Foro Bandolera
Como no me gusta la historia... voy y la cambio (Natalia y Roberto)
#0
27/04/2011 20:02
Como estoy bastante aburrida de que me tengan a Roberto entre rejas, aunque sean las rejas de cartón piedra del cuartel de Arazana, y de que nadie (excepto San Miguel) intente hacer nada... pues voy y lo saco yo misma.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
_____________________________________________________________________________
Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
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Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
#981
19/04/2012 20:45
Capítulo 98
- Buenos días, señorita. - el teniente Garay saludó marcialmente al entrar en la taberna y acercarse a la barra.
- Buenos días, teniente. – Julieta no esperaba la llegada del teniente Garay y dejó de limpiar el mostrador para atenderle.
- ¿Se encuentra su padre?
- No, - dijo ella nerviosa – no se encuentra en estos momentos. Dijo que iba a poner la denuncia en el cuartel y que después debía ir al ayuntamiento para solucionar algunos asuntos.
- Precisamente he venido por esa razón. – aseguró el teniente – Estuve con su señor padre hace unos minutos en el cuartel, cuando notificó que habían sido ustedes victimas de un intento de robo, por ello pensé que tal vez hubiese vuelto a la taberna.
- Pues no, él no se encuentra, pero ¿puedo serle yo de utilidad? – se ofreció la joven.
- Si, claro, por supuesto.
El teniente Garay se ponía nervioso en presencia de la muchacha, era la segunda vez que la veía en su vida y había quedado impresionado la vez anterior; los había echado a Roberto y a él de la taberna sin ningún miramiento. La reacción de la joven le había sido de utilidad, se estaba granjeando en el pueblo una fama de mala persona y desalmado al haberse enfrentado a Roberto cuando el joven estaba pasando por un trance tan difícil; aún así, era Olmedo quien debía creerse la pantomima.
- Bien. – comenzó diciendo el teniente – Si me cuenta cómo sucedieron los hechos… - el teniente sacó una libreta y un lapicero y se dispuso a tomar nota de las palabras de la joven.
- Anoche cerramos la taberna como cualquier otro día. – Julieta dejó la bayeta que tenía en las manos y, haciéndole un gesto al guardia civil para que la siguiera, se sentó a una mesa. – No notamos nada extraño, el día fue muy tranquilo… - comentó la joven pensativa. – Como decía, no notamos nada extraño y tras limpiar y adecentarlo todo para dejarlo listo para hoy, nos fuimos a acostar. Me desperté de pronto y escuché un ruido, supongo que algún otro ruido anterior me despertaría. – Julieta observaba cómo el teniente tomaba nota de todas y cada una de sus palabras mientras ella continuaba con su relato – Me levanté y salí al pasillo…
- ¿Al pasillo? – preguntó el joven
- Si, arriba. – respondió rápidamente la muchacha – Arriba están nuestras habitaciones, nuestra casa. – El teniente hizo un gesto de asentimiento con la cabeza y Julieta continuó – Al salir al pasillo me encontré con mi padre, él también se había despertado y había salido a mirar. Me dijo que volviese a mi habitación y me encerrara allí…, pero no le hice caso, – terminó diciendo sonriente. El teniente siguió escribiendo, centrado en tomar declaración a la chica, pero también sonrió sin darse cuenta pensando en que la tabernera era una jovencita muy valiente – así que lo seguí escaleras abajo. Cuando llegamos a la taberna cogí las velas que llevábamos en las manos y mi padre buscó una estaca que tiene tras el mostrador por si algún día hay… demasiada jarana… ya me entiende. – continuó ella hablando y gesticulando con salero – Pero no había nadie, uno de los cristales de la puerta estaba roto, aún no hemos podido arreglarlo, - aclaró señalando la puerta forzada – pero nadie había entrado en la taberna…
- Teniente, ¡pero que rápida es la justicia en este pueblo! – Pepe entró en aquel momento en la taberna y se acercó a la pareja. – ¿Le ha atendido bien mi Julieta?
- Si, señor alcalde, la señorita me ha sido de gran ayuda. – Julieta sonrió al escuchar cómo se había dirigido a ella, la había llamado señorita.
- Pues nada, si necesita algo más… - dijo el tabernero.
- No, nada. Creo que tengo todo lo que necesito. – El teniente se levantó de su asiento, guardó su libreta y se colocó la capa y el tricornio. Ya se acercaba a la puerta cuando oyó una voz femenina que le decía:
- A mandar, vuelva cuando quiera, teniente.
- Buenos días, señorita. - el teniente Garay saludó marcialmente al entrar en la taberna y acercarse a la barra.
- Buenos días, teniente. – Julieta no esperaba la llegada del teniente Garay y dejó de limpiar el mostrador para atenderle.
- ¿Se encuentra su padre?
- No, - dijo ella nerviosa – no se encuentra en estos momentos. Dijo que iba a poner la denuncia en el cuartel y que después debía ir al ayuntamiento para solucionar algunos asuntos.
- Precisamente he venido por esa razón. – aseguró el teniente – Estuve con su señor padre hace unos minutos en el cuartel, cuando notificó que habían sido ustedes victimas de un intento de robo, por ello pensé que tal vez hubiese vuelto a la taberna.
- Pues no, él no se encuentra, pero ¿puedo serle yo de utilidad? – se ofreció la joven.
- Si, claro, por supuesto.
El teniente Garay se ponía nervioso en presencia de la muchacha, era la segunda vez que la veía en su vida y había quedado impresionado la vez anterior; los había echado a Roberto y a él de la taberna sin ningún miramiento. La reacción de la joven le había sido de utilidad, se estaba granjeando en el pueblo una fama de mala persona y desalmado al haberse enfrentado a Roberto cuando el joven estaba pasando por un trance tan difícil; aún así, era Olmedo quien debía creerse la pantomima.
- Bien. – comenzó diciendo el teniente – Si me cuenta cómo sucedieron los hechos… - el teniente sacó una libreta y un lapicero y se dispuso a tomar nota de las palabras de la joven.
- Anoche cerramos la taberna como cualquier otro día. – Julieta dejó la bayeta que tenía en las manos y, haciéndole un gesto al guardia civil para que la siguiera, se sentó a una mesa. – No notamos nada extraño, el día fue muy tranquilo… - comentó la joven pensativa. – Como decía, no notamos nada extraño y tras limpiar y adecentarlo todo para dejarlo listo para hoy, nos fuimos a acostar. Me desperté de pronto y escuché un ruido, supongo que algún otro ruido anterior me despertaría. – Julieta observaba cómo el teniente tomaba nota de todas y cada una de sus palabras mientras ella continuaba con su relato – Me levanté y salí al pasillo…
- ¿Al pasillo? – preguntó el joven
- Si, arriba. – respondió rápidamente la muchacha – Arriba están nuestras habitaciones, nuestra casa. – El teniente hizo un gesto de asentimiento con la cabeza y Julieta continuó – Al salir al pasillo me encontré con mi padre, él también se había despertado y había salido a mirar. Me dijo que volviese a mi habitación y me encerrara allí…, pero no le hice caso, – terminó diciendo sonriente. El teniente siguió escribiendo, centrado en tomar declaración a la chica, pero también sonrió sin darse cuenta pensando en que la tabernera era una jovencita muy valiente – así que lo seguí escaleras abajo. Cuando llegamos a la taberna cogí las velas que llevábamos en las manos y mi padre buscó una estaca que tiene tras el mostrador por si algún día hay… demasiada jarana… ya me entiende. – continuó ella hablando y gesticulando con salero – Pero no había nadie, uno de los cristales de la puerta estaba roto, aún no hemos podido arreglarlo, - aclaró señalando la puerta forzada – pero nadie había entrado en la taberna…
- Teniente, ¡pero que rápida es la justicia en este pueblo! – Pepe entró en aquel momento en la taberna y se acercó a la pareja. – ¿Le ha atendido bien mi Julieta?
- Si, señor alcalde, la señorita me ha sido de gran ayuda. – Julieta sonrió al escuchar cómo se había dirigido a ella, la había llamado señorita.
- Pues nada, si necesita algo más… - dijo el tabernero.
- No, nada. Creo que tengo todo lo que necesito. – El teniente se levantó de su asiento, guardó su libreta y se colocó la capa y el tricornio. Ya se acercaba a la puerta cuando oyó una voz femenina que le decía:
- A mandar, vuelva cuando quiera, teniente.
#982
21/04/2012 14:02
Otro poquito más
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Capítulo 99
- Entonces ya sabes, esta noche te acercas a casa del gobernador sin que nadie te vea. - Sara y Ángel se encontraban en la imprenta, allí tenían privacidad para poder hablar acerca del plan que intentaban poner en marcha para atrapar a Olmedo dado que el doctor tenia que visitar a varios pacientes y no iba a estar en toda la jornada.
- ¿Tú estarás allí? – preguntó el hombre.
- Si, no te preocupes, no te voy a dejar solo. ¿Por qué tan pensativo?
