Foro El secreto de Puente Viejo
La Biblioteca (A - K)
#0
17/08/2011 13:26
EL RINCÓN DE AHA
El destino.
EL RINCÓN DE ÁLEX
El Secreto de Puente Viejo, El Origen.
EL RINCÓN DE ABRIL
El mejor hombre de Puente Viejo.
La chica de la trenza I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII.
EL RINCÓN DE ALFEMI
De siempre y para siempre.
Hace frío I, II.
Pensando en ti.
Yo te elegí a ti.
EL RINCÓN DE ANTOJEP
Bajo la luz de la luna I, II, III, IV.
Como un rayo de sol I, II, III, IV.
La traición I, II.
EL RINCÓN DE ARICIA
Reacción I, II, III, IV.
Emilia, el lobo y el cazador.
El secreto de Alfonso Castañeda.
La mancha de mora I, II, III, IV, V.
Historias que se repiten. 20 años después.
La historia de Ana Castañeda I, II, III, VI, V, Final.
EL RINCÓN DE ARTEMISILLA
Ojalá fuera cierto.
Una historia de dos
EL RINCÓN DE CAROLINA
Mi historia.
EL RINCÓN DE CINDERELLA
Cierra los ojos.
EL RINCÓN DE COLGADA
Cartas, huidas, regalos y el diluvio universal I-XI.
El secreto de Gregoria Casas.
La decisión I,II, III, IV, V.
Curando heridas I,II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII.
una nueva vida I,II, III
EL RINCÓN DE CUQUINA
Lo que me sale de las teclas.
El origen de Tristán Ulloa.
EL RINCÓN DE EIZA
En los ojos de un Castañeda.
Bajando a los infiernos.
¡¿De qué?!
Pensamientos
EL RINCÓN DE FERMARÍA
Noche de bodas. (Descarga directa aquí)
Lo que no se ve.
En el baile.
De valientes y cobardes.
Descubriendo a Alfonso.
¿Por qué no me besaste?
Dejarse llevar.
Amar a Alfonso Castañeda.
Serenidad.
Así.
Quiero.
El corazón de un jornalero (I) (II).
Lo único cierto I, II.
Tiempo.
Sabor a chocolate.
EL RINCÓN DE FRANRAI
Un amor inquebrantable.
Un perfecto malentendido.
Gotas del pasado.
EL RINCÓN DE GESPA
La rutina.
Cada cosa en su sitio.
El baile.
Tomando decisiones.
Volver I, II.
Chismorreo.
Sola.
Tareas.
El desayuno.
Amigas.
Risas.
La manzana.
EL RINCÓN DE INMILLA
Rain Over Me I, II, III.
EL RINCÓN DE JAJIJU
Diálogos que nos encantaría que pasaran.
EL RINCÓN DE KERALA
Amor, lucha y rendición I - VII, VIII, IX, X, XI (I) (II), XII, XIII, XIV, XV, XVI,
XVII, XVIII, XIX, XX (I) (II), XXI, XXII (I) (II).
Borracha de tu amor.
Lo que debió haber sido.
Tu amor es mi droga I, II. (Escena alternativa).
PACA´S TABERN I, II.
Recuerdos.
Dibujando tu cuerpo.
Tu amor es mi condena I, II.
Encuentro en la posada. Historia alternativa
Tu amor es mi condena I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI
#461
09/09/2011 11:23
**continuación**
~~EMILIA, EL LOBO Y EL CAZADOR~~
Emilia regresó a casa cavilando en las últimas palabras dichas por Alfonso. ¿Qué había querido decir Alfonso al advertirle sobre los lobos con piel de cordero? Ella no era una niña, ni una caperucita. Era una mujer hecha y derecha, capaz de cuidarse de sí misma.
Y sin embargo no podía olvidarse de las palabras de Alfonso. Como tampoco podía borrar las imágenes grabadas en su mente de su pecho desnudo y la sensación de ese agradable hormigueo que había sentido por todo su cuerpo.
Abanicándose con la mano, intentó eliminar aquellos turbulentos pensamientos de su mente. Todos desaparecieron cuando vio a Severiano parado en la vera del camino.
- ¿De dónde vienes, querida Emilia?—preguntó el mozo acercándose a la joven.
- De comprar huevos y de la casa de los Castañeda.
- ¡¿Ah, sí?! ¿Y qué se te ha perdido por casa de los Castañeda?—preguntó ladeando el rostro para mirar a Emilia con una torcida sonrisa.
- Había ido a visitar a Alfonso. Hacía días que no pasaba tiempo charlando con él y me pareció un buen momento.
Severiano no dejaba de mirarla fijamente a los ojos, y por primera vez Emilia se sintió levemente incómoda con él. ¿No resultaba la sonrisa de Severiano algo lobuna? Emilia se sorprendió con su propio pensamiento y sacudió su cabeza para alejarlo, pensando que la conversación con Alfonso sobre los lobos le había afectado más de lo que creía.
- Ahora iba de regreso a casa. ¿Tal vez quieras acompañarme?
- Tengo una idea mejor—dijo mientras la rodeaba haciendo que ella tuviera que girar la cabeza para poder seguir mirándole. --¿Por qué no aprovechamos esta hermosa noche y damos un romántico paseo?
- No creo que sea oportuno—respondió ella sintiendo un escalofrío por su espina dorsal.
- ¿Y por qué no, mi amada Emilia?—insistió él reduciendo el cerco de sus pasos a su alrededor.
- Es tarde, Severiano. Mi padre estará en casa preocupado pensando en donde me habré metido. Además está empezando a hacer frío.
- Pero para eso tienes tu hermoso chal rojo—replicó Severiano plantándose frente a ella y cogiendo los dos picos del chal. Emilia guardó a silencio observando cómo Severiano tiraba de los extremos del chal hacia sí, acercando el cuerpo de Emilia.
- ¿Qué haces Severiano? Alguien podría vernos.
- ¿Y a quien le importa?
Severiano volvió a sonreír y aquella vez sí que era una auténtica sonrisa lobuna. Emilia intentó apartarse de él, pero resultaba difícil con sus manos ocupadas con la cesta.
- No me mires así—pidió Emilia.
- ¿Así cómo?—preguntó Severiano cayendo sobre ella cada vez más y más cerca.
- Como si quisieras comerme.
- Y si te digo que quiero comerte…--Severiano cayó sobre los labios medio abiertos de Emilia y le robó un beso.
- Para, Severiano—exigió Emilia visiblemente incómoda.
- ¿Por qué, mi dulce? ¿Acaso no te gustan mis besos?
- No… Sí—corrigió rápidamente al ver el desconcierto en los ojos de Severiano. –Pero sigue sin ser prudente que nos quedemos aquí.
- ¿Me tienes miedo, Emilia?
Si la sonrisa que le ofrecía pretendía tranquilizarla, no lo hizo. Al verla, Emilia sintió aún más ganas de regresar a su casa.
- Sólo temo a los lobos con piel de cordero—respondió la muchacha insistiendo con su cuerpo en apartarse de él.
- Entonces no tienes nada que temer, mi dulce Emilia, porque aquí no hay ningún lobo—y volvió a acercar su cuerpo al de la joven.
Emilia reaccionó demasiado lentamente y no pudo esquivar los brazos que la rodearon. La boca de Severiano volvió a caer impetuosamente sobre sus labios mientras la atrapaba en un abrazo que le estaba quitando la respiración.
Lejos de los tiernos besos con los que antes la había cortejado, Severiano se mostro impulsivo e intentó invadir la suave boca de Emilia con su lengua. Ella se hubiera resistido, pero entonces las manos de él abandonaron su espalda para agarrar su trasero y apretarla contra la longitud de su cuerpo. Emilia fue a protestar por su atrevimiento y Severiano aprovechó para asaltar su boca con la lengua.
Como en el cuento, el Lobo estaba usando sus ojos, su boca, sus manos para comerse a Caperucita.
Emilia se revolvió entre sus brazos, pero todos sus intentos resultaron inútiles para liberarse de él. La cesta cayó de sus manos y los huevos se desperdigaron a sus pies por el camino. Emilia aprovechó entonces para ayudarse con sus manos y empujar a Severiano resultando infructuoso. Él era mucho más fuerte que ella.
Una de las manos de Severiano se desplazó de su trasero, subió por su cintura y atrapó uno de los pechos de una Emilia impotente que veía como era incapaz de defenderse de los avances de ese lobo con piel de cordero.
¡Ojalá apareciera el cazador del cuento!, se dijo Emilia mientras seguía esforzándose por apartar a Severiano de su cuerpo. ¡Ojalá apareciera Alfonso!
Cuando Emilia estaba ya aceptando que iba a ser incapaz de escapar de los sucios avances de Severiano, algo tiró de él alejándola de su cuerpo. Abrió los ojos y se encontró frente a un enfurecido Alfonso Castañeda que había lanzado a Severiano contra el suelo.
- ¡Hijo de perra! ¿Cómo te atreves a forzar a Emilia?—gruñó lanzándose sobre Severiano y aporreando su rostro con el puño. –Jamás, me oyes, jamás vuelvas a poner un sucio dedo sobre Emilia.
- Alfonso—gritó Emilia a sus espaldas. –Alfonso, detente, vas a matarlo.
La voz de Emilia sacó a Alfonso de su trance asesino. En el suelo un golpeado Severiano temblaba ante el furor del que hasta entonces había sido su amigo. Con asco, se alejó de él y recompuso su atuendo como pudo.
- Emilia, ¿estás bien?—pregunto volviendo su atención hacia la joven. –¿Te ha hecho daño este desgraciado?
- Estoy bien, Alfonso. De verdad—insistió queriendo borrar la expresión de preocupación del rostro de Alfonso.
Severiano gimió a sus pies al intentar incorporarse.
- ¿Tú?—bramó Alfonso. –No quiero volver a verte por Puente Viejo. Y si alguna vez vuelvo a verte cerca de Emilia, si tan sólo intentas posar tus sucios ojos sobre ella, acabaré contigo.
