Foro Bandolera
Como no me gusta la historia... voy y la cambio (Natalia y Roberto)
#0
27/04/2011 20:02
Como estoy bastante aburrida de que me tengan a Roberto entre rejas, aunque sean las rejas de cartón piedra del cuartel de Arazana, y de que nadie (excepto San Miguel) intente hacer nada... pues voy y lo saco yo misma.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
_____________________________________________________________________________
Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
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Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
#1061
25/10/2012 00:13
- Margarita… - preguntó Eugenia en voz baja. – Margarita, ¿estás despierta?
Margarita Guerra se revolvió a su lado en la cama. Los señores Guerra habían se encontraban de viaje visitando a unos parientes, y como su hija no había querido acompañarlos, se quedó alojada en casa de los Montoro durante unos días. Dado que las muchachas se llevaban tan bien, Margarita se acomodó en el cuarto de Eugenia y pasaban las horas charlando y haciéndose confidencias.
- Si, Eugenia. ¿Qué sucede? ¿Te encuentras mal? – preguntó la joven Guerra aún sin despertarse del todo.
- No, estoy bien. Tan solo es que no puedo dormir pensando en lo que nos ha dicho mi padre esta tarde.
- Creí que habías quedado conforme en no ir a molestar a Roberto de nuevo. – Margarita sentía verdadera preocupación por el asunto, pareciera como si su amiga sintiera algo más que cariño por el muchacho.
- Si, no te preocupes, dejaré tranquilo a Roberto. Se ha enfadado mucho papá cuando se ha enterado de que fuimos solas, ¿verdad?
- Si, Eugenia. Tanto tu padre como el mío ya nos habían advertido de que no debíamos alejarnos solas del pueblo, y no les hemos obedecido. – Margarita siempre había sido una jovencita respetuosa y obediente, aceptó su compromiso con Álvaro Montoro siguiendo los deseos de sus progenitores y se sintió decepcionada cuando éste la abandonó. Siempre se había plegado a los deseos de sus mayores y, a pesar de que Eugenia era un par de años menor que ella, también se dejaba guiar por ella, aunque supiera que no estaban haciendo bien.
- Pero no hemos corrido ningún peligro. – protestó Eugenia - No entiendo porqué debemos ir acompañadas en todo momento, las chicas del pueblo van y vienen sin necesidad de que nadie las acompañe.
- No es lo mismo Eugenia, ellas son hijas de campesinos y están acostumbradas a…
- Por favor, Margarita. – Eugenia se incorporó en la cama y encendió la luz de la mesilla – No solo estoy hablando de las hijas de los campesinos, me refiero también a las Reeves. Ahí tienes a Sara y Natalia, ellas viven solas, viajan solas y no les ha sucedido nunca nada.
- Pero ellas son inglesas. – repuso Margarita.
- ¿Qué tendrá eso que ver? – preguntó Eugenia hastiada.
- Y además no tienen padres que las protejan. – argumentó Margarita.
- Pero tienen dinero suficiente como para contratar protección si pensaran que fuera necesario. - Si, ¿verdad?- Margarita quedó pensativa.
- No te entiendo, Margarita. ¿A qué te refieres?
- Al señor Guarda. Es de sobra conocido que enviaron al señor Guarda para que protegiera a la señorita Reeves. Por lo que se rumoreaba, parece que lo enviaron desde el norte al descubrir que Arazana era un lugar peligroso para la integridad de una dama que viajara sola. – Habían inculcado a Margarita el pensamiento de que las jóvenes de buena familia eran muchachas delicadas y debían ser protegidas en todo momento; el secuestro al que fue sometida por parte de la banda de Carranza no hizo sino aumentar la percepción de este hecho y el miedo y la desconfianza ante los desconocidos.
- Ni tan siquiera papá se tranquilizó cuando le dijimos que el señor Guarda nos había acompañado. – Eugenia se deslizó de nuevo entre las sábanas con aire pensativo.
- Eugenia…
- ¿Sí?
- No me gusta ese hombre.
- ¿Quién?
- El señor Guarda. No me inspira confianza. – ante la mirada inquisitiva de su amiga, Margarita continuó hablando – Ya sé que ha sido muy respetuoso con nosotras en todo momento, que las señoritas Reeves confían en él y que a pesar de estar presente cuando tu padre contó… la verdad sobre Roberto, no ha hecho ningún comentario al respecto. Pero aún así, no consigo quitarme la sensación de que algo oculta, de que no es quien dice ser.
- No puedes ser tan desconfiada, Margarita. El mundo no está lleno de malas personas. –Eugenia quería animar a su amiga, pero no sabía cómo conseguirlo. Llevaba semanas intentando distraerla, sacarla de su casa, pero Margarita se resistía a ello – Fíjate tan solo en lo que sabes de él: las Reeves lo han contratado como protección, por lo que es un hombre de fiar y con nosotras siempre ha sido educado y gentil. Dale una oportunidad.
- ¿Tanto te importa mi opinión sobre él? – Margarita se había dado cuenta de que su amiga cambiaba de actitud cuando el joven se encontraba cerca. No se había preocupado en demasía ya que Eugenia era muy enamoradiza y aún debía sentar la cabeza, pero el hecho de que le preguntase su opinión en plena madrugada denotaba que le importaba realmente. – Eugenia, ¿no te estarás enamorando de él?
- ¿Qué tendría de malo? – preguntó la joven tapándose con las sábanas.
- No sabemos nada de él, no conocemos a su familia.
- De Antonio Villa creíamos saberlo todo y… - Eugenia recordó tan amarga experiencia.
- Prométeme que tendrás cuidado, ¿de acuerdo?
- De acuerdo. – Aceptó Eugenia apareciendo sonriente bajo las sábanas.
Margarita Guerra se revolvió a su lado en la cama. Los señores Guerra habían se encontraban de viaje visitando a unos parientes, y como su hija no había querido acompañarlos, se quedó alojada en casa de los Montoro durante unos días. Dado que las muchachas se llevaban tan bien, Margarita se acomodó en el cuarto de Eugenia y pasaban las horas charlando y haciéndose confidencias.
- Si, Eugenia. ¿Qué sucede? ¿Te encuentras mal? – preguntó la joven Guerra aún sin despertarse del todo.
- No, estoy bien. Tan solo es que no puedo dormir pensando en lo que nos ha dicho mi padre esta tarde.
- Creí que habías quedado conforme en no ir a molestar a Roberto de nuevo. – Margarita sentía verdadera preocupación por el asunto, pareciera como si su amiga sintiera algo más que cariño por el muchacho.
- Si, no te preocupes, dejaré tranquilo a Roberto. Se ha enfadado mucho papá cuando se ha enterado de que fuimos solas, ¿verdad?
- Si, Eugenia. Tanto tu padre como el mío ya nos habían advertido de que no debíamos alejarnos solas del pueblo, y no les hemos obedecido. – Margarita siempre había sido una jovencita respetuosa y obediente, aceptó su compromiso con Álvaro Montoro siguiendo los deseos de sus progenitores y se sintió decepcionada cuando éste la abandonó. Siempre se había plegado a los deseos de sus mayores y, a pesar de que Eugenia era un par de años menor que ella, también se dejaba guiar por ella, aunque supiera que no estaban haciendo bien.
- Pero no hemos corrido ningún peligro. – protestó Eugenia - No entiendo porqué debemos ir acompañadas en todo momento, las chicas del pueblo van y vienen sin necesidad de que nadie las acompañe.
- No es lo mismo Eugenia, ellas son hijas de campesinos y están acostumbradas a…
- Por favor, Margarita. – Eugenia se incorporó en la cama y encendió la luz de la mesilla – No solo estoy hablando de las hijas de los campesinos, me refiero también a las Reeves. Ahí tienes a Sara y Natalia, ellas viven solas, viajan solas y no les ha sucedido nunca nada.
- Pero ellas son inglesas. – repuso Margarita.
- ¿Qué tendrá eso que ver? – preguntó Eugenia hastiada.
- Y además no tienen padres que las protejan. – argumentó Margarita.
- Pero tienen dinero suficiente como para contratar protección si pensaran que fuera necesario. - Si, ¿verdad?- Margarita quedó pensativa.
- No te entiendo, Margarita. ¿A qué te refieres?
- Al señor Guarda. Es de sobra conocido que enviaron al señor Guarda para que protegiera a la señorita Reeves. Por lo que se rumoreaba, parece que lo enviaron desde el norte al descubrir que Arazana era un lugar peligroso para la integridad de una dama que viajara sola. – Habían inculcado a Margarita el pensamiento de que las jóvenes de buena familia eran muchachas delicadas y debían ser protegidas en todo momento; el secuestro al que fue sometida por parte de la banda de Carranza no hizo sino aumentar la percepción de este hecho y el miedo y la desconfianza ante los desconocidos.
- Ni tan siquiera papá se tranquilizó cuando le dijimos que el señor Guarda nos había acompañado. – Eugenia se deslizó de nuevo entre las sábanas con aire pensativo.
- Eugenia…
- ¿Sí?
- No me gusta ese hombre.
- ¿Quién?
- El señor Guarda. No me inspira confianza. – ante la mirada inquisitiva de su amiga, Margarita continuó hablando – Ya sé que ha sido muy respetuoso con nosotras en todo momento, que las señoritas Reeves confían en él y que a pesar de estar presente cuando tu padre contó… la verdad sobre Roberto, no ha hecho ningún comentario al respecto. Pero aún así, no consigo quitarme la sensación de que algo oculta, de que no es quien dice ser.
- No puedes ser tan desconfiada, Margarita. El mundo no está lleno de malas personas. –Eugenia quería animar a su amiga, pero no sabía cómo conseguirlo. Llevaba semanas intentando distraerla, sacarla de su casa, pero Margarita se resistía a ello – Fíjate tan solo en lo que sabes de él: las Reeves lo han contratado como protección, por lo que es un hombre de fiar y con nosotras siempre ha sido educado y gentil. Dale una oportunidad.
- ¿Tanto te importa mi opinión sobre él? – Margarita se había dado cuenta de que su amiga cambiaba de actitud cuando el joven se encontraba cerca. No se había preocupado en demasía ya que Eugenia era muy enamoradiza y aún debía sentar la cabeza, pero el hecho de que le preguntase su opinión en plena madrugada denotaba que le importaba realmente. – Eugenia, ¿no te estarás enamorando de él?
- ¿Qué tendría de malo? – preguntó la joven tapándose con las sábanas.
- No sabemos nada de él, no conocemos a su familia.
- De Antonio Villa creíamos saberlo todo y… - Eugenia recordó tan amarga experiencia.
- Prométeme que tendrás cuidado, ¿de acuerdo?
- De acuerdo. – Aceptó Eugenia apareciendo sonriente bajo las sábanas.
#1062
25/10/2012 20:22
Capítulo 118
- Rodríguez está en Villareja. Llegó hace dos días instalándose en la posada de las afueras del pueblo. – el teniente Garay estaba poniendo al tanto a los presentes de los datos que había recibido de sus compañeros – Nuestros compañeros no le pierden de vista en ningún momento.
- ¿También le siguen al interior de su habitación? – preguntó Ángel.
- No, - sonrió Garay – pero hay vigilancia de continuo en su puerta y en la ventana de su cuarto.
- Aún así. ¿Sabemos algo más? ¿Cómo es? – preguntó Sara. La joven miraba de continuo a Ángel, tratando de decidir si contarles a los demás que Juan, Marcial y Rafaelín estaban al tanto de todo y se mostraban dispuestos a ayudar.
- Sí, me han enviado una descripción pormenorizada. Ya conocíamos su aspecto, pero temíamos que lo hubiese cambiado. Metro setenta de estatura, cabello corto y castaño, barba recortada, ojos negros. Se hace pasar por un comerciante de vinos llamado Marcos Garcés, viste bien pero sin excesos y simula una cojera en la pierna derecha.
- Han hecho un buen trabajo sus compañeros, teniente. – dijo la señora Hermida.
- Sí, señora. Son grandes profesionales y se están esforzando porque del éxito de esta empresa no solo depende la vida de un hombre, – todos miraban a Roberto quien, impasible permanecía recostado contra un mueble – también depende el buen nombre del cuerpo.
- ¿Qué más? – Roberto habló por primera vez en toda la velada.
- Estamos casi seguros de que va a ser mañana. – la rotunda afirmación de Garay hizo que todos enmudecieran.
- ¿Por qué mañana? – Miguel no había podido hablar con Garay en todo el día y estaba enterándose a la vez que los demás.
- Le han escuchado decirle a la posadera que mañana y pasado mañana se ausentará del establecimiento pero que regresará a recoger sus pertenencias. Es muy probable que mañana mismo lo intente y utilice el segundo día para escapar o para intentarlo de nuevo, en caso de ser necesario.
- Lo tiene todo bien estudiado. ¿Saben si me conoce? – Roberto parecía ser el más templado de todos los presentes, parecía mentira que estuvieran hablando de los planes que existían para asesinarlo.
- Nuestros compañeros piensan que no, pero no están seguros. Olmedo no le ha visitado, ni tampoco ha recibido ningún paquete o nota en la cuál puedan facilitarle datos tuyos.
- ¿Qué podemos esperar entonces? – La tranquilidad que mostraba Roberto mantenía a todos boquiabiertos, tan solo Gabriel se mantenía tan frío como él.
- Pienso que Rodríguez aparecerá por el pueblo y se presentará como comerciante de vinos, probablemente vaya a la taberna y pregunte por los principales productores de la región.
- Entonces le pondrán en contacto con Germán Montoro. – dijo don Abel - ¿Creen que estaría dispuesto a ayudarnos?
- No. – dijo Roberto con rotundidad – No quiero deberle nada a esa familia. – Miguel, Ángel y Sara se miraron, pues comprendían los sentimientos del joven Pérez, el resto de los presentes no se atrevió a contradecir sus deseos.
- Rodríguez está en Villareja. Llegó hace dos días instalándose en la posada de las afueras del pueblo. – el teniente Garay estaba poniendo al tanto a los presentes de los datos que había recibido de sus compañeros – Nuestros compañeros no le pierden de vista en ningún momento.
- ¿También le siguen al interior de su habitación? – preguntó Ángel.
- No, - sonrió Garay – pero hay vigilancia de continuo en su puerta y en la ventana de su cuarto.
- Aún así. ¿Sabemos algo más? ¿Cómo es? – preguntó Sara. La joven miraba de continuo a Ángel, tratando de decidir si contarles a los demás que Juan, Marcial y Rafaelín estaban al tanto de todo y se mostraban dispuestos a ayudar.
- Sí, me han enviado una descripción pormenorizada. Ya conocíamos su aspecto, pero temíamos que lo hubiese cambiado. Metro setenta de estatura, cabello corto y castaño, barba recortada, ojos negros. Se hace pasar por un comerciante de vinos llamado Marcos Garcés, viste bien pero sin excesos y simula una cojera en la pierna derecha.
- Han hecho un buen trabajo sus compañeros, teniente. – dijo la señora Hermida.
- Sí, señora. Son grandes profesionales y se están esforzando porque del éxito de esta empresa no solo depende la vida de un hombre, – todos miraban a Roberto quien, impasible permanecía recostado contra un mueble – también depende el buen nombre del cuerpo.
- ¿Qué más? – Roberto habló por primera vez en toda la velada.
- Estamos casi seguros de que va a ser mañana. – la rotunda afirmación de Garay hizo que todos enmudecieran.
- ¿Por qué mañana? – Miguel no había podido hablar con Garay en todo el día y estaba enterándose a la vez que los demás.
- Le han escuchado decirle a la posadera que mañana y pasado mañana se ausentará del establecimiento pero que regresará a recoger sus pertenencias. Es muy probable que mañana mismo lo intente y utilice el segundo día para escapar o para intentarlo de nuevo, en caso de ser necesario.
- Lo tiene todo bien estudiado. ¿Saben si me conoce? – Roberto parecía ser el más templado de todos los presentes, parecía mentira que estuvieran hablando de los planes que existían para asesinarlo.
