Foro Bandolera
Como no me gusta la historia... voy y la cambio (Natalia y Roberto)
#0
27/04/2011 20:02
Como estoy bastante aburrida de que me tengan a Roberto entre rejas, aunque sean las rejas de cartón piedra del cuartel de Arazana, y de que nadie (excepto San Miguel) intente hacer nada... pues voy y lo saco yo misma.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
_____________________________________________________________________________
Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
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Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
#1141
28/12/2012 20:30
Capítulo 129
- ¿Creéis que el doctor me dará hoy permiso para levantarme? – preguntaba Natalia, aún en el lecho, estrujándose las manos.
- No lo sé. – Luis leía el periódico sentado junto a Nieves. Estaba enfrascado en la lectura de un artículo de opinión sobre los cambios que se estaban produciendo en el panorama político andaluz.
- Ya es domingo, y el doctor dijo que el fin de semana podría levantarme al fin.
- Tranquilízate, por favor. No vas a conseguir nada poniéndote nerviosa… - Nieves trataba de tranquilizarla.
- Salid a dar un paseo, por favor. – dijo Natalia – Lleváis semanas encerrados aquí conmigo… y la niña necesita que le dé el aire.
- Por Valeria no te preocupes, - respondió Nieves – ya la sacamos todos los días un buen rato. ¡Mira lo morenita que está! ¡Si parece una gitanilla!
- ¿Y vosotros? – insistió Natalia de nuevo.
- Yo estoy muy bien aquí charlando contigo y Luis… ya lo ves, - Nieves señaló a su esposo – enfrascado en su diario.
- Luis, deja las páginas de economía hasta mañana y haz caso a tu esposa, sácala a que la dé el aire. – le reprochó su amiga.
- Son las de política, no las de economía… - señaló él como única respuesta y continuó con su lectura. El artículo hablaba de un joven que estaba causando sensación en los círculos políticos, un joven que estaba revolucionando las ideas de los partidos proletarios, alguien que sabía de lo que hablaba, ya que hasta pocos meses atrás había trabajado como jornalero en el cortijo de un terrateniente, un muchacho contra cuya vida había atentado un capitán de la guardia civil. Luis recortó el artículo, lo dobló y se lo guardó en uno de los bolsillos de la chaqueta para poder leerlo con más detenimiento en su casa.
- ¿Hay algo que no pueda leer yo? – preguntó Natalia, atónita ante la reacción de su amigo.
- ¿Por qué lo dices? – preguntó extrañado - ¡Ah!¡por esto! – respondió colocando la mano sobre el bolsillo donde había guardado el recorte – No, lo que ocurre es que es muy interesante y con vosotras dos parloteando no hay manera de concentrarse. Ven aquí, cariño, ven con papá. – Luis tomó a su hija de los brazos de su esposa – Tú ven conmigo que estas dos te van a hablar mal de mí y van a tratar de ponerte en mi contra y yo necesito que me apoyes, que me defiendas de ellas. – El hombre acercó a su hija a la ventana - ¡Mira el pajarito en el jardín! ¿Quieres ir a verlo más de cerca? ¿Quieres? Pues vamos allá…
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¿Se nota mucho que estoy de vacaciones?
- ¿Creéis que el doctor me dará hoy permiso para levantarme? – preguntaba Natalia, aún en el lecho, estrujándose las manos.
- No lo sé. – Luis leía el periódico sentado junto a Nieves. Estaba enfrascado en la lectura de un artículo de opinión sobre los cambios que se estaban produciendo en el panorama político andaluz.
- Ya es domingo, y el doctor dijo que el fin de semana podría levantarme al fin.
- Tranquilízate, por favor. No vas a conseguir nada poniéndote nerviosa… - Nieves trataba de tranquilizarla.
- Salid a dar un paseo, por favor. – dijo Natalia – Lleváis semanas encerrados aquí conmigo… y la niña necesita que le dé el aire.
- Por Valeria no te preocupes, - respondió Nieves – ya la sacamos todos los días un buen rato. ¡Mira lo morenita que está! ¡Si parece una gitanilla!
- ¿Y vosotros? – insistió Natalia de nuevo.
- Yo estoy muy bien aquí charlando contigo y Luis… ya lo ves, - Nieves señaló a su esposo – enfrascado en su diario.
- Luis, deja las páginas de economía hasta mañana y haz caso a tu esposa, sácala a que la dé el aire. – le reprochó su amiga.
- Son las de política, no las de economía… - señaló él como única respuesta y continuó con su lectura. El artículo hablaba de un joven que estaba causando sensación en los círculos políticos, un joven que estaba revolucionando las ideas de los partidos proletarios, alguien que sabía de lo que hablaba, ya que hasta pocos meses atrás había trabajado como jornalero en el cortijo de un terrateniente, un muchacho contra cuya vida había atentado un capitán de la guardia civil. Luis recortó el artículo, lo dobló y se lo guardó en uno de los bolsillos de la chaqueta para poder leerlo con más detenimiento en su casa.
- ¿Hay algo que no pueda leer yo? – preguntó Natalia, atónita ante la reacción de su amigo.
- ¿Por qué lo dices? – preguntó extrañado - ¡Ah!¡por esto! – respondió colocando la mano sobre el bolsillo donde había guardado el recorte – No, lo que ocurre es que es muy interesante y con vosotras dos parloteando no hay manera de concentrarse. Ven aquí, cariño, ven con papá. – Luis tomó a su hija de los brazos de su esposa – Tú ven conmigo que estas dos te van a hablar mal de mí y van a tratar de ponerte en mi contra y yo necesito que me apoyes, que me defiendas de ellas. – El hombre acercó a su hija a la ventana - ¡Mira el pajarito en el jardín! ¿Quieres ir a verlo más de cerca? ¿Quieres? Pues vamos allá…
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¿Se nota mucho que estoy de vacaciones?
#1142
30/12/2012 20:58
Nieves y Natalia comenzaron a reírse por la ocurrencia del hombre y así seguían cuando Luis salió por la puerta hablando con la niña como si de una persona adulta se tratase. En realidad, Nieves y Luis habían estado hablando durante aquella semana, la joven contó a su marido que Natalia había comenzado a abrir su corazón. Le habló de la conversación que él mismo interrumpió y en la cual la joven Reeves le decía a su amiga que aún no se encontraba preparada para hablar de lo que la ocurría. Por ello, Luis aprovechó la situación para dejar solas a su esposa y su amiga; Natalia se sentiría menos incómoda hablando de sus sentimientos con Nieves si él no estaba presente.
- Pobre Valeria. – consiguió decir Natalia entre risas - Va a ser la niña más mimada y protegida que haya nacido nunca. Luis no va a dejarla sola ni a sol ni a sombra.
- La adora… - dijo Nieves mirando la puerta por donde había salido padre e hija - ¿Sabes?, en ocasiones siento celos de mi hija. ¿Es eso normal?
- Nieves… pero si Luis vive por y para ti. – dijo Natalia sonriendo mientras tomaba la mano de su amiga entre las suyas
- Lo sé, pero siento como si lo hubiese perdido un poquito. – dijo la joven haciendo un mohín.
- ¿Entonces yo cómo debería sentirme? – ante el gesto de extrañeza de Nieves, Natalia continuó – Hace unos años Luis era todo mío, luego llegaste tú y lo volviste loco de amor, – Natalia sonreía mientras hablaba – y ahora, con la llegada de Valeria… me relega aún más.
- No lo sé, ¿cómo te sientes? – Nieves se lo preguntó mirándola a los ojos. Natalia al instante supo que ya no estaban hablando de Luis.
- Ya te dije hace unos días que aún no estaba lista para hablar de ello. – Natalia comenzó a recolocar las sábanas sobre su regazo, tratando de hacer algo con sus manos, tratando de disimular el temblor que aparecía en ellas cada vez que recordaba las semanas pasadas en Arazana.
- Y, ¿cuándo vas a estarlo? ¿Cuándo nos vas a hablar de él? – Nieves decidió que era ya tiempo de tomar el toro por los cuernos y hacer que su amiga se sincerara.
- ¿De quién? – Natalia siguió ocupada con las sábanas, fijando la mirada en los bordados del embozo.
- Del hombre que ha hecho que estés… así. – Nieves acompañó sus palabras con un gesto de la mano que señaló a su amiga de arriba abajo.
- Ya no hay tal hombre. – fue la escueta respuesta de Natalia
- Mírame a los ojos y repítelo para que pueda creerte.
- Déjalo ya, por favor. – las palabras salieron de la boca de Natalia lentamente, con tristeza y dolor.
- No, no puedo, no podemos. Natalia, por favor, mírame. – Nieves se acercó hasta la cama y se sentó en el borde, tomando a su amiga por la barbilla y haciendo que levantara la cara hacia ella. – Estamos preocupados por ti, desde que volviste de tu viaje no eres la misma. Has cambiado.
- La gente cambia. – intervino ella
- Sí, la gente cambia, pero tú no has cambiado, a ti te han hecho cambiar. El dolor te ha hecho cambiar. – Nieves ya no sabía si seguir utilizando palabras dulces para que su amiga confiara en ella o tratar de hacerla reaccionar utilizando palabras duras – Estamos muy preocupados por ti. Desde el día que llegaste, nos dimos cuenta de que algo te había ocurrido. – Nieves detectó que Natalia seguía sus palabras con atención, lo que la animó a proseguir – No quisimos presionarte, pensamos que nos contarías todo en el momento en que te encontraras con fuerzas para ello… pero el tiempo pasa y tú sigues encerrada en tu concha.
- Yo…
- Natalia, no te vamos a presionar, no vamos a obligarte a contar lo que no quieras que sepamos, pero por favor, ábrete a nosotros. No te vamos a juzgar, tan solo queremos que sepas que estamos a tu lado.
- Lo sé…, sé que siempre vais a estar a mi lado, aunque no lo merezca. - gruesas lágrimas corrían por los rostros de las dos amigas – Pero… aún tengo que ordenar mi cabeza, aún tengo mucho que pensar y que decidir. De verdad que nunca podré pagaros lo que estáis haciendo por mí.
- Tan solo quiero pedirte una cosa a cambio. – dijo Nieves enjugando las lágrimas con un delicado pañuelo de encaje.
- Lo que sea. – respondió Natalia con rapidez
- Quiero que seas feliz, Natalia, ¡sé feliz! La vida es demasiado corta para no aprovecharla, para no luchar por la felicidad de cada uno, para no darnos la oportunidad de disfrutar de lo bueno que nos tiene preparado.
- Siento mucho haberos preocupado. – dijo Natalia mientras se limpiaba la cara con la manga del camisón.
- Ten mi pañuelo, no seas cochina. – la reprendió Nieves – Pues sí, quiero que sepas que nos has tenido y nos tienes aún muy preocupados. Has de saber que de no haber sido por mi embarazo, Luis se hubiera personado en ese pueblecito para enterarse personalmente de qué te pasó.
- No… - Natalia ahogó un gemido – no hay nada que descubrir.
- Yo creo que sí, pero no te apures, Luis no irá a ninguna parte aunque ganas no le faltan. Es un asunto demasiado personal como para ir preguntando a terceras personas.
- Gracias. Te prometo que en cuanto pueda hablar de ello sin sentir que me rompo por dentro… - Natalia no pudo continuar hablando, las lágrimas le cerraban la garganta
- ¡Oh, querida! – Nieves abrazó a su amiga tratando de consolarla.
- Mirad quien ha… - la frase quedó a medias. Luis entró en la habitación con su hija en brazos y seguido por el doctor.
- Buenas tardes doctor. – dijo Natalia limpiándose el rostro con la sábana – Mire cómo me tiene de desesperada, me dijo que el fin de semana podría levantarme de la cama y aún sigo aquí…
Luis y Nieves se miraron. El joven sabía que su amiga no lloraba por causa del retraso en la visita del galeno, sino por las tristezas que albergaba su corazón desde hacía meses. El gesto negativo que su esposa realizó con la cabeza le confirmo que, una vez más, Natalia no había explicado la causa de su abatimiento sino que seguía manteniéndolo en secreto, como si hubiera cometido el más terrible de los crímenes.
- Pobre Valeria. – consiguió decir Natalia entre risas - Va a ser la niña más mimada y protegida que haya nacido nunca. Luis no va a dejarla sola ni a sol ni a sombra.
- La adora… - dijo Nieves mirando la puerta por donde había salido padre e hija - ¿Sabes?, en ocasiones siento celos de mi hija. ¿Es eso normal?
- Nieves… pero si Luis vive por y para ti. – dijo Natalia sonriendo mientras tomaba la mano de su amiga entre las suyas
- Lo sé, pero siento como si lo hubiese perdido un poquito. – dijo la joven haciendo un mohín.
- ¿Entonces yo cómo debería sentirme? – ante el gesto de extrañeza de Nieves, Natalia continuó – Hace unos años Luis era todo mío, luego llegaste tú y lo volviste loco de amor, – Natalia sonreía mientras hablaba – y ahora, con la llegada de Valeria… me relega aún más.
