-¿No creerás que pueda tratarse del loco del hijastro de la doña?.
Pero los temores de Belén iban por otros derroteros bien distintos. Con un gran esfuerzo logró contarles lo sucedido por la mañana con Severiano.
-¡Menudo gañán!. Lo cierto es que a mí nunca me dio buena espina-se quejó Pepa
-Pero hija, ¿cómo no nos habías dicho algo de que ese zopenco te andaba molestando?
-Porque pensé que no era más que un donjuan de pacotilla, de esos que se les va toda la fuerza por la boca-trató de defenderse Belén-Además, si le llego a decir algo a los muchachos mucho me temo que le romperían la cara.
-Pues bien merecido que se lo tendría-apostilló Pepa-De todos modos, podrías haberle dicho algo a Emilia, que esa amiga mía necesita que le abran los ojos.
-Pensé en decirle algo, pero tenía miedo de que no me creyera. Al fin y al cabo, a mi apenas me conoce y se la ve tan embobada con el muchacho. Además…….
-Además ¿qué?- le instaron a que continuara
-Pues que si yo le decía algo a Emilia, seguro que Severiano se defendería diciendo que era un ardid de Alfonso y que yo solo estaba intentado ayudar a mi primo.
-Ahora sí que estoy perdida. ¿Qué tiene que ve Alfonso en todo esto?-preguntó Pepa.
Belén se quedó mirando para su tía, como si buscara su permiso para contar lo que le estaba sucediendo al mayor de los hermanos Castañeda. Fue la propia Rosario la que le explicó a la partera que su hijo estaba enamorado de Emilia, que sufría viéndola con ese catacaldos de Severiano, pero que lo único que había echo era rogarle a su supuesto “amigo” que no le hicierra daño a la chiquilla de los Ulloa.
-Ahora me explico yo tantas cosas-dijo Pepa mientras esbozaba una sonrisa- Por eso dejó de ir a la taberna y Emilia se quejaba de que no lo veía nunca. Lo cierto es que no me sorprende. Siempre sospeché que estaba enamorado de ella. Lo que no entiendo es que no le dijera nada.
-No sabes como es ese hijo mío, tan echado palante en todo pero a la vez tan tímido. No le dijo nada a ella, ni a nadie y se tragó el sufrimiento el solo. La única que ha sabido reconfortarlo algo ha sido Belén, que esta chica parece tener un don para escuchar.
Pero Belén ya no escuchaba nada. De nuevo yacía inconsciente.
#552
12/09/2011 13:16
El Calavera debería hacer esto en la serie y con Emilia para que apareciese el Cazador/ Leñador y le pegase un Achazo o un Escopetazo!!!
Espero que haya más jejejeje!
Espero que haya más jejejeje!
#553
12/09/2011 19:34
Yo sigo a lo mío, es decir, con mi historia paralela. Siento mucho si os caus mucho lío para gestionar la biblioteca.
-El ataque (2ª parte)-
Al cabo de media hora entraron por la puerta los tres hermanos acompañados de la doctora Casas y Sebastián. Belén seguía inconsciente en el camastro. Mariana y Rosario no podían ocultar su preocupación. La muchacha no paraba de moverse de un lado a otro de la estancia y su madre no dejaba de apretar el delantal entre sus manos. Pepa puso en antecedentes a la doctora, que escuchó atentamente las explicaciones. Mientras la reconocía todos permanecieron en sepulcral silencio. Finalmente, fue Alfonso el que tomó la palabra.
-¿Cómo está, doctora?
-Lo siento, pero no puedo darles un diagnóstico cierto. La herida no es muy profunda y veo que Pepa ha hecho un buen trabajo con la sutura. Pero no sabemos si el golpe ha dañado su cerebro-al momento se arrepintió de haber sido tan brusca y trató de suavizar sus palabras.-Aunque lo más normal es que sólo sea una conmoción y en un par de días este completamente restablecida. Pero sólo podemos esperar.
-¿Y no podemos hacer nada más?-preguntó Rosario
-No, lo siento. De todas formas, sería conveniente que la vigilaran toda la noche y si hay algún cambio me avisen inmediatamente.
-Pierda cuidado-intervino Pepa-Yo me quedo velándola y si hay alguna nueva mando a alguno de los muchachos a la posada para que le den aviso.
-De acuerdo- contestó secamente la doctora.
Cuando la galena hubo recogido su maletín, ella y Sebastián emprendieron el camino de retorno a la posada. Mientras, en casa de los Castañeda, Pepa instaba a todos para que fueran a descansar, ya que a la mañana siguiente tenían faena. Obedeciron de mala gana. Mariana, que aun estaba asustada, pidió a su madre dormir con ella, como cuando era una niña y le tenía miedo a las tormentas. Por su parte, los tres hombres se fueron al cuarto que compartían. Nínguno de ellos podía dormir, pero tampoco nínguno fue capaz de compartir sus preocupaciones. Cada cual trató de refugiarse en un recuerdo agradable para espantar la desazón: Juan soñó con su boda con Soledad, Alfonso pensó en el día en que sacó a bailar a Emilia en la plaza. Ramiro sólo pudo rezar. Nadie durmió bien aquella noche.
Apenas amanacía cuando todos partieron a sus quehaceres. Las mujeres se dirigieron a la casona; Juan fue para la iglesia, donde seguía encargándose de las pinturas del altar mayor; Alfonso y Ramiro se enfrentaban a otro duro día de trabajo en los campos de la Montenegro. Pepa los tranquilizó diciéndoles que su prima había pasado la noche tranquila. No tenía fiebre y su respiración era normal. “Seguro que cuando volvais de la faena ya estará despierta” sentenció. Y no se equivocó. Un poco antes del mediodía Belén abrió los ojos de nuevo. Estaba algo mareada pero ya no le dolía la cabeza.
-¿Cómo te encuentras, muchacha?-preguntó Pepa mientras la ayudaba a incorporarse en el camastro.
-Bien…eso creo. Estoy algo mareada.
-Es normal, con ese golpe. Toma, bebe algo-le dijo mientras le acercaba un vaso con agua.-Verás que alegría se llevan tus primos y tu tía cuando vean que ya te encuentras mejor, que no sabes el susto que se han llevado. Y ahora que te encuentras mejor, acaba de contarme lo que ayer nos relatabas de Severiano.
Ambas mujeres departieron durante un buen rato. Belén le contó de nuevo el encontronazo de la mañana anterior, la repulsa que siempre le había causado el mozo, su incapacidad para hablar con Emilia o el miedo que tenía a la posible reacción de sus primos, especialmente Alfonso, si se enteraban de lo ocurrido.
-En una cosa tienes razón zagala, es mejor no decirles nada a los muchachos. No tenemos pruebas para acusarlo y lo único que harían sería meterse en líos, que de seguro que le rompen más de un hueso al mamotreco ese. Y tampoco le vamos a decir nada a Emilia, por ahora. Yo intentaré advertirla que no se ilusione en demasía, pero mucho me temo que ya es tarde, que incluso está dispuesta a seguirlo a América-Pepa no pudo evitar una mueca de disgusto al pensar en la posibilidad de perder a su amiga del alma.
-Pero, entonces ¿qué hacemos?-preguntó la maestra.
-Por ahora tú descansar, que tienes que reponerte. Ya veré yo como hacemos para quitarle la careta a ese desalmado. Eso sí, tenemos que avisar a Rosario y a Mariana para que no se vayan de la lengua con los muchachos. Tenemos que dejarlos al marge.
-De acuerdo. No quiero que les pase nada a nínguno-susurrón Belén.
-¿Le has cogido mucho cariño a tus primos, verdad?-preguntó Pepa. No me extraña, hombres como ellos hay pocos en este pueblo.
-Sí, son extraodinarios-Belén no pudo reprimir la emoción-. Y lo más parecido que he tenido nunca a una familia.
Al cabo de un rato llegó Mariana, que se habia escapado un momento para saber de su prima. Al ver que Belén estaba ya consciente, volvió corriendo a la casona para poner al tanto a su madre. A la hora de la comida serían los hombres los que pudieron comprobar que la muchacha estaba mucho mejor. Alfonso la abrazó con fuerza mientras Juan le daba un sonoro beso en la mejilla. Ramiro, sin que sus hermanos se dieran cuenta, se escabulló fuera de la casa y lloró en silencio.
-El ataque (2ª parte)-
Al cabo de media hora entraron por la puerta los tres hermanos acompañados de la doctora Casas y Sebastián. Belén seguía inconsciente en el camastro. Mariana y Rosario no podían ocultar su preocupación. La muchacha no paraba de moverse de un lado a otro de la estancia y su madre no dejaba de apretar el delantal entre sus manos. Pepa puso en antecedentes a la doctora, que escuchó atentamente las explicaciones. Mientras la reconocía todos permanecieron en sepulcral silencio. Finalmente, fue Alfonso el que tomó la palabra.
