Foro Bandolera
Como no me gusta la historia... voy y la cambio (Natalia y Roberto)
#0
27/04/2011 20:02
Como estoy bastante aburrida de que me tengan a Roberto entre rejas, aunque sean las rejas de cartón piedra del cuartel de Arazana, y de que nadie (excepto San Miguel) intente hacer nada... pues voy y lo saco yo misma.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
_____________________________________________________________________________
Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
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Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
#1301
04/04/2013 20:50
- ¡Maldito jornalerucho! – gritó el capitán Olmedo al ver a Roberto en la sala – ¡El infierno se helará antes de que me veas tras las rejas!
- No hagas caso, Roberto. – Sara tomó a su amigo del brazo, temerosa de que éste respondiera a los insultos del acusado. Sin embargo, Roberto no se inmutó, sabía que no ganaría nada enfadándose, pero que el juez tendría muy en cuenta las reacciones de Olmedo.
- Y por supuesto aquí está la señorita Reeves… - continuó Olmedo – Veo que se acerca mucho a Pérez… ¿ha cambiado al papanatas de Romero por él? ¡Ah, no! Si está también aquí… le han llamado de Comandancia para participar en esta farsa y ha venido acompañado por la Reeves… ¿Cuándo se va a atrever a hacer algo solito? ¿Cuándo va a tener los santos cojones de hacer algo por usted mismo, Romero?
Olmedo se sentía impotente, ninguna de las influencias que había tenido en el pasado le habían librado de pasar varios meses entre rejas. Los que él creía sus amigos, o bien le habían abandonado a su suerte al conocer los desmanes que había cometido, o estaban tan implicados en asuntos sucios que también ocupaban celdas a la espera de juicio. La estancia entre rejas estaba siendo muy dura para él, el hecho de estar encerrado, a merced de lo que otros pensaran hacer, tal y como antes él había hecho con otros, le había minado la moral agriando aún más su carácter.
- ¡Silencio! – gritaron desde el estrado – No pienso permitir ni una palabra más.
- Acabemos de una vez con esta farsa. – respondió el capitán en voz alta. Su abogado defensor trataba de aplacarlo, aunque conocía de sobre el carácter de su defendido tras meses de recibir malos modos e insultos injustificados.
Debido al carácter del acusado y a la expectación que el caso había suscitado en la opinión pública, el juicio se había celebrado a puerta cerrada hasta el último día. El juez y los abogados incluso habían interrogado a los testigos y al mismo Olmedo por separado, dado que éste último entró en un estado de excitación tal al ver a los que él consideraba causantes de todos sus males, que fue imposible llevar a cabo un juicio normal.
Había llegado al último día del juicio y la vista era pública, la sala estaba abarrotada, la gente luchaba por tener un buen sitio desde donde seguir los acontecimientos y poder ver a los principales protagonistas del caso: un corrupto capitán de la Guardia Civil, un joven anarquista que se estaba abriendo hueco en política y una joven inglesa que nadie sabía muy bien cuál era su relación con el caso.
- Que el acusado se ponga en pie. – dijo el juez desde el estrado. Su voz, grave, sonó en toda la sala, haciendo que la gente callara al instante. – Jesús Olmedo…
- Capitán Olmedo – gritó él.
- Jesús Olmedo, - prosiguió el magistrado haciendo caso omiso a la reclamación del acusado – se le declara culpable de los cargos de asesinato en las personas de Martina de Montoro y Manuel Rodríguez, así como también del asesinato frustrado en la persona de Roberto Pérez. – se oyó una exclamación de sorpresa en toda la sala. – Asimismo se le declara culpable de los cargos de extorsión y cohecho probados durante el presente juicio.
________________________________________________________________
Mis conocimientos sobre leyes son nulos, por eso las que esteis versadas en estos temas.... saltaros esta parte para que no os den varios infartos y ataques de ansiedad al ver los crímenes perpetrados por mis dedos y el teclado de mi portátil.
- No hagas caso, Roberto. – Sara tomó a su amigo del brazo, temerosa de que éste respondiera a los insultos del acusado. Sin embargo, Roberto no se inmutó, sabía que no ganaría nada enfadándose, pero que el juez tendría muy en cuenta las reacciones de Olmedo.
- Y por supuesto aquí está la señorita Reeves… - continuó Olmedo – Veo que se acerca mucho a Pérez… ¿ha cambiado al papanatas de Romero por él? ¡Ah, no! Si está también aquí… le han llamado de Comandancia para participar en esta farsa y ha venido acompañado por la Reeves… ¿Cuándo se va a atrever a hacer algo solito? ¿Cuándo va a tener los santos cojones de hacer algo por usted mismo, Romero?
Olmedo se sentía impotente, ninguna de las influencias que había tenido en el pasado le habían librado de pasar varios meses entre rejas. Los que él creía sus amigos, o bien le habían abandonado a su suerte al conocer los desmanes que había cometido, o estaban tan implicados en asuntos sucios que también ocupaban celdas a la espera de juicio. La estancia entre rejas estaba siendo muy dura para él, el hecho de estar encerrado, a merced de lo que otros pensaran hacer, tal y como antes él había hecho con otros, le había minado la moral agriando aún más su carácter.
- ¡Silencio! – gritaron desde el estrado – No pienso permitir ni una palabra más.
- Acabemos de una vez con esta farsa. – respondió el capitán en voz alta. Su abogado defensor trataba de aplacarlo, aunque conocía de sobre el carácter de su defendido tras meses de recibir malos modos e insultos injustificados.
Debido al carácter del acusado y a la expectación que el caso había suscitado en la opinión pública, el juicio se había celebrado a puerta cerrada hasta el último día. El juez y los abogados incluso habían interrogado a los testigos y al mismo Olmedo por separado, dado que éste último entró en un estado de excitación tal al ver a los que él consideraba causantes de todos sus males, que fue imposible llevar a cabo un juicio normal.
Había llegado al último día del juicio y la vista era pública, la sala estaba abarrotada, la gente luchaba por tener un buen sitio desde donde seguir los acontecimientos y poder ver a los principales protagonistas del caso: un corrupto capitán de la Guardia Civil, un joven anarquista que se estaba abriendo hueco en política y una joven inglesa que nadie sabía muy bien cuál era su relación con el caso.
- Que el acusado se ponga en pie. – dijo el juez desde el estrado. Su voz, grave, sonó en toda la sala, haciendo que la gente callara al instante. – Jesús Olmedo…
- Capitán Olmedo – gritó él.
- Jesús Olmedo, - prosiguió el magistrado haciendo caso omiso a la reclamación del acusado – se le declara culpable de los cargos de asesinato en las personas de Martina de Montoro y Manuel Rodríguez, así como también del asesinato frustrado en la persona de Roberto Pérez. – se oyó una exclamación de sorpresa en toda la sala. – Asimismo se le declara culpable de los cargos de extorsión y cohecho probados durante el presente juicio.
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Mis conocimientos sobre leyes son nulos, por eso las que esteis versadas en estos temas.... saltaros esta parte para que no os den varios infartos y ataques de ansiedad al ver los crímenes perpetrados por mis dedos y el teclado de mi portátil.
#1302
05/04/2013 11:06
Que bueno aquellos enfrentamientos con olmedo
encantada de leerte Roberta gracias
encantada de leerte Roberta gracias
#1303
05/04/2013 13:56
Es que este Olmedo...
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- ¡Malditos cobardes! – gritó Olmedo - ¿Quiénes os creéis que sois? No podéis juzgarme, soy capitán de la Guardia Civil, vosotros no podéis juzgar nada de lo que yo haga… - los encargados de mantener el orden en el juzgado se abalanzaron sobre el acusado para evitar que éste consiguiera alcanzar al juez.
- ¿Es eso cierto? – preguntó Sara inquieta tomando a Miguel del brazo.
- En cierto modo. – respondió el teniente.
- ¿Cómo? – Roberto se giró al escuchar la respuesta de Miguel - ¿A qué te refieres? ¿Qué quieres decir con eso?
- Olmedo tiene razón. – Garay intervino para responder las dudas de Roberto – Al tratarse de un guardia civil, tan solo puede juzgarlo y condenarlo un tribunal militar. – con muchas dificultades, Olmedo fue reducido y sacado de la sala a empujones mientras continuaba insultando a todos los presentes.
- ¿Entonces? – preguntó desorientado Roberto - ¿Todo esto ha sido tan solo una farsa? ¿Para qué…? ¿Para qué hemos venido hasta aquí?
- No, no te pongas así, no es eso. – intervino Garay. Miguel abrazaba a Sara, quien tampoco entendía las palabras de sus acompañantes.
- Entonces, ¿qué es? Explícame porque no entiendo nada. – Roberto volvió a sentarse en el banco que, como testigos principales, tenían asignado.
- Como ya hemos dicho… - habló Miguel – a Olmedo tan solo puede condenarlo un tribunal militar pero… este juicio se ha celebrado con la aprobación y bajo los auspicios de las autoridades militares.
- ¿Por qué, Miguel? – preguntó Sara.
- A pesar de todo lo que ha ocurrido, - comenzó a decir el teniente - se teme que Olmedo aún tenga demasiada influencia, demasiados amigos entre los altos cargos del cuerpo.