- No lo sé, ¿cómo te sientes? – Nieves se lo preguntó mirándola a los ojos. Natalia al instante supo que ya no estaban hablando de Luis.
- Ya te dije hace unos días que aún no estaba lista para hablar de ello. – Natalia comenzó a recolocar las sábanas sobre su regazo, tratando de hacer algo con sus manos, tratando de disimular el temblor que aparecía en ellas cada vez que recordaba las semanas pasadas en Arazana.
- Y, ¿cuándo vas a estarlo? ¿Cuándo nos vas a hablar de él? – Nieves decidió que era ya tiempo de tomar el toro por los cuernos y hacer que su amiga se sincerara.
- ¿De quién? – Natalia siguió ocupada con las sábanas, fijando la mirada en los bordados del embozo.
- Del hombre que ha hecho que estés… así. – Nieves acompañó sus palabras con un gesto de la mano que señaló a su amiga de arriba abajo.
- Ya no hay tal hombre. – fue la escueta respuesta de Natalia
- Mírame a los ojos y repítelo para que pueda creerte.
- Déjalo ya, por favor. – las palabras salieron de la boca de Natalia lentamente, con tristeza y dolor.
- No, no puedo, no podemos. Natalia, por favor, mírame. – Nieves se acercó hasta la cama y se sentó en el borde, tomando a su amiga por la barbilla y haciendo que levantara la cara hacia ella. – Estamos preocupados por ti, desde que volviste de tu viaje no eres la misma. Has cambiado.
- La gente cambia. – intervino ella
- Sí, la gente cambia, pero tú no has cambiado, a ti te han hecho cambiar. El dolor te ha hecho cambiar. – Nieves ya no sabía si seguir utilizando palabras dulces para que su amiga confiara en ella o tratar de hacerla reaccionar utilizando palabras duras – Estamos muy preocupados por ti. Desde el día que llegaste, nos dimos cuenta de que algo te había ocurrido. – Nieves detectó que Natalia seguía sus palabras con atención, lo que la animó a proseguir – No quisimos presionarte, pensamos que nos contarías todo en el momento en que te encontraras con fuerzas para ello… pero el tiempo pasa y tú sigues encerrada en tu concha.
- Yo…
- Natalia, no te vamos a presionar, no vamos a obligarte a contar lo que no quieras que sepamos, pero por favor, ábrete a nosotros. No te vamos a juzgar, tan solo queremos que sepas que estamos a tu lado.
- Lo sé…, sé que siempre vais a estar a mi lado, aunque no lo merezca. - gruesas lágrimas corrían por los rostros de las dos amigas – Pero… aún tengo que ordenar mi cabeza, aún tengo mucho que pensar y que decidir. De verdad que nunca podré pagaros lo que estáis haciendo por mí.
- Tan solo quiero pedirte una cosa a cambio. – dijo Nieves enjugando las lágrimas con un delicado pañuelo de encaje.
- Lo que sea. – respondió Natalia con rapidez
- Quiero que seas feliz, Natalia, ¡sé feliz! La vida es demasiado corta para no aprovecharla, para no luchar por la felicidad de cada uno, para no darnos la oportunidad de disfrutar de lo bueno que nos tiene preparado.
- Siento mucho haberos preocupado. – dijo Natalia mientras se limpiaba la cara con la manga del camisón.
- Ten mi pañuelo, no seas cochina. – la reprendió Nieves – Pues sí, quiero que sepas que nos has tenido y nos tienes aún muy preocupados. Has de saber que de no haber sido por mi embarazo, Luis se hubiera personado en ese pueblecito para enterarse personalmente de qué te pasó.
- No… - Natalia ahogó un gemido – no hay nada que descubrir.
- Yo creo que sí, pero no te apures, Luis no irá a ninguna parte aunque ganas no le faltan. Es un asunto demasiado personal como para ir preguntando a terceras personas.
- Gracias. Te prometo que en cuanto pueda hablar de ello sin sentir que me rompo por dentro… - Natalia no pudo continuar hablando, las lágrimas le cerraban la garganta
- ¡Oh, querida! – Nieves abrazó a su amiga tratando de consolarla.
- Mirad quien ha… - la frase quedó a medias. Luis entró en la habitación con su hija en brazos y seguido por el doctor.
- Buenas tardes doctor. – dijo Natalia limpiándose el rostro con la sábana – Mire cómo me tiene de desesperada, me dijo que el fin de semana podría levantarme de la cama y aún sigo aquí…
Luis y Nieves se miraron. El joven sabía que su amiga no lloraba por causa del retraso en la visita del galeno, sino por las tristezas que albergaba su corazón desde hacía meses. El gesto negativo que su esposa realizó con la cabeza le confirmo que, una vez más, Natalia no había explicado la causa de su abatimiento sino que seguía manteniéndolo en secreto, como si hubiera cometido el más terrible de los crímenes.
#1143
31/12/2012 15:54
Gracias.
#1144
03/01/2013 15:10
- Buenas, Pepe. Ponme un pajarete, haz el favor. – el sargento Morales se acercó al mostrador de la taberna.
- ¿Pero qué hace usted aquí, sargento? – preguntó Pepe mientras le servía el vaso de vino.
- Pues haciendo tiempo, Pepe, haciendo tiempo. ¡Que no sabe usted lo que tarda mi Paca en arreglarse par ir de paseo! – el sargento tomó un trago de su vino y continuó hablando – Bueno, para ir de paseo y para cualquier otra cosa.
- Ya sabe usted que las mujeres quieren ir arregladas a cualquier parte, aunque algunas más que un arreglo necesitan un milagro. – Pepe se apoyó en la barra para seguir charlando con el guardia civil. Era domingo por la tarde y la gente estaba aprovechando el buen tiempo para salir a pasear, por lo que no tenía muchos clientes en aquel momento.
- Mi Paca no es de esas, mi Paca es la mujer más bonita del mundo, pero se empeña en que nada le queda bien y cuando ya estamos listos para salir… tiene que volver a empezar de nuevo.
- ¡No exagere, no exagere! – Pepe comenzó a frotar enérgicamente la barra
- No exagero… Si he pasado más tiempo esperándola a ella para salir de casa que haciendo guardias en el cuerpo…Si casi ni nos casamos, ¡oiga!
- Morales, ¡no se puede dejar plantada a una mujer en el altar porque tarde en vestirse…! – dijo Pepe riéndose
- No, si fue ella la que me dejó plantado a mí. A las seis de la tarde que se presentó en la parroquia.
- Bueno… no es una mala hora para casarse.
- Pero es que la boda iba a celebrarse a mediodía… Seis horas, Pepe, seis horas. El cura quería marcharse porque tenía que oficiar un entierro en el pueblo de al lado, los invitados protestaban porque habían venido de muy lejos. Si hasta mi suegra, Dios la tenga en su bendita gloria, me decía que era culpa mía, que ponía nerviosa a mi Paca y que por eso no acertaba a vestirse.
- ¿Y que pasó? – preguntó Pepe intrigado – Porque casarse… se casaron.
- Claro que nos casamos, por mi Paca hubiera esperado hasta el día del juicio. Pero tuvimos que dar el banquete de bodas antes de la boda para aplacar a los invitados, y no veas lo mal que le sentó eso a mi Paca… Me decía que seguro que era la única mujer en el mundo cuyo banquete de bodas se había celebrado sin celebrarse la boda propiamente dicha. – Pepe comenzó a reírse, era de sobra sabida la adoración que el sargento Morales sentía por su esposa, sentimiento que era totalmente correspondido por parte de ella. – No se ría Pepe, no vea la bronca que me cayó, si hasta me… - Morales calló repentinamente
- ¿Qué?
- Nada. – respondió el sargento avergonzado.
- Vamos, Morales, explíquese.
- Pues que… - Morales miró hacia todos lados para comprobar si alguien más escuchaba la conversación antes de continuar – Me dijo que si ella se había perdido el banquete yo me iba a perder la noche de bodas.
- No me diga que lo tuvo… a pan y agua la noche de bodas.
- Si solo hubiera sido la noche de bodas… - dijo Morales recordando aquellos tiempos – ¡Una semana, Pepe, una semana…!
- Pero seguro que ya se ha resarcido, ¿eh, pillín?
- Por favor, Pepe, que estás hablando de mi esposa… - dijo Morales serio
- Uy, si, perdón sargento, perdón. Si es que ya casi no quedan mujeres como su Paca. – Pepe siguió con su trabajo mientras hablaba con el sargento – Mi Julieta y pocas más… y hablando de mi Julieta, ¿qué puede decirme del teniente Garay?
- ¿A santo de qué viene ahora hablar del teniente? – preguntó Morales sin saber a qué se debía el cambio en la conversación
- Usted hábleme del teniente y ya se lo explicaré…
- Pues no hay mucho que contar que no se sepa ya. – Morales se rascó la cabeza tratando de pensar qué sería lo que le interesase al tabernero – Lo enviaron de la Comandancia de Málaga para atrapar al capitán Olmedo…
- Sí, pero ¿qué clase de hombre es? ¿Tiene familia? – el tabernero no paraba de preguntar
- Pues no lo sé realmente… creo que le he oído hablar de una hermana. A ver Pepe, o me cuenta qué quiere saber o no le digo nada más.
- Pues que ha salido a pasear con mi Julieta… - Pepe, rabioso, soltó el trapo sobre el mostrador.
- Eso es de lo más normal, son jóvenes. Pierde cuidado, el teniente es un caballero, como todos los miembros de la benemérita.
- ¿También Olmedo? – preguntó Pepe con retintín
- El capitán… el capitán es harina de otro costal. – respondió Morales enfadado
- Aún así, no me fío. ¡Qué es eso de andar por ahí paseando con mi hija!
- Despreocúpate, Julieta sabe defenderse muy bien solita. – Morales trató de tranquilizar a su amigo.
- Es decir que va a tener que defenderse… - Pepe soltó de nuevo el trapo con el que frotaba el mostrador y se dispuso a quitarse el delantal – Si ya sabía yo…
- Tranquilo Pepe, tranquilo… Si tan preocupado estás por tu hija, aunque no tengas razón alguna, créeme, ¿por qué la has dado permiso para salir?
- Porque no me lo ha pedido… y él tampoco, ¡eh! – Pepe caminaba nervioso tras el mostrador - Mucho teniente de la guardia civil, mucha responsabilidad, mucha seriedad… y luego no se acuerda de pedir permiso al padre de una muchacha antes de salir con ella a pasear.
- Sí, bueno, los… los tiempos están cambiando, Pepe. – Morales estaba seguro de que Julieta no corría peligro alguno con el teniente Garay por dos razones; la primera, que el teniente era un caballero que jamás se propasaría con una muchacha y la segunda… que Julieta jamás permitiría que nadie la faltara al respeto. – Los jóvenes… ya sabes cómo son, recuerda cuando tú…
- Cuando yo qué, ¡yo siempre me he portado decentemente y siempre respeté a la madre de Julieta!
- En ningún momento he puesto yo en duda eso, Pepe. Solo digo que…
- Buenas tardes, sargento. – Julieta acababa de entrar en la taberna - ¿Cómo usted por aquí a estas horas? ¿No sale a pasear con su Paca?
- Si, precisamente eso le estaba diciendo yo a tu padre… que me debe estar esperando mi Paca.
- ¿Estas son horas de llegar? – preguntó Pepe a su hija muy irritado
- Pero si es muy pronto, padre. Ahora es cuando está la gente saliendo de paseo. – respondió la muchacha.
- Yo ya me iba, aquí dejo el dinero del pajarete… - Morales pensó que era mejor salir cuanto antes de la taberna, no fuera a ser que acabara pagando él los platos rotos; además, su Paca seguro que ya estaba lista.
- Me da lo mismo lo que haga el resto de la gente. ¿Si el resto de la gente se tira por un puente, tú también vas a hacerlo?
- Pero ¿se puede saber qué está usted diciendo?
- Que no vuelves a salir más de paseo, ¡ea! – Pepe tomó una jarra y se dispuso a servir a unos parroquianos que acababan de sentarse a una de las mesas.
- ¿Cómo que no voy a salir? Por supuesto que voy a salir. – respondió la muchacha.
- Eso será si te doy permiso. – continuó el padre.
- Padre… que ya no soy una niña.
- Pues no te comportes como tal…
- ¡Qué yo me comporto como una niña! ¡Lo que hay que oír! – exclamaba Julieta mientras se dirigía al piso superior
- No me dejes con la palabra en la boca. – Pepe se asomó al hueco de la escalera, aún con la jarra en la mano, sin percatarse de que todos los presentes estaban más atentos a la discusión entre padre e hija que a sus propios asuntos. - ¿Se puede saber qué estáis mirando? ¡Venga, cada uno a los suyo! Y el que ya no tenga sed, ¡a la calle!
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¡¡Feliz Año!!
- ¿Pero qué hace usted aquí, sargento? – preguntó Pepe mientras le servía el vaso de vino.
- Pues haciendo tiempo, Pepe, haciendo tiempo. ¡Que no sabe usted lo que tarda mi Paca en arreglarse par ir de paseo! – el sargento tomó un trago de su vino y continuó hablando – Bueno, para ir de paseo y para cualquier otra cosa.
