Foro El secreto de Puente Viejo
La Biblioteca (A - K)
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El destino.
EL RINCÓN DE ÁLEX
El Secreto de Puente Viejo, El Origen.
EL RINCÓN DE ABRIL
El mejor hombre de Puente Viejo.
La chica de la trenza I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII.
EL RINCÓN DE ALFEMI
De siempre y para siempre.
Hace frío I, II.
Pensando en ti.
Yo te elegí a ti.
EL RINCÓN DE ANTOJEP
Bajo la luz de la luna I, II, III, IV.
Como un rayo de sol I, II, III, IV.
La traición I, II.
EL RINCÓN DE ARICIA
Reacción I, II, III, IV.
Emilia, el lobo y el cazador.
El secreto de Alfonso Castañeda.
La mancha de mora I, II, III, IV, V.
Historias que se repiten. 20 años después.
La historia de Ana Castañeda I, II, III, VI, V, Final.
EL RINCÓN DE ARTEMISILLA
Ojalá fuera cierto.
Una historia de dos
EL RINCÓN DE CAROLINA
Mi historia.
EL RINCÓN DE CINDERELLA
Cierra los ojos.
EL RINCÓN DE COLGADA
Cartas, huidas, regalos y el diluvio universal I-XI.
El secreto de Gregoria Casas.
La decisión I,II, III, IV, V.
Curando heridas I,II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII.
una nueva vida I,II, III
EL RINCÓN DE CUQUINA
Lo que me sale de las teclas.
El origen de Tristán Ulloa.
EL RINCÓN DE EIZA
En los ojos de un Castañeda.
Bajando a los infiernos.
¡¿De qué?!
Pensamientos
EL RINCÓN DE FERMARÍA
Noche de bodas. (Descarga directa aquí)
Lo que no se ve.
En el baile.
De valientes y cobardes.
Descubriendo a Alfonso.
¿Por qué no me besaste?
Dejarse llevar.
Amar a Alfonso Castañeda.
Serenidad.
Así.
Quiero.
El corazón de un jornalero (I) (II).
Lo único cierto I, II.
Tiempo.
Sabor a chocolate.
EL RINCÓN DE FRANRAI
Un amor inquebrantable.
Un perfecto malentendido.
Gotas del pasado.
EL RINCÓN DE GESPA
La rutina.
Cada cosa en su sitio.
El baile.
Tomando decisiones.
Volver I, II.
Chismorreo.
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Risas.
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EL RINCÓN DE INMILLA
Rain Over Me I, II, III.
EL RINCÓN DE JAJIJU
Diálogos que nos encantaría que pasaran.
EL RINCÓN DE KERALA
Amor, lucha y rendición I - VII, VIII, IX, X, XI (I) (II), XII, XIII, XIV, XV, XVI,
XVII, XVIII, XIX, XX (I) (II), XXI, XXII (I) (II).
Borracha de tu amor.
Lo que debió haber sido.
Tu amor es mi droga I, II. (Escena alternativa).
PACA´S TABERN I, II.
Recuerdos.
Dibujando tu cuerpo.
Tu amor es mi condena I, II.
Encuentro en la posada. Historia alternativa
Tu amor es mi condena I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI
https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/500/13/el-rincon-de-dona-francisca-y-raimundo/
Pa que quede claro
Muchas gracias por la ayuda, porque es complicadete dar con todo. :)
Se paró junto al quicio de la puerta. Incapaz, cobarde, insignificante. Llevaba casi una hora sentado en la plaza, acompañado sólo por una luna turbia como su alma, escuchándola romper cristales y maldiciendo su suerte. Raimundo había marchado a retarse con el sueño sólo unos minutos antes, y desde entonces, una calma dolorosa había invadido la casa de comidas y sus aledaños. Sabía que aún estaba allí, la había escuchado rogar que la dejaran estar a solas, las luces permanecían encendidas y la puerta entreabierta.
Por la rendija, la vio revolcarse en su dolor, sentada en una silla, con la cara entre las manos, llorando flojito por cada poro de su piel. Se sintió como un usurero que, haciendo ver que sólo quería su amistad, se cobraba los intereses espiándola a traición, agasajándola a escondidas. Mentiroso. Pequeño. Y otra vez, cobarde.
- Emilia…
Ella volvió el rostro levemente, sin dejarle mirarla de frente.