- Por nada. – dijo él queriendo cambiar de tema. Pero la mirada de Sara hizo que siguiera hablando; aunque ya no era un bandolero, Sara seguía siendo su jefa – Me acordaba de… de tu prima, de Natalia. Es una pena que haya tenido que irse, - al ver que los ojos de su amiga comenzaban a llenarse de lágrimas, cambio de tono – es que esa tía tiene más cojones que muchos que conozco, nos hubiese venido bien contar con su ayuda. Porque también estaba metida en el ajo, ¿verdad?
- ¿Acaso lo dudabas? – las últimas palabras del ex-bandolero hicieron que Sara recuperase la sonrisa y pensara en cómo estaría su prima. Le resultaba extraño, nunca habían tenido una relación muy estrecha, la diferencia de edad y la distancia habían hecho que no se trataran en demasía, pero manteniendo siempre el contacto cortés; sin embargo, lo sucedido durante aquellos dos últimos meses las habían unido de tal modo que Natalia siempre ocuparía un lugar muy importante en la vida de Sara.
- No…
- Buenos días. – una voz femenina saludó desde la entrada a la imprenta. El joven, quien se hallaba apoyado en el mostrador de la imprenta se irguió y giró al reconocer la voz.
- Buenos días Eugenia, – saludó Sara a la joven que acababa de entrar acompañada de su amiga Margarita – buenos días, señorita Guerra. ¿En qué puedo ayudarlas? – Sara se dirigía a las jóvenes pero no dejaba de observar las reacciones del hombre.
- Hemos venido porque…, nosotras queríamos… ¿ha recibido noticias de su prima? – dijo la joven Montoro visiblemente nerviosa. Buenos días señor Guarda.
- No, aún no tengo noticias de ella, pero es pronto de todos modos, tenía previsto llegar hoy a su casa. – Sara seguía observando la reacción de los jóvenes, Ángel no había respondido al saludo, tan solo había inclinado la cabeza en señal de reconocimiento a sus palabras.
- Comprendo… Cuando reciba usted noticias de ella, ¿sería tan amable de comunicármelo? – Eugenia miraba alternativamente a Sara y a Ángel mientras hablaba
- Por supuesto. – dijo la inglesa
- Gracias, no los molestamos más. Adiós. – Eugenia se despidió esbozando una tímida sonrisa a los presentes y saliendo junto a su amiga.
- Adiós, Eugenia. – se despidió Sara. La joven esperó unos segundos y golpeó ligeramente el codo de su acompañante - ¡Eh, despierta! Ya se ha ido.
- ¿Qué decías? - dijo él como saliendo de un sueño.
- Decía que Eugenia ya se ha ido, que por mucho que mires la puerta no va a aparecer de nuevo.
- No digas tonterías. – dijo él incómodo.
- Te gusta, ¿verdad? y mucho además.
- Me voy, no tengo ganas de escuchar bobadas. ¿Vas a estar aquí todo el día? – al ver el gesto interrogante de Sara, aclaró – No es conveniente que nos vean todo el día juntos si a la noche debemos llegar por separado a la casa del gobernador.
- Tampoco es muy normal que siendo mi guardaespaldas no estés conmigo… - replicó Sara con sorna - ¿Dónde vas a ir?
- A tomar un poco el aire, llevo toda mi vida en la sierra y estar en el pueblo me ahoga, no creo que llegue a acostumbrarme nunca.
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Capítulo 99
- Entonces ya sabes, esta noche te acercas a casa del gobernador sin que nadie te vea. - Sara y Ángel se encontraban en la imprenta, allí tenían privacidad para poder hablar acerca del plan que intentaban poner en marcha para atrapar a Olmedo dado que el doctor tenia que visitar a varios pacientes y no iba a estar en toda la jornada.
- ¿Tú estarás allí? – preguntó el hombre.
- Si, no te preocupes, no te voy a dejar solo. ¿Por qué tan pensativo?
- Por nada. – dijo él queriendo cambiar de tema. Pero la mirada de Sara hizo que siguiera hablando; aunque ya no era un bandolero, Sara seguía siendo su jefa – Me acordaba de… de tu prima, de Natalia. Es una pena que haya tenido que irse, - al ver que los ojos de su amiga comenzaban a llenarse de lágrimas, cambio de tono – es que esa tía tiene más cojones que muchos que conozco, nos hubiese venido bien contar con su ayuda. Porque también estaba metida en el ajo, ¿verdad?
- ¿Acaso lo dudabas? – las últimas palabras del ex-bandolero hicieron que Sara recuperase la sonrisa y pensara en cómo estaría su prima. Le resultaba extraño, nunca habían tenido una relación muy estrecha, la diferencia de edad y la distancia habían hecho que no se trataran en demasía, pero manteniendo siempre el contacto cortés; sin embargo, lo sucedido durante aquellos dos últimos meses las habían unido de tal modo que Natalia siempre ocuparía un lugar muy importante en la vida de Sara.
- No…
- Buenos días. – una voz femenina saludó desde la entrada a la imprenta. El joven, quien se hallaba apoyado en el mostrador de la imprenta se irguió y giró al reconocer la voz.
- Buenos días Eugenia, – saludó Sara a la joven que acababa de entrar acompañada de su amiga Margarita – buenos días, señorita Guerra. ¿En qué puedo ayudarlas? – Sara se dirigía a las jóvenes pero no dejaba de observar las reacciones del hombre.
- Hemos venido porque…, nosotras queríamos… ¿ha recibido noticias de su prima? – dijo la joven Montoro visiblemente nerviosa. Buenos días señor Guarda.
- No, aún no tengo noticias de ella, pero es pronto de todos modos, tenía previsto llegar hoy a su casa. – Sara seguía observando la reacción de los jóvenes, Ángel no había respondido al saludo, tan solo había inclinado la cabeza en señal de reconocimiento a sus palabras.
- Comprendo… Cuando reciba usted noticias de ella, ¿sería tan amable de comunicármelo? – Eugenia miraba alternativamente a Sara y a Ángel mientras hablaba
- Por supuesto. – dijo la inglesa
- Gracias, no los molestamos más. Adiós. – Eugenia se despidió esbozando una tímida sonrisa a los presentes y saliendo junto a su amiga.
- Adiós, Eugenia. – se despidió Sara. La joven esperó unos segundos y golpeó ligeramente el codo de su acompañante - ¡Eh, despierta! Ya se ha ido.
- ¿Qué decías? - dijo él como saliendo de un sueño.
- Decía que Eugenia ya se ha ido, que por mucho que mires la puerta no va a aparecer de nuevo.
- No digas tonterías. – dijo él incómodo.
- Te gusta, ¿verdad? y mucho además.
- Me voy, no tengo ganas de escuchar bobadas. ¿Vas a estar aquí todo el día? – al ver el gesto interrogante de Sara, aclaró – No es conveniente que nos vean todo el día juntos si a la noche debemos llegar por separado a la casa del gobernador.
- Tampoco es muy normal que siendo mi guardaespaldas no estés conmigo… - replicó Sara con sorna - ¿Dónde vas a ir?
- A tomar un poco el aire, llevo toda mi vida en la sierra y estar en el pueblo me ahoga, no creo que llegue a acostumbrarme nunca.
#983
21/04/2012 18:05
Gracias Roberta
me alegro que en tu relato el chato si se adapte a su nueva vida de NO bandolero
por que en la serie volvera a ser el chato
me alegro que en tu relato el chato si se adapte a su nueva vida de NO bandolero
por que en la serie volvera a ser el chato
#984
22/04/2012 18:31
- …y entonces… Eugenia, Eugenia, ¿me estás escuchando? – Margarita se detuvo en su paseo por la alameda al darse cuenta de que su acompañante no la prestaba atención – Eugenia…
- ¿Sí? – preguntó la joven distraída.
- No me estabas prestando la menor atención. – protestó la señorita Guerra.
- Eso no es cierto, me estabas hablando de los bordados que compraste durante la última visita que le hiciste a tu tía Enriqueta. – sentenció ufana la joven Montoro.
- De eso te estuve hablando hace casi media hora.
- Perdona, - Eugenia caminaba entristecida, mirando hacia el suelo - estaba pensando en mi hermano, en mi hermano Roberto… – aclaró - y en la señorita Reeves, en Natalia.
- ¿Seguro? – preguntó Margarita sonriente
- Por supuesto, ¿en qué podría estar pensando sino?
- No lo sé, dímelo tú.
- Margarita, no sé a qué vienen tus palabras.
- Eugenia, por favor… Soy yo, Margarita, tu amiga, ¿Por qué no te sinceras conmigo? – Margarita tomó a su amiga de la mano para infundirle el ánimo necesario para que hablase.
- No tengo nada que contarte, estoy preocupada por Roberto. Tú estabas presente cuando descubrimos… lo que descubrimos y…
- Eugenia, - la interrumpió su amiga - ya sé del cariño que sientes por Roberto, y por ende por la señorita Natalia, además de admiración. Sé que estás preocupada por ellos, por la marcha de ella y por la tristeza de él, pero no me refiero a ellos cuando te pregunto en qué piensas, o en quién piensas. Hablo de ti.
