Foro El secreto de Puente Viejo
La Biblioteca (A - K)
#0
17/08/2011 13:26
EL RINCÓN DE AHA
El destino.
EL RINCÓN DE ÁLEX
El Secreto de Puente Viejo, El Origen.
EL RINCÓN DE ABRIL
El mejor hombre de Puente Viejo.
La chica de la trenza I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII.
EL RINCÓN DE ALFEMI
De siempre y para siempre.
Hace frío I, II.
Pensando en ti.
Yo te elegí a ti.
EL RINCÓN DE ANTOJEP
Bajo la luz de la luna I, II, III, IV.
Como un rayo de sol I, II, III, IV.
La traición I, II.
EL RINCÓN DE ARICIA
Reacción I, II, III, IV.
Emilia, el lobo y el cazador.
El secreto de Alfonso Castañeda.
La mancha de mora I, II, III, IV, V.
Historias que se repiten. 20 años después.
La historia de Ana Castañeda I, II, III, VI, V, Final.
EL RINCÓN DE ARTEMISILLA
Ojalá fuera cierto.
Una historia de dos
EL RINCÓN DE CAROLINA
Mi historia.
EL RINCÓN DE CINDERELLA
Cierra los ojos.
EL RINCÓN DE COLGADA
Cartas, huidas, regalos y el diluvio universal I-XI.
El secreto de Gregoria Casas.
La decisión I,II, III, IV, V.
Curando heridas I,II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII.
una nueva vida I,II, III
EL RINCÓN DE CUQUINA
Lo que me sale de las teclas.
El origen de Tristán Ulloa.
EL RINCÓN DE EIZA
En los ojos de un Castañeda.
Bajando a los infiernos.
¡¿De qué?!
Pensamientos
EL RINCÓN DE FERMARÍA
Noche de bodas. (Descarga directa aquí)
Lo que no se ve.
En el baile.
De valientes y cobardes.
Descubriendo a Alfonso.
¿Por qué no me besaste?
Dejarse llevar.
Amar a Alfonso Castañeda.
Serenidad.
Así.
Quiero.
El corazón de un jornalero (I) (II).
Lo único cierto I, II.
Tiempo.
Sabor a chocolate.
EL RINCÓN DE FRANRAI
Un amor inquebrantable.
Un perfecto malentendido.
Gotas del pasado.
EL RINCÓN DE GESPA
La rutina.
Cada cosa en su sitio.
El baile.
Tomando decisiones.
Volver I, II.
Chismorreo.
Sola.
Tareas.
El desayuno.
Amigas.
Risas.
La manzana.
EL RINCÓN DE INMILLA
Rain Over Me I, II, III.
EL RINCÓN DE JAJIJU
Diálogos que nos encantaría que pasaran.
EL RINCÓN DE KERALA
Amor, lucha y rendición I - VII, VIII, IX, X, XI (I) (II), XII, XIII, XIV, XV, XVI,
XVII, XVIII, XIX, XX (I) (II), XXI, XXII (I) (II).
Borracha de tu amor.
Lo que debió haber sido.
Tu amor es mi droga I, II. (Escena alternativa).
PACA´S TABERN I, II.
Recuerdos.
Dibujando tu cuerpo.
Tu amor es mi condena I, II.
Encuentro en la posada. Historia alternativa
Tu amor es mi condena I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI
#341
04/09/2011 12:25
Paso para felicitar a Mari y Yari x como llevan la biblioteca de actualizada, que se que lleva su trabajo. y Decirte Zirta que es genial... me encanta como mezclas la canción con los pensamientos de él y como los expresas...♥♥
#342
04/09/2011 12:43
Zirta... me he quedado sin respiración y todo. Como ya han dicho por ahí, voy a buscar más canciones de ese grupo.
Gracias por el fic y por la canción, me has alegrado el día!
Gracias por el fic y por la canción, me has alegrado el día!
#343
04/09/2011 13:35
Gracias chicas!!! Skid Row es un grupo de metal de los años 80. Mis canciones favoritas son: I remember you (no me la uséis porfa que estoy barruntando algo con ella), Wasted time, 18 & life, in a darkened room, slave to the grind... buff y muchas más!!! Os dejo link a un video con la canción del fic. Y traducida al castellano por si no hay angloparlantes por el foro ;) Que anoche se me olvidó ponerlo.
Y una cosita más. Leyendo lo que escribí anoche con esta canción y viendo la escena de Deshielo en la que sale Fernando. Se me pasa por la cabeza esto mismo que escribí. No os transmite (el vídeo) toda la desesperación y angustia de una persona enamorada que le está contando a la cámara que no es correspondido?? Puff... es que se me ponen los pelos de punta de lo bien que transmite este hombre las emociones. =)
Y una cosita más. Leyendo lo que escribí anoche con esta canción y viendo la escena de Deshielo en la que sale Fernando. Se me pasa por la cabeza esto mismo que escribí. No os transmite (el vídeo) toda la desesperación y angustia de una persona enamorada que le está contando a la cámara que no es correspondido?? Puff... es que se me ponen los pelos de punta de lo bien que transmite este hombre las emociones. =)
#344
04/09/2011 15:56
AMAR A ALFONSO CASTAÑEDA.
Amar a Alfonso Castañeda ha sido, sin atisbo de duda, lo mejor y más hermoso que he hecho en mi vida. Se escandalizarían muchas de mis convecinas al oírme decir esto con tal convencimiento, a mí, que parí tres hijos. Pero fruto fueron de lo primero y son, por tanto, lo mismo.
Peino canas frente al espejo, nada queda del color dorado de mi pelo más allá del reflejo del sol en su blancura. Y mientras trenzo mi cabello miro la cajita de música, eterna sobre el tocador, rota por dos veces pero cabezota, como yo, resistiéndose a dejar de sonar. Pierdo la cuenta de los surcos que se esparcen por mi rostro, y en cada uno de ellos me reconozco. Soy Emilia Ulloa, y por mi interior no han pasado los años.
Amar a Alfonso Castañeda aún huele a flores de lavanda, a la ropa almidonada de los domingos. Huele a friegas de alcohol de romero y a niño recién nacido, a besos que se cuecen entre pucheros.
Me levanto y me dirijo a nuestro catre. Me perfumo con su olor y me visto con el camisón blanco, ajado y tornado en amarillo por el tiempo, que me cubrió por primera vez la noche en que me casé con él.
Recuerdo, y aún tiemblo como una hoja cuando lo hago, sus manos desvistiéndome, su cuerpo arrasando con infinita ternura lo que tenía reservado para él. Recorre mi mente los años a su lado, aprendiendo a desprenderme de mi cuerpo para dárselo, sin rastro de rubor cuando su piel invadía mi intimidad desde cada ángulo, y me sentía tan suya que alguna vez pensé que debía ser pecado. Nadie tuvo que enseñarme a quererle con la misma ansiedad, con esa necesidad de poseer lo que se ama. La sentí desde niña, aunque tardé en aprender a leerla. Había sido siempre tan mío, era tan natural, que ni cuenta me daba.
