Foro Bandolera
Como no me gusta la historia... voy y la cambio (Natalia y Roberto)
#0
27/04/2011 20:02
Como estoy bastante aburrida de que me tengan a Roberto entre rejas, aunque sean las rejas de cartón piedra del cuartel de Arazana, y de que nadie (excepto San Miguel) intente hacer nada... pues voy y lo saco yo misma.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
_____________________________________________________________________________
Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
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Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
#1201
11/02/2013 07:39
Sí, Luis y Nieves irán a la fiesta de disfraces pero.... no hay NADA de relevante en esa fiesta.
La "fiesta" estará en otra parte esa noche
La "fiesta" estará en otra parte esa noche
#1202
11/02/2013 19:54
A ver qué os parece el fragmento de hoy...
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Capítulo 137
- Esperad un momento. – Natalia salió de la habitación y se asomó por encima de la barandilla de la escalera. Luis y Nieves estaban junto a la puerta de entrada listos para irse.
- ¿Qué sucede? – preguntó Luis alarmado.
- ¿Podéis enviar este telegrama? - la muchacha alargó la mano agitando un papel en ella.
- ¿Ha de ser hoy? – preguntó Nieves.
- Por supuesto, sin problema. – Luis subió los escalones de tres en tres hasta llegar junto a Natalia.
- Luis… - exclamó su esposa – No te vas a librar de asistir a la fiesta por mucho que lo intentes.
- Eso ya lo veremos. – dijo el joven en voz baja al llegar junto a su amiga – No te preocupes, yo mismo me encargo de enviarlo.
- Luis, no tienes porqué enviarlo hoy. – Natalia no quería que Nieves se enfadara porque su marido remolonease más de lo habitual.
- No te preocupes, pequeña, hay tiempo de sobra. ¿Es…?
- Puedes leerlo, no hay problema. Es para Sara, tan solo le digo que acabo de llegar de viaje…
- No le mientas…
- Ya le pediré disculpas la próxima vez que la vea.
- Está bien, hasta mañana. – Luis se agachó y beso a su amiga en la frente.
- Espera… ¿De qué vais disfrazados? No me lo habéis contado… - gritó Natalia desde lo alto de la escalera.
- De rayo de luna... – gritó Nieves entre risas viendo como su esposo corría escaleras abajo para reunirse con ella.
- ¿Y tú, Luis? – Nieves ya se había puesto la chaqueta y estaba saliendo por la puerta.
- Yo soy la cara oculta de la luna… - comentó el joven saliendo por la puerta tras su mujer.
- ¿Qué? – Natalia no sabía qué pensar con respecto a semejante respuesta.
- Totalmente de negro. – Luis asomó la cabeza por la puerta mientras mantenía el cuerpo fuera – Intentando pasar desapercibido y que no me vea nadie… Hasta mañana, preciosa; ya te contaremos.
- Loco… - susurró Natalia antes de volver a su dormitorio.
- Perdóname… Ya sé que debería habértelo dicho antes, pero no estaba segura de que pudieras entenderlo. – Sara tomaba a Miguel de la mano.
- ¿Y me lo dices a un mes escaso de nuestra boda? – el guardia civil se liberó de la mano de su novia y, con un golpe seco, dejó el tricornio sobre el mostrador de la imprenta.
- Yo…
- ¡Por todos los santos, Sara! – el guardia civil estaba furioso – Soy Guardia Civil, ¿cómo voy a explicar a mis superiores que mi esposa es el bandolero del rifle, el cabecilla de la banda de Carranza?
- No lo digas. – pidió ella desesperada – La banda ya no existe, se separó hace mucho tiempo.
- ¿Hace mucho tiempo? – preguntó él con tono sarcástico - ¿Tras la detención de Olmedo tal vez?
- No sé a qué te refieres…
- Por Dios, Sara. ¡No más mentiras! Debí haberlo imaginado… - Miguel se pasaba la mano por la frente, incrédulo, tratando de asimilar lo que Sara le acababa de confesar – no era normal que una señorita de la alta sociedad acabara en un pueblo como Arazana. ¿Quién eres, Sara? Si es que en realidad te llamas así…
- Por favor Miguel… todo es cierto, nunca te mentí.
- ¿Nunca? ¿Y cómo llamas a esto?
- Las circunstancias me obligaron a…
- ¿Qué circunstancias? ¿Qué te puede haber llevado a ser la jefa de una banda de malhechores?
- No los llames así. – gritó la joven – Son hombres maravillosos que se han visto abocados a vivir en el monte como proscritos; la vida les ha llevado por estos derroteros pero si hubiesen tenido una oportunidad… si alguien les hubiera tendido una mano en lugar de colocar pasquines con su cara ofreciendo una recompensa por ellos…
- ¿Qué? ¿Me vas a decir que serían hombres de bien? – se burló Miguel
- Sí.
- ¿Quiénes son los demás miembros de la banda?
- No puedo decírtelo, no voy a delatar a mis compañeros. – Sara tragó saliva y continuó hablando – Tan solo puedo hablar por mí. Miguel, – dijo la joven con voz suplicante – sé que debí decírtelo mucho antes, pero me pudo el miedo, no quería perderte.
- Pues estás muy cerca de hacerlo, créeme, muy cerca.
- Lo sé, Natalia me lo dijo tantas veces... – se lamentó en voz baja. Desde el momento en que Natalia supo de las andanzas de su prima, le aconsejó a ésta disolver la banda y hablar con Miguel para explicarle los pasajes ocultos de su vida, pero nunca encontró el momento adecuado.
- ¿Natalia lo sabía?
- Sí.
- ¿No me digas que ella también?
- No, a ella déjala fuera de esto. Tan solo me vino a visitar y se vio involucrada sin quererlo, me repetía una y mil veces que debía decírtelo, pero no la hice caso, no la hice caso… - Sara caminaba de modo errático por la imprenta, dándose cuenta de que tal vez estuviera perdiendo a Miguel para siempre.
- ¿Y Roberto? – en aquellos momentos, Miguel sospechaba de cualquiera.
- No, Roberto no sabe absolutamente nada de esto, se vio involucrado en la captura de Olmedo porque éste lo tomó como objetivo y porque yo misma le comenté nuestros planes aquella noche en la posada de la Maña, ¿recuerdas?
- Sí, lo recuerdo. – por supuesto que Miguel recordaba aquella noche. Las dos parejas habían cenado juntas, aceptando de aquel modo la relación entre Roberto y Natalia. Tantas cosas habían pasado en aquellos meses que parecía que hubiera transcurrido toda una vida. – Debo irme. – Miguel tomó el tricornio y se dispuso a salir por la puerta.
- No, espera… di que me perdonas… - Sara, llorosa, se asió a su brazo.
- No soy quién para perdonarte; no soy sacerdote para perdonar tus pecados, ni juez para juzgar tus delitos… tan solo soy un guardia civil cuyo cometido es hacer guardar la ley. – el telégrafo comenzó a emitir su característico sonido – No te molesto más, tienes trabajo que hacer… y yo también.
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Capítulo 137
- Esperad un momento. – Natalia salió de la habitación y se asomó por encima de la barandilla de la escalera. Luis y Nieves estaban junto a la puerta de entrada listos para irse.
- ¿Qué sucede? – preguntó Luis alarmado.
- ¿Podéis enviar este telegrama? - la muchacha alargó la mano agitando un papel en ella.
- ¿Ha de ser hoy? – preguntó Nieves.
- Por supuesto, sin problema. – Luis subió los escalones de tres en tres hasta llegar junto a Natalia.
- Luis… - exclamó su esposa – No te vas a librar de asistir a la fiesta por mucho que lo intentes.
- Eso ya lo veremos. – dijo el joven en voz baja al llegar junto a su amiga – No te preocupes, yo mismo me encargo de enviarlo.
- Luis, no tienes porqué enviarlo hoy. – Natalia no quería que Nieves se enfadara porque su marido remolonease más de lo habitual.
- No te preocupes, pequeña, hay tiempo de sobra. ¿Es…?
- Puedes leerlo, no hay problema. Es para Sara, tan solo le digo que acabo de llegar de viaje…
- No le mientas…
- Ya le pediré disculpas la próxima vez que la vea.
- Está bien, hasta mañana. – Luis se agachó y beso a su amiga en la frente.
- Espera… ¿De qué vais disfrazados? No me lo habéis contado… - gritó Natalia desde lo alto de la escalera.
- De rayo de luna... – gritó Nieves entre risas viendo como su esposo corría escaleras abajo para reunirse con ella.
- ¿Y tú, Luis? – Nieves ya se había puesto la chaqueta y estaba saliendo por la puerta.
- Yo soy la cara oculta de la luna… - comentó el joven saliendo por la puerta tras su mujer.
- ¿Qué? – Natalia no sabía qué pensar con respecto a semejante respuesta.
- Totalmente de negro. – Luis asomó la cabeza por la puerta mientras mantenía el cuerpo fuera – Intentando pasar desapercibido y que no me vea nadie… Hasta mañana, preciosa; ya te contaremos.
- Loco… - susurró Natalia antes de volver a su dormitorio.
- Perdóname… Ya sé que debería habértelo dicho antes, pero no estaba segura de que pudieras entenderlo. – Sara tomaba a Miguel de la mano.
- ¿Y me lo dices a un mes escaso de nuestra boda? – el guardia civil se liberó de la mano de su novia y, con un golpe seco, dejó el tricornio sobre el mostrador de la imprenta.
- Yo…
- ¡Por todos los santos, Sara! – el guardia civil estaba furioso – Soy Guardia Civil, ¿cómo voy a explicar a mis superiores que mi esposa es el bandolero del rifle, el cabecilla de la banda de Carranza?
- No lo digas. – pidió ella desesperada – La banda ya no existe, se separó hace mucho tiempo.
- ¿Hace mucho tiempo? – preguntó él con tono sarcástico - ¿Tras la detención de Olmedo tal vez?
- No sé a qué te refieres…
- Por Dios, Sara. ¡No más mentiras! Debí haberlo imaginado… - Miguel se pasaba la mano por la frente, incrédulo, tratando de asimilar lo que Sara le acababa de confesar – no era normal que una señorita de la alta sociedad acabara en un pueblo como Arazana. ¿Quién eres, Sara? Si es que en realidad te llamas así…
- Por favor Miguel… todo es cierto, nunca te mentí.
- ¿Nunca? ¿Y cómo llamas a esto?
- Las circunstancias me obligaron a…
- ¿Qué circunstancias? ¿Qué te puede haber llevado a ser la jefa de una banda de malhechores?
- No los llames así. – gritó la joven – Son hombres maravillosos que se han visto abocados a vivir en el monte como proscritos; la vida les ha llevado por estos derroteros pero si hubiesen tenido una oportunidad… si alguien les hubiera tendido una mano en lugar de colocar pasquines con su cara ofreciendo una recompensa por ellos…
- ¿Qué? ¿Me vas a decir que serían hombres de bien? – se burló Miguel
- Sí.
- ¿Quiénes son los demás miembros de la banda?
- No puedo decírtelo, no voy a delatar a mis compañeros. – Sara tragó saliva y continuó hablando – Tan solo puedo hablar por mí. Miguel, – dijo la joven con voz suplicante – sé que debí decírtelo mucho antes, pero me pudo el miedo, no quería perderte.
- Pues estás muy cerca de hacerlo, créeme, muy cerca.
- Lo sé, Natalia me lo dijo tantas veces... – se lamentó en voz baja. Desde el momento en que Natalia supo de las andanzas de su prima, le aconsejó a ésta disolver la banda y hablar con Miguel para explicarle los pasajes ocultos de su vida, pero nunca encontró el momento adecuado.
- ¿Natalia lo sabía?
- Sí.
- ¿No me digas que ella también?
- No, a ella déjala fuera de esto. Tan solo me vino a visitar y se vio involucrada sin quererlo, me repetía una y mil veces que debía decírtelo, pero no la hice caso, no la hice caso… - Sara caminaba de modo errático por la imprenta, dándose cuenta de que tal vez estuviera perdiendo a Miguel para siempre.
- ¿Y Roberto? – en aquellos momentos, Miguel sospechaba de cualquiera.