-¿Cómo está, doctora?
-Lo siento, pero no puedo darles un diagnóstico cierto. La herida no es muy profunda y veo que Pepa ha hecho un buen trabajo con la sutura. Pero no sabemos si el golpe ha dañado su cerebro-al momento se arrepintió de haber sido tan brusca y trató de suavizar sus palabras.-Aunque lo más normal es que sólo sea una conmoción y en un par de días este completamente restablecida. Pero sólo podemos esperar.
-¿Y no podemos hacer nada más?-preguntó Rosario
-No, lo siento. De todas formas, sería conveniente que la vigilaran toda la noche y si hay algún cambio me avisen inmediatamente.
-Pierda cuidado-intervino Pepa-Yo me quedo velándola y si hay alguna nueva mando a alguno de los muchachos a la posada para que le den aviso.
-De acuerdo- contestó secamente la doctora.
Cuando la galena hubo recogido su maletín, ella y Sebastián emprendieron el camino de retorno a la posada. Mientras, en casa de los Castañeda, Pepa instaba a todos para que fueran a descansar, ya que a la mañana siguiente tenían faena. Obedeciron de mala gana. Mariana, que aun estaba asustada, pidió a su madre dormir con ella, como cuando era una niña y le tenía miedo a las tormentas. Por su parte, los tres hombres se fueron al cuarto que compartían. Nínguno de ellos podía dormir, pero tampoco nínguno fue capaz de compartir sus preocupaciones. Cada cual trató de refugiarse en un recuerdo agradable para espantar la desazón: Juan soñó con su boda con Soledad, Alfonso pensó en el día en que sacó a bailar a Emilia en la plaza. Ramiro sólo pudo rezar. Nadie durmió bien aquella noche.
Apenas amanacía cuando todos partieron a sus quehaceres. Las mujeres se dirigieron a la casona; Juan fue para la iglesia, donde seguía encargándose de las pinturas del altar mayor; Alfonso y Ramiro se enfrentaban a otro duro día de trabajo en los campos de la Montenegro. Pepa los tranquilizó diciéndoles que su prima había pasado la noche tranquila. No tenía fiebre y su respiración era normal. “Seguro que cuando volvais de la faena ya estará despierta” sentenció. Y no se equivocó. Un poco antes del mediodía Belén abrió los ojos de nuevo. Estaba algo mareada pero ya no le dolía la cabeza.
-¿Cómo te encuentras, muchacha?-preguntó Pepa mientras la ayudaba a incorporarse en el camastro.
-Bien…eso creo. Estoy algo mareada.
-Es normal, con ese golpe. Toma, bebe algo-le dijo mientras le acercaba un vaso con agua.-Verás que alegría se llevan tus primos y tu tía cuando vean que ya te encuentras mejor, que no sabes el susto que se han llevado. Y ahora que te encuentras mejor, acaba de contarme lo que ayer nos relatabas de Severiano.
Ambas mujeres departieron durante un buen rato. Belén le contó de nuevo el encontronazo de la mañana anterior, la repulsa que siempre le había causado el mozo, su incapacidad para hablar con Emilia o el miedo que tenía a la posible reacción de sus primos, especialmente Alfonso, si se enteraban de lo ocurrido.
-En una cosa tienes razón zagala, es mejor no decirles nada a los muchachos. No tenemos pruebas para acusarlo y lo único que harían sería meterse en líos, que de seguro que le rompen más de un hueso al mamotreco ese. Y tampoco le vamos a decir nada a Emilia, por ahora. Yo intentaré advertirla que no se ilusione en demasía, pero mucho me temo que ya es tarde, que incluso está dispuesta a seguirlo a América-Pepa no pudo evitar una mueca de disgusto al pensar en la posibilidad de perder a su amiga del alma.
-Pero, entonces ¿qué hacemos?-preguntó la maestra.
-Por ahora tú descansar, que tienes que reponerte. Ya veré yo como hacemos para quitarle la careta a ese desalmado. Eso sí, tenemos que avisar a Rosario y a Mariana para que no se vayan de la lengua con los muchachos. Tenemos que dejarlos al marge.
-De acuerdo. No quiero que les pase nada a nínguno-susurrón Belén.
-¿Le has cogido mucho cariño a tus primos, verdad?-preguntó Pepa. No me extraña, hombres como ellos hay pocos en este pueblo.
-Sí, son extraodinarios-Belén no pudo reprimir la emoción-. Y lo más parecido que he tenido nunca a una familia.
Al cabo de un rato llegó Mariana, que se habia escapado un momento para saber de su prima. Al ver que Belén estaba ya consciente, volvió corriendo a la casona para poner al tanto a su madre. A la hora de la comida serían los hombres los que pudieron comprobar que la muchacha estaba mucho mejor. Alfonso la abrazó con fuerza mientras Juan le daba un sonoro beso en la mejilla. Ramiro, sin que sus hermanos se dieran cuenta, se escabulló fuera de la casa y lloró en silencio.
#554
12/09/2011 19:37
Amor,lucha y rendición Capitulo 8
Terminaron de vestirse, deteniéndose a cada instante para robarse el aliento con un beso dulce y tierno, sintiendo en lo más profundo de su corazón que el enorme abismo que les había separado durante tantos años empezaba a disiparse de forma pareja a cómo seguía creciendo su amor. Francisca se sentía libre después de tantos y tantos años de agonía, y Raimundo…bueno,Raimundo no sabía cómo expresar con palabras la confusión de emociones que le recorrían de arriba abajo. Por un lado, el dolor y la culpabilidad que sentía tras la confesión de todos los pesares que había tenido que soportar Francisca tras sufrir su abandono. Y por otro, la enorme felicidad por haberla recuperado de nuevo y descubrir que tenía…un hijo.Un hijo de su pequeña. De repente sintió un pinchazo de orgullo. Tristán era un gran muchacho.
-¿Por qué te decidiste ahora a contarmelo Francisca?- Raimundo se puso frente a ella.
-Raimundo…- susurró ella acariciando suavemente su rostro
-No Francisca…no lo menciones,ni lo pienses siquiera.Tú NO vas a morir,¿me oyes? No lo permitiré- la abrazó,escondiendo su rostro en el hueco de su cuello. –Te vas a recuperar,y entonces nos casaremos- Francisca dio un respingo. Raimundo la miró con pasión –¿De qué te sorprendes? nada ni nadie podrá separame de ti.Nunca…- la rozó con sus labios –nunca…- y volvieron a fundirse convirtiéndose de nuevo,en un solo corazón.
Francisca se apoyó en su pecho -Será mejor que bajemos,tabernero. No se con qué cara voy a mirar a mis hijos para explicarles tu presencia aquí…y de esa guisa- aguantó una sonrisa que amenazaba con salir al recordar a Raimundo en el suelo sin pantalones.
-¿Qué te parece con la misma cara que tienes ahora mismo?- le besó la mejilla. –Está usted preciosa, futura señora Ulloa-
-¿Señora Ulloa?- Francisca enarcó una ceja- ¿Y porqué no…Señor Montenegro?- dándole golpecitos con el dedo en el pecho. Raimundo soltó una carcajada –Esta si es mi fierecilla…- le dio un fugaz beso en los labios y juntos bajaron al salón, donde tendrían que dar una buena explicación.
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------
-¿Me estás diciendo que madre y Don Raimundo se…se…-
-se querían Soledad- terminó Tristán la frase por ella. –Y aún se aman.No han podido dejar de hacerlo durante mas de 20 años-
-Me cuesta tanto creerlo hermano…aunque siento que ahora empiezan a encajar muchas cosas- Soledad hablaba como recordando acontecimientos pasados. –Claro,¡ahora lo entiendo todo!. Y además han sufrido tanto estando separados…- se apenó –Tristán, y si resulta que encima ahora…- se detuvo con un nudo en la garganta - ¿Y si ahora madre…?
-Dios no lo quiera,Soledad- interrumpió Don Anselmo,que se había mantenido en un segundo plano mientras los dos hermanos conversaban sobre los enamorados del piso de arriba. –Tu madre es fuerte y lo superará. Y Raimundo…- Don Anselmo se santiguó –parece que le ha dado los ánimos que necesitaba- volvió a santiguarse –Aunque debieron contener…sus instintos carnales- se santiguó de nuevo recordando la visión de Raimundo en cueros en el dormitorio de la señora.
Tristán pensó en Pepa y en lo mucho que amaba a aquella mujer. –Don Anselmo,cuando se ama de esa manera no se debe pedir perdón por los actos que uno comete…fuera del matrimonio-
Don Anselmo miró reprobador a Tristán. –Pasaré por alto tu comentario,muchacho.Como si no lo hubiera oido- sentenció el cura mientras mordía un tierno bollo de canela que Rosario les había llevado hace un momento.
