Foro Bandolera
Como no me gusta la historia... voy y la cambio (Natalia y Roberto)
#0
27/04/2011 20:02
Como estoy bastante aburrida de que me tengan a Roberto entre rejas, aunque sean las rejas de cartón piedra del cuartel de Arazana, y de que nadie (excepto San Miguel) intente hacer nada... pues voy y lo saco yo misma.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
_____________________________________________________________________________
Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
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Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
#701
17/08/2011 21:53
Me ha gustado mucho la escena, Roberta. Creo que fiinalmente eOlmedo no va a hacer nada a Natalia, porque saldría muy mal parado, seguro.
#702
17/08/2011 23:41
La Maña les llevó la cena y durante todo el tiempo estuvieron hablando de temas intrascendentes. Natalia y Roberto no eran capaces de concentrarse en la conversación, tenían suficiente con estar juntos, poder mirarse, intercambiar unas palabras o incluso aprovechar la situación para rozar los pies bajo la mesa o sus manos al pasarse el pan. Sara disfrutaba viendo a su prima feliz junto a Roberto y a él feliz junto a Natalia, ambos merecían disfrutar de ese amor tan maravilloso que habían encontrado en el otro.
- Tengo que contaros algo. – comenzó a decir Sara con voz seria – Esta tarde he estado en casa del gobernador. – dirigiéndose a Roberto, siguió hablando – Llevamos un tiempo recopilando datos sobre todos los abusos que Olmedo ha cometido en Arazana y sus alrededores; hace unos días, los tres nos decidimos a pedir ayuda al gobernador y prometió estudiar el caso.
Por las mentes de cada uno de los presentes rondaban diferentes ideas. A Miguel le extrañaba que Sara hablase tan abiertamente de lo que estaban planeando frente a Roberto, no dudaba de él pero el gobernador les había pedido confidencialidad absoluta. Una caricia de Sara en su mono, le hizo comprender que su novia tenía razones de peso para hacer partícipe a Roberto de todo el plan. Natalia sonreía feliz, sabía que las palabras de Sara significaban para ella tener que dar explicaciones a Roberto cuando se quedasen a solas, pero también significaban su total aceptación del muchacho como miembro de la familia. Roberto por fin conocía cuáles eran esos “asuntos de mujeres” de los que Natalia no había podido hablarle, no podía delatar lo que hacía con su prima sin contar con ella. A Roberto le asustaban los arranques de la mujer que amaba, pero el saber que tanto Miguel como el gobernador las apoyaban lo tranquilizaba un poco; ahora que también él estaba al corriente, esperaba que ningún otro secreto se interpusiera entre ellos.
- Parece ser que desde las altas instancias de la Guardia Civil están vigilando a Olmedo. Hace años, y gracias a amistades influyentes, se libró de una destitución deshonrosa por diferentes faltas y delitos, pero ahora se va quedando sin esas amistades y los nuevos mandos no desean tener semejantes elementos en el Cuerpo.
- ¿Entonces? – preguntó Natalia. - ¿Cuál es el siguiente paso a dar?
- No lo sé, en cuanto me dio la noticia, de la alegría me abalancé sobre él y lo abracé. – Sara sonrió abiertamente y Miguel y Natalia rieron felices. Tan solo Roberto no acertaba a comprender la situación, parecían muy felices ante la noticia de que Sara se había abalanzado sobre el gobernador. La relación que mantenía con Natalia demostraba que no era un mojigato, pero de ahí a demostrar que le alegraba que la gente se fuera abrazando sin ninguna razón…
- Roberto, - dijo Sara – Abel Hermida es mi padre. Es una historia muy larga, pero se resume fácilmente. Los Reeves me adoptaron cuando vivían en Río Tinto, yo en realidad soy hija de Abel Hermida y María Montoya, una bailaora con la que tuvo una relación. Mi madre murió y yo hace poco que descubrí toda la historia. – Natalia miraba divertida a Roberto, más tarde ella le explicaría todo.
- Entonces, vosotras dos no sois familia – dijo Roberto refiriéndose a las jóvenes.
