Foro Bandolera
Como no me gusta la historia... voy y la cambio (Natalia y Roberto)
#0
27/04/2011 20:02
Como estoy bastante aburrida de que me tengan a Roberto entre rejas, aunque sean las rejas de cartón piedra del cuartel de Arazana, y de que nadie (excepto San Miguel) intente hacer nada... pues voy y lo saco yo misma.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
_____________________________________________________________________________
Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
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Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
#1121
09/12/2012 21:23
Roberta Gracias por seguir escribiendo esta bonita historia.....
FELIZ NAVIDAD....y todo lo mejor para 2013...
FELIZ NAVIDAD....y todo lo mejor para 2013...
#1122
09/12/2012 23:28
Baile¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
gracias Roberta
gracias Roberta
#1123
11/12/2012 00:53
- Miguel. – Sara caminaba del brazo de su novio por la plaza del pueblo - ¿Qué le ocurre a Garay?
- ¿A qué te refieres? – Miguel disimulaba.
- A que lo he visto muy nervioso estos últimos días y esta mañana me he encontrado con él y ni siquiera me ha saludado. ¿Qué le ocurre?
- No tengo la menor idea. – contestó el teniente; pero, por el tono de su voz, Sara supo que no era cierto, Miguel sabía perfectamente qué era lo que el teniente Garay se traía entre manos, pero no estaba dispuesto a hablar de ello con nadie, ni siquiera con su querida Sara.
- Está entrando en la taberna. – continuó Sara.
- Tendrá sed.
- ¡Miguel! No te rías de mí, por favor. ¡Vamos! – dijo tirando del brazo de su novio.
- ¿Adónde? – Miguel reía mientras se dejaba llevar. En el camino se cruzaron con Eugenia, Margarita y Ángel, pero Sara se detuvo tan solo un instante para saludarlos antes de seguir caminando a paso rápido hacia la taberna.
- Bien, ya estamos aquí, Eugenia. ¿Y ahora qué? – Margarita se detuvo cruzando los brazos sobre el pecho.
- Ahora hay que localizar a Roberto. – Eugenia giraba sobre sí misma, buscando a Roberto entre el gentío.
- ¿Y si no ha venido? – preguntó su amiga.
- Es domingo y hay baile, ¿dónde va a estar? ¿Trabajando? – fue la respuesta de la joven.
- No creo que esté muy interesado en el baile. – respondió Margarita en voz tan baja que incluso a Eugenia le costó escucharla.
- Con su familia. – intervino Ángel – Ha estado fuera de Arazana bastante tiempo y acaba de regresar, lo más lógico… - la mirada de Eugenia hizo que el joven cambiara de tema – Además, estoy de acuerdo con la señorita Guerra. No creo que su idea sea la más acertada, señorita Eugenia.
- ¿Preferís que mi padre se presente frente a él de buenas a primeras? – Eugenia dejó de buscar a Roberto entre la gente y fijó la mirada en sus acompañantes - ¿Os imagináis lo que pueda pasar entonces? Allí está, ¡vamos! – Eugenia comenzó a caminar y a sus amigos no les quedó más remedio que seguirla.
- Allí está. – Sara vio al teniente Garay sentado en una de las mesas de la taberna – Vamos con él.
- No, espera. – Miguel, tomándola de un brazo, impidió que su novia se acercara a su compañero y la llevó hasta la barra. – Pepe, por favor, pónganos dos pajaretes.
- Ahora mismo, teniente. Buenas, señorita Sara, ¿cómo está? – dijo el tabernero mientras servía los dos vasos de vino.
- Bien, Pepe, muy bien. – Sara no quitaba ojo del compañero de su novio e ignoraba a todos los demás. La intriga duró poco; segundos después, Julieta bajaba las escaleras y se acercaba a Garay mientras éste se levantaba de su asiento. Sin mediar palabra entre ellos, tan solo unas sonrisas, salieron juntos de la taberna.
- ¿Creen ustedes que hacen buena pareja?– dijo Pepe. Miguel miraba a Sara, su novia no había imaginado ni por un momento que el teniente Garay estuviera interesado en alguna joven de la localidad. – No es porque sea mi hija, pero Julieta es una de las muchachas más guapas del pueblo, por no decir la más guapa, mejorando lo presente. Lo que no me ha gustado es que el teniente no me haya pedido permiso a mí para salir con ella a pasear. Mi Julieta es una señorita decente y a las señoritas decentes no se les debe preguntar ciertas cosas. – La pareja se miró con incredulidad, no es que pensaran que Julieta no fuera una señorita decente, si no que sabían que no se iba a escandalizar porque un joven la invitara a pasear, Julieta llevaba varios años lidiando con todo tipo de hombres, borrachos o sobrios, y en ningún momento se había asustado o escandalizado.
- ¿A qué te refieres? – Miguel disimulaba.
- A que lo he visto muy nervioso estos últimos días y esta mañana me he encontrado con él y ni siquiera me ha saludado. ¿Qué le ocurre?
- No tengo la menor idea. – contestó el teniente; pero, por el tono de su voz, Sara supo que no era cierto, Miguel sabía perfectamente qué era lo que el teniente Garay se traía entre manos, pero no estaba dispuesto a hablar de ello con nadie, ni siquiera con su querida Sara.
- Está entrando en la taberna. – continuó Sara.
- Tendrá sed.
- ¡Miguel! No te rías de mí, por favor. ¡Vamos! – dijo tirando del brazo de su novio.
- ¿Adónde? – Miguel reía mientras se dejaba llevar. En el camino se cruzaron con Eugenia, Margarita y Ángel, pero Sara se detuvo tan solo un instante para saludarlos antes de seguir caminando a paso rápido hacia la taberna.
- Bien, ya estamos aquí, Eugenia. ¿Y ahora qué? – Margarita se detuvo cruzando los brazos sobre el pecho.
- Ahora hay que localizar a Roberto. – Eugenia giraba sobre sí misma, buscando a Roberto entre el gentío.
- ¿Y si no ha venido? – preguntó su amiga.
- Es domingo y hay baile, ¿dónde va a estar? ¿Trabajando? – fue la respuesta de la joven.
- No creo que esté muy interesado en el baile. – respondió Margarita en voz tan baja que incluso a Eugenia le costó escucharla.
- Con su familia. – intervino Ángel – Ha estado fuera de Arazana bastante tiempo y acaba de regresar, lo más lógico… - la mirada de Eugenia hizo que el joven cambiara de tema – Además, estoy de acuerdo con la señorita Guerra. No creo que su idea sea la más acertada, señorita Eugenia.
- ¿Preferís que mi padre se presente frente a él de buenas a primeras? – Eugenia dejó de buscar a Roberto entre la gente y fijó la mirada en sus acompañantes - ¿Os imagináis lo que pueda pasar entonces? Allí está, ¡vamos! – Eugenia comenzó a caminar y a sus amigos no les quedó más remedio que seguirla.
- Allí está. – Sara vio al teniente Garay sentado en una de las mesas de la taberna – Vamos con él.
- No, espera. – Miguel, tomándola de un brazo, impidió que su novia se acercara a su compañero y la llevó hasta la barra. – Pepe, por favor, pónganos dos pajaretes.
- Ahora mismo, teniente. Buenas, señorita Sara, ¿cómo está? – dijo el tabernero mientras servía los dos vasos de vino.
- Bien, Pepe, muy bien. – Sara no quitaba ojo del compañero de su novio e ignoraba a todos los demás. La intriga duró poco; segundos después, Julieta bajaba las escaleras y se acercaba a Garay mientras éste se levantaba de su asiento. Sin mediar palabra entre ellos, tan solo unas sonrisas, salieron juntos de la taberna.
- ¿Creen ustedes que hacen buena pareja?– dijo Pepe. Miguel miraba a Sara, su novia no había imaginado ni por un momento que el teniente Garay estuviera interesado en alguna joven de la localidad. – No es porque sea mi hija, pero Julieta es una de las muchachas más guapas del pueblo, por no decir la más guapa, mejorando lo presente. Lo que no me ha gustado es que el teniente no me haya pedido permiso a mí para salir con ella a pasear. Mi Julieta es una señorita decente y a las señoritas decentes no se les debe preguntar ciertas cosas. – La pareja se miró con incredulidad, no es que pensaran que Julieta no fuera una señorita decente, si no que sabían que no se iba a escandalizar porque un joven la invitara a pasear, Julieta llevaba varios años lidiando con todo tipo de hombres, borrachos o sobrios, y en ningún momento se había asustado o escandalizado.
#1124
11/12/2012 01:02
Leerte Roberta es volver a nuestra bandolera
a la que que empezo
GRACIAS¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
a la que que empezo
GRACIAS¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
#1125
11/12/2012 18:39
Gracias a tí, Arunda; a tí y a todas las que seguís leyendo.
En cuanto a tu comentario... tan solo hay que remitirse al título del post: "COMO NO ME GUSTA LA HISTORIA... VOY Y LA CAMBIO", jejejeje
_______________________________________________________________________
- ¡Hola Roberto! ¿Cómo has estado? – Roberto cruzaba la plaza acompañado por varios de sus compañeros y amigos cuando se vio abordado por Eugenia Montoro y sus acompañantes. Satur y los demás saludaron y, rápidamente, pusieron una excusa dejándolos solos.
- Hola Eugenia, señorita Margarita, señor Guarda. – tras los acontecimientos que sucedieron en el terreno de Roberto, la relación de éste con Ángel se había estrechado, pero en cambio se había distanciado con Eugenia. La muerte de Martina hizo que Roberto se retirara, más si cabe, de la vista de los demás; además, Germán había pedido a su hija que se alejara de Roberto y ésta había respetado la solicitud de su padre, al menos hasta aquel momento. – Bien, muchas gracias por su interés.
- La señorita Reeves nos ha mantenido informados acerca de sus progresos en la política. – intervino Ángel.
- Sí, la verdad es que estoy teniendo mucha suerte. Estoy muy agradecido por todo el apoyo que estoy recibiendo por parte de mis compañeros. – respondió Roberto con timidez.
- Lo que mereces, Roberto, tan solo eso. – Eugenia miraba a su hermano nerviosa, no sabía cómo abordar el tema que tan preocupada la tenía. – Yo… yo necesito hablar contigo, Roberto.