Alfonso se acercó a Emilia extendiendo sus manos.
- Emilia, volvamos a casa—ofreció.
La muchacha se acercó a Alfonso y se abrazó a él sintiéndose nuevamente segura.
- Gracias Alfonso. Muchas gracias.
- No me tienes que dar las gracias, Emilia—dijo él contra su pelo ocultando la emoción de sentirla nuevamente entre sus brazos. –Cualquiera hubiera hecho lo mismo.
- No, cualquiera no—Emilia levantó su rostro hacia él mirándole a los ojos. –Sólo podías ser tú, mi cazador.
Los ojos de Emilia brillaban de la emoción contenida mirando alternativamente los ojos y la boca de Alfonso. ¡Ojalá me besara!, pensó Emilia sorprendiéndose a sí misma.
Y entonces el Cazador acercó sus labios a los de Caperucita y la besó borrándole cualquier recuerdo que le pudiera quedar de los besos del Lobo.
~~FIN~~
~~EMILIA, EL LOBO Y EL CAZADOR~~
Emilia regresó a casa cavilando en las últimas palabras dichas por Alfonso. ¿Qué había querido decir Alfonso al advertirle sobre los lobos con piel de cordero? Ella no era una niña, ni una caperucita. Era una mujer hecha y derecha, capaz de cuidarse de sí misma.
Y sin embargo no podía olvidarse de las palabras de Alfonso. Como tampoco podía borrar las imágenes grabadas en su mente de su pecho desnudo y la sensación de ese agradable hormigueo que había sentido por todo su cuerpo.
Abanicándose con la mano, intentó eliminar aquellos turbulentos pensamientos de su mente. Todos desaparecieron cuando vio a Severiano parado en la vera del camino.
- ¿De dónde vienes, querida Emilia?—preguntó el mozo acercándose a la joven.
- De comprar huevos y de la casa de los Castañeda.
- ¡¿Ah, sí?! ¿Y qué se te ha perdido por casa de los Castañeda?—preguntó ladeando el rostro para mirar a Emilia con una torcida sonrisa.
- Había ido a visitar a Alfonso. Hacía días que no pasaba tiempo charlando con él y me pareció un buen momento.
Severiano no dejaba de mirarla fijamente a los ojos, y por primera vez Emilia se sintió levemente incómoda con él. ¿No resultaba la sonrisa de Severiano algo lobuna? Emilia se sorprendió con su propio pensamiento y sacudió su cabeza para alejarlo, pensando que la conversación con Alfonso sobre los lobos le había afectado más de lo que creía.
- Ahora iba de regreso a casa. ¿Tal vez quieras acompañarme?
- Tengo una idea mejor—dijo mientras la rodeaba haciendo que ella tuviera que girar la cabeza para poder seguir mirándole. --¿Por qué no aprovechamos esta hermosa noche y damos un romántico paseo?
- No creo que sea oportuno—respondió ella sintiendo un escalofrío por su espina dorsal.
- ¿Y por qué no, mi amada Emilia?—insistió él reduciendo el cerco de sus pasos a su alrededor.
- Es tarde, Severiano. Mi padre estará en casa preocupado pensando en donde me habré metido. Además está empezando a hacer frío.
- Pero para eso tienes tu hermoso chal rojo—replicó Severiano plantándose frente a ella y cogiendo los dos picos del chal. Emilia guardó a silencio observando cómo Severiano tiraba de los extremos del chal hacia sí, acercando el cuerpo de Emilia.
- ¿Qué haces Severiano? Alguien podría vernos.
- ¿Y a quien le importa?
Severiano volvió a sonreír y aquella vez sí que era una auténtica sonrisa lobuna. Emilia intentó apartarse de él, pero resultaba difícil con sus manos ocupadas con la cesta.
- No me mires así—pidió Emilia.
- ¿Así cómo?—preguntó Severiano cayendo sobre ella cada vez más y más cerca.
- Como si quisieras comerme.
- Y si te digo que quiero comerte…--Severiano cayó sobre los labios medio abiertos de Emilia y le robó un beso.
- Para, Severiano—exigió Emilia visiblemente incómoda.
- ¿Por qué, mi dulce? ¿Acaso no te gustan mis besos?
- No… Sí—corrigió rápidamente al ver el desconcierto en los ojos de Severiano. –Pero sigue sin ser prudente que nos quedemos aquí.
- ¿Me tienes miedo, Emilia?
Si la sonrisa que le ofrecía pretendía tranquilizarla, no lo hizo. Al verla, Emilia sintió aún más ganas de regresar a su casa.
- Sólo temo a los lobos con piel de cordero—respondió la muchacha insistiendo con su cuerpo en apartarse de él.
- Entonces no tienes nada que temer, mi dulce Emilia, porque aquí no hay ningún lobo—y volvió a acercar su cuerpo al de la joven.
Emilia reaccionó demasiado lentamente y no pudo esquivar los brazos que la rodearon. La boca de Severiano volvió a caer impetuosamente sobre sus labios mientras la atrapaba en un abrazo que le estaba quitando la respiración.
Lejos de los tiernos besos con los que antes la había cortejado, Severiano se mostro impulsivo e intentó invadir la suave boca de Emilia con su lengua. Ella se hubiera resistido, pero entonces las manos de él abandonaron su espalda para agarrar su trasero y apretarla contra la longitud de su cuerpo. Emilia fue a protestar por su atrevimiento y Severiano aprovechó para asaltar su boca con la lengua.
Como en el cuento, el Lobo estaba usando sus ojos, su boca, sus manos para comerse a Caperucita.
Emilia se revolvió entre sus brazos, pero todos sus intentos resultaron inútiles para liberarse de él. La cesta cayó de sus manos y los huevos se desperdigaron a sus pies por el camino. Emilia aprovechó entonces para ayudarse con sus manos y empujar a Severiano resultando infructuoso. Él era mucho más fuerte que ella.
Una de las manos de Severiano se desplazó de su trasero, subió por su cintura y atrapó uno de los pechos de una Emilia impotente que veía como era incapaz de defenderse de los avances de ese lobo con piel de cordero.
¡Ojalá apareciera el cazador del cuento!, se dijo Emilia mientras seguía esforzándose por apartar a Severiano de su cuerpo. ¡Ojalá apareciera Alfonso!
Cuando Emilia estaba ya aceptando que iba a ser incapaz de escapar de los sucios avances de Severiano, algo tiró de él alejándola de su cuerpo. Abrió los ojos y se encontró frente a un enfurecido Alfonso Castañeda que había lanzado a Severiano contra el suelo.
- ¡Hijo de perra! ¿Cómo te atreves a forzar a Emilia?—gruñó lanzándose sobre Severiano y aporreando su rostro con el puño. –Jamás, me oyes, jamás vuelvas a poner un sucio dedo sobre Emilia.
- Alfonso—gritó Emilia a sus espaldas. –Alfonso, detente, vas a matarlo.
La voz de Emilia sacó a Alfonso de su trance asesino. En el suelo un golpeado Severiano temblaba ante el furor del que hasta entonces había sido su amigo. Con asco, se alejó de él y recompuso su atuendo como pudo.
- Emilia, ¿estás bien?—pregunto volviendo su atención hacia la joven. –¿Te ha hecho daño este desgraciado?
- Estoy bien, Alfonso. De verdad—insistió queriendo borrar la expresión de preocupación del rostro de Alfonso.
Severiano gimió a sus pies al intentar incorporarse.
- ¿Tú?—bramó Alfonso. –No quiero volver a verte por Puente Viejo. Y si alguna vez vuelvo a verte cerca de Emilia, si tan sólo intentas posar tus sucios ojos sobre ella, acabaré contigo.
Alfonso se acercó a Emilia extendiendo sus manos.
- Emilia, volvamos a casa—ofreció.
La muchacha se acercó a Alfonso y se abrazó a él sintiéndose nuevamente segura.
- Gracias Alfonso. Muchas gracias.
- No me tienes que dar las gracias, Emilia—dijo él contra su pelo ocultando la emoción de sentirla nuevamente entre sus brazos. –Cualquiera hubiera hecho lo mismo.
- No, cualquiera no—Emilia levantó su rostro hacia él mirándole a los ojos. –Sólo podías ser tú, mi cazador.
Los ojos de Emilia brillaban de la emoción contenida mirando alternativamente los ojos y la boca de Alfonso. ¡Ojalá me besara!, pensó Emilia sorprendiéndose a sí misma.
Y entonces el Cazador acercó sus labios a los de Caperucita y la besó borrándole cualquier recuerdo que le pudiera quedar de los besos del Lobo.
~~FIN~~
#462
09/09/2011 12:42
Aricia PRECIOSO!!!!!
Te ha quedado precioso :)
No es que tenga yo mucho tiempo para leer todos los relatos de nuestras artistas pero con el tuyo me enganché y me ha ENCANTADO!!!!
Tienes mucho talento,no lo desaproveches!!!!!Sigue escribiendo más relatos que llegarás muy lejos :)
SIGUE ASÍ CAMPEONA
Te ha quedado precioso :)
No es que tenga yo mucho tiempo para leer todos los relatos de nuestras artistas pero con el tuyo me enganché y me ha ENCANTADO!!!!
Tienes mucho talento,no lo desaproveches!!!!!Sigue escribiendo más relatos que llegarás muy lejos :)
SIGUE ASÍ CAMPEONA
#463
09/09/2011 13:00
Vaya telaaaaaaaaaaaaaa lo que ha dado de sí Caperucita, el Cazador/Leñador y el Lobo!!!
Muy buena la recreación de los pensamientos de Alfonso en la escena de ayer con Emilia.
Vamos me dicen que a mis años (26) el cuento de Caperucita me iba a molar tanto como de enana y me descojono jajajajajaja!
Vivan las metáforas jajajajaja!
Muy buena la recreación de los pensamientos de Alfonso en la escena de ayer con Emilia.
Vamos me dicen que a mis años (26) el cuento de Caperucita me iba a molar tanto como de enana y me descojono jajajajajaja!
Vivan las metáforas jajajajaja!