Justo en ese momento hicieron acto de presencia en el salón una avergonzada Francisca y un sonriente Raimundo que la mantenía abrazada por la cintura.
-Buenos..días- trató de sobreponerse Francisca,apelando a todo su orgullo Montenegro.
-Más para unos que para otros- Don Anselmo pegó otro mordisco a su bollito.
Tristán no pudo por menos que carcajearse ante la frase del cura, la boca desencajada de su madre y el brillo burlón en los ojos de Raimundo.
-No se apene madre, no es necesaria ninguna explicación. Lo sabemos todo- dijo tranquilamente Tristán.
Francisca le miró asustada -¿Lo…lo sabes todo,hijo?- miró de reojo a Raimundo que la abrazó mas fuerte.
-¿Qué se han amado toda la vida? Si madre,y tanto Soledad como yo no podemos sentirmos más felices por ustedes-
Francisca y Raimundo soltaron el aire que estaban conteniedo. Parecía que Tristán aún no lo sabía…todo.Pero ahora no era el momento.
Soledad se acercó tímidamente a su madre. –Madre yo…- y sin decir una palabra más, se echó a sus brazos. Francisca sintió el corazón explotar dentro del pecho ante la reacción de Soledad.Poco a poco fue levantando los brazos y se aferró dulcemente a su hija. –Mi niña…-
Tristán posó su brazo alrededor de los hombros de Raimundo mientras observaban la escena,en un gesto tan natural, que éste sintió que el corazón se le escapaba por la boca.Su hijo.Su muchacho.No podía sentirse más orgulloso de él.
-Doña Francisca...- saludó el cura. –Raimundo…- le miró con el ceño fruncido. –Dada la situación que se está viviendo en estos momentos, no tendré en cuenta el…- no encontraba la palabra correcta- “espectáculo” que he tenido que soportar de buena mañana- miró a Raimundo.
Francisca soltó a su hija y se dirigió de nuevo hacia Raimundo. –Siento que haya tenido que soportarlo, padre. Pero ese “espectáculo” como usted lo llama, es simple y llanamente amor. Mi amor por Raimundo Ulloa- le miró con adoración. Y dicho lo cual,tomó el rostro de Raimundo y lo besó con pasión delante de todos los presentes.
Raimundo sonrió en mitad el beso y no pudo sino aferrar a Francisca, sintiendo en ese momento, una felicidad que hacía demasiado tiempo no sentía. Soledad se abrazó tiernamente a su hermano,mientras los dos miraban sonrientes a la pareja. Pero tras largos segundos en los que seguían besándose como posesos, Tristán carraspeó un tanto turbado.
Raimundo y Francisca separaron sus enrojecidas bocas,pero no se soltaron.Tardaron unos momentos en recuperarse y en ser conscientes de dónde estaban y sobre todo,con quién estaban. Despegaron su abrazo para encontrarse con Tristán y Soledad con la cabeza agachada,un tanto avergonzados por la pasión de la pareja,y a un Don Anselmo sentado en la butaca, dándose aire con una mano y santiguándose con la otra.
En ese momento llegó Mariana con un sobre en la mano.
-Disculpe señora,pero ha llegado esta carta para usted.Me dijeron que es urgente-
Francisca tomó el sobre y se dispuso a abrirlo.Cuando leyó el contenido, miró a sus hijos y a Raimundo.
-Parece que…hay noticias-
Terminaron de vestirse, deteniéndose a cada instante para robarse el aliento con un beso dulce y tierno, sintiendo en lo más profundo de su corazón que el enorme abismo que les había separado durante tantos años empezaba a disiparse de forma pareja a cómo seguía creciendo su amor. Francisca se sentía libre después de tantos y tantos años de agonía, y Raimundo…bueno,Raimundo no sabía cómo expresar con palabras la confusión de emociones que le recorrían de arriba abajo. Por un lado, el dolor y la culpabilidad que sentía tras la confesión de todos los pesares que había tenido que soportar Francisca tras sufrir su abandono. Y por otro, la enorme felicidad por haberla recuperado de nuevo y descubrir que tenía…un hijo.Un hijo de su pequeña. De repente sintió un pinchazo de orgullo. Tristán era un gran muchacho.
-¿Por qué te decidiste ahora a contarmelo Francisca?- Raimundo se puso frente a ella.
-Raimundo…- susurró ella acariciando suavemente su rostro
-No Francisca…no lo menciones,ni lo pienses siquiera.Tú NO vas a morir,¿me oyes? No lo permitiré- la abrazó,escondiendo su rostro en el hueco de su cuello. –Te vas a recuperar,y entonces nos casaremos- Francisca dio un respingo. Raimundo la miró con pasión –¿De qué te sorprendes? nada ni nadie podrá separame de ti.Nunca…- la rozó con sus labios –nunca…- y volvieron a fundirse convirtiéndose de nuevo,en un solo corazón.
Francisca se apoyó en su pecho -Será mejor que bajemos,tabernero. No se con qué cara voy a mirar a mis hijos para explicarles tu presencia aquí…y de esa guisa- aguantó una sonrisa que amenazaba con salir al recordar a Raimundo en el suelo sin pantalones.
-¿Qué te parece con la misma cara que tienes ahora mismo?- le besó la mejilla. –Está usted preciosa, futura señora Ulloa-
-¿Señora Ulloa?- Francisca enarcó una ceja- ¿Y porqué no…Señor Montenegro?- dándole golpecitos con el dedo en el pecho. Raimundo soltó una carcajada –Esta si es mi fierecilla…- le dio un fugaz beso en los labios y juntos bajaron al salón, donde tendrían que dar una buena explicación.
-----------------------------------------------------------------------------------------------------------
-¿Me estás diciendo que madre y Don Raimundo se…se…-
-se querían Soledad- terminó Tristán la frase por ella. –Y aún se aman.No han podido dejar de hacerlo durante mas de 20 años-
-Me cuesta tanto creerlo hermano…aunque siento que ahora empiezan a encajar muchas cosas- Soledad hablaba como recordando acontecimientos pasados. –Claro,¡ahora lo entiendo todo!. Y además han sufrido tanto estando separados…- se apenó –Tristán, y si resulta que encima ahora…- se detuvo con un nudo en la garganta - ¿Y si ahora madre…?
-Dios no lo quiera,Soledad- interrumpió Don Anselmo,que se había mantenido en un segundo plano mientras los dos hermanos conversaban sobre los enamorados del piso de arriba. –Tu madre es fuerte y lo superará. Y Raimundo…- Don Anselmo se santiguó –parece que le ha dado los ánimos que necesitaba- volvió a santiguarse –Aunque debieron contener…sus instintos carnales- se santiguó de nuevo recordando la visión de Raimundo en cueros en el dormitorio de la señora.
Tristán pensó en Pepa y en lo mucho que amaba a aquella mujer. –Don Anselmo,cuando se ama de esa manera no se debe pedir perdón por los actos que uno comete…fuera del matrimonio-
Don Anselmo miró reprobador a Tristán. –Pasaré por alto tu comentario,muchacho.Como si no lo hubiera oido- sentenció el cura mientras mordía un tierno bollo de canela que Rosario les había llevado hace un momento.
Justo en ese momento hicieron acto de presencia en el salón una avergonzada Francisca y un sonriente Raimundo que la mantenía abrazada por la cintura.
-Buenos..días- trató de sobreponerse Francisca,apelando a todo su orgullo Montenegro.
-Más para unos que para otros- Don Anselmo pegó otro mordisco a su bollito.
Tristán no pudo por menos que carcajearse ante la frase del cura, la boca desencajada de su madre y el brillo burlón en los ojos de Raimundo.
-No se apene madre, no es necesaria ninguna explicación. Lo sabemos todo- dijo tranquilamente Tristán.
Francisca le miró asustada -¿Lo…lo sabes todo,hijo?- miró de reojo a Raimundo que la abrazó mas fuerte.
-¿Qué se han amado toda la vida? Si madre,y tanto Soledad como yo no podemos sentirmos más felices por ustedes-
Francisca y Raimundo soltaron el aire que estaban conteniedo. Parecía que Tristán aún no lo sabía…todo.Pero ahora no era el momento.
Soledad se acercó tímidamente a su madre. –Madre yo…- y sin decir una palabra más, se echó a sus brazos. Francisca sintió el corazón explotar dentro del pecho ante la reacción de Soledad.Poco a poco fue levantando los brazos y se aferró dulcemente a su hija. –Mi niña…-
Tristán posó su brazo alrededor de los hombros de Raimundo mientras observaban la escena,en un gesto tan natural, que éste sintió que el corazón se le escapaba por la boca.Su hijo.Su muchacho.No podía sentirse más orgulloso de él.