- No, Roberto no sabe absolutamente nada de esto, se vio involucrado en la captura de Olmedo porque éste lo tomó como objetivo y porque yo misma le comenté nuestros planes aquella noche en la posada de la Maña, ¿recuerdas?
- Sí, lo recuerdo. – por supuesto que Miguel recordaba aquella noche. Las dos parejas habían cenado juntas, aceptando de aquel modo la relación entre Roberto y Natalia. Tantas cosas habían pasado en aquellos meses que parecía que hubiera transcurrido toda una vida. – Debo irme. – Miguel tomó el tricornio y se dispuso a salir por la puerta.
- No, espera… di que me perdonas… - Sara, llorosa, se asió a su brazo.
- No soy quién para perdonarte; no soy sacerdote para perdonar tus pecados, ni juez para juzgar tus delitos… tan solo soy un guardia civil cuyo cometido es hacer guardar la ley. – el telégrafo comenzó a emitir su característico sonido – No te molesto más, tienes trabajo que hacer… y yo también.
#1203
12/02/2013 02:26
¡Sigue!
#1204
12/02/2013 10:42
gracias Roberta
#1205
12/02/2013 14:22
pero no lloreis..... que mis ataques lionistas son pasajeros....
#1206
12/02/2013 20:36
Miguel dio la espalda a Sara y caminó hasta la puerta del establecimiento. En el umbral de la entrada se detuvo para mirar por última vez a su novia quien, llorosa, caminaba hasta el telégrafo para atender sus obligaciones.
- Buenas tardes, Miguel. –el gobernador y su esposa entraban en el momento preciso en que el joven salía por la puerta - ¡Ah, el amor, que nos hace rondar a nuestra amada a cada instante!
- Buenas tardes. Si me disculpan, tengo algo de prisa. – sin detenerse un solo instante, Miguel dejó a la pareja con la palabra en la boca y cruzó la plaza con destino el cuartel.
- Abel… - la voz de doña Elvira sonó angustiada. Miguel jamás había sido descortés ni con ella ni con ninguna otra persona del pueblo, algo debía haber ocurrido. Sus sospechas se confirmaron al encontrar a Sara anotando el mensaje telegráfico mientras sollozaba desconsoladamente.
- Sara, hija mía, ¿qué es lo que ha ocurrido? – el hombre se acercó a su hija y la tomó en sus brazos - ¿Malas noticias? – dijo señalando el telegrama que la joven acababa de terminar de escribir.
- No, todo lo contrario, es de Natalia.
- ¿Qué te ha hecho Miguel? – preguntó Elvira. Abel se giró, no entendía porque su esposa hablaba del joven prometido de su hija.
- Nada, no me ha hecho nada, ¡es tan bueno, tan generoso! – Sara escondió la cara en el hombro de su padre y comenzó a llorar – Soy yo quien le ha hecho daño, un daño irreparable… Después de esto no va a querer casarse conmigo y con toda la razón…
- Hija, las cosas poco a poco. ¿Cómo no va a querer casarse contigo? – don Abel sacó un pañuelo de su bolsillo y se lo tendió a la llorosa jovencita para que secara sus lágrimas. – Miguel vive por y para ser tu esposo.
- Ya no… siente que lo he traicionado… y tiene razón. – consiguió decir entre hipidos y sollozos.
- Siéntate y dime lo que te preocupa. – Sara negó con la cabeza - ¿Por qué? ¿Tan terrible es? – preguntó el hombre en broma.
- Tengo miedo de que si te lo digo tú también me odies. – Sara miró a su padre a los ojos, había verdadero miedo en ellos; no miedo a un castigo si no miedo al rechazo de las personas que amaba.
- Yo nunca te podré odiar… pase lo que pase, me digas lo que me digas… Eres mi hija. – Elvira se apartó unos metros y tomó asiento. Sentía verdadero cariño por Sara, no la veía como a una hija, pero sí como a una buena amiga en la que podía confiar.
- También soy el bandolero del rifle.
De la impresión, Elvira dejó caer su bolsito al suelo y se cubrió la cara con las manos, ¿cómo podía ser que Sara fuera una bandolera? Abel permaneció inmóvil, sin pronunciar una sola palabra en lo que parecieron horas, pero al final se pronunció:
- Algo me temía. – Sara abrió los ojos desmesuradamente ante las palabras del gobernador – No que fueras el bandolero del rifle en persona…, pero sí que estuvieras involucrada de algún modo con ellos. No era natural la vehemencia con la que hablabas contra Olmedo y el que estuvieras tan dispuesta a participar en su captura. Se lo has dicho a Miguel, ¿verdad?
- Sí…, no quería llegar al altar ocultándole nada y hoy mismo se lo he dicho. Él es tan serio, tan íntegro, - Sara se alejó de su padre, necesitaba caminar, cuando caminaba pensaba mejor – precisamente por eso no podía seguir ocultándole mi pasado.
- No te preocupes. Tan solo está asustado, volverá en cuanto sopese todo lo que ha ocurrido. – Elvira estaba segura del amor de Miguel por su hijastra.
- Me ha pedido que le dé los nombres del resto de miembros de la banda… y me he negado. ¡Oh, papá! No debería estar diciéndote esto, – Sara volvió a dejarse abrazar por su progenitor – eres el gobernador… eres la máxima autoridad legal en estas tierras. ¡Deberías detenerme!
- Tan solo una pregunta. – dijo el hombre separándose de su hija y mirándola a los ojos - ¿La banda de Carranza participó en la captura del capitán Olmedo? – Sara miró a su padre directamente a los ojos y asintió ligeramente – Anda, sécate esas lágrimas y cuéntame qué te dice tu prima.
Sara tomó el pedazo de papel en donde había anotado el texto del telegrama con una mano mientras que con la otra se sonaba la nariz, tratando de componer su apariencia. En silencio releyó las pocas líneas que había escrito y levantó la cabeza antes de volver la leerlas, esta vez en voz alta.
- Querida Sara, acabo de volver de un largo viaje, todo bien, lamento no haber recibido a los Montoro. Sigue carta. Un abrazo. Natalia.
- Parece que está bien. – comentó don Abel pasando el brazo a su hija por los hombros.
- No, no parece escrito por ella. No por la Natalia que yo conozco… Creo que algo le ocurre. - Sara leía el telegrama una y otra vez, buscando una explicación a tan escueto mensaje. Natalia solía escribir largas y divertidas cartas, contando anécdotas para animarlas; incluso cuando más triste estaba por su ruptura con Roberto, se acordó de contarle que su amigo Luis iba a ser padre.
- Tan solo has de esperar unos días para comprobarlo… - comentó sabiamente Elvira – Por la carta que dices que envía podrás descubrir si tus sospechas son ciertas.
- Buenas tardes, Miguel. –el gobernador y su esposa entraban en el momento preciso en que el joven salía por la puerta - ¡Ah, el amor, que nos hace rondar a nuestra amada a cada instante!
- Buenas tardes. Si me disculpan, tengo algo de prisa. – sin detenerse un solo instante, Miguel dejó a la pareja con la palabra en la boca y cruzó la plaza con destino el cuartel.
- Abel… - la voz de doña Elvira sonó angustiada. Miguel jamás había sido descortés ni con ella ni con ninguna otra persona del pueblo, algo debía haber ocurrido. Sus sospechas se confirmaron al encontrar a Sara anotando el mensaje telegráfico mientras sollozaba desconsoladamente.
- Sara, hija mía, ¿qué es lo que ha ocurrido? – el hombre se acercó a su hija y la tomó en sus brazos - ¿Malas noticias? – dijo señalando el telegrama que la joven acababa de terminar de escribir.
- No, todo lo contrario, es de Natalia.
- ¿Qué te ha hecho Miguel? – preguntó Elvira. Abel se giró, no entendía porque su esposa hablaba del joven prometido de su hija.
- Nada, no me ha hecho nada, ¡es tan bueno, tan generoso! – Sara escondió la cara en el hombro de su padre y comenzó a llorar – Soy yo quien le ha hecho daño, un daño irreparable… Después de esto no va a querer casarse conmigo y con toda la razón…
- Hija, las cosas poco a poco. ¿Cómo no va a querer casarse contigo? – don Abel sacó un pañuelo de su bolsillo y se lo tendió a la llorosa jovencita para que secara sus lágrimas. – Miguel vive por y para ser tu esposo.
- Ya no… siente que lo he traicionado… y tiene razón. – consiguió decir entre hipidos y sollozos.
- Siéntate y dime lo que te preocupa. – Sara negó con la cabeza - ¿Por qué? ¿Tan terrible es? – preguntó el hombre en broma.
- Tengo miedo de que si te lo digo tú también me odies. – Sara miró a su padre a los ojos, había verdadero miedo en ellos; no miedo a un castigo si no miedo al rechazo de las personas que amaba.
- Yo nunca te podré odiar… pase lo que pase, me digas lo que me digas… Eres mi hija. – Elvira se apartó unos metros y tomó asiento. Sentía verdadero cariño por Sara, no la veía como a una hija, pero sí como a una buena amiga en la que podía confiar.
- También soy el bandolero del rifle.
De la impresión, Elvira dejó caer su bolsito al suelo y se cubrió la cara con las manos, ¿cómo podía ser que Sara fuera una bandolera? Abel permaneció inmóvil, sin pronunciar una sola palabra en lo que parecieron horas, pero al final se pronunció:
- Algo me temía. – Sara abrió los ojos desmesuradamente ante las palabras del gobernador – No que fueras el bandolero del rifle en persona…, pero sí que estuvieras involucrada de algún modo con ellos. No era natural la vehemencia con la que hablabas contra Olmedo y el que estuvieras tan dispuesta a participar en su captura. Se lo has dicho a Miguel, ¿verdad?
- Sí…, no quería llegar al altar ocultándole nada y hoy mismo se lo he dicho. Él es tan serio, tan íntegro, - Sara se alejó de su padre, necesitaba caminar, cuando caminaba pensaba mejor – precisamente por eso no podía seguir ocultándole mi pasado.
- No te preocupes. Tan solo está asustado, volverá en cuanto sopese todo lo que ha ocurrido. – Elvira estaba segura del amor de Miguel por su hijastra.
- Me ha pedido que le dé los nombres del resto de miembros de la banda… y me he negado. ¡Oh, papá! No debería estar diciéndote esto, – Sara volvió a dejarse abrazar por su progenitor – eres el gobernador… eres la máxima autoridad legal en estas tierras. ¡Deberías detenerme!
- Tan solo una pregunta. – dijo el hombre separándose de su hija y mirándola a los ojos - ¿La banda de Carranza participó en la captura del capitán Olmedo? – Sara miró a su padre directamente a los ojos y asintió ligeramente – Anda, sécate esas lágrimas y cuéntame qué te dice tu prima.
Sara tomó el pedazo de papel en donde había anotado el texto del telegrama con una mano mientras que con la otra se sonaba la nariz, tratando de componer su apariencia. En silencio releyó las pocas líneas que había escrito y levantó la cabeza antes de volver la leerlas, esta vez en voz alta.
- Querida Sara, acabo de volver de un largo viaje, todo bien, lamento no haber recibido a los Montoro. Sigue carta. Un abrazo. Natalia.
- Parece que está bien. – comentó don Abel pasando el brazo a su hija por los hombros.
- No, no parece escrito por ella. No por la Natalia que yo conozco… Creo que algo le ocurre. - Sara leía el telegrama una y otra vez, buscando una explicación a tan escueto mensaje. Natalia solía escribir largas y divertidas cartas, contando anécdotas para animarlas; incluso cuando más triste estaba por su ruptura con Roberto, se acordó de contarle que su amigo Luis iba a ser padre.
- Tan solo has de esperar unos días para comprobarlo… - comentó sabiamente Elvira – Por la carta que dices que envía podrás descubrir si tus sospechas son ciertas.
