Foro Bandolera
Como no me gusta la historia... voy y la cambio (Natalia y Roberto)
#0
27/04/2011 20:02
Como estoy bastante aburrida de que me tengan a Roberto entre rejas, aunque sean las rejas de cartón piedra del cuartel de Arazana, y de que nadie (excepto San Miguel) intente hacer nada... pues voy y lo saco yo misma.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
_____________________________________________________________________________
Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
_____________________________________________________________________________
Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
#1021
28/08/2012 01:08
Mucho tiempo sin ver esta historia en la pagina principal ,gracias por escribir aunque sea otro trocito Roberta,se echaba de menos!
#1022
28/08/2012 23:53
Gracias por vuestras palabras...
__________________________________________________________________________
La carta de Natalia trataba de ser tranquilizadora, pero Sara se dio cuenta inmediatamente de que había nombrado a varios de los habitantes de Arazana, pero no a Roberto, incluso se había acordado del Chato a pesar de todos los encontronazos que había tenido con él. Era una lástima que hubiese nombrado a éste último ya que no podría mostrar la carta a Miguel para pedir su opinión acerca de las palabras de Natalia.
Sara mantenía la vista fija en el papel que sostenía en sus manos, pensando en su prima y deseando no estar tan alejadas la una de la otra cuando escuchó unos golpes en la puerta. Dobló la carta y la dejó sobre la mesa para poder acercarse a la entrada del local.
- ¿Sí? ¿Quién es? – pregunto sin abrir la puerta
- Soy yo, Sara. ¿Te encuentras bien? – la voz de Miguel al otro lado de la puerta sonó preocupada.
- Si, muy bien. – dijo la joven dejando pasar a su prometido – Se me ha hecho tarde, estaba… He recibido carta de Natalia.
- ¿Está bien? – Miguel había tomado cariño a la joven durante las semanas que estuvo en el pueblo. Le había parecido una mujer divertida, simpática y sensata… esto último cuando no estaba secundando a Sara en alguna de sus ocurrencias, claro está. El gesto que su novia hizo al escuchar la pregunta lo preocupó.
- Dice que sí, pero no la creo. Envía recuerdos para casi todos. – Sara incidió en la palabra casi, dando a entender que no había nombrado a Roberto.
- Es lógico, ha pasado poco tiempo aún, pero ya verás cómo se recupera. – Miguel tomó la mano de su novia intentando infundirle ánimos.
- Miguel, vemos cada día a Roberto. ¿Tú crees que su ánimo ha mejorado algo en las últimas semanas? – Sara soltó su mano de la de su novio y caminó hacia el mostrador, tomó la chaqueta que tenía guardada y volvió junto a Miguel – ¡Pareja de tercos! – exclamó pensando en Natalia y Roberto – Se van a estar arrepintiendo hasta el fin de sus días.
- ¿Nos vamos? Han de estar esperándonos desde hace varios minutos.
- Sí, vamos. – Sara guardó la carta en su bolsito y caminó hacia la puerta donde la esperaba el teniente Romero – Creo que hoy tendremos novedades. – al ver el gesto de extrañeza del hombre continuó hablando – Elvira me trajo la carta de Natalia, se la habían entregado en Villareja junto con otra dirigida a Garay, de la Comandancia de Málaga – explicó - ¿Crees que esa carta tendrá que ver con Olmedo y su plan?
- No lo sé. – respondió Miguel moviendo la cabeza – Esperar día tras día a que suceda algo es terrible, Olmedo está muy nervioso, creo que también espera esas novedades que no terminan de llegar. Pero por otro lado, el no tener novedades significa que Roberto está a salvo.
- ¿Temes que le ocurra algo? ¿Que Olmedo y ese tal Rodríguez consigan…? – Sara no consiguió terminar la pregunta, no quería siquiera pensar en que algo pudiera pasarle al joven.
- No, a Roberto no va a ocurrirle nada, no te preocupes. – Miguel tomó la mano de su novia y se la llevó a los labios depositando un tierno beso intentando infundirle ánimos – No vamos a dejar que le ocurra nada malo. ¿Sabes que es posible que Garay conozca a Natalia? – dijo el teniente tratando de hacer que los pensamientos de Sara no fueran tan sombríos.
- ¿De veras? ¿Cómo lo has sabido?
- ¿Recuerdas cuando hace unos días…? – Miguel y Sara continuaron caminando hacia la casa del gobernador Hermida donde sus amigos los esperaban.
__________________________________________________________________________
La carta de Natalia trataba de ser tranquilizadora, pero Sara se dio cuenta inmediatamente de que había nombrado a varios de los habitantes de Arazana, pero no a Roberto, incluso se había acordado del Chato a pesar de todos los encontronazos que había tenido con él. Era una lástima que hubiese nombrado a éste último ya que no podría mostrar la carta a Miguel para pedir su opinión acerca de las palabras de Natalia.
Sara mantenía la vista fija en el papel que sostenía en sus manos, pensando en su prima y deseando no estar tan alejadas la una de la otra cuando escuchó unos golpes en la puerta. Dobló la carta y la dejó sobre la mesa para poder acercarse a la entrada del local.
- ¿Sí? ¿Quién es? – pregunto sin abrir la puerta
- Soy yo, Sara. ¿Te encuentras bien? – la voz de Miguel al otro lado de la puerta sonó preocupada.
- Si, muy bien. – dijo la joven dejando pasar a su prometido – Se me ha hecho tarde, estaba… He recibido carta de Natalia.
- ¿Está bien? – Miguel había tomado cariño a la joven durante las semanas que estuvo en el pueblo. Le había parecido una mujer divertida, simpática y sensata… esto último cuando no estaba secundando a Sara en alguna de sus ocurrencias, claro está. El gesto que su novia hizo al escuchar la pregunta lo preocupó.
- Dice que sí, pero no la creo. Envía recuerdos para casi todos. – Sara incidió en la palabra casi, dando a entender que no había nombrado a Roberto.
- Es lógico, ha pasado poco tiempo aún, pero ya verás cómo se recupera. – Miguel tomó la mano de su novia intentando infundirle ánimos.
- Miguel, vemos cada día a Roberto. ¿Tú crees que su ánimo ha mejorado algo en las últimas semanas? – Sara soltó su mano de la de su novio y caminó hacia el mostrador, tomó la chaqueta que tenía guardada y volvió junto a Miguel – ¡Pareja de tercos! – exclamó pensando en Natalia y Roberto – Se van a estar arrepintiendo hasta el fin de sus días.
- ¿Nos vamos? Han de estar esperándonos desde hace varios minutos.
- Sí, vamos. – Sara guardó la carta en su bolsito y caminó hacia la puerta donde la esperaba el teniente Romero – Creo que hoy tendremos novedades. – al ver el gesto de extrañeza del hombre continuó hablando – Elvira me trajo la carta de Natalia, se la habían entregado en Villareja junto con otra dirigida a Garay, de la Comandancia de Málaga – explicó - ¿Crees que esa carta tendrá que ver con Olmedo y su plan?
- No lo sé. – respondió Miguel moviendo la cabeza – Esperar día tras día a que suceda algo es terrible, Olmedo está muy nervioso, creo que también espera esas novedades que no terminan de llegar. Pero por otro lado, el no tener novedades significa que Roberto está a salvo.
- ¿Temes que le ocurra algo? ¿Que Olmedo y ese tal Rodríguez consigan…? – Sara no consiguió terminar la pregunta, no quería siquiera pensar en que algo pudiera pasarle al joven.
- No, a Roberto no va a ocurrirle nada, no te preocupes. – Miguel tomó la mano de su novia y se la llevó a los labios depositando un tierno beso intentando infundirle ánimos – No vamos a dejar que le ocurra nada malo. ¿Sabes que es posible que Garay conozca a Natalia? – dijo el teniente tratando de hacer que los pensamientos de Sara no fueran tan sombríos.
- ¿De veras? ¿Cómo lo has sabido?
- ¿Recuerdas cuando hace unos días…? – Miguel y Sara continuaron caminando hacia la casa del gobernador Hermida donde sus amigos los esperaban.
#1023
29/08/2012 01:25
Gracias Roberta
y estoy de acuerdo............pareja de tercos
y estoy de acuerdo............pareja de tercos
#1024
29/08/2012 23:15
Capítulo 108
- ¿Ya estáis aquí? – preguntó el gobernador al ver entrar a la pareja.
- Sí, ¿habéis estado esperándonos para comenzar? – preguntó Sara
- No, tranquilos; Roberto aún no ha llegado. – respondió el teniente Garay con un tono de voz que hacía ver que había algo importante de lo que hablar.
- ¿Ha ocurrido algo? – preguntó Miguel observando a su compañero. El teniente tenía una carta entre las manos, seguramente fuese la que habían entregado a Elvira en Villareja.
- Buenas noches. – Roberto entró en la estancia precedido por Elvira. Notó todas las miradas fijas en él - ¿Qué sucede?
Ángel se encontraba apoyado en la pared, junto a una de las ventanas, observando a todos los presentes. A pesar de que se habían comportado correctamente con él en todo momento, el antiguo bandolero no se sentía del todo cómodo, había algo que seguía distanciándolo de los demás. Sus acompañantes siempre habían desarrollado su vida dentro de los límites de la legalidad y no llegaban a ser totalmente conscientes de lo que Olmedo y sus secuaces serían capaces de hacer; sin embargo, él si se daba perfecta cuenta de que la vida de Roberto corría serio peligro a pesar de que la Guardia Civil estuviera pendiente de cada uno de los pasos de aquellos malvados. Esos pensamientos hacían que permaneciese en un constante estado de alerta y el cambio de actitud del nuevo teniente le hizo sospechar que los acontecimientos podrían precipitarse.
- Sentémonos. – dijo el teniente Garay tratando de mostrar calma, aunque cerraba la mano con fuerza sobre el sobre que permanecía en su poder.
- Parece que hay noticias. – dijo Roberto señalando la misiva que Garay guardaba en su mano – Y por el tono de su voz al pedir que nos sentemos, no creo que sean muy buenas. – La voz de Roberto no demostraba miedo o intranquilidad, sino más bien alivio. El alivio que significaba dejar de vivir en la incertidumbre, dejar de fingir frente a la familia y amigos para evitar su preocupación, dejar de pensar en otra vida, en otras ilusiones, en un futuro.