- ¡Ah, no! Me da lo mismo quienes sean tus padres, pero tú siempre serás mi prima, ¿lo has entendido? – dijo Natalia tomando a Sara de las manos.
- Siempre; además, somos las últimas Reeves, con nosotras acaba el apellido. – terció Sara.
- Tendremos que tener entonces varios hijos cada una para intentar convencer a alguno de ellos de que lleve el apellido de su santa madre… - juntas rieron la ocurrencia de Natalia sin tener en cuenta que los hombres que estaban a su lado, seguramente tendrían algo que decir al respecto.
- Bueno, esta conversación está tomando unos derroteros un tanto extraños – dijo Miguel mirando a Roberto - ¿cómo se ha tomado el gobernador el abrazo? - Sara tomó aire y miró a su novio
- En aquel preciso momento entró doña Elvira y nos vio…
- ¡Oh, Dios! – Natalia se cubrió la cara con las manos.
- … pensó que entre mi padre y yo había una relación romántica y… tuve que contarles la verdad – Roberto dedujo que tan solo sus tres acompañantes conocían la historia completa de Sara.
- ¿Cómo se lo han tomado? – Natalia estaba preocupada
- Él muy bien pero… - Sara tenía una de sus manos entrelazada con las de Miguel, mientras que la otra estaba entre las de su prima – me preocupa doña Elvira. Se asombró mucho por la noticia, escuchó mi explicación pero se retiró y no sé qué es lo que pueda estar pensando. Tengo miedo de haber hecho mal, tal vez debí callar, no sé… lo último que quiero es causar daño.
- Tranquila mi amor, todo se solucionará. – Miguel apretó la mano de Sara y se la llevó a los labios – Las mentiras, los secretos…, siempre acaban saliendo a la luz. Quien diga que miente por no causar un dolor mayor está muy equivocado; las mentiras, por muy piadosas que sean, siguen siendo mentiras y la mentira tan solo causa dolor. Es mejor decir la verdad, aceptar lo que la vida nos da y seguir adelante apoyándonos en la familia y en los amigos.
- Tengo que contaros algo. – comenzó a decir Sara con voz seria – Esta tarde he estado en casa del gobernador. – dirigiéndose a Roberto, siguió hablando – Llevamos un tiempo recopilando datos sobre todos los abusos que Olmedo ha cometido en Arazana y sus alrededores; hace unos días, los tres nos decidimos a pedir ayuda al gobernador y prometió estudiar el caso.
Por las mentes de cada uno de los presentes rondaban diferentes ideas. A Miguel le extrañaba que Sara hablase tan abiertamente de lo que estaban planeando frente a Roberto, no dudaba de él pero el gobernador les había pedido confidencialidad absoluta. Una caricia de Sara en su mono, le hizo comprender que su novia tenía razones de peso para hacer partícipe a Roberto de todo el plan. Natalia sonreía feliz, sabía que las palabras de Sara significaban para ella tener que dar explicaciones a Roberto cuando se quedasen a solas, pero también significaban su total aceptación del muchacho como miembro de la familia. Roberto por fin conocía cuáles eran esos “asuntos de mujeres” de los que Natalia no había podido hablarle, no podía delatar lo que hacía con su prima sin contar con ella. A Roberto le asustaban los arranques de la mujer que amaba, pero el saber que tanto Miguel como el gobernador las apoyaban lo tranquilizaba un poco; ahora que también él estaba al corriente, esperaba que ningún otro secreto se interpusiera entre ellos.
- Parece ser que desde las altas instancias de la Guardia Civil están vigilando a Olmedo. Hace años, y gracias a amistades influyentes, se libró de una destitución deshonrosa por diferentes faltas y delitos, pero ahora se va quedando sin esas amistades y los nuevos mandos no desean tener semejantes elementos en el Cuerpo.
- ¿Entonces? – preguntó Natalia. - ¿Cuál es el siguiente paso a dar?