- Pues no hay mucho de que hablar, en estos momentos tan solo me preocupa mi familia. – la voz de Eugenia sonaba seria, preocupada – No he podido hablar con Roberto desde el otro día, Natalia se ha ido, Álvaro también está de un humor de mil demonios, mi padre y Martina no se hablan… Ni quiero ni puedo pensar en otra cosa.
- De acuerdo, Eugenia, de acuerdo. – dijo Margarita comprensiva – Pero cuando te sientas con fuerzas para hablar, ya sabes dónde me tienes.
- Lo sé Margarita, lo sé. Sigo pensando en ti como en una hermana o una cuñada, aunque los tontos de mis hermanos no te hayan hecho mucho caso… – comentó ocurrente.
- ¿Sí? – preguntó la joven distraída.
- No me estabas prestando la menor atención. – protestó la señorita Guerra.
- Eso no es cierto, me estabas hablando de los bordados que compraste durante la última visita que le hiciste a tu tía Enriqueta. – sentenció ufana la joven Montoro.
- De eso te estuve hablando hace casi media hora.
- Perdona, - Eugenia caminaba entristecida, mirando hacia el suelo - estaba pensando en mi hermano, en mi hermano Roberto… – aclaró - y en la señorita Reeves, en Natalia.
- ¿Seguro? – preguntó Margarita sonriente
- Por supuesto, ¿en qué podría estar pensando sino?
- No lo sé, dímelo tú.
- Margarita, no sé a qué vienen tus palabras.
- Eugenia, por favor… Soy yo, Margarita, tu amiga, ¿Por qué no te sinceras conmigo? – Margarita tomó a su amiga de la mano para infundirle el ánimo necesario para que hablase.
- No tengo nada que contarte, estoy preocupada por Roberto. Tú estabas presente cuando descubrimos… lo que descubrimos y…
- Eugenia, - la interrumpió su amiga - ya sé del cariño que sientes por Roberto, y por ende por la señorita Natalia, además de admiración. Sé que estás preocupada por ellos, por la marcha de ella y por la tristeza de él, pero no me refiero a ellos cuando te pregunto en qué piensas, o en quién piensas. Hablo de ti.
- Pues no hay mucho de que hablar, en estos momentos tan solo me preocupa mi familia. – la voz de Eugenia sonaba seria, preocupada – No he podido hablar con Roberto desde el otro día, Natalia se ha ido, Álvaro también está de un humor de mil demonios, mi padre y Martina no se hablan… Ni quiero ni puedo pensar en otra cosa.
- De acuerdo, Eugenia, de acuerdo. – dijo Margarita comprensiva – Pero cuando te sientas con fuerzas para hablar, ya sabes dónde me tienes.
- Lo sé Margarita, lo sé. Sigo pensando en ti como en una hermana o una cuñada, aunque los tontos de mis hermanos no te hayan hecho mucho caso… – comentó ocurrente.
#985
23/04/2012 13:16
Gracias con Roberta hay acción ...
#986
23/04/2012 16:39
Acción, acción... se hace lo que se puede... pero es complicado poner en palabras las ideas que bullen en la cabecita
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Capítulo 100
- Buenas tardes. – doña Elvira entró en la imprenta en cuanto bajó de su carruaje. Las cartas recogidas en Villareja y la gran cantidad de paquetes de los que se había hecho cargo le sirvieron como excusa para ver a Sara antes de la noche.
- Buenas tardes, doña Elvira. ¿Qué la trae por aquí? – Sara charlaba animadamente con el doctor aprovechando unos minutos en los que ninguno de los dos tenía a nadie a quien atender.
- Creo que me he convertido en parte del servicio de correos de nuestro país. – dijo la mujer risueña.
- Disculpe, pero no la entiendo. – comentó el doctor sonriente mientras miraba a su amiga.
- Verá doctor, - comenzó a relatar la mujer – he estado toda la mañana en Villareja y he venido cargada hasta los topes de regalos. Y lo mejor de todo es que mi esposo va a estar feliz porque no he gastado absolutamente nada. Me he encontrado con un comerciante que tenía que traer unos paquetes a Arazana y me he ofrecido a traerlos por él, así como la correspondencia. – dijo mirando a Sara – Doctor, ¿sería usted tan amable de ayudar a mi cochero con los bultos? No son pesados, pero sí numerosos.
- Por supuesto, señora. – el doctor salió de la estancia dejando a las mujeres solas.
- Ten, - dijo doña Elvira en cuanto el hombre salió mientras sacaba el paquete de correspondencia de su bolso – Hay cartas para la maestra, la posadera, el padre Damián y el alcalde y un par de ellas para el teniente Garay, nada para Olmedo. En cuanto a los paquetes… son todos para ti.
- ¿Para mí? – preguntó Sara intrigada.
- Si. El comerciante dijo que eran para Sara Reeves, por eso me hice cargo de ellos, junto con esta carta. – dijo la mujer tendiéndole un sobre.
- Sara, - el doctor entró en la estancia cargado de paquetes – todos los paquetes llevan tu nombre, pero también el alguno de los habitantes de Arazana. – Sara miró al doctor y a la esposa de su padre y rápidamente abrió el sobre.
Mi querida Sara,
Cuando leas estas líneas yo ya estaré lejos de ahí, no sé si feliz por volver a casa o entristecida por dejaros atrás, pero si de algo estoy segura es de que jamás podré olvidar las semanas que pasé en Arazana. Estos días me he sentido querida, cuidada y apreciada como no me había sentido desde hacía muchísimo tiempo. Una parte de mi quedará para siempre con vosotros, al igual que yo me llevo una parte de toda la maravillosa gente que he conocido.
Junto con esta carta te entregarán un montón de paquetes; por favor, distribúyelos entre la gente del pueblo, son tan solo una muestra de mi cariño por todos.
Tu prima que te quiere,
Natalia.
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Capítulo 100
- Buenas tardes. – doña Elvira entró en la imprenta en cuanto bajó de su carruaje. Las cartas recogidas en Villareja y la gran cantidad de paquetes de los que se había hecho cargo le sirvieron como excusa para ver a Sara antes de la noche.
- Buenas tardes, doña Elvira. ¿Qué la trae por aquí? – Sara charlaba animadamente con el doctor aprovechando unos minutos en los que ninguno de los dos tenía a nadie a quien atender.
- Creo que me he convertido en parte del servicio de correos de nuestro país. – dijo la mujer risueña.
- Disculpe, pero no la entiendo. – comentó el doctor sonriente mientras miraba a su amiga.
- Verá doctor, - comenzó a relatar la mujer – he estado toda la mañana en Villareja y he venido cargada hasta los topes de regalos. Y lo mejor de todo es que mi esposo va a estar feliz porque no he gastado absolutamente nada. Me he encontrado con un comerciante que tenía que traer unos paquetes a Arazana y me he ofrecido a traerlos por él, así como la correspondencia. – dijo mirando a Sara – Doctor, ¿sería usted tan amable de ayudar a mi cochero con los bultos? No son pesados, pero sí numerosos.
- Por supuesto, señora. – el doctor salió de la estancia dejando a las mujeres solas.
- Ten, - dijo doña Elvira en cuanto el hombre salió mientras sacaba el paquete de correspondencia de su bolso – Hay cartas para la maestra, la posadera, el padre Damián y el alcalde y un par de ellas para el teniente Garay, nada para Olmedo. En cuanto a los paquetes… son todos para ti.
- ¿Para mí? – preguntó Sara intrigada.
- Si. El comerciante dijo que eran para Sara Reeves, por eso me hice cargo de ellos, junto con esta carta. – dijo la mujer tendiéndole un sobre.
- Sara, - el doctor entró en la estancia cargado de paquetes – todos los paquetes llevan tu nombre, pero también el alguno de los habitantes de Arazana. – Sara miró al doctor y a la esposa de su padre y rápidamente abrió el sobre.
Mi querida Sara,
Cuando leas estas líneas yo ya estaré lejos de ahí, no sé si feliz por volver a casa o entristecida por dejaros atrás, pero si de algo estoy segura es de que jamás podré olvidar las semanas que pasé en Arazana. Estos días me he sentido querida, cuidada y apreciada como no me había sentido desde hacía muchísimo tiempo. Una parte de mi quedará para siempre con vosotros, al igual que yo me llevo una parte de toda la maravillosa gente que he conocido.
Junto con esta carta te entregarán un montón de paquetes; por favor, distribúyelos entre la gente del pueblo, son tan solo una muestra de mi cariño por todos.
Tu prima que te quiere,
Natalia.
#987
26/04/2012 10:25
Roberta
#988
28/04/2012 17:17
- ¡Oh, Dios mío! - dijo Sara apretando la carta contra su pecho.
- ¿Qué ocurre? – preguntó el doctor preocupado. - ¿Te encuentras bien?
- Son de Natalia, - explicó haciendo un gesto con la mano señalando los regalos - los envía Natalia para que los reparta entre la gente del pueblo. Es su modo de despedirse y dar las gracias. – aclaró
- El comerciante dijo que se habían adquirido hacía un par de semanas en Sevilla. – aclaró doña Elvira. Sara inmediatamente pensó en los días que Roberto y Natalia pasaron juntos en Sevilla, cuando y donde nació su amor. ¿Sabría Roberto algo de los paquetes?