- Efectivamente, hay noticias. – Garay evito decir si eran buenas o malas, que cada quien decidiese cómo calificarlas – Rodríguez sigue en Ronda, estrechamente vigilado por nuestros hombres, pero ha comenzado a hacer arreglos para dejar el pueblo en los próximos días.
- Bien. – dijo Roberto en voz baja. Sara se giró hacia él con cara de asombro y el joven se explicó – Es complicado fingir que no sucede nada, seguir con la vida normal, cuando no sabes qué va a ocurrir. Ahora ya sé que es cuestión de días… tan solo cuestión de días.
- ¿Les ha avisado a sus compañeros? – preguntó Ángel.
- No, aún no, no he tenido tiempo, pero espero hacerlo esta misma noche, si la señorita Reeves no tiene inconveniente en servir de telegrafista.
- Por supuesto, vamos a… - Sara se incorporó, dispuesta a salir hacia la imprenta, pero Miguel la tomó del brazo.
- Tranquila, aún hay muchas cosas que discutir y en las que pensar. – Miguel seguía tranquilo, sereno, como todos los demás en la sala. Sara pensaba que estaban tomándoselo con demasiada calma, pareciera que nadie tuviese en cuenta que la vida de Roberto corría serio peligro.
- ¿Ya estáis aquí? – preguntó el gobernador al ver entrar a la pareja.
- Sí, ¿habéis estado esperándonos para comenzar? – preguntó Sara
- No, tranquilos; Roberto aún no ha llegado. – respondió el teniente Garay con un tono de voz que hacía ver que había algo importante de lo que hablar.
- ¿Ha ocurrido algo? – preguntó Miguel observando a su compañero. El teniente tenía una carta entre las manos, seguramente fuese la que habían entregado a Elvira en Villareja.
- Buenas noches. – Roberto entró en la estancia precedido por Elvira. Notó todas las miradas fijas en él - ¿Qué sucede?
Ángel se encontraba apoyado en la pared, junto a una de las ventanas, observando a todos los presentes. A pesar de que se habían comportado correctamente con él en todo momento, el antiguo bandolero no se sentía del todo cómodo, había algo que seguía distanciándolo de los demás. Sus acompañantes siempre habían desarrollado su vida dentro de los límites de la legalidad y no llegaban a ser totalmente conscientes de lo que Olmedo y sus secuaces serían capaces de hacer; sin embargo, él si se daba perfecta cuenta de que la vida de Roberto corría serio peligro a pesar de que la Guardia Civil estuviera pendiente de cada uno de los pasos de aquellos malvados. Esos pensamientos hacían que permaneciese en un constante estado de alerta y el cambio de actitud del nuevo teniente le hizo sospechar que los acontecimientos podrían precipitarse.
- Sentémonos. – dijo el teniente Garay tratando de mostrar calma, aunque cerraba la mano con fuerza sobre el sobre que permanecía en su poder.
- Parece que hay noticias. – dijo Roberto señalando la misiva que Garay guardaba en su mano – Y por el tono de su voz al pedir que nos sentemos, no creo que sean muy buenas. – La voz de Roberto no demostraba miedo o intranquilidad, sino más bien alivio. El alivio que significaba dejar de vivir en la incertidumbre, dejar de fingir frente a la familia y amigos para evitar su preocupación, dejar de pensar en otra vida, en otras ilusiones, en un futuro.
- Efectivamente, hay noticias. – Garay evito decir si eran buenas o malas, que cada quien decidiese cómo calificarlas – Rodríguez sigue en Ronda, estrechamente vigilado por nuestros hombres, pero ha comenzado a hacer arreglos para dejar el pueblo en los próximos días.
- Bien. – dijo Roberto en voz baja. Sara se giró hacia él con cara de asombro y el joven se explicó – Es complicado fingir que no sucede nada, seguir con la vida normal, cuando no sabes qué va a ocurrir. Ahora ya sé que es cuestión de días… tan solo cuestión de días.
- ¿Les ha avisado a sus compañeros? – preguntó Ángel.
- No, aún no, no he tenido tiempo, pero espero hacerlo esta misma noche, si la señorita Reeves no tiene inconveniente en servir de telegrafista.
- Por supuesto, vamos a… - Sara se incorporó, dispuesta a salir hacia la imprenta, pero Miguel la tomó del brazo.
- Tranquila, aún hay muchas cosas que discutir y en las que pensar. – Miguel seguía tranquilo, sereno, como todos los demás en la sala. Sara pensaba que estaban tomándoselo con demasiada calma, pareciera que nadie tuviese en cuenta que la vida de Roberto corría serio peligro.
#1025
02/09/2012 18:49
- Como ya he dicho, – prosiguió Garay – Rodríguez sigue en Ronda, vigilado, por lo que Roberto sigue a salvo, pero en cuanto se ponga en marcha tendremos que tomar las medidas oportunas.
- ¿Y qué va a hacer? ¿Ponerme escolta? – dijo Roberto sonriendo - ¿Dónde se ha visto que un jornalero esté protegido por la Guardia Civil? Además, le recuerdo que es su propio capitán quien me quiere ver muerto; lo va a tener complicado, teniente. – Sara y Elvira dejaron escapar un suspiro, todos sabían del deseo de Olmedo, pero habían evitado las palabras que evocasen directamente la muerte, siempre habían hablado de deshacerse de él, de librarse de él, pero nunca directamente de su muerte.
- ¡Pero algo hay que hacer, no puedes estar solo para que puedas ser presa fácil de ese Rodríguez! – Sara estaba realmente angustiada, a pesar de todo lo ocurrido, Roberto era su amigo y sabía que Natalia jamás se repondría de su muerte.
- Algo pensaremos, tal vez detenerte por algún motivo. - dijo Miguel.
- No, eso no sirve. – Ángel volvió a intervenir – Ha de estar libre, fingiendo llevar una vida normal, de otro modo Rodríguez no podrá acercarse a él lo suficiente como para que podamos atraparlo; además, si lo encierran en el cuartel… de ahí no habrá quien lo saque, ese es el terreno de Olmedo.
- No creo que haya mucho más de lo que hablar. – Roberto se levantó y se acercó a doña Elvira – Buenas noches señora, y gracias.
- Roberto, espera, no puedes irte tan pronto – exclamó Sara.
- Rodríguez sigue en Ronda, el teniente aún no se ha puesto en contacto con sus compañeros y Comandancia, no tenemos más noticias, ni sabemos cuál es el mejor modo de actuar… No hay mucho más de lo que hablar, Sara. Buenas noches a todos.
- Roberto tiene razón. – dijo don Abel, quien se había mantenido en silencio observando durante toda la conversación – La carrera acaba de empezar, ya se ha dado el pistoletazo de salida, pero aún no sabemos hacia dónde correr.
- Es como… - comenzó a decir Sara.
- ¿Cómo qué? – preguntó la esposa de su padre.
- Como la caza del zorro. Es muy popular en Inglaterra… – comenzó a explicar – Las trompetas han sonado, los cazadores y los sabuesos se han puesto en marcha y el zorro no sabe hacia dónde escapar tratando de no acabar siendo un trofeo expuesto en una vitrina. – La voz de Sara sonaba triste y temerosa - ¿Por qué sonríes? – Sara se volvió hacia Ángel quien, con la mirada perdida, sonreía hacia la nada.
- No creo que el pellejo disecado de un capitán de la Guardia Civil, sea la mejor decoración para la imprenta. Buenas noches a todos. – Ángel abandonó la casa dejando a todos los presentes pensativos. El joven tenía razón, la presa no era Roberto, el joven Pérez era el cebo, la presa era el capitán Olmedo, la presa que iban a cazar.
- ¿Y qué va a hacer? ¿Ponerme escolta? – dijo Roberto sonriendo - ¿Dónde se ha visto que un jornalero esté protegido por la Guardia Civil? Además, le recuerdo que es su propio capitán quien me quiere ver muerto; lo va a tener complicado, teniente. – Sara y Elvira dejaron escapar un suspiro, todos sabían del deseo de Olmedo, pero habían evitado las palabras que evocasen directamente la muerte, siempre habían hablado de deshacerse de él, de librarse de él, pero nunca directamente de su muerte.
- ¡Pero algo hay que hacer, no puedes estar solo para que puedas ser presa fácil de ese Rodríguez! – Sara estaba realmente angustiada, a pesar de todo lo ocurrido, Roberto era su amigo y sabía que Natalia jamás se repondría de su muerte.
- Algo pensaremos, tal vez detenerte por algún motivo. - dijo Miguel.
- No, eso no sirve. – Ángel volvió a intervenir – Ha de estar libre, fingiendo llevar una vida normal, de otro modo Rodríguez no podrá acercarse a él lo suficiente como para que podamos atraparlo; además, si lo encierran en el cuartel… de ahí no habrá quien lo saque, ese es el terreno de Olmedo.
- No creo que haya mucho más de lo que hablar. – Roberto se levantó y se acercó a doña Elvira – Buenas noches señora, y gracias.
- Roberto, espera, no puedes irte tan pronto – exclamó Sara.
- Rodríguez sigue en Ronda, el teniente aún no se ha puesto en contacto con sus compañeros y Comandancia, no tenemos más noticias, ni sabemos cuál es el mejor modo de actuar… No hay mucho más de lo que hablar, Sara. Buenas noches a todos.
- Roberto tiene razón. – dijo don Abel, quien se había mantenido en silencio observando durante toda la conversación – La carrera acaba de empezar, ya se ha dado el pistoletazo de salida, pero aún no sabemos hacia dónde correr.
- Es como… - comenzó a decir Sara.
- ¿Cómo qué? – preguntó la esposa de su padre.
- Como la caza del zorro. Es muy popular en Inglaterra… – comenzó a explicar – Las trompetas han sonado, los cazadores y los sabuesos se han puesto en marcha y el zorro no sabe hacia dónde escapar tratando de no acabar siendo un trofeo expuesto en una vitrina. – La voz de Sara sonaba triste y temerosa - ¿Por qué sonríes? – Sara se volvió hacia Ángel quien, con la mirada perdida, sonreía hacia la nada.
- No creo que el pellejo disecado de un capitán de la Guardia Civil, sea la mejor decoración para la imprenta. Buenas noches a todos. – Ángel abandonó la casa dejando a todos los presentes pensativos. El joven tenía razón, la presa no era Roberto, el joven Pérez era el cebo, la presa era el capitán Olmedo, la presa que iban a cazar.