- Nuestros compañeros piensan que no, pero no están seguros. Olmedo no le ha visitado, ni tampoco ha recibido ningún paquete o nota en la cuál puedan facilitarle datos tuyos.
- ¿Qué podemos esperar entonces? – La tranquilidad que mostraba Roberto mantenía a todos boquiabiertos, tan solo Gabriel se mantenía tan frío como él.
- Pienso que Rodríguez aparecerá por el pueblo y se presentará como comerciante de vinos, probablemente vaya a la taberna y pregunte por los principales productores de la región.
- Entonces le pondrán en contacto con Germán Montoro. – dijo don Abel - ¿Creen que estaría dispuesto a ayudarnos?
- No. – dijo Roberto con rotundidad – No quiero deberle nada a esa familia. – Miguel, Ángel y Sara se miraron, pues comprendían los sentimientos del joven Pérez, el resto de los presentes no se atrevió a contradecir sus deseos.
#1063
27/10/2012 19:14
- También creo – continuó Garay – que intentará ponerse en contacto con Olmedo. Miguel y yo estaremos al tanto de cualquier movimiento del capitán durante los próximos días. Intentará quedarse a solas con él, pero de nuestra mano está saber dónde se encuentran en cada momento.
- No sé si lo habrán pensado, caballeros. – dijo el gobernador dirigiéndose a los guardias civiles – pero tal vez no estaría de más que Roberto tuviera un arma para protegerse.
- ¿Y qué iba yo a hacer con ella? No sé disparar, nunca tuve necesidad ni posibilidad de aprender. Y tampoco quiero tener un arma. – Vio la indecisión en las miradas de Gabriel y Miguel y se adelantó a sus posibles protestas.
- Entonces tan solo queda acordar una señal para que Roberto sepa que Rodríguez se encuentra cerca, pero nosotros también. – dijo Sara.
- No creo que eso sea conveniente. – la respuesta de Garay dejó sin palabras a todos – Si Roberto detecta la señal, Rodríguez también podría hacerlo.
- Bueno. – Roberto lanzó un suspiro antes de continuar hablando – Entonces no hay nada más de lo que hablar, mañana seguiré con mi rutina, saldré de casa al amanecer e iré al terruño, allí estaré hasta que anochezca y la falta de luz me impida seguir trabajando.
- Bien. – Garay se puso en pie y recogió su capote y su tricornio, se acercó a Roberto y le tendió la mano a modo de despedida. – Nos vemos mañana, cuando todo haya terminado. – y salió de la casa acompañado por Ángel quien se despidió con tan solo un movimiento de cabeza.
- Yo también me voy. – Roberto se separó del mueble en el que había estado apoyado toda la noche y dio un paso al frente, Sara salió a su paso.
- Roberto, ten cuidado, ¿de acuerdo? No vamos a dejar que sufras ningún daño, no vas a estar solo. Pase lo que pase y, a pesar de todo, siempre seremos amigos. – Sara se apoyó en el brazo de su amigo y le dio un beso en la mejilla. Meses atrás, Roberto hubiera dado cualquier cosa por un beso de ella, pero no sintió nada especial, los besos y caricias de Natalia lo habían inmunizado ante los encantos de cualquier otra mujer en el mundo.
- Todo irá bien. – Miguel también se acercó a despedirse, Miguel había entendido el mensaje que Sara había hecho llegar a su amigo: A pesar de que la relación con Natalia hubiera acabado de la peor manera imaginable, siempre podría contar con ellos.
- Eso espero. Adiós. – Roberto se acercó a los Hermida - Gracias por su ayuda.
- Lo acompaño. – dijo Elvira mostrándole el camino hasta la puerta.
- Este muchacho llegará lejos, lo presiento. – comentó don Abel al oír el ruido de la puerta que se cerraba.
- Eso será si todo sale bien mañana y Olmedo no se sale con la suya. – comentó el teniente Romero en voz baja.
- ¿Cómo puedes decir eso, Miguel? ¿Cómo puedes siquiera pensarlo? – Sara empalideció al instante, pensando que sus planes pudieran salir mal y su amigo acabara herido o muerto.
- Porque existe esa posibilidad, Sara. Ninguno de nosotros hemos querido hablar de ello, pero es muy probable que no podamos detener a Rodríguez o a Olmedo. Además, – Miguel estaba siendo muy duro, pero tenía que hacer ver a su novia que el optimismo que todos mostraban era tan solo una fachada – aunque en esta ocasión Roberto salga ileso, ¿quién va a evitar que Olmedo vuelva a intentarlo?
- Pero en todo momento han hablado de que todo saldrá bien. – Elvira acababa de llegar al salón y escuchó las terribles palabras del teniente.
- Querida, no podíamos hablar así delante de Roberto, compréndelo. – el gobernador tomó la mano de su esposa y se la llevó a los labios para depositar un beso en ella.
- A pesar de que él mismo sea quien tenga las cosas más claras. – continuó hablando Miguel – Sí, Sara, no me mires así. Roberto es muy consciente del peligro que corre, sabe que a pesar de que vigilemos a Olmedo y Rodríguez, él va a estar solo en su terruño. La zona es difícil de cubrir, está muy abierta, tan solo hay unos cuantos árboles en uno de sus lados, muy poco sitio para poder esconderse o protegerse del ataque de un hombre armado.
- Pero no le va a pasar nada, no vamos a dejar que nada le pase. – Sara se arrojó sollozando en los brazos de su novio – Si algo le sucediese a Roberto… Natalia se moriría. – dijo en susurros, de modo que tan solo Miguel pudo oírla.
- No sé si lo habrán pensado, caballeros. – dijo el gobernador dirigiéndose a los guardias civiles – pero tal vez no estaría de más que Roberto tuviera un arma para protegerse.
- ¿Y qué iba yo a hacer con ella? No sé disparar, nunca tuve necesidad ni posibilidad de aprender. Y tampoco quiero tener un arma. – Vio la indecisión en las miradas de Gabriel y Miguel y se adelantó a sus posibles protestas.
- Entonces tan solo queda acordar una señal para que Roberto sepa que Rodríguez se encuentra cerca, pero nosotros también. – dijo Sara.
- No creo que eso sea conveniente. – la respuesta de Garay dejó sin palabras a todos – Si Roberto detecta la señal, Rodríguez también podría hacerlo.
- Bueno. – Roberto lanzó un suspiro antes de continuar hablando – Entonces no hay nada más de lo que hablar, mañana seguiré con mi rutina, saldré de casa al amanecer e iré al terruño, allí estaré hasta que anochezca y la falta de luz me impida seguir trabajando.
- Bien. – Garay se puso en pie y recogió su capote y su tricornio, se acercó a Roberto y le tendió la mano a modo de despedida. – Nos vemos mañana, cuando todo haya terminado. – y salió de la casa acompañado por Ángel quien se despidió con tan solo un movimiento de cabeza.
- Yo también me voy. – Roberto se separó del mueble en el que había estado apoyado toda la noche y dio un paso al frente, Sara salió a su paso.
- Roberto, ten cuidado, ¿de acuerdo? No vamos a dejar que sufras ningún daño, no vas a estar solo. Pase lo que pase y, a pesar de todo, siempre seremos amigos. – Sara se apoyó en el brazo de su amigo y le dio un beso en la mejilla. Meses atrás, Roberto hubiera dado cualquier cosa por un beso de ella, pero no sintió nada especial, los besos y caricias de Natalia lo habían inmunizado ante los encantos de cualquier otra mujer en el mundo.
- Todo irá bien. – Miguel también se acercó a despedirse, Miguel había entendido el mensaje que Sara había hecho llegar a su amigo: A pesar de que la relación con Natalia hubiera acabado de la peor manera imaginable, siempre podría contar con ellos.
- Eso espero. Adiós. – Roberto se acercó a los Hermida - Gracias por su ayuda.
- Lo acompaño. – dijo Elvira mostrándole el camino hasta la puerta.
- Este muchacho llegará lejos, lo presiento. – comentó don Abel al oír el ruido de la puerta que se cerraba.
- Eso será si todo sale bien mañana y Olmedo no se sale con la suya. – comentó el teniente Romero en voz baja.
- ¿Cómo puedes decir eso, Miguel? ¿Cómo puedes siquiera pensarlo? – Sara empalideció al instante, pensando que sus planes pudieran salir mal y su amigo acabara herido o muerto.
- Porque existe esa posibilidad, Sara. Ninguno de nosotros hemos querido hablar de ello, pero es muy probable que no podamos detener a Rodríguez o a Olmedo. Además, – Miguel estaba siendo muy duro, pero tenía que hacer ver a su novia que el optimismo que todos mostraban era tan solo una fachada – aunque en esta ocasión Roberto salga ileso, ¿quién va a evitar que Olmedo vuelva a intentarlo?
- Pero en todo momento han hablado de que todo saldrá bien. – Elvira acababa de llegar al salón y escuchó las terribles palabras del teniente.
- Querida, no podíamos hablar así delante de Roberto, compréndelo. – el gobernador tomó la mano de su esposa y se la llevó a los labios para depositar un beso en ella.
- A pesar de que él mismo sea quien tenga las cosas más claras. – continuó hablando Miguel – Sí, Sara, no me mires así. Roberto es muy consciente del peligro que corre, sabe que a pesar de que vigilemos a Olmedo y Rodríguez, él va a estar solo en su terruño. La zona es difícil de cubrir, está muy abierta, tan solo hay unos cuantos árboles en uno de sus lados, muy poco sitio para poder esconderse o protegerse del ataque de un hombre armado.
- Pero no le va a pasar nada, no vamos a dejar que nada le pase. – Sara se arrojó sollozando en los brazos de su novio – Si algo le sucediese a Roberto… Natalia se moriría. – dijo en susurros, de modo que tan solo Miguel pudo oírla.
#1064
28/10/2012 19:30
Capítulo 119
- ¿Qué tal te ha ido hoy el día, muchacho? – Cosme, Carmen y Juanito se encontraban sentados a la mesa, cenando, cuando Roberto entró en la casa.
- Bien abuelo, gracias. – respondió el joven dejando la chaqueta colgada en el respaldo de una silla.
- Siéntate, voy a traerte la cena antes de que se enfríe. – Carmen se levantó y se acercó al fogón. Su relación con Roberto no había mejorado en los últimos días, él intentaba permanecer en la casa el menor tiempo posible ya que seguía sintiéndose incapaz de hablar con su madre, de perdonarla. Tampoco tenía palabras de alivio que pudieran ayudar a su hermano y mucho menos ánimo de enfrentarse a su abuelo, quien era el único conocedor de la verdadera causa de su dolor.
- No tengo hambre, no se moleste. – Roberto se sentó junto a su hermano y se sirvió un vaso de vino.
- Algo has de comer. – terció su abuelo, haciéndole un gesto a su hija para que llenara el plato de su nieto – Sales de casa de madrugada y estás por ahí todo el santo día. Seguro que no has comido nada caliente desde… desde ni se sabe.
- No tengo hambre. – Roberto apartó el plano con la mano y bebió el vaso de vino volviéndolo a llenar de nuevo.
- Pero tienes que comer, ¿cómo vas a hacer tu trabajo en el terruño si no te alimentas? – Cosme empujó el plato, acercándolo de nuevo a su nieto – Ahora esta familia depende de los frutos de ese pedazo de tierra y de tu esfuerzo.
Roberto prefirió comer a discutir con su abuelo y tomó el tenedor en su mano. Carmen era una gran cocinera y el guisado que constituía la cena era uno de los platos favoritos de Roberto; aún así, podía haber estado comiendo pan duro que le hubiera dado lo mismo, su mente estaba en otra parte. Cosme acababa de recodarle que él era el cabeza de familia, que sobre sus hombros recaía la responsabilidad de sacarlos adelante, de proveer su sustento, sin embargo la muerte le rondaba y él no tenía ánimos para esquivarla. Durante días había pensado en Olmedo como la solución a sus problemas; si su sicario acababa con su vida, dejaría de sufrir. Dejaría de atormentarse pensando que toda su vida había sido una patraña, dejaría de recordar la vergüenza que durante toda su vida sufrió Tomás Pérez, el único hombre al que podía sentir como a un padre, pero sobre todo dejaría de vivir atormentado por el recuerdo del dolor causado a Natalia. Sin embargo, lo que acababa de decir su abuelo le recordó que las últimas palabras de Tomás fueron para pedirle que cuidase de Carmen y la comprendiese, para que diera una educación a Juanito, para que escuchara los consejos de su abuelo y para que siguiera adelante con la cabeza bien alta, haciendo caso omiso a las habladurías. ¿Cómo podía haber olvidado la última petición de Tomás? ¿Cómo podía haberse desentendido de sus obligaciones de aquel modo? Se había comportado con egoísmo, pensando tan solo en él y en sus sentimientos, regodeándose en su dolor, olvidándose de que no era él el único que había perdido a Tomás y admitiendo que el dolor causado a Natalia había sido, además de cruel, innecesario. Desde que tuvo conocimiento de los planes de Olmedo, vio el ataque de Rodríguez como una salida a su dolor, pero no pensó en más allá de su muerte, no pensó en el desamparo en el que se vería sumida su familia, no pensó en que deberían vivir de la caridad de los demás, y ya era demasiado tarde para pensar en ello. Estaba seguro que todo el pueblo se volcaría con ellos, pero aún así, debería haber sido más hombre y olvidar sus cuitas para dejarlo todo bien atado. Tan absorto estaba en sus pensamientos que no se dio cuenta de que había terminado su cena y su familia lo miraba con atención.
- ¿Qué tal te ha ido hoy el día, muchacho? – Cosme, Carmen y Juanito se encontraban sentados a la mesa, cenando, cuando Roberto entró en la casa.
- Bien abuelo, gracias. – respondió el joven dejando la chaqueta colgada en el respaldo de una silla.
- Siéntate, voy a traerte la cena antes de que se enfríe. – Carmen se levantó y se acercó al fogón. Su relación con Roberto no había mejorado en los últimos días, él intentaba permanecer en la casa el menor tiempo posible ya que seguía sintiéndose incapaz de hablar con su madre, de perdonarla. Tampoco tenía palabras de alivio que pudieran ayudar a su hermano y mucho menos ánimo de enfrentarse a su abuelo, quien era el único conocedor de la verdadera causa de su dolor.
- No tengo hambre, no se moleste. – Roberto se sentó junto a su hermano y se sirvió un vaso de vino.
- Algo has de comer. – terció su abuelo, haciéndole un gesto a su hija para que llenara el plato de su nieto – Sales de casa de madrugada y estás por ahí todo el santo día. Seguro que no has comido nada caliente desde… desde ni se sabe.
- No tengo hambre. – Roberto apartó el plano con la mano y bebió el vaso de vino volviéndolo a llenar de nuevo.
- Pero tienes que comer, ¿cómo vas a hacer tu trabajo en el terruño si no te alimentas? – Cosme empujó el plato, acercándolo de nuevo a su nieto – Ahora esta familia depende de los frutos de ese pedazo de tierra y de tu esfuerzo.
