Foro Bandolera
Como no me gusta la historia... voy y la cambio (Natalia y Roberto)
#0
27/04/2011 20:02
Como estoy bastante aburrida de que me tengan a Roberto entre rejas, aunque sean las rejas de cartón piedra del cuartel de Arazana, y de que nadie (excepto San Miguel) intente hacer nada... pues voy y lo saco yo misma.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
_____________________________________________________________________________
Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
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Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
#1321
16/04/2013 19:46
-¿Sí?
- Hemos cambiado, ha cambiado nuestra forma de pensar acerca de él. Desde que supimos que Natalia estaba embarazada, – Nieves comenzó a explicar su postura – no sé…
- Parece que a ti ha llegado a gustarte. – comentó Luis dolido.
- No, no me gusta, no puedo olvidar todo lo que Natalia ha sufrido por su causa pero… - Nieves movió la cabeza para poder mirar a los ojos a su marido – pero no puedo evitar pensar que Natalia es una mujer sensata… y ella sigue amándolo a pesar de todo. Lo que me llama la atención es tu reacción.
- ¿Mi reacción? – Luis se puso tenso – No entiendo lo que quieres decir…
- Me refiero a que tú también has cambiado con respecto a él. – Nieves se movió, se puso en pie y se sentó sobre las rodillas de su marido, le rodeó el cuello con los brazos y lo miró directamente al rostro – Lo odiabas, se notaba a la legua que no podías soportar oír hablar de él.
- ¿Te parece extraño después de cómo se comportó con Natalia? – Luis estaba furioso, pero aún así trataba de mantenerse sereno, la proximidad de su esposa, sus brazos alrededor de su cuello lo tranquilizaban.
- No, no me parece extraño. – respondió ella – Por eso no entiendo el cambio en tu actitud. Ahora… ahora te mantienes más al margen, no das tu opinión tan abiertamente. – Nieves supo que estaba en lo cierto, Luis no era tan agresivo en sus palabras hacia Roberto desde hacía unos días; además, al escuchar sus palabras hizo un ligero movimiento de de incomodidad, movimiento que Nieves sintió en su cuerpo – Dime qué ha cambiado. - Luis permaneció en silencio, no respondió a su esposa y ella tomó su rostro con las manos y le giró la cara para hacer que la mirara a los ojos – Luis, por favor.
- Ven.
Luis se levantó con Nieves en los brazos, caminó un par de pasos antes de dejarla en el suelo y continuó hacia su escritorio. Nieves permaneció de pie, allí donde la había dejado, y miraba a su marido sin saber qué podría estar haciendo. Luis se sentó, apoyó los brazos en el tablero de la mesa y bajó la cabeza durante unos segundos; después, tomó aire se giró hacia su derecha, sacó una llave del bolsillo de su chaleco y abrió el cajón superior del escritorio. Nieves lo miró anonadada, nunca hubiera pensado que su marido guardara algo bajo llave, ¿qué guardaba que fuera tan importante que ni siquiera estaba seguro en su propia casa?
- Ven. – Luis le tendió la mano a Nieves y esperó a que ella llegara a su lado. La joven caminó hacia la mesa y, al llegar junto a su marido, miró en el interior del cajón. Allí pudo ver una carpeta de tapas negras, parecía bastante abultada y se podía ver que de su interior sobresalían algunos papeles.
- ¿Qué es? – preguntó ella.
- Míralo. – fue la única respuesta del hombre.
Nieves tomó la carpeta en sus manos, era más abultada de que ella había imaginado y no tenía nada escrito en su exterior. Era una simple carpeta de piel, una de las muchas que Natalia y Luis utilizaban en su trabajo diario; pesaba bastante, echó una hojeada al interior y pudo comprobar que se contenía recortes de periódico, tan solo recortes de periódico. Nieves dejó la carpeta sobre la mesa y se sentó sobre las piernas de su esposo, Luis pasó sus brazos alrededor de la cintura de ella y la apretó suavemente contra él, apoyando de ese modo la cabeza sobre el hombro de ella para poder seguir así todos y cada uno de los movimientos de sus manos.
- ¿Todo esto es de…? – preguntó Nieves sorprendida mientras revolvía los recortes.
- Sí. – respondió Luis.
- ¿Cómo es que tienes guardados todo estos recortes? Alguno es de hace varios meses…
- Me llamó la atención el primer artículo y lo guardé, después hice lo mismo con el resto.
- ¿Me estás diciendo que cuando empezaste a recopilar todo esto no sabías nada? – Luis negó con un movimiento de cabeza mientras su esposa seguía ojeando y revolviendo recortes - ¡Dios santo! ¿Todo esto es cierto?
- Aparece en los periódicos… - dijo Luis como única respuesta.
- ¿Y Natalia lo sabe? – Nieves no dejaba de revolver recortes y leer los titulares.
- No lo creo. – Luis dejó escapar un suspiro y estrechó a su esposa entre sus brazos aún más.
- ¿Deberíamos decírselo? – Nieves cerró la carpeta y se giró, preocupada.
- No lo sé. Es algo en lo que he pensado mucho los últimos días… A veces creo que debería saberlo, pero me da miedo su reacción. – Luis se recostó en el sillón
- ¿Para con nosotros?
- ¿Por ocultárselo? – Nieves asintió con firmeza – No, se enfadaría con nosotros, pero le duraría tan solo unos minutos.
- ¿Y qué hacemos entonces? ¿Callar?
- Pienso que será lo mejor. – Nieves se recostó contra su esposo - Faltan ya pocos días para que nos deje de nuevo y no veo el caso de preocuparla innecesariamente.
- Voy a echarla de menos. – dijo Nieves con tristeza.
- Yo también, pero no nos queda mucho que hacer, no podemos tenerla encerrada en casa. Natalia tiene razón al pensar que debe cerrar esa parte de su vida, sea cual sea el resultado final.
- Hemos cambiado, ha cambiado nuestra forma de pensar acerca de él. Desde que supimos que Natalia estaba embarazada, – Nieves comenzó a explicar su postura – no sé…
- Parece que a ti ha llegado a gustarte. – comentó Luis dolido.
- No, no me gusta, no puedo olvidar todo lo que Natalia ha sufrido por su causa pero… - Nieves movió la cabeza para poder mirar a los ojos a su marido – pero no puedo evitar pensar que Natalia es una mujer sensata… y ella sigue amándolo a pesar de todo. Lo que me llama la atención es tu reacción.
- ¿Mi reacción? – Luis se puso tenso – No entiendo lo que quieres decir…
- Me refiero a que tú también has cambiado con respecto a él. – Nieves se movió, se puso en pie y se sentó sobre las rodillas de su marido, le rodeó el cuello con los brazos y lo miró directamente al rostro – Lo odiabas, se notaba a la legua que no podías soportar oír hablar de él.
- ¿Te parece extraño después de cómo se comportó con Natalia? – Luis estaba furioso, pero aún así trataba de mantenerse sereno, la proximidad de su esposa, sus brazos alrededor de su cuello lo tranquilizaban.
- No, no me parece extraño. – respondió ella – Por eso no entiendo el cambio en tu actitud. Ahora… ahora te mantienes más al margen, no das tu opinión tan abiertamente. – Nieves supo que estaba en lo cierto, Luis no era tan agresivo en sus palabras hacia Roberto desde hacía unos días; además, al escuchar sus palabras hizo un ligero movimiento de de incomodidad, movimiento que Nieves sintió en su cuerpo – Dime qué ha cambiado. - Luis permaneció en silencio, no respondió a su esposa y ella tomó su rostro con las manos y le giró la cara para hacer que la mirara a los ojos – Luis, por favor.