#1026
04/09/2012 23:03
Roberto caminaba hacia su casa, había conseguido fingir ante su familia que nada sucedía, que nada le preocupaba, pero si el ataque estaba próximo debía hacer algo para que no sufrieran, para que no estuvieran en peligro; por nada del mundo querría que sufriesen ningún daño por su causa. Se sentía exactamente igual que cuando alejó a Natalia de su lado, asustado, necesitado de cariño, de una mano que lo alentase, pero incapaz de hablar por temor a poner en peligro a los que más amaba. Natalia…, todo lo que hacía, todo lo que le ocurría, le llevaba a pensar en ella. Unas semanas atrás ni tan siquiera sabía que existiese y, si embargo, en aquellos momentos toda su vida giraba en torno a ella, a su recuerdo. Su terruño, recién plantado de trigo, le recordaba que ella había estado ayudándolo, aprendiendo las tareas del campo, la imprenta de Sara le hacía retroceder al día en que la vio abstraída del mundo, leyendo aquella carta que le llegó desde su hogar. Cada vez que pasaba por la plaza del pueblo la recordaba bailando con Rafaelín, en cada visita a la taberna de Pepe creía verla subida en una de las mesas como sucedió la noche de su cumpleaños y cuando pasaba cerca de la posada de la Maña no podía evitar pensar en las horas pasadas entre sus brazos, amándola y sintiéndose amado. Sabía que alejarla de su lado había sido el mayor error de su vida y que estaría eternamente arrepentido de ello, peor ya no había nada que hacer al respecto. Mientras se alejaba del pueblo, apretaba en su mano la cajita con los anillos que ella le había hecho llegar, aquella cajita que le acompañaba desde que la recibió; la guardaba en uno de los bolsillos de la chaqueta o el pantalón y al acostarse la colocaba bajo la almohada. No se había atrevido a ponerse el anillo que le correspondía, sabía que si Natalia no se colocaba el otro, él no podría hacer lo mismo con el suyo, al igual que sabía que su mano no llevaría jamás un anillo que no fuera aquel.
#1027
05/09/2012 19:41
Que bonito Roberta¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
gracias
gracias
#1028
08/09/2012 18:31
Prometí que iba a llevar cierto orden y continuidad pero bueno, mi continuidad es como la calidad de los guiones de Bandolera... ESCASA.
_____________________________________________________________________
Tras la marcha de Roberto y Ángel de casa de los Hermida, Sara y los dos tenientes abandonaron el hogar del gobernador y su esposa; poco había ya que hablar, y los tres se dirigieron hacia la imprenta dispuestos a enviar un importante telegrama. En cuanto entraron en el local y Miguel cerró la puerta, Sara se atrevió a hablar.
- Teniente, - dijo Sara dirigiéndose a Garay – permítame una indiscreción.
- Usted dirá. – Garay miró simultáneamente a Miguel y a Sara.
- Miguel me contó que es posible que usted conozca a mi prima Natalia, ¿es eso cierto? Miguel tan solo me lo contó porque se trata de Natalia y yo la tengo mucho cariño y… - Sara no quería que Garay pensara que Miguel era un chismoso y que iba contando todo lo que le comentaban.
- No se preocupen, es totalmente lógico que Miguel le contara. – Sara se tranquilizó al ver la sonrisa de Garay y dejó la chaqueta y los guantes sobre el mostrador, tras lo cual comenzó a buscar un papel y una pluma para que Garay escribiera el telegrama que deseaba enviar a la Comandacia de Málaga. – Creo que es muy probable que su prima y la señorita Natalia Reeves de la que yo tengo constancia sean la misma persona. – Garay se quitó la capa y la dobló cuidadosamente antes de dejarla sobre el mostrador de la imprenta. – El apellido Reeves no es muy usual, como tampoco lo es el nombre de Natalia y su combinación aún menos. En realidad yo no conozco personalmente a la señorita Reeves, pero tengo mucho que agradecerle, el ser Guardia Civil sin ir más lejos.
- ¿Cómo es eso? – preguntó Miguel intrigado.
- Nací en un pueblo minero, cercano a Bilbao. Mi niñez fue como la de cualquier niño, o ahora que lo pienso, fue mejor que la de la mayoría de los niños de mi edad; aunque mi hermana Ana y yo perdimos a nuestros padres siendo muy jóvenes, unos niños casi. Nuestra madre siempre estuvo muy delicada de salud y nuestro padre no fue el mismo desde que ella nos dejó. – Garay tomó la pluma y el papel y comenzó a escribir mientras continuaba hablando – Una tarde él no volvió del trabajo, estaba distraído, tuvo un descuido… y es peligroso descuidarse trabajando en una mina. Teníamos unos ahorros, lo suficiente como para que mi hermana siguiera estudiando, al menos durante un par de años más hasta cumplir los quince, mientras yo dejaba el colegio y buscaba un trabajo de lo que fuera. Adiós a nuestros sueños, adiós a mis deseos de ser guardia civil y a los de Ana de ser maestra. Una tarde, – prosiguió tras hacer una pausa para releer lo que había escrito hasta el momento – apareció por nuestra casa el que había sido mi maestro hasta hacía pocos días.
- ¿Qué edad tenías? – preguntó Sara sin darse cuenta de que estaba tuteándolo.
- Acababa de cumplir los dieciséis. Sí, una edad en la que normalmente los muchachos no están estudiando. – explicó al ver los rostros de sus acompañantes. – Es lo que todo el mundo decía a mis padres, que no era normal que un joven fuerte y normal como yo pasase las horas muertas enterrado entre libros, que debía dejarme de tonterías y trabajar para ayudar a la economía familiar, pero mi padre les repetía una y otra vez que para partirse el lomo como un burro ya estaba él. – la voz de Garay se quebró al recordar a su padre – El pobre hombre apenas sabía escribir su nombre, mi hermana le enseñaba lo que cada día aprendía ella en la escuela, pero llegaba a casa tan cansado del trabajo que no prestaba apenas atención. El maestro – dijo retomando la narración – me preguntó porqué había dejado el colegio. Me enfadé, rabioso como estaba porque, como ya he dicho, pensaba que mis sueños y los de mi hermana se habían esfumado. Me dijo que debía volver al colegio, que no importaba que mis padres hubieran fallecido y que nadie de la familia trabajara ya para los Reeves-Arteaga, que ellos cuidaban de su gente. No entendía nada, sabía que los estudios de los hijos de los trabajadores de los Reeves eran sufragados por los patrones, pero no imaginaba que después de que mi padre muriera… El caso es que no hice caso al maestro y continué sin ir a las clases, aunque mi hermana si que iba cada día. Una tarde Ana llegó a casa avergonzada y asustada, diciendo que un hombre muy elegante se había acercado a la escuela y le había estado haciendo preguntas, horas después aquel mismo hombre se acercó a nuestra casa y nos dijo que era el abogado de la señorita Reeves, repitió lo de que los Reeves no abandonan a su gente y que mientras quisiéramos seguir estudiando no habría ningún problema, que existía un fondo dedicado al cuidado de aquellos que perdían al cabeza de familia, para que los hijos siguieran estudiando mientras ellos quisieran. Lo eché de casa con cajas destempladas, gritándole que no necesitábamos la limosna de nadie. – Garay dejó escapar una risita nerviosa mientras sus ojos se llenaban de lágrimas – Ana es mucho más inteligente que yo y enseguida comprendió que mi comportamiento significaba el fin de sus aspiraciones. Al día siguiente me tragué el orgullo y acudí a un amigo de mi padre, a preguntarle si lo que el abogado nos había dicho era verdad y corroboró palabra por palabra lo que nos había contado. No viviríamos con lujos pero no tendríamos que pensar en nada que no fuera estudiar y prepararnos para el futuro.
Tras leer el texto del telegrama una vez más, Garay se lo tendió a Sara. La joven lo tomó en su mano pero depositó el papel sobre el mostrador cuidadosamente, muy interesada en la historia que el joven estaba contándoles. Miguel también lo observaba, Garay llevaba ya varias semanas en Arazana pero no hablaba con casi nadie, y si lo hacía, era tan solo por temas profesionales.
_____________________________________________________________________
Tras la marcha de Roberto y Ángel de casa de los Hermida, Sara y los dos tenientes abandonaron el hogar del gobernador y su esposa; poco había ya que hablar, y los tres se dirigieron hacia la imprenta dispuestos a enviar un importante telegrama. En cuanto entraron en el local y Miguel cerró la puerta, Sara se atrevió a hablar.
- Teniente, - dijo Sara dirigiéndose a Garay – permítame una indiscreción.
- Usted dirá. – Garay miró simultáneamente a Miguel y a Sara.
- Miguel me contó que es posible que usted conozca a mi prima Natalia, ¿es eso cierto? Miguel tan solo me lo contó porque se trata de Natalia y yo la tengo mucho cariño y… - Sara no quería que Garay pensara que Miguel era un chismoso y que iba contando todo lo que le comentaban.
- No se preocupen, es totalmente lógico que Miguel le contara. – Sara se tranquilizó al ver la sonrisa de Garay y dejó la chaqueta y los guantes sobre el mostrador, tras lo cual comenzó a buscar un papel y una pluma para que Garay escribiera el telegrama que deseaba enviar a la Comandacia de Málaga. – Creo que es muy probable que su prima y la señorita Natalia Reeves de la que yo tengo constancia sean la misma persona. – Garay se quitó la capa y la dobló cuidadosamente antes de dejarla sobre el mostrador de la imprenta. – El apellido Reeves no es muy usual, como tampoco lo es el nombre de Natalia y su combinación aún menos. En realidad yo no conozco personalmente a la señorita Reeves, pero tengo mucho que agradecerle, el ser Guardia Civil sin ir más lejos.
- ¿Cómo es eso? – preguntó Miguel intrigado.
- Nací en un pueblo minero, cercano a Bilbao. Mi niñez fue como la de cualquier niño, o ahora que lo pienso, fue mejor que la de la mayoría de los niños de mi edad; aunque mi hermana Ana y yo perdimos a nuestros padres siendo muy jóvenes, unos niños casi. Nuestra madre siempre estuvo muy delicada de salud y nuestro padre no fue el mismo desde que ella nos dejó. – Garay tomó la pluma y el papel y comenzó a escribir mientras continuaba hablando – Una tarde él no volvió del trabajo, estaba distraído, tuvo un descuido… y es peligroso descuidarse trabajando en una mina. Teníamos unos ahorros, lo suficiente como para que mi hermana siguiera estudiando, al menos durante un par de años más hasta cumplir los quince, mientras yo dejaba el colegio y buscaba un trabajo de lo que fuera. Adiós a nuestros sueños, adiós a mis deseos de ser guardia civil y a los de Ana de ser maestra. Una tarde, – prosiguió tras hacer una pausa para releer lo que había escrito hasta el momento – apareció por nuestra casa el que había sido mi maestro hasta hacía pocos días.