- Alfonso, ¿qué quieres?
Cruzó el umbral y cerró la puerta tras de sí. Si su sola presencia ya le hacía tambalearse, verla tan frágil, tan rota, le removía las entrañas. Sintió la necesidad de correr, cogerla entre los brazos, besarle las lágrimas, acunarla hasta que cayera rendida. Pero no hizo nada. Sólo se acercó un poco más y ella se puso de pie, dándole la espalda.
- Sólo quería saber cómo estabas…
Ella se volvió como un resorte. Y en sus mejillas rojas, en sus ojos líquidos, vio tanto dolor que se preguntó si podría soportarlo. Y entendió que ningún hombre que ama está preparado para ver así a su desvelo.
- ¿Quieres saber como estoy? Estoy harta Alfonso, ¡harta! Harta de esta vida que me ha tocado vivir, de los golpes, de haber invertido tantos días en zarandajas y tonterías mientras mi hermano andaba por ahí, mezclado con terroristas.
- Emilia no…
- ¿Sabes qué hacía yo mientras tanto, Alfonso? Escuchaba música en una maldita caja…
- Te equivocas culpándote de esa manera, Emilia. Tú no puedes arrastrar con todas las responsabilidades de esta casa.
- ¿Me equivoco al decir que perdí el tiempo persiguiendo a una persona que no tiene el arrojo de dar la cara, alguien que por su cobardía no se merece uno sólo de mis pensamientos?
Él agachó la cabeza y guardó silencio, golpeado por sus palabras, dolorido hasta el alma por el desprecio que leía en sus ojos.
- ¿Tanto pensabas en él?
Ella se giró contrariada y cerró los ojos.
- Pensaba tanto en él que no dormía por las noches, que confundía la sal con el azúcar y más de un guiso hube de tirar para que mi padre no me andara reprendiendo por mi mala cabeza. – Se volvió y le miró a los ojos, elevando el tono de voz, escupiendo las palabras. – Pensaba tanto en él, Alfonso, que no me puedo creer que sea quien sea, sepa de mi dolor y sea tan cobarde como para no venir a traerme un poco de consuelo…
Él sólo pensaba en abrazarla. Abrazarla, abrazarla, abrazarla. Hasta caer desfallecido. Retenerla en sus brazos y diluir el mundo exterior para ella. Pero su cuerpo no escuchó los dictados de su mente, y por una maldita vez, aquel amor que sentía por ella se sobrepuso a la cobardía y el miedo, que son el mismo con distinto traje.
Le tomó la cara entre las manos y la atrajo hacia él. La miró a los ojos, por si leía algo que le pidiera detenerse, pero no halló más que su mirada abierta de par en par, muda y sorprendida. Posó sus labios sobre los de ella y la obligó a callar y a escuchar el batir de su corazón, aporreándole el pecho como un condenado, hablando todo lo que él se había esforzado en callar.
Sin soltar su rostro, se retiró suavemente y le habló sobre los labios.
- Soy muchas cosas. Soy un cobarde, y lo sé, pero nunca te dejaría sola…
La volvió a besar, esta vez con decisión, sin remilgos, sin secretos. Poseyó su boca en la suya, la amó con los labios y los brazos, y cuando ella volvió a llorar, se bebió sus lágrimas, le cogió la mano, la quiso más que nunca. Y por fin, al separarse sus cuerpos por un instante, la vio sonreír. Y sus ojos aún tristes se le antojaron más bellos que nunca.
¡Esta bien....! Puede servir un amago de momento.....
Arte, muchas gracias, me alegra que te haya gustado. Ya quisiera yo que viéramos hoy a Emilia con las enaguas por los tobillos de la emoción, pero contengo mi optimismo para que no me salga el tiro por la culata. :)
Fermaria, el enlace de mi nueva historia "Eres mi verdad" es https://www.formulatv.com/series/el-secreto-de-puente-viejo/foros/500/46/el-rincon-de-dona-francisca-y-raimundo/
A ver hasta donde llega...