Roberto prefirió comer a discutir con su abuelo y tomó el tenedor en su mano. Carmen era una gran cocinera y el guisado que constituía la cena era uno de los platos favoritos de Roberto; aún así, podía haber estado comiendo pan duro que le hubiera dado lo mismo, su mente estaba en otra parte. Cosme acababa de recodarle que él era el cabeza de familia, que sobre sus hombros recaía la responsabilidad de sacarlos adelante, de proveer su sustento, sin embargo la muerte le rondaba y él no tenía ánimos para esquivarla. Durante días había pensado en Olmedo como la solución a sus problemas; si su sicario acababa con su vida, dejaría de sufrir. Dejaría de atormentarse pensando que toda su vida había sido una patraña, dejaría de recordar la vergüenza que durante toda su vida sufrió Tomás Pérez, el único hombre al que podía sentir como a un padre, pero sobre todo dejaría de vivir atormentado por el recuerdo del dolor causado a Natalia. Sin embargo, lo que acababa de decir su abuelo le recordó que las últimas palabras de Tomás fueron para pedirle que cuidase de Carmen y la comprendiese, para que diera una educación a Juanito, para que escuchara los consejos de su abuelo y para que siguiera adelante con la cabeza bien alta, haciendo caso omiso a las habladurías. ¿Cómo podía haber olvidado la última petición de Tomás? ¿Cómo podía haberse desentendido de sus obligaciones de aquel modo? Se había comportado con egoísmo, pensando tan solo en él y en sus sentimientos, regodeándose en su dolor, olvidándose de que no era él el único que había perdido a Tomás y admitiendo que el dolor causado a Natalia había sido, además de cruel, innecesario. Desde que tuvo conocimiento de los planes de Olmedo, vio el ataque de Rodríguez como una salida a su dolor, pero no pensó en más allá de su muerte, no pensó en el desamparo en el que se vería sumida su familia, no pensó en que deberían vivir de la caridad de los demás, y ya era demasiado tarde para pensar en ello. Estaba seguro que todo el pueblo se volcaría con ellos, pero aún así, debería haber sido más hombre y olvidar sus cuitas para dejarlo todo bien atado. Tan absorto estaba en sus pensamientos que no se dio cuenta de que había terminado su cena y su familia lo miraba con atención.
#1065
28/10/2012 21:36
La verdad Roberta es que sara tiene razon si algo le pasara a roberto,natalia...................
y cuantas preocupaciones tiene Roberto
gracias Roberta
y cuantas preocupaciones tiene Roberto
gracias Roberta
#1066
29/10/2012 19:50
- Roberto, muchacho, pareces ido, ¿qué te preocupa? – Cosme lo había estado observando cada día, comprobando que se iba consumiendo poco a poco, nada quedaba ya del joven feliz y enamorado que se había sincerado con él días antes.
- Nada abuelo. Estaba pensando en la tarea de mañana del terruño, hace semanas que no ha llovido y el campo está muy seco. – no había caído ni una sola gota de agua desde la tormenta bajo la cual Natalia y él se habían besado por primera vez. Roberto se asombraba ante la capacidad de su mente para relacionar cualquier idea con el recuerdo de ella, de la mujer que amaba.
- Por mucho que pienses en ello no va a llover. – Roberto esbozó una media sonrisa ante la frase de su abuelo.
- Bueno, estoy cansado. Creo que voy a ir a acostarme, mañana tengo que levantarme muy temprano. – Roberto se levantó pero su abuelo lo sujetó del brazo.
- Hace mucho que no charlamos, ¿por qué no te sientas un rato? - Roberto no quería enfrentarse a su familia, no tenía nada de lo que hablar con ellos pero, ante las miradas de su madre y hermano, optó por sentarse de nuevo.
- Bien, Juan, ¿qué has hecho hoy? – preguntó Cosme tras unos momentos en los que nadie se atrevió a hablar.
- Nada. Estuve en el pueblo, en la herrería con Satur. – Juanito seguía sentado sin levantar la mirada del plato que acababa de vaciar. Tras la muerte de su padre había pensado en dejar la escuela y ayudar a Satur en la herrería, lo había probado pero no tenía ni la destreza ni la fuerza necesarias.
- Debes volver a la escuela. – dijo Roberto muy serio.
- ¿Para qué? Allí ya no pueden enseñarme nada. – Juanito se hallaba muy desanimado.
- No digas eso, la señorita Flor te puede enseñar aún muchas cosas. – Carmen estaba muy preocupada por sus hijos, el mayor no le hablaba y estaba viendo como el más joven no sabía qué hacer con su vida.
- Debes seguir estudiando, no voy a permitir que te partas el lomo trabajando para al final no arrancarle nada a esta maldita tierra. – Roberto seguía sin levantar la vista de la mesa, pero su voz sonó muy seria, dejando las cosas muy claras.
- No, no voy a hacer lo que tú quieras, no eres nadie para mandarme. – Juanito se levantó de la mesa arrastrando la silla en la que estaba sentado y se dispuso a ir hacia su habitación.
- Tú vas a hacer lo que se te diga y no hay más que hablar. – Roberto no levantó la voz pero, la seriedad con la que habló, hizo que su hermano se quedase quieto junto a la silla caída.
- En la escuela no hago más que perder el tiempo. ¿Para qué voy a seguir allí si no podré ir a la universidad ni seguir estudiando? – Juanito levantó la silla y volvió a sentarse a la mesa. El arranque de rabia se debía a la frustración y el dolor que experimentaba desde la muerte de su padre por darse cuenta de que sus ilusiones se las había llevado el viento.
- No sé cómo lo haremos, pero tú seguirás estudiando Juan, seguirás estudiando.
El joven levantó la mirada, era la primera vez que su hermano mayor lo llamaba por su nombre, sin utilizar el diminutivo. Aquel gesto hizo que se sintiera más seguro, que pensara que no era hora de lamentarse sino de luchar por lo que quería, y lo que quería era estudiar y formarse. Si Roberto había dicho que debía estudiar… estudiaría, pese a todo y a todos. Feliz, volvió a levantarse de la silla, derribándola una vez más, y, tras colocarla en su lugar, se fue a su dormitorio pensando en que debía descansar para ir a la escuela. Debería esforzarse para recuperar las jornadas perdidas, pero con un poco de interés, lo conseguiría.
- Nada abuelo. Estaba pensando en la tarea de mañana del terruño, hace semanas que no ha llovido y el campo está muy seco. – no había caído ni una sola gota de agua desde la tormenta bajo la cual Natalia y él se habían besado por primera vez. Roberto se asombraba ante la capacidad de su mente para relacionar cualquier idea con el recuerdo de ella, de la mujer que amaba.
- Por mucho que pienses en ello no va a llover. – Roberto esbozó una media sonrisa ante la frase de su abuelo.
- Bueno, estoy cansado. Creo que voy a ir a acostarme, mañana tengo que levantarme muy temprano. – Roberto se levantó pero su abuelo lo sujetó del brazo.
- Hace mucho que no charlamos, ¿por qué no te sientas un rato? - Roberto no quería enfrentarse a su familia, no tenía nada de lo que hablar con ellos pero, ante las miradas de su madre y hermano, optó por sentarse de nuevo.
- Bien, Juan, ¿qué has hecho hoy? – preguntó Cosme tras unos momentos en los que nadie se atrevió a hablar.
- Nada. Estuve en el pueblo, en la herrería con Satur. – Juanito seguía sentado sin levantar la mirada del plato que acababa de vaciar. Tras la muerte de su padre había pensado en dejar la escuela y ayudar a Satur en la herrería, lo había probado pero no tenía ni la destreza ni la fuerza necesarias.
- Debes volver a la escuela. – dijo Roberto muy serio.
- ¿Para qué? Allí ya no pueden enseñarme nada. – Juanito se hallaba muy desanimado.
- No digas eso, la señorita Flor te puede enseñar aún muchas cosas. – Carmen estaba muy preocupada por sus hijos, el mayor no le hablaba y estaba viendo como el más joven no sabía qué hacer con su vida.
- Debes seguir estudiando, no voy a permitir que te partas el lomo trabajando para al final no arrancarle nada a esta maldita tierra. – Roberto seguía sin levantar la vista de la mesa, pero su voz sonó muy seria, dejando las cosas muy claras.
- No, no voy a hacer lo que tú quieras, no eres nadie para mandarme. – Juanito se levantó de la mesa arrastrando la silla en la que estaba sentado y se dispuso a ir hacia su habitación.
- Tú vas a hacer lo que se te diga y no hay más que hablar. – Roberto no levantó la voz pero, la seriedad con la que habló, hizo que su hermano se quedase quieto junto a la silla caída.
- En la escuela no hago más que perder el tiempo. ¿Para qué voy a seguir allí si no podré ir a la universidad ni seguir estudiando? – Juanito levantó la silla y volvió a sentarse a la mesa. El arranque de rabia se debía a la frustración y el dolor que experimentaba desde la muerte de su padre por darse cuenta de que sus ilusiones se las había llevado el viento.
- No sé cómo lo haremos, pero tú seguirás estudiando Juan, seguirás estudiando.
El joven levantó la mirada, era la primera vez que su hermano mayor lo llamaba por su nombre, sin utilizar el diminutivo. Aquel gesto hizo que se sintiera más seguro, que pensara que no era hora de lamentarse sino de luchar por lo que quería, y lo que quería era estudiar y formarse. Si Roberto había dicho que debía estudiar… estudiaría, pese a todo y a todos. Feliz, volvió a levantarse de la silla, derribándola una vez más, y, tras colocarla en su lugar, se fue a su dormitorio pensando en que debía descansar para ir a la escuela. Debería esforzarse para recuperar las jornadas perdidas, pero con un poco de interés, lo conseguiría.
#1067
30/10/2012 20:28
- Lo siento madre, lo siento mucho. – Roberto esperó a que su hermano se hubiera ido para continuar hablando. – Yo… yo no soy quien para juzgarla, perdóneme.
Carmen se levantó de su asiento y rodeó la mesa para ir a abrazar a su hijo, quien se aferró a la cintura de la mujer con todas sus fuerzas. Cosme contemplaba la escena, consciente del verdadero significado de ésta. Roberto por fin había comprendido que una historia como la suya con Natalia, había sucedido treinta años antes teniendo como protagonistas a sus padres. En ambos casos, las circunstancias de la vida, las diferencias entre ellos, habían dado al traste con su amor. Roberto se había dado cuenta de que sus padres no habían sido lo suficientemente valientes como para luchar por su vida en común y que, de ese modo, lo único que habían conseguido había sido causar dolor a sus familias. ¿Se daría cuenta el joven de que aún tenía una oportunidad con Natalia? ¿Sería capaz de dejarlo todo, buscarla y rogar su perdón? Cosme sabía lo orgulloso que era su nieto mayor, pero nunca lo había visto tan enamorado y feliz como con ella y tan destrozado, como tras su marcha.
Las manos de la mujer acariciaban el cabello de su hijo con ternura, como cuando era un bebé y se quedaba dormido en su regazo. ¡Qué sencillas eran las cosas en aquel entonces! Cada vez que miraba al bebé, el recuerdo de la cobardía del padre volvía a atormentarla, pero poco a poco las amarguras fueron dejando paso a las alegrías que les provocaba el niño y el recuerdo de su concepción fue quedando en el olvido.
- No importa hijo, no importa, todo está bien. Todo va a estar bien.
- No, madre, fui… fui muy cruel con usted. Le dije cosas que jamás debería haber dicho. – La voz de Roberto sonaba amortiguada ya que escondía la cara contra el vientre de su madre, deseando tal vez volver allí, olvidándose de los sinsabores de la vida que le había tocado en suerte.
- ¡Shhh! Calla…, calla, no importa hijo, no importa. – Carmen sabía que las reacciones de los últimos días de Roberto estaban basadas en el dolor y en la desilusión. Sabía que su hijo realmente no sentía las palabras que salían por su boca, pero temía que éstas hicieran mella en la buena relación que habían tenido siempre.
- Pero… - Roberto elevó la mirada hacia su madre, una mirada llorosa que expresaba todo el dolor que el joven sentía.
- Pero nada. – Carmen peinó los cabellos de su hijo con los dedos. – Yo… yo hice mal. Hice muy mal al mentir a tu padre, al utilizarlo para no tener que afrontar tu crianza sola. Hice muy mal al mantener la mentira durante todos estos años, los tres teníais derecho a saber la verdad: tú, Tomás y don Germán. Pero tuve miedo, tuve miedo de que Tomás nos abandonara, de que don Germán me reprochara… de que tú… ¡Hijo mío! No puedes imaginar cuántas veces estuve a punto de hablar y cuántas veces callé por no acabar con la felicidad de dos familias. Pero debí comprender que con un dedo no se tapa el sol y que al final todo se sabe en esta vida. El único verdadero pesar que me queda es no haberte podido dar la educación y las facilidades que hubieras tenido como hijo de don Germán, que hayas tenido que trabajar tan duro desde niño.
- No importa, madre. Créame, no importa. Yo… tampoco fui tan buen estudiante el tiempo que fui a la escuela. ¿Recuerda? – Roberto comentó con una sonrisa triste, haciendo recordar a su madre y a su abuelo la cantidad de veces que los maestros les hacían llamar para decirles que el pequeño Roberto llegaba tarde a clase porque se entretenía persiguiendo pájaros o cogiendo lagartijas con las que asustar a sus compañeros de clase.
- Aún así…
- Ya no importa madre, créame, ya no me importa. – Roberto se puso en pie, se limpió los ojos con la manga de la camisa y limpió las lágrimas de Carmen con los pulgares. Liberándose con suavidad de los brazos de su madre, tomó de nuevo su chaqueta y salió a la calle. Carmen y Cosme se miraron y el anciano salió tras su nieto, dejando a su hija, tranquila por primera vez desde la muerte de su esposo y el descubrimiento de la verdad que llevaba ocultando casi treinta años.
Carmen se levantó de su asiento y rodeó la mesa para ir a abrazar a su hijo, quien se aferró a la cintura de la mujer con todas sus fuerzas. Cosme contemplaba la escena, consciente del verdadero significado de ésta. Roberto por fin había comprendido que una historia como la suya con Natalia, había sucedido treinta años antes teniendo como protagonistas a sus padres. En ambos casos, las circunstancias de la vida, las diferencias entre ellos, habían dado al traste con su amor. Roberto se había dado cuenta de que sus padres no habían sido lo suficientemente valientes como para luchar por su vida en común y que, de ese modo, lo único que habían conseguido había sido causar dolor a sus familias. ¿Se daría cuenta el joven de que aún tenía una oportunidad con Natalia? ¿Sería capaz de dejarlo todo, buscarla y rogar su perdón? Cosme sabía lo orgulloso que era su nieto mayor, pero nunca lo había visto tan enamorado y feliz como con ella y tan destrozado, como tras su marcha.
Las manos de la mujer acariciaban el cabello de su hijo con ternura, como cuando era un bebé y se quedaba dormido en su regazo. ¡Qué sencillas eran las cosas en aquel entonces! Cada vez que miraba al bebé, el recuerdo de la cobardía del padre volvía a atormentarla, pero poco a poco las amarguras fueron dejando paso a las alegrías que les provocaba el niño y el recuerdo de su concepción fue quedando en el olvido.
- No importa hijo, no importa, todo está bien. Todo va a estar bien.
- No, madre, fui… fui muy cruel con usted. Le dije cosas que jamás debería haber dicho. – La voz de Roberto sonaba amortiguada ya que escondía la cara contra el vientre de su madre, deseando tal vez volver allí, olvidándose de los sinsabores de la vida que le había tocado en suerte.
- ¡Shhh! Calla…, calla, no importa hijo, no importa. – Carmen sabía que las reacciones de los últimos días de Roberto estaban basadas en el dolor y en la desilusión. Sabía que su hijo realmente no sentía las palabras que salían por su boca, pero temía que éstas hicieran mella en la buena relación que habían tenido siempre.
- Pero… - Roberto elevó la mirada hacia su madre, una mirada llorosa que expresaba todo el dolor que el joven sentía.
- Pero nada. – Carmen peinó los cabellos de su hijo con los dedos. – Yo… yo hice mal. Hice muy mal al mentir a tu padre, al utilizarlo para no tener que afrontar tu crianza sola. Hice muy mal al mantener la mentira durante todos estos años, los tres teníais derecho a saber la verdad: tú, Tomás y don Germán. Pero tuve miedo, tuve miedo de que Tomás nos abandonara, de que don Germán me reprochara… de que tú… ¡Hijo mío! No puedes imaginar cuántas veces estuve a punto de hablar y cuántas veces callé por no acabar con la felicidad de dos familias. Pero debí comprender que con un dedo no se tapa el sol y que al final todo se sabe en esta vida. El único verdadero pesar que me queda es no haberte podido dar la educación y las facilidades que hubieras tenido como hijo de don Germán, que hayas tenido que trabajar tan duro desde niño.