- ¿Qué edad tenías? – preguntó Sara sin darse cuenta de que estaba tuteándolo.
- Acababa de cumplir los dieciséis. Sí, una edad en la que normalmente los muchachos no están estudiando. – explicó al ver los rostros de sus acompañantes. – Es lo que todo el mundo decía a mis padres, que no era normal que un joven fuerte y normal como yo pasase las horas muertas enterrado entre libros, que debía dejarme de tonterías y trabajar para ayudar a la economía familiar, pero mi padre les repetía una y otra vez que para partirse el lomo como un burro ya estaba él. – la voz de Garay se quebró al recordar a su padre – El pobre hombre apenas sabía escribir su nombre, mi hermana le enseñaba lo que cada día aprendía ella en la escuela, pero llegaba a casa tan cansado del trabajo que no prestaba apenas atención. El maestro – dijo retomando la narración – me preguntó porqué había dejado el colegio. Me enfadé, rabioso como estaba porque, como ya he dicho, pensaba que mis sueños y los de mi hermana se habían esfumado. Me dijo que debía volver al colegio, que no importaba que mis padres hubieran fallecido y que nadie de la familia trabajara ya para los Reeves-Arteaga, que ellos cuidaban de su gente. No entendía nada, sabía que los estudios de los hijos de los trabajadores de los Reeves eran sufragados por los patrones, pero no imaginaba que después de que mi padre muriera… El caso es que no hice caso al maestro y continué sin ir a las clases, aunque mi hermana si que iba cada día. Una tarde Ana llegó a casa avergonzada y asustada, diciendo que un hombre muy elegante se había acercado a la escuela y le había estado haciendo preguntas, horas después aquel mismo hombre se acercó a nuestra casa y nos dijo que era el abogado de la señorita Reeves, repitió lo de que los Reeves no abandonan a su gente y que mientras quisiéramos seguir estudiando no habría ningún problema, que existía un fondo dedicado al cuidado de aquellos que perdían al cabeza de familia, para que los hijos siguieran estudiando mientras ellos quisieran. Lo eché de casa con cajas destempladas, gritándole que no necesitábamos la limosna de nadie. – Garay dejó escapar una risita nerviosa mientras sus ojos se llenaban de lágrimas – Ana es mucho más inteligente que yo y enseguida comprendió que mi comportamiento significaba el fin de sus aspiraciones. Al día siguiente me tragué el orgullo y acudí a un amigo de mi padre, a preguntarle si lo que el abogado nos había dicho era verdad y corroboró palabra por palabra lo que nos había contado. No viviríamos con lujos pero no tendríamos que pensar en nada que no fuera estudiar y prepararnos para el futuro.
Tras leer el texto del telegrama una vez más, Garay se lo tendió a Sara. La joven lo tomó en su mano pero depositó el papel sobre el mostrador cuidadosamente, muy interesada en la historia que el joven estaba contándoles. Miguel también lo observaba, Garay llevaba ya varias semanas en Arazana pero no hablaba con casi nadie, y si lo hacía, era tan solo por temas profesionales.
#1029
08/09/2012 22:58
¡¡Me encanta!!
#1030
11/09/2012 07:20
- Pregunté dónde podría encontrar a aquel abogado y allí me fui. Cuando llegué a la dirección que me habían apuntado estuve a punto de darme la vuelta; jamás había visto un edificio tan imponente. De él entraban y salían hombres elegantemente vestidos y aunque me había vestido con las mejores ropas que tenía… se veían pobres, viejas y gastadas, a su lado. Fue el pensar en Ana lo que me hizo entrar, no podía volver a fallarle. Pregunté en la puerta y me indicaron que subiera al segundo piso. Me daba vergüenza y pena pisar aquellos suelos tan brillantes, tan limpios. – Garay había dejado ser el teniente tan seguro de sí mismo para volver a ser un niño asustado – Cuando llegué a la puerta que me indicaron, un hombre joven me miró, sonrió y me preguntó qué deseaba. En cuanto mencioné mi nombre me señaló una silla, me dijo que me sentara y se levantó, traté de decirle qué era lo que quería pero me señaló de nuevo la silla y me dijo que volvía en un momento, que no me fuera. Instantes después volvió, abrió una puerta y me dijo que pasara. Aquel despacho era más grande que toda nuestra casa, las paredes estaban cubiertas de libros hasta el techo. – a Garay se le escapó una risita que hizo que Sara y Miguel sonrieran, imaginando el desconcierto del muchacho – Durante años pensé que me había parecido enorme porque yo tan solo era un chiquillo, pero te juro – dijo volviéndose hacia Miguel – que desde entonces he estado en muchos despachos y ninguno tenía ni remotamente la amplitud y elegancia de aquel.
- Era el despacho de Natalia. – aseguró Miguel.
- No lo creo… - dijo Garay girándose hacia Sara
- Tan solo he estado en el despacho de Natalia, bueno, en el despacho de dirección una vez y creo recordar que se encontraba en la primera planta, además no tenía libros en las paredes, recuerdo un retrato de mi tía sobre la chimenea… Como fuera, ¿qué ocurrió?
- Me hizo sentar, dejó los documentos que estaba leyendo, cruzó las manos sobre ellos y me preguntó qué deseaba.
- ¿Y? – la narración mantenía a Sara y a Miguel totalmente intrigados.
- Comencé a disculparme pero me interrumpió, no dejó que me humillara pidiéndole que nos dejara volver a la escuela, pidiéndole ayuda. Tan solo me dijo que volviera a la escuela, que me esforzara y aprovechara la oportunidad que tenía al alcance de la mano. Me levanté de la silla y le dije que deseaba darle las gracias a la señorita Reeves, sonrió y me dijo que ello no era posible. Supuse que una dama como ella no perdía el tiempo con desarrapados como yo y me di la vuelta, cuando llegué a la puerta volví a escuchar su voz.En tono risueño me dijo que la señorita Reeves se encontraba en Inglaterra, estudiando, preparándose, para un día poder llevar ella misma el negocio familiar. Después me enteré de que la señorita Reeves era una niña de doce años que se encontraba en mis mismas condiciones, huérfana y estudiando para ser alguien en la vida.
- Recuerdo los doce años de Natalia. – comentó Sara entre risas – Si no estoy muy equivocada los pasó castigada. Íbamos al mismo internado, - le aclaró a Garay – yo quería ser libre, decidida y valiente como ella y las profesoras estaban empeñadas en que ella fuera sosa, aburrida y callada como yo.
- Creo que te saliste con la tuya y las profesoras fracasaron con ella. – dijo Miguel entre risas.
- Nunca la vi, el abogado era quien se ocupaba de que no nos faltara nada. Cuando terminé mis estudios le dije que quería entrar en el cuerpo y él se encargó de todo. Desde el día en que crucé la puerta de aquel despacho he intentado ser el mejor en todo con la esperanza de verla algún día y darle las gracias por su ayuda.
- No creo que le agradase que le dijeras nada… - comentó Sara – A Natalia no le gustan en absoluto ese tipo de agradecimientos. Te dirá que ella no ha tenido nada que ver, que todo lo que has conseguido ha sido gracias a tu esfuerzo y que ella ni siquiera sabe a qué se dedica el dinero que sus abogados gastan.
- Es cierto, Natalia es así. – Afirmo Miguel ante la mirada interrogativa de su compañero.
- Mi hermana me habla continuamente de ella. Se hizo profesora y se quedó dando clases a niños como nosotros. En sus cartas me cuenta que la señorita Reeves aparece de cuando en cuando por el colegio y ese día no hay manera de que los niños estudien, que los revoluciona de tal modo que los pobres no pueden concentrarse, aunque creo que a Ana le ocurre lo mismo.
- No me extraña en absoluto, Natalia tiene una personalidad turbadora. – exclamó Miguel.
- Aun así, me hubiera gustado tener la posibilidad de conocerla. – comentó Garay con un tono triste en su voz.
- Ojalá tengas oportunidad de conocerla, ¡ojalá! – deseó Sara tomando el texto del telegrama y acercándose al telégrafo.
- Era el despacho de Natalia. – aseguró Miguel.
- No lo creo… - dijo Garay girándose hacia Sara
- Tan solo he estado en el despacho de Natalia, bueno, en el despacho de dirección una vez y creo recordar que se encontraba en la primera planta, además no tenía libros en las paredes, recuerdo un retrato de mi tía sobre la chimenea… Como fuera, ¿qué ocurrió?
- Me hizo sentar, dejó los documentos que estaba leyendo, cruzó las manos sobre ellos y me preguntó qué deseaba.
- ¿Y? – la narración mantenía a Sara y a Miguel totalmente intrigados.
- Comencé a disculparme pero me interrumpió, no dejó que me humillara pidiéndole que nos dejara volver a la escuela, pidiéndole ayuda. Tan solo me dijo que volviera a la escuela, que me esforzara y aprovechara la oportunidad que tenía al alcance de la mano. Me levanté de la silla y le dije que deseaba darle las gracias a la señorita Reeves, sonrió y me dijo que ello no era posible. Supuse que una dama como ella no perdía el tiempo con desarrapados como yo y me di la vuelta, cuando llegué a la puerta volví a escuchar su voz.En tono risueño me dijo que la señorita Reeves se encontraba en Inglaterra, estudiando, preparándose, para un día poder llevar ella misma el negocio familiar. Después me enteré de que la señorita Reeves era una niña de doce años que se encontraba en mis mismas condiciones, huérfana y estudiando para ser alguien en la vida.
- Recuerdo los doce años de Natalia. – comentó Sara entre risas – Si no estoy muy equivocada los pasó castigada. Íbamos al mismo internado, - le aclaró a Garay – yo quería ser libre, decidida y valiente como ella y las profesoras estaban empeñadas en que ella fuera sosa, aburrida y callada como yo.
- Creo que te saliste con la tuya y las profesoras fracasaron con ella. – dijo Miguel entre risas.