No podía dormir ni a tiros. Culpó a la luz de la luna que se colaba por la ventana, desvelándola. Culpó a los hombres que trajinaban por la plaza a deshora. Culpó a las sábanas revueltas bajo su cuerpo inquieto. Pero lo cierto es que la culpa no era de nadie más que de ella. La visión de su hermano encerrado en aquella cochiquera, el cuerpo del médico vacío de sangre, la caja de música rota se repetían en su mente en una tortura sucesiva, interminable, que la agitaba y le arrancaba lágrimas cuando ya pensaba que no iba a llorar más. No entendía por qué, pero pensaba también en Alfonso. En su cabeza baja y en sus ojos acuosos cuando ella se marchó de la casa de comidas a revolcarse en su llanto a solas. Había escupido sobre él toda la hiel que tenía dentro, a sabiendas de que no lo merecía, pero conocedora también del hecho de que aguantaría. Lo había hecho siempre. Un escalofrío la despedazó al tomar conciencia de que su dolor la había tornado fría e injusta. Se lanzó de la cama y miró por el ventanuco. El alba empezaba a despuntar, y pensó que podría encontrarle antes de que marchara al tajo.
Llegó a la casa de los Castañeda en un santiamén, removida por la necesidad de verle, poder mirarle a los ojos y saber, con ese simple gesto, que nada había cambiado. Que seguiría ayudándole a secar vasos y a barrer bajo las mesas, que le encendería los fogones y le movería los pucheros, que la escucharía por siempre. A pocos pasos de la casa, oyó un golpe seco que le hizo dar un respingo, y luego su respiración entrecortada, tan conocida.
Él permanecía de espaldas, con el hacha en la mano, simulando que partía leña mientras destrozaba los troncos a golpes de furia. No la oyó llegar, así que siguió apartando los trozos de madera a zarpazos.
- Alfonso…
Lo llamó suave, casi pidiéndole perdón antes de tiempo, pero cuando se volvió entendió que él también permanecía insomne, aturdido y profundamente herido. Lanzó el hacha a un lado y se volvió hacia ella, secándose el sudor de la frente con el antebrazo.
- ¿Qué haces aquí?
Emilia agachó la cabeza y tragó saliva. El orgullo Ulloa le atenazaba la garganta, y se frotó las manos una contra la otra, nerviosa, la cabeza gacha, ensayando cómo podía hablarle.
- Alfonso… Anoche no me comporté bien… Yo…
Él la miraba con fingida indiferencia mientras su miedo reseco se abría paso de nuevo por las heridas aún sangrantes de la noche anterior. Apartó la vista de ella para no ponerse en evidencia y entró en la casa, obligándola a seguirle dentro.
En la sala, él permaneció de espaldas, azuzando el fuego de la chimenea, mientras ella se tragaba las lágrimas.
- Yo no quería hablarte así pero lo de Sebastián me tiene muy contrariada y…
- Yo también tengo un hermano, Emilia. – Se volvió, con los ojos encendidos de rabia, o de dolor, o de lo que fuera que había ellos que ella nunca había visto. – Yo tengo un hermano que se echa la escopeta al hombro cuando hace falta para ir a sacar al tuyo de cada entuerto en que se va metiendo. Yo mismo me las ví y me las deseé para no salir herido de la refriega con los anarquistas. Nos metimos en la boca del lobo para llevar a Virtudes hasta la casa de comidas. – Su voz iba subiendo de tono, no gritaba, pero despedía dolor por cada gota de sudor. – Y luego, Sebastián dejó que se fuera. Si alguien tiene la culpa de estar donde está es él… Él y su maldito idealismo, ¿qué pensaba? ¿Que el amor la iba a cambiar? El amor no cambia nada ni a nadie…
Ella levantó la cabeza, que había permanecido agachada, y él le vio el rostro anegado en lágrimas, pero no se acercó a ella. Todavía no.
- ¿Qué te ha vuelto a ti tan descreído con el amor, Alfonso Castañeda? – Acompañó la pregunta con un amago de sonrisa. Era la primera vez que le oía mentar semejante cosa. Y quizá eso le hizo ver que él también albergaba ese tipo de sentimientos, aunque se limitara a escuchar y no hablar de ello.
Él se giró de nuevo sin darle respuesta y volvió a agacharse junto a la lumbre.
- Yo también tengo una vida, Emilia. Y te aseguro que no es fácil. Me paso el día de sol a sol, deslomándome, para traer dos malditas pesetas a esta casa. Mi madre y mi hermana sufren cada día humillaciones que me tengo que tragar, y aguanto, y callo, y no culpo a nadie de mis desgracias más que a quien lo merece.