- No importa, madre. Créame, no importa. Yo… tampoco fui tan buen estudiante el tiempo que fui a la escuela. ¿Recuerda? – Roberto comentó con una sonrisa triste, haciendo recordar a su madre y a su abuelo la cantidad de veces que los maestros les hacían llamar para decirles que el pequeño Roberto llegaba tarde a clase porque se entretenía persiguiendo pájaros o cogiendo lagartijas con las que asustar a sus compañeros de clase.
- Aún así…
- Ya no importa madre, créame, ya no me importa. – Roberto se puso en pie, se limpió los ojos con la manga de la camisa y limpió las lágrimas de Carmen con los pulgares. Liberándose con suavidad de los brazos de su madre, tomó de nuevo su chaqueta y salió a la calle. Carmen y Cosme se miraron y el anciano salió tras su nieto, dejando a su hija, tranquila por primera vez desde la muerte de su esposo y el descubrimiento de la verdad que llevaba ocultando casi treinta años.
#1068
02/11/2012 19:29
- Roberto, muchacho, ¿dónde vas? – Cosme salió de la casa tras su nieto, el hombre tuvo que apresurar el paso para poder llegar a su altura ya que el joven caminaba con pasos largos y decididos.
- No lo sé, a tomar el aire. – respondió al descuido.
- Lo que has dicho ahí dentro… ha sido muy bonito de tu parte. A tu madre y a tu hermano les ha hecho mucho bien, pero ¿realmente piensas así? – Roberto dejó de caminar y bajó la cabeza, sin saber qué responder, por lo que el anciano continuó hablando – Ya sé que quieres que Juanito siga estudiando, que se convierta en un hombre de bien, que tenga las oportunidades que tú no has tenido, no estoy hablando de él; estoy hablando de tu madre. ¿De verdad no te importa, tal y como le has dicho?
- No, ya no me importa. – Roberto decía la verdad, aquella noche nada le importaba, tal vez estuviera viviendo sus últimas horas y deseaba pasarlas en paz con los suyos, dejando tranquilidad en sus almas… por lo que pudiera pasar.
- ¿Qué es lo que te ha hecho cambiar de opinión? ¿Por qué ahora eres tan comprensivo con tu madre? – Roberto estuvo a punto de irse dejando a su abuelo con la palabra en la boca, pero recordó la recomendación de Tomás de que confiara en él y siguiera sus consejos. No podía hablarle del peligro que corría, del plan de Olmedo, sabía que si Cosme descubría los planes del capitán intentaría detenerle o se enfrentaría al guardia civil, pero podía hablarle del resto de temores y dolores que albergaba en su corazón.
- He… he estado pensando. En realidad creo que es lo único que he estado haciendo estos últimos días. – Roberto hablaba en voz baja, su mirada estaba perdida en el horizonte, Cosme reconocía perfectamente aquella actitud en su nieto, eran la misma mirada y el mismo tono de voz de cuando conoció a Natalia, cuando no estaba seguro de sus sentimientos ni de los de ella.
- ¿Tiene algo que ver Natalia en todo esto? – preguntó Cosme.
- ¿Natalia? ¿Por qué tendría ella algo que ver en esto? – el tono de voz de Roberto cambió radicalmente, reaccionó como si hubiera recibido un golpe físico al oír el nombre de ella.
- Porque desde hace semanas, todo en tu vida tiene que ver con ella.
- Ya no. – respondió con sequedad.
- Sí, por supuesto que sí, y lo sabes… aunque no quieras admitirlo. – Cosme se alejó unos pasos, manteniéndose atento a si Roberto lo seguía; cuando escuchó el ruido que los pasos de su nieto hicieron sobre el terreno, sonrió levemente y continuó caminando, alejándose de la casa y hablando – Desde que esa joven entró en tu vida, no sabes si vas o vienes, vas al terruño, quitas cuatro pedruscos y no haces más. Las reuniones con tus compañeros… las tienes totalmente olvidadas. Lo dicho, desde que esa muchachita se te metió por los ojos has cambiado, y has cambiado para peor.
- Yo… - Roberto tartamudeaba, no sabía qué pensar de la actitud de su abuelo. Si alguien conocía sus verdaderos sentimientos, ese era él. Él sabía lo mucho que la amaba, sabía que la había alejado de él para no hacerla sufrir, para que las habladurías acerca de su nacimiento no la salpicaran – Ella no…
- Pues yo creo que sí ha tenido que ver. – Cosme continuaba hablando de espaldas a su nieto. No necesitaba ver su rostro para saber lo que estaba sintiendo, lo conocía demasiado bien, estaba a punto de estallar y de su cuenta corría que lo hiciese - Te has dado cuenta de que te estabas metiendo en la boca del lobo, ella se iría en pocos días dejándote atrás…
- No siga abuelo… - la voz de Roberto llegó entrecortada al anciano, la paciencia del muchacho estaba llegando a su límite.
- No lo sé, a tomar el aire. – respondió al descuido.
- Lo que has dicho ahí dentro… ha sido muy bonito de tu parte. A tu madre y a tu hermano les ha hecho mucho bien, pero ¿realmente piensas así? – Roberto dejó de caminar y bajó la cabeza, sin saber qué responder, por lo que el anciano continuó hablando – Ya sé que quieres que Juanito siga estudiando, que se convierta en un hombre de bien, que tenga las oportunidades que tú no has tenido, no estoy hablando de él; estoy hablando de tu madre. ¿De verdad no te importa, tal y como le has dicho?
- No, ya no me importa. – Roberto decía la verdad, aquella noche nada le importaba, tal vez estuviera viviendo sus últimas horas y deseaba pasarlas en paz con los suyos, dejando tranquilidad en sus almas… por lo que pudiera pasar.
- ¿Qué es lo que te ha hecho cambiar de opinión? ¿Por qué ahora eres tan comprensivo con tu madre? – Roberto estuvo a punto de irse dejando a su abuelo con la palabra en la boca, pero recordó la recomendación de Tomás de que confiara en él y siguiera sus consejos. No podía hablarle del peligro que corría, del plan de Olmedo, sabía que si Cosme descubría los planes del capitán intentaría detenerle o se enfrentaría al guardia civil, pero podía hablarle del resto de temores y dolores que albergaba en su corazón.
- He… he estado pensando. En realidad creo que es lo único que he estado haciendo estos últimos días. – Roberto hablaba en voz baja, su mirada estaba perdida en el horizonte, Cosme reconocía perfectamente aquella actitud en su nieto, eran la misma mirada y el mismo tono de voz de cuando conoció a Natalia, cuando no estaba seguro de sus sentimientos ni de los de ella.
- ¿Tiene algo que ver Natalia en todo esto? – preguntó Cosme.
- ¿Natalia? ¿Por qué tendría ella algo que ver en esto? – el tono de voz de Roberto cambió radicalmente, reaccionó como si hubiera recibido un golpe físico al oír el nombre de ella.
- Porque desde hace semanas, todo en tu vida tiene que ver con ella.
- Ya no. – respondió con sequedad.
- Sí, por supuesto que sí, y lo sabes… aunque no quieras admitirlo. – Cosme se alejó unos pasos, manteniéndose atento a si Roberto lo seguía; cuando escuchó el ruido que los pasos de su nieto hicieron sobre el terreno, sonrió levemente y continuó caminando, alejándose de la casa y hablando – Desde que esa joven entró en tu vida, no sabes si vas o vienes, vas al terruño, quitas cuatro pedruscos y no haces más. Las reuniones con tus compañeros… las tienes totalmente olvidadas. Lo dicho, desde que esa muchachita se te metió por los ojos has cambiado, y has cambiado para peor.
- Yo… - Roberto tartamudeaba, no sabía qué pensar de la actitud de su abuelo. Si alguien conocía sus verdaderos sentimientos, ese era él. Él sabía lo mucho que la amaba, sabía que la había alejado de él para no hacerla sufrir, para que las habladurías acerca de su nacimiento no la salpicaran – Ella no…
- Pues yo creo que sí ha tenido que ver. – Cosme continuaba hablando de espaldas a su nieto. No necesitaba ver su rostro para saber lo que estaba sintiendo, lo conocía demasiado bien, estaba a punto de estallar y de su cuenta corría que lo hiciese - Te has dado cuenta de que te estabas metiendo en la boca del lobo, ella se iría en pocos días dejándote atrás…
- No siga abuelo… - la voz de Roberto llegó entrecortada al anciano, la paciencia del muchacho estaba llegando a su límite.
#1069
03/11/2012 19:39
- Era mejor acabar cuanto antes, antes de que te dejara sin mirar atrás como don Germán hizo con tu madre.
- No diga eso, abuelo. – Roberto había llegado a su límite, tan solo se contenía porque el hombre que le hablaba era su abuelo y le debía respeto, de haber sido cualquier otro ya lo hubiera golpeado.
- Bueno, - Cosme continuaba hablando – no parecía mala muchacha, un poco alocada, eso sí, pero para pasar un rato con ella…
- No le permito que hable así de Natalia. – Roberto se puso frente a su abuelo y lo tomó de las solapas de la chaqueta. Nunca se había enfrentado así a nadie, nunca había sentido tantas ganas de golpear a alguien como en aquel momento. Su voz era fría, impersonal. – Ni a usted ni a nadie.
- ¿Y dices que Natalia no tiene nada que ver? – Cosme miró comprensivo a su nieto, no se defendió, no hizo ningún movimiento tratando de liberarse. El cambio en la voz del anciano hizo que su nieto reaccionara, mirara horrorizado sus manos y lo soltara al instante. – Roberto, muchacho… Te has dado cuenta de que vosotros habéis vivido la misma situación por la que ellos pasaron hace treinta años. Te has dado cuenta de que así te puedes ver tú dentro de treinta años, viviendo una mentira, casado con una mujer a la que no amas, habiendo tenido hijos con ella, pensando en todo momento en cómo hubiera sido formar una familia con Natalia. Pensando en si ella se habrá casado, en si habrá tenido hijos, en si será feliz. Desengáñate, no vas a poder olvidarla jamás.
- Abuelo, ¿por qué me dice esas cosas? ¿Acaso no ve el daño que me está haciendo? – Roberto no podía seguir fingiendo y se derrumbó.
- Sí, hijo, sí, precisamente por eso lo hago, para hacerte recapacitar. Roberto, date cuenta de que tu vida sin ella no va a ser vida…
- Ya es muy tarde, abuelo. Ya no puedo volver atrás, el daño que le hice…
- No sé qué le dirías, pero algo muy grave debió de ser.
- Lo peor, me porte con ella de la peor de las maneras, fui un canalla. – Roberto se pasaba las manos por la cabeza, desesperado.
- Entonces te costará más conseguir su perdón… pero lo lograrás. Puedes estar seguro de ello. Cuando descubrió lo que había pasado en casa de los Montoro su primer pensamiento fue para ti. – Cosme intentaba animar a su nieto, sin lograrlo del todo – Tan solo le importaba saber dónde estabas, cómo te encontrabas; vino a la casa sin importarle que la gente hiciera preguntas. Esa no es la reacción de una mujer a la que no le importes, no es la reacción de una mujer para la que seas tan solo un pasatiempo. Y tu reacción cuando te he hablado de ella… – Roberto lo miró avergonzado, recordando cómo había perdido los nervios - ¿Por qué tratas de engañarte? Estabas dispuesto a dejarlo todo atrás e irte con ella y aún estás a tiempo.
Roberto comprendía lo que su abuelo quería hacerle entender, que la vida sin Natalia iba a ser un continuo sufrimiento, pero eso él ya lo sabía y no le importaba, de cualquier modo le quedaba ya poco tiempo para sufrir, tan solo unas pocas horas. Estaba seguro de que el plan de Sara y sus amigos no se desarrollaría según los deseos de todos; además, temía que Olmedo consiguiera echarle la culpa a Rodríguez o enmascararlo como un simple asalto de los bandoleros si no conseguía su objetivo final de acabar con su vida o que tan solo se quedara en un castigo menor para el capitán. Pero, sin embargo, si Rodríguez conseguía su cometido… si Rodríguez conseguía su cometido, los cargos serían de asesinato, cargos más difíciles de eludir y él por fin podría descansar y olvidar.
- Mañana, abuelo. ¿Podemos hablarlo mañana? Hoy… hoy ha sido un día muy duro, ya no tengo fuerzas ni para seguir hablando.
- De acuerdo, muchacho, de acuerdo. Mañana hablaremos. Verás como mañana ves las cosas de otro modo. – Roberto forzó una sonrisa para que su abuelo se quedara tranquilo, pero mientras lo veía alejarse pensaba en que probablemente aquellos habían sido sus últimos momentos juntos.
- No diga eso, abuelo. – Roberto había llegado a su límite, tan solo se contenía porque el hombre que le hablaba era su abuelo y le debía respeto, de haber sido cualquier otro ya lo hubiera golpeado.
- Bueno, - Cosme continuaba hablando – no parecía mala muchacha, un poco alocada, eso sí, pero para pasar un rato con ella…
- No le permito que hable así de Natalia. – Roberto se puso frente a su abuelo y lo tomó de las solapas de la chaqueta. Nunca se había enfrentado así a nadie, nunca había sentido tantas ganas de golpear a alguien como en aquel momento. Su voz era fría, impersonal. – Ni a usted ni a nadie.
- ¿Y dices que Natalia no tiene nada que ver? – Cosme miró comprensivo a su nieto, no se defendió, no hizo ningún movimiento tratando de liberarse. El cambio en la voz del anciano hizo que su nieto reaccionara, mirara horrorizado sus manos y lo soltara al instante. – Roberto, muchacho… Te has dado cuenta de que vosotros habéis vivido la misma situación por la que ellos pasaron hace treinta años. Te has dado cuenta de que así te puedes ver tú dentro de treinta años, viviendo una mentira, casado con una mujer a la que no amas, habiendo tenido hijos con ella, pensando en todo momento en cómo hubiera sido formar una familia con Natalia. Pensando en si ella se habrá casado, en si habrá tenido hijos, en si será feliz. Desengáñate, no vas a poder olvidarla jamás.
- Abuelo, ¿por qué me dice esas cosas? ¿Acaso no ve el daño que me está haciendo? – Roberto no podía seguir fingiendo y se derrumbó.
- Sí, hijo, sí, precisamente por eso lo hago, para hacerte recapacitar. Roberto, date cuenta de que tu vida sin ella no va a ser vida…
- Ya es muy tarde, abuelo. Ya no puedo volver atrás, el daño que le hice…
- No sé qué le dirías, pero algo muy grave debió de ser.
- Lo peor, me porte con ella de la peor de las maneras, fui un canalla. – Roberto se pasaba las manos por la cabeza, desesperado.
- Entonces te costará más conseguir su perdón… pero lo lograrás. Puedes estar seguro de ello. Cuando descubrió lo que había pasado en casa de los Montoro su primer pensamiento fue para ti. – Cosme intentaba animar a su nieto, sin lograrlo del todo – Tan solo le importaba saber dónde estabas, cómo te encontrabas; vino a la casa sin importarle que la gente hiciera preguntas. Esa no es la reacción de una mujer a la que no le importes, no es la reacción de una mujer para la que seas tan solo un pasatiempo. Y tu reacción cuando te he hablado de ella… – Roberto lo miró avergonzado, recordando cómo había perdido los nervios - ¿Por qué tratas de engañarte? Estabas dispuesto a dejarlo todo atrás e irte con ella y aún estás a tiempo.
Roberto comprendía lo que su abuelo quería hacerle entender, que la vida sin Natalia iba a ser un continuo sufrimiento, pero eso él ya lo sabía y no le importaba, de cualquier modo le quedaba ya poco tiempo para sufrir, tan solo unas pocas horas. Estaba seguro de que el plan de Sara y sus amigos no se desarrollaría según los deseos de todos; además, temía que Olmedo consiguiera echarle la culpa a Rodríguez o enmascararlo como un simple asalto de los bandoleros si no conseguía su objetivo final de acabar con su vida o que tan solo se quedara en un castigo menor para el capitán. Pero, sin embargo, si Rodríguez conseguía su cometido… si Rodríguez conseguía su cometido, los cargos serían de asesinato, cargos más difíciles de eludir y él por fin podría descansar y olvidar.