#1207
13/02/2013 10:55
Roberta si es de emocion y nostalgia
por las cosas bien hechas
por lo que pudo haber sido ..............y no fue
me alegro que sara que esta plena confesion de yo fui el bandolero del rifle a las personas que quiere
que bonita escena con su padre
se de cuenta de que natalia.........no es ella
que le pasa algo[Oo]
Gracias Roberta
por las cosas bien hechas
por lo que pudo haber sido ..............y no fue
me alegro que sara que esta plena confesion de yo fui el bandolero del rifle a las personas que quiere
que bonita escena con su padre
se de cuenta de que natalia.........no es ella
que le pasa algo[Oo]
Gracias Roberta
#1208
13/02/2013 14:36
Gracias por los comentarios, vuestros ánimos me sirven de mucho
#1209
14/02/2013 20:18
- Buenas tardes, Miguel. – Garay levantó la cabeza de los informes que estaba rellenando cuando oyó que alguien entraba en el cuartel.
- Buenas tardes. – el guardia civil dejó el fusil y el tricornio sobre su mesa, sin mirar sobre qué los dejaba.
- ¿De dónde vienes?
- De… de la imprenta. – Miguel dudaba si hablar con su compañero sobre lo que Sara acababa de decirle. No quería traicionar a su prometida, pero su deber como defensor de la ley le obligaba a poner en conocimiento de su compañero lo que le había sido confesado.
- Ya entiendo tu mala cara entonces… - comentó su compañero haciendo un gesto con la mano – Seguro que no os ponéis de acuerdo en cuanto a los detalles de la boda. Si me aceptas un consejo… dí que sí a todo. Al final, Sara se va a llevar el gato al agua y lo único que vas a conseguir oponiéndote es llevarte un mal rato. Las mujeres siempre se salen con la suya…
- ¿Lo dices por experiencia? – Miguel pensó que si Garay supiera lo que realmente le preocupaba, no estaría dándole aquellos consejos.
- Pues sí. – admitió Gabriel – Cualquiera le niega nada a Julieta, ni siquiera armado con el fusil me enfrentaría a ella cuando se empecina en algo.
- Pero hay cosas que no pueden ser obviadas…
- Dime, la razón por la que habéis discutido… ¿es una tontería o es algo más serio? – Gabriel era muy discreto y no quería indagar en las razones personales de Miguel, pero quería tratar de ayudarle de algún modo.
- Es serio… muy serio.
- ¿Tanto como para pelearos a escasas semanas de vuestra boda? – como única respuesta Miguel asintió con la cabeza – Pues sí que es seria la cosa…
- Como para anularla. – terminó admitiendo el joven.
- Entonces creo que los consejos que pueda darte no van a servir de nada. Has de pensarlo muy bien porque, tanto una boda como una ruptura en este punto, pueden ser definitivas… - Miguel escuchaba con atención a su compañero – Has de sopesar si las razones para esta discusión son más fuertes que tu amor por Sara y obrar en consecuencia.
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Lo siento... hoy no he tenido tiempo de más
- Buenas tardes. – el guardia civil dejó el fusil y el tricornio sobre su mesa, sin mirar sobre qué los dejaba.
- ¿De dónde vienes?
- De… de la imprenta. – Miguel dudaba si hablar con su compañero sobre lo que Sara acababa de decirle. No quería traicionar a su prometida, pero su deber como defensor de la ley le obligaba a poner en conocimiento de su compañero lo que le había sido confesado.
- Ya entiendo tu mala cara entonces… - comentó su compañero haciendo un gesto con la mano – Seguro que no os ponéis de acuerdo en cuanto a los detalles de la boda. Si me aceptas un consejo… dí que sí a todo. Al final, Sara se va a llevar el gato al agua y lo único que vas a conseguir oponiéndote es llevarte un mal rato. Las mujeres siempre se salen con la suya…
- ¿Lo dices por experiencia? – Miguel pensó que si Garay supiera lo que realmente le preocupaba, no estaría dándole aquellos consejos.
- Pues sí. – admitió Gabriel – Cualquiera le niega nada a Julieta, ni siquiera armado con el fusil me enfrentaría a ella cuando se empecina en algo.
- Pero hay cosas que no pueden ser obviadas…
- Dime, la razón por la que habéis discutido… ¿es una tontería o es algo más serio? – Gabriel era muy discreto y no quería indagar en las razones personales de Miguel, pero quería tratar de ayudarle de algún modo.
- Es serio… muy serio.
- ¿Tanto como para pelearos a escasas semanas de vuestra boda? – como única respuesta Miguel asintió con la cabeza – Pues sí que es seria la cosa…
- Como para anularla. – terminó admitiendo el joven.
- Entonces creo que los consejos que pueda darte no van a servir de nada. Has de pensarlo muy bien porque, tanto una boda como una ruptura en este punto, pueden ser definitivas… - Miguel escuchaba con atención a su compañero – Has de sopesar si las razones para esta discusión son más fuertes que tu amor por Sara y obrar en consecuencia.
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Lo siento... hoy no he tenido tiempo de más
#1210
15/02/2013 11:00
Gracias Roberta por el esfuezo
cualquiera le lleva la contra a julieta
cualquiera le lleva la contra a julieta
#1211
15/02/2013 23:37
Tanta tristeza... tanta angustia...
¡Vamos a reirnos un poquito!
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- Este chico cada día está más tonto. – el sargento Morales entró en el cuartel llevando el fusil en una mano y dos conejos en la otra.
- Morales, ¿se puede saber qué hace con esos conejos? – había días en los que Miguel se preguntaba cómo Morales podía haber llegado a sargento.
- Hace buen día para salir a cazar. – comentó Garay sonriendo.
- ¡Por Dios, mi teniente! ¿Cómo puede usted pensar que haya estado cazando? – el sargento estaba indignado ante la broma de su superior.
- ¿Por qué viene con el fusil y dos conejos en las manos? – Garay señalaba con la pluma los dos animales.
- Es todo cosa de esa calamidad de Rafaelín… ¿Pues no me viene y me suelta los dos conejos diciendo que mi Paca se los había encargado? – Morales hablaba y gesticulaba sin soltar los conejos mientras los dos tenientes observaban la escena: Garay divertido y Romero incrédulo, jamás se acostumbraría a las locuras de su amigo.
- ¿Y va a venir su esposa a recogerlos? – Garay a duras penas podía aguantar a risa.
- Pues no lo sé… - Morales se quedó pensativo – Porque si le encargó los conejos a Rafaelín y él me los ha dado a mí… supongo que mi Paca esperará que se los lleve Rafaelín. ¿Pero cómo se los va a llevar el muchacho si los tengo yo?
- Una terrible incertidumbre… - Garay se levantó de su escritorio y se encaminó a los calabozos, ya no podía aguantar la risa ni un instante más.
- Bueno… luego se los llevo, cuando acabe mi turno.
Morales dejó el fusil colocado en el armero pero se vio con la duda de donde dejar los animales muertos. Miró a su alrededor, pero el cuartel, junto a los escritorios de sus superiores, no era el sitio más adecuado; pensó que podría colgarlos en uno de los calabozos, pero el detenido que ocupaba una de las celdas puso mala cara al ver que el guardia civil entraba y trataba de colgar los animales en la celda de al lado. Garay contempló los movimientos del sargento y lo siguió cuando volvió sobre sus pasos, al llegar a la puerta, se quedó observando apoyado en el marco de ésta.
- ¿Qué hace ahora, Morales? – preguntó Miguel al ver que su subordinado volvía a coger el fusil.
- Sabe teniente… creo que voy a hacer una escapadita hasta casa para llevarle los conejos a mi Paca. – Morales se ponía el tricornio mientras hablaba – No se qué hacer con ellos aquí en el cuartel y tal vez ella los quiera para la cena… y si los quiere poner para cenar esta noche, antes tiene que cocinarlos y antes de eso desollarlos y limpiarlos… Saben, - Morales se giró para hablar también con el teniente Garay – mi Paca cocina los conejos muy bien, ¿quieren venir a cenar? Aquí hay suficiente para todos… - el sargento levantó los conejos para mostrarlos a sus superiores.
- Ande, Morales. Vaya de una vez a su casa y llévese esos animales, por favor.
- Sí, mi teniente. A sus órdenes. – Morales intentó saludar marcialmente pero se abstuvo de hacerlo al casi darse con los conejos en la cara.
- Saento… Saento…. No si misconda mi saento. – Rafaelín entró en el cuartel buscando a Morales – Buenas tades, tenientes… - Rafaelín saludó marcialmente a los tenientes, con mucho más estilo que muchos reclutas.
- Buenas tardes, Rafaelín. ¿Qué te trae por aquí? – preguntó Garay.
- Ejtaba yo buzcando al saento Morales… y ya lo he encontrao…
- Aquí estoy muchacho, ¿qué pasa? – preguntó el aludido.
- ¿Quí paza? ¿Quí paza? – preguntó haciendo aspavientos - Paza qui s’a cogío loz conejico pero no me ha dao loz cuartico…
- Morales, ¿no me diga que no le ha pagado a Rafaelín? ¿Sabe que eso es un delito? – Garay estaba pasando un rato verdaderamente divertido.
- ¿Dilito? ¡Saento e uté un dilitoso! – acusó el muchacho.
- Delincuente, Rafaelín, se dice delincuente. – le corrigió Garay.
- Mucha graziaz, siño teniente. ¡Saento, e uté un dilincuete!
- ¿Pero qué dices, muchacho? – trataba de defenderse el guardia civil – Si me has dejado los conejos y has salido corriendo tras tu Mantecao…
- E que hoy mi Mantecao sa levantao un poquito revueto de la tripa, ¿zabe uté, tiniente? – le explicó el muchacho a Garay - Y no e cuetión de dejá un regalito en la plaza, ya m’intiende… - Rafaelín se tapó la nariz con los dedos simulando mal olor.
- Te entiendo Rafaelín, te entiendo. ¿Y ya está mejor tu Mantecao? – Garay seguía la corriente al muchacho.
- Zi, ya tá mucho mejó, e uté mu amable po preguntá… Peo e saento no má pagau lo conejico…
- Pero si no me has dado tiempo de nada… - se defendió Morales.
- De ná, de ná… de vení a cuartelillo si ha tinio tiempo…
- ¿Cuánto te debo, Rafaelín? – preguntó finalmente el sargento.
- Po… po… - Rafaelín se quedó pensativo – Po lo que tenga a voluntá dame… Peo que no sea una voluntá mu racanosa, ¿eh, saento?
- Anda, toma y vete con viento fresco. – Morales sacó unas monedas del bolsillo y se las entregó al muchacho quien se dispuso a salir del cuartel.
- Monedica… monedica… con eto me via comprá… Ya zé, una capa como la del saento para cuando llueva mucho muchisísimo.
- Rafaelín, en Arazana hace meses que no cae una sola gota de lluvia. – le dijo Miguel.
- Po ezo, po ezo… poque cuando caiga va a caé tó lo atrasao y no vamo a sabé onde meterno… Pero primero voy a vé al dotó Marciá, para vé zi me prepara un jarabe pa la tripa de mi burrito, que ze tira uno cuejco….
- Sí, y yo me voy a ver si le llevo de una vez los conejos a mi Paca, que ya me va a decir.... – Morales salió tras Rafaelín del cuartel.
- Menuda pareja…
- Sí, – asintió Garay – con esos dos en el pueblo no hay quien se aburra. ¿Te has dado cuenta, Miguel? Sea como sea, al final es la mujer la que siempre se lleva el gato al agua; o en este caso, el conejo a la cazuela.
¡Vamos a reirnos un poquito!
_____________________________________________________________________
- Este chico cada día está más tonto. – el sargento Morales entró en el cuartel llevando el fusil en una mano y dos conejos en la otra.
- Morales, ¿se puede saber qué hace con esos conejos? – había días en los que Miguel se preguntaba cómo Morales podía haber llegado a sargento.
- Hace buen día para salir a cazar. – comentó Garay sonriendo.
- ¡Por Dios, mi teniente! ¿Cómo puede usted pensar que haya estado cazando? – el sargento estaba indignado ante la broma de su superior.
- ¿Por qué viene con el fusil y dos conejos en las manos? – Garay señalaba con la pluma los dos animales.