- ¿Qué sucede? – preguntó él extrañado.
- Quiero que lo sepas por mí antes de que…
- Eugenia, ¿qué quieres decirme? – preguntó él intrigado. Ángel y Margarita se retiraron discretamente unos pasos atrás.
- Yo… - Eugenia dudaba cómo comenzar, por lo que pensó que la mejor manera de hacerlo era no dar rodeos – Papá quiere hablar contigo.
- Lo sé. – respondió él con sequedad.
- ¿Lo sabes?
- Sí, aprovechó que yo me encontraba de viaje para presentarse en casa. – el tono de voz de Roberto mostraba enfado - Mi abuelo me lo contó cuando llegué.
- Entonces ya conoces sus intenciones… - dijo ella bajando la cabeza.
- Sí.
- ¿Y qué vas a hacer? – preguntó la joven levantando ligeramente la mirada mientras mantenía la cabeza baja.
- ¿Cómo puedes siquiera preguntármelo? ¿Acaso no me conoces?
- Sí, precisamente porque te conozco te lo pregunto. – Eugenia era consciente de que Roberto estaba furioso, pero también sabía que no iba a montar un espectáculo en el centro de la plaza – Porque sé que eres un hombre serio y cabal, porque confío en ti y en tu buen juicio.
- ¿Qué quieres decir con eso? – preguntó intrigado
- Sé que has perdonado a tu madre. – el joven dio un paso atrás intentando alejarse pero Eugenia lo tomó de la mano – Roberto, para bien o para mal, mi padre también es tu padre…
- No, no lo es.
- Sí lo es, - continuó ella – aunque no lo quieras aceptar, lo es. Cometieron un error tremendo hace muchos años. Un error del que estoy segura se han arrepentido todos los días de su vida. – Roberto dejó escapar un gesto cínico, pero Eugenia continuó hablando – Un error provocado por el miedo, un miedo mayor que el amor que sentían el uno por el otro. Y tú sabes perfectamente lo que es sentirse así, ¿verdad? – Eugenia había encontrado el punto débil de Roberto y pensaba aprovechar la oportunidad.
- No tengo la menor idea de lo que me estás hablando. Si me disculpas, mis compañeros… - Eugenia lo tomó del brazo evitando que se fuera.
- Roberto, discúlpame. Tan solo quiero hacerte ver que cada persona tiene sus razones para comportarse como cree más conveniente. Incluso tú…
- ¿Yo qué? – preguntó extrañado.
- Que tú… - Eugenia recordó que no debía demostrar que conocía la relación entre Roberto y Natalia – Quería decir que tú seguro que has tenido que tomar decisiones que pensabas eran las correctas pero de las que después te habrás arrepentido y… y que supongo que no desearías que la gente te lo echara en cara para siempre.
- Mira, Eugenia, yo… - Roberto se sentía abrumado, no quería saber nada de Germán Montoro, seguía sin querer enfrentarse a que el hombre que lo engendró no fuera el mismo que lo criara, pero sobre todo no quería enfrentarse a ello solo. Le dolía demasiado, le avergonzaba demasiado hablar de ello; las únicas personas lo suficientemente cercanas a él para hablar de temas tan delicados eran su madre y su abuelo. Por razones obvias no podía hablar con su madre y su abuelo… desde hacía semanas, cada vez que hablaba con él acababan discutiendo por causa de Natalia. Ella, ella era la única persona a quién podría realmente hablarle de sus sentimientos, la única persona a la que podría abrir su corazón, la única persona en el mundo a quien necesitaba para seguir adelante.
- Por favor, tan solo te lo he dicho para que estés prevenido. Yo… - Eugenia bajó la mirada y comenzó a juguetear con los lazos de su bolsito – yo siempre te he tenido mucho aprecio, no he olvidado que de niños jugabas conmigo y me consentías, cosa que Álvaro nunca hizo. No te estoy pidiendo que aceptes lo que te proponga mi padre, pero al menos escúchalo.
Sin darle tiempo a responder, Eugenia hizo un gesto a Ángel y Margarita y éstos se acercaron. Ángel se despidió con un gesto de la cabeza y tomó del brazo a Eugenia, Margarita se quedó unos metros rezagada buscando algo en su bolso. Al llegar a la altura de Roberto, con un gesto rápido, lo tomó del brazo y depositó un objeto en su mano saliendo a toda prisa a reunirse con sus amigos. Roberto, estupefacto ante el gesto de la muchacha, no supo cómo reaccionar hasta segundos después cuando el trío ya había desaparecido por una de las callejuelas que desembocaban en la plaza. Conocía a Margarita Guerra de toda la vida y, según había podido comprobar a lo largo de los años, era la muchacha más tímida que había conocido, ni siquiera se atrevía a comenzar una conversación por sí misma; sin embargo, acababa de entregarle algo. Roberto miró su mano y en ella encontró un objeto que ya daba por perdido: una caja de terciopelo azul con un ribete dorado y en su interior los anillos de oro que Natalia había comprado.
En cuanto a tu comentario... tan solo hay que remitirse al título del post: "COMO NO ME GUSTA LA HISTORIA... VOY Y LA CAMBIO", jejejeje
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- ¡Hola Roberto! ¿Cómo has estado? – Roberto cruzaba la plaza acompañado por varios de sus compañeros y amigos cuando se vio abordado por Eugenia Montoro y sus acompañantes. Satur y los demás saludaron y, rápidamente, pusieron una excusa dejándolos solos.
- Hola Eugenia, señorita Margarita, señor Guarda. – tras los acontecimientos que sucedieron en el terreno de Roberto, la relación de éste con Ángel se había estrechado, pero en cambio se había distanciado con Eugenia. La muerte de Martina hizo que Roberto se retirara, más si cabe, de la vista de los demás; además, Germán había pedido a su hija que se alejara de Roberto y ésta había respetado la solicitud de su padre, al menos hasta aquel momento. – Bien, muchas gracias por su interés.
- La señorita Reeves nos ha mantenido informados acerca de sus progresos en la política. – intervino Ángel.
- Sí, la verdad es que estoy teniendo mucha suerte. Estoy muy agradecido por todo el apoyo que estoy recibiendo por parte de mis compañeros. – respondió Roberto con timidez.
- Lo que mereces, Roberto, tan solo eso. – Eugenia miraba a su hermano nerviosa, no sabía cómo abordar el tema que tan preocupada la tenía. – Yo… yo necesito hablar contigo, Roberto.
- ¿Qué sucede? – preguntó él extrañado.
- Quiero que lo sepas por mí antes de que…
- Eugenia, ¿qué quieres decirme? – preguntó él intrigado. Ángel y Margarita se retiraron discretamente unos pasos atrás.
- Yo… - Eugenia dudaba cómo comenzar, por lo que pensó que la mejor manera de hacerlo era no dar rodeos – Papá quiere hablar contigo.
- Lo sé. – respondió él con sequedad.
- ¿Lo sabes?
- Sí, aprovechó que yo me encontraba de viaje para presentarse en casa. – el tono de voz de Roberto mostraba enfado - Mi abuelo me lo contó cuando llegué.
- Entonces ya conoces sus intenciones… - dijo ella bajando la cabeza.
- Sí.
- ¿Y qué vas a hacer? – preguntó la joven levantando ligeramente la mirada mientras mantenía la cabeza baja.
- ¿Cómo puedes siquiera preguntármelo? ¿Acaso no me conoces?
- Sí, precisamente porque te conozco te lo pregunto. – Eugenia era consciente de que Roberto estaba furioso, pero también sabía que no iba a montar un espectáculo en el centro de la plaza – Porque sé que eres un hombre serio y cabal, porque confío en ti y en tu buen juicio.
- ¿Qué quieres decir con eso? – preguntó intrigado
- Sé que has perdonado a tu madre. – el joven dio un paso atrás intentando alejarse pero Eugenia lo tomó de la mano – Roberto, para bien o para mal, mi padre también es tu padre…
- No, no lo es.
- Sí lo es, - continuó ella – aunque no lo quieras aceptar, lo es. Cometieron un error tremendo hace muchos años. Un error del que estoy segura se han arrepentido todos los días de su vida. – Roberto dejó escapar un gesto cínico, pero Eugenia continuó hablando – Un error provocado por el miedo, un miedo mayor que el amor que sentían el uno por el otro. Y tú sabes perfectamente lo que es sentirse así, ¿verdad? – Eugenia había encontrado el punto débil de Roberto y pensaba aprovechar la oportunidad.
- No tengo la menor idea de lo que me estás hablando. Si me disculpas, mis compañeros… - Eugenia lo tomó del brazo evitando que se fuera.
- Roberto, discúlpame. Tan solo quiero hacerte ver que cada persona tiene sus razones para comportarse como cree más conveniente. Incluso tú…
- ¿Yo qué? – preguntó extrañado.
- Que tú… - Eugenia recordó que no debía demostrar que conocía la relación entre Roberto y Natalia – Quería decir que tú seguro que has tenido que tomar decisiones que pensabas eran las correctas pero de las que después te habrás arrepentido y… y que supongo que no desearías que la gente te lo echara en cara para siempre.
- Mira, Eugenia, yo… - Roberto se sentía abrumado, no quería saber nada de Germán Montoro, seguía sin querer enfrentarse a que el hombre que lo engendró no fuera el mismo que lo criara, pero sobre todo no quería enfrentarse a ello solo. Le dolía demasiado, le avergonzaba demasiado hablar de ello; las únicas personas lo suficientemente cercanas a él para hablar de temas tan delicados eran su madre y su abuelo. Por razones obvias no podía hablar con su madre y su abuelo… desde hacía semanas, cada vez que hablaba con él acababan discutiendo por causa de Natalia. Ella, ella era la única persona a quién podría realmente hablarle de sus sentimientos, la única persona a la que podría abrir su corazón, la única persona en el mundo a quien necesitaba para seguir adelante.
- Por favor, tan solo te lo he dicho para que estés prevenido. Yo… - Eugenia bajó la mirada y comenzó a juguetear con los lazos de su bolsito – yo siempre te he tenido mucho aprecio, no he olvidado que de niños jugabas conmigo y me consentías, cosa que Álvaro nunca hizo. No te estoy pidiendo que aceptes lo que te proponga mi padre, pero al menos escúchalo.