Amar a Alfonso Castañeda sabe a sangre. El primer día que puse mis labios sobre los suyos aún le dolían. Se había partido la crisma con aquel infame de Villalpanda sólo unos días antes para salvaguardar mi honor, maldito complejo que tenía de caballero andante. Y mi amor recién descubierto fue tan patoso que abrió la herida y paladeé su sangre. Él no se quejó.
Amar a Alfonso Castañeda es aprender a vivir bajo la cúpula protectora de sus manos. Saber que nunca nada ha de dañarte si él puede remediarlo. Es convivir con la paz y la serenidad de un hombre que sabe igual de bien lo que vale un beso que una hogaza de pan, que te sosiega el alma pero que es capaz de asaltarte a traición y hacerte el amor sobre las tablas de madera de una taberna cerrada.
Alfonso, mi paciente Alfonso. Siempre esperando por mí. Vigilando mis pasos por si tropezaba y él tenía que recogerme, escuchando mis lamentos y mis confesiones, haciéndose añicos el corazón sin que yo me diera cuenta. Esperó sin una protesta a que yo comprendiera cuanto le amaba. Esperó en vida y me espera ahora en la muerte.
Se marchó hace meses y lo hizo así como es él. Sin zarandajas ni algarabía. Con su mano entre las mías, secando nuestras lágrimas porque siempre le importaron más que las suyas. Cuando cerró los ojos obligué a todos a marchar y me quedé con él. Le maldije por dejarme sola, sé que no se ofendió, bien conoce él mis arranques. Le cubrí con el agua que lloré y con nuestra esencia de lavanda. Le vestí como mejor supe y le guardé los zarcillos en el bolsillo, para que me los vuelva a dar cuando nos encontremos de nuevo. Cubrí mis ojos con el velo, que nadie tenía que ver mi dolor, y marché erguida, como él quería que caminara por la vida, del brazo de mi hermano Tristán y mi Pepa, ella que tanto me enseñó de luchar por lo que se ama.
Amar a Alfonso Castañeda es lo que llevo haciendo toda mi vida, y lo que seguiré haciendo lo que me resta, que ha de ser poco ya, pues hace días que sé que viene a mi encuentro.
Me tumbo y me cubro con las sábanas, sonrío, que no quiero que me encuentre desvaída ni asustada. El sueño se va apoderando de mí y despierto reclinada en una butaca, en el patio de la casa de comidas. Le veo llegar con la gorra en la mano, sonriendo como lo hacía cuando me amaba en silencio. Tiende su brazo hacia mí y corro a estrecharme contra él. Siento la misma felicidad, la misma plenitud que cuando cada uno de mis hijos me partía por la mitad para venir a este mundo, y en sus ojos aún a medio abrir, adivinaba los de su padre.
Salimos a la plaza cogidos del brazo. Ahí está mi padre, que me sonríe desde el otro lado. A su lado Francisca, ya sin orgullo en los ojos, que se marchó pocos días después que él. Hacían chanza en el pueblo a su costa, diciendo que al faltar Raimundo y quedarse sin su mayor enemigo, no había soportado la vida. Yo sé que murió de lo mismo que no le dejó vivir.
Pedro y Dolores, eternamente vestidos de domingo. Me mira Rosario con gesto agradecido, ella sabe que cumplí la promesa que le hice el día que se marchó. Alguien canta, y por un segundo, al reconocer esa voz de jilguero, me apena que esté aquí, tan pronto, pero mi ser se alegra de volverle a oír. Encuentro los ojos de mi madre entre la gente, pero no necesito correr hacia ella. Sé que tendré tiempo de hacerlo. Ahora sólo quiero que bailemos.
Alfonso me pone los zarcillos. No está Ramiro, mi ángel, que tanto me ayudó a entender. Pero vendrá, sé que vendrá. Me agarra por la cintura, sostiene mi mano, comenzamos a girar…
Amar a Alfonso Castañeda ha sido, sin atisbo de duda, lo mejor y más hermoso que he hecho en mi vida. Se escandalizarían muchas de mis convecinas al oírme decir esto con tal convencimiento, a mí, que parí tres hijos. Pero fruto fueron de lo primero y son, por tanto, lo mismo.
Peino canas frente al espejo, nada queda del color dorado de mi pelo más allá del reflejo del sol en su blancura. Y mientras trenzo mi cabello miro la cajita de música, eterna sobre el tocador, rota por dos veces pero cabezota, como yo, resistiéndose a dejar de sonar. Pierdo la cuenta de los surcos que se esparcen por mi rostro, y en cada uno de ellos me reconozco. Soy Emilia Ulloa, y por mi interior no han pasado los años.
Amar a Alfonso Castañeda aún huele a flores de lavanda, a la ropa almidonada de los domingos. Huele a friegas de alcohol de romero y a niño recién nacido, a besos que se cuecen entre pucheros.
Me levanto y me dirijo a nuestro catre. Me perfumo con su olor y me visto con el camisón blanco, ajado y tornado en amarillo por el tiempo, que me cubrió por primera vez la noche en que me casé con él.
Recuerdo, y aún tiemblo como una hoja cuando lo hago, sus manos desvistiéndome, su cuerpo arrasando con infinita ternura lo que tenía reservado para él. Recorre mi mente los años a su lado, aprendiendo a desprenderme de mi cuerpo para dárselo, sin rastro de rubor cuando su piel invadía mi intimidad desde cada ángulo, y me sentía tan suya que alguna vez pensé que debía ser pecado. Nadie tuvo que enseñarme a quererle con la misma ansiedad, con esa necesidad de poseer lo que se ama. La sentí desde niña, aunque tardé en aprender a leerla. Había sido siempre tan mío, era tan natural, que ni cuenta me daba.
Amar a Alfonso Castañeda sabe a sangre. El primer día que puse mis labios sobre los suyos aún le dolían. Se había partido la crisma con aquel infame de Villalpanda sólo unos días antes para salvaguardar mi honor, maldito complejo que tenía de caballero andante. Y mi amor recién descubierto fue tan patoso que abrió la herida y paladeé su sangre. Él no se quejó.
Amar a Alfonso Castañeda es aprender a vivir bajo la cúpula protectora de sus manos. Saber que nunca nada ha de dañarte si él puede remediarlo. Es convivir con la paz y la serenidad de un hombre que sabe igual de bien lo que vale un beso que una hogaza de pan, que te sosiega el alma pero que es capaz de asaltarte a traición y hacerte el amor sobre las tablas de madera de una taberna cerrada.
