Foro Bandolera
Como no me gusta la historia... voy y la cambio (Natalia y Roberto)
#0
27/04/2011 20:02
Como estoy bastante aburrida de que me tengan a Roberto entre rejas, aunque sean las rejas de cartón piedra del cuartel de Arazana, y de que nadie (excepto San Miguel) intente hacer nada... pues voy y lo saco yo misma.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
_____________________________________________________________________________
Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
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Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
#1081
15/11/2012 23:43
Capítulo 122.... esto es más largo que un día sin pan.
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Capítulo 122
Natalia se levantó tarde aquella mañana, Nieves tenía cita con su médico para seguir el perfecto desarrollo de su embarazo y su amiga prefirió no acompañarla. Natalia era muy consciente de que su estado de apatía no solo no disminuía, si no que se hacía cada día más evidente y terminaba por entristecer a su amiga. Por nada del mundo deseaba que cualquiera de los que la rodeaban se preocupara por ella, por lo que trataba de pasar el mayor tiempo posible a solas. Había pasado una mala noche, se había despertado sobresaltada, sudorosa, temblando de miedo, preocupada y con unas inmensas ganas de llorar.
No recordaba casi nada del sueño, tan solo sentía frío, soledad y la misma sensación de abandono que la invadió cuando murieron sus padres. ¿Por qué en aquellos momentos se sentía así? ¿Por qué si hasta la noche anterior había descansado regularmente, las cosas habían cambiado tan drásticamente? ¿Por qué había dejado de tener sueños felices con Roberto para sufrir pesadillas de las que no recordaba más que sensaciones? Ya era casi mediodía cuando Natalia salió de la cama, se aseó y pasó a su vestidor. Se quedó de pie frente a las perchas de las que colgaba su vestuario, toda la pared estaba cubierta de vestidos a la última moda ya que, tras terminar con la decoración de la habitación del bebé, Nieves se había empeñado en que su amiga tenía vestidos muy serios y necesitaba algo más acorde a su edad. Durante varios días, Natalia no hizo otra cosa que dejarse guiar por Nieves y Mariana en la elección de tejidos y diseños. Todas las mujeres de la casa habían terminado dando su opinión e incluso Luis había participado en las discusiones, todos excepto que Natalia que tan solo asentía a los comentarios de los demás. Tenía ante sí un vestuario digno de una reina, pero nada de lo que veía le llamaba la atención, ni los alegres vestidos de tarde ni los vestidos de fiesta cubiertos de encaje, nada en absoluto. Sin perder un minuto más en su elección, y pensando que tan solo necesitaba algo con lo que cubrirse, estiró la mano y tomó un sencillo vestido azul oscuro casi sin adornos, un vestido muy triste, tan triste como su ánimo, que contrastaba con el alegre día que la aguardaba fuera de aquellas cuatro paredes.
- Buenos días. – Luisa estaba sentada a la mesa de la cocina, pelando unas patatas para incorporarlas al almuerzo de aquel día, cuando vio que la dueña de la casa entraba por la puerta - ¿Has dormido bien?
- Sí, Luisa. Muchas gracias. – Natalia mintió. Sabía que todos los que la apreciaban estaban preocupados y observaban con atención cada uno de sus gestos para comprobar si su ánimo mejoraba o no. – He dormido tan bien que me he despertado hace tan solo unos minutos.
- Ve al comedor. Enseguida te preparo el desayuno. – Luisa se levantó y se acercó a la pila para lavarse las manos, pero la voz de Natalia la detuvo.
- No, no te molestes. Seguro que queda algo del pastel que preparaste para la cena de anoche, con eso tengo suficiente. – la misma Natalia se acercó a una de las alacenas, tomó un plato y se giró hacia el lugar más fresco de la cocina, donde Luisa guardaba los alimentos más perecederos. – Yo misma lo preparo, tú sigue con lo que estabas haciendo.
Instantes después Natalia volvió a la cocina, dejó el plato con el pastel sobre la mesa y procedió a servirse un vaso de leche.
- ¿Eso es todo? – preguntó la cocinera preocupada.
- Si, no tengo mucho apetito. Además, me duele un poco la cabeza, será de tanto dormir. – Natalia tomó asiento y comenzó a comer. Comía sin ganas, tragando con esfuerzo cada bocado, pero lo hacía porque era muy consciente de que Luisa no le quitaba ojo de encima y de que si se lo comía todo, la cocinera correría a contárselo a Mariana y ésta a Nieves y a Luis. Bien podía hacer el esfuerzo de tragar aquel pastel con tal de tranquilizar a sus amigos.
- ¿Qué te apetece para comer? Ya he consensuado con Mariana el menú de la semana, pero puedo prepararte lo que te apetezca. – Luisa seguía sin quitarle ojo, la ración de pastel que había cortado no era muy grande, apenas de un tamaño mediano, pero era más de lo que había comido en todo el día anterior.
- No te molestes, lo que hayáis decidido estará bien. Ya sabes que todo lo que preparas está exquisito y me encanta. – Natalia terminó con grandes esfuerzos la ración que se había servido para después recoger el plato y el vaso y dejarlos junto a la pila. Por un instante, se quedó mirando por la ventana que tenia frente a ella. El cielo estaba completamente despejado, de un precioso color azul, sin nubes que lo enturbiaran – Creo que saldré a dar un paseo, hace una bonita mañana. Hasta luego, Luisa.
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Capítulo 122
Natalia se levantó tarde aquella mañana, Nieves tenía cita con su médico para seguir el perfecto desarrollo de su embarazo y su amiga prefirió no acompañarla. Natalia era muy consciente de que su estado de apatía no solo no disminuía, si no que se hacía cada día más evidente y terminaba por entristecer a su amiga. Por nada del mundo deseaba que cualquiera de los que la rodeaban se preocupara por ella, por lo que trataba de pasar el mayor tiempo posible a solas. Había pasado una mala noche, se había despertado sobresaltada, sudorosa, temblando de miedo, preocupada y con unas inmensas ganas de llorar.
No recordaba casi nada del sueño, tan solo sentía frío, soledad y la misma sensación de abandono que la invadió cuando murieron sus padres. ¿Por qué en aquellos momentos se sentía así? ¿Por qué si hasta la noche anterior había descansado regularmente, las cosas habían cambiado tan drásticamente? ¿Por qué había dejado de tener sueños felices con Roberto para sufrir pesadillas de las que no recordaba más que sensaciones? Ya era casi mediodía cuando Natalia salió de la cama, se aseó y pasó a su vestidor. Se quedó de pie frente a las perchas de las que colgaba su vestuario, toda la pared estaba cubierta de vestidos a la última moda ya que, tras terminar con la decoración de la habitación del bebé, Nieves se había empeñado en que su amiga tenía vestidos muy serios y necesitaba algo más acorde a su edad. Durante varios días, Natalia no hizo otra cosa que dejarse guiar por Nieves y Mariana en la elección de tejidos y diseños. Todas las mujeres de la casa habían terminado dando su opinión e incluso Luis había participado en las discusiones, todos excepto que Natalia que tan solo asentía a los comentarios de los demás. Tenía ante sí un vestuario digno de una reina, pero nada de lo que veía le llamaba la atención, ni los alegres vestidos de tarde ni los vestidos de fiesta cubiertos de encaje, nada en absoluto. Sin perder un minuto más en su elección, y pensando que tan solo necesitaba algo con lo que cubrirse, estiró la mano y tomó un sencillo vestido azul oscuro casi sin adornos, un vestido muy triste, tan triste como su ánimo, que contrastaba con el alegre día que la aguardaba fuera de aquellas cuatro paredes.
- Buenos días. – Luisa estaba sentada a la mesa de la cocina, pelando unas patatas para incorporarlas al almuerzo de aquel día, cuando vio que la dueña de la casa entraba por la puerta - ¿Has dormido bien?
- Sí, Luisa. Muchas gracias. – Natalia mintió. Sabía que todos los que la apreciaban estaban preocupados y observaban con atención cada uno de sus gestos para comprobar si su ánimo mejoraba o no. – He dormido tan bien que me he despertado hace tan solo unos minutos.
- Ve al comedor. Enseguida te preparo el desayuno. – Luisa se levantó y se acercó a la pila para lavarse las manos, pero la voz de Natalia la detuvo.
- No, no te molestes. Seguro que queda algo del pastel que preparaste para la cena de anoche, con eso tengo suficiente. – la misma Natalia se acercó a una de las alacenas, tomó un plato y se giró hacia el lugar más fresco de la cocina, donde Luisa guardaba los alimentos más perecederos. – Yo misma lo preparo, tú sigue con lo que estabas haciendo.
Instantes después Natalia volvió a la cocina, dejó el plato con el pastel sobre la mesa y procedió a servirse un vaso de leche.
- ¿Eso es todo? – preguntó la cocinera preocupada.
- Si, no tengo mucho apetito. Además, me duele un poco la cabeza, será de tanto dormir. – Natalia tomó asiento y comenzó a comer. Comía sin ganas, tragando con esfuerzo cada bocado, pero lo hacía porque era muy consciente de que Luisa no le quitaba ojo de encima y de que si se lo comía todo, la cocinera correría a contárselo a Mariana y ésta a Nieves y a Luis. Bien podía hacer el esfuerzo de tragar aquel pastel con tal de tranquilizar a sus amigos.
- ¿Qué te apetece para comer? Ya he consensuado con Mariana el menú de la semana, pero puedo prepararte lo que te apetezca. – Luisa seguía sin quitarle ojo, la ración de pastel que había cortado no era muy grande, apenas de un tamaño mediano, pero era más de lo que había comido en todo el día anterior.
- No te molestes, lo que hayáis decidido estará bien. Ya sabes que todo lo que preparas está exquisito y me encanta. – Natalia terminó con grandes esfuerzos la ración que se había servido para después recoger el plato y el vaso y dejarlos junto a la pila. Por un instante, se quedó mirando por la ventana que tenia frente a ella. El cielo estaba completamente despejado, de un precioso color azul, sin nubes que lo enturbiaran – Creo que saldré a dar un paseo, hace una bonita mañana. Hasta luego, Luisa.
#1082
16/11/2012 01:22
Que hace rafalin con roberto??????????????????????
y natalia tiene un mal presentimiento?????????????
gracias Roberta
y natalia tiene un mal presentimiento?????????????
gracias Roberta
#1083
16/11/2012 07:25
Rafelín está cuidando de Roberto, la banda lo ha enviado para que lo siga y lo tenga controladito en todo momento; no vaya a ser que los "malos malosos" hagan un estropicio.
¿¿¿¿Natalia un mal presentimiento???? Quien sabe....
Gracias a tí por leerlo
¿¿¿¿Natalia un mal presentimiento???? Quien sabe....
Gracias a tí por leerlo
#1084
16/11/2012 12:30
Genial Roberta74 sigue cuando puedas no puedo con la intriga.
que los malos malosos reciban su merecido.
que los malos malosos reciban su merecido.
#1085
16/11/2012 17:08
Una vez más, GRACIAS por tomaros la molestia de leerlo.
Espero poner un poco más esta noche.
¿Intriga? Escribo como me gustaría leerlo a mí, no sé si vosotr@s preferiríais que me fuese menos por las ramas, pero...