- Mañana, abuelo. ¿Podemos hablarlo mañana? Hoy… hoy ha sido un día muy duro, ya no tengo fuerzas ni para seguir hablando.
- De acuerdo, muchacho, de acuerdo. Mañana hablaremos. Verás como mañana ves las cosas de otro modo. – Roberto forzó una sonrisa para que su abuelo se quedara tranquilo, pero mientras lo veía alejarse pensaba en que probablemente aquellos habían sido sus últimos momentos juntos.
#1070
04/11/2012 18:53
Capítulo 120
- A sus ódenes, e Rafaelín y su Mantecao ze prezentan dipuezto a vigilar al malo maloso qui quié hacé daño a Roberto. – Rafaelín había seguido las indicaciones que Ángel le dio la noche anterior y se presentó al amanecer en la cueva, abandonada desde hacía semanas, que había servido durante años a los bandoleros. Allí se encontraban también Juan, Marcial, Sara y el propio Ángel; todos ellos estaban dispuestos a hacer lo necesario para ayudar a Roberto, pero también para poner entre rejas al capitán Olmedo. Al fin lograrían hacer justicia a Carranza.
- Para eso estamos todos aquí, Rafaelín. – aseguró Sara – Es muy importante que vuestra participación sea lo más discreta posible. – dijo refiriéndose al médico y a Juan – De Rafaelín nadie sospechará, pero Miguel y Garay no saben nada de vosotros dos.
- No te preocupes, Sara. – trató Juan de tranquilizarla - El Chato…, perdón, Ángel ya nos ha dicho que hemos de estar muy atentos. El tal Rodríguez se hace pasar por comerciante en vinos, así que es muy probable que se pase por la taberna de Pepe y allí estaré yo.
- ¿Ha vito? – preguntó en voz baja Rafaelín a Ángel, dándole un codazo – No zoy el único que ze confuziona con zu nombre…
- Y yo estaré atento – continuó el galeno – a cualquier movimiento extraño en la plaza. Puedo vigilarla muy bien desde la ventana del consultorio y salir cuando sea necesario con la excusa de atender una urgencia.
- Yo estaré en la posada de la Maña. - confirmó Sara – Si Rodríguez tiene previsto ausentarse de Villareja un par de días, tal y como le comunicaron a Garay, necesitará un alojamiento; y en Arazana el único lugar posible es su posada.
- Y yo serviré de enlace entre todos. – terminó Ángel
- Bien, pues parece que está todo listo.
- Alto, alto, un momentico… Nos tá to listo señó don Juá… A mi no m’han dicho que tengo cacer… - Rafaelín preguntó ya que se había dado cuenta de que todos tenían bien definidos sus cometidos.
- De tu cuenta corre la parte más importante Rafaelín, tú debes vigilar a Roberto. – Sara se acercó al muchacho y le habló en tono confidencial – Debes ir a su casa, comprobar que aún sigue allí y seguirlo cuando salga, no debes perderlo de vista y no debes dejar que nadie te vea, ¿de acuerdo?
- Nadie, nadie. – negó con la cabeza el muchacho – El Mantecao y yo vamo a sé inblisibes… no nos va a vé nadie, no si priocupe, sita Sara.
- De sobra sabéis el peligro que corre Roberto, por eso quiero que sepáis que aún estáis a tiempo de echaros atrás. – comenzó a decir Sara – No tenéis ninguna obligación con él ni conmigo, por eso…
- Alto rubia. – cortó Juan – Tienes razón, no tenemos ninguna obligación ni con Roberto ni contigo, pero sí con Carranza. Cuando el malnacido del capitán Olmedo lo mató, juramos venganza y ahora vamos a cumplir con la palabra empeñada. No podrías hacer que desistiéramos de nuestro empeño aunque nos lo pidieras de rodillas.
- Gracias, de verdad muchas gracias, - Sara estaba emocionada ante la actitud de sus hombres – cuando Roberto sepa lo que estáis haciendo por él…
- No Sara, - intervino el doctor – cuanta menos gente esté al tanto de nuestra participación, mejor será para todos, sería complicado dar explicaciones. Flor no sabe nada de mi anterior vida, sé que debería haber hablado con ella hace tiempo… – expuso más para sí que para los que lo rodeaban – pero no he sabido cómo hacerlo, temo que no lo entienda. – Sara asintió, ella estaba en la misma tesitura, odiaba no poder compartir su secreto con Miguel, pero él era un agente del orden y jamás comprendería sus razones para ser bandolera.
- Será mejor que nos pongamos en marcha. – dijo Ángel tras unos segundos en los que todos permanecieron callados – Rafaelín, ya sabes lo que has de hacer, por nada del mundo dejes solo a Roberto. Tu Mantecao y tú sois muy importantes en este plan.
- Sí, señó don… - el muchacho dudó cómo llamarlo – sí señó. Ahoritita mimo vamo a su casa y no vamo a dejalo solo ni un momentito. – Rafaelín se giró y rápidamente salió de la cueva dispuesto a cumplir con su cometido.
- Nosotros también nos vamos. – dijo el galeno señalando a Juan – Le he dicho a Flor que tenía que salir a atender una urgencia y estará intranquila por mi tardanza.
- Yo me acercaré al pueblo por el camino de Villareja. – intervino el marqués - Haré tiempo hasta que Pepe abra la taberna y aprovecharé a ver si me encuentro por el camino con el tal Rodríguez… o Garcés como se va a hacer llamar para la ocasión. Nos vemos a la noche en la posada de la Maña, cuando todo haya terminado felizmente.
- A sus ódenes, e Rafaelín y su Mantecao ze prezentan dipuezto a vigilar al malo maloso qui quié hacé daño a Roberto. – Rafaelín había seguido las indicaciones que Ángel le dio la noche anterior y se presentó al amanecer en la cueva, abandonada desde hacía semanas, que había servido durante años a los bandoleros. Allí se encontraban también Juan, Marcial, Sara y el propio Ángel; todos ellos estaban dispuestos a hacer lo necesario para ayudar a Roberto, pero también para poner entre rejas al capitán Olmedo. Al fin lograrían hacer justicia a Carranza.
- Para eso estamos todos aquí, Rafaelín. – aseguró Sara – Es muy importante que vuestra participación sea lo más discreta posible. – dijo refiriéndose al médico y a Juan – De Rafaelín nadie sospechará, pero Miguel y Garay no saben nada de vosotros dos.
- No te preocupes, Sara. – trató Juan de tranquilizarla - El Chato…, perdón, Ángel ya nos ha dicho que hemos de estar muy atentos. El tal Rodríguez se hace pasar por comerciante en vinos, así que es muy probable que se pase por la taberna de Pepe y allí estaré yo.
- ¿Ha vito? – preguntó en voz baja Rafaelín a Ángel, dándole un codazo – No zoy el único que ze confuziona con zu nombre…
- Y yo estaré atento – continuó el galeno – a cualquier movimiento extraño en la plaza. Puedo vigilarla muy bien desde la ventana del consultorio y salir cuando sea necesario con la excusa de atender una urgencia.
- Yo estaré en la posada de la Maña. - confirmó Sara – Si Rodríguez tiene previsto ausentarse de Villareja un par de días, tal y como le comunicaron a Garay, necesitará un alojamiento; y en Arazana el único lugar posible es su posada.
- Y yo serviré de enlace entre todos. – terminó Ángel
- Bien, pues parece que está todo listo.
- Alto, alto, un momentico… Nos tá to listo señó don Juá… A mi no m’han dicho que tengo cacer… - Rafaelín preguntó ya que se había dado cuenta de que todos tenían bien definidos sus cometidos.
- De tu cuenta corre la parte más importante Rafaelín, tú debes vigilar a Roberto. – Sara se acercó al muchacho y le habló en tono confidencial – Debes ir a su casa, comprobar que aún sigue allí y seguirlo cuando salga, no debes perderlo de vista y no debes dejar que nadie te vea, ¿de acuerdo?
- Nadie, nadie. – negó con la cabeza el muchacho – El Mantecao y yo vamo a sé inblisibes… no nos va a vé nadie, no si priocupe, sita Sara.
- De sobra sabéis el peligro que corre Roberto, por eso quiero que sepáis que aún estáis a tiempo de echaros atrás. – comenzó a decir Sara – No tenéis ninguna obligación con él ni conmigo, por eso…
- Alto rubia. – cortó Juan – Tienes razón, no tenemos ninguna obligación ni con Roberto ni contigo, pero sí con Carranza. Cuando el malnacido del capitán Olmedo lo mató, juramos venganza y ahora vamos a cumplir con la palabra empeñada. No podrías hacer que desistiéramos de nuestro empeño aunque nos lo pidieras de rodillas.
- Gracias, de verdad muchas gracias, - Sara estaba emocionada ante la actitud de sus hombres – cuando Roberto sepa lo que estáis haciendo por él…
- No Sara, - intervino el doctor – cuanta menos gente esté al tanto de nuestra participación, mejor será para todos, sería complicado dar explicaciones. Flor no sabe nada de mi anterior vida, sé que debería haber hablado con ella hace tiempo… – expuso más para sí que para los que lo rodeaban – pero no he sabido cómo hacerlo, temo que no lo entienda. – Sara asintió, ella estaba en la misma tesitura, odiaba no poder compartir su secreto con Miguel, pero él era un agente del orden y jamás comprendería sus razones para ser bandolera.
- Será mejor que nos pongamos en marcha. – dijo Ángel tras unos segundos en los que todos permanecieron callados – Rafaelín, ya sabes lo que has de hacer, por nada del mundo dejes solo a Roberto. Tu Mantecao y tú sois muy importantes en este plan.
- Sí, señó don… - el muchacho dudó cómo llamarlo – sí señó. Ahoritita mimo vamo a su casa y no vamo a dejalo solo ni un momentito. – Rafaelín se giró y rápidamente salió de la cueva dispuesto a cumplir con su cometido.
- Nosotros también nos vamos. – dijo el galeno señalando a Juan – Le he dicho a Flor que tenía que salir a atender una urgencia y estará intranquila por mi tardanza.
- Yo me acercaré al pueblo por el camino de Villareja. – intervino el marqués - Haré tiempo hasta que Pepe abra la taberna y aprovecharé a ver si me encuentro por el camino con el tal Rodríguez… o Garcés como se va a hacer llamar para la ocasión. Nos vemos a la noche en la posada de la Maña, cuando todo haya terminado felizmente.
#1071
04/11/2012 20:30
Felizmente............ verdad Roberta????????????????
gracias
gracias
#1072
04/11/2012 20:46
Soy un poco , me gusta dejarme llevar por el "espíritu Calero", pero en el fondo soy bastante (lo malo es que MUY EN EL FONDO)
¡qué mala soy! (en realidad traviesa)
¡qué mala soy! (en realidad traviesa)
#1073
06/11/2012 19:18
- ¿Piensas como Juan? ¿Crees que todo terminará felizmente? – preguntó Sara a Ángel cuando sus dos amigos ya se habían ido.
- Tenemos que pensar así, jefa. No nos queda más remedio…
- ¿Roberto estará bien?
- No te preocupes por él, Rafaelín no lo va a dejar solo ni a sol ni a sombra, ya sabes cómo es el chico cuando se le ordena algo… - Ángel intentaba calmar a la muchacha, nerviosa como estaba no les serviría de mucha ayuda - Además, es muy pronto aún, Rodríguez seguirá en Villareja con toda probabilidad. Sara, debemos mantener la mente fría, si nos ponemos nerviosos no conseguiremos atrapar a Olmedo. Tan solo piensa en lo que ha dicho Juan, que nos veremos esta noche para celebrar que todo ha salido bien.
- Tienes razón. – respondió ella con nuevos bríos – Para que algo salga bien, debemos pensar que va a salir bien.
- Vamo Mantecao, no remolonee. – Rafaelín tiraba del ronzal de su burrito camino de la casa de los Pérez. – Y no rebuzne que Roberto no pué sabé que lostamos siguiendo… - El muchacho continuó caminando, con cuidado de no hacer ruido, hasta que llegó cerca de la casa de los Pérez. Al llegar a las proximidades de la casa se escondió entre unas matas a esperar a que saliera el mayor de los hijos de Carmen. El muchacho esperó durante muchos minutos, pero nadie salió por la puerta.
- ¿Sabrá ido ya y nos hemos enterao? ¿Tú qué cree? Epera aquí c’ahora mimitico vengo. – el joven se estaba incorporando cuando oyó el ruido de la puerta y volvió a agacharse, haciéndole señas a su burro para que se mantuviera en silencio. Roberto salió de la casa abrochándose la chaqueta, caminó dos pasos y se detuvo, se cruzó el zurrón por el hombro y metió la mano en uno de los bolsillos de la chaqueta. Rafaelín no consiguió ver con claridad lo que Roberto sacó del bolsillo, parecía un objeto pequeño, lo miró, lo apretó con fuerza en su puño y lo devolvió a la chaqueta antes de seguir su camino. Rafaelín esperó unos segundos a que Roberto se alejara y se incorporó de nuevo.
- Vamo Mantecao. Ya e hora de ponese en macha. – El burro obedeció sus órdenes como si realmente conociera la razón por la que estaban allí - ¿Qué será eso que tinía Roberto en la mano? ¿Tú qué cree? Igual… igual… era una etampita para que lo proteja de los malosos. Y ahora callaíto que no nos oiga nadie.
- Buenos días, señor alcalde. – saludó Juan entrando en la taberna.
- A los buenos días, señor marqués. ¿Qué lo trae tan de mañana por mi aquí? Como puede ver acabamos de abrir y usted es el primer cliente del día. – Pepe salió de la parte trasera de la taberna al escuchar ruidos.
- Mis negocios me reclaman en Villareja y debo partir cuanto antes. Ni siquiera me había percatado de lo temprano que era, hasta que he visto que todos los establecimientos de la plaza, menos el suyo, – dijo señalando el local con una de sus manos – no habían abierto aún sus puertas. Y pensé en pasar a saludarlo y hacer un poco de tiempo mientras espero a que sea una hora más prudencial para salir a los caminos. Por los bandoleros ¿sabe? – terminó con aire confidencial.
- Percatado.. – dijo Pepe para sí mismo - ¡qué bien habla usted, señor marqués! ¡Qué diferencia con los zoquetes con los que mi hija y yo tenemos que lidiar cada día! Voy a avisar a Julieta para que baje a prepararle algo de desayuno; porque no habrá desayunado aún, ¿verdad?
- No lo cierto es que…
- ¡Julieta! – gritó Pepe por el hueco de la escalera que daba acceso al piso superior, haciendo que Juan interrumpiera lo que estaba diciendo – Baja hija y prepárale algo de desayunar al señor marqués, tiene que salir de viaje y no podemos dejar que se vaya con el buche vacío.
- ¡Ya va, padre! – respondió la joven también a gritos.
- Ahora mismo baja la niña – Pepe se acercó a la mesa que ocupaba Juan y la limpió con un trapo que llevaba en la mano – y le prepara unos buenos huevos con panceta. Ya verá qué mano tiene mi hija para la cocina.
- Si, muchas gracias.
- Tenemos que pensar así, jefa. No nos queda más remedio…
- ¿Roberto estará bien?
- No te preocupes por él, Rafaelín no lo va a dejar solo ni a sol ni a sombra, ya sabes cómo es el chico cuando se le ordena algo… - Ángel intentaba calmar a la muchacha, nerviosa como estaba no les serviría de mucha ayuda - Además, es muy pronto aún, Rodríguez seguirá en Villareja con toda probabilidad. Sara, debemos mantener la mente fría, si nos ponemos nerviosos no conseguiremos atrapar a Olmedo. Tan solo piensa en lo que ha dicho Juan, que nos veremos esta noche para celebrar que todo ha salido bien.
- Tienes razón. – respondió ella con nuevos bríos – Para que algo salga bien, debemos pensar que va a salir bien.
