Foro El secreto de Puente Viejo
La Biblioteca (A - K)
#0
17/08/2011 13:26
EL RINCÓN DE AHA
El destino.
EL RINCÓN DE ÁLEX
El Secreto de Puente Viejo, El Origen.
EL RINCÓN DE ABRIL
El mejor hombre de Puente Viejo.
La chica de la trenza I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII.
EL RINCÓN DE ALFEMI
De siempre y para siempre.
Hace frío I, II.
Pensando en ti.
Yo te elegí a ti.
EL RINCÓN DE ANTOJEP
Bajo la luz de la luna I, II, III, IV.
Como un rayo de sol I, II, III, IV.
La traición I, II.
EL RINCÓN DE ARICIA
Reacción I, II, III, IV.
Emilia, el lobo y el cazador.
El secreto de Alfonso Castañeda.
La mancha de mora I, II, III, IV, V.
Historias que se repiten. 20 años después.
La historia de Ana Castañeda I, II, III, VI, V, Final.
EL RINCÓN DE ARTEMISILLA
Ojalá fuera cierto.
Una historia de dos
EL RINCÓN DE CAROLINA
Mi historia.
EL RINCÓN DE CINDERELLA
Cierra los ojos.
EL RINCÓN DE COLGADA
Cartas, huidas, regalos y el diluvio universal I-XI.
El secreto de Gregoria Casas.
La decisión I,II, III, IV, V.
Curando heridas I,II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII.
una nueva vida I,II, III
EL RINCÓN DE CUQUINA
Lo que me sale de las teclas.
El origen de Tristán Ulloa.
EL RINCÓN DE EIZA
En los ojos de un Castañeda.
Bajando a los infiernos.
¡¿De qué?!
Pensamientos
EL RINCÓN DE FERMARÍA
Noche de bodas. (Descarga directa aquí)
Lo que no se ve.
En el baile.
De valientes y cobardes.
Descubriendo a Alfonso.
¿Por qué no me besaste?
Dejarse llevar.
Amar a Alfonso Castañeda.
Serenidad.
Así.
Quiero.
El corazón de un jornalero (I) (II).
Lo único cierto I, II.
Tiempo.
Sabor a chocolate.
EL RINCÓN DE FRANRAI
Un amor inquebrantable.
Un perfecto malentendido.
Gotas del pasado.
EL RINCÓN DE GESPA
La rutina.
Cada cosa en su sitio.
El baile.
Tomando decisiones.
Volver I, II.
Chismorreo.
Sola.
Tareas.
El desayuno.
Amigas.
Risas.
La manzana.
EL RINCÓN DE INMILLA
Rain Over Me I, II, III.
EL RINCÓN DE JAJIJU
Diálogos que nos encantaría que pasaran.
EL RINCÓN DE KERALA
Amor, lucha y rendición I - VII, VIII, IX, X, XI (I) (II), XII, XIII, XIV, XV, XVI,
XVII, XVIII, XIX, XX (I) (II), XXI, XXII (I) (II).
Borracha de tu amor.
Lo que debió haber sido.
Tu amor es mi droga I, II. (Escena alternativa).
PACA´S TABERN I, II.
Recuerdos.
Dibujando tu cuerpo.
Tu amor es mi condena I, II.
Encuentro en la posada. Historia alternativa
Tu amor es mi condena I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI
#441
08/09/2011 14:55
Yo estoy con el de Aricia, pero entre lo de Fer, el otro fanfic, el banner, las noticias nuevas, los spoilers, la página de Facebook y colocar los enlaces, no doy para mucho más, pero prometo intentar terminarlo esta tarde.
#442
08/09/2011 15:16
Aricia!!!!!!Por lo que tú más quieras, termina ese fic por favor, que estoy con el alma en vilo!!!Qué bonito!
#443
08/09/2011 16:22
~~REACCIÓN – PARTE 4 - FIN~~
Emilia se giró para enfrentarse a Alfonso con las mejillas sonrosadas como manzanas. Frente a ella, con las manos agarradas a su cinturón, Alfonso Castañeda la observaba sin poder apartar sus ojos de los de ella.
¿Cuándo se había convertido Alfonso en ese hombre gallardo y apuesto que estaba parado a su vera? ¿Cómo no había podido fijarse antes en esos ojos oscuros tan intensos que parecían traspasarla? ¿Cómo la había podido dejar escapar? Emilia desvió la mirada, apabullada por la intensidad de la mirada de Alfonso.
- Bienvenido, Castañeda—saludó Emilia intentando recomponer una sonrisa que alejara su zozobra. –Desconocía que hubieras llegado ya a Puente Viejo.
- Llegué ayer por la mañana. Y pasé por la posada. Pero parece ser que nuestros caminos no se cruzaron… hasta ahora—explicó él cuadrando ligeramente los hombros y haciendo que su camisa marcase su pecho.
Emilia se sorprendió así misma apreciando la musculatura del pecho de Alfonso, hasta que retiró su mirada todavía más ruborizada.
- He estado muy ocupada estos días—replicó Emilia intentando que su voz sonase lo más tranquila posible… Pero era tan difícil estando Alfonso con ella después de tanto tiempo.
- Eso me han dicho.
-Y ya debería de estar de regreso en casa. Mi padre estará preguntándose donde estoy y habrá que ir preparando la cena.
- Raimundo me ha dicho que no hacía falta que volvieras todavía. Entre él y Sebastián tienen todo controlado.
- ¿Has hablado con mi padre?
- Él fue quien me dijo dónde podría encontrarte.
Emilia lo miró medio confundida. Ella que pensaba que se había escabullido de la casa, pero su padre parecía seguir tan avispado y atento como siempre.
- ¿Y para qué querías encontrarme?—tan pronto como sus palabras abandonaron sus labios, Emilia se arrepintió de haberlas pronunciado.
Alfonso pareció titubear por primera vez desde que la había encontrado. Sin duda estaba nervioso, pensó Emilia al verlo quitarse la gorra y estrujarla entre sus manos.
- Para pedirte perdón, Emilia.
- ¿Pedirme perdón?... ¿A mí?-repitió Emilia. –Yo no he de perdonarte nada, Alfonso.
- Sí, sí que has de perdonarme, Emilia. Jamás debí tratarte como te traté la última vez que nos vimos. No debí perder los estribos… ni tratarte de esa manera—añadió Alfonso con el gorro casi medio destrozado entre sus manos.
Emilia comprendió que Alfonso se refería a su beso. Pero él no debía pedir perdón por ello. Ella no se lamentaba por qué él la hubiera besado. Sólo se lamentaba por haber sido tan obtusa y porque él no la hubiera besado mucho antes. Algo que ya no podía ser.
- No debes disculparte, Alfonso—dijo apoyando su mano en el brazo de él.—Más bien debería ser al contrario y ser yo la que te pida perdón.
- ¿Perdón, tú, Emilia?
- Sí, Alfonso. Por no oír tus advertencias sobre Severiano y acusarte de mentir, como si no supiera que tú jamás podrías mentirme—Emilia clavó su mirada en la barbilla de Alfonso incapaz de mirarlo a los ojos. –Pero Severiano me encandiló con sus maneras y su palabrería y yo no pude ver más que aquello que quería ver. Fui una tonta Alfonso.
- No digas eso, Emilia. Todos nos dejamos engañar por Severiano, tú, yo y todo Puente Viejo.
- Tal vez sea así, pero no me hace sentirme menos tonta.
- Bueno, tal vez lo hayas sido un poquito—bromeó Alfonso levantando la barbilla de Emilia dulcemente con su mano para poder mirarle bien el rostro.