Espero poner un poco más esta noche.
¿Intriga? Escribo como me gustaría leerlo a mí, no sé si vosotr@s preferiríais que me fuese menos por las ramas, pero...
#1086
16/11/2012 23:51
- ¿Ves a Rodríguez, Juan? – preguntó Sara tomando posiciones.
- No. Aún no ha llegado, pero no te preocupes, desde aquí podemos observar perfectamente aquellas rocas. – Juan señaló unas peñas delante de ellos. Ante el gesto de extrañeza de Sara, continuó hablando. – Aquel es el lugar más lógico para colocarse, y desde aquí nosotros lo vamos a tener bien vigilados…
- Ojalá él también haya pensado que ese es el lugar más idóneo. – Sara no estaba segura de que plan fuera a salir bien; no había dormido la noche anterior y estaba muy inquieta.
- ¿Qué te ocurre ahora? Creí que ya te habías tranquilizado…
- Pienso que hay demasiada gente involucrada en esto. Nosotros dos, Marcial, El Chato y Rafaelín, Miguel, Garay y los dos guardias civiles de Málaga. – según iba nombrando a los integrantes del plan, Sara levantaba los dedos de sus manos - Nueve personas, Juan, nueve personas. ¿Crees que Rodríguez no nos va a ver a ninguno? Es un profesional…
- No, no nos va a ver, estate tranquila. Rodríguez hoy no tiene ojos más que para Roberto.
- Aún así… ¡Juan, mira! – exclamó Sara
- ¿Es él?
- No. ¡Mira!
- ¡Maldita sea! – exclamó el hombre
Mientras Juan y Sara tomaban posiciones, Marcial y los guardias civiles también habían llegado a las inmediaciones y todos ellos estaban acomodándose en sus escondrijos cuando se dieron cuenta de lo que estaba ocurriendo en el terreno de Roberto. Nadie había contado con aquel imprevisto, nadie había contado con aquella visita.
- ¿Va a tardá ya mucho má el maloso ese que quié matá a Roberto? – preguntó Rafaelín. – E que mi Mantecao está ya aburrío de tanto eperá.. Mírelo, si da penica verlo… ta tó mohíno y tié hazta moquillo. ¿El dotó Marciá querrá mirármelo luego un ratico?
- No lo sé, Rafaelín. No creo que Olmedo tarde mucho porque Marcial acaba de apostarse en su lugar y los picoletos también han llegado y toman posiciones. – Ángel sabía que en realidad era el nerviosismo de Rafaelín el que hablaba, Mantecao seguía tranquilo pastando entre los árboles, pero el muchacho no podía aguantar ni un segundo más la incertidumbre. – Marcial iba a salir del pueblo tras Rodríguez y Olmedo y adelantarlos en la sierra, así que supongo que estarán a punto de caer. ¿Qué ocurre Rafaelín?
- Oigo algo… - el muchacho cerró los ojos para concentrarse.
- ¿Olmedo y Rodríguez? – preguntó Ángel preparando su arma. Rafaelín negó con la cabeza y siguió escuchando.
- Ya está muy ceca, tié caparecé po e recodo de camino insiguida.
- ¿Pero quién? – preguntó Ángel nervioso.
- No, zé. No zoy idivino. – el tono de voz de Rafaelín sonó angustiado.
____________________________________________________________________
Siento que haya sido tan poquito...
- No. Aún no ha llegado, pero no te preocupes, desde aquí podemos observar perfectamente aquellas rocas. – Juan señaló unas peñas delante de ellos. Ante el gesto de extrañeza de Sara, continuó hablando. – Aquel es el lugar más lógico para colocarse, y desde aquí nosotros lo vamos a tener bien vigilados…
- Ojalá él también haya pensado que ese es el lugar más idóneo. – Sara no estaba segura de que plan fuera a salir bien; no había dormido la noche anterior y estaba muy inquieta.
- ¿Qué te ocurre ahora? Creí que ya te habías tranquilizado…
- Pienso que hay demasiada gente involucrada en esto. Nosotros dos, Marcial, El Chato y Rafaelín, Miguel, Garay y los dos guardias civiles de Málaga. – según iba nombrando a los integrantes del plan, Sara levantaba los dedos de sus manos - Nueve personas, Juan, nueve personas. ¿Crees que Rodríguez no nos va a ver a ninguno? Es un profesional…
- No, no nos va a ver, estate tranquila. Rodríguez hoy no tiene ojos más que para Roberto.
- Aún así… ¡Juan, mira! – exclamó Sara
- ¿Es él?
- No. ¡Mira!
- ¡Maldita sea! – exclamó el hombre
Mientras Juan y Sara tomaban posiciones, Marcial y los guardias civiles también habían llegado a las inmediaciones y todos ellos estaban acomodándose en sus escondrijos cuando se dieron cuenta de lo que estaba ocurriendo en el terreno de Roberto. Nadie había contado con aquel imprevisto, nadie había contado con aquella visita.
- ¿Va a tardá ya mucho má el maloso ese que quié matá a Roberto? – preguntó Rafaelín. – E que mi Mantecao está ya aburrío de tanto eperá.. Mírelo, si da penica verlo… ta tó mohíno y tié hazta moquillo. ¿El dotó Marciá querrá mirármelo luego un ratico?
- No lo sé, Rafaelín. No creo que Olmedo tarde mucho porque Marcial acaba de apostarse en su lugar y los picoletos también han llegado y toman posiciones. – Ángel sabía que en realidad era el nerviosismo de Rafaelín el que hablaba, Mantecao seguía tranquilo pastando entre los árboles, pero el muchacho no podía aguantar ni un segundo más la incertidumbre. – Marcial iba a salir del pueblo tras Rodríguez y Olmedo y adelantarlos en la sierra, así que supongo que estarán a punto de caer. ¿Qué ocurre Rafaelín?
- Oigo algo… - el muchacho cerró los ojos para concentrarse.
- ¿Olmedo y Rodríguez? – preguntó Ángel preparando su arma. Rafaelín negó con la cabeza y siguió escuchando.
- Ya está muy ceca, tié caparecé po e recodo de camino insiguida.
- ¿Pero quién? – preguntó Ángel nervioso.
- No, zé. No zoy idivino. – el tono de voz de Rafaelín sonó angustiado.
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Siento que haya sido tan poquito...
#1087
18/11/2012 20:05
Tras salir de la cocina, Natalia se dirigió a la biblioteca; tenía trabajo atrasado, contratos que debían ser revisados sin falta, pero no se sentía con ánimos para ello, necesitaba salir de aquella casa. Después de haber pasado semanas al aire libre, los cortos paseos a media tarde con su amiga Nieves se le hacían insuficientes, se ahogaba entre aquellas cuatro paredes y las horas pasadas en los amplios jardines no mitigaban la sensación de angustia que sentía. Sobre una de las mesitas auxiliares encontró un libro abandonado por alguien, lo tomó sin mirar el título siquiera y salió de la estancia, cruzó el elegante vestíbulo y abrió la puerta principal. A pesar de que el día era templado y soleado, en el horizonte vio como aparecían nubes oscuras, nubes cargadas de lluvia, pero no se preocupó ya que iba a ser un corto paseo dado que el almuerzo estaría listo en menos de dos horas. Con paso lento cruzó el jardín delantero y llegó a la verja que cerraba su propiedad, tras franquear la puerta giró a la izquierda y siguió el paseo de la costa. Caminó sin rumbo fijo, con el libro entre las manos. Su mente, como en tantas ocasiones durante los últimos días, había volado muy lejos, a un lugar en donde había sido muy feliz: Arazana. Pero aquella mañana le angustiaba la pesadilla que había tenido la noche anterior; además, le preocupaba que en lugar de recordar detalles del sueño, iba poco a poco olvidándolo pero sintiendo que el miedo y la angustia crecían en su corazón.
- Señorita. – Natalia sintió que alguien le tiraba de la manga del vestido. Salió de su ensimismamiento y vio a un chiquillo a su lado, su cara le resultaba familiar, pero no sabía porqué.
- Señorita Reeves, - insistió el niño - debería irse a su casa. Va a llover.
- Si, claro. – finalmente recordó de qué conocía a aquel niño, era el alumno pecoso de la maestra Garay que no dejaba de mirarla el día que estuvo con ellos en clase.
- Adiós señorita.
- Espera, ¿por qué no estás en clase? – preguntó ella intrigada.
- No es hora de estar en clase, es hora de comer. – el niño la miraba extrañado – Yo he venido a la playa a coger unas lapas para poder ir luego a pescar.
- ¿La playa? – Natalia miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaba en la playa, sentada sobre una roca.
- Adiós señorita. – el niño echó a correr despidiéndose de ella con la mano.
- Adiós. – correspondió ella a su vez en voz baja. No recordaba haber llegado a la playa, no recordaba haberse sentado en aquella roca que ya casi estaba rodeada por el agua, no recordaba nada más allá de los primeros minutos tras salir de su casa. El cielo estaba ya totalmente cubierto, miro el pequeño reloj que llevaba colgado de su vestido y comprobó la hora: habían pasado casi tres horas desde que saliera de casa.
- Buenas tardes. – Luis llegó sonriente, dispuesto a dar buena cuenta de los manjares que cada día la cocinera de Natalia les preparaba pensando en su señorita - ¿Qué ocurre, Mariana? – el hombre se percató de que a la mujer le pasaba algo en el preciso instante en que ésta le abrió la puerta de casa de su amiga.
- ¡Luis! – Nieves salió corriendo de la biblioteca y se arrojó en brazos de su esposo.
- Nieves. ¿Qué te ocurre, mi amor? ¿Estás bien? – el hombre apartó a su esposa para poder mirarla de frente. Por el rostro de la muchacha corrían gruesas lágrimas.
- Si, yo estoy bien. Es Natalia.
- ¿Qué le ocurre a Natalia? ¿Dónde está? – para Luis, Nieves y Natalia eran las dos personas más importantes de su vida: su esposa y la amiga que era como una hermana.
- No lo sabemos. – respondió la joven. Luis se quedó sin habla, pensando en que podía haberle sucedido cualquier cosa a la joven.
- Pero…
- ¡Ay, don Luis! – la cocinera tomó la palabra – Natalia se levantó tarde esta mañana, dijo que había dormido muy bien y desayunó leche y un pedazo de pastel. Cuando terminó, dijo que se iba a pasear porque hacía buen tiempo.
- Y de eso hace tres horas. – terminó Nieves
- ¿Dijo a dónde iba? – preguntó Luis
- No, a mí no me dijo nada. – respondió Luisa
- Y nadie la vio salir. Mi pobre niña, ¿dónde estará? – Mariana estrujaba un pañuelo en sus manos, concentrando allí todos sus nervios, luchando por no llorar, mientras que las doncellas se abrazaban y lloraban en silencio.
- Bien, no hay por qué pensar que le haya sucedido algo malo. – Luis trataba de poner cordura – Todos la conocemos y seguro que se ha entretenido charlando con alguien. Seguramente alguna vecina chismosa que quiere saber dónde ha estado los últimos meses. – Luis sabía que lo que decía no era factible, Natalia tenía pocos vecinos y sabía perfectamente cómo deshacerse de preguntas y personas impertinentes sin necesitar para ello tres horas. Eso sí, esperaba que tuviera una buena excusa para su ausencia, porque la preocupación de todos no merecía menos. – Voy a salir a buscarla, cuando éramos niños solía ir mucho a la playa. Voy a acercarme hasta allí, seguro que la encuentro enseguida, no os preocupéis.
