Foro Bandolera
Como no me gusta la historia... voy y la cambio (Natalia y Roberto)
#0
27/04/2011 20:02
Como estoy bastante aburrida de que me tengan a Roberto entre rejas, aunque sean las rejas de cartón piedra del cuartel de Arazana, y de que nadie (excepto San Miguel) intente hacer nada... pues voy y lo saco yo misma.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
_____________________________________________________________________________
Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
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Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
#161
20/05/2011 21:31
roberta te digo como a las demas q escriben llevaba dias sin leer por falta de tiempo pero te digo que ya me he puesto al dia y me encanta cuando puedas continua
#162
20/05/2011 21:40
Que chuuuuuuuuuuuuuuulo Roberta. ¿Y cuantas noches van a pasar estos dos en Sevilla???
#163
20/05/2011 23:11
La pregunta es ¿Cuánto tiempo van a aguantar esa situación? La respuesta solo la tienes tú querida Roberta.
#164
21/05/2011 01:10
Chicas, os lo dije hace unos días.
Estos como los matrimonios que llevan muchos años... a esperar al fin de semana.
Pues bien, el fin de semana ha llegado hace una hora y nos quedan tan solo 47 para que termine.
No os estoy tomando el pelo ni quiero alargar inmecesariamente la cosa, lo que ocurre es que me estoy explayando demasiado, me enrollo como las persianas, pero prometo que antes de que llegue el lunes hay lio.
Estos como los matrimonios que llevan muchos años... a esperar al fin de semana.
Pues bien, el fin de semana ha llegado hace una hora y nos quedan tan solo 47 para que termine.
No os estoy tomando el pelo ni quiero alargar inmecesariamente la cosa, lo que ocurre es que me estoy explayando demasiado, me enrollo como las persianas, pero prometo que antes de que llegue el lunes hay lio.
#165
21/05/2011 14:02
Capítulo 20
- Tenemos dos días por delante, ¿qué te apetece hacer? – preguntó Natalia.
- No lo sé, nunca he estado en una ciudad tan grande; ¿qué podemos hacer?
- No mucho, si tal y como nos han dicho la ciudad se paraliza durante la Feria, tan solo podemos unirnos a ella y disfrutar.- dijo Natalia encogiéndose de hombros – Aunque…
- ¿Si? – dijo intrigado
- También deberíamos localizar la sede del banco y los demás lugares a donde debemos ir para poder realizar los trámites cuanto antes.
- Como tú digas.
Rápidamente localizaron los lugares que les interesaban, los sevillanos eran gente muy servicial y agradable y en Feria más aún; además estaban muy próximos entre sí y les llevaría poco tiempo realizar las gestiones. Después decidieron conocer un poco la ciudad, pasearon por la orilla del Guadalquivir y pasaron junto a la Torre del Oro; su mal estado, debido a la Revolución de 1868, contrastaba con la cercana Plaza de toros, acabada de cerrar el año anterior. Cruzaron el puente de Triana y llegaron al barrio del mismo nombre por cuyas calles pasearon; se perdieron por la ciudad hasta que tuvieron que pedir ayuda para poder volver al hotel porque casi había anochecido.
Las horas habían pasado con gran celeridad, habían comido y cenado en dos de las múltiples tabernas que había en Sevilla, por lo que cuando llegaron al hotel se dirigieron directamente a la habitación. Habían decidido que al día siguiente se pasarían por la Feria, todo el mundo hablaba de ella y estaban muy intrigados así que, mientras Roberto pasó al baño a prepararse para ir a dormir, Natalia buscó entre sus ropas un atuendo más acorde para la ocasión, algo fresco ya que el traje que se había puesto aquel día era elegante pero muy grueso. Aún estaba Natalia distraída sacando la ropa del armario cuando Roberto salió del baño y se quedó apoyado en el marco de la puerta observándola; siempre se quedaba observándola, no podía evitarlo, como tampoco podía evitar el callar lo que sentía. Una vez, escogido el atuendo Natalia se giró y descubrió a Roberto observándola.
- Yo ya he terminado. – dijo Roberto
- Bien, entonces…- dijo Natalia tomando su camisón y su bata y acercándose a la puerta del baño.
- Perdona… - y Roberto se retiró permitiéndola pasar.
- Gracias – y, pasando al interior, Natalia comenzó a cerrar la puerta mientras no podía dejar de mirar como su acompañante se dirigía hacia la cama.
En esta ocasión Natalia no tardó tanto, enseguida estuvo lista, el haber pasado todo el día juntos y, sobre todo, el ser ya la segunda vez que iban a compartir la cama la habían tranquilizado un poco. Salió del aseo y con paso decidido se encaminó al sillón donde había dejado la noche anterior la ropa, para proceder a hacer lo mismo. Nuevamente, Roberto la seguía con la mirada y sonreía. Al igual que la noche anterior, pero más relajada, se quitó la bata y procedió a meterse en la cama.
- Natalia, ¿qué es eso? – dijo Roberto. Su voz era una mezcla de tristeza y miedo.
- ¿El qué? – preguntó extrañada.
- Tú brazo.
- No es nada…es…
- Te lo hice yo el otro día, ¿verdad? – preguntó Roberto acercándose a la joven hasta sentarse junto a ella. Lo que Roberto había visto era una marca en el brazo de Natalia, un pequeño cardenal. ¿Cómo no se había dado cuenta? Natalia había llevado una chaqueta de manga larga los dos últimos días, pero, cuando la tuvo entre sus brazos, ¿cómo no lo vio? Natalia no pudo contestar; lo tenía tan cerca, sin camisa, ella en camisón que apenas podía seguir respirando. Roberto malinterpretó la inmovilidad de la joven, salió rápidamente de la cama y comenzó a vestirse.