- Ya sabe usted que las mujeres quieren ir arregladas a cualquier parte, aunque algunas más que un arreglo necesitan un milagro. – Pepe se apoyó en la barra para seguir charlando con el guardia civil. Era domingo por la tarde y la gente estaba aprovechando el buen tiempo para salir a pasear, por lo que no tenía muchos clientes en aquel momento.
- Mi Paca no es de esas, mi Paca es la mujer más bonita del mundo, pero se empeña en que nada le queda bien y cuando ya estamos listos para salir… tiene que volver a empezar de nuevo.
- ¡No exagere, no exagere! – Pepe comenzó a frotar enérgicamente la barra
- No exagero… Si he pasado más tiempo esperándola a ella para salir de casa que haciendo guardias en el cuerpo…Si casi ni nos casamos, ¡oiga!
- Morales, ¡no se puede dejar plantada a una mujer en el altar porque tarde en vestirse…! – dijo Pepe riéndose
- No, si fue ella la que me dejó plantado a mí. A las seis de la tarde que se presentó en la parroquia.
- Bueno… no es una mala hora para casarse.
- Pero es que la boda iba a celebrarse a mediodía… Seis horas, Pepe, seis horas. El cura quería marcharse porque tenía que oficiar un entierro en el pueblo de al lado, los invitados protestaban porque habían venido de muy lejos. Si hasta mi suegra, Dios la tenga en su bendita gloria, me decía que era culpa mía, que ponía nerviosa a mi Paca y que por eso no acertaba a vestirse.
- ¿Y que pasó? – preguntó Pepe intrigado – Porque casarse… se casaron.
- Claro que nos casamos, por mi Paca hubiera esperado hasta el día del juicio. Pero tuvimos que dar el banquete de bodas antes de la boda para aplacar a los invitados, y no veas lo mal que le sentó eso a mi Paca… Me decía que seguro que era la única mujer en el mundo cuyo banquete de bodas se había celebrado sin celebrarse la boda propiamente dicha. – Pepe comenzó a reírse, era de sobra sabida la adoración que el sargento Morales sentía por su esposa, sentimiento que era totalmente correspondido por parte de ella. – No se ría Pepe, no vea la bronca que me cayó, si hasta me… - Morales calló repentinamente
- ¿Qué?
- Nada. – respondió el sargento avergonzado.
- Vamos, Morales, explíquese.
- Pues que… - Morales miró hacia todos lados para comprobar si alguien más escuchaba la conversación antes de continuar – Me dijo que si ella se había perdido el banquete yo me iba a perder la noche de bodas.
- No me diga que lo tuvo… a pan y agua la noche de bodas.
- Si solo hubiera sido la noche de bodas… - dijo Morales recordando aquellos tiempos – ¡Una semana, Pepe, una semana…!
- Pero seguro que ya se ha resarcido, ¿eh, pillín?
- Por favor, Pepe, que estás hablando de mi esposa… - dijo Morales serio
- Uy, si, perdón sargento, perdón. Si es que ya casi no quedan mujeres como su Paca. – Pepe siguió con su trabajo mientras hablaba con el sargento – Mi Julieta y pocas más… y hablando de mi Julieta, ¿qué puede decirme del teniente Garay?
- ¿A santo de qué viene ahora hablar del teniente? – preguntó Morales sin saber a qué se debía el cambio en la conversación
- Usted hábleme del teniente y ya se lo explicaré…
- Pues no hay mucho que contar que no se sepa ya. – Morales se rascó la cabeza tratando de pensar qué sería lo que le interesase al tabernero – Lo enviaron de la Comandancia de Málaga para atrapar al capitán Olmedo…
- Sí, pero ¿qué clase de hombre es? ¿Tiene familia? – el tabernero no paraba de preguntar
- Pues no lo sé realmente… creo que le he oído hablar de una hermana. A ver Pepe, o me cuenta qué quiere saber o no le digo nada más.
- Pues que ha salido a pasear con mi Julieta… - Pepe, rabioso, soltó el trapo sobre el mostrador.
- Eso es de lo más normal, son jóvenes. Pierde cuidado, el teniente es un caballero, como todos los miembros de la benemérita.
- ¿También Olmedo? – preguntó Pepe con retintín
- El capitán… el capitán es harina de otro costal. – respondió Morales enfadado
- Aún así, no me fío. ¡Qué es eso de andar por ahí paseando con mi hija!
- Despreocúpate, Julieta sabe defenderse muy bien solita. – Morales trató de tranquilizar a su amigo.
- Es decir que va a tener que defenderse… - Pepe soltó de nuevo el trapo con el que frotaba el mostrador y se dispuso a quitarse el delantal – Si ya sabía yo…
- Tranquilo Pepe, tranquilo… Si tan preocupado estás por tu hija, aunque no tengas razón alguna, créeme, ¿por qué la has dado permiso para salir?
- Porque no me lo ha pedido… y él tampoco, ¡eh! – Pepe caminaba nervioso tras el mostrador - Mucho teniente de la guardia civil, mucha responsabilidad, mucha seriedad… y luego no se acuerda de pedir permiso al padre de una muchacha antes de salir con ella a pasear.
- Sí, bueno, los… los tiempos están cambiando, Pepe. – Morales estaba seguro de que Julieta no corría peligro alguno con el teniente Garay por dos razones; la primera, que el teniente era un caballero que jamás se propasaría con una muchacha y la segunda… que Julieta jamás permitiría que nadie la faltara al respeto. – Los jóvenes… ya sabes cómo son, recuerda cuando tú…
- Cuando yo qué, ¡yo siempre me he portado decentemente y siempre respeté a la madre de Julieta!
- En ningún momento he puesto yo en duda eso, Pepe. Solo digo que…
- Buenas tardes, sargento. – Julieta acababa de entrar en la taberna - ¿Cómo usted por aquí a estas horas? ¿No sale a pasear con su Paca?
- Si, precisamente eso le estaba diciendo yo a tu padre… que me debe estar esperando mi Paca.
- ¿Estas son horas de llegar? – preguntó Pepe a su hija muy irritado
- Pero si es muy pronto, padre. Ahora es cuando está la gente saliendo de paseo. – respondió la muchacha.
- Yo ya me iba, aquí dejo el dinero del pajarete… - Morales pensó que era mejor salir cuanto antes de la taberna, no fuera a ser que acabara pagando él los platos rotos; además, su Paca seguro que ya estaba lista.
- Me da lo mismo lo que haga el resto de la gente. ¿Si el resto de la gente se tira por un puente, tú también vas a hacerlo?
- Pero ¿se puede saber qué está usted diciendo?
- Que no vuelves a salir más de paseo, ¡ea! – Pepe tomó una jarra y se dispuso a servir a unos parroquianos que acababan de sentarse a una de las mesas.
- ¿Cómo que no voy a salir? Por supuesto que voy a salir. – respondió la muchacha.
- Eso será si te doy permiso. – continuó el padre.
- Padre… que ya no soy una niña.
- Pues no te comportes como tal…
- ¡Qué yo me comporto como una niña! ¡Lo que hay que oír! – exclamaba Julieta mientras se dirigía al piso superior
- No me dejes con la palabra en la boca. – Pepe se asomó al hueco de la escalera, aún con la jarra en la mano, sin percatarse de que todos los presentes estaban más atentos a la discusión entre padre e hija que a sus propios asuntos. - ¿Se puede saber qué estáis mirando? ¡Venga, cada uno a los suyo! Y el que ya no tenga sed, ¡a la calle!
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¡¡Feliz Año!!
#1145
08/01/2013 20:46
- ¿Le ha fastidiado mucho Eugenia estos días? – preguntó Roberto
- ¿Por qué lo dice? – preguntó Margarita
- Porque conozco a Eugenia desde hace mucho tiempo y creo que la voy conociendo también a usted. – respondió él sonriente
-Tan solo un poco. – Margarita respondió a la sonrisa de Roberto bajando la mirada y sonriendo a su vez. Lo cierto es que Eugenia le había preguntado a Margarita un par de veces por la conversación que ésta había tenido con Roberto, pero como la joven Guerra cambiaba de tema y tampoco se la veía azorada hablando del muchacho, Eugenia descartó la idea de que entre ellos pudiera haber algo.
Un día más, Eugenia Montoro se había hecho acompañar por su amiga Margarita. Era domingo y, tras asistir a la misa oficiada por el padre Damián, habían encaminado sus pasos a la alameda acompañadas por el señor Guarda, compañía que se estaba convirtiendo en habitual. Por el camino se toparon con Roberto quien, como venía siendo costumbre, caminaba solo pensando en sus cosas; la gente lo saludaba amablemente pero no interrumpía sus cavilaciones, creían que Arazana se había quedado pequeño para él y su cabeza se encontraba ocupada con ideas políticas que lo llevarían muy lejos y harían de él un hombre importante. Tenían razón, su cabeza se mantenía continuamente ocupada, pero no pensando en política si no en una mujer.
- No deje que la atosigue. – Roberto siguió caminando junto a Margarita, Eugenia y Ángel se habían adelantado y charlaban animadamente bajo la atenta mirada de la señorita Guerra quien aún no confiaba del todo en el joven que de pronto apareció un día contratado por Natalia Reeves, aunque durante el atentado a Roberto había dado motivos suficientes para que su opinión sobre él cambiara.
- Lo intento pero… Eugenia es tan… No sé cómo explicarlo. – Margarita dudaba de cuáles podían ser las palabras que mejor expresaran la opinión que tenía de su amiga – Vehemente, insistente…
- Pesada.
- Yo no diría tanto… - Eugenia, a pesar de que era de la misma opinión que Roberto, trataba de que sus palabras no fueran tan duras.
- Pues yo sí. – afirmó Roberto rotundo - La conozco desde siempre, está acostumbrada a hacer su santa voluntad y a que todos bailen al son que ella toca.
- Sí, pero lo hace pensando en ayudar a los demás. – respondió la joven con voz suave.
- Pues conmigo se está equivocando. – Roberto temía que Eugenia quisiera emparejarlo con Margarita Guerra, pero él ni estaba, ni iba a estar interesado en ella nunca. Quería dejar las cosas claras entre ellos, pero no sabía cómo tantear los sentimientos de la joven sin hacerla daño.
- Conmigo también, no se preocupe.
- Perdón, no quería dar a entender…
- No, me alegra que la gente sea sincera conmigo. – Margarita poco a poco se estaba abriendo a Roberto, se sentía a salvo con él, sabía del amor que el muchacho seguía sintiendo por Natalia Reeves y por ello no se sentía amenazada – Me cuesta mucho hablar con desconocidos y… si además no sabes si están siendo amables contigo tan solo por educación o porque realmente les agradas…
- Señorita Guerra, si me permite un consejo… - la joven asintió con la cabeza y Roberto prosiguió – Cierre ese capítulo de su vida, váyase de Arazana, olvide a Álvaro y comience de nuevo. No le hace ningún bien seguir aquí, alojarse en casa de los Montoro, verlo cada día. Si sigue queriéndolo, tal y como me dijo hace unos días, su modo de vida actual no le hace ningún bien.
- ¿Por qué lo dice? – preguntó Margarita
- Porque conozco a Eugenia desde hace mucho tiempo y creo que la voy conociendo también a usted. – respondió él sonriente
-Tan solo un poco. – Margarita respondió a la sonrisa de Roberto bajando la mirada y sonriendo a su vez. Lo cierto es que Eugenia le había preguntado a Margarita un par de veces por la conversación que ésta había tenido con Roberto, pero como la joven Guerra cambiaba de tema y tampoco se la veía azorada hablando del muchacho, Eugenia descartó la idea de que entre ellos pudiera haber algo.
Un día más, Eugenia Montoro se había hecho acompañar por su amiga Margarita. Era domingo y, tras asistir a la misa oficiada por el padre Damián, habían encaminado sus pasos a la alameda acompañadas por el señor Guarda, compañía que se estaba convirtiendo en habitual. Por el camino se toparon con Roberto quien, como venía siendo costumbre, caminaba solo pensando en sus cosas; la gente lo saludaba amablemente pero no interrumpía sus cavilaciones, creían que Arazana se había quedado pequeño para él y su cabeza se encontraba ocupada con ideas políticas que lo llevarían muy lejos y harían de él un hombre importante. Tenían razón, su cabeza se mantenía continuamente ocupada, pero no pensando en política si no en una mujer.
- No deje que la atosigue. – Roberto siguió caminando junto a Margarita, Eugenia y Ángel se habían adelantado y charlaban animadamente bajo la atenta mirada de la señorita Guerra quien aún no confiaba del todo en el joven que de pronto apareció un día contratado por Natalia Reeves, aunque durante el atentado a Roberto había dado motivos suficientes para que su opinión sobre él cambiara.
- Lo intento pero… Eugenia es tan… No sé cómo explicarlo. – Margarita dudaba de cuáles podían ser las palabras que mejor expresaran la opinión que tenía de su amiga – Vehemente, insistente…
- Pesada.
- Yo no diría tanto… - Eugenia, a pesar de que era de la misma opinión que Roberto, trataba de que sus palabras no fueran tan duras.