Sin darle tiempo a responder, Eugenia hizo un gesto a Ángel y Margarita y éstos se acercaron. Ángel se despidió con un gesto de la cabeza y tomó del brazo a Eugenia, Margarita se quedó unos metros rezagada buscando algo en su bolso. Al llegar a la altura de Roberto, con un gesto rápido, lo tomó del brazo y depositó un objeto en su mano saliendo a toda prisa a reunirse con sus amigos. Roberto, estupefacto ante el gesto de la muchacha, no supo cómo reaccionar hasta segundos después cuando el trío ya había desaparecido por una de las callejuelas que desembocaban en la plaza. Conocía a Margarita Guerra de toda la vida y, según había podido comprobar a lo largo de los años, era la muchacha más tímida que había conocido, ni siquiera se atrevía a comenzar una conversación por sí misma; sin embargo, acababa de entregarle algo. Roberto miró su mano y en ella encontró un objeto que ya daba por perdido: una caja de terciopelo azul con un ribete dorado y en su interior los anillos de oro que Natalia había comprado.
#1126
12/12/2012 19:26
Capítulo 128
- Tres semanas. Tres semanas y sigo postrada en esta maldita cama. – Natalia rezongaba en su lecho mientras Nieves jugueteaba en el suelo con su hija y Luis revisaba documentos en el escritorio que la joven tenía en su dormitorio.
- Tres semanas no son nada en comparación de tres meses de inmovilidad total. – dijo Luis sin levantar la mirada de los documentos. Sabía que las palabras de su amiga eran fruto del aburrimiento y la impotencia.
- Pero son tres semanas… - gimoteó ella de nuevo.
- Y serán todas las que el doctor considere oportuno. – la voz de Nieves llegó desde el suelo, Natalia no la veía, pero sabía que se encontraba allí, jugando con la niña. Si al menos pudiera unirse a ellas por unos minutos…
- ¿Has terminado de revisar los contratos? – preguntó Luis.
- No, no puedo concentrarme… - Natalia golpeó con fuerza el colchón – No puedo fijar mi mente en nada. ¿Será a consecuencia del golpe en la cabeza?
- Ni mucho menos. – respondió Nieves – Lo que ocurre es que hace un día precioso, ideal para salir a pasear y estás pensando en ello.
- Pero no puedo salir a pasear… no puedo salir de esta maldita cama. – gritó Natalia rabiosa.
- Ya llegará el día en que lo hagas. – Luis seguía la conversación de las mujeres sin levantar los ojos de los documentos – Y entonces tendrás que hacerte cargo de todos estos documentos para que yo pueda hacerme cargo de mi esposa y mi hija.
- ¡Luis! – exclamó Nieves
- Lo siento. – dijo Natalia en un susurro.
- Natalia… - finalmente, Luis se levantó de su asiento y se acercó a su amiga. Retiró algunos de los documentos esparcidos por la colcha, los dejó en el regazo de la joven y le tomó de la mano – Si soy tan duro contigo no es porque no te quiera o no esté preocupado, si no precisamente por ello. Te conozco desde hace muchos años, y no me gusta en absoluto lo que estoy viendo. Tú no eres así, nunca te has dejado vencer ni por las personas ni por las circunstancias y ahora te has dado por vencida. ¡Mírame cuando te hablo! – Natalia levantó los ojos llenos de lágrimas.
- Luis por favor. – suplicó Nieves.
- Escúchame. – el hombre continuó hablando con tono autoritario e ignorando las súplicas de su esposa - Desde que llegaste de ese maldito pueblo andaluz no eres la de siempre. No has querido hablar de ello, no has querido contarnos. De acuerdo, no estás lista para hablar, ya lo harás cuando lo creas conveniente pero mientras tanto no vamos a dejar que te eches a morir. Tuviste un trágico accidente, un accidente que te mantuvo inconsciente durante tres meses…
- No… - gemía Natalia.
- Lo siento, pero me vas a escuchar hasta el final. – Nieves acunaba a su hija mientras gruesas lágrimas surcaban su rostro. Su marido estaba siendo muy duro pero comprendía que lo hacía por el bien de la joven – Durante esos tres meses fueron muchos los días en que pensamos que nos ibas a dejar, pero no… aguantaste, seguiste adelante, aferrándote a la vida con las pocas fuerzas que te quedaban. ¡Mírate! ¿Vas a decirme que no tienes razones por las que luchar?
- No sé si quiero luchar, hay veces en que pienso que nada merece ya la pena y…
- Pero la merece, Natalia, la merece.
- Si, la merece. – Nieves se acercó llevando en brazos a su hija y mostrándosela – No me digas que una sonrisa como esta no merece cualquier sacrificio…
- Solo si le quitas las babas.- respondió Natalia extendiendo los brazos hacia la pequeña. Nieves se la entregó y se sentó abrazando a su marido - Es que hay momentos en que tengo tanto miedo que pienso que lo mejor hubiera sido no despertar. – Con toda delicadeza, Natalia utilizaba el borde de la sábana para limpiar la carita de la niña – Así, así estás más guapa. Algún día todos los muchachos de los alrededores seguirán esa preciosa carita, lo que pondrá muy nervioso a tú papá
- Y divertirá mucho a tu madrina. – respondió Luis – Pero para que ese día llegue, a tu madrina se le tienen que quitar un montón de tonterías de la cabeza. En estas tres semanas estas recuperando parte del peso que perdiste, tus brazos se mueven sin ningún problema y has recuperado, casi por completo, la fuerza en ellos.
- No es eso lo que me preocupa… y lo sabéis.
- Sí, lo sabemos. Pero ya escuchaste al doctor, has de tener mucho cuidado. Cualquier caída, cualquier movimiento brusco puede ser fatal y tus piernas aún no te soportan. – el tono de Luis se había vuelto más tierno, como si le hablara a un niño.
- ¿Sus piernas? Hay días en que ni yo la soporto… - comentó Nieves
- Te libras porque estoy en cama. – dijo Natalia mirando a su amiga.
- No, me libro porque tienes a Valeria en brazos. Si no fuera así, ya me hubieras tirado algo a la cabeza.
- Ya es suficiente. – medió Luis – Que mi hija no tiene culpa de nada y creo que va a ser la que va a terminar pagando los platos rotos… - En aquel momento alguien llamó a la puerta.
- Perdón. – Mariana abrió la puerta y entró en el dormitorio – Siento interrumpir, pero ha llegado el doctor. – Sucedía algo, el tono de Mariana no era el de siempre.
- Hazle pasar, por favor. – respondió Natalia aún con la niña en brazos. Mariana dudó un instante y se agachó para desbloquear la segunda hoja de la doble puerta. Los tres ocupantes del dormitorio se miraron entre sí, ¿por qué abrían las dos puertas? Un instante después sus dudas se disiparon, el doctor entraba empujando una silla de ruedas.
- Tres semanas. Tres semanas y sigo postrada en esta maldita cama. – Natalia rezongaba en su lecho mientras Nieves jugueteaba en el suelo con su hija y Luis revisaba documentos en el escritorio que la joven tenía en su dormitorio.
- Tres semanas no son nada en comparación de tres meses de inmovilidad total. – dijo Luis sin levantar la mirada de los documentos. Sabía que las palabras de su amiga eran fruto del aburrimiento y la impotencia.
- Pero son tres semanas… - gimoteó ella de nuevo.
- Y serán todas las que el doctor considere oportuno. – la voz de Nieves llegó desde el suelo, Natalia no la veía, pero sabía que se encontraba allí, jugando con la niña. Si al menos pudiera unirse a ellas por unos minutos…
- ¿Has terminado de revisar los contratos? – preguntó Luis.
- No, no puedo concentrarme… - Natalia golpeó con fuerza el colchón – No puedo fijar mi mente en nada. ¿Será a consecuencia del golpe en la cabeza?
- Ni mucho menos. – respondió Nieves – Lo que ocurre es que hace un día precioso, ideal para salir a pasear y estás pensando en ello.
- Pero no puedo salir a pasear… no puedo salir de esta maldita cama. – gritó Natalia rabiosa.
- Ya llegará el día en que lo hagas. – Luis seguía la conversación de las mujeres sin levantar los ojos de los documentos – Y entonces tendrás que hacerte cargo de todos estos documentos para que yo pueda hacerme cargo de mi esposa y mi hija.
- ¡Luis! – exclamó Nieves
- Lo siento. – dijo Natalia en un susurro.
- Natalia… - finalmente, Luis se levantó de su asiento y se acercó a su amiga. Retiró algunos de los documentos esparcidos por la colcha, los dejó en el regazo de la joven y le tomó de la mano – Si soy tan duro contigo no es porque no te quiera o no esté preocupado, si no precisamente por ello. Te conozco desde hace muchos años, y no me gusta en absoluto lo que estoy viendo. Tú no eres así, nunca te has dejado vencer ni por las personas ni por las circunstancias y ahora te has dado por vencida. ¡Mírame cuando te hablo! – Natalia levantó los ojos llenos de lágrimas.
- Luis por favor. – suplicó Nieves.
- Escúchame. – el hombre continuó hablando con tono autoritario e ignorando las súplicas de su esposa - Desde que llegaste de ese maldito pueblo andaluz no eres la de siempre. No has querido hablar de ello, no has querido contarnos. De acuerdo, no estás lista para hablar, ya lo harás cuando lo creas conveniente pero mientras tanto no vamos a dejar que te eches a morir. Tuviste un trágico accidente, un accidente que te mantuvo inconsciente durante tres meses…
- No… - gemía Natalia.
- Lo siento, pero me vas a escuchar hasta el final. – Nieves acunaba a su hija mientras gruesas lágrimas surcaban su rostro. Su marido estaba siendo muy duro pero comprendía que lo hacía por el bien de la joven – Durante esos tres meses fueron muchos los días en que pensamos que nos ibas a dejar, pero no… aguantaste, seguiste adelante, aferrándote a la vida con las pocas fuerzas que te quedaban. ¡Mírate! ¿Vas a decirme que no tienes razones por las que luchar?
- No sé si quiero luchar, hay veces en que pienso que nada merece ya la pena y…
- Pero la merece, Natalia, la merece.