- Roberto, ¿dónde vas? – dijo Natalia acercándose a él – Roberto, respóndeme – En ese momento él ya se había puesto los pantalones se había calzado y estaba poniéndose la camisa. Natalia se colocó frente a él, cogiéndole de ambos lados de la camisa, pero él mantenía los brazos a ambos lados del cuerpo y simplemente se fue apartando, caminando lentamente hacia atrás, sin tocarla siquiera hasta que llegó a la puerta y salió por ella.
- Roberto, por favor… vuelve, vuelve – dijo Natalia con voz ahogada mientras lo veía alejarse por el pasillo.
- Tenemos dos días por delante, ¿qué te apetece hacer? – preguntó Natalia.
- No lo sé, nunca he estado en una ciudad tan grande; ¿qué podemos hacer?
- No mucho, si tal y como nos han dicho la ciudad se paraliza durante la Feria, tan solo podemos unirnos a ella y disfrutar.- dijo Natalia encogiéndose de hombros – Aunque…
- ¿Si? – dijo intrigado
- También deberíamos localizar la sede del banco y los demás lugares a donde debemos ir para poder realizar los trámites cuanto antes.
- Como tú digas.
Rápidamente localizaron los lugares que les interesaban, los sevillanos eran gente muy servicial y agradable y en Feria más aún; además estaban muy próximos entre sí y les llevaría poco tiempo realizar las gestiones. Después decidieron conocer un poco la ciudad, pasearon por la orilla del Guadalquivir y pasaron junto a la Torre del Oro; su mal estado, debido a la Revolución de 1868, contrastaba con la cercana Plaza de toros, acabada de cerrar el año anterior. Cruzaron el puente de Triana y llegaron al barrio del mismo nombre por cuyas calles pasearon; se perdieron por la ciudad hasta que tuvieron que pedir ayuda para poder volver al hotel porque casi había anochecido.
Las horas habían pasado con gran celeridad, habían comido y cenado en dos de las múltiples tabernas que había en Sevilla, por lo que cuando llegaron al hotel se dirigieron directamente a la habitación. Habían decidido que al día siguiente se pasarían por la Feria, todo el mundo hablaba de ella y estaban muy intrigados así que, mientras Roberto pasó al baño a prepararse para ir a dormir, Natalia buscó entre sus ropas un atuendo más acorde para la ocasión, algo fresco ya que el traje que se había puesto aquel día era elegante pero muy grueso. Aún estaba Natalia distraída sacando la ropa del armario cuando Roberto salió del baño y se quedó apoyado en el marco de la puerta observándola; siempre se quedaba observándola, no podía evitarlo, como tampoco podía evitar el callar lo que sentía. Una vez, escogido el atuendo Natalia se giró y descubrió a Roberto observándola.
- Yo ya he terminado. – dijo Roberto
- Bien, entonces…- dijo Natalia tomando su camisón y su bata y acercándose a la puerta del baño.
- Perdona… - y Roberto se retiró permitiéndola pasar.
- Gracias – y, pasando al interior, Natalia comenzó a cerrar la puerta mientras no podía dejar de mirar como su acompañante se dirigía hacia la cama.
En esta ocasión Natalia no tardó tanto, enseguida estuvo lista, el haber pasado todo el día juntos y, sobre todo, el ser ya la segunda vez que iban a compartir la cama la habían tranquilizado un poco. Salió del aseo y con paso decidido se encaminó al sillón donde había dejado la noche anterior la ropa, para proceder a hacer lo mismo. Nuevamente, Roberto la seguía con la mirada y sonreía. Al igual que la noche anterior, pero más relajada, se quitó la bata y procedió a meterse en la cama.
- Natalia, ¿qué es eso? – dijo Roberto. Su voz era una mezcla de tristeza y miedo.
- ¿El qué? – preguntó extrañada.
- Tú brazo.
- No es nada…es…
- Te lo hice yo el otro día, ¿verdad? – preguntó Roberto acercándose a la joven hasta sentarse junto a ella. Lo que Roberto había visto era una marca en el brazo de Natalia, un pequeño cardenal. ¿Cómo no se había dado cuenta? Natalia había llevado una chaqueta de manga larga los dos últimos días, pero, cuando la tuvo entre sus brazos, ¿cómo no lo vio? Natalia no pudo contestar; lo tenía tan cerca, sin camisa, ella en camisón que apenas podía seguir respirando. Roberto malinterpretó la inmovilidad de la joven, salió rápidamente de la cama y comenzó a vestirse.
- Roberto, ¿dónde vas? – dijo Natalia acercándose a él – Roberto, respóndeme – En ese momento él ya se había puesto los pantalones se había calzado y estaba poniéndose la camisa. Natalia se colocó frente a él, cogiéndole de ambos lados de la camisa, pero él mantenía los brazos a ambos lados del cuerpo y simplemente se fue apartando, caminando lentamente hacia atrás, sin tocarla siquiera hasta que llegó a la puerta y salió por ella.
- Roberto, por favor… vuelve, vuelve – dijo Natalia con voz ahogada mientras lo veía alejarse por el pasillo.
#166
21/05/2011 14:35
esta super bien sigue asi yo me voy a comer y a estudiar un rato y luego la noche espero leer otro trozo y escribir yo otro trozo de mi historia
besos
besos
#167
21/05/2011 18:36
Roberta ¿a donde a ido roberto?
por favor que vuelva y lo aclaren
gracias por tu relato
por favor que vuelva y lo aclaren
gracias por tu relato
#168
21/05/2011 19:58
Pero a dónde se fue este hombre? Seguro que ella le alcanza. Sigue cuando puedas Roberta.
#169
22/05/2011 00:06
Pero dónde se habrá metido este hombre...
_____________________________________________________________________
La noche fue muy larga para ambos, Natalia permaneció despierta, acurrucada en el sillón, sus brazos rodeaban las rodillas y mantenía la barbilla apoyada en ellas. No podía dejar de pensar en que Roberto creía que el cardenal se lo había producido él al tomarla del brazo el día que lo enfadó tanto, cuando en realidad se lo había producido ella misma. Fue el mismo día, pero horas antes. Cuándo Sara le entregó el telegrama que confirmaba que el dinero estaba a su disposición, salió a tal velocidad a comunicárselo a Roberto que se golpeó con el borde del mostrador de la imprenta… y ahora él creía que la había hecho daño.
