Foro Bandolera
Como no me gusta la historia... voy y la cambio (Natalia y Roberto)
#0
27/04/2011 20:02
Como estoy bastante aburrida de que me tengan a Roberto entre rejas, aunque sean las rejas de cartón piedra del cuartel de Arazana, y de que nadie (excepto San Miguel) intente hacer nada... pues voy y lo saco yo misma.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
_____________________________________________________________________________
Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
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Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
#921
12/01/2012 10:56
Hola Roberta
entonces el teniente garay es un aliado????????y pretendiente de eugenia?????
y natalia en sevilla no????????
entonces el teniente garay es un aliado????????y pretendiente de eugenia?????
y natalia en sevilla no????????
#922
12/01/2012 14:50
¿Quién sabe?
Aquí todo depende de por dónde me dé el aire.... y yo soy MUY veleta
Aquí todo depende de por dónde me dé el aire.... y yo soy MUY veleta
#923
14/01/2012 20:08
- ¿Papá? – preguntó el teniente Garay – No sabía que tuviera usted hijos, señor gobernador.
- Será porque no es asunto suyo. – respondió Sara por su padre.
- Sara, por favor. – pidió el gobernador.
- Disculpe. – dijo el teniente Garay – No quería molestarles.
- No se preocupe teniente, la reacción de mi hija significa que está haciendo usted bien su trabajo.
- ¿Qué trabajo? – preguntó Roberto levantándose y saliendo de su letargo. Sara y Miguel, quienes conocían por lo que estaba pasando, se giraron a mirarle mientras el teniente respondía.
- Ganarme la confianza del capitán Olmedo. – dijo el teniente. Sara y Miguel se quedaron estupefactos ante semejante respuesta, mientras Roberto no sabía muy bien qué era lo que ocurría y Abel sonreía ante las reacciones de los demás – Pero será mejor que me explique. – Sara y Miguel tomaron asiento en uno de los sofás, mientras Roberto volvía al sillón del que se había levantado y Abel se apoyaba en uno de los aparadores. - Mis superiores – continuó diciendo el teniente Garay mientras caminaba por al estancia - recibieron el telegrama que el señor gobernador les hizo llegar. En Comandancia ya se estaba sobre aviso con respecto a las… llamémosles, incongruencias, que el capitán señalaba en sus informes mensuales. Bandoleros que asaltaban a los viajeros en las proximidades de Arazana, cuando no sucedía nada semejante en ningún otro lugar de la serranía, levantamientos anarquistas mientras los anarquistas más conocidos estaban pasándose a la lucha política abandonando la fuerza, informes de asaltos en los que no existían testimonios de las víctimas… y así diversas irregularidades más.
- No tenía la menor idea. – dijo Miguel.
- Lo sé. – replicó Garay – Permítame decirle, teniente, que en comandancia de Málaga lo conocen a usted muy bien, y están muy satisfechos con su trabajo. – La mirada de orgullo con que Sara miró al hombre que tenía a su lado, no pasó desapercibida para el recién llegado, quien rápidamente dedujo la relación que unía a ambos jóvenes. - Todos los habitantes de Arazana han sido investigados en mayor o menor medida para conocer la implicación que pudieran tener con el capitán Olmedo.
-¿Y? – preguntó Roberto sin ningún tipo de interés.
- Olmedo tiene varios cómplices, – ante esas palabras Miguel y Sara se miraron estupefactos, ¿quién podría estar ayudando a un corrupto como el capitán? – pero todos son de fuera de la comarca. Están bien vigilados y hay varios retenes dispuestos a apresarles en el momento oportuno.
- ¿Y cuándo va a ser eso? – preguntó Miguel. Sus sentimientos eran encontrados, por un lado se alegraba de que un corrupto como Olmedo, que lo único que hacía era ensuciar el buen nombre del Cuerpo, fuera a ser apresado; pero por otro le dolía el no haber sido capaz de detenerlo él mismo y que hubieran tenido que pedir refuerzos. El teniente Garay parecía un hombre íntegro, alguien con quién podría llegar a llevarse bien si las circunstancias lo permitiesen.
- Aún no lo sabemos. Lo importante es no precipitarse. – continuó diciendo ante el gesto de desagrado de Sara.
- ¿Y qué podemos hacer nosotros? – preguntó Miguel.
- Por ahora nada. – respondió su compañero – Es imprescindible que ustedes se comporten como si esta conversación nunca hubiera tenido lugar. Yo seguiré ganándome la confianza del capitán Olmedo y la antipatía de la señorita Sara y del señor Pérez; en cuanto a usted, teniente, - dijo girándose hacia Romero tras haber mirado directamente a sus otros acompañantes mientras se dirigía a ellos – el capitán piensa que es usted demasiado recto y… si tengo que llevarme bien con él, tendré que llevarme mal con usted.
- Entonces, supongo que el gobernador servirá de enlace… - dijo Roberto con la mirada perdida en la copa que tenía entre las manos y no había probado siquiera.
- Exacto. – corroboró don Abel – Yo tengo muchos conocidos en Málaga y eso puede servir de excusa.
- Pero Olmedo sospechará. – intervino Sara.
- No, si le digo que es bueno tener controlado al gobernador. – explicó Garay.
- Lo tiene todo pensado, ¿verdad? – preguntó Sara
- Olmedo es un mal ejemplo, una manzana podrida que contamina todo lo que toca. – explicó el recién llegado – Tuve mucha suerte al poder entrar en la academia y estoy muy orgulloso de ser teniente de la Guardia Civil. Tipos como Olmedo desprestigian al Cuerpo, por eso hay que deshacerse de ellos de un modo ejemplarizante, y para ello no podemos dar ningún paso en falso. ¿Será capaz de ser desagradable conmigo, señorita? – dijo provocando a Sara.
- No se preocupe por ello, teniente. Ya verá qué bien lo hago. – dijo ella realmente picada.
- Será mejor que me despida, llevo ya bastante tiempo en esta casa y no quiero que el capitán dude de mí desde el primer día. Buenas noches, señorita, caballeros. – y tomando su tricornio y su capa salió del salón acompañado por el dueño de la casa.
- Será porque no es asunto suyo. – respondió Sara por su padre.
- Sara, por favor. – pidió el gobernador.
- Disculpe. – dijo el teniente Garay – No quería molestarles.
- No se preocupe teniente, la reacción de mi hija significa que está haciendo usted bien su trabajo.
- ¿Qué trabajo? – preguntó Roberto levantándose y saliendo de su letargo. Sara y Miguel, quienes conocían por lo que estaba pasando, se giraron a mirarle mientras el teniente respondía.
- Ganarme la confianza del capitán Olmedo. – dijo el teniente. Sara y Miguel se quedaron estupefactos ante semejante respuesta, mientras Roberto no sabía muy bien qué era lo que ocurría y Abel sonreía ante las reacciones de los demás – Pero será mejor que me explique. – Sara y Miguel tomaron asiento en uno de los sofás, mientras Roberto volvía al sillón del que se había levantado y Abel se apoyaba en uno de los aparadores. - Mis superiores – continuó diciendo el teniente Garay mientras caminaba por al estancia - recibieron el telegrama que el señor gobernador les hizo llegar. En Comandancia ya se estaba sobre aviso con respecto a las… llamémosles, incongruencias, que el capitán señalaba en sus informes mensuales. Bandoleros que asaltaban a los viajeros en las proximidades de Arazana, cuando no sucedía nada semejante en ningún otro lugar de la serranía, levantamientos anarquistas mientras los anarquistas más conocidos estaban pasándose a la lucha política abandonando la fuerza, informes de asaltos en los que no existían testimonios de las víctimas… y así diversas irregularidades más.
- No tenía la menor idea. – dijo Miguel.
- Lo sé. – replicó Garay – Permítame decirle, teniente, que en comandancia de Málaga lo conocen a usted muy bien, y están muy satisfechos con su trabajo. – La mirada de orgullo con que Sara miró al hombre que tenía a su lado, no pasó desapercibida para el recién llegado, quien rápidamente dedujo la relación que unía a ambos jóvenes. - Todos los habitantes de Arazana han sido investigados en mayor o menor medida para conocer la implicación que pudieran tener con el capitán Olmedo.
-¿Y? – preguntó Roberto sin ningún tipo de interés.
- Olmedo tiene varios cómplices, – ante esas palabras Miguel y Sara se miraron estupefactos, ¿quién podría estar ayudando a un corrupto como el capitán? – pero todos son de fuera de la comarca. Están bien vigilados y hay varios retenes dispuestos a apresarles en el momento oportuno.
- ¿Y cuándo va a ser eso? – preguntó Miguel. Sus sentimientos eran encontrados, por un lado se alegraba de que un corrupto como Olmedo, que lo único que hacía era ensuciar el buen nombre del Cuerpo, fuera a ser apresado; pero por otro le dolía el no haber sido capaz de detenerlo él mismo y que hubieran tenido que pedir refuerzos. El teniente Garay parecía un hombre íntegro, alguien con quién podría llegar a llevarse bien si las circunstancias lo permitiesen.