- Si, la merece. – Nieves se acercó llevando en brazos a su hija y mostrándosela – No me digas que una sonrisa como esta no merece cualquier sacrificio…
- Solo si le quitas las babas.- respondió Natalia extendiendo los brazos hacia la pequeña. Nieves se la entregó y se sentó abrazando a su marido - Es que hay momentos en que tengo tanto miedo que pienso que lo mejor hubiera sido no despertar. – Con toda delicadeza, Natalia utilizaba el borde de la sábana para limpiar la carita de la niña – Así, así estás más guapa. Algún día todos los muchachos de los alrededores seguirán esa preciosa carita, lo que pondrá muy nervioso a tú papá
- Y divertirá mucho a tu madrina. – respondió Luis – Pero para que ese día llegue, a tu madrina se le tienen que quitar un montón de tonterías de la cabeza. En estas tres semanas estas recuperando parte del peso que perdiste, tus brazos se mueven sin ningún problema y has recuperado, casi por completo, la fuerza en ellos.
- No es eso lo que me preocupa… y lo sabéis.
- Sí, lo sabemos. Pero ya escuchaste al doctor, has de tener mucho cuidado. Cualquier caída, cualquier movimiento brusco puede ser fatal y tus piernas aún no te soportan. – el tono de Luis se había vuelto más tierno, como si le hablara a un niño.
- ¿Sus piernas? Hay días en que ni yo la soporto… - comentó Nieves
- Te libras porque estoy en cama. – dijo Natalia mirando a su amiga.
- No, me libro porque tienes a Valeria en brazos. Si no fuera así, ya me hubieras tirado algo a la cabeza.
- Ya es suficiente. – medió Luis – Que mi hija no tiene culpa de nada y creo que va a ser la que va a terminar pagando los platos rotos… - En aquel momento alguien llamó a la puerta.
- Perdón. – Mariana abrió la puerta y entró en el dormitorio – Siento interrumpir, pero ha llegado el doctor. – Sucedía algo, el tono de Mariana no era el de siempre.
- Hazle pasar, por favor. – respondió Natalia aún con la niña en brazos. Mariana dudó un instante y se agachó para desbloquear la segunda hoja de la doble puerta. Los tres ocupantes del dormitorio se miraron entre sí, ¿por qué abrían las dos puertas? Un instante después sus dudas se disiparon, el doctor entraba empujando una silla de ruedas.
#1127
15/12/2012 19:30
- Buenas tardes. – Margarita se acercó a Roberto y lo saludó.
- Buenas tardes, señorita Guerra. – Con la excusa de visitar a Roberto, Eugenia aprovechaba cualquier oportunidad para salir de casa acompañada de Ángel. La muchacha se había fijado en él desde el primer momento e intentaba propiciar cualquier acercamiento entre ellos, intercambiando opiniones y hablando de cualquier tema, siempre bajo la atenta mirada de Margarita, que era quien peor lo pasaba. La joven Guerra dejaba que la pareja caminase sola para que se fuera conociendo y porque seguía sintiendo cierta desconfianza y desazón en la compañía del hombre; sin embargo, aquello significaba que pasaba horas y horas sentada a solas o en compañía de Roberto, quien tampoco se sentía demasiado cómodo en compañía de la muchacha – Hace buen día. – continuó Roberto tras unos minutos de incómodo silencio. El muchacho se había tomado unos minutos de descanso en su trabajo cuando vio aparecer a los tres visitantes en su terreno.
- Sí. – dijo ella estrujando su pañuelo entre las manos.
- Yo… yo hace ya varias semanas que deseaba hablar con usted. – comentó Roberto de un tirón.
- ¿Por qué? – preguntó ella sonrojándose.
- Quería darle las gracias por entregarme la… la cajita. – En el momento en que Roberto despertó en el dispensario, tras el asalto de Olmedo, lo primero que hizo al quedarse a solas fue buscar entre sus ropas la cajita con los anillos que Natalia compró. Desesperado, buscó infructuosamente en la consulta y en su terreno, pero el pequeño estuche no apareció. Durante los días posteriores al asalto recorrió una y otra vez el camino entre el pueblo y el campo, pensando que se habría caído en el trayecto, pero todos sus esfuerzos fueron inútiles: había perdido aquel recuerdo tan preciado de la mujer que amaba, en aquellos momentos tan solo le quedaba la cinta que en una ocasión retiró de los cabellos de ella.
- No. Yo... yo debo pedirle disculpas por haberla retenido. – dijo ella manteniendo la cabeza gacha, fijando la vista en las piedras del terreno.
- Buenas tardes, señorita Guerra. – Con la excusa de visitar a Roberto, Eugenia aprovechaba cualquier oportunidad para salir de casa acompañada de Ángel. La muchacha se había fijado en él desde el primer momento e intentaba propiciar cualquier acercamiento entre ellos, intercambiando opiniones y hablando de cualquier tema, siempre bajo la atenta mirada de Margarita, que era quien peor lo pasaba. La joven Guerra dejaba que la pareja caminase sola para que se fuera conociendo y porque seguía sintiendo cierta desconfianza y desazón en la compañía del hombre; sin embargo, aquello significaba que pasaba horas y horas sentada a solas o en compañía de Roberto, quien tampoco se sentía demasiado cómodo en compañía de la muchacha – Hace buen día. – continuó Roberto tras unos minutos de incómodo silencio. El muchacho se había tomado unos minutos de descanso en su trabajo cuando vio aparecer a los tres visitantes en su terreno.
- Sí. – dijo ella estrujando su pañuelo entre las manos.
- Yo… yo hace ya varias semanas que deseaba hablar con usted. – comentó Roberto de un tirón.
- ¿Por qué? – preguntó ella sonrojándose.
- Quería darle las gracias por entregarme la… la cajita. – En el momento en que Roberto despertó en el dispensario, tras el asalto de Olmedo, lo primero que hizo al quedarse a solas fue buscar entre sus ropas la cajita con los anillos que Natalia compró. Desesperado, buscó infructuosamente en la consulta y en su terreno, pero el pequeño estuche no apareció. Durante los días posteriores al asalto recorrió una y otra vez el camino entre el pueblo y el campo, pensando que se habría caído en el trayecto, pero todos sus esfuerzos fueron inútiles: había perdido aquel recuerdo tan preciado de la mujer que amaba, en aquellos momentos tan solo le quedaba la cinta que en una ocasión retiró de los cabellos de ella.
- No. Yo... yo debo pedirle disculpas por haberla retenido. – dijo ella manteniendo la cabeza gacha, fijando la vista en las piedras del terreno.
#1128
16/12/2012 12:11
Roberta Gracias¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡pero que lejos continuan natalia y roberto
#1129
16/12/2012 20:14
Roberta gracias por continuar con la historia yo tambien la leo,me encanta!espero que roberto se entere pronto del estado de natalia y tengamos un bonito encuentro de los dos
#1130
16/12/2012 23:04
Ay, Robertsurgent... no sé... no sé...
Gracias por seguir al pie del cañón.
_______________________________________________________________________
- ¿Retenido? – preguntó.
- Sí. Yo estoy muy avergonzada por ello, pero… espero que entienda que…
- Señorita Guerra, por favor explíquese. – Roberto necesitaba saber qué era lo que Margarita había hecho con el estuche, cómo había llegado a sus manos.
- Cuando Eugenia se enteró de que usted había sido herido… – comenzó a contar Margarita con dificultad – no tardó ni un minuto en salir en dirección al dispensario para saber por su estado, llevándome a mí tras de sí.
- Muy propio de Eugenia. – exclamó Roberto – Perdón, continúe.
- Cuando llegamos al dispensario, ella insistió en verlo y su abuelo, don Cosme, nos permitió la entrada y… Después, Carmen y Eugenia comenzaron a hablar, salieron del dispensario y me dejaron a solas con usted. – Margarita no se había sentido tan avergonzada en la vida y no podía evitar pensar que aún no había contado la parte más delicada – Yo no quería dejarlo solo, pero… Vi que había una chaqueta tirada en el suelo, la suya, la recogí y de uno de los bolsillos cayó algo.
- El estuche.
- Sí, el estuche. – corroboró ella – Estonces usted comenzó a decir algo, a llamar a alguien. Yo me asusté, avisé al doctor, – empezó a decir a la carrera – la gente comenzó a entrar y… y no sabía qué hacer con el estuche, no quería que nadie pensara que había estado revolviendo en sus bolsillos y… y después… no me atrevía a entregárselo hasta que… lo siento, lo siento mucho.
- ¿A quién? – preguntó él en un susurro.
- ¿Perdón? – preguntó ella confundida.
- ¿A quién llamaba? – volvió a preguntar sin modificar su triste tono de voz.
- A la señorita Natalia. – Margarita giró levemente la mirada, fija aún en el suelo, al ver que Roberto hacía un movimiento y sacaba la cajita de uno de los bolsillos de su pantalón.
- ¿Sabe lo que contiene?
- Sí. Pero tardé mucho en abrirla. – dijo excusándose – Por favor, perdóneme por no habérsela entregado antes.
- Los compró ella, no sé porqué lo hizo. – Roberto hablaba más para sí mismo que para Margarita. A nadie, ni siquiera a su abuelo, le había hablado sobre los anillos y allí estaba, hablando de sus más profundos sentimientos con una muchacha casi desconocida. - ¿Usted sabía que…? ¿Que ella y yo…?
- Sí. – apenas fue un susurro lo que salió de la boca de la joven
- ¿Lo sabe alguien más? – Roberto sabía que Sara estaba al tanto, la misma Natalia se lo había contado y suponía que Miguel también, aunque nunca hubieran hablado de ello directamente.
- Sí, Eugenia. – ante el silencio de Roberto, Margarita pensó que le debía una explicación – Los vimos un día, un día de esos en los que Eugenia se empeñaba en ir a visitarlo, pero estoy segura de que ella no dirá nada; lo último que Eugenia desea es hacerle daño a usted. No la ha olvidado, ¿verdad? – Margarita estaba asombrada de las palabras que salían por su propia boca, le estaba preguntando a Roberto si seguía enamorado de Natalia. No se atrevía siquiera a mirarlo a la cara y sin embargo le hacía preguntas tan directas y personales.
- No, no la he olvidado y nunca lo haré. Esto, - dijo sacando los anillos del estuche – esto es lo único que me queda de ella.
- Le entiendo.
- ¿Álvaro? – preguntó Roberto. Margarita no dijo nada, se limitó a asentir con la cabeza – Pero, ¿cómo puede usted seguir enamorada de Álvaro?