- Vamo Mantecao, no remolonee. – Rafaelín tiraba del ronzal de su burrito camino de la casa de los Pérez. – Y no rebuzne que Roberto no pué sabé que lostamos siguiendo… - El muchacho continuó caminando, con cuidado de no hacer ruido, hasta que llegó cerca de la casa de los Pérez. Al llegar a las proximidades de la casa se escondió entre unas matas a esperar a que saliera el mayor de los hijos de Carmen. El muchacho esperó durante muchos minutos, pero nadie salió por la puerta.
- ¿Sabrá ido ya y nos hemos enterao? ¿Tú qué cree? Epera aquí c’ahora mimitico vengo. – el joven se estaba incorporando cuando oyó el ruido de la puerta y volvió a agacharse, haciéndole señas a su burro para que se mantuviera en silencio. Roberto salió de la casa abrochándose la chaqueta, caminó dos pasos y se detuvo, se cruzó el zurrón por el hombro y metió la mano en uno de los bolsillos de la chaqueta. Rafaelín no consiguió ver con claridad lo que Roberto sacó del bolsillo, parecía un objeto pequeño, lo miró, lo apretó con fuerza en su puño y lo devolvió a la chaqueta antes de seguir su camino. Rafaelín esperó unos segundos a que Roberto se alejara y se incorporó de nuevo.
- Vamo Mantecao. Ya e hora de ponese en macha. – El burro obedeció sus órdenes como si realmente conociera la razón por la que estaban allí - ¿Qué será eso que tinía Roberto en la mano? ¿Tú qué cree? Igual… igual… era una etampita para que lo proteja de los malosos. Y ahora callaíto que no nos oiga nadie.
- Buenos días, señor alcalde. – saludó Juan entrando en la taberna.
- A los buenos días, señor marqués. ¿Qué lo trae tan de mañana por mi aquí? Como puede ver acabamos de abrir y usted es el primer cliente del día. – Pepe salió de la parte trasera de la taberna al escuchar ruidos.
- Mis negocios me reclaman en Villareja y debo partir cuanto antes. Ni siquiera me había percatado de lo temprano que era, hasta que he visto que todos los establecimientos de la plaza, menos el suyo, – dijo señalando el local con una de sus manos – no habían abierto aún sus puertas. Y pensé en pasar a saludarlo y hacer un poco de tiempo mientras espero a que sea una hora más prudencial para salir a los caminos. Por los bandoleros ¿sabe? – terminó con aire confidencial.
- Percatado.. – dijo Pepe para sí mismo - ¡qué bien habla usted, señor marqués! ¡Qué diferencia con los zoquetes con los que mi hija y yo tenemos que lidiar cada día! Voy a avisar a Julieta para que baje a prepararle algo de desayuno; porque no habrá desayunado aún, ¿verdad?
- No lo cierto es que…
- ¡Julieta! – gritó Pepe por el hueco de la escalera que daba acceso al piso superior, haciendo que Juan interrumpiera lo que estaba diciendo – Baja hija y prepárale algo de desayunar al señor marqués, tiene que salir de viaje y no podemos dejar que se vaya con el buche vacío.
- ¡Ya va, padre! – respondió la joven también a gritos.
- Ahora mismo baja la niña – Pepe se acercó a la mesa que ocupaba Juan y la limpió con un trapo que llevaba en la mano – y le prepara unos buenos huevos con panceta. Ya verá qué mano tiene mi hija para la cocina.
- Si, muchas gracias.
#1074
07/11/2012 20:03
Las horas pasaron, los clientes habituales de la taberna entraron y salieron del establecimiento tal y como hacían cualquier día de la semana, pero no era un día normal. Juan seguía sentado en su mesa, sin apartar los ojos de la puerta, atento a cualquiera que entrara y manteniendo intrascendentes conversaciones con las personas que se acercaban a saludarlo. No podía permanecer más tiempo allí sin levantar sospechas, Pepe ya le había preguntado un par de veces por su partida y se decidió a ir a buscar a Ángel para que lo relevara cuando vio en la puerta a un desconocido. Su aspecto encajaba con la descripción que Ángel y Sara le habían facilitado acerca de Rodríguez, y se confirmó cuando lo vio caminar renqueando. Juan dejó caer su bastón y se agachó a recogerlo, aprovechando la ocasión para volver a tomar asiento.
- Buenos días. – dijo el intruso acercándose a Julieta - ¿Tendría libre alguna mesa?
La joven miró por encima de la cabeza del hombre y recordó que el marqués estaba a punto de marcharse.
- Pues no, en este momento estamos llenos, pero si no le molesta sentarse con el señor marqués… - la joven señaló la mesa y Juan aprovechó la suerte que había tenido, aquello era un buen augurio.
- Por favor. – Juan se levantó al instante y señaló uno de los taburetes que rodeaban la mesa. – Juan Caballero, marqués de Benamazahara. – dijo tendiéndole la mano a continuación.
- Marcos Garcés, comerciante en vinos. – se presentó. Era muy importante en su trabajo pasar lo más desapercibido posible y negarse a compartir mesa con una persona distinguida haría que todos se fijaran en él – Agradezco su amabilidad, pero no quiero importunarle, señor.
- ¡Oh, no! Siempre es interesante pasar unos minutos charlando con recién llegados. Arazana es un pueblo cuyos habitantes son buenas personas pero un tanto… sencillos, ya me entiende. – Juan quería ganarse su confianza – Así que comerciante en vinos…
- Si, me han comentado que en las cercanías hay unas cuantas bodegas y me gustaría visitarlas y hablar con sus dueños para estudiar la posibilidad de hacer negocios. – Rodríguez pensó que si se ganaba la confianza de alguien importante en el pueblo, no sospecharían de él tras realizar su trabajo.
- Cierto es, caballero, cierto es. – Juan no perdía detalle de cualquier detalle del hombre que tenía frente a él: si usaba una mano más que la otra, si demostraba nerviosismo, si podía esconder algún arma entre sus ropas - Si me lo permite, me gustaría recomendarle que visite a don Germán Montoro, es el mayor terrateniente de la región y sus caldos son ciertamente excelentes.
- Muchas gracias por su amable recomendación, señor marqués. – el recién llegado se levantó de su asiento y se despidió de Juan - Creo que, como nuevo en la comarca, debería darme a conocer a las autoridades. He oído que han tenido problemas con los bandoleros últimamente y no me gustaría caer en una de sus emboscadas.
- Pues tiene suerte, señor Garcés, nuestro amable tabernero – dijo Juan señalando a Pepe – es también el alcalde de la localidad. En confianza, yo debo ausentarme para tratar unos negocios y también estoy preocupado por esos malditos bandoleros, por nada del mundo desearía que me asaltaran. Ha sido un placer, señor Garcés.
- El placer ha sido mío, señor. – el supuesto comerciante en vinos se acercó a Pepe, momento que aprovechó Juan para recoger su bastón y su sombrero, pagar la cuenta a Julieta y salir a la calle. Desde la puerta de la taberna pudo observar que dos hombres, desconocidos en el pueblo, charlaban junto al árbol de la plaza; supuso que serían los guardias civiles cuyo cometido era seguir a Rodríguez, también pudo ver a Ángel quien, apoyado en la puerta de imprenta no dejaba de observar a los foráneos. Juan se colocó el sombrero y se acercó a su compañero en la partida de bandoleros.
- ¿Ya lo has visto? – preguntó Juan al llegar a su lado.
- No, acabo de llegar. ¿Y tú? – preguntó Ángel.
- Sí, he estado tomando un vaso de vino con él. – al ver que se acercaban unas vecinas, el hombre cambió de tono – Tal y como le digo señor Guarda, gracias a Dios que tenemos un cuerpo de la Guardia Civil tan bien entrenado, si no fuera así, no sé quién mantendría la paz en nuestro pueblo.
- Nosotros marqués, nosotros. – dijo Ángel entre risas cuando las mujeres se hubieron ido – Explícame eso de que has estado tomando chatos con él.
- Estaba a punto de irme cuando ha llegado, ha pedido una mesa y como no había ninguna libre, Julieta le ha ofrecido compartir la que yo ocupaba. – sonrió al recordar la escena – Esa muchacha ha sido providencial, nunca sabrá la ayuda que nos ha supuesto.
- Venga, al grano. – el joven se impacientaba
- Como te decía, se ha sentado a mi lado y gracias a ello lo he podido ver bien. – Juan siguió con su explicación - Tal y como nos dijo Garay, cojea de la pierna derecha, y tiene unos rasgos físicos de lo más comunes, en el momento en que se afeite la barba no habrá manera de distinguirlo de la mayoría de los hombres.
- ¿Algo más?
- Ha tomado el vaso con la mano izquierda, supongo que será zurdo, pero también puede ser para despistar. Eso sí, no va armado, al menos no por ahora, no se apreciaba ningún bulto bajo su chaqueta. ¡Mira, ese es! – Rodríguez se detuvo en la puerta de la taberna, esperó unos segundos a que sus ojos se acostumbraran a la luz del sol y salió a la plaza.
- Voy a seguirlo, - dijo Ángel - tú avisa al galeno y después ve a por Sara.
- No os preocupéis por mí, he estado observando entre las cortinas del consultorio. – el galeno apareció tras ellos en la puerta de la imprenta - Ya tengo el maletín listo para salir si alguna urgencia así lo requiere. Son buenos estos guardias civiles, ¿os habéis dado cuenta de lo rápido que han desaparecido los que estaban junto al árbol? – Ni Juan ni Ángel se habían dado cuenta de a dónde habían ido los hombres, pero lo cierto era que habían desaparecido.
- Voy por Sara. – dijo Juan echando a andar.
- Y yo voy a comprobar que Rodríguez va a ver a Olmedo. – afirmó Ángel segundos después. – Tened cuidado y que no os descubran.
- Buenos días. – dijo el intruso acercándose a Julieta - ¿Tendría libre alguna mesa?
La joven miró por encima de la cabeza del hombre y recordó que el marqués estaba a punto de marcharse.
- Pues no, en este momento estamos llenos, pero si no le molesta sentarse con el señor marqués… - la joven señaló la mesa y Juan aprovechó la suerte que había tenido, aquello era un buen augurio.
- Por favor. – Juan se levantó al instante y señaló uno de los taburetes que rodeaban la mesa. – Juan Caballero, marqués de Benamazahara. – dijo tendiéndole la mano a continuación.
- Marcos Garcés, comerciante en vinos. – se presentó. Era muy importante en su trabajo pasar lo más desapercibido posible y negarse a compartir mesa con una persona distinguida haría que todos se fijaran en él – Agradezco su amabilidad, pero no quiero importunarle, señor.
- ¡Oh, no! Siempre es interesante pasar unos minutos charlando con recién llegados. Arazana es un pueblo cuyos habitantes son buenas personas pero un tanto… sencillos, ya me entiende. – Juan quería ganarse su confianza – Así que comerciante en vinos…
- Si, me han comentado que en las cercanías hay unas cuantas bodegas y me gustaría visitarlas y hablar con sus dueños para estudiar la posibilidad de hacer negocios. – Rodríguez pensó que si se ganaba la confianza de alguien importante en el pueblo, no sospecharían de él tras realizar su trabajo.
- Cierto es, caballero, cierto es. – Juan no perdía detalle de cualquier detalle del hombre que tenía frente a él: si usaba una mano más que la otra, si demostraba nerviosismo, si podía esconder algún arma entre sus ropas - Si me lo permite, me gustaría recomendarle que visite a don Germán Montoro, es el mayor terrateniente de la región y sus caldos son ciertamente excelentes.
- Muchas gracias por su amable recomendación, señor marqués. – el recién llegado se levantó de su asiento y se despidió de Juan - Creo que, como nuevo en la comarca, debería darme a conocer a las autoridades. He oído que han tenido problemas con los bandoleros últimamente y no me gustaría caer en una de sus emboscadas.
- Pues tiene suerte, señor Garcés, nuestro amable tabernero – dijo Juan señalando a Pepe – es también el alcalde de la localidad. En confianza, yo debo ausentarme para tratar unos negocios y también estoy preocupado por esos malditos bandoleros, por nada del mundo desearía que me asaltaran. Ha sido un placer, señor Garcés.
- El placer ha sido mío, señor. – el supuesto comerciante en vinos se acercó a Pepe, momento que aprovechó Juan para recoger su bastón y su sombrero, pagar la cuenta a Julieta y salir a la calle. Desde la puerta de la taberna pudo observar que dos hombres, desconocidos en el pueblo, charlaban junto al árbol de la plaza; supuso que serían los guardias civiles cuyo cometido era seguir a Rodríguez, también pudo ver a Ángel quien, apoyado en la puerta de imprenta no dejaba de observar a los foráneos. Juan se colocó el sombrero y se acercó a su compañero en la partida de bandoleros.
- ¿Ya lo has visto? – preguntó Juan al llegar a su lado.
- No, acabo de llegar. ¿Y tú? – preguntó Ángel.
- Sí, he estado tomando un vaso de vino con él. – al ver que se acercaban unas vecinas, el hombre cambió de tono – Tal y como le digo señor Guarda, gracias a Dios que tenemos un cuerpo de la Guardia Civil tan bien entrenado, si no fuera así, no sé quién mantendría la paz en nuestro pueblo.
- Nosotros marqués, nosotros. – dijo Ángel entre risas cuando las mujeres se hubieron ido – Explícame eso de que has estado tomando chatos con él.
- Estaba a punto de irme cuando ha llegado, ha pedido una mesa y como no había ninguna libre, Julieta le ha ofrecido compartir la que yo ocupaba. – sonrió al recordar la escena – Esa muchacha ha sido providencial, nunca sabrá la ayuda que nos ha supuesto.
- Venga, al grano. – el joven se impacientaba
- Como te decía, se ha sentado a mi lado y gracias a ello lo he podido ver bien. – Juan siguió con su explicación - Tal y como nos dijo Garay, cojea de la pierna derecha, y tiene unos rasgos físicos de lo más comunes, en el momento en que se afeite la barba no habrá manera de distinguirlo de la mayoría de los hombres.
- ¿Algo más?
- Ha tomado el vaso con la mano izquierda, supongo que será zurdo, pero también puede ser para despistar. Eso sí, no va armado, al menos no por ahora, no se apreciaba ningún bulto bajo su chaqueta. ¡Mira, ese es! – Rodríguez se detuvo en la puerta de la taberna, esperó unos segundos a que sus ojos se acostumbraran a la luz del sol y salió a la plaza.
- Voy a seguirlo, - dijo Ángel - tú avisa al galeno y después ve a por Sara.
- No os preocupéis por mí, he estado observando entre las cortinas del consultorio. – el galeno apareció tras ellos en la puerta de la imprenta - Ya tengo el maletín listo para salir si alguna urgencia así lo requiere. Son buenos estos guardias civiles, ¿os habéis dado cuenta de lo rápido que han desaparecido los que estaban junto al árbol? – Ni Juan ni Ángel se habían dado cuenta de a dónde habían ido los hombres, pero lo cierto era que habían desaparecido.
- Voy por Sara. – dijo Juan echando a andar.
- Y yo voy a comprobar que Rodríguez va a ver a Olmedo. – afirmó Ángel segundos después. – Tened cuidado y que no os descubran.
#1075
10/11/2012 20:15
Capítulo 121
- ¿Y esto cree usted que es un informe presentable, Romero? – el capitán Olmedo tenía frente a sí a los tenientes Romero y Garay, ambos firmes, esperando los comentarios de su superior acerca de los últimos informes que habían presentado – Este informe no vale ni el papel que ha utilizado para escribirlo. - A pesar de tan duras palabras, Miguel se mantenía firme, en su lugar, con la mirada fija en el retrato del rey que colgaba sobre la cabeza de Olmedo; sabía que el informe era correcto y estaba bien redactado, pero Olmedo no perdía ninguna oportunidad para humillarlo. – A ver si aprende de Garay, él si sabe cómo redactar un buen informe: claro, conciso, el informe de un buen Guardia Civil. – Garay también tenía la mirada fija en el retrato, pensando en que faltaban muy pocas horas para poder dar por finalizada aquella misión. Detestaba estar bajo las órdenes de un hombre tan corrupto que era una mancha para el buen nombre del Cuerpo.