- Aún no lo sabemos. Lo importante es no precipitarse. – continuó diciendo ante el gesto de desagrado de Sara.
- ¿Y qué podemos hacer nosotros? – preguntó Miguel.
- Por ahora nada. – respondió su compañero – Es imprescindible que ustedes se comporten como si esta conversación nunca hubiera tenido lugar. Yo seguiré ganándome la confianza del capitán Olmedo y la antipatía de la señorita Sara y del señor Pérez; en cuanto a usted, teniente, - dijo girándose hacia Romero tras haber mirado directamente a sus otros acompañantes mientras se dirigía a ellos – el capitán piensa que es usted demasiado recto y… si tengo que llevarme bien con él, tendré que llevarme mal con usted.
- Entonces, supongo que el gobernador servirá de enlace… - dijo Roberto con la mirada perdida en la copa que tenía entre las manos y no había probado siquiera.
- Exacto. – corroboró don Abel – Yo tengo muchos conocidos en Málaga y eso puede servir de excusa.
- Pero Olmedo sospechará. – intervino Sara.
- No, si le digo que es bueno tener controlado al gobernador. – explicó Garay.
- Lo tiene todo pensado, ¿verdad? – preguntó Sara
- Olmedo es un mal ejemplo, una manzana podrida que contamina todo lo que toca. – explicó el recién llegado – Tuve mucha suerte al poder entrar en la academia y estoy muy orgulloso de ser teniente de la Guardia Civil. Tipos como Olmedo desprestigian al Cuerpo, por eso hay que deshacerse de ellos de un modo ejemplarizante, y para ello no podemos dar ningún paso en falso. ¿Será capaz de ser desagradable conmigo, señorita? – dijo provocando a Sara.
- No se preocupe por ello, teniente. Ya verá qué bien lo hago. – dijo ella realmente picada.
- Será mejor que me despida, llevo ya bastante tiempo en esta casa y no quiero que el capitán dude de mí desde el primer día. Buenas noches, señorita, caballeros. – y tomando su tricornio y su capa salió del salón acompañado por el dueño de la casa.
#924
17/01/2012 07:24
- ¡Será impertinente! ¿Qué os ha parecido? – preguntó Sara a Miguel y Roberto. Roberto seguía ensimismado, mirando el contenido de su copa, por lo que fue Miguel quien habló.
- Me parece que arriesga mucho. Si los amigos del gobernador lo han enviado a él será porque es de fiar; además, ya te he dicho que arriesga mucho enfrentándose a Olmedo. Como bien dice está solo, pues yo no puedo ayudarle de ningún modo ya que si lo hiciera, Olmedo sospecharía y todo nuestro plan se vendría abajo.
- ¿Qué plan? – preguntó Roberto sin dejar de mirar la copa – Que yo sepa no tenemos ningún plan, tan solo esperar… y la espera nunca trae nada bueno. Lo sé por experiencia. – Roberto pensaba en Natalia, había esperado tanto tiempo para decirle que la amaba… y después había esperado tanto tiempo para pedirle que no se alejara de él, que le permitiera acompañarla allá donde fuera, que finalmente los acontecimientos habían frustrado sus planes. La espera, la cobardía, habían hecho que la perdiera, que ella se alejara para siempre de su lado y de la peor manera posible además, odiándolo.
- Tampoco podemos hacer mucho más que esperar, mientras tanto… - las palabras de Miguel fuero interrumpidas por el gobernador, quien se volvía a reunir con ellos tras haber acompañado al teniente Garay hasta la puerta.
- ¿Qué os ha parecido el teniente? – dijo tomando de nuevo su copa y sentándose en uno de los sillones.
- Parece un hombre muy diligente. – comenzó diciendo Miguel.
- Pues a mí no me ha gustado lo más mínimo. – replicó Sara – No sé si podemos fiarnos de él. El que esté tan interesado en acercarse a Olmedo me parece muy sospechoso.
- Sara, hija, precisamente es eso lo que tiene que hacer, acercarse a Olmedo y conseguir que éste confíe en él. – el gobernador trató de poner calma – Por su mediación, mis amigos me han hecho llegar una carta en la cual me comunican que es de toda confianza y que podemos estar tranquilos.
- Dices que la carta te ha llegado por su mediación. ¿Quién te dice que no la haya escrito él? – dijo la joven aún enfadada.
- ¡Sara! ¿Cómo puedes decir eso? – el gobernador comenzó a enfadarse con su hija – Se está poniendo en peligro por ayudarnos a liberar Arazana del capitán Olmedo.
- Me da lo mismo, no confío en él. – dijo ella.
- ¿Y si no confiamos en él, en quién vamos a hacerlo? – preguntó don Abel
- No lo sé, ya no sé en quién puedo confiar. – respondió su hija mirando al joven Pérez. Roberto sintió que aquellas palabras no iban dirigidas tan solo al recién llegado, si no que Sara también se las dedicaba a él; sabía que la muchacha tenía razón y por ello no replicó sino que se levantó, dejó la copa sobre una mesita y salió dejando a todos estupefactos.
- Sara, ¿cómo has podido? – le dijo Miguel. Don Abel no tenía conocimiento de la relación que había unido a Natalia y Roberto, por lo que no entendía las palabras de su hija y le habló duramente.
- Hija, no tengo la menor idea de qué pueda ser lo que te ocurre, pero has tratado a Roberto y al teniente Garay con una dureza que creo no se merecen. Desearía que te disculparas con ambos a la menor oportunidad.
- No soy una niña pequeña para que me digas lo que debo hacer. – dijo cruzándose de brazos.
- Sara, los dos últimos días han sido terribles para todos. – comentó Miguel en tono conciliador – Precisamente por eso deberías tratar con más delicadeza a Roberto, sabes perfectamente lo mal que lo está pasando y entre amigos no debería haber semejantes enfrentamientos.
- ¿He de recordarte que Natalia es mi prima? – don Abel permanecía absorto siguiendo la conversación de los dos jóvenes. Sabía de la muerte de Tomás y había asistido a su misa funeral, por eso entendía que Roberto estuviese tan abatido; pero no había relacionado en ningún momento la ausencia de Natalia con la tristeza del joven, ni con la rabia de su hija. Dio por buena la historia que todo el mundo comentaba en el pueblo, que los negocios la reclamaban en su tierra y que su partida estaba prevista desde hacía tiempo, pero que no lo había hecho público porque quería que su marcha fuese tan discreta como lo había sido su llegada. Pero por lo que había podido comprobar, Natalia se había ganado un lugar especial en los corazones de los habitantes de Arazana, sobre todo en el de uno de ellos, Roberto.
- No, no tienes por qué recordármelo, pero este tampoco es el momento más adecuado para tratar ese tema. – Sara se dio cuenta inmediatamente de lo que había estado haciendo. Natalia deseaba que nadie supiera de su dolor, de su desengaño, de su vergüenza, y ella está haciendo que todo el mundo se preguntara por la causa de su marcha al ver que ella trataba a Roberto con crueldad y malos modos, cuando lo más lógico era que intentara ayudarle y acompañarle tras la pérdida de su padre.
- Me parece que arriesga mucho. Si los amigos del gobernador lo han enviado a él será porque es de fiar; además, ya te he dicho que arriesga mucho enfrentándose a Olmedo. Como bien dice está solo, pues yo no puedo ayudarle de ningún modo ya que si lo hiciera, Olmedo sospecharía y todo nuestro plan se vendría abajo.
- ¿Qué plan? – preguntó Roberto sin dejar de mirar la copa – Que yo sepa no tenemos ningún plan, tan solo esperar… y la espera nunca trae nada bueno. Lo sé por experiencia. – Roberto pensaba en Natalia, había esperado tanto tiempo para decirle que la amaba… y después había esperado tanto tiempo para pedirle que no se alejara de él, que le permitiera acompañarla allá donde fuera, que finalmente los acontecimientos habían frustrado sus planes. La espera, la cobardía, habían hecho que la perdiera, que ella se alejara para siempre de su lado y de la peor manera posible además, odiándolo.
- Tampoco podemos hacer mucho más que esperar, mientras tanto… - las palabras de Miguel fuero interrumpidas por el gobernador, quien se volvía a reunir con ellos tras haber acompañado al teniente Garay hasta la puerta.
- ¿Qué os ha parecido el teniente? – dijo tomando de nuevo su copa y sentándose en uno de los sillones.
- Parece un hombre muy diligente. – comenzó diciendo Miguel.
- Pues a mí no me ha gustado lo más mínimo. – replicó Sara – No sé si podemos fiarnos de él. El que esté tan interesado en acercarse a Olmedo me parece muy sospechoso.