**continúa**
Emilia se giró para enfrentarse a Alfonso con las mejillas sonrosadas como manzanas. Frente a ella, con las manos agarradas a su cinturón, Alfonso Castañeda la observaba sin poder apartar sus ojos de los de ella.
¿Cuándo se había convertido Alfonso en ese hombre gallardo y apuesto que estaba parado a su vera? ¿Cómo no había podido fijarse antes en esos ojos oscuros tan intensos que parecían traspasarla? ¿Cómo la había podido dejar escapar? Emilia desvió la mirada, apabullada por la intensidad de la mirada de Alfonso.
- Bienvenido, Castañeda—saludó Emilia intentando recomponer una sonrisa que alejara su zozobra. –Desconocía que hubieras llegado ya a Puente Viejo.
- Llegué ayer por la mañana. Y pasé por la posada. Pero parece ser que nuestros caminos no se cruzaron… hasta ahora—explicó él cuadrando ligeramente los hombros y haciendo que su camisa marcase su pecho.
Emilia se sorprendió así misma apreciando la musculatura del pecho de Alfonso, hasta que retiró su mirada todavía más ruborizada.
- He estado muy ocupada estos días—replicó Emilia intentando que su voz sonase lo más tranquila posible… Pero era tan difícil estando Alfonso con ella después de tanto tiempo.
- Eso me han dicho.
-Y ya debería de estar de regreso en casa. Mi padre estará preguntándose donde estoy y habrá que ir preparando la cena.
- Raimundo me ha dicho que no hacía falta que volvieras todavía. Entre él y Sebastián tienen todo controlado.
- ¿Has hablado con mi padre?
- Él fue quien me dijo dónde podría encontrarte.
Emilia lo miró medio confundida. Ella que pensaba que se había escabullido de la casa, pero su padre parecía seguir tan avispado y atento como siempre.
- ¿Y para qué querías encontrarme?—tan pronto como sus palabras abandonaron sus labios, Emilia se arrepintió de haberlas pronunciado.
Alfonso pareció titubear por primera vez desde que la había encontrado. Sin duda estaba nervioso, pensó Emilia al verlo quitarse la gorra y estrujarla entre sus manos.
- Para pedirte perdón, Emilia.
- ¿Pedirme perdón?... ¿A mí?-repitió Emilia. –Yo no he de perdonarte nada, Alfonso.
- Sí, sí que has de perdonarme, Emilia. Jamás debí tratarte como te traté la última vez que nos vimos. No debí perder los estribos… ni tratarte de esa manera—añadió Alfonso con el gorro casi medio destrozado entre sus manos.
Emilia comprendió que Alfonso se refería a su beso. Pero él no debía pedir perdón por ello. Ella no se lamentaba por qué él la hubiera besado. Sólo se lamentaba por haber sido tan obtusa y porque él no la hubiera besado mucho antes. Algo que ya no podía ser.
- No debes disculparte, Alfonso—dijo apoyando su mano en el brazo de él.—Más bien debería ser al contrario y ser yo la que te pida perdón.
- ¿Perdón, tú, Emilia?
- Sí, Alfonso. Por no oír tus advertencias sobre Severiano y acusarte de mentir, como si no supiera que tú jamás podrías mentirme—Emilia clavó su mirada en la barbilla de Alfonso incapaz de mirarlo a los ojos. –Pero Severiano me encandiló con sus maneras y su palabrería y yo no pude ver más que aquello que quería ver. Fui una tonta Alfonso.
- No digas eso, Emilia. Todos nos dejamos engañar por Severiano, tú, yo y todo Puente Viejo.
- Tal vez sea así, pero no me hace sentirme menos tonta.
- Bueno, tal vez lo hayas sido un poquito—bromeó Alfonso levantando la barbilla de Emilia dulcemente con su mano para poder mirarle bien el rostro.
**continúa**
#444
08/09/2011 16:23
**continuación**
Emilia iba a replicar pero sus palabras murieron en sus labios cuando vio la expresión con la que Alfonso la miraba. Si no supiera que era imposible, Emilia creería que Alfonso la miraba con amor. Y sin embargo no podía ser, ya que él había entregado su corazón a otra.
- ¿Qué pasa por esa cabecita inquieta, Emilia?—preguntó Alfonso al ver la expresión de dolor y desconcierto en el rostro de Emilia.
- Sólo remordimientos, Alfonso—se sinceró ella. –Pero como diría mi padre, agua pasada no mueve molino. Y sin embargo…
- Sin embargo, ¿qué?
- ¿Por qué te fuiste, Alfonso?—dijo sin poder evitar que el dolor impregnase sus palabras. -¿Y por qué vuelves ahora?
- Quién iba a decir que mi Emilia había perdido para siempre su perspicacia—dijo inclinándose imperceptiblemente sobre ella. --¿De verdad tengo que explicártelo?
Emilia no podía contestar. Su corazón latía descontrolado en su pecho y sus labios apenas podían dejar de temblar por la emoción contenida como para pronunciar las palabras que bullían en su cabeza.
- Jamás hubiera creído que vería a Emilia Ulloa sin palabras—rió Alfonso echándose hacia atrás y soltando una carcajada de puro gozo. – Y no puedo decir que me disguste.
Alfonso hubiera seguido embromándola, pero Emilia estaba tan bonita con esa expresión de desconcierto en su rostro, aún ligeramente enrojecido y los ojos brillantes.
- He vuelto por ti, tontona—pronunció acercándose a Emilia hasta que sus cuerpos estuvieron separados por un suspiro. –Me fui por ti, Emilia. Y he vuelto por ti.
- Pero, ¿por qué?—preguntó ella sin poder dar crédito a lo que su corazón le gritaba.
- Porque te amo más que a mi vida, por eso. Te he amado de siempre, Emilia. Al principio era un amor tierno y juvenil que confundí con la amistad, pero se convirtió en el amor que un hombre siente por una mujer. Por esta mujer—aclaró acariciando su mejilla suavemente. –Y por amor me alejé de ti, creyendo que era lo mejor para ambos. Pues si tú eras feliz con Severiano eso tendría que ser suficiente para los dos. Y por amor he regresado a ti, a ser el hombre que tenía que haber sido hace meses y pelear por tu amor, Emilia Ulloa.
- No tienes que pelear por mi amor—susurró Emilia con la voz llena de emoción y añadió al ver el desconcierto y miedo en el rostro de él. –No tienes que pelear—repitió acariciando su rostro—porque ya tienes mi amor.
El tiempo se paró a su alrededor por unos segundos. Sólo estaban ellos dos en el bosque, sobre el viejo puente. Alfonso, que había sido tildado por su hermano Ramiro de apocado con las mujeres, sujetó el precioso rostro de Emilia entre sus dos manos y rozó sus labios con el más tierno beso.
Emilia, envalentonada por la reacción de Alfonso, sujetó las dos puntas del pañuelo que solía adornar el cuello del Castañeda, y lo atrajo hacia ella para profundizar su beso. Alfonso, agradablemente sorprendido, rodeó a Emilia entre sus brazos, acercando sus cuerpos y la besó hasta que ambos quedaron sin respiración.
Cuando terminaron el beso, Alfonso continuó abrazándola contra su cuerpo y apoyó su barbilla sobre su rubia cabeza mientras aspiraba maravillado el aroma a lavanda de su Emilia.
- Alfonso—lo llamó Emilia tras unos minutos en el que ambos se perdieron en el abrazo del otro--, ¿y qué va a ser de Adela?
- ¿Adela? ¿Qué tiene que ver Adela en todo esto?—preguntó mientras la alejaba lo suficiente para ver su rostro.