-Doña Francisca...- saludó el cura. –Raimundo…- le miró con el ceño fruncido. –Dada la situación que se está viviendo en estos momentos, no tendré en cuenta el…- no encontraba la palabra correcta- “espectáculo” que he tenido que soportar de buena mañana- miró a Raimundo.
Francisca soltó a su hija y se dirigió de nuevo hacia Raimundo. –Siento que haya tenido que soportarlo, padre. Pero ese “espectáculo” como usted lo llama, es simple y llanamente amor. Mi amor por Raimundo Ulloa- le miró con adoración. Y dicho lo cual,tomó el rostro de Raimundo y lo besó con pasión delante de todos los presentes.
Raimundo sonrió en mitad el beso y no pudo sino aferrar a Francisca, sintiendo en ese momento, una felicidad que hacía demasiado tiempo no sentía. Soledad se abrazó tiernamente a su hermano,mientras los dos miraban sonrientes a la pareja. Pero tras largos segundos en los que seguían besándose como posesos, Tristán carraspeó un tanto turbado.
Raimundo y Francisca separaron sus enrojecidas bocas,pero no se soltaron.Tardaron unos momentos en recuperarse y en ser conscientes de dónde estaban y sobre todo,con quién estaban. Despegaron su abrazo para encontrarse con Tristán y Soledad con la cabeza agachada,un tanto avergonzados por la pasión de la pareja,y a un Don Anselmo sentado en la butaca, dándose aire con una mano y santiguándose con la otra.
En ese momento llegó Mariana con un sobre en la mano.
-Disculpe señora,pero ha llegado esta carta para usted.Me dijeron que es urgente-
Francisca tomó el sobre y se dispuso a abrirlo.Cuando leyó el contenido, miró a sus hijos y a Raimundo.
-Parece que…hay noticias-
#555
12/09/2011 21:51
La segunda parte de "Verdadero amor", espero que os guste imaginaros a Emilia celosa!
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/435/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/435/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
#556
12/09/2011 23:07
pepa... que grande.. ojalá pudieses poner esto en tu curriculum xke te contrataban fijo !!!! me tienes super intrigada... y el momento agresión... muy bueno en serio...
kerala.. todavia no me he puesto con el tuyo, pero en serio lo haré esque estoy liadiya... gracias de antemano por tu aportación ;O)
kerala.. todavia no me he puesto con el tuyo, pero en serio lo haré esque estoy liadiya... gracias de antemano por tu aportación ;O)
#557
12/09/2011 23:53
Aquí dejo la última parte ;-)
Sentada frente al espejo, Emilia cepillaba su cabello. Era el único relajo con el que había podido obsequiarse a lo largo del día, así que agradeció que los parroquianos se hicieran los remolones en abandonar el convite, reteniendo a su esposo.
Su esposo...
Había pasado todo tan rápido que aún no había tenido tiempo para asimilarlo. Una sonrisa se dibujó en sus labios al recordar el día que comenzó todo, el día que Alfonso Castañeda la hizo mujer. Recordaba cómo su cuerpo parecía flotar como en una nube cuando él la tomó de la mano para poner rumbo al pueblo, aunque hubiera ido a cualquier parte a la que Alfonso hubiera querido, sin necesidad de pedírselo siquiera.
De su mano llegaron a la taberna. Su padre estaba sentado a la mesa con el Padre Anselmo y algunos tertulianos y ella frenó el paso en un acceso de vergüenza, pero Alfonso apretó su mano y tiró de ella, arrimándola a él mientras seguía andando.
-Dichosos los ojos -recibió Raimundo a su hija con lo que debía ser un reproche, aunque sonrisa en boca.
-Discúlpeme, padre, yo...
-Don Raimundo...
Ambos buscaron excusarse a su manera pero Raimundo agitó su mano mandándolos callar.
-Creo que tenéis algo más importante que decirme -dirigió su vista a sus manos cogidas.
Alfonso y Emilia compartieron una mirada de aliento y él carraspeó intentando aclarar la garganta para que no le fallase la voz en ese momento.
-Don Raimundo -comenzó a decirle en tono solemne. -Me conoce desde que nací y sabe la clase de hombre en la que me he convertido. Ya le dije que mis intenciones para con Emilia son decentes, nunca me habría acercado a ella si no fuera así. Por eso quiero pedirle que me permita casarme con ella.
-Ya te dije un día que era Emilia la que tenía la última palabra -le recordó. -Si ella te quiere...
-Lo quiero, padre -Emilia tomó con ambas manos la de Alfonso, acercándose aún más a él.
-Entonces, hija, si mi opinión te merece alguna consideración, te diré que no podrías haber elegido un hombre mejor -le sonrió con aceptación.
Ambos jóvenes se miraron con la alegría rebosante en sus rostros.
-Pues, aprovechando que está aquí -Alfonso se dirigió ahora al Padre Anselmo, -quería saber si nos puede casar el próximo domingo.
El párroco casi escupe el trago de vino que estaba tomando.
-¿A qué las prisas?
Emilia también miró con asombro a Alfonso, pero calló. La idea poder ser su esposa en tan sólo unos días hacía que su corazón saltara de emoción.
-Creo que nos conocemos el tiempo suficiente como para saber que estamos hechos el uno para el otro -argumentó, pasando su brazo por encima de los hombros de Emilia. -Sólo necesitamos su bendición para poder empezar a formar nuestra propia familia.
-¿Alguna explicación más? -se chanceó Raimundo, haciendo el cura una mueca de disgusto, aunque ciertamente, no se podía negar.
-Sea, pues -accedió y Raimundo perdió tiempo en levantarse, alzando su vaso para que todos los presentes brindaran por el futuro de la nueva pareja, los mismos que también los habían acompañado en el que sería uno de los días más felices de sus vidas.
Ni ella ni Alfonso eran de pompa y boato, y la ceremonia fue sencilla, pero hermosa. Pepa se había empeñado en que Emilia usase el vestido de novia que Alberto le regaló y que nunca se llegó a usar, pero ella prefería vestir el mismo que vistió ella, el de su madre. Y aunque Pepa trató de disuadirla alegando que su matrimonio no había sido feliz y que era de mal fario, Emilia no creía en supersticiones y sabía que nada iba a impedir que fuera dichosa al lado de Alfonso, mucho menos un vestido. Mandó a pedir al colmado algunos encajes y blondas para retocarlo y el arreglo debió dar resultado porque cuando Alfonso la vio llegar del brazo de su padre, los ojos le brillaban, encandilado por aquella visión poco menos que celestial. Llevaba el cabello suelto, como a él le gustaba, cayendo sus ondas doradas sobre sus hombros y con una delicada corona de flores que Alfonso, a escondidas, le había visto hacer a su hermana Mariana, como único adorno. En realidad, no hacía falta más para que su imagen fuera como una aparición, tanto que, cuando la tuvo a su lado en el altar, Alfonso fue incapaz de contenerse y besó sus labios, tosiendo con disimulo el Padre Anselmo para llamarlo al orden.
Ambos sonrieron y miraron al frente, entrando entonces Emilia en una especie de ensoñación. Apenas podía seguir el sermón del padre. Todo era mirar de reojo a Alfonso, al que jamás había visto tan gallardo, enfundado en su traje y repeinado como un día de domingo. La sonrisa se le escapaba de los labios con cada ojeada que le echaba, se sentía orgullosa y afortunada porque el hombre más perfecto de toda la comarca y parte del extranjero iba a ser su esposo.
Su esposo...
Y YO SIN VERTE – 5ª PARTE
Sentada frente al espejo, Emilia cepillaba su cabello. Era el único relajo con el que había podido obsequiarse a lo largo del día, así que agradeció que los parroquianos se hicieran los remolones en abandonar el convite, reteniendo a su esposo.
Su esposo...
Había pasado todo tan rápido que aún no había tenido tiempo para asimilarlo. Una sonrisa se dibujó en sus labios al recordar el día que comenzó todo, el día que Alfonso Castañeda la hizo mujer. Recordaba cómo su cuerpo parecía flotar como en una nube cuando él la tomó de la mano para poner rumbo al pueblo, aunque hubiera ido a cualquier parte a la que Alfonso hubiera querido, sin necesidad de pedírselo siquiera.
De su mano llegaron a la taberna. Su padre estaba sentado a la mesa con el Padre Anselmo y algunos tertulianos y ella frenó el paso en un acceso de vergüenza, pero Alfonso apretó su mano y tiró de ella, arrimándola a él mientras seguía andando.
-Dichosos los ojos -recibió Raimundo a su hija con lo que debía ser un reproche, aunque sonrisa en boca.
-Discúlpeme, padre, yo...
-Don Raimundo...
Ambos buscaron excusarse a su manera pero Raimundo agitó su mano mandándolos callar.
