Foro Bandolera
Como no me gusta la historia... voy y la cambio (Natalia y Roberto)
#0
27/04/2011 20:02
Como estoy bastante aburrida de que me tengan a Roberto entre rejas, aunque sean las rejas de cartón piedra del cuartel de Arazana, y de que nadie (excepto San Miguel) intente hacer nada... pues voy y lo saco yo misma.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
_____________________________________________________________________________
Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
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Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
#721
23/08/2011 20:52
Gracias Roberta
#722
23/08/2011 22:52
Capítulo 55
- Que descanses y tengas dulces sueños, que descanses y tengas dulces sueños… - mascullaba Natalia mientras subía las escaleras de la posada hacia su habitación – ¡Ya te cogeré mañana y te voy a decir cuatro frescas, primita! Pero, ¡cómo se te ocurre abrir la boca delante de Miguel y Roberto! Si sé que me vas a jugar esta mala pasada en la cena, a buenas horas iba a haber ido yo a Villareja a hacerte los recados. Pero esto no va a quedar así, eso si que no…
Natalia introdujo la llave de su cuarto en la cerradura y abrió la puerta. En el preciso momento en el que puso un pie dentro, y aún con la luz apagada, alguien la tomó de la mano y tiró de ella con decisión, cerrando la puerta un segundo después.
- ¿Qué murmurabas? – susurró Roberto contra el cuello de Natalia.
- No lo sé, no lo recuerdo. – respondió ella con la espalda apoyada contra la puerta mientras disfrutaba de las caricias de su amante – Cuando me besas me olvido de todo lo demás.
- Ya no podía más, Sara y Miguel son muy agradables, pero me moría de ganas de quedarme a solas contigo. – mientras hablaba Roberto soltaba las cintas del corpiño que Natalia llevaba sobre la blusa, deteniéndose tan solo el tiempo indispensable para que sus brazos se liberaran de las mangas de la chaqueta de la cual Natalia le estaba despojando.
- Ha sido una maravillosa tortura tenerte al lado toda la noche, – dijo Natalia al oído de él. Tras lanzar la chaqueta de Roberto sobre una silla, Natalia comenzó a soltar los botones de la camisa del joven uno por uno – tenía tantas ganas de estar contigo a solas que no me he enterado de casi nada de lo que Sara y Miguel decían.
- ¿Pero han dicho algo? – dijo Roberto besando a su amada. Rápidamente el corpiño de Natalia se reunió con la chaqueta que instantes antes había sido abandonada sobre la silla. Las manos de Roberto tiraban hacia arriba de la blusa de Natalia, sacándosela del interior de la falda, mientras su boca dejaba suaves besos por los hombros de la joven. - ¿Qué haces? – Roberto sintió como Natalia se detuvo en su intento de quitarle la camisa, notó cómo las manos de la mujer que lo volvía loco volaban de su pecho a su cintura para, seguidamente, sentir como ella lo empujaba hacia el centro de la habitación.
- ¿No te gusta? – dijo ella mientras sus manos volvían a los botones y su boca dejaba besos allí donde la camisa se acababa de abrir.
- Claro que me gusta. Lo cierto es que me gusta demasiado. – la voz de Roberto sonaba entrecortada por la pasión. Natalia sonrió y terminó de sacarle los faldones de la camisa. – Cuando sonríes así me das miedo, Natalia. – Roberto había terminado de quitarle la blusa y Natalia tan solo llevaba puestas la falda y la camisola que utilizaba como ropa interior.
- No tienes por qué temer. – Lentamente, Natalia colocó una de sus manos en el hombro de Roberto, bajo la camisa, y con delicadeza la deslizó por su brazo arrastrando en su camino la ropa. Su otra mano se colocó a la altura de la cintura del joven y, mientras ella caminaba a su alrededor, acercándose a su espalda, dejaba que su mano acariciase el vientre del muchacho. Cuando Natalia se colocó tras él, retiró la camisa del otro hombro de Roberto y se la quitó totalmente. Mientras su boca depositaba pequeños besos en la parte superior de la espalda del muchacho, las manos subían por su vientre hacia su pecho, abrazándolo. Él se quedó quieto, disfrutando de la delicia que significaba sentir a Natalia, sentir sus manos acariciándolo - ¿Te gusta? – Las manos de Roberto se colocaron sobre las de ella y cerró los ojos para intensificar aún más la sensación de plenitud que le embargaba cuando Natalia estaba a su lado.
- Sí – Roberto se sintió incapaz de decir nada más, por lo que tomó una de las manos de Natalia y se la llevó a los labios, acariciando con su boca cada uno de los dedos.
Se suponía que era el hombre el que debía llevar la iniciativa, que las mujeres debían ser dulces, ingenuas, debían estar dispuestas a satisfacer las necesidades y deseos de los hombres pero Natalia y él eran distintos. Desde la primera vez, y a pesar de su inexperiencia, Natalia había correspondido a sus besos, a sus caricias y las había prodigado tanto como había hecho él; desde la primera vez que hicieron el amor, Natalia se había dejado llevar por su instinto, por sus necesidades de mujer y a Roberto aquello le gustaba. Natalia era fuerte, decidida, valiente en su vida diaria y del mismo modo se comportaba cuando estaban a solas en la intimidad de su habitación. Cualquiera hubiera definido su comportamiento como indecoroso, descarado, indecente, pero él no; para él Natalia era libre, espontánea y verdadera. Natalia volvió a colocarse frente a Roberto, tomó su cara entre las manos y beso su boca con dulzura, esa era otra de las cosas que al joven le volvían loco, cuanto más dulces, tiernos y cariñosos eran los besos de Natalia, mayor era la excitación que provocaban en él. Poco a poco, sin dejar de acariciarse ni besarse, fueron acercándose a la cama; al llegar allí, Natalia hizo que Roberto se sentara en el borde y ella se arrodilló frente a él, entre sus piernas. Roberto se quedó serio, expectante ante el siguiente paso que iba a dar su compañera. Ella, sonriente, puso sus manos sobre las piernas de él, una mano sobre cada pierna y fue deslizándolas hacia abajo sin dejar de mirarlo a los ojos. Con delicadeza y manteniendo la mirada fija en su rostro lo descalzó, lanzando los zapatos hacia atrás y, sin dejar de sonreír, se acercó a Roberto y lo besó.
- Que descanses y tengas dulces sueños, que descanses y tengas dulces sueños… - mascullaba Natalia mientras subía las escaleras de la posada hacia su habitación – ¡Ya te cogeré mañana y te voy a decir cuatro frescas, primita! Pero, ¡cómo se te ocurre abrir la boca delante de Miguel y Roberto! Si sé que me vas a jugar esta mala pasada en la cena, a buenas horas iba a haber ido yo a Villareja a hacerte los recados. Pero esto no va a quedar así, eso si que no…
Natalia introdujo la llave de su cuarto en la cerradura y abrió la puerta. En el preciso momento en el que puso un pie dentro, y aún con la luz apagada, alguien la tomó de la mano y tiró de ella con decisión, cerrando la puerta un segundo después.
- ¿Qué murmurabas? – susurró Roberto contra el cuello de Natalia.
- No lo sé, no lo recuerdo. – respondió ella con la espalda apoyada contra la puerta mientras disfrutaba de las caricias de su amante – Cuando me besas me olvido de todo lo demás.
- Ya no podía más, Sara y Miguel son muy agradables, pero me moría de ganas de quedarme a solas contigo. – mientras hablaba Roberto soltaba las cintas del corpiño que Natalia llevaba sobre la blusa, deteniéndose tan solo el tiempo indispensable para que sus brazos se liberaran de las mangas de la chaqueta de la cual Natalia le estaba despojando.
- Ha sido una maravillosa tortura tenerte al lado toda la noche, – dijo Natalia al oído de él. Tras lanzar la chaqueta de Roberto sobre una silla, Natalia comenzó a soltar los botones de la camisa del joven uno por uno – tenía tantas ganas de estar contigo a solas que no me he enterado de casi nada de lo que Sara y Miguel decían.
- ¿Pero han dicho algo? – dijo Roberto besando a su amada. Rápidamente el corpiño de Natalia se reunió con la chaqueta que instantes antes había sido abandonada sobre la silla. Las manos de Roberto tiraban hacia arriba de la blusa de Natalia, sacándosela del interior de la falda, mientras su boca dejaba suaves besos por los hombros de la joven. - ¿Qué haces? – Roberto sintió como Natalia se detuvo en su intento de quitarle la camisa, notó cómo las manos de la mujer que lo volvía loco volaban de su pecho a su cintura para, seguidamente, sentir como ella lo empujaba hacia el centro de la habitación.
- ¿No te gusta? – dijo ella mientras sus manos volvían a los botones y su boca dejaba besos allí donde la camisa se acababa de abrir.