- Si, - dijo Sara – tuvo que viajar hace unos días a cerrar un asunto de negocios, supongo que aprovecharía la ocasión para adquirirlos
- Aquí hay uno que tiene tu nombre por duplicado. – dijo el doctor – Supongo que será para ti. – Sara dejó la carta sobre el mostrador y tomó el paquete. Lentamente lo abrió y de su interior extrajo un precioso mantón de Manila profusamente bordado con grandes rosas, un bello trabajo de artesanía que debía haberle costado una pequeña fortuna a la compradora. Sara, emocionada, pasó su mano por los bordados y finalmente lo estrechó contra su pecho imaginando que era su prima a quien abrazaba. – También hay para más personas: doña Rosa, el teniente, para mí… – dijo sorprendido – para Flor…
- ¿Qué estáis diciendo de mi? – la maestra entraba en aquel momento por la puerta.
- Todos esos paquetes son para ti. – dijo el doctor señalando un pontón de bultos sobre el mostrador.
- Son un regalo de Natalia. – explicó Sara.
La maestra se acercó a los paquetes que el doctor acababa de entrar en la imprenta y comenzó a quitar los envoltorios que los cubrían. Todos y cada uno de ellos contenían libros de texto, pequeñas pizarras, pliegos de papel, tinta, plumines… material escolar para los niños de la escuela de Arazana, más material del que habían dispuesto hasta entonces.
- ¿Cómo ha sabido que…? – La maestra, emocionada, no sabía hacia donde mirar, por fin sus niños iban a poder disponer del material necesario para su educación.
- Recuerda que Natalia te acompañó en algunas ocasiones en la escuela… - Sara le tendió una de las cartas que Elvira había traído desde Villareja – También te ha llegado correo.
- ¿Eh? Sí, sí, gracias. ¿Pero cómo puede ella saber lo que se necesita en una escuela? – la maestra seguía mirando a su alrededor, entusiasmada, pensando en todo lo que podría hacer con sus alumnos gracias a aquel material.
- En tu caso es sencillo, necesitáis de todo. – dijo el médico.
- Si, pero… es demasiado lo que… – la maestra dejó de hablar al instante para comenzar a reír. – Esta carta, ¿sabéis qué me comunica? – preguntó agitando la misiva en sus manos – Es de gobernación, me dicen que no pueden enviarme material escolar ni dinero para poder adquirirlo. ¡Oh, Sara! ¡Tu prima es un ángel que nos han enviado del cielo para ayudarnos!
- A mi me ha enviado un tratado de cirugía, un volumen muy difícil de encontrar. – el doctor miraba absorto el libro que tenía en las manos, mientras sonreía ilusionado. Elvira observaba la escena emocionada, no había tratado mucho a Natalia, pero el detalle que había tenido con la gente que la había acompañado durante aquellas semanas decía mucho de su forma de ser. Los regalos eran personales, pensados para que agradasen a la persona a la que iban dirigidos no eran simples regalos de compromiso, al ver la cantidad de regalos que quedaban aún por repartir, imaginó la ilusión de todos los habitantes de Arazana ante semejante despliegue.
- ¿Qué ocurre? – preguntó el doctor preocupado. - ¿Te encuentras bien?
- Son de Natalia, - explicó haciendo un gesto con la mano señalando los regalos - los envía Natalia para que los reparta entre la gente del pueblo. Es su modo de despedirse y dar las gracias. – aclaró
- El comerciante dijo que se habían adquirido hacía un par de semanas en Sevilla. – aclaró doña Elvira. Sara inmediatamente pensó en los días que Roberto y Natalia pasaron juntos en Sevilla, cuando y donde nació su amor. ¿Sabría Roberto algo de los paquetes?
- Si, - dijo Sara – tuvo que viajar hace unos días a cerrar un asunto de negocios, supongo que aprovecharía la ocasión para adquirirlos
- Aquí hay uno que tiene tu nombre por duplicado. – dijo el doctor – Supongo que será para ti. – Sara dejó la carta sobre el mostrador y tomó el paquete. Lentamente lo abrió y de su interior extrajo un precioso mantón de Manila profusamente bordado con grandes rosas, un bello trabajo de artesanía que debía haberle costado una pequeña fortuna a la compradora. Sara, emocionada, pasó su mano por los bordados y finalmente lo estrechó contra su pecho imaginando que era su prima a quien abrazaba. – También hay para más personas: doña Rosa, el teniente, para mí… – dijo sorprendido – para Flor…
- ¿Qué estáis diciendo de mi? – la maestra entraba en aquel momento por la puerta.
- Todos esos paquetes son para ti. – dijo el doctor señalando un pontón de bultos sobre el mostrador.
- Son un regalo de Natalia. – explicó Sara.
La maestra se acercó a los paquetes que el doctor acababa de entrar en la imprenta y comenzó a quitar los envoltorios que los cubrían. Todos y cada uno de ellos contenían libros de texto, pequeñas pizarras, pliegos de papel, tinta, plumines… material escolar para los niños de la escuela de Arazana, más material del que habían dispuesto hasta entonces.
- ¿Cómo ha sabido que…? – La maestra, emocionada, no sabía hacia donde mirar, por fin sus niños iban a poder disponer del material necesario para su educación.
- Recuerda que Natalia te acompañó en algunas ocasiones en la escuela… - Sara le tendió una de las cartas que Elvira había traído desde Villareja – También te ha llegado correo.
- ¿Eh? Sí, sí, gracias. ¿Pero cómo puede ella saber lo que se necesita en una escuela? – la maestra seguía mirando a su alrededor, entusiasmada, pensando en todo lo que podría hacer con sus alumnos gracias a aquel material.
- En tu caso es sencillo, necesitáis de todo. – dijo el médico.
- Si, pero… es demasiado lo que… – la maestra dejó de hablar al instante para comenzar a reír. – Esta carta, ¿sabéis qué me comunica? – preguntó agitando la misiva en sus manos – Es de gobernación, me dicen que no pueden enviarme material escolar ni dinero para poder adquirirlo. ¡Oh, Sara! ¡Tu prima es un ángel que nos han enviado del cielo para ayudarnos!
- A mi me ha enviado un tratado de cirugía, un volumen muy difícil de encontrar. – el doctor miraba absorto el libro que tenía en las manos, mientras sonreía ilusionado. Elvira observaba la escena emocionada, no había tratado mucho a Natalia, pero el detalle que había tenido con la gente que la había acompañado durante aquellas semanas decía mucho de su forma de ser. Los regalos eran personales, pensados para que agradasen a la persona a la que iban dirigidos no eran simples regalos de compromiso, al ver la cantidad de regalos que quedaban aún por repartir, imaginó la ilusión de todos los habitantes de Arazana ante semejante despliegue.
#989
28/04/2012 18:17
Gracias Roberta y para roberto no tienes una de parte de natalia??????????
#990
29/04/2012 17:16
¡Qué previsible soy! Mecachis.....
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- Buenas tardes. – Roberto entró en la imprenta con un montón de paquetes en los brazos – Pasaba por la plaza y el cochero de la señora me dijo que eran para ti. – dijo tendiendo los brazos hacia Sara.
- Sí, pero… ¿no sabes lo que son? – peguntó Sara.
- No, ¿debería? – Roberto no entendía las palabras de su amiga, pero los demás sí y discretamente se retiraron del lugar.
- Son regalos, para prácticamente toda la gente del pueblo, libros y material para la escuela de Flor, un tratado para el doctor, un mantón para mí… seguro que también hay algo para ti.
- ¿Regalos? ¿De qui…? – Roberto no llegó a terminar la pregunta, la mirada y el tono de voz de Sara le dieron la respuesta. – De Natalia… - Sara tan solo asintió con la cabeza ante la rotundidad y la tristeza con la que Roberto dijo el nombre de la joven. El nombre de la muchacha sonaba de distinto modo cuando era su voz la que la nombraba, en boca de otros se podía imaginar a una joven vivaracha, alocada, decidida; pero cuando era Roberto quien decía su nombre, el nombre de Natalia evocaba a una mujer fuerte, valiente y enamorada.
- Parece ser que los compró cuando estuvisteis en Sevilla. – aclaró ella.
- No sabía nada. – Por la mente de Roberto volaron todos y cada uno de los momentos que pasó junto a ella en la ciudad: la pantomima para conseguir habitación, los paseos por la ciudad cogidos del brazo, la alegría de la feria, las noches con ella entre sus brazos y la discusión que tuvieron en plena calle, cuando ella lo abofeteó. Entonces debió de ser cuando ella hizo las compras, cuando adquirió los billetes de tren.
- Espera, no te vayas. Seguro que hay algo para tu familia. – Sara sabía que Roberto no aceptaría un regalo para él, pero su familia era otro cantar, por lo que se apresuró a buscar paquetes que fuesen dirigidos a los Pérez. – Mira, aquí hay uno para Juanito y para tu madre, también hay otro dirigido a tu abuelo y a… tu padre.