- Nunca la vi, el abogado era quien se ocupaba de que no nos faltara nada. Cuando terminé mis estudios le dije que quería entrar en el cuerpo y él se encargó de todo. Desde el día en que crucé la puerta de aquel despacho he intentado ser el mejor en todo con la esperanza de verla algún día y darle las gracias por su ayuda.
- No creo que le agradase que le dijeras nada… - comentó Sara – A Natalia no le gustan en absoluto ese tipo de agradecimientos. Te dirá que ella no ha tenido nada que ver, que todo lo que has conseguido ha sido gracias a tu esfuerzo y que ella ni siquiera sabe a qué se dedica el dinero que sus abogados gastan.
- Es cierto, Natalia es así. – Afirmo Miguel ante la mirada interrogativa de su compañero.
- Mi hermana me habla continuamente de ella. Se hizo profesora y se quedó dando clases a niños como nosotros. En sus cartas me cuenta que la señorita Reeves aparece de cuando en cuando por el colegio y ese día no hay manera de que los niños estudien, que los revoluciona de tal modo que los pobres no pueden concentrarse, aunque creo que a Ana le ocurre lo mismo.
- No me extraña en absoluto, Natalia tiene una personalidad turbadora. – exclamó Miguel.
- Aun así, me hubiera gustado tener la posibilidad de conocerla. – comentó Garay con un tono triste en su voz.
- Ojalá tengas oportunidad de conocerla, ¡ojalá! – deseó Sara tomando el texto del telegrama y acercándose al telégrafo.
#1031
11/09/2012 19:18
Gracias Roberta
#1032
13/09/2012 14:05
Capítulo 109
Días después, el teniente Garay entró en la taberna de Pepe, le preocupaba no haber descubierto nada con respecto a la identidad del asaltante del establecimiento.
- Buenos días, señorita. – dijo al ver a Julieta
- Buenos días, teniente. ¿En qué puedo servirle? – preguntó al joven sin dejar de atender a los parroquianos.
- Me acerqué para preguntarle sin han notado algo extraño en las últimas jornadas.
- ¿Extraño? – Julieta se volvió hacia el teniente dejando una mesa a medio servir – Ya va, ya va, tranquilos que hay pajarete para todos. – replicó al escuchar las protestas de los clientes. - ¿A qué se refiere con extraño?
- A si han detectado algún nuevo intento de volver a entrar en la taberna, señorita. – el teniente tomó su libreta dispuesto a anotar cualquier información.
- Julieta, - al ver el gesto extraño del joven, la muchacha explicó - que digo que me llame Julieta. Nadie me ha llamado nunca señorita y se me hace extraño que lo haga usted. Ya va Satur, ya va, ahora te llevo la jarra de pajarete. – la joven seguía realizando su trabajo mientras hablaba. – Pues no, ahora que lo pienso, no hemos vuelto a notar nada extraño, teniente.
- Gabriel. – dijo él.
- ¿Perdón? – preguntó la muchacha.
- Digo que mi nombre es Gabriel, si usted me dice que la llame Julieta, es lógico que yo le pida que me llame por mi nombre.
- Si, claro, Gabriel. Pues como le decía, Gabriel, ni mi padre ni yo hemos notado nada extraño. – el tono de voz de la joven se había suavizado, no era el que utilizaba con los clientes. - ¿Han descubierto algo?
- No, ninguna novedad. Como si el asalto que sufrieron hubiera sido un ataque aislado, sin ninguna premeditación, fruto de un arrebato por parte de algún exaltado. – El teniente garabateaba algo en su libreta mientras escuchaba a la joven.
- Exaltados es lo que tengo yo aquí cuando se les vacían los vasos. – comentó al joven risueña mientras tomaba una nueva jarra y servía una ronda por las mesas. El teniente no pudo evitar sonreír ante semejante comentario.
- Bien, entonces seguiré investigando si en aquellos días hubo alguna persona extraña por el pueblo, o si ha sucedido algo semejante en algún otro pueblo de la comarca. – dijo el teniente cerrando su libreta y guardándola en su guerrera.
- De acuerdo, si descubre algo ¿volverá para informarnos? – preguntó la muchacha
- Por supuesto, señorita… Julieta. – rectificó al ver el gesto de ella.
- Entonces, buenas tardes y vaya con Dios, Gabriel.
El teniente se detuvo nada más salir de la taberna, sacó la libreta y consultó las notas que había tomado; en la hoja tan solo aparecía una palabra: Julieta. Sonrió, guardo de nuevo la libreta y siguió con su ronda diaria.
___________________________________________________________________
Ya vuelvo a irme por los cerros de Úbeda...
Días después, el teniente Garay entró en la taberna de Pepe, le preocupaba no haber descubierto nada con respecto a la identidad del asaltante del establecimiento.
- Buenos días, señorita. – dijo al ver a Julieta
- Buenos días, teniente. ¿En qué puedo servirle? – preguntó al joven sin dejar de atender a los parroquianos.
- Me acerqué para preguntarle sin han notado algo extraño en las últimas jornadas.
- ¿Extraño? – Julieta se volvió hacia el teniente dejando una mesa a medio servir – Ya va, ya va, tranquilos que hay pajarete para todos. – replicó al escuchar las protestas de los clientes. - ¿A qué se refiere con extraño?
- A si han detectado algún nuevo intento de volver a entrar en la taberna, señorita. – el teniente tomó su libreta dispuesto a anotar cualquier información.
- Julieta, - al ver el gesto extraño del joven, la muchacha explicó - que digo que me llame Julieta. Nadie me ha llamado nunca señorita y se me hace extraño que lo haga usted. Ya va Satur, ya va, ahora te llevo la jarra de pajarete. – la joven seguía realizando su trabajo mientras hablaba. – Pues no, ahora que lo pienso, no hemos vuelto a notar nada extraño, teniente.
- Gabriel. – dijo él.
- ¿Perdón? – preguntó la muchacha.
- Digo que mi nombre es Gabriel, si usted me dice que la llame Julieta, es lógico que yo le pida que me llame por mi nombre.
- Si, claro, Gabriel. Pues como le decía, Gabriel, ni mi padre ni yo hemos notado nada extraño. – el tono de voz de la joven se había suavizado, no era el que utilizaba con los clientes. - ¿Han descubierto algo?
- No, ninguna novedad. Como si el asalto que sufrieron hubiera sido un ataque aislado, sin ninguna premeditación, fruto de un arrebato por parte de algún exaltado. – El teniente garabateaba algo en su libreta mientras escuchaba a la joven.
- Exaltados es lo que tengo yo aquí cuando se les vacían los vasos. – comentó al joven risueña mientras tomaba una nueva jarra y servía una ronda por las mesas. El teniente no pudo evitar sonreír ante semejante comentario.
- Bien, entonces seguiré investigando si en aquellos días hubo alguna persona extraña por el pueblo, o si ha sucedido algo semejante en algún otro pueblo de la comarca. – dijo el teniente cerrando su libreta y guardándola en su guerrera.
- De acuerdo, si descubre algo ¿volverá para informarnos? – preguntó la muchacha
- Por supuesto, señorita… Julieta. – rectificó al ver el gesto de ella.
- Entonces, buenas tardes y vaya con Dios, Gabriel.
El teniente se detuvo nada más salir de la taberna, sacó la libreta y consultó las notas que había tomado; en la hoja tan solo aparecía una palabra: Julieta. Sonrió, guardo de nuevo la libreta y siguió con su ronda diaria.
___________________________________________________________________
Ya vuelvo a irme por los cerros de Úbeda...
#1033
13/09/2012 19:16
Gracias Roberta
tu eres una buena guia
tu eres una buena guia
#1034
13/09/2012 19:48
Roberta hacía tiempo que no te leía....¡¡¡¡que bonito ¡¡¡¡....gracias por continuar la historia
#1035
15/09/2012 18:58
Gracias a vosotras por leer mis desvaríos.
La verdad es que es un modo de pasar el rato en lugar de estar tirada viendo la tele...
Aunque de verdad, en ocasiones escribo tramas, como la anterior, que no sé a dónde me van a llevar y que no sé cómo voy a cerrar.
Bueno, tiempo al tiempo.
________________________________________________________________________
Capítulo 110
- ¡Miguel! - la voz de Sara sonaba alarmada.
- ¿Qué ocurre? – respondió el teniente. Era su día libre y se encontraba junto a la joven en la imprenta, esperando que ella terminara sus quehaceres diarios para salir a pasear.
- Este telegrama, es para el teniente Garay.
- ¿Qué dice? – preguntó él alarmado – Disculpa, no puedes contarme de qué se trata, debes mantener el secreto de…
- Es sobre Rodríguez, ya ha dejado Ronda. – Sara estimó que la noticia iba dirigida a Garay pero les atañía a todos – Hay que buscar a Garay, avisarlo de inmediato y poner a Roberto sobre aviso también.
- Ve a buscar a Garay, yo me encargo de Roberto. – Miguel prefería que Sara estuviera a salvo con el teniente que junto a Roberto y ser un posible blanco para Rodríguez.
- No, - dijo ella poniendo el texto del telegrama en la mano de su novio – yo voy a buscar a Roberto, tú busca a Garay. No será tan sospechoso.
- Ten cuidado… – dijo el teniente, pero su novia ya no le escuchaba, había salido de la imprenta como una exhalación.
Miguel tardó pocos minutos en encontrar a su compañero, el cual finalizaba la ronda en compañía del sargento Morales.
- ¡Garay! Ha llegado esto para usted, desde Málaga. – el tono del teniente Romero no dejaba lugar a dudas de que aquel era el telegrama que llevaban semanas esperando. La rapidez con que Garay tomó la nota y la leyó, hizo recordar a Morales que los jóvenes estaban intentando salvar a Roberto y atrapar a Olmedo.
- ¿Es por Olmedo? – se atrevió a preguntar el sargento. Miguel no dijo nada para no distraer a Garay pero asintió con la cabeza.
- Hay que alertar a Roberto. – dijo Garay sin levantar la mirada del papel.
- Ha ido Sara.
- ¿Milady? – preguntó Morales - ¿No será peligroso?
- Sargento, ya conoce a Sara. – dijo Miguel con desesperación – No hay quien la pare cuando se propone hacer algo.
- Bueno, tranquilos. Rodríguez está de camino. – terció Garay en la conversación – Pero tiene vigilancia de continuo y nuestros compañeros no van a permitir que ataque a Roberto Pérez. No podemos olvidar que no solo debemos mantener a Roberto a salvo, sino también atrapar a Olmedo. Si no podemos relacionar a Olmedo con Rodríguez… no tendremos nada en absoluto.