Roberto vagaba por Sevilla, iba sin rumbo, perdido, desesperado. Nunca pensó en que podía haberla hecho daño, nunca hubiera imaginado que…, pero para qué seguir dándole vueltas, el daño estaba hecho, un daño irreparable. Ahora lo único que podía hacer era irse, marcharse lejos, intentar olvidar, aunque siempre llevase marcado en su corazón el recuerdo de haber dañado a la mujer de su vida.
Cuando Roberto volvió al hotel casi había amanecido, estuvo haciendo tiempo para asegurarse de que Natalia estuviera dormida y poder escabullirse dejando tan solo una nota de despedida. Abrió sigilosamente la puerta de la habitación pero sus deseos no se cumplieron, Natalia seguía despierta, esperándole y se puso en pie cuando vio que él llegaba.
- Roberto… - dijo acercándose a él.
- Yo…, - comenzó titubeante. – Será mejor que me vaya. Agradezco mucho tus buenas intenciones y tu ayuda, pero debo irme. No puedo seguir aquí.
- No, Roberto, espera. Estás equivocado, tú no me hiciste daño. Fue… – pero él no la escuchaba, se movía por la habitación metiendo sus pocas pertenencias en el bolso de viaje – ¡Por Dios, escúchame! – gritó finalmente Natalia.- Si, es cierto, me agarraste del brazo, y me hiciste daño, pero fue el otro brazo.
- No, estás mintiendo – dijo él mientras pensaba en las palabras de Natalia, “…y me hiciste daño…” – lo dices porque…
- Lo digo porque es la verdad – cortó ella – escúchame. Tú me cogiste del brazo con tu mano derecha – e hizo lo que estaba narrando - , es decir, cogiste mi brazo izquierdo,… y es el derecho en el cual tengo el cardenal. Roberto, fui yo misma. Me lo hice al golpearme contra el mostrador de la imprenta, por favor créeme.
- No, estás mintiéndome. – replicó él soltándola el brazo.
- No, Roberto, te digo la verdad – y tomó la cara del muchacho entre sus manos - ¿Por qué habría de mentirte? Por favor, escúchame – dijo ella abrazándolo con fuerza – no has sido tú.
- Pero te hice daño, acabas de decirlo. – Roberto la sentía abrazada a su cuerpo, pero estaba paralizado por el dolor, por la decepción
- Pues te doy un puñetazo y quedamos en paz. – dijo ella intentando apaciguar la situación – Roberto mírame; vamos, mírame – y estrechó aún más su abrazo. Finalmente Roberto bajó la mirada, y sus ojos recorrieron todos y cada uno de los rasgos de Natalia, se perdió en sus ojos, se olvidó del mundo observando su boca… Lentamente, una de sus manos subió hasta la mejilla de ella, acarició el borde de su mandíbula y ella cerró los ojos estremecida ante su contacto. En ese momento, el mundo pareció desvanecerse bajo sus pies, lo único que parecía real era Natalia abrazada a él, preocupada por él, temblando entre sus brazos. Su otra mano comenzó moverse por la cintura de la joven, correspondiendo al abrazo que ella le brindaba, sintiendo las formas de su cuerpo bajo el camisón y la bata. La presión de la mano de Roberto sobre la cintura de Natalia se incrementó; ella en cambio relajó el abrazo, que pasó a ser más tranquilizador que apremiante y sus manos se movieron arriba y abajo sobre la espalda de él.
- Estás helada – dijo Roberto acariciando su rostro.
- Sí, bueno, creo que tú tampoco habrás pasado la mejor noche de tu vida.
- No, pero está mejorando – dijo tratando de sonreír. – ¿Me vas a dar ese puñetazo?
Natalia rió ante la ocurrencia.
- Tan solo si no dejas de decir tonterías.
No estaban solos, el silencio era el tercer protagonista de la escena, un silencio de palabras que no de sentimientos. Lo que sus bocas no se atrevían a decir, lo decían sus manos, las manos de ella que recorrían la espalda de él siguiendo las suaves curvas de su musculatura; y las manos de él, que a la vez que la sujetaban con firmeza por la cintura, depositaban suaves caricias sobre su rostro. Natalia anhelaba entregarse a Roberto, ser suya, sentir esas manos recorrer cada rincón de su cuerpo, descubrir la pasión y el amor entre sus brazos… pero le pudo la cobardía. Menos de dos semanas, ese era el tiempo del que dispondrían para vivir su historia, diez, once días y después ¿qué?
- Aún no ha amanecido – dijo ella, - aún tenemos tiempo de dormir un poco antes de que salga el sol.
Roberto la tomó en brazos y caminando lentamente la llevó a la cama; vestido como estaba, se tendió a su lado y cubrió sus cuerpos con las sábanas. Tomó a la joven en sus brazos y Natalia, confiada, colocó la cabeza sobre el pecho de él, devolviéndole el abrazo.
- Yo,… jamás podría hacerte daño, Natalia. Lo sabes, ¿verdad? – dijo él depositando un beso en la cabeza de ella y estrechando su abrazo.
- Lo sé – contestó ella mientras dejaba vagar su mano por el pecho del joven.
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La noche fue muy larga para ambos, Natalia permaneció despierta, acurrucada en el sillón, sus brazos rodeaban las rodillas y mantenía la barbilla apoyada en ellas. No podía dejar de pensar en que Roberto creía que el cardenal se lo había producido él al tomarla del brazo el día que lo enfadó tanto, cuando en realidad se lo había producido ella misma. Fue el mismo día, pero horas antes. Cuándo Sara le entregó el telegrama que confirmaba que el dinero estaba a su disposición, salió a tal velocidad a comunicárselo a Roberto que se golpeó con el borde del mostrador de la imprenta… y ahora él creía que la había hecho daño.