- Sara, hija, precisamente es eso lo que tiene que hacer, acercarse a Olmedo y conseguir que éste confíe en él. – el gobernador trató de poner calma – Por su mediación, mis amigos me han hecho llegar una carta en la cual me comunican que es de toda confianza y que podemos estar tranquilos.
- Dices que la carta te ha llegado por su mediación. ¿Quién te dice que no la haya escrito él? – dijo la joven aún enfadada.
- ¡Sara! ¿Cómo puedes decir eso? – el gobernador comenzó a enfadarse con su hija – Se está poniendo en peligro por ayudarnos a liberar Arazana del capitán Olmedo.
- Me da lo mismo, no confío en él. – dijo ella.
- ¿Y si no confiamos en él, en quién vamos a hacerlo? – preguntó don Abel
- No lo sé, ya no sé en quién puedo confiar. – respondió su hija mirando al joven Pérez. Roberto sintió que aquellas palabras no iban dirigidas tan solo al recién llegado, si no que Sara también se las dedicaba a él; sabía que la muchacha tenía razón y por ello no replicó sino que se levantó, dejó la copa sobre una mesita y salió dejando a todos estupefactos.
- Sara, ¿cómo has podido? – le dijo Miguel. Don Abel no tenía conocimiento de la relación que había unido a Natalia y Roberto, por lo que no entendía las palabras de su hija y le habló duramente.
- Hija, no tengo la menor idea de qué pueda ser lo que te ocurre, pero has tratado a Roberto y al teniente Garay con una dureza que creo no se merecen. Desearía que te disculparas con ambos a la menor oportunidad.
- No soy una niña pequeña para que me digas lo que debo hacer. – dijo cruzándose de brazos.
- Sara, los dos últimos días han sido terribles para todos. – comentó Miguel en tono conciliador – Precisamente por eso deberías tratar con más delicadeza a Roberto, sabes perfectamente lo mal que lo está pasando y entre amigos no debería haber semejantes enfrentamientos.
- ¿He de recordarte que Natalia es mi prima? – don Abel permanecía absorto siguiendo la conversación de los dos jóvenes. Sabía de la muerte de Tomás y había asistido a su misa funeral, por eso entendía que Roberto estuviese tan abatido; pero no había relacionado en ningún momento la ausencia de Natalia con la tristeza del joven, ni con la rabia de su hija. Dio por buena la historia que todo el mundo comentaba en el pueblo, que los negocios la reclamaban en su tierra y que su partida estaba prevista desde hacía tiempo, pero que no lo había hecho público porque quería que su marcha fuese tan discreta como lo había sido su llegada. Pero por lo que había podido comprobar, Natalia se había ganado un lugar especial en los corazones de los habitantes de Arazana, sobre todo en el de uno de ellos, Roberto.
- No, no tienes por qué recordármelo, pero este tampoco es el momento más adecuado para tratar ese tema. – Sara se dio cuenta inmediatamente de lo que había estado haciendo. Natalia deseaba que nadie supiera de su dolor, de su desengaño, de su vergüenza, y ella está haciendo que todo el mundo se preguntara por la causa de su marcha al ver que ella trataba a Roberto con crueldad y malos modos, cuando lo más lógico era que intentara ayudarle y acompañarle tras la pérdida de su padre.
#925
17/01/2012 10:41
Sara,sara,sara............
pues a mi garay me ha caido bien ....
y el gobernador que no se entera de lo que hablan miguel y sara y de la marcha de roberto
y natalia????????
gracias Roberta
pues a mi garay me ha caido bien ....
y el gobernador que no se entera de lo que hablan miguel y sara y de la marcha de roberto
y natalia????????
gracias Roberta
#926
17/01/2012 12:44
Natalia está de viaje, que en aquella época no existían ni los aviones, ni el AVE...
#927
17/01/2012 12:55
Roberta ,
#928
18/01/2012 07:30
¿Dónde está Natalia?.... Aquí está Natalia.
Espero que os guste
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Capítulo 88
El viaje en diligencia hasta Sevilla resultaba largo e incómodo, pero Natalia no se dio cuenta de ello. Su cuerpo permanecía en aquel habitáculo, balanceado en ocasiones y sacudido en otras por los desniveles del camino, pero su mente no la acompañaba. Su mente se había abstraído, sus ojos miraban el paisaje pero no veían nada en absoluto, era una muñeca rota, un cuerpo que se dejaba llevar.
Cuando el carruaje se detuvo, el conductor tuvo que ir a sacarla de su ensimismamiento, ni siquiera se había dado cuenta de que la parada significaba el final del trayecto, había llegado a su destino: Sevilla.
Era la segunda ocasión en su vida en la que se encontraba en aquella ciudad y todo le hacía recordar su primera visita; el bullicio de las calles, la gente amable, el aroma de azahar… Habían sucedido tantas cosas desde entonces que parecía que habían pasado siglos, aunque en realidad habían pasado tan solo unos pocos días. Unos días en los que se había sentido la mujer más feliz de la tierra, unos días en los que había descubierto el amor y en los que había encontrado una razón que la empujaba a darse otra oportunidad, que la hacía ilusionarse con la idea de formar una familia, de no estar sola, de ser como los demás.
Rápidamente desechó aquellos pensamientos y, tomando su equipaje, comenzó a buscar un transporte que la llevara hasta la estación del ferrocarril. Instantes después, un niño se le acercó y se ofreció a llevarle el equipaje allá donde ella deseara. No tendría más de 7 u 8 años y sus ojos, brillantes y vivarachos, hicieron que confiara inmediatamente en él.
- ¿Necesita un hotel, señorita? ¿Quiere que le acompañe a casa de algún familiar? – comenzó el muchacho a preguntar nada más verla – Una señorita tan elegante y distinguida como usted no debería andar sola. – sentenció - ¡Qué es lo que va a pensar la gente!
- ¿Y eso por qué? – Natalia esbozó una sonrisa. Aquel chiquillo y su desparpajo hicieron que se olvidara de su tristeza por unos instantes.
- Porque las señoritas decentes no andan solas por ahí. ¡Cualquier gañán puede pensar lo que no es y molestarla! – explicó convencido de sus palabras – Y a la legua puede verse que es usted una señorita de familia. ¡Qué! ¿La acompaño a algún sitio?
- Por supuesto, muchas gracias. Voy a la estación del ferrocarril. ¿Sabes dónde queda? – preguntó Natalia sin poder dejar de mirar al niño.
- Claro, soy un profesional. – respondió con aires de suficiencia mientras se limpiaba las manos en las perneras del remendado pantalón.
- ¿Un profesional? ¿Y cuál es tu profesión? – Natalia era plenamente consciente de que muchos padres ponían prematuramente a sus hijos a trabajar; algunos por imperiosa necesidad, pero otros también por egoísmo, porque preferían tener dinero contante y sonante a ofrecerles a sus vástagos una posibilidad de futuro ¿cuál sería el caso de aquel mocoso? Ella, dentro de sus posibilidades, intentaba acabar con aquella explotación ofreciendo educación a los niños y trabajo bien remunerado a los padres, tal y como había aprendido de sus progenitores.
- Cualquiera…, la que sea menester en cada momento… - el niño cogió la bolsa más grande de las dos que tenía Natalia y, con dificultad, se la echó al hombro mientras intentaba arrastrar la otra.
- Espera un momento, yo te ayudo. – dijo la joven acercándose y quitándole la bolsa más pesada.
- No señorita, ¿qué va a pensar la gente? Van a creer que no puedo hacer mi trabajo. – el niño realmente estaba preocupado, pero más por la posibilidad de que su cliente quisiera pagarle menos, que por el hecho de que pudieran burlarse de él. Natalia se dio cuenta de la situación y trató de tranquilizarlo.
- Lo que ocurre es que en esa bolsa llevo un encargo para una amiga. – dijo en tono confidencial, agachándose para poder estar a su altura – Me pidió que le llevara una cosa y le prometí que la llevaría conmigo en todo momento, por eso prefiero llevar yo la bolsa.
- ¡Ah, bueno! ¡Si es por eso! – dijo él tendiéndole el equipaje – Pero yo puedo con la bolsa sin ningún problema…
- Por supuesto, no tengo ninguna duda de ello. ¿Vamos? – preguntó Natalia sonriéndole. ¿Qué tenía aquel niño que la había hecho sonreír?
Espero que os guste
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Capítulo 88
El viaje en diligencia hasta Sevilla resultaba largo e incómodo, pero Natalia no se dio cuenta de ello. Su cuerpo permanecía en aquel habitáculo, balanceado en ocasiones y sacudido en otras por los desniveles del camino, pero su mente no la acompañaba. Su mente se había abstraído, sus ojos miraban el paisaje pero no veían nada en absoluto, era una muñeca rota, un cuerpo que se dejaba llevar.