-Creo que tenéis algo más importante que decirme -dirigió su vista a sus manos cogidas.
Alfonso y Emilia compartieron una mirada de aliento y él carraspeó intentando aclarar la garganta para que no le fallase la voz en ese momento.
-Don Raimundo -comenzó a decirle en tono solemne. -Me conoce desde que nací y sabe la clase de hombre en la que me he convertido. Ya le dije que mis intenciones para con Emilia son decentes, nunca me habría acercado a ella si no fuera así. Por eso quiero pedirle que me permita casarme con ella.
-Ya te dije un día que era Emilia la que tenía la última palabra -le recordó. -Si ella te quiere...
-Lo quiero, padre -Emilia tomó con ambas manos la de Alfonso, acercándose aún más a él.
-Entonces, hija, si mi opinión te merece alguna consideración, te diré que no podrías haber elegido un hombre mejor -le sonrió con aceptación.
Ambos jóvenes se miraron con la alegría rebosante en sus rostros.
-Pues, aprovechando que está aquí -Alfonso se dirigió ahora al Padre Anselmo, -quería saber si nos puede casar el próximo domingo.
El párroco casi escupe el trago de vino que estaba tomando.
-¿A qué las prisas?
Emilia también miró con asombro a Alfonso, pero calló. La idea poder ser su esposa en tan sólo unos días hacía que su corazón saltara de emoción.
-Creo que nos conocemos el tiempo suficiente como para saber que estamos hechos el uno para el otro -argumentó, pasando su brazo por encima de los hombros de Emilia. -Sólo necesitamos su bendición para poder empezar a formar nuestra propia familia.
-¿Alguna explicación más? -se chanceó Raimundo, haciendo el cura una mueca de disgusto, aunque ciertamente, no se podía negar.
-Sea, pues -accedió y Raimundo perdió tiempo en levantarse, alzando su vaso para que todos los presentes brindaran por el futuro de la nueva pareja, los mismos que también los habían acompañado en el que sería uno de los días más felices de sus vidas.
Ni ella ni Alfonso eran de pompa y boato, y la ceremonia fue sencilla, pero hermosa. Pepa se había empeñado en que Emilia usase el vestido de novia que Alberto le regaló y que nunca se llegó a usar, pero ella prefería vestir el mismo que vistió ella, el de su madre. Y aunque Pepa trató de disuadirla alegando que su matrimonio no había sido feliz y que era de mal fario, Emilia no creía en supersticiones y sabía que nada iba a impedir que fuera dichosa al lado de Alfonso, mucho menos un vestido. Mandó a pedir al colmado algunos encajes y blondas para retocarlo y el arreglo debió dar resultado porque cuando Alfonso la vio llegar del brazo de su padre, los ojos le brillaban, encandilado por aquella visión poco menos que celestial. Llevaba el cabello suelto, como a él le gustaba, cayendo sus ondas doradas sobre sus hombros y con una delicada corona de flores que Alfonso, a escondidas, le había visto hacer a su hermana Mariana, como único adorno. En realidad, no hacía falta más para que su imagen fuera como una aparición, tanto que, cuando la tuvo a su lado en el altar, Alfonso fue incapaz de contenerse y besó sus labios, tosiendo con disimulo el Padre Anselmo para llamarlo al orden.
Ambos sonrieron y miraron al frente, entrando entonces Emilia en una especie de ensoñación. Apenas podía seguir el sermón del padre. Todo era mirar de reojo a Alfonso, al que jamás había visto tan gallardo, enfundado en su traje y repeinado como un día de domingo. La sonrisa se le escapaba de los labios con cada ojeada que le echaba, se sentía orgullosa y afortunada porque el hombre más perfecto de toda la comarca y parte del extranjero iba a ser su esposo.
Su esposo...
#558
12/09/2011 23:53
El espejo reflejó dos manos que se acercaban y apartaban el cabello de sus hombros. Emilia cerró los ojos esperando a que llegara ese beso que Alfonso depositó en la curva de su cuello, haciéndola suspirar. Una de esas manos tomó su mejilla, girándole un poco el rostro y Alfonso alcanzó sus labios con los suyos en un beso dulce a la par que intenso. Emilia sentía que se le derretían los huesos y, aunque en esos días habían llegado a darse mil y un besos, las tan nombradas mariposas seguían asaltando su estómago, al igual que esos deseos de más. Sabiéndole a poco, Emilia se levantó y aderezó ese beso con la cercanía de sus cuerpos, rodeando el cuello de Alfonso con sus brazos y pegándose a él.
-Buenas noches, señora Castañeda -susurró él sobre sus labios.
Emilia sonrió. Aquello sonaba demasiado bien y más de boca de Alfonso.
-Ya te echaba de menos -le respondió batiendo las pestañas con coquetería.
-Parecía que no iban a irse nunca cuando lo que yo más quería era venir a refugiarme en tus brazos -admitió mientras se los besaba. -Muy pronto me has dejado solo. ¿Acabamos de casarnos y ya abandonas a tu marido? -bromeó mirándola con falso recelo.
-Quería que Pepa me ayudara con el vestido.
-¿Y crees que yo no soy bueno para ese menester? -susurró en su oído mientras sus manos se cerraban alrededor de la cintura encorsetada de Emilia. Ella se estremeció de pies a cabeza y tuvo que buscar su voz en el fondo de su garganta para poder contestarle.
-Tú eres bueno para cualquier cosa que te propongas, Alfonso Castañeda.
-Me basta con ser bueno para ti -musitó, esta vez sobre la boca de Emilia, que comenzó a besar con tormentosa lentitud, en tanto sus dedos jugueteaban con los lazos de su espalda.
Aunque Alfonso liberó su cuerpo de aquella ceñida prenda, Emilia siguió sin recuperar el aliento pues parecía que Alfonso se había propuesto hacerla desfallecer con las atenciones que su boca le dispensaba. Atinó a dominar sus manos y las llevó a su chaleco, donde los botones parecían resistírseles a sus dedos temblorosos. Él los aprisionó entre los suyos y los llevó a sus labios con mirada sugerente.
-Creí que ya no tendrías miedo después de...
-Y no lo tengo -respondió ella, deseando que fuera su boca la que ocupara el lugar de sus dedos.
Alfonso sonrió con picardía. Soltó sus manos y se separó de ella lo mínimo para poder ser él mismo quien se hiciera cargo de aquellos botones. Emilia lo miraba embelesada, atenta a sus movimientos y a como iba dejando al descubierto su torso, cuya visión era para ella como un imán. Apenas había dejado caer Alfonso su camisa al suelo cuando Emilia consumía el paso que los separaba y posaba sus manos en su pecho. Aunque, esta vez, no se conformó sólo con pasear sus dedos por su piel, también acercó sus labios para saborearla.
Alfonso suspiró sintiendo cómo su cuerpo se incendiaba. Tal vez Emilia no era consciente pero era capaz de embrujarlo con una sola de sus caricias. La asió por la nuca y asaltó sus labios, lleno del ardor que ella le provocaba y el beso se tornó exigente, profundo, íntimo, con el roce de sus lenguas alimentando su pasión.
Llevado por la necesidad de sentirla más cerca, Alfonso la alzó en sus brazos y la llevó a la cama. Las manos iban viajando por sus cuerpos, despojándose de toda ropa hasta que quedaron desnudos, tumbados sobre el lecho, piel con piel, calor con calor. Sus labios volvieron a buscarse. Emilia enredó sus finos dedos en el cabello de Alfonso y él los deslizó hasta su cintura, acercándola más a él mientras sus bocas se fundían en ese beso, impregnado en frenesí y locura y la creciente necesidad de pertenecerse resbalando por su piel.
Emilia arqueó su cuerpo al sentir los dedos de Alfonso asaltando su intimidad en una caricia que le hacía arder las entrañas y temblando de anticipación, sabiendo lo que estaba por llegar y preguntándose cuan alto llegarían. Aunque, ahora, no se sentía prisionera de aquel miedo virginal de la primera vez, el amor de Alfonso la hacía sentirse libre y no quiso reprimir sus deseos. Del mismo modo que él, una de sus manos se escurrió hasta su masculinidad, apresando su longitud entre sus dedos y Alfonso gimió sobre su boca por lo inesperado de la caricia y por cuanto la deseaba, quería que Emilia lo amara con toda su alma, pero, también con todo su cuerpo. Tuvo que romper el beso en busca de aire y apoyó su rostro en la cama y, el atisbo de inseguridad que asaltó a Emilia a causa de inexperiencia, se diluyó el en instante que notó su agitada respiración cerca de su oído. Sintiéndose más osada, acrecentó la intensidad de su caricia y Alfonso profundizó la suya como respuesta, entremezclándose sus gemidos en uno.
-Me estás volviendo loco -jadeó Alfonso contra su cuello.