- Señorita. – Natalia sintió que alguien le tiraba de la manga del vestido. Salió de su ensimismamiento y vio a un chiquillo a su lado, su cara le resultaba familiar, pero no sabía porqué.
- Señorita Reeves, - insistió el niño - debería irse a su casa. Va a llover.
- Si, claro. – finalmente recordó de qué conocía a aquel niño, era el alumno pecoso de la maestra Garay que no dejaba de mirarla el día que estuvo con ellos en clase.
- Adiós señorita.
- Espera, ¿por qué no estás en clase? – preguntó ella intrigada.
- No es hora de estar en clase, es hora de comer. – el niño la miraba extrañado – Yo he venido a la playa a coger unas lapas para poder ir luego a pescar.
- ¿La playa? – Natalia miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaba en la playa, sentada sobre una roca.
- Adiós señorita. – el niño echó a correr despidiéndose de ella con la mano.
- Adiós. – correspondió ella a su vez en voz baja. No recordaba haber llegado a la playa, no recordaba haberse sentado en aquella roca que ya casi estaba rodeada por el agua, no recordaba nada más allá de los primeros minutos tras salir de su casa. El cielo estaba ya totalmente cubierto, miro el pequeño reloj que llevaba colgado de su vestido y comprobó la hora: habían pasado casi tres horas desde que saliera de casa.
- Buenas tardes. – Luis llegó sonriente, dispuesto a dar buena cuenta de los manjares que cada día la cocinera de Natalia les preparaba pensando en su señorita - ¿Qué ocurre, Mariana? – el hombre se percató de que a la mujer le pasaba algo en el preciso instante en que ésta le abrió la puerta de casa de su amiga.
- ¡Luis! – Nieves salió corriendo de la biblioteca y se arrojó en brazos de su esposo.
- Nieves. ¿Qué te ocurre, mi amor? ¿Estás bien? – el hombre apartó a su esposa para poder mirarla de frente. Por el rostro de la muchacha corrían gruesas lágrimas.
- Si, yo estoy bien. Es Natalia.
- ¿Qué le ocurre a Natalia? ¿Dónde está? – para Luis, Nieves y Natalia eran las dos personas más importantes de su vida: su esposa y la amiga que era como una hermana.
- No lo sabemos. – respondió la joven. Luis se quedó sin habla, pensando en que podía haberle sucedido cualquier cosa a la joven.
- Pero…
- ¡Ay, don Luis! – la cocinera tomó la palabra – Natalia se levantó tarde esta mañana, dijo que había dormido muy bien y desayunó leche y un pedazo de pastel. Cuando terminó, dijo que se iba a pasear porque hacía buen tiempo.
- Y de eso hace tres horas. – terminó Nieves
- ¿Dijo a dónde iba? – preguntó Luis
- No, a mí no me dijo nada. – respondió Luisa
- Y nadie la vio salir. Mi pobre niña, ¿dónde estará? – Mariana estrujaba un pañuelo en sus manos, concentrando allí todos sus nervios, luchando por no llorar, mientras que las doncellas se abrazaban y lloraban en silencio.
- Bien, no hay por qué pensar que le haya sucedido algo malo. – Luis trataba de poner cordura – Todos la conocemos y seguro que se ha entretenido charlando con alguien. Seguramente alguna vecina chismosa que quiere saber dónde ha estado los últimos meses. – Luis sabía que lo que decía no era factible, Natalia tenía pocos vecinos y sabía perfectamente cómo deshacerse de preguntas y personas impertinentes sin necesitar para ello tres horas. Eso sí, esperaba que tuviera una buena excusa para su ausencia, porque la preocupación de todos no merecía menos. – Voy a salir a buscarla, cuando éramos niños solía ir mucho a la playa. Voy a acercarme hasta allí, seguro que la encuentro enseguida, no os preocupéis.
#1088
18/11/2012 20:18
Roberta chiquilla esto es un sin vivir
olmedo y rodriguez juntos y peligrosisisisisisisisiisisiisiisimos¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
y natalia con una zozobra y una angustia....................
Gracias¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
olmedo y rodriguez juntos y peligrosisisisisisisisiisisiisiisimos¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
y natalia con una zozobra y una angustia....................
Gracias¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
#1089
19/11/2012 00:18
Hola arunda,
Por hoy no voy a poner más, mañana otro trocito.
Hoy he estado revisando las primeras páginas de este post y me he estado riendo mucho, mucho. ¡Qué tiempos aquellos! Creo que en estos momentos tan solo tú, Dasher y esgara leéis la historia, pero la verdad es que no me importa, yo sigo porque he descubierto que me gusta escribir y quiero dejar la historia concluida, lo malo es que "Bandolera" va a acabar antes que yo y creo que nadie terminará de leerla.
Gracias por seguir ahí.
Un beso enorme
Por hoy no voy a poner más, mañana otro trocito.
Hoy he estado revisando las primeras páginas de este post y me he estado riendo mucho, mucho. ¡Qué tiempos aquellos! Creo que en estos momentos tan solo tú, Dasher y esgara leéis la historia, pero la verdad es que no me importa, yo sigo porque he descubierto que me gusta escribir y quiero dejar la historia concluida, lo malo es que "Bandolera" va a acabar antes que yo y creo que nadie terminará de leerla.
Gracias por seguir ahí.
Un beso enorme
#1090
19/11/2012 14:20
Roberta72 sigue escribiendo aunque termine Bandolera, quiero saber el final de esta maravillosa historia te siguiré leyendo.
#1091
20/11/2012 00:13
Gracias, de verdad muchas gracias por seguir al pie del cañón.
Seguiré hasta acabar con la historia o hasta que la historia acabe conmigo.
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- Buenos días, muchacho. – Roberto levantó la cabeza al oír aquella voz.
- ¿Qué hace aquí, abuelo? – instintivamente, el joven miró hacia todos lados buscando a Olmedo o a Rodríguez, el hombre contratado para asesinarlo.
- Bueno, ayer quedamos en que hoy íbamos a hablar. Y a eso he venido, a hablar. A tu madre le he puesto la excusa de traerte la comida. – el hombre levantó un brazo mostrando la cesta de mimbre que contenía el almuerzo. – Se te había olvidado. ¿No tienes hambre?
- No, abuelo, no, no tengo hambre. – Roberto estaba visiblemente nervioso. No había podido concentrarse en toda la mañana, no había podido trabajar a pesar de intentarlo. Había estado sentado bajo los árboles, esperando, recordando, pensando en lo que había sido su vida hasta aquel día.
- Pues debes comer. – Cosme dejó la cesta en el suelo y se sentó a su lado extrayendo una hogaza de pan del interior del canasto – Anda, ven, siéntate.
- No tengo hambre, abuelo, de veras. – Roberto no dejaba de mirar hacia todos lados.
- Pues no comamos, hablemos entonces. – el hombre dejó el pan de nuevo en su sitio y continuó hablando – Estabas tan decidido… ¿por qué dejaste que se fuera? – Cosme no tuvo siquiera que nombrar a la joven para que Roberto supiera de quién estaba hablando.
- No dejé que se fuera, - cuando Roberto pensaba en Natalia o hablaba de ella, se olvidaba de todo lo demás y así ocurrió también en aquella ocasión, de su mente se borró el recuerdo del hombre que había llegado al pueblo para matarlo – yo hice que se fuera. La obligué a alejarse de mí, ella no quería pero no le dejé otra opción.
- Ya me dijiste eso hace unos días, pero… - Cosme creía que el amor de aquellos dos jóvenes aún podía con todas las dificultades que se les fueran a poner por delante - ¿por qué sigues aquí?
- No le entiendo, abuelo. – Roberto no sabía porqué su abuelo seguía insistiendo.
- Si me entiendes… te pregunto porqué sigues aquí, porqué no has ido tras ella, por…
- Lo sabe demasiado bien. – Roberto interrumpió a su abuelo mientras hablaba.
- No, no nos pongas a nosotros como excusa. Antes de que muriera tu padre…
- Usted lo ha dicho, antes de que él muriera había una posibilidad, ahora ya no… Y no insista más. – Roberto se levantó enfadado.
Luis caminaba a paso rápido por la orilla del paseo, conocía muy bien a Natalia y sabía que cuando la joven se sentía agobiada, asustada o cuando necesitaba tiempo para pensar, iba a sentarse a la playa. La tormenta se acercaba y esperaba haber encontrado a su amiga y estar de vuelta en casa antes de que la lluvia los alcanzara. Nieves y él habían tratado de acompañarla todo el tiempo posible para tratar de descubrir qué era lo que le afligía, pero no habían conseguido que Natalia les hablara de lo que le había ocurrido los meses que había estado alejada de ellos, no habían conseguido que su amiga les abriera el corazón, pero decidió que no pasaría de aquella jornada que su amiga les hablara con claridad de lo que la ocurría.
Tres horas, Natalia tenía un vacío en su mente de casi tres horas. Inmediatamente pensó en sus amigos, en las personas que la querían y la estarían buscando, seguramente estarían preocupados por su tardanza. Apoyó las manos a ambos lados de su cuerpo y se impulsó para levantarse, las olas llegaban hasta la base de la roca donde se hallaba sentada y las salpicaduras mojaban el borde de su vestido.
Seguiré hasta acabar con la historia o hasta que la historia acabe conmigo.
______________________________________________________________________
- Buenos días, muchacho. – Roberto levantó la cabeza al oír aquella voz.
- ¿Qué hace aquí, abuelo? – instintivamente, el joven miró hacia todos lados buscando a Olmedo o a Rodríguez, el hombre contratado para asesinarlo.
- Bueno, ayer quedamos en que hoy íbamos a hablar. Y a eso he venido, a hablar. A tu madre le he puesto la excusa de traerte la comida. – el hombre levantó un brazo mostrando la cesta de mimbre que contenía el almuerzo. – Se te había olvidado. ¿No tienes hambre?
- No, abuelo, no, no tengo hambre. – Roberto estaba visiblemente nervioso. No había podido concentrarse en toda la mañana, no había podido trabajar a pesar de intentarlo. Había estado sentado bajo los árboles, esperando, recordando, pensando en lo que había sido su vida hasta aquel día.
- Pues debes comer. – Cosme dejó la cesta en el suelo y se sentó a su lado extrayendo una hogaza de pan del interior del canasto – Anda, ven, siéntate.
- No tengo hambre, abuelo, de veras. – Roberto no dejaba de mirar hacia todos lados.
- Pues no comamos, hablemos entonces. – el hombre dejó el pan de nuevo en su sitio y continuó hablando – Estabas tan decidido… ¿por qué dejaste que se fuera? – Cosme no tuvo siquiera que nombrar a la joven para que Roberto supiera de quién estaba hablando.
- No dejé que se fuera, - cuando Roberto pensaba en Natalia o hablaba de ella, se olvidaba de todo lo demás y así ocurrió también en aquella ocasión, de su mente se borró el recuerdo del hombre que había llegado al pueblo para matarlo – yo hice que se fuera. La obligué a alejarse de mí, ella no quería pero no le dejé otra opción.