- Gracias. – Roberto tomó los paquetes mecánicamente si saber casi lo que hacía, sin poder rechazar los presentes que eran para sus seres queridos, y sin darse cuenta de que Sara también le colocaba en el bolsillo de la chaqueta una pequeña caja a su nombre y un sobre. Como un autómata se giró y salió de la imprenta, pensando en que la crueldad con que había tratado a Natalia le perseguiría hasta el fin de sus días, haciéndole imposible seguir adelante y, no ya olvidarla, si no al menos guardar su recuerdo en un rincón de su alma.
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- Buenas tardes. – Roberto entró en la imprenta con un montón de paquetes en los brazos – Pasaba por la plaza y el cochero de la señora me dijo que eran para ti. – dijo tendiendo los brazos hacia Sara.
- Sí, pero… ¿no sabes lo que son? – peguntó Sara.
- No, ¿debería? – Roberto no entendía las palabras de su amiga, pero los demás sí y discretamente se retiraron del lugar.
- Son regalos, para prácticamente toda la gente del pueblo, libros y material para la escuela de Flor, un tratado para el doctor, un mantón para mí… seguro que también hay algo para ti.
- ¿Regalos? ¿De qui…? – Roberto no llegó a terminar la pregunta, la mirada y el tono de voz de Sara le dieron la respuesta. – De Natalia… - Sara tan solo asintió con la cabeza ante la rotundidad y la tristeza con la que Roberto dijo el nombre de la joven. El nombre de la muchacha sonaba de distinto modo cuando era su voz la que la nombraba, en boca de otros se podía imaginar a una joven vivaracha, alocada, decidida; pero cuando era Roberto quien decía su nombre, el nombre de Natalia evocaba a una mujer fuerte, valiente y enamorada.
- Parece ser que los compró cuando estuvisteis en Sevilla. – aclaró ella.
- No sabía nada. – Por la mente de Roberto volaron todos y cada uno de los momentos que pasó junto a ella en la ciudad: la pantomima para conseguir habitación, los paseos por la ciudad cogidos del brazo, la alegría de la feria, las noches con ella entre sus brazos y la discusión que tuvieron en plena calle, cuando ella lo abofeteó. Entonces debió de ser cuando ella hizo las compras, cuando adquirió los billetes de tren.
- Espera, no te vayas. Seguro que hay algo para tu familia. – Sara sabía que Roberto no aceptaría un regalo para él, pero su familia era otro cantar, por lo que se apresuró a buscar paquetes que fuesen dirigidos a los Pérez. – Mira, aquí hay uno para Juanito y para tu madre, también hay otro dirigido a tu abuelo y a… tu padre.
- Gracias. – Roberto tomó los paquetes mecánicamente si saber casi lo que hacía, sin poder rechazar los presentes que eran para sus seres queridos, y sin darse cuenta de que Sara también le colocaba en el bolsillo de la chaqueta una pequeña caja a su nombre y un sobre. Como un autómata se giró y salió de la imprenta, pensando en que la crueldad con que había tratado a Natalia le perseguiría hasta el fin de sus días, haciéndole imposible seguir adelante y, no ya olvidarla, si no al menos guardar su recuerdo en un rincón de su alma.
#991
30/04/2012 00:43
Roberta
cuando se dara cuenta roberto lo que tiene en el bolsillo
cuando se dara cuenta roberto lo que tiene en el bolsillo
#992
01/05/2012 14:45
¡Vaya usted a saber! Con lo despistados que son estos hombres...
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Capítulo 101
- ¿Qué están haciendo? – preguntó Morales entrando en el cuartel. El sargento había encontrado a los dos tenientes revolviendo los papeles de la mesa de Olmedo, al ser pillados, los hombres se miraron y Garay se apresuró a cerrar la puerta mientras que Miguel tomaba a Morales de un brazo y lo llevaba hacia un lado.
- Morales, escúcheme bien. No puede decirle nada de lo que ha visto al capitán Olmedo.
- Pero si yo no he visto nada. – el sargento miraba alternativamente a uno y a otro, no entendiendo lo que sucedía allí
- Escuche lo que vamos a contarle y no me interrumpa. Lo que…
- Romero. – quien interrumpió fue Garay – ¿Cree que es oportuno que le cuente a Morales…?
- No sé si será oportuno, pero sí lo más justo. Sargento, atiéndame. – dijo Miguel tomando de nuevo a Morales del brazo para que le prestara atención - El teniente Garay y yo estábamos buscando algo que nos dé una pista sobre qué puede haberle hecho cambiar de humor a Olmedo esta mañana. Usted nos ha dicho que estaba de buen humor pero que ha cambiado radicalmente tras revolver entre sus papeles.
- Pero si ustedes se llevan… si no se llevan… - Morales no era capaz de asimilar la complicidad que había visto hacía unos instantes entre los tenientes cuando desde la llegada de Garay, siempre se habían mantenido distantes.
- Morales, el teniente Garay ha sido enviado desde Comandancia de Málaga para desenmascarar a Olmedo. – Morales seguía mirando alternativamente a los dos guardias civiles, a Miguel que hablaba con él y a Garay quien entreabría la puerta a cada rato para escudriñar el exterior.
- Pero, ¿cómo van a hacerlo? Olmedo es muy peligroso, teniente. – la preocupación del sargento por su teniente iba más allá del sentimiento que se podía tener por un superior; para él, Miguel era un amigo.
- No se preocupe sargento, - intervino Garay – no estamos solos en esto. Pero necesitamos que nos ayude. ¿Qué ha visto esta mañana?
- Pues… - comenzó a decir mientras trataba de recordar – esta mañana llegó de buen humor; creo que ha pasado la noche en la posada de la Maña. Saludó y me mandó a hacer la ronda. Cuando volví estaba sentado a su mesa y en el momento en que me vio se apresuró a guardar un papel que estaba leyendo.
- ¿Dónde lo guardó? – preguntó Miguel – Vamos, Morales, haga memoria.
- En…, en…, se lo guardó en el interior de la guerrera. - el sargento titubeaba – No, espere, creo que al final lo guardó en el cajón de la mesa. Miguel se abalanzó sobre la mesa y comenzó a registrar los cajones mientras Garay permanecía junto a la puerta, rogando que nadie se acercara en aquellos momentos al cuartel.
- Creo que lo tengo. – dijo Miguel tras unos instantes.
- ¿Qué es? – preguntó Garay cerrando la puerta y apoyando la espalda contra ella.
- Una carta, en ella… - Romero hablaba lentamente mientras leía el pliego que sostenía en sus manos – le anuncian la llegada de una persona a Arazana, un tal Rodríguez, de Ronda.
- He oído hablar de él. Es uno de los que tienen vigilancia asignada a tiempo completo. – Morales no dejaba de mirar a sus dos superiores, hablaban de algo que a él se le escapaba, pero que ellos dominaban a la perfección. - ¿Dice algo de cuáles son sus planes al llegar aquí? Romero, ¿me oye? ¡Romero!... ¡Miguel!
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Capítulo 101
- ¿Qué están haciendo? – preguntó Morales entrando en el cuartel. El sargento había encontrado a los dos tenientes revolviendo los papeles de la mesa de Olmedo, al ser pillados, los hombres se miraron y Garay se apresuró a cerrar la puerta mientras que Miguel tomaba a Morales de un brazo y lo llevaba hacia un lado.
- Morales, escúcheme bien. No puede decirle nada de lo que ha visto al capitán Olmedo.
- Pero si yo no he visto nada. – el sargento miraba alternativamente a uno y a otro, no entendiendo lo que sucedía allí
- Escuche lo que vamos a contarle y no me interrumpa. Lo que…
- Romero. – quien interrumpió fue Garay – ¿Cree que es oportuno que le cuente a Morales…?
- No sé si será oportuno, pero sí lo más justo. Sargento, atiéndame. – dijo Miguel tomando de nuevo a Morales del brazo para que le prestara atención - El teniente Garay y yo estábamos buscando algo que nos dé una pista sobre qué puede haberle hecho cambiar de humor a Olmedo esta mañana. Usted nos ha dicho que estaba de buen humor pero que ha cambiado radicalmente tras revolver entre sus papeles.
- Pero si ustedes se llevan… si no se llevan… - Morales no era capaz de asimilar la complicidad que había visto hacía unos instantes entre los tenientes cuando desde la llegada de Garay, siempre se habían mantenido distantes.
- Morales, el teniente Garay ha sido enviado desde Comandancia de Málaga para desenmascarar a Olmedo. – Morales seguía mirando alternativamente a los dos guardias civiles, a Miguel que hablaba con él y a Garay quien entreabría la puerta a cada rato para escudriñar el exterior.
- Pero, ¿cómo van a hacerlo? Olmedo es muy peligroso, teniente. – la preocupación del sargento por su teniente iba más allá del sentimiento que se podía tener por un superior; para él, Miguel era un amigo.
- No se preocupe sargento, - intervino Garay – no estamos solos en esto. Pero necesitamos que nos ayude. ¿Qué ha visto esta mañana?