- Pero eso no va a ser complicado. – dijo Morales – Está la carta que encontraron en la mesa de Olmedo, ¿no?
Los tenientes se miraron sin saber cómo responder a su compañero.
- No, Morales. – habló Miguel – No hay modo de demostrar la relación entre Olmedo y Rodríguez.
- Pero si usted leyó la carta, teniente. – Morales no entendía los razonamientos de sus superiores.
- Morales, seguramente Olmedo haya destruido ya esa misiva, no le sirve de nada después de haberla leído… – explicó Garay – y guardarla es un peligro para él.
- ¿Entonces? ¿Cómo van a…?
Garay se atrevió a decir los que todos pensaban pero ninguno se atrevía a comentar.
- Debemos detener a Rodríguez en el preciso instante en que vaya a atacar a Roberto, y conseguir que Olmedo se encuentre allí además.
La verdad es que es un modo de pasar el rato en lugar de estar tirada viendo la tele...
Aunque de verdad, en ocasiones escribo tramas, como la anterior, que no sé a dónde me van a llevar y que no sé cómo voy a cerrar.
Bueno, tiempo al tiempo.
________________________________________________________________________
Capítulo 110
- ¡Miguel! - la voz de Sara sonaba alarmada.
- ¿Qué ocurre? – respondió el teniente. Era su día libre y se encontraba junto a la joven en la imprenta, esperando que ella terminara sus quehaceres diarios para salir a pasear.
- Este telegrama, es para el teniente Garay.
- ¿Qué dice? – preguntó él alarmado – Disculpa, no puedes contarme de qué se trata, debes mantener el secreto de…
- Es sobre Rodríguez, ya ha dejado Ronda. – Sara estimó que la noticia iba dirigida a Garay pero les atañía a todos – Hay que buscar a Garay, avisarlo de inmediato y poner a Roberto sobre aviso también.
- Ve a buscar a Garay, yo me encargo de Roberto. – Miguel prefería que Sara estuviera a salvo con el teniente que junto a Roberto y ser un posible blanco para Rodríguez.
- No, - dijo ella poniendo el texto del telegrama en la mano de su novio – yo voy a buscar a Roberto, tú busca a Garay. No será tan sospechoso.
- Ten cuidado… – dijo el teniente, pero su novia ya no le escuchaba, había salido de la imprenta como una exhalación.
Miguel tardó pocos minutos en encontrar a su compañero, el cual finalizaba la ronda en compañía del sargento Morales.
- ¡Garay! Ha llegado esto para usted, desde Málaga. – el tono del teniente Romero no dejaba lugar a dudas de que aquel era el telegrama que llevaban semanas esperando. La rapidez con que Garay tomó la nota y la leyó, hizo recordar a Morales que los jóvenes estaban intentando salvar a Roberto y atrapar a Olmedo.
- ¿Es por Olmedo? – se atrevió a preguntar el sargento. Miguel no dijo nada para no distraer a Garay pero asintió con la cabeza.
- Hay que alertar a Roberto. – dijo Garay sin levantar la mirada del papel.
- Ha ido Sara.
- ¿Milady? – preguntó Morales - ¿No será peligroso?
- Sargento, ya conoce a Sara. – dijo Miguel con desesperación – No hay quien la pare cuando se propone hacer algo.
- Bueno, tranquilos. Rodríguez está de camino. – terció Garay en la conversación – Pero tiene vigilancia de continuo y nuestros compañeros no van a permitir que ataque a Roberto Pérez. No podemos olvidar que no solo debemos mantener a Roberto a salvo, sino también atrapar a Olmedo. Si no podemos relacionar a Olmedo con Rodríguez… no tendremos nada en absoluto.
- Pero eso no va a ser complicado. – dijo Morales – Está la carta que encontraron en la mesa de Olmedo, ¿no?
Los tenientes se miraron sin saber cómo responder a su compañero.
- No, Morales. – habló Miguel – No hay modo de demostrar la relación entre Olmedo y Rodríguez.
- Pero si usted leyó la carta, teniente. – Morales no entendía los razonamientos de sus superiores.
- Morales, seguramente Olmedo haya destruido ya esa misiva, no le sirve de nada después de haberla leído… – explicó Garay – y guardarla es un peligro para él.
- ¿Entonces? ¿Cómo van a…?
Garay se atrevió a decir los que todos pensaban pero ninguno se atrevía a comentar.
- Debemos detener a Rodríguez en el preciso instante en que vaya a atacar a Roberto, y conseguir que Olmedo se encuentre allí además.
#1036
16/09/2012 23:17
- ¡Roberto! – Sara desmontó del caballo rápidamente. La joven había hecho correr a su bruto como nunca, cualquier cosa con tal de encontrar a su amigo y avisarle cuanto antes del peligro que le acechaba.
- ¡Buenas, Sara! ¿Qué es lo que te trae por aquí? – Al ver que la joven echaba a correr hacia él, se alarmó - ¿Ocurre algo? ¡Sara! – Roberto no pudo evitar pensar en Natalia, pensó que tal vez le hubiese ocurrido algo, pero no se atrevió siquiera a preguntar.
- Rodríguez… Rodríguez ya ha dejado Ronda. – dijo ella con la voz entrecortada por el cansancio.
- ¡Ah, bien! – Natalia se encontraba a salvo, la mente de Roberto tan solo le repetía una y otra vez que la joven estaba a salvo.
- Pero, ¿me has oído? – Sara tomó a Roberto de los brazos y lo zarandeó – Te acabo de decir que Rodríguez, el hombre que viene a matarte ha dejado Ronda…
- Te he oído Sara, te he oído perfectamente. No hace falta que grites. – La voz de Roberto estaba serena, tan serena como lo había estado las últimas jornadas.
- No te entiendo. – Sara soltó los brazos de su amigo, dio un paso hacia atrás y se dejó caer sobre el polvo del terreno. – Vengo a decirte que la persona que han contratado para matarte se dirige a Arazana y te quedas tan tranquilo.
- No, no me quedo tan tranquilo, – Roberto se puso en cuclillas frente a su amiga y le tomó de las manos – pero es una especie de liberación.
- ¿Liberación? – Sara no entendía lo que si amigo le decía.
- Si, liberación. Estos últimos días han sido una pesadilla constante. Saber que tus días están contados y…
- ¡No digas eso! ¡No lo pienses siquiera!
- Sara… hay que tener en cuenta todas las posibilidades y que me maten es una de ellas.
- No, no hay ninguna posibilidad de que te pase nada, de que el plan salga mal. – gritó Sara mientras las lágrimas le corrían por las mejillas – No lo pienses siquiera.
- Sara… - Roberto tomó el rostro de su amiga entre las manos y le secó las lágrimas con sus pulgares – Sara, tranquilízate, por favor; así no vas a ser de mucha ayuda. – La muchacha levantó la vista y vio como su amigo sonreía.
- ¿Por qué sonríes? – Sara miró fijamente a Roberto - ¿Por qué ahora sonríes y antes, cuando llegué, te preocupaste tanto? – Roberto se levantó pero Sara retuvo su mano entre las de ella – Roberto, ¿qué pensabas que iba a decirte? – Sara se dio cuenta de lo que pasaba por la mente del joven y, soltando su mano, dejó que se alejara unos pasos – Natalia…
- ¡Buenas, Sara! ¿Qué es lo que te trae por aquí? – Al ver que la joven echaba a correr hacia él, se alarmó - ¿Ocurre algo? ¡Sara! – Roberto no pudo evitar pensar en Natalia, pensó que tal vez le hubiese ocurrido algo, pero no se atrevió siquiera a preguntar.
- Rodríguez… Rodríguez ya ha dejado Ronda. – dijo ella con la voz entrecortada por el cansancio.
- ¡Ah, bien! – Natalia se encontraba a salvo, la mente de Roberto tan solo le repetía una y otra vez que la joven estaba a salvo.
- Pero, ¿me has oído? – Sara tomó a Roberto de los brazos y lo zarandeó – Te acabo de decir que Rodríguez, el hombre que viene a matarte ha dejado Ronda…
- Te he oído Sara, te he oído perfectamente. No hace falta que grites. – La voz de Roberto estaba serena, tan serena como lo había estado las últimas jornadas.
- No te entiendo. – Sara soltó los brazos de su amigo, dio un paso hacia atrás y se dejó caer sobre el polvo del terreno. – Vengo a decirte que la persona que han contratado para matarte se dirige a Arazana y te quedas tan tranquilo.
- No, no me quedo tan tranquilo, – Roberto se puso en cuclillas frente a su amiga y le tomó de las manos – pero es una especie de liberación.
- ¿Liberación? – Sara no entendía lo que si amigo le decía.
- Si, liberación. Estos últimos días han sido una pesadilla constante. Saber que tus días están contados y…
- ¡No digas eso! ¡No lo pienses siquiera!
- Sara… hay que tener en cuenta todas las posibilidades y que me maten es una de ellas.
- No, no hay ninguna posibilidad de que te pase nada, de que el plan salga mal. – gritó Sara mientras las lágrimas le corrían por las mejillas – No lo pienses siquiera.
- Sara… - Roberto tomó el rostro de su amiga entre las manos y le secó las lágrimas con sus pulgares – Sara, tranquilízate, por favor; así no vas a ser de mucha ayuda. – La muchacha levantó la vista y vio como su amigo sonreía.
- ¿Por qué sonríes? – Sara miró fijamente a Roberto - ¿Por qué ahora sonríes y antes, cuando llegué, te preocupaste tanto? – Roberto se levantó pero Sara retuvo su mano entre las de ella – Roberto, ¿qué pensabas que iba a decirte? – Sara se dio cuenta de lo que pasaba por la mente del joven y, soltando su mano, dejó que se alejara unos pasos – Natalia…
#1037
16/09/2012 23:50
NATALIA¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡gracias Roberta
deseando leer esa charla sara roberto sobre natalia
deseando leer esa charla sara roberto sobre natalia
#1038
17/09/2012 12:41
¡¡¡Ay, Arunda!!!
A mi también me gustaría saber qué se van a decir, pero mis neuronas no se deciden...
A mi también me gustaría saber qué se van a decir, pero mis neuronas no se deciden...
#1039
19/09/2012 20:25
Capítulo 111
- Cariño…
- Dime, mi amor.