- ¿Después de todo lo que se ha expuesto en el juicio? – preguntó Sara con incredulidad.
- Sara, - continuó su prometido – por desgracia hay mucha gente que piensa del mismo modo que Olmedo, que cree que ser capitán de la Guardia Civil u ostentar cualquier otro cargo semejante, les da derecho a hacer lo que les venga en gana. Piensan que los abusos que Olmedo ha estado cometiendo sin que nadie pudiera ponerles fin eran… algo normal; es más, ni siquiera los consideran abusos.
- ¿Y las muertes de Martina y Rodríguez? ¿O el asalto a Roberto? – continuó Sara.
- Consideran… - intervino Garay – necesario… eliminar a quienes se interpongan en el camino de lo que ellos creen justo.
- Pero eso es un delito… - Sara no podía creer las palabras de sus amigos. A su lado, Roberto permanecía sentado, cabizbajo, inmerso en sus pensamientos - ¿Eso significa que cuando lo juzguen de nuevo…?
- Eso significa que cuando lo juzguen de nuevo, el veredicto será el mismo que el que se ha obtenido hoy. – terminó Garay.
- No os comprendo, de verdad que no comprendo vuestras palabras…
- Yo sí. – Roberto habló por primera vez en mucho tiempo – Miguel ha dicho que este juicio se ha permitido bajo el auspicio de las autoridades militares. Después de todo el revuelto que se ha organizado, la opinión pública está en contra de Olmedo y ningún tribunal militar se atreverá a dejarlo libre, por muchas influencias que aún tenga. Como mínimo le despojarán de su cargo.
- Y entonces podrán juzgarlo de nuevo, como civil. – Garay se ajustó la capa y tomó su tricornio en la mano. La sala ya se había vaciado y se preparaba para abandonar el lugar.
- Juzgarlo, ¿de qué? – preguntó Sara - Ya lo han juzgado y no se puede juzgar a una persona dos veces por el mismo delito.
- Hay otros cargos por los que no le han juzgado ahora. – Miguel también se colocaba su capa mientras hablaba – Durante los días que hemos estado aquí, a Gabriel y a mí nos han puesto al tanto de todo. Se le ha juzgado por algunos pequeños casos de extorsión y cohecho y, sobre todo, por los dos asesinatos y el intento de… Roberto; lo suficiente como para asegurarse de que no vaya a salir libre de ningún modo.
- Es cierto, - continuó Garay – tienen pruebas irrefutables de tantos delitos cometidos que no hay manera de que salga libre, ni siquiera con todas sus influencias.
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- ¡Malditos cobardes! – gritó Olmedo - ¿Quiénes os creéis que sois? No podéis juzgarme, soy capitán de la Guardia Civil, vosotros no podéis juzgar nada de lo que yo haga… - los encargados de mantener el orden en el juzgado se abalanzaron sobre el acusado para evitar que éste consiguiera alcanzar al juez.
- ¿Es eso cierto? – preguntó Sara inquieta tomando a Miguel del brazo.
- En cierto modo. – respondió el teniente.
- ¿Cómo? – Roberto se giró al escuchar la respuesta de Miguel - ¿A qué te refieres? ¿Qué quieres decir con eso?
- Olmedo tiene razón. – Garay intervino para responder las dudas de Roberto – Al tratarse de un guardia civil, tan solo puede juzgarlo y condenarlo un tribunal militar. – con muchas dificultades, Olmedo fue reducido y sacado de la sala a empujones mientras continuaba insultando a todos los presentes.
- ¿Entonces? – preguntó desorientado Roberto - ¿Todo esto ha sido tan solo una farsa? ¿Para qué…? ¿Para qué hemos venido hasta aquí?
- No, no te pongas así, no es eso. – intervino Garay. Miguel abrazaba a Sara, quien tampoco entendía las palabras de sus acompañantes.
- Entonces, ¿qué es? Explícame porque no entiendo nada. – Roberto volvió a sentarse en el banco que, como testigos principales, tenían asignado.
- Como ya hemos dicho… - habló Miguel – a Olmedo tan solo puede condenarlo un tribunal militar pero… este juicio se ha celebrado con la aprobación y bajo los auspicios de las autoridades militares.
- ¿Por qué, Miguel? – preguntó Sara.
- A pesar de todo lo que ha ocurrido, - comenzó a decir el teniente - se teme que Olmedo aún tenga demasiada influencia, demasiados amigos entre los altos cargos del cuerpo.
- ¿Después de todo lo que se ha expuesto en el juicio? – preguntó Sara con incredulidad.
- Sara, - continuó su prometido – por desgracia hay mucha gente que piensa del mismo modo que Olmedo, que cree que ser capitán de la Guardia Civil u ostentar cualquier otro cargo semejante, les da derecho a hacer lo que les venga en gana. Piensan que los abusos que Olmedo ha estado cometiendo sin que nadie pudiera ponerles fin eran… algo normal; es más, ni siquiera los consideran abusos.
- ¿Y las muertes de Martina y Rodríguez? ¿O el asalto a Roberto? – continuó Sara.
- Consideran… - intervino Garay – necesario… eliminar a quienes se interpongan en el camino de lo que ellos creen justo.
- Pero eso es un delito… - Sara no podía creer las palabras de sus amigos. A su lado, Roberto permanecía sentado, cabizbajo, inmerso en sus pensamientos - ¿Eso significa que cuando lo juzguen de nuevo…?
- Eso significa que cuando lo juzguen de nuevo, el veredicto será el mismo que el que se ha obtenido hoy. – terminó Garay.
- No os comprendo, de verdad que no comprendo vuestras palabras…
- Yo sí. – Roberto habló por primera vez en mucho tiempo – Miguel ha dicho que este juicio se ha permitido bajo el auspicio de las autoridades militares. Después de todo el revuelto que se ha organizado, la opinión pública está en contra de Olmedo y ningún tribunal militar se atreverá a dejarlo libre, por muchas influencias que aún tenga. Como mínimo le despojarán de su cargo.
- Y entonces podrán juzgarlo de nuevo, como civil. – Garay se ajustó la capa y tomó su tricornio en la mano. La sala ya se había vaciado y se preparaba para abandonar el lugar.
- Juzgarlo, ¿de qué? – preguntó Sara - Ya lo han juzgado y no se puede juzgar a una persona dos veces por el mismo delito.
- Hay otros cargos por los que no le han juzgado ahora. – Miguel también se colocaba su capa mientras hablaba – Durante los días que hemos estado aquí, a Gabriel y a mí nos han puesto al tanto de todo. Se le ha juzgado por algunos pequeños casos de extorsión y cohecho y, sobre todo, por los dos asesinatos y el intento de… Roberto; lo suficiente como para asegurarse de que no vaya a salir libre de ningún modo.
- Es cierto, - continuó Garay – tienen pruebas irrefutables de tantos delitos cometidos que no hay manera de que salga libre, ni siquiera con todas sus influencias.
#1304
06/04/2013 10:52
Gracias Roberta
Garay y Romero despejando dudas de Sara y Roberto
Garay y Romero despejando dudas de Sara y Roberto
#1305
06/04/2013 20:37
Capítulo 149
- Entonces… ¿te vas ya? – Sara le preguntó a Roberto cuando él terminó de acomodar su equipaje en la parrilla del vagón del tren.
- Sí, aquí no tengo nada más que hacer. Me han dicho que mi presencia ya no es necesaria – respondió el muchacho – y me esperan en Madrid. Ya me contaréis el veredicto del juicio militar cuando vuelva a casa.
- ¿Volverás para nuestra boda? – preguntó la joven. Al ver que dudaba en su respuesta la muchacha continuó hablando – Me gustaría que estuvieras allí… me gustaría que ambos estuvierais allí, conmigo. – la voz de Sara se hizo casi inaudible; Garay y Miguel charlaban mientras Sara y Roberto se despedían y no escucharon nada, pero el joven Pérez sí que lo hizo, y bajó la cabeza sin saber qué responder. También a él le gustaría volver a estar con Natalia, pues era a ella a quien Sara se refería, pero el miedo al rechazo continuaba siendo terrible.
- El jefe de estación se dirige ya hacia la máquina. – comentó Miguel – Has de subir ya. – Roberto abrazó a Sara sin saber qué responder a su amiga, estrechó las manos de los tenientes y se giró, entrando en el vagón. Se acomodó en el asiento que tenía asignado, junto a la ventanilla, y sonrió al mirar a los tres amigos que habían ido a despedirse de él.
Se oyó un silbido y el tren dio un golpe al ponerse en marcha, golpe que provocó que los pasajeros que no estaban sentados dieran un traspié, la señora que se sentaba junto a Roberto evitó caerse al suelo al asirse fuertemente al brazo del joven. Azorada, se soltó con rapidez y se acomodó correctamente en su asiento mirando hacia otro lado. Roberto siguió mirando por la ventanilla, observando como Sara agitaba el pañuelo que llevaba en la mano y los jóvenes guardias civiles, quienes se situaban a ambos lados de ella levantaban el brazo a modo de saludo. Cuando el tren salió de la estación y tomó una curva, sus amigos dejaron de verse y Roberto apoyó su espalda en el asiento, preparándose para el largo viaje que tenía por delante.