Alfonso, mi paciente Alfonso. Siempre esperando por mí. Vigilando mis pasos por si tropezaba y él tenía que recogerme, escuchando mis lamentos y mis confesiones, haciéndose añicos el corazón sin que yo me diera cuenta. Esperó sin una protesta a que yo comprendiera cuanto le amaba. Esperó en vida y me espera ahora en la muerte.
Se marchó hace meses y lo hizo así como es él. Sin zarandajas ni algarabía. Con su mano entre las mías, secando nuestras lágrimas porque siempre le importaron más que las suyas. Cuando cerró los ojos obligué a todos a marchar y me quedé con él. Le maldije por dejarme sola, sé que no se ofendió, bien conoce él mis arranques. Le cubrí con el agua que lloré y con nuestra esencia de lavanda. Le vestí como mejor supe y le guardé los zarcillos en el bolsillo, para que me los vuelva a dar cuando nos encontremos de nuevo. Cubrí mis ojos con el velo, que nadie tenía que ver mi dolor, y marché erguida, como él quería que caminara por la vida, del brazo de mi hermano Tristán y mi Pepa, ella que tanto me enseñó de luchar por lo que se ama.
Amar a Alfonso Castañeda es lo que llevo haciendo toda mi vida, y lo que seguiré haciendo lo que me resta, que ha de ser poco ya, pues hace días que sé que viene a mi encuentro.
Me tumbo y me cubro con las sábanas, sonrío, que no quiero que me encuentre desvaída ni asustada. El sueño se va apoderando de mí y despierto reclinada en una butaca, en el patio de la casa de comidas. Le veo llegar con la gorra en la mano, sonriendo como lo hacía cuando me amaba en silencio. Tiende su brazo hacia mí y corro a estrecharme contra él. Siento la misma felicidad, la misma plenitud que cuando cada uno de mis hijos me partía por la mitad para venir a este mundo, y en sus ojos aún a medio abrir, adivinaba los de su padre.
Salimos a la plaza cogidos del brazo. Ahí está mi padre, que me sonríe desde el otro lado. A su lado Francisca, ya sin orgullo en los ojos, que se marchó pocos días después que él. Hacían chanza en el pueblo a su costa, diciendo que al faltar Raimundo y quedarse sin su mayor enemigo, no había soportado la vida. Yo sé que murió de lo mismo que no le dejó vivir.
Pedro y Dolores, eternamente vestidos de domingo. Me mira Rosario con gesto agradecido, ella sabe que cumplí la promesa que le hice el día que se marchó. Alguien canta, y por un segundo, al reconocer esa voz de jilguero, me apena que esté aquí, tan pronto, pero mi ser se alegra de volverle a oír. Encuentro los ojos de mi madre entre la gente, pero no necesito correr hacia ella. Sé que tendré tiempo de hacerlo. Ahora sólo quiero que bailemos.
Alfonso me pone los zarcillos. No está Ramiro, mi ángel, que tanto me ayudó a entender. Pero vendrá, sé que vendrá. Me agarra por la cintura, sostiene mi mano, comenzamos a girar…
#345
04/09/2011 16:11
Bravo, Fermaría, bravo. Este relato me ha removido todo por dentro, y aquí me tienes, delante del ordenador y llorando como una tonta.
Gracias por este relato, aunque tú no lo creas, me ha servido de mucho.
Gracias por este relato, aunque tú no lo creas, me ha servido de mucho.
#346
04/09/2011 16:13
Ostras!!! Me has dejado llorando!! No es broma. He podido "ver" perfectamente la escena. Qué maravilla. Esto lo tienes que mandar a Antena 3 como sea!! Qué manera de expresar, qué manera de sentir, qué perfección! Si hubiera que puntuar todo lo que he leído hasta ahora, y sin desmerecer a nadie porque todas sois unas artistas, esto es lo mejor que he leído hasta ahora. Me has emocionado muchísimo!
#347
04/09/2011 17:03
Niña vaya llorera aquí delante del portátil Felicidades es Precioso!!!
#348
04/09/2011 17:05
guauuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu acabo de leer tu historia mari que pasada tengo la piel de gallina estoy super emocionada me has quedado sin palabras que manera de expresar haces que desde el principio hasta el final puedas imaginarte todas las escenas que bonito muxas gracias por hacernos participe de estas fantasticas historias eres una artistaza gracias
#349
04/09/2011 17:19
¡Cómo he llorado María! es Hermoso el relato me he emocionado!trasmites muchisimo con cada una de las palabras de verdad Enhorabuena!
Y Felicitacioones por como teneis de bonita la biblioteca! esta genial!
Y Felicitacioones por como teneis de bonita la biblioteca! esta genial!
#350
04/09/2011 18:47
que bonito, parecía que lo estaba viendo y hasta he llorado
felicidades a las que escribis historias tan bonitas
felicidades a las que escribis historias tan bonitas
#351
04/09/2011 18:53
Fermaria...me has puesto la piel de gallina!
qué cosa mas hermosa has escrito
mi mas sincera enhorabuena.Es de las pocas palabras que me quedan después de leerte
qué cosa mas hermosa has escrito
mi mas sincera enhorabuena.Es de las pocas palabras que me quedan después de leerte
#352
04/09/2011 19:59
Niña no sabes la llorera que llevo encima! Es precioso! de verdad! Muchas felicidades!
#353
04/09/2011 20:23
Jo........que llorera..........
genial María, genial!!!!!!
genial María, genial!!!!!!
#354
04/09/2011 20:58
Jopé, ¡que no era mi intención hacer llorar a nadie! Ayyy. Se ve que mi estado anímico ha afectado malamente al relato, jajajaja.
Miles de GRACIAS por los cumplidos, es un honor que lo leáis, comentéis y que me digáis esas cosas tan bonitas.
Arte, si te ha removido algo que luego, ha servido, me alegro. A mí me ha servido de exorcismo emocional, siempre es bonito desfogar a través de las letras.
Miles de GRACIAS por los cumplidos, es un honor que lo leáis, comentéis y que me digáis esas cosas tan bonitas.
Arte, si te ha removido algo que luego, ha servido, me alegro. A mí me ha servido de exorcismo emocional, siempre es bonito desfogar a través de las letras.
#355
04/09/2011 21:05
Fermaría, es que no hay nada como desfogarse con las letras. Yo la mayoría de las veces me quedo más a gusto que un arbusto.
De nuevo, gracias por esa obra de arte.
De nuevo, gracias por esa obra de arte.
#356
04/09/2011 21:08
Mari, ahora pongo aquí las partes que voy teniendo del fic que estoy escribiendo y que se han perdido en el otro post ;-) ya se está gestando la tercera parte :p
PD: aún me estoy recuperando de la sofoquina pero tranquila que no me he quedado sin leche XD al menos la nena no se queja ;-) y levanta ese ánimo, nos conocemos poco pero aquí estoy para lo que necesitéis!!! Besos!