- Ya me dijiste eso hace unos días, pero… - Cosme creía que el amor de aquellos dos jóvenes aún podía con todas las dificultades que se les fueran a poner por delante - ¿por qué sigues aquí?
- No le entiendo, abuelo. – Roberto no sabía porqué su abuelo seguía insistiendo.
- Si me entiendes… te pregunto porqué sigues aquí, porqué no has ido tras ella, por…
- Lo sabe demasiado bien. – Roberto interrumpió a su abuelo mientras hablaba.
- No, no nos pongas a nosotros como excusa. Antes de que muriera tu padre…
- Usted lo ha dicho, antes de que él muriera había una posibilidad, ahora ya no… Y no insista más. – Roberto se levantó enfadado.
Luis caminaba a paso rápido por la orilla del paseo, conocía muy bien a Natalia y sabía que cuando la joven se sentía agobiada, asustada o cuando necesitaba tiempo para pensar, iba a sentarse a la playa. La tormenta se acercaba y esperaba haber encontrado a su amiga y estar de vuelta en casa antes de que la lluvia los alcanzara. Nieves y él habían tratado de acompañarla todo el tiempo posible para tratar de descubrir qué era lo que le afligía, pero no habían conseguido que Natalia les hablara de lo que le había ocurrido los meses que había estado alejada de ellos, no habían conseguido que su amiga les abriera el corazón, pero decidió que no pasaría de aquella jornada que su amiga les hablara con claridad de lo que la ocurría.
Tres horas, Natalia tenía un vacío en su mente de casi tres horas. Inmediatamente pensó en sus amigos, en las personas que la querían y la estarían buscando, seguramente estarían preocupados por su tardanza. Apoyó las manos a ambos lados de su cuerpo y se impulsó para levantarse, las olas llegaban hasta la base de la roca donde se hallaba sentada y las salpicaduras mojaban el borde de su vestido.
#1092
20/11/2012 22:55
Esto se menea.... a ver si os gusta.
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- ¡Vaya, no esperaba encontrarme aquí a media familia Pérez!
Martina se había acercado hasta el terreno de Roberto. Desde detrás de las rocas, los integrantes de la partida de bandoleros y los guardias civiles observaban atónitos la situación: aún no habían llegado Olmedo y Rodríguez pero en su lugar habían llegado Cosme Saura y Martina de Montoro. La llegada del anciano podía ser lógica pero, ¿qué hacía aquella mujer allí? Su presencia podría desbaratar el asalto a Roberto, lo cual sería maravilloso si no supusiera tan solo un retraso en los planes del capitán Olmedo. Rafaelín se tapó la cara con las manos, su instinto le decía que aquella visita no podía traer nada bueno, Ángel no dejaba de mirar atónito a las tres personas que tenía frente a sí, Marcial intentaba ver desde su escondite si Olmedo y Rodríguez se acercaban, Juan y Sara se miraban incrédulos el uno a la otra y los guardias civiles no entendían qué estaba pasando.
- ¿Qué hace usted aquí? – preguntó Roberto de malos modos.
- Daba un paseo… ¿algo que objetar? – respondió ella.
- No le creo. – respondió el joven. Cosme observaba a la pareja sin saber qué podría estar haciendo aquella mujer allí.
- No me importa que no me creas. – A ver que su respuesta no era creíble, rectifico - Tengo que hablar contigo.
- Pero yo no tengo nada que hablar con usted. – Roberto había olvidado por completo que el sicario de Olmedo estaba a punto de aparecer por el lugar. – Si me hace el favor de marcharse…
- Enseguida, yo soy la primera que no desea estar en un lugar… como éste más tiempo del indispensable. – comentó ella con desprecio.
- ¡Señora! – cortó el anciano.
- Usted no se meta. Si no supo atar en corto a su hija en su momento no me venga a estas alturas con…
- No le permito… - Cosme no soportó que la mujer hablara de su hija.
- No tengo nada que hablar con usted, viejo; sino con él.
- Yo no tengo nada que hablar con usted, señora. – dijo Roberto mirando a la mujer de arriba abajo – Y mucho menos si trata a mi familia de ese modo, así que… - Roberto hizo un gesto con la mano señalando el camino de vuelta a Alazana.
- Creo que te conviene que hablemos. – Martina se apaciguó un poco, necesitaba hablar con Roberto y discutiendo con él no iba a conseguir sus propósitos – Pero preferiría hacerlo a solas.
- Abuelo, - Roberto vio la petición de Martina como un modo de alejar a su abuelo del lugar, alejarlo de aquella mujer que miraba a todo el mundo con desprecio, pero sobre todo alejarlo del peligro que suponía la pronta llegada de Rodríguez - ¿podría dejarnos a solas?
- ¡Pero muchacho!
- Abuelo, si perder cinco minutos de mi tiempo escuchando a la señora, – dijo el joven – significa que nos va a dejar en paz para siempre… bien empleados están esos minutos.
- Esta bien… Nos vemos en la casa. – Cosme se alejó lentamente dejando atrás a su nieto en compañía de aquella mujer. No le gustaba nada que Martina de Montoro hubiera ido a verlo, pues temía que intentase hacer daño a su nieto recordándole sus orígenes.
- Que quede bien claro que no tengo ningún interés en escuchar lo que ha venido a decirme. – dijo Roberto cuando su abuelo se hubo alejado lo suficiente como para no escucharlos – Tan solo lo he hecho para que mi abuelo se alejara, él no tiene por qué verla escupir veneno por la boca.
- ¡Oh! Y ahora se hace el ofendido…
- ¿Por qué no se va de una maldita vez? – Roberto se giró y le dio la espalda, tratando de hacerle ver que sus anteriores palabras eran ciertas y que no le interesaba lo que hubiera ido a decirle.
- Enseguida, ya te he dicho que no tengo ningún interés de pasar más tiempo del estrictamente necesario en este sucio lugar. – Martina espantó una mosca con la mano – He venido a ofrecerte dinero, más de lo que puedas ganar el resto de tus días partiéndote el lomo en este secarral.
- ¿Dinero? ¿Por quién me ha tomado? – Roberto se ofendió
- No vengas ahora con falsas poses de dignidad cuando no tienes donde caerte muerto. Tan solo quiero que te alejes de mi familia, de Germán, de Eugenia… No quiero que el escándalo de tu nacimiento los salpique.
- ¿Y piensa que yo tengo algún interés en que la gente sepa de esta desgracia? - respondió Roberto ante el ofrecimiento – No quiero tener nada que ver con los Montoro.
- ¿Ves como no era tan difícil? Ya tenemos algo en común. – Martina sonreía maliciosamente – Yo tampoco quiero que tengas nada que ver con los Montoro. ¿Crees que tengo algún interés en veros establecidos en mi casa? – continuó Martina con desprecio.
- Puede estar segura de que no hay nada más alejado de mis intenciones que irme a vivir a su elegante cortijo, señora.
- Tal vez tú no, porque no tienes ambición ni para eso. Pero tu madre…
- Ya le he dicho que no voy a permitir que hable mal de los míos. – Roberto tomó a Martina de un brazo e intentó llevarla hasta su coche.
- ¡Suéltame, patán! – Martina se revolvió y consiguió zafarse - ¡Toma! – con rapidez, la mujer metió la mano en su bolsito e instantes después sacó una bolsa que apretó contra el pecho de Roberto. - ¡Toma y vete de aquí! ¡No quiero volver a verte por Arazana, ni volver a saber de ti ni de tu asquerosa familia!
- Está usted loca…- Roberto dejó caer el dinero al suelo, pero ella se agachó y se lo volvió a ofrecer.
- Loca estaría si permitiese que os quedarais aquí. – Roberto no conocía los deseos de Germán de reconocerlo como su hijo, pero Martina sí y temía que el joven Pérez acabara por aceptar. La mujer no estaba dispuesta a permitir que Roberto llegara a ser un Montoro de pleno derecho y reclamara parte de las posesiones de Germán.
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- ¡Vaya, no esperaba encontrarme aquí a media familia Pérez!
Martina se había acercado hasta el terreno de Roberto. Desde detrás de las rocas, los integrantes de la partida de bandoleros y los guardias civiles observaban atónitos la situación: aún no habían llegado Olmedo y Rodríguez pero en su lugar habían llegado Cosme Saura y Martina de Montoro. La llegada del anciano podía ser lógica pero, ¿qué hacía aquella mujer allí? Su presencia podría desbaratar el asalto a Roberto, lo cual sería maravilloso si no supusiera tan solo un retraso en los planes del capitán Olmedo. Rafaelín se tapó la cara con las manos, su instinto le decía que aquella visita no podía traer nada bueno, Ángel no dejaba de mirar atónito a las tres personas que tenía frente a sí, Marcial intentaba ver desde su escondite si Olmedo y Rodríguez se acercaban, Juan y Sara se miraban incrédulos el uno a la otra y los guardias civiles no entendían qué estaba pasando.
- ¿Qué hace usted aquí? – preguntó Roberto de malos modos.
- Daba un paseo… ¿algo que objetar? – respondió ella.
- No le creo. – respondió el joven. Cosme observaba a la pareja sin saber qué podría estar haciendo aquella mujer allí.
- No me importa que no me creas. – A ver que su respuesta no era creíble, rectifico - Tengo que hablar contigo.
- Pero yo no tengo nada que hablar con usted. – Roberto había olvidado por completo que el sicario de Olmedo estaba a punto de aparecer por el lugar. – Si me hace el favor de marcharse…
- Enseguida, yo soy la primera que no desea estar en un lugar… como éste más tiempo del indispensable. – comentó ella con desprecio.
- ¡Señora! – cortó el anciano.
- Usted no se meta. Si no supo atar en corto a su hija en su momento no me venga a estas alturas con…
- No le permito… - Cosme no soportó que la mujer hablara de su hija.
- No tengo nada que hablar con usted, viejo; sino con él.
- Yo no tengo nada que hablar con usted, señora. – dijo Roberto mirando a la mujer de arriba abajo – Y mucho menos si trata a mi familia de ese modo, así que… - Roberto hizo un gesto con la mano señalando el camino de vuelta a Alazana.
- Creo que te conviene que hablemos. – Martina se apaciguó un poco, necesitaba hablar con Roberto y discutiendo con él no iba a conseguir sus propósitos – Pero preferiría hacerlo a solas.
- Abuelo, - Roberto vio la petición de Martina como un modo de alejar a su abuelo del lugar, alejarlo de aquella mujer que miraba a todo el mundo con desprecio, pero sobre todo alejarlo del peligro que suponía la pronta llegada de Rodríguez - ¿podría dejarnos a solas?
- ¡Pero muchacho!
- Abuelo, si perder cinco minutos de mi tiempo escuchando a la señora, – dijo el joven – significa que nos va a dejar en paz para siempre… bien empleados están esos minutos.
- Esta bien… Nos vemos en la casa. – Cosme se alejó lentamente dejando atrás a su nieto en compañía de aquella mujer. No le gustaba nada que Martina de Montoro hubiera ido a verlo, pues temía que intentase hacer daño a su nieto recordándole sus orígenes.