- No lo sé. – Margarita se encogió de hombros – Ya sé que después de todo lo que me ha hecho, de cómo se portó conmigo…no debería quererle, pero no puedo evitarlo.
- Sí, sí claro. – Roberto sintió envidia de Álvaro. A pesar de lo mal que se había comportado con Margarita, rompiendo su compromiso de tantos años, ella seguía amándolo.
Margarita era una joven tímida para la que el abandono del que fuera durante tantos años su prometido supuso un tremendo golpe, el abandono fue tan grave pues su relación era conocida por todo el mundo; todo ello la abocaba a la eterna soltería y aún así seguía amando al causante de sus desgracias. Roberto pensó que en su caso, se podían contar con los dedos de una mano el número de personas que conocían su amor por Natalia y el fin de aquella relación, no habría habladurías que afectaran a la joven y aún así estaba seguro de que ella no podría perdonarlo jamás.
- Creo que será mejor que me vaya. – dijo Margarita – Por favor, perdóneme y no me guarde rencor por no haberle devuelto antes el estuche.
- No se preocupe. Muchas gracias señorita Guerra, no puede usted imaginarse el bien que me ha hecho recuperar esto. – con una tímida sonrisa Margarita se despidió alejándose de Roberto, caminando hacia Eugenia y Ángel, quienes los habían estado observando atentamente.
Gracias por seguir al pie del cañón.
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- ¿Retenido? – preguntó.
- Sí. Yo estoy muy avergonzada por ello, pero… espero que entienda que…
- Señorita Guerra, por favor explíquese. – Roberto necesitaba saber qué era lo que Margarita había hecho con el estuche, cómo había llegado a sus manos.
- Cuando Eugenia se enteró de que usted había sido herido… – comenzó a contar Margarita con dificultad – no tardó ni un minuto en salir en dirección al dispensario para saber por su estado, llevándome a mí tras de sí.
- Muy propio de Eugenia. – exclamó Roberto – Perdón, continúe.
- Cuando llegamos al dispensario, ella insistió en verlo y su abuelo, don Cosme, nos permitió la entrada y… Después, Carmen y Eugenia comenzaron a hablar, salieron del dispensario y me dejaron a solas con usted. – Margarita no se había sentido tan avergonzada en la vida y no podía evitar pensar que aún no había contado la parte más delicada – Yo no quería dejarlo solo, pero… Vi que había una chaqueta tirada en el suelo, la suya, la recogí y de uno de los bolsillos cayó algo.
- El estuche.
- Sí, el estuche. – corroboró ella – Estonces usted comenzó a decir algo, a llamar a alguien. Yo me asusté, avisé al doctor, – empezó a decir a la carrera – la gente comenzó a entrar y… y no sabía qué hacer con el estuche, no quería que nadie pensara que había estado revolviendo en sus bolsillos y… y después… no me atrevía a entregárselo hasta que… lo siento, lo siento mucho.
- ¿A quién? – preguntó él en un susurro.
- ¿Perdón? – preguntó ella confundida.
- ¿A quién llamaba? – volvió a preguntar sin modificar su triste tono de voz.
- A la señorita Natalia. – Margarita giró levemente la mirada, fija aún en el suelo, al ver que Roberto hacía un movimiento y sacaba la cajita de uno de los bolsillos de su pantalón.
- ¿Sabe lo que contiene?
- Sí. Pero tardé mucho en abrirla. – dijo excusándose – Por favor, perdóneme por no habérsela entregado antes.
- Los compró ella, no sé porqué lo hizo. – Roberto hablaba más para sí mismo que para Margarita. A nadie, ni siquiera a su abuelo, le había hablado sobre los anillos y allí estaba, hablando de sus más profundos sentimientos con una muchacha casi desconocida. - ¿Usted sabía que…? ¿Que ella y yo…?
- Sí. – apenas fue un susurro lo que salió de la boca de la joven
- ¿Lo sabe alguien más? – Roberto sabía que Sara estaba al tanto, la misma Natalia se lo había contado y suponía que Miguel también, aunque nunca hubieran hablado de ello directamente.
- Sí, Eugenia. – ante el silencio de Roberto, Margarita pensó que le debía una explicación – Los vimos un día, un día de esos en los que Eugenia se empeñaba en ir a visitarlo, pero estoy segura de que ella no dirá nada; lo último que Eugenia desea es hacerle daño a usted. No la ha olvidado, ¿verdad? – Margarita estaba asombrada de las palabras que salían por su propia boca, le estaba preguntando a Roberto si seguía enamorado de Natalia. No se atrevía siquiera a mirarlo a la cara y sin embargo le hacía preguntas tan directas y personales.
- No, no la he olvidado y nunca lo haré. Esto, - dijo sacando los anillos del estuche – esto es lo único que me queda de ella.
- Le entiendo.
- ¿Álvaro? – preguntó Roberto. Margarita no dijo nada, se limitó a asentir con la cabeza – Pero, ¿cómo puede usted seguir enamorada de Álvaro?
- No lo sé. – Margarita se encogió de hombros – Ya sé que después de todo lo que me ha hecho, de cómo se portó conmigo…no debería quererle, pero no puedo evitarlo.
- Sí, sí claro. – Roberto sintió envidia de Álvaro. A pesar de lo mal que se había comportado con Margarita, rompiendo su compromiso de tantos años, ella seguía amándolo.
Margarita era una joven tímida para la que el abandono del que fuera durante tantos años su prometido supuso un tremendo golpe, el abandono fue tan grave pues su relación era conocida por todo el mundo; todo ello la abocaba a la eterna soltería y aún así seguía amando al causante de sus desgracias. Roberto pensó que en su caso, se podían contar con los dedos de una mano el número de personas que conocían su amor por Natalia y el fin de aquella relación, no habría habladurías que afectaran a la joven y aún así estaba seguro de que ella no podría perdonarlo jamás.
- Creo que será mejor que me vaya. – dijo Margarita – Por favor, perdóneme y no me guarde rencor por no haberle devuelto antes el estuche.
- No se preocupe. Muchas gracias señorita Guerra, no puede usted imaginarse el bien que me ha hecho recuperar esto. – con una tímida sonrisa Margarita se despidió alejándose de Roberto, caminando hacia Eugenia y Ángel, quienes los habían estado observando atentamente.
#1131
18/12/2012 19:21
- Se les veía hablar muy animados. – comentó Eugenia.
- ¿Animados? Desde esta distancia no se les puede ver bien, pero yo más bien diría que tienen cara de funeral.
- No diga eso. – Eugenia golpeó ligeramente el brazo de su acompañante – Margarita Guerra hablando con un hombre. Qué digo, un hombre no, ¡un jornalero! – Eugenia dejó escapar una débil risa.
- Pues no le veo la gracia. – respondió Ángel. Si Eugenia se reía porque Margarita hablase con Roberto, qué pensaría de él si descubriera que había sido uno de los miembros de la banda de Carranza.
- Me refiero a que Margarita apenas habla con nadie. – explicó la joven – Y mucho menos con un hombre, no le digo nada ya con alguien que no sea de su círculo de amistades. ¿Con cuántos hombres, que no sean de su familia, ha visto usted hablar a Margarita? – Ante la falta de respuesta del joven, Eugenia enumeró – Mi padre, el padre Damián y Álvaro, porque con el resto de hombres, incluido usted, se limita a saludar, asentir y ponerse colorada como un tomate.
- ¡Calle, que ahí viene! – Ángel se quedó pensando, no había conocido joven más tímida que Margarita Guerra
- Se te veía hablar muy animada con Roberto, Margarita. – comentó Eugenia cuando su amiga se acercó.
- Tan solo hablábamos del tiempo.
- Seco y soleado, como las últimas semanas. – continuó su amiga – Seguro que habéis hablado de algo más…
- No, no es así, tan solo hablábamos del tiempo. ¿Podríamos irnos ya?
- Sí. – intervino Ángel – Hace un buen rato que deberíamos haber regresado al cortijo. – Ángel compartía los pensamientos de Eugenia; Margarita y Roberto habían hablado de algo más que del tiempo pero no imaginaba de qué. Se le hacía difícil imaginar que, conociendo a Roberto, éste hubiera olvidado tan pronto los sentimientos que tenía por Natalia y se hubiera puesto a cortejar a otra mujer, pero todo era posible en aquel pequeño pueblo.
Natalia, Nieves y Luis se quedaron lívidos al ver entrar al médico empujando una silla de ruedas, los peores temores asaltaron sus corazones.
- Buenos días. – dijo el doctor llevando la silla hasta una de las esquinas de la habitación - ¿Cómo se encuentra hoy la paciente? – nadie respondió a la pregunta, por lo que preguntó - ¿Ha sucedido algo?
- Usted dirá. – Luis fue el único que consiguió articular palabra, mientras señalaba la silla.
- ¡Oh, eso! Ahora les explico. ¿Cómo se encuentra?
El médico se acercó a la cama y tomó a Valeria de brazos de Natalia para entregársela a su madre. A continuación tomó el pulso de la paciente y colocó su mano en la frente de la joven.
- Sin fiebre… el pulso un tanto acelerado… - Natalia pensaba que lo extraño fuera que el corazón no se le hubiera paralizado al ver entrar aquel artefacto el cual le confirmaba que sus peores sospechas eran algo más que temores infundados – Ejerza fuerza con los brazos. – continuó diciendo el médico mientras colocaba las palmas de sus manos contra las de Natalia. – Natalia, ¿me escucha?
- Sí. – la joven procedió a realizar el ejercicio que el médico le pedía aunque no podía apartar la mirada y los pensamientos de la silla.
- Bien, cada día recupera un poco más de fuerza. Veamos ahora las piernas.
El doctor retiró la ropa de cama y aparecieron las piernas de Natalia envueltas en el fino camisón de seda, el cual fue levantado hasta dejar al descubierto las rodillas de la joven. Luis y Nieves seguían con la mirada cada una de las manipulaciones del doctor, mientras que Natalia seguía con la mirada fija en la esquina de la habitación. El médico tomó uno de los pies de Natalia y pasó su mano por la planta, instintivamente los dedos se movieron pero Natalia ni siquiera se inmutó; la manipulación del otro pie obtuvo el mismo resultado.