- No lo sé, en cuanto me dio la noticia, de la alegría me abalancé sobre él y lo abracé. – Sara sonrió abiertamente y Miguel y Natalia rieron felices. Tan solo Roberto no acertaba a comprender la situación, parecían muy felices ante la noticia de que Sara se había abalanzado sobre el gobernador. La relación que mantenía con Natalia demostraba que no era un mojigato, pero de ahí a demostrar que le alegraba que la gente se fuera abrazando sin ninguna razón…
- Roberto, - dijo Sara – Abel Hermida es mi padre. Es una historia muy larga, pero se resume fácilmente. Los Reeves me adoptaron cuando vivían en Río Tinto, yo en realidad soy hija de Abel Hermida y María Montoya, una bailaora con la que tuvo una relación. Mi madre murió y yo hace poco que descubrí toda la historia. – Natalia miraba divertida a Roberto, más tarde ella le explicaría todo.
- Entonces, vosotras dos no sois familia – dijo Roberto refiriéndose a las jóvenes.
- ¡Ah, no! Me da lo mismo quienes sean tus padres, pero tú siempre serás mi prima, ¿lo has entendido? – dijo Natalia tomando a Sara de las manos.
- Siempre; además, somos las últimas Reeves, con nosotras acaba el apellido. – terció Sara.
- Tendremos que tener entonces varios hijos cada una para intentar convencer a alguno de ellos de que lleve el apellido de su santa madre… - juntas rieron la ocurrencia de Natalia sin tener en cuenta que los hombres que estaban a su lado, seguramente tendrían algo que decir al respecto.
- Bueno, esta conversación está tomando unos derroteros un tanto extraños – dijo Miguel mirando a Roberto - ¿cómo se ha tomado el gobernador el abrazo? - Sara tomó aire y miró a su novio
- En aquel preciso momento entró doña Elvira y nos vio…
- ¡Oh, Dios! – Natalia se cubrió la cara con las manos.
- … pensó que entre mi padre y yo había una relación romántica y… tuve que contarles la verdad – Roberto dedujo que tan solo sus tres acompañantes conocían la historia completa de Sara.
- ¿Cómo se lo han tomado? – Natalia estaba preocupada
- Él muy bien pero… - Sara tenía una de sus manos entrelazada con las de Miguel, mientras que la otra estaba entre las de su prima – me preocupa doña Elvira. Se asombró mucho por la noticia, escuchó mi explicación pero se retiró y no sé qué es lo que pueda estar pensando. Tengo miedo de haber hecho mal, tal vez debí callar, no sé… lo último que quiero es causar daño.
- Tranquila mi amor, todo se solucionará. – Miguel apretó la mano de Sara y se la llevó a los labios – Las mentiras, los secretos…, siempre acaban saliendo a la luz. Quien diga que miente por no causar un dolor mayor está muy equivocado; las mentiras, por muy piadosas que sean, siguen siendo mentiras y la mentira tan solo causa dolor. Es mejor decir la verdad, aceptar lo que la vida nos da y seguir adelante apoyándonos en la familia y en los amigos.
#703
18/08/2011 01:25
Sí, las mentiras tienen las patas cortas........pero en nombre de la verdad hay personas que hacen mucho daño (pero bueno, eso es de otra historia, jejeje).
Me encanta eso de que tengan que tener muchos hijos para que no se pierda el apellido Reeves, jejeje.
Gracias Roberta.
Me encanta eso de que tengan que tener muchos hijos para que no se pierda el apellido Reeves, jejeje.
Gracias Roberta.
#704
18/08/2011 01:52
Roberto poco a poco se enterara de todo
y miguel tambien es verdad Turia las mentiras tienen las patas muy cortas
gracias Roberta
y miguel tambien es verdad Turia las mentiras tienen las patas muy cortas
gracias Roberta
#705
18/08/2011 10:37
Me encanta, Roberta.
Roberto ya es de la familia. Qué bonita escena. Lo de los apellidos, muy gracioso. Pero lo de su santa madre, lo mejor. Porque desde luego, vaya par de primas. jajaa
Graciasss
Roberto ya es de la familia. Qué bonita escena. Lo de los apellidos, muy gracioso. Pero lo de su santa madre, lo mejor. Porque desde luego, vaya par de primas. jajaa
Graciasss
#706
18/08/2011 12:08
Que bueno Roberta! las riss no tienen remedio y ellos lo saben!... me han encantado los 4 juntos, como de toda la vida... eso sí, Miguel en la higuera, como siempre jajajajjaja aunque Roberto no se queda muy atrás...