- Claro que me gusta. Lo cierto es que me gusta demasiado. – la voz de Roberto sonaba entrecortada por la pasión. Natalia sonrió y terminó de sacarle los faldones de la camisa. – Cuando sonríes así me das miedo, Natalia. – Roberto había terminado de quitarle la blusa y Natalia tan solo llevaba puestas la falda y la camisola que utilizaba como ropa interior.
- No tienes por qué temer. – Lentamente, Natalia colocó una de sus manos en el hombro de Roberto, bajo la camisa, y con delicadeza la deslizó por su brazo arrastrando en su camino la ropa. Su otra mano se colocó a la altura de la cintura del joven y, mientras ella caminaba a su alrededor, acercándose a su espalda, dejaba que su mano acariciase el vientre del muchacho. Cuando Natalia se colocó tras él, retiró la camisa del otro hombro de Roberto y se la quitó totalmente. Mientras su boca depositaba pequeños besos en la parte superior de la espalda del muchacho, las manos subían por su vientre hacia su pecho, abrazándolo. Él se quedó quieto, disfrutando de la delicia que significaba sentir a Natalia, sentir sus manos acariciándolo - ¿Te gusta? – Las manos de Roberto se colocaron sobre las de ella y cerró los ojos para intensificar aún más la sensación de plenitud que le embargaba cuando Natalia estaba a su lado.
- Sí – Roberto se sintió incapaz de decir nada más, por lo que tomó una de las manos de Natalia y se la llevó a los labios, acariciando con su boca cada uno de los dedos.
Se suponía que era el hombre el que debía llevar la iniciativa, que las mujeres debían ser dulces, ingenuas, debían estar dispuestas a satisfacer las necesidades y deseos de los hombres pero Natalia y él eran distintos. Desde la primera vez, y a pesar de su inexperiencia, Natalia había correspondido a sus besos, a sus caricias y las había prodigado tanto como había hecho él; desde la primera vez que hicieron el amor, Natalia se había dejado llevar por su instinto, por sus necesidades de mujer y a Roberto aquello le gustaba. Natalia era fuerte, decidida, valiente en su vida diaria y del mismo modo se comportaba cuando estaban a solas en la intimidad de su habitación. Cualquiera hubiera definido su comportamiento como indecoroso, descarado, indecente, pero él no; para él Natalia era libre, espontánea y verdadera. Natalia volvió a colocarse frente a Roberto, tomó su cara entre las manos y beso su boca con dulzura, esa era otra de las cosas que al joven le volvían loco, cuanto más dulces, tiernos y cariñosos eran los besos de Natalia, mayor era la excitación que provocaban en él. Poco a poco, sin dejar de acariciarse ni besarse, fueron acercándose a la cama; al llegar allí, Natalia hizo que Roberto se sentara en el borde y ella se arrodilló frente a él, entre sus piernas. Roberto se quedó serio, expectante ante el siguiente paso que iba a dar su compañera. Ella, sonriente, puso sus manos sobre las piernas de él, una mano sobre cada pierna y fue deslizándolas hacia abajo sin dejar de mirarlo a los ojos. Con delicadeza y manteniendo la mirada fija en su rostro lo descalzó, lanzando los zapatos hacia atrás y, sin dejar de sonreír, se acercó a Roberto y lo besó.
#723
23/08/2011 23:03
no nos irás a dejar así, no Roberta???!! pq vamos..... TE MATO!!!! esto no se hace
#724
24/08/2011 02:30
Jooooooooo Roberta nos dejas en lo mejor
#725
24/08/2011 20:49
Todo sea por mantener la atención del lector
______________________________________________________________________
- ¿Qué es lo que creías que iba a hacer? – dijo contra su boca guiñándole un ojo.
- De ti me puedo esperar cualquier cosa – respondió él.
Roberto colocó las manos a ambos lados de la cintura de Natalia y la atrajo hacia él; el muchacho se echó hacia atrás recostándose en la cama, arrastrando a su compañera con él. Las manos de Roberto acariciaban la espalda de la joven arriba y abajo, acercándola a él, mientras su boca no daba tregua a la de ella. Natalia continuaba recostada sobre el pecho de Roberto enredando los dedos en su cabello, guiando a la vez su rostro para seguir besándolo. Con suavidad, Roberto giró sobre sí mismo hasta colocar a Natalia de espaldas sobre la cama, su boca abandonó la de la joven, pero no su cuerpo; sus labios bajaron por el mentón de ella hasta su cuello y más abajo, hasta el nacimiento de sus pechos. Natalia sentía cómo la boca de Roberto acariciaba su piel, cómo dejaba un reguero de fuego con sus besos, mientras sus manos seguían acariciando la cabeza de él y se enredaban en su cabello.
- Te amo, Natalia. – dijo Roberto dejando de besarla para mirarla de nuevo a los ojos. Era la primera vez que mientras se amaban se confesaban lo mucho que se querían. El muchacho se recostó sobre uno de sus codos para poder observar a la mujer que tanto amaba.
- Yo también te amo, Roberto. Jamás pensé que se pudiera sentir algo así. Te amo, te amo…
Natalia volvió a buscar la boca de Roberto mientras él se acercaba de nuevo a ella y colocaba la mano sobre su pierna. Lentamente su mano comenzó a descender por el muslo de la joven hasta la rodilla, allí comenzó a recoger la falda para poder acceder a su cuerpo. Natalia dejó que su instinto la guiara y flexionó la pierna, facilitando la labor del joven quien, con delicadeza, subió por ella buscando el comienzo de la media. Cuando al fin sintió la piel de Natalia en sus dedos, se detuvo en su camino e introdujo su mano entre la pierna y la prenda, la cual fue quedando recogida entre los dedos mientras era retirada. Para poder llegar hasta el tobillo de Natalia le fue preciso dejar de besarla e incorporarse, le quitó el zapato y la media y los tiró hacia atrás sin mirar donde caían, tal y como ella lo había hecho minutos antes. Estaba tan bonita…, su cabello extendido sobre la cama, la camisola que escasamente cubría su torso, la falda subida hasta los muslos, una pierna desnuda mientras la otra esperaba ser despojada de la media…, pero sobre todo su mirada, líquida por el deseo que estaba experimentando, y sus labios, rojos, hinchados y entreabiertos esperando una nueva caricia. Las manos de Roberto volaron hasta la otra pierna que rápidamente fue desprovista de las prendas que la cubrían, prendas que sufrieron el mismo tratamiento que las anteriores.
- ¿Te estás vengando? – preguntó Natalia mordiéndose el labio. Roberto había hecho con sus medias y zapatos exactamente lo mismo que había hecho ella con las prendas de él y ella estaba tan expectante como él lo había estado antes.
- No, - dijo Roberto con aire inocente – tan solo estoy jugando un poco. – Roberto se había vuelto a acostar junto a Natalia, pero ni la besaba ni la acariciaba.
- Y… ¿vas a jugar más?
- No lo he decidido aún, ¿por qué? ¿Tienes prisa por algo? – la mano de Roberto se apoyó en una de las rodillas de Natalia y con los dedos comenzó a dibujar círculos en su piel.
- No, ninguna prisa. Pero me gustaría que me explicaras las reglas del juego… para jugar yo también a él. – las palabras de Natalia no eran ciertas. Tenía prisa, tenía muchísima prisa por volver a disfrutar del cuerpo de Roberto, tenía prisa por volver a perderse entre sus brazos, tenía prisa por volver a sentirlo dentro de ella y sabía que a él le ocurría lo mismo, pero eran fascinantes aquellos juegos de poder en los que ambos se sabían ganadores y perdedores a la vez.
- Las reglas del juego son muy sencillas. Vale todo con tal de conseguir que el otro se muera de deseo por una caricia, por un beso, por un abrazo.
- Y… ¿qué ocurre con el que pierde? – Natalia sentía que había perdido el primer asalto en aquel juego tan excitante.
- Eso es lo mejor de este juego… aquí nadie pierde, ambos ganamos.
Roberto volvió a tomar la boca de Natalia con sus besos mientras sus manos la atraían hacia él. El joven se movió hasta colocar su cuerpo entre las piernas de ella y dejó atrás su boca para hacer el mismo recorrido que había realizado minutos atrás, bajando por el cuello hasta el nacimiento de los pechos. Al llegar al lugar donde comenzaba en encaje de la camisola de Natalia, Roberto levantó la cabeza y sonrió maliciosamente. Natalia seguía expectante, intrigada ante lo que se disponía a hacer el joven, dispuesta a seguir su juego hasta el final. Él depositó un nuevo beso entre sus pechos y siguió descendiendo, dejando más besos en la camisola.
- ¿Qué haces? – preguntó Natalia divertida.
- Abrirme camino. – respondió Roberto mientras retiraba de sus labios uno de los pequeños botones nacarados que cerraban la camisola de Natalia. – Dame tu mano. – Natalia dejó de acariciar la espalda de Roberto y le tendió la mano, él colocó el pequeño botón en ella y siguió arrancando botones y depositándolos en la mano de su amada, hasta llegar a la totalidad de ellos, seis. Cada botón que Roberto arrancaba era depositado con suavidad en la mano de ella, y a continuación, la boca del joven depositaba un sensual beso en el lugar donde la camisola se había abierto. Aquello era exactamente lo que Natalia había hecho con él, cambiar los botones de su camisa por besos. – No los pierdas, no quiero que mañana me digas que has estado un buen rato buscándolos por toda la habitación.