- Pues que ella es tu novia, y no creo que esté contenta de saber que profesas el amor a otra.
Alfonso la miró fijamente para ver si ella hablaba en serio. Pero la cara de Emilia no podía ser más grave. Entonces, Alfonso estalló en carcajadas.
- ¿De qué te ríes? ¿Yo no le veo gracia alguna?
- Pues de que has estado celosa de la prometida de mi primo Francisco—aclaró él todavía con una sonrisa –Regresé con ellos y con mi padre.
- ¡Oh!—Emilia avergonzada se escabulló del abrazo de Alfonso y empezó a caminar alejándose del río.
- ¿A dónde crees que vas, Emilia?—la detuvo agarrándola por la cintura.
- A casa. Creo que ya he terminado de hacer el tonto por hoy, Castañeda.
Alfonso rió nuevamente a su espalda y la envolvió con sus brazos apoyando su barbilla en el hueco de su cuello.
- Te amo, Emilia Ulloa—le susurró al oído mientras apartaba el pelo para besarle el cuello.
- Y yo a ti, Alfonso Castañeda.
Y ambos volvieron a besarse y abrazarse sobre el viejo puente. Mucho tiempo después, Alfonso volvió a romper el cómodo silencio entre ambos.
- Promete que volverás a trenzarte el pelo—le dijo acariciando la sedosa melena- pero sólo para mí.
- Qué tonterías me pides, Alfonso. ¿Pero para qué?
- Para ser yo el único que tenga el placer de deshacerla mientras te beso—y la volvió a besar.
~~FIN~~
Emilia iba a replicar pero sus palabras murieron en sus labios cuando vio la expresión con la que Alfonso la miraba. Si no supiera que era imposible, Emilia creería que Alfonso la miraba con amor. Y sin embargo no podía ser, ya que él había entregado su corazón a otra.
- ¿Qué pasa por esa cabecita inquieta, Emilia?—preguntó Alfonso al ver la expresión de dolor y desconcierto en el rostro de Emilia.
- Sólo remordimientos, Alfonso—se sinceró ella. –Pero como diría mi padre, agua pasada no mueve molino. Y sin embargo…
- Sin embargo, ¿qué?
- ¿Por qué te fuiste, Alfonso?—dijo sin poder evitar que el dolor impregnase sus palabras. -¿Y por qué vuelves ahora?
- Quién iba a decir que mi Emilia había perdido para siempre su perspicacia—dijo inclinándose imperceptiblemente sobre ella. --¿De verdad tengo que explicártelo?
Emilia no podía contestar. Su corazón latía descontrolado en su pecho y sus labios apenas podían dejar de temblar por la emoción contenida como para pronunciar las palabras que bullían en su cabeza.
- Jamás hubiera creído que vería a Emilia Ulloa sin palabras—rió Alfonso echándose hacia atrás y soltando una carcajada de puro gozo. – Y no puedo decir que me disguste.
Alfonso hubiera seguido embromándola, pero Emilia estaba tan bonita con esa expresión de desconcierto en su rostro, aún ligeramente enrojecido y los ojos brillantes.
- He vuelto por ti, tontona—pronunció acercándose a Emilia hasta que sus cuerpos estuvieron separados por un suspiro. –Me fui por ti, Emilia. Y he vuelto por ti.
- Pero, ¿por qué?—preguntó ella sin poder dar crédito a lo que su corazón le gritaba.
- Porque te amo más que a mi vida, por eso. Te he amado de siempre, Emilia. Al principio era un amor tierno y juvenil que confundí con la amistad, pero se convirtió en el amor que un hombre siente por una mujer. Por esta mujer—aclaró acariciando su mejilla suavemente. –Y por amor me alejé de ti, creyendo que era lo mejor para ambos. Pues si tú eras feliz con Severiano eso tendría que ser suficiente para los dos. Y por amor he regresado a ti, a ser el hombre que tenía que haber sido hace meses y pelear por tu amor, Emilia Ulloa.
- No tienes que pelear por mi amor—susurró Emilia con la voz llena de emoción y añadió al ver el desconcierto y miedo en el rostro de él. –No tienes que pelear—repitió acariciando su rostro—porque ya tienes mi amor.
El tiempo se paró a su alrededor por unos segundos. Sólo estaban ellos dos en el bosque, sobre el viejo puente. Alfonso, que había sido tildado por su hermano Ramiro de apocado con las mujeres, sujetó el precioso rostro de Emilia entre sus dos manos y rozó sus labios con el más tierno beso.
Emilia, envalentonada por la reacción de Alfonso, sujetó las dos puntas del pañuelo que solía adornar el cuello del Castañeda, y lo atrajo hacia ella para profundizar su beso. Alfonso, agradablemente sorprendido, rodeó a Emilia entre sus brazos, acercando sus cuerpos y la besó hasta que ambos quedaron sin respiración.
Cuando terminaron el beso, Alfonso continuó abrazándola contra su cuerpo y apoyó su barbilla sobre su rubia cabeza mientras aspiraba maravillado el aroma a lavanda de su Emilia.
- Alfonso—lo llamó Emilia tras unos minutos en el que ambos se perdieron en el abrazo del otro--, ¿y qué va a ser de Adela?
- ¿Adela? ¿Qué tiene que ver Adela en todo esto?—preguntó mientras la alejaba lo suficiente para ver su rostro.
- Pues que ella es tu novia, y no creo que esté contenta de saber que profesas el amor a otra.
Alfonso la miró fijamente para ver si ella hablaba en serio. Pero la cara de Emilia no podía ser más grave. Entonces, Alfonso estalló en carcajadas.
- ¿De qué te ríes? ¿Yo no le veo gracia alguna?
- Pues de que has estado celosa de la prometida de mi primo Francisco—aclaró él todavía con una sonrisa –Regresé con ellos y con mi padre.
- ¡Oh!—Emilia avergonzada se escabulló del abrazo de Alfonso y empezó a caminar alejándose del río.
- ¿A dónde crees que vas, Emilia?—la detuvo agarrándola por la cintura.
- A casa. Creo que ya he terminado de hacer el tonto por hoy, Castañeda.
Alfonso rió nuevamente a su espalda y la envolvió con sus brazos apoyando su barbilla en el hueco de su cuello.
- Te amo, Emilia Ulloa—le susurró al oído mientras apartaba el pelo para besarle el cuello.
- Y yo a ti, Alfonso Castañeda.
Y ambos volvieron a besarse y abrazarse sobre el viejo puente. Mucho tiempo después, Alfonso volvió a romper el cómodo silencio entre ambos.
- Promete que volverás a trenzarte el pelo—le dijo acariciando la sedosa melena- pero sólo para mí.
- Qué tonterías me pides, Alfonso. ¿Pero para qué?
- Para ser yo el único que tenga el placer de deshacerla mientras te beso—y la volvió a besar.
~~FIN~~
#445
08/09/2011 16:31
Aricia
que bonito todo, los gestos, los besos.. el cojerla por detras..los silencios... me ha encantado .. en serio genial!!! gracias ;O)
que bonito todo, los gestos, los besos.. el cojerla por detras..los silencios... me ha encantado .. en serio genial!!! gracias ;O)
#446
08/09/2011 16:38
Gracias, librito
Me conformo con que os deje buen sabor de boca, porque para sinsabores ya tenemos a los guinistas que son unos expertos XD
Me conformo con que os deje buen sabor de boca, porque para sinsabores ya tenemos a los guinistas que son unos expertos XD
#447
08/09/2011 16:47
Aricia, niña, que descubrimiento contigo... no habia tenido tiempo aún de leer tu relato y he tenido la suerte de hacerlo todo de golpe y me ha encantado, precioso, muy intenso. Me ha encantado esa Emilia sufriendo por los rincones y penando por alfonso...