Cuando el carruaje se detuvo, el conductor tuvo que ir a sacarla de su ensimismamiento, ni siquiera se había dado cuenta de que la parada significaba el final del trayecto, había llegado a su destino: Sevilla.
Era la segunda ocasión en su vida en la que se encontraba en aquella ciudad y todo le hacía recordar su primera visita; el bullicio de las calles, la gente amable, el aroma de azahar… Habían sucedido tantas cosas desde entonces que parecía que habían pasado siglos, aunque en realidad habían pasado tan solo unos pocos días. Unos días en los que se había sentido la mujer más feliz de la tierra, unos días en los que había descubierto el amor y en los que había encontrado una razón que la empujaba a darse otra oportunidad, que la hacía ilusionarse con la idea de formar una familia, de no estar sola, de ser como los demás.
Rápidamente desechó aquellos pensamientos y, tomando su equipaje, comenzó a buscar un transporte que la llevara hasta la estación del ferrocarril. Instantes después, un niño se le acercó y se ofreció a llevarle el equipaje allá donde ella deseara. No tendría más de 7 u 8 años y sus ojos, brillantes y vivarachos, hicieron que confiara inmediatamente en él.
- ¿Necesita un hotel, señorita? ¿Quiere que le acompañe a casa de algún familiar? – comenzó el muchacho a preguntar nada más verla – Una señorita tan elegante y distinguida como usted no debería andar sola. – sentenció - ¡Qué es lo que va a pensar la gente!
- ¿Y eso por qué? – Natalia esbozó una sonrisa. Aquel chiquillo y su desparpajo hicieron que se olvidara de su tristeza por unos instantes.
- Porque las señoritas decentes no andan solas por ahí. ¡Cualquier gañán puede pensar lo que no es y molestarla! – explicó convencido de sus palabras – Y a la legua puede verse que es usted una señorita de familia. ¡Qué! ¿La acompaño a algún sitio?
- Por supuesto, muchas gracias. Voy a la estación del ferrocarril. ¿Sabes dónde queda? – preguntó Natalia sin poder dejar de mirar al niño.
- Claro, soy un profesional. – respondió con aires de suficiencia mientras se limpiaba las manos en las perneras del remendado pantalón.
- ¿Un profesional? ¿Y cuál es tu profesión? – Natalia era plenamente consciente de que muchos padres ponían prematuramente a sus hijos a trabajar; algunos por imperiosa necesidad, pero otros también por egoísmo, porque preferían tener dinero contante y sonante a ofrecerles a sus vástagos una posibilidad de futuro ¿cuál sería el caso de aquel mocoso? Ella, dentro de sus posibilidades, intentaba acabar con aquella explotación ofreciendo educación a los niños y trabajo bien remunerado a los padres, tal y como había aprendido de sus progenitores.
- Cualquiera…, la que sea menester en cada momento… - el niño cogió la bolsa más grande de las dos que tenía Natalia y, con dificultad, se la echó al hombro mientras intentaba arrastrar la otra.
- Espera un momento, yo te ayudo. – dijo la joven acercándose y quitándole la bolsa más pesada.
- No señorita, ¿qué va a pensar la gente? Van a creer que no puedo hacer mi trabajo. – el niño realmente estaba preocupado, pero más por la posibilidad de que su cliente quisiera pagarle menos, que por el hecho de que pudieran burlarse de él. Natalia se dio cuenta de la situación y trató de tranquilizarlo.
- Lo que ocurre es que en esa bolsa llevo un encargo para una amiga. – dijo en tono confidencial, agachándose para poder estar a su altura – Me pidió que le llevara una cosa y le prometí que la llevaría conmigo en todo momento, por eso prefiero llevar yo la bolsa.
- ¡Ah, bueno! ¡Si es por eso! – dijo él tendiéndole el equipaje – Pero yo puedo con la bolsa sin ningún problema…
- Por supuesto, no tengo ninguna duda de ello. ¿Vamos? – preguntó Natalia sonriéndole. ¿Qué tenía aquel niño que la había hecho sonreír?
#929
21/01/2012 23:13
¿Qué os parece el chavalín que me he sacado de la manga?
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- Mire señorita, ese es el puente de Triana y aquello… - comenzó a explicar el pequeño mientras caminaban por las calles de la ciudad.
- Aquello es la Torre del Oro. – terminó Natalia.
- Usted conoce Sevilla… - dijo intrigado mientras caminaba sin perder el ritmo.
- Solo un poco. – la voz de Natalia se entristeció y al ver que el niño la miraba continuó hablando – Estuve aquí hace unos días, por trabajo.
- ¿Por trabajo? – el niño se detuvo y dejó la bolsa en el suelo – No se ría de mí, las señoritas no trabajan…
- Algunas sí. - respondió ella y siguió caminando. Hablar con su guía sevillano le hacía olvidar la tristeza, a pesar de hacerle recordar los bellos momentos pasados al lado de Roberto.
- ¿Y en que trabaja usted? No tiene pinta de cocinera, sus manos no tienen cortes ni quemaduras; ni modista, una vecina mía es modista y tiene todas las manos llenas de arañazos y pinchazos y las suyas no lo están. Además, viste usted muy elegante. – el niño seguía caminando y pensando en cuál podría ser el trabajo de Natalia - ¿No será usted…? – dijo tras mucho pensar abriendo los ojos como platos.
- ¿Qué? – preguntó Natalia intrigada.
- Nada. – respondió avergonzado.
- Nada no, ibas a decir algo. – insistió ella.
- No, nada. – al ver el gesto inquisitivo de Natalia se decidió a hablar, pero en voz muy baja - ¿No será usted puta?
- No, tranquilo, no soy puta. – respondió Natalia asombrada.
- ¡Ah, menos mal! Es que mi madre me dice que no ande con putas, que soy muy niño aún, que ya tendré tiempo cuando crezca. – y el pequeño continuó andando. Natalia estaba asombrada por la naturalidad con la que hablaba de ello, parecía ser mayor de lo que realmente era; un niño que había tenido que aprender a ser hombre antes de aprender siquiera a sonarse los mocos.
- ¿Qué es lo que te ha hecho pensar que pudiera ser una puta? – preguntó Natalia intrigada cuando consiguió alcanzarlo.
- Pero una puta de las caras, ¡eh, señorita! No una de esas que están en las calles. – matizó el niño dejando claro que pensaba que Natalia tenía mucha clase.
- De acuerdo, de las caras… Vamos contesta, ¿qué es lo que te hizo pensar eso? – Natalia no sabía si reír u ofenderse ante semejantes palabras.
- Su vestido, sus manos, su forma de hablar… Sus manos no están estropeadas y cuando se trabaja, la gente se corta y se hace heridas… – Al oír aquellas palabras, Natalia recordó las manos de Roberto, grandes, fuertes y surcadas de marcas que habían dejado las múltiples heridas que había sufrido a lo largo de años de duro trabajo – pero usted no. Y las únicas mujeres que conozco que trabajan y no acaban deslomadas todos los días son las putas. ¿Y si no es puta…? ¿Qué es?
- Trabajo en una oficina, en una compañía naviera. ¿Sabes lo que es eso? – preguntó ella.
- Claro, hay muchos barcos en Sevilla. Y ¿qué hace allí? – el niño estaba muy interesado. Normalmente, la gente que lo contrataba se limitaba a cargarle con las bolsas más pesadas y a olvidarse, tan solo acordándose de su presencia para pedirle que anduviera más aprisa y regatear sus honorarios.
- Pues… - cómo explicarle lo que hacía la dueña de una naviera y de otros negocios – La gente que quiere transportar algo por barco me lo dice y yo busco un barco que vaya donde ellos quieren y les guardo un sitio para poder llevar la mercancía.
-¡Ahhh! – dijo él asombrado – Y… ¿eso es muy difícil?
- No mucho, es como organizar un armario o preparar una maleta. Tienes que meter lo máximo que puedas, pero asegurándote de que no se vaya a estropear porque hayas metido demasiado.
- Y ¿qué hay que hacer para trabajar en lo de usted? – preguntó interesado
- No lo sé, la verdad es que yo trabajo allí porque mi padre era el dueño.
- ¿Era?
- Sí, - dijo Natalia con voz triste – murió hace mucho tiempo dejándonos a mi madre y a mí la naviera.
- Mi padre también se fue, – el pequeño caminaba cabizbajo – pero él nos dejó a mi madre y a mí con mis tres hermanos y un carrito para recoger chatarra.
- Lo siento. – Aquel era uno más de los casos de extrema necesidad que conocía Natalia – ¿Tus hermanos también trabajan?
- ¡Que va! ¡Si yo soy el mayor! La pequeña todavía se hace caca encima. – a pesar de sus actos y su forma de ver la vida, seguía siendo un niño y la forma en la que se refirió a su hermana así lo demostraba.