- Que quede bien claro que no tengo ningún interés en escuchar lo que ha venido a decirme. – dijo Roberto cuando su abuelo se hubo alejado lo suficiente como para no escucharlos – Tan solo lo he hecho para que mi abuelo se alejara, él no tiene por qué verla escupir veneno por la boca.
- ¡Oh! Y ahora se hace el ofendido…
- ¿Por qué no se va de una maldita vez? – Roberto se giró y le dio la espalda, tratando de hacerle ver que sus anteriores palabras eran ciertas y que no le interesaba lo que hubiera ido a decirle.
- Enseguida, ya te he dicho que no tengo ningún interés de pasar más tiempo del estrictamente necesario en este sucio lugar. – Martina espantó una mosca con la mano – He venido a ofrecerte dinero, más de lo que puedas ganar el resto de tus días partiéndote el lomo en este secarral.
- ¿Dinero? ¿Por quién me ha tomado? – Roberto se ofendió
- No vengas ahora con falsas poses de dignidad cuando no tienes donde caerte muerto. Tan solo quiero que te alejes de mi familia, de Germán, de Eugenia… No quiero que el escándalo de tu nacimiento los salpique.
- ¿Y piensa que yo tengo algún interés en que la gente sepa de esta desgracia? - respondió Roberto ante el ofrecimiento – No quiero tener nada que ver con los Montoro.
- ¿Ves como no era tan difícil? Ya tenemos algo en común. – Martina sonreía maliciosamente – Yo tampoco quiero que tengas nada que ver con los Montoro. ¿Crees que tengo algún interés en veros establecidos en mi casa? – continuó Martina con desprecio.
- Puede estar segura de que no hay nada más alejado de mis intenciones que irme a vivir a su elegante cortijo, señora.
- Tal vez tú no, porque no tienes ambición ni para eso. Pero tu madre…
- Ya le he dicho que no voy a permitir que hable mal de los míos. – Roberto tomó a Martina de un brazo e intentó llevarla hasta su coche.
- ¡Suéltame, patán! – Martina se revolvió y consiguió zafarse - ¡Toma! – con rapidez, la mujer metió la mano en su bolsito e instantes después sacó una bolsa que apretó contra el pecho de Roberto. - ¡Toma y vete de aquí! ¡No quiero volver a verte por Arazana, ni volver a saber de ti ni de tu asquerosa familia!
- Está usted loca…- Roberto dejó caer el dinero al suelo, pero ella se agachó y se lo volvió a ofrecer.
- Loca estaría si permitiese que os quedarais aquí. – Roberto no conocía los deseos de Germán de reconocerlo como su hijo, pero Martina sí y temía que el joven Pérez acabara por aceptar. La mujer no estaba dispuesta a permitir que Roberto llegara a ser un Montoro de pleno derecho y reclamara parte de las posesiones de Germán.
#1093
20/11/2012 23:09
Si me gusta Roberta
martina en su linea
natalia y su despiste de tres horas.............con su cabeza en roberto?????????
Gracias Roberta y yo seguire por aqui.........mientras sigas escribiendo
martina en su linea
natalia y su despiste de tres horas.............con su cabeza en roberto?????????
Gracias Roberta y yo seguire por aqui.........mientras sigas escribiendo
#1094
21/11/2012 23:42
- Don Ángel… ¡mire! – Rafaelín tiró de la manga de su acompañante para que lo hiciera caso.
- Ya estoy viendo, Rafaelín, ya estoy viendo. – el hombre no miró siquiera al joven y siguió atento a la discusión que, sin duda, mantenían Roberto y Martina. No podía escucharlos, pero estaba claro por sus gestos que no eran palabras amigables lo que intercambiaban.
- ¡No, allí, allí! – Rafaelín señalaba hacia unas rocas. Las visitas de Cosme y Martina habían tomado tan desprevenidos a todos los presentes que momentáneamente se habían olvidado de la principal razón por la que se encontraban allí, tan solo Rafaelín se había dado cuenta de que Olmedo y Rodríguez habían llegado y habían tomado posiciones. Un instante después se oyó el graznido de un cuervo, la señal establecida por todos para avisar de la llegada de Rodríguez y todos se pusieron alerta.
- ¡Maldita sea! ¿Qué hace esa mujer ahí? – Olmedo no se esperaba que Roberto se encontrase acompañado, y mucho menos por Martina de Montoro – ¿Ya se ha cansado de su marido y se ha buscado un amante más joven?
- Podemos esperar. No tengo nada mejor que hacer. – Rodríguez se cruzó de brazos esperando la respuesta de quien lo había contratado.
- ¿Y pasar el tiempo viendo como esos dos se revuelcan? – bufó el capitán – No, gracias.
- No creo que vayan a revolcarse… Parece que él no está por la labor. – Rodríguez sonrió al ver como Roberto se alejaba de la mujer – Aunque no sería un mal modo de pasar los últimos minutos de vida. – rió cruelmente.
- Pero a mi no me gusta perder el tiempo. Cambio de planes, Rodríguez.
- ¿No quiere que lo mate? Como usted prefiera, a mí me da igual, pero a mi me ha contratado y tiene que pagarme.
- No me refiero a eso… No estoy dispuesto a esperar más y no quiero que haya testigos, así que tendrá que matarla también a ella. – Olmedo dijo aquellas últimas palabras sin ninguna inflexión en su voz – Por supuesto le pagaré lo que corresponda.
- No.
- ¿Cómo que no? – preguntó el guardia civil – ¿Me va a venir ahora con tonterías y caprichos, como una niñita melindrosa?
- Usted me contrató para matar a ese tal Pérez. – argumentó Rodríguez – Me dijo que era un tipo peligroso pero con contactos y que por eso sus superiores no le permitían encerrarle; pero matar a esa mujer es muy distinto.
- No me venga con estupideces, ¿cuánto quiere?
- No es cuestión de dinero.
- Es verdad, - exclamó Olmedo con desprecio – ¡es cuestión de tener cojones! Y usted no los tiene. ¡Déme el arma! Yo mismo lo haré. ¡Maldita sea, para que las cosas se hagan como es debido tiene que hacerlas uno mismo!
- ¿Qué va a hacer? – Olmedo trataba de quitarle el arma, pero el hombre no se dejaba.
- ¡Déme el arma y apártese!
- ¡No! – Los hombres forcejearon y de pronto sonó un disparo.
- ¡Estúpido! – dijo el capitán, mientras Rodríguez caía de rodillas llevándose las manos al vientre – ¿Cuándo aprenderán que o se está con Olmedo o se está contra él? En lugar de cobrar una bonita suma en oro… la has cobrado en plomo. – dijo agachándose hacia su víctima – Y además, voy a reclamar la recompensa que se ofrece por tu cabeza, idiota. Si me disculpa, ahora me voy a encargar de vosotros. – dijo girándose y apuntando a Roberto y Martina.
- ¿Qué ha sido eso? – preguntó Martina asustada.
- Un disparo. – respondió Roberto mientras cogía a la mujer de un brazo y tiraba de ella tratando de esconder a ambos entre los árboles, aquel sonido significaba que el hombre contratado por Olmedo había llegado. Un segundo después el muchacho se detenía, Martina no avanzaba, se giró y vio como la mujer caía de rodillas al suelo mientras lo miraba con los ojos muy abiertos, el segundo disparo que acababa de escucharse la había alcanzado.
- ¡Vamos, señora, levántese! – gritó él mientras la abrazaba intentando arrastrarla a lugar seguro. Al momento sintió algo extraño en sus brazos, era la sangre de Martina que empapaba su camisa. Un tercer disparo sonó en el silencio de la sierra y Roberto cayó al suelo con el cadáver de Martina de Montoro sobre él.
Los guardias civiles se apresuraron a salir de su escondite para llegar al lugar donde Olmedo se encontraba junto al cadáver de Rodríguez y así detenerlo; mientras tanto, Sara, Juan, Marcial, Ángel y Rafaelín corrían hacia Roberto. Cuando llegaron junto a la pareja, vieron a las dos víctimas inmóviles. Roberto yacía de espaldas con Martina sobre su pecho en el centro de un gran charco; la sangre de los dos se mezclaba con la tierra que tanto le había costado trabajar al joven.
Debía apresurarse, el cielo estaba totalmente cubierto y los suyos debían de estar muy preocupados ante su tardanza. Aún era mediodía, pero las nubes habían ocultado el sol y se había levantado un fuerte temporal. El viento la despeinaba y las gotas de lluvia hacían que no pudiera ver bien dónde pisaba.
- ¡Natalia! – escuchó que alguien gritaba su nombre. Levantó la cabeza y vio como Luis corría por la playa a su encuentro. Si Luis había salido a buscarla era porque estaban preocupados por ella y que al llegar a casa iba a tener que escuchar una buena regañina por parte de todos. No le importaba las duras palabras que tendría que escuchar, las tenía bien merecidas, tan solo le importaba haber preocupado a los suyos. Levantó una mano y la agitó en dirección a su amigo, dándole a entender que lo había oído y que se dirigía a encontrarse con él. El gesto hizo que perdiera el equilibrio por un momento y se le cayera el libro que había tomado en la biblioteca horas antes. Recogiéndose el vestido con una mano, se agachó para intentar alcanzar el volumen que las olas amenazaban con llevarse, con tan mala suerte que en el preciso instante en que sus dedos lo rozaron, una ola más fuerte de lo normal la golpeó haciéndola caer de espaldas contra la roca.
- ¡Natalia! – gritó Luis al verla caer. Pero ella no pudo escucharle, su cabeza se hundía bajo las olas, las mismas olas que arrastraban su cuerpo lejos de la orilla, las mismas olas que se llevaron mar adentro la novela que la muchacha no llegó a comenzar: “Romeo y Julieta”
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Lo siento. Creo que me ha poseído el espíritu de algún guionista de "Bandolera"
- Ya estoy viendo, Rafaelín, ya estoy viendo. – el hombre no miró siquiera al joven y siguió atento a la discusión que, sin duda, mantenían Roberto y Martina. No podía escucharlos, pero estaba claro por sus gestos que no eran palabras amigables lo que intercambiaban.
- ¡No, allí, allí! – Rafaelín señalaba hacia unas rocas. Las visitas de Cosme y Martina habían tomado tan desprevenidos a todos los presentes que momentáneamente se habían olvidado de la principal razón por la que se encontraban allí, tan solo Rafaelín se había dado cuenta de que Olmedo y Rodríguez habían llegado y habían tomado posiciones. Un instante después se oyó el graznido de un cuervo, la señal establecida por todos para avisar de la llegada de Rodríguez y todos se pusieron alerta.
- ¡Maldita sea! ¿Qué hace esa mujer ahí? – Olmedo no se esperaba que Roberto se encontrase acompañado, y mucho menos por Martina de Montoro – ¿Ya se ha cansado de su marido y se ha buscado un amante más joven?
- Podemos esperar. No tengo nada mejor que hacer. – Rodríguez se cruzó de brazos esperando la respuesta de quien lo había contratado.
- ¿Y pasar el tiempo viendo como esos dos se revuelcan? – bufó el capitán – No, gracias.
- No creo que vayan a revolcarse… Parece que él no está por la labor. – Rodríguez sonrió al ver como Roberto se alejaba de la mujer – Aunque no sería un mal modo de pasar los últimos minutos de vida. – rió cruelmente.