#464
09/09/2011 13:57
Me alegro de que os haya gustado. La verdad que me lo he pasado en grande recreando el cuento con estos personajes.
Casi no se nota que le tengo ganas al mascachapas, ¿eh? Jejeje, siempre termino haciendo que Alfonso le dé una tunda XD
Casi no se nota que le tengo ganas al mascachapas, ¿eh? Jejeje, siempre termino haciendo que Alfonso le dé una tunda XD
#465
09/09/2011 15:19
Banner para Abril:
Si falta alguno mas, decirmelo :)
Si falta alguno mas, decirmelo :)
#466
09/09/2011 15:28
lo que ha cambiado el cuento de caperucita roja desde que era pequeña
#467
09/09/2011 15:40
Bueno, aquí os dejo el final de Sebas y Sole (De momento) y os adelanto que a partir de ahora voy a empezar una historia con todas las parejas mezcladas. Espero que os guste :D
COMO UN RAYO DE SOL PARTE 4 FINAL (Sebastián y Soledad)
Los días en Puente Viejo pasaban inexorablemente y él aún no había vuelto a saber de ella.
En la Casa de Comidas, Sebastián había tenido tiempo para reconciliarse con su padre, obligados en cierta manera por Emilia, que urdió un magnífico plan para encerrarlos en el interior del negocio familiar y obligarlos a parlamentar. Había vuelto a la Conservera de manos de Tristán, y su estado de ánimo había ido incrementándose para bien con el paso del tiempo.
A pesar de todo ello, su corazón estaba en agonía. Desde que se separaron hacía ya tanto tiempo en los jardines de la Casona, no había vuelto a tener noticias de Soledad.
En la Casona, los días también pasaban y Soledad se encontraba extraña. Se había propuesto volverse una mujer de madera, insensible y drástica, una copia idéntica de su madre y lo había empezado a hacer de la peor de las maneras. Había herido a Juan. Era cierto que se merecía el fustazo que le dio ante los ojos escondidos de Francisca, pero era un acto tan vil y retorcido que no reconocería nunca la muchacha que fue tiempo ha.
Pero en el fondo, aunque se sentía altiva y realzada, era todo una cruel fachada. Echaba de menos al hombre que la había hecho darse cuenta de cómo era en realidad. Sebastián no había tenido el decoro de volver a buscarla.
Una tarde, mientras ojeaba los contratos a los jornaleros de la Casona, decidió que la tardanza ya era más que suficiente y fue a montar a su caballo.
Paseando, se encontró con Emilia, que estaba realmente destrozada, sentada sobre una piedra en el camino.
- ¿Emilia?
- Señorita Soledad. – Dijo Emilia enjugándose las lágrimas. – Buenas tardes.
Soledad desmontó de la cabalgadura y se sentó junto a Emilia.
- ¿Qué te ocurre?
- No es nada, señorita. Son líos de amores en los que no puedo permitirme perder el tiempo.
Soledad pensó que ella era igual no hacía tanto tiempo.
- Emilia se te nota que una gran tristeza te acongoja el alma. Si quieres yo puedo ofrecerte mi hombro para llorar y reconfortarte.
Emilia se mostró reacia el principio, pero aceptó de buen grado y le contó a Soledad su historia.
- Ha llegado al pueblo un joven, Severiano Garcés. Un mozo de muy buen ver que nos arregló el tejado de la Casa de Comidas. Dice que se ha enamorado de mí. Y yo… estoy hecha un lío.
- Pero Emilia, tu hermano Sebastián me contó que estabas comprometida formalmente con Alfonso, el mayor de los Castañeda.
- Y así es. Alfonso me ha demostrado que es lo mejor que puede pasarme en la vida con creces. Pero con Severiano siento algo distinto. Es como un fuego interno, una pasión desenfrenada. Ojala nunca hubiese venido a Puente Viejo.
- Emilia no te alteres. Tienes que alejarte de ese hombre, no mantener el menor contacto con él…
- Ya es demasiado tarde Soledad. Me ha besado.
Un escalofrío le recorrió la espalda a Soledad. Emilia, un poco más tranquila aunque con las mismas dudas que al principio se fue de vuelta a la Casa de Comidas y ella se dirigió a la Conservera.
Entró al despacho sin llamar y se sorprendió al encontrarse allí con Sebastián.
- Hola Soledad.
- Hola.
El silencio entre los dos era frío y las miradas no ayudaban. De repente, Soledad comprendió. Era él. Todo el amor que alguna vez sintió por Juan volvió a entrar a bocanadas por su espíritu y aceptó en su fuero interno el amor que sentía por el primogénito de los Ulloa.
- Quiero trabajar aquí, en la Conservera contigo. Y tengo en beneplácito de mi madre y de Tristán.
- Así sea.
Sebastián se acercó a ella y la agarró de la mano. Mirándola fijamente a los ojos se dispuso a hablar.
- Me alegro mucho de que hallas recapacitado y de poder ser tu compañero.
Besó su mano con delicadeza y abandonó el despacho, mientras a Soledad se le deshacía el corazón.
COMO UN RAYO DE SOL PARTE 4 FINAL (Sebastián y Soledad)
Los días en Puente Viejo pasaban inexorablemente y él aún no había vuelto a saber de ella.
En la Casa de Comidas, Sebastián había tenido tiempo para reconciliarse con su padre, obligados en cierta manera por Emilia, que urdió un magnífico plan para encerrarlos en el interior del negocio familiar y obligarlos a parlamentar. Había vuelto a la Conservera de manos de Tristán, y su estado de ánimo había ido incrementándose para bien con el paso del tiempo.
A pesar de todo ello, su corazón estaba en agonía. Desde que se separaron hacía ya tanto tiempo en los jardines de la Casona, no había vuelto a tener noticias de Soledad.
En la Casona, los días también pasaban y Soledad se encontraba extraña. Se había propuesto volverse una mujer de madera, insensible y drástica, una copia idéntica de su madre y lo había empezado a hacer de la peor de las maneras. Había herido a Juan. Era cierto que se merecía el fustazo que le dio ante los ojos escondidos de Francisca, pero era un acto tan vil y retorcido que no reconocería nunca la muchacha que fue tiempo ha.
Pero en el fondo, aunque se sentía altiva y realzada, era todo una cruel fachada. Echaba de menos al hombre que la había hecho darse cuenta de cómo era en realidad. Sebastián no había tenido el decoro de volver a buscarla.
Una tarde, mientras ojeaba los contratos a los jornaleros de la Casona, decidió que la tardanza ya era más que suficiente y fue a montar a su caballo.
Paseando, se encontró con Emilia, que estaba realmente destrozada, sentada sobre una piedra en el camino.
- ¿Emilia?
- Señorita Soledad. – Dijo Emilia enjugándose las lágrimas. – Buenas tardes.
Soledad desmontó de la cabalgadura y se sentó junto a Emilia.
- ¿Qué te ocurre?
- No es nada, señorita. Son líos de amores en los que no puedo permitirme perder el tiempo.
Soledad pensó que ella era igual no hacía tanto tiempo.
- Emilia se te nota que una gran tristeza te acongoja el alma. Si quieres yo puedo ofrecerte mi hombro para llorar y reconfortarte.
Emilia se mostró reacia el principio, pero aceptó de buen grado y le contó a Soledad su historia.
- Ha llegado al pueblo un joven, Severiano Garcés. Un mozo de muy buen ver que nos arregló el tejado de la Casa de Comidas. Dice que se ha enamorado de mí. Y yo… estoy hecha un lío.
- Pero Emilia, tu hermano Sebastián me contó que estabas comprometida formalmente con Alfonso, el mayor de los Castañeda.
- Y así es. Alfonso me ha demostrado que es lo mejor que puede pasarme en la vida con creces. Pero con Severiano siento algo distinto. Es como un fuego interno, una pasión desenfrenada. Ojala nunca hubiese venido a Puente Viejo.
- Emilia no te alteres. Tienes que alejarte de ese hombre, no mantener el menor contacto con él…
- Ya es demasiado tarde Soledad. Me ha besado.
Un escalofrío le recorrió la espalda a Soledad. Emilia, un poco más tranquila aunque con las mismas dudas que al principio se fue de vuelta a la Casa de Comidas y ella se dirigió a la Conservera.
Entró al despacho sin llamar y se sorprendió al encontrarse allí con Sebastián.
- Hola Soledad.
- Hola.
El silencio entre los dos era frío y las miradas no ayudaban. De repente, Soledad comprendió. Era él. Todo el amor que alguna vez sintió por Juan volvió a entrar a bocanadas por su espíritu y aceptó en su fuero interno el amor que sentía por el primogénito de los Ulloa.
- Quiero trabajar aquí, en la Conservera contigo. Y tengo en beneplácito de mi madre y de Tristán.
- Así sea.
Sebastián se acercó a ella y la agarró de la mano. Mirándola fijamente a los ojos se dispuso a hablar.
- Me alegro mucho de que hallas recapacitado y de poder ser tu compañero.
Besó su mano con delicadeza y abandonó el despacho, mientras a Soledad se le deshacía el corazón.
#468
09/09/2011 18:48
Mari, para el rincón de abril:
El mejor hombre de Puente Viejo https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/21/la-biblioteca-historias-paralelas/
(Las demas le mande un privado y me dijo que las buscaria y las pondría en la biblio pork yo no recuerdo ni cuantas partes son ni las paginas por las k andan)
Para el rincón de miri:
Un zas en toda la boca para “el adonis” y un beso para el adonis https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/385/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Para el rincón de Antojep
Como un rayo de sol. Parte 4 https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/24/la-biblioteca-historias-paralelas/
-------------------------------------------------------------------
Miri! Me han encantao los dos, si lo he leio ahora, es que voy atrasada!!
Aricia!!!! Me ha encantado, k percha de leer pero me ha encantado todo! Aiiss el cuento de caperucita reescrito ha sido buenisimo!!
Zirta suscribo las palabras de pepa “original, emotivo,.....perfecto”
Ais antojep espro k sea un final solo de momento!!