- ¿Y tu madre? – preguntó Natalia realmente preocupada.
- ¿Mi madre? Ella intenta conseguir algo de dinero buscando chatarra o cosiendo algo, – el niño seguía caminando, tirando de la bolsa de Natalia a paso apresurado pues en cuanto dejase a la joven en su destino, buscaría a alguien más a quien acompañar – pero es muy difícil porque tiene que cuidar de los pequeños.
- ¿Y quién cuida de ti? – preguntó Natalia con tristeza.
- ¿De mi? – el pequeño detuvo su paso, ofendido ante semejante pregunta – Yo no necesito que nadie cuide de mí, ya soy mayor. Soy yo quien tiene que cuidar de los pequeños y de nuestra madre. – El niño comenzó a andar de nuevo y Natalia, quien se había quedado atrás, tuvo que apresurarse para no perderlo de vista.
____________________________________________________________________
- Mire señorita, ese es el puente de Triana y aquello… - comenzó a explicar el pequeño mientras caminaban por las calles de la ciudad.
- Aquello es la Torre del Oro. – terminó Natalia.
- Usted conoce Sevilla… - dijo intrigado mientras caminaba sin perder el ritmo.
- Solo un poco. – la voz de Natalia se entristeció y al ver que el niño la miraba continuó hablando – Estuve aquí hace unos días, por trabajo.
- ¿Por trabajo? – el niño se detuvo y dejó la bolsa en el suelo – No se ría de mí, las señoritas no trabajan…
- Algunas sí. - respondió ella y siguió caminando. Hablar con su guía sevillano le hacía olvidar la tristeza, a pesar de hacerle recordar los bellos momentos pasados al lado de Roberto.
- ¿Y en que trabaja usted? No tiene pinta de cocinera, sus manos no tienen cortes ni quemaduras; ni modista, una vecina mía es modista y tiene todas las manos llenas de arañazos y pinchazos y las suyas no lo están. Además, viste usted muy elegante. – el niño seguía caminando y pensando en cuál podría ser el trabajo de Natalia - ¿No será usted…? – dijo tras mucho pensar abriendo los ojos como platos.
- ¿Qué? – preguntó Natalia intrigada.
- Nada. – respondió avergonzado.
- Nada no, ibas a decir algo. – insistió ella.
- No, nada. – al ver el gesto inquisitivo de Natalia se decidió a hablar, pero en voz muy baja - ¿No será usted puta?
- No, tranquilo, no soy puta. – respondió Natalia asombrada.
- ¡Ah, menos mal! Es que mi madre me dice que no ande con putas, que soy muy niño aún, que ya tendré tiempo cuando crezca. – y el pequeño continuó andando. Natalia estaba asombrada por la naturalidad con la que hablaba de ello, parecía ser mayor de lo que realmente era; un niño que había tenido que aprender a ser hombre antes de aprender siquiera a sonarse los mocos.
- ¿Qué es lo que te ha hecho pensar que pudiera ser una puta? – preguntó Natalia intrigada cuando consiguió alcanzarlo.
- Pero una puta de las caras, ¡eh, señorita! No una de esas que están en las calles. – matizó el niño dejando claro que pensaba que Natalia tenía mucha clase.
- De acuerdo, de las caras… Vamos contesta, ¿qué es lo que te hizo pensar eso? – Natalia no sabía si reír u ofenderse ante semejantes palabras.
- Su vestido, sus manos, su forma de hablar… Sus manos no están estropeadas y cuando se trabaja, la gente se corta y se hace heridas… – Al oír aquellas palabras, Natalia recordó las manos de Roberto, grandes, fuertes y surcadas de marcas que habían dejado las múltiples heridas que había sufrido a lo largo de años de duro trabajo – pero usted no. Y las únicas mujeres que conozco que trabajan y no acaban deslomadas todos los días son las putas. ¿Y si no es puta…? ¿Qué es?
- Trabajo en una oficina, en una compañía naviera. ¿Sabes lo que es eso? – preguntó ella.
- Claro, hay muchos barcos en Sevilla. Y ¿qué hace allí? – el niño estaba muy interesado. Normalmente, la gente que lo contrataba se limitaba a cargarle con las bolsas más pesadas y a olvidarse, tan solo acordándose de su presencia para pedirle que anduviera más aprisa y regatear sus honorarios.
- Pues… - cómo explicarle lo que hacía la dueña de una naviera y de otros negocios – La gente que quiere transportar algo por barco me lo dice y yo busco un barco que vaya donde ellos quieren y les guardo un sitio para poder llevar la mercancía.
-¡Ahhh! – dijo él asombrado – Y… ¿eso es muy difícil?
- No mucho, es como organizar un armario o preparar una maleta. Tienes que meter lo máximo que puedas, pero asegurándote de que no se vaya a estropear porque hayas metido demasiado.
- Y ¿qué hay que hacer para trabajar en lo de usted? – preguntó interesado
- No lo sé, la verdad es que yo trabajo allí porque mi padre era el dueño.
- ¿Era?
- Sí, - dijo Natalia con voz triste – murió hace mucho tiempo dejándonos a mi madre y a mí la naviera.
- Mi padre también se fue, – el pequeño caminaba cabizbajo – pero él nos dejó a mi madre y a mí con mis tres hermanos y un carrito para recoger chatarra.
- Lo siento. – Aquel era uno más de los casos de extrema necesidad que conocía Natalia – ¿Tus hermanos también trabajan?
- ¡Que va! ¡Si yo soy el mayor! La pequeña todavía se hace caca encima. – a pesar de sus actos y su forma de ver la vida, seguía siendo un niño y la forma en la que se refirió a su hermana así lo demostraba.
- ¿Y tu madre? – preguntó Natalia realmente preocupada.
- ¿Mi madre? Ella intenta conseguir algo de dinero buscando chatarra o cosiendo algo, – el niño seguía caminando, tirando de la bolsa de Natalia a paso apresurado pues en cuanto dejase a la joven en su destino, buscaría a alguien más a quien acompañar – pero es muy difícil porque tiene que cuidar de los pequeños.
- ¿Y quién cuida de ti? – preguntó Natalia con tristeza.
- ¿De mi? – el pequeño detuvo su paso, ofendido ante semejante pregunta – Yo no necesito que nadie cuide de mí, ya soy mayor. Soy yo quien tiene que cuidar de los pequeños y de nuestra madre. – El niño comenzó a andar de nuevo y Natalia, quien se había quedado atrás, tuvo que apresurarse para no perderlo de vista.
#930
22/01/2012 00:50
Tu chavalin listo y espabilao
y natalia................recordando a roberto
gracias ROBERTA
y natalia................recordando a roberto
gracias ROBERTA
#931
23/01/2012 00:04
Sigamos....
___________________________________________________________________
Siguieron caminando durante varios minutos hasta llegar al imponente edificio que albergaba la estación de ferrocarril. Caminando tras el pequeño, Natalia se adentró en el vestíbulo y de allí pasó a los andenes.
- Espéreme aquí. – dijo el muchacho dejando a los pies de Natalia la bolsa que había cargado. El pequeño se alejó unos metros y se acercó a un hombre uniformado que parecía un empleado de la estación, intercambió con él unas palabras y juntos se acercaron a la joven.
- Señorita. – dijo el empleado - ¿Me permite su billete?
- Si, claro. – Natalia buscó en su bolso y extrajo de él el billete, entregándoselo al empleado. Éste lo miró y le indicó un tren de cuya chimenea ya salía humo.
- Está a punto de salir, pero aún tienen tiempo de despedirse.
- Muchas gracias. – Natalia y el pequeño tomaron en sus manos el equipaje y comenzaron a caminar buscando el coche que ella tenía asignado. Cuando llegaron hasta él, el niño, caballerosamente, dejó la bolsa que llevaba en el suelo y abrió la portezuela que daba acceso al interior.
- ¿Cuánto te debo por tu ayuda? – preguntó Natalia casi avergonzada.
- Lo que usted tenga a bien, señorita. – respondió el pequeño mientras colocaba las bolsas en el interior. Natalia buscó en su monedero y tomó varios billetes, los dobló cuidadosamente y los escamoteó en el interior de otro de menor valor, añadió varias monedas y cogió al niño de la mano.
- Ten, guárdalo bien y no lo pierdas. – le dijo depositando la cantidad en la palma de su mano y cerrando los dedos de él con fuerza – Dáselo a tu madre en cuanto llegues a casa, ¿de acuerdo?
- Sí, señorita; Ahorita mismo voy a casa a dárselo. – dijo él con los ojos muy abiertos y nervioso al darse cuenta de que le había entregado un billete. Nunca nadie le había dado un billete por sus servicios y poco podía imaginar que en su interior había otros de valor superior. Natalia subió al compartimento y se acomodó en uno de los asientos de cara al sentido del viaje, dejó su bolsito a un lado y miró al pequeño a través de la portezuela aún abierta.