#448
08/09/2011 17:01
Aricia, ayer ya te dije que me había encantado tu relato, y te pedí que continuaras, y mujer, tengo que decirte que me has alegrado la tarde, de verdad. Precioso final para tu historia, y bien empleado el sufrimiento de Emilia. Reconozco que cuando esos momentos de tensión pre-beso, me tiemblan las piernas. ¿Es normal? xD
#449
08/09/2011 17:32
precioso aricia, sin palabras me has dejado
#450
08/09/2011 19:49
MARI, te pongo esto por aquí de nuevo que se ha perdido en las profundidades del otro post jeje
Una caricia en su mejilla la hizo despertar. Cuando abrió los ojos se vio recostada sobre el pecho de Alfonso y todo lo ocurrido vino a su mente. De hecho, aún sentía en sus labios el dulce sabor de los suyos como prueba de lo que habían compartido.
-Mi vida, despierta -le escuchó decir y ella fingió dormir con tal de volver a oírle llamarla así. -Mi vida...
Emilia sonrió y alzó la vista, apoyando su barbilla en su pecho.
-¿Tu vida? -preguntó con picardía.
-Entera -le confirmo él. Tomó su rostro con ambas manos y alcanzó sus labios con los suyos. -Aún no me puedo creer lo que ha sucedido -le dijo apretándola otra vez contra su pecho.
-Ni yo -suspiró ella. -Soy capaz de venir mañana a verte sólo para preguntarte si esto ha sido un sueño.
-¿Nada más a eso? -fingió una gran decepción. Emilia rió con ganas.
-Puede que te dé un beso.
-¿Uno? -repitió él con tono socarrón. -Tú ponte a mi alcance y veremos a ver si te dejo escapar -le advirtió comenzando a hacerle cosquillas.
Ella consiguió zafarse, aprovechando para ir a por sus ropas, tirándole a Alfonso las suyas a la cabeza.
-Eso ya lo veremos -se burló ella mientras comenzaba a vestirse.
Alfonso la imitó pero sin apartar la vista de ella mientras lo hacía. Se preguntaba cuando volvería a verla haciendo eso mismo, pero como su esposa. Emilia se percató de la intensidad de su mirada y no pudo evitar sonrojarse.
-¿Qué? -preguntó con timidez.
Alfonso estiró la mano y la hizo sentarse a su lado.
-Que eres preciosa -le dijo besándola con ternura.
Emilia sonrió azorada y comenzó a atusar su cabello con nerviosismo.
-No -la detuvo Alfonso al ver su intención de recogerse el cabello en su acostumbrada trenza. -Déjatelo suelto -le pidió, colocando algunos mechones por delante de sus hombros.
-Estás loco -negó con la cabeza. -¿Qué va a pensar mi padre cuando me vea llegar así, toda descocada?
-Si llegas de mi mano, nada -profirió con seguridad y un deje de orgullo que no dejó de sorprender a Emilia.
-¿Mi padre sabe que tú...?
-Desde que me sorprendió dejándote la cajita de música detrás de la barra? -alegó como si tal cosa, pero que para Emilia suponía un total descubrimiento.
-¿Serás truhán? -le golpeó en el brazo. -Yo devanándome los sesos y tú divirtiéndote a mi costa -se cruzó de brazos con fingido enfado.
-Divirtiéndome, no -bajó la mirada con aire de tristeza. -Lo hice porque no sabía como acercarme a ti.
Esta vez fue Emilia la que tomó su rostro y besó sus labios con dulzura.
-Entonces no me equivoqué cuando dije que ese hombre debía tener un alma sensible -declaró mirándolo a los ojos. -Y me alegro de que ese hombre seas tú porque nadie en este mundo puede conocerme mejor que Alfonso Castañeda.
-Ni te amará como yo -declaró estrechándola entre sus brazos.
-Qué bonito -se escuchó una voz desde la puerta y ambos voltearon a mirar quien era mientras se levantaban.
Severiano los observaba con los brazos cruzados, apoyado en el quicio de la puerta y mirada de circunstancias.
-Así que habéis pasado de rodar en la era de pequeños a retozar en el pajar -dijo en tono mordaz.
-Escucha, Severiano... -comenzó a Alfonso.
-Aunque lo que más me gusta es la parte en la que me decías que Emilia era como una flor delicada, -se tornó su tono soez, -que no era como las demás -añadió mordaz.
Emilia dio un paso el frente pero Alfonso la detuvo.
-Severiano que te estás pasando -le advirtió su amigo, pero el muchacho seguía con actitud desdeñosa.
-Y yo que quería pedirte que vinieras conmigo a hacer las américas -le dijo a Emilia como si realmente estuviera afectado.
-¡Pero serás canalla! -saltó entonces ella, encarándolo. -¡Ve a pedírselo a la morena con la que te besuqueabas esta mañana en el patio de mi casa! -dijo esto último con énfasis.
Severiano la miró contrariado, viéndose descubierto y comenzó a balbucear dándole espacio a su mente para maquinar cualquier tipo de excusa, aunque no tuvo tiempo. De pronto sintió como el puño de Alfonso se estrellaba en su mandíbula, dando él con sus huesos en el suelo.
-Te dije que la respetaras -lo apuntó con el dedo, amenazador.
Severiano se sobó la mejilla dolorida.
-Venga, hombre -dio una risotada de lo más desagradable. -Hasta te ha venido bien para poder consolar a la zagala.
Alfonso apretó los dientes y asió las solapas de la camisa de Severiano y tiró, levantándolo con el impulso y acercando su rostro al suyo, desafiante.
-Sigue por ese camino y de guapo no te va a quedar más que el mote -masculló entre dientes y lo soltó de un empujón, haciéndole casi caer de nuevo.
-Será mejor que me vaya -dijo Severiano atusándose las ropas.
-Pero márchate del todo -le aconsejó Emilia. -El jornal que te debemos pasa a buscarlo mañana, que los Ulloa somos de ley, pero al colmado que yo no quiero ni verte.
Alfonso se cruzó de brazos y alzó la barbilla, mostrándole su apoyo a Emilia. Sin nada más que decir, Severiano se marchó.
-¿Estás bien? -le preguntó entonces Alfonso, abrazándola y ella se refugió en él.
-Me siento como una estúpida por haberme dejado engatusar por semejante sujeto -se lamentó ella.
-Ya no te tortures más -le dijo lleno de comprensión. -Y bendito sea lo que te haya hecho comprender que me quieres... porque me quieres, ¿no? -bromeó.
-¿Y te atreves a dudarlo después de lo que acaba se suceder entre nosotros? -se hizo la ofendida.
-Claro que no -sonrió y le besó la nariz. -Vamos -tiró entonces de su mano.
-¿Adónde? -quiso saber ella.
-A hablar con tu padre.
Y YO SIN VERTE – 4ª PARTE
Una caricia en su mejilla la hizo despertar. Cuando abrió los ojos se vio recostada sobre el pecho de Alfonso y todo lo ocurrido vino a su mente. De hecho, aún sentía en sus labios el dulce sabor de los suyos como prueba de lo que habían compartido.
-Mi vida, despierta -le escuchó decir y ella fingió dormir con tal de volver a oírle llamarla así. -Mi vida...
Emilia sonrió y alzó la vista, apoyando su barbilla en su pecho.
-¿Tu vida? -preguntó con picardía.
-Entera -le confirmo él. Tomó su rostro con ambas manos y alcanzó sus labios con los suyos. -Aún no me puedo creer lo que ha sucedido -le dijo apretándola otra vez contra su pecho.