- ¿Y ahora? – preguntó Sara agarrada del brazo de Miguel.
- Hemos pedido permiso y no tenemos que volver al cuartel hasta las diez de la noche. – respondió su prometido.
- ¿De verdad? – dijo ella ilusionada – Temía que me dejarais en el hotel y os fuerais como ha ocurrido estos últimos días.
- Nos han dado permiso – explicó Gabriel – precisamente por eso, porque te quedabas sola tras la marcha de Roberto. Además, ya que mañana es nuestro último día en Málaga, tenemos permiso para disfrutar de la ciudad.
- ¿Cuál pensáis que será el veredicto?
El juicio militar a Olmedo iba a ser muy rápido, habían tomado ya declaración a los cuatro habitantes de Arazana y en pocos días estaría listo para sentencia. Ellos, con sus obligaciones ya concluidas, volverían al pueblo y esperarían la notificación del resultado del juicio.
- Culpable. Sin duda alguna. – afirmó Gabriel.
- ¿Y la sentencia? – preguntó Sara preocupada.
- Eso ya no lo sé. – respondió Garay – Tengo miedo del poder de las amistades de Olmedo y que se vaya con una pena inferior a la que se merece.
- No digas eso, Gabriel. – protestó Miguel – Tranquila, mi amor, ya verás como será al contrario; estoy seguro de que utilizarán a Olmedo como ejemplo de lo que no puede ser un guardia civil. Le aplicarán un castigo ejemplar.
- Yo más bien pienso como el teniente Garay… temo que todas esas influencias de las que tanto ha presumido Olmedo le ayuden y…
- No pienses en eso. – Miguel tomó la mano de su novia y depositó un beso en sus nudillos. El joven había expresado sus deseos más que sus pensamientos, él también temía que las influencias de Olmedo pesaran demasiado y le aplicaran una condena leve. Rogaba porque sus superiores no se dejaran intimidar y, que el hecho de que una de sus víctimas se apellidara Montoro y que otro fuera un joven del que todo el mundo pensaba acabaría llegando muy lejos en política, pudiera pesar más que el miedo – Se hará justicia, ya lo verás.
- Entonces… ¿te vas ya? – Sara le preguntó a Roberto cuando él terminó de acomodar su equipaje en la parrilla del vagón del tren.
- Sí, aquí no tengo nada más que hacer. Me han dicho que mi presencia ya no es necesaria – respondió el muchacho – y me esperan en Madrid. Ya me contaréis el veredicto del juicio militar cuando vuelva a casa.
- ¿Volverás para nuestra boda? – preguntó la joven. Al ver que dudaba en su respuesta la muchacha continuó hablando – Me gustaría que estuvieras allí… me gustaría que ambos estuvierais allí, conmigo. – la voz de Sara se hizo casi inaudible; Garay y Miguel charlaban mientras Sara y Roberto se despedían y no escucharon nada, pero el joven Pérez sí que lo hizo, y bajó la cabeza sin saber qué responder. También a él le gustaría volver a estar con Natalia, pues era a ella a quien Sara se refería, pero el miedo al rechazo continuaba siendo terrible.
- El jefe de estación se dirige ya hacia la máquina. – comentó Miguel – Has de subir ya. – Roberto abrazó a Sara sin saber qué responder a su amiga, estrechó las manos de los tenientes y se giró, entrando en el vagón. Se acomodó en el asiento que tenía asignado, junto a la ventanilla, y sonrió al mirar a los tres amigos que habían ido a despedirse de él.
Se oyó un silbido y el tren dio un golpe al ponerse en marcha, golpe que provocó que los pasajeros que no estaban sentados dieran un traspié, la señora que se sentaba junto a Roberto evitó caerse al suelo al asirse fuertemente al brazo del joven. Azorada, se soltó con rapidez y se acomodó correctamente en su asiento mirando hacia otro lado. Roberto siguió mirando por la ventanilla, observando como Sara agitaba el pañuelo que llevaba en la mano y los jóvenes guardias civiles, quienes se situaban a ambos lados de ella levantaban el brazo a modo de saludo. Cuando el tren salió de la estación y tomó una curva, sus amigos dejaron de verse y Roberto apoyó su espalda en el asiento, preparándose para el largo viaje que tenía por delante.
- ¿Y ahora? – preguntó Sara agarrada del brazo de Miguel.
- Hemos pedido permiso y no tenemos que volver al cuartel hasta las diez de la noche. – respondió su prometido.
- ¿De verdad? – dijo ella ilusionada – Temía que me dejarais en el hotel y os fuerais como ha ocurrido estos últimos días.
- Nos han dado permiso – explicó Gabriel – precisamente por eso, porque te quedabas sola tras la marcha de Roberto. Además, ya que mañana es nuestro último día en Málaga, tenemos permiso para disfrutar de la ciudad.
- ¿Cuál pensáis que será el veredicto?
El juicio militar a Olmedo iba a ser muy rápido, habían tomado ya declaración a los cuatro habitantes de Arazana y en pocos días estaría listo para sentencia. Ellos, con sus obligaciones ya concluidas, volverían al pueblo y esperarían la notificación del resultado del juicio.
- Culpable. Sin duda alguna. – afirmó Gabriel.
- ¿Y la sentencia? – preguntó Sara preocupada.
- Eso ya no lo sé. – respondió Garay – Tengo miedo del poder de las amistades de Olmedo y que se vaya con una pena inferior a la que se merece.
- No digas eso, Gabriel. – protestó Miguel – Tranquila, mi amor, ya verás como será al contrario; estoy seguro de que utilizarán a Olmedo como ejemplo de lo que no puede ser un guardia civil. Le aplicarán un castigo ejemplar.
- Yo más bien pienso como el teniente Garay… temo que todas esas influencias de las que tanto ha presumido Olmedo le ayuden y…
- No pienses en eso. – Miguel tomó la mano de su novia y depositó un beso en sus nudillos. El joven había expresado sus deseos más que sus pensamientos, él también temía que las influencias de Olmedo pesaran demasiado y le aplicaran una condena leve. Rogaba porque sus superiores no se dejaran intimidar y, que el hecho de que una de sus víctimas se apellidara Montoro y que otro fuera un joven del que todo el mundo pensaba acabaría llegando muy lejos en política, pudiera pesar más que el miedo – Se hará justicia, ya lo verás.
#1306
07/04/2013 13:15
Culpable
#1307
07/04/2013 16:17
¡¡¡No lo sé!!!
Yo no estuve en el juicio....
Habrá que esperar a ver qué nos cuentan los que sí estuvieron.
__________________________________________________________________
- ¿Por qué creéis que nos pueda haber llamado el gobernador? – Ángel caminaba inquieto por el salón de la casa del señor Hermida.
- No lo sé, pero siéntate de una vez. – le espetó Juan Caballero – Si sigues caminando vas a hacer un agujero en la alfombra.
- Por favor, ¿vas a hacer caso a Juan de una vez? A mí también me estás poniendo nervioso. – Ángel se dejó caer en un sillón, pero se levantó rápidamente al escuchar pasos que se acercaban.
- ¿No les han ofrecido un refrigerio? – preguntó Elvira al llegar a la estancia - ¡Esta muchacha!
- No se preocupe, señora. No se moleste. – dijo Juan – Eh… ¿su esposo se encuentra en casa? Hemos recibido – comentó señalando a sus acompañantes – un recado diciendo que deseaba vernos, ¿sabe usted si hay algún problema?
- Por favor, señores, tomen asiento. – la mujer esperó a que sus invitados se acomodaran antes de volver a hablar – Mi esposo está en su despacho, revisando unos documentos. Me ha pedido que me ocupe de que no les falte de nada mientras lo esperan.
- No se moleste por nosotros. – se atrevió a decir Ángel – Siga con sus quehaceres, no queremos ser una molestia.
- Esperen un segundo, voy decirle a una de las muchachas que les traiga un licor de ciruelas muy rico que el señor alcalde me ha recomendado. Enseguida vuelvo. – la mujer se levantó, seguida por los visitantes, y salió de la estancia para encaminarse a la cocina.
- Esto no me gusta nada… - Ángel se levantó, corrió los visillos y miró por la ventana – Al menos no hay nadie guardando la puerta.
- ¿Guardando la puerta? ¿Por qué? – preguntó Juan.
- ¿Cómo que porqué? ¿Estás tonto? Para… - Ángel calló al ver entrar al gobernador.
- Buenas tardes, caballeros. – don Abel se acercó, tendiendo la mano a sus invitados – Señor marqués, señor Guarda, señor doctor… por favor, tomen asiento. ¿No ha llegado aún el señor Rafael?
- ¿Rafael? – preguntó el doctor Buendía.
- Sí… Rafaelín, ese muchacho…
- Sí, todos conocemos a Rafaelín. – interrumpió Ángel cada vez más nervioso.
- No importa, mis hombres no habrán podido localizarlo. Es igual, – continuó el gobernador quitando importancia al asunto – ya hablaré con él en otra ocasión.
- Si no es molestia… - intervino Juan. El hombre veía como Ángel se estaba poniendo cada vez más nervioso - ¿Sería posible que nos explicará para qué nos ha hecho llamar?