Emilia no pudo evitar sonreír al saber lo que provocaba en él, y giró su rostro en busca de sus ojos.
-Yo estoy a punto de rogarte que me hagas tuya -le susurró.
Y Alfonso tomó sus labios con lujuria y desenfreno mientras se colocaba sobre ella.
El encuentro de sus cuerpos fue urgente, desesperado, enfermos los dos de un desasosiego que no desapareció hasta que se unieron, fundiéndose en uno. Se convirtieron en olas de mar, que iban y venían buscando el estrellarse contra las rocas, mientras su sangre bullía como blanca espuma y el sudor se impregnaba en la piel como la sal. La misma corriente fluía entre ellos, acompasando su respiración y sus movimientos que cada vez descendían a mayor profundidad para luego resurgir, aproximándose hasta aquella playa donde reposaba su placer, acariciándolo cada vez más y más.
Emilia sintió su centro palpitar.
-Alfonso... -musitó su nombre.
Y él creyó que iba a estallar. Acunó las caderas de Emilia contra él, ahondando más en su humedad y sintiendo como, al poco, el interior vibrante de Emilia se cerraba a su alrededor en creciente clímax y liberando así el suyo. La ola reventó al fin contra la orilla, en miles de brillantes gotas de mar.
Lentamente, el éxtasis se fue diluyendo como arena entre sus dedos, de forma dulce y suave. A Alfonso apenas le restaron fuerzas para acomodarse fuera de ella y tumbarse de espaldas con Emilia entre sus brazos, que entreabría los labios intentado recuperar el aliento. Aún no lo hacía cuando notó los dedos de Alfonso enredándose en las hebras de su pelo. Ella sonrió conmovida por la dulzura de su caricia, aun cuando acababan de vivir un momento de intensa pasión. Así era Alfonso, capaz de mostrarse como el más fogoso de los amantes sin dejar de ser el más tierno de los esposos.
-Me gustaría que siempre lo llevaras suelto -le escuchó decir. Ella apoyó su barbilla en su pecho para poder mirarlo.
-Si eso te hace feliz, así será.
-¿Feliz? -le sonrió de medio lado. -Ahora mismo no hay hombre más feliz que yo en este mundo.
-Pero puede que haya una mujer -le insinuó ella con voz suave. -Te amo, Alfonso.
-No más que yo a ti -le respondió en tono grave.
Le tomó la mejilla y la besó llenó de ansia y devoción hacia ella, haciendo que rodaran ambos en la cama hasta que quedó sobre ella. Un suspiro escapó de los labios femeninos embriagada por su arrebato y él bebió de ese soplo de vida, sabiendo que ella iluminaría sus días y él velaría sus noches.
-Buenas noches, señora Castañeda -susurró él sobre sus labios.
Emilia sonrió. Aquello sonaba demasiado bien y más de boca de Alfonso.
-Ya te echaba de menos -le respondió batiendo las pestañas con coquetería.
-Parecía que no iban a irse nunca cuando lo que yo más quería era venir a refugiarme en tus brazos -admitió mientras se los besaba. -Muy pronto me has dejado solo. ¿Acabamos de casarnos y ya abandonas a tu marido? -bromeó mirándola con falso recelo.
-Quería que Pepa me ayudara con el vestido.
-¿Y crees que yo no soy bueno para ese menester? -susurró en su oído mientras sus manos se cerraban alrededor de la cintura encorsetada de Emilia. Ella se estremeció de pies a cabeza y tuvo que buscar su voz en el fondo de su garganta para poder contestarle.
-Tú eres bueno para cualquier cosa que te propongas, Alfonso Castañeda.
-Me basta con ser bueno para ti -musitó, esta vez sobre la boca de Emilia, que comenzó a besar con tormentosa lentitud, en tanto sus dedos jugueteaban con los lazos de su espalda.
Aunque Alfonso liberó su cuerpo de aquella ceñida prenda, Emilia siguió sin recuperar el aliento pues parecía que Alfonso se había propuesto hacerla desfallecer con las atenciones que su boca le dispensaba. Atinó a dominar sus manos y las llevó a su chaleco, donde los botones parecían resistírseles a sus dedos temblorosos. Él los aprisionó entre los suyos y los llevó a sus labios con mirada sugerente.
-Creí que ya no tendrías miedo después de...
-Y no lo tengo -respondió ella, deseando que fuera su boca la que ocupara el lugar de sus dedos.
Alfonso sonrió con picardía. Soltó sus manos y se separó de ella lo mínimo para poder ser él mismo quien se hiciera cargo de aquellos botones. Emilia lo miraba embelesada, atenta a sus movimientos y a como iba dejando al descubierto su torso, cuya visión era para ella como un imán. Apenas había dejado caer Alfonso su camisa al suelo cuando Emilia consumía el paso que los separaba y posaba sus manos en su pecho. Aunque, esta vez, no se conformó sólo con pasear sus dedos por su piel, también acercó sus labios para saborearla.
Alfonso suspiró sintiendo cómo su cuerpo se incendiaba. Tal vez Emilia no era consciente pero era capaz de embrujarlo con una sola de sus caricias. La asió por la nuca y asaltó sus labios, lleno del ardor que ella le provocaba y el beso se tornó exigente, profundo, íntimo, con el roce de sus lenguas alimentando su pasión.
Llevado por la necesidad de sentirla más cerca, Alfonso la alzó en sus brazos y la llevó a la cama. Las manos iban viajando por sus cuerpos, despojándose de toda ropa hasta que quedaron desnudos, tumbados sobre el lecho, piel con piel, calor con calor. Sus labios volvieron a buscarse. Emilia enredó sus finos dedos en el cabello de Alfonso y él los deslizó hasta su cintura, acercándola más a él mientras sus bocas se fundían en ese beso, impregnado en frenesí y locura y la creciente necesidad de pertenecerse resbalando por su piel.
Emilia arqueó su cuerpo al sentir los dedos de Alfonso asaltando su intimidad en una caricia que le hacía arder las entrañas y temblando de anticipación, sabiendo lo que estaba por llegar y preguntándose cuan alto llegarían. Aunque, ahora, no se sentía prisionera de aquel miedo virginal de la primera vez, el amor de Alfonso la hacía sentirse libre y no quiso reprimir sus deseos. Del mismo modo que él, una de sus manos se escurrió hasta su masculinidad, apresando su longitud entre sus dedos y Alfonso gimió sobre su boca por lo inesperado de la caricia y por cuanto la deseaba, quería que Emilia lo amara con toda su alma, pero, también con todo su cuerpo. Tuvo que romper el beso en busca de aire y apoyó su rostro en la cama y, el atisbo de inseguridad que asaltó a Emilia a causa de inexperiencia, se diluyó el en instante que notó su agitada respiración cerca de su oído. Sintiéndose más osada, acrecentó la intensidad de su caricia y Alfonso profundizó la suya como respuesta, entremezclándose sus gemidos en uno.
-Me estás volviendo loco -jadeó Alfonso contra su cuello.
Emilia no pudo evitar sonreír al saber lo que provocaba en él, y giró su rostro en busca de sus ojos.
-Yo estoy a punto de rogarte que me hagas tuya -le susurró.
Y Alfonso tomó sus labios con lujuria y desenfreno mientras se colocaba sobre ella.
El encuentro de sus cuerpos fue urgente, desesperado, enfermos los dos de un desasosiego que no desapareció hasta que se unieron, fundiéndose en uno. Se convirtieron en olas de mar, que iban y venían buscando el estrellarse contra las rocas, mientras su sangre bullía como blanca espuma y el sudor se impregnaba en la piel como la sal. La misma corriente fluía entre ellos, acompasando su respiración y sus movimientos que cada vez descendían a mayor profundidad para luego resurgir, aproximándose hasta aquella playa donde reposaba su placer, acariciándolo cada vez más y más.
Emilia sintió su centro palpitar.
-Alfonso... -musitó su nombre.
Y él creyó que iba a estallar. Acunó las caderas de Emilia contra él, ahondando más en su humedad y sintiendo como, al poco, el interior vibrante de Emilia se cerraba a su alrededor en creciente clímax y liberando así el suyo. La ola reventó al fin contra la orilla, en miles de brillantes gotas de mar.
Lentamente, el éxtasis se fue diluyendo como arena entre sus dedos, de forma dulce y suave. A Alfonso apenas le restaron fuerzas para acomodarse fuera de ella y tumbarse de espaldas con Emilia entre sus brazos, que entreabría los labios intentado recuperar el aliento. Aún no lo hacía cuando notó los dedos de Alfonso enredándose en las hebras de su pelo. Ella sonrió conmovida por la dulzura de su caricia, aun cuando acababan de vivir un momento de intensa pasión. Así era Alfonso, capaz de mostrarse como el más fogoso de los amantes sin dejar de ser el más tierno de los esposos.