- Pero a mi no me gusta perder el tiempo. Cambio de planes, Rodríguez.
- ¿No quiere que lo mate? Como usted prefiera, a mí me da igual, pero a mi me ha contratado y tiene que pagarme.
- No me refiero a eso… No estoy dispuesto a esperar más y no quiero que haya testigos, así que tendrá que matarla también a ella. – Olmedo dijo aquellas últimas palabras sin ninguna inflexión en su voz – Por supuesto le pagaré lo que corresponda.
- No.
- ¿Cómo que no? – preguntó el guardia civil – ¿Me va a venir ahora con tonterías y caprichos, como una niñita melindrosa?
- Usted me contrató para matar a ese tal Pérez. – argumentó Rodríguez – Me dijo que era un tipo peligroso pero con contactos y que por eso sus superiores no le permitían encerrarle; pero matar a esa mujer es muy distinto.
- No me venga con estupideces, ¿cuánto quiere?
- No es cuestión de dinero.
- Es verdad, - exclamó Olmedo con desprecio – ¡es cuestión de tener cojones! Y usted no los tiene. ¡Déme el arma! Yo mismo lo haré. ¡Maldita sea, para que las cosas se hagan como es debido tiene que hacerlas uno mismo!
- ¿Qué va a hacer? – Olmedo trataba de quitarle el arma, pero el hombre no se dejaba.
- ¡Déme el arma y apártese!
- ¡No! – Los hombres forcejearon y de pronto sonó un disparo.
- ¡Estúpido! – dijo el capitán, mientras Rodríguez caía de rodillas llevándose las manos al vientre – ¿Cuándo aprenderán que o se está con Olmedo o se está contra él? En lugar de cobrar una bonita suma en oro… la has cobrado en plomo. – dijo agachándose hacia su víctima – Y además, voy a reclamar la recompensa que se ofrece por tu cabeza, idiota. Si me disculpa, ahora me voy a encargar de vosotros. – dijo girándose y apuntando a Roberto y Martina.
- ¿Qué ha sido eso? – preguntó Martina asustada.
- Un disparo. – respondió Roberto mientras cogía a la mujer de un brazo y tiraba de ella tratando de esconder a ambos entre los árboles, aquel sonido significaba que el hombre contratado por Olmedo había llegado. Un segundo después el muchacho se detenía, Martina no avanzaba, se giró y vio como la mujer caía de rodillas al suelo mientras lo miraba con los ojos muy abiertos, el segundo disparo que acababa de escucharse la había alcanzado.
- ¡Vamos, señora, levántese! – gritó él mientras la abrazaba intentando arrastrarla a lugar seguro. Al momento sintió algo extraño en sus brazos, era la sangre de Martina que empapaba su camisa. Un tercer disparo sonó en el silencio de la sierra y Roberto cayó al suelo con el cadáver de Martina de Montoro sobre él.
Los guardias civiles se apresuraron a salir de su escondite para llegar al lugar donde Olmedo se encontraba junto al cadáver de Rodríguez y así detenerlo; mientras tanto, Sara, Juan, Marcial, Ángel y Rafaelín corrían hacia Roberto. Cuando llegaron junto a la pareja, vieron a las dos víctimas inmóviles. Roberto yacía de espaldas con Martina sobre su pecho en el centro de un gran charco; la sangre de los dos se mezclaba con la tierra que tanto le había costado trabajar al joven.
Debía apresurarse, el cielo estaba totalmente cubierto y los suyos debían de estar muy preocupados ante su tardanza. Aún era mediodía, pero las nubes habían ocultado el sol y se había levantado un fuerte temporal. El viento la despeinaba y las gotas de lluvia hacían que no pudiera ver bien dónde pisaba.
- ¡Natalia! – escuchó que alguien gritaba su nombre. Levantó la cabeza y vio como Luis corría por la playa a su encuentro. Si Luis había salido a buscarla era porque estaban preocupados por ella y que al llegar a casa iba a tener que escuchar una buena regañina por parte de todos. No le importaba las duras palabras que tendría que escuchar, las tenía bien merecidas, tan solo le importaba haber preocupado a los suyos. Levantó una mano y la agitó en dirección a su amigo, dándole a entender que lo había oído y que se dirigía a encontrarse con él. El gesto hizo que perdiera el equilibrio por un momento y se le cayera el libro que había tomado en la biblioteca horas antes. Recogiéndose el vestido con una mano, se agachó para intentar alcanzar el volumen que las olas amenazaban con llevarse, con tan mala suerte que en el preciso instante en que sus dedos lo rozaron, una ola más fuerte de lo normal la golpeó haciéndola caer de espaldas contra la roca.
- ¡Natalia! – gritó Luis al verla caer. Pero ella no pudo escucharle, su cabeza se hundía bajo las olas, las mismas olas que arrastraban su cuerpo lejos de la orilla, las mismas olas que se llevaron mar adentro la novela que la muchacha no llegó a comenzar: “Romeo y Julieta”
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Lo siento. Creo que me ha poseído el espíritu de algún guionista de "Bandolera"
#1095
22/11/2012 14:18
No lo sientas mujer y sigue cuando puedas.
#1096
22/11/2012 14:46
Roberta...GRAACIAS...por compartir esta bonita historia.....
#1097
22/11/2012 21:11
Gracias a vosotras por perder unos minutos leyéndola.
Natalia estaba a punto de ponerse a leer "Romeo y Julieta". ¿Acabará su historia como la de los amantes de Shakespeare?
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Capítulo 123
- ¿Qué creen que están haciendo? – Olmedo se encontraba rodeado. Garay, Romero y dos desconocidos lo apuntaban con sus armas – Garay, ¿quiénes son estos hombres?
- Guardias civiles, capitán. – respondió.
- Pues es a este individuo a quien deberían de estar apuntando y no a mi, ¡estúpidos! – replicó Olmedo señalando el cadáver de Rodríguez.
- Está muerto. – replicó Miguel sin dejar de apuntar a su superior.
- Por supuesto que está muerto, ¿qué esperaba? ¿Qué dejara que él me matase a mí? – preguntó el capitán.
- Capitán Jesús Olmedo, - comenzó a decir Garay – está usted detenido por el asesinato de Manuel Rodríguez, quien también se hacía llamar Marcos Garcés y por… - Garay no se atrevió a hablar de Roberto o Martina. Los habían visto caer abatidos por los disparos pero no se habían acercado aún a ellos.
- Voy a verlos. – dijo Miguel. Garay asintió con la cabeza, dando su conformidad. – Estire los brazos capitán, vamos a esposarlo.
- ¡Eso no se lo cree ni usted, maldito! – Olmedo intentó escapar y uno de los guardias llegados de Málaga le golpeó en la cabeza dejándolo inconsciente.
- Atenlo por favor. Voy a ver qué ha ocurrido. – Garay dejó a sus compañeros inmovilizando a Olmedo mientras él se dirigía a paso rápido hacia el lugar donde Roberto y Martina habían sido alcanzados.
A la vez que los guardias civiles se acercaban al lugar donde Olmedo y Rodríguez se habían ocultado, Sara y sus compañeros corrieron hacia Roberto y Martina. No se pararon a pesar la excusa que iban a dar acerca de la presencia de Juan, Rafaelín y el doctor, tan solo les importaba ver si la pareja se encontraba a salvo. Ángel fue el primero en llegar; con cuidado, levantó a Martina del suelo y comprobó su estado, segundos después llegó Marcial quien directamente se acercó a Roberto al ver el gesto que su compañero le hizo con la cabeza: Martina estaba muerta.
- ¿Cómo están? – Sara llegó casi sin resuello, no recordaba haber corrido tanto en su vida.
- Ella ha muerto. – dijo Ángel colocando a la mujer en el suelo. Se quitó la chaqueta y cubrió el rostro de Martina con ella – Tiene un disparo en la espalda.
- ¿Y Roberto? – Juan, quien había llegado con Sara, preguntó. Ella tenía miedo de preguntar, temía que la respuesta de Marcial fuera la misma que la de Ángel.
- Tiene un disparo en el pecho. – comenzó diciendo el médico – Alejado del corazón, pero está perdiendo mucha sangre.
- ¿Cómo está Roberto? – Miguel llegó seguido de Garay; al ver a Martina cubierta por la chaqueta de Ángel, no preguntaron por ella siquiera.
- Hay que sacarlo de aquí cuanto antes y llevarlo al dispensario. – la voz de Marcial sonaba preocupada - Aquí no tengo el material necesario para tratarlo como es debido.
- Mi Mantecao pue lleválo. – se ofreció Rafaelín – E chiquirritico peo mu fuete.
- Gracias, Rafaelín, pero lo que necesitamos es un carro, tiene que moverse lo menos posible y el coche de la señora es demasiado pequeño para trasladarlo sin provocarle más daño... – explicó el galeno.
- Yo me encargo de ir a buscar un carro. – se ofreció Juan – También habrá que avisar a… los Montoro. – el hombre señalo a Martina, echada en el suelo.
- Nosotros avisaremos a la familia. – dijo Miguel. – No se preocupe por eso, señor marqués.
- Necesito algo con lo que taponar la herida… está sangrando demasiado. – el doctor apretaba con fuerza la herida de Roberto, pero sus manos estaban empapadas. Sara por fin reaccionó, se quitó las enaguas y las hizo pedazos, entregándolas a su amigo.
- ¿Servirá? – preguntó la joven
- Sí. Por ahora sí, pero hay que sacarlo de aquí cuanto antes. – la mirada de Marcial mostraba preocupación. A pesar de estar todos avisados y preparados, no habían podido evitar aquella desgracia.
Natalia estaba a punto de ponerse a leer "Romeo y Julieta". ¿Acabará su historia como la de los amantes de Shakespeare?
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Capítulo 123
- ¿Qué creen que están haciendo? – Olmedo se encontraba rodeado. Garay, Romero y dos desconocidos lo apuntaban con sus armas – Garay, ¿quiénes son estos hombres?
- Guardias civiles, capitán. – respondió.
- Pues es a este individuo a quien deberían de estar apuntando y no a mi, ¡estúpidos! – replicó Olmedo señalando el cadáver de Rodríguez.
- Está muerto. – replicó Miguel sin dejar de apuntar a su superior.
- Por supuesto que está muerto, ¿qué esperaba? ¿Qué dejara que él me matase a mí? – preguntó el capitán.
- Capitán Jesús Olmedo, - comenzó a decir Garay – está usted detenido por el asesinato de Manuel Rodríguez, quien también se hacía llamar Marcos Garcés y por… - Garay no se atrevió a hablar de Roberto o Martina. Los habían visto caer abatidos por los disparos pero no se habían acercado aún a ellos.
- Voy a verlos. – dijo Miguel. Garay asintió con la cabeza, dando su conformidad. – Estire los brazos capitán, vamos a esposarlo.
- ¡Eso no se lo cree ni usted, maldito! – Olmedo intentó escapar y uno de los guardias llegados de Málaga le golpeó en la cabeza dejándolo inconsciente.
- Atenlo por favor. Voy a ver qué ha ocurrido. – Garay dejó a sus compañeros inmovilizando a Olmedo mientras él se dirigía a paso rápido hacia el lugar donde Roberto y Martina habían sido alcanzados.