- Pues yo sí. – afirmó Roberto rotundo - La conozco desde siempre, está acostumbrada a hacer su santa voluntad y a que todos bailen al son que ella toca.
- Sí, pero lo hace pensando en ayudar a los demás. – respondió la joven con voz suave.
- Pues conmigo se está equivocando. – Roberto temía que Eugenia quisiera emparejarlo con Margarita Guerra, pero él ni estaba, ni iba a estar interesado en ella nunca. Quería dejar las cosas claras entre ellos, pero no sabía cómo tantear los sentimientos de la joven sin hacerla daño.
- Conmigo también, no se preocupe.
- Perdón, no quería dar a entender…
- No, me alegra que la gente sea sincera conmigo. – Margarita poco a poco se estaba abriendo a Roberto, se sentía a salvo con él, sabía del amor que el muchacho seguía sintiendo por Natalia Reeves y por ello no se sentía amenazada – Me cuesta mucho hablar con desconocidos y… si además no sabes si están siendo amables contigo tan solo por educación o porque realmente les agradas…
- Señorita Guerra, si me permite un consejo… - la joven asintió con la cabeza y Roberto prosiguió – Cierre ese capítulo de su vida, váyase de Arazana, olvide a Álvaro y comience de nuevo. No le hace ningún bien seguir aquí, alojarse en casa de los Montoro, verlo cada día. Si sigue queriéndolo, tal y como me dijo hace unos días, su modo de vida actual no le hace ningún bien.
#1146
08/01/2013 20:54
Roberta gracias
pero para cuando una pequeña esperanza de que roberto y natalia sepan algo el uno del otro
pero para cuando una pequeña esperanza de que roberto y natalia sepan algo el uno del otro
#1147
10/01/2013 21:47
Es complicado que sepan el uno del otro...
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- Lo sé, pero no puedo evitarlo. Necesito verlo, aunque él me ignore por completo… - la voz de Margarita fue perdiendo intensidad hasta convertirse en un susurro – Pensé que usted me comprendería…
- La comprendo perfectamente, por eso se lo digo. – Roberto caminó hasta la orilla del río dejando atrás a Margarita; al llegar a la orilla, se agachó tomó varias piedras y comenzó a lanzarlas, tratando de que rebotaran varias veces sobre la superficie del agua. Tras unos segundos, la muchacha se le acercó – Sé cómo se siente, sé que cada segundo cerca de Álvaro es para usted una tortura porque recuerda el dolor que sintió cuando él la dejó. – Margarita bajó la mirada y la fijó en la orilla, luchando por no empezar a llorar
- Pero me reconforta saber que está bien, que me ha olvidado. – continuó Margarita en voz baja – O tal vez no haya tenido que olvidarme porque nunca me tomó en consideración.
- No diga eso…
- Es cierto, ¿para qué engañarnos? – Margarita abrió su bolsito y tomó su pañuelo, finalmente no pudo evitar que varias lágrimas surcaran su rostro – Para Álvaro tan solo fui un compromiso adquirido por parte de nuestros padres, nunca le interesé… nunca le gusté siquiera. Sin embargo, su relación con la señorita Reeves era diametralmente distinta. ¿Por qué acabó?
Roberto tomó aire, lanzó las últimas piedras que tenía en sus manos y se mantuvo en silencio. Margarita, a su lado, se mantuvo también en silencio, esperando a que él estuviera dispuesto a responder a su pregunta.
- Somos demasiado distintos…
- Si esa fuera la razón, su relación nunca habría comenzado. ¿Por qué acabó? – insistió la joven
- Usted sabe toda la verdad sobre mi nacimiento. – dijo Roberto mirándola a los ojos. Margarita, asintió con la cabeza sin decir ni una palabra – No podía arrastrar su nombre por el lodo de esa manera.
- Aún no se ha hecho público que don Germán es su padre, nadie sabe nada de ello.
- Pero se sabrá, las desgracias nunca quedan ocultas. – Roberto no dejaba de pensar en lo que su abuelo le había dicho, que Germán estaba decidido a reconocerlo como su legítimo hijo - ¿Sabía usted que él… quiere reconocerme como su hijo?
- Sí. Desde el primer momento habló con mucho orgullo de usted y dejó claras sus intenciones ante todos. – Margarita recordaba con qué nostalgia habló Germán sobre su relación con Carmen, con qué cariño y orgullo hablaba de Roberto. Tampoco podía ignorar lo difícil que se había vuelto la relación entre Álvaro y su padre desde entonces.
- Entonces no sé qué es lo que no entiende.
- Usted no es el único hombre que ha nacido fuera de un matrimonio, no tiene porqué sentirse inferior a nadie; además, se está abriendo un porvenir muy brillante en la política… - Margarita bajó la voz, – por lo que he oído.
- No es eso, no me siento inferior.
- ¿Entonces? – preguntó ella intrigada
- Es por Natalia.
- ¿Piensa que ella se avergonzaría de usted? – preguntó Margarita incrédula – No tuve el placer de conocer bien a la señorita Reeves, pero no creo que ella…
- Es por lo que puedan pensar los demás de ella, por cómo afecte a su vida y sus negocios el que la relacionen conmigo. – dijo Roberto exasperado, ¿acaso nadie entendía su punto de vista?
- Ya le he dicho que no conozco bien a la señorita Reeves, pero… - Roberto giró la cabeza para poder mirar a Margarita directamente a los ojos – Yo creo que si le importara lo que la gente pensara de ella, no viajaría sola, ni hubiera entablado una relación con usted, ni…
- Una cosa es que la gente piense que se rebaja al hablar con un don nadie o que viaje sola por el mundo. – rebatió Roberto – Ese modo de vida puede ser tratado como una excentricidad de una… de una señorita bien, pero el que se sepa…
- ¿Y ella qué dijo?
- ¿Ella?
- Sí, ella. ¿Ella sabe que usted es… hijo de don Germán? – Margarita estaba azorada, jamás hubiera pensado que podría hablar de temas tan delicados con nadie, y menos aún con un hombre como Roberto
- Sí, lo sabe. Sara se lo dijo. – Roberto no entendía a dónde quería llegar Margarita.
- ¿Y qué dijo ella? ¿Le importó?
- No. – Margarita esperó a que Roberto continuara hablando – Me dijo que… que quería estar conmigo, que quería apoyarme… - Roberto sentía que no debería estar hablando con Margarita de temas tan íntimos, pero necesitaba desahogarse y estaba seguro de que Margarita no hablaría de ello con nadie – que sabía lo que era perder a un ser querido y…
- Y aún así, usted quiso que se fuera.
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- Lo sé, pero no puedo evitarlo. Necesito verlo, aunque él me ignore por completo… - la voz de Margarita fue perdiendo intensidad hasta convertirse en un susurro – Pensé que usted me comprendería…
- La comprendo perfectamente, por eso se lo digo. – Roberto caminó hasta la orilla del río dejando atrás a Margarita; al llegar a la orilla, se agachó tomó varias piedras y comenzó a lanzarlas, tratando de que rebotaran varias veces sobre la superficie del agua. Tras unos segundos, la muchacha se le acercó – Sé cómo se siente, sé que cada segundo cerca de Álvaro es para usted una tortura porque recuerda el dolor que sintió cuando él la dejó. – Margarita bajó la mirada y la fijó en la orilla, luchando por no empezar a llorar
- Pero me reconforta saber que está bien, que me ha olvidado. – continuó Margarita en voz baja – O tal vez no haya tenido que olvidarme porque nunca me tomó en consideración.
- No diga eso…
- Es cierto, ¿para qué engañarnos? – Margarita abrió su bolsito y tomó su pañuelo, finalmente no pudo evitar que varias lágrimas surcaran su rostro – Para Álvaro tan solo fui un compromiso adquirido por parte de nuestros padres, nunca le interesé… nunca le gusté siquiera. Sin embargo, su relación con la señorita Reeves era diametralmente distinta. ¿Por qué acabó?
Roberto tomó aire, lanzó las últimas piedras que tenía en sus manos y se mantuvo en silencio. Margarita, a su lado, se mantuvo también en silencio, esperando a que él estuviera dispuesto a responder a su pregunta.
- Somos demasiado distintos…
- Si esa fuera la razón, su relación nunca habría comenzado. ¿Por qué acabó? – insistió la joven
- Usted sabe toda la verdad sobre mi nacimiento. – dijo Roberto mirándola a los ojos. Margarita, asintió con la cabeza sin decir ni una palabra – No podía arrastrar su nombre por el lodo de esa manera.
- Aún no se ha hecho público que don Germán es su padre, nadie sabe nada de ello.
- Pero se sabrá, las desgracias nunca quedan ocultas. – Roberto no dejaba de pensar en lo que su abuelo le había dicho, que Germán estaba decidido a reconocerlo como su legítimo hijo - ¿Sabía usted que él… quiere reconocerme como su hijo?
- Sí. Desde el primer momento habló con mucho orgullo de usted y dejó claras sus intenciones ante todos. – Margarita recordaba con qué nostalgia habló Germán sobre su relación con Carmen, con qué cariño y orgullo hablaba de Roberto. Tampoco podía ignorar lo difícil que se había vuelto la relación entre Álvaro y su padre desde entonces.
- Entonces no sé qué es lo que no entiende.
- Usted no es el único hombre que ha nacido fuera de un matrimonio, no tiene porqué sentirse inferior a nadie; además, se está abriendo un porvenir muy brillante en la política… - Margarita bajó la voz, – por lo que he oído.
- No es eso, no me siento inferior.
- ¿Entonces? – preguntó ella intrigada
- Es por Natalia.
- ¿Piensa que ella se avergonzaría de usted? – preguntó Margarita incrédula – No tuve el placer de conocer bien a la señorita Reeves, pero no creo que ella…
- Es por lo que puedan pensar los demás de ella, por cómo afecte a su vida y sus negocios el que la relacionen conmigo. – dijo Roberto exasperado, ¿acaso nadie entendía su punto de vista?
- Ya le he dicho que no conozco bien a la señorita Reeves, pero… - Roberto giró la cabeza para poder mirar a Margarita directamente a los ojos – Yo creo que si le importara lo que la gente pensara de ella, no viajaría sola, ni hubiera entablado una relación con usted, ni…
- Una cosa es que la gente piense que se rebaja al hablar con un don nadie o que viaje sola por el mundo. – rebatió Roberto – Ese modo de vida puede ser tratado como una excentricidad de una… de una señorita bien, pero el que se sepa…
- ¿Y ella qué dijo?
- ¿Ella?
- Sí, ella. ¿Ella sabe que usted es… hijo de don Germán? – Margarita estaba azorada, jamás hubiera pensado que podría hablar de temas tan delicados con nadie, y menos aún con un hombre como Roberto
- Sí, lo sabe. Sara se lo dijo. – Roberto no entendía a dónde quería llegar Margarita.
- ¿Y qué dijo ella? ¿Le importó?
- No. – Margarita esperó a que Roberto continuara hablando – Me dijo que… que quería estar conmigo, que quería apoyarme… - Roberto sentía que no debería estar hablando con Margarita de temas tan íntimos, pero necesitaba desahogarse y estaba seguro de que Margarita no hablaría de ello con nadie – que sabía lo que era perder a un ser querido y…
- Y aún así, usted quiso que se fuera.
#1148
12/01/2013 19:00
Bueno, pues Bandolera ya ha terminado y yo sigo con estos dos y sus penas...
Pensaba que iba a terminar mucho antes pero me lío, me lío y...
_________________________________________________________________________
- No quería… pero era lo mejor para todos. – Roberto metió la mano en uno de sus bolsillos y extrajo la cajita que siempre lo acompañaba. De su interior sacó los anillos y comenzó la juguetear con ellos, pasándolos de una mano a otra, de un dedo a otro, sin llegar a ponérselos en ningún momento.
- Yo… yo no soy tan valiente como la señorita Reeves pero si ella le dijo que quería estar con usted… debería haberla creído. – Margarita estaba viviendo los momentos más vergonzosos de su vida – Hay temas de los que las mujeres somos muy reacias a hablar, por lo que cuando lo hacemos, no solemos hacerlo a la ligera. Si ella le dijo que quería acompañarlo en semejante trance… es porque de verdad lo pensaba y sentía.
- ¿Usted cree? – Roberto seguía con la mirada fija en los anillos que sostenía entre sus dedos.
- Sí, lo creo. – respondió Margarita con rotundidad – ¿Por qué lo pregunta? – la pregunta de Roberto intrigó a Margarita, no pensaba que a él realmente pudiera interesarle lo que ella pensara.
- Porque no es usted la primera persona que me habla así… que me dice eso de Natalia… que me echa en cara lo mal que me porté con ella. – Roberto permanecía con la cabeza baja, jugueteaba con los anillos, no se atrevía a mirar a Margarita.