- Bien, esto está muy bien. – comentó el médico mientras recolocaba el camisón de su paciente y volvía a cubrirla con las sábanas.
- ¿Bien? – preguntó Natalia – ¿Porque está bien ha traído usted… eso?. – señaló con la mano la silla de ruedas.
- Sí, precisamente por eso. – el doctor se sentó en la cama y la tomó de la mano - ¿Por qué se preocupa tanto? Ya le he dicho que está todo bien.
- ¿Entonces? – preguntó Nieves acunando a la niña que había comenzado a hacer ruiditos, ella era la que mantenía la alegría de la casa.
- Como ya les he dicho, todo va bien. En los últimos días he venido observando una mejoría que la reacción de hoy ha confirmado.
- Entonces, ¿por qué ha traído la silla? – preguntó Luis.
- Porque conozco muy bien a la señorita Natalia y en cuanto tenga un poco más de fuerza en las piernas va a tratar de levantarse de la cama. ¿O no es así? – preguntó directamente a la joven. Ella, bajó la cabeza y asintió ligeramente – Precisamente por eso, porque no quiero que trate de andar por el momento.
- ¿Está diciendo que podré volver a caminar? – preguntó Natalia ilusionada.
- Así lo espero. Eso sí, - advirtió el hombre haciendo un gesto con el dedo – tiene que seguir mis indicaciones al pie de la letra en todo momento. Si no lo hace corre peligro de caerse y… y entonces no me hago responsable.
- Por supuesto. – dijo Nieves – Nosotros nos responsabilizamos de que ella cumpla con sus indicaciones.
- No, ustedes no deben responsabilizarse. – afirmó el doctor – Ella ya es una mujer hecha y derecha, que toma sus propias decisiones y conoce cuáles son las consecuencias de sus actos. Es ella quien debe darse cuenta de que estoy hablando muy en serio.
- Se lo prometo doctor, no haré nada que usted no me haya permitido hacer previamente. – Luis y Nieves conocían a Natalia, sabían de su determinación y por el modo en que se había expresado sabían que la joven cumpliría a rajatabla todas las indicaciones médicas.
- Si es así le explicaré el porqué de la silla. Aún no, pero creo que antes del fin de semana podremos sentarla en ella. – Natalia y Nieves ahogaron sendas risas de alegría – Tan solo durante algunas horas, pero al menos podrá salir de esa cama.
- ¿Lo dice en serio, doctor? – preguntó la joven Reeves.
- Completamente. Pero ha de prometerme que no lo hará hasta que yo dé mi permiso.
- Se lo prometo, hasta que usted no lo diga no me moveré de la cama.
- Y cuando pueda pasarse a la silla, jamás, y escúcheme bien, he dicho jamás, – el médico recalcó la última palabra – lo hará sola. Ya le he repetido que una caída podría ser fatal en su estado.
- Prometido. Nunca lo haré sola. Al menos mientras usted no me lo permita… - terminó con una sonrisa pícara.
- Hacía días que estaba esperando una respuesta así. – comentó el doctor riendo – Eso significa que está saliendo adelante. Bien, ya no tengo nada que hacer aquí, nos vemos mañana.
- Gracias, doctor. – dijo Natalia tomando la mano del médico – No puede hacerse usted una idea de lo mucho que le agradezco lo que está haciendo por mí.
- La mejor manera de agradecérmelo es ponerse bien lo antes posible. Aunque mi modo de vida dependa de que la gente enferme… mi mayor alegría es ver a la gente sana y feliz, gente que no requiera de mis servicios o que si los requiere sea por razones mucho más agradables. – sonriente se acercó a Nieves y acarició la cara de Valeria.
- ¿Animados? Desde esta distancia no se les puede ver bien, pero yo más bien diría que tienen cara de funeral.
- No diga eso. – Eugenia golpeó ligeramente el brazo de su acompañante – Margarita Guerra hablando con un hombre. Qué digo, un hombre no, ¡un jornalero! – Eugenia dejó escapar una débil risa.
- Pues no le veo la gracia. – respondió Ángel. Si Eugenia se reía porque Margarita hablase con Roberto, qué pensaría de él si descubriera que había sido uno de los miembros de la banda de Carranza.
- Me refiero a que Margarita apenas habla con nadie. – explicó la joven – Y mucho menos con un hombre, no le digo nada ya con alguien que no sea de su círculo de amistades. ¿Con cuántos hombres, que no sean de su familia, ha visto usted hablar a Margarita? – Ante la falta de respuesta del joven, Eugenia enumeró – Mi padre, el padre Damián y Álvaro, porque con el resto de hombres, incluido usted, se limita a saludar, asentir y ponerse colorada como un tomate.
- ¡Calle, que ahí viene! – Ángel se quedó pensando, no había conocido joven más tímida que Margarita Guerra
- Se te veía hablar muy animada con Roberto, Margarita. – comentó Eugenia cuando su amiga se acercó.
- Tan solo hablábamos del tiempo.
- Seco y soleado, como las últimas semanas. – continuó su amiga – Seguro que habéis hablado de algo más…
- No, no es así, tan solo hablábamos del tiempo. ¿Podríamos irnos ya?
- Sí. – intervino Ángel – Hace un buen rato que deberíamos haber regresado al cortijo. – Ángel compartía los pensamientos de Eugenia; Margarita y Roberto habían hablado de algo más que del tiempo pero no imaginaba de qué. Se le hacía difícil imaginar que, conociendo a Roberto, éste hubiera olvidado tan pronto los sentimientos que tenía por Natalia y se hubiera puesto a cortejar a otra mujer, pero todo era posible en aquel pequeño pueblo.
Natalia, Nieves y Luis se quedaron lívidos al ver entrar al médico empujando una silla de ruedas, los peores temores asaltaron sus corazones.
- Buenos días. – dijo el doctor llevando la silla hasta una de las esquinas de la habitación - ¿Cómo se encuentra hoy la paciente? – nadie respondió a la pregunta, por lo que preguntó - ¿Ha sucedido algo?
- Usted dirá. – Luis fue el único que consiguió articular palabra, mientras señalaba la silla.
- ¡Oh, eso! Ahora les explico. ¿Cómo se encuentra?
El médico se acercó a la cama y tomó a Valeria de brazos de Natalia para entregársela a su madre. A continuación tomó el pulso de la paciente y colocó su mano en la frente de la joven.
- Sin fiebre… el pulso un tanto acelerado… - Natalia pensaba que lo extraño fuera que el corazón no se le hubiera paralizado al ver entrar aquel artefacto el cual le confirmaba que sus peores sospechas eran algo más que temores infundados – Ejerza fuerza con los brazos. – continuó diciendo el médico mientras colocaba las palmas de sus manos contra las de Natalia. – Natalia, ¿me escucha?
- Sí. – la joven procedió a realizar el ejercicio que el médico le pedía aunque no podía apartar la mirada y los pensamientos de la silla.
- Bien, cada día recupera un poco más de fuerza. Veamos ahora las piernas.
El doctor retiró la ropa de cama y aparecieron las piernas de Natalia envueltas en el fino camisón de seda, el cual fue levantado hasta dejar al descubierto las rodillas de la joven. Luis y Nieves seguían con la mirada cada una de las manipulaciones del doctor, mientras que Natalia seguía con la mirada fija en la esquina de la habitación. El médico tomó uno de los pies de Natalia y pasó su mano por la planta, instintivamente los dedos se movieron pero Natalia ni siquiera se inmutó; la manipulación del otro pie obtuvo el mismo resultado.
- Bien, esto está muy bien. – comentó el médico mientras recolocaba el camisón de su paciente y volvía a cubrirla con las sábanas.
- ¿Bien? – preguntó Natalia – ¿Porque está bien ha traído usted… eso?. – señaló con la mano la silla de ruedas.
- Sí, precisamente por eso. – el doctor se sentó en la cama y la tomó de la mano - ¿Por qué se preocupa tanto? Ya le he dicho que está todo bien.
- ¿Entonces? – preguntó Nieves acunando a la niña que había comenzado a hacer ruiditos, ella era la que mantenía la alegría de la casa.
- Como ya les he dicho, todo va bien. En los últimos días he venido observando una mejoría que la reacción de hoy ha confirmado.
- Entonces, ¿por qué ha traído la silla? – preguntó Luis.
- Porque conozco muy bien a la señorita Natalia y en cuanto tenga un poco más de fuerza en las piernas va a tratar de levantarse de la cama. ¿O no es así? – preguntó directamente a la joven. Ella, bajó la cabeza y asintió ligeramente – Precisamente por eso, porque no quiero que trate de andar por el momento.
- ¿Está diciendo que podré volver a caminar? – preguntó Natalia ilusionada.
- Así lo espero. Eso sí, - advirtió el hombre haciendo un gesto con el dedo – tiene que seguir mis indicaciones al pie de la letra en todo momento. Si no lo hace corre peligro de caerse y… y entonces no me hago responsable.
- Por supuesto. – dijo Nieves – Nosotros nos responsabilizamos de que ella cumpla con sus indicaciones.
- No, ustedes no deben responsabilizarse. – afirmó el doctor – Ella ya es una mujer hecha y derecha, que toma sus propias decisiones y conoce cuáles son las consecuencias de sus actos. Es ella quien debe darse cuenta de que estoy hablando muy en serio.
- Se lo prometo doctor, no haré nada que usted no me haya permitido hacer previamente. – Luis y Nieves conocían a Natalia, sabían de su determinación y por el modo en que se había expresado sabían que la joven cumpliría a rajatabla todas las indicaciones médicas.
- Si es así le explicaré el porqué de la silla. Aún no, pero creo que antes del fin de semana podremos sentarla en ella. – Natalia y Nieves ahogaron sendas risas de alegría – Tan solo durante algunas horas, pero al menos podrá salir de esa cama.
- ¿Lo dice en serio, doctor? – preguntó la joven Reeves.
- Completamente. Pero ha de prometerme que no lo hará hasta que yo dé mi permiso.
- Se lo prometo, hasta que usted no lo diga no me moveré de la cama.
- Y cuando pueda pasarse a la silla, jamás, y escúcheme bien, he dicho jamás, – el médico recalcó la última palabra – lo hará sola. Ya le he repetido que una caída podría ser fatal en su estado.