Roberto vagaba por Sevilla, iba sin rumbo, perdido, desesperado. Nunca pensó en que podía haberla hecho daño, nunca hubiera imaginado que…, pero para qué seguir dándole vueltas, el daño estaba hecho, un daño irreparable. Ahora lo único que podía hacer era irse, marcharse lejos, intentar olvidar, aunque siempre llevase marcado en su corazón el recuerdo de haber dañado a la mujer de su vida.
Cuando Roberto volvió al hotel casi había amanecido, estuvo haciendo tiempo para asegurarse de que Natalia estuviera dormida y poder escabullirse dejando tan solo una nota de despedida. Abrió sigilosamente la puerta de la habitación pero sus deseos no se cumplieron, Natalia seguía despierta, esperándole y se puso en pie cuando vio que él llegaba.
- Roberto… - dijo acercándose a él.
- Yo…, - comenzó titubeante. – Será mejor que me vaya. Agradezco mucho tus buenas intenciones y tu ayuda, pero debo irme. No puedo seguir aquí.
- No, Roberto, espera. Estás equivocado, tú no me hiciste daño. Fue… – pero él no la escuchaba, se movía por la habitación metiendo sus pocas pertenencias en el bolso de viaje – ¡Por Dios, escúchame! – gritó finalmente Natalia.- Si, es cierto, me agarraste del brazo, y me hiciste daño, pero fue el otro brazo.
- No, estás mintiendo – dijo él mientras pensaba en las palabras de Natalia, “…y me hiciste daño…” – lo dices porque…
- Lo digo porque es la verdad – cortó ella – escúchame. Tú me cogiste del brazo con tu mano derecha – e hizo lo que estaba narrando - , es decir, cogiste mi brazo izquierdo,… y es el derecho en el cual tengo el cardenal. Roberto, fui yo misma. Me lo hice al golpearme contra el mostrador de la imprenta, por favor créeme.
- No, estás mintiéndome. – replicó él soltándola el brazo.
- No, Roberto, te digo la verdad – y tomó la cara del muchacho entre sus manos - ¿Por qué habría de mentirte? Por favor, escúchame – dijo ella abrazándolo con fuerza – no has sido tú.
- Pero te hice daño, acabas de decirlo. – Roberto la sentía abrazada a su cuerpo, pero estaba paralizado por el dolor, por la decepción
- Pues te doy un puñetazo y quedamos en paz. – dijo ella intentando apaciguar la situación – Roberto mírame; vamos, mírame – y estrechó aún más su abrazo. Finalmente Roberto bajó la mirada, y sus ojos recorrieron todos y cada uno de los rasgos de Natalia, se perdió en sus ojos, se olvidó del mundo observando su boca… Lentamente, una de sus manos subió hasta la mejilla de ella, acarició el borde de su mandíbula y ella cerró los ojos estremecida ante su contacto. En ese momento, el mundo pareció desvanecerse bajo sus pies, lo único que parecía real era Natalia abrazada a él, preocupada por él, temblando entre sus brazos. Su otra mano comenzó moverse por la cintura de la joven, correspondiendo al abrazo que ella le brindaba, sintiendo las formas de su cuerpo bajo el camisón y la bata. La presión de la mano de Roberto sobre la cintura de Natalia se incrementó; ella en cambio relajó el abrazo, que pasó a ser más tranquilizador que apremiante y sus manos se movieron arriba y abajo sobre la espalda de él.
- Estás helada – dijo Roberto acariciando su rostro.
- Sí, bueno, creo que tú tampoco habrás pasado la mejor noche de tu vida.
- No, pero está mejorando – dijo tratando de sonreír. – ¿Me vas a dar ese puñetazo?
Natalia rió ante la ocurrencia.
- Tan solo si no dejas de decir tonterías.
No estaban solos, el silencio era el tercer protagonista de la escena, un silencio de palabras que no de sentimientos. Lo que sus bocas no se atrevían a decir, lo decían sus manos, las manos de ella que recorrían la espalda de él siguiendo las suaves curvas de su musculatura; y las manos de él, que a la vez que la sujetaban con firmeza por la cintura, depositaban suaves caricias sobre su rostro. Natalia anhelaba entregarse a Roberto, ser suya, sentir esas manos recorrer cada rincón de su cuerpo, descubrir la pasión y el amor entre sus brazos… pero le pudo la cobardía. Menos de dos semanas, ese era el tiempo del que dispondrían para vivir su historia, diez, once días y después ¿qué?
- Aún no ha amanecido – dijo ella, - aún tenemos tiempo de dormir un poco antes de que salga el sol.
Roberto la tomó en brazos y caminando lentamente la llevó a la cama; vestido como estaba, se tendió a su lado y cubrió sus cuerpos con las sábanas. Tomó a la joven en sus brazos y Natalia, confiada, colocó la cabeza sobre el pecho de él, devolviéndole el abrazo.
- Yo,… jamás podría hacerte daño, Natalia. Lo sabes, ¿verdad? – dijo él depositando un beso en la cabeza de ella y estrechando su abrazo.
- Lo sé – contestó ella mientras dejaba vagar su mano por el pecho del joven.
#170
22/05/2011 00:11
Qué bien escribes Roberta!!! Es una gozada leerte.
#171
22/05/2011 00:14
Mira que sois especialistas en cortar cuando no debéis cortar....
Pues Roberta, no te puedes ir a sobar hasta que no pongas otro trozo así que tu sabrás lo que haces...
Pues Roberta, no te puedes ir a sobar hasta que no pongas otro trozo así que tu sabrás lo que haces...
#172
22/05/2011 00:34
¡Que no tengo másssssss!
¡Que tengo sueñooooooo!
Roberto, ven a salvarme que aquí hay unas explotadoras que quieren acabar conmigooooo
Los Montoro en Arazana hacen trabajar a los niños y estas me tienen encadenada al ordenador.....