Bueno y terminado de leer todo y comentado y agrupado me voy al rincon k miedo me dais!!!
El mejor hombre de Puente Viejo https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/21/la-biblioteca-historias-paralelas/
(Las demas le mande un privado y me dijo que las buscaria y las pondría en la biblio pork yo no recuerdo ni cuantas partes son ni las paginas por las k andan)
Para el rincón de miri:
Un zas en toda la boca para “el adonis” y un beso para el adonis https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/385/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Para el rincón de Antojep
Como un rayo de sol. Parte 4 https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/1120/24/la-biblioteca-historias-paralelas/
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Miri! Me han encantao los dos, si lo he leio ahora, es que voy atrasada!!
Aricia!!!! Me ha encantado, k percha de leer pero me ha encantado todo! Aiiss el cuento de caperucita reescrito ha sido buenisimo!!
Zirta suscribo las palabras de pepa “original, emotivo,.....perfecto”
Ais antojep espro k sea un final solo de momento!!
Bueno y terminado de leer todo y comentado y agrupado me voy al rincon k miedo me dais!!!
#469
09/09/2011 18:59
SERENIDAD.
La muñequita no se rompió de golpe. En los primeros días, quien más y quien menos esperaba un zarpazo, una caída vertiginosa desde las alturas que la haría añicos en un instante. Ningún galán de fuera llegaba al pueblo y se prendaba de la hija del tabernero, que hasta ese día, había sido invisible a los ojos de los mozos.
Sin embargo, no hicieron ruido sus cristales al romperse. La muñequita se fue resquebrajando al paso de los días, lentamente pero sin tregua. El desengaño tardó en llegar aún menos que el deslumbramiento de los inicios, y Emilia entendió demasiado tarde que Severiano acudía con más presteza a una promesa de farra que a sus brazos, y que mientras ella secaba vasos en la posada, él los empinaba y vaciaba sin rastro de culpa. Vino después la resignación, pues ya había sido besada. Se maldecía a sí misma por ser tan simple y tonta, y bufaba entre pucheros mientras su tez iba perdiendo el color sin que ella fuera consciente siquiera. Le esperaba cada noche para verle antes de irse a dormir, y mientras esperaba se le acumulaban los reproches, pero le faltaban horas y ganas para encararse con él. Cuando Severiano se cansó de verla marchita, recogió sus herramientas y se fue. No hubo rastro de decepción en el rostro de Raimundo cuando le abonó la cuenta para que se marchara. Ella aguantó las lágrimas como bien pudo, y a pesar de sentirse ultrajada, levantó la frente y le vio trasponer por la plaza. Luego se desmadejó, se encerró en su habitación y durante dos días, los parroquianos de Puente Viejo comieron frío.
En los meses que duró el intento de romance, Alfonso aguantó carros y carretas. Se tragó el poco orgullo que le quedaba y fue amigo y confesor, asistente mudo al espectáculo de sus besos y carantoñas. Llegaba a casa sangrando por dentro, y él solo se lamía las heridas y se preparaba para el día que había de llegar. Le mantuvo en pie su fe en ella y en sí mismo, la sostuvo cuando la acuciaron el desengaño primero y la rabia después, la dejó llorar en paz y sintió, junto a Emilia, aunque ella no lo supiera, el dolor y el alivio por la marcha del que fue su amigo en otro tiempo.
El día que ella se decidió a salir de su cuarto, con los ojos aún hinchados y enrojecidos por el llanto y la piel del rostro casi traslúcida, él se prometió recomponerla. Se armó con la misma paciencia que le permitió rehacer la cajita de música. Durante meses, colocó con delicadeza cada trozo en su lugar y cada astilla saltada se fue acoplando sobre su origen.
Cuando daba de mano en el tajo cada tarde, a hurtadillas, caminaba por la finca y se llenaba los bolsillos de moras y fresas. Volvía a su casa caminando despacio, para que no se estrujaran entre ellas, y las iba colocando en una cesta. Cada dos o tres días, según fuera la cosecha, conseguía reunir las suficientes para llevárselas. Convenció a su madre para que le consiguiera alguna jícara de chocolate de la casona, y de vez en cuando, se la colaba entre las frutas. Pidió para ella todo lo que nunca se le había ocurrido pedir para él.
Se iba a dormir a las tantas de la madrugada, siempre después de asegurarse de que cuando se cerraba la puerta de la taberna, ella ya se había tragado el último bocado de la cena dispuesta. Raimundo le dejaba trajinar de buena gana, observando desde la barra como los huesos de su hija volvían a su lugar y dejaban de aserrarle la piel. Sus mejillas se volvieron a rosar y su pelo dejó de encresparse como su humor.
Las ojeras malva fueron dejando paso, despacio, a las sonrisas ocasionales. Alfonso movía sillas y mesas mientras le relataba las desventuras de los jornaleros, le llenaba el vaso de vino mientras compartían puchero y cuando las heridas comenzaron a sanar, se permitía hacer chanzas a costa de Severiano, persiguiendo a Emilia a saltos entre sillas y mesas, y dejándole caer requiebros farragosos y antiguos. Ella reía y le castigaba con el paño que llevaba en la mano, y él se enorgullecía, en su fuero interno, de su saber esperar.
Los días de fiesta, Alfonso la acompañaba y caminaban fuera del pueblo. Ella apenas ponía los pies en la calle, incapaz de soportar las murmuraciones y las falsas sonrisas que se apiadaban de su tormento. Sólo veía el sol desde el patio de la casa de comidas o en esos días en los que volvían a su infancia, uno al lado del otro, por la era y los caminos, hasta que cansados de sol y polvo, se dejaban caer por la casa de los Castañeda y rapiñaban pan y vino, en recuerdo a los picatostes y el chocolate que Rosario les daba para merendar cuando eran críos.
Siempre pensó Alfonso que el día que Emilia descubriera que él era el autor de aquellos regalos furtivos, todo comenzaría o terminaría. En realidad, no ocurrió nada. Ella estaba sentada sobre la hierba, descansando la espalda sobre el tronco de un árbol, comiendo moras como una niña, y él estaba tumbado a dos pasos de ella, con los ojos cerrados, dejando que el sol de la última hora del día le calentara el cuerpo. Y sin venir siquiera a cuento, ella le preguntó por qué nunca le había dicho que la quería. No lo preguntó con resentimiento ni con pena. Sólo con curiosidad. Él sintió que se le cortaba el aire, y no fue capaz de hablar.
Si me lo hubieras dicho, quizá las cosas habrían sido distintas.
Pero no lo hice.
No hubo silencio incómodo ni palabras de más. Ella le contó que lo adivinó por las fresas y las moras, y él, embobado, la vio mancharse las manos y los labios de violeta mientras desgranaba sus pesquisas, y le contaba cómo el sabor ácido de las frutas la había llevado hasta su niñez, recordada siempre con él a su lado, y el capitán Nemo entre ellos. Luego, recogieron su cesta y volvieron caminando, ni más lento ni más rápido que cada domingo, al paso de siempre.
En aquel tiempo también lloraba Emilia por las noches, pero ahora no lo sabía Alfonso. Se compadecía de su propia estupidez y su ansiedad por ser mujer de mundo, tan echada para adelante, tan orgullosa que veía lo traspuesto, pero nunca vio lo importante. No consentía pararse a pensar en lo que Alfonso habría sufrido con cada una de sus confesiones y sus lamentos, porque si lo hacía, se sentía vil y pequeña, y se convencía de no merecer los desvelos de aquel hombre cuya capacidad para amarla parecía no tener límites.
La muñequita no se rompió de golpe. En los primeros días, quien más y quien menos esperaba un zarpazo, una caída vertiginosa desde las alturas que la haría añicos en un instante. Ningún galán de fuera llegaba al pueblo y se prendaba de la hija del tabernero, que hasta ese día, había sido invisible a los ojos de los mozos.
Sin embargo, no hicieron ruido sus cristales al romperse. La muñequita se fue resquebrajando al paso de los días, lentamente pero sin tregua. El desengaño tardó en llegar aún menos que el deslumbramiento de los inicios, y Emilia entendió demasiado tarde que Severiano acudía con más presteza a una promesa de farra que a sus brazos, y que mientras ella secaba vasos en la posada, él los empinaba y vaciaba sin rastro de culpa. Vino después la resignación, pues ya había sido besada. Se maldecía a sí misma por ser tan simple y tonta, y bufaba entre pucheros mientras su tez iba perdiendo el color sin que ella fuera consciente siquiera. Le esperaba cada noche para verle antes de irse a dormir, y mientras esperaba se le acumulaban los reproches, pero le faltaban horas y ganas para encararse con él. Cuando Severiano se cansó de verla marchita, recogió sus herramientas y se fue. No hubo rastro de decepción en el rostro de Raimundo cuando le abonó la cuenta para que se marchara. Ella aguantó las lágrimas como bien pudo, y a pesar de sentirse ultrajada, levantó la frente y le vio trasponer por la plaza. Luego se desmadejó, se encerró en su habitación y durante dos días, los parroquianos de Puente Viejo comieron frío.
En los meses que duró el intento de romance, Alfonso aguantó carros y carretas. Se tragó el poco orgullo que le quedaba y fue amigo y confesor, asistente mudo al espectáculo de sus besos y carantoñas. Llegaba a casa sangrando por dentro, y él solo se lamía las heridas y se preparaba para el día que había de llegar. Le mantuvo en pie su fe en ella y en sí mismo, la sostuvo cuando la acuciaron el desengaño primero y la rabia después, la dejó llorar en paz y sintió, junto a Emilia, aunque ella no lo supiera, el dolor y el alivio por la marcha del que fue su amigo en otro tiempo.
El día que ella se decidió a salir de su cuarto, con los ojos aún hinchados y enrojecidos por el llanto y la piel del rostro casi traslúcida, él se prometió recomponerla. Se armó con la misma paciencia que le permitió rehacer la cajita de música. Durante meses, colocó con delicadeza cada trozo en su lugar y cada astilla saltada se fue acoplando sobre su origen.