Nieves y Luis caminaban cogidos del brazo, el doctor le había recomendado a la futura madre que paseara, que no se quedara en casa, que disfrutara del sol y el aire del mar; por ello, la pareja aprovechaba cualquier ocasión que se les presentaba para caminar juntos. Aquella mañana, el matrimonio se dirigía a casa de Natalia caminando pausadamente. Luis seguía llevando en solitario los negocios de su amiga mientras las dos jóvenes ultimaban los detalles para el feliz acontecimiento.
- Algo le sucede a Natalia y no sé lo que pueda ser. – Nieves apoyó la cabeza en el brazo de su marido y continuó hablando – Ella no me ha dicho nada, pero noto que está ausente. La he observado y en ocasiones se queda quieta, con la mirada perdida; después, cuando descubre que la estoy mirando… simplemente sonríe y continúa con lo que estaba haciendo. ¿Son imaginaciones mías o...?
- No, no creo que estés imaginando nada, yo también me he dado cuenta de lo mismo. Cuando está conmigo disimula mejor, simula estar revisando contratos pero… diez minutos mirando la misma página es demasiado, sobre todo si la página está del revés.
- ¿Tú crees que...?
- Algo le ha ocurrido en ese pueblo, pero no sé lo que es. Y si ni siquiera a ti te ha comentado nada… - la voz de Luis denotaba preocupación.
- ¿Otra vez? ¿Por qué? ¿Por qué no puede encontrar a alguien que la ame de verdad? Es tan buena… - una lágrima surcó la mejilla de la joven, estaba segura de que semejante abatimiento tan solo podría ser provocado por una pena de amor.
- No llores, mi vida, no llores. – Luis limpiaba con sus dedos las lágrimas que corrían por el rostro de su esposa – La gente va a pensar que te trato mal… - Aquellas palabras hicieron que la joven sonriera - No creo que esa sea la razón, porque si lo fuera…
- ¿Si lo fuera? – preguntó Nieves preocupada, no le había gustado lo más mínimo el tono de voz de su esposo.
- Si lo fuera nos lo habría contado. - Luis se dio cuenta de la mirada de su esposa fija en él y cambió el tono de voz por uno más alegre - La otra vez se confesó conmigo, por eso creo que no hay razón para que en esta ocasión sea distinto.
- ¿Lo crees así?
- Por supuesto.
Nieves simuló que daba por buenas las palabras de su marido, pero el tono de voz del joven mostraba dolor, tristeza y rabia; intentaba disimular, pero ella lo conocía demasiado bien. Lo que en realidad pasaba por la mente de Luis era que si no conseguía una respuesta por parte de Natalia que lo convenciera, tendría que salir de viaje, tendría que acercarse a ese pueblo donde Natalia había pasado las últimas semanas y averiguar personalmente lo que había ocurrido. No le agradaba la idea de dejar sola a su esposa, pero tampoco podía, ni quería, desentenderse de los problemas de su mejor amiga.
– Seguro que se trata de alguna tontería, aunque de todos modos hay que buscar la mejor manera de preguntárselo.
Sin darse cuenta, la pareja había llegado hasta la casa de su amiga. Cuando se disponían a llamar la puerta se abrió y apareció el sonriente rostro de Mariana; desde la vuelta de Natalia todo el mundo sonreía en aquella casa, todo el mundo excepto la dueña.
- Buenos días, Mariana. ¿Alguna novedad? – preguntó Luis permitiendo a su esposa entrar en la casa y entrando tras ella.
- Buenos días, doña Nieves, don Luis. Ninguna novedad, Natalia los espera en el comedor. – La pareja se desprendió de las chaquetas y los sombreros y, tras entregárselos a una de las doncellas que apareció diligentemente, se dirigieron al comedor. Se detuvieron al llegar a la puerta, se miraron, preocupados por la conversación que habían mantenido durante su caminata y entraron dispuestos a descubrir qué era lo que preocupaba y entristecía a su amiga.
- Cariño…
- Dime, mi amor.
Nieves y Luis caminaban cogidos del brazo, el doctor le había recomendado a la futura madre que paseara, que no se quedara en casa, que disfrutara del sol y el aire del mar; por ello, la pareja aprovechaba cualquier ocasión que se les presentaba para caminar juntos. Aquella mañana, el matrimonio se dirigía a casa de Natalia caminando pausadamente. Luis seguía llevando en solitario los negocios de su amiga mientras las dos jóvenes ultimaban los detalles para el feliz acontecimiento.
- Algo le sucede a Natalia y no sé lo que pueda ser. – Nieves apoyó la cabeza en el brazo de su marido y continuó hablando – Ella no me ha dicho nada, pero noto que está ausente. La he observado y en ocasiones se queda quieta, con la mirada perdida; después, cuando descubre que la estoy mirando… simplemente sonríe y continúa con lo que estaba haciendo. ¿Son imaginaciones mías o...?
- No, no creo que estés imaginando nada, yo también me he dado cuenta de lo mismo. Cuando está conmigo disimula mejor, simula estar revisando contratos pero… diez minutos mirando la misma página es demasiado, sobre todo si la página está del revés.
- ¿Tú crees que...?
- Algo le ha ocurrido en ese pueblo, pero no sé lo que es. Y si ni siquiera a ti te ha comentado nada… - la voz de Luis denotaba preocupación.
- ¿Otra vez? ¿Por qué? ¿Por qué no puede encontrar a alguien que la ame de verdad? Es tan buena… - una lágrima surcó la mejilla de la joven, estaba segura de que semejante abatimiento tan solo podría ser provocado por una pena de amor.
- No llores, mi vida, no llores. – Luis limpiaba con sus dedos las lágrimas que corrían por el rostro de su esposa – La gente va a pensar que te trato mal… - Aquellas palabras hicieron que la joven sonriera - No creo que esa sea la razón, porque si lo fuera…
- ¿Si lo fuera? – preguntó Nieves preocupada, no le había gustado lo más mínimo el tono de voz de su esposo.
- Si lo fuera nos lo habría contado. - Luis se dio cuenta de la mirada de su esposa fija en él y cambió el tono de voz por uno más alegre - La otra vez se confesó conmigo, por eso creo que no hay razón para que en esta ocasión sea distinto.
- ¿Lo crees así?
- Por supuesto.
Nieves simuló que daba por buenas las palabras de su marido, pero el tono de voz del joven mostraba dolor, tristeza y rabia; intentaba disimular, pero ella lo conocía demasiado bien. Lo que en realidad pasaba por la mente de Luis era que si no conseguía una respuesta por parte de Natalia que lo convenciera, tendría que salir de viaje, tendría que acercarse a ese pueblo donde Natalia había pasado las últimas semanas y averiguar personalmente lo que había ocurrido. No le agradaba la idea de dejar sola a su esposa, pero tampoco podía, ni quería, desentenderse de los problemas de su mejor amiga.
– Seguro que se trata de alguna tontería, aunque de todos modos hay que buscar la mejor manera de preguntárselo.
Sin darse cuenta, la pareja había llegado hasta la casa de su amiga. Cuando se disponían a llamar la puerta se abrió y apareció el sonriente rostro de Mariana; desde la vuelta de Natalia todo el mundo sonreía en aquella casa, todo el mundo excepto la dueña.
- Buenos días, Mariana. ¿Alguna novedad? – preguntó Luis permitiendo a su esposa entrar en la casa y entrando tras ella.
- Buenos días, doña Nieves, don Luis. Ninguna novedad, Natalia los espera en el comedor. – La pareja se desprendió de las chaquetas y los sombreros y, tras entregárselos a una de las doncellas que apareció diligentemente, se dirigieron al comedor. Se detuvieron al llegar a la puerta, se miraron, preocupados por la conversación que habían mantenido durante su caminata y entraron dispuestos a descubrir qué era lo que preocupaba y entristecía a su amiga.
#1040
21/09/2012 22:46
- Buenos días. – dijo una sonriente Natalia al ver entrar a su amigos en la estancia – Si tardáis un poco más en venir te quedas sin bollitos, – comentó una sonriente muchacha mirando a su amigo Luis – hoy me he levantado con un hambre de lobo.
La pareja se acercó a la silla que ocupaba su anfitriona y la saludaron con sendos besos en las mejillas antes de ocupar sus lugares cerca de ella. Los visitantes se miraron extrañados, el ánimo de Natalia había cambiado radicalmente en tan solo unas horas, no entendían a qué pudiera ser debido pero estaban más que dispuestos a descubrirlo.
- Se te ve muy feliz. – dijo Nieves colocándose la servilleta antes de servirse los apetecibles manjares que estaban dispuestos sobre la mesa - ¿Alguna razón en especial?
- No, la verdad es que no, simplemente me siento bien, estoy con mis amigos, vais a ser padres en cualquier momento. ¿Acaso hay alguna razón para no ser feliz? – miró alternativamente a sus dos acompañantes y tomó un nuevo pedazo de tarta. – Anda Luis, prueba un poco de la tarta de nata, está buenísima.
- Natalia, - dijo el hombre cuando observó el ligero gesto que su esposa le hizo - ¿estás bien?
- Si, ¿por qué no habría de estarlo? – Natalia intentó disimular la tensión de sus palabras. La joven comenzó a sentirse acosada, sus amigos la conocían muy bien, era consciente de que no había podido disimular completamente su desasosiego y llevaba días esperando el interrogatorio al que iban a someterla.
- No sabemos qué es, pero hay algo que te preocupa, algo de lo que no nos has hablado. – dijo Nieves.
- No se me ocurre nada, tal vez sea que por tu embarazo estás más sensible, pero no te preocupes, yo estoy bien, muy bien.
- No, Natalia, no estás bien. – la voz de Luis sonaba preocupada, lo cual alarmó a la joven. Nunca había tenido secretos para su amigo, pero aquel hecho había cambiado; Natalia no podía contarles lo humillada que se había sentido ante las palabras de Roberto, lo enamorada que seguía estando de él y lo vacía que se había vuelto su vida desde que dejó Arazana. Había intentado distraerse saliendo de compras con Nieves, visitando la escuela, revisando contratos, preparándolo todo para el nacimiento de su ahijado, pero… cada noche, en la soledad de su dormitorio, se quedaba dormida llorando, recordando a Roberto, recordando su sonrisa, su voz, sus manos fuertes, sus caricias y sus besos. Cada noche soñaba que él estaba a su lado, que la acariciaba, la besaba y la amaba para, cada mañana, despertar sola en su gran cama, en su casa, tan lejos de Andalucía, tan lejos de él. – Desde que llegaste de tu viaje estás distinta, distraída, triste…
- Como si te hubiese pasado algo en Andalucía, – continuó Nieves la frase de su esposo – como si hubieses dejado algo atrás.