- Ven.
Luis se levantó con Nieves en los brazos, caminó un par de pasos antes de dejarla en el suelo y continuó hacia su escritorio. Nieves permaneció de pie, allí donde la había dejado, y miraba a su marido sin saber qué podría estar haciendo. Luis se sentó, apoyó los brazos en el tablero de la mesa y bajó la cabeza durante unos segundos; después, tomó aire se giró hacia su derecha, sacó una llave del bolsillo de su chaleco y abrió el cajón superior del escritorio. Nieves lo miró anonadada, nunca hubiera pensado que su marido guardara algo bajo llave, ¿qué guardaba que fuera tan importante que ni siquiera estaba seguro en su propia casa?
- Ven. – Luis le tendió la mano a Nieves y esperó a que ella llegara a su lado. La joven caminó hacia la mesa y, al llegar junto a su marido, miró en el interior del cajón. Allí pudo ver una carpeta de tapas negras, parecía bastante abultada y se podía ver que de su interior sobresalían algunos papeles.
- ¿Qué es? – preguntó ella.
- Míralo. – fue la única respuesta del hombre.
Nieves tomó la carpeta en sus manos, era más abultada de que ella había imaginado y no tenía nada escrito en su exterior. Era una simple carpeta de piel, una de las muchas que Natalia y Luis utilizaban en su trabajo diario; pesaba bastante, echó una hojeada al interior y pudo comprobar que se contenía recortes de periódico, tan solo recortes de periódico. Nieves dejó la carpeta sobre la mesa y se sentó sobre las piernas de su esposo, Luis pasó sus brazos alrededor de la cintura de ella y la apretó suavemente contra él, apoyando de ese modo la cabeza sobre el hombro de ella para poder seguir así todos y cada uno de los movimientos de sus manos.
- ¿Todo esto es de…? – preguntó Nieves sorprendida mientras revolvía los recortes.
- Sí. – respondió Luis.
- ¿Cómo es que tienes guardados todo estos recortes? Alguno es de hace varios meses…
- Me llamó la atención el primer artículo y lo guardé, después hice lo mismo con el resto.
- ¿Me estás diciendo que cuando empezaste a recopilar todo esto no sabías nada? – Luis negó con un movimiento de cabeza mientras su esposa seguía ojeando y revolviendo recortes - ¡Dios santo! ¿Todo esto es cierto?
- Aparece en los periódicos… - dijo Luis como única respuesta.
- ¿Y Natalia lo sabe? – Nieves no dejaba de revolver recortes y leer los titulares.
- No lo creo. – Luis dejó escapar un suspiro y estrechó a su esposa entre sus brazos aún más.
- ¿Deberíamos decírselo? – Nieves cerró la carpeta y se giró, preocupada.
- No lo sé. Es algo en lo que he pensado mucho los últimos días… A veces creo que debería saberlo, pero me da miedo su reacción. – Luis se recostó en el sillón
- ¿Para con nosotros?
- ¿Por ocultárselo? – Nieves asintió con firmeza – No, se enfadaría con nosotros, pero le duraría tan solo unos minutos.
- ¿Y qué hacemos entonces? ¿Callar?
- Pienso que será lo mejor. – Nieves se recostó contra su esposo - Faltan ya pocos días para que nos deje de nuevo y no veo el caso de preocuparla innecesariamente.
- Voy a echarla de menos. – dijo Nieves con tristeza.
- Yo también, pero no nos queda mucho que hacer, no podemos tenerla encerrada en casa. Natalia tiene razón al pensar que debe cerrar esa parte de su vida, sea cual sea el resultado final.
#1322
18/04/2013 17:45
Está muy bien, haber si se encuentran ya. Espero que sigas escribiendo. Un beso
#1323
19/04/2013 20:12
Gracias Roberta
#1324
22/04/2013 07:59
Ni idea de porqué, pero no he podido acceder a esta página en todo el fin de semana. Espero que esta tarde pueda hacerlo y colgar otro trocito
#1325
22/04/2013 10:38
Si
#1326
22/04/2013 13:50
Capítulo 151
- ¿Cuándo pensáis que harán público el veredicto del juicio de Olmedo? – la diligencia acababa de detenerse en la plaza de Arazana y Sara, acompañada por los dos tenientes recogía su equipaje.
- No lo sé. – habló Garay – No debería demorarse demasiado, dado que el veredicto del juicio civil ya se ha hecho público pero…
- Verás como no tardan más allá de unos días. – Miguel miró hacia su compañero y le hizo un gesto que Sara no llegó a ver. La joven se había disgustado mucho al saber que el juicio en el que habían participado no tenía gran validez y Miguel prefería que no pensase en ello dentro de lo posible.
- De cualquier forma no va a servir de nada… - replicó ella con voz cansada.
- No digas eso… - Miguel la tomó de la barbilla y acarició el borde de su mandíbula – Verás como… - el joven se detuvo al darse cuenta de que alguien se acercaba.
- Ya estáis aquí. – don Abel, acompañado por su esposa, caminaba a paso rápido cruzando la plaza - ¡Qué alegría volver a teneros aquí! – el hombre estrechó con fuerza las manos de los jóvenes y abrazó a su hija. Elvira se mantuvo un paso por detrás de él, observando la felicidad en el rostro de su marido - ¿Y Roberto? ¿No ha vuelto con vosotros?
- No. – respondió Sara – Él tomó en Málaga el tren que lo habrá llevado ya a Madrid.
- ¡Bien! ¡Eso está muy bien! – repitió el gobernador
- ¿A qué tanto entusiasmo? Si es que se puede preguntar. – Miguel estaba intrigado ante la reacción de su futuro suegro.
- A que todo está saliendo a pedir de boca… - respondió el hombre – Olmedo ya ha sido juzgado y pronto tendremos el veredicto.
- ¿Sabes algo? ¿Algo que los demás ignoremos? – preguntó Sara verdaderamente interesada.
- No, nada que no sepáis vosotros o se haya publicado en todos los periódicos.
- ¿Y tus contactos en Málaga? – continuó preguntando la joven.
- Ellos están tan atentos a los acontecimientos como nosotros, en cuanto sepan algo al respecto me lo harán saber; están al corriente de mi especial interés en este caso. – el hombre trató de tranquilizar a su hija.
- ¿Y Roberto? ¿Por qué estás tan feliz de que haya ido a Madrid? – Sara estaba intrigada por el interés de su padre.
- ¿Nos vamos? – Abel tomó a su hija del brazo y comenzó a caminar. Miguel sonrió y ofreció su brazo a Elvira, siguiendo a la otra pareja, Gabriel caminó junto a ellos.
- No me has respondido…
- Eres periodista ante todo… - Abel dejó escapar una risa y se dispuso a responder a las preguntas de su hija – Sabes perfectamente que desde que conocí a Roberto he seguido su trayectoria.
- Si…
- En varias ocasiones te he comentado que pienso que ese muchacho podría llegar muy lejos…
- Así es…
- Por ello pensé que podría ayudarle de algún modo.
- ¿Estás diciendo que eres responsable de que la carrera política de Roberto esté siendo tan meteórica? – Sara abrió mucho los ojos, incrédula ante las palabras de su padre, la joven no quería ni imaginar la reacción de Roberto al descubrir la verdad.