PD: aún me estoy recuperando de la sofoquina pero tranquila que no me he quedado sin leche XD al menos la nena no se queja ;-) y levanta ese ánimo, nos conocemos poco pero aquí estoy para lo que necesitéis!!! Besos!
#357
04/09/2011 21:09
Y YO SIN VERTE – 1ª PARTE
Emilia se secó de un manotazo las lágrimas que apenas le dejaban ver el camino, maldiciendo para sus adentros... ¡Pero cómo se podía ser tan tonta! Y aún le pasaba poco porque no era capaz de aprender.
Primero le pasó con Alberto; confundió simple amabilidad con cortejo, aún recordaba el ridículo que hizo tan espantoso a raíz de aquel chal que él le regaló. Tras eso, se prometió que no le volvería a suceder, que no vería cosas donde no las había y que mantendría su imaginación bien amarrada para que no echara a volar. Pero aquellos zarcillos eran verdaderos, al igual que el libro o la botella con ese perfume tan delicado a lavanda, sin olvidar la cajita de música cuyo sonido podía hacer las delicias de cualquiera que lo escuchara. Eso no eran inventos, ni sus anhelos jugándole una mala pasada. Alguien se había tomado la molestia de regalárselos y, aunque siempre disfrazó su interés como mera curiosidad, cada noche, al acostarse, empezaba a soñar con encontrar a aquél que tan bien la conocía, ése que supiera con sólo mirarla lo que estaba pensando o que supiera leer en sus ojos lo que había en su alma. Quedó esperando a su admirador secreto cual damisela que aguarda en la torre por su caballero de flamante armadura y sus sueños se perdieron como lágrimas en la lluvia, inútiles.
Después de todo eso, debería haber aprendido la lección y convencerse de una vez por todas de que ella no estaba hecha para el amor, pero tenía que llegar aquel ganapán a hacer que sus ilusiones echaran a volar nuevamente. Ya en un primer encuentro la deslumbró con su labia y aquellos ojazos que se gastaba, con esa sonrisa de medio lado con la que podía engatusar a cualquiera; pues bien, a ella la engatusó. Deseaba verlo aparecer cada mañana porque siempre tenía un buen piropo que echarle para endulzarle el oído y, como se suele decir, a nadie le amarga un dulce. Sin embargo, la cosa fue un poco más allá cuando, un día trasteando los dos en el patio, estuvo a punto de caer y él la sostuvo. Ella quedó encandilada por su sonrisa pícara y él hizo ademán de besarla, aunque ella se retiró más por pudor que por otra cosa. Porque claro que quería que la besaran, nadie lo había hecho todavía y, a esas alturas, creía que nadie lo haría ya. Y, aunque ella se había apartado, por el mero hecho de que Severiano lo hubiera intentado, ella ya se sentía flotar. Esta vez no eran gestos malinterpretados o la chanza de alguien tan aburrido que no encontraba mejor entretención que marearla, esta vez podía decir que había algo, o eso creyó ella.
Pero si es que, además de tonta, era sorda, se repitió mientras ahogaba un sollozo. Ese mismo día, más tarde, Alfonso le había advertido sobre su amigo que, sería muy amigo suyo pero eso no le quitaba lo picaflor, le había dicho. Y ella, con lo ilusionada que estaba, no atendió a razones, pintándolo como el agorero que venía a arruinarle el día y lo echó de allí con cajas destempladas. E incluso llegó a pensar que Alfonso estaba metiendo las narices donde no le llamaban y había hablado con su amigo pues, desde aquel día, Severiano no se había vuelto a arrimar a ella. Así que ni tonta ni perezosa quiso arrimarse ella, como quien no quería la cosa. Aprovechando que era una mañana de mucho calor y a sabiendas de que él estaba en la parte de la posada haciendo algunos apaños, fue para allá con la excusa de llevarle algo de beber. Y sí que estaba haciendo apaños sí, a la boca de una moza que tenía prisionera, con su beneplácito, entre su cuerpo y la pared del patio. Por suerte no había hecho ruido alguno al llegar y con el mismo silencio se fue, mientras se le encogía el corazón lleno de sus ilusiones hechas añicos.
En un primer momento, pensó en ir a ver a Pepa y narrarle sus desventuras, pero el recuerdo de lo mal que había tratado a Alfonso aquel día pesó mucho más. Él no se merecía que ella lo tratara así, siempre había estado al pendiente de su familia, ayudándolos cada vez que lo habían necesitado, muchas veces sin pedírselo siquiera y, al igual que en esa ocasión, sólo quería su bien. Sentía una mezcla de vergüenza, rabia y, lo peor, ingratitud hacia Alfonso, y por eso iba en su busca, aunque no sabía muy bien lo que iba a decirle.
#358
04/09/2011 21:10
Cuando llegó a su casa, lo encontró en el patio delantero y se detuvo en seco al ver que estaba cortando leña, ya no por la tarea en sí, lo había visto hacha en mano infinidad de veces, pero nunca lo había visto con el torso descubierto. Emilia sintió vergüenza al pararse a mirarlo así pero la hipnotizaba la imagen de sus brazos tensos al levantar el hacha para, con fuerza descargar contra el leño mientras los músculos contorneados de su cuerpo acompañaban su movimiento. Su espalda era ancha, fuertes sus hombros y bien formado su pecho, perfecto para dar cobijo y calor y Emilia se sorprendió imaginándose lo que sería refugiarse en él. Abrumada por sus propios pensamientos quiso dar marcha atrás pero reaccionó tarde, viéndola antes Alfonso al apartar la vista de su tarea.
-¿Emilia? -exclamó el muchacho un tanto sorprendido de verla allí.
Sin ser consciente del desaguisado que había organizado en la templanza de Emilia, estiró el brazo para alcanzar la camiseta interior que estaba en la pila de leña y se la puso.
-¿Qué sucede? ¿Por qué lloras? -le preguntó, acercándose a ella con preocupación.
Emilia comenzó a titubear, ni siquiera recordaba haber estado llorando.
-Ven, pasa -confundió él su mutismo con congoja. -Toma un vaso de agua.
La hizo sentar a la mesa y al momento lo hizo Alfonso, a su lado, poniéndole un vaso de agua enfrente. Emilia lo tomó de buena gana, confiando en sosegarse un poco.
-¿Ha pasado algo en tu casa? -continuó indagando.
Emilia, en una repentina ráfaga de ternura, observó, durante unos segundos, el rostro preocupado de Alfonso. Era tan generoso que, aún habiéndolo tratado ella de tan malas maneras, él no podía evitar inquietarse por ella.