Cuando daba de mano en el tajo cada tarde, a hurtadillas, caminaba por la finca y se llenaba los bolsillos de moras y fresas. Volvía a su casa caminando despacio, para que no se estrujaran entre ellas, y las iba colocando en una cesta. Cada dos o tres días, según fuera la cosecha, conseguía reunir las suficientes para llevárselas. Convenció a su madre para que le consiguiera alguna jícara de chocolate de la casona, y de vez en cuando, se la colaba entre las frutas. Pidió para ella todo lo que nunca se le había ocurrido pedir para él.
Se iba a dormir a las tantas de la madrugada, siempre después de asegurarse de que cuando se cerraba la puerta de la taberna, ella ya se había tragado el último bocado de la cena dispuesta. Raimundo le dejaba trajinar de buena gana, observando desde la barra como los huesos de su hija volvían a su lugar y dejaban de aserrarle la piel. Sus mejillas se volvieron a rosar y su pelo dejó de encresparse como su humor.
Las ojeras malva fueron dejando paso, despacio, a las sonrisas ocasionales. Alfonso movía sillas y mesas mientras le relataba las desventuras de los jornaleros, le llenaba el vaso de vino mientras compartían puchero y cuando las heridas comenzaron a sanar, se permitía hacer chanzas a costa de Severiano, persiguiendo a Emilia a saltos entre sillas y mesas, y dejándole caer requiebros farragosos y antiguos. Ella reía y le castigaba con el paño que llevaba en la mano, y él se enorgullecía, en su fuero interno, de su saber esperar.
Los días de fiesta, Alfonso la acompañaba y caminaban fuera del pueblo. Ella apenas ponía los pies en la calle, incapaz de soportar las murmuraciones y las falsas sonrisas que se apiadaban de su tormento. Sólo veía el sol desde el patio de la casa de comidas o en esos días en los que volvían a su infancia, uno al lado del otro, por la era y los caminos, hasta que cansados de sol y polvo, se dejaban caer por la casa de los Castañeda y rapiñaban pan y vino, en recuerdo a los picatostes y el chocolate que Rosario les daba para merendar cuando eran críos.
Siempre pensó Alfonso que el día que Emilia descubriera que él era el autor de aquellos regalos furtivos, todo comenzaría o terminaría. En realidad, no ocurrió nada. Ella estaba sentada sobre la hierba, descansando la espalda sobre el tronco de un árbol, comiendo moras como una niña, y él estaba tumbado a dos pasos de ella, con los ojos cerrados, dejando que el sol de la última hora del día le calentara el cuerpo. Y sin venir siquiera a cuento, ella le preguntó por qué nunca le había dicho que la quería. No lo preguntó con resentimiento ni con pena. Sólo con curiosidad. Él sintió que se le cortaba el aire, y no fue capaz de hablar.
Si me lo hubieras dicho, quizá las cosas habrían sido distintas.
Pero no lo hice.
No hubo silencio incómodo ni palabras de más. Ella le contó que lo adivinó por las fresas y las moras, y él, embobado, la vio mancharse las manos y los labios de violeta mientras desgranaba sus pesquisas, y le contaba cómo el sabor ácido de las frutas la había llevado hasta su niñez, recordada siempre con él a su lado, y el capitán Nemo entre ellos. Luego, recogieron su cesta y volvieron caminando, ni más lento ni más rápido que cada domingo, al paso de siempre.
En aquel tiempo también lloraba Emilia por las noches, pero ahora no lo sabía Alfonso. Se compadecía de su propia estupidez y su ansiedad por ser mujer de mundo, tan echada para adelante, tan orgullosa que veía lo traspuesto, pero nunca vio lo importante. No consentía pararse a pensar en lo que Alfonso habría sufrido con cada una de sus confesiones y sus lamentos, porque si lo hacía, se sentía vil y pequeña, y se convencía de no merecer los desvelos de aquel hombre cuya capacidad para amarla parecía no tener límites.
#470
09/09/2011 19:00
Soñaba con él y se despertaba agitada, trastornada por una sensación que nunca había tenido antes. Se le enredaban los besos de cariño de Alfonso en las entendederas, y los imaginaba en la piel en vez de en las mejillas y en la frente. Se quedaba despierta durante horas en la cama, y cuando no acudía el sueño a consolarla, se entregaba a las musarañas, preguntándose cómo sería un beso de Alfonso, a qué sabría su boca, si la confortaría o la turbaría, si lo haría lento o ansioso. Y en esa duermevela se quedaba la noche entera, creando tras los párpados escenas distintas en las que por fin él la tomaba entre los brazos y se adueñaba de sus labios por primera vez. Por primera vez de verdad, como si Severiano no hubiera existido y no tuviera que arañarse la boca para matar aquellos besos agrios.
Pero callaba como una condenada, obligándose a sí misma a purgar sus culpas. Pasaba el día esperando el ocaso para verle llegar, la semana se escurría ansiando el paseo dominical, las noches añorándole. Calló meses y meses, convencida de que él pasaba las horas con ella por compasión, y creyéndose de verdad que un hombre como él no cometería la tontuna de enredarse con una mujer que había estado en boca de todo el pueblo.
Alfonso seguía acurrucado en su silencio, fortalecido por la fe que tenía en el amor que sabía que se tenían, cuidándola y mordiéndose la pasión que a ratos quería hacerle perder la cabeza. Su relación se iba fortaleciendo por días, y cada vez era más frecuente que ella le cogiera del brazo para caminar, o le besara la mejilla antes de irse a dormir. Y a él cada vez le resultaba más complicado apretar los dientes y aguantar los envites del cuerpo de Emilia contra el suyo, tan redondeado y tan cálido. Se ataba el cuerpo con los hilos de la razón y se sometía a sí mismo pensando que algún día podría entregarle esa pasión.
Algún día… algún día…
Aquella tarde, Alfonso reía mientras Emilia trataba sin éxito de trenzar el esparto.
- No sé ni cómo se te pasó por la sesera que yo valdría para estos menesteres…
Entre frustrada y divertida, llevaba horas a su lado, magullándose los dedos y burlándose de sí misma, pues mientras ella trataba de formar una soguilla, le daba tiempo a Alfonso a hacer un canastillo entero. De vez en cuando, él la guiaba y la veía ruborizarse al entrelazarse sus manos. Luego ambos callaban y se concentraban en lo suyo durante un rato, se miraban cuando el otro estaba absorto y si alguna vez coincidían sus ojos, sonreían sin poder evitarlo y volvían de nuevo al silencioso punto de partida.
Anocheció y cerró la casa de comidas, y en la penumbra de las velas dieron cuenta de una cena hecha de las sobras de la semana que les supo a gloria bendita. Marchó Raimundo a dormir, y tras él, se levantó Alfonso dispuesto a marcharse. Recogió la cena y ordenó sus bártulos sobre la mesa, sosteniendo entre las manos el pequeño canastillo de esparto que había inventado mientras la miraba.
- Emilia…
Ella se giró y contuvo la respiración al encontrárselo tan cerca. Recogió el canasto que él le tendía en las manos y le miró frunciendo los labios, escondiendo tras ellos la risa.
- Vaya… creo mi admirador secreto ha vuelto a manifestarse…
Alfonso rió con ella y le pellizcó la punta de la nariz con los dedos.
- No seas tan creída, Emilia Ulloa, que no es más que el presente de un torpe aprendiz de espartero.
Lo dejó sobre la mesa y se volvió hacia él, con la garganta cerrada por la emoción de aquella caricia infantil. Le cogió las manos entre las suyas, como siempre que necesita hablarle de algo que le importaba.
- Alfonso… hay tantas cosas que quisiera decirte…
- No tienes que decirme nada.
Nunca pensó que le costaría mirarle a la cara a él, que aquellos ojos potentes, oscuros, la harían sentirse tan sumamente pequeña y la obligarían a mirar al suelo.
- Tengo que pedirte perdón, por todo aquello que te hice pasar. – Trató de alzar la mirada, pero sus nervios parecían empeñados en no dejarla hablar. Su mano derecha, sin saber donde posarse, fue a parar a los botones de la camisa de Alfonso, y jugueteó con ellos mientras trataba de ordenar las palabras. – Tengo que pedirte perdón por haber estado tan ciega, por no haberte valorado como tú merecías…
- Emilia, para… - agarró con firmeza la mano cuyos dedos se afanaban en su botón, interrumpiendo su discurso.
- Me maldigo… me maldigo una y mil veces por necia y por…
- No maldigas lo que amo, Emilia.
- Alfonso… - se atrevió por fin a levantar la mirada y mirarle a los ojos, sin mover un solo músculo más de su cuerpo, dejando que los dedos de él se cerraran en torno a su muñeca, aprisionándola. – Alfonso, ¿de verdad tú aún me quieres?
- Más que a mi propia vida. – No hubo duda en su voz, y eso reconfortó el alma de Emilia, que se atrevió a arquear la espalda hacia él, zafarse de su mano y rodearle el cuello con los brazos, implorándole una caricia.
- ¿Y osarías pasear de mi mano por el pueblo, aunque murmurara la gente?
- Henchido de orgullo lo haría…
Ella le tentó con los labios, aproximándose a él, rogándole en silencio que pusiera fin a aquella espera eterna, que le rodeara la cintura, que la amara. Cerró los ojos pero él permanecía inmóvil.
- Y entonces ¿por qué no me besas Alfonso?
Él consiguió esquivar sus labios en un esfuerzo sobrehumano, y se estrelló en su frente. Le dejó un beso suave e interminable, colmado de pasión callada. Cerró los ojos y trató de recuperar el pulso y el aire que no hallaba en ninguna parte. Pudo oler su decepción en la penumbra, pero aguantó el tipo, le cogió el rostro con las dos manos y puso sus labios a una distancia segura de los suyos antes de hablarle.
- Yo no quiero tu alma despechada, Emilia. No quiero que busques mis labios para borrar otros besos, sino que los busques con deseo, con la misma desesperación con la que yo ansío los tuyos.