- Prometido. Nunca lo haré sola. Al menos mientras usted no me lo permita… - terminó con una sonrisa pícara.
- Hacía días que estaba esperando una respuesta así. – comentó el doctor riendo – Eso significa que está saliendo adelante. Bien, ya no tengo nada que hacer aquí, nos vemos mañana.
- Gracias, doctor. – dijo Natalia tomando la mano del médico – No puede hacerse usted una idea de lo mucho que le agradezco lo que está haciendo por mí.
- La mejor manera de agradecérmelo es ponerse bien lo antes posible. Aunque mi modo de vida dependa de que la gente enferme… mi mayor alegría es ver a la gente sana y feliz, gente que no requiera de mis servicios o que si los requiere sea por razones mucho más agradables. – sonriente se acercó a Nieves y acarició la cara de Valeria.
#1132
18/12/2012 19:25
¡Sigue!
#1133
18/12/2012 20:27
¡Mañana! jajaja
#1134
19/12/2012 19:31
Luis acompañó al doctor a la puerta, dejando a las dos mujeres a solas en el dormitorio.
- Nieves, Nieves, ¿has oído? El doctor dice que volveré a caminar. – Natalia estaba emocionada ante la perspectiva de recuperar su modo de vida
- ¿Acaso lo dudabas? - preguntó su amiga.
- Sí. – Natalia dejó escapar un suspiro – Estaba segura de que mi futuro pasaba por estar confinada entre estas cuatro paredes hasta el fin de mis días.
- Pero…
- Ya… ya casi me había resignado. – continuó diciendo Natalia – Me había hecho a la idea de no volver a salir de esta cama. – Natalia se quedó callada durante unos segundos. Seguía sin reponerse del abandono de Roberto y la idea de no volver al exterior no se le hacía tan desalentadora. Al menos, de aquel modo no tendría que enfrentarse rehacer su vida sin él ya que, ¿quién querría tener a su lado a una inválida?
- Pero eso no va a ser así. – Nieves se sentó en la cama al lado de su amiga, con su hija aún en brazos
- No. – Natalia dejó escapar un suspiro.
- Natalia. – Nieves tomó la mano de su amiga – Háblame, cuéntame la razón de que estés así.
- No, no puedo. Aún no. – Natalia dejó escapar una lágrima, mientras luchaba por no derramar cientos de ellas, tenía miedo de comenzar y no poder parar.
- ¿Aún te duele?
- Bien, ¿dónde quieres que guarde la silla? – Luis entró de nuevo en la habitación e interrumpió la conversación de las mujeres.
- ¿Guardarla? – preguntó su esposa dando unos segundos a Natalia para recomponerse
- Por supuesto, no soy tan ingenuo como el doctor. – comentó Luis sonriendo – Conozco a Natalia y sé que la tentación va a ser terrible para ella. Es mejor alejar la silla de su vista.
- He dicho que me voy a portar bien y así será. ¿No has oído al doctor? – respondió mostrando una tímida sonrisa - Ha dicho que ya soy una mujer hecha y derecha y que tomo mis propias decisiones.
- ¿Estas segura? – preguntó Luis
- Sí. – respondió ella con rotundidad – Ya es hora de que me deje de tonterías, debo afrontar mi situación y seguir adelante. – Luis y Nieves sabían que Natalia estaba hablando de algo más que de de la silla de ruedas, pero no dijeron nada, sabían que cuando estuviera preparada se abriría a ellos, mientras tanto la acompañarían y apoyarían en todo momento – Ya no soy la misma de antes, aquella Natalia ya no existe… se perdió en el camino.
- Nieves, Nieves, ¿has oído? El doctor dice que volveré a caminar. – Natalia estaba emocionada ante la perspectiva de recuperar su modo de vida
- ¿Acaso lo dudabas? - preguntó su amiga.
- Sí. – Natalia dejó escapar un suspiro – Estaba segura de que mi futuro pasaba por estar confinada entre estas cuatro paredes hasta el fin de mis días.
- Pero…
- Ya… ya casi me había resignado. – continuó diciendo Natalia – Me había hecho a la idea de no volver a salir de esta cama. – Natalia se quedó callada durante unos segundos. Seguía sin reponerse del abandono de Roberto y la idea de no volver al exterior no se le hacía tan desalentadora. Al menos, de aquel modo no tendría que enfrentarse rehacer su vida sin él ya que, ¿quién querría tener a su lado a una inválida?
- Pero eso no va a ser así. – Nieves se sentó en la cama al lado de su amiga, con su hija aún en brazos
- No. – Natalia dejó escapar un suspiro.
- Natalia. – Nieves tomó la mano de su amiga – Háblame, cuéntame la razón de que estés así.
- No, no puedo. Aún no. – Natalia dejó escapar una lágrima, mientras luchaba por no derramar cientos de ellas, tenía miedo de comenzar y no poder parar.
- ¿Aún te duele?
- Bien, ¿dónde quieres que guarde la silla? – Luis entró de nuevo en la habitación e interrumpió la conversación de las mujeres.
- ¿Guardarla? – preguntó su esposa dando unos segundos a Natalia para recomponerse
- Por supuesto, no soy tan ingenuo como el doctor. – comentó Luis sonriendo – Conozco a Natalia y sé que la tentación va a ser terrible para ella. Es mejor alejar la silla de su vista.
- He dicho que me voy a portar bien y así será. ¿No has oído al doctor? – respondió mostrando una tímida sonrisa - Ha dicho que ya soy una mujer hecha y derecha y que tomo mis propias decisiones.
- ¿Estas segura? – preguntó Luis
- Sí. – respondió ella con rotundidad – Ya es hora de que me deje de tonterías, debo afrontar mi situación y seguir adelante. – Luis y Nieves sabían que Natalia estaba hablando de algo más que de de la silla de ruedas, pero no dijeron nada, sabían que cuando estuviera preparada se abriría a ellos, mientras tanto la acompañarían y apoyarían en todo momento – Ya no soy la misma de antes, aquella Natalia ya no existe… se perdió en el camino.
#1135
20/12/2012 02:45
Me encanta el relato, saludos
#1136
20/12/2012 06:02
Me es imposible leer tanto,¿ no podiais resumirlo?
#1137
20/12/2012 07:18
Leer es bueno para la mente.... jejejeje
#1138
20/12/2012 18:32
De acuerdo Roberta, no hay nada mejor para la mente que leer, a Vandolera le parece largo, todo lo que habeis escrito, y algo parecido a comentado en el relato que estoy escribiendo, pero siempre hay historias mas largas, a mi personalmente leer 150 paginas, me parece demasiado poco.
#1139
22/12/2012 20:02
A mi todo me parece poco... cuantas más páginas mejor.
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- Hola Rocío, ¿está ya listo el almuerzo? – preguntó Eugenia quitándose los guantes.
- Casi, señorita. – tan solo faltan unos minutos.
- Gracias, esperaremos en el salón. ¿Vamos, Margarita? Me gustaría comentarte algo. – Eugenia se moría de ganas de hablar con su amiga sobre la conversación que ésta había tenido con Roberto. ¿Se habría fijado Margarita en él? Ambos habían sufrido mucho por el abandono de sus respectivas parejas, por lo que la joven pensaba que podrían llegar a entenderse muy bien.
- Si me disculpas, prefiero subir a refrescarme un poco. Ahora vuelvo. – Antes de que Eugenia pudiera reaccionar, Margarita comenzó a subir por las escaleras que daban acceso al piso superior, dejando sola a la joven Montoro.
- ¡Pues estamos bien! – exclamó al verse a solas. Eugenia caminó hacía el salón, pero la voz de su hermano la detuvo.
- ¡Eugenia! ¿Puedes venir un momento? – Álvaro estaba en el despacho y hacia allí se dirigió la muchacha.
- Sí, ¿qué deseabas? – las relaciones entre los hermanos se mantenían tensas desde que se descubrió que Roberto también era un Montoro. Ninguno de los dos estaba dispuesto a dar su brazo a torcer ni modificar su postura con respecto a Roberto.
- ¿De dónde venís? – preguntó Álvaro.
- De dar un paseo, ¿algo que objetar? – Eugenia se cruzó de brazos esperando la respuesta de su hermano mayor.
- ¿A dónde fuisteis? – continuó preguntando él.
- Por ahí, sin rumbo fijo.
- ¿Estuvisteis solas? – continuó interrogando Álvaro
- No, - respondió Eugenia hastiada – nos acompañó el señor Guarda.
- El señor Guarda… - murmuró el joven Montoro – ¿No tiene nada mejor que hacer ese tipo? Pensé que estaba contratado por la loca de la Reeves…
- Mira Álvaro, no tengo ganas de discutir contigo, si me disculpas… - Eugenia se giró caminando hacia la puerta
- Entonces, ¿no me vas a contar dónde habéis estado?
- ¿Para qué quieres saberlo? – la joven se detuvo en la puerta
- Para comprobar si me mientes.
- ¿Si te miento? – preguntó intrigada, pero al momento siguiente una idea apareció en su mente – Nos has seguido… ¡nos has seguido, Álvaro!
- No, no os he seguido.
- Entonces, ¿por qué has dicho eso? ¿Cómo puedes saber entonces si te miento o no? – Eugenia caminó lentamente, acercándose de nuevo a la mesa tras la cual se sentaba Álvaro.
- Porque… - Eugenia se acercó aún más, apoyando sus manos en el borde de la mesa – Salí a revisar el trabajo de los jornaleros y os vi.
- ¿Y qué es lo que viste Álvaro? – preguntó Eugenia visiblemente enfadada.
- ¿Cómo puedes rebajarte a ir al terreno de ese miserable? – preguntó él levantándose de su asiento.
- Álvaro, estoy cansada de explicártelo. Ni tú ni nadie va a prohibirme ir a visitar a Roberto. – Eugenia hablaba con voz clara y pausada, sin alterarse; había pasado el tiempo de tratar de convencer a Álvaro, ya no estaba dispuesta a seguir enfadándose, si él no quería entender… era su problema.
- Ya que tú no sabes lo que te conviene, él es quien debería prohibirte ir por allí. ¿Qué va a pensar la gente?
- ¿Por qué te importa tanto lo que piense la gente? ¡Olvídate de la gente!
- No puedo. Ya empiezan a cuchichear. – dijo el joven sentándose de nuevo.