-Bueno, entre mi padre y Sebastián ya sabes cómo están las cosas -terminó de enjugarse las lágrimas que aún caían.
-¿Y entonces? -quiso saber él.
-Yo... quería pedirte perdón -bajó ella su rostro avergonzada. -No tenía derecho a tratarte tan mal la última vez que nos vimos. Ni siquiera me paré a escucharte cuando trataste de advertirme sobre...
-¿Es que te ha hecho algo ese tunante? -se exaltó Alfonso.
-No, no -se apresuró en calmarlo. -Nada.
-Lo suficiente como para hacerte llorar -continuaba él con su enojo. -Cuando lo pille...
-Son sólo lágrimas por mi orgullo herido -insistió Emilia. -No ha habido nada entre nosotros, ni siquiera una promesa, pero yo...
-Te habías hecho ilusiones con él -continuó Alfonso por ella, doliéndole el corazón al decirlo.
-Dejémoslo en que me había hecho ilusiones -dijo con aire de tristeza. -Ni con él ni sin él, sólo ilusiones tontas de lo que nunca llegará.
Emilia suspiró, tratando de cerrarle el paso a nuevas lágrimas.
-¿Recuerdas el día que me preguntaste si quería casarme y tener hijos? -le preguntó a él entonces.
-Claro -respondió Alfonso. Cómo olvidar el día en que comenzó su tormento y la certeza de que Emilia nunca sería suya.
-El problema es que no basta con sólo desearlo -prosiguió ella con su alegato. -No basta con cerrar los ojos y decir “quiero mi propia familia” y chasquear los dedos y que se haya cumplido el deseo al abrirlos. Cuando lo haces, te das cuenta de que sigues estando sola y de que la cosa no tiene pinta de que vaya a cambiar.
-Tú no estás sola -dijo él con seriedad.
Ella sonrió con tristeza.
-Sí, ya sé que estoy rodeada de mucha gente que me quiere, pero hay ciertos quereres que parecen no estar hechos para mí.
-No digas eso, Emilia -le molestó a Alfonso el comentario. -Mereces que te quieran tanto o más que lo merecería cualquiera.
-Y yo que venía a disculparme y eres tan bueno que no dudas en quererme subir el ánimo -le sonrió ella agradecida.
-No son ni lisonjas ni hipocresías -insistió él. -Eres una muchacha de buen corazón, trabajadora y lista como pocas en Puente Viejo, capaz de cargar tú sola con todas las responsabilidades de este mundo y echar para adelante.
Emilia soltó una risita, medio halagada y medio incrédula.
-Tú que me ves con buenos ojos.
-Sí, te veo, Emilia, y lo que veo es hermoso -declaró él con, tal vez, demasiada pasión, pero que golpeó con fuerza a Emilia en el centro del pecho.
De la nada se creó entre ellos un instante mágico lleno de un silencio que lo decía todo y donde el cruce de sus miradas destapaban toda su alma. Sin saber cómo, sus labios siguieron su propio dictado, encontrándose ambos en un beso. Alfonso tuvo que aferrarse a la suavidad de la piel de Emilia para convencerse de que, esa caricia que le ponía a las puertas del paraíso, era cierta y ahondó en ese beso mientras ella, con el temblor de la inexperiencia, entreabría sus labios para que bailaran al son de los de Alfonso, fuertes, amables y anhelantes, sintiendo como ese mismo anhelo la recorría a ella de arriba a abajo.
Ese beso pudo durar un segundo, un minuto o igual un siglo, no lo supieron, pero no se separaron hasta no quedar sin aliento y, al hacerlo, nuevos sentimientos comenzaron a aflorar de su pecho. Alfonso fue el primero que quiso dejarlos escapar hasta su boca, pero Emilia, con las mejillas enrojecidas, se tapó la suya en un gesto a caballo entre la vergüenza y la confusión. Sin mediar ni media palabra, se fue corriendo de allí, dejando a Alfonso con el corazón acongojado y los labios doloridos por su repentina ausencia.
-¿Emilia? -exclamó el muchacho un tanto sorprendido de verla allí.
Sin ser consciente del desaguisado que había organizado en la templanza de Emilia, estiró el brazo para alcanzar la camiseta interior que estaba en la pila de leña y se la puso.
-¿Qué sucede? ¿Por qué lloras? -le preguntó, acercándose a ella con preocupación.
Emilia comenzó a titubear, ni siquiera recordaba haber estado llorando.
-Ven, pasa -confundió él su mutismo con congoja. -Toma un vaso de agua.
La hizo sentar a la mesa y al momento lo hizo Alfonso, a su lado, poniéndole un vaso de agua enfrente. Emilia lo tomó de buena gana, confiando en sosegarse un poco.
-¿Ha pasado algo en tu casa? -continuó indagando.
Emilia, en una repentina ráfaga de ternura, observó, durante unos segundos, el rostro preocupado de Alfonso. Era tan generoso que, aún habiéndolo tratado ella de tan malas maneras, él no podía evitar inquietarse por ella.
-Bueno, entre mi padre y Sebastián ya sabes cómo están las cosas -terminó de enjugarse las lágrimas que aún caían.
-¿Y entonces? -quiso saber él.
-Yo... quería pedirte perdón -bajó ella su rostro avergonzada. -No tenía derecho a tratarte tan mal la última vez que nos vimos. Ni siquiera me paré a escucharte cuando trataste de advertirme sobre...
-¿Es que te ha hecho algo ese tunante? -se exaltó Alfonso.
-No, no -se apresuró en calmarlo. -Nada.
-Lo suficiente como para hacerte llorar -continuaba él con su enojo. -Cuando lo pille...
-Son sólo lágrimas por mi orgullo herido -insistió Emilia. -No ha habido nada entre nosotros, ni siquiera una promesa, pero yo...
-Te habías hecho ilusiones con él -continuó Alfonso por ella, doliéndole el corazón al decirlo.
-Dejémoslo en que me había hecho ilusiones -dijo con aire de tristeza. -Ni con él ni sin él, sólo ilusiones tontas de lo que nunca llegará.
Emilia suspiró, tratando de cerrarle el paso a nuevas lágrimas.
-¿Recuerdas el día que me preguntaste si quería casarme y tener hijos? -le preguntó a él entonces.
-Claro -respondió Alfonso. Cómo olvidar el día en que comenzó su tormento y la certeza de que Emilia nunca sería suya.
-El problema es que no basta con sólo desearlo -prosiguió ella con su alegato. -No basta con cerrar los ojos y decir “quiero mi propia familia” y chasquear los dedos y que se haya cumplido el deseo al abrirlos. Cuando lo haces, te das cuenta de que sigues estando sola y de que la cosa no tiene pinta de que vaya a cambiar.
-Tú no estás sola -dijo él con seriedad.
Ella sonrió con tristeza.