La mano de Natalia se detuvo antes de tomar la taza del desayuno y, sin poder evitarlo, la joven dejó escapar un suspiro. Había llegado el momento que tanto había temido desde que llegó a la estación del tren; aún se sentía incapaz de hablar de Roberto con nadie sin echarse a llorar, debía seguir fingiendo, mintiendo para que sus amigos no se preocuparan. Ya habría tiempo para hablar, para reírse incluso recordando su ingenuidad y estupidez al enamorarse de un hombre para el cual ella no había sido más que un pasatiempo.
- No sé, no sé qué es lo que me ocurre. – comenzó diciendo Natalia mientras su vista seguía los movimientos de sus dedos sobre la delicada porcelana del juego de café – Supongo que es la nostalgia de dejar Andalucía. Lo he pasado muy bien estas semanas, – lo cual era cierto – he conseguido descansar, olvidarme del trabajo y reencontrarme con Sara ha sido maravilloso. Nos tratamos durante muy poco tiempo cuando éramos niñas pero nuestra relación se ha consolidado estas semanas y el dejarla de nuevo…
Nieves y Luis no apartaban la vista de su amiga, sabían que lo que les estaba contando era cierto, que echaba de menos a su prima, pero intuían que había algo más que les estaba ocultando.
- Si vuestra relación se hay consolidado como dices no hay razón por la que estés tan triste. – dijo su amiga sonriendo – Ahora tenéis una excusa para escribiros, visitaros y mantener una relación más estrecha de la que manteníais antes.
- No creo que sea tan sencillo. - Natalia mantenía la cabeza gacha sin querer pensar en lo que estaba diciendo, sin querer pensar en quien estaba pensando en realidad.
- ¿Por qué no habría de serlo? – preguntó Luis intentando que su amiga siguiera abriéndose a ellos.
- Porque nuestras vidas son muy distintas, su trabajo, su vida, su mundo están allí y yo estoy aquí. – comenzó a enumerar – Además, nunca podría dejar a su familia.
- Natalia, tú eres su familia. – comentó Nieves con cautela.
Natalia levantó la cabeza dándose cuenta de lo que había dicho, dándose cuenta de que ya no hablaba de su prima Sara sino que estaba recordando a Roberto.
- Me refiero a Miguel, su novio. – dijo rápidamente – Él está destinado en Arazana y el lugar de ella está allí, a su lado.
Estas últimas palabras las dijo Natalia casi en un susurro, tan solo para sí, sintiendo que a pesar del maltrato al que Roberto la había sometido, el lugar de ella estaba junto a él. Las palabras de la joven fueron la confirmación para sus amigos de que había sucedido algo en Arazana, algo de lo que Natalia estaba tardando en recuperarse, otro amor no correspondido. Luis cerró los puños con fuerza sobre sus rodillas ocultándolos de la vista bajo la mesa impecablemente dispuesta; por su parte, Nieves trató de evitar las lágrimas de tristeza concentrándose en la comida que tenía en su plato, pero finalmente no lo consiguió y dos gruesas gotas rodaron por sus mejillas.
- Mi amor. – Luis se levantó de la mesa al ver el rostro de su esposa y corrió hacia ella olvidándose de todo - ¿Qué te ocurre? ¿Por qué lloras?
- No lo sé. – mintió ella – Supongo que el embarazo me hace estar más sensible. - Ambos entrelazaron sus manos sobre el vientre de ella, siendo conscientes de que en realidad, lo que les entristecía era el estado de su amiga, pero sin saber qué hacer ni qué decir mientras Natalia siguiera encerrada en su dolor. Tan ensimismados estaban, que no se dieron cuenta de que la joven se levantó de la mesa y salió del comedor silenciosamente, no queriendo interrumpir a la pareja en su demostración de cariño, prefiriendo retirarse a llorar en soledad.
La pareja se acercó a la silla que ocupaba su anfitriona y la saludaron con sendos besos en las mejillas antes de ocupar sus lugares cerca de ella. Los visitantes se miraron extrañados, el ánimo de Natalia había cambiado radicalmente en tan solo unas horas, no entendían a qué pudiera ser debido pero estaban más que dispuestos a descubrirlo.
- Se te ve muy feliz. – dijo Nieves colocándose la servilleta antes de servirse los apetecibles manjares que estaban dispuestos sobre la mesa - ¿Alguna razón en especial?
- No, la verdad es que no, simplemente me siento bien, estoy con mis amigos, vais a ser padres en cualquier momento. ¿Acaso hay alguna razón para no ser feliz? – miró alternativamente a sus dos acompañantes y tomó un nuevo pedazo de tarta. – Anda Luis, prueba un poco de la tarta de nata, está buenísima.
- Natalia, - dijo el hombre cuando observó el ligero gesto que su esposa le hizo - ¿estás bien?
- Si, ¿por qué no habría de estarlo? – Natalia intentó disimular la tensión de sus palabras. La joven comenzó a sentirse acosada, sus amigos la conocían muy bien, era consciente de que no había podido disimular completamente su desasosiego y llevaba días esperando el interrogatorio al que iban a someterla.
- No sabemos qué es, pero hay algo que te preocupa, algo de lo que no nos has hablado. – dijo Nieves.
- No se me ocurre nada, tal vez sea que por tu embarazo estás más sensible, pero no te preocupes, yo estoy bien, muy bien.
- No, Natalia, no estás bien. – la voz de Luis sonaba preocupada, lo cual alarmó a la joven. Nunca había tenido secretos para su amigo, pero aquel hecho había cambiado; Natalia no podía contarles lo humillada que se había sentido ante las palabras de Roberto, lo enamorada que seguía estando de él y lo vacía que se había vuelto su vida desde que dejó Arazana. Había intentado distraerse saliendo de compras con Nieves, visitando la escuela, revisando contratos, preparándolo todo para el nacimiento de su ahijado, pero… cada noche, en la soledad de su dormitorio, se quedaba dormida llorando, recordando a Roberto, recordando su sonrisa, su voz, sus manos fuertes, sus caricias y sus besos. Cada noche soñaba que él estaba a su lado, que la acariciaba, la besaba y la amaba para, cada mañana, despertar sola en su gran cama, en su casa, tan lejos de Andalucía, tan lejos de él. – Desde que llegaste de tu viaje estás distinta, distraída, triste…
- Como si te hubiese pasado algo en Andalucía, – continuó Nieves la frase de su esposo – como si hubieses dejado algo atrás.
La mano de Natalia se detuvo antes de tomar la taza del desayuno y, sin poder evitarlo, la joven dejó escapar un suspiro. Había llegado el momento que tanto había temido desde que llegó a la estación del tren; aún se sentía incapaz de hablar de Roberto con nadie sin echarse a llorar, debía seguir fingiendo, mintiendo para que sus amigos no se preocuparan. Ya habría tiempo para hablar, para reírse incluso recordando su ingenuidad y estupidez al enamorarse de un hombre para el cual ella no había sido más que un pasatiempo.
- No sé, no sé qué es lo que me ocurre. – comenzó diciendo Natalia mientras su vista seguía los movimientos de sus dedos sobre la delicada porcelana del juego de café – Supongo que es la nostalgia de dejar Andalucía. Lo he pasado muy bien estas semanas, – lo cual era cierto – he conseguido descansar, olvidarme del trabajo y reencontrarme con Sara ha sido maravilloso. Nos tratamos durante muy poco tiempo cuando éramos niñas pero nuestra relación se ha consolidado estas semanas y el dejarla de nuevo…
Nieves y Luis no apartaban la vista de su amiga, sabían que lo que les estaba contando era cierto, que echaba de menos a su prima, pero intuían que había algo más que les estaba ocultando.
- Si vuestra relación se hay consolidado como dices no hay razón por la que estés tan triste. – dijo su amiga sonriendo – Ahora tenéis una excusa para escribiros, visitaros y mantener una relación más estrecha de la que manteníais antes.
- No creo que sea tan sencillo. - Natalia mantenía la cabeza gacha sin querer pensar en lo que estaba diciendo, sin querer pensar en quien estaba pensando en realidad.
- ¿Por qué no habría de serlo? – preguntó Luis intentando que su amiga siguiera abriéndose a ellos.
- Porque nuestras vidas son muy distintas, su trabajo, su vida, su mundo están allí y yo estoy aquí. – comenzó a enumerar – Además, nunca podría dejar a su familia.
- Natalia, tú eres su familia. – comentó Nieves con cautela.
Natalia levantó la cabeza dándose cuenta de lo que había dicho, dándose cuenta de que ya no hablaba de su prima Sara sino que estaba recordando a Roberto.
- Me refiero a Miguel, su novio. – dijo rápidamente – Él está destinado en Arazana y el lugar de ella está allí, a su lado.
Estas últimas palabras las dijo Natalia casi en un susurro, tan solo para sí, sintiendo que a pesar del maltrato al que Roberto la había sometido, el lugar de ella estaba junto a él. Las palabras de la joven fueron la confirmación para sus amigos de que había sucedido algo en Arazana, algo de lo que Natalia estaba tardando en recuperarse, otro amor no correspondido. Luis cerró los puños con fuerza sobre sus rodillas ocultándolos de la vista bajo la mesa impecablemente dispuesta; por su parte, Nieves trató de evitar las lágrimas de tristeza concentrándose en la comida que tenía en su plato, pero finalmente no lo consiguió y dos gruesas gotas rodaron por sus mejillas.
- Mi amor. – Luis se levantó de la mesa al ver el rostro de su esposa y corrió hacia ella olvidándose de todo - ¿Qué te ocurre? ¿Por qué lloras?
- No lo sé. – mintió ella – Supongo que el embarazo me hace estar más sensible. - Ambos entrelazaron sus manos sobre el vientre de ella, siendo conscientes de que en realidad, lo que les entristecía era el estado de su amiga, pero sin saber qué hacer ni qué decir mientras Natalia siguiera encerrada en su dolor. Tan ensimismados estaban, que no se dieron cuenta de que la joven se levantó de la mesa y salió del comedor silenciosamente, no queriendo interrumpir a la pareja en su demostración de cariño, prefiriendo retirarse a llorar en soledad.