- Yo no pretendía echarle en cara nada, no me considero la persona más apropiada para señalar a nadie qué ha de hacer con su vida y…
- Se lo agradezco, de verdad se lo agradezco. – la interrumpió él – Cuando es Sara la que me reclama, sé que es en parte por el cariño que tiene a Natalia, porque es su prima y porque la defendería de todo y de todos sin importarle si lo hace injustamente o no. – una vez más, Roberto hablaba más para sí mismo que para su interlocutora, necesitaba tener las ideas claras y había descubierto que era más sencillo si escuchaba cómo los sentimientos se transformaban hasta tener entidad – Y cuando es mi abuelo el que habla… sé que lo hace pensando en mí, en lo que él cree que me conviene y necesito. En ambos casos las opiniones son parciales, piensan más con el corazón que con la mente, a ambos les puede más el cariño que sienten por nosotros que la razón, pero usted… Usted no nos conoce, no tiene porqué importarle lo que nos ocurra, lo que sintamos o suframos… y me está diciendo lo mismo que ellos.
- Tal vez porque puedo imaginar cómo se siente. – Margarita volvió a pensar en Álvaro, sabía que las palabras que Roberto pronunció minutos antes, animándola a rehacer su vida eran el mejor consejo que podía recibir, pero su corazón estaba aún demasiado herido.
- ¿Sabe? Sueño con ella cada noche. – Roberto escuchaba cómo de su boca salían palabras que no se había atrevido a decir a nadie – Sueño que me sonríe, que me ha perdonado todo el daño que le he causado, que caminamos cogidos de la mano frente a todos… que somos felices de nuevo - a Roberto se le escapó un suspiro y Margarita, en un movimiento reflejo, puso su mano sobre las de él para intentar infundirle ánimo
- Muchas veces los sueños se hacen realidad. – dijo ella.
- No los míos. – Roberto negó con la cabeza – Yo ya viví mi sueño, un sueño que tan solo duró unas semanas y del que me despertaron bruscamente. Además, los pobres no tenemos derecho ni a soñar.
- ¿Y qué me dice de ella? – al ver el gesto de extrañeza de Roberto, Margarita continuó - ¿Qué me dice de Natalia? ¿Cuáles cree que son sus sueños?
- Natalia… - Roberto sonrió con lágrimas en los ojos – Ella… ella tiene sueños sencillos; una familia, sentirse querida, ayudar a los demás…
- ¿Se ha dado cuenta de que ambos tienen los mismos sueños y las mismas necesidades? Mire… - Margarita se puso frente a Roberto y lo miró a los ojos – Aún no es tarde, créame si le digo que por muy mal que se haya comportado con ella, ella lo perdonará y olvidará. Si el amor que la señorita Reeves siente por usted es la décima parte del que usted siente por ella, no habrá fuerza en el mundo que pueda separarlos.
Margarita colocó una vez más su mano sobre el brazo de Roberto y se alejó dejándolo con sus pensamientos, soñando, imaginando qué estaría haciendo Natalia en aquellos precisos momentos, preguntándose si se acordaría de él.
Pensaba que iba a terminar mucho antes pero me lío, me lío y...
_________________________________________________________________________
- No quería… pero era lo mejor para todos. – Roberto metió la mano en uno de sus bolsillos y extrajo la cajita que siempre lo acompañaba. De su interior sacó los anillos y comenzó la juguetear con ellos, pasándolos de una mano a otra, de un dedo a otro, sin llegar a ponérselos en ningún momento.
- Yo… yo no soy tan valiente como la señorita Reeves pero si ella le dijo que quería estar con usted… debería haberla creído. – Margarita estaba viviendo los momentos más vergonzosos de su vida – Hay temas de los que las mujeres somos muy reacias a hablar, por lo que cuando lo hacemos, no solemos hacerlo a la ligera. Si ella le dijo que quería acompañarlo en semejante trance… es porque de verdad lo pensaba y sentía.
- ¿Usted cree? – Roberto seguía con la mirada fija en los anillos que sostenía entre sus dedos.
- Sí, lo creo. – respondió Margarita con rotundidad – ¿Por qué lo pregunta? – la pregunta de Roberto intrigó a Margarita, no pensaba que a él realmente pudiera interesarle lo que ella pensara.
- Porque no es usted la primera persona que me habla así… que me dice eso de Natalia… que me echa en cara lo mal que me porté con ella. – Roberto permanecía con la cabeza baja, jugueteaba con los anillos, no se atrevía a mirar a Margarita.
- Yo no pretendía echarle en cara nada, no me considero la persona más apropiada para señalar a nadie qué ha de hacer con su vida y…
- Se lo agradezco, de verdad se lo agradezco. – la interrumpió él – Cuando es Sara la que me reclama, sé que es en parte por el cariño que tiene a Natalia, porque es su prima y porque la defendería de todo y de todos sin importarle si lo hace injustamente o no. – una vez más, Roberto hablaba más para sí mismo que para su interlocutora, necesitaba tener las ideas claras y había descubierto que era más sencillo si escuchaba cómo los sentimientos se transformaban hasta tener entidad – Y cuando es mi abuelo el que habla… sé que lo hace pensando en mí, en lo que él cree que me conviene y necesito. En ambos casos las opiniones son parciales, piensan más con el corazón que con la mente, a ambos les puede más el cariño que sienten por nosotros que la razón, pero usted… Usted no nos conoce, no tiene porqué importarle lo que nos ocurra, lo que sintamos o suframos… y me está diciendo lo mismo que ellos.
- Tal vez porque puedo imaginar cómo se siente. – Margarita volvió a pensar en Álvaro, sabía que las palabras que Roberto pronunció minutos antes, animándola a rehacer su vida eran el mejor consejo que podía recibir, pero su corazón estaba aún demasiado herido.
- ¿Sabe? Sueño con ella cada noche. – Roberto escuchaba cómo de su boca salían palabras que no se había atrevido a decir a nadie – Sueño que me sonríe, que me ha perdonado todo el daño que le he causado, que caminamos cogidos de la mano frente a todos… que somos felices de nuevo - a Roberto se le escapó un suspiro y Margarita, en un movimiento reflejo, puso su mano sobre las de él para intentar infundirle ánimo
- Muchas veces los sueños se hacen realidad. – dijo ella.
- No los míos. – Roberto negó con la cabeza – Yo ya viví mi sueño, un sueño que tan solo duró unas semanas y del que me despertaron bruscamente. Además, los pobres no tenemos derecho ni a soñar.
- ¿Y qué me dice de ella? – al ver el gesto de extrañeza de Roberto, Margarita continuó - ¿Qué me dice de Natalia? ¿Cuáles cree que son sus sueños?
- Natalia… - Roberto sonrió con lágrimas en los ojos – Ella… ella tiene sueños sencillos; una familia, sentirse querida, ayudar a los demás…
- ¿Se ha dado cuenta de que ambos tienen los mismos sueños y las mismas necesidades? Mire… - Margarita se puso frente a Roberto y lo miró a los ojos – Aún no es tarde, créame si le digo que por muy mal que se haya comportado con ella, ella lo perdonará y olvidará. Si el amor que la señorita Reeves siente por usted es la décima parte del que usted siente por ella, no habrá fuerza en el mundo que pueda separarlos.
Margarita colocó una vez más su mano sobre el brazo de Roberto y se alejó dejándolo con sus pensamientos, soñando, imaginando qué estaría haciendo Natalia en aquellos precisos momentos, preguntándose si se acordaría de él.
#1149
12/01/2013 19:59
Que bueno tenerte de regreso, saludos.
#1150
13/01/2013 19:45
Capítulo 130
- Y ahora mucho cuidado, por favor. – el doctor explicaba a Luis cómo coger a Natalia para colocarla en la silla de ruedas – Coloque un brazo bajo sus piernas y pase el otro por su espalda. Usted – continuó dirigiéndose a Natalia – pase su brazo alrededor del cuello del caballero y sujétese con todas sus fuerzas.
- ¿Lista? – preguntó Luis sonriendo cuando tuvo a Natalia en sus brazos.
- Lista. – la voz de la joven fue casi un susurro. Estaba asustada, desde el momento en que despertó quiso levantarse de la cama, salir de aquel encierro; pero cuando la posibilidad de volver a moverse se convirtió en un hecho, la cama le parecía un lugar tranquilo y seguro, mejor para su recuperación.
- Bien, pues allá vamos. – Luis, apoyándose con una de sus rodillas en el colchón, levantó a su amiga de la cama. Se asustó al comprobar cuánto peso había perdido, nada quedaba ya de la joven que llegó en el tren y de la que se burló diciéndole que sus curvas se habían acentuado; en aquellos momentos, Natalia Reeves era solo piel y huesos. – Sujétate fuerte, pequeña.
- No me dejes caer, Luis. – dijo ella angustiada, temiendo por su integridad.
- No te preocupes, no permitiré que vuelvas a sufrir ningún daño. – Nieves, con su hija en brazos, se encontraba lo suficientemente cerca como para no perderse ni un movimiento, pero lo suficientemente apartada como para no entorpecer. Luis caminó con paso lento hasta el lugar donde se encontraba el doctor sujetando la silla de ruedas.
- Ahora inclínese y deposítela con cuidado. Usted también ha de tener cuidado, cargar con ella puede hacer que se lesione.
- No se preocupe por mí, Natalia es ligera como una pluma. – respondió el hombre mientras depositaba a su amiga en la silla.
- ¡Uhm! – Natalia dejó escapar un gemido de dolor
- ¿Qué ocurre? – preguntó Nieves colocándose junto a su amiga
- Nada, no se preocupe. – se adelantó a responder el doctor – Tan solo que los huesos se resienten del cambio de postura, ¿verdad? – Natalia movió la cabeza asintiendo y se llevó las manos a la espalda colocándolas sobre los riñones y dejando escapar un suspiro.
- Esto no va a ser tan agradable como yo pensaba. – comentó Natalia.
- Pero no será permanente, ¿no? – cuestionó Nieves.
- No, no se preocupen. ¿Cómo se siente? – el doctor se acercó a Natalia.
- Extraña cuando menos. – respondió ella – Después de tantos días sin moverme… ¿no me caeré de la silla? ¿No me resbalaré? Porque mis piernas no me sostienen…
- No, no se preocupe. – respondió el médico – Puede que aún no pueda mover las piernas, pero pronto lo conseguirá y, mientras tanto, ellas le servirán de punto de apoyo, le servirán para que su cuerpo no se deslice. – Nieves había entregado a su hija a su esposo y se encontraba arrodillada junto a su amiga, colocando sus pies sobre los apoyos que tenía la silla.
- Ya estás oyendo. – tras asegurarse de que su amiga estaba bien acomodada, Nieves apoyó la barbilla sobre las rodillas de Natalia – Ahora solo tienes que preocuparte por el día a día. Ya has salido de la cama, ahora adelante, solo hacia adelante.
- Pero con tranquilidad, ¿me oyen?, con tranquilidad. –les hizo saber el médico a los presentes - Para empezar, nada de intentar pasarse de la cama a la silla o de la silla a la cama usted sola. ¿Se compromete usted a ayudarla? – el galeno se giró hacia Luis.
- Por supuesto, puede contar conmigo. – respondió Luis sin dudarlo un instante.
- Y si no lo hace él, puedo hacerlo yo. – comentó Nieves al instante.
- No, usted no, por el momento no. – cortó el médico – No dudo de que vaya a poner todo su empeño, señora; pero prefiero que sea el señor quien lo haga. No quiero que ella corra ningún riesgo. ¿Me lo prometen, señoras?
- Se lo prometemos, doctor. – dijeron las mujeres al unísono.
- ¿Seguro? – preguntó Luis mirando con seriedad a su esposa y amiga
- Seguro… - respondió Natalia – Pero me siento mal haciendo que tengas que estar pendiente de mí constantemente.
- No se preocupe, en pocos días ya no dependerá del señor. –intervino el médico – Verá como antes de que se dé cuenta, y con ayuda de su amiga y alguna de sus sirvientas, podrá incorporarse; pero no antes de que yo le dé permiso.
- Prometido, doctor. – Natalia se mostraba ilusionada – Ya ve que no me acerqué siquiera a la silla hasta que usted me lo ha permitido. – girándose hacia su amigo, continuó hablando – Es que me siento fatal porque tengas que estar pendiente de mi a cada momento.
- No estoy pendiente de ti. – Luis devolvió a Valeria en los brazos de su madre y tomó a su amiga de la mano – Además, me viene muy bien trabajar aquí ahora que ya estás fuera de esa cama, así puedo ponerte al tanto de todo lo que tenemos abandonado. Ya es hora de que te pongas a trabajar en serio, - la regañó cariñosamente – desde hace meses no has hecho nada para ganarte el pan: estuviste de viaje y a tu vuelta te dedicaste a preparar la habitación de Valeria hasta tu accidente.
- ¡Luis! – Nieves regañó a su esposo tratando de aguantar la risa.
- Esa no es forma de dar ejemplo a los demás, querida. – continuó Luis, dirigiéndose a su esposa - ¿Cómo puede exigir a sus empleados que trabajen y se esfuercen si ella se dedica a la vida contemplativa desde una cama con dosel?