-Sí, ya sé que estoy rodeada de mucha gente que me quiere, pero hay ciertos quereres que parecen no estar hechos para mí.
-No digas eso, Emilia -le molestó a Alfonso el comentario. -Mereces que te quieran tanto o más que lo merecería cualquiera.
-Y yo que venía a disculparme y eres tan bueno que no dudas en quererme subir el ánimo -le sonrió ella agradecida.
-No son ni lisonjas ni hipocresías -insistió él. -Eres una muchacha de buen corazón, trabajadora y lista como pocas en Puente Viejo, capaz de cargar tú sola con todas las responsabilidades de este mundo y echar para adelante.
Emilia soltó una risita, medio halagada y medio incrédula.
-Tú que me ves con buenos ojos.
-Sí, te veo, Emilia, y lo que veo es hermoso -declaró él con, tal vez, demasiada pasión, pero que golpeó con fuerza a Emilia en el centro del pecho.
De la nada se creó entre ellos un instante mágico lleno de un silencio que lo decía todo y donde el cruce de sus miradas destapaban toda su alma. Sin saber cómo, sus labios siguieron su propio dictado, encontrándose ambos en un beso. Alfonso tuvo que aferrarse a la suavidad de la piel de Emilia para convencerse de que, esa caricia que le ponía a las puertas del paraíso, era cierta y ahondó en ese beso mientras ella, con el temblor de la inexperiencia, entreabría sus labios para que bailaran al son de los de Alfonso, fuertes, amables y anhelantes, sintiendo como ese mismo anhelo la recorría a ella de arriba a abajo.
Ese beso pudo durar un segundo, un minuto o igual un siglo, no lo supieron, pero no se separaron hasta no quedar sin aliento y, al hacerlo, nuevos sentimientos comenzaron a aflorar de su pecho. Alfonso fue el primero que quiso dejarlos escapar hasta su boca, pero Emilia, con las mejillas enrojecidas, se tapó la suya en un gesto a caballo entre la vergüenza y la confusión. Sin mediar ni media palabra, se fue corriendo de allí, dejando a Alfonso con el corazón acongojado y los labios doloridos por su repentina ausencia.
#359
04/09/2011 21:11
Y YO SIN VERTE – 2ª PARTE
Alfonso se maldijo por no ser capaz de reaccionar. Debía haber ido tras Emilia, detenerla y no dejar aquello en el aire, pero era incapaz de moverse del asiento. La vio marcharse y con ella se iban sus últimas esperanzas.
-¿Qué le pasa a Emilia que la he visto salir escopeteada? -escuchó la voz de su hermano a lo lejos. -Aunque viendo tu cara de espanto me puedo imaginar que habéis discutido otra vez por culpa de Severiano ¿no?
Ramiro esperó una respuesta que no llegó, mientras su hermano seguía con la mirada perdida, como ausente.
-¡Alfonso! -comenzó Ramiro a agitar su mano.
-Ah, hola Ramiro -lo miró Alfonso por fin.
-¿Hola Ramiro? -hizo una mueca. -¿Eso es todo lo que me tienes que decir? -bufó sentándose a su lado, donde hacía unos momentos había estado Emilia. -¿Qué ha pasado? -volvió a interesarse pues la actitud de su hermano le estaba empezando a preocupar.
-Nos hemos besado -dijo con voz grave.
-Rediez, Alfonso, ¿y me lo sueltas así, a bocajarro? -comenzó a reír.
-Ramiro, no hagas chanza -le pidió su hermano, resoplando.
-Pues tú no estés tan serio, que parece un funeral -le pegó una palmada en la espalda. -¿O no era eso lo que querías?
-Pero, ¿no decías que la habías visto? -le recordó. -Ha salido de aquí como alma que lleva el diablo. Maldita sea... -comenzó a blasfemar por lo bajo.
-Vayamos por pasos -trató de calmarlo su hermano. -Cuéntame cómo ha estado la cosa.
Alfonso tomó aire.
-Venía muy triste, llorando, por algo que le ha pasado con Severiano que a qué mala hora fui a Villalpanda a encontrármelo -comenzó a decirle. -Me contaba que se sentía muy sola, desencantada y yo intentaba convencerla de que no perdiera la esperanza, que merecía ser feliz -hizo una pausa. -Le dije lo hermosa que era... -recordó con emoción, -nos miramos y sucedió, así sin más.
-Entonces, ha sido mutuo -afirmó Ramiro con cierta alegría en su voz.
-No eches las campanas al vuelo -lo refrenó Alfonso. -Tal vez sólo ha sido un momento de debilidad y se ha dejado llevar.
-No seas agorero, hermano.
-Lo que no quiero es hacerme ilusiones otra vez -frunció los labios con rabia. -Ya me había hecho el propósito de olvidarla.
-¿Y tú crees que eso hubiera sido tan fácil? -negó Ramiro con la cabeza.
-Desde luego, ahora es imposible -sonó su voz como un lamento. -Después de haber saboreado sus labios siento que la quiero más que nunca.
Ramiro quedó un momento en silencio, esperando hasta que aquellas palabras se esparcieran por toda la sala hasta desaparecer.
-Por eso mismo, no deberías rendirte ahora -le dijo con voz queda.
-He jugado todas las cartas de golpe, Ramiro -susurró cabizbajo. -Con ese beso ha quedado todo dicho y ya no hay más que hablar.
-Pues tal vez Emilia tenga algo que decir.
Alfonso resopló lleno de pesimismo sin querer pararse a pensar qué sería de su corazón a partir de entonces.
#360
04/09/2011 21:11
Emilia aún notaba las mejillas ardiendo al llegar a la casa de comidas. Se fue directa hacia su cuarto, no quería que su padre la viera. Estaba convencida de que, en cuanto la tuviera enfrente, sabría de ese beso, como si los labios de Alfonso hubieran quedado grabados en su piel, a ojos de todo el mundo.
-Emilia, ¡Emilia! -oyó de repente la voz de Pepa tras la puerta. -¿Estás bien?
-¿A qué tanto alboroto? -preguntó a su amiga haciéndola pasar.
-A que te vengo llamando por toda la posada y ni te has girado a mirarme -la reprendió sentándose a su lado en la cama.
-Andaba distraída -se disculpó.
-¿Distraída? -frunció el ceño. -Pero si tiemblas como una hoja. ¿Qué te ha pasado?
-Qué cosas tienes, Pepa -Emilia rió tratando de disimular. -No me pasa nada.
-No me lo digas si no quieres, pero no me hagas tonta -le dijo tomando una de sus manos.
-Perdóname, Pepa -le pidió. -Es que ni yo misma lo sé, todo es tan confuso...
-Empieza por el principio y desharemos este enredo -la alentó.