Dejadme un ratillo a ver si me inspiro, que hemos acabado sextos en la liga y el año que viene a Europa, (ups me salió la vena rojiblanca)
¡Que tengo sueñooooooo!
Roberto, ven a salvarme que aquí hay unas explotadoras que quieren acabar conmigooooo
Los Montoro en Arazana hacen trabajar a los niños y estas me tienen encadenada al ordenador.....
Dejadme un ratillo a ver si me inspiro, que hemos acabado sextos en la liga y el año que viene a Europa, (ups me salió la vena rojiblanca)
#173
22/05/2011 00:48
Roberta, que escena tan bonita.
Continúala cuando puedas, aunque las foreras tienen tanta avidez por leer que no da tiempo ni a escribir, jajajja ¡¡¡¡
Continúala cuando puedas, aunque las foreras tienen tanta avidez por leer que no da tiempo ni a escribir, jajajja ¡¡¡¡
#174
22/05/2011 00:50
Roberta, preciosa historia...siiiigue....gracias.....
#175
22/05/2011 00:54
FichaRoja, no hables no hables, que tienes que aplicarte el cuento también. Que nos tienes a la espera de saber si la realidad supera a la ficción en tu relato, como alguien ya mencionó esta mañana...
#176
22/05/2011 02:09
Ya sé que no hay que meterse bajo un árbol, pero en 1882 no había marquesinas de autobús.
Así, deprisa y corriendo, es lo mejor que se me ha ocurrido.
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Capítulo 21
Ninguno de los dos durmió, permanecieron acostados durante horas, hasta bien entrada la mañana, abrazados, sintiendo que estaban muy cerca pero a la vez muy lejos. Golpearon a la puerta, Roberto se levantó y fue a abrir.
- ¿Si? – preguntó entreabriendo al puerta.
- Disculpe señor, venía a limpiar la habitación, si es posible. – Roberto giró la cabeza mirando a Natalia que se había sentado en la cama.
- Por favor, dénos unos minutos – dijo cerrando la puerta al ver el gesto afirmativo de la joven.
- Ya debe de ser muy tarde, - comentó Natalia saliendo de la cama – si no es por ella nos perdemos la Feria.
- No me hubiese importado perdérmela – dijo Roberto. Natalia se sonrojó ante tal comentario y tomando la ropa que había preparado la noche anterior fue a cambiarse.
Cuando la joven salió, Roberto ya se había quitado la ropa con la que había pasado la noche y llevaba otra puesta, más sencilla y adecuada para pasear por una feria de ganado. El atuendo de Natalia también era más sencillo, una amplia falda azul y una blusa blanca que dejaba los hombros al descubierto.
- ¿Vamos? – dijo Roberto ofreciéndole su brazo.
- Vamos, - dijo ella cogiéndose de él.
Era un precioso día de primavera, hacía buena temperatura y lucía un sol radiante. La gente paseaba disfrutando del último día de Feria, los tratantes aprovechaban las últimas oportunidades para hacer negocio y los compradores también estaban a la espera de conseguir alguna ganga de última hora.
- Mi padre hubiese disfrutado mucho aquí, – comentó Roberto – te dije que había sido tratante de caballos, ¿verdad?
- Si, ya me lo dijiste – afirmó Natalia. Roberto estaba disfrutando como un niño, en aquellos tres días había visto tantas cosas nuevas que le costaba asimilarlas todas. - ¿Vamos a ver la otra Feria?- preguntó ella cogiéndole de la mano y llevándole al lugar donde la gente montaba casetas donde poder reunirse en familia y con los amigos.
No conocían a nadie en Sevilla, pero desde numerosas casetas los invitaron a pasar y comer algo o beber un trago de vino, todo el mundo los tomaba por una pareja de novios o de recién casados y ellos no lo negaban; fingían que les hacía gracia la confusión, cuando en realidad era la excusa que necesitaban para cogerse del brazo, de la mano o simplemente mirarse. En una de las casetas, el anfitrión se acerco a ellos y dirigiéndose a Roberto le dijo:
- Con su permiso, me gustaría sacar a bailar a su esposa.
- Adelante, no hay ningún inconveniente por mi parte – contestó Roberto mirando a Natalia.
- Gracias, pero yo no se bailar muy bien - se excusó ella.
- Eso es cierto, – dijo Roberto sonriendo – tiene un modo muy peculiar de moverse.
- ¿Qué has dicho?
- Solo te he visto bailar una vez y lo cierto es que no desentonabas nada bailando con Rafalín.
- ¿Ah si? – dijo ella algo picada – Será un placer bailar con usted, caballero. Aunque creo que se va a arrepentir, mañana le van a doler muchísimo los pies debido a mis pisotones – continuó diciendo según se alejaban.
Natalia no conocía aquel baile por lo que estaba demasiado concentrada fijándose en sus compañeras y copiando sus pasos como para darse cuenta de que Roberto no la perdía de vista.
- No se va a quedar sentado aquí, mirando como baila su señora, eso no. – dijo una mujer al lado de Roberto y lo sacó a bailar también a él.
Al ver Natalia que Roberto también estaba bailando, o al menos haciendo algo parecido a bailar, le sacó la lengua burlándose; ese gesto hizo que perdiese el paso y tropezase con su compañero de baile. Pasaron el resto de la tarde en aquella caseta donde los habían tratado tan bien, bailando, comiendo, bebiendo y riendo.