- ¡No! – exclamó el gobernador – Yo tan solo quería saber si podía ayudarlo de algún modo y me puse en contacto con amigos de Málaga… para indagar si habían oído hablar de él y preguntarles si podían ayudarlo. Pero cuál fue mi sorpresa – el gobernador se había detenido en el centro de la plaza y sus acompañantes lo escuchaban con atención – cuando me dijeron que no solo lo conocían bien, sino que lo seguían con atención. Roberto llegará lejos, hija, muy lejos, tan lejos como se proponga.
- ¿Cuándo pensáis que harán público el veredicto del juicio de Olmedo? – la diligencia acababa de detenerse en la plaza de Arazana y Sara, acompañada por los dos tenientes recogía su equipaje.
- No lo sé. – habló Garay – No debería demorarse demasiado, dado que el veredicto del juicio civil ya se ha hecho público pero…
- Verás como no tardan más allá de unos días. – Miguel miró hacia su compañero y le hizo un gesto que Sara no llegó a ver. La joven se había disgustado mucho al saber que el juicio en el que habían participado no tenía gran validez y Miguel prefería que no pensase en ello dentro de lo posible.
- De cualquier forma no va a servir de nada… - replicó ella con voz cansada.
- No digas eso… - Miguel la tomó de la barbilla y acarició el borde de su mandíbula – Verás como… - el joven se detuvo al darse cuenta de que alguien se acercaba.
- Ya estáis aquí. – don Abel, acompañado por su esposa, caminaba a paso rápido cruzando la plaza - ¡Qué alegría volver a teneros aquí! – el hombre estrechó con fuerza las manos de los jóvenes y abrazó a su hija. Elvira se mantuvo un paso por detrás de él, observando la felicidad en el rostro de su marido - ¿Y Roberto? ¿No ha vuelto con vosotros?
- No. – respondió Sara – Él tomó en Málaga el tren que lo habrá llevado ya a Madrid.
- ¡Bien! ¡Eso está muy bien! – repitió el gobernador
- ¿A qué tanto entusiasmo? Si es que se puede preguntar. – Miguel estaba intrigado ante la reacción de su futuro suegro.
- A que todo está saliendo a pedir de boca… - respondió el hombre – Olmedo ya ha sido juzgado y pronto tendremos el veredicto.
- ¿Sabes algo? ¿Algo que los demás ignoremos? – preguntó Sara verdaderamente interesada.
- No, nada que no sepáis vosotros o se haya publicado en todos los periódicos.
- ¿Y tus contactos en Málaga? – continuó preguntando la joven.
- Ellos están tan atentos a los acontecimientos como nosotros, en cuanto sepan algo al respecto me lo harán saber; están al corriente de mi especial interés en este caso. – el hombre trató de tranquilizar a su hija.
- ¿Y Roberto? ¿Por qué estás tan feliz de que haya ido a Madrid? – Sara estaba intrigada por el interés de su padre.
- ¿Nos vamos? – Abel tomó a su hija del brazo y comenzó a caminar. Miguel sonrió y ofreció su brazo a Elvira, siguiendo a la otra pareja, Gabriel caminó junto a ellos.
- No me has respondido…
- Eres periodista ante todo… - Abel dejó escapar una risa y se dispuso a responder a las preguntas de su hija – Sabes perfectamente que desde que conocí a Roberto he seguido su trayectoria.
- Si…
- En varias ocasiones te he comentado que pienso que ese muchacho podría llegar muy lejos…
- Así es…
- Por ello pensé que podría ayudarle de algún modo.
- ¿Estás diciendo que eres responsable de que la carrera política de Roberto esté siendo tan meteórica? – Sara abrió mucho los ojos, incrédula ante las palabras de su padre, la joven no quería ni imaginar la reacción de Roberto al descubrir la verdad.
- ¡No! – exclamó el gobernador – Yo tan solo quería saber si podía ayudarlo de algún modo y me puse en contacto con amigos de Málaga… para indagar si habían oído hablar de él y preguntarles si podían ayudarlo. Pero cuál fue mi sorpresa – el gobernador se había detenido en el centro de la plaza y sus acompañantes lo escuchaban con atención – cuando me dijeron que no solo lo conocían bien, sino que lo seguían con atención. Roberto llegará lejos, hija, muy lejos, tan lejos como se proponga.
#1327
23/04/2013 23:45
Tengo una duda. ¿En serio Martina esta bien muerta? Por cierto siento que a pesar de todos los problemas Natalia y Roberto terminaran juntos, los puedo considerar almas gemelas, un saludo.
#1328
24/04/2013 08:06
Yo si me cargo a alguien lo hago en serio y con todas las consecuencias
_________________________________________________________________
- ¡Cuánto me alegro! – respondió Sara – Si además… - la joven no pudo evitar pensar en su prima.
- ¿Además qué?
- No nada, nada. – Sara no había comentado con nadie la relación que Roberto y Natalia habían mantenido y pretendía que siguiera de aquel modo - ¿Por qué estás tan interesado en que Roberto esté ahora en Madrid?
- No se te escapa nada, ¿eh?
- Soy periodista ante todo…
- Porque como ya te he dicho, no solo yo estoy interesado en el futuro de Roberto, también los dirigentes del partido en Málaga.
- Eso ya lo has dicho…
- Y ellos han hablado sobre él a la gente de Madrid. Hija… Pablo Iglesias está muy interesado en las ideas de Roberto.
- ¿Lo dices en serio? – Sara se llevó las manos al rostro, tenía ganas de gritar de emoción. Su padre realizó un gesto afirmativo con la cabeza - ¿Por qué no nos dijo Roberto nada sobre ello?
- Porque no lo sabe… No tiene la menor idea de hasta donde llega el interés del partido por él. Pablo Iglesias va a asistir al mitin en el que Roberto tomará parte, de ahí en adelante es todo cosa suya. – Sara no pudo evitar reír a carcajadas – Veo que estás feliz por él pero… esas carcajadas…
- Yo me entiendo, yo me entiendo. – Sara volvió a tomarse del brazo de su padre para caminar. Elvira y Gabriel la miraron extrañados, no entendían su reacción pero Miguel sí. Miguel sabía que Sara pensaba en Roberto, un joven que luchaba por los derechos de los más pobres, de los explotados, un joven que había llamado la atención de los más altos dirigentes políticos; pero también pensó en el Roberto que casi nadie conocía, en el Roberto enamorado de una joven millonaria por la que sería capaz de todo.
- Bien, yo los dejo. – dijo Gabriel Garay mirando hacia la puerta de la taberna. Allí se encontraba Julieta, entretenida barriendo la entrada del establecimiento. Desde que puso un pie fuera del carruaje, el teniente había estado nervioso, buscando con la mirada algo y tan solo se tranquilizó al ver a Julieta frente a la taberna. El muchacho no escuchó las palabras de despedida de sus acompañantes ni el ofrecimiento de Miguel de llevarle el equipaje al cuartel para que el pudiera visitar a su novia. Cuando el teniente se encontraba a pocos metros del establecimiento, Julieta finalizó su tarea y pasó al interior, sin haberse percatado siquiera de que era atentamente observada.
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- ¡Cuánto me alegro! – respondió Sara – Si además… - la joven no pudo evitar pensar en su prima.
- ¿Además qué?
- No nada, nada. – Sara no había comentado con nadie la relación que Roberto y Natalia habían mantenido y pretendía que siguiera de aquel modo - ¿Por qué estás tan interesado en que Roberto esté ahora en Madrid?
- No se te escapa nada, ¿eh?
- Soy periodista ante todo…
- Porque como ya te he dicho, no solo yo estoy interesado en el futuro de Roberto, también los dirigentes del partido en Málaga.