De pronto se oyó el silbido que indicaba que el tren estaba apunto de ponerse en marcha. Un mozo recorría el andén cerrando las portezuelas de los compartimentos, asegurándolas para que no se abriesen durante el trayecto; cuando el hombre llegó al compartimento que ocupaba Natalia y cerró la puerta, ella aún miraba al niño quien no se había movido un palmo de su lugar y seguía mirando su puño, cerrado sobre el dinero. En el momento en que la puerta se cerró, Natalia se puso en pie y se abalanzó sobre una de las ventanillas haciendo verdaderos esfuerzos por abrirla; un segundo silbido, el cual indicaba que el tren se ponía en marcha, coincidió con la apertura de la ventanilla y mientras el tren lentamente se movía sobre los raíles, Natalia sacó la cabeza por el espacio recién abierto y gritó para que el muchacho pudiese oírla bien.
- Me llamo Natalia, Natalia Reeves, no lo olvides. Si algún día necesitas algo escríbeme a Bilbao; allí darán conmigo. ¿Cómo te llamas? – la distancia crecía entre ellos y el niño seguía mirando su puño cerrado sobre el dinero.
- Roberto, señorita Natalia. Me llamo Roberto, Roberto Pérez, para servirlos a Dios y a usted. – el niño metió la mano con el dinero en uno de los bolsillos de su pantalón y la dejó allí mientras que con la otra se despedía sonriente.
Al oír aquel nombre, Natalia sintió que el corazón le daba un vuelco. Roberto Pérez, aquel nombre la acompañaría el resto de sus días. Era el nombre de él, del único hombre en el mundo que había conseguido despertar su maltrecho corazón, para después destrozarlo de nuevo. Se estaba alejando de él, estaba poniendo cientos de kilómetros entre ellos tan solo con la esperanza de olvidar y tan solo unas horas después de separarse para siempre de su amor, el destino ponía en su camino a un niño con su mismo nombre. Aquel niño, el cual la había hecho olvidar su tristeza al menos por unos minutos, llevaba su mismo nombre, pero no era el nombre lo único que hacía que lo recordase. Roberto, su Roberto, también había tenido que ponerse a trabajar siendo muy niño para ayudar a su familia, ambos habían perdido a su padre y ambos eran los responsables de sus respectivas familias. El tren avanzaba y la figura del niño se hacía más y más pequeña con cada segundo que pasaba, hasta que Natalia dejó de distinguirlo en el andén; aún así, siguió asomada a la ventanilla durante varios minutos hasta que la velocidad del tren la despeinó y estuvo a punto de hacerla perder el sombrero, el cual a duras penas, aún permanecía en su cabeza. Lentamente se retiró, cerró la ventanilla y se dejó caer en su asiento pensando en si algún día su corazón volvería a recuperarse o si por el contrario estaba destinada a vivir sola, recordando a Roberto hasta el día de su muerte.
____________________________________________________________________
¿Qué tal?
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Siguieron caminando durante varios minutos hasta llegar al imponente edificio que albergaba la estación de ferrocarril. Caminando tras el pequeño, Natalia se adentró en el vestíbulo y de allí pasó a los andenes.
- Espéreme aquí. – dijo el muchacho dejando a los pies de Natalia la bolsa que había cargado. El pequeño se alejó unos metros y se acercó a un hombre uniformado que parecía un empleado de la estación, intercambió con él unas palabras y juntos se acercaron a la joven.
- Señorita. – dijo el empleado - ¿Me permite su billete?
- Si, claro. – Natalia buscó en su bolso y extrajo de él el billete, entregándoselo al empleado. Éste lo miró y le indicó un tren de cuya chimenea ya salía humo.
- Está a punto de salir, pero aún tienen tiempo de despedirse.
- Muchas gracias. – Natalia y el pequeño tomaron en sus manos el equipaje y comenzaron a caminar buscando el coche que ella tenía asignado. Cuando llegaron hasta él, el niño, caballerosamente, dejó la bolsa que llevaba en el suelo y abrió la portezuela que daba acceso al interior.
- ¿Cuánto te debo por tu ayuda? – preguntó Natalia casi avergonzada.
- Lo que usted tenga a bien, señorita. – respondió el pequeño mientras colocaba las bolsas en el interior. Natalia buscó en su monedero y tomó varios billetes, los dobló cuidadosamente y los escamoteó en el interior de otro de menor valor, añadió varias monedas y cogió al niño de la mano.
- Ten, guárdalo bien y no lo pierdas. – le dijo depositando la cantidad en la palma de su mano y cerrando los dedos de él con fuerza – Dáselo a tu madre en cuanto llegues a casa, ¿de acuerdo?
- Sí, señorita; Ahorita mismo voy a casa a dárselo. – dijo él con los ojos muy abiertos y nervioso al darse cuenta de que le había entregado un billete. Nunca nadie le había dado un billete por sus servicios y poco podía imaginar que en su interior había otros de valor superior. Natalia subió al compartimento y se acomodó en uno de los asientos de cara al sentido del viaje, dejó su bolsito a un lado y miró al pequeño a través de la portezuela aún abierta.
De pronto se oyó el silbido que indicaba que el tren estaba apunto de ponerse en marcha. Un mozo recorría el andén cerrando las portezuelas de los compartimentos, asegurándolas para que no se abriesen durante el trayecto; cuando el hombre llegó al compartimento que ocupaba Natalia y cerró la puerta, ella aún miraba al niño quien no se había movido un palmo de su lugar y seguía mirando su puño, cerrado sobre el dinero. En el momento en que la puerta se cerró, Natalia se puso en pie y se abalanzó sobre una de las ventanillas haciendo verdaderos esfuerzos por abrirla; un segundo silbido, el cual indicaba que el tren se ponía en marcha, coincidió con la apertura de la ventanilla y mientras el tren lentamente se movía sobre los raíles, Natalia sacó la cabeza por el espacio recién abierto y gritó para que el muchacho pudiese oírla bien.
- Me llamo Natalia, Natalia Reeves, no lo olvides. Si algún día necesitas algo escríbeme a Bilbao; allí darán conmigo. ¿Cómo te llamas? – la distancia crecía entre ellos y el niño seguía mirando su puño cerrado sobre el dinero.
- Roberto, señorita Natalia. Me llamo Roberto, Roberto Pérez, para servirlos a Dios y a usted. – el niño metió la mano con el dinero en uno de los bolsillos de su pantalón y la dejó allí mientras que con la otra se despedía sonriente.
Al oír aquel nombre, Natalia sintió que el corazón le daba un vuelco. Roberto Pérez, aquel nombre la acompañaría el resto de sus días. Era el nombre de él, del único hombre en el mundo que había conseguido despertar su maltrecho corazón, para después destrozarlo de nuevo. Se estaba alejando de él, estaba poniendo cientos de kilómetros entre ellos tan solo con la esperanza de olvidar y tan solo unas horas después de separarse para siempre de su amor, el destino ponía en su camino a un niño con su mismo nombre. Aquel niño, el cual la había hecho olvidar su tristeza al menos por unos minutos, llevaba su mismo nombre, pero no era el nombre lo único que hacía que lo recordase. Roberto, su Roberto, también había tenido que ponerse a trabajar siendo muy niño para ayudar a su familia, ambos habían perdido a su padre y ambos eran los responsables de sus respectivas familias. El tren avanzaba y la figura del niño se hacía más y más pequeña con cada segundo que pasaba, hasta que Natalia dejó de distinguirlo en el andén; aún así, siguió asomada a la ventanilla durante varios minutos hasta que la velocidad del tren la despeinó y estuvo a punto de hacerla perder el sombrero, el cual a duras penas, aún permanecía en su cabeza. Lentamente se retiró, cerró la ventanilla y se dejó caer en su asiento pensando en si algún día su corazón volvería a recuperarse o si por el contrario estaba destinada a vivir sola, recordando a Roberto hasta el día de su muerte.
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¿Qué tal?
#932
23/01/2012 00:30
Roberta a mi tambien me ha dado un vuelco el corazon con el nombre de tu chavalin
y natalia para bilbao no??????????
que lejos estan roberto y natalia.........por mucho tiempo ROBERTA?????
GRACIAS
y natalia para bilbao no??????????
que lejos estan roberto y natalia.........por mucho tiempo ROBERTA?????
GRACIAS
#933
23/01/2012 02:00
genial....detallazo lo del chavalin ojala aparezca de nuevo--..entonces natalia..ida idisima a Bilbao no?...
bueno a ver como solucionas esto pero tienes que poner a roberto en un tren a bilbao y que se encuentre el también al chavalin...casualidadees de la vida...
bueno a ver como solucionas esto pero tienes que poner a roberto en un tren a bilbao y que se encuentre el también al chavalin...casualidadees de la vida...