El lugar donde se instalaba la Feria se encontraba en las afueras de Sevilla en un lugar abierto, Roberto y Natalia volvían a la ciudad cogidos del brazo, riendo y recordando las anécdotas de la tarde cuando de repente comenzó a llover. Rápidamente Roberto se quitó la chaqueta y se la puso a Natalia sobre los hombros, cogidos de la mano echaron a correr para refugiarse bajo un árbol. Habían recorrido tan solo unas decenas de metros bajo la lluvia, pero su fuerza era tal que acabaron empapados; jadeantes, se apoyaron en el tronco del árbol a descansar cuando un trueno les sobresaltó. Natalia se abrazó a Roberto, dejando caer la chaqueta al suelo al abrir los brazos, apoyó la mejilla en su pecho, cubierto por la mojada camisa y se abrazó fuerte, muy fuerte, mientras sentía como, al contacto, su propia blusa también se mojaba. Roberto pasó uno de sus brazos a la altura de la cintura de Natalia y el otro alrededor de sus hombros, apretándola contra él, protegiéndola del fuerte viento que se había levantado. Las manos de Natalia fueron subiendo por la espalda de Roberto, las yemas de sus dedos apenas rozaban el tejido de la camisa, al fin llegaron a sus hombros y siguieron por sus brazos, en ese momento se separó lo suficiente de él como para poder mirarlo a la cara con comodidad. Entonces, Roberto retiró el brazo con el que la sujetaba por los hombros y le apartó el pelo mojado de la cara. Gotas de agua caían del flequillo de Natalia y se deslizaban por su cara, Roberto fue retirando algunas de ellas con los dedos; en el momento en el que retiró una de la comisura de los labios de Natalia, sintió cómo las manos de ésta se aferraban a él y no pudo seguir fingiendo indiferencia. Dulcemente acercó su rostro al de la joven y buscó su boca, sus labios se fundieron en un corto beso, fue apenas un roce, pero lo suficiente como para saber que era el primero de muchos. Las manos de Natalia volaron hacia el rostro de Roberto, y esta vez fue ella quien lo buscó; el beso fue tan dulce como el anterior, pero mucho más largo, ahora también se acariciaban con las bocas, no solo con sus manos.
Otro trueno les hizo salir de su ensimismamiento y les recordó que estaban en la calle, a la vista de cualquiera que, como ellos, intentara resguardarse de la lluvia. Roberto se agachó, recogió la chaqueta y se la volvió a colocar a Natalia sobre los hombros; permanecieron abrazados, con la espalda de ella apoyada en el pecho de él, con las manos entrelazadas sobre el vientre de la joven, sabiendo que habían dado el primer paso en un camino sin vuelta atrás.
Así, deprisa y corriendo, es lo mejor que se me ha ocurrido.
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Capítulo 21
Ninguno de los dos durmió, permanecieron acostados durante horas, hasta bien entrada la mañana, abrazados, sintiendo que estaban muy cerca pero a la vez muy lejos. Golpearon a la puerta, Roberto se levantó y fue a abrir.
- ¿Si? – preguntó entreabriendo al puerta.
- Disculpe señor, venía a limpiar la habitación, si es posible. – Roberto giró la cabeza mirando a Natalia que se había sentado en la cama.
- Por favor, dénos unos minutos – dijo cerrando la puerta al ver el gesto afirmativo de la joven.
- Ya debe de ser muy tarde, - comentó Natalia saliendo de la cama – si no es por ella nos perdemos la Feria.
- No me hubiese importado perdérmela – dijo Roberto. Natalia se sonrojó ante tal comentario y tomando la ropa que había preparado la noche anterior fue a cambiarse.
Cuando la joven salió, Roberto ya se había quitado la ropa con la que había pasado la noche y llevaba otra puesta, más sencilla y adecuada para pasear por una feria de ganado. El atuendo de Natalia también era más sencillo, una amplia falda azul y una blusa blanca que dejaba los hombros al descubierto.
- ¿Vamos? – dijo Roberto ofreciéndole su brazo.
- Vamos, - dijo ella cogiéndose de él.
Era un precioso día de primavera, hacía buena temperatura y lucía un sol radiante. La gente paseaba disfrutando del último día de Feria, los tratantes aprovechaban las últimas oportunidades para hacer negocio y los compradores también estaban a la espera de conseguir alguna ganga de última hora.
- Mi padre hubiese disfrutado mucho aquí, – comentó Roberto – te dije que había sido tratante de caballos, ¿verdad?
- Si, ya me lo dijiste – afirmó Natalia. Roberto estaba disfrutando como un niño, en aquellos tres días había visto tantas cosas nuevas que le costaba asimilarlas todas. - ¿Vamos a ver la otra Feria?- preguntó ella cogiéndole de la mano y llevándole al lugar donde la gente montaba casetas donde poder reunirse en familia y con los amigos.
No conocían a nadie en Sevilla, pero desde numerosas casetas los invitaron a pasar y comer algo o beber un trago de vino, todo el mundo los tomaba por una pareja de novios o de recién casados y ellos no lo negaban; fingían que les hacía gracia la confusión, cuando en realidad era la excusa que necesitaban para cogerse del brazo, de la mano o simplemente mirarse. En una de las casetas, el anfitrión se acerco a ellos y dirigiéndose a Roberto le dijo:
- Con su permiso, me gustaría sacar a bailar a su esposa.
- Adelante, no hay ningún inconveniente por mi parte – contestó Roberto mirando a Natalia.
- Gracias, pero yo no se bailar muy bien - se excusó ella.
- Eso es cierto, – dijo Roberto sonriendo – tiene un modo muy peculiar de moverse.
- ¿Qué has dicho?
- Solo te he visto bailar una vez y lo cierto es que no desentonabas nada bailando con Rafalín.
- ¿Ah si? – dijo ella algo picada – Será un placer bailar con usted, caballero. Aunque creo que se va a arrepentir, mañana le van a doler muchísimo los pies debido a mis pisotones – continuó diciendo según se alejaban.
Natalia no conocía aquel baile por lo que estaba demasiado concentrada fijándose en sus compañeras y copiando sus pasos como para darse cuenta de que Roberto no la perdía de vista.
- No se va a quedar sentado aquí, mirando como baila su señora, eso no. – dijo una mujer al lado de Roberto y lo sacó a bailar también a él.
Al ver Natalia que Roberto también estaba bailando, o al menos haciendo algo parecido a bailar, le sacó la lengua burlándose; ese gesto hizo que perdiese el paso y tropezase con su compañero de baile. Pasaron el resto de la tarde en aquella caseta donde los habían tratado tan bien, bailando, comiendo, bebiendo y riendo.