A la vez que los guardias civiles se acercaban al lugar donde Olmedo y Rodríguez se habían ocultado, Sara y sus compañeros corrieron hacia Roberto y Martina. No se pararon a pesar la excusa que iban a dar acerca de la presencia de Juan, Rafaelín y el doctor, tan solo les importaba ver si la pareja se encontraba a salvo. Ángel fue el primero en llegar; con cuidado, levantó a Martina del suelo y comprobó su estado, segundos después llegó Marcial quien directamente se acercó a Roberto al ver el gesto que su compañero le hizo con la cabeza: Martina estaba muerta.
- ¿Cómo están? – Sara llegó casi sin resuello, no recordaba haber corrido tanto en su vida.
- Ella ha muerto. – dijo Ángel colocando a la mujer en el suelo. Se quitó la chaqueta y cubrió el rostro de Martina con ella – Tiene un disparo en la espalda.
- ¿Y Roberto? – Juan, quien había llegado con Sara, preguntó. Ella tenía miedo de preguntar, temía que la respuesta de Marcial fuera la misma que la de Ángel.
- Tiene un disparo en el pecho. – comenzó diciendo el médico – Alejado del corazón, pero está perdiendo mucha sangre.
- ¿Cómo está Roberto? – Miguel llegó seguido de Garay; al ver a Martina cubierta por la chaqueta de Ángel, no preguntaron por ella siquiera.
- Hay que sacarlo de aquí cuanto antes y llevarlo al dispensario. – la voz de Marcial sonaba preocupada - Aquí no tengo el material necesario para tratarlo como es debido.
- Mi Mantecao pue lleválo. – se ofreció Rafaelín – E chiquirritico peo mu fuete.
- Gracias, Rafaelín, pero lo que necesitamos es un carro, tiene que moverse lo menos posible y el coche de la señora es demasiado pequeño para trasladarlo sin provocarle más daño... – explicó el galeno.
- Yo me encargo de ir a buscar un carro. – se ofreció Juan – También habrá que avisar a… los Montoro. – el hombre señalo a Martina, echada en el suelo.
- Nosotros avisaremos a la familia. – dijo Miguel. – No se preocupe por eso, señor marqués.
- Necesito algo con lo que taponar la herida… está sangrando demasiado. – el doctor apretaba con fuerza la herida de Roberto, pero sus manos estaban empapadas. Sara por fin reaccionó, se quitó las enaguas y las hizo pedazos, entregándolas a su amigo.
- ¿Servirá? – preguntó la joven
- Sí. Por ahora sí, pero hay que sacarlo de aquí cuanto antes. – la mirada de Marcial mostraba preocupación. A pesar de estar todos avisados y preparados, no habían podido evitar aquella desgracia.
#1098
23/11/2012 10:58
Roberta...................roberto herido
martina muerta
rodriguez asesinado por olmedo
olmedo detenido
natalia con un mal palpito y con nostalgia
roberto se pondra bien verdad??????????????ROBERTA?????????????????
gracias¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
martina muerta
rodriguez asesinado por olmedo
olmedo detenido
natalia con un mal palpito y con nostalgia
roberto se pondra bien verdad??????????????ROBERTA?????????????????
gracias¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
#1099
23/11/2012 23:50
¡¡No soy médico!! No sé si Roberto se recuperarará......
Vosotras, ¿qué creeis?
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-¡Luis! – Nieves gritó al ver a su marido acercarse a la casa atravesando el jardín con Natalia en los brazos.
- Mariana, – dijo el hombre entrando en la casa y dirigiéndose a paso rápido hacia las escaleras – necesitamos un médico con urgencia. - La mujer hizo una seña y una de las doncellas salió corriendo sin importarle la lluvia que caía con fuerza en el exterior.
- Pero, ¿qué ha ocurrido? – Nieves seguía a su marido escaleras arriba, hacia el piso superior, donde se encontraban los dormitorios.
- Estaba en la playa. – Luis comenzó a explicarse sin aminorar su paso – Un golpe de mar la derribó y se golpeó contra las rocas; está inconsciente desde entonces. – Luis vio como una doncella corría a su lado, adelantándose para poder abrir la puerta del dormitorio de Natalia y después retirar la colcha de su cama. Luis depositó a su amiga sobre el lecho con sumo cuidado y dio un paso hacia atrás – No, no la toquéis. – El hombre estiró la mano y sujetó a su esposa, evitando que fuera hacia su amiga.
- ¿Por qué? Está empapada, hay que quitarle toda esa ropa mojada. – Nieves no entendía la reacción de su esposo.
- No, - dijo con rotundidad – ya la he movido yo más de lo recomendable. – Nieves miró a su marido con cara de espanto, aún así se acercó al baño y regresó llevando en sus manos un recipiente con agua y unos paños limpios.
- Al menos voy a limpiarle un poco la cara. – Nieves necesitaba hacer algo por su amiga, ser útil, no podía quedarse de brazos cruzados esperando la llegada del doctor. Con mucho cuidado se arrodilló junto a la cama, dejó el recipiente en el suelo, a su lado y, tras humedecer uno de los paños, comenzó a retirarle el pelo mojado de la cara. El paño se volvió rojo en pocas pasadas, Natalia presentaba un corte en la sien, en el nacimiento del cabello, no era muy profundo, pero sangraba en abundancia. Cuando la joven estimó que la herida estaba lo suficientemente limpia, tomó otro paño y cubrió la brecha, sosteniéndolo con su mano para que no se moviera. En aquella incómoda postura esperó hasta la llegada del doctor.
- Marcial, ¿por qué Roberto no despierta? – Sara estaba intranquila, caminaba por la imprenta a paso rápido, intentando calmar sus nervios. Hacía horas que Roberto descansaba en la consulta, pero aún no había recobrado el sentido – Dijiste que la herida era grave, pero que su vida no corría peligro.
- Y así es.- respondió el médico – Ha perdido mucha sangre, pero la herida del pecho fue limpia, debería de haber despertado ya. Lo cierto es que no me lo explico, es joven, es fuerte…
- Pero no le importa no despertar. – Cosme se acercó a Sara con una triste sonrisa en los labios. Acababa de dejar a su hija en el consultorio, velando la inconsciencia de su primogénito.
- ¿Cree que debería…? – dijo Sara. Marcial se alejó prudentemente, dejando a la joven hablar con el anciano.
- ¿Avisar a Natalia? – preguntó el hombre, pero se respondió a sí mismo negando con la cabeza – No, ¿qué le iba a decir? ¿Qué han intentado matar a mi nieto? ¿Qué no despierta? ¿Y ella qué podría hacer? No, de nada iba a servir preocuparla.
- Tiene razón. – aceptó Sara – Se angustiaría mucho al no poder hacer nada.
- ¿Por qué? ¿Por qué Olmedo querría matar a mi nieto? – el hombre se sentó abatido - ¿No hemos tenido suficientes desgracias ya?
- Roberto es una piedra en el camino de Olmedo. Tan solo quería quitarse preocupaciones y ganar méritos ante sus superiores.
- ¿Por qué habla así? ¿Conocía el plan de Olmedo? – Cosme aún no había atado cabos. Los guardias civiles habían tratado el caso con sumo cuidado para no levantar más escándalo del que se iba a organizar por la muerte de dos personas, las heridas a una tercera y la detención del máximo responsable de la ley y el orden en la zona.
- ¿Yo? – Sara titubeó, pero la oportuna llegada de Miguel hizo que no tuviera que responder.
- Don Cosme, Sara. – dijo el teniente Romero saludando con un gesto de cabeza
- ¿Olmedo? – preguntó Sara.
- En el calabozo, los compañeros que llegaron de Málaga están custodiándolo. No es que no me fíe de los de aquí, - explicó Miguel – pero Olmedo es capaz de amedrentar a cualquiera y éstos saben perfectamente a quién se enfrentan.
- ¿Y la señora Martina? – preguntó Cosme.
- Garay ha ido a hablar con los Montoro y hacerles entrega del cuerpo. – Miguel se sentía avergonzado por no haber podido hacer nada por evitar aquellas muertes y por lo que la gente pudiera llegar a pensar de la situación.
- ¿Pero qué fue a hacer esa mujer allí? – se preguntó Cosme en voz alta.
- No lo sabemos. – aseguró Miguel – Habrá que esperar a que Roberto despierte y nos explique lo del dinero.
- ¿Qué dinero? – preguntó el anciano extrañado.
- En el suelo, junto a ellos, apareció una bolsa con mucho dinero, muchísimo. – explicó Miguel – Garay se la debe de haber entregado a los Montoro.
- Cuando llegó, la señora Montoro quiso hablar con Roberto a solas. – recordó el anciano – Mi nieto no quería hablar con ella, pero ella, erre que erre. Le dijo que le convenía hablar con ella.
- ¿Podría ser que don Germán le enviará a Roberto esa cantidad a través de su esposa? – preguntó Sara.
- No. – quien respondió fue Gabriel Garay quien acababa de entrar en el dispensario – El señor Montoro no tenía la menor idea de nada; es más, pensaba que su esposa estaba en el pueblo. ¿Cómo está Roberto?
- Aún no ha despertado. – respondió Sara – Entonces, ¿el dinero?
- No lo sé. – Garay se encogió de hombros – Tras estar en el cortijo de los Montoro, lo único que se me ocurre es que fue iniciativa de la señora. Creo que no tenía ningún interés en tener más hijastros. Perdone que sea tan crudo, don Cosme, pero la situación es muy complicada y es la única razón lógica que se me ocurre.
- Mi nieto jamás hubiera aceptado ese dinero. – Cosme estaba indignado ante semejante afirmación
- Lo sabemos, - Sara trató de tranquilizarlo – todos los que lo conocemos lo sabemos, pero doña Martina. No quiero hablar mal de una difunta, pero…
- Bueno, no hay manera de descubrir nada hasta que Roberto despierte. – cortó Miguel – No sirve de nada rompernos la cabeza pensando en ello.
Vosotras, ¿qué creeis?
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-¡Luis! – Nieves gritó al ver a su marido acercarse a la casa atravesando el jardín con Natalia en los brazos.
- Mariana, – dijo el hombre entrando en la casa y dirigiéndose a paso rápido hacia las escaleras – necesitamos un médico con urgencia. - La mujer hizo una seña y una de las doncellas salió corriendo sin importarle la lluvia que caía con fuerza en el exterior.
- Pero, ¿qué ha ocurrido? – Nieves seguía a su marido escaleras arriba, hacia el piso superior, donde se encontraban los dormitorios.
- Estaba en la playa. – Luis comenzó a explicarse sin aminorar su paso – Un golpe de mar la derribó y se golpeó contra las rocas; está inconsciente desde entonces. – Luis vio como una doncella corría a su lado, adelantándose para poder abrir la puerta del dormitorio de Natalia y después retirar la colcha de su cama. Luis depositó a su amiga sobre el lecho con sumo cuidado y dio un paso hacia atrás – No, no la toquéis. – El hombre estiró la mano y sujetó a su esposa, evitando que fuera hacia su amiga.
- ¿Por qué? Está empapada, hay que quitarle toda esa ropa mojada. – Nieves no entendía la reacción de su esposo.