#707
18/08/2011 21:48
Capítulo 53
- Elvira, ¿puedo pasar?
Abel se encontraba en el pasillo, al otro lado de la puerta del dormitorio de su esposa. Tras la marcha de Sara, se había quedado un buen rato en el salón pensando en lo sucedido. Había encontrado a su hija, por fin podía cerrar esa etapa de su vida, esa etapa que no le había dejado vivir durante más de veinte años. Veinte años echados a perder, había vivido por y para buscar un hijo que finalmente no era un hijo sino una hija, había progresado en su carrera tan solo para conseguir más poder y de ese modo tener más oportunidades de lograr su objetivo. Había desatendido a Elvira, una maravillosa mujer que lo había seguido y se había mantenido a su lado a pesar de los desplantes y rechazos, pero a partir de ahora ya podrían ser felices. Iba a dedicar su vida a cuidar de su esposa y de su hija, a darles todo lo que ellas desearan, a disfrutar de la vida en su compañía.
- Elvira, ¿estás ahí? – repitió.
- Si, puedes pasar – escuchó una voz desde el otro lado de la puerta.
- Elvira, ¿qué estás haciendo?
- Vuelvo a Málaga – dijo escuetamente mientras seguía doblando prendas que iba depositando sobre la cama.
- Me abandonas – finalmente su sueño no se iba a cumplir. Había encontrado a su hija, pero había perdido a su esposa.
- Abel, nunca hemos sido un matrimonio al uso. - Elvira dejó lo que estaba haciendo y se sentó en la cama – El otro día te dije que seguiríamos siendo el perfecto matrimonio de cara a la galería y que en casa mantendríamos las formas como dos desconocidos que comparten un mismo techo, pero no puedo. No puedo seguir mintiéndote y mucho menos mintiéndome a mi misma, espero que seas muy feliz con Sara. Has conseguido tu sueño, has encontrado a tu hija y realmente me alegro por ello, pero no puedo seguir compartiendo mis días contigo.
- ¿Ya no me quieres? – preguntó el hombre sentándose en un sillón.
- Eso no tiene importancia, Abel. – Elvira se incorporó y siguió doblando prendas, necesitaba tener las manos ocupadas, tener la mente ocupada, hacer algo, lo que fuese con tal de no derrumbarse ante su esposo.
- Si, sí que la tiene. – Abel se levantó y se acercó a su esposa – Eso es lo único que ahora me importa. – Abel tomó de las manos de Elvira la blusa que ella estaba doblando y la dejó sobre la cama, a continuación depositó un beso en ellas.
- Pues no debería. Abel, por favor, déjame continuar. – Elvira se liberó de las manos de su esposo y se acercó al armario a buscar más prendas. En realidad, lo único que deseaba era no estar tan cerca de él, no sentirle cerca pues temía que él consiguiera hacerla cambiar de opinión.
- Te necesito – Abel se había quedado quieto, no había seguido los pasos de su esposa hacia el armario. Allí, ella se aferró con fuerza al pomo de una de las puertas cuando oyó aquellas palabras y cerró los ojos; había deseado tantas veces que su marido le dijera algo parecido que cuando al final lo oyó, no pudo dar crédito a sus oídos.
- No, no me necesitas, nunca me has necesitado. Necesitabas a tu lado una mujer que te acompañara a cenas importantes, que te avalara en su ascenso social y yo te facilité el camino; pero a mí, a Elvira, jamás la necesitaste. – ella no podía darse la vuelta, no podía enfrentar la mirada de su marido, no podía dejar que él supiera que estaba a punto de llorar.
- Eso no es así, mi amor. - Elvira se estremeció, Abel nunca se había dirigido a su esposa con aquellas palabras y tenía que pronunciarlas precisamente cuando ella estaba decidida a marcharse. – Te necesito, y te necesito a ti. Tal vez no te lo haya dicho antes con frecuencia – el suspiro que escuchó de boca de su mujer le hizo rectificar – o, seguramente no te lo haya dicho nunca, pero te necesito; siempre te he necesitado. Si no hubiera sido por ti yo no sería ahora gobernador, mi carrera política te la debo a ti.