#934
23/01/2012 07:22
La vida da muchas vueltas, tan solo hay que darle tiempo...
#935
24/01/2012 07:52
Capítulo 89
Sara tenía razón, no se podía confiar en él. Le había jurado a Natalia que la amaba y que nunca dejaría de hacerlo y sin embargo la había herido en lo más profundo. La había mentido, la había humillado diciéndole que tan solo había sido un pasatiempo para él cuando nada de aquello era cierto. Natalia era su amor, su vida, lo único que realmente le importaba; sin ella sabía que estaba perdido, pero aún así pudo más su orgullo que su amor.
Desde que salió de la casa del gobernador, tras escuchar las duras palabras de Sara, Roberto atravesó el pueblo cabizbajo, la gente lo miraba pasar pero no se atrevía a decirle nada, lo dejaban solo con su dolor no queriendo importunar o no sabiendo qué decir. Caminando con lentitud se dirigió a su casa, hacía horas que había salido de ella tras el féretro del que siempre había considerado como su padre, y en aquellos momentos volvía sin saber qué hacer, cómo comportarse o qué pensar. Había caminado despacio con la esperanza de que todos estuvieran ya acostados cuando él llegara, pero al acercarse vio que había luz en las ventanas. Tomando aire y sacando las manos de los bolsillos abrió la puerta y entró.
- Buenas noches. – dijo mirando a los presentes. Su madre y su abuelo permanecían sentados a la mesa - ¿Y Juanito?
- Acaba de irse a dormir, – dijo su madre levantándose de la mesa – estaba agotado. Voy a prepararte algo de cenar.
- No gracias, no se moleste. – Roberto se dirigía hacia su habitación cuando la voz de Carmen hizo que se detuviera.
- Roberto, hijo, tengo que…
- No madre, no se moleste.
- Pero tengo que explicarte… - Carmen estaba decidida a hablar con su hijo mayor cuanto antes, deseaba aclarar todas sus dudas, explicarle las razones por las que había callado durante tantos años.
- No madre…, ahora no. – la voz de Roberto sonaba cansada, hastiada.
- Roberto, tengo que contarte la verdad… - Carmen se acercó a su hijo y lo tomó de la mano, intentando que no se fuera a acostar antes de que pudiera hablar con él. Cosme seguía sentado, observando a su hija y su nieto, consciente del dolor que sufrían ambos.
- ¿Para qué, madre?
- Para que sepas lo que ocurrió, por qué callé durante tanto tiempo…
- Ya sé lo que ocurrió, Álvaro se encargó de que lo supiera, de que lo supiéramos todos. – Roberto comenzaba a despertar de su letargo y su madre iba a pagar toda su frustración. – He sido el último en enterarme, ¿no es así?
- No hijo, no… - Carmen tiraba de la mano de su hijo intentando acercarlo a la mesa para que se sentara y la escuchara – Nadie sabía nada hasta ayer, tan solo tu padre y yo.
- Mi padre… ¿a quién se refiere, madre? – dijo con voz burlona.
- Roberto, respeta a tu madre. – Cosme intervino, consciente de que Roberto se estaba exaltando y no dejaría que Carmen se explicara.
- Abuelo, por favor… ¿me está pidiendo respeto? ¿Qué respeto puedo tenerle si se han estado burlando de todos durante tantos años? – Roberto dio un tirón y se deshizo de la mano de su madre, intentando de ese modo retirarse de la estancia.
- No, eso no es así. Germán y yo nunca hemos vuelto a tener nada. – dio Carmen entre sollozos.
- Madre, no la creo.
- Pues es la verdad. – gruesas lágrimas surcaban las mejillas de Carmen.
- ¿Sabe? No me importa, ya nada me importa. – Cosme interpretó correctamente las palabras de Roberto; la locura en la que se había visto envuelto en los dos últimos días y la muerte de Tomás le habían hecho muchísimo daño, pero la separación de Natalia era lo que había acabado con él.
- Carmen, – dijo el anciano – déjanos solos.
- Padre, tengo que decirle a Roberto…
- Tiempo habrá para todo hija, tiempo habrá. Ahora déjame hablar con mi nieto, - Cosme se levantó y tomó del brazo a su hija acompañándola por el pasillo - ve a acostarte que ha sido un día muy duro para todos.
Sara tenía razón, no se podía confiar en él. Le había jurado a Natalia que la amaba y que nunca dejaría de hacerlo y sin embargo la había herido en lo más profundo. La había mentido, la había humillado diciéndole que tan solo había sido un pasatiempo para él cuando nada de aquello era cierto. Natalia era su amor, su vida, lo único que realmente le importaba; sin ella sabía que estaba perdido, pero aún así pudo más su orgullo que su amor.
Desde que salió de la casa del gobernador, tras escuchar las duras palabras de Sara, Roberto atravesó el pueblo cabizbajo, la gente lo miraba pasar pero no se atrevía a decirle nada, lo dejaban solo con su dolor no queriendo importunar o no sabiendo qué decir. Caminando con lentitud se dirigió a su casa, hacía horas que había salido de ella tras el féretro del que siempre había considerado como su padre, y en aquellos momentos volvía sin saber qué hacer, cómo comportarse o qué pensar. Había caminado despacio con la esperanza de que todos estuvieran ya acostados cuando él llegara, pero al acercarse vio que había luz en las ventanas. Tomando aire y sacando las manos de los bolsillos abrió la puerta y entró.
- Buenas noches. – dijo mirando a los presentes. Su madre y su abuelo permanecían sentados a la mesa - ¿Y Juanito?
- Acaba de irse a dormir, – dijo su madre levantándose de la mesa – estaba agotado. Voy a prepararte algo de cenar.
- No gracias, no se moleste. – Roberto se dirigía hacia su habitación cuando la voz de Carmen hizo que se detuviera.
- Roberto, hijo, tengo que…
- No madre, no se moleste.
- Pero tengo que explicarte… - Carmen estaba decidida a hablar con su hijo mayor cuanto antes, deseaba aclarar todas sus dudas, explicarle las razones por las que había callado durante tantos años.
- No madre…, ahora no. – la voz de Roberto sonaba cansada, hastiada.
- Roberto, tengo que contarte la verdad… - Carmen se acercó a su hijo y lo tomó de la mano, intentando que no se fuera a acostar antes de que pudiera hablar con él. Cosme seguía sentado, observando a su hija y su nieto, consciente del dolor que sufrían ambos.
- ¿Para qué, madre?
- Para que sepas lo que ocurrió, por qué callé durante tanto tiempo…
- Ya sé lo que ocurrió, Álvaro se encargó de que lo supiera, de que lo supiéramos todos. – Roberto comenzaba a despertar de su letargo y su madre iba a pagar toda su frustración. – He sido el último en enterarme, ¿no es así?
- No hijo, no… - Carmen tiraba de la mano de su hijo intentando acercarlo a la mesa para que se sentara y la escuchara – Nadie sabía nada hasta ayer, tan solo tu padre y yo.
- Mi padre… ¿a quién se refiere, madre? – dijo con voz burlona.
- Roberto, respeta a tu madre. – Cosme intervino, consciente de que Roberto se estaba exaltando y no dejaría que Carmen se explicara.
- Abuelo, por favor… ¿me está pidiendo respeto? ¿Qué respeto puedo tenerle si se han estado burlando de todos durante tantos años? – Roberto dio un tirón y se deshizo de la mano de su madre, intentando de ese modo retirarse de la estancia.
- No, eso no es así. Germán y yo nunca hemos vuelto a tener nada. – dio Carmen entre sollozos.
- Madre, no la creo.
- Pues es la verdad. – gruesas lágrimas surcaban las mejillas de Carmen.
- ¿Sabe? No me importa, ya nada me importa. – Cosme interpretó correctamente las palabras de Roberto; la locura en la que se había visto envuelto en los dos últimos días y la muerte de Tomás le habían hecho muchísimo daño, pero la separación de Natalia era lo que había acabado con él.
- Carmen, – dijo el anciano – déjanos solos.
- Padre, tengo que decirle a Roberto…
- Tiempo habrá para todo hija, tiempo habrá. Ahora déjame hablar con mi nieto, - Cosme se levantó y tomó del brazo a su hija acompañándola por el pasillo - ve a acostarte que ha sido un día muy duro para todos.
#936
25/01/2012 10:28
Gruesas lagrimas surcaban...............
roberto escucha al abuelo cosme
gracias Roberta
roberto escucha al abuelo cosme
gracias Roberta
#937
25/01/2012 14:14
No seas mala.... que mi Carmen sabe llorar....
#938
30/01/2012 07:38
Roberto se acercó a la mesa, retiró una de las sillas y tomó asiento. Apoyó los brazos sobre el mueble y recostó la cabeza sobre ellos cerrando los ojos, así se quedó esperando a su abuelo; él era la única persona con la que podía hablar con total sinceridad, pero también sabía que el anciano volvería a reprocharle el modo en que se había comportado con Natalia.