-Ni yo -suspiró ella. -Soy capaz de venir mañana a verte sólo para preguntarte si esto ha sido un sueño.
-¿Nada más a eso? -fingió una gran decepción. Emilia rió con ganas.
-Puede que te dé un beso.
-¿Uno? -repitió él con tono socarrón. -Tú ponte a mi alcance y veremos a ver si te dejo escapar -le advirtió comenzando a hacerle cosquillas.
Ella consiguió zafarse, aprovechando para ir a por sus ropas, tirándole a Alfonso las suyas a la cabeza.
-Eso ya lo veremos -se burló ella mientras comenzaba a vestirse.
Alfonso la imitó pero sin apartar la vista de ella mientras lo hacía. Se preguntaba cuando volvería a verla haciendo eso mismo, pero como su esposa. Emilia se percató de la intensidad de su mirada y no pudo evitar sonrojarse.
-¿Qué? -preguntó con timidez.
Alfonso estiró la mano y la hizo sentarse a su lado.
-Que eres preciosa -le dijo besándola con ternura.
Emilia sonrió azorada y comenzó a atusar su cabello con nerviosismo.
-No -la detuvo Alfonso al ver su intención de recogerse el cabello en su acostumbrada trenza. -Déjatelo suelto -le pidió, colocando algunos mechones por delante de sus hombros.
-Estás loco -negó con la cabeza. -¿Qué va a pensar mi padre cuando me vea llegar así, toda descocada?
-Si llegas de mi mano, nada -profirió con seguridad y un deje de orgullo que no dejó de sorprender a Emilia.
-¿Mi padre sabe que tú...?
-Desde que me sorprendió dejándote la cajita de música detrás de la barra? -alegó como si tal cosa, pero que para Emilia suponía un total descubrimiento.
-¿Serás truhán? -le golpeó en el brazo. -Yo devanándome los sesos y tú divirtiéndote a mi costa -se cruzó de brazos con fingido enfado.
-Divirtiéndome, no -bajó la mirada con aire de tristeza. -Lo hice porque no sabía como acercarme a ti.
Esta vez fue Emilia la que tomó su rostro y besó sus labios con dulzura.
-Entonces no me equivoqué cuando dije que ese hombre debía tener un alma sensible -declaró mirándolo a los ojos. -Y me alegro de que ese hombre seas tú porque nadie en este mundo puede conocerme mejor que Alfonso Castañeda.
-Ni te amará como yo -declaró estrechándola entre sus brazos.
-Qué bonito -se escuchó una voz desde la puerta y ambos voltearon a mirar quien era mientras se levantaban.
Severiano los observaba con los brazos cruzados, apoyado en el quicio de la puerta y mirada de circunstancias.
-Así que habéis pasado de rodar en la era de pequeños a retozar en el pajar -dijo en tono mordaz.
-Escucha, Severiano... -comenzó a Alfonso.
-Aunque lo que más me gusta es la parte en la que me decías que Emilia era como una flor delicada, -se tornó su tono soez, -que no era como las demás -añadió mordaz.
Emilia dio un paso el frente pero Alfonso la detuvo.
-Severiano que te estás pasando -le advirtió su amigo, pero el muchacho seguía con actitud desdeñosa.
-Y yo que quería pedirte que vinieras conmigo a hacer las américas -le dijo a Emilia como si realmente estuviera afectado.
-¡Pero serás canalla! -saltó entonces ella, encarándolo. -¡Ve a pedírselo a la morena con la que te besuqueabas esta mañana en el patio de mi casa! -dijo esto último con énfasis.
Severiano la miró contrariado, viéndose descubierto y comenzó a balbucear dándole espacio a su mente para maquinar cualquier tipo de excusa, aunque no tuvo tiempo. De pronto sintió como el puño de Alfonso se estrellaba en su mandíbula, dando él con sus huesos en el suelo.
-Te dije que la respetaras -lo apuntó con el dedo, amenazador.
Severiano se sobó la mejilla dolorida.
-Venga, hombre -dio una risotada de lo más desagradable. -Hasta te ha venido bien para poder consolar a la zagala.
Alfonso apretó los dientes y asió las solapas de la camisa de Severiano y tiró, levantándolo con el impulso y acercando su rostro al suyo, desafiante.
-Sigue por ese camino y de guapo no te va a quedar más que el mote -masculló entre dientes y lo soltó de un empujón, haciéndole casi caer de nuevo.
-Será mejor que me vaya -dijo Severiano atusándose las ropas.
-Pero márchate del todo -le aconsejó Emilia. -El jornal que te debemos pasa a buscarlo mañana, que los Ulloa somos de ley, pero al colmado que yo no quiero ni verte.
Alfonso se cruzó de brazos y alzó la barbilla, mostrándole su apoyo a Emilia. Sin nada más que decir, Severiano se marchó.
-¿Estás bien? -le preguntó entonces Alfonso, abrazándola y ella se refugió en él.
-Me siento como una estúpida por haberme dejado engatusar por semejante sujeto -se lamentó ella.
-Ya no te tortures más -le dijo lleno de comprensión. -Y bendito sea lo que te haya hecho comprender que me quieres... porque me quieres, ¿no? -bromeó.
-¿Y te atreves a dudarlo después de lo que acaba se suceder entre nosotros? -se hizo la ofendida.
-Claro que no -sonrió y le besó la nariz. -Vamos -tiró entonces de su mano.
-¿Adónde? -quiso saber ella.
-A hablar con tu padre.
#451
08/09/2011 19:53
Juani.. "no pares sigue sigue..." jajajajaja
#452
08/09/2011 21:43
Mari dime los banners que no vayas a hacer tú y los hago para quitarte trabajo :)
#453
08/09/2011 22:12
jajajajajaja Carol me parto contigo. No sabía si seguirlo pero si me lo pides tú no me puedo negar XD
Aricia, eres todo un descubrimiento!!! me ha encantado tu forma de escribir, cómo describes las situaciones, los sentimientos... todo!!! Espero que pronto vuelvas a deleitarnos con más relatos!!!
Aricia, eres todo un descubrimiento!!! me ha encantado tu forma de escribir, cómo describes las situaciones, los sentimientos... todo!!! Espero que pronto vuelvas a deleitarnos con más relatos!!!
#454
08/09/2011 22:57
Juani ... te espero como agua de mayo...jajajajaaj
Yo como me pedisteis continuar ese.. tengo que recoger todo lo maximo de desesperación de esta semana para que alfonso explote y la verdad.. .no sé hasta donde va a llegar el alcance XD jejejej
Yo como me pedisteis continuar ese.. tengo que recoger todo lo maximo de desesperación de esta semana para que alfonso explote y la verdad.. .no sé hasta donde va a llegar el alcance XD jejejej
#455
09/09/2011 00:06
Familia¡¡ Mañana vuelvo a escribir... Las fiestas de mi pueblo han sido agotadoras hasta el ultimo momento y estoy... fatal¡¡ Voy a aprobechar para leeros, un besazo :D
#456
09/09/2011 00:10
hombre.... mira quien aparece por aki... me alegra que te diviertas.. pero como sabrás pa pokepaka.. va escalando puestos y a lo mejor la ponen a trabajar en la conservera con sebas ¬¬... yo no digo nada antonio XD jajajajaj
#457
09/09/2011 00:12
Carol, no digas nada... jajajajajajajajaja YUJUUUUUUU ;) Y como van Alfonso y Emi?? He escuchado por ahi cosas extrañas... :S
#458
09/09/2011 05:01
Hola!!! No era mi intención quedarme la última esta noche. Pero la inspiración viene cuando viene y no podía dormir sin "parir" esto. Os explico. Como viene siendo costumbre, me meto en la piel de nuestro Alfonso. No dejo de pensar en las palabras de Fer en FB. "Alfonso es de los que valen más por lo que callan que por lo que dicen". Pues me centro mucho mejor en lo que Alfonso calla. Os dejo la escena del capítulo de hoy. Que comienza con alusiones a Caperucita y en la que Emilia le confiesa a Alfonso que está enamorada de Severiano. Los diálogos son transcritos coma a coma a lo que ha ocurrido de verdad en la serie. Mi aportación es la letra cursiva, que es todo lo que va pensando Alfonso en dicha conversación. Os dejo con ello.