Por primera vez desde que era niña, sintió el impulso insoportable de abrazarle. Dio dos pasos hacia él, que aún permanecía en cuclillas en el suelo, y le puso una mano sobre el hombro.
- Perdóname Alfonso, yo nunca te haría daño adrede… - Se dio cuenta tarde de que estaba llorando, pero ya no le importaba que él la viera. – Estos días, entre mi hermano, la desaparición de Pepa, lo de Alberto…
La sola mención del médico le hizo revolverse como un animal. Se deshizo de la mano que confortaba su espalda y se puso de pie, alejándose de ella.
- Alfonso, ¿qué tienes? – Su voz sonó más temblorosa de lo que ella quisiera, pero por Dios que nunca que le había visto tan herido. Sabía que le había dañado, lo supo desde el momento en que le habló como le habló, pero jamás había podido imaginar que tanto.
Se acercó de nuevo hacia él y le tomó suavemente por la brazo, obligándole a volverse para mirarla. Tenía los ojos llenos de lágrimas y el rostro contrariado. Y justo en ese instante, en ese segundo perfecto, supo que quería besarle. Que hacía mucho que quería besarle. Que quería lamer sus heridas y dejarse lamer las suyas. Que quería que fuera él.
Se puso de puntillas y le acarició los labios con los suyos. Para él, fue el beso más inesperado y más dulce de su vida. Para ella, el único. Él la tomó por las muñecas y la separó de él despacio.
- Emilia, ¿qué haces?
Ella cerró los ojos y continuó pegada a sus labios.
- No lo sé…
- Si no te apartas, esta vez te besaré yo…
No le dejó tiempo para pensar si quería retirarse o no. Quizá no era así como soñaba con besarla por primera vez. En su mente, imaginaba algo más romántico, en otro lugar, en otro momento. Pero al final ocurrió como ocurrió, porque así vienen las cosas. Alivió la presión sobre sus muñecas sin llegar a soltarlas y la besó con ansiedad, con los restos de frustración que aún le recorrían las venas. Cambió el sabor a derrota que le llenaba la boca por el sabor de la suya. Se vaciaron en un beso largo, líquido y profundo, arrebatado de una pasión que a él le consumía hacía años y que en ella había permanecido latente, ansiosa por despertar.
El recuerdo de la cajita de música rota les rompió el beso, y él se batió en retirada.
- Emilia… lo de tu admirador secreto…
Ella le puso el dedo índice sobre los labios y le miró con una sonrisa.
- Sea quien quiera ser, poco me importa…
Le echó los brazos al cuello y se dejó abrazar. Él la levantó dos palmos del suelo, la estrechó contra su cuerpo y la besó en la mejilla. Poco importaba ya lo demás.
Repito, fantáaaaastico.
SPOILER (puntero encima para mostrar)Raimundo Ulloa sintió que le llevaban todos los demonios. A Pedro Mirañar se le empezó a dibujar una expresión de pánico mezclado con cobardía, tan típica suya, al ver que los oscuros ojos de Ulloa empezaban a echar chispas. El pobre alcalde tragó saliva. No debería habérselo contado. Pero simplemente, fue superior a sus fuerzas. Era incapaz de negarse a nada cuando alguien con más carácter que él le exigía algo. Como ocurría con Doña Francisca y con Raimundo. Y tenía la sensación de que la cólera del Ulloa no tenía nada que envidiarle a la de la Doña. Raimundo se levantó tan bruscamente que a punto estuvo de tirar la mesa.
- Esa… condenada cacique me va a oír.- dijo con fulminándolo con la mirada.
Antes de que el pobre alcalde pudiese reaccionar, Raimundo ya había salido por la puerta hecho un auténtico torbellino de furia. Llegó a la Casona como una exhalación. Entró y fue directo a la biblioteca. Pero Francisca no estaba allí. Salió de nuevo. Miró alrededor y se encaminó decidido hacia el extenso jardín de la entrada.
De pronto, sintió que el corazón se le detenía. Francisca estaba inmóvil, apretando los puños mientras Virtudes la apuntaba con una pistola. Pese a la gravedad de la situación, Francisca permanecía erguida, enfrentándola desafiante, como si no reparase en que la anarquista iba armada y ella no.