- Buenos días. – un hombre asomó por la puerta del cuartel.
- ¿Qué ocurre? – respondió Olmedo de malas maneras.
- Soy comerciante en vinos y estoy de paso en el pueblo. – comenzó presentándose. Los tenientes sintieron un vuelco en el pecho, Rodríguez acababa de presentarse en el cuartel, pero permanecieron impasibles, en posición de firmes – Tengo por costumbre presentarme ante las autoridades para no tener problemas.
- Pase, pase. – Olmedo le hizo señas con la mano para que se acercara – Tome asiento, y ustedes descansen. – dijo refiriéndose a sus subordinados – Ojalá toda la gente fuera como usted, señor…
- Garcés, Marcos Garcés, capitán.
- Como le decía, señor Garcés, la gente no conoce cuál es su obligación pero ha hecho muy bien presentándose ante mí. ¿En qué puedo ayudarle?
- Pues bien… - el hombre comenzó a hablar pero fue interrumpido de nuevo por el capitán.
- Y ustedes dos, váyanse a hacer lo que tengan que hacer y quítense de mi vista. – los tenientes saludaron marcialmente y salieron del cuartel pensando que lo único que tenían previsto hacer aquel día era encerrarlo en su propio calabozo. En la puerta del cuartel se cruzaron con Ángel quién los saludó y continuó su camino, deteniéndose a la vuelta de la esquina, en un lugar desde el cual podía vigilar perfectamente la puerta del cuartel.
- ¿Y ahora? – preguntó Miguel.
- Ahora vamos a buscar a nuestros compañeros, si Rodríguez está aquí ellos no estarán muy lejos. Ángel tiene bien cubierta la puerta, de cualquier modo no nos alejaremos mucho.
El capitán Olmedo esperó unos segundos tras la marcha de sus dos tenientes mirando fijamente a su visita y sin decir ninguna palabra. De pronto se levantó de su silla, se acercó a la puerta y la cerró, volviendo después a la mesa.
- Usted dirá. – dijo Rodríguez.
- ¡Shhh, silencio! – Olmedo se acercó a la puerta de la armería y comprobó que no hubiera nadie en el interior, después cruzó la estancia y cerró al puerta de los calabozos – Hay que tener mucho cuidado con lo que se dice y dónde se dice.
- ¿No se fía de su gente? – preguntó el recién llegado.
- No me fío de nadie. – Olmedo recalcó la palabra nadie y miró fijamente a Rodríguez.
- En ese caso… - Rodríguez se levantó de su asiento dispuesto a irse.
- Siéntese. – ordenó Olmedo, no le hizo falta levantar la voz para mostrar su enfado. – Diga, ¿qué necesita?
- Ya lo sabe, para empezar un arma. Como comprenderá, no iba a venir armado.
- No sería extraño. – repuso Olmedo – La sierra está repleta de bandoleros y un viajero ha de ser precavido.
- Aún así… Ya se lo dije, no he traído ningún arma y no me llevaré ningún arma cuando me vaya. Usted debe proporcionármela y después deshacerse de ella. – la frialdad con la que hablaban del asunto que se traían entre manos hubiera espantado a cualquiera.
- De acuerdo, el arma está preparada. – el capitán abrió un cajón de su escritorio y sacó algo envuelto en un paño de terciopelo rojo, objeto que dejó con cuidado sobre la mesa. Rodríguez alargó el brazo y tomó el paquete. Al retirar la tela apareció un revolver, Rodríguez lo manipuló y lo revisó.
- Está cargado. – comentó Rodríguez.
- Por supuesto, listo para su uso. – Olmedo sonrió con maldad.
- ¿Y esto cree usted que es un informe presentable, Romero? – el capitán Olmedo tenía frente a sí a los tenientes Romero y Garay, ambos firmes, esperando los comentarios de su superior acerca de los últimos informes que habían presentado – Este informe no vale ni el papel que ha utilizado para escribirlo. - A pesar de tan duras palabras, Miguel se mantenía firme, en su lugar, con la mirada fija en el retrato del rey que colgaba sobre la cabeza de Olmedo; sabía que el informe era correcto y estaba bien redactado, pero Olmedo no perdía ninguna oportunidad para humillarlo. – A ver si aprende de Garay, él si sabe cómo redactar un buen informe: claro, conciso, el informe de un buen Guardia Civil. – Garay también tenía la mirada fija en el retrato, pensando en que faltaban muy pocas horas para poder dar por finalizada aquella misión. Detestaba estar bajo las órdenes de un hombre tan corrupto que era una mancha para el buen nombre del Cuerpo.
- Buenos días. – un hombre asomó por la puerta del cuartel.
- ¿Qué ocurre? – respondió Olmedo de malas maneras.
- Soy comerciante en vinos y estoy de paso en el pueblo. – comenzó presentándose. Los tenientes sintieron un vuelco en el pecho, Rodríguez acababa de presentarse en el cuartel, pero permanecieron impasibles, en posición de firmes – Tengo por costumbre presentarme ante las autoridades para no tener problemas.
- Pase, pase. – Olmedo le hizo señas con la mano para que se acercara – Tome asiento, y ustedes descansen. – dijo refiriéndose a sus subordinados – Ojalá toda la gente fuera como usted, señor…
- Garcés, Marcos Garcés, capitán.
- Como le decía, señor Garcés, la gente no conoce cuál es su obligación pero ha hecho muy bien presentándose ante mí. ¿En qué puedo ayudarle?
- Pues bien… - el hombre comenzó a hablar pero fue interrumpido de nuevo por el capitán.
- Y ustedes dos, váyanse a hacer lo que tengan que hacer y quítense de mi vista. – los tenientes saludaron marcialmente y salieron del cuartel pensando que lo único que tenían previsto hacer aquel día era encerrarlo en su propio calabozo. En la puerta del cuartel se cruzaron con Ángel quién los saludó y continuó su camino, deteniéndose a la vuelta de la esquina, en un lugar desde el cual podía vigilar perfectamente la puerta del cuartel.
- ¿Y ahora? – preguntó Miguel.
- Ahora vamos a buscar a nuestros compañeros, si Rodríguez está aquí ellos no estarán muy lejos. Ángel tiene bien cubierta la puerta, de cualquier modo no nos alejaremos mucho.
El capitán Olmedo esperó unos segundos tras la marcha de sus dos tenientes mirando fijamente a su visita y sin decir ninguna palabra. De pronto se levantó de su silla, se acercó a la puerta y la cerró, volviendo después a la mesa.
- Usted dirá. – dijo Rodríguez.
- ¡Shhh, silencio! – Olmedo se acercó a la puerta de la armería y comprobó que no hubiera nadie en el interior, después cruzó la estancia y cerró al puerta de los calabozos – Hay que tener mucho cuidado con lo que se dice y dónde se dice.
- ¿No se fía de su gente? – preguntó el recién llegado.
- No me fío de nadie. – Olmedo recalcó la palabra nadie y miró fijamente a Rodríguez.
- En ese caso… - Rodríguez se levantó de su asiento dispuesto a irse.
- Siéntese. – ordenó Olmedo, no le hizo falta levantar la voz para mostrar su enfado. – Diga, ¿qué necesita?
- Ya lo sabe, para empezar un arma. Como comprenderá, no iba a venir armado.
- No sería extraño. – repuso Olmedo – La sierra está repleta de bandoleros y un viajero ha de ser precavido.
- Aún así… Ya se lo dije, no he traído ningún arma y no me llevaré ningún arma cuando me vaya. Usted debe proporcionármela y después deshacerse de ella. – la frialdad con la que hablaban del asunto que se traían entre manos hubiera espantado a cualquiera.
- De acuerdo, el arma está preparada. – el capitán abrió un cajón de su escritorio y sacó algo envuelto en un paño de terciopelo rojo, objeto que dejó con cuidado sobre la mesa. Rodríguez alargó el brazo y tomó el paquete. Al retirar la tela apareció un revolver, Rodríguez lo manipuló y lo revisó.
- Está cargado. – comentó Rodríguez.
- Por supuesto, listo para su uso. – Olmedo sonrió con maldad.
#1076
11/11/2012 19:59
- ¿Dónde está él?
- Supongo que en su terreno, pasa allí casi todo el día. Ro… - Rodríguez levantó la mano y Olmedo calló al instante.
- Ya le dije que no quiero saber nada más sobre él. Si no está de acuerdo con mis condiciones o hay ningún problema, me voy y tan amigos. – Rodríguez se puso en pie, pero el capitán también se levantó de la silla.
- Déjese de tonterías. Coja el arma y vamos. – Al ver el gesto de extrañeza del Rodríguez, Olmedo continuó hablando. – Le voy a acompañar y no voy a discutir sobre el tema, quiero ver como acaba con ese desgraciado. – la mirada de Olmedo reflejaba odio y desprecio por su victima. Rodríguez pensó que era mejor no llevarle la contraria y se avino a su capricho.
- Usted paga, y hablando de pagos… - el asesino hizo un gesto inequívoco con los dedos, frotándoselos, solicitando el pago de sus servicios. Olmedo volvió a abrir el cajón del cual sacó el arma y le lanzó una bolsa que tintineó al volar por los aires.
- Ahí tiene la mitad, el resto al finalizar el trabajo.
- Bien, no hay inconveniente. – Rodríguez guardó la bolsa con el dinero en uno de los bolsillos de su chaqueta y se escondió el arma a la espalda, ocultándola con la chaqueta - ¿Nos vamos?
- Detrás de usted.
Olmedo cedió el paso al hombre al que había contratado y se entretuvo unos segundos recogiendo el capote y el tricornio antes de salir. Rodríguez esperó al llegar a la puerta y juntos salieron a la calle.
Ángel llevaba varios minutos esperando tras la esquina a que se produjera algún acontecimiento cuando se percató de que los números que montaban guardia comenzaban a mirarlo con interés. Ya estaba a punto de darse la vuelta cuando observó que la puerta del cuartel se abría y Olmedo salía acompañado, pensó que sería sospechoso salir de su escondite en aquel momento y sintió alivio al ver al doctor Buendía a la puerta de la imprenta con su maletín en la mano dispuesto a seguirlos en cuanto emprendieran su camino.
- ¡Rocío! Rocío, ¿dónde te has metido? – Martina se había levantado muy temprano aquella mañana y buscaba enfadada a la sirvienta – ¡Maldita mocosa! Como no aparezca esta muchacha en menos de un minuto, la pongo de patitas en la calle. Toda la culpa es de Carmen, esa maldita mujerzuela le dio demasiada manga ancha y ahora soy yo quien tiene que aguantar semejante falta de…
- Sí, señora, ¿qué desea? – Rocío llegó corriendo, secándose las manos en el delantal y preocupada por la reacción de su señora.
- Desearía que no fueras tan incompetente, – señaló la mujer con desprecio – pero creo que mis deseos no se van a cumplir. – La sirvienta bajó la cabeza y esperó a que su señora continuara hablando – Sírveme el desayuno, hoy tengo muchas cosas que hacer. Cosas que deberían hacer los hombres de esta casa, pero últimamente dudo hasta de su hombría. ¡Bien! ¿A qué estás esperando? – terminó diciendo Martina mientras daba una palmada para hacer que Rocío se pusiera en marcha.
- ¿A dónde va a ir, señora? – preguntó tímidamente la jovencita.
- ¿Y eso a ti qué te importa? – respondió Martina de malos modos.
- Lo digo por si necesita que preparen el coche. – Rocío no se atrevía a levantar la cabeza tras la reacción de la dueña de la casa.
- Sí, haz que lo preparen, y date prisa porque quiero salir en menos de una hora. – respondió con tono autoritario mientras la sirvienta se iba por el pasillo con paso apresurado. La señora se había levantado con el pie izquierdo aquella mañana y eso no auguraba nada bueno.
- Supongo que en su terreno, pasa allí casi todo el día. Ro… - Rodríguez levantó la mano y Olmedo calló al instante.
- Ya le dije que no quiero saber nada más sobre él. Si no está de acuerdo con mis condiciones o hay ningún problema, me voy y tan amigos. – Rodríguez se puso en pie, pero el capitán también se levantó de la silla.
- Déjese de tonterías. Coja el arma y vamos. – Al ver el gesto de extrañeza del Rodríguez, Olmedo continuó hablando. – Le voy a acompañar y no voy a discutir sobre el tema, quiero ver como acaba con ese desgraciado. – la mirada de Olmedo reflejaba odio y desprecio por su victima. Rodríguez pensó que era mejor no llevarle la contraria y se avino a su capricho.
- Usted paga, y hablando de pagos… - el asesino hizo un gesto inequívoco con los dedos, frotándoselos, solicitando el pago de sus servicios. Olmedo volvió a abrir el cajón del cual sacó el arma y le lanzó una bolsa que tintineó al volar por los aires.
- Ahí tiene la mitad, el resto al finalizar el trabajo.
- Bien, no hay inconveniente. – Rodríguez guardó la bolsa con el dinero en uno de los bolsillos de su chaqueta y se escondió el arma a la espalda, ocultándola con la chaqueta - ¿Nos vamos?
- Detrás de usted.
Olmedo cedió el paso al hombre al que había contratado y se entretuvo unos segundos recogiendo el capote y el tricornio antes de salir. Rodríguez esperó al llegar a la puerta y juntos salieron a la calle.
Ángel llevaba varios minutos esperando tras la esquina a que se produjera algún acontecimiento cuando se percató de que los números que montaban guardia comenzaban a mirarlo con interés. Ya estaba a punto de darse la vuelta cuando observó que la puerta del cuartel se abría y Olmedo salía acompañado, pensó que sería sospechoso salir de su escondite en aquel momento y sintió alivio al ver al doctor Buendía a la puerta de la imprenta con su maletín en la mano dispuesto a seguirlos en cuanto emprendieran su camino.
- ¡Rocío! Rocío, ¿dónde te has metido? – Martina se había levantado muy temprano aquella mañana y buscaba enfadada a la sirvienta – ¡Maldita mocosa! Como no aparezca esta muchacha en menos de un minuto, la pongo de patitas en la calle. Toda la culpa es de Carmen, esa maldita mujerzuela le dio demasiada manga ancha y ahora soy yo quien tiene que aguantar semejante falta de…
- Sí, señora, ¿qué desea? – Rocío llegó corriendo, secándose las manos en el delantal y preocupada por la reacción de su señora.
- Desearía que no fueras tan incompetente, – señaló la mujer con desprecio – pero creo que mis deseos no se van a cumplir. – La sirvienta bajó la cabeza y esperó a que su señora continuara hablando – Sírveme el desayuno, hoy tengo muchas cosas que hacer. Cosas que deberían hacer los hombres de esta casa, pero últimamente dudo hasta de su hombría. ¡Bien! ¿A qué estás esperando? – terminó diciendo Martina mientras daba una palmada para hacer que Rocío se pusiera en marcha.
- ¿A dónde va a ir, señora? – preguntó tímidamente la jovencita.
- ¿Y eso a ti qué te importa? – respondió Martina de malos modos.
- Lo digo por si necesita que preparen el coche. – Rocío no se atrevía a levantar la cabeza tras la reacción de la dueña de la casa.
- Sí, haz que lo preparen, y date prisa porque quiero salir en menos de una hora. – respondió con tono autoritario mientras la sirvienta se iba por el pasillo con paso apresurado. La señora se había levantado con el pie izquierdo aquella mañana y eso no auguraba nada bueno.
#1077
11/11/2012 22:06
Rodriguez y olmedo juntos................ que peligro¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
y creo que martina solo tenia dos pies izquierdos
gracias Roberta
y creo que martina solo tenia dos pies izquierdos
gracias Roberta
#1078
13/11/2012 20:28
En el momento en que Juan salió hacia la posada de la Maña para buscar a Sara y Ángel siguió los pasos de Rodríguez hasta la puerta del cuartel, el doctor Buendía entró de nuevo en su consultorio tan solo el tiempo preciso para recoger su maletín y su chaqueta y dejarlos dispuestos junto a la puerta. Con una sonrisa saludó al capitán y su acompañante cuando pasaron frente a la puerta de la imprenta y esperó unos segundos antes de entrar a recoger sus cosas, no hacía falta apresurarse, sabía perfectamente cuál era el destino de los pasos de ambos hombres. Tras cerrar la puerta del establecimiento, como si nada fuera de lo habitual sucediera, hizo una señal de asentimiento a Ángel que lo observaba desde el otro extremo de la plaza y comenzó a caminar. Ángel salió de la plaza por una de las callejuelas que en ella desembocaban y se apresuró a buscar su caballo, debía llegar al terreno de Roberto lo antes posible.