- Es todo cosa de esa calamidad de Rafaelín… ¿Pues no me viene y me suelta los dos conejos diciendo que mi Paca se los había encargado? – Morales hablaba y gesticulaba sin soltar los conejos mientras los dos tenientes observaban la escena: Garay divertido y Romero incrédulo, jamás se acostumbraría a las locuras de su amigo.
- ¿Y va a venir su esposa a recogerlos? – Garay a duras penas podía aguantar a risa.
- Pues no lo sé… - Morales se quedó pensativo – Porque si le encargó los conejos a Rafaelín y él me los ha dado a mí… supongo que mi Paca esperará que se los lleve Rafaelín. ¿Pero cómo se los va a llevar el muchacho si los tengo yo?
- Una terrible incertidumbre… - Garay se levantó de su escritorio y se encaminó a los calabozos, ya no podía aguantar la risa ni un instante más.
- Bueno… luego se los llevo, cuando acabe mi turno.
Morales dejó el fusil colocado en el armero pero se vio con la duda de donde dejar los animales muertos. Miró a su alrededor, pero el cuartel, junto a los escritorios de sus superiores, no era el sitio más adecuado; pensó que podría colgarlos en uno de los calabozos, pero el detenido que ocupaba una de las celdas puso mala cara al ver que el guardia civil entraba y trataba de colgar los animales en la celda de al lado. Garay contempló los movimientos del sargento y lo siguió cuando volvió sobre sus pasos, al llegar a la puerta, se quedó observando apoyado en el marco de ésta.
- ¿Qué hace ahora, Morales? – preguntó Miguel al ver que su subordinado volvía a coger el fusil.
- Sabe teniente… creo que voy a hacer una escapadita hasta casa para llevarle los conejos a mi Paca. – Morales se ponía el tricornio mientras hablaba – No se qué hacer con ellos aquí en el cuartel y tal vez ella los quiera para la cena… y si los quiere poner para cenar esta noche, antes tiene que cocinarlos y antes de eso desollarlos y limpiarlos… Saben, - Morales se giró para hablar también con el teniente Garay – mi Paca cocina los conejos muy bien, ¿quieren venir a cenar? Aquí hay suficiente para todos… - el sargento levantó los conejos para mostrarlos a sus superiores.
- Ande, Morales. Vaya de una vez a su casa y llévese esos animales, por favor.
- Sí, mi teniente. A sus órdenes. – Morales intentó saludar marcialmente pero se abstuvo de hacerlo al casi darse con los conejos en la cara.
- Saento… Saento…. No si misconda mi saento. – Rafaelín entró en el cuartel buscando a Morales – Buenas tades, tenientes… - Rafaelín saludó marcialmente a los tenientes, con mucho más estilo que muchos reclutas.
- Buenas tardes, Rafaelín. ¿Qué te trae por aquí? – preguntó Garay.
- Ejtaba yo buzcando al saento Morales… y ya lo he encontrao…
- Aquí estoy muchacho, ¿qué pasa? – preguntó el aludido.
- ¿Quí paza? ¿Quí paza? – preguntó haciendo aspavientos - Paza qui s’a cogío loz conejico pero no me ha dao loz cuartico…
- Morales, ¿no me diga que no le ha pagado a Rafaelín? ¿Sabe que eso es un delito? – Garay estaba pasando un rato verdaderamente divertido.
- ¿Dilito? ¡Saento e uté un dilitoso! – acusó el muchacho.
- Delincuente, Rafaelín, se dice delincuente. – le corrigió Garay.
- Mucha graziaz, siño teniente. ¡Saento, e uté un dilincuete!
- ¿Pero qué dices, muchacho? – trataba de defenderse el guardia civil – Si me has dejado los conejos y has salido corriendo tras tu Mantecao…
- E que hoy mi Mantecao sa levantao un poquito revueto de la tripa, ¿zabe uté, tiniente? – le explicó el muchacho a Garay - Y no e cuetión de dejá un regalito en la plaza, ya m’intiende… - Rafaelín se tapó la nariz con los dedos simulando mal olor.
- Te entiendo Rafaelín, te entiendo. ¿Y ya está mejor tu Mantecao? – Garay seguía la corriente al muchacho.
- Zi, ya tá mucho mejó, e uté mu amable po preguntá… Peo e saento no má pagau lo conejico…
- Pero si no me has dado tiempo de nada… - se defendió Morales.
- De ná, de ná… de vení a cuartelillo si ha tinio tiempo…
- ¿Cuánto te debo, Rafaelín? – preguntó finalmente el sargento.
- Po… po… - Rafaelín se quedó pensativo – Po lo que tenga a voluntá dame… Peo que no sea una voluntá mu racanosa, ¿eh, saento?
- Anda, toma y vete con viento fresco. – Morales sacó unas monedas del bolsillo y se las entregó al muchacho quien se dispuso a salir del cuartel.
- Monedica… monedica… con eto me via comprá… Ya zé, una capa como la del saento para cuando llueva mucho muchisísimo.
- Rafaelín, en Arazana hace meses que no cae una sola gota de lluvia. – le dijo Miguel.
- Po ezo, po ezo… poque cuando caiga va a caé tó lo atrasao y no vamo a sabé onde meterno… Pero primero voy a vé al dotó Marciá, para vé zi me prepara un jarabe pa la tripa de mi burrito, que ze tira uno cuejco….
- Sí, y yo me voy a ver si le llevo de una vez los conejos a mi Paca, que ya me va a decir.... – Morales salió tras Rafaelín del cuartel.
- Menuda pareja…
- Sí, – asintió Garay – con esos dos en el pueblo no hay quien se aburra. ¿Te has dado cuenta, Miguel? Sea como sea, al final es la mujer la que siempre se lleva el gato al agua; o en este caso, el conejo a la cazuela.
#1212
16/02/2013 23:36
Capítulo 138
Había estado incómoda todo el día pero no había dicho nada a nadie para no molestar, para no preocupar a sus amigos; bastante hacían con estar pendientes de ella todos los días y a todas horas, atentos a cualquier necesidad o capricho que tuviera. Además, aquella noche era la fiesta de disfraces y Natalia no quería que la pareja se la perdiera; Luis y Nieves necesitaban tener tiempo para ellos mismos ya que con el nacimiento de Valeria y su accidente, la pareja había pasado a un segundo plano. Aquella noche Valeria se había quedado al cuidado de su abuela materna y Natalia había decidido aprovechar la soledad nocturna para leer un poco. De cualquier modo, tan solo necesitaba a una persona a su lado y a él no lo podía tener. Él no quería saber nada de ella, - se decía la joven - , se lo había dejado bien claro aquel día junto al río; para él, ella tan solo había sido un pasatiempo, no la había tomado en serio en ningún momento. Fue divertido jugar con una señoritinga remilgada, como ya la había llamado en alguna ocasión, hacer que se enamorara perdidamente de él y después abandonarla de la peor manera posible.
Roberto se revolvía en su cama sin poder dormir, algo indefinido le inquietaba y hacía que el sueño le rehuyera. Colocó los brazos bajo la cabeza y miró al techo, pensando en lo que se había convertido su vida. Sus compañeros del partido estaban muy contentos con su trabajo, lo halagaban y hablaban de él a sindicalistas y políticos de otras regiones, su nombre empezaba a sonar en las altas esferas del partido, pero nada de aquello le importaba. Su madre, su hermano, su abuelo, y en general todos en el pueblo, estaban muy orgullosos de él, orgullosos de que un joven de Arazana, un joven que había trabajado y se había esforzado por salir adelante, fuese una persona tan importante, pero a él todo le era indiferente. No le importaba que la gente lo admirase o que escuchase sus palabras con atención; no, si no podía compartirlo con ella, con Natalia.
Llevaba Natalia varias horas tratando de distraerse con una novela cuando sintió un pinchazo que la paralizó durante un instante, aquello iba a ser más duro de lo que había imaginado; la noche y el sufrimiento acababan de comenzar. Tomó aliento, dejó el libro sobre la mesilla de noche y se dispuso a esperar; había leído mucho durante aquellos meses, había hecho cientos de preguntas a Nieves y otras tantas al doctor que la visitaba semanalmente, pero aún así no se sentía preparada. Tenía una sensación extraña, no era miedo ante lo que estaba ocurriendo, era frío y vacío; un frío y un vacío que emanaban de ella, de su interior; un frío y un vacío que tan solo él podría mitigar, un frío y un vacío que, a pesar de todo lo ocurrido, sabía que tan solo él podría ahuyentar con sus besos y sus caricias. Era mejor que lo tuviera todo listo cuanto antes, no sabía cuánto tiempo podía durar aquello, por eso era mejor no dejar nada a la improvisación.
La silla había quedado abandonada en una esquina de la habitación, ya no volvería a hacer uso de ella. Natalia se levantó de la cama, lentamente avanzó por el dormitorio y se acercó al vestidor; de allí tomó un montón de toallas y un camisón limpio, se lo colocó todo bajo el brazo y caminó de nuevo hasta la cama, donde lo depositó con cuidado. Hizo el mismo recorrido una segunda vez y tomó en aquella ocasión varias sábanas que, al igual que las toallas, había tomado del cuarto de la ropa blanca y había escondido en su armario; estaba segura de que Mariana y las doncellas las habían echado en falta, pero en ningún momento le habían preguntado por ellas. En su tercer viaje, se acercó al costurero que descansaba en una mesita cerca de la puerta-ventana, pero antes de llegar a su objetivo sintió un nuevo pinchazo que la obligó a encogerse mientras sentía cómo algo corría por sus piernas. Cuando el dolor cedió, retrocedió volviendo hasta la cama, tomó una de las toallas y la tiró al suelo para que empapase el líquido que acababa de salir de sus entrañas. Reanudó su interrumpido camino hacia el costurero y tomó de su interior un ovillo de cordel y unas tijeras, con el botín en la mano volvió a la cama pensando en si había olvidado algo. Se metió de nuevo entre las sábanas dando gracias por no haber roto aguas en la cama, hubiera sido muy incómodo que se desarrollase todo el parto en una cama empapada. Acomodó las sábanas y las toallas a su alrededor de modo que pudiera tenerlas a su alcance en el momento preciso y, tras cortar unos pedazos del tamaño adecuado, dejó las tijeras y el cordel sobre la mesilla. Intentó relajarse, descansar, iba a ser una difícil y larga noche, necesitaba guardar sus fuerzas al máximo, por lo que acomodó las almohadas y se recostó en ellas. La siguiente contracción la paralizó de nuevo, aún eran muy espaciadas en el tiempo, pero cada vez el dolor era mayor, aquella casi la hizo gritar; tomó una de las toallas más pequeñas, la dobló cuidadosamente y la dejó a su lado esperando la siguiente contracción, morder la toalla le ayudaría a superarla.
Había estado incómoda todo el día pero no había dicho nada a nadie para no molestar, para no preocupar a sus amigos; bastante hacían con estar pendientes de ella todos los días y a todas horas, atentos a cualquier necesidad o capricho que tuviera. Además, aquella noche era la fiesta de disfraces y Natalia no quería que la pareja se la perdiera; Luis y Nieves necesitaban tener tiempo para ellos mismos ya que con el nacimiento de Valeria y su accidente, la pareja había pasado a un segundo plano. Aquella noche Valeria se había quedado al cuidado de su abuela materna y Natalia había decidido aprovechar la soledad nocturna para leer un poco. De cualquier modo, tan solo necesitaba a una persona a su lado y a él no lo podía tener. Él no quería saber nada de ella, - se decía la joven - , se lo había dejado bien claro aquel día junto al río; para él, ella tan solo había sido un pasatiempo, no la había tomado en serio en ningún momento. Fue divertido jugar con una señoritinga remilgada, como ya la había llamado en alguna ocasión, hacer que se enamorara perdidamente de él y después abandonarla de la peor manera posible.