- Y ahora mucho cuidado, por favor. – el doctor explicaba a Luis cómo coger a Natalia para colocarla en la silla de ruedas – Coloque un brazo bajo sus piernas y pase el otro por su espalda. Usted – continuó dirigiéndose a Natalia – pase su brazo alrededor del cuello del caballero y sujétese con todas sus fuerzas.
- ¿Lista? – preguntó Luis sonriendo cuando tuvo a Natalia en sus brazos.
- Lista. – la voz de la joven fue casi un susurro. Estaba asustada, desde el momento en que despertó quiso levantarse de la cama, salir de aquel encierro; pero cuando la posibilidad de volver a moverse se convirtió en un hecho, la cama le parecía un lugar tranquilo y seguro, mejor para su recuperación.
- Bien, pues allá vamos. – Luis, apoyándose con una de sus rodillas en el colchón, levantó a su amiga de la cama. Se asustó al comprobar cuánto peso había perdido, nada quedaba ya de la joven que llegó en el tren y de la que se burló diciéndole que sus curvas se habían acentuado; en aquellos momentos, Natalia Reeves era solo piel y huesos. – Sujétate fuerte, pequeña.
- No me dejes caer, Luis. – dijo ella angustiada, temiendo por su integridad.
- No te preocupes, no permitiré que vuelvas a sufrir ningún daño. – Nieves, con su hija en brazos, se encontraba lo suficientemente cerca como para no perderse ni un movimiento, pero lo suficientemente apartada como para no entorpecer. Luis caminó con paso lento hasta el lugar donde se encontraba el doctor sujetando la silla de ruedas.
- Ahora inclínese y deposítela con cuidado. Usted también ha de tener cuidado, cargar con ella puede hacer que se lesione.
- No se preocupe por mí, Natalia es ligera como una pluma. – respondió el hombre mientras depositaba a su amiga en la silla.
- ¡Uhm! – Natalia dejó escapar un gemido de dolor
- ¿Qué ocurre? – preguntó Nieves colocándose junto a su amiga
- Nada, no se preocupe. – se adelantó a responder el doctor – Tan solo que los huesos se resienten del cambio de postura, ¿verdad? – Natalia movió la cabeza asintiendo y se llevó las manos a la espalda colocándolas sobre los riñones y dejando escapar un suspiro.
- Esto no va a ser tan agradable como yo pensaba. – comentó Natalia.
- Pero no será permanente, ¿no? – cuestionó Nieves.
- No, no se preocupen. ¿Cómo se siente? – el doctor se acercó a Natalia.
- Extraña cuando menos. – respondió ella – Después de tantos días sin moverme… ¿no me caeré de la silla? ¿No me resbalaré? Porque mis piernas no me sostienen…
- No, no se preocupe. – respondió el médico – Puede que aún no pueda mover las piernas, pero pronto lo conseguirá y, mientras tanto, ellas le servirán de punto de apoyo, le servirán para que su cuerpo no se deslice. – Nieves había entregado a su hija a su esposo y se encontraba arrodillada junto a su amiga, colocando sus pies sobre los apoyos que tenía la silla.
- Ya estás oyendo. – tras asegurarse de que su amiga estaba bien acomodada, Nieves apoyó la barbilla sobre las rodillas de Natalia – Ahora solo tienes que preocuparte por el día a día. Ya has salido de la cama, ahora adelante, solo hacia adelante.
- Pero con tranquilidad, ¿me oyen?, con tranquilidad. –les hizo saber el médico a los presentes - Para empezar, nada de intentar pasarse de la cama a la silla o de la silla a la cama usted sola. ¿Se compromete usted a ayudarla? – el galeno se giró hacia Luis.
- Por supuesto, puede contar conmigo. – respondió Luis sin dudarlo un instante.
- Y si no lo hace él, puedo hacerlo yo. – comentó Nieves al instante.
- No, usted no, por el momento no. – cortó el médico – No dudo de que vaya a poner todo su empeño, señora; pero prefiero que sea el señor quien lo haga. No quiero que ella corra ningún riesgo. ¿Me lo prometen, señoras?
- Se lo prometemos, doctor. – dijeron las mujeres al unísono.
- ¿Seguro? – preguntó Luis mirando con seriedad a su esposa y amiga
- Seguro… - respondió Natalia – Pero me siento mal haciendo que tengas que estar pendiente de mí constantemente.
- No se preocupe, en pocos días ya no dependerá del señor. –intervino el médico – Verá como antes de que se dé cuenta, y con ayuda de su amiga y alguna de sus sirvientas, podrá incorporarse; pero no antes de que yo le dé permiso.
- Prometido, doctor. – Natalia se mostraba ilusionada – Ya ve que no me acerqué siquiera a la silla hasta que usted me lo ha permitido. – girándose hacia su amigo, continuó hablando – Es que me siento fatal porque tengas que estar pendiente de mi a cada momento.
- No estoy pendiente de ti. – Luis devolvió a Valeria en los brazos de su madre y tomó a su amiga de la mano – Además, me viene muy bien trabajar aquí ahora que ya estás fuera de esa cama, así puedo ponerte al tanto de todo lo que tenemos abandonado. Ya es hora de que te pongas a trabajar en serio, - la regañó cariñosamente – desde hace meses no has hecho nada para ganarte el pan: estuviste de viaje y a tu vuelta te dedicaste a preparar la habitación de Valeria hasta tu accidente.
- ¡Luis! – Nieves regañó a su esposo tratando de aguantar la risa.
- Esa no es forma de dar ejemplo a los demás, querida. – continuó Luis, dirigiéndose a su esposa - ¿Cómo puede exigir a sus empleados que trabajen y se esfuercen si ella se dedica a la vida contemplativa desde una cama con dosel?
#1151
13/01/2013 22:09
Gracias Roberta yo por aqui estare
#1152
16/01/2013 17:50
- Déjalo Nieves, tiene razón. – respondió Natalia bajando la voz y escondiendo el rostro entre los pliegues de su bata. Lentamente colocó sus manos en las ruedas de la silla y dio un pequeño impulso moviendo la silla unos centímetros, los suficientes como para chocar a propósito con la pierna de Luis – Pero ya se pueden preparar esos empleados, que cuando me libere de este armatoste se van a enterar de lo que es bueno. – al levantar de nuevo la vista, todos pudieron ver que una sonrisa traviesa adornaba el rostro de Natalia. - ¿Alguien me va a enseñar a mover este trasto? No quiero ir tropezando con esmerados empleados, – Natalia puso especial énfasis en la palabra empleados – no quiero ser la causante de que sufran lesiones y tengan que pasar jornadas enteras acostados en camas con dosel.
- Sí, claro. – el doctor fue el único que respondió. Nieves y Luis reían hasta saltárseles las lágrimas y molestar a la pequeña Valeria quien comenzó a sollozar. La compañía del matrimonio estaba siendo la mejor medicina para Natalia, sus piernas aún no le respondían, pero su ánimo mejoraba poco a poco gracias a los cuidados de la pareja. Los comentarios que le hacían a la joven convaleciente podían parecer, para cualquiera ajeno al pequeño círculo donde se movían, crueles y de mal gusto; pero la confianza, la amistad y la franqueza que había entre ellos, hacía que se convirtieran en un revulsivo, revulsivo que estaba consiguiendo sacar a la joven Reeves de su tristeza y desánimo. – Solo tiene que apoyar las manos en las ruedas e impulsarse tal y como lo acaba de hacer.
- No, tal y como lo acaba de hacer, no, por favor.- replicó Luis rápidamente frotándose la pierna allí donde la silla le había golpeado.
- Y para girar, mueva una rueda y mantenga la otra inmóvil. – continuó el doctor dando indicaciones.
- Entendido. Parece sencillo. – Natalia tomó aire, colocó las manos sobre las ruedas y se dio impulso, la silla se movió hacia delante y ella dejó escapar un grito de felicidad. – Sí, esto es más fácil de lo que yo pensaba… A ver si consigo llegar hasta la ventana. – poco a poco, con movimientos cortos debido a la inexperiencia y a las pocas fuerzas que tenía, Natalia consiguió asomarse a una de las puertas que daban acceso al mirador que rodeaba todo el edificio. Allí se quedó unos instantes, en silencio, mirando el mar, aquel mar que fue lo último que vio antes de perder el conocimiento y caer a sus aguas, aquel mar del que siempre había sacado fuerzas para salir adelante, aquel mar del que habló a Roberto.
- Natalia. – la muchacha oyó la voz de Luis – Natalia, ya es hora de que vuelvas a la cama.
- No, aún no, pero si acabo de levantarme, Luis. – protestó como si fuera una niña caprichosa – Por favor, doctor, dígale que… - la joven se giró con la silla y se dio cuenta de que en la habitación tan solo estaban el matrimonio, su hija y ella.
- Natalia, el doctor se marchó hace un buen rato. – explicó Nieves – Estabas tan ensimismada mirando el mar que ni cuenta te diste cuando se fue.
- ¿De verdad? – era cierto, incluso habían encendido luces en la habitación para poder ver bien – Sí, tenéis razón, no sé qué me ha ocurrido pero se me ha pasado el tiempo en un suspiro. – sin una protesta más, la misma Natalia acercó la silla al borde de la cama y esperó a que su amigo la tomara en brazos y la trasladara al lecho. Nieves se acercó y, tras entregar a su hija a su marido, ayudó a su amiga a quitarse la bata y a colocarse cómodamente en la cama.
- ¿Quieres que te ayude con la cena? – dijo la joven señalando una bandeja que descansaba en una mesa auxiliar.
- No, no es necesario, tan solo acércame la bandeja. – la tristeza había vuelto a aparecer en la voz de Natalia - Ya es hora de que os vayáis, no podéis estar aquí a todas horas. La niña necesita orden en sus hábitos.
- Y encima nos echa… - dijo Luis acercándose de nuevo a la cama – Ni siquiera nos invita a cenar… ¡Menuda anfitriona! Mi vida, – dijo dirigiéndose a su hija – creo que no acertamos al buscarte madrina, no podíamos haber dado una más tacaña ni buscándola a propósito.
- No le hagas ni caso. – dijo Nieves inclinándose sobre su amiga y dándole un beso – Este hombre no sabe ni lo que dice a partir de ciertas horas del día.
- ¿Estás hablando mal de mi, amor? – preguntó Luis
- Sí, cariño. – respondió Nieves sin mirarlo.
- Eso me pareció.
- Pero tiene otros… encantos – continuó Nieves – que compensan con creces sus defectos.- semejante afirmación, unida a un guiño de ojo, arrancó una débil sonrisa de los labios de Natalia. Nieves se retiró y permitió que su marido se despidiera de su amiga.
- ¿Tú crees que podría alegar que mi esposa habla mal de mí a mis espaldas para conseguir el divorcio? – preguntó Luis mientras se acercaba a besar a Natalia en la frente.
- Pero no lo hago a tus espaldas, querido… - respondió Nieves mientras se colocaba el sombrero.
- Ahí tiene razón. – Luis se había sentado un instante en la cama mientras Natalia se despedía de su ahijada. – Y tiene un montón de defectos además… - continuó hablando – pero sus encantos… Sus encantos me vuelven loco.
- Tú si que me vas a volver loca a mí. – le dijo Natalia devolviendo a Valeria a su padre - ¿Qué forma de hablar es esa delante de dos jovencitas como Valeria y yo? ¡Vas a escandalizarnos!
- No te preocupes, - intervino Nieves – ya me lo llevo con todos sus encantos. Hasta mañana, querida.
- Hasta mañana, que descanséis.
- Yo no estoy cansado. – exclamó Luis tomando de la cintura a su esposa y caminando hacia la puerta - ¿Tú estás cansada, mi amor?
- ¡Luis, por favor! ¿Qué estás diciendo?
- Nada, tan solo te pregunto si estás cansada…
- ¿Y me lo preguntas aquí?
- ¿Aquí? ¿Y por qué aquí no?
- Ya te demostraré si estoy cansada o no cuando llegamos a casa… - aquella fue la última frase que Natalia oyó antes de que se cerrara la puerta de su dormitorio.
- Sí, claro. – el doctor fue el único que respondió. Nieves y Luis reían hasta saltárseles las lágrimas y molestar a la pequeña Valeria quien comenzó a sollozar. La compañía del matrimonio estaba siendo la mejor medicina para Natalia, sus piernas aún no le respondían, pero su ánimo mejoraba poco a poco gracias a los cuidados de la pareja. Los comentarios que le hacían a la joven convaleciente podían parecer, para cualquiera ajeno al pequeño círculo donde se movían, crueles y de mal gusto; pero la confianza, la amistad y la franqueza que había entre ellos, hacía que se convirtieran en un revulsivo, revulsivo que estaba consiguiendo sacar a la joven Reeves de su tristeza y desánimo. – Solo tiene que apoyar las manos en las ruedas e impulsarse tal y como lo acaba de hacer.
- No, tal y como lo acaba de hacer, no, por favor.- replicó Luis rápidamente frotándose la pierna allí donde la silla le había golpeado.
- Y para girar, mueva una rueda y mantenga la otra inmóvil. – continuó el doctor dando indicaciones.