-Alfonso me ha besado, bueno, yo le he besado... -comenzó a balbucear. -Nos hemos besado -dijo queriendo poner en orden sus pensamientos que iban y venían sin ton ni son.
-Pues vaya un comienzo -le lanzó una sonrisa pícara.
-Déjate de chanzas, Pepa, que no estoy yo para eso -dijo bajando la cabeza.
Pepa le levantó la barbilla.
-¿Lo quieres?
-Sabes que siempre lo he querido como un hermano, como un amigo.
-Entonces te preguntaré si lo amas -rectificó la demanda.
-Eso es lo que me atormenta -se lamentó la joven. -Si me hubieras hecho esa pregunta ayer, mi respuesta hubiera sido que no, pero hoy...
-Ha pasado algo que te ha hecho verlo con otros ojos -hizo eco de sus pensamientos.
Emilia sintió de nuevo sus mejillas arder.
-Me da vergüenza sólo de pensarlo.
-Si no quieres decírmelo... -trató Pepa de evitarle lo que parecía un mal trago.
-Sí que quiero porque yo misma necesito entenderlo -la cortó y tomó aire para envalentonarse y poder confiarse a su amiga quien asentía con complicidad. -Hoy ha sucedido algo con Severiano que me ha hecho abrir los ojos y ver que estaba mirando para el lado equivocado -comenzó a decirle. -Yo discutí días atrás con Alfonso por culpa de él y he ido a verlo dispuesta a excusarme. Me lo he encontrado en el pequeño patio de delante de su casa, partiendo leña -hizo una pausa, -con... con el pecho descubierto -añadió con voz temblorosa y cerrando los ojos llena de pudor. -Conozco a Alfonso desde que eramos unos críos, -alzó ahora la voz tratando de dominarla y dominarse ella -hemos crecido juntos y siempre lo he visto como un amigo, casi un hermano y, hoy, de golpe y porrazo...
-Lo has visto como un hombre.
Emilia asintió.
-Se me ha presentado enfrente como una de esas estatuas griegas de líneas y curvas perfectas, Pepa, mientras el corazón se me intentaba salir del pecho y un extraño ardor me recorría por dentro.
Bajó el rostro y notó las lágrimas acudiendo de nuevo a su rostro.
-A partir de ahí no conseguí atinarle a nada -continuó. -Comencé a soltarle un montón de sin sentidos acerca de mí y mi soledad y él acabó diciéndome lo hermosa que era, -alzó la mirada hacia el rostro de su amiga, con el suyo bañado en llanto, -a mí, Pepa, me dijo que me ve hermosa -repitió como si no acabara de creérselo. -Y en ese momento fue como si un hechizo nos hubiera alcanzado, haciendo que nuestros labios buscaran los del otro.
-Eso es muy bonito -le apretó Pepa la mano, sonriendo.
-Sí, pero yo no he tenido otra ocurrencia que salir escapando de allí -se lamentó Emilia.
-Pero si me has dicho que lo amas...
-Eso lo digo ahora, pero en ese instante me corroía el pensar que estaba sintiendo cosas que no debía -le explicó, -porque nunca me había imaginado que pudiera ser así -continuó. -Tengo ganas de llorar y de reír al mismo tiempo, me siento poderosa, capaz de todo, pero por otro lado me siento diminuta e indefensa, como si los brazos de Alfonso fueran los únicos que pudieran protegerme. Me dan ganas de volver corriendo sobre mis pasos e ir en su busca y besarlo y no parar hasta desfallecer.
-Eso es amor con todas las letras -dijo Pepa enternecida, feliz por su amiga.
-Eso piensas tú pero, ¿y él? -se mordió el labio, pesarosa. -Tal vez piensa que soy una muchacha de esas ligeras de cascos que se besan con cualquiera.
-Alfonso no pensaría jamás eso de ti porque, de igual forma que tú lo conoces a él, él te conoce a ti. Y si te ha besado es porque también siente algo.
-Eso no puede ser -negó Emilia con rotundidad. -Sé de buena tinta que hace tiempo ronda a una muchacha que lo trae de cabeza porque la tonta ni cuenta se da.
-Hasta hoy -añadió Pepa tratando de reprimir una risita.
De pronto, todo el rubor de las mejillas de Emilia se esfumó como una bocanada de humo, palideciendo al comprender en ese mero instante lo que no había comprendido en semanas. Miró a Pepa llena de desconcierto mientras su amiga la observaba en silencio, con una sonrisa pícara en los labios y cruzada de brazos, esperando a que su mente cavilara para terminar de entender.
-Ay, Pepa, que creo que soy la mujer más tonta que ha pisado la tierra -comenzó a decir, mientras se levantaba y comenzaba a deambular de forma errática por la habitación.
-Pero cálmate, muchacha -se rió la partera.
-Es que ahora comprendo muchas cosas -continuó ella con su vagar. -Cada vez que me miraba encandilado, como queriendo decirme miles de cosas y sin decirme ninguna y apagándose la luz de sus ojos cada vez que le pedía que se confiara a mí en aras de la amistad que nos une -recordó en voz alta. -Él quería hablarme de sus sentimientos y yo lo mandaba al fresco sin darme ni cuenta -se lamentó lanzando la vista al cielo.
-¿Y qué haces aún aquí? -le preguntó Pepa con sorna.
-Sí, debo hablar con él -empezó a atusarse las manos con nerviosismo. -Pero la casa de comidas...
-Tranquila, Emilia, que yo me quedo con tu padre. ¡Ni que fuera la primera vez! -exclamó con falso agravio al ver el rostro contrariado de su amiga.
-No es eso, Pepa -le aclaró. -Tú, con tus propias desventuras y yo hablándote de amoríos.
-La vida tiene que seguir, Emilia -le mostró su apoyo. -Y a mí me va a venir de perlas estar ocupada que tú sabes que no soy de estar con las manos quietas.
-Gracias, Pepa -le sonrió. Hizo ademán de marcharse pero se detuvo. -No sé qué decirle -confesó.
-Lo que sientes -sentenció.
-¿Y si estoy equivocada y no siente lo mismo por mí? Me moriría de la vergüenza.
-No son los buenos sentimientos los que deben avergonzarnos sino los malos actos -le señaló. -Buena suerte.
Emilia asintió con sonrisa confiada y salió dispuesta a retomar el camino que le llevaría a su nuevo destino.
CONTINUARÁ
-Emilia, ¡Emilia! -oyó de repente la voz de Pepa tras la puerta. -¿Estás bien?
-¿A qué tanto alboroto? -preguntó a su amiga haciéndola pasar.
-A que te vengo llamando por toda la posada y ni te has girado a mirarme -la reprendió sentándose a su lado en la cama.
-Andaba distraída -se disculpó.
-¿Distraída? -frunció el ceño. -Pero si tiemblas como una hoja. ¿Qué te ha pasado?