Roberto se revolvía en su cama sin poder dormir, algo indefinido le inquietaba y hacía que el sueño le rehuyera. Colocó los brazos bajo la cabeza y miró al techo, pensando en lo que se había convertido su vida. Sus compañeros del partido estaban muy contentos con su trabajo, lo halagaban y hablaban de él a sindicalistas y políticos de otras regiones, su nombre empezaba a sonar en las altas esferas del partido, pero nada de aquello le importaba. Su madre, su hermano, su abuelo, y en general todos en el pueblo, estaban muy orgullosos de él, orgullosos de que un joven de Arazana, un joven que había trabajado y se había esforzado por salir adelante, fuese una persona tan importante, pero a él todo le era indiferente. No le importaba que la gente lo admirase o que escuchase sus palabras con atención; no, si no podía compartirlo con ella, con Natalia.
Llevaba Natalia varias horas tratando de distraerse con una novela cuando sintió un pinchazo que la paralizó durante un instante, aquello iba a ser más duro de lo que había imaginado; la noche y el sufrimiento acababan de comenzar. Tomó aliento, dejó el libro sobre la mesilla de noche y se dispuso a esperar; había leído mucho durante aquellos meses, había hecho cientos de preguntas a Nieves y otras tantas al doctor que la visitaba semanalmente, pero aún así no se sentía preparada. Tenía una sensación extraña, no era miedo ante lo que estaba ocurriendo, era frío y vacío; un frío y un vacío que emanaban de ella, de su interior; un frío y un vacío que tan solo él podría mitigar, un frío y un vacío que, a pesar de todo lo ocurrido, sabía que tan solo él podría ahuyentar con sus besos y sus caricias. Era mejor que lo tuviera todo listo cuanto antes, no sabía cuánto tiempo podía durar aquello, por eso era mejor no dejar nada a la improvisación.
La silla había quedado abandonada en una esquina de la habitación, ya no volvería a hacer uso de ella. Natalia se levantó de la cama, lentamente avanzó por el dormitorio y se acercó al vestidor; de allí tomó un montón de toallas y un camisón limpio, se lo colocó todo bajo el brazo y caminó de nuevo hasta la cama, donde lo depositó con cuidado. Hizo el mismo recorrido una segunda vez y tomó en aquella ocasión varias sábanas que, al igual que las toallas, había tomado del cuarto de la ropa blanca y había escondido en su armario; estaba segura de que Mariana y las doncellas las habían echado en falta, pero en ningún momento le habían preguntado por ellas. En su tercer viaje, se acercó al costurero que descansaba en una mesita cerca de la puerta-ventana, pero antes de llegar a su objetivo sintió un nuevo pinchazo que la obligó a encogerse mientras sentía cómo algo corría por sus piernas. Cuando el dolor cedió, retrocedió volviendo hasta la cama, tomó una de las toallas y la tiró al suelo para que empapase el líquido que acababa de salir de sus entrañas. Reanudó su interrumpido camino hacia el costurero y tomó de su interior un ovillo de cordel y unas tijeras, con el botín en la mano volvió a la cama pensando en si había olvidado algo. Se metió de nuevo entre las sábanas dando gracias por no haber roto aguas en la cama, hubiera sido muy incómodo que se desarrollase todo el parto en una cama empapada. Acomodó las sábanas y las toallas a su alrededor de modo que pudiera tenerlas a su alcance en el momento preciso y, tras cortar unos pedazos del tamaño adecuado, dejó las tijeras y el cordel sobre la mesilla. Intentó relajarse, descansar, iba a ser una difícil y larga noche, necesitaba guardar sus fuerzas al máximo, por lo que acomodó las almohadas y se recostó en ellas. La siguiente contracción la paralizó de nuevo, aún eran muy espaciadas en el tiempo, pero cada vez el dolor era mayor, aquella casi la hizo gritar; tomó una de las toallas más pequeñas, la dobló cuidadosamente y la dejó a su lado esperando la siguiente contracción, morder la toalla le ayudaría a superarla.
#1213
17/02/2013 22:59
Roberto se levantó de su camastro, dar tantas vueltas en él había hecho que la ropa de cama cayese por los lados y el joven estuviera incómodo; el muchacho se levantó y trató de arreglar la cama.
- ¿Qué haces? – Juanito preguntó entre sueños.
- Nada… calla y duérmete de nuevo.
- No podré si no dejas de hacer ruido… - Juanito se dio media vuelta y tardó pocos segundos en volver a dormirse.
Roberto pensó en la facilidad que tenía su hermano para caer rendido en brazos de Morfeo, seguramente sería porque su alma y su conciencia estaban limpias y tranquilas, tan diferentes de las suyas. Desde el día en que echó a Natalia de su lado no había vuelto a dormir ni una sola noche de un tirón, el sueño le era esquivo y cuando por fin podía cerrar los ojos y descansar, su mente le llevaba junto a la muchacha. Soñaba con los buenos momentos pasados a su lado; los escasos minutos en los que pudieron comportarse con naturalidad en la soledad del terreno, las noches de amor y pasión o los días pasados en Sevilla, en los que pudieron comportarse como si de una pareja normal se tratase. Por desgracia, cada noche, soñase lo que soñase, acababa despertando angustiado, triste y dolorido, pues la imagen que guardaban sus retinas era la de la joven abandonada, junto al río, en el lugar donde se conocieron y donde la mintió humillándola. Lentamente, rodeó la cama donde su hermano dormía y se acercó a la ventana. Una enorme luna llena se asomaba entre las nubes y formaba sombras sobre los objetos del patio. Consciente de que no podría dormir aquella noche, volvió a su lecho, recogió su ropa de la silla donde la había dejado horas antes y salió de la casa sin hacer ruido.
La joven podía ver desde su cama, a través de la puerta-ventana, el horizonte; aquella línea casi indefinida por la oscuridad de la noche que unía el cielo y el mar. Era una noche serena de luna llena, el cielo estaba despejado, cuajado de estrellas que refulgían y se reflejaban en el mar, una bonita noche para llegar al mundo. Natalia colocó las manos sobre su abultado vientre y cerró los ojos, sentir cómo su hijo se movía en su interior conseguía serenarla. ¡Había pasado tanto miedo aquellos últimos meses! Cada día recordaba el momento en el que el doctor le había anunciado su embarazo. Aún estaba aturdida, lo último que recordaba era la visita de aquel alumno de la señorita Garay y a Luis corriendo por la playa en su dirección antes de que una de las olas la derribara de la roca en donde había estado sentada; después de aquello, nada hasta el momento en el que despertó. Nieves se encontraba a su lado cogiéndole la mano, pero algo había sucedido, su amiga ya no estaba embarazada; poco después descubrió la causa. El doctor le pidió a Nieves que lo dejara a solas con Natalia, la joven no quería abandonar a su amiga, pero un gesto de la muchacha la tranquilizó y abandonó la estancia, quedándose a esperar al otro lado de la puerta. El galeno le explicó que la caída le había provocado dos fuertes golpes: uno en la cabeza y otro en la parte baja de la espalda. El golpe de la cabeza era el causante de su perdida de consciencia durante tres meses, el golpe en la espalda era el que ponía en peligro el satisfactorio desarrollo de su embarazo. Lo dijo así, el satisfactorio desarrollo de su embarazo; realmente lo que estaba haciendo era insinuarle que había un modo muy sencillo de deshacerse de aquel hijo, tan solo debía tratar de hacer una vida normal, salir de aquella cama. El rostro de Natalia perdió el color, la impresión había sido brutal y el médico optó por dejar el dormitorio y llamar a Nieves, el aquellos momentos Natalia no necesitaba más cuidados médicos, tan solo necesitaba una amiga…
- Doctor, ¿cómo está Natalia? – Escuchó Natalia preguntar a Nieves; el galeno no había cerrado la puerta y la joven pudo escuchar perfectamente toda la conversación. Nieves estaba muy preocupada, había pasado aquellos tres meses ocupándose de ella, cuidándola, casi olvidándose de sí misma y del bebé que había tenido mientras tanto.
- Bien, aturdida por la noticia pero bien. Natalia es una jovencita…, - el médico, sonriente, rectificó sus palabras – es una mujer muy fuerte, ahora tan solo necesita una amiga a su lado y pensar en cómo va a afrontar su futuro. – El doctor sonrió pensando en todas las veces que había atendido a Natalia; anginas, resfriados y magulladuras en su niñez, su abatimiento tras la muerte de sus padres, esporádicas consultas en su vida adulta y en aquel momento un accidente y su actual estado.
- ¿Se recuperará? – preguntó preocupada
- La evolución de su estado depende de ella y de si sigue mis recomendaciones.
- ¿Puedo verla?
- Por supuesto. Mañana volveré a ver cómo sigue. – El doctor se quedó con Luis, dándole las explicaciones oportunas mientras pensaba en Natalia, en el futuro que le esperaba. La existencia de aquel embarazo por el momento tan solo la conocían él, Nieves y Luis y Mariana y los demás sirvientes de la casa; si la joven decidía no seguir adelante con su preñez, nadie lo sabría jamás, todos la querían demasiado como para hacer correr un chisme así sobre ella. Sin embargo, si Natalia decidía tener a su hijo, las cosas serían mucho más complicadas; una cosa era ser una jovencita extravagante, moderna, liberada, capaz de llevar sus negocios y vivir sola y otra muy distinta tener un hijo estando soltera y de un padre desconocido.
- ¿Qué haces? – Juanito preguntó entre sueños.
- Nada… calla y duérmete de nuevo.
- No podré si no dejas de hacer ruido… - Juanito se dio media vuelta y tardó pocos segundos en volver a dormirse.
Roberto pensó en la facilidad que tenía su hermano para caer rendido en brazos de Morfeo, seguramente sería porque su alma y su conciencia estaban limpias y tranquilas, tan diferentes de las suyas. Desde el día en que echó a Natalia de su lado no había vuelto a dormir ni una sola noche de un tirón, el sueño le era esquivo y cuando por fin podía cerrar los ojos y descansar, su mente le llevaba junto a la muchacha. Soñaba con los buenos momentos pasados a su lado; los escasos minutos en los que pudieron comportarse con naturalidad en la soledad del terreno, las noches de amor y pasión o los días pasados en Sevilla, en los que pudieron comportarse como si de una pareja normal se tratase. Por desgracia, cada noche, soñase lo que soñase, acababa despertando angustiado, triste y dolorido, pues la imagen que guardaban sus retinas era la de la joven abandonada, junto al río, en el lugar donde se conocieron y donde la mintió humillándola. Lentamente, rodeó la cama donde su hermano dormía y se acercó a la ventana. Una enorme luna llena se asomaba entre las nubes y formaba sombras sobre los objetos del patio. Consciente de que no podría dormir aquella noche, volvió a su lecho, recogió su ropa de la silla donde la había dejado horas antes y salió de la casa sin hacer ruido.
La joven podía ver desde su cama, a través de la puerta-ventana, el horizonte; aquella línea casi indefinida por la oscuridad de la noche que unía el cielo y el mar. Era una noche serena de luna llena, el cielo estaba despejado, cuajado de estrellas que refulgían y se reflejaban en el mar, una bonita noche para llegar al mundo. Natalia colocó las manos sobre su abultado vientre y cerró los ojos, sentir cómo su hijo se movía en su interior conseguía serenarla. ¡Había pasado tanto miedo aquellos últimos meses! Cada día recordaba el momento en el que el doctor le había anunciado su embarazo. Aún estaba aturdida, lo último que recordaba era la visita de aquel alumno de la señorita Garay y a Luis corriendo por la playa en su dirección antes de que una de las olas la derribara de la roca en donde había estado sentada; después de aquello, nada hasta el momento en el que despertó. Nieves se encontraba a su lado cogiéndole la mano, pero algo había sucedido, su amiga ya no estaba embarazada; poco después descubrió la causa. El doctor le pidió a Nieves que lo dejara a solas con Natalia, la joven no quería abandonar a su amiga, pero un gesto de la muchacha la tranquilizó y abandonó la estancia, quedándose a esperar al otro lado de la puerta. El galeno le explicó que la caída le había provocado dos fuertes golpes: uno en la cabeza y otro en la parte baja de la espalda. El golpe de la cabeza era el causante de su perdida de consciencia durante tres meses, el golpe en la espalda era el que ponía en peligro el satisfactorio desarrollo de su embarazo. Lo dijo así, el satisfactorio desarrollo de su embarazo; realmente lo que estaba haciendo era insinuarle que había un modo muy sencillo de deshacerse de aquel hijo, tan solo debía tratar de hacer una vida normal, salir de aquella cama. El rostro de Natalia perdió el color, la impresión había sido brutal y el médico optó por dejar el dormitorio y llamar a Nieves, el aquellos momentos Natalia no necesitaba más cuidados médicos, tan solo necesitaba una amiga…
- Doctor, ¿cómo está Natalia? – Escuchó Natalia preguntar a Nieves; el galeno no había cerrado la puerta y la joven pudo escuchar perfectamente toda la conversación. Nieves estaba muy preocupada, había pasado aquellos tres meses ocupándose de ella, cuidándola, casi olvidándose de sí misma y del bebé que había tenido mientras tanto.