- Así los quiero… - Trató de estrellarse con su boca, pero él se mantuvo firme.
- No… Emilia… Escúchame. Estoy aquí, si necesitas un amigo, una mano que te guíe, un consejo, no voy a marcharme de tu lado. Pero he sufrido tanto… - no se dio cuenta de que las lágrimas le anegaban ya la garganta, quebrándole la voz, y amenazan con subir hasta sus ojos. – Tengo que estar seguro de que esto es lo que quieres de verdad y no un bálsamo para tu alma…
Ella no se rindió. Volvió a ofrecerle los labios temblorosos, le mojó las manos con las lágrimas que le corrían por el rostro, le suplicó con la mirada, y cuando se sintió perdida, se estrechó contra él y le besó la mejilla.
- Alfonso por favor…
Con dulzura pero con firmeza, él le sujetó los brazos que ahora le rodeaban el cuello y los retiró suavemente.
- Bien sabes tú que las palabras no son nada, que una ráfaga de viento viene, se las lleva, y te deja las manos vacías. Te quiero Emilia, te quiero igual que lo he hecho siempre… - le sonrió, con los labios y con los ojos, y le secó las lágrimas con los pulgares. – Pero no voy a besarte a traición, ni podría aprovecharme de tu dolor. Llevo toda mi vida esperándote… Y puedo esperar aún más, no te imaginas cuan infinita es mi paciencia.
Pero sí lo imaginaba Emilia, porque sus ojos lo habían visto. Besó las palmas de sus manos, que aún sostenían su cara, y se dejó caer sobre él. Sus brazos la recogieron serenos, sin temblar esta vez. Con la misma calma infinita con la que había recolectado regalos furtivos, moras, chascarrillos, consuelos y esparto para ella. La besó otra vez en la frente antes de marcharse, y salió sonriendo, como cada noche.
Quedaron cada uno a un lado de la puerta, sin saber que el otro permanecía tras la madera. Los dos con las entrañas hirviendo de deseo, necesitándose, ahogándose en los malditos besos que no se daban. Se había agotado la serenidad.
Pero callaba como una condenada, obligándose a sí misma a purgar sus culpas. Pasaba el día esperando el ocaso para verle llegar, la semana se escurría ansiando el paseo dominical, las noches añorándole. Calló meses y meses, convencida de que él pasaba las horas con ella por compasión, y creyéndose de verdad que un hombre como él no cometería la tontuna de enredarse con una mujer que había estado en boca de todo el pueblo.
Alfonso seguía acurrucado en su silencio, fortalecido por la fe que tenía en el amor que sabía que se tenían, cuidándola y mordiéndose la pasión que a ratos quería hacerle perder la cabeza. Su relación se iba fortaleciendo por días, y cada vez era más frecuente que ella le cogiera del brazo para caminar, o le besara la mejilla antes de irse a dormir. Y a él cada vez le resultaba más complicado apretar los dientes y aguantar los envites del cuerpo de Emilia contra el suyo, tan redondeado y tan cálido. Se ataba el cuerpo con los hilos de la razón y se sometía a sí mismo pensando que algún día podría entregarle esa pasión.
Algún día… algún día…
Aquella tarde, Alfonso reía mientras Emilia trataba sin éxito de trenzar el esparto.
- No sé ni cómo se te pasó por la sesera que yo valdría para estos menesteres…
Entre frustrada y divertida, llevaba horas a su lado, magullándose los dedos y burlándose de sí misma, pues mientras ella trataba de formar una soguilla, le daba tiempo a Alfonso a hacer un canastillo entero. De vez en cuando, él la guiaba y la veía ruborizarse al entrelazarse sus manos. Luego ambos callaban y se concentraban en lo suyo durante un rato, se miraban cuando el otro estaba absorto y si alguna vez coincidían sus ojos, sonreían sin poder evitarlo y volvían de nuevo al silencioso punto de partida.
Anocheció y cerró la casa de comidas, y en la penumbra de las velas dieron cuenta de una cena hecha de las sobras de la semana que les supo a gloria bendita. Marchó Raimundo a dormir, y tras él, se levantó Alfonso dispuesto a marcharse. Recogió la cena y ordenó sus bártulos sobre la mesa, sosteniendo entre las manos el pequeño canastillo de esparto que había inventado mientras la miraba.
- Emilia…
Ella se giró y contuvo la respiración al encontrárselo tan cerca. Recogió el canasto que él le tendía en las manos y le miró frunciendo los labios, escondiendo tras ellos la risa.
- Vaya… creo mi admirador secreto ha vuelto a manifestarse…
Alfonso rió con ella y le pellizcó la punta de la nariz con los dedos.
- No seas tan creída, Emilia Ulloa, que no es más que el presente de un torpe aprendiz de espartero.
Lo dejó sobre la mesa y se volvió hacia él, con la garganta cerrada por la emoción de aquella caricia infantil. Le cogió las manos entre las suyas, como siempre que necesita hablarle de algo que le importaba.
- Alfonso… hay tantas cosas que quisiera decirte…
- No tienes que decirme nada.
Nunca pensó que le costaría mirarle a la cara a él, que aquellos ojos potentes, oscuros, la harían sentirse tan sumamente pequeña y la obligarían a mirar al suelo.
- Tengo que pedirte perdón, por todo aquello que te hice pasar. – Trató de alzar la mirada, pero sus nervios parecían empeñados en no dejarla hablar. Su mano derecha, sin saber donde posarse, fue a parar a los botones de la camisa de Alfonso, y jugueteó con ellos mientras trataba de ordenar las palabras. – Tengo que pedirte perdón por haber estado tan ciega, por no haberte valorado como tú merecías…
- Emilia, para… - agarró con firmeza la mano cuyos dedos se afanaban en su botón, interrumpiendo su discurso.
- Me maldigo… me maldigo una y mil veces por necia y por…
- No maldigas lo que amo, Emilia.
- Alfonso… - se atrevió por fin a levantar la mirada y mirarle a los ojos, sin mover un solo músculo más de su cuerpo, dejando que los dedos de él se cerraran en torno a su muñeca, aprisionándola. – Alfonso, ¿de verdad tú aún me quieres?
- Más que a mi propia vida. – No hubo duda en su voz, y eso reconfortó el alma de Emilia, que se atrevió a arquear la espalda hacia él, zafarse de su mano y rodearle el cuello con los brazos, implorándole una caricia.
- ¿Y osarías pasear de mi mano por el pueblo, aunque murmurara la gente?
- Henchido de orgullo lo haría…
Ella le tentó con los labios, aproximándose a él, rogándole en silencio que pusiera fin a aquella espera eterna, que le rodeara la cintura, que la amara. Cerró los ojos pero él permanecía inmóvil.
- Y entonces ¿por qué no me besas Alfonso?
Él consiguió esquivar sus labios en un esfuerzo sobrehumano, y se estrelló en su frente. Le dejó un beso suave e interminable, colmado de pasión callada. Cerró los ojos y trató de recuperar el pulso y el aire que no hallaba en ninguna parte. Pudo oler su decepción en la penumbra, pero aguantó el tipo, le cogió el rostro con las dos manos y puso sus labios a una distancia segura de los suyos antes de hablarle.
- Yo no quiero tu alma despechada, Emilia. No quiero que busques mis labios para borrar otros besos, sino que los busques con deseo, con la misma desesperación con la que yo ansío los tuyos.
- Así los quiero… - Trató de estrellarse con su boca, pero él se mantuvo firme.
- No… Emilia… Escúchame. Estoy aquí, si necesitas un amigo, una mano que te guíe, un consejo, no voy a marcharme de tu lado. Pero he sufrido tanto… - no se dio cuenta de que las lágrimas le anegaban ya la garganta, quebrándole la voz, y amenazan con subir hasta sus ojos. – Tengo que estar seguro de que esto es lo que quieres de verdad y no un bálsamo para tu alma…
Ella no se rindió. Volvió a ofrecerle los labios temblorosos, le mojó las manos con las lágrimas que le corrían por el rostro, le suplicó con la mirada, y cuando se sintió perdida, se estrechó contra él y le besó la mejilla.
- Alfonso por favor…
Con dulzura pero con firmeza, él le sujetó los brazos que ahora le rodeaban el cuello y los retiró suavemente.
- Bien sabes tú que las palabras no son nada, que una ráfaga de viento viene, se las lleva, y te deja las manos vacías. Te quiero Emilia, te quiero igual que lo he hecho siempre… - le sonrió, con los labios y con los ojos, y le secó las lágrimas con los pulgares. – Pero no voy a besarte a traición, ni podría aprovecharme de tu dolor. Llevo toda mi vida esperándote… Y puedo esperar aún más, no te imaginas cuan infinita es mi paciencia.
Pero sí lo imaginaba Emilia, porque sus ojos lo habían visto. Besó las palmas de sus manos, que aún sostenían su cara, y se dejó caer sobre él. Sus brazos la recogieron serenos, sin temblar esta vez. Con la misma calma infinita con la que había recolectado regalos furtivos, moras, chascarrillos, consuelos y esparto para ella. La besó otra vez en la frente antes de marcharse, y salió sonriendo, como cada noche.
Quedaron cada uno a un lado de la puerta, sin saber que el otro permanecía tras la madera. Los dos con las entrañas hirviendo de deseo, necesitándose, ahogándose en los malditos besos que no se daban. Se había agotado la serenidad.
#471
09/09/2011 19:10
Otra contribución a mi rinconcito. Se llama "Masaje" ;-)
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/500/97/el-rincon-de-dona-francisca-y-raimundo/
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/500/97/el-rincon-de-dona-francisca-y-raimundo/
#472
09/09/2011 19:24
Maria ya te lo he dicho por varios sitios.. me has llegado al alma.. me has emocionado de veras... cosas así debería haber en todas las casas como las enciclopedias y los manuales de consulta...
Muchas gracias artistaza y por favor.....continua...que la vida sería muy triste sin amor!!!!!