- Por supuesto. – en aquel momento una criada entró llevando una bandeja con vasos y una botella de licor. Abel esperó a que la joven volviera a sus quehaceres antes de continuar hablando – He recibido una carta de la señorita Reeves y de los tenientes Garay y Romero. – dijo al descuido mientras servía licor en los vasos.
- ¿Ah, si? – preguntó Juan, él era el único que aún conservaba la templanza necesaria como para mantener una conversación.
- Sí, comentan que ya ha finalizado el juicio civil al capitán Olmedo y que Roberto Pérez se dirige a sus obligaciones en Madrid. Supongo que ya se han enterado de que el veredicto fue de culpabilidad… - el gobernador tendió sus copas a Ángel y Marcial y ellos las tomaron con manos temblorosas. Don Abel se permitió una ligera sonrisa antes de servir otras dos copas.
- Sí. Ha aparecido en la primera página de todos los periódicos. – Juan mantenía la mirada fija en el gobernador. Empezaba a sospechar de las intenciones de su anfitrión. - No quisiera ser maleducado, señor; pero ¿para qué nos ha llamado? ¿De qué quiere hablar con nosotros?
- De eso precisamente, caballeros; - el gobernador hablaba pausadamente, lo que ponía cada vez más nerviosos a sus visitantes - del capitán Olmedo… del capitán Olmedo y la intervención de ustedes en su captura.
- No le entiendo…
- Bien… quien dice en su captura… dice a lo largo de los últimos años… - comentó el gobernador sonriente mientras miraba fijamente a Juan a los ojos.
Yo no estuve en el juicio....
Habrá que esperar a ver qué nos cuentan los que sí estuvieron.
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- ¿Por qué creéis que nos pueda haber llamado el gobernador? – Ángel caminaba inquieto por el salón de la casa del señor Hermida.
- No lo sé, pero siéntate de una vez. – le espetó Juan Caballero – Si sigues caminando vas a hacer un agujero en la alfombra.
- Por favor, ¿vas a hacer caso a Juan de una vez? A mí también me estás poniendo nervioso. – Ángel se dejó caer en un sillón, pero se levantó rápidamente al escuchar pasos que se acercaban.
- ¿No les han ofrecido un refrigerio? – preguntó Elvira al llegar a la estancia - ¡Esta muchacha!
- No se preocupe, señora. No se moleste. – dijo Juan – Eh… ¿su esposo se encuentra en casa? Hemos recibido – comentó señalando a sus acompañantes – un recado diciendo que deseaba vernos, ¿sabe usted si hay algún problema?
- Por favor, señores, tomen asiento. – la mujer esperó a que sus invitados se acomodaran antes de volver a hablar – Mi esposo está en su despacho, revisando unos documentos. Me ha pedido que me ocupe de que no les falte de nada mientras lo esperan.
- No se moleste por nosotros. – se atrevió a decir Ángel – Siga con sus quehaceres, no queremos ser una molestia.
- Esperen un segundo, voy decirle a una de las muchachas que les traiga un licor de ciruelas muy rico que el señor alcalde me ha recomendado. Enseguida vuelvo. – la mujer se levantó, seguida por los visitantes, y salió de la estancia para encaminarse a la cocina.
- Esto no me gusta nada… - Ángel se levantó, corrió los visillos y miró por la ventana – Al menos no hay nadie guardando la puerta.
- ¿Guardando la puerta? ¿Por qué? – preguntó Juan.
- ¿Cómo que porqué? ¿Estás tonto? Para… - Ángel calló al ver entrar al gobernador.
- Buenas tardes, caballeros. – don Abel se acercó, tendiendo la mano a sus invitados – Señor marqués, señor Guarda, señor doctor… por favor, tomen asiento. ¿No ha llegado aún el señor Rafael?
- ¿Rafael? – preguntó el doctor Buendía.
- Sí… Rafaelín, ese muchacho…
- Sí, todos conocemos a Rafaelín. – interrumpió Ángel cada vez más nervioso.
- No importa, mis hombres no habrán podido localizarlo. Es igual, – continuó el gobernador quitando importancia al asunto – ya hablaré con él en otra ocasión.
- Si no es molestia… - intervino Juan. El hombre veía como Ángel se estaba poniendo cada vez más nervioso - ¿Sería posible que nos explicará para qué nos ha hecho llamar?
- Por supuesto. – en aquel momento una criada entró llevando una bandeja con vasos y una botella de licor. Abel esperó a que la joven volviera a sus quehaceres antes de continuar hablando – He recibido una carta de la señorita Reeves y de los tenientes Garay y Romero. – dijo al descuido mientras servía licor en los vasos.
- ¿Ah, si? – preguntó Juan, él era el único que aún conservaba la templanza necesaria como para mantener una conversación.
- Sí, comentan que ya ha finalizado el juicio civil al capitán Olmedo y que Roberto Pérez se dirige a sus obligaciones en Madrid. Supongo que ya se han enterado de que el veredicto fue de culpabilidad… - el gobernador tendió sus copas a Ángel y Marcial y ellos las tomaron con manos temblorosas. Don Abel se permitió una ligera sonrisa antes de servir otras dos copas.
- Sí. Ha aparecido en la primera página de todos los periódicos. – Juan mantenía la mirada fija en el gobernador. Empezaba a sospechar de las intenciones de su anfitrión. - No quisiera ser maleducado, señor; pero ¿para qué nos ha llamado? ¿De qué quiere hablar con nosotros?
- De eso precisamente, caballeros; - el gobernador hablaba pausadamente, lo que ponía cada vez más nerviosos a sus visitantes - del capitán Olmedo… del capitán Olmedo y la intervención de ustedes en su captura.
- No le entiendo…
- Bien… quien dice en su captura… dice a lo largo de los últimos años… - comentó el gobernador sonriente mientras miraba fijamente a Juan a los ojos.
#1308
07/04/2013 23:14
Culpable????????????
uhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡que el gobernador lo sabe todo??????
todo,todo???????????
gracias Roberta
uhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡que el gobernador lo sabe todo??????
todo,todo???????????
gracias Roberta
#1309
08/04/2013 19:38
No sé. no tengo ni idea de lo que pueda saber el señor gobernador. Yo no me codeo con gente tan importante...
________________________________________________________________
Capítulo 150
- Natalia… Natalia, por favor, ¿puedes caminar un poco más despacio?
- No, quiero llegar a casa de una vez.
- ¿Por qué? – preguntó su amiga Nieves.
- Porque quiero que estéis a salvo cuanto antes.
- ¿A salvo? ¿A salvo de qué?
- De mí. ¿Quieres seguir andando?
- No. No pienso ponerme a correr. – Nieves se detuvo en el centro de la calle.
- Pero, ¿por qué te paras? ¿No ves que estás dando un espectáculo? – dijo Natalia volviéndose a su amiga. Tras ellas, Clara, una de las sirvientas de Natalia, trataba de no reírse.
- No querida. – Nieves comenzó a caminar de nuevo, pero a paso reposado – Eres tú la que estás dando el espectáculo.
- Nieves, por favor, te lo ruego. – dijo con voz pausada.
- Está bien. – accedió finalmente Nieves.
Aquella mañana, Natalia estaba lista para salir de la casa cuando Luis y Nieves llegaron. La joven Reeves había estado pensando en dejarse vez de una vez durante los últimos días, pero no se había animado hasta entonces. Se había levantado antes de lo habitual, se había aseado y había alimentado y vestido a su hijo, ya estaban listos para salir a la calle cuando sus amigos se presentaron. A duras penas consiguió que Luis continuara con sus quehaceres cotidianos y no la acompañara, pero le fue totalmente imposible conseguir que Nieves no fuera con ella.
- ¿Por qué no me has hecho caso? – Natalia se quitaba el sombrero y la capa en el vestíbulo de su casa y se los tendía a Clara, mientras Mariana sacaba a David de su cochecito y lo acunaba amorosamente.
- ¿A qué te refieres? – Nieves parecía calmada, con total parsimonia se quitó el sombrero y la capa y se los tendió a Clara, a quién sonrió educadamente. La joven se retiró a realizar sus tareas y dejó a las dos jóvenes con sus hijos y Mariana. Tras la partida de Clara, Nieves tomó a Valeria en brazos, quien ya se había despertado de su siesta. – Mariana, ¿serias tan amable de prepararnos un chocolate?
- Te dije que caminaras más deprisa… - dijo Natalia enfadada, pero en voz baja, tratando de no despertar a David. Mariana se retiró a la cocina a preparar la petición de Nieves tras dejar al bebé en brazos de su madre.
- Hemos salido a pasear, no a participar en una competición atlética. – Nieves se encaminó al salón dejando a Natalia sola en el recibidor.
- No me dejes con la palabra en la boca…
- Pues acompáñame al salón.
- ¿Cómo puedo hacerte entender…?