- ¿Por qué habría yo de buscarlos? – Natalia estiró el brazo y los dejó sobre la mesita de noche – Va ser muy divertido verte coserlos de nuevo. ¿Qué tal coses, Roberto? Si no sabes… yo puedo enseñarte, tal y como tu me has enseñado a sembrar trigo.
- Hay tantas cosas que me gustaría aprender contigo…
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- ¿Qué es lo que creías que iba a hacer? – dijo contra su boca guiñándole un ojo.
- De ti me puedo esperar cualquier cosa – respondió él.
Roberto colocó las manos a ambos lados de la cintura de Natalia y la atrajo hacia él; el muchacho se echó hacia atrás recostándose en la cama, arrastrando a su compañera con él. Las manos de Roberto acariciaban la espalda de la joven arriba y abajo, acercándola a él, mientras su boca no daba tregua a la de ella. Natalia continuaba recostada sobre el pecho de Roberto enredando los dedos en su cabello, guiando a la vez su rostro para seguir besándolo. Con suavidad, Roberto giró sobre sí mismo hasta colocar a Natalia de espaldas sobre la cama, su boca abandonó la de la joven, pero no su cuerpo; sus labios bajaron por el mentón de ella hasta su cuello y más abajo, hasta el nacimiento de sus pechos. Natalia sentía cómo la boca de Roberto acariciaba su piel, cómo dejaba un reguero de fuego con sus besos, mientras sus manos seguían acariciando la cabeza de él y se enredaban en su cabello.
- Te amo, Natalia. – dijo Roberto dejando de besarla para mirarla de nuevo a los ojos. Era la primera vez que mientras se amaban se confesaban lo mucho que se querían. El muchacho se recostó sobre uno de sus codos para poder observar a la mujer que tanto amaba.
- Yo también te amo, Roberto. Jamás pensé que se pudiera sentir algo así. Te amo, te amo…
Natalia volvió a buscar la boca de Roberto mientras él se acercaba de nuevo a ella y colocaba la mano sobre su pierna. Lentamente su mano comenzó a descender por el muslo de la joven hasta la rodilla, allí comenzó a recoger la falda para poder acceder a su cuerpo. Natalia dejó que su instinto la guiara y flexionó la pierna, facilitando la labor del joven quien, con delicadeza, subió por ella buscando el comienzo de la media. Cuando al fin sintió la piel de Natalia en sus dedos, se detuvo en su camino e introdujo su mano entre la pierna y la prenda, la cual fue quedando recogida entre los dedos mientras era retirada. Para poder llegar hasta el tobillo de Natalia le fue preciso dejar de besarla e incorporarse, le quitó el zapato y la media y los tiró hacia atrás sin mirar donde caían, tal y como ella lo había hecho minutos antes. Estaba tan bonita…, su cabello extendido sobre la cama, la camisola que escasamente cubría su torso, la falda subida hasta los muslos, una pierna desnuda mientras la otra esperaba ser despojada de la media…, pero sobre todo su mirada, líquida por el deseo que estaba experimentando, y sus labios, rojos, hinchados y entreabiertos esperando una nueva caricia. Las manos de Roberto volaron hasta la otra pierna que rápidamente fue desprovista de las prendas que la cubrían, prendas que sufrieron el mismo tratamiento que las anteriores.
- ¿Te estás vengando? – preguntó Natalia mordiéndose el labio. Roberto había hecho con sus medias y zapatos exactamente lo mismo que había hecho ella con las prendas de él y ella estaba tan expectante como él lo había estado antes.
- No, - dijo Roberto con aire inocente – tan solo estoy jugando un poco. – Roberto se había vuelto a acostar junto a Natalia, pero ni la besaba ni la acariciaba.
- Y… ¿vas a jugar más?
- No lo he decidido aún, ¿por qué? ¿Tienes prisa por algo? – la mano de Roberto se apoyó en una de las rodillas de Natalia y con los dedos comenzó a dibujar círculos en su piel.
- No, ninguna prisa. Pero me gustaría que me explicaras las reglas del juego… para jugar yo también a él. – las palabras de Natalia no eran ciertas. Tenía prisa, tenía muchísima prisa por volver a disfrutar del cuerpo de Roberto, tenía prisa por volver a perderse entre sus brazos, tenía prisa por volver a sentirlo dentro de ella y sabía que a él le ocurría lo mismo, pero eran fascinantes aquellos juegos de poder en los que ambos se sabían ganadores y perdedores a la vez.
- Las reglas del juego son muy sencillas. Vale todo con tal de conseguir que el otro se muera de deseo por una caricia, por un beso, por un abrazo.
- Y… ¿qué ocurre con el que pierde? – Natalia sentía que había perdido el primer asalto en aquel juego tan excitante.
- Eso es lo mejor de este juego… aquí nadie pierde, ambos ganamos.
Roberto volvió a tomar la boca de Natalia con sus besos mientras sus manos la atraían hacia él. El joven se movió hasta colocar su cuerpo entre las piernas de ella y dejó atrás su boca para hacer el mismo recorrido que había realizado minutos atrás, bajando por el cuello hasta el nacimiento de los pechos. Al llegar al lugar donde comenzaba en encaje de la camisola de Natalia, Roberto levantó la cabeza y sonrió maliciosamente. Natalia seguía expectante, intrigada ante lo que se disponía a hacer el joven, dispuesta a seguir su juego hasta el final. Él depositó un nuevo beso entre sus pechos y siguió descendiendo, dejando más besos en la camisola.
- ¿Qué haces? – preguntó Natalia divertida.
- Abrirme camino. – respondió Roberto mientras retiraba de sus labios uno de los pequeños botones nacarados que cerraban la camisola de Natalia. – Dame tu mano. – Natalia dejó de acariciar la espalda de Roberto y le tendió la mano, él colocó el pequeño botón en ella y siguió arrancando botones y depositándolos en la mano de su amada, hasta llegar a la totalidad de ellos, seis. Cada botón que Roberto arrancaba era depositado con suavidad en la mano de ella, y a continuación, la boca del joven depositaba un sensual beso en el lugar donde la camisola se había abierto. Aquello era exactamente lo que Natalia había hecho con él, cambiar los botones de su camisa por besos. – No los pierdas, no quiero que mañana me digas que has estado un buen rato buscándolos por toda la habitación.
- ¿Por qué habría yo de buscarlos? – Natalia estiró el brazo y los dejó sobre la mesita de noche – Va ser muy divertido verte coserlos de nuevo. ¿Qué tal coses, Roberto? Si no sabes… yo puedo enseñarte, tal y como tu me has enseñado a sembrar trigo.
- Hay tantas cosas que me gustaría aprender contigo…
#726
24/08/2011 23:39
Ay, Roberta, menuda escenita, arrancandole los botones, ayyyyyyyyyyyyyyyyy, que delicia, que delicia¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡
#727
25/08/2011 02:15
AAAAAAAAAhhhhhhhhhhhhhh Roberta
maravilloso un placer leer como se quieren y consienten Roberto y Natalia
maravilloso un placer leer como se quieren y consienten Roberto y Natalia
#728
25/08/2011 09:57
Vaya momento para preocuparse por los botones. jajaja
Me encanta Roberta. Natalia está hecha para Roberto y él para ella
Me encanta Roberta. Natalia está hecha para Roberto y él para ella
#729
25/08/2011 10:04
Ya veo que lo tuyo es mantener al lector esperando, más que eso, enganchado... y frustrado! ajajjaja GRACIAS
Este chico es de un apañao, que seguro q sabe coser... jejeje
Este chico es de un apañao, que seguro q sabe coser... jejeje
#730
25/08/2011 20:55
Roberto tomó a Natalia entre sus brazos y se incorporaron, quedando sentados en la cama, con las piernas de ella rodeando la cintura de él. La joven colocó los brazos alrededor del cuello de Roberto y se acercó a él, acomodando su cadera tan cerca del vientre del muchacho como pudo. Roberto despojó a Natalia de la camisola y comenzó a besar sus pechos, su piel era tan suave, tan delicada, tan tibia que lo volvía loco; Natalia disfrutaba de los besos, de las caricias que su amante tan generosamente prodigaba y tan solo podía pensar en devolverle tanta pasión y amor como estaba recibiendo. Sus manos acariciaban el cabello del muchacho, sentía el movimiento de su cabeza sobre su cuerpo, sus manos en las caderas y comenzó a mecerse contra él, demostrando la necesidad que tenía de su cuerpo. Roberto se dejó caer hacia atrás hasta tener a Natalia sobre él y, sin dejar de besarla, sus manos comenzaron a buscar los cierres de la falda, cierres que rápidamente fueron abiertos y, en pocos instantes, toda la ropa que aún llevaba la joven fue retirada. Nunca conseguiría acostumbrase a tenerla desnuda entre los brazos, jamás podría comprender la razón por la que una mujer como ella se entregaba a él, estaba ensimismado en sus pensamientos cuando sintió las manos de Natalia rodeando su cintura, intentando despojarle de los pantalones y la ropa interior. Roberto rodó en la cama para facilitarle la labor e instantes después se introducía en ella. Aquella noche también se miraron a los ojos mientras se amaban, también mantuvieron la mirada fija en el otro mientras sus cuerpos y sus almas se unían, mientras alcanzaban la plenitud del éxtasis que los embargaba cada vez que hacían el amor.