------------------------
EL TIRO DE GRACIA
Cogió la escopeta y se puso a limpiarla. Tener algo que hacer le reconfortaba, en tanto en cuanto mantenía su cabeza ocupada en no pensar más en ella. Ni se inmutó cuando oyó pasos acercarse a la puerta.
- Y.. ¿A quién vas a disparar con esa escopeta? –le dio un vuelco el corazón al oirla. - No es hora de salir de caza… -dijo ella con esa voz tan dulce.
- Emilia… Es que nunca se sabe. He oído que un lobo anda rondando los rebaños. Se llama Severiano y yo mismo le puse a cargo de las pobres ovejas.
- Pues no tenía ni idea. Menos mal que una ya no es una Caperucita…
- Nunca se sabe. No la mires tan descarado. Aunque… no te inquietes… sí, mejor ponte la camisa… que… seguro que sólo es un rumor. Por lo más sagrado, que no se haya enamorado de él… Aleja ese pensamiento, tunante. Y… dime, ¿qué te trae por aquí?
- Venía de comprar huevos de la granja de Pepe el Lechero, que Dolores los tiene por las nubes y por uno del Colmado le compro tres a Pepe. Iluso… y tú creyendo que se le habría podido caer la venda de los ojos…
- Ah… Y ¿no vas desencaminada volviendo por aquí? Podías haber tomado la vereda de más abajo.
- La verdad es que venía para ver si me encontraba contigo. Sí. Ahí está. Mi rayo de sol. Mi pedacito de esperanza. Alfonso hecho de menos tus consejos y tu compañía. Y sigo regalándote los oídos. ¡No corras tanto, truhán!
- Y yo… te lo agradezco.
- Soy yo la que te tiene que agradecer todo lo que haces por mí. ¡Sus manos! ¡Sus manos en mis manos! Me quema sólo con rozarla. Ojalá no te separaras nunca… Pepa es mi mejor amiga pero contigo siento un cariño fraterno, una complicidad especial… No. Otra vez esto no. …y … no sé cómo explicarlo.
- Ya lo has hecho alguna vez… Sus palabras retumban como cañonazos en mis oídos: somos como hermanos. Soy como un hermano para ti.
- Cuando mi hermano Sebastián me falla… y, últimamente es a menudo, pues… sé que te tengo a ti. Ojalá pudiera decir yo lo mismo… Porque… te tengo, ¿no?
- Me tienes. Me tienes loco. Me tienes en tus manos. Me tienes a merced de lo que te plazca hacer conmigo y con mi ajado corazón. Para lo que quieras…
- Gracias. Alfonso gracias por todo. Gracias a tí por existir. Todo lo que haces por mí aunque… aunque sea por accidente.
- ¿Accidente? Si te hace algo malo le mato. ¿A qué te refieres?
- A que gracias a ti he conocido al hombre que colma todos mis sueños. ¡Pum! El tiro de gracia. Hace unos días me preguntaste si estaba enamorada y te dije que era muy pronto para hablar de amor, pero… ahora siento que es tarde. Me falta el aire. Alfonso, estoy enamorada de él… Siento que se atascan mis venas con cachitos de pena. Y la prueba está en que… en que no puedo decirlo sin emocionarme… Y todo por no haber sabido hablar a tiempo. ¿Qué puedo hacer para devolverte todo el bien que has traído a mi vida?
- Es el fin. Ya nada importa. Ya no hay más que hacer. He perdido. Está todo perdido. Estoy perdido. Deseo gritarlo a los cuatro vientos ¡Te amo más que a mi propia vida! Vacilo. Me fallan las piernas. Se me quiebra la voz. Con… un abrazo servirá.
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EL TIRO DE GRACIA
Cogió la escopeta y se puso a limpiarla. Tener algo que hacer le reconfortaba, en tanto en cuanto mantenía su cabeza ocupada en no pensar más en ella. Ni se inmutó cuando oyó pasos acercarse a la puerta.
- Y.. ¿A quién vas a disparar con esa escopeta? –le dio un vuelco el corazón al oirla. - No es hora de salir de caza… -dijo ella con esa voz tan dulce.
- Emilia… Es que nunca se sabe. He oído que un lobo anda rondando los rebaños. Se llama Severiano y yo mismo le puse a cargo de las pobres ovejas.
- Pues no tenía ni idea. Menos mal que una ya no es una Caperucita…
- Nunca se sabe. No la mires tan descarado. Aunque… no te inquietes… sí, mejor ponte la camisa… que… seguro que sólo es un rumor. Por lo más sagrado, que no se haya enamorado de él… Aleja ese pensamiento, tunante. Y… dime, ¿qué te trae por aquí?
- Venía de comprar huevos de la granja de Pepe el Lechero, que Dolores los tiene por las nubes y por uno del Colmado le compro tres a Pepe. Iluso… y tú creyendo que se le habría podido caer la venda de los ojos…
- Ah… Y ¿no vas desencaminada volviendo por aquí? Podías haber tomado la vereda de más abajo.
- La verdad es que venía para ver si me encontraba contigo. Sí. Ahí está. Mi rayo de sol. Mi pedacito de esperanza. Alfonso hecho de menos tus consejos y tu compañía. Y sigo regalándote los oídos. ¡No corras tanto, truhán!
- Y yo… te lo agradezco.
- Soy yo la que te tiene que agradecer todo lo que haces por mí. ¡Sus manos! ¡Sus manos en mis manos! Me quema sólo con rozarla. Ojalá no te separaras nunca… Pepa es mi mejor amiga pero contigo siento un cariño fraterno, una complicidad especial… No. Otra vez esto no. …y … no sé cómo explicarlo.
- Ya lo has hecho alguna vez… Sus palabras retumban como cañonazos en mis oídos: somos como hermanos. Soy como un hermano para ti.
- Cuando mi hermano Sebastián me falla… y, últimamente es a menudo, pues… sé que te tengo a ti. Ojalá pudiera decir yo lo mismo… Porque… te tengo, ¿no?
- Me tienes. Me tienes loco. Me tienes en tus manos. Me tienes a merced de lo que te plazca hacer conmigo y con mi ajado corazón. Para lo que quieras…
- Gracias. Alfonso gracias por todo. Gracias a tí por existir. Todo lo que haces por mí aunque… aunque sea por accidente.
- ¿Accidente? Si te hace algo malo le mato. ¿A qué te refieres?
- A que gracias a ti he conocido al hombre que colma todos mis sueños. ¡Pum! El tiro de gracia. Hace unos días me preguntaste si estaba enamorada y te dije que era muy pronto para hablar de amor, pero… ahora siento que es tarde. Me falta el aire. Alfonso, estoy enamorada de él… Siento que se atascan mis venas con cachitos de pena. Y la prueba está en que… en que no puedo decirlo sin emocionarme… Y todo por no haber sabido hablar a tiempo. ¿Qué puedo hacer para devolverte todo el bien que has traído a mi vida?