- No te sulfures que vas a despertar a los niños…
- Pues no hagas que me enfade…
- Es que no entiendo por qué te pones así… - Nieves sabía perfectamente lo que le ocurría a Natalia, pero no podía evitar la tentación de enfadarla; después de tanto tiempo su amiga había salido del letargo y ella disfrutaba viéndola tan activa – Hace un día maravilloso, soleado, con una temperatura estupenda para pasear y tú te empeñas en correr hacia casa…
- Entiendes perfectamente, así que no sé porqué no dejas de decir tonterías. – Natalia se sentó en uno de los sillones con su hijo en los brazos. Era ya la hora de que el pequeño comiera, pero Natalia prefirió dejarlo dormir pacíficamente.
- Tonterías son lo que has hecho tú esta mañana. – Nieves permaneció junto a la ventana, haciéndole carantoñas a la pequeña Valeria – Por fin te has decidido a salir de tu encierro y lo haces corriendo, huyendo, como si tuvieras algo de lo que avergonzarte… ¿Te avergüenzas de algo, Natalia?
- En ocasiones de tenerte como amiga… - respondió en voz baja.
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Capítulo 150
- Natalia… Natalia, por favor, ¿puedes caminar un poco más despacio?
- No, quiero llegar a casa de una vez.
- ¿Por qué? – preguntó su amiga Nieves.
- Porque quiero que estéis a salvo cuanto antes.
- ¿A salvo? ¿A salvo de qué?
- De mí. ¿Quieres seguir andando?
- No. No pienso ponerme a correr. – Nieves se detuvo en el centro de la calle.
- Pero, ¿por qué te paras? ¿No ves que estás dando un espectáculo? – dijo Natalia volviéndose a su amiga. Tras ellas, Clara, una de las sirvientas de Natalia, trataba de no reírse.
- No querida. – Nieves comenzó a caminar de nuevo, pero a paso reposado – Eres tú la que estás dando el espectáculo.
- Nieves, por favor, te lo ruego. – dijo con voz pausada.
- Está bien. – accedió finalmente Nieves.
Aquella mañana, Natalia estaba lista para salir de la casa cuando Luis y Nieves llegaron. La joven Reeves había estado pensando en dejarse vez de una vez durante los últimos días, pero no se había animado hasta entonces. Se había levantado antes de lo habitual, se había aseado y había alimentado y vestido a su hijo, ya estaban listos para salir a la calle cuando sus amigos se presentaron. A duras penas consiguió que Luis continuara con sus quehaceres cotidianos y no la acompañara, pero le fue totalmente imposible conseguir que Nieves no fuera con ella.
- ¿Por qué no me has hecho caso? – Natalia se quitaba el sombrero y la capa en el vestíbulo de su casa y se los tendía a Clara, mientras Mariana sacaba a David de su cochecito y lo acunaba amorosamente.
- ¿A qué te refieres? – Nieves parecía calmada, con total parsimonia se quitó el sombrero y la capa y se los tendió a Clara, a quién sonrió educadamente. La joven se retiró a realizar sus tareas y dejó a las dos jóvenes con sus hijos y Mariana. Tras la partida de Clara, Nieves tomó a Valeria en brazos, quien ya se había despertado de su siesta. – Mariana, ¿serias tan amable de prepararnos un chocolate?
- Te dije que caminaras más deprisa… - dijo Natalia enfadada, pero en voz baja, tratando de no despertar a David. Mariana se retiró a la cocina a preparar la petición de Nieves tras dejar al bebé en brazos de su madre.
- Hemos salido a pasear, no a participar en una competición atlética. – Nieves se encaminó al salón dejando a Natalia sola en el recibidor.
- No me dejes con la palabra en la boca…
- Pues acompáñame al salón.
- ¿Cómo puedo hacerte entender…?
- No te sulfures que vas a despertar a los niños…
- Pues no hagas que me enfade…
- Es que no entiendo por qué te pones así… - Nieves sabía perfectamente lo que le ocurría a Natalia, pero no podía evitar la tentación de enfadarla; después de tanto tiempo su amiga había salido del letargo y ella disfrutaba viéndola tan activa – Hace un día maravilloso, soleado, con una temperatura estupenda para pasear y tú te empeñas en correr hacia casa…
- Entiendes perfectamente, así que no sé porqué no dejas de decir tonterías. – Natalia se sentó en uno de los sillones con su hijo en los brazos. Era ya la hora de que el pequeño comiera, pero Natalia prefirió dejarlo dormir pacíficamente.
- Tonterías son lo que has hecho tú esta mañana. – Nieves permaneció junto a la ventana, haciéndole carantoñas a la pequeña Valeria – Por fin te has decidido a salir de tu encierro y lo haces corriendo, huyendo, como si tuvieras algo de lo que avergonzarte… ¿Te avergüenzas de algo, Natalia?
- En ocasiones de tenerte como amiga… - respondió en voz baja.
#1310
08/04/2013 21:59
Holaaa Roberta , estás hecha toda una escritora ...hacia tiemp que no entraba por aquí ..echo mucho de menos este foro y a sus foreras ...Un saludo
#1311
11/04/2013 15:00
Olé Roberta, que bien escribes hija mia. Espero que continues la historia pronto. Un beso.
#1312
11/04/2013 21:36
Gracias por vuestras palabras, chicas.
Estoy muy liada, pero mañana seguro que cae algo.
Un beso.
Estoy muy liada, pero mañana seguro que cae algo.
Un beso.
#1313
12/04/2013 20:29
- Te he oído, pero no pienso tenértelo en cuenta. Hoy te has levantado con el pie izquierdo… Hace falta mucho valor para hacer lo que tú has hecho hoy: salir a pasear con tu hijo, dejar que la gente os vea.
- También hace falta valor para salir conmigo y con David. – Nieves, sonriente, se sentó al lado de su amiga.
- Ya te dije que no te ibas a librar de nosotros con facilidad.
- Aún así… - Natalia meció a David, quien parecía que se estaba despertando.
- Déjalo que duerma, así espaciarás más las tomas. ¿Cada cuántas horas le alimentas?
- Casi cada cuatro, en ocasiones algo más incluso, pero no me distraigas de lo que estábamos hablando. Sabes que quería volver lo antes posible para evitar que la gente te viera conmigo. ¿Imaginas si Luis no hubiera aceptado finalmente irse a trabajar? ¿Si hubiera salido a pasear con nosotras? – Natalia realmente se sentía preocupada ante las posibles repercusiones del nacimiento de David en las personas que ella quería.
- Hoy has conseguido que vaya a cumplir con sus obligaciones pero, ¿cuánto tiempo crees que podrás mantenerlo lejos?
- No lo sé…. Tan solo sé que no quiero que esto os afecte lo más mínimo. Y si la gente lo ve conmigo y con David… no quiero ni imaginar lo que puedan llegar a pensar. – una lágrima rodó por la mejilla de Natalia - ¿Ves? Ya estoy otra vez… me pongo a llorar por cualquier tontería…
- Ay, querida Natalia… ¿Aún no te has dado cuenta de que no conseguirás librarte de nosotros ni con agua caliente? Cargar con nosotros es la penitencia que te ha caído del cielo como castigo por tus muchos pecados… - Nieves forzó su voz poniéndola más grave, como si fuera un sacerdote reprendiéndola por algo.
- Pero sois vosotros los que vais a sufrir las consecuencias de mis muchos pecados. – Natalia verdaderamente sufría pensando en la repercusión de sus actos en la vida de sus amigos.
- ¿Cómo por ejemplo? – Nieves volvió a utilizar su risueña voz
- Que la gente os mire mal, que deje de invitaros a recepciones, que deje de hablaros…
- ¿Vas a seguir con lo mismo? ¿Cuántas veces vamos a tener que decirte que la gente que nos mire mal por ser tus amigos es gente que no nos interesa lo más mínimo?
- Aún así…
- No lo pienses más… ¿Natalia? – preguntó tras unos segundos en silencio.
- ¿Sí?
- ¿Cuándo vamos a volver a salir de paseo? – preguntó guiñándola un ojo.
- ¿No has tenido suficiente con el de hoy?
- Lo de hoy no ha sido un paseo… ha sido una carrera.
- Sea como sea…
- Shsss, no te enfades. – dijo Nieves señalando a David – Se te va a agriar la leche y le vas a provocar un cólico a David.
______________________________________________________________
Siento que haya sido tan poquito...
- También hace falta valor para salir conmigo y con David. – Nieves, sonriente, se sentó al lado de su amiga.
- Ya te dije que no te ibas a librar de nosotros con facilidad.
- Aún así… - Natalia meció a David, quien parecía que se estaba despertando.
- Déjalo que duerma, así espaciarás más las tomas. ¿Cada cuántas horas le alimentas?
- Casi cada cuatro, en ocasiones algo más incluso, pero no me distraigas de lo que estábamos hablando. Sabes que quería volver lo antes posible para evitar que la gente te viera conmigo. ¿Imaginas si Luis no hubiera aceptado finalmente irse a trabajar? ¿Si hubiera salido a pasear con nosotras? – Natalia realmente se sentía preocupada ante las posibles repercusiones del nacimiento de David en las personas que ella quería.
- Hoy has conseguido que vaya a cumplir con sus obligaciones pero, ¿cuánto tiempo crees que podrás mantenerlo lejos?