- ¿Vendrás mañana al terruño? – Agotados tras la demostración de amor, Roberto y Natalia estaban tendidos sobre un costado, con la espalda de ella pegada al pecho de él, con las piernas entrelazadas, con las manos unidas.
- Por supuesto, la siembra ha quedado a medias y tengo que ir a trabajar si quiero volver a recibir un pago como el de esta noche, – dijo Natalia traviesa. Roberto depositó un beso en su nuca lo cual provocó que ella se acercase aún más a él, encorvando su cuerpo, buscando su calor, su contacto – además, tengo que conseguir que me cosas los botones. - Roberto reaccionó a la broma haciéndola cosquillas y moviéndose hasta colocarse sobre ella; una vez más se perdió en sus ojos y sus manos acariciaron las mejillas de la joven, aún arreboladas por la pasión. Natalia buscó de nuevo su boca y lo besó.
- ¿No estás cansada? Debería dolerte todo el cuerpo, – afirmó Roberto – te advertí de que el trabajo en el campo es muy duro.
- Y me dolía, casi me mato tratando de bajarme del caballo. Pero estando contigo me olvido de todo y no me duele nada. Te amo. – dijo ella besándolo de nuevo – Roberto, ¿me vas a contar qué te ocurre?
- Que nunca me había sentido así. – dijo él. Natalia sonrió emocionada ante aquellas palabras, pero había algo más, algo que Roberto aún no le había dicho.
- Y qué más. No me engañas Roberto Pérez, te conozco mucho mejor de lo que tú te crees – las manos de Natalia acariciando su espalda hacían que Roberto se relajase, se sintiese cómodo, despreocupado, nada importaba si podía sentir la piel de Natalia junto a la suya.
- El abuelo nos vio hoy en el terruño. – Natalia no dijo nada y siguió acariciando la espalda del joven. – Lo sabe todo, le he dicho que nos queremos. – Natalia sonrió y volvió a besarlo.
- ¿Y qué piensa de esto?
- ¿De esto? – preguntó Roberto acariciándola sensualmente.
- De que nos queramos, tonto. – replicó ella pellizcándole.
- Tiene miedo. – el rostro de Roberto se ensombreció repentinamente.
- ¿Por qué? ¿Piensa que yo no te amo? – Natalia estaba preocupada, sabía de la pasión que Roberto sentía por su familia; para él, ellos eran lo más importante, por eso le preocupaba la opinión que Cosme pudiera tener.
- No, mi amor, no es eso. – Roberto trato de calmarla – La verdad es que le gustas mucho, dice que eres una mujer, fuerte, decidida, el tipo de mujer que necesito a mi lado, pero tiene miedo de que la opinión de los demás pueda con nuestro amor, de que los prejuicios sociales acaben con nosotros, con nuestra relación.
- Yo no estoy dispuesta a dejar que nadie me diga que no puedo amarte. No estoy dispuesta a permitir que nadie maneje mi vida a su antojo, es tu opinión la única que me interesa, Roberto. Tan solo necesito saber que me amas.
- De eso puedes estar segura. Jamás dejaré de amarte. – Aquellas palabras salieron directamente del corazón de Roberto, jamás podía dejar de amar a aquella mujer; pasara lo que pasara, ella era la única mujer para él.
- ¿Vendrás mañana al terruño? – Agotados tras la demostración de amor, Roberto y Natalia estaban tendidos sobre un costado, con la espalda de ella pegada al pecho de él, con las piernas entrelazadas, con las manos unidas.
- Por supuesto, la siembra ha quedado a medias y tengo que ir a trabajar si quiero volver a recibir un pago como el de esta noche, – dijo Natalia traviesa. Roberto depositó un beso en su nuca lo cual provocó que ella se acercase aún más a él, encorvando su cuerpo, buscando su calor, su contacto – además, tengo que conseguir que me cosas los botones. - Roberto reaccionó a la broma haciéndola cosquillas y moviéndose hasta colocarse sobre ella; una vez más se perdió en sus ojos y sus manos acariciaron las mejillas de la joven, aún arreboladas por la pasión. Natalia buscó de nuevo su boca y lo besó.
- ¿No estás cansada? Debería dolerte todo el cuerpo, – afirmó Roberto – te advertí de que el trabajo en el campo es muy duro.
- Y me dolía, casi me mato tratando de bajarme del caballo. Pero estando contigo me olvido de todo y no me duele nada. Te amo. – dijo ella besándolo de nuevo – Roberto, ¿me vas a contar qué te ocurre?
- Que nunca me había sentido así. – dijo él. Natalia sonrió emocionada ante aquellas palabras, pero había algo más, algo que Roberto aún no le había dicho.
- Y qué más. No me engañas Roberto Pérez, te conozco mucho mejor de lo que tú te crees – las manos de Natalia acariciando su espalda hacían que Roberto se relajase, se sintiese cómodo, despreocupado, nada importaba si podía sentir la piel de Natalia junto a la suya.
- El abuelo nos vio hoy en el terruño. – Natalia no dijo nada y siguió acariciando la espalda del joven. – Lo sabe todo, le he dicho que nos queremos. – Natalia sonrió y volvió a besarlo.
- ¿Y qué piensa de esto?
- ¿De esto? – preguntó Roberto acariciándola sensualmente.
- De que nos queramos, tonto. – replicó ella pellizcándole.
- Tiene miedo. – el rostro de Roberto se ensombreció repentinamente.
- ¿Por qué? ¿Piensa que yo no te amo? – Natalia estaba preocupada, sabía de la pasión que Roberto sentía por su familia; para él, ellos eran lo más importante, por eso le preocupaba la opinión que Cosme pudiera tener.
- No, mi amor, no es eso. – Roberto trato de calmarla – La verdad es que le gustas mucho, dice que eres una mujer, fuerte, decidida, el tipo de mujer que necesito a mi lado, pero tiene miedo de que la opinión de los demás pueda con nuestro amor, de que los prejuicios sociales acaben con nosotros, con nuestra relación.
- Yo no estoy dispuesta a dejar que nadie me diga que no puedo amarte. No estoy dispuesta a permitir que nadie maneje mi vida a su antojo, es tu opinión la única que me interesa, Roberto. Tan solo necesito saber que me amas.
- De eso puedes estar segura. Jamás dejaré de amarte. – Aquellas palabras salieron directamente del corazón de Roberto, jamás podía dejar de amar a aquella mujer; pasara lo que pasara, ella era la única mujer para él.
#731
25/08/2011 20:55
- ¿Por eso me preguntabas si iba a ir a visitarte? ¿Por si tu abuelo nos veía en una situación comprometida?
- No, lo preguntaba porque no puedo pasar más de un par de horas sin abrazarte o besarte. Te necesito tanto que me da miedo.
- A mí me ocurre lo mismo, ya no sé vivir sin ti. – Natalia flexionó sus piernas a ambos lados del cuerpo de Roberto y con sus pies acarició las piernas del muchacho – Puedes estar seguro de que iré, lo que no sé es cuándo, tengo algunos asuntos que tratar con Sara a primera hora y no sé cuánto me llevarán.
- ¿Cosas de mujeres? – preguntó Roberto.
- Sí. - Natalia no quería seguir mintiéndole a Roberto, pero era del todo imposible explicarle que ellas dos iban a reunirse con el Chato para proporcionarle una nueva vida.
- Pero por lo que habéis comentado en la cena, ibais a esperar hasta tener más información antes de dar otro paso. – Roberto ya había asimilado que cuando las Reeves hablaban de cosas de mujeres no se referían a bordados y encajes.
- Si, pero con esto no corremos peligro alguno, es tan solo búsqueda de información. Confía en mí, por favor.
- ¿Me queda otra opción? – preguntó Roberto. Natalia negó con la cabeza. - ¿Cómo lo hace Miguel? Soportar vuestras locuras, digo.
- Nos ha dejado por imposibles. Somos un caso perdido, sobre todo Sara. – bromeó - Por cierto, Sara, al igual que tu abuelo, sabe que estamos juntos. Por eso llegué murmurando, pensando en lo que le voy a hacer mañana por haberse ido de la lengua. – el rostro de Natalia mostraba toda la rabia que sentía por haber sido descubierta la relación que compartían sin haber dado ellos su consentimiento. – Siento mucho el mal rato que te ha hecho pasar.