Edito: Antonio muy buen fin...por ahora.. como decian antes.. creo que yari... a ver como te sale la siguiente.. que en principio promete...
Muchas gracias artistaza y por favor.....continua...que la vida sería muy triste sin amor!!!!!
Edito: Antonio muy buen fin...por ahora.. como decian antes.. creo que yari... a ver como te sale la siguiente.. que en principio promete...
#473
09/09/2011 19:36
Maria: lamento decirte que mucha culpa de que no quiera seguir viendo la serie es tuya.....
Leo tus escritos, me emociono con tu forma de describir los hechos y, sobre todo, los sentimientos y claro, cuando en la tv nos echan la birria que están echando ultimamente, la decepción es brutal. No hay ni punto de comparación entre lo que tú escribes y lo que lían los guionistas.
Mi propuesta de regalo para Fernando Coronado es uno de tus fics, simplemente, sin nada más. Las cosas sencillas son las más bonitas. Y puestos a escoger, "Amar a Alfonso Castañeda". Mira que he intentado leerlo varias veces sin que se me saltaran las lágrimas, pero ha sido imposible.
Leo tus escritos, me emociono con tu forma de describir los hechos y, sobre todo, los sentimientos y claro, cuando en la tv nos echan la birria que están echando ultimamente, la decepción es brutal. No hay ni punto de comparación entre lo que tú escribes y lo que lían los guionistas.
Mi propuesta de regalo para Fernando Coronado es uno de tus fics, simplemente, sin nada más. Las cosas sencillas son las más bonitas. Y puestos a escoger, "Amar a Alfonso Castañeda". Mira que he intentado leerlo varias veces sin que se me saltaran las lágrimas, pero ha sido imposible.
#474
09/09/2011 20:01
secundo plenamente la idea de lapuebla...
#475
09/09/2011 21:04
Muchas Gracias por el Banner qué chulo Mary14578 busco los links y los pego!!!
Secundo la propuestaaaaa!!
Secundo la propuestaaaaa!!
#476
09/09/2011 21:26
Pues yo tengo una propuesta mejor que la de "amar a alfonso castañeda" y es que escribas la segunda parte:
"AMAR A FERNANDO CORONADO"
Yo moriria, os derretirias y todas leyendo y Fer directamente se casa contigo, bueno no que Bélén te echa mal de ojo.....
No ahora en serio, te lo dije en su momento, y se que me repito, pero es una delicatesem, o como coño se escriba, estaba deseando que me dejaran un ratico trankila pa poder leerlo y la espera ha merecido la pena por k he vivido cada una de las letras tan bien puestas y he hecho el fic mio, muy dentro de mi!!!!
"AMAR A FERNANDO CORONADO"
Yo moriria, os derretirias y todas leyendo y Fer directamente se casa contigo, bueno no que Bélén te echa mal de ojo.....
No ahora en serio, te lo dije en su momento, y se que me repito, pero es una delicatesem, o como coño se escriba, estaba deseando que me dejaran un ratico trankila pa poder leerlo y la espera ha merecido la pena por k he vivido cada una de las letras tan bien puestas y he hecho el fic mio, muy dentro de mi!!!!
#477
09/09/2011 21:42
Este relato sigue sin titulo podría ser La Chica de la Trenza pero no lo he terminao...!
Parte 1 https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/389/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Parte 2 https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/390/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Parte 3 https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/399/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Parte 4 y 5 https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/400/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Parte 6 https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/401/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
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Parte 2 https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/390/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Parte 3 https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/399/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
Parte 4 y 5 https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/877/400/el-rincon-de-alfonso-y-emilia-post-para-hablar-de-esta-pareja/
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#478
09/09/2011 22:02
Hay que ver lo que hace el aburrimiento. Llevo un par de horas dándole a la tecla. Me he sacado de la manga un nuevo personaje femenino, pero no sé muy bien por donde va tirar esta chica. Os resumo: se llama Belén, es la nueva maestra, es gallega (permitirme la licencia) y prima de los Castañeda (recordad que el desaparecido cabeza de familia tenía parentela en Lugo). Por lo de pronto, llevo 5 folios narrando su llegada al pueblo y una primera toma de contacto con los Ulloa. Admito sugerencias, porque no sé con quien emparejarla aunque sí tengo claro que va a ser la confidente de medio pueblo, porque a la chica se le da muy bien escuchar (me recuerda a mi a su edad, que era el paño de lágrimas y consejera de toda mi pandilla). Además le pirra má un buen libro que a un tonto un boli.
Espero que sirva para que paseis el rato, pero no os hagais ilusiones, que no es nada del otro mundo y por tener no tiene ni título. Además, que lo mío son la historias cortas.
Espero que sirva para que paseis el rato, pero no os hagais ilusiones, que no es nada del otro mundo y por tener no tiene ni título. Además, que lo mío son la historias cortas.
#479
09/09/2011 22:04
-LA NUEVA VECINA-
Cuando Rosario y Mariana llegaron a casa por la noche se encontraron con la escena habitual en las últimas semanas: Alfonso cabizbajo, Ramiro a su lado con cara preocupada y Juan encerrado en el cuarto. Nínguno de los tres parecía tener muchas ganas de charla, pero hoy había una buena noticia que comentar durante la cena, puesto que el correo había traído una carta de José, el padre ausente. Además de contarles que se encontraba mucho mejor, que había conseguido un buen trabajo que le permitiría juntar algunos ahorros, les comunicaba que su sobrina Belén llegaría en breve a Puente Viejo con el propósito de hacerse cargo de la escuela del pueblo. Belén era la única hija de su difunta hermana Carmen y su cuñado Antonio, el dueño de un prospero negocio de sastrería en la ciudad de Lugo. La muchacha tenía fama de tener una inteligencia fuera de lo común. Tal era el caso, que las monjas del colegio en el que había estado interna durante años decían que de haber sido un hombre hubiera podido ser un brillante abogado, doctor, ingeniero o cualquier otra profesión liberal que le proporcionara un gran porvenir y sus buenos cuartos. Pero Dios quiso que fuese mujer, y en esos tiempos lo único a lo que podían aspirar las féminas, además de a cazar un buen marido, era a ser maestra de escuela. Así que su padre invirtió una parte de su pequeña fortuna en pagarle los estudios de magisterio, que la chica terminó con las mejores notas posibles. Pero el hecho de lograr el mejor expediente de su promoción no fue suficiente para conseguir un destino en Lugo o cualquier otro lugar próximo a su hogar. Así que tuvo que vagar durante algunos años por varias aldeas de Galicia, donde pasó por las estrecheces propias de su oficio de maestra y una soledad que ella procuraba espantar con el cariño de los niños a su cargo, las cartas a su padre y una profunda pasión por la lectura, devorando libro tras libro.
Cuando se enteró por la misivas de su tía Rosario que había quedado libre la plaza de maestro en Puente Viejo, pensó que no le vendría mal un cambio de aires. Además, guardaba gratos recuerdos de los veranos que había pasado con sus tíos y sus primos en aquel pueblo de las montañas de Sanabria. Por una vez no se sentiría tan sola, tendría cerca a una familia que siempre la había tratado con cariño, que le habían echo sentir como una más. Con ellos había descubierto lo que era el calor de un hogar, en una casa humilde y llena de críos, pero donde jamás faltaban las risas y las muestras de afecto.
En casa de los Castañeda todos se sorprendieron con la noticia. Mariana y Ramiro apenas recordaban a aquella prima, puesto que ellos eran aún pequeños cuando Belén los había visitado por última vez. Sin embargo Juan, que tenía su misma edad, y Alfonso, que le sacaba un par de años, recordaban a una chiquilla de pelo castaño, tímida y callada pero que siempre les había caído bien porque las pocas veces que abría la boca era para decir algo interesante, dar un buen consejo o soltar una chanza memorable que nadie sabía como rebatir. Su padre decía que aquello era lo que se llamaba la retranca de los gallegos: estar callados de modo que nadie sabía si iban o venían pero llegado el caso soltar una sentecia que no habia modo de refutar.
La conversación durante la cena giró en torno a la famosa prima que estaba a punto de llegar de tierras gallegas. Rosario estaba encantada de tener otra mujer en casa. No quería reconocerlo, pero echaba de menos a Soledad y tenía la esperanza de que su sobrina rellenase el hueco que había dejado su nuera. Mariana pensaba que por fin tendría una amiga con la que charlar y compartir algunos de sus pequeños secretos, esos que no podía contar ni a su madre ni a nínguno de sus hermanos, si no quería aguantar reprimendas o carcajadas. Pero mientras las mujeres de la casa ya estaban haciendo planes para alojar al nuevo miembro de la familia, los tres muchachos volvieron a encerrarse en sus preocupaciones.
Cuando Rosario y Mariana llegaron a casa por la noche se encontraron con la escena habitual en las últimas semanas: Alfonso cabizbajo, Ramiro a su lado con cara preocupada y Juan encerrado en el cuarto. Nínguno de los tres parecía tener muchas ganas de charla, pero hoy había una buena noticia que comentar durante la cena, puesto que el correo había traído una carta de José, el padre ausente. Además de contarles que se encontraba mucho mejor, que había conseguido un buen trabajo que le permitiría juntar algunos ahorros, les comunicaba que su sobrina Belén llegaría en breve a Puente Viejo con el propósito de hacerse cargo de la escuela del pueblo. Belén era la única hija de su difunta hermana Carmen y su cuñado Antonio, el dueño de un prospero negocio de sastrería en la ciudad de Lugo. La muchacha tenía fama de tener una inteligencia fuera de lo común. Tal era el caso, que las monjas del colegio en el que había estado interna durante años decían que de haber sido un hombre hubiera podido ser un brillante abogado, doctor, ingeniero o cualquier otra profesión liberal que le proporcionara un gran porvenir y sus buenos cuartos. Pero Dios quiso que fuese mujer, y en esos tiempos lo único a lo que podían aspirar las féminas, además de a cazar un buen marido, era a ser maestra de escuela. Así que su padre invirtió una parte de su pequeña fortuna en pagarle los estudios de magisterio, que la chica terminó con las mejores notas posibles. Pero el hecho de lograr el mejor expediente de su promoción no fue suficiente para conseguir un destino en Lugo o cualquier otro lugar próximo a su hogar. Así que tuvo que vagar durante algunos años por varias aldeas de Galicia, donde pasó por las estrecheces propias de su oficio de maestra y una soledad que ella procuraba espantar con el cariño de los niños a su cargo, las cartas a su padre y una profunda pasión por la lectura, devorando libro tras libro.