- Eso ya lo has dicho…
- Y ellos han hablado sobre él a la gente de Madrid. Hija… Pablo Iglesias está muy interesado en las ideas de Roberto.
- ¿Lo dices en serio? – Sara se llevó las manos al rostro, tenía ganas de gritar de emoción. Su padre realizó un gesto afirmativo con la cabeza - ¿Por qué no nos dijo Roberto nada sobre ello?
- Porque no lo sabe… No tiene la menor idea de hasta donde llega el interés del partido por él. Pablo Iglesias va a asistir al mitin en el que Roberto tomará parte, de ahí en adelante es todo cosa suya. – Sara no pudo evitar reír a carcajadas – Veo que estás feliz por él pero… esas carcajadas…
- Yo me entiendo, yo me entiendo. – Sara volvió a tomarse del brazo de su padre para caminar. Elvira y Gabriel la miraron extrañados, no entendían su reacción pero Miguel sí. Miguel sabía que Sara pensaba en Roberto, un joven que luchaba por los derechos de los más pobres, de los explotados, un joven que había llamado la atención de los más altos dirigentes políticos; pero también pensó en el Roberto que casi nadie conocía, en el Roberto enamorado de una joven millonaria por la que sería capaz de todo.
- Bien, yo los dejo. – dijo Gabriel Garay mirando hacia la puerta de la taberna. Allí se encontraba Julieta, entretenida barriendo la entrada del establecimiento. Desde que puso un pie fuera del carruaje, el teniente había estado nervioso, buscando con la mirada algo y tan solo se tranquilizó al ver a Julieta frente a la taberna. El muchacho no escuchó las palabras de despedida de sus acompañantes ni el ofrecimiento de Miguel de llevarle el equipaje al cuartel para que el pudiera visitar a su novia. Cuando el teniente se encontraba a pocos metros del establecimiento, Julieta finalizó su tarea y pasó al interior, sin haberse percatado siquiera de que era atentamente observada.
#1329
24/04/2013 10:39
Cuanto AMOR¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Roberta gracias
#1330
24/04/2013 18:31
Love is in the air..... everywhere I look around... jejeje
_____________________________________________________________
- ¿Otro pajarete, Rufo? – Julieta llenaba el vaso de uno de los parroquianos mientras le sonreía – Pero el último por hoy, que no quiero que tu mujer me venga pidiendo cuentas más tarde porque no aciertas a entrar por la puerta de casa.
- Pero Julieta, bonita…
- Ni peros ni peras. El último y ya… no hay más que hablar.
- Está bien, está bien… Te aprovechas porque es la única taberna del pueblo. – respondió el hombre llevándose el vaso a los labios.
- También puedes ir a casa de la Maña… - dijo la muchacha poniendo los brazos en jarras.
- Quita, quita, prefiero quedarme sin beber a que mi mujer se entere de que he estado ahí…
El hombre terminó su vino, dejó el vaso sobre el mostrador, pagó y echó a andar hacia la salida. Gabriel había seguido toda la conversación desde la puerta, sin poder apartar la mirada de la joven. Julieta tenía fama de dura y descarada, pero tan solo era una pose, una forma de protegerse de los clientes y de mantener el orden en el negocio. La joven había vuelto a su trabajo y estaba agachada tras el mostrador buscando algo en los estantes que había bajo él.
- Un momento. – dijo la joven haciendo un gesto con la mano mientras seguía buscando en los estantes sin mirar quien estaba al otro lado del mostrador - ¿Qué te apetece?
- Lo que realmente me apetece no creo que Pepe permita que me lo des. – Gabriel había mirado a todas partes antes de responder para asegurarse de que nadie, además de Julieta pudiera oírlo.
- Hola, – Julieta se asomó lentamente. Había reconocido la voz al instante y, tan atrevidas palabras, la habían hecho sonrojarse. - ¿un pajarete?
- No gracias. Debo presentarme en el cuartel, – respondió él – pero no pude esperar a más tarde para verte.
- ¡Qué cosas tienes! – sin darse cuenta, la joven comenzó a juguetear con el delantal que llevaba puesto – Ya leí sobre el juicio a Olmedo…
- Sí, parece que todo va por buen camino.
- Me alegro. – respondió ella bajando los ojos y aún recordando la forma en que el teniente se había presentado.
- ¡Julieta! – gritó un cliente levantando un vaso.
- ¡Ya va! – respondió ella también a voz en grito – ¡No os vais a morir de sed por esperar un minuto!
- ¡Iros a pelar la pava a otro sitio! – grito otro cliente - ¡que hemos venido a beber!
- ¿Por qué no te vas a tu casa? Creo que tu mujer ya no se acuerda de tu cara. – respondió Julieta al escandaloso.
- Veo que estás muy ocupada, no te molesto más. – Gabriel tomó su equipaje de nuevo.
- No importa… estos pesados tan solo gritan porque en sus casas sus esposas no se lo permiten. Son totalmente inofensivos.
- Lo sé. Si supiera que podría ocurrirte cualquier cosa no te dejaría a solas con ellos.
- No digas eso, vas a hacerme sonrojar y se van a reír todos de mí. – dijo la sonriente joven.
- Demasiado tarde, estás roja como una cereza.
- ¡No! – Julieta se cubrió la cara con el delantal.
- Y algo más para que ese color tan saludable se mantenga…
- ¿El qué? – preguntó ella mirando por encima de sus manos y retirando ligeramente el delantal.
- Esto. – Gabriel se movió con rapidez y antes de que Julieta pudiera reaccionar le había dado un beso en la mejilla. Todos los parroquianos aplaudieron el espontáneo gesto del teniente, quien había salido del establecimiento sin esperar a la reacción de su novia.
- ¡A callar, menos escándalo u os saco a todos a escobazos de la taberna! – dijo Julieta avergonzada.
- Eso es lo que quisieras tú… quedarte a solas con el teniente….
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- ¿Otro pajarete, Rufo? – Julieta llenaba el vaso de uno de los parroquianos mientras le sonreía – Pero el último por hoy, que no quiero que tu mujer me venga pidiendo cuentas más tarde porque no aciertas a entrar por la puerta de casa.
- Pero Julieta, bonita…
- Ni peros ni peras. El último y ya… no hay más que hablar.
- Está bien, está bien… Te aprovechas porque es la única taberna del pueblo. – respondió el hombre llevándose el vaso a los labios.
- También puedes ir a casa de la Maña… - dijo la muchacha poniendo los brazos en jarras.
- Quita, quita, prefiero quedarme sin beber a que mi mujer se entere de que he estado ahí…
El hombre terminó su vino, dejó el vaso sobre el mostrador, pagó y echó a andar hacia la salida. Gabriel había seguido toda la conversación desde la puerta, sin poder apartar la mirada de la joven. Julieta tenía fama de dura y descarada, pero tan solo era una pose, una forma de protegerse de los clientes y de mantener el orden en el negocio. La joven había vuelto a su trabajo y estaba agachada tras el mostrador buscando algo en los estantes que había bajo él.
- Un momento. – dijo la joven haciendo un gesto con la mano mientras seguía buscando en los estantes sin mirar quien estaba al otro lado del mostrador - ¿Qué te apetece?
- Lo que realmente me apetece no creo que Pepe permita que me lo des. – Gabriel había mirado a todas partes antes de responder para asegurarse de que nadie, además de Julieta pudiera oírlo.
- Hola, – Julieta se asomó lentamente. Había reconocido la voz al instante y, tan atrevidas palabras, la habían hecho sonrojarse. - ¿un pajarete?
- No gracias. Debo presentarme en el cuartel, – respondió él – pero no pude esperar a más tarde para verte.