- Entendido. Parece sencillo. – Natalia tomó aire, colocó las manos sobre las ruedas y se dio impulso, la silla se movió hacia delante y ella dejó escapar un grito de felicidad. – Sí, esto es más fácil de lo que yo pensaba… A ver si consigo llegar hasta la ventana. – poco a poco, con movimientos cortos debido a la inexperiencia y a las pocas fuerzas que tenía, Natalia consiguió asomarse a una de las puertas que daban acceso al mirador que rodeaba todo el edificio. Allí se quedó unos instantes, en silencio, mirando el mar, aquel mar que fue lo último que vio antes de perder el conocimiento y caer a sus aguas, aquel mar del que siempre había sacado fuerzas para salir adelante, aquel mar del que habló a Roberto.
- Natalia. – la muchacha oyó la voz de Luis – Natalia, ya es hora de que vuelvas a la cama.
- No, aún no, pero si acabo de levantarme, Luis. – protestó como si fuera una niña caprichosa – Por favor, doctor, dígale que… - la joven se giró con la silla y se dio cuenta de que en la habitación tan solo estaban el matrimonio, su hija y ella.
- Natalia, el doctor se marchó hace un buen rato. – explicó Nieves – Estabas tan ensimismada mirando el mar que ni cuenta te diste cuando se fue.
- ¿De verdad? – era cierto, incluso habían encendido luces en la habitación para poder ver bien – Sí, tenéis razón, no sé qué me ha ocurrido pero se me ha pasado el tiempo en un suspiro. – sin una protesta más, la misma Natalia acercó la silla al borde de la cama y esperó a que su amigo la tomara en brazos y la trasladara al lecho. Nieves se acercó y, tras entregar a su hija a su marido, ayudó a su amiga a quitarse la bata y a colocarse cómodamente en la cama.
- ¿Quieres que te ayude con la cena? – dijo la joven señalando una bandeja que descansaba en una mesa auxiliar.
- No, no es necesario, tan solo acércame la bandeja. – la tristeza había vuelto a aparecer en la voz de Natalia - Ya es hora de que os vayáis, no podéis estar aquí a todas horas. La niña necesita orden en sus hábitos.
- Y encima nos echa… - dijo Luis acercándose de nuevo a la cama – Ni siquiera nos invita a cenar… ¡Menuda anfitriona! Mi vida, – dijo dirigiéndose a su hija – creo que no acertamos al buscarte madrina, no podíamos haber dado una más tacaña ni buscándola a propósito.
- No le hagas ni caso. – dijo Nieves inclinándose sobre su amiga y dándole un beso – Este hombre no sabe ni lo que dice a partir de ciertas horas del día.
- ¿Estás hablando mal de mi, amor? – preguntó Luis
- Sí, cariño. – respondió Nieves sin mirarlo.
- Eso me pareció.
- Pero tiene otros… encantos – continuó Nieves – que compensan con creces sus defectos.- semejante afirmación, unida a un guiño de ojo, arrancó una débil sonrisa de los labios de Natalia. Nieves se retiró y permitió que su marido se despidiera de su amiga.
- ¿Tú crees que podría alegar que mi esposa habla mal de mí a mis espaldas para conseguir el divorcio? – preguntó Luis mientras se acercaba a besar a Natalia en la frente.
- Pero no lo hago a tus espaldas, querido… - respondió Nieves mientras se colocaba el sombrero.
- Ahí tiene razón. – Luis se había sentado un instante en la cama mientras Natalia se despedía de su ahijada. – Y tiene un montón de defectos además… - continuó hablando – pero sus encantos… Sus encantos me vuelven loco.
- Tú si que me vas a volver loca a mí. – le dijo Natalia devolviendo a Valeria a su padre - ¿Qué forma de hablar es esa delante de dos jovencitas como Valeria y yo? ¡Vas a escandalizarnos!
- No te preocupes, - intervino Nieves – ya me lo llevo con todos sus encantos. Hasta mañana, querida.
- Hasta mañana, que descanséis.
- Yo no estoy cansado. – exclamó Luis tomando de la cintura a su esposa y caminando hacia la puerta - ¿Tú estás cansada, mi amor?
- ¡Luis, por favor! ¿Qué estás diciendo?
- Nada, tan solo te pregunto si estás cansada…
- ¿Y me lo preguntas aquí?
- ¿Aquí? ¿Y por qué aquí no?
- Ya te demostraré si estoy cansada o no cuando llegamos a casa… - aquella fue la última frase que Natalia oyó antes de que se cerrara la puerta de su dormitorio.
#1153
16/01/2013 22:44
Muchisimas gracias Roberta por seguir con la historia
#1154
16/01/2013 22:57
Hola ..Yo tambien entraré por aquí de vez en cuando ...
#1155
17/01/2013 07:22
Gracias a vosotras por seguir leyéndola.
Solo un comentario... ya sé que estoy desvariando un poco con la historia y me estoy alargando, pero es tan solo por "exigencias del guión", por eso he metido de coladillo a la pareja Luis-Nieves.
¿Qué os parecen? ¿Se os está haciendo muy pesado?
A la noche otro poquito, espero.
Solo un comentario... ya sé que estoy desvariando un poco con la historia y me estoy alargando, pero es tan solo por "exigencias del guión", por eso he metido de coladillo a la pareja Luis-Nieves.
¿Qué os parecen? ¿Se os está haciendo muy pesado?
A la noche otro poquito, espero.
#1156
17/01/2013 10:17
A mi no se me está haciendo pesada......
Que tengas un buén día
Que tengas un buén día
#1157
17/01/2013 12:19
no solo conocemos a nieves y luis
tambien a margarita
pero ya queda menos para que roberto y natalia se vean ???????????
verdad????????
gracias Roberta
tambien a margarita
pero ya queda menos para que roberto y natalia se vean ???????????
verdad????????
gracias Roberta
#1158
17/01/2013 14:29
Solo puedo deciros que cada vez queda menos...
#1159
17/01/2013 18:25
- ¿Tienes frío, mi amor? – cuando Luis y Nieves salieron a la calle, descubrieron que se había levantado viento.
- No, estoy bien. No te preocupes.
- ¿Y la niña? – preguntó el preocupado padre.
- Está bien, tranquilo. La llevo bien cubierta. – respondió Nieves - ¿Te apetece caminar? – Luis asintió, extendiendo los brazos para ser él quien cargase a su hija hasta casa. Sabía que cuando Nieves quería pasear tras haber estado con Natalia era porque estaba preocupada y deseaba hablar sobre ella.
- No conseguiste que te contara nada, ¿no es así? – preguntó Luis.
- No. – Nieves se aseguró de que el sombrero quedara bien sujeto y se cogió del brazo de su marido – Sigue encerrada en sí misma, sin hablar… tan solo comenta que aún no se siente con fuerzas. Creí que… que iba por fin a contar algo, pero justo en aquel preciso momento has llegado acompañando al doctor y ha vuelto a quedarse callada.
- Ahora mismo me preocupan más sus piernas que su corazón.
- A mí no. – rebatió Nieves – Ya has oído al doctor; tan solo es cuestión de tiempo que recupere la movilidad en las piernas, pero temo que su corazón esté tan herido que no se recupere jamás.
- No, Natalia, ante todo, es una mujer práctica y realista. Sabe que no puede dejarse hundir, – Luis y Nieves exponían sus ideas acerca de la recuperación de su amiga – tiene la obligación de salir adelante y…
- ¿Cómo se puede salir adelante con el corazón roto? – de los labios de Nieves brotó un triste suspiro.
- Se puede salir adelante con el corazón roto, pero no sin él. - la voz de Luis se volvió oscura y grave, no quedaba en ella ni pizca de la alegría que generalmente exhibía cuando se encontraba con su esposa e hija - Porque precisamente eso es lo que voy a hacer cuando descubra el nombre del mal nacido por el que ella está así, le voy a arrancar el corazón para que sepa cómo se siente Natalia.
- ¿Y qué bien puede hacerle eso a ella? – Nieves detuvo sus pasos e hizo que su marido también se parase. – Aún lo ama y sentiría un terrible dolor si algo le sucediera.
- Pero, ¿cómo puede amarlo? ¿Cómo? – preguntó Luis. Nieves se encogió de hombros.
- Luis, si tú me causaras daño…
- Yo jamás podría hacerte daño, Nieves. – el hombre se asustó al oír a su esposa.
- Sí tú me causaras daño, - continuó ella - tanto daño como el que ha sufrido Natalia… ni aún así podría dejar de amarte.
- ¿Entonces? – preguntó unos segundos después el hombre
- No podemos hacer otra cosa que estar a su lado, acompañarla, apoyarla, escucharla, y cuando por fin se recupere y lo olvide… acabar con él. – un profundo silencio acompañó a la pareja durante unos largos minutos, un silencio tan solo roto por los balbuceos de la pequeña.
- No imaginabas que hubiera perdido tanto peso, ¿verdad? – preguntó Nieves tratando de cambiar de conversación pero sin olvidar a su amiga. Luis se limitó a negar con la cabeza. – Vi tu expresión cuando cargaste con ella.
- Me impresionó. Sabía que estaba delgada, muy delgada, pero no estaba preparado para semejante… Natalia siempre ha sido de buen apetito y cuando volvió de Andalucía estaba más bonita que nunca, más… mujer.
- ¿Tengo que ponerme celosa?
- Bien sabes que no, mi amor. – Nieves no había realizado la pregunta en serio, sabía que su marido no tenía ojos para ninguna otra mujer y que lo que sentía por Natalia era tan solo cariño fraternal - ¿Por qué no me dijiste que había llegado a ese estado?
- ¿Para qué? – preguntó Nieves. - Tú no podías hacer nada al respecto. - La joven era muy consciente de los cambios que había experimentado, y seguía experimentando, el cuerpo de su amiga, ya que ella misma se había encargado de asearla durante su convalecencia. Recordaba la impresión que sufrió al volver a hacerse cargo de la tarea tras los días que guardó reposo por el nacimiento de su hija. El cuerpo de Natalia se había encogido notablemente y allí donde semanas antes había generosas curvas, tan solo aparecía el perfil de los huesos. Tras su vuelta a la consciencia, había recuperado algo de peso, pero lejos estaba aún de volver a ser la de antes.
- ¿Crees que se alimenta lo suficiente? En su estado debería de comer más de lo normal…
- Come lo suficiente, despreocúpate. – Nieves se apoyó en su marido - Tampoco vamos a cebarla como si fuera un pavo esperando la navidad. Necesita alimentarse bien y reponer fuerzas, no engordar.
- Aún así.
- ¿Te has dado cuenta de que en cuanto se ha acercado a la ventana ha sido como si su mente la abandonara? – preguntó pensativa Nieves a su esposo - Como si su cuerpo se quedara con nosotros pero su mente volara lejos. ¿Crees que pueda ser debido al golpe que recibió en la cabeza?
- No. – respondió rotundo Luis – Antes de sufrir el accidente también le ocurría, simulaba estar hablando con nosotros, seguir nuestras conversaciones, pero en más de una ocasión pude comprobar que no sabía de lo que hablábamos y se limitaba a asentir. Incluso revisando contratos le ha ocurrido…
- ¿Pensará en él?
- Seguramente.
- No, estoy bien. No te preocupes.
- ¿Y la niña? – preguntó el preocupado padre.
- Está bien, tranquilo. La llevo bien cubierta. – respondió Nieves - ¿Te apetece caminar? – Luis asintió, extendiendo los brazos para ser él quien cargase a su hija hasta casa. Sabía que cuando Nieves quería pasear tras haber estado con Natalia era porque estaba preocupada y deseaba hablar sobre ella.
- No conseguiste que te contara nada, ¿no es así? – preguntó Luis.
- No. – Nieves se aseguró de que el sombrero quedara bien sujeto y se cogió del brazo de su marido – Sigue encerrada en sí misma, sin hablar… tan solo comenta que aún no se siente con fuerzas. Creí que… que iba por fin a contar algo, pero justo en aquel preciso momento has llegado acompañando al doctor y ha vuelto a quedarse callada.
- Ahora mismo me preocupan más sus piernas que su corazón.
- A mí no. – rebatió Nieves – Ya has oído al doctor; tan solo es cuestión de tiempo que recupere la movilidad en las piernas, pero temo que su corazón esté tan herido que no se recupere jamás.
- No, Natalia, ante todo, es una mujer práctica y realista. Sabe que no puede dejarse hundir, – Luis y Nieves exponían sus ideas acerca de la recuperación de su amiga – tiene la obligación de salir adelante y…
- ¿Cómo se puede salir adelante con el corazón roto? – de los labios de Nieves brotó un triste suspiro.
- Se puede salir adelante con el corazón roto, pero no sin él. - la voz de Luis se volvió oscura y grave, no quedaba en ella ni pizca de la alegría que generalmente exhibía cuando se encontraba con su esposa e hija - Porque precisamente eso es lo que voy a hacer cuando descubra el nombre del mal nacido por el que ella está así, le voy a arrancar el corazón para que sepa cómo se siente Natalia.
- ¿Y qué bien puede hacerle eso a ella? – Nieves detuvo sus pasos e hizo que su marido también se parase. – Aún lo ama y sentiría un terrible dolor si algo le sucediera.