- Bien, aturdida por la noticia pero bien. Natalia es una jovencita…, - el médico, sonriente, rectificó sus palabras – es una mujer muy fuerte, ahora tan solo necesita una amiga a su lado y pensar en cómo va a afrontar su futuro. – El doctor sonrió pensando en todas las veces que había atendido a Natalia; anginas, resfriados y magulladuras en su niñez, su abatimiento tras la muerte de sus padres, esporádicas consultas en su vida adulta y en aquel momento un accidente y su actual estado.
- ¿Se recuperará? – preguntó preocupada
- La evolución de su estado depende de ella y de si sigue mis recomendaciones.
- ¿Puedo verla?
- Por supuesto. Mañana volveré a ver cómo sigue. – El doctor se quedó con Luis, dándole las explicaciones oportunas mientras pensaba en Natalia, en el futuro que le esperaba. La existencia de aquel embarazo por el momento tan solo la conocían él, Nieves y Luis y Mariana y los demás sirvientes de la casa; si la joven decidía no seguir adelante con su preñez, nadie lo sabría jamás, todos la querían demasiado como para hacer correr un chisme así sobre ella. Sin embargo, si Natalia decidía tener a su hijo, las cosas serían mucho más complicadas; una cosa era ser una jovencita extravagante, moderna, liberada, capaz de llevar sus negocios y vivir sola y otra muy distinta tener un hijo estando soltera y de un padre desconocido.
#1214
18/02/2013 11:16
Roberta impaciente estoy
expentante
extupefacta
me he quedado...............
pero feliz un hijo del amor
que salga todo bien
y si que la fiesta estaria en otro lado
ya lo creo
y sara y miguel????????????????
Gracias
expentante
extupefacta
me he quedado...............
pero feliz un hijo del amor
que salga todo bien
y si que la fiesta estaria en otro lado
ya lo creo
y sara y miguel????????????????
Gracias
#1215
18/02/2013 23:25
Creo que no os está disgustando del todo...
Habrá que esmerarse.
_____________________________________________________________________
- Hola, querida, ¿cómo te encuentras? – Nieves entró sigilosamente en la habitación, hablando en voz baja.
- Bien, aturdida aún, pero bien, un poco cansada quizá. – Natalia seguía haciéndose a la idea de ser madre, de tener un bebé, un hijo de Roberto, del hombre que la había despreciado. - ¿Y tú? No has podido esperarme, ¿eh? Has tenido a tu bebé sin mí. Cuéntame, ¿cómo está? ¿Cómo se llama?
- Bien, está muy bien, Valeria es la niña más bonita que he visto en mi vida. Se parece muchísimo a Luis…, ya mañana te la traeré para que la conozcas. Pero tú, ¿qué vas a hacer? – preguntó Nieves sentándose en el borde de la cama – Quiero que sepas que tomes la decisión que tomes, Luis y yo te apoyaremos en todo momento.
- Valeria, ¡qué nombre tan… especial! – dijo con voz suave.
- ¿Especial? - preguntó Nieves - ¿No se te ocurre otra cosa que decir que especial?
- Es un poco rebuscado. – explicó Natalia cerrando los ojos por el cansancio.
- Es precioso. – respondió Nieves herida en su orgullo - Y me da igual que no te guste, a mi me encanta. Ya te pregunté en varias ocasiones pero no obtuve respuesta alguna de ti, así que querida madrina de mi hija… te aguantas, que es a Luis y a mí a quienes tiene que gustar.
- No te pude responder porque estaba inconsciente, eso es hacer trampas. – dijo Natalia divertida pero con voz débil.
- Pues haber despertado, dormilona. – Nieves sonreía, Natalia volvía a ser la de siempre, divertida, ingeniosa, rápida en sus respuestas - Ahora en serio, ¿qué vas a hacer?
- Lo cierto es que no hay mucho que pensar. No podría… no puedo; no, no lo voy a hacer. – Natalia calló durante un instante para recuperar fuerzas - Nieves, es mejor que vuelvas a tu casa, debes cuidar de tu hija, ella es lo único que debe importarte ahora. Yo estaré bien.
- Natalia, ¿lo has pensado bien? ¿Estás segura de lo que vas a hacer? Quizá más tarde te arrepientas, cuando ya sea demasiado tarde, – Nieves estaba muy nerviosa, casi llorando – a fin de cuentas también es tu hijo y… y yo sé lo maravilloso que es sentir a un hijo en tu vientre.
- Nieves, ¿de que estás hablando? ¿Qué estás diciendo? Tranquilízate, por favor.
- Natalia, piénsalo bien, no lo pierdas, no te deshagas de él.
- No voy a hacer semejante barbaridad, Nieves, no voy a deshacerme de él. – Natalia miraba a su amiga incrédula - Voy a tenerlo.
- Pensé que…, cuando me pediste que volviera a casa creí que…, - Nieves lloraba, con la cara oculta tras sus manos.
- ¿En dónde ha quedado tu palabra de apoyarme decidiera lo que decidiera? – preguntó Natalia intentando animar a su amiga. – Sigo queriendo que te vayas a casa… y no vuelvas. – sus palabras eran firmes, mostraban una seguridad y un aplomo difíciles de encontrar en cualquier otra persona, aunque los meses de inactividad y falta de una alimentación adecuada le estaban pasando factura.
- ¿Por qué? Me necesitas, nos necesitas más que nunca. – Nieves no entendía la reacción de su amiga.
- Estaré bien, y tienes razón, os necesito más que nunca; pero lo que no necesito de ningún modo es arrastraros conmigo, no podría cargar en la conciencia el hecho de que Luis y tú caigáis en desgracia. Sois mis únicos amigos y no puedo permitirlo. – Natalia giró la cabeza, no podía seguir mirando a su amiga a los ojos después de aquello, la decisión era suya y la responsabilidad también, no debía involucrar a nadie más.
- Pues ahora me vas a escuchar a mí y quiero que te quede bien claro que es mi última palabra. – Natalia nunca había visto a Nieves hablar de forma tan decidida, era una mujer fuerte, pero siempre se dirigía a la gente con dulzura, pensando que una palabra amable era más poderosa que un grito - Desde el momento en el que supe que estabas embarazada, le juré a mi hija que tu bebé y ella iban a ser amigos, que iban a jugar juntos, que juntos aprenderían a vivir y se apoyarían en cada paso de la vida, igual que hacemos Luis, tú y yo y… ¡Maldita sea! ¡No vas a hacer que rompa la primera promesa que le he hecho a mi hija!
Habrá que esmerarse.
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- Hola, querida, ¿cómo te encuentras? – Nieves entró sigilosamente en la habitación, hablando en voz baja.
- Bien, aturdida aún, pero bien, un poco cansada quizá. – Natalia seguía haciéndose a la idea de ser madre, de tener un bebé, un hijo de Roberto, del hombre que la había despreciado. - ¿Y tú? No has podido esperarme, ¿eh? Has tenido a tu bebé sin mí. Cuéntame, ¿cómo está? ¿Cómo se llama?
- Bien, está muy bien, Valeria es la niña más bonita que he visto en mi vida. Se parece muchísimo a Luis…, ya mañana te la traeré para que la conozcas. Pero tú, ¿qué vas a hacer? – preguntó Nieves sentándose en el borde de la cama – Quiero que sepas que tomes la decisión que tomes, Luis y yo te apoyaremos en todo momento.
- Valeria, ¡qué nombre tan… especial! – dijo con voz suave.
- ¿Especial? - preguntó Nieves - ¿No se te ocurre otra cosa que decir que especial?
- Es un poco rebuscado. – explicó Natalia cerrando los ojos por el cansancio.
- Es precioso. – respondió Nieves herida en su orgullo - Y me da igual que no te guste, a mi me encanta. Ya te pregunté en varias ocasiones pero no obtuve respuesta alguna de ti, así que querida madrina de mi hija… te aguantas, que es a Luis y a mí a quienes tiene que gustar.
- No te pude responder porque estaba inconsciente, eso es hacer trampas. – dijo Natalia divertida pero con voz débil.
- Pues haber despertado, dormilona. – Nieves sonreía, Natalia volvía a ser la de siempre, divertida, ingeniosa, rápida en sus respuestas - Ahora en serio, ¿qué vas a hacer?
- Lo cierto es que no hay mucho que pensar. No podría… no puedo; no, no lo voy a hacer. – Natalia calló durante un instante para recuperar fuerzas - Nieves, es mejor que vuelvas a tu casa, debes cuidar de tu hija, ella es lo único que debe importarte ahora. Yo estaré bien.
- Natalia, ¿lo has pensado bien? ¿Estás segura de lo que vas a hacer? Quizá más tarde te arrepientas, cuando ya sea demasiado tarde, – Nieves estaba muy nerviosa, casi llorando – a fin de cuentas también es tu hijo y… y yo sé lo maravilloso que es sentir a un hijo en tu vientre.
- Nieves, ¿de que estás hablando? ¿Qué estás diciendo? Tranquilízate, por favor.
- Natalia, piénsalo bien, no lo pierdas, no te deshagas de él.
- No voy a hacer semejante barbaridad, Nieves, no voy a deshacerme de él. – Natalia miraba a su amiga incrédula - Voy a tenerlo.
- Pensé que…, cuando me pediste que volviera a casa creí que…, - Nieves lloraba, con la cara oculta tras sus manos.
- ¿En dónde ha quedado tu palabra de apoyarme decidiera lo que decidiera? – preguntó Natalia intentando animar a su amiga. – Sigo queriendo que te vayas a casa… y no vuelvas. – sus palabras eran firmes, mostraban una seguridad y un aplomo difíciles de encontrar en cualquier otra persona, aunque los meses de inactividad y falta de una alimentación adecuada le estaban pasando factura.
- ¿Por qué? Me necesitas, nos necesitas más que nunca. – Nieves no entendía la reacción de su amiga.
- Estaré bien, y tienes razón, os necesito más que nunca; pero lo que no necesito de ningún modo es arrastraros conmigo, no podría cargar en la conciencia el hecho de que Luis y tú caigáis en desgracia. Sois mis únicos amigos y no puedo permitirlo. – Natalia giró la cabeza, no podía seguir mirando a su amiga a los ojos después de aquello, la decisión era suya y la responsabilidad también, no debía involucrar a nadie más.
- Pues ahora me vas a escuchar a mí y quiero que te quede bien claro que es mi última palabra. – Natalia nunca había visto a Nieves hablar de forma tan decidida, era una mujer fuerte, pero siempre se dirigía a la gente con dulzura, pensando que una palabra amable era más poderosa que un grito - Desde el momento en el que supe que estabas embarazada, le juré a mi hija que tu bebé y ella iban a ser amigos, que iban a jugar juntos, que juntos aprenderían a vivir y se apoyarían en cada paso de la vida, igual que hacemos Luis, tú y yo y… ¡Maldita sea! ¡No vas a hacer que rompa la primera promesa que le he hecho a mi hija!
#1216
19/02/2013 12:37
Muy bien por nieves
Roberta yo encantada y gracias
Roberta yo encantada y gracias
#1217
19/02/2013 13:33
Me encanta Roberta72 encantada de que sigas escribiendo.
#1218
19/02/2013 22:59
GRACIAS....