- ¿Qué mal rato, mi amor? - Roberto giró hasta tener a Natalia acostada sobre él; le gustaba sentirla así – Me he sentido muy cómodo en vuestra compañía y ha sido fabuloso poder estar a tu lado frente a todos, sin escondernos.
- Yo tampoco quiero seguir escondiéndome, quiero gritarlo y que sepan todos que estoy perdidamente enamorada del hombre más maravilloso del mundo. – Natalia se abrazó con fuerza a Roberto para hacerle sentir la pasión que ponía en sus palabras – Y de paso fastidiar a Sara… se ha estado riendo porque dice que descubrió nuestro amor antes que nosotros mismos.
- Y, ¿desde cuándo es eso, si puede saberse? – dijo Roberto entre risas.
- Dice que lo descubrió el día de mi cumpleaños, pero estoy segura de que yo ya te quería desde antes, desde mucho antes.
- Mañana, cuando veas a Sara para hacer esas cosas de mujeres, - dijo Roberto estrechándola entre sus brazos – le dices de mi parte que está muy equivocada. – Mirando a Natalia a los ojos y cambiando el tono risueño de su voz por otro profundo y serio continuó hablando - Me enamoré de ti el día que te conocí, cuando te tuve entre mis brazos por primera vez, empapada e intentando liberarte de mi abrazo; y supe que mi vida no tendría sentido si no estabas a mi lado horas después, cuando entre mis brazos explicabas a Miguel el asalto que sufriste por parte de Villa.
- Entre tus brazos, no se me ocurre un lugar mejor para pasar el resto de mis días. Mi amor, me gusta tanto estar así, entre tus brazos, sobre tu pecho, escuchando los latidos de tu corazón. ¿Sabes que los recién nacidos se calman si su madre los acuesta sobre su pecho? Los latidos de su corazón los calman, se sienten protegidos, seguros, a salvo de todo mal; es un sonido conocido, el latido del corazón de su madre. Así me siento yo ahora, protegida, segura, a salvo de todo mal. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, Roberto; no sé qué sería de mí si algún día me faltaras.
- Eso no sucederá, nunca te dejaré.
- No, lo preguntaba porque no puedo pasar más de un par de horas sin abrazarte o besarte. Te necesito tanto que me da miedo.
- A mí me ocurre lo mismo, ya no sé vivir sin ti. – Natalia flexionó sus piernas a ambos lados del cuerpo de Roberto y con sus pies acarició las piernas del muchacho – Puedes estar seguro de que iré, lo que no sé es cuándo, tengo algunos asuntos que tratar con Sara a primera hora y no sé cuánto me llevarán.
- ¿Cosas de mujeres? – preguntó Roberto.
- Sí. - Natalia no quería seguir mintiéndole a Roberto, pero era del todo imposible explicarle que ellas dos iban a reunirse con el Chato para proporcionarle una nueva vida.
- Pero por lo que habéis comentado en la cena, ibais a esperar hasta tener más información antes de dar otro paso. – Roberto ya había asimilado que cuando las Reeves hablaban de cosas de mujeres no se referían a bordados y encajes.
- Si, pero con esto no corremos peligro alguno, es tan solo búsqueda de información. Confía en mí, por favor.
- ¿Me queda otra opción? – preguntó Roberto. Natalia negó con la cabeza. - ¿Cómo lo hace Miguel? Soportar vuestras locuras, digo.
- Nos ha dejado por imposibles. Somos un caso perdido, sobre todo Sara. – bromeó - Por cierto, Sara, al igual que tu abuelo, sabe que estamos juntos. Por eso llegué murmurando, pensando en lo que le voy a hacer mañana por haberse ido de la lengua. – el rostro de Natalia mostraba toda la rabia que sentía por haber sido descubierta la relación que compartían sin haber dado ellos su consentimiento. – Siento mucho el mal rato que te ha hecho pasar.
- ¿Qué mal rato, mi amor? - Roberto giró hasta tener a Natalia acostada sobre él; le gustaba sentirla así – Me he sentido muy cómodo en vuestra compañía y ha sido fabuloso poder estar a tu lado frente a todos, sin escondernos.
- Yo tampoco quiero seguir escondiéndome, quiero gritarlo y que sepan todos que estoy perdidamente enamorada del hombre más maravilloso del mundo. – Natalia se abrazó con fuerza a Roberto para hacerle sentir la pasión que ponía en sus palabras – Y de paso fastidiar a Sara… se ha estado riendo porque dice que descubrió nuestro amor antes que nosotros mismos.
- Y, ¿desde cuándo es eso, si puede saberse? – dijo Roberto entre risas.
- Dice que lo descubrió el día de mi cumpleaños, pero estoy segura de que yo ya te quería desde antes, desde mucho antes.
- Mañana, cuando veas a Sara para hacer esas cosas de mujeres, - dijo Roberto estrechándola entre sus brazos – le dices de mi parte que está muy equivocada. – Mirando a Natalia a los ojos y cambiando el tono risueño de su voz por otro profundo y serio continuó hablando - Me enamoré de ti el día que te conocí, cuando te tuve entre mis brazos por primera vez, empapada e intentando liberarte de mi abrazo; y supe que mi vida no tendría sentido si no estabas a mi lado horas después, cuando entre mis brazos explicabas a Miguel el asalto que sufriste por parte de Villa.
- Entre tus brazos, no se me ocurre un lugar mejor para pasar el resto de mis días. Mi amor, me gusta tanto estar así, entre tus brazos, sobre tu pecho, escuchando los latidos de tu corazón. ¿Sabes que los recién nacidos se calman si su madre los acuesta sobre su pecho? Los latidos de su corazón los calman, se sienten protegidos, seguros, a salvo de todo mal; es un sonido conocido, el latido del corazón de su madre. Así me siento yo ahora, protegida, segura, a salvo de todo mal. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, Roberto; no sé qué sería de mí si algún día me faltaras.
- Eso no sucederá, nunca te dejaré.
#732
25/08/2011 22:21
Genial Roberta... a ver si ya empiezan a decirlo publicamente... de todas formas, Natalia no se iba el sábado??? aún no han tocado ese tema.... problemas a la vista?
#733
25/08/2011 23:35
Estamos en la noche del miércoles, hasta el sábado pueden pasar tantas cosas...
#734
27/08/2011 00:39
Capítulo 56
- Buenos días. – dijo Sara desde detrás del mostrador al ver entrar a su prima en la imprenta. La tarde anterior acordaron que se reunirían allí para, juntas, acercarse a la cueva de los bandoleros donde las esperaba el Chato.
- Buenos días. – respondió Natalia con voz seria.
- ¿No has dormido bien? – preguntó Sara. Desde la noche anterior sabía que Natalia estaría impaciente por hablar con ella acerca de la cena y las indirectas que lanzó sobre ella y Roberto, pero no esperaba que se lo hubiese tomado tan mal. Conocía a su prima y sabía que lo mejor era no esperar y atacar cuanto antes.
- He descansado y he tenido dulces sueños, gracias. – respondió Natalia, utilizando las mismas palabras con las que Sara se despidió la noche anterior. - ¿Cómo pudiste? – Natalia se acercó a su prima apoyando las manos en el mostrador que las separaba.
- ¿Invitar a Roberto a sentarse con nosotros? ¿Hacer que se sintiera cómodo? ¿Daros la oportunidad de estar juntos durante unas horas? – Sara parecía estar dando la vuelta a una conversación que antes de comenzar esperaba tener perdida.
- ¿Contarle que estamos metidas en un buen lío tratando de atrapar a Olmedo? ¿Lo próximo qué es? ¿Presentarle al Chato? – replicó Natalia - Me ha costado… quiero decir, me va a costar conseguir que no se preocupe al saber que andamos en estos pasos.
- Lo siento, solo quería que os sintierais cómodos y demostrarte lo mucho que me alegra que estéis juntos – Sara parecía sincera y sus palabras consiguieron apaciguar a su prima.
- No, perdóname tú, - Natalia rodeó el mostrador, se acercó a su prima y la abrazó - estaba tan nerviosa que ni me di cuenta de tus intenciones. Ni siquiera hablamos casi de don Abel y de ti.
- No te preocupes, yo hubiera reaccionado del mismo modo... Esta tarde espero volver a su casa, no sé cuál habrá sido la reacción de doña Elvira ante lo que les conté y tengo miedo, – Sara se cubrió la cara con las manos y comenzó a sollozar – tengo miedo de que por mi causa haya desavenencias entre ellos.
- Sara, no te preocupes. Ya te dije ayer que son adultos, que llevan casados muchos años y que tu revelación no puede romper un matrimonio por si sola. ¿Quieres que te acompañe esta tarde a verles?
- No, - Sara se limpió las lágrimas que corrían por sus mejillas – es algo que debo hacer sola. No quiero que se sientan aún más violentos con la visita de las dos. ¿Nos vamos? – continuó Sara cambiando de tema – El Chato estará nervioso pensando en que no me he presentado a su cita.