- No lo sé…. Tan solo sé que no quiero que esto os afecte lo más mínimo. Y si la gente lo ve conmigo y con David… no quiero ni imaginar lo que puedan llegar a pensar. – una lágrima rodó por la mejilla de Natalia - ¿Ves? Ya estoy otra vez… me pongo a llorar por cualquier tontería…
- Ay, querida Natalia… ¿Aún no te has dado cuenta de que no conseguirás librarte de nosotros ni con agua caliente? Cargar con nosotros es la penitencia que te ha caído del cielo como castigo por tus muchos pecados… - Nieves forzó su voz poniéndola más grave, como si fuera un sacerdote reprendiéndola por algo.
- Pero sois vosotros los que vais a sufrir las consecuencias de mis muchos pecados. – Natalia verdaderamente sufría pensando en la repercusión de sus actos en la vida de sus amigos.
- ¿Cómo por ejemplo? – Nieves volvió a utilizar su risueña voz
- Que la gente os mire mal, que deje de invitaros a recepciones, que deje de hablaros…
- ¿Vas a seguir con lo mismo? ¿Cuántas veces vamos a tener que decirte que la gente que nos mire mal por ser tus amigos es gente que no nos interesa lo más mínimo?
- Aún así…
- No lo pienses más… ¿Natalia? – preguntó tras unos segundos en silencio.
- ¿Sí?
- ¿Cuándo vamos a volver a salir de paseo? – preguntó guiñándola un ojo.
- ¿No has tenido suficiente con el de hoy?
- Lo de hoy no ha sido un paseo… ha sido una carrera.
- Sea como sea…
- Shsss, no te enfades. – dijo Nieves señalando a David – Se te va a agriar la leche y le vas a provocar un cólico a David.
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Siento que haya sido tan poquito...
#1314
13/04/2013 10:47
Gracias Roberta
Natalia paseando con su hijo muy bien
y por nieves
Natalia paseando con su hijo muy bien
y por nieves
#1315
13/04/2013 18:27
El movimiento del tren lo había adormecido, había perdido la cuenta de las horas que llevaba en aquel traqueteante vagón. Las paradas se habían sucedido y las personas con las que compartía el vagón habían cambiado. En aquellos momentos, a su lado se sentaba un hombre que llevaba un chiquillo sobre las rodillas y frente a él una mujer cuidaba de dos niñas. Por la forma de comportarse entre ellos se veía que se trataba de una familia.
- Buenas. – dijo el hombre al ver que Roberto estiraba los músculos, entumecidos por mantener la postura durante largo tiempo.
- Buenas. – respondió él.
- Íbamos a comer algo, si gusta… - el hombre le mostró un pedazo de pan y algo de queso - No es mucho pero…
- Gracias, muchas gracias, son muy amables. – En un primer momento, Roberto no iba a aceptar lo que le tendían, se veía que se trataba de gente muy humilde y que con tres niños a su cargo necesitarían todo el alimento del que pudieran disponer, pero también recordó a su madre y se puso en su lugar. Carmen también compartiría lo poco que tuviera con un desconocido en semejantes circunstancias, por lo que tomó el pedazo de pan y el queso. - ¿Por dónde vamos?
- Acabamos de dejar atrás Linares. – respondió el hombre – Somos de un pueblo de por allá. Tranquila, mujer. – Roberto escuchó un sollozo y giró la cabeza para mirar a la esposa de su acompañante, la mujer se cubría el rostro con las manos – Malvendimos lo poco que teníamos para poder comprar los billetes de tren y empezar de nuevo en otra parte.
- ¿Adónde van? – preguntó Roberto comiendo un poco de queso.
- A Madrid. Uno del pueblo fue pa’llá hace un par de años y parece que no le va mal del todo. De vez en cuando hasta manda algunos cuartos a la familia que dejó en el pueblo… No quiero que mis chiquillos se deslomen de sol a sol como he tenido que hacer yo toda esta maldita vida.
- ¿Ya tienen trabajo y dónde quedarse? – Roberto partió un pedazo de pan y queso y se lo tendió a la niña que, sentada junto a su madre, lo miraba atentamente. Ella estiró la mano para tomar los alimentos y sonrió; le recordó a las niñas de Arazana, niñas flacuchas y desgarbadas que se veían obligadas a trabajar en las tareas de la casa o en el campo desde muy pequeñas.
- Sí. Éste del pueblo que le digo me ha dicho que podemos quedarnos con él y los suyos hasta que encontremos un lugar para nosotros solos. Tampoco necesitamos mucho… estamos acostumbrados a pasar con lo justo. – Roberto conocía perfectamente ese sentimiento, era lo que sus padres habían hecho toda la vida, estirar el jornal hasta límites insospechados para poder poner un plato de comida en la mesa. Tomó otro pedazo de pan y queso y se lo tendió a la otra niña quien, al principio cohibida, dudo de si tomar el alimento, pero la sonrisa de sus padres la animó y estiró la mano en pos de la comida.
- Sé lo que es eso. – comentó Roberto – Soy de cerca de Ronda y allí tampoco se pasa bien del todo.
- ¿Dónde vas? – preguntó la primera niña, más atrevida que los demás.
- ¡Calla, no molestes al señor! – la reprendió su madre.
- No se preocupe, no es molestia. – respondió Roberto a la mujer – A Madrid, como tú. – dijo mirando a la niña a los ojos.
- ¿Vas a arar a Madrid? – continuó preguntando – Nosotros vamos a arar Madrid, eso es lo que hace el padre, arar la tierra.
- Perdónela, no sabe… - intervino el hombre.
- Tranquilo… es lógico. No, no voy a arar a Madrid. Madrid es una ciudad muy grande, donde vive mucha gente, pero no hay tierras de labranza. – explicó a la niña.
- ¿Y qué comen? – preguntó la otra niña animada por su hermana. Ella relacionaba la labranza con comida y un modo de subsistir.
- Lo mismo que en el pueblo, solo que la gente trabaja haciendo otras cosas. – trató de explicar Roberto. Acostumbrado como estaba a dar mítines, pensaba que le sería fácil explicar a unos niños la vida en la ciudad, pero no sabía cómo continuar. En su edad adulta, en muy pocas ocasiones se había parado a hablar con un niño y no estaba acostumbrado a sus preguntas sencillas y lógicas.
- ¿Qué otras cosas? – preguntó el niño. Los padres sonrieron ya que sus pequeños parecían por fin interesados en algo; desde que les dijeron que iban a abandonar su pequeño pueblo y sus gentes, los niños no encontraban consuelo y sus padres no sabían ya qué hacer.
- Casas, calles, trenes…
- Pero eso no se come… - dijo la pequeña siguiendo su lógica.
- Tienes razón, no se come, pero a la gente le dan dinero a cambio de su trabajo y con ese dinero puede comprar comida.
- Oh… - la niña se quedó pensativa.
- Este vestido tan bonito que llevas puesto. – dijo Roberto tirando con suavidad del borde de la sencilla y ajada ropa de la pequeña - ¿En qué huerta ha crecido?
- Me lo ha comprado mi madre. – dijo ella riendo – Los vestidos no crecen en las huertas, tonto.
- ¡No le digas esas cosas al señor! – la reprendió su madre – ¡Pídele perdón ahora mismo, Natalia!
- Perdón… - dijo ella bajando la cabeza con timidez, pero sin dejar de mirarlo mientras sonreía.
- No… no importa. – Roberto sintió un nudo en la garganta que hacía que le costara respirar – He de… he de buscar al revisor. Si me disculpan.
Roberto se levantó de su asiento y dejó a sus acompañantes avergonzados por el comportamiento de la niña. En realidad no era la respuesta de la pequeña lo que le había trastornado, si no su nombre. Le había gustado su desparpajo, su espontaneidad, su curiosidad… pero escuchar su nombre lo desarmó, lo hizo trizas. Necesitaba alejarse de ellos, tomar aire y calmar sus pensamientos. Roberto caminó por el pasillo hasta alcanzar la plataforma entre dos vagones, donde se detuvo a tratar de calmar los latidos de su corazón que bombeaba sangre con tanta fuerza que temía fuera a salírsele del pecho.
- Buenas. – dijo el hombre al ver que Roberto estiraba los músculos, entumecidos por mantener la postura durante largo tiempo.
- Buenas. – respondió él.
- Íbamos a comer algo, si gusta… - el hombre le mostró un pedazo de pan y algo de queso - No es mucho pero…
- Gracias, muchas gracias, son muy amables. – En un primer momento, Roberto no iba a aceptar lo que le tendían, se veía que se trataba de gente muy humilde y que con tres niños a su cargo necesitarían todo el alimento del que pudieran disponer, pero también recordó a su madre y se puso en su lugar. Carmen también compartiría lo poco que tuviera con un desconocido en semejantes circunstancias, por lo que tomó el pedazo de pan y el queso. - ¿Por dónde vamos?
- Acabamos de dejar atrás Linares. – respondió el hombre – Somos de un pueblo de por allá. Tranquila, mujer. – Roberto escuchó un sollozo y giró la cabeza para mirar a la esposa de su acompañante, la mujer se cubría el rostro con las manos – Malvendimos lo poco que teníamos para poder comprar los billetes de tren y empezar de nuevo en otra parte.