- Abel, no sigas… - Elvira no podía seguir escuchando las palabras de su esposo, no le importaba lo más mínimo su carrera política, de nada les había servido, tan solo los había distanciado un poco más, si ello era posible.
- Si, Elvira, debo seguir; debo decírtelo todo.
- Debes decírmelo todo, descargar su corazón, tu conciencia, pero ¿qué hay de mí, Abel? – la mujer avanzó lentamente hasta colocarse de nuevo frente a su esposo – ¿Acaso merezco esto? ¿Acaso merezco escuchar tu agradecimiento? – Abel estaba desconcertado, no entendía qué era lo que le estaba diciendo su esposa – Nunca quise tu agradecimiento, sabía que nunca conseguiría tu amor, pero soñaba con algo de cariño, con un poco de ternura, con una pizca de calor. – lágrimas comenzaron a surcar las mejillas de Elvira, lágrimas que retiró rápidamente – Intenté formar parte de tu vida, sabía que encontrar a tu hijo era tu única meta en la vida, tu verdadera única ambición y yo deseaba ayudarte, deseaba estar ahí, deseaba formar parte de tu lucha, pero no me dejaste. Te parecerá cruel, pero llegué a desear que no encontraras jamás a tu hijo.
- Elvira, – Abel jamás pensó que su esposa hubiese deseado algo así - ¿cómo puedes decir eso? No puedo creerlo.
- Pues es cierto. Durante años me alegré de cada fracaso en la búsqueda de tu hijo, ¿sabes por qué? – Abel negó con la cabeza y ella continuó – Porque de ese modo seguías a mi lado. Sí, seguías a mi lado, abatido, destrozado, pero conmigo; hasta que me di cuenta de que aquello también era un espejismo, en realidad nunca habías estado conmigo y nunca lo estarías. Tu cuerpo estaba conmigo pero tu mente seguía perdida junto a tu hija y en el momento en que las encontraras a ambas, nuestra vida en común llegaría a su fin. Temía el momento que al fin ha llegado, ya has encontrado a tu hija y yo no tengo cabida en vuestras vidas.
- No digas eso, por favor Elvira. Tan solo te pido unos minutos – la voz del gobernador sonaba suplicante.
- Abel…
- Unos minutos y después permitiré que te vayas, no te detendré; te lo juro.
- Elvira, ¿puedo pasar?
Abel se encontraba en el pasillo, al otro lado de la puerta del dormitorio de su esposa. Tras la marcha de Sara, se había quedado un buen rato en el salón pensando en lo sucedido. Había encontrado a su hija, por fin podía cerrar esa etapa de su vida, esa etapa que no le había dejado vivir durante más de veinte años. Veinte años echados a perder, había vivido por y para buscar un hijo que finalmente no era un hijo sino una hija, había progresado en su carrera tan solo para conseguir más poder y de ese modo tener más oportunidades de lograr su objetivo. Había desatendido a Elvira, una maravillosa mujer que lo había seguido y se había mantenido a su lado a pesar de los desplantes y rechazos, pero a partir de ahora ya podrían ser felices. Iba a dedicar su vida a cuidar de su esposa y de su hija, a darles todo lo que ellas desearan, a disfrutar de la vida en su compañía.
- Elvira, ¿estás ahí? – repitió.
- Si, puedes pasar – escuchó una voz desde el otro lado de la puerta.
- Elvira, ¿qué estás haciendo?
- Vuelvo a Málaga – dijo escuetamente mientras seguía doblando prendas que iba depositando sobre la cama.
- Me abandonas – finalmente su sueño no se iba a cumplir. Había encontrado a su hija, pero había perdido a su esposa.
- Abel, nunca hemos sido un matrimonio al uso. - Elvira dejó lo que estaba haciendo y se sentó en la cama – El otro día te dije que seguiríamos siendo el perfecto matrimonio de cara a la galería y que en casa mantendríamos las formas como dos desconocidos que comparten un mismo techo, pero no puedo. No puedo seguir mintiéndote y mucho menos mintiéndome a mi misma, espero que seas muy feliz con Sara. Has conseguido tu sueño, has encontrado a tu hija y realmente me alegro por ello, pero no puedo seguir compartiendo mis días contigo.