- Es el fin. Ya nada importa. Ya no hay más que hacer. He perdido. Está todo perdido. Estoy perdido. Deseo gritarlo a los cuatro vientos ¡Te amo más que a mi propia vida! Vacilo. Me fallan las piernas. Se me quiebra la voz. Con… un abrazo servirá.
#459
09/09/2011 09:07
Zirta: original, emotivo,.....perfecto.
#460
09/09/2011 11:23
~~EMILIA, EL LOBO Y EL CAZADOR~~
- ¡Emilia! ¡Emilia! Hija, ¿por dónde andas?-la voz de Raimundo Ulloa retumbó en el patio de la posada.
- Aquí, padre- una sonriente Emilia Ulloa salió de una de las habitaciones de los huéspedes cargando con un montón de sábanas apoyadas en la cintura. – Pero no hace falta que chille, que de momento sigo escuchando perfectamente.
- Tal vez sigas escuchando bien, hija, pero la cabeza no sé dónde me la tienes.
- ¿Por qué dice eso?—preguntó la muchacha sin borrar la sonrisa de su rostro.
- Pues porque se te han olvidado comprar huevos y no queda ninguno para la cena de esta noche.
- ¡Oh, dios mío! Se me había olvidado completamente. Esta mañana tenía pensado en ir a comprarlos, pero…- Emilia guardó silencio porque no le podía explicar a su padre los verdaderos motivos por los que se había olvidado ir a comprar los huevos.
Una tonta sonrisa subió otra vez a sus labios recordando los besos robados con Severiano en una esquina apartada del pueblo. Ella había pretendido terminar lo que le faltaba de compra, pero su encuentro con su galán le había hecho olvidar todos sus propósitos.
- Ahora mismo voy a comprarlos—comentó Emilia encaminándose hacia la parte trasera de la casa con el barullo de sábanas.
- No hace falta, hija- la detuvo Raimundo. –Dime cuántos necesitas y voy yo al colmado.
- Deje padre. Me encargo yo. Además no pienso ir al colmado. Iré a la granja de Pepe el lechero, donde salen más baratos.
- Bueno, entonces hija, lo dejo en tus manos. Ya termino yo de organizar la habitación—dijo quitándole el voluminoso bulto de entre las manos- Será mejor que vayas ya a comprar, antes de que se haga muy tarde… Y llévate un chal o algo para el frío, que comienza a refrescar.
- Sí, padre—accedió alegremente Emilia. Haría caso a su padre y se llevaría el chal rojo que le regalase por su cumpleaños. Tal vez era demasiado elegante para ir a comprar huevos, pero el espíritu animado de Emilia no permitía lucir un color apagado.
El camino hasta la granja pasó como en una nube para Emilia mientras seguía pensando en su Severiano. Con la huevera llena pensó que era demasiado pronto para regresar a casa y desaprovechar la buena tarde que había quedado. Así que Emilia pensó en dar un pequeño rodeo y dejarse caer por la casa de los Castañeda. Quizá con suerte podría ver al mayor de los Castañeda, que últimamente se dejaba ver muy poco por la posada.
Era extraño que Alfonso no se hubiera dejado caer más asiduamente por allí. Unos días antes era raro el día que él no iba por la posada y pasaba sus buenos ratos charlando con ella. Y Emilia lo echaba de menos, pero jamás se planteó los motivos de por qué le resultaban imprescindibles aquellos momentos pasados con Alfonso.
En la casa de los Castañeda, una única luz iluminaba el hogar. Con la seguridad que daba la confianza de muchos años, Emilia entró sin llamar. Alfonso, ajeno a su llegada, seguía centrado en limpiar el cañón de su escopeta.
Por tan sólo unos segundos, Emilia quedó impactada por la imagen de su amigo. Alfonso estaba con el torso desnudo y ella pudo apreciar en todo su esplendor los movimientos de los músculos de su espalda y sus brazos mientras limpiaba con precisión la escopeta. Debía de reconocer que el mayor de los Castañeda era un buen espécimen de hombre. Raro que no lo hubiera notado hasta entonces.
- ¿A quién vas a disparar con esa escopeta?—preguntó Emilia a sus espaldas desechando ese último pensamiento.
Alfonso se giró hacia la muchacha ligeramente sorprendido al verla allí frente a él, con la huevera en las manos y un precioso chal rojo cubriendo sus hombros.
- No es hora de salir de caza, ¿no?—continuó Emilia al ver que Alfonso seguía sin hablar.
- Buenas noches, Emilia- contestó él poniéndose de pie. –Nunca se sabe. He oído que hay un lobo rondando a los rebaños—terminó de montar la escopeta y la dejó apoyada contra la pared.
Ya de pie, se enfrentó a Emilia. Pensó en ponerse la camisa, pero el leve titubeo de Emilia al verle el pecho desnudo lo envalentonó para continuar al descubierto frente a la joven.
- No… no tenía ni idea—contestó Emilia apartando algo incómoda sus ojos del pecho de Alfonso. –Menos mal que una ya no es una Caperucita—rió en un intento de alejar su incomodidad.
- Nunca se sabe- clavó sus ojos en el rostro sofocado de Emilia. –Pero, ¿qué te trae por aquí?
Emilia bajó la vista hasta la cesta de huevos entre sus manos. ¿Por qué no se ponía Alfonso la camisa? ¿Acaso no se daba cuenta de su incomodidad? Pero las inquietudes de Emilia no eran porque Alfonso estuviese sin camisa, era porque a ella le estaba resultando muy difícil apartar sus ojos de su pecho fornido. No era la primera vez que veía a un hombre sin camisa. Había visto a Severiano sin ella, un joven guapo y muy bien plantado. Pero la vista de sus bíceps y abdominales no le habían provocado el hormigueo que estaba experimentando al ver a Alfonso.
¿Cómo sería sentirlo bajo sus manos? Emilia, sorprendida por su propia imaginación, se obligó a expulsar ese perturbador pensamiento y contestó como pudo a la pregunta de Alfonso.
- ¿Y no vas desencaminada habiendo venido por aquí?—preguntó él al escuchar su explicación.
- La verdad es que venía para ver si me encontraba contigo.
Alfonso escrutó su rostro en busca de alguna pista que le indicase que Emilia estaba tomándole el pelo. Tuvo que controlarse por no acercarse a ella y verificar sus palabras.
- Alfonso, echo de menos tus consejos y tu compañía.
Aquellas palabras y las que siguieron cayeron como un jarro de agua fría sobre él. ¿Acaso Emilia no se daba cuenta cómo cada palabra que pronunciaba era un pequeño puñal que se le clavaba en el corazón?
Emilia hubiera continuado con su perorata, pero Alfonso la cayó poniendo sus dedos sobre los labios de la muchacha. Las palabras de Emilia murieron en su boca al sentir la caricia de esos dedos. ¡Qué mirada tan magnética tenía Alfonso!
- No digas nada más, Emilia. Te entiendo—dijo apartándose dolorosamente de ella. –Me alegro por ti.
Ella le regaló su más deslumbrante sonrisa, y cuando se disponía a continuar, Alfonso volvió a cortarla.
- Se está haciendo tarde, Emilia—dijo dándole la espalda y recogiendo la camisa olvidada sobre la silla. –Deberías de volver a casa.
- Es cierto. Se está echando la noche—acordó ella. –Buenas noches, Alfonso. Gracias por todo.
- No me des las gracias, Emilia—dijo él terminando de ponerse la camisa y acompañándola hasta la puerta.
Por un momento Emilia creyó que Alfonso iba a abrazarla, tal era el ardor de sus miradas y sus gestos contenidos, pero se limitó a regalarle una melancólica sonrisa al despedirse.