- Más nervioso se va a poner cuando vea que vamos las dos. ¿Lo tienes todo? – preguntó Natalia sacando de su escondite la bolsa de viaje con la ropa que había comprado la tarde anterior.
- Sí, está todo aquí, en esta carpeta. – Sara apoyó su mano en el brazo de su prima, deteniendo sus pasos. - Natalia, no tienes por qué acompañarme, es peligroso… e ilegal.
- Lo sé, sé que es peligroso e ilegal, pero no pienso dejarte en la estacada. Somos las dos últimas Reeves y debemos estar unidas. – Natalia tomó a su prima del brazo y comenzó a caminar hacia la puerta – Además, no quiero perderme la cara del Chato cuando le contemos tu plan.
- Buenos días. – dijo Sara desde detrás del mostrador al ver entrar a su prima en la imprenta. La tarde anterior acordaron que se reunirían allí para, juntas, acercarse a la cueva de los bandoleros donde las esperaba el Chato.
- Buenos días. – respondió Natalia con voz seria.
- ¿No has dormido bien? – preguntó Sara. Desde la noche anterior sabía que Natalia estaría impaciente por hablar con ella acerca de la cena y las indirectas que lanzó sobre ella y Roberto, pero no esperaba que se lo hubiese tomado tan mal. Conocía a su prima y sabía que lo mejor era no esperar y atacar cuanto antes.
- He descansado y he tenido dulces sueños, gracias. – respondió Natalia, utilizando las mismas palabras con las que Sara se despidió la noche anterior. - ¿Cómo pudiste? – Natalia se acercó a su prima apoyando las manos en el mostrador que las separaba.
- ¿Invitar a Roberto a sentarse con nosotros? ¿Hacer que se sintiera cómodo? ¿Daros la oportunidad de estar juntos durante unas horas? – Sara parecía estar dando la vuelta a una conversación que antes de comenzar esperaba tener perdida.
- ¿Contarle que estamos metidas en un buen lío tratando de atrapar a Olmedo? ¿Lo próximo qué es? ¿Presentarle al Chato? – replicó Natalia - Me ha costado… quiero decir, me va a costar conseguir que no se preocupe al saber que andamos en estos pasos.
- Lo siento, solo quería que os sintierais cómodos y demostrarte lo mucho que me alegra que estéis juntos – Sara parecía sincera y sus palabras consiguieron apaciguar a su prima.
- No, perdóname tú, - Natalia rodeó el mostrador, se acercó a su prima y la abrazó - estaba tan nerviosa que ni me di cuenta de tus intenciones. Ni siquiera hablamos casi de don Abel y de ti.
- No te preocupes, yo hubiera reaccionado del mismo modo... Esta tarde espero volver a su casa, no sé cuál habrá sido la reacción de doña Elvira ante lo que les conté y tengo miedo, – Sara se cubrió la cara con las manos y comenzó a sollozar – tengo miedo de que por mi causa haya desavenencias entre ellos.
- Sara, no te preocupes. Ya te dije ayer que son adultos, que llevan casados muchos años y que tu revelación no puede romper un matrimonio por si sola. ¿Quieres que te acompañe esta tarde a verles?
- No, - Sara se limpió las lágrimas que corrían por sus mejillas – es algo que debo hacer sola. No quiero que se sientan aún más violentos con la visita de las dos. ¿Nos vamos? – continuó Sara cambiando de tema – El Chato estará nervioso pensando en que no me he presentado a su cita.
- Más nervioso se va a poner cuando vea que vamos las dos. ¿Lo tienes todo? – preguntó Natalia sacando de su escondite la bolsa de viaje con la ropa que había comprado la tarde anterior.
- Sí, está todo aquí, en esta carpeta. – Sara apoyó su mano en el brazo de su prima, deteniendo sus pasos. - Natalia, no tienes por qué acompañarme, es peligroso… e ilegal.
- Lo sé, sé que es peligroso e ilegal, pero no pienso dejarte en la estacada. Somos las dos últimas Reeves y debemos estar unidas. – Natalia tomó a su prima del brazo y comenzó a caminar hacia la puerta – Además, no quiero perderme la cara del Chato cuando le contemos tu plan.
#735
27/08/2011 02:12
Ya te digo... no se la quiere perder ella, ni yo.... cuando vea la ropa... eso será lo mejor...jajajaja
Gracias Roberta...
Gracias Roberta...
#736
27/08/2011 13:13
Esta cara se le va a quedar al Chato...
Qué bien me lo paso con tu relato. Gracias Roberta.
Qué bien me lo paso con tu relato. Gracias Roberta.
#737
27/08/2011 17:32
Miguel y Roberto no se aburriran con las prima Reeves................no paran
gracias Roberta
gracias Roberta
#738
27/08/2011 22:07
Muy bueno, Roberta.
Estoy deseando leer la reacción del Chato cuando le lleven la ropa y le expliquen los plane que tienen para él. Pasmaico se va a quedar.
Estoy deseando leer la reacción del Chato cuando le lleven la ropa y le expliquen los plane que tienen para él. Pasmaico se va a quedar.
#739
28/08/2011 23:33
Como ayer no pude poner nada... hoy pongo un poquito más.
Espero que os guste
_________________________________________________________________________
Capítulo 57
- Vaya, vaya, vaya. ¡Qué felices se las ve, señoritas! – El capitán Olmedo se encontró con las Reeves en la puerta de la imprenta.
- ¿Qué desea, capitán? – preguntó Sara – Como puede, ver salíamos en este preciso instante.
- Ya lo estoy viendo, abandonando su trabajo un día más. Supongo que su… prima, – dijo señalando a Natalia – le habrá dicho que pasé ayer por aquí para poner un telegrama y me fue imposible. ¿Dónde estaba usted? ¿Haciendo manitas con el idiota de Romero? ¿O haciendo alguna otra cosa más interesante?
- Lo que yo haga o deje de hacer es asunto mío, capitán.
- No si distrae a mis hombres con sus encantos…
- ¿Qué deseaba? – preguntó Natalia.
- Poner el maldito telegrama que por la incompetencia de su prima no pude poner ayer. – respondió rabioso.
- Si me facilita el texto podré hacerlo ahora mismo – dijo Sara retrocediendo hasta el mostrador y colocándose junto al aparato.
- Aquí tiene. – Olmedo le tendió una nota a Sara y se giró a mirar a Natalia - ¿Hoy también con la bolsa a cuestas?
- Si, ayer la traje y hoy me la llevo, ¿algún problema? – pregunto Natalia
- No…, tan solo que su prima es muy lenta enviando telegramas.
- Aquí tiene capitán – dijo Sara seria dejando de nuevo el papel sobre el mostrador - ¿Desea algo más?
- Perderlas de vista lo antes posible.
- Pues ya sabe donde está la puerta. Si nos disculpa, tenemos muchas cosas que hacer. – replicó Natalia.
- No se pueden ni imaginar lo feliz que me van a hacer cuando se larguen de este maldito pueblo, si no lo hago yo antes. No imagino que una mujer me pueda proporcionar más placer… fuera de la cama, por supuesto. – dijo mientras salía por la puerta de la imprenta.
- Será estúpido… - comenzó a decir Natalia - ¿Qué ocurre?
- El telegrama, pide refuerzos al cuartel de Málaga. – Sara había perdido el color del semblante.
- ¿Daba alguna razón?
- Atrapar a la banda de Carranza y frenar las revueltas anarquistas.
- ¡Pero eso no es cierto! La banda, o lo que queda de ella, hace mucho que no ha realizado ningún asalto y los anarquistas tampoco… - Natalia no pudo evitar pensar que Roberto podría estar en peligro. - ¿Cuánto crees que tardarán en desplegar los refuerzos?
- No lo sé, no tengo ni la menor idea. Pero eso no puede detenernos, lo primordial es seguir con el plan del Chato, después iré a avisar a mi padre… y no estaría de más que hablases con Roberto.
- ¿Les vas a decir algo a Miguel? – preguntó Natalia preocupada.
- Le contaré hasta donde pueda… ¡Dios mío, Natalia, no quiero mentirle!
- No lo hagas. – el rostro de Natalia mostraba determinación y frialdad, era el rostro de una mujer de negocios que sopesaba rápidamente todas las opciones a su alcance - Si el Chato no se pone terco, a la banda de Carranza no le quedan más que unas pocas horas; y si se pone terco, habrá que convencerle por las buenas o por las malas. En cuanto a los anarquistas…, Miguel sabe perfectamente que no hay razón para solicitar refuerzos por esa causa; de todos modos, yo hablaría con él antes de ir a casa del gobernador.
Espero que os guste
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Capítulo 57
- Vaya, vaya, vaya. ¡Qué felices se las ve, señoritas! – El capitán Olmedo se encontró con las Reeves en la puerta de la imprenta.
- ¿Qué desea, capitán? – preguntó Sara – Como puede, ver salíamos en este preciso instante.