- ¿Adónde van? – preguntó Roberto comiendo un poco de queso.
- A Madrid. Uno del pueblo fue pa’llá hace un par de años y parece que no le va mal del todo. De vez en cuando hasta manda algunos cuartos a la familia que dejó en el pueblo… No quiero que mis chiquillos se deslomen de sol a sol como he tenido que hacer yo toda esta maldita vida.
- ¿Ya tienen trabajo y dónde quedarse? – Roberto partió un pedazo de pan y queso y se lo tendió a la niña que, sentada junto a su madre, lo miraba atentamente. Ella estiró la mano para tomar los alimentos y sonrió; le recordó a las niñas de Arazana, niñas flacuchas y desgarbadas que se veían obligadas a trabajar en las tareas de la casa o en el campo desde muy pequeñas.
- Sí. Éste del pueblo que le digo me ha dicho que podemos quedarnos con él y los suyos hasta que encontremos un lugar para nosotros solos. Tampoco necesitamos mucho… estamos acostumbrados a pasar con lo justo. – Roberto conocía perfectamente ese sentimiento, era lo que sus padres habían hecho toda la vida, estirar el jornal hasta límites insospechados para poder poner un plato de comida en la mesa. Tomó otro pedazo de pan y queso y se lo tendió a la otra niña quien, al principio cohibida, dudo de si tomar el alimento, pero la sonrisa de sus padres la animó y estiró la mano en pos de la comida.
- Sé lo que es eso. – comentó Roberto – Soy de cerca de Ronda y allí tampoco se pasa bien del todo.
- ¿Dónde vas? – preguntó la primera niña, más atrevida que los demás.
- ¡Calla, no molestes al señor! – la reprendió su madre.
- No se preocupe, no es molestia. – respondió Roberto a la mujer – A Madrid, como tú. – dijo mirando a la niña a los ojos.
- ¿Vas a arar a Madrid? – continuó preguntando – Nosotros vamos a arar Madrid, eso es lo que hace el padre, arar la tierra.
- Perdónela, no sabe… - intervino el hombre.
- Tranquilo… es lógico. No, no voy a arar a Madrid. Madrid es una ciudad muy grande, donde vive mucha gente, pero no hay tierras de labranza. – explicó a la niña.
- ¿Y qué comen? – preguntó la otra niña animada por su hermana. Ella relacionaba la labranza con comida y un modo de subsistir.
- Lo mismo que en el pueblo, solo que la gente trabaja haciendo otras cosas. – trató de explicar Roberto. Acostumbrado como estaba a dar mítines, pensaba que le sería fácil explicar a unos niños la vida en la ciudad, pero no sabía cómo continuar. En su edad adulta, en muy pocas ocasiones se había parado a hablar con un niño y no estaba acostumbrado a sus preguntas sencillas y lógicas.
- ¿Qué otras cosas? – preguntó el niño. Los padres sonrieron ya que sus pequeños parecían por fin interesados en algo; desde que les dijeron que iban a abandonar su pequeño pueblo y sus gentes, los niños no encontraban consuelo y sus padres no sabían ya qué hacer.
- Casas, calles, trenes…
- Pero eso no se come… - dijo la pequeña siguiendo su lógica.
- Tienes razón, no se come, pero a la gente le dan dinero a cambio de su trabajo y con ese dinero puede comprar comida.
- Oh… - la niña se quedó pensativa.
- Este vestido tan bonito que llevas puesto. – dijo Roberto tirando con suavidad del borde de la sencilla y ajada ropa de la pequeña - ¿En qué huerta ha crecido?
- Me lo ha comprado mi madre. – dijo ella riendo – Los vestidos no crecen en las huertas, tonto.
- ¡No le digas esas cosas al señor! – la reprendió su madre – ¡Pídele perdón ahora mismo, Natalia!
- Perdón… - dijo ella bajando la cabeza con timidez, pero sin dejar de mirarlo mientras sonreía.
- No… no importa. – Roberto sintió un nudo en la garganta que hacía que le costara respirar – He de… he de buscar al revisor. Si me disculpan.
Roberto se levantó de su asiento y dejó a sus acompañantes avergonzados por el comportamiento de la niña. En realidad no era la respuesta de la pequeña lo que le había trastornado, si no su nombre. Le había gustado su desparpajo, su espontaneidad, su curiosidad… pero escuchar su nombre lo desarmó, lo hizo trizas. Necesitaba alejarse de ellos, tomar aire y calmar sus pensamientos. Roberto caminó por el pasillo hasta alcanzar la plataforma entre dos vagones, donde se detuvo a tratar de calmar los latidos de su corazón que bombeaba sangre con tanta fuerza que temía fuera a salírsele del pecho.
#1316
14/04/2013 13:06
Roberto
gracias Roberta
gracias Roberta
#1317
14/04/2013 18:40
Pero qué mala que soy....
_______________________________________________________________
Los sueños y los recuerdos que lo habían rondado mientras dormía, se habían apaciguado con la visión de aquella familia al despertar. Aquella familia era tan parecida a la suya… un matrimonio que trataba de sacar a sus hijos adelante con lo poco que tenían pero con mucho amor y dignidad. Había estado soñando con Tomás, su padre, con las últimas palabras que éste le dijo: “Cuida de tu madre, ayúdala y trata de comprenderla. Juanito…, haz lo posible para que pueda estudiar y sea un hombre de provecho… Cosme… escúchale, escucha a tu abuelo, nadie mejor que él para aconsejarte. Y tú…, no sabes lo mucho que me apena no haber podido darte una educación como Dios manda, pero…pero eres un hombre de bien. No dejes que nadie te diga que eres una persona de segunda categoría; lucha, lucha por conseguir lo que deseas y no te doblegues” También soñó con su madre, con la última conversación que mantuvieron a solas antes de salir hacia Málaga a tomar parte en el proceso contra Olmedo. Cómo ella le dijo que debía hacer su vida y su respuesta animándola a ser feliz. Incluso las conversaciones mantenidas con su abuelo, Margarita Guerra o Sara lo animaban en el mismo sentido, todos le decían que debía tratar de rehacer su vida, tratar de encontrar a Natalia pero…
Roberto sentía que el corazón se le iba a salir del pecho, latía más acelerado que la locomotora que tiraba de aquel tren, aquel tren que rodaba hacia el norte, hacia ella, hacia su Natalia. El ruido de las ruedas sobre los raíles, las piedras que saltaban impulsadas por la velocidad del convoy, el movimiento de los vagones… todos aquellos estímulos lo aturdían. Las palabras de sus amigos y familiares sonaban en su cabeza, apoyó su espalda contra la pared del vagón y se tapó los oídos, pero lo que hizo verdadera mella en sus defensas fue la sonrisa de aquella pequeña que viajaba con sus padres buscando un futuro mejor, la sonrisa de aquella niña que tenía el mismo nombre de la mujer a la que amaba. Necesitaba salir de allí, tranquilizarse, pensar, pero era totalmente imposible hacerlo en aquellos momentos, el tren no iba a realizar ninguna parada en horas y tampoco podía volver a su asiento en el vagón, no en aquella situación. Sin darse cuenta siquiera, se encogió sobre sí mismo, se cubrió la cabeza con los brazos y gritó, gritó tratando de sofocar el ruido que le llegaba del exterior, tratando de ahogar su corazón y su mente mientras gruesas lágrimas rodaban por su rostro.
- Perdónela, por favor. – tras muchos minutos, Roberto volvió a su asiento en el tren y el padre de los niños trataba de disculparse con él por la contestación dada por la pequeña.
- Ya le he dicho que no tiene la menor importancia. – Roberto, quien ya se había tranquilizado un poco, metió la mano en uno de los bolsillos de la chaqueta y sacó una bolsa llena de dulces; entregó uno a cada niño y después dejó el resto en manos de la madre. La mujer no supo qué decir ante aquel gesto y simplemente sonrió – Todos hemos dicho cosas… no adecuadas. No le dé más importancia de la que tiene.
- Aún así… - replicó el hombre avergonzado - ¿Se encuentra usted bien? – preguntó segundos después - Cuando… cuando la niña dijo lo que dijo, se le mudó el color y…
- No fue por lo que ella dijo. Fue por… por su nombre… Natalia… - explicó Roberto - el nombre de alguien muy querido para mí… alguien a quien perdí.
- ¿Su hija? – preguntó la madre de los niños.
- Mi mujer. – Roberto cerró los ojos y se recostó de nuevo en el asiento.