El lugar donde se instalaba la Feria se encontraba en las afueras de Sevilla en un lugar abierto, Roberto y Natalia volvían a la ciudad cogidos del brazo, riendo y recordando las anécdotas de la tarde cuando de repente comenzó a llover. Rápidamente Roberto se quitó la chaqueta y se la puso a Natalia sobre los hombros, cogidos de la mano echaron a correr para refugiarse bajo un árbol. Habían recorrido tan solo unas decenas de metros bajo la lluvia, pero su fuerza era tal que acabaron empapados; jadeantes, se apoyaron en el tronco del árbol a descansar cuando un trueno les sobresaltó. Natalia se abrazó a Roberto, dejando caer la chaqueta al suelo al abrir los brazos, apoyó la mejilla en su pecho, cubierto por la mojada camisa y se abrazó fuerte, muy fuerte, mientras sentía como, al contacto, su propia blusa también se mojaba. Roberto pasó uno de sus brazos a la altura de la cintura de Natalia y el otro alrededor de sus hombros, apretándola contra él, protegiéndola del fuerte viento que se había levantado. Las manos de Natalia fueron subiendo por la espalda de Roberto, las yemas de sus dedos apenas rozaban el tejido de la camisa, al fin llegaron a sus hombros y siguieron por sus brazos, en ese momento se separó lo suficiente de él como para poder mirarlo a la cara con comodidad. Entonces, Roberto retiró el brazo con el que la sujetaba por los hombros y le apartó el pelo mojado de la cara. Gotas de agua caían del flequillo de Natalia y se deslizaban por su cara, Roberto fue retirando algunas de ellas con los dedos; en el momento en el que retiró una de la comisura de los labios de Natalia, sintió cómo las manos de ésta se aferraban a él y no pudo seguir fingiendo indiferencia. Dulcemente acercó su rostro al de la joven y buscó su boca, sus labios se fundieron en un corto beso, fue apenas un roce, pero lo suficiente como para saber que era el primero de muchos. Las manos de Natalia volaron hacia el rostro de Roberto, y esta vez fue ella quien lo buscó; el beso fue tan dulce como el anterior, pero mucho más largo, ahora también se acariciaban con las bocas, no solo con sus manos.
Otro trueno les hizo salir de su ensimismamiento y les recordó que estaban en la calle, a la vista de cualquiera que, como ellos, intentara resguardarse de la lluvia. Roberto se agachó, recogió la chaqueta y se la volvió a colocar a Natalia sobre los hombros; permanecieron abrazados, con la espalda de ella apoyada en el pecho de él, con las manos entrelazadas sobre el vientre de la joven, sabiendo que habían dado el primer paso en un camino sin vuelta atrás.
#177
22/05/2011 02:09
Roberta muy bien
pero no nos dejes asi
pero no nos dejes asi
#178
22/05/2011 05:04
Ay, por Dios, Roberta, momento camisa mojada, ahhhhhhhhhhhh¡¡¡¡¡¡¡¡¡
Me encanta, me encanta, que escena tan bonita, que envidia¡¡¡¡¡¡
Me encanta, me encanta, que escena tan bonita, que envidia¡¡¡¡¡¡
#179
22/05/2011 10:00
Que momento, que momento!!!!!!!!
#180
22/05/2011 15:41
Capitulo 22
Silenciosos, cogidos del brazo, comenzaron a caminar lentamente hacia el hotel tan pronto cesó la lluvia. Deseaban que aquel paseo no terminase nunca, tenían miedo de quedarse a solas de nuevo; miedo a seguir donde lo dejaron, a dejarse llevar por la locura y el deseo, miedo a dejarse enredar en un sueño. Cuando finalmente llegaron a la puerta de la habitación, Roberto la abrió y permitió que Natalia pasase primero, él entró después. A la vez que se giraba para cerrar la puerta con una mano, con la otra retenía a Natalia y de un suave tirón la atrajo hacia él. La tomó de la cintura con ambas manos mientras su boca buscaba la de la muchacha con avidez; le correspondía, Natalia le correspondía, su boca respondía a sus besos con tanta pasión como la que él le ofrecía, sus manos enmarcaron la cara de él, acariciando su mandíbula y deleitándose con el tacto de la barba de Roberto.
- Espera Roberto, – dijo Natalia entre jadeos, cuando el joven liberó su boca por un momento – debo decirte algo.
En ese momento Roberto dejaba una estela de besos por el cuello de Natalia en dirección a su hombro, tenía una piel tan suave…
- Escúchame, por favor – a Natalia le costaba respirar, no podía pensar, tan solo podía sentir la necesidad que su cuerpo tenía del hombre que la estaba besando – Roberto, - dijo finalmente sobreponiéndose y apartando con sus manos la cara de él hasta tenerlo frente a ella – Vuelvo a casa.
Roberto supo al instante que no se refería a volver a Arazana, supo que se refería a una ida definitiva, a la vuelta a su hogar, a su vida de siempre, a su mundo, ese mundo donde él no tenía cabida.
- ¿Lo dices para que me detenga?
- Lo digo porque quiero que lo sepas. El viernes de la próxima semana será mi último día en Arazana, – la voz de Natalia se desgarraba con cada palabra, no debió haber permitido aquel primer beso, pero sobre todo no debió haber dado ella el siguiente paso, corresponder a sus besos y caricias – mañana debo reservar el billete de tren.
Unos días, tan solo tendrían unos días para descubrir si lo que sentían el uno por el otro era simplemente atracción física o, como él sospechaba, era amor; ese amor que casi nadie tenía la suerte de experimentar. Roberto lo sabía, sabía que las historias con final feliz solo existían en los cuentos, esos cuentos en los que todo era posible, en los que una mujer rica, inteligente y bella, se enamoraba de un patán, de un don nadie y, pese a todo y pese a todos, conseguían ser felices juntos. Pero eso solo sucedía en los cuentos, en las historias escritas para los hijos de los ricos, los pobres no tenían derecho ni a soñar.