- ¿Y qué es lo que dicen?, si se puede saber…
- No lo sé a ciencia cierta, - Álvaro estaba visiblemente nervioso - pero el que os vieran hablar el otro día en la plaza…
- ¿Cuándo? – preguntó Eugenia.
- Cuando volvió de donde quiera el demonio que haya estado, cuando lo abordaste en la plaza para hablar con él frente a todo el pueblo.
- ¿Me estás diciendo que la gente habla de nosotros porque me acerqué a él frente a todo el pueblo? – Eugenia preguntó exasperada – Por favor, Álvaro. No hemos hecho nada malo, tan solo hablar y no nos escondemos para ello.
- Pero después de la muerte de Martina…
- Acabáramos… ¿también tengo que pagar por los errores de ella?
- No estoy diciendo eso, pero después de su muerte, en esas… circunstancias.
- No titubees, Álvaro. – replicó Eugenia – No digas circunstancias… Martina quiso comprar a Roberto para que se fuera y no reclamara lo que por derecho le pertenece, pero resulta que se topó con algo que no esperaba.
- ¿Que Olmedo la asesinara? – dijo él burlón.
- No, que Roberto sea el más íntegro de los hombres que conozco. – Eugenia habló en voz muy baja y mirando fijamente a su hermano a los ojos.
- ¿Integro? – masculló Álvaro
- Sí, íntegro. ¿O crees que si no fuera un hombre íntegro hablarían tan bien de él en los diarios? – Eugenia rodeó la mesa y se puso junto a su hermano – En todos estos diarios que lees. – continuó diciendo mientras revolvía los papeles de la mesa, entre los que se encontraban varios periódicos atrasados.
- Aún así, no quiero que arrastres a Margarita en tus tonterías. – Álvaro se puso en pie.
- ¿Mis tonterías? – preguntó ella – Además, yo no arrastro a Margarita a ninguna parte. – dijo dando la espalda a su hermano – Ella tan solo me acompaña y parece que está comenzando a hacer amistad con Roberto. No te importará, ¿verdad? – Eugenia se volvió y le preguntó directamente a su hermano
- ¿A mí? - Álvaro volvió a sentarse - ¿Por qué habría de importarme? Mi relación con Margarita terminó hace mucho tiempo… - Álvaro comenzó a revolver papeles, como si fuera a reanudar su trabajo.
- Tal y como yo pensaba. – Eugenia salió del despacho sonriente. Quería muchísimo a su amiga Margarita y se había llevado un tremendo disgusto cuando Álvaro rompió su compromiso con ella. Había sopesado la posibilidad de que Roberto se fijara en ella, pero había comprobado con sus propios ojos que Roberto era hombre de una sola mujer y esa mujer se llamaba Natalia Reeves. Por su parte, Margarita era demasiado tímida y vergonzosa como para pensar que alguien se fijara en ella después del abandono de Álvaro; además, en su fuero interno, Eugenia sospechaba que Margarita seguía queriendo a Álvaro. ¿La reacción de su hermano había sido la de un hombre enamorado y cegado por los celos, o más bien la de un niño caprichoso que desea recuperar un juguete descartado y que se le antoja cuando otro juega con él? Eugenia se dirigió a la cocina a comprobar si el almuerzo estaba ya listo mientras sonreía pensando en cuál iba a ser el siguiente paso a dar.
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- Hola Rocío, ¿está ya listo el almuerzo? – preguntó Eugenia quitándose los guantes.
- Casi, señorita. – tan solo faltan unos minutos.
- Gracias, esperaremos en el salón. ¿Vamos, Margarita? Me gustaría comentarte algo. – Eugenia se moría de ganas de hablar con su amiga sobre la conversación que ésta había tenido con Roberto. ¿Se habría fijado Margarita en él? Ambos habían sufrido mucho por el abandono de sus respectivas parejas, por lo que la joven pensaba que podrían llegar a entenderse muy bien.
- Si me disculpas, prefiero subir a refrescarme un poco. Ahora vuelvo. – Antes de que Eugenia pudiera reaccionar, Margarita comenzó a subir por las escaleras que daban acceso al piso superior, dejando sola a la joven Montoro.
- ¡Pues estamos bien! – exclamó al verse a solas. Eugenia caminó hacía el salón, pero la voz de su hermano la detuvo.
- ¡Eugenia! ¿Puedes venir un momento? – Álvaro estaba en el despacho y hacia allí se dirigió la muchacha.
- Sí, ¿qué deseabas? – las relaciones entre los hermanos se mantenían tensas desde que se descubrió que Roberto también era un Montoro. Ninguno de los dos estaba dispuesto a dar su brazo a torcer ni modificar su postura con respecto a Roberto.
- ¿De dónde venís? – preguntó Álvaro.
- De dar un paseo, ¿algo que objetar? – Eugenia se cruzó de brazos esperando la respuesta de su hermano mayor.
- ¿A dónde fuisteis? – continuó preguntando él.
- Por ahí, sin rumbo fijo.
- ¿Estuvisteis solas? – continuó interrogando Álvaro
- No, - respondió Eugenia hastiada – nos acompañó el señor Guarda.
- El señor Guarda… - murmuró el joven Montoro – ¿No tiene nada mejor que hacer ese tipo? Pensé que estaba contratado por la loca de la Reeves…
- Mira Álvaro, no tengo ganas de discutir contigo, si me disculpas… - Eugenia se giró caminando hacia la puerta
- Entonces, ¿no me vas a contar dónde habéis estado?
- ¿Para qué quieres saberlo? – la joven se detuvo en la puerta
- Para comprobar si me mientes.
- ¿Si te miento? – preguntó intrigada, pero al momento siguiente una idea apareció en su mente – Nos has seguido… ¡nos has seguido, Álvaro!
- No, no os he seguido.
- Entonces, ¿por qué has dicho eso? ¿Cómo puedes saber entonces si te miento o no? – Eugenia caminó lentamente, acercándose de nuevo a la mesa tras la cual se sentaba Álvaro.
- Porque… - Eugenia se acercó aún más, apoyando sus manos en el borde de la mesa – Salí a revisar el trabajo de los jornaleros y os vi.
- ¿Y qué es lo que viste Álvaro? – preguntó Eugenia visiblemente enfadada.
- ¿Cómo puedes rebajarte a ir al terreno de ese miserable? – preguntó él levantándose de su asiento.
- Álvaro, estoy cansada de explicártelo. Ni tú ni nadie va a prohibirme ir a visitar a Roberto. – Eugenia hablaba con voz clara y pausada, sin alterarse; había pasado el tiempo de tratar de convencer a Álvaro, ya no estaba dispuesta a seguir enfadándose, si él no quería entender… era su problema.
- Ya que tú no sabes lo que te conviene, él es quien debería prohibirte ir por allí. ¿Qué va a pensar la gente?
- ¿Por qué te importa tanto lo que piense la gente? ¡Olvídate de la gente!
- No puedo. Ya empiezan a cuchichear. – dijo el joven sentándose de nuevo.
- ¿Y qué es lo que dicen?, si se puede saber…
- No lo sé a ciencia cierta, - Álvaro estaba visiblemente nervioso - pero el que os vieran hablar el otro día en la plaza…
- ¿Cuándo? – preguntó Eugenia.
- Cuando volvió de donde quiera el demonio que haya estado, cuando lo abordaste en la plaza para hablar con él frente a todo el pueblo.
- ¿Me estás diciendo que la gente habla de nosotros porque me acerqué a él frente a todo el pueblo? – Eugenia preguntó exasperada – Por favor, Álvaro. No hemos hecho nada malo, tan solo hablar y no nos escondemos para ello.
- Pero después de la muerte de Martina…
- Acabáramos… ¿también tengo que pagar por los errores de ella?
- No estoy diciendo eso, pero después de su muerte, en esas… circunstancias.
- No titubees, Álvaro. – replicó Eugenia – No digas circunstancias… Martina quiso comprar a Roberto para que se fuera y no reclamara lo que por derecho le pertenece, pero resulta que se topó con algo que no esperaba.
- ¿Que Olmedo la asesinara? – dijo él burlón.
- No, que Roberto sea el más íntegro de los hombres que conozco. – Eugenia habló en voz muy baja y mirando fijamente a su hermano a los ojos.
- ¿Integro? – masculló Álvaro
- Sí, íntegro. ¿O crees que si no fuera un hombre íntegro hablarían tan bien de él en los diarios? – Eugenia rodeó la mesa y se puso junto a su hermano – En todos estos diarios que lees. – continuó diciendo mientras revolvía los papeles de la mesa, entre los que se encontraban varios periódicos atrasados.
- Aún así, no quiero que arrastres a Margarita en tus tonterías. – Álvaro se puso en pie.
- ¿Mis tonterías? – preguntó ella – Además, yo no arrastro a Margarita a ninguna parte. – dijo dando la espalda a su hermano – Ella tan solo me acompaña y parece que está comenzando a hacer amistad con Roberto. No te importará, ¿verdad? – Eugenia se volvió y le preguntó directamente a su hermano
- ¿A mí? - Álvaro volvió a sentarse - ¿Por qué habría de importarme? Mi relación con Margarita terminó hace mucho tiempo… - Álvaro comenzó a revolver papeles, como si fuera a reanudar su trabajo.
- Tal y como yo pensaba. – Eugenia salió del despacho sonriente. Quería muchísimo a su amiga Margarita y se había llevado un tremendo disgusto cuando Álvaro rompió su compromiso con ella. Había sopesado la posibilidad de que Roberto se fijara en ella, pero había comprobado con sus propios ojos que Roberto era hombre de una sola mujer y esa mujer se llamaba Natalia Reeves. Por su parte, Margarita era demasiado tímida y vergonzosa como para pensar que alguien se fijara en ella después del abandono de Álvaro; además, en su fuero interno, Eugenia sospechaba que Margarita seguía queriendo a Álvaro. ¿La reacción de su hermano había sido la de un hombre enamorado y cegado por los celos, o más bien la de un niño caprichoso que desea recuperar un juguete descartado y que se le antoja cuando otro juega con él? Eugenia se dirigió a la cocina a comprobar si el almuerzo estaba ya listo mientras sonreía pensando en cuál iba a ser el siguiente paso a dar.
#1140
23/12/2012 23:45
Gracias Roberta