- Buenos días, doña Rosa. ¿Sería tan amable de ponerme un vaso de ese vino de Jerez tan exquisito que tiene? – Juan entró en la posada de la Maña muy sonriente. Sara, quien llevaba desde muy temprano esperando cualquier acontecimiento, se levantó de improviso. – Señorita Reeves, - dijo el marqués dirigiéndose a la joven - ¿me haría el honor de tomar un Jerez en mi compañía? Doña Rosa, por favor, que sean dos vasos.
- Por supuesto, señor marqués. – respondió la mujer acercándose al mostrador.
- Tranquilízate. Es importante que nadie sospeche nada. – el hombre aprovechó a hablar cuando la posadera los dejó solos. – Olmedo y Rodríguez ya están juntos.
- ¿Estas seguro? – preguntó ella inquieta
- Completamente. He conocido a Rodríguez, y no lo he perdido de vista hasta que ha entrado en el cuartel.
- ¿Cómo es? – preguntó Sara.
- Eso no importa. – Sara no se refería a su aspecto físico, si no al hecho de que fuera capaz de matar a un desconocido a sangre fría y Juan no se atrevía a decirle que presentía que el hombre con el que había compartido mesa era capaz de cualquier cosa. – Lo que importa es que el Chato esta vigilándolo y Marcial lo sustituirá en el momento en el que salgan del pueblo.
- Entonces…
- Entonces todo va según lo previsto. Tus tenientes también están juntos, los he visto salir… ¡Muchas gracias, doña Rosa! ¿Por qué se ha molestado? – Juan cambió drásticamente el tema de la conversación cuando la Maña se acercó con los vasos de vino y un plato de queso.
- No es nada señor marqués, hay que cuidar de los buenos clientes. – dijo ella sonriente – Buenos clientes y buenas personas, además…
- Decías… - Sara se volvió hacia su acompañante en cuanto la mujer entró en la cocina, volvían a estar solos.
- Decía que tus tenientes han salido juntos momentos después de que Rodríguez entrara en el cuartel, supongo que Olmedo los habrá echado, los he visto cuando venía hacia aquí.
- Entonces debemos ponernos en marcha cuanto antes… - Sara estaba muy nerviosa. Nunca antes había tenido los nervios tan a flor de piel como en aquel momento, en ninguna de sus incursiones con la banda, y temía que aquello fuera un mal presagio.
- Tranquila Sara. – Juan la tomó de la mano – Nunca te había visto tan nerviosa antes de una emboscada.
- Es que la de hoy no es una emboscada normal. Olmedo es el objetivo más peligroso al que nos hemos enfrentado nunca…
- Pero no es por Olmedo por quién estás así… No te preocupes, rubita, que a tu amigo no le va a pasar nada. – a pesar de las palabras de aliento de su compañero, Sara seguía nerviosa, por lo que él optó por otra táctica – Y tu teniente, ¿qué piensa él de esto? ¿No se ha puesto celoso al ver que te preocupas tanto por ese jornalero?
- No digas tonterías, Juan. Miguel sabe perfectamente que mi afecto por Roberto es tan solo… Estás intentando distraerme, ¿verdad? – el hombre asintió y, tras dejar su asiento, le tendió la mano para ayudarla a levantar de su silla.
- ¿Vamos señorita Reeves? Hemos de salvar la vida de un buen hombre y atrapar a un par de delincuentes.
- Vamos. – respondió ella sonriente tendiendo la mano y acompañándolo fuera del local.
- Buenos días, doña Rosa. ¿Sería tan amable de ponerme un vaso de ese vino de Jerez tan exquisito que tiene? – Juan entró en la posada de la Maña muy sonriente. Sara, quien llevaba desde muy temprano esperando cualquier acontecimiento, se levantó de improviso. – Señorita Reeves, - dijo el marqués dirigiéndose a la joven - ¿me haría el honor de tomar un Jerez en mi compañía? Doña Rosa, por favor, que sean dos vasos.
- Por supuesto, señor marqués. – respondió la mujer acercándose al mostrador.
- Tranquilízate. Es importante que nadie sospeche nada. – el hombre aprovechó a hablar cuando la posadera los dejó solos. – Olmedo y Rodríguez ya están juntos.
- ¿Estas seguro? – preguntó ella inquieta
- Completamente. He conocido a Rodríguez, y no lo he perdido de vista hasta que ha entrado en el cuartel.
- ¿Cómo es? – preguntó Sara.
- Eso no importa. – Sara no se refería a su aspecto físico, si no al hecho de que fuera capaz de matar a un desconocido a sangre fría y Juan no se atrevía a decirle que presentía que el hombre con el que había compartido mesa era capaz de cualquier cosa. – Lo que importa es que el Chato esta vigilándolo y Marcial lo sustituirá en el momento en el que salgan del pueblo.
- Entonces…
- Entonces todo va según lo previsto. Tus tenientes también están juntos, los he visto salir… ¡Muchas gracias, doña Rosa! ¿Por qué se ha molestado? – Juan cambió drásticamente el tema de la conversación cuando la Maña se acercó con los vasos de vino y un plato de queso.
- No es nada señor marqués, hay que cuidar de los buenos clientes. – dijo ella sonriente – Buenos clientes y buenas personas, además…
- Decías… - Sara se volvió hacia su acompañante en cuanto la mujer entró en la cocina, volvían a estar solos.
- Decía que tus tenientes han salido juntos momentos después de que Rodríguez entrara en el cuartel, supongo que Olmedo los habrá echado, los he visto cuando venía hacia aquí.
- Entonces debemos ponernos en marcha cuanto antes… - Sara estaba muy nerviosa. Nunca antes había tenido los nervios tan a flor de piel como en aquel momento, en ninguna de sus incursiones con la banda, y temía que aquello fuera un mal presagio.
- Tranquila Sara. – Juan la tomó de la mano – Nunca te había visto tan nerviosa antes de una emboscada.
- Es que la de hoy no es una emboscada normal. Olmedo es el objetivo más peligroso al que nos hemos enfrentado nunca…
- Pero no es por Olmedo por quién estás así… No te preocupes, rubita, que a tu amigo no le va a pasar nada. – a pesar de las palabras de aliento de su compañero, Sara seguía nerviosa, por lo que él optó por otra táctica – Y tu teniente, ¿qué piensa él de esto? ¿No se ha puesto celoso al ver que te preocupas tanto por ese jornalero?
- No digas tonterías, Juan. Miguel sabe perfectamente que mi afecto por Roberto es tan solo… Estás intentando distraerme, ¿verdad? – el hombre asintió y, tras dejar su asiento, le tendió la mano para ayudarla a levantar de su silla.
- ¿Vamos señorita Reeves? Hemos de salvar la vida de un buen hombre y atrapar a un par de delincuentes.
- Vamos. – respondió ella sonriente tendiendo la mano y acompañándolo fuera del local.
#1079
14/11/2012 00:50
Si por favor atrapen a ese par de delincuentes
y salven la vida de un buen hombre..............y que lo sepa natalia
a cara descubierta
y en colaboracion de la guardia civil y los bandoleros justicieros
gracias Roberta
y salven la vida de un buen hombre..............y que lo sepa natalia
a cara descubierta
y en colaboracion de la guardia civil y los bandoleros justicieros
gracias Roberta
#1080
15/11/2012 07:27
....
Se hará lo que se pueda. Ya me contaréis si os gusta.
_____________________________________________________________________
- Ahí están. – El teniente Garay señaló a dos hombres que se encontraban junto al lavadero – Esos son nuestros compañeros de la Comandancia de Málaga. Guíales hasta el terreno de Roberto y esconderos bien, yo seguiré a Olmedo e intentaré llegar lo antes posible para poder avisaros.
- De acuerdo. – convino Miguel – Ten mucho cuidado, que no te descubra Olmedo, el camino hasta el terruño tiene varios tramos en los que no hay donde ocultarse.
- No te preocupes. Nos vemos allí.
Mientras Miguel se acercaba a los compañeros que habían llegado siguiendo a Rodríguez, Garay les hacía una seña para que acompañasen a Romero a donde él les dijera. Tras intercambiar unas palabras, Miguel comenzó a andar en dirección a una de las calles por las que se salía del pueblo y los otros hombres lo siguieron. Garay se dio la vuelta y apresuró su paso hasta que tuvo a Olmedo y Rodríguez a la vista. Los hombres caminaban hacia el terruño; la tranquilidad que les daba el ignorar que estaban siendo vigilados hacía que caminasen a paso lento, pausado, como si no fueran del todo conscientes de que cada minuto más que tardasen en llegar significaba un minuto más en la vida de un hombre, o como si ello no les importase lo más mínimo.
- ¡Ay, Mantecao! – suspiró Rafaelín – Míralo, mira qué trite está Roberto. ¡Pero mira! – el muchacho se acercó a su burrito y le tiró del ronzal ya que el asno estaba comiendo hierba tranquilamente, ajeno a todo lo que sucedía a su alrededor. – Zupongo que zabé que alguien te quié matá no é como para está muy alegre que digamo, pero… Así en confianza, entre tú y yo, Roberto está así desde mucho ante de que ze zupiera tó esto. – El burrito giró la cabeza mirando fijamente a su amo, como si en realidad entendiera lo que éste le estaba diciendo – Zí, y tú pienzas igualitico que yo, Roberto está azí porque la sita Natalia za ido. – El asno rebuznó, como si aquel sonido sirviera para que su amo supiera que pensaba igual que él, pero el joven lo calló - ¡Shhh! ¡Calla Mantecao! Tenemo que está en silincio. Nadie pue sabé questamos aquí. Ainsss, con lo buena que é la sita Natalia. Ya te conté c’había bailau conmigo, ¿verdá? Ella es la única sita que ha bailau conmigo – dijo triste – porque las chicas de la Maña no cuentan, ellas bailan conmigo porque les doy pena, pe, pero zé que luego ze bulan de mí porque no zoy mu lizto. Bueno, doña Roza no y... y Ramona tapoco. Pero la sita Natalia… ella é una sita fina y elegante y mu buena y quié mucho a Roberto. ¿Zabe que el señó don Chato tamién zabe que Roberto y ella se quieren? Po zí, pero no podemo hablar dello. – terminó en tono confidencial.
- ¿De qué no puedes hablar con Mantecao, Rafaelín? – tan ensimismado estaba el muchacho con su burrito que no se dio cuenta de que Ángel se había acercado sigilosamente.
- De ná, señó don Cha… don Ánge.
- Rafaelín…
- Bueno, pue etaba hablando con mi Mantecao de que Roberto y la sita Natalia se quieren mucho y de que é una tontería mú tonta que ella no té aquí. ¿Verdad, Mantecao? – el asno movió la cabeza de arriba abajo como si asintiera - ¿Vé? Mantecao piensa lo mimitico que yo.
- Rafaelín, quedamos en que no debíamos hablar de…
- Zí, pero mi Mantecao é totalmente de confianza, no le va a contá nada a nadie.
- De acuerdo. – el ex-bandolero se dio por vencido - ¿Ha pasado algo?
- Po… no. Hemo siguido a Roberto dede su casa y hata aquí. Y ahí ha etao quitado pedrusco y arrancando hierbajo. – explicó el chico – Tó mu aburrio.
- ¿Muy aburrido dices? – preguntó incrédulo - ¿Y eso? – el ex-bandolero señaló hacia donde Roberto se encontraba, haciendo que Rafaelín se girara para mirar.
Se hará lo que se pueda. Ya me contaréis si os gusta.
_____________________________________________________________________
- Ahí están. – El teniente Garay señaló a dos hombres que se encontraban junto al lavadero – Esos son nuestros compañeros de la Comandancia de Málaga. Guíales hasta el terreno de Roberto y esconderos bien, yo seguiré a Olmedo e intentaré llegar lo antes posible para poder avisaros.
- De acuerdo. – convino Miguel – Ten mucho cuidado, que no te descubra Olmedo, el camino hasta el terruño tiene varios tramos en los que no hay donde ocultarse.
- No te preocupes. Nos vemos allí.
Mientras Miguel se acercaba a los compañeros que habían llegado siguiendo a Rodríguez, Garay les hacía una seña para que acompañasen a Romero a donde él les dijera. Tras intercambiar unas palabras, Miguel comenzó a andar en dirección a una de las calles por las que se salía del pueblo y los otros hombres lo siguieron. Garay se dio la vuelta y apresuró su paso hasta que tuvo a Olmedo y Rodríguez a la vista. Los hombres caminaban hacia el terruño; la tranquilidad que les daba el ignorar que estaban siendo vigilados hacía que caminasen a paso lento, pausado, como si no fueran del todo conscientes de que cada minuto más que tardasen en llegar significaba un minuto más en la vida de un hombre, o como si ello no les importase lo más mínimo.
- ¡Ay, Mantecao! – suspiró Rafaelín – Míralo, mira qué trite está Roberto. ¡Pero mira! – el muchacho se acercó a su burrito y le tiró del ronzal ya que el asno estaba comiendo hierba tranquilamente, ajeno a todo lo que sucedía a su alrededor. – Zupongo que zabé que alguien te quié matá no é como para está muy alegre que digamo, pero… Así en confianza, entre tú y yo, Roberto está así desde mucho ante de que ze zupiera tó esto. – El burrito giró la cabeza mirando fijamente a su amo, como si en realidad entendiera lo que éste le estaba diciendo – Zí, y tú pienzas igualitico que yo, Roberto está azí porque la sita Natalia za ido. – El asno rebuznó, como si aquel sonido sirviera para que su amo supiera que pensaba igual que él, pero el joven lo calló - ¡Shhh! ¡Calla Mantecao! Tenemo que está en silincio. Nadie pue sabé questamos aquí. Ainsss, con lo buena que é la sita Natalia. Ya te conté c’había bailau conmigo, ¿verdá? Ella es la única sita que ha bailau conmigo – dijo triste – porque las chicas de la Maña no cuentan, ellas bailan conmigo porque les doy pena, pe, pero zé que luego ze bulan de mí porque no zoy mu lizto. Bueno, doña Roza no y... y Ramona tapoco. Pero la sita Natalia… ella é una sita fina y elegante y mu buena y quié mucho a Roberto. ¿Zabe que el señó don Chato tamién zabe que Roberto y ella se quieren? Po zí, pero no podemo hablar dello. – terminó en tono confidencial.
- ¿De qué no puedes hablar con Mantecao, Rafaelín? – tan ensimismado estaba el muchacho con su burrito que no se dio cuenta de que Ángel se había acercado sigilosamente.
- De ná, señó don Cha… don Ánge.
- Rafaelín…
- Bueno, pue etaba hablando con mi Mantecao de que Roberto y la sita Natalia se quieren mucho y de que é una tontería mú tonta que ella no té aquí. ¿Verdad, Mantecao? – el asno movió la cabeza de arriba abajo como si asintiera - ¿Vé? Mantecao piensa lo mimitico que yo.
- Rafaelín, quedamos en que no debíamos hablar de…
- Zí, pero mi Mantecao é totalmente de confianza, no le va a contá nada a nadie.
- De acuerdo. – el ex-bandolero se dio por vencido - ¿Ha pasado algo?
- Po… no. Hemo siguido a Roberto dede su casa y hata aquí. Y ahí ha etao quitado pedrusco y arrancando hierbajo. – explicó el chico – Tó mu aburrio.
- ¿Muy aburrido dices? – preguntó incrédulo - ¿Y eso? – el ex-bandolero señaló hacia donde Roberto se encontraba, haciendo que Rafaelín se girara para mirar.