- Ya te lo he preguntado antes, ¿lo dices para que me detenga? – dijo él mientras cerraba sus manos con más fuerza alrededor de la cintura de Natalia.
- No- consiguió decir ella.
- Bien, porque no creo que fuese capaz de hacerlo.
Roberto tenía experiencia, no era la primera vez que estaba con una mujer, pero sentía que esta ocasión era muy diferente a las anteriores. Había estado con alguna de las chicas de la Maña y con alguna otra muchacha del pueblo, pero en nada se parecían aquellas experiencias a lo que sentía cuando tenía a Natalia entre los brazos. Hasta conocer a Natalia sólo había pensado en satisfacer sus necesidades, sus deseos, pero con ella era distinto, quería hacerla disfrutar, hacerla feliz, descubrir que era lo que la hacía vibrar para poder proporcionárselo.
Natalia no podía creerlo, sabía que estaba entregando a un hombre a pesar de tener la certeza de que no existía un futuro para ellos. Con Roberto a su lado no podía pensar, se convertía en un manojo de nervios y solo sentía, su cuerpo dominaba a su mente, su piel a su corazón; ese corazón que acabaría roto en mil pedazos días después, pero ahora nada de eso importaba, solo importaban los besos que Roberto derramaba por su piel, la caricias que la marcaban como suya. Ya una vez tuvo el corazón roto, muerto y Roberto le dio vida de nuevo, y se mintió a sí misma al pensar que esta vez sería igual, que se recuperaría de nuevo tras su vuelta a casa.
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... y ahora voy a ver si me doy una ducha fría, me relajo y a la noche continuamos...
Silenciosos, cogidos del brazo, comenzaron a caminar lentamente hacia el hotel tan pronto cesó la lluvia. Deseaban que aquel paseo no terminase nunca, tenían miedo de quedarse a solas de nuevo; miedo a seguir donde lo dejaron, a dejarse llevar por la locura y el deseo, miedo a dejarse enredar en un sueño. Cuando finalmente llegaron a la puerta de la habitación, Roberto la abrió y permitió que Natalia pasase primero, él entró después. A la vez que se giraba para cerrar la puerta con una mano, con la otra retenía a Natalia y de un suave tirón la atrajo hacia él. La tomó de la cintura con ambas manos mientras su boca buscaba la de la muchacha con avidez; le correspondía, Natalia le correspondía, su boca respondía a sus besos con tanta pasión como la que él le ofrecía, sus manos enmarcaron la cara de él, acariciando su mandíbula y deleitándose con el tacto de la barba de Roberto.
- Espera Roberto, – dijo Natalia entre jadeos, cuando el joven liberó su boca por un momento – debo decirte algo.
En ese momento Roberto dejaba una estela de besos por el cuello de Natalia en dirección a su hombro, tenía una piel tan suave…
- Escúchame, por favor – a Natalia le costaba respirar, no podía pensar, tan solo podía sentir la necesidad que su cuerpo tenía del hombre que la estaba besando – Roberto, - dijo finalmente sobreponiéndose y apartando con sus manos la cara de él hasta tenerlo frente a ella – Vuelvo a casa.
Roberto supo al instante que no se refería a volver a Arazana, supo que se refería a una ida definitiva, a la vuelta a su hogar, a su vida de siempre, a su mundo, ese mundo donde él no tenía cabida.
- ¿Lo dices para que me detenga?
- Lo digo porque quiero que lo sepas. El viernes de la próxima semana será mi último día en Arazana, – la voz de Natalia se desgarraba con cada palabra, no debió haber permitido aquel primer beso, pero sobre todo no debió haber dado ella el siguiente paso, corresponder a sus besos y caricias – mañana debo reservar el billete de tren.
Unos días, tan solo tendrían unos días para descubrir si lo que sentían el uno por el otro era simplemente atracción física o, como él sospechaba, era amor; ese amor que casi nadie tenía la suerte de experimentar. Roberto lo sabía, sabía que las historias con final feliz solo existían en los cuentos, esos cuentos en los que todo era posible, en los que una mujer rica, inteligente y bella, se enamoraba de un patán, de un don nadie y, pese a todo y pese a todos, conseguían ser felices juntos. Pero eso solo sucedía en los cuentos, en las historias escritas para los hijos de los ricos, los pobres no tenían derecho ni a soñar.
- Ya te lo he preguntado antes, ¿lo dices para que me detenga? – dijo él mientras cerraba sus manos con más fuerza alrededor de la cintura de Natalia.
- No- consiguió decir ella.
- Bien, porque no creo que fuese capaz de hacerlo.
Roberto tenía experiencia, no era la primera vez que estaba con una mujer, pero sentía que esta ocasión era muy diferente a las anteriores. Había estado con alguna de las chicas de la Maña y con alguna otra muchacha del pueblo, pero en nada se parecían aquellas experiencias a lo que sentía cuando tenía a Natalia entre los brazos. Hasta conocer a Natalia sólo había pensado en satisfacer sus necesidades, sus deseos, pero con ella era distinto, quería hacerla disfrutar, hacerla feliz, descubrir que era lo que la hacía vibrar para poder proporcionárselo.
Natalia no podía creerlo, sabía que estaba entregando a un hombre a pesar de tener la certeza de que no existía un futuro para ellos. Con Roberto a su lado no podía pensar, se convertía en un manojo de nervios y solo sentía, su cuerpo dominaba a su mente, su piel a su corazón; ese corazón que acabaría roto en mil pedazos días después, pero ahora nada de eso importaba, solo importaban los besos que Roberto derramaba por su piel, la caricias que la marcaban como suya. Ya una vez tuvo el corazón roto, muerto y Roberto le dio vida de nuevo, y se mintió a sí misma al pensar que esta vez sería igual, que se recuperaría de nuevo tras su vuelta a casa.
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... y ahora voy a ver si me doy una ducha fría, me relajo y a la noche continuamos...