-Me gustaría que siempre lo llevaras suelto -le escuchó decir. Ella apoyó su barbilla en su pecho para poder mirarlo.
-Si eso te hace feliz, así será.
-¿Feliz? -le sonrió de medio lado. -Ahora mismo no hay hombre más feliz que yo en este mundo.
-Pero puede que haya una mujer -le insinuó ella con voz suave. -Te amo, Alfonso.
-No más que yo a ti -le respondió en tono grave.
Le tomó la mejilla y la besó llenó de ansia y devoción hacia ella, haciendo que rodaran ambos en la cama hasta que quedó sobre ella. Un suspiro escapó de los labios femeninos embriagada por su arrebato y él bebió de ese soplo de vida, sabiendo que ella iluminaría sus días y él velaría sus noches.
#559
13/09/2011 02:57
La puebla queria darte las gracias, una vez mas por k me ha llegado esa dedicatoria no sabes cuanto y lo de la flor ya ni te digo!!
Lo he leido todo, todo y todo, excepto a abril y a kerala k las dejo para mañana por ser muy largo, lo siento.
Mari como me he echo maratoon te he apuntado todo lo que falta, en orden alfabetico si la neurona no me ha fallado y bueno a kerala hay que hacerle banner pero si quieres por lo pronto ponlo sin banner y mañana se hace o guardate los enlaces para cuando tenga, si no podeis hacerlo ninguna mañana ya lo hare yo, a ver si saco un hueco:
--------------------
Rincon de abril:
La chica de la trenza. Parte 7 y 8 --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/27/la-biblioteca-historias-paralelas/
Rincon de Alfemi:
Pensando en ti --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/403/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Yo te elegi a ti. Primera parte --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/439/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Rincon de Kerala:
Amor, Lucha y Rendicion Partes I,II,II,IV,V,VI,VII --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/28/la-biblioteca-historias-paralelas/
Parte VIII --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/29/la-biblioteca-historias-paralelas/
Rincon de LaPuebla:
Parte 8 de la nueva vecina, la mejor por k me la dedica a mi ;P --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/27/la-biblioteca-historias-paralelas/
Parte 9 (el ataque) --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/28/la-biblioteca-historias-paralelas/
Parte 10 (2º Parte de “el ataque”) --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/29/la-biblioteca-historias-paralelas/
Rincon de LNAEOWYN:
Masaje --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/500/97/el-rincon-de-dona-francisca-y-raimundo/
Para el rincón de miri:
Un zas en toda la boca para “el adonis” y un beso para el adonis --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/385/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Rincon de Olsi
Verdadero amor. Parte I --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/425/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Verdadero amor.Parte II --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/435/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Rincon de Riona:
Y yo sin verte. Parte V --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/29/la-biblioteca-historias-paralelas/
Lo he leido todo, todo y todo, excepto a abril y a kerala k las dejo para mañana por ser muy largo, lo siento.
Mari como me he echo maratoon te he apuntado todo lo que falta, en orden alfabetico si la neurona no me ha fallado y bueno a kerala hay que hacerle banner pero si quieres por lo pronto ponlo sin banner y mañana se hace o guardate los enlaces para cuando tenga, si no podeis hacerlo ninguna mañana ya lo hare yo, a ver si saco un hueco:
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Rincon de abril:
La chica de la trenza. Parte 7 y 8 --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/27/la-biblioteca-historias-paralelas/
Rincon de Alfemi:
Pensando en ti --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/403/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Yo te elegi a ti. Primera parte --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/439/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Rincon de Kerala:
Amor, Lucha y Rendicion Partes I,II,II,IV,V,VI,VII --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/28/la-biblioteca-historias-paralelas/
Parte VIII --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/29/la-biblioteca-historias-paralelas/
Rincon de LaPuebla:
Parte 8 de la nueva vecina, la mejor por k me la dedica a mi ;P --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/27/la-biblioteca-historias-paralelas/
Parte 9 (el ataque) --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/28/la-biblioteca-historias-paralelas/
Parte 10 (2º Parte de “el ataque”) --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/29/la-biblioteca-historias-paralelas/
Rincon de LNAEOWYN:
Masaje --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/500/97/el-rincon-de-dona-francisca-y-raimundo/
Para el rincón de miri:
Un zas en toda la boca para “el adonis” y un beso para el adonis --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/385/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Rincon de Olsi
Verdadero amor. Parte I --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/425/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Verdadero amor.Parte II --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/435/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Rincon de Riona:
Y yo sin verte. Parte V --> https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/29/la-biblioteca-historias-paralelas/
#560
13/09/2011 11:00
Y ahí va otra de mis locuras, jejeje. Se llama "Qué borrachera, qué barbaridad..."
Francisca sintió que aquel condenado día duraba más que veinticuatro horas. Sí, había sido un día para olvidar. Soledad había cometido un grave error con los riegos y la cosecha de judías se había ido al mismo infierno. Tristán no hacía más que preocuparse, adelgazar y trabajar a destajo para mantener la mente ocupada y no dejarse llevar por la angustia de no tener aún a Martín. La condenada partera parecía haberse vuelto más deslenguada todavía por esa misma preocupación. Y para colmo de males, Mauricio la estaba volviendo a desquiciar, quejándose por enésima vez de Soledad. Su paciencia se colmó definitivamente.
- ¡Ya basta!- explotó.- Escúchame bien, zopenco descerebrado. No quiero volver a oír una sola palabra de queja contra Soledad. Porque te juro que como vuelvas otra vez al mismo tema, no sólo las judías se irán al diablo. ¿Entendido??
Mauricio se quedó completamente inmóvil y en silencio.
- Sí... señora.- pudo decir.
- Estupendo. Y ahora, desaparece de mi vista. ¡Largo!
El rudo capataz la miró temeroso. Se retiró con tanta prisa que tropezó con la alfombra, pero finalmente pudo salir por la puerta. Francisca sentía que se la llevaban los demonios. Dios, si no descargaba pronto su furia, la mataría. Miró a su alrededor como si buscase destrozar algo, lo que fuera. Sus ojos se detuvieron en un diminuto retrato de su madre. Relámpagos de rencor brillaron en sus pupilas y sin más preámbulos, tomó el retrato y lo lanzó con todas sus fuerzas por la ventana. Se sentó en la butaca, un tanto derrotada, pero sintiéndose bastante mejor. Tenía sed. Se fijó en la botella de coñac que reposaba en la mesita. No lo pensó y se sirvió una copa. La bebió casi de golpe, sintiendo cómo el dorado líquido le abrasaba la garganta. Ese calor la hizo sentir mucho mejor. Sus manos tomaron de nuevo la botella y se sirvió otra copa. Volvió a sentir otra vez el calor, esta vez más agradable aún. Su mente pareció ir a la deriva, olvidándose de todos sus problemas. Sí... se sentía realmente mejor, aunque un poquito mareada.
- Toc, toc.
Francisca miró entre irritada y sarcástica la puerta.
- Pase, don Anselmo, que es el único que faltaba.- susurró arrastrando las palabras.
La tímida cara de Mariana se asomó por la puerta.
- Señora... perdone pero Raimundo Ulloa solicita verla.
- ¿De veras?- Francisca casi rió burlona. La pobre Mariana se quedó con la boca abierta ante su extraño comportamiento. - Vaya, era el otro que faltaba. Dile que pase.
- Sí señora.- la chica empezó a retirarse pero se volvió para mirarla.- Señora, ¿se encuentra bien?
- Oh, de maravilla, ¿no me ves?- respondió ella irónica.- He perdido media cosecha, mi nieto sigue sin aparecer y mi hijo sigue encamándose con la partera. Pero estoy de maravilla.
La pobre muchacha consideró que era mejor retirarse. Francisca bufó irónica y tomó de nuevo la copa, llenándola. La puerta se abrió de nuevo para dar paso a Raimundo Ulloa.
- Vaya, pero si tenemos aquí al más respetable tabernero de Puente Viejo.- soltó ella con sorna mientras brindaba por él con sarcasmo.
Raimundo se quedó de piedra ante la escena. Francisca estaba en pie frente a él, tambaleándose ligeramente mientras se bebía la copa. Ella le miraba risueña, con las mejillas encendidas. Sintió que se le descolgaba la mandíbula al ver mediada la botella de coñac.
- Francisca... ¿Qué demonios...? - la miró perplejo.- Creo que ya has bebido suficiente por esta noche.- le dijo, intentado quitarle la copa.
Pero ella retrocedió tozuda, sujetándola.
- No seas aguafiestas, Raimundo.- dijo ella con un mohín.
Raimundo tragó saliva mientras su condenada cabeza le jugaba una mala pasada considerando que aquel mohín era irresistible. Resopló desesperado. De pronto, ella le había cogido juguetonamente del brazo.