- Ya lo estoy viendo, abandonando su trabajo un día más. Supongo que su… prima, – dijo señalando a Natalia – le habrá dicho que pasé ayer por aquí para poner un telegrama y me fue imposible. ¿Dónde estaba usted? ¿Haciendo manitas con el idiota de Romero? ¿O haciendo alguna otra cosa más interesante?
- Lo que yo haga o deje de hacer es asunto mío, capitán.
- No si distrae a mis hombres con sus encantos…
- ¿Qué deseaba? – preguntó Natalia.
- Poner el maldito telegrama que por la incompetencia de su prima no pude poner ayer. – respondió rabioso.
- Si me facilita el texto podré hacerlo ahora mismo – dijo Sara retrocediendo hasta el mostrador y colocándose junto al aparato.
- Aquí tiene. – Olmedo le tendió una nota a Sara y se giró a mirar a Natalia - ¿Hoy también con la bolsa a cuestas?
- Si, ayer la traje y hoy me la llevo, ¿algún problema? – pregunto Natalia
- No…, tan solo que su prima es muy lenta enviando telegramas.
- Aquí tiene capitán – dijo Sara seria dejando de nuevo el papel sobre el mostrador - ¿Desea algo más?
- Perderlas de vista lo antes posible.
- Pues ya sabe donde está la puerta. Si nos disculpa, tenemos muchas cosas que hacer. – replicó Natalia.
- No se pueden ni imaginar lo feliz que me van a hacer cuando se larguen de este maldito pueblo, si no lo hago yo antes. No imagino que una mujer me pueda proporcionar más placer… fuera de la cama, por supuesto. – dijo mientras salía por la puerta de la imprenta.
- Será estúpido… - comenzó a decir Natalia - ¿Qué ocurre?
- El telegrama, pide refuerzos al cuartel de Málaga. – Sara había perdido el color del semblante.
- ¿Daba alguna razón?
- Atrapar a la banda de Carranza y frenar las revueltas anarquistas.
- ¡Pero eso no es cierto! La banda, o lo que queda de ella, hace mucho que no ha realizado ningún asalto y los anarquistas tampoco… - Natalia no pudo evitar pensar que Roberto podría estar en peligro. - ¿Cuánto crees que tardarán en desplegar los refuerzos?
- No lo sé, no tengo ni la menor idea. Pero eso no puede detenernos, lo primordial es seguir con el plan del Chato, después iré a avisar a mi padre… y no estaría de más que hablases con Roberto.
- ¿Les vas a decir algo a Miguel? – preguntó Natalia preocupada.
- Le contaré hasta donde pueda… ¡Dios mío, Natalia, no quiero mentirle!
- No lo hagas. – el rostro de Natalia mostraba determinación y frialdad, era el rostro de una mujer de negocios que sopesaba rápidamente todas las opciones a su alcance - Si el Chato no se pone terco, a la banda de Carranza no le quedan más que unas pocas horas; y si se pone terco, habrá que convencerle por las buenas o por las malas. En cuanto a los anarquistas…, Miguel sabe perfectamente que no hay razón para solicitar refuerzos por esa causa; de todos modos, yo hablaría con él antes de ir a casa del gobernador.
#740
28/08/2011 23:36
Capítulo 58
- Sita Sara, sita Natalia, ¿ande vá uztede? – Hacía un buen rato que Sara y Natalia se habían adentrado en la sierra cuando se toparon con Rafaelín que salía desde detrás de unos árboles junto a su inseparable Mantecao. Las muchachas detuvieron sus monturas para hablar con el joven.
- Buenos días, Rafaelín. – respondió Natalia – Vamos a encontrarnos con un empleado mío, el señor Ángel Guarda. – en voz baja, comentó a Sara – No sé si has estado muy acertada al elegir el nombre, la verdad.
- Pe, pe, pe, peo el señó don Chato la está espeando, sita Sara. – Rafaelín estaba preocupado, realmente apreciaba al Chato y quería que Sara fuese a verlo. El día anterior lo vio triste y abatido y esperaba que la visita de Sara remediase aquel estado.
- Lo sé, Rafaelín, hacia allá vamos en realidad, no hagas caso de Natalia. ¿Quieres acompañarnos?
- Po zupuezto, zerá un urguyo pa mí acompañá a dó ditinguidízizimas señoitaz. - Rafaelín hizo una reverencia a las jóvenes y continuó hablando – Mi fiel Mantecao, aquí prezente, y yo mizmo en mi mizma mizmidá, etaremo encantaó dacompañarla. Peo e zeñó Guada ezé, ¿ande tá?
- Está esperándonos, aunque ni él mismo lo sepa. Te lo contaremos mientras vamos en busca de tu señor don Chato. – dijo Natalia reanudando la marcha.
Las Reeves, acompañadas por Rafaelín, llegaron a la cueva donde se escondía el Chato, la que había sido desde siempre la cueva de la banda de Carranza, de la que él era el último miembro en activo. Allí estaba, preparándose para salir a cazar alguna liebre que le sirviera de sustento, cuando los tres visitantes entraron en la gruta.
- ¿Esto es una cueva de bandoleros o la taberna del pueblo? – el Chato los recibió apuntándolos con el trabuco - ¿No te había dicho que avisases a Sara, alelao?
- Zí, zeñó don Chato, pero la sita Natalia tamién ha vinido y maninvitao a conocé al zeño Guada. – se intentó explicar Rafaelín.
- ¡Pues nada, que sean todos bienvenidos! Pasen, pasen, ¿va a venir también alguien más, algún Guardia Civil, inglesa? – preguntó irónico el Chato. Se suponía que la cueva de unos bandoleros debía ser un sitio secreto, oculto a la gente, y allí estaba la prima de Sara y por las palabras de Rafaelín esperaban a alguien más.
- Si eres tan amable con todo el mundo como con nosotros, dudo mucho que recibas muchas visitas. – respondió Natalia – Mira a ver que te parece esto. – le dijo lanzando por el aire la bolsa que contenía la ropa.
- ¿Qué es? – el Chato estaba receloso, sentía que habían llegado avasallando. Él deseaba hablar con Sara para preguntarle si realmente estaba dispuesta a ayudarlo a emprender una nueva vida, pero deseaba hacerlo a solas; demasiado humillante era para él pedir ayuda como para además tener que hacerlo con testigos.
- Es ropa nueva. – Natalia entendió perfectamente la mirada de su prima y tomando a Rafaelín de un brazo se adentraron en el interior de la cueva, sin alejarse demasiado. – Rafaelín me dijo que deseabas hablar conmigo, entendió que aceptabas mi oferta de emprender una nueva vida alejada de la sierra y de las cuevas. ¿Por qué no le echas un vistazo?
El Chato abrió la bolsa y comenzó a sacar prendas: camisas, pantalones, chaquetas.... nunca en toda su vida había poseído ropa como aquella; no era tan fina y sofisticada como la que utilizaba Juan cuando interpretaba al Marqués, pero aún así era de muy buena calidad y elegante, demasiado para él, pensó. Al instante comprendió que la oferta que las Reeves le habían hecho la mañana anterior seguía en pie y que no habían tenido en cuenta sus malos modos cuando las dejó con la palabra en la boca. Se habían molestado en buscar ropa para él y quién sabe qué más cosas.
- ¿Os habéis creído que soy una muñeca para juguéis a vestirme y desvestirme? – Sara y Natalia comenzaron a reír, eso era precisamente lo que las muchachas pensaban que diría el bandolero cuando ellas le explicaran su plan. Sabían que estaba haciéndose el duro, pero no les importó lo más mínimo.
- ¡Qué más quisieras que te desvistiésemos nosotras! Ya eres lo suficientemente mayorcito como para que lo hagas por ti mismo. – afirmó Natalia acercándose con la silla de montar del Chato en los brazos.
- ¡Eh, eh, eh, sabelotodo! ¿Qué haces con mi silla?
- Me la quedo, a cambio te dejo la mía. Ésta es demasiado llamativa, ya que no hemos tenido tiempo de conseguirte un nuevo caballo, al menos le pondremos una silla normal, te quedarás con la que yo he usado hasta ahora.
- Chato, si sigues dispuesto a cambiar de vida vas a tener que hacer muchos cambios y todos ellos radicales. – Sara intervino rápidamente – Lo primero que debes hacer es cambiar tu aspecto, para ello te hemos traído la ropa y útiles de afeitado. Como bien te ha dicho Natalia, parte de tu aspecto también es tu caballo y, como no hemos podido conseguir uno en tan poco tiempo, debemos al menos, cambiar la silla.
- Ezo, zeñó Chato, ya le ije to ayé que la alimaña zesconden para cogé a zu preza. – Rafaelín había permanecido en silencio hasta aquel momento, observando las reacciones de todos, atento a cada palabra y cada gesto. Su señor Chato estaba asustado y necesitaba del apoyo de los demás para dar ese último paso.
- ¿Y qué tiene de malo mi aspecto? – preguntó el Chato receloso.