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Los sueños y los recuerdos que lo habían rondado mientras dormía, se habían apaciguado con la visión de aquella familia al despertar. Aquella familia era tan parecida a la suya… un matrimonio que trataba de sacar a sus hijos adelante con lo poco que tenían pero con mucho amor y dignidad. Había estado soñando con Tomás, su padre, con las últimas palabras que éste le dijo: “Cuida de tu madre, ayúdala y trata de comprenderla. Juanito…, haz lo posible para que pueda estudiar y sea un hombre de provecho… Cosme… escúchale, escucha a tu abuelo, nadie mejor que él para aconsejarte. Y tú…, no sabes lo mucho que me apena no haber podido darte una educación como Dios manda, pero…pero eres un hombre de bien. No dejes que nadie te diga que eres una persona de segunda categoría; lucha, lucha por conseguir lo que deseas y no te doblegues” También soñó con su madre, con la última conversación que mantuvieron a solas antes de salir hacia Málaga a tomar parte en el proceso contra Olmedo. Cómo ella le dijo que debía hacer su vida y su respuesta animándola a ser feliz. Incluso las conversaciones mantenidas con su abuelo, Margarita Guerra o Sara lo animaban en el mismo sentido, todos le decían que debía tratar de rehacer su vida, tratar de encontrar a Natalia pero…
Roberto sentía que el corazón se le iba a salir del pecho, latía más acelerado que la locomotora que tiraba de aquel tren, aquel tren que rodaba hacia el norte, hacia ella, hacia su Natalia. El ruido de las ruedas sobre los raíles, las piedras que saltaban impulsadas por la velocidad del convoy, el movimiento de los vagones… todos aquellos estímulos lo aturdían. Las palabras de sus amigos y familiares sonaban en su cabeza, apoyó su espalda contra la pared del vagón y se tapó los oídos, pero lo que hizo verdadera mella en sus defensas fue la sonrisa de aquella pequeña que viajaba con sus padres buscando un futuro mejor, la sonrisa de aquella niña que tenía el mismo nombre de la mujer a la que amaba. Necesitaba salir de allí, tranquilizarse, pensar, pero era totalmente imposible hacerlo en aquellos momentos, el tren no iba a realizar ninguna parada en horas y tampoco podía volver a su asiento en el vagón, no en aquella situación. Sin darse cuenta siquiera, se encogió sobre sí mismo, se cubrió la cabeza con los brazos y gritó, gritó tratando de sofocar el ruido que le llegaba del exterior, tratando de ahogar su corazón y su mente mientras gruesas lágrimas rodaban por su rostro.
- Perdónela, por favor. – tras muchos minutos, Roberto volvió a su asiento en el tren y el padre de los niños trataba de disculparse con él por la contestación dada por la pequeña.
- Ya le he dicho que no tiene la menor importancia. – Roberto, quien ya se había tranquilizado un poco, metió la mano en uno de los bolsillos de la chaqueta y sacó una bolsa llena de dulces; entregó uno a cada niño y después dejó el resto en manos de la madre. La mujer no supo qué decir ante aquel gesto y simplemente sonrió – Todos hemos dicho cosas… no adecuadas. No le dé más importancia de la que tiene.
- Aún así… - replicó el hombre avergonzado - ¿Se encuentra usted bien? – preguntó segundos después - Cuando… cuando la niña dijo lo que dijo, se le mudó el color y…
- No fue por lo que ella dijo. Fue por… por su nombre… Natalia… - explicó Roberto - el nombre de alguien muy querido para mí… alguien a quien perdí.
- ¿Su hija? – preguntó la madre de los niños.
- Mi mujer. – Roberto cerró los ojos y se recostó de nuevo en el asiento.
#1318
15/04/2013 10:29
SU mujer........................
gracia Roberta
gracia Roberta
#1319
15/04/2013 19:29
- No me estás haciendo el menor caso… - Nieves había estado observando a su marido desde que éste fue a buscarla a casa de Natalia. Durante la cena, Luis había estado distraído, no se había involucrado en la conversación de las mujeres más que cuando ellas le preguntaban algo directamente y en el camino a casa respondió con monosílabos a todos los comentarios de su esposa.
- Perdona, mi amor. Estaba pensando en otra cosa. – se disculpó el hombre levantando la vista del periódico que tenía entre las manos.
- No tienes porqué que jurarlo.
- ¿Qué me decías? – Luis dejó lo que tenía entre manos y fue a sentarse junto a su mujer. Tomó una de sus manos entre las de él y depositó un beso en ella.
- Te decía que Valeria tiene un poco de calentura.
- ¿Por qué no me lo has dicho antes? – Luis se levantó de su asiento, pero su mujer lo retuvo a su lado - Voy a buscar al doctor.
- No es necesario.
- ¿Cómo no va a ser necesario? ¿Nuestra hija está enferma y quieres que me quede tan tranquilo? - Luis había perdido el color de su rostro y miraba a su esposa con incredulidad.
- Si me hubieras hecho el más mínimo caso durante toda la tarde, - le dijo con fingido reproche - te habrías enterado de que está molesta porque le está saliendo su primer diente. No es nada de cuidado.
- ¿Estás segura? ¿De verdad que no tiene nada importante? – Luis seguía preocupado.
- Completamente segura. En realidad, quien me preocupa eres tú.
- ¿Yo? Yo estoy bien. No tengo ningún problema en demostrártelo…si quieres… - Luis se acercó a su esposa y la besó en el cuello, allí donde éste se unía con el hombro.
- Ya sé que no tienes ningún problema en demostrarme tu cariño, pero no es eso. – Nieves acarició el rostro de su esposo – Hay algo que te tiene inquieto y no soy yo… - comentó ante la mirada traviesa de su marido – Llevas varios días en los que hay algo que te ronda la cabeza, desde que Natalia nos contó toda su historia con Roberto.
El escuchar el nombre de Roberto hizo que Luis dejara de hacer carantoñas a su esposa y se echase hacia atrás en el sofá que ambos ocupaban. Una sombra de tristeza y preocupación cruzó por su rostro; Nieves, solícita, se acurrucó entre sus brazos, apoyó su cabeza en el pecho del hombre y permaneció varios segundos sin hablar, esperando que éste se serenara.
- ¿Qué ocurre? Cuéntame.
- Nada, tan solo…
- No me digas que cosas del trabajo porque no voy a creerte. Estoy segura de que algo tiene que ver con Natalia.
- ¿Cómo puedes conocerme tan bien? – preguntó él depositando un beso en la cabeza de su esposa.
- Porque te quiero y me preocupo por ti… Vamos, dime qué te pasa.
- No es directamente por Natalia sino por… por él.
- ¿Él?
- Sí, él. Roberto Pérez. – Luis notó como Nieves se revolvió inquieta entre sus brazos.
- Sabes que a pesar de todo lo que nos ha contado Natalia, a pesar de lo que ella aún siente por él… y seguirá sintiendo toda su vida, Roberto no es santo de mi devoción. Pero aún así…
- Perdona, mi amor. Estaba pensando en otra cosa. – se disculpó el hombre levantando la vista del periódico que tenía entre las manos.
- No tienes porqué que jurarlo.
- ¿Qué me decías? – Luis dejó lo que tenía entre manos y fue a sentarse junto a su mujer. Tomó una de sus manos entre las de él y depositó un beso en ella.
- Te decía que Valeria tiene un poco de calentura.
- ¿Por qué no me lo has dicho antes? – Luis se levantó de su asiento, pero su mujer lo retuvo a su lado - Voy a buscar al doctor.
- No es necesario.
- ¿Cómo no va a ser necesario? ¿Nuestra hija está enferma y quieres que me quede tan tranquilo? - Luis había perdido el color de su rostro y miraba a su esposa con incredulidad.
- Si me hubieras hecho el más mínimo caso durante toda la tarde, - le dijo con fingido reproche - te habrías enterado de que está molesta porque le está saliendo su primer diente. No es nada de cuidado.
- ¿Estás segura? ¿De verdad que no tiene nada importante? – Luis seguía preocupado.
- Completamente segura. En realidad, quien me preocupa eres tú.
- ¿Yo? Yo estoy bien. No tengo ningún problema en demostrártelo…si quieres… - Luis se acercó a su esposa y la besó en el cuello, allí donde éste se unía con el hombro.
- Ya sé que no tienes ningún problema en demostrarme tu cariño, pero no es eso. – Nieves acarició el rostro de su esposo – Hay algo que te tiene inquieto y no soy yo… - comentó ante la mirada traviesa de su marido – Llevas varios días en los que hay algo que te ronda la cabeza, desde que Natalia nos contó toda su historia con Roberto.
El escuchar el nombre de Roberto hizo que Luis dejara de hacer carantoñas a su esposa y se echase hacia atrás en el sofá que ambos ocupaban. Una sombra de tristeza y preocupación cruzó por su rostro; Nieves, solícita, se acurrucó entre sus brazos, apoyó su cabeza en el pecho del hombre y permaneció varios segundos sin hablar, esperando que éste se serenara.
- ¿Qué ocurre? Cuéntame.
- Nada, tan solo…
- No me digas que cosas del trabajo porque no voy a creerte. Estoy segura de que algo tiene que ver con Natalia.
- ¿Cómo puedes conocerme tan bien? – preguntó él depositando un beso en la cabeza de su esposa.
- Porque te quiero y me preocupo por ti… Vamos, dime qué te pasa.
- No es directamente por Natalia sino por… por él.
- ¿Él?
- Sí, él. Roberto Pérez. – Luis notó como Nieves se revolvió inquieta entre sus brazos.
- Sabes que a pesar de todo lo que nos ha contado Natalia, a pesar de lo que ella aún siente por él… y seguirá sintiendo toda su vida, Roberto no es santo de mi devoción. Pero aún así…
#1320
16/04/2013 01:08
Confio plenamente en Roberto, y espero que todo se resuelva, un saludo.