- Vamos, hombre, no pongas esa cara de funeral y brinda conmigo.- ella le tendió la copa a un atónito Raimundo, disponiéndose a coger ella otra copa más. Raimundo la detuvo, dejando la copa sobre la mesa.
- Francisca, ¿te has vuelto loca? Estás... borracha...- ella sólo rió divertida mientras le acercaba de nuevo la copa hasta que tocó el borde con los labios de él. Raimundo retrocedió e intentó quitarle de nuevo la copa, pero ella fue más rápida y la apartó fuera del alcance de Raimundo.
- Pues sí que eres un aguafiestas.- dijo con una mueca burlona. Apoyó la copa en el mismo borde que habían tocado los labios de Raimundo y acabó el contenido de un trago.
Raimundo creyó que acabaría volviéndose loco. Aferró a Francisca por los hombros y casi la sacudió, intentando que volviera a ser ella.
- Francisca, para ya.- le arrebató de nuevo la copa.- ¿Se puede saber qué diablos ha pasado... para que te pongas a beber como una posesa?
- Nada hombre, ¿qué ha de pasar en mi maravillosa vida?- el alcohol parecía multiplicar su natural ironía hasta límites insospechados.- Mi nieto no aparece, tengo que verle la cara a Mauricio todos los días, mi hija se está convirtiendo en una amargada, mi hijo echa a perder su vida con una pobre infeliz y aún por encima, el hombre que me robó el corazón desde que era una cría es lo bastante idiota como para seguir empeñado en continuar siendo mi enemigo después de decirme que todavía me quiere.- terminó con un bufido malicioso.- Como puedes ver, mi vida es de lo más interesante que hay en este ilustre pueblo. Sobre todo por verle la cara a Mauricio toooodos los días.
Raimundo sintió que un latigazo le recorría desde la cabeza a los pies. Se había quedado sin habla ante las palabras de ella. Francisca hizo una mueca irónica.
- Pero no te preocupes, hombre. No hay nada que no pueda arreglar una copita de coñac.
Ella se soltó del agarre de Raimundo y se dirigió de nuevo a la mesita donde reposaba la botella. Raimundo se lo impidió, interponiéndose.
- Francisca, no vas a beber más esta noche.- dijo él, rotundo.
- ¿Y quién me lo va a impedir, tú?- repuso burlona.
- Puedes apostar a que sí.
Francisca sintió que aquel condenado día duraba más que veinticuatro horas. Sí, había sido un día para olvidar. Soledad había cometido un grave error con los riegos y la cosecha de judías se había ido al mismo infierno. Tristán no hacía más que preocuparse, adelgazar y trabajar a destajo para mantener la mente ocupada y no dejarse llevar por la angustia de no tener aún a Martín. La condenada partera parecía haberse vuelto más deslenguada todavía por esa misma preocupación. Y para colmo de males, Mauricio la estaba volviendo a desquiciar, quejándose por enésima vez de Soledad. Su paciencia se colmó definitivamente.
- ¡Ya basta!- explotó.- Escúchame bien, zopenco descerebrado. No quiero volver a oír una sola palabra de queja contra Soledad. Porque te juro que como vuelvas otra vez al mismo tema, no sólo las judías se irán al diablo. ¿Entendido??
Mauricio se quedó completamente inmóvil y en silencio.
- Sí... señora.- pudo decir.
- Estupendo. Y ahora, desaparece de mi vista. ¡Largo!
El rudo capataz la miró temeroso. Se retiró con tanta prisa que tropezó con la alfombra, pero finalmente pudo salir por la puerta. Francisca sentía que se la llevaban los demonios. Dios, si no descargaba pronto su furia, la mataría. Miró a su alrededor como si buscase destrozar algo, lo que fuera. Sus ojos se detuvieron en un diminuto retrato de su madre. Relámpagos de rencor brillaron en sus pupilas y sin más preámbulos, tomó el retrato y lo lanzó con todas sus fuerzas por la ventana. Se sentó en la butaca, un tanto derrotada, pero sintiéndose bastante mejor. Tenía sed. Se fijó en la botella de coñac que reposaba en la mesita. No lo pensó y se sirvió una copa. La bebió casi de golpe, sintiendo cómo el dorado líquido le abrasaba la garganta. Ese calor la hizo sentir mucho mejor. Sus manos tomaron de nuevo la botella y se sirvió otra copa. Volvió a sentir otra vez el calor, esta vez más agradable aún. Su mente pareció ir a la deriva, olvidándose de todos sus problemas. Sí... se sentía realmente mejor, aunque un poquito mareada.
- Toc, toc.
Francisca miró entre irritada y sarcástica la puerta.
- Pase, don Anselmo, que es el único que faltaba.- susurró arrastrando las palabras.
La tímida cara de Mariana se asomó por la puerta.
- Señora... perdone pero Raimundo Ulloa solicita verla.
- ¿De veras?- Francisca casi rió burlona. La pobre Mariana se quedó con la boca abierta ante su extraño comportamiento. - Vaya, era el otro que faltaba. Dile que pase.
- Sí señora.- la chica empezó a retirarse pero se volvió para mirarla.- Señora, ¿se encuentra bien?
- Oh, de maravilla, ¿no me ves?- respondió ella irónica.- He perdido media cosecha, mi nieto sigue sin aparecer y mi hijo sigue encamándose con la partera. Pero estoy de maravilla.
La pobre muchacha consideró que era mejor retirarse. Francisca bufó irónica y tomó de nuevo la copa, llenándola. La puerta se abrió de nuevo para dar paso a Raimundo Ulloa.
- Vaya, pero si tenemos aquí al más respetable tabernero de Puente Viejo.- soltó ella con sorna mientras brindaba por él con sarcasmo.
Raimundo se quedó de piedra ante la escena. Francisca estaba en pie frente a él, tambaleándose ligeramente mientras se bebía la copa. Ella le miraba risueña, con las mejillas encendidas. Sintió que se le descolgaba la mandíbula al ver mediada la botella de coñac.
- Francisca... ¿Qué demonios...? - la miró perplejo.- Creo que ya has bebido suficiente por esta noche.- le dijo, intentado quitarle la copa.
Pero ella retrocedió tozuda, sujetándola.
- No seas aguafiestas, Raimundo.- dijo ella con un mohín.
Raimundo tragó saliva mientras su condenada cabeza le jugaba una mala pasada considerando que aquel mohín era irresistible. Resopló desesperado. De pronto, ella le había cogido juguetonamente del brazo.
- Vamos, hombre, no pongas esa cara de funeral y brinda conmigo.- ella le tendió la copa a un atónito Raimundo, disponiéndose a coger ella otra copa más. Raimundo la detuvo, dejando la copa sobre la mesa.
- Francisca, ¿te has vuelto loca? Estás... borracha...- ella sólo rió divertida mientras le acercaba de nuevo la copa hasta que tocó el borde con los labios de él. Raimundo retrocedió e intentó quitarle de nuevo la copa, pero ella fue más rápida y la apartó fuera del alcance de Raimundo.
- Pues sí que eres un aguafiestas.- dijo con una mueca burlona. Apoyó la copa en el mismo borde que habían tocado los labios de Raimundo y acabó el contenido de un trago.
Raimundo creyó que acabaría volviéndose loco. Aferró a Francisca por los hombros y casi la sacudió, intentando que volviera a ser ella.
- Francisca, para ya.- le arrebató de nuevo la copa.- ¿Se puede saber qué diablos ha pasado... para que te pongas a beber como una posesa?
- Nada hombre, ¿qué ha de pasar en mi maravillosa vida?- el alcohol parecía multiplicar su natural ironía hasta límites insospechados.- Mi nieto no aparece, tengo que verle la cara a Mauricio todos los días, mi hija se está convirtiendo en una amargada, mi hijo echa a perder su vida con una pobre infeliz y aún por encima, el hombre que me robó el corazón desde que era una cría es lo bastante idiota como para seguir empeñado en continuar siendo mi enemigo después de decirme que todavía me quiere.- terminó con un bufido malicioso.- Como puedes ver, mi vida es de lo más interesante que hay en este ilustre pueblo. Sobre todo por verle la cara a Mauricio toooodos los días.
Raimundo sintió que un latigazo le recorría desde la cabeza a los pies. Se había quedado sin habla ante las palabras de ella. Francisca hizo una mueca irónica.
- Pero no te preocupes, hombre. No hay nada que no pueda arreglar una copita de coñac.
Ella se soltó del agarre de Raimundo y se dirigió de nuevo a la mesita donde reposaba la botella. Raimundo se lo impidió, interponiéndose.
- Francisca, no vas a beber más esta noche.- dijo él, rotundo.
- ¿Y quién me lo va a impedir, tú?- repuso burlona.
- Puedes apostar a que sí.