- Pero, ¿cómo puede amarlo? ¿Cómo? – preguntó Luis. Nieves se encogió de hombros.
- Luis, si tú me causaras daño…
- Yo jamás podría hacerte daño, Nieves. – el hombre se asustó al oír a su esposa.
- Sí tú me causaras daño, - continuó ella - tanto daño como el que ha sufrido Natalia… ni aún así podría dejar de amarte.
- ¿Entonces? – preguntó unos segundos después el hombre
- No podemos hacer otra cosa que estar a su lado, acompañarla, apoyarla, escucharla, y cuando por fin se recupere y lo olvide… acabar con él. – un profundo silencio acompañó a la pareja durante unos largos minutos, un silencio tan solo roto por los balbuceos de la pequeña.
- No imaginabas que hubiera perdido tanto peso, ¿verdad? – preguntó Nieves tratando de cambiar de conversación pero sin olvidar a su amiga. Luis se limitó a negar con la cabeza. – Vi tu expresión cuando cargaste con ella.
- Me impresionó. Sabía que estaba delgada, muy delgada, pero no estaba preparado para semejante… Natalia siempre ha sido de buen apetito y cuando volvió de Andalucía estaba más bonita que nunca, más… mujer.
- ¿Tengo que ponerme celosa?
- Bien sabes que no, mi amor. – Nieves no había realizado la pregunta en serio, sabía que su marido no tenía ojos para ninguna otra mujer y que lo que sentía por Natalia era tan solo cariño fraternal - ¿Por qué no me dijiste que había llegado a ese estado?
- ¿Para qué? – preguntó Nieves. - Tú no podías hacer nada al respecto. - La joven era muy consciente de los cambios que había experimentado, y seguía experimentando, el cuerpo de su amiga, ya que ella misma se había encargado de asearla durante su convalecencia. Recordaba la impresión que sufrió al volver a hacerse cargo de la tarea tras los días que guardó reposo por el nacimiento de su hija. El cuerpo de Natalia se había encogido notablemente y allí donde semanas antes había generosas curvas, tan solo aparecía el perfil de los huesos. Tras su vuelta a la consciencia, había recuperado algo de peso, pero lejos estaba aún de volver a ser la de antes.
- ¿Crees que se alimenta lo suficiente? En su estado debería de comer más de lo normal…
- Come lo suficiente, despreocúpate. – Nieves se apoyó en su marido - Tampoco vamos a cebarla como si fuera un pavo esperando la navidad. Necesita alimentarse bien y reponer fuerzas, no engordar.
- Aún así.
- ¿Te has dado cuenta de que en cuanto se ha acercado a la ventana ha sido como si su mente la abandonara? – preguntó pensativa Nieves a su esposo - Como si su cuerpo se quedara con nosotros pero su mente volara lejos. ¿Crees que pueda ser debido al golpe que recibió en la cabeza?
- No. – respondió rotundo Luis – Antes de sufrir el accidente también le ocurría, simulaba estar hablando con nosotros, seguir nuestras conversaciones, pero en más de una ocasión pude comprobar que no sabía de lo que hablábamos y se limitaba a asentir. Incluso revisando contratos le ha ocurrido…
- ¿Pensará en él?
- Seguramente.
#1160
19/01/2013 16:31
- No puedo evitar sentir curiosidad. – confesó la joven.
- ¿Curiosidad?
- Sí, por él. Curiosidad por saber cómo será. – Nieves bajó la mirada, pensativa; su esposo, a su lado, no entendía el interés que podía tener su mujer en aquel desconocido – Cuando aquel maldito ilusionó y engañó a Natalia, nosotros aún no nos conocíamos, pero gracias a ti sé perfectamente la historia y el dolor que supuso para nuestra amiga. – Nieves hizo una pausa para tomar aire – Durante años le hemos presentado a muchachos encantadores, atractivos, trabajadores, de buena familia… con cualquiera de ellos podía haber formado una preciosa familia, pero cerró su corazón a todos ellos… ni siquiera se permitió la más mínima oportunidad. Cuando partió de viaje seguía firme en sus convicciones, no quiso saber nada de ese muchacho que le presentamos. Por eso me pregunto cómo será él para que en tan poco tiempo haya podido derribar las barreras que interpuso Natalia entre su corazón y el mundo.
- Algún aprovechado hijo de mil… demonios. – Luis se encendía cada vez que pensaba en que un hombre había vuelto a dañar a Natalia.
- No lo sé… - la mente de Nieves trataba de imaginar cómo podría ser aquel hombre – Natalia no es ninguna niña tonta que se deje deslumbrar y engañar por el primer advenedizo que se le cruce en el camino.
- Ha de ser alguien a quien conoció en ese pueblo… - dijo Luis pensativo - ¿Te ha hablado de alguien? – preguntó.
- No ha comentado gran cosa de nadie que no fuera su prima Sara y el prometido de ésta.
- ¿Podría ser él?
- No. – respondió Nieves con rotundidad – Ha hablado de él con cariño, pero tan solo como el prometido de su prima.
-¿Alguien más?
- Una vez, - continuó la joven pensativa – una vez le pregunté si había conocido a algún joven por aquellos lares y me dijo que era un pueblo lleno de gente humilde preocupada por subsistir… que no tenían tiempo para nada que no fuera pensar en el día a día.
- Pues ya ves que no es cierto.
- ¿Piensas que se trata de algún campesino?
- No lo sé… ¿Acaso te habló de algún joven de buena familia? – siguió preguntando el muchacho
- Tan solo en una ocasión, pero no habló bien de él.
- ¿Recuerdas su nombre? – preguntó ansioso
- No.
- Tal vez hablara mal de él por el daño que le había hecho.
- No lo creo. Hablaba de él como de un muchacho malcriado, no como de alguien que le hubiera hecho un daño personal.
- ¿Entonces? – continuó preguntando el joven.
- En aquel momento fue cuando dijo que era un pueblo pobre y… - Nieves se quedó callada y pensativa.
- ¿Y?
- Se calló… como si pensara en alguien, como si hablase de alguien en especial… y rápidamente, - Nieves hizo una pausa para proseguir hablando a gran velocidad - rápidamente se puso a hablar de Miguel, creo que para hacerme cambiar de tema, para hacerme olvidar lo que acababa de decir.
- ¿Miguel? – preguntó su marido interesado.
- El prometido de su prima Sara. – dijo ella desilusionándolo.
- Entonces… podría ser que se tratara de un campesino… - comentó pensativo.
- No lo sé…
- ¿Y si…?
- ¿Qué estás pensando? – preguntó Nieves
-¿Y si nos pusiéramos en contacto con su prima Sara?
- Luis… ¿no le hemos contado que Natalia ha pasado tres meses inconsciente y le vas a preguntar sobre detalles de su vida íntima? Además, teniendo en cuenta cómo es Natalia, tal vez ni siquiera su prima sepa nada. – preguntó la joven atónita ante la sugerencia de su esposo – De cualquier modo, ¿te imaginas que Natalia se enterase? – Luis miró a su esposa sabiendo a lo que se refería – No, gracias. No me gustaría estar frente a ella en el momento en el que se enterase de que habíamos estado fisgando en su vida íntima.
- ¿Y vamos a seguir esperando a que ella se decida a hablar? – Luis mecía a su hija en los brazos ya que la pequeña se revolvía inquieta
- No nos queda más remedio; tan solo podemos estar ahí, apoyarla, cuidar de ella. – la joven se acercó a su hija y le hizo una carantoña para que se tranquilizara – En estos momentos Natalia necesita tranquilidad, reposo y cariño y eso es lo que va a recibir de nosotros, ¿verdad, mi vida? – Nieves miraba a su hija pero se refería a su esposo. Éste, mientras sostenía a su hija con un brazo, estrechó a su esposa con el otro y la atrajo hacia sí.
- Por supuesto que sí, amor. – Nieves y Luis se miraron a los ojos y no pudieron resistir la tentación de acercarse hasta que sus labios se encontraron. Una elegante dama que se cruzó en aquel momento con ellos giró la cabeza, escandalizada, pensando que la juventud había perdido todos los valores morales y que a ella jamás se le hubiera ocurrido besar a su esposo frente a nadie, y mucho menos en plena calle.
- ¿Curiosidad?
- Sí, por él. Curiosidad por saber cómo será. – Nieves bajó la mirada, pensativa; su esposo, a su lado, no entendía el interés que podía tener su mujer en aquel desconocido – Cuando aquel maldito ilusionó y engañó a Natalia, nosotros aún no nos conocíamos, pero gracias a ti sé perfectamente la historia y el dolor que supuso para nuestra amiga. – Nieves hizo una pausa para tomar aire – Durante años le hemos presentado a muchachos encantadores, atractivos, trabajadores, de buena familia… con cualquiera de ellos podía haber formado una preciosa familia, pero cerró su corazón a todos ellos… ni siquiera se permitió la más mínima oportunidad. Cuando partió de viaje seguía firme en sus convicciones, no quiso saber nada de ese muchacho que le presentamos. Por eso me pregunto cómo será él para que en tan poco tiempo haya podido derribar las barreras que interpuso Natalia entre su corazón y el mundo.
- Algún aprovechado hijo de mil… demonios. – Luis se encendía cada vez que pensaba en que un hombre había vuelto a dañar a Natalia.
- No lo sé… - la mente de Nieves trataba de imaginar cómo podría ser aquel hombre – Natalia no es ninguna niña tonta que se deje deslumbrar y engañar por el primer advenedizo que se le cruce en el camino.
- Ha de ser alguien a quien conoció en ese pueblo… - dijo Luis pensativo - ¿Te ha hablado de alguien? – preguntó.
- No ha comentado gran cosa de nadie que no fuera su prima Sara y el prometido de ésta.
- ¿Podría ser él?
- No. – respondió Nieves con rotundidad – Ha hablado de él con cariño, pero tan solo como el prometido de su prima.
-¿Alguien más?
- Una vez, - continuó la joven pensativa – una vez le pregunté si había conocido a algún joven por aquellos lares y me dijo que era un pueblo lleno de gente humilde preocupada por subsistir… que no tenían tiempo para nada que no fuera pensar en el día a día.
- Pues ya ves que no es cierto.
- ¿Piensas que se trata de algún campesino?
- No lo sé… ¿Acaso te habló de algún joven de buena familia? – siguió preguntando el muchacho
- Tan solo en una ocasión, pero no habló bien de él.
- ¿Recuerdas su nombre? – preguntó ansioso
- No.
- Tal vez hablara mal de él por el daño que le había hecho.
- No lo creo. Hablaba de él como de un muchacho malcriado, no como de alguien que le hubiera hecho un daño personal.
- ¿Entonces? – continuó preguntando el joven.
- En aquel momento fue cuando dijo que era un pueblo pobre y… - Nieves se quedó callada y pensativa.
- ¿Y?
- Se calló… como si pensara en alguien, como si hablase de alguien en especial… y rápidamente, - Nieves hizo una pausa para proseguir hablando a gran velocidad - rápidamente se puso a hablar de Miguel, creo que para hacerme cambiar de tema, para hacerme olvidar lo que acababa de decir.
- ¿Miguel? – preguntó su marido interesado.
- El prometido de su prima Sara. – dijo ella desilusionándolo.
- Entonces… podría ser que se tratara de un campesino… - comentó pensativo.
- No lo sé…
- ¿Y si…?
- ¿Qué estás pensando? – preguntó Nieves
-¿Y si nos pusiéramos en contacto con su prima Sara?
- Luis… ¿no le hemos contado que Natalia ha pasado tres meses inconsciente y le vas a preguntar sobre detalles de su vida íntima? Además, teniendo en cuenta cómo es Natalia, tal vez ni siquiera su prima sepa nada. – preguntó la joven atónita ante la sugerencia de su esposo – De cualquier modo, ¿te imaginas que Natalia se enterase? – Luis miró a su esposa sabiendo a lo que se refería – No, gracias. No me gustaría estar frente a ella en el momento en el que se enterase de que habíamos estado fisgando en su vida íntima.
- ¿Y vamos a seguir esperando a que ella se decida a hablar? – Luis mecía a su hija en los brazos ya que la pequeña se revolvía inquieta
- No nos queda más remedio; tan solo podemos estar ahí, apoyarla, cuidar de ella. – la joven se acercó a su hija y le hizo una carantoña para que se tranquilizara – En estos momentos Natalia necesita tranquilidad, reposo y cariño y eso es lo que va a recibir de nosotros, ¿verdad, mi vida? – Nieves miraba a su hija pero se refería a su esposo. Éste, mientras sostenía a su hija con un brazo, estrechó a su esposa con el otro y la atrajo hacia sí.
- Por supuesto que sí, amor. – Nieves y Luis se miraron a los ojos y no pudieron resistir la tentación de acercarse hasta que sus labios se encontraron. Una elegante dama que se cruzó en aquel momento con ellos giró la cabeza, escandalizada, pensando que la juventud había perdido todos los valores morales y que a ella jamás se le hubiera ocurrido besar a su esposo frente a nadie, y mucho menos en plena calle.