- Que es demasiado conocido. – Natalia había dejado la silla de montar el en suelo y se había sentado sobre ella. – Toda la serranía está llena de pasquines con tu descripción, - la voz de Natalia se había suavizado, hablaba con el Chato como con un niño al que había que convencer de que hiciese algo por las buenas – eso está bien cuando quieres que la gente te tema o te busque…, pero no cuando tienes intención de empezar desde cero una nueva vida. – No creía necesario alertar innecesariamente al Chato; si aceptaba el cambio, como parecía, no sería necesario informarle del despliegue que Olmedo preparaba, al menos por el momento.
- Y ¿por dónde empezamos? – dijo él conformándose, las palabras de Natalia terminaron de convencer al joven de que el cambio debía ser total.
- ¿Por qué no vas al río a bañarte mientras nosotras nos quedamos aquí esperando a que vuelvas? – Sara le tendió varias prendas de ropa que él, fingiendo disgusto, tomó de sus manos de malos modos.
- Lacompaño, zeñó don Chato – dijo Rafaelín al instante.
- Alto, una cosa es que tenga que bañarme… aunque no me haga falta y otra que tenga público.
- Si no llegas, Rafaelín puede frotarte la espalda… - Natalia no pudo contenerse.
- ¿Y por qué no vienes tú y me frotas los…? – respondió el Chato.
- Zeñó Chato – dijo Rafaelín en voz baja – ej que no me fío. Me da mieo quedáme con las sitas, a vé zi ze les dizcurre bañáme a mi tamié.
- Anda, ven alelao, que estas dos son más peligrosas que Olmedo.
- Sita Sara, sita Natalia, ¿ande vá uztede? – Hacía un buen rato que Sara y Natalia se habían adentrado en la sierra cuando se toparon con Rafaelín que salía desde detrás de unos árboles junto a su inseparable Mantecao. Las muchachas detuvieron sus monturas para hablar con el joven.
- Buenos días, Rafaelín. – respondió Natalia – Vamos a encontrarnos con un empleado mío, el señor Ángel Guarda. – en voz baja, comentó a Sara – No sé si has estado muy acertada al elegir el nombre, la verdad.
- Pe, pe, pe, peo el señó don Chato la está espeando, sita Sara. – Rafaelín estaba preocupado, realmente apreciaba al Chato y quería que Sara fuese a verlo. El día anterior lo vio triste y abatido y esperaba que la visita de Sara remediase aquel estado.
- Lo sé, Rafaelín, hacia allá vamos en realidad, no hagas caso de Natalia. ¿Quieres acompañarnos?
- Po zupuezto, zerá un urguyo pa mí acompañá a dó ditinguidízizimas señoitaz. - Rafaelín hizo una reverencia a las jóvenes y continuó hablando – Mi fiel Mantecao, aquí prezente, y yo mizmo en mi mizma mizmidá, etaremo encantaó dacompañarla. Peo e zeñó Guada ezé, ¿ande tá?
- Está esperándonos, aunque ni él mismo lo sepa. Te lo contaremos mientras vamos en busca de tu señor don Chato. – dijo Natalia reanudando la marcha.
Las Reeves, acompañadas por Rafaelín, llegaron a la cueva donde se escondía el Chato, la que había sido desde siempre la cueva de la banda de Carranza, de la que él era el último miembro en activo. Allí estaba, preparándose para salir a cazar alguna liebre que le sirviera de sustento, cuando los tres visitantes entraron en la gruta.
- ¿Esto es una cueva de bandoleros o la taberna del pueblo? – el Chato los recibió apuntándolos con el trabuco - ¿No te había dicho que avisases a Sara, alelao?
- Zí, zeñó don Chato, pero la sita Natalia tamién ha vinido y maninvitao a conocé al zeño Guada. – se intentó explicar Rafaelín.
- ¡Pues nada, que sean todos bienvenidos! Pasen, pasen, ¿va a venir también alguien más, algún Guardia Civil, inglesa? – preguntó irónico el Chato. Se suponía que la cueva de unos bandoleros debía ser un sitio secreto, oculto a la gente, y allí estaba la prima de Sara y por las palabras de Rafaelín esperaban a alguien más.
- Si eres tan amable con todo el mundo como con nosotros, dudo mucho que recibas muchas visitas. – respondió Natalia – Mira a ver que te parece esto. – le dijo lanzando por el aire la bolsa que contenía la ropa.
- ¿Qué es? – el Chato estaba receloso, sentía que habían llegado avasallando. Él deseaba hablar con Sara para preguntarle si realmente estaba dispuesta a ayudarlo a emprender una nueva vida, pero deseaba hacerlo a solas; demasiado humillante era para él pedir ayuda como para además tener que hacerlo con testigos.
- Es ropa nueva. – Natalia entendió perfectamente la mirada de su prima y tomando a Rafaelín de un brazo se adentraron en el interior de la cueva, sin alejarse demasiado. – Rafaelín me dijo que deseabas hablar conmigo, entendió que aceptabas mi oferta de emprender una nueva vida alejada de la sierra y de las cuevas. ¿Por qué no le echas un vistazo?
El Chato abrió la bolsa y comenzó a sacar prendas: camisas, pantalones, chaquetas.... nunca en toda su vida había poseído ropa como aquella; no era tan fina y sofisticada como la que utilizaba Juan cuando interpretaba al Marqués, pero aún así era de muy buena calidad y elegante, demasiado para él, pensó. Al instante comprendió que la oferta que las Reeves le habían hecho la mañana anterior seguía en pie y que no habían tenido en cuenta sus malos modos cuando las dejó con la palabra en la boca. Se habían molestado en buscar ropa para él y quién sabe qué más cosas.
- ¿Os habéis creído que soy una muñeca para juguéis a vestirme y desvestirme? – Sara y Natalia comenzaron a reír, eso era precisamente lo que las muchachas pensaban que diría el bandolero cuando ellas le explicaran su plan. Sabían que estaba haciéndose el duro, pero no les importó lo más mínimo.
- ¡Qué más quisieras que te desvistiésemos nosotras! Ya eres lo suficientemente mayorcito como para que lo hagas por ti mismo. – afirmó Natalia acercándose con la silla de montar del Chato en los brazos.
- ¡Eh, eh, eh, sabelotodo! ¿Qué haces con mi silla?
- Me la quedo, a cambio te dejo la mía. Ésta es demasiado llamativa, ya que no hemos tenido tiempo de conseguirte un nuevo caballo, al menos le pondremos una silla normal, te quedarás con la que yo he usado hasta ahora.
- Chato, si sigues dispuesto a cambiar de vida vas a tener que hacer muchos cambios y todos ellos radicales. – Sara intervino rápidamente – Lo primero que debes hacer es cambiar tu aspecto, para ello te hemos traído la ropa y útiles de afeitado. Como bien te ha dicho Natalia, parte de tu aspecto también es tu caballo y, como no hemos podido conseguir uno en tan poco tiempo, debemos al menos, cambiar la silla.
- Ezo, zeñó Chato, ya le ije to ayé que la alimaña zesconden para cogé a zu preza. – Rafaelín había permanecido en silencio hasta aquel momento, observando las reacciones de todos, atento a cada palabra y cada gesto. Su señor Chato estaba asustado y necesitaba del apoyo de los demás para dar ese último paso.
- ¿Y qué tiene de malo mi aspecto? – preguntó el Chato receloso.
- Que es demasiado conocido. – Natalia había dejado la silla de montar el en suelo y se había sentado sobre ella. – Toda la serranía está llena de pasquines con tu descripción, - la voz de Natalia se había suavizado, hablaba con el Chato como con un niño al que había que convencer de que hiciese algo por las buenas – eso está bien cuando quieres que la gente te tema o te busque…, pero no cuando tienes intención de empezar desde cero una nueva vida. – No creía necesario alertar innecesariamente al Chato; si aceptaba el cambio, como parecía, no sería necesario informarle del despliegue que Olmedo preparaba, al menos por el momento.
- Y ¿por dónde empezamos? – dijo él conformándose, las palabras de Natalia terminaron de convencer al joven de que el cambio debía ser total.
- ¿Por qué no vas al río a bañarte mientras nosotras nos quedamos aquí esperando a que vuelvas? – Sara le tendió varias prendas de ropa que él, fingiendo disgusto, tomó de sus manos de malos modos.
- Lacompaño, zeñó don Chato – dijo Rafaelín al instante.
- Alto, una cosa es que tenga que bañarme… aunque no me haga falta y otra que tenga público.
- Si no llegas, Rafaelín puede frotarte la espalda… - Natalia no pudo contenerse.
- ¿Y por qué no vienes tú y me frotas los…? – respondió el Chato.
- Zeñó Chato – dijo Rafaelín en voz baja – ej que no me fío. Me da mieo quedáme con las sitas, a vé zi ze les dizcurre bañáme a mi tamié.
- Anda, ven alelao, que estas dos son más peligrosas que Olmedo.