- ¡Qué cosas tienes! – sin darse cuenta, la joven comenzó a juguetear con el delantal que llevaba puesto – Ya leí sobre el juicio a Olmedo…
- Sí, parece que todo va por buen camino.
- Me alegro. – respondió ella bajando los ojos y aún recordando la forma en que el teniente se había presentado.
- ¡Julieta! – gritó un cliente levantando un vaso.
- ¡Ya va! – respondió ella también a voz en grito – ¡No os vais a morir de sed por esperar un minuto!
- ¡Iros a pelar la pava a otro sitio! – grito otro cliente - ¡que hemos venido a beber!
- ¿Por qué no te vas a tu casa? Creo que tu mujer ya no se acuerda de tu cara. – respondió Julieta al escandaloso.
- Veo que estás muy ocupada, no te molesto más. – Gabriel tomó su equipaje de nuevo.
- No importa… estos pesados tan solo gritan porque en sus casas sus esposas no se lo permiten. Son totalmente inofensivos.
- Lo sé. Si supiera que podría ocurrirte cualquier cosa no te dejaría a solas con ellos.
- No digas eso, vas a hacerme sonrojar y se van a reír todos de mí. – dijo la sonriente joven.
- Demasiado tarde, estás roja como una cereza.
- ¡No! – Julieta se cubrió la cara con el delantal.
- Y algo más para que ese color tan saludable se mantenga…
- ¿El qué? – preguntó ella mirando por encima de sus manos y retirando ligeramente el delantal.
- Esto. – Gabriel se movió con rapidez y antes de que Julieta pudiera reaccionar le había dado un beso en la mejilla. Todos los parroquianos aplaudieron el espontáneo gesto del teniente, quien había salido del establecimiento sin esperar a la reacción de su novia.
- ¡A callar, menos escándalo u os saco a todos a escobazos de la taberna! – dijo Julieta avergonzada.
- Eso es lo que quisieras tú… quedarte a solas con el teniente….
#1331
25/04/2013 11:09
#1332
25/04/2013 20:02
Arunda... ¿sigues inspirada?
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- No se preocupe Enriqueta, puede realizar los recados que necesite sin ninguna prisa, no tengo intención de salir de la casa en toda la mañana. – Margarita despedía con esas palabras a la mujer contratada para hacerle compañía – Es una lástima que no dijera antes que tenía que acercarse al pueblo, de haber sido así, podía haber acompañado a la señorita Eugenia y al señor Guarda.
- ¡Ay, no, niña! – exclamó la mujer – La señorita Eugenia es demasiado movida para mis pobres huesos, si tuviera que acompañarla a ella… hace mucho tiempo que estaría criando malvas.
- No diga esas cosas, Enriqueta. Eugenia tan solo… está llena de vida. – Margarita trataba de defender a su amiga contra las opiniones de todos los demás.
- Pues tanta vida, tanta vida, va a acabar con la salud de los demás. ¿Quiere que le traiga algo del pueblo? – se ofreció la mujer.
- Nada muchas gracias. – respondió Margarita – Tan solo si se encuentra con el padre Damián, dígale que a la tarde pasaré a confesarme.
- ¿Confesarse? ¿Para qué? Si usted es un ángel del cielo que no puede hacer ningún mal…
- Ande, Enriqueta, vaya de una vez que se le va a hacer tarde. – Margarita sonrió al ver a la señora Enriqueta salir por la puerta de la casa de los Montoro. La joven tomó la canastilla de la costura apoyándola en su cadera y sujetándola con una mano, mientras que con la otra sostenía en sus manos el devocionario. Caminaba distraída, leyendo, cuando chocó con algo que hizo que se le cayera el costurero, abriéndose éste y desparramándose el interior por todo el suelo.
- ¡Válgame el cielo! – Margarita cerró su devocionario y se arrodilló para recoger todo el desaguisado. No se dio cuenta de que era con Álvaro, quien salía del despacho leyendo el periódico, con quien había chocado. El muchacho dejó el periódico al instante y se dejó caer al suelo para ayudar a recoger los hilos que por su culpa se habían esparcido. Margarita se estiró para tratar de alcanzar un ovillo de lazo de seda que se había colado bajo una mesita, pero quedó paralizada cuando una mano masculina alcanzó la presa antes que ella. Los ojos de la joven siguieron los movimientos de aquella mano que tomó el ovillo y se lo ofrecía – Gracias – dijo la muchacha sin levantar la vista.
- No hay de qué. Ha sido culpa mía. – se disculpó el joven Montoro.
- No, yo venía distraída, leyendo. – Margarita permanecía con la mirada baja. A pesar de que en los últimos meses su actitud hacia Álvaro había cambiado, seguía poniéndose nerviosa en su presencia.
- Y yo salía del despacho sin mirar si…
Álvaro no terminó la frase, colocó el devocionario en el interior del costurero de Margarita y se puso en pie con él en las manos. Margarita seguía arrodillada frente a él, por lo que el joven le tendió la mano para ayudarla a incorporarse. La muchacha dudó un instante antes de aceptar el gesto del joven, pero pensó que debía comportarse con naturalidad y dejarse de remilgos; el hablar periódicamente con Roberto había hecho que perdiera algo de su timidez o al menos le había hecho darse cuenta de que los prejuicios y los mal entendidos recatos, hacían que perdiese la oportunidad de conocer a gente muy interesante. Había olvidado lo suaves que eran las manos de Álvaro, manos firmes pero suaves, manos que no se habían endurecido y estropeado con el duro trabajo del campo. Sintió un escalofrío en su columna vertebral cuando se puso en pie, rogó que él no hubiera notado la sensación que la recorrió entera.
- Gracias. – Margarita tendió la mano que le quedaba libre para recibir el costurero. Álvaro se lo entregó, pero ni siquiera entonces él liberó su otra mano.
- No ha sido nada. – el joven no pudo resistir la tentación y se llevó a los labios la mano de Margarita depositando un beso en sus nudillos. Aquel gesto pilló totalmente de improviso a Margarita, Álvaro nunca había sido muy efusivo con ella, ni siquiera en los tiempos en que estaban comprometidos y más sorprendida se quedó aún cuando los labios de Álvaro pasaron de los nudillos de ella a su boca. Fue un beso rápido, tan solo un roce de sus labios, pero aquel gesto la desarmó completamente, ni siquiera se dio cuenta de cuándo el joven soltó su mano y la dejó sola en el pasillo.
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- No se preocupe Enriqueta, puede realizar los recados que necesite sin ninguna prisa, no tengo intención de salir de la casa en toda la mañana. – Margarita despedía con esas palabras a la mujer contratada para hacerle compañía – Es una lástima que no dijera antes que tenía que acercarse al pueblo, de haber sido así, podía haber acompañado a la señorita Eugenia y al señor Guarda.
- ¡Ay, no, niña! – exclamó la mujer – La señorita Eugenia es demasiado movida para mis pobres huesos, si tuviera que acompañarla a ella… hace mucho tiempo que estaría criando malvas.
- No diga esas cosas, Enriqueta. Eugenia tan solo… está llena de vida. – Margarita trataba de defender a su amiga contra las opiniones de todos los demás.
- Pues tanta vida, tanta vida, va a acabar con la salud de los demás. ¿Quiere que le traiga algo del pueblo? – se ofreció la mujer.
- Nada muchas gracias. – respondió Margarita – Tan solo si se encuentra con el padre Damián, dígale que a la tarde pasaré a confesarme.