Cuando se enteró por la misivas de su tía Rosario que había quedado libre la plaza de maestro en Puente Viejo, pensó que no le vendría mal un cambio de aires. Además, guardaba gratos recuerdos de los veranos que había pasado con sus tíos y sus primos en aquel pueblo de las montañas de Sanabria. Por una vez no se sentiría tan sola, tendría cerca a una familia que siempre la había tratado con cariño, que le habían echo sentir como una más. Con ellos había descubierto lo que era el calor de un hogar, en una casa humilde y llena de críos, pero donde jamás faltaban las risas y las muestras de afecto.
En casa de los Castañeda todos se sorprendieron con la noticia. Mariana y Ramiro apenas recordaban a aquella prima, puesto que ellos eran aún pequeños cuando Belén los había visitado por última vez. Sin embargo Juan, que tenía su misma edad, y Alfonso, que le sacaba un par de años, recordaban a una chiquilla de pelo castaño, tímida y callada pero que siempre les había caído bien porque las pocas veces que abría la boca era para decir algo interesante, dar un buen consejo o soltar una chanza memorable que nadie sabía como rebatir. Su padre decía que aquello era lo que se llamaba la retranca de los gallegos: estar callados de modo que nadie sabía si iban o venían pero llegado el caso soltar una sentecia que no habia modo de refutar.
La conversación durante la cena giró en torno a la famosa prima que estaba a punto de llegar de tierras gallegas. Rosario estaba encantada de tener otra mujer en casa. No quería reconocerlo, pero echaba de menos a Soledad y tenía la esperanza de que su sobrina rellenase el hueco que había dejado su nuera. Mariana pensaba que por fin tendría una amiga con la que charlar y compartir algunos de sus pequeños secretos, esos que no podía contar ni a su madre ni a nínguno de sus hermanos, si no quería aguantar reprimendas o carcajadas. Pero mientras las mujeres de la casa ya estaban haciendo planes para alojar al nuevo miembro de la familia, los tres muchachos volvieron a encerrarse en sus preocupaciones.
#480
09/09/2011 22:08
2ª PARTE
Cuatro días despues Belén llegaba a Puente Viejo en la diligencia de la mañana, un día antes de lo previsto, por lo que nadie de su familia acudió a recibirla. Tendría que cargar sola con el equipaje, que consistía en una vieja maleta con ropa y una bolsa lleno de libros. No era mucha carga, pero estaba cansada despues de dos jornadas de viaje, por lo que decidió buscar la taberna para poder sentarse a descansar y disfrutar de algún refrigerio. Aunque lo que más ansiaba era ver a don Raimundo, el dueño de la casa de comidas, aquel hombre encantador y cariñoso que le había contagiado la pasión por la lectura. Aún recordaba aquellas tardes de verano en las que el tabernero se sentaba a leer fantásticas historias de aventuras a todos los críos del pueblo. Allí estaba Sebastián, el hijo mayor de Raimundo, un chiquillo de ojos claros como el cielo, imposibles de olvidar; Emilia, la hermana de Sebastián, una niña risueña que siempre llevaba su cabello rubio recogido en una coleta y a la que su primo Alfonso no quitaba el ojo de encima;Mariana, siempre sentada al lado de Juan, aunque no se sabía muy bien quien cuidaba de quien. Y el pequeño Ramiro, un chiquillo curioso que nunca paraba de preguntar el porqué de las cosas.
Dirigió sus pasos hacia la casa de comidas. Al pasar junto al colmado reconoció a Hipólito, aquel zagal patosillo que siempre se metía en líos, pero de gran corazón ya que nunca dudaba en compartir los caramelos que le daba su madre. Pasó junto a la fuente, donde un muchacho alto y de rostro bastante agraciado se estaba lavando mientras un coro de mujeres lo miraban embelesadas. Al verla pasar, Severiano le dirigió lo que parecía un cortés saludo pero ella no pudo dejar de sentir cierto rechazo hacia aquella mirada turbia. Siguió andando, cruzó la plaza y entró en la taberna, que a esas horas estaba poco transitada. Dejó la maleta en el suelo, colocó la bolsa con libros encima de una mesa y se dejó caer en una silla. Le dolia la cabeza y por unos segundos cerró los ojos tratando de refugiarse en un recuerdo agradable. Aquel era un truco que le había enseñado su madre y que no solía fallarle: “cuando te duela el cuerpo o el alma, cierra los ojos y trata de recordar un momento felíz. Ya verás como se mitiga el dolor”.
Una voz de mujer joven la sacó de su ensimismamiento.
-¿Desea que le sirva algo?
-Ah..sí.-dijo abriendo los ojos y recomponiéndo un poco su postura.- ¿Podría traerme algo de comer y una jarra de auga?.
-Por supuesto, ahora le traigo un poco de pan con queso y chorizo.-Emilia se encaminó a la barra pensando que le resultaba conocido aquel rostro. Pero no sabía de que. Era una muchacha menuda, con el pelo marrón recogido en un moño. Vestía falda y chaqueta de color gris, un atuendo sencillo pero de buen paño. Tenía el semblante serio pero sus voz sonaba amable.
-Si no es mucha indiscrección, ¿usted no es de por aquí?. Su acento parece de tierras gallegas.
-Efectivamente, soy de Lugo.-Belén adivinó cierto desconcierto en la mirada de Emilia, por lo que se atrevió a continuar con la explicación que a buen seguro la muchacha estaba deseando oír.-Soy la nueva maestra, acabo de llegar en la diligencia de esta mañana. Por eso tengo este aspecto tan cansado y unas tripas rugientes por probar ese queso y ese chorizo.
-Pues bienvenida sea!!. Me alegro de que por fin tengamos a una nueva maestra, que los chiquillos llevan ya varios días sin clase. Por cierto, me llamo…
-Emilia Ulloa. Eres la hija de don Raimundo.
Cuatro días despues Belén llegaba a Puente Viejo en la diligencia de la mañana, un día antes de lo previsto, por lo que nadie de su familia acudió a recibirla. Tendría que cargar sola con el equipaje, que consistía en una vieja maleta con ropa y una bolsa lleno de libros. No era mucha carga, pero estaba cansada despues de dos jornadas de viaje, por lo que decidió buscar la taberna para poder sentarse a descansar y disfrutar de algún refrigerio. Aunque lo que más ansiaba era ver a don Raimundo, el dueño de la casa de comidas, aquel hombre encantador y cariñoso que le había contagiado la pasión por la lectura. Aún recordaba aquellas tardes de verano en las que el tabernero se sentaba a leer fantásticas historias de aventuras a todos los críos del pueblo. Allí estaba Sebastián, el hijo mayor de Raimundo, un chiquillo de ojos claros como el cielo, imposibles de olvidar; Emilia, la hermana de Sebastián, una niña risueña que siempre llevaba su cabello rubio recogido en una coleta y a la que su primo Alfonso no quitaba el ojo de encima;Mariana, siempre sentada al lado de Juan, aunque no se sabía muy bien quien cuidaba de quien. Y el pequeño Ramiro, un chiquillo curioso que nunca paraba de preguntar el porqué de las cosas.
Dirigió sus pasos hacia la casa de comidas. Al pasar junto al colmado reconoció a Hipólito, aquel zagal patosillo que siempre se metía en líos, pero de gran corazón ya que nunca dudaba en compartir los caramelos que le daba su madre. Pasó junto a la fuente, donde un muchacho alto y de rostro bastante agraciado se estaba lavando mientras un coro de mujeres lo miraban embelesadas. Al verla pasar, Severiano le dirigió lo que parecía un cortés saludo pero ella no pudo dejar de sentir cierto rechazo hacia aquella mirada turbia. Siguió andando, cruzó la plaza y entró en la taberna, que a esas horas estaba poco transitada. Dejó la maleta en el suelo, colocó la bolsa con libros encima de una mesa y se dejó caer en una silla. Le dolia la cabeza y por unos segundos cerró los ojos tratando de refugiarse en un recuerdo agradable. Aquel era un truco que le había enseñado su madre y que no solía fallarle: “cuando te duela el cuerpo o el alma, cierra los ojos y trata de recordar un momento felíz. Ya verás como se mitiga el dolor”.
Una voz de mujer joven la sacó de su ensimismamiento.
-¿Desea que le sirva algo?
-Ah..sí.-dijo abriendo los ojos y recomponiéndo un poco su postura.- ¿Podría traerme algo de comer y una jarra de auga?.
-Por supuesto, ahora le traigo un poco de pan con queso y chorizo.-Emilia se encaminó a la barra pensando que le resultaba conocido aquel rostro. Pero no sabía de que. Era una muchacha menuda, con el pelo marrón recogido en un moño. Vestía falda y chaqueta de color gris, un atuendo sencillo pero de buen paño. Tenía el semblante serio pero sus voz sonaba amable.
-Si no es mucha indiscrección, ¿usted no es de por aquí?. Su acento parece de tierras gallegas.
-Efectivamente, soy de Lugo.-Belén adivinó cierto desconcierto en la mirada de Emilia, por lo que se atrevió a continuar con la explicación que a buen seguro la muchacha estaba deseando oír.-Soy la nueva maestra, acabo de llegar en la diligencia de esta mañana. Por eso tengo este aspecto tan cansado y unas tripas rugientes por probar ese queso y ese chorizo.
-Pues bienvenida sea!!. Me alegro de que por fin tengamos a una nueva maestra, que los chiquillos llevan ya varios días sin clase. Por cierto, me llamo…
-Emilia Ulloa. Eres la hija de don Raimundo.