- ¿Ya no me quieres? – preguntó el hombre sentándose en un sillón.
- Eso no tiene importancia, Abel. – Elvira se incorporó y siguió doblando prendas, necesitaba tener las manos ocupadas, tener la mente ocupada, hacer algo, lo que fuese con tal de no derrumbarse ante su esposo.
- Si, sí que la tiene. – Abel se levantó y se acercó a su esposa – Eso es lo único que ahora me importa. – Abel tomó de las manos de Elvira la blusa que ella estaba doblando y la dejó sobre la cama, a continuación depositó un beso en ellas.
- Pues no debería. Abel, por favor, déjame continuar. – Elvira se liberó de las manos de su esposo y se acercó al armario a buscar más prendas. En realidad, lo único que deseaba era no estar tan cerca de él, no sentirle cerca pues temía que él consiguiera hacerla cambiar de opinión.
- Te necesito – Abel se había quedado quieto, no había seguido los pasos de su esposa hacia el armario. Allí, ella se aferró con fuerza al pomo de una de las puertas cuando oyó aquellas palabras y cerró los ojos; había deseado tantas veces que su marido le dijera algo parecido que cuando al final lo oyó, no pudo dar crédito a sus oídos.
- No, no me necesitas, nunca me has necesitado. Necesitabas a tu lado una mujer que te acompañara a cenas importantes, que te avalara en su ascenso social y yo te facilité el camino; pero a mí, a Elvira, jamás la necesitaste. – ella no podía darse la vuelta, no podía enfrentar la mirada de su marido, no podía dejar que él supiera que estaba a punto de llorar.
- Eso no es así, mi amor. - Elvira se estremeció, Abel nunca se había dirigido a su esposa con aquellas palabras y tenía que pronunciarlas precisamente cuando ella estaba decidida a marcharse. – Te necesito, y te necesito a ti. Tal vez no te lo haya dicho antes con frecuencia – el suspiro que escuchó de boca de su mujer le hizo rectificar – o, seguramente no te lo haya dicho nunca, pero te necesito; siempre te he necesitado. Si no hubiera sido por ti yo no sería ahora gobernador, mi carrera política te la debo a ti.
- Abel, no sigas… - Elvira no podía seguir escuchando las palabras de su esposo, no le importaba lo más mínimo su carrera política, de nada les había servido, tan solo los había distanciado un poco más, si ello era posible.
- Si, Elvira, debo seguir; debo decírtelo todo.
- Debes decírmelo todo, descargar su corazón, tu conciencia, pero ¿qué hay de mí, Abel? – la mujer avanzó lentamente hasta colocarse de nuevo frente a su esposo – ¿Acaso merezco esto? ¿Acaso merezco escuchar tu agradecimiento? – Abel estaba desconcertado, no entendía qué era lo que le estaba diciendo su esposa – Nunca quise tu agradecimiento, sabía que nunca conseguiría tu amor, pero soñaba con algo de cariño, con un poco de ternura, con una pizca de calor. – lágrimas comenzaron a surcar las mejillas de Elvira, lágrimas que retiró rápidamente – Intenté formar parte de tu vida, sabía que encontrar a tu hijo era tu única meta en la vida, tu verdadera única ambición y yo deseaba ayudarte, deseaba estar ahí, deseaba formar parte de tu lucha, pero no me dejaste. Te parecerá cruel, pero llegué a desear que no encontraras jamás a tu hijo.
- Elvira, – Abel jamás pensó que su esposa hubiese deseado algo así - ¿cómo puedes decir eso? No puedo creerlo.
- Pues es cierto. Durante años me alegré de cada fracaso en la búsqueda de tu hijo, ¿sabes por qué? – Abel negó con la cabeza y ella continuó – Porque de ese modo seguías a mi lado. Sí, seguías a mi lado, abatido, destrozado, pero conmigo; hasta que me di cuenta de que aquello también era un espejismo, en realidad nunca habías estado conmigo y nunca lo estarías. Tu cuerpo estaba conmigo pero tu mente seguía perdida junto a tu hija y en el momento en que las encontraras a ambas, nuestra vida en común llegaría a su fin. Temía el momento que al fin ha llegado, ya has encontrado a tu hija y yo no tengo cabida en vuestras vidas.