-Qué cosas tienes, Pepa -Emilia rió tratando de disimular. -No me pasa nada.
-No me lo digas si no quieres, pero no me hagas tonta -le dijo tomando una de sus manos.
-Perdóname, Pepa -le pidió. -Es que ni yo misma lo sé, todo es tan confuso...
-Empieza por el principio y desharemos este enredo -la alentó.
-Alfonso me ha besado, bueno, yo le he besado... -comenzó a balbucear. -Nos hemos besado -dijo queriendo poner en orden sus pensamientos que iban y venían sin ton ni son.
-Pues vaya un comienzo -le lanzó una sonrisa pícara.
-Déjate de chanzas, Pepa, que no estoy yo para eso -dijo bajando la cabeza.
Pepa le levantó la barbilla.
-¿Lo quieres?
-Sabes que siempre lo he querido como un hermano, como un amigo.
-Entonces te preguntaré si lo amas -rectificó la demanda.
-Eso es lo que me atormenta -se lamentó la joven. -Si me hubieras hecho esa pregunta ayer, mi respuesta hubiera sido que no, pero hoy...
-Ha pasado algo que te ha hecho verlo con otros ojos -hizo eco de sus pensamientos.
Emilia sintió de nuevo sus mejillas arder.
-Me da vergüenza sólo de pensarlo.
-Si no quieres decírmelo... -trató Pepa de evitarle lo que parecía un mal trago.
-Sí que quiero porque yo misma necesito entenderlo -la cortó y tomó aire para envalentonarse y poder confiarse a su amiga quien asentía con complicidad. -Hoy ha sucedido algo con Severiano que me ha hecho abrir los ojos y ver que estaba mirando para el lado equivocado -comenzó a decirle. -Yo discutí días atrás con Alfonso por culpa de él y he ido a verlo dispuesta a excusarme. Me lo he encontrado en el pequeño patio de delante de su casa, partiendo leña -hizo una pausa, -con... con el pecho descubierto -añadió con voz temblorosa y cerrando los ojos llena de pudor. -Conozco a Alfonso desde que eramos unos críos, -alzó ahora la voz tratando de dominarla y dominarse ella -hemos crecido juntos y siempre lo he visto como un amigo, casi un hermano y, hoy, de golpe y porrazo...
-Lo has visto como un hombre.
Emilia asintió.
-Se me ha presentado enfrente como una de esas estatuas griegas de líneas y curvas perfectas, Pepa, mientras el corazón se me intentaba salir del pecho y un extraño ardor me recorría por dentro.
Bajó el rostro y notó las lágrimas acudiendo de nuevo a su rostro.
-A partir de ahí no conseguí atinarle a nada -continuó. -Comencé a soltarle un montón de sin sentidos acerca de mí y mi soledad y él acabó diciéndome lo hermosa que era, -alzó la mirada hacia el rostro de su amiga, con el suyo bañado en llanto, -a mí, Pepa, me dijo que me ve hermosa -repitió como si no acabara de creérselo. -Y en ese momento fue como si un hechizo nos hubiera alcanzado, haciendo que nuestros labios buscaran los del otro.
-Eso es muy bonito -le apretó Pepa la mano, sonriendo.
-Sí, pero yo no he tenido otra ocurrencia que salir escapando de allí -se lamentó Emilia.
-Pero si me has dicho que lo amas...
-Eso lo digo ahora, pero en ese instante me corroía el pensar que estaba sintiendo cosas que no debía -le explicó, -porque nunca me había imaginado que pudiera ser así -continuó. -Tengo ganas de llorar y de reír al mismo tiempo, me siento poderosa, capaz de todo, pero por otro lado me siento diminuta e indefensa, como si los brazos de Alfonso fueran los únicos que pudieran protegerme. Me dan ganas de volver corriendo sobre mis pasos e ir en su busca y besarlo y no parar hasta desfallecer.
-Eso es amor con todas las letras -dijo Pepa enternecida, feliz por su amiga.
-Eso piensas tú pero, ¿y él? -se mordió el labio, pesarosa. -Tal vez piensa que soy una muchacha de esas ligeras de cascos que se besan con cualquiera.
-Alfonso no pensaría jamás eso de ti porque, de igual forma que tú lo conoces a él, él te conoce a ti. Y si te ha besado es porque también siente algo.
-Eso no puede ser -negó Emilia con rotundidad. -Sé de buena tinta que hace tiempo ronda a una muchacha que lo trae de cabeza porque la tonta ni cuenta se da.
-Hasta hoy -añadió Pepa tratando de reprimir una risita.
De pronto, todo el rubor de las mejillas de Emilia se esfumó como una bocanada de humo, palideciendo al comprender en ese mero instante lo que no había comprendido en semanas. Miró a Pepa llena de desconcierto mientras su amiga la observaba en silencio, con una sonrisa pícara en los labios y cruzada de brazos, esperando a que su mente cavilara para terminar de entender.
-Ay, Pepa, que creo que soy la mujer más tonta que ha pisado la tierra -comenzó a decir, mientras se levantaba y comenzaba a deambular de forma errática por la habitación.
-Pero cálmate, muchacha -se rió la partera.
-Es que ahora comprendo muchas cosas -continuó ella con su vagar. -Cada vez que me miraba encandilado, como queriendo decirme miles de cosas y sin decirme ninguna y apagándose la luz de sus ojos cada vez que le pedía que se confiara a mí en aras de la amistad que nos une -recordó en voz alta. -Él quería hablarme de sus sentimientos y yo lo mandaba al fresco sin darme ni cuenta -se lamentó lanzando la vista al cielo.
-¿Y qué haces aún aquí? -le preguntó Pepa con sorna.
-Sí, debo hablar con él -empezó a atusarse las manos con nerviosismo. -Pero la casa de comidas...
-Tranquila, Emilia, que yo me quedo con tu padre. ¡Ni que fuera la primera vez! -exclamó con falso agravio al ver el rostro contrariado de su amiga.
-No es eso, Pepa -le aclaró. -Tú, con tus propias desventuras y yo hablándote de amoríos.
-La vida tiene que seguir, Emilia -le mostró su apoyo. -Y a mí me va a venir de perlas estar ocupada que tú sabes que no soy de estar con las manos quietas.
-Gracias, Pepa -le sonrió. Hizo ademán de marcharse pero se detuvo. -No sé qué decirle -confesó.
-Lo que sientes -sentenció.
-¿Y si estoy equivocada y no siente lo mismo por mí? Me moriría de la vergüenza.
-No son los buenos sentimientos los que deben avergonzarnos sino los malos actos -le señaló. -Buena suerte.
Emilia asintió con sonrisa confiada y salió dispuesta a retomar el camino que le llevaría a su nuevo destino.
CONTINUARÁ