- ¿Confesarse? ¿Para qué? Si usted es un ángel del cielo que no puede hacer ningún mal…
- Ande, Enriqueta, vaya de una vez que se le va a hacer tarde. – Margarita sonrió al ver a la señora Enriqueta salir por la puerta de la casa de los Montoro. La joven tomó la canastilla de la costura apoyándola en su cadera y sujetándola con una mano, mientras que con la otra sostenía en sus manos el devocionario. Caminaba distraída, leyendo, cuando chocó con algo que hizo que se le cayera el costurero, abriéndose éste y desparramándose el interior por todo el suelo.
- ¡Válgame el cielo! – Margarita cerró su devocionario y se arrodilló para recoger todo el desaguisado. No se dio cuenta de que era con Álvaro, quien salía del despacho leyendo el periódico, con quien había chocado. El muchacho dejó el periódico al instante y se dejó caer al suelo para ayudar a recoger los hilos que por su culpa se habían esparcido. Margarita se estiró para tratar de alcanzar un ovillo de lazo de seda que se había colado bajo una mesita, pero quedó paralizada cuando una mano masculina alcanzó la presa antes que ella. Los ojos de la joven siguieron los movimientos de aquella mano que tomó el ovillo y se lo ofrecía – Gracias – dijo la muchacha sin levantar la vista.
- No hay de qué. Ha sido culpa mía. – se disculpó el joven Montoro.
- No, yo venía distraída, leyendo. – Margarita permanecía con la mirada baja. A pesar de que en los últimos meses su actitud hacia Álvaro había cambiado, seguía poniéndose nerviosa en su presencia.
- Y yo salía del despacho sin mirar si…
Álvaro no terminó la frase, colocó el devocionario en el interior del costurero de Margarita y se puso en pie con él en las manos. Margarita seguía arrodillada frente a él, por lo que el joven le tendió la mano para ayudarla a incorporarse. La muchacha dudó un instante antes de aceptar el gesto del joven, pero pensó que debía comportarse con naturalidad y dejarse de remilgos; el hablar periódicamente con Roberto había hecho que perdiera algo de su timidez o al menos le había hecho darse cuenta de que los prejuicios y los mal entendidos recatos, hacían que perdiese la oportunidad de conocer a gente muy interesante. Había olvidado lo suaves que eran las manos de Álvaro, manos firmes pero suaves, manos que no se habían endurecido y estropeado con el duro trabajo del campo. Sintió un escalofrío en su columna vertebral cuando se puso en pie, rogó que él no hubiera notado la sensación que la recorrió entera.
- Gracias. – Margarita tendió la mano que le quedaba libre para recibir el costurero. Álvaro se lo entregó, pero ni siquiera entonces él liberó su otra mano.
- No ha sido nada. – el joven no pudo resistir la tentación y se llevó a los labios la mano de Margarita depositando un beso en sus nudillos. Aquel gesto pilló totalmente de improviso a Margarita, Álvaro nunca había sido muy efusivo con ella, ni siquiera en los tiempos en que estaban comprometidos y más sorprendida se quedó aún cuando los labios de Álvaro pasaron de los nudillos de ella a su boca. Fue un beso rápido, tan solo un roce de sus labios, pero aquel gesto la desarmó completamente, ni siquiera se dio cuenta de cuándo el joven soltó su mano y la dejó sola en el pasillo.
#1333
26/04/2013 10:35
Roberta mas AMOR
inspirada??????????????????
inspirada??????????????????
#1334
26/04/2013 13:39
Lo digo por si seguías poniendole banda sonora a la historieta...
#1335
26/04/2013 19:22
Si Quieres por mi encantada......................pero tu me dices
#1336
26/04/2013 19:56
Eres totalmente libre de ponerle música a la historia, a tu libre elección.
Veamos si esto te inspira algo.
_________________________________________________________________
- ¿Ha visto que flores más hermosas? – Eugenia caminaba lentamente, agachándose a cada momento para recoger flores del campo.
- Sí, muy bonitas. – respondió su acompañante con aire hastiado.
Ángel caminaba tras ella, a paso lento, aburrido y agobiado. La mañana era calurosa y llevaban más de una hora paseando a pleno sol. La joven recogía flores, había comentado que quería llenar los jarrones del cortijo, pero al hombre le parecía que no podía haber en toda Andalucía jarrones suficientes como para poder contener tantas flores. Cuando la muchacha estimaba que ya había formado un bouquet a su agrado, se lo tendía a su acompañante para que lo sostuviera y ella comenzaba a realizar otro. En aquellos momentos, la paciencia del joven había llegado a su límite, así como la capacidad de sus brazos para sostener ramos.
- ¿No cree que ya tenemos bastantes?
- ¿Usted cree? – preguntó ella inocentemente – En el cortijo hay muchos jarrones… - lo cierto era que Eugenia estaba agotada de agacharse y levantarse tantas veces como flores había recogido, que eran muchas, pero no quería volver a casa. Se sentía feliz en el campo, paseando con Ángel; si Roberto no estuviera en Madrid, hubiese podido poner la excusa de ir a visitarlo para seguir caminando al lado de su acompañante, pero su hermano no había parado en Arazana tras asistir al juicio en contra del capitán Olmedo.
- Pero no suficientes para tantas malditas flores… - dijo el joven en voz baja.
- ¿Qué decía? – preguntó Eugenia.
- Decía que ya va siendo hora de que volvamos al cortijo. Sabe que a su padre no le gusta que se retrasen las horas de las comidas. Además, no deberíamos habernos alejado tanto. – Ángel se encontraba nervioso.
- ¿Por qué lo dice? – Eugenia dejó de coger flores y se acercó al muchacho.
- Porque no está bien que nos hayamos alejado del pueblo y nos hayamos quedado…
- ¿Cómo? ¿A solas? – Eugenia se acercó aún más, tan solo los ramos de flores los separaban. Ángel dio un paso atrás.
- Así es, no deberíamos haber salido a pasear sin la señorita Guerra.
- Mi padre le contrató para que no saliera a pasear sola. – Eugenia dio un paso más en dirección a su acompañante – Si yo saliera con Margarita… no tendría usted porqué salir con nosotras. ¿O es que no desea salir a pasear conmigo?
- Yo tan solo estoy realizando mi trabajo.
- ¿Y le gusta su trabajo? – Eugenia sonreía, consciente de la situación tan comprometida en la que estaba poniendo a Ángel.
- Hay trabajos peores. – el antiguo bandolero se giró, dando la espalda a su protegida y comenzó a caminar hacia los caballos.
- ¿Me tiene miedo, señor Guarda? – la pregunta de la joven hizo que él diera un traspiés.
Veamos si esto te inspira algo.
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- ¿Ha visto que flores más hermosas? – Eugenia caminaba lentamente, agachándose a cada momento para recoger flores del campo.
- Sí, muy bonitas. – respondió su acompañante con aire hastiado.
Ángel caminaba tras ella, a paso lento, aburrido y agobiado. La mañana era calurosa y llevaban más de una hora paseando a pleno sol. La joven recogía flores, había comentado que quería llenar los jarrones del cortijo, pero al hombre le parecía que no podía haber en toda Andalucía jarrones suficientes como para poder contener tantas flores. Cuando la muchacha estimaba que ya había formado un bouquet a su agrado, se lo tendía a su acompañante para que lo sostuviera y ella comenzaba a realizar otro. En aquellos momentos, la paciencia del joven había llegado a su límite, así como la capacidad de sus brazos para sostener ramos.
- ¿No cree que ya tenemos bastantes?