- Pues… - comenzó a decir mientras trataba de recordar – esta mañana llegó de buen humor; creo que ha pasado la noche en la posada de la Maña. Saludó y me mandó a hacer la ronda. Cuando volví estaba sentado a su mesa y en el momento en que me vio se apresuró a guardar un papel que estaba leyendo.
- ¿Dónde lo guardó? – preguntó Miguel – Vamos, Morales, haga memoria.
- En…, en…, se lo guardó en el interior de la guerrera. - el sargento titubeaba – No, espere, creo que al final lo guardó en el cajón de la mesa. Miguel se abalanzó sobre la mesa y comenzó a registrar los cajones mientras Garay permanecía junto a la puerta, rogando que nadie se acercara en aquellos momentos al cuartel.
- Creo que lo tengo. – dijo Miguel tras unos instantes.
- ¿Qué es? – preguntó Garay cerrando la puerta y apoyando la espalda contra ella.
- Una carta, en ella… - Romero hablaba lentamente mientras leía el pliego que sostenía en sus manos – le anuncian la llegada de una persona a Arazana, un tal Rodríguez, de Ronda.
- He oído hablar de él. Es uno de los que tienen vigilancia asignada a tiempo completo. – Morales no dejaba de mirar a sus dos superiores, hablaban de algo que a él se le escapaba, pero que ellos dominaban a la perfección. - ¿Dice algo de cuáles son sus planes al llegar aquí? Romero, ¿me oye? ¡Romero!... ¡Miguel!
#993
03/05/2012 01:08
#994
03/05/2012 07:22
- ¿Eh? Sí, dice que llegará en unos días para liberar Andalucía de un exaltado que amenaza con acabar con el orden establecido… - la voz de Miguel fue perdiendo intensidad según éste entendía lo que estaba leyendo.
- ¿De quién está hablando teniente? – preguntó Morales
- De Roberto Pérez, sargento, - El teniente Garay respondió por su colega - el teniente Romero está hablando de Roberto Pérez.
- ¿Roberto? – preguntó Morales con incredulidad – No, no puede ser, pero si Roberto hace mucho que no toma parte en ningún mitin de los anarquistas. Hace semanas que no hace otra cosa que trabajar su tierra, y desde que murió su padre… aún menos; el pobre no tiene cabeza para nada, vaga por el pueblo como un alma en pena… con lo agradable que es ese muchacho… aunque exponiendo sus ideas sea tan arrebatado… - Morales continuaba hablando pensando en Roberto y en sus desdichas.
- Por eso debemos tener mucho más cuidado. – Garay no dejaba de escudriñar al exterior – Romero, lea la carta lo más rápidamente que pueda y memorice cuantos detalles le sea posible, debemos darnos prisa, Olmedo debe estar a punto de volver.
- Voy, voy… - dijo Miguel mientras leía de nuevo la carta. Morales comenzó a recoger los papeles diseminados por la mesa, intentando ayudar de algún modo, preocupado por si el capitán descubría que habían estado revolviendo sus cosas y emocionado ante la perspectiva de que alguien al fin, pudiera pararle los pies. – Ya está, - dijo Miguel plegando de nuevo la carta y dejándola donde la había encontrado – está todo tal y como lo encontramos. Vámonos, será mejor alejarse de aquí para que no sospeche siquiera.
- ¿De quién está hablando teniente? – preguntó Morales
- De Roberto Pérez, sargento, - El teniente Garay respondió por su colega - el teniente Romero está hablando de Roberto Pérez.
- ¿Roberto? – preguntó Morales con incredulidad – No, no puede ser, pero si Roberto hace mucho que no toma parte en ningún mitin de los anarquistas. Hace semanas que no hace otra cosa que trabajar su tierra, y desde que murió su padre… aún menos; el pobre no tiene cabeza para nada, vaga por el pueblo como un alma en pena… con lo agradable que es ese muchacho… aunque exponiendo sus ideas sea tan arrebatado… - Morales continuaba hablando pensando en Roberto y en sus desdichas.
- Por eso debemos tener mucho más cuidado. – Garay no dejaba de escudriñar al exterior – Romero, lea la carta lo más rápidamente que pueda y memorice cuantos detalles le sea posible, debemos darnos prisa, Olmedo debe estar a punto de volver.
- Voy, voy… - dijo Miguel mientras leía de nuevo la carta. Morales comenzó a recoger los papeles diseminados por la mesa, intentando ayudar de algún modo, preocupado por si el capitán descubría que habían estado revolviendo sus cosas y emocionado ante la perspectiva de que alguien al fin, pudiera pararle los pies. – Ya está, - dijo Miguel plegando de nuevo la carta y dejándola donde la había encontrado – está todo tal y como lo encontramos. Vámonos, será mejor alejarse de aquí para que no sospeche siquiera.
#995
03/05/2012 10:33
Rodriguez...........conozco algunos
Roberta
a roberto
Roberta
a roberto
#996
04/05/2012 15:29
Yo también, pero lo he puesto porque es un apellido bastante común (no por ninguna otra razón)
Pues sí, Roberto... ¿Qué pasará? ¿Me estaré Tirso Calerizando y me lo cargaré? Habrá que esperar....
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Capítulo 102
Debían de haber pasado varias horas, los últimos rayos del sol entraban directamente por las ventanas del salón antes de que el astro rey se escondiera entre las montañas, los mismos rayos que despertaron a Natalia. Lentamente, la joven abrió los ojos y miró a su alrededor, recordó al instante dónde estaba y tomó aire. Recordaba la bienvenida que sus amigos le habían preparado, recordaba las sonrisas de satisfacción de todos cuando cruzó el umbral de su hogar y recordaba asimismo cómo todos, felices, compartieron el refrigerio hasta que ella cayó dormida, vencida por el cansancio del viaje. Pero recordaba aún con más viveza los ojos y la sonrisa de Roberto, aquellos ojos y aquella sonrisa que acompañaban su sueño desde hacía semanas. Permaneció quieta, en silencio, durante unos minutos; sus ojos vagaron por la estancia, comparando aquel salón con el de la casa de los Montoro.
Con el fin de darle las gracias por haber ayudado a la captura de Antonio Villa, Germán Montoro organizó una cena, una cena que no fue agradable para casi ninguno de los comensales: la joven Eugenia aún no se había repuesto de la vergüenza y el dolor sufridos, Álvaro Montoro se sentía inferior por tener que deberle a una mujer el bienestar de su hermana, Sara la acompañó a regañadientes ya que no simpatizaba con Álvaro Montoro y ella… ella se sentía violenta, tan solo quería que dejaran de agasajarla ya que no sentía que hubiese hecho nada en especial, y los ánimos fueron a peor cuando recalcó que Roberto había sido tan responsable de la captura de Villa como ella misma. Natalia sentía que era Roberto el verdadero héroe, era él quien se había enfrentado a Villa con las manos desnudas ya que ella llevaba un arma escondida bajo la almohada, era él quien no había dudado un instante en enfrentarse al asaltante y era él quien debería acompañarlos; cuando lo dijo, las miradas de Álvaro y Martina se clavaron en ella y a partir de aquel momento la velada fue si ello hubiera sido posible, aún más tensa. ¡Qué ufana se había sentido la señora de la casa hasta aquel momento! ¡Qué orgullosa se había mostrado al acompañar a las jóvenes por todas las estancias de la casa! Si hubiese sabido que el salón del que tan orgullosa estaba era insignificante, tanto en tamaño como en lujo, en comparación con aquel en el que en aquel momento se encontraba Natalia…
Apartando hacia un lado la manta con la que había estado cubierta, Natalia se incorporó lentamente y, colocando las manos en la cintura, estiró su musculatura; dando pasos cortos se acercó a la puerta y salió al recibidor. Con cuidado de no hacer ruido, se acercó a la escalera y apoyándose en la barandilla de madera ascendió los peldaños cubiertos por una esponjosa alfombra. Ya en el primer piso, caminó por el corredor, pasando frente a varias puertas, puertas que cerraban el paso a dormitorios que no habían sido utilizados en años: el dormitorio de su padre, el de su madre y el de su abuelo; en la otra ala de la casa había más dormitorios, todos vacíos excepto uno, el que estaba destinado a Nieves y Luis cuando se quedaban a pasar la noche. En pocos segundos se encontró frente a la puerta de su dormitorio, hacía semanas que no había estado en él, desde que saliera para pasar unos días en compañía de una prima con la que hacía años que casi no tenía relación, semanas en las que su vida había dando un vuelco. Asiendo el picaporte con firmeza, lo giró y abrió la puerta, todo estaba tal y como lo recordaba, como si hiciera horas y no meses desde que estuviera allí por última vez. Clara y Laura habían deshecho el equipaje y toda su ropa se encontraba de nuevo en el vestidor, sobre la amplia cama con baldaquín, podía ver cómo las muchachas habían dejado un elegante y delicado conjunto de camisón y bata y un par de zapatillas a los pies de la cama. Tras acercarse al lecho, Natalia deslizó los dedos sobre la suave seda del camisón y no pudo evitar pensar que hacía varias noches que no utilizaba camisón para dormir, las mismas noches que había pasado en brazos de Roberto. Desechó los recuerdos y apartó la mirada de la cama, observando con detenimiento el resto del dormitorio; nunca lo había visto tan grande, había sido su dormitorio desde que era una niña y estaba habituada a él, pero al compararlo con la que había sido su habitación en la posada de la Maña, lo vio gigantesco. Dos enormes puertas-ventanas se situaban en una de las paredes del dormitorio, iban desde el suelo al techo y a través de ellas podía ver la bahía, podía ver la playa donde las olas rompían con fuerza, la misma playa donde tantas veces jugó con su padre. Entre ambos ventanales se situaba el tocador, una mesa repleta de perfumes, cosméticos y joyeros, presidida por un gran espejo triple. Su mano pasó por el borde de la mesa y se detuvo en la filigrana del juego de cepillos con mango de plata; ella no era muy dada a utilizar perfumes y cosméticos, y menos lo había sido en las últimas semanas, durante las cuales tan solo utilizara el jabón. En el otro extremo de la estancia había una mesa de despacho, una mesa que utilizaba para trabajar cuando las pesadillas hacían que se despertara a media noche temblando de frío y tristeza. Situada de pie en el centro de la habitación, vio que las muchachas habían encendido la gran chimenea que dominaba la pared opuesta a los ventanales, el reflejo de la llamas la transportó al pasado, a los tiempos en que sentada en el suelo de aquella misma habitación jugaba con sus padres, los tiempos en que aún no había conocido la tristeza, el miedo y el abandono. Abatida se dejó caer al suelo, lo tenía todo, ¿por qué entonces no podía ser feliz? Estaba rodeada de gente que la apreciaba, se lo habían demostrado horas antes, tenía mucho dinero, éxito en los negocios, vivía en la casa más bella de todas las que la rodeaban, en aquellos momentos se encontraba en una habitación decorada con muebles bellos, elegantes y caros, una habitación más grande que muchas casas y sin embargo… Giró el rostro hacia los ventanales, el sol ya se había escondido del todo, y podía ver como pequeños barcos pesqueros volvían a puerto tras haber pasado la jornada faenando en la mar; barcos tripulados por marineros que volvían a casa, a su hogar, con sus familias.