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Roberto llegó a la orilla del río, al lugar donde vio por primera vez a Natalia, el lugar a donde corrió a refugiarse el día que falleció Tomás y se descubrió la realidad de su nacimiento, el lugar donde humilló a la mujer que tanto amaba. A pesar de que la noche no era cálida, se quitó la chaqueta y la tiró al suelo, se sentó en la orilla, a su lado y miró el reflejo de la luna en el agua. Los destellos de los rayos de luna hacían que el agua brillase y recordó el día cuando Natalia le habló del mar, de lo mucho que le gustaba sentarse frente a él y contemplarlo. “Los rayos de luz hacen que brille su superficie como si pedacitos de plata flotasen en él, sin embargo los días de tormenta se vuelve azul oscuro, casi negro y cuando las olas rompen con fuerza contra las rocas la costa se llena de espuma…” Roberto recordaba palabra por palabra aquella conversación, fue la primera vez que hablaron tras el ataque de Antonio Villa y su posterior captura. Natalia salió a pasear y se acercó hasta su terruño, fue la primera de tantas visitas, visitas que Roberto esperaba cada día, visitas que se habían convertido en una más de sus necesidades, como el comer o el respirar. Desde que volvieron de su viaje a Sevilla, cada noche la pasaban juntos, amándose, disfrutando del cuerpo del otro, pero las visitas al terruño o las contadas ocasiones que se vieron en el pueblo ponían el punto de cordura y normalidad a su apasionada relación.
El bebé se movió de nuevo y otra contracción la devolvió al presente, a la soledad de su dormitorio; cuando aquella contracción cesó y su cuerpo volvió a relajarse, Natalia extendió el brazo y del cajón de la mesilla extrajo una pequeña caja de madera. Sacó del interior de la caja un pedazo de papel arrugado pero cuidadosamente doblado, era el mismo papel que la acompañó en su viaje desde Arazana, aquel papel en el que escribió el nombre de Roberto decenas de veces. Deslizó sus dedos sobre la superficie del papel siguiendo los trazos dejados por la pluma, siguiendo las letras del nombre del hombre al que siempre amaría, Roberto. Devolvió el papel a la caja junto con media docena de pequeños botones nacarados que nunca volvió a coser y el pajarillo de madera que había sido uno de sus regalos del último cumpleaños, el que pasó en Arazana, y se dispuso a esperar la siguiente contracción; ya había empezado a detectarlas antes de que sucedieran, su hijo se movía un poco, tratando de salir y la contracción que seguía lo ayudaba.
Aquella contracción fue la que más le dolió hasta el momento, tuvo que ayudarse de la toalla para que su grito no se oyera en toda la casa, no quería despertar a nadie. Había sido una suerte ponerse de parto de noche ya que no quería tener a nadie a su lado; tan solo necesitaba a Roberto, tan solo necesitaba su mano para calmase, sus palabras para tranquilizarse y, dado que no podría tenerlo, prefería pasar por aquello sola. Cuando el dolor cesó, echó las sábanas hacia atrás y colocó su mano entre las piernas, tanteando, tratando de adivinar si aún faltaba mucho para que finalizase aquella tortura. Lo único bueno que tenía el abandono de Roberto era que jamás volvería a tener un hijo, se sentía incapaz de volver a pasar por aquello de nuevo.
¿Pensaría Natalia en él o ya lo habría olvidado? ¿Pasaría las noches en vela anhelando sus besos y caricias, como le ocurría a él o las habría encontrado en otro? La mente de Roberto bullía con mil y una preguntas, preguntas que le hacían más daño que beneficio, preguntas para las cuales no tenía respuesta. Lo más sensato era que ella lo hubiera olvidado, que hubiera rehecho su vida con alguien de su mismo extracto social, con alguien de quien pudiera sentirse orgullosa, alguien quien pudiera acompañarla a cualquier parte sin con ello ponerla en ridículo. Natalia se merecía todo aquello y más, formar una familia, tener hijos… ser amada. En alguna ocasión anterior ya había pensado en ello; en Natalia, feliz, formando una familia con aquel tal Luis del que la había oído hablar. Sin embargo, Sara le había contado que Natalia escribió anunciándole que Luis y su esposa le habían pedido que fuera la madrina de su hijo. Roberto sonrió pensando que una vez estuvo celoso de él pero nunca había habido razón para ello. Estaba seguro de que Luis cuidaría de su Natalia, de que la protegería de cualquier indeseable como él mismo que tratara de hacerla daño… si pudiera conocerlo para pedirle que cuidara de ella por él…
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Roberto llegó a la orilla del río, al lugar donde vio por primera vez a Natalia, el lugar a donde corrió a refugiarse el día que falleció Tomás y se descubrió la realidad de su nacimiento, el lugar donde humilló a la mujer que tanto amaba. A pesar de que la noche no era cálida, se quitó la chaqueta y la tiró al suelo, se sentó en la orilla, a su lado y miró el reflejo de la luna en el agua. Los destellos de los rayos de luna hacían que el agua brillase y recordó el día cuando Natalia le habló del mar, de lo mucho que le gustaba sentarse frente a él y contemplarlo. “Los rayos de luz hacen que brille su superficie como si pedacitos de plata flotasen en él, sin embargo los días de tormenta se vuelve azul oscuro, casi negro y cuando las olas rompen con fuerza contra las rocas la costa se llena de espuma…” Roberto recordaba palabra por palabra aquella conversación, fue la primera vez que hablaron tras el ataque de Antonio Villa y su posterior captura. Natalia salió a pasear y se acercó hasta su terruño, fue la primera de tantas visitas, visitas que Roberto esperaba cada día, visitas que se habían convertido en una más de sus necesidades, como el comer o el respirar. Desde que volvieron de su viaje a Sevilla, cada noche la pasaban juntos, amándose, disfrutando del cuerpo del otro, pero las visitas al terruño o las contadas ocasiones que se vieron en el pueblo ponían el punto de cordura y normalidad a su apasionada relación.
El bebé se movió de nuevo y otra contracción la devolvió al presente, a la soledad de su dormitorio; cuando aquella contracción cesó y su cuerpo volvió a relajarse, Natalia extendió el brazo y del cajón de la mesilla extrajo una pequeña caja de madera. Sacó del interior de la caja un pedazo de papel arrugado pero cuidadosamente doblado, era el mismo papel que la acompañó en su viaje desde Arazana, aquel papel en el que escribió el nombre de Roberto decenas de veces. Deslizó sus dedos sobre la superficie del papel siguiendo los trazos dejados por la pluma, siguiendo las letras del nombre del hombre al que siempre amaría, Roberto. Devolvió el papel a la caja junto con media docena de pequeños botones nacarados que nunca volvió a coser y el pajarillo de madera que había sido uno de sus regalos del último cumpleaños, el que pasó en Arazana, y se dispuso a esperar la siguiente contracción; ya había empezado a detectarlas antes de que sucedieran, su hijo se movía un poco, tratando de salir y la contracción que seguía lo ayudaba.
Aquella contracción fue la que más le dolió hasta el momento, tuvo que ayudarse de la toalla para que su grito no se oyera en toda la casa, no quería despertar a nadie. Había sido una suerte ponerse de parto de noche ya que no quería tener a nadie a su lado; tan solo necesitaba a Roberto, tan solo necesitaba su mano para calmase, sus palabras para tranquilizarse y, dado que no podría tenerlo, prefería pasar por aquello sola. Cuando el dolor cesó, echó las sábanas hacia atrás y colocó su mano entre las piernas, tanteando, tratando de adivinar si aún faltaba mucho para que finalizase aquella tortura. Lo único bueno que tenía el abandono de Roberto era que jamás volvería a tener un hijo, se sentía incapaz de volver a pasar por aquello de nuevo.
¿Pensaría Natalia en él o ya lo habría olvidado? ¿Pasaría las noches en vela anhelando sus besos y caricias, como le ocurría a él o las habría encontrado en otro? La mente de Roberto bullía con mil y una preguntas, preguntas que le hacían más daño que beneficio, preguntas para las cuales no tenía respuesta. Lo más sensato era que ella lo hubiera olvidado, que hubiera rehecho su vida con alguien de su mismo extracto social, con alguien de quien pudiera sentirse orgullosa, alguien quien pudiera acompañarla a cualquier parte sin con ello ponerla en ridículo. Natalia se merecía todo aquello y más, formar una familia, tener hijos… ser amada. En alguna ocasión anterior ya había pensado en ello; en Natalia, feliz, formando una familia con aquel tal Luis del que la había oído hablar. Sin embargo, Sara le había contado que Natalia escribió anunciándole que Luis y su esposa le habían pedido que fuera la madrina de su hijo. Roberto sonrió pensando que una vez estuvo celoso de él pero nunca había habido razón para ello. Estaba seguro de que Luis cuidaría de su Natalia, de que la protegería de cualquier indeseable como él mismo que tratara de hacerla daño… si pudiera conocerlo para pedirle que cuidara de ella por él…
#1219
20/02/2013 10:06
Roberta............continua
gracias
Había sido una suerte ponerse de parto de noche ya que no quería tener a nadie a su lado; tan solo necesitaba a Roberto, tan solo necesitaba su mano para calmase, sus palabras para tranquilizarse y, dado que no podría tenerlo, prefería pasar por aquello sola.
tu heroina que valiente y temeraria.....................
gracias
Había sido una suerte ponerse de parto de noche ya que no quería tener a nadie a su lado; tan solo necesitaba a Roberto, tan solo necesitaba su mano para calmase, sus palabras para tranquilizarse y, dado que no podría tenerlo, prefería pasar por aquello sola.
tu heroina que valiente y temeraria.....................
#1220
20/02/2013 19:03
Y por fin amanece... ya era hora.
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Horas más tarde, cuando los primeros rayos del sol comenzaban a despuntar en el horizonte, Natalia seguía de parto; pocos minutos antes se había despojado del camisón, empapado en sudor, preparándose para la inminente llegada de su hijo. Ya podía sentir su cabecita entre las piernas y esperaba poder tenerlo entre sus brazos en unos pocos minutos, el médico le había asegurado que aquella parte era la más rápida. Se colocó de rodillas, abrió las piernas y apoyó las manos en el colchón, había descubierto que aquella era la postura en la que menos dolor sentía y en la que podía empujar con mayor facilidad. Esperó la siguiente contracción y, al sentirla, empujó con todas sus fuerzas aferrándose a las sábanas como si le fuera la vida en ello. Aquel empujón sirvió para que el bebé asomara la cabeza; Natalia, al verlo, sintió la mayor alegría de su vida.
- Vamos, mi amor. Ya casi está, mi vida. – Natalia, al contrario de lo que hacían el resto de madres, no se había atrevido a hablarle a su bebé durante el embarazo; tenía tanto miedo de que algo malo pasara, de que finalmente su hijo se malograra, que no había podido hacerlo, pero todo había pasado ya. Introdujo sus dedos entre su cuerpo y el cuello del bebé para comprobar que no tenía enrollado el cordón y lo giró un poco haciendo que saliese uno de sus hombros.
- Solo un empujón más y ya está, cariño ¿estás listo?
Natalia esperó unos segundos y al sentir la contracción volvió a empujar, sujetando y tirando a la vez de su hijo con suavidad, haciendo que saliese al fin de su cuerpo.
Con suavidad y delicadeza tomó a su hijo en brazos, lo envolvió en la toalla más grande y mullida de las que tenía a su alcance y con otra comenzó a limpiarlo, retirando la sangre y restos que lo cubrían; no se dio cuenta de que estaba llorando hasta que, mientras limpiaba a su bebé, una lágrima cayó sobre el pequeño cuerpecito. El bebé no lloró, pero comenzó a emitir débiles sonidos; Natalia colocó su boca cubriendo la de su hijo y aspiró toda la suciedad que impedía que el bebé respirase con normalidad. Su instinto de madre la guiaba, le decía qué era lo que debía hacer; cuando comprobó que las vías respiratorias estaban ya limpias, tomó los pedazos de cordel que había preparado horas antes y ató el cordón umbilical por dos lugares procediendo a cortarlo después entre ambos nudos.