- No, - dijo con rotundidad – ya la he movido yo más de lo recomendable. – Nieves miró a su marido con cara de espanto, aún así se acercó al baño y regresó llevando en sus manos un recipiente con agua y unos paños limpios.
- Al menos voy a limpiarle un poco la cara. – Nieves necesitaba hacer algo por su amiga, ser útil, no podía quedarse de brazos cruzados esperando la llegada del doctor. Con mucho cuidado se arrodilló junto a la cama, dejó el recipiente en el suelo, a su lado y, tras humedecer uno de los paños, comenzó a retirarle el pelo mojado de la cara. El paño se volvió rojo en pocas pasadas, Natalia presentaba un corte en la sien, en el nacimiento del cabello, no era muy profundo, pero sangraba en abundancia. Cuando la joven estimó que la herida estaba lo suficientemente limpia, tomó otro paño y cubrió la brecha, sosteniéndolo con su mano para que no se moviera. En aquella incómoda postura esperó hasta la llegada del doctor.
- Marcial, ¿por qué Roberto no despierta? – Sara estaba intranquila, caminaba por la imprenta a paso rápido, intentando calmar sus nervios. Hacía horas que Roberto descansaba en la consulta, pero aún no había recobrado el sentido – Dijiste que la herida era grave, pero que su vida no corría peligro.
- Y así es.- respondió el médico – Ha perdido mucha sangre, pero la herida del pecho fue limpia, debería de haber despertado ya. Lo cierto es que no me lo explico, es joven, es fuerte…
- Pero no le importa no despertar. – Cosme se acercó a Sara con una triste sonrisa en los labios. Acababa de dejar a su hija en el consultorio, velando la inconsciencia de su primogénito.
- ¿Cree que debería…? – dijo Sara. Marcial se alejó prudentemente, dejando a la joven hablar con el anciano.
- ¿Avisar a Natalia? – preguntó el hombre, pero se respondió a sí mismo negando con la cabeza – No, ¿qué le iba a decir? ¿Qué han intentado matar a mi nieto? ¿Qué no despierta? ¿Y ella qué podría hacer? No, de nada iba a servir preocuparla.
- Tiene razón. – aceptó Sara – Se angustiaría mucho al no poder hacer nada.
- ¿Por qué? ¿Por qué Olmedo querría matar a mi nieto? – el hombre se sentó abatido - ¿No hemos tenido suficientes desgracias ya?
- Roberto es una piedra en el camino de Olmedo. Tan solo quería quitarse preocupaciones y ganar méritos ante sus superiores.
- ¿Por qué habla así? ¿Conocía el plan de Olmedo? – Cosme aún no había atado cabos. Los guardias civiles habían tratado el caso con sumo cuidado para no levantar más escándalo del que se iba a organizar por la muerte de dos personas, las heridas a una tercera y la detención del máximo responsable de la ley y el orden en la zona.
- ¿Yo? – Sara titubeó, pero la oportuna llegada de Miguel hizo que no tuviera que responder.
- Don Cosme, Sara. – dijo el teniente Romero saludando con un gesto de cabeza
- ¿Olmedo? – preguntó Sara.
- En el calabozo, los compañeros que llegaron de Málaga están custodiándolo. No es que no me fíe de los de aquí, - explicó Miguel – pero Olmedo es capaz de amedrentar a cualquiera y éstos saben perfectamente a quién se enfrentan.
- ¿Y la señora Martina? – preguntó Cosme.
- Garay ha ido a hablar con los Montoro y hacerles entrega del cuerpo. – Miguel se sentía avergonzado por no haber podido hacer nada por evitar aquellas muertes y por lo que la gente pudiera llegar a pensar de la situación.
- ¿Pero qué fue a hacer esa mujer allí? – se preguntó Cosme en voz alta.
- No lo sabemos. – aseguró Miguel – Habrá que esperar a que Roberto despierte y nos explique lo del dinero.
- ¿Qué dinero? – preguntó el anciano extrañado.
- En el suelo, junto a ellos, apareció una bolsa con mucho dinero, muchísimo. – explicó Miguel – Garay se la debe de haber entregado a los Montoro.
- Cuando llegó, la señora Montoro quiso hablar con Roberto a solas. – recordó el anciano – Mi nieto no quería hablar con ella, pero ella, erre que erre. Le dijo que le convenía hablar con ella.
- ¿Podría ser que don Germán le enviará a Roberto esa cantidad a través de su esposa? – preguntó Sara.
- No. – quien respondió fue Gabriel Garay quien acababa de entrar en el dispensario – El señor Montoro no tenía la menor idea de nada; es más, pensaba que su esposa estaba en el pueblo. ¿Cómo está Roberto?
- Aún no ha despertado. – respondió Sara – Entonces, ¿el dinero?
- No lo sé. – Garay se encogió de hombros – Tras estar en el cortijo de los Montoro, lo único que se me ocurre es que fue iniciativa de la señora. Creo que no tenía ningún interés en tener más hijastros. Perdone que sea tan crudo, don Cosme, pero la situación es muy complicada y es la única razón lógica que se me ocurre.
- Mi nieto jamás hubiera aceptado ese dinero. – Cosme estaba indignado ante semejante afirmación
- Lo sabemos, - Sara trató de tranquilizarlo – todos los que lo conocemos lo sabemos, pero doña Martina. No quiero hablar mal de una difunta, pero…
- Bueno, no hay manera de descubrir nada hasta que Roberto despierte. – cortó Miguel – No sirve de nada rompernos la cabeza pensando en ello.
#1100
24/11/2012 16:44
- Lleva ya mucho tiempo dentro. – Nieves caminaba a paso rápido en el salón de la casa de Natalia.
- Siéntate, cariño. – Luis estaba preocupado por ambas mujeres – Ponerte tan nerviosa no te hace bien ni a ti ni a nuestro bebé.
- ¿Por qué no me ha permitido el doctor quedarme en la habitación mientras la reconoce? – Nieves se acercó a su marido y se sentó a su lado.
- Porque quiere evitar que te pongas nerviosa.
- Pues no lo está consiguiendo. ¡Ay! – gimió ella
- ¿Qué ocurre? – Luis se incorporó asustado.
- Nuestro hijo me ha dado una patada.
- ¡Bien hecho, mi niña! – Luis colocó una mano sobre el vientre de su esposa, acariciándolo – Al menos sé que ella me defenderá de las pullas que Natalia y tú me lancéis.
- Cariño… - Nieves acarició con ternura el rostro de su esposo y dejó caer una lágrima que rápidamente él secó con el dorso de su mano.
- Señores… - rápidamente, el matrimonio se giró, mirando a la puerta de la estancia por donde el doctor que atendía a la familia desde hacía años, había entrado.
- ¿Cómo está? – preguntó Luis. Nieves, a su lado, no era capaz de articular palabra.
- Está… cuando menos… delicada. – respondió el doctor – Tiene gran cantidad de laceraciones producidas por las rocas y severos golpes en la zona dorso… - el médico, al darse cuenta del nerviosismo de las personas que lo acompañaban y de que utilizaba términos médicos no fácilmente comprensibles en semejante situación, optó por usar palabras más sencillas - Tiene muchos pequeños cortes por todo el cuerpo, pero no les doy la más mínima importancia; sí me preocupan mucho más dos severos golpes que he encontrado. Uno de ellos en la parte baja de la espalda, a la altura de los riñones y el segundo en la sien.
- ¿Aún no ha despertado? – preguntó Nieves angustiada
- No.
- ¿Cuánto cree que tardará? – a Luis no le gustó lo más mínimo la escueta respuesta del galeno.
- No lo sé. Los golpes en la cabeza son totalmente imprevisibles, puede despertar en unos minutos como… como puede no hacerlo jamás.
- No, no, eso no puede ser. – Nieves dio un par de pasos hacia atrás hasta llegar a un sillón en el cual se acomodó – Tiene que estar conmigo cuando nazca mi bebé, me lo prometió. – dijo entre sollozos.
- Doctor, ¿no puede hacer algo por ella? – Luis miraba incrédulo al médico
- No, por ahora no. Deben mantenerla totalmente inmóvil, mientras no despierte… no sabremos hasta qué punto el golpe en la espalda pueda haber afectado a su movilidad. – Nieves ahogó un grito cubriendo su boca con las manos.
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A mí me preocuparía más Natalia que Roberto, él está rodeado de gente que lo quiere y sabe lo que le ocurre mientras que ella... la gente que la quiere no sabe cómo ayudarla.
- Siéntate, cariño. – Luis estaba preocupado por ambas mujeres – Ponerte tan nerviosa no te hace bien ni a ti ni a nuestro bebé.
- ¿Por qué no me ha permitido el doctor quedarme en la habitación mientras la reconoce? – Nieves se acercó a su marido y se sentó a su lado.
- Porque quiere evitar que te pongas nerviosa.
- Pues no lo está consiguiendo. ¡Ay! – gimió ella
- ¿Qué ocurre? – Luis se incorporó asustado.
- Nuestro hijo me ha dado una patada.
- ¡Bien hecho, mi niña! – Luis colocó una mano sobre el vientre de su esposa, acariciándolo – Al menos sé que ella me defenderá de las pullas que Natalia y tú me lancéis.
- Cariño… - Nieves acarició con ternura el rostro de su esposo y dejó caer una lágrima que rápidamente él secó con el dorso de su mano.
- Señores… - rápidamente, el matrimonio se giró, mirando a la puerta de la estancia por donde el doctor que atendía a la familia desde hacía años, había entrado.
- ¿Cómo está? – preguntó Luis. Nieves, a su lado, no era capaz de articular palabra.
- Está… cuando menos… delicada. – respondió el doctor – Tiene gran cantidad de laceraciones producidas por las rocas y severos golpes en la zona dorso… - el médico, al darse cuenta del nerviosismo de las personas que lo acompañaban y de que utilizaba términos médicos no fácilmente comprensibles en semejante situación, optó por usar palabras más sencillas - Tiene muchos pequeños cortes por todo el cuerpo, pero no les doy la más mínima importancia; sí me preocupan mucho más dos severos golpes que he encontrado. Uno de ellos en la parte baja de la espalda, a la altura de los riñones y el segundo en la sien.
- ¿Aún no ha despertado? – preguntó Nieves angustiada
- No.
- ¿Cuánto cree que tardará? – a Luis no le gustó lo más mínimo la escueta respuesta del galeno.
- No lo sé. Los golpes en la cabeza son totalmente imprevisibles, puede despertar en unos minutos como… como puede no hacerlo jamás.
- No, no, eso no puede ser. – Nieves dio un par de pasos hacia atrás hasta llegar a un sillón en el cual se acomodó – Tiene que estar conmigo cuando nazca mi bebé, me lo prometió. – dijo entre sollozos.
- Doctor, ¿no puede hacer algo por ella? – Luis miraba incrédulo al médico
- No, por ahora no. Deben mantenerla totalmente inmóvil, mientras no despierte… no sabremos hasta qué punto el golpe en la espalda pueda haber afectado a su movilidad. – Nieves ahogó un grito cubriendo su boca con las manos.
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A mí me preocuparía más Natalia que Roberto, él está rodeado de gente que lo quiere y sabe lo que le ocurre mientras que ella... la gente que la quiere no sabe cómo ayudarla.