Levantándose del suelo se acercó al escritorio, abrió el cajón en donde guardaba los útiles de escritura y se dispuso a redactar una carta. Tardó casi una hora en escribir aquellas pocas líneas ya que, si bien en su cabeza las ideas estaban claras, no era capaz de transportarlas al papel con la firmeza que deseaba; además, las lágrimas que corrían por su rostro mientras escribía, echaron a perder más de una de las cuartillas al correr la tinta con la que estaba escribiendo. Finalmente consiguió terminar la carta, la dobló cuidadosamente, la metió en un sobre y escribió las señas del destinatario. Tras observar el sobre durante unos segundos, se levantó de su asiento y se dirigió a la cama mientras se desabrochaba la ropa; con lentitud se despojó de su atuendo, dejó la ropa sobre una silla y se puso el camisón para acostarse a continuación. Aún era pronto, demasiado pronto para acostarse, pero no tenía ganas de ver a nadie ni de hablar con nadie, Mariana y los demás pensarían que el viaje la había agotado y no la molestarían; sin embargo no era verdad, no estaba cansada y permaneció despierta durante horas, apoyada en los almohadones de raso de su elegante cama, viendo como la luz de la luna entraba a través de los ventanales y se mezclaba con la luz rojiza del fuego de la chimenea.
Pues sí, Roberto... ¿Qué pasará? ¿Me estaré Tirso Calerizando y me lo cargaré? Habrá que esperar....
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Capítulo 102
Debían de haber pasado varias horas, los últimos rayos del sol entraban directamente por las ventanas del salón antes de que el astro rey se escondiera entre las montañas, los mismos rayos que despertaron a Natalia. Lentamente, la joven abrió los ojos y miró a su alrededor, recordó al instante dónde estaba y tomó aire. Recordaba la bienvenida que sus amigos le habían preparado, recordaba las sonrisas de satisfacción de todos cuando cruzó el umbral de su hogar y recordaba asimismo cómo todos, felices, compartieron el refrigerio hasta que ella cayó dormida, vencida por el cansancio del viaje. Pero recordaba aún con más viveza los ojos y la sonrisa de Roberto, aquellos ojos y aquella sonrisa que acompañaban su sueño desde hacía semanas. Permaneció quieta, en silencio, durante unos minutos; sus ojos vagaron por la estancia, comparando aquel salón con el de la casa de los Montoro.
Con el fin de darle las gracias por haber ayudado a la captura de Antonio Villa, Germán Montoro organizó una cena, una cena que no fue agradable para casi ninguno de los comensales: la joven Eugenia aún no se había repuesto de la vergüenza y el dolor sufridos, Álvaro Montoro se sentía inferior por tener que deberle a una mujer el bienestar de su hermana, Sara la acompañó a regañadientes ya que no simpatizaba con Álvaro Montoro y ella… ella se sentía violenta, tan solo quería que dejaran de agasajarla ya que no sentía que hubiese hecho nada en especial, y los ánimos fueron a peor cuando recalcó que Roberto había sido tan responsable de la captura de Villa como ella misma. Natalia sentía que era Roberto el verdadero héroe, era él quien se había enfrentado a Villa con las manos desnudas ya que ella llevaba un arma escondida bajo la almohada, era él quien no había dudado un instante en enfrentarse al asaltante y era él quien debería acompañarlos; cuando lo dijo, las miradas de Álvaro y Martina se clavaron en ella y a partir de aquel momento la velada fue si ello hubiera sido posible, aún más tensa. ¡Qué ufana se había sentido la señora de la casa hasta aquel momento! ¡Qué orgullosa se había mostrado al acompañar a las jóvenes por todas las estancias de la casa! Si hubiese sabido que el salón del que tan orgullosa estaba era insignificante, tanto en tamaño como en lujo, en comparación con aquel en el que en aquel momento se encontraba Natalia…
Apartando hacia un lado la manta con la que había estado cubierta, Natalia se incorporó lentamente y, colocando las manos en la cintura, estiró su musculatura; dando pasos cortos se acercó a la puerta y salió al recibidor. Con cuidado de no hacer ruido, se acercó a la escalera y apoyándose en la barandilla de madera ascendió los peldaños cubiertos por una esponjosa alfombra. Ya en el primer piso, caminó por el corredor, pasando frente a varias puertas, puertas que cerraban el paso a dormitorios que no habían sido utilizados en años: el dormitorio de su padre, el de su madre y el de su abuelo; en la otra ala de la casa había más dormitorios, todos vacíos excepto uno, el que estaba destinado a Nieves y Luis cuando se quedaban a pasar la noche. En pocos segundos se encontró frente a la puerta de su dormitorio, hacía semanas que no había estado en él, desde que saliera para pasar unos días en compañía de una prima con la que hacía años que casi no tenía relación, semanas en las que su vida había dando un vuelco. Asiendo el picaporte con firmeza, lo giró y abrió la puerta, todo estaba tal y como lo recordaba, como si hiciera horas y no meses desde que estuviera allí por última vez. Clara y Laura habían deshecho el equipaje y toda su ropa se encontraba de nuevo en el vestidor, sobre la amplia cama con baldaquín, podía ver cómo las muchachas habían dejado un elegante y delicado conjunto de camisón y bata y un par de zapatillas a los pies de la cama. Tras acercarse al lecho, Natalia deslizó los dedos sobre la suave seda del camisón y no pudo evitar pensar que hacía varias noches que no utilizaba camisón para dormir, las mismas noches que había pasado en brazos de Roberto. Desechó los recuerdos y apartó la mirada de la cama, observando con detenimiento el resto del dormitorio; nunca lo había visto tan grande, había sido su dormitorio desde que era una niña y estaba habituada a él, pero al compararlo con la que había sido su habitación en la posada de la Maña, lo vio gigantesco. Dos enormes puertas-ventanas se situaban en una de las paredes del dormitorio, iban desde el suelo al techo y a través de ellas podía ver la bahía, podía ver la playa donde las olas rompían con fuerza, la misma playa donde tantas veces jugó con su padre. Entre ambos ventanales se situaba el tocador, una mesa repleta de perfumes, cosméticos y joyeros, presidida por un gran espejo triple. Su mano pasó por el borde de la mesa y se detuvo en la filigrana del juego de cepillos con mango de plata; ella no era muy dada a utilizar perfumes y cosméticos, y menos lo había sido en las últimas semanas, durante las cuales tan solo utilizara el jabón. En el otro extremo de la estancia había una mesa de despacho, una mesa que utilizaba para trabajar cuando las pesadillas hacían que se despertara a media noche temblando de frío y tristeza. Situada de pie en el centro de la habitación, vio que las muchachas habían encendido la gran chimenea que dominaba la pared opuesta a los ventanales, el reflejo de la llamas la transportó al pasado, a los tiempos en que sentada en el suelo de aquella misma habitación jugaba con sus padres, los tiempos en que aún no había conocido la tristeza, el miedo y el abandono. Abatida se dejó caer al suelo, lo tenía todo, ¿por qué entonces no podía ser feliz? Estaba rodeada de gente que la apreciaba, se lo habían demostrado horas antes, tenía mucho dinero, éxito en los negocios, vivía en la casa más bella de todas las que la rodeaban, en aquellos momentos se encontraba en una habitación decorada con muebles bellos, elegantes y caros, una habitación más grande que muchas casas y sin embargo… Giró el rostro hacia los ventanales, el sol ya se había escondido del todo, y podía ver como pequeños barcos pesqueros volvían a puerto tras haber pasado la jornada faenando en la mar; barcos tripulados por marineros que volvían a casa, a su hogar, con sus familias.