- Aquí acaba su vida, Francisca Montenegro.- amenazó ella, alzando la pistola.- Parece que al final voy a hacerle un gran favor a este pueblo.
- Eres una furcia cobarde y malnacida.- dijo Francisca con todo el veneno de su voz.- ¿Por qué no te enfrentas a mí directamente, en igualdad de condiciones?
- Vamos, señora.- dijo Virtudes burlona.- No me digas que alguien de su calaña sabe pelear.
- No des por hecho tantas cosas.- respondió ella, apretando los puños.
Virtudes la miró. Desde luego, tenía valor.
- Es una pena que no sea usted anarquista. Nos vendría muy bien su coraje. Pero está visto que a usted lo que le gusta es extorsionar y esclavizar a su gusto.
Raimundo se acercó sigiloso, escondiéndose tras un árbol cercano. Virtudes, ajena a lo que ocurría a su espalda, siguió a lo suyo. Francisca puso una expresión de sorpresa. No podía ser cierto lo que acababa de ver…
- Vaya, parece que va entendiendo que este es su final.- dijo la joven, al percatarse de su cambio de gesto. Disfrutó viendo que el temor aparecía en sus ojos. Desvió un instante el arma y disparó.
El aire se paralizó en el pecho de Raimundo y en el de Francisca. La muy desgraciada había disparado al suelo. Después la apuntó.
- Sí, está cargada.- dijo burlona.- Ahora, este tiro no lo oirá…
Francisca tragó saliva. Raimundo salió detrás del árbol, avanzando tan silencioso como un gato. La miró fijamente, como si se comunicase con ella sólo con los ojos. Francisca procuró dominar todo el pánico que la estaba invadiendo. Virtudes empezó a apretar el gatillo…
Justo en ese momento, Raimundo saltó sobre ella. Pese al brusco ataque, la muchacha no soltó la pistola. Raimundo tomó la muñeca en la que tenía el arma. En el forcejeo, la pistola se disparó una segunda vez. Francisca creyó morir al ver que Raimundo caía de rodillas cubriéndose el hombro herido con una mano. La muchacha intentó sobreponerse y apuntarle, pero Raimundo, ignorando el dolor, volvió al ataque. Resonó un tercer disparo y los dos cayeron al suelo. Francisca pensaba que el corazón le estallaría por la incertidumbre. Corrió a toda velocidad hasta ellos. Virtudes yacía en el suelo, con un disparo mortal en el corazón. Eso fue suficiente para que Francisca respirase aliviada. Miró a Raimundo, que estaba medio recostado al lado, intentando incorporarse. Francisca se abalanzó hacia él, tomándolo por los hombros.
- Dios mío, ¡Raimundo! ¡Estás herido!
Raimundo intentó responder pero ella tocó involuntariamente su herida y en lugar de palabras soltó un jadeo doloroso.
- Estoy bien, Francisca… a menos que tú acabes de rematarme.- añadió un tanto risueño.
Ella le miró. Sintió que todas las emociones podían con ella y finalmente no pudo soportarlo más. Rompió a llorar, abrazándolo.
- La próxima vez que… me des un susto así, te mataré Raimundo Ulloa.
Raimundo se quedó completamente de piedra mientras Francisca utilizaba su camisa de pañuelo. En ese momento, ni siquiera sentía la bala en el hombro. No pudo hacer otra cosa más que rodearla con sus brazos.
Miri, espero que esto tenga continuación y tras el chocolate vengan los picatostes y todas esas cosas que ambas queremos para Soledad. Me ha encantado tu relato, esa ironía de Sebastián, esa Soledad recomponiéndose. Espero que sea el inicio de algo más largo. :)
Ina, ¡qué pasada! Eres la experta oficial en el mundo del fandom de Raimundo y Francisca, sabes que me encanta cómo escribes, y en este caso, como siempre, muy propios, con todo su carácter los personajes, cosa que creo que es complicadísima.
Me he permitido ponerle título a ambos fanfics para añadirlos a la cabecera, pero si me decís otra cosa, los cambio sin problema. :)
Virgos, muchísimas gracias por tus palabras. Te alabo el gesto de meterte entre pecho y espalda todos esos relatos que tengo por ahí, y que encima te hayan gustado. Gracias de verdad. :)
Rosa, Belén, Risabella, ídem. ;)