- Roberto – dijo el anciano poniéndole una de sus manos en el hombro - ¿dónde has estado? Han pasado muchas horas desde que te fuiste del cementerio. – Cosme rodeó la mesa y tomó asiento mientras Roberto permanecía quieto y callado, sabía que su abuelo no cejaría hasta obtener una respuesta, así que tomó aire y levantó la vista. Cosme lo miraba fijamente, expectante ante sus palabras.
- Por ahí…, - Cosme permaneció callado esperando que Roberto siguiera hablando – caminando… No quería volver a casa.
- No vas a conseguir nada huyendo. – dijo Cosme con voz suave
- ¿Huyendo? No es posible huir de uno mismo.
- Al menos lo reconoces…
- ¿Reconocer el qué? – preguntó Roberto intrigado
- Que tú eres el único culpable de esta situación.
- ¿Yo? ¿Soy yo el culpable de la muerte de mi padre? ¿Soy yo el culpable de que mi madre…? – dijo entre dientes, incapaz de terminar la pregunta.
- Roberto, tú no estás tan abatido por todo eso que has dicho, lo que te tiene así es la marcha de Natalia.
- Abuelo, por favor, no me torture aún más. – Roberto echó la cabeza hacia atrás, cerrando de nuevo los ojos.
- Eres tú el que te has buscado esta situación, eres tú quien has echado de tu lado a la mujer que amas. ¡Aún no es demasiado tarde, muchacho! Ve a buscarla, pídele perdón, ella te ama…
- ¿Cómo va a amarme, abuelo? ¡Con todo lo que le he dicho! ¡Con todo lo que le he hecho!– Roberto tenía los ojos brillantes por las lágrimas que asomaban a sus ojos.
- Roberto, - dijo Cosme con voz suave – estaba en la iglesia, estaba en el cementerio. ¿Crees que si no te amara se habría acercado siquiera?
- Se quedó en la puerta…, lejos…
- ¿Qué esperabas? Era tu turno, eras tú quien hubiera debido acercarse a ella y no al revés. ¿No crees que su presencia allí ya es suficiente demostración de su amor por ti?
- La vi marcharse… - dijo con la mirada perdida – quería despedirme de ella, necesitaba despedirme de ella, verla por última vez, pero no pude. – una lágrima cruzó la mejilla de Roberto – No pude ir, subí a la sierra y desde allí…
- Desde allí viste como la diligencia se alejaba… - Roberto asintió, incapaz de seguir hablando – Roberto… - la voz de Cosme mostraba todo el dolor que albergaba su corazón. Quería muchísimo a su nieto mayor y apreciaba también mucho a Natalia. Había tratado poco a la joven pero su sencillez y alegría lo habían conquistado tanto como al resto de habitantes de Arazana; además, la alegría e ilusión que había puesto en la vida de su nieto eran algo que siempre le agradecería. – Hace varias horas que se marchó, ¿dónde has estado desde entonces?
- Por ahí…con Miguel y Sara. Está muy disgustada conmigo, me odia. – dijo Roberto con tristeza. Había perdido a su amor pero también la amistad de la inglesa.
- No Roberto, no te confundas, ella no te odia. – Roberto miró fijamente a su abuelo, no entendía sus palabras – Tan solo está tan confundida como yo lo estaba antes de que me contaras tus razones para alejar a Natalia, razones totalmente equivocadas, pero tus razones a fin de cuentas. ¿Por qué crees que se ha acercado esta mañana en el cementerio? Estaba intentando hacerte reaccionar, estaba intentando enfadarte, hacerte daño…
- Pues ha conseguido su propósito.
- No, no lo ha conseguido. Tú sigues aquí y Natalia se ha ido.
- Abuelo, no siga por favor, se lo ruego. – Roberto volvió a esconder el rostro entre los brazos, agotado, vencido.
- No hijo, voy a continuar hasta que reconozcas que has cometido un error alejando a Natalia de tu vida, no dejaré de decirte lo equivocado que estás…
- Abuelo, no siga. – interrumpió Roberto – He hecho lo mejor para Natalia, yo no sería más que una carga y una fuente de problemas y disgustos para ella.
- ¿Y qué pasa contigo?
- Yo no importo. –Roberto se levantó de su asiento y, sin decir una palabra más, caminó por el corredor hacia su habitación dejando a su abuelo solo en la cocina.
- Roberto – dijo el anciano poniéndole una de sus manos en el hombro - ¿dónde has estado? Han pasado muchas horas desde que te fuiste del cementerio. – Cosme rodeó la mesa y tomó asiento mientras Roberto permanecía quieto y callado, sabía que su abuelo no cejaría hasta obtener una respuesta, así que tomó aire y levantó la vista. Cosme lo miraba fijamente, expectante ante sus palabras.
- Por ahí…, - Cosme permaneció callado esperando que Roberto siguiera hablando – caminando… No quería volver a casa.
- No vas a conseguir nada huyendo. – dijo Cosme con voz suave
- ¿Huyendo? No es posible huir de uno mismo.
- Al menos lo reconoces…
- ¿Reconocer el qué? – preguntó Roberto intrigado
- Que tú eres el único culpable de esta situación.
- ¿Yo? ¿Soy yo el culpable de la muerte de mi padre? ¿Soy yo el culpable de que mi madre…? – dijo entre dientes, incapaz de terminar la pregunta.
- Roberto, tú no estás tan abatido por todo eso que has dicho, lo que te tiene así es la marcha de Natalia.
- Abuelo, por favor, no me torture aún más. – Roberto echó la cabeza hacia atrás, cerrando de nuevo los ojos.
- Eres tú el que te has buscado esta situación, eres tú quien has echado de tu lado a la mujer que amas. ¡Aún no es demasiado tarde, muchacho! Ve a buscarla, pídele perdón, ella te ama…
- ¿Cómo va a amarme, abuelo? ¡Con todo lo que le he dicho! ¡Con todo lo que le he hecho!– Roberto tenía los ojos brillantes por las lágrimas que asomaban a sus ojos.
- Roberto, - dijo Cosme con voz suave – estaba en la iglesia, estaba en el cementerio. ¿Crees que si no te amara se habría acercado siquiera?
- Se quedó en la puerta…, lejos…
- ¿Qué esperabas? Era tu turno, eras tú quien hubiera debido acercarse a ella y no al revés. ¿No crees que su presencia allí ya es suficiente demostración de su amor por ti?
- La vi marcharse… - dijo con la mirada perdida – quería despedirme de ella, necesitaba despedirme de ella, verla por última vez, pero no pude. – una lágrima cruzó la mejilla de Roberto – No pude ir, subí a la sierra y desde allí…
- Desde allí viste como la diligencia se alejaba… - Roberto asintió, incapaz de seguir hablando – Roberto… - la voz de Cosme mostraba todo el dolor que albergaba su corazón. Quería muchísimo a su nieto mayor y apreciaba también mucho a Natalia. Había tratado poco a la joven pero su sencillez y alegría lo habían conquistado tanto como al resto de habitantes de Arazana; además, la alegría e ilusión que había puesto en la vida de su nieto eran algo que siempre le agradecería. – Hace varias horas que se marchó, ¿dónde has estado desde entonces?
- Por ahí…con Miguel y Sara. Está muy disgustada conmigo, me odia. – dijo Roberto con tristeza. Había perdido a su amor pero también la amistad de la inglesa.
- No Roberto, no te confundas, ella no te odia. – Roberto miró fijamente a su abuelo, no entendía sus palabras – Tan solo está tan confundida como yo lo estaba antes de que me contaras tus razones para alejar a Natalia, razones totalmente equivocadas, pero tus razones a fin de cuentas. ¿Por qué crees que se ha acercado esta mañana en el cementerio? Estaba intentando hacerte reaccionar, estaba intentando enfadarte, hacerte daño…
- Pues ha conseguido su propósito.
- No, no lo ha conseguido. Tú sigues aquí y Natalia se ha ido.
- Abuelo, no siga por favor, se lo ruego. – Roberto volvió a esconder el rostro entre los brazos, agotado, vencido.
- No hijo, voy a continuar hasta que reconozcas que has cometido un error alejando a Natalia de tu vida, no dejaré de decirte lo equivocado que estás…
- Abuelo, no siga. – interrumpió Roberto – He hecho lo mejor para Natalia, yo no sería más que una carga y una fuente de problemas y disgustos para ella.
- ¿Y qué pasa contigo?
- Yo no importo. –Roberto se levantó de su asiento y, sin decir una palabra más, caminó por el corredor hacia su habitación dejando a su abuelo solo en la cocina.
#939
30/01/2012 11:04
Roberta cuando puedo pasarme te leo
#940
30/01/2012 18:56
gracias Roberta