- ¿Usted cree? – preguntó ella inocentemente – En el cortijo hay muchos jarrones… - lo cierto era que Eugenia estaba agotada de agacharse y levantarse tantas veces como flores había recogido, que eran muchas, pero no quería volver a casa. Se sentía feliz en el campo, paseando con Ángel; si Roberto no estuviera en Madrid, hubiese podido poner la excusa de ir a visitarlo para seguir caminando al lado de su acompañante, pero su hermano no había parado en Arazana tras asistir al juicio en contra del capitán Olmedo.
- Pero no suficientes para tantas malditas flores… - dijo el joven en voz baja.
- ¿Qué decía? – preguntó Eugenia.
- Decía que ya va siendo hora de que volvamos al cortijo. Sabe que a su padre no le gusta que se retrasen las horas de las comidas. Además, no deberíamos habernos alejado tanto. – Ángel se encontraba nervioso.
- ¿Por qué lo dice? – Eugenia dejó de coger flores y se acercó al muchacho.
- Porque no está bien que nos hayamos alejado del pueblo y nos hayamos quedado…
- ¿Cómo? ¿A solas? – Eugenia se acercó aún más, tan solo los ramos de flores los separaban. Ángel dio un paso atrás.
- Así es, no deberíamos haber salido a pasear sin la señorita Guerra.
- Mi padre le contrató para que no saliera a pasear sola. – Eugenia dio un paso más en dirección a su acompañante – Si yo saliera con Margarita… no tendría usted porqué salir con nosotras. ¿O es que no desea salir a pasear conmigo?
- Yo tan solo estoy realizando mi trabajo.
- ¿Y le gusta su trabajo? – Eugenia sonreía, consciente de la situación tan comprometida en la que estaba poniendo a Ángel.
- Hay trabajos peores. – el antiguo bandolero se giró, dando la espalda a su protegida y comenzó a caminar hacia los caballos.
- ¿Me tiene miedo, señor Guarda? – la pregunta de la joven hizo que él diera un traspiés.
#1337
27/04/2013 10:56
Mas Amor................
gracias Roberta
gracias Roberta
#1338
27/04/2013 14:59
Gracias a tí
____________________________________________________________________
- ¿Por qué habría de tenérselo? ¿Qué mal podría hacerme usted a mí? – preguntó tratando de mostrar tranquilidad, pero sin saber muy bien qué pretendía la joven.
- ¿Yo? Ninguno, tan solo lo digo porque parece que tiene usted mucha prisa por volver…
- Ya le he dicho que a su padre…
- No le gusta que se retrasen las horas de las comidas. – terminó ella – Ya lo sé… ¿Me ayuda a montar entonces?
Eugenia tendió a su acompañante las pocas flores que retenía en la mano y esperó. Ángel las tomó y las dejó en el suelo, junto con la que él tenía, se acercó a la joven, entrelazó las manos y se agachó, esperando que ella colocara su pie en ellas para ayudarse a subir. Eugenia no se movió y, tras varios segundos de espera, el joven levantó la mirada.
- Será mejor si me toma de la cintura, será más fácil de ese modo ayudarme a subir a la silla de mi caballo. – Eugenia colocó su mano derecha sobre la silla de amazona y miró directamente los ojos del joven.
- Está bien… - Ángel se sacudió las manos en las perneras del pantalón, Eugenia llevaba un vestido de un color azul muy claro y el joven no quería dejar las marcas de sus manos en él. Ángel movió las manos, acercándolas a la cintura de la joven, pero se detuvo centímetros antes de llegar a rozarla.
- Vamos... no le voy a morder… - dijo ella tomándole de las manos y colocándolas en el lugar apropiado – Un pequeño impulso y ya está…
El nerviosismo de Ángel hizo que tomara a la joven con demasiada fuerza y la izara demasiado bruscamente; no calculó la fuerza necesaria y la joven dio un respingo cuando la colocó sobre el caballo.
- ¡Qué ímpetu! – exclamó ella mientras se recolocaba el sombrerito - ¿Todo lo que hace lo hace con tanta pasión? – Eugenia se agachó para hablarle, acercándose a su rostro todo lo que pudo sin perder el precario equilibrio que mantenía.
- Mire, señorita Eugenia, no soy ningún juguete al que manejar a su antojo. – dijo enfadado.
- ¿Quién está jugando? – Eugenia trataba de mantener la pantomima que había estado llevando acabo durante los últimos minutos.
- Usted, y lo sabe demasiado bien.
- No sé a qué se refiere. – Eugenia comenzaba a ponerse nerviosa, Ángel no se había retirado y hablaba a pocos centímetros de su rostro.
- Sí… sí que lo sabe. Pero no me importa explicárselo. – el joven hablaba en voz muy baja, casi en susurros, por lo que Eugenia debía mantener la posición si quería escucharlo – Tenga cuidado, no vaya a ser que el día que menos se lo espere, encuentre lo que está buscando.
- ¿Y qué es lo que estoy buscando, según usted? – preguntó ella tratando de serenarse.
- Si no lo sabe usted… - Ángel se acercó un poco más a la joven y la besó. Fue un beso corto, un instante, tan solo un roce en los labios de la joven, pero cuando él se retiró, Eugenia dejó escapar un suspiro.
- Las…las flores. – dijo Eugenia señalando los montones de campanillas, margaritas y malvas que habían quedado abandonadas en el suelo.
- No debía de haberlas cogido, - respondió él sonriente – no podemos sujetar las riendas y llevar las flores a la vez. Debe aprender que no pueden hacerse dos cosas a la vez ni jugar a dos juegos a la vez sin perder en ambos.
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- ¿Por qué habría de tenérselo? ¿Qué mal podría hacerme usted a mí? – preguntó tratando de mostrar tranquilidad, pero sin saber muy bien qué pretendía la joven.
- ¿Yo? Ninguno, tan solo lo digo porque parece que tiene usted mucha prisa por volver…
- Ya le he dicho que a su padre…
- No le gusta que se retrasen las horas de las comidas. – terminó ella – Ya lo sé… ¿Me ayuda a montar entonces?
Eugenia tendió a su acompañante las pocas flores que retenía en la mano y esperó. Ángel las tomó y las dejó en el suelo, junto con la que él tenía, se acercó a la joven, entrelazó las manos y se agachó, esperando que ella colocara su pie en ellas para ayudarse a subir. Eugenia no se movió y, tras varios segundos de espera, el joven levantó la mirada.
- Será mejor si me toma de la cintura, será más fácil de ese modo ayudarme a subir a la silla de mi caballo. – Eugenia colocó su mano derecha sobre la silla de amazona y miró directamente los ojos del joven.
- Está bien… - Ángel se sacudió las manos en las perneras del pantalón, Eugenia llevaba un vestido de un color azul muy claro y el joven no quería dejar las marcas de sus manos en él. Ángel movió las manos, acercándolas a la cintura de la joven, pero se detuvo centímetros antes de llegar a rozarla.
- Vamos... no le voy a morder… - dijo ella tomándole de las manos y colocándolas en el lugar apropiado – Un pequeño impulso y ya está…
El nerviosismo de Ángel hizo que tomara a la joven con demasiada fuerza y la izara demasiado bruscamente; no calculó la fuerza necesaria y la joven dio un respingo cuando la colocó sobre el caballo.
- ¡Qué ímpetu! – exclamó ella mientras se recolocaba el sombrerito - ¿Todo lo que hace lo hace con tanta pasión? – Eugenia se agachó para hablarle, acercándose a su rostro todo lo que pudo sin perder el precario equilibrio que mantenía.