La luna se había ocultado, el sol había aparecido tomando su lugar, pero Roberto permanecía inmóvil a la orilla del río. Con los ojos cerrados, el muchacho había pasado la noche recordando cada uno de sus encuentros con la mujer que siempre amaría, pero la luz del amanecer había acabado con aquella ensoñación, le había devuelto a la realidad, a la cruel realidad del día a día sin ella, de los mítines políticos y de la pobreza del pueblo y las gentes con las que se relacionaba. Acercándose un poco más a la orilla, introdujo las manos en la fría agua del río y se lavó la cara, eliminando de ese modo las huellas que durante la noche las lágrimas habían dejado en su rostro. Tristemente pensó que debería dejar de acudir a aquel lugar, eran mayores el dolor y la soledad que sentía al abandonarlo que la alegría que sentía al recordarla a ella; fuera como fuese, el recuerdo de la mujer que siempre amaría lo acompañaba en cada paso del camino. Con dificultad, agotado, como un anciano al que los años y las amarguras pesaran en exceso, se incorporó, tomó la chaqueta de la que horas antes se había despojado y comenzó a caminar hacia su casa, dispuesto a sobrellevar un día más en su triste existencia.
Cuando Natalia decidió que su hijo estaba lo suficientemente limpio, recordó que ella también requería atención. Tomó al bebé, envuelto en la mullida toalla, y lo dejó a su lado en la cama, el pequeño estaba tranquilo y la joven pudo ocuparse de si misma. Su cuerpo expulsó por fin los restos que habían alimentado y protegido a su hijo durante los últimos meses, los tomó y los envolvió en una toalla, dejando el paquete a los pies de la cama; estaba segura de que cuando llegara el doctor querría examinarlos. La reciente madre, sin perder de vista a su bebé ni un solo instante, se puso un camisón limpio y se recostó en las almohadas; cuando estuvo cómoda tomó de nuevo a su hijo y abrió los bordes de la toalla y se dispuso a revisarlo con atención. El bebé, un niño, era perfecto. Natalia recorrió, con manos temblorosas, el cuerpo de su hijo; se asombró de la suavidad de su piel, de la perfección de sus miembros, brazos y piernas que presentaban las habituales redondeces de los recién nacidos. Tomó una de las manos de su bebé y la extendió sobre la suya, asombrándose de lo pequeña que era. En unos años, su hijo se convertiría en un hombre fuerte, pero en aquel momento tan solo era un ser débil que dependía de ella para todo. Con delicadeza, acarició todos y cada uno de los deditos, fijándose en la perfección de cada una de las falanges y depositando delicados besos por toda su extensión. Repitió los mismos movimientos con la otra mano y después pasó a los pies; Natalia apoyó los pies de su hijo en sus mejillas y sin darse cuenta comenzó a llorar. El bebé, tal vez sintiendo hambre o frío en su piel, también comenzó a emitir suaves gemidos.
- Shhh, no llores mi vida. – le dijo Natalia en voz muy suave, tratando de calmarlo - Mira, te prometo no volver a llorar si tú tampoco lo haces, ¿de acuerdo? Solo… solo lloraremos de felicidad…, de alegría… tan solo para celebrar los buenos momentos que el futuro nos tiene preparados a los dos.
Natalia cubrió de nuevo a su hijo y lo acercó a su cuerpo.
- ¿Tienes hambre? No sé si sabré cómo… le he visto a Nieves hacerlo un centenar de veces con Valeria, pero… ¿Tendrás paciencia conmigo? – sin soltar a su hijo, Natalia se abrió el escote del camisón para poder acceder a su pecho. Lentamente acercó la boquita de su hijo tratando de que apareciera en el niño el instinto de succión – Vamos a ver sí tu mamá sabe cómo alimentarte…
Poco a poco, el niño reconoció el cuerpo de su madre y se acercó a ella, Natalia sabía que era pronto para que el alimento brotara de su pecho, pero debían acercarse el uno al otro, debían conocerse y reconocerse. Rápidamente, el pequeño se quedó adormecido al calor del cuerpo de su madre mientras ella acariciaba con cuidado el rostro de su pequeño.
- Sabes, - comenzó ella a decir – te pareces mucho a tu padre. Tienes el cabello oscuro, como él; aún es muy fino, pero cuando crezcas seguro que será rizado y espeso. Y tus ojos… no he podido verlos bien, aún hay poca luz, pero me han parecido marrones, como los suyos. Incluso… incluso tienes el mismo lunar que tu papá, cerca de la boca… solo que en el otro lado. Eres como su reflejo en un espejo, un pequeño y cálido reflejo. ¡Ay, cariño! – la joven dejó escapar un suspiro – ¡Cómo me va a doler verte crecer… cómo me vas a recordar a Roberto!
Agotada tras toda la noche en vela, Natalia dejó deslizar su cuerpo hasta quedar casi acostada por completo, colocó a su bebé sobre su pecho para que sintiera su calor y oyera los latidos de su corazón y cerró los ojos, esperando que, pocos minutos más tarde, entrara Mariana con la bandeja del desayuno.
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Horas más tarde, cuando los primeros rayos del sol comenzaban a despuntar en el horizonte, Natalia seguía de parto; pocos minutos antes se había despojado del camisón, empapado en sudor, preparándose para la inminente llegada de su hijo. Ya podía sentir su cabecita entre las piernas y esperaba poder tenerlo entre sus brazos en unos pocos minutos, el médico le había asegurado que aquella parte era la más rápida. Se colocó de rodillas, abrió las piernas y apoyó las manos en el colchón, había descubierto que aquella era la postura en la que menos dolor sentía y en la que podía empujar con mayor facilidad. Esperó la siguiente contracción y, al sentirla, empujó con todas sus fuerzas aferrándose a las sábanas como si le fuera la vida en ello. Aquel empujón sirvió para que el bebé asomara la cabeza; Natalia, al verlo, sintió la mayor alegría de su vida.
- Vamos, mi amor. Ya casi está, mi vida. – Natalia, al contrario de lo que hacían el resto de madres, no se había atrevido a hablarle a su bebé durante el embarazo; tenía tanto miedo de que algo malo pasara, de que finalmente su hijo se malograra, que no había podido hacerlo, pero todo había pasado ya. Introdujo sus dedos entre su cuerpo y el cuello del bebé para comprobar que no tenía enrollado el cordón y lo giró un poco haciendo que saliese uno de sus hombros.
- Solo un empujón más y ya está, cariño ¿estás listo?
Natalia esperó unos segundos y al sentir la contracción volvió a empujar, sujetando y tirando a la vez de su hijo con suavidad, haciendo que saliese al fin de su cuerpo.
Con suavidad y delicadeza tomó a su hijo en brazos, lo envolvió en la toalla más grande y mullida de las que tenía a su alcance y con otra comenzó a limpiarlo, retirando la sangre y restos que lo cubrían; no se dio cuenta de que estaba llorando hasta que, mientras limpiaba a su bebé, una lágrima cayó sobre el pequeño cuerpecito. El bebé no lloró, pero comenzó a emitir débiles sonidos; Natalia colocó su boca cubriendo la de su hijo y aspiró toda la suciedad que impedía que el bebé respirase con normalidad. Su instinto de madre la guiaba, le decía qué era lo que debía hacer; cuando comprobó que las vías respiratorias estaban ya limpias, tomó los pedazos de cordel que había preparado horas antes y ató el cordón umbilical por dos lugares procediendo a cortarlo después entre ambos nudos.
La luna se había ocultado, el sol había aparecido tomando su lugar, pero Roberto permanecía inmóvil a la orilla del río. Con los ojos cerrados, el muchacho había pasado la noche recordando cada uno de sus encuentros con la mujer que siempre amaría, pero la luz del amanecer había acabado con aquella ensoñación, le había devuelto a la realidad, a la cruel realidad del día a día sin ella, de los mítines políticos y de la pobreza del pueblo y las gentes con las que se relacionaba. Acercándose un poco más a la orilla, introdujo las manos en la fría agua del río y se lavó la cara, eliminando de ese modo las huellas que durante la noche las lágrimas habían dejado en su rostro. Tristemente pensó que debería dejar de acudir a aquel lugar, eran mayores el dolor y la soledad que sentía al abandonarlo que la alegría que sentía al recordarla a ella; fuera como fuese, el recuerdo de la mujer que siempre amaría lo acompañaba en cada paso del camino. Con dificultad, agotado, como un anciano al que los años y las amarguras pesaran en exceso, se incorporó, tomó la chaqueta de la que horas antes se había despojado y comenzó a caminar hacia su casa, dispuesto a sobrellevar un día más en su triste existencia.
Cuando Natalia decidió que su hijo estaba lo suficientemente limpio, recordó que ella también requería atención. Tomó al bebé, envuelto en la mullida toalla, y lo dejó a su lado en la cama, el pequeño estaba tranquilo y la joven pudo ocuparse de si misma. Su cuerpo expulsó por fin los restos que habían alimentado y protegido a su hijo durante los últimos meses, los tomó y los envolvió en una toalla, dejando el paquete a los pies de la cama; estaba segura de que cuando llegara el doctor querría examinarlos. La reciente madre, sin perder de vista a su bebé ni un solo instante, se puso un camisón limpio y se recostó en las almohadas; cuando estuvo cómoda tomó de nuevo a su hijo y abrió los bordes de la toalla y se dispuso a revisarlo con atención. El bebé, un niño, era perfecto. Natalia recorrió, con manos temblorosas, el cuerpo de su hijo; se asombró de la suavidad de su piel, de la perfección de sus miembros, brazos y piernas que presentaban las habituales redondeces de los recién nacidos. Tomó una de las manos de su bebé y la extendió sobre la suya, asombrándose de lo pequeña que era. En unos años, su hijo se convertiría en un hombre fuerte, pero en aquel momento tan solo era un ser débil que dependía de ella para todo. Con delicadeza, acarició todos y cada uno de los deditos, fijándose en la perfección de cada una de las falanges y depositando delicados besos por toda su extensión. Repitió los mismos movimientos con la otra mano y después pasó a los pies; Natalia apoyó los pies de su hijo en sus mejillas y sin darse cuenta comenzó a llorar. El bebé, tal vez sintiendo hambre o frío en su piel, también comenzó a emitir suaves gemidos.
- Shhh, no llores mi vida. – le dijo Natalia en voz muy suave, tratando de calmarlo - Mira, te prometo no volver a llorar si tú tampoco lo haces, ¿de acuerdo? Solo… solo lloraremos de felicidad…, de alegría… tan solo para celebrar los buenos momentos que el futuro nos tiene preparados a los dos.
Natalia cubrió de nuevo a su hijo y lo acercó a su cuerpo.
- ¿Tienes hambre? No sé si sabré cómo… le he visto a Nieves hacerlo un centenar de veces con Valeria, pero… ¿Tendrás paciencia conmigo? – sin soltar a su hijo, Natalia se abrió el escote del camisón para poder acceder a su pecho. Lentamente acercó la boquita de su hijo tratando de que apareciera en el niño el instinto de succión – Vamos a ver sí tu mamá sabe cómo alimentarte…
Poco a poco, el niño reconoció el cuerpo de su madre y se acercó a ella, Natalia sabía que era pronto para que el alimento brotara de su pecho, pero debían acercarse el uno al otro, debían conocerse y reconocerse. Rápidamente, el pequeño se quedó adormecido al calor del cuerpo de su madre mientras ella acariciaba con cuidado el rostro de su pequeño.
- Sabes, - comenzó ella a decir – te pareces mucho a tu padre. Tienes el cabello oscuro, como él; aún es muy fino, pero cuando crezcas seguro que será rizado y espeso. Y tus ojos… no he podido verlos bien, aún hay poca luz, pero me han parecido marrones, como los suyos. Incluso… incluso tienes el mismo lunar que tu papá, cerca de la boca… solo que en el otro lado. Eres como su reflejo en un espejo, un pequeño y cálido reflejo. ¡Ay, cariño! – la joven dejó escapar un suspiro – ¡Cómo me va a doler verte crecer… cómo me vas a recordar a Roberto!
Agotada tras toda la noche en vela, Natalia dejó deslizar su cuerpo hasta quedar casi acostada por completo, colocó a su bebé sobre su pecho para que sintiera su calor y oyera los latidos de su corazón y cerró los ojos, esperando que, pocos minutos más tarde, entrara Mariana con la bandeja del desayuno.