Levantándose del suelo se acercó al escritorio, abrió el cajón en donde guardaba los útiles de escritura y se dispuso a redactar una carta. Tardó casi una hora en escribir aquellas pocas líneas ya que, si bien en su cabeza las ideas estaban claras, no era capaz de transportarlas al papel con la firmeza que deseaba; además, las lágrimas que corrían por su rostro mientras escribía, echaron a perder más de una de las cuartillas al correr la tinta con la que estaba escribiendo. Finalmente consiguió terminar la carta, la dobló cuidadosamente, la metió en un sobre y escribió las señas del destinatario. Tras observar el sobre durante unos segundos, se levantó de su asiento y se dirigió a la cama mientras se desabrochaba la ropa; con lentitud se despojó de su atuendo, dejó la ropa sobre una silla y se puso el camisón para acostarse a continuación. Aún era pronto, demasiado pronto para acostarse, pero no tenía ganas de ver a nadie ni de hablar con nadie, Mariana y los demás pensarían que el viaje la había agotado y no la molestarían; sin embargo no era verdad, no estaba cansada y permaneció despierta durante horas, apoyada en los almohadones de raso de su elegante cama, viendo como la luz de la luna entraba a través de los ventanales y se mezclaba con la luz rojiza del fuego de la chimenea.
#997
04/05/2012 19:22
Gracias Roberta por como lo has descrito
pobre natalia
pobre natalia
#998
05/05/2012 20:04
Capítulo 103
- ¡Roberto, hijo, ya estás aquí! – Carmen dejó de revolver el guiso que estaba preparando para la cena al ver entrar a su hijo por la puerta. La relación entre ellos desde el día de la muerte de Tomás se limitaba a lo mínimo imprescindible que exigía la educación. Roberto seguía distante con su madre, seguía sin poder comprender lo que para él era una traición y ella callaba, esperando que su hijo dejara de sufrir para que pudiera entenderla - ¿Qué es eso que traes?
- Es… es… es algo que me dio Sara. – Roberto salió de la imprenta cargado con los paquetes que su amiga le diera, los regalos que la mujer que amaba se había molestado en comprar.
- Pero… ¿por qué? ¿qué son? – preguntó la mujer extrañada mientras su hijo dejaba los bultos sobre la mesa de la cocina.
- Vamos, zagal, desde lejos se puede oler el guiso de tu madre. No hay duda de que es la mejor cocinera de los andurriales. – Cosme entró en aquel momento acompañando a un cabizbajo Juanito, el muchacho no se acostumbraba a la idea de que su padre no estuviera ya con ellos y nada ni nadie lo habían conseguido sacar de su ensimismamiento. – Carmen, hija, ¿Qué es eso que tienes en las manos? – preguntó el anciano al ver lo que había sobre la mesa.
- Eso mismo le estaba preguntado yo a Roberto, padre; es él quien lo ha traído.
- Son… regalos. Me los ha dado Sara, son para ustedes. – El tono de voz de Roberto y el hecho de que no apartara la vista de la mesa hizo sospechar a Cosme de que algo extraño ocurría.
- Pero regalos… ¿a santo de qué? – preguntó Juanito, al menos aquella novedad había hecho que el muchacho reaccionase de algún modo.
- Son de Natalia, de la señorita Reeves, – corrigió rápidamente - como despedida. - Roberto miró a su abuelo directamente a los ojos al pronunciar aquella frase y el hombre supo todo el dolor que albergaba el corazón de su nieto – Ha enviado regalos para todo el mundo. – continuó diciendo el joven. Roberto no había dejado de pensar en Natalia ni un solo momento desde que ella se marchó de Arazana, incluso en sueños la veía a su lado, feliz, sonriente, enamorada. Ella era demasiado buena para él, a pesar de tanto dolor, de tanto como la había hecho sufrir, se había tomado la molestia de comprar regalos para todo el mundo.
- Mirad, es un libro de ciencias. – exclamó Juanito, ilusionado por algo por primera vez desde hacia días – He de enseñárselo a la señorita Flor.
- Si, pero no hoy. – le contuvo su madre, feliz de ver salir del letargo a su hijo menor – Ya lo harás mañana, no son horas de ir molestando a la gente.
- ¿Y usted que ha recibido, madre? – Carmen y el menor de los Pérez miraban los regalos mientras Roberto y Cosme pensaban en lo que aquellos regalos suponían en realidad. Carmen desenvolvió el paquete que llevaba su nombre y encontró en el interior de una cajita un bello aderezo para el cabello.
- Es muy bonito, hija. – comentó Cosme.
- Si, la señorita Natalia tiene un gusto exquisito, es demasiado elegante para alguien como yo. – Carmen observaba su regalo extasiada, nunca había poseído algo así, en su casa nunca había habido el dinero suficiente como para gastarlo en fruslerías como aquella, aunque si los había visto en casa de los Montoro y era plenamente consciente de la cantidad que costaba aquel regalo.
- ¡Roberto, hijo, ya estás aquí! – Carmen dejó de revolver el guiso que estaba preparando para la cena al ver entrar a su hijo por la puerta. La relación entre ellos desde el día de la muerte de Tomás se limitaba a lo mínimo imprescindible que exigía la educación. Roberto seguía distante con su madre, seguía sin poder comprender lo que para él era una traición y ella callaba, esperando que su hijo dejara de sufrir para que pudiera entenderla - ¿Qué es eso que traes?
- Es… es… es algo que me dio Sara. – Roberto salió de la imprenta cargado con los paquetes que su amiga le diera, los regalos que la mujer que amaba se había molestado en comprar.
- Pero… ¿por qué? ¿qué son? – preguntó la mujer extrañada mientras su hijo dejaba los bultos sobre la mesa de la cocina.
- Vamos, zagal, desde lejos se puede oler el guiso de tu madre. No hay duda de que es la mejor cocinera de los andurriales. – Cosme entró en aquel momento acompañando a un cabizbajo Juanito, el muchacho no se acostumbraba a la idea de que su padre no estuviera ya con ellos y nada ni nadie lo habían conseguido sacar de su ensimismamiento. – Carmen, hija, ¿Qué es eso que tienes en las manos? – preguntó el anciano al ver lo que había sobre la mesa.
- Eso mismo le estaba preguntado yo a Roberto, padre; es él quien lo ha traído.
- Son… regalos. Me los ha dado Sara, son para ustedes. – El tono de voz de Roberto y el hecho de que no apartara la vista de la mesa hizo sospechar a Cosme de que algo extraño ocurría.
- Pero regalos… ¿a santo de qué? – preguntó Juanito, al menos aquella novedad había hecho que el muchacho reaccionase de algún modo.
- Son de Natalia, de la señorita Reeves, – corrigió rápidamente - como despedida. - Roberto miró a su abuelo directamente a los ojos al pronunciar aquella frase y el hombre supo todo el dolor que albergaba el corazón de su nieto – Ha enviado regalos para todo el mundo. – continuó diciendo el joven. Roberto no había dejado de pensar en Natalia ni un solo momento desde que ella se marchó de Arazana, incluso en sueños la veía a su lado, feliz, sonriente, enamorada. Ella era demasiado buena para él, a pesar de tanto dolor, de tanto como la había hecho sufrir, se había tomado la molestia de comprar regalos para todo el mundo.
- Mirad, es un libro de ciencias. – exclamó Juanito, ilusionado por algo por primera vez desde hacia días – He de enseñárselo a la señorita Flor.
- Si, pero no hoy. – le contuvo su madre, feliz de ver salir del letargo a su hijo menor – Ya lo harás mañana, no son horas de ir molestando a la gente.
- ¿Y usted que ha recibido, madre? – Carmen y el menor de los Pérez miraban los regalos mientras Roberto y Cosme pensaban en lo que aquellos regalos suponían en realidad. Carmen desenvolvió el paquete que llevaba su nombre y encontró en el interior de una cajita un bello aderezo para el cabello.
- Es muy bonito, hija. – comentó Cosme.
- Si, la señorita Natalia tiene un gusto exquisito, es demasiado elegante para alguien como yo. – Carmen observaba su regalo extasiada, nunca había poseído algo así, en su casa nunca había habido el dinero suficiente como para gastarlo en fruslerías como aquella, aunque si los había visto en casa de los Montoro y era plenamente consciente de la cantidad que costaba aquel regalo.
#999
07/05/2012 21:09
Roberta ya estoy aqui para leer
#1000
08/05/2012 21:40
La Seño Reeves que buena es