- Mire, señorita Eugenia, no soy ningún juguete al que manejar a su antojo. – dijo enfadado.
- ¿Quién está jugando? – Eugenia trataba de mantener la pantomima que había estado llevando acabo durante los últimos minutos.
- Usted, y lo sabe demasiado bien.
- No sé a qué se refiere. – Eugenia comenzaba a ponerse nerviosa, Ángel no se había retirado y hablaba a pocos centímetros de su rostro.
- Sí… sí que lo sabe. Pero no me importa explicárselo. – el joven hablaba en voz muy baja, casi en susurros, por lo que Eugenia debía mantener la posición si quería escucharlo – Tenga cuidado, no vaya a ser que el día que menos se lo espere, encuentre lo que está buscando.
- ¿Y qué es lo que estoy buscando, según usted? – preguntó ella tratando de serenarse.
- Si no lo sabe usted… - Ángel se acercó un poco más a la joven y la besó. Fue un beso corto, un instante, tan solo un roce en los labios de la joven, pero cuando él se retiró, Eugenia dejó escapar un suspiro.
- Las…las flores. – dijo Eugenia señalando los montones de campanillas, margaritas y malvas que habían quedado abandonadas en el suelo.
- No debía de haberlas cogido, - respondió él sonriente – no podemos sujetar las riendas y llevar las flores a la vez. Debe aprender que no pueden hacerse dos cosas a la vez ni jugar a dos juegos a la vez sin perder en ambos.
#1339
29/04/2013 14:24
- ¿Os ocurre algo? – preguntó Germán dejando la cucharilla sobre el plato de postre.
- No, padre. ¿Por qué lo dice? – preguntó Álvaro.
- Porque parecéis idos.
- ¿Idos? – preguntó de nuevo Álvaro.
- Sí, los cuatro. Os veo distraídos. ¿Qué habéis hecho esta mañana? ¿Algo interesante? – preguntó el hombre – Me he pasado todo el almuerzo contándoos lo que he hecho esta mañana en el pueblo y a punto habéis estado de dormiros sobre las perdices escabechadas.
- Yo no hice gran cosa. – comenzó a decir Álvaro – Tenía varios informes que revisar y correspondencia que despachar, estuve casi toda la mañana encerrado en el despacho.
- Deberías darte una vuelta por los campos, hijo. Está a punto de comenzar la siembra en los campos del norte y me gustaría que le echases un vistazo. – aquellos campos eran en los que había trabajado Roberto hasta el año anterior, campos que había trabajado y supervisado a la perfección.
- Sin problema, padre. Mañana mismo me pasaré por allí. – la relación entre padre e hijo, aunque no había vuelto a ser la de antes del descubrimiento de la paternidad de Roberto, había mejorado en los últimos meses.
- Bien, bien… Y tú hija, ¿qué has hecho? – Germán se volvió hacia Eugenia y a ésta no le quedó más remedio que levantar la vista del mantel y responder con una sonrisa.
- Salí a pasear en la compañía del señor Guarda. Quería recoger algunas flores para adornar los jarrones del salón. – dijo con voz nerviosa.
- Debo de estar muy despistado porque no he visto flores en el salón. – comentó el dueño de la casa.
- Finalmente la señorita Eugenia decidió dejarlas en el campo. – intervino Ángel – Se dio cuenta de lo complicado que podía ser sostener las riendas del caballo sin perder las flores; en ocasiones es complicado hacer dos cosas a la vez.
- Y tú, querida Margarita, ¿no te animaste a acompañarlos? – Germán se volvió hacia su invitada sin tener en demasiado en cuenta el comentario de su empleado, comentario que hizo que las mejillas de Eugenia se sonrojaran.
- No, lo cierto es que no me sentía con ánimos. – Margarita jugueteaba con las natillas que le habían servido. La joven casi no había probado bocado y mantenía la cabeza baja.
- ¿Te encuentras mal, pequeña? – preguntó su anfitrión.
- No, me siento muy bien. Gracias por su interés. – respondió ella con rapidez – Tan solo tenía labor de costura pendiente y quería terminarla cuanto antes.
- Bien, bien, bien… - Germán notaba el ambiente enrarecido y sabía que no iba a conseguir saber qué era lo que sucedía en realizada si seguía realizando preguntas así que optó por dar a entender que daba por buenas las respuestas de sus acompañantes - ¿Vamos al salón a tomar el café? – el señor Montoro se levantó de su asiento y salió del comedor en dirección al salón de la casa, Álvaro y Ángel hicieron otro tanto dejando a las muchachas en el comedor.
- No, padre. ¿Por qué lo dice? – preguntó Álvaro.
- Porque parecéis idos.
- ¿Idos? – preguntó de nuevo Álvaro.
- Sí, los cuatro. Os veo distraídos. ¿Qué habéis hecho esta mañana? ¿Algo interesante? – preguntó el hombre – Me he pasado todo el almuerzo contándoos lo que he hecho esta mañana en el pueblo y a punto habéis estado de dormiros sobre las perdices escabechadas.
- Yo no hice gran cosa. – comenzó a decir Álvaro – Tenía varios informes que revisar y correspondencia que despachar, estuve casi toda la mañana encerrado en el despacho.
- Deberías darte una vuelta por los campos, hijo. Está a punto de comenzar la siembra en los campos del norte y me gustaría que le echases un vistazo. – aquellos campos eran en los que había trabajado Roberto hasta el año anterior, campos que había trabajado y supervisado a la perfección.
- Sin problema, padre. Mañana mismo me pasaré por allí. – la relación entre padre e hijo, aunque no había vuelto a ser la de antes del descubrimiento de la paternidad de Roberto, había mejorado en los últimos meses.
- Bien, bien… Y tú hija, ¿qué has hecho? – Germán se volvió hacia Eugenia y a ésta no le quedó más remedio que levantar la vista del mantel y responder con una sonrisa.
- Salí a pasear en la compañía del señor Guarda. Quería recoger algunas flores para adornar los jarrones del salón. – dijo con voz nerviosa.
- Debo de estar muy despistado porque no he visto flores en el salón. – comentó el dueño de la casa.
- Finalmente la señorita Eugenia decidió dejarlas en el campo. – intervino Ángel – Se dio cuenta de lo complicado que podía ser sostener las riendas del caballo sin perder las flores; en ocasiones es complicado hacer dos cosas a la vez.
- Y tú, querida Margarita, ¿no te animaste a acompañarlos? – Germán se volvió hacia su invitada sin tener en demasiado en cuenta el comentario de su empleado, comentario que hizo que las mejillas de Eugenia se sonrojaran.
- No, lo cierto es que no me sentía con ánimos. – Margarita jugueteaba con las natillas que le habían servido. La joven casi no había probado bocado y mantenía la cabeza baja.
- ¿Te encuentras mal, pequeña? – preguntó su anfitrión.
- No, me siento muy bien. Gracias por su interés. – respondió ella con rapidez – Tan solo tenía labor de costura pendiente y quería terminarla cuanto antes.
- Bien, bien, bien… - Germán notaba el ambiente enrarecido y sabía que no iba a conseguir saber qué era lo que sucedía en realizada si seguía realizando preguntas así que optó por dar a entender que daba por buenas las respuestas de sus acompañantes - ¿Vamos al salón a tomar el café? – el señor Montoro se levantó de su asiento y salió del comedor en dirección al salón de la casa, Álvaro y Ángel hicieron otro tanto dejando a las muchachas en el comedor.
#1340
30/04/2013 11:03
El amor los tiene a todo distraidos
Gracias Roberta
Gracias Roberta