- Buenas noches, Caperucita-le dijo colocando cuidadosamente el chal rojo sobre los hombros de Emilia. -Ten cuidado con los lobos con piel de cordero.
**continúa**
- ¡Emilia! ¡Emilia! Hija, ¿por dónde andas?-la voz de Raimundo Ulloa retumbó en el patio de la posada.
- Aquí, padre- una sonriente Emilia Ulloa salió de una de las habitaciones de los huéspedes cargando con un montón de sábanas apoyadas en la cintura. – Pero no hace falta que chille, que de momento sigo escuchando perfectamente.
- Tal vez sigas escuchando bien, hija, pero la cabeza no sé dónde me la tienes.
- ¿Por qué dice eso?—preguntó la muchacha sin borrar la sonrisa de su rostro.
- Pues porque se te han olvidado comprar huevos y no queda ninguno para la cena de esta noche.
- ¡Oh, dios mío! Se me había olvidado completamente. Esta mañana tenía pensado en ir a comprarlos, pero…- Emilia guardó silencio porque no le podía explicar a su padre los verdaderos motivos por los que se había olvidado ir a comprar los huevos.
Una tonta sonrisa subió otra vez a sus labios recordando los besos robados con Severiano en una esquina apartada del pueblo. Ella había pretendido terminar lo que le faltaba de compra, pero su encuentro con su galán le había hecho olvidar todos sus propósitos.
- Ahora mismo voy a comprarlos—comentó Emilia encaminándose hacia la parte trasera de la casa con el barullo de sábanas.
- No hace falta, hija- la detuvo Raimundo. –Dime cuántos necesitas y voy yo al colmado.
- Deje padre. Me encargo yo. Además no pienso ir al colmado. Iré a la granja de Pepe el lechero, donde salen más baratos.
- Bueno, entonces hija, lo dejo en tus manos. Ya termino yo de organizar la habitación—dijo quitándole el voluminoso bulto de entre las manos- Será mejor que vayas ya a comprar, antes de que se haga muy tarde… Y llévate un chal o algo para el frío, que comienza a refrescar.
- Sí, padre—accedió alegremente Emilia. Haría caso a su padre y se llevaría el chal rojo que le regalase por su cumpleaños. Tal vez era demasiado elegante para ir a comprar huevos, pero el espíritu animado de Emilia no permitía lucir un color apagado.
El camino hasta la granja pasó como en una nube para Emilia mientras seguía pensando en su Severiano. Con la huevera llena pensó que era demasiado pronto para regresar a casa y desaprovechar la buena tarde que había quedado. Así que Emilia pensó en dar un pequeño rodeo y dejarse caer por la casa de los Castañeda. Quizá con suerte podría ver al mayor de los Castañeda, que últimamente se dejaba ver muy poco por la posada.
Era extraño que Alfonso no se hubiera dejado caer más asiduamente por allí. Unos días antes era raro el día que él no iba por la posada y pasaba sus buenos ratos charlando con ella. Y Emilia lo echaba de menos, pero jamás se planteó los motivos de por qué le resultaban imprescindibles aquellos momentos pasados con Alfonso.
En la casa de los Castañeda, una única luz iluminaba el hogar. Con la seguridad que daba la confianza de muchos años, Emilia entró sin llamar. Alfonso, ajeno a su llegada, seguía centrado en limpiar el cañón de su escopeta.
Por tan sólo unos segundos, Emilia quedó impactada por la imagen de su amigo. Alfonso estaba con el torso desnudo y ella pudo apreciar en todo su esplendor los movimientos de los músculos de su espalda y sus brazos mientras limpiaba con precisión la escopeta. Debía de reconocer que el mayor de los Castañeda era un buen espécimen de hombre. Raro que no lo hubiera notado hasta entonces.
- ¿A quién vas a disparar con esa escopeta?—preguntó Emilia a sus espaldas desechando ese último pensamiento.
Alfonso se giró hacia la muchacha ligeramente sorprendido al verla allí frente a él, con la huevera en las manos y un precioso chal rojo cubriendo sus hombros.
- No es hora de salir de caza, ¿no?—continuó Emilia al ver que Alfonso seguía sin hablar.
- Buenas noches, Emilia- contestó él poniéndose de pie. –Nunca se sabe. He oído que hay un lobo rondando a los rebaños—terminó de montar la escopeta y la dejó apoyada contra la pared.
Ya de pie, se enfrentó a Emilia. Pensó en ponerse la camisa, pero el leve titubeo de Emilia al verle el pecho desnudo lo envalentonó para continuar al descubierto frente a la joven.
- No… no tenía ni idea—contestó Emilia apartando algo incómoda sus ojos del pecho de Alfonso. –Menos mal que una ya no es una Caperucita—rió en un intento de alejar su incomodidad.
- Nunca se sabe- clavó sus ojos en el rostro sofocado de Emilia. –Pero, ¿qué te trae por aquí?
Emilia bajó la vista hasta la cesta de huevos entre sus manos. ¿Por qué no se ponía Alfonso la camisa? ¿Acaso no se daba cuenta de su incomodidad? Pero las inquietudes de Emilia no eran porque Alfonso estuviese sin camisa, era porque a ella le estaba resultando muy difícil apartar sus ojos de su pecho fornido. No era la primera vez que veía a un hombre sin camisa. Había visto a Severiano sin ella, un joven guapo y muy bien plantado. Pero la vista de sus bíceps y abdominales no le habían provocado el hormigueo que estaba experimentando al ver a Alfonso.
¿Cómo sería sentirlo bajo sus manos? Emilia, sorprendida por su propia imaginación, se obligó a expulsar ese perturbador pensamiento y contestó como pudo a la pregunta de Alfonso.
- ¿Y no vas desencaminada habiendo venido por aquí?—preguntó él al escuchar su explicación.
- La verdad es que venía para ver si me encontraba contigo.
Alfonso escrutó su rostro en busca de alguna pista que le indicase que Emilia estaba tomándole el pelo. Tuvo que controlarse por no acercarse a ella y verificar sus palabras.
- Alfonso, echo de menos tus consejos y tu compañía.
Aquellas palabras y las que siguieron cayeron como un jarro de agua fría sobre él. ¿Acaso Emilia no se daba cuenta cómo cada palabra que pronunciaba era un pequeño puñal que se le clavaba en el corazón?
Emilia hubiera continuado con su perorata, pero Alfonso la cayó poniendo sus dedos sobre los labios de la muchacha. Las palabras de Emilia murieron en su boca al sentir la caricia de esos dedos. ¡Qué mirada tan magnética tenía Alfonso!
- No digas nada más, Emilia. Te entiendo—dijo apartándose dolorosamente de ella. –Me alegro por ti.
Ella le regaló su más deslumbrante sonrisa, y cuando se disponía a continuar, Alfonso volvió a cortarla.
- Se está haciendo tarde, Emilia—dijo dándole la espalda y recogiendo la camisa olvidada sobre la silla. –Deberías de volver a casa.
- Es cierto. Se está echando la noche—acordó ella. –Buenas noches, Alfonso. Gracias por todo.
- No me des las gracias, Emilia—dijo él terminando de ponerse la camisa y acompañándola hasta la puerta.
Por un momento Emilia creyó que Alfonso iba a abrazarla, tal era el ardor de sus miradas y sus gestos contenidos, pero se limitó a regalarle una melancólica sonrisa al despedirse.
- Buenas noches, Caperucita-le dijo colocando cuidadosamente el chal rojo sobre los hombros de Emilia. -Ten cuidado con los lobos con piel de cordero.
**continúa**