- No digas eso, por favor Elvira. Tan solo te pido unos minutos – la voz del gobernador sonaba suplicante.
- Abel…
- Unos minutos y después permitiré que te vayas, no te detendré; te lo juro.
#708
19/08/2011 11:55
Espero que le dé esos minutos y que después de escucharle, decida quedarse a su lado.
Grcias Roberta
Grcias Roberta
#709
19/08/2011 14:50
Hoy no sé si tendré tiempo así que ahí va, es cortito pero ....
____________________________________________________________________
Elvira regresó de nuevo a sentarse en la cama, tomó aire y se dispuso a escuchar a su marido, quien también había tomado asiento frente a ella. Abel era un gran orador, era capaz de convencer a cualquiera con sus palabras, pero ella jugaba con ventaja, lo conocía y no quería dejarse convencer, no podía dejarse convencer.
- Tienes razón, nunca fui un buen marido, ni siquiera una buena persona, fui terriblemente egoísta al pretender que te casaras conmigo y me siguieras fielmente cuando yo no te traté como merecías; jamás debí haberme casado. – Elvira fue perdiendo la poca esperanza que albergaba su corazón de que su matrimonio tendría un final feliz – Como bien dices mi única ambición era encontrar a mi hijo, a mi hija en realidad, sin importarme el dolor que iba dejando en el camino. Te veía infeliz, pero me escudaba en que antes de casarnos ya te había explicado cuál era mi situación, que nada ni nadie me apartaría de mi objetivo, encontrar a mi hijo. Pero sin darme cuenta, sin quererlo, te metiste en mi vida. Cuando llegamos a este pueblo me di por vencido. Conocí a las señoritas Reeves, a Julieta la hija del alcalde, al teniente Romero, a Roberto Pérez…, eran muchachos y muchachas jóvenes, aproximadamente de la edad que tendría mi hijo, y ya eran adultos; gozaban de las alegrías y las tristezas que la vida les daba, tenían sus ilusiones, sus planes de futuro, lo último que necesitaba alguien de su edad era un viejo que había malgastado su vida y la de la de los demás persiguiendo un imposible, una quimera. – Abel se levantó de su asiento y se asomó a la ventana, la gente cruzaba la plaza, hablaba animadamente, la vida seguía con normalidad mientras su mundo se derrumbaba entre aquellas cuatro paredes - Me dejé involucrar por las Reeves y el teniente Romero en su deseo de demostrar todos los abusos del capitán Olmedo. Pensé que aquella nueva ilusión me ayudaría a olvidar la búsqueda de un hijo que no sabría nada de mí, que seguramente habría sido criado por una buena familia que le dio todo lo que a mi no me permitieron darle. Por fin comprendí que, si lo encontraba, no podría obligarle a aceptarme y mucho menos tenía derecho a cambiar su vida, poniendo en conocimiento detalles tan dolorosos. Elvira, deseé que entre nosotros no todo estuviese acabado, que al menos quedase un mínimo de ilusión, una esperanza a la que aferrarnos, un punto de partida, una excusa para seguir adelante juntos. – Abel se giró para mirar a su esposa, ella seguía sentada en la cama, con la mirada baja y las manos entrelazadas sobre el regazo – Cuando hoy Sara nos confesó que ella era mi hija y nos contó su historia me embargó la alegría, ¿sabes por qué? – Elvira levantó la vista, lo miró a los ojos e hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
- Porque al fin se había cumplido tu sueño, la habías encontrado. – dijo ella tristemente volviendo a bajar la mirada.
- Si, pero no solo por eso, sino porque pensaba y deseaba que los tres pudiésemos al fin disfrutar de una familia unida. – Abel se arrodilló frente a su esposa – Elvira, tú siempre has formado parte de mis sueños de futuro, cuando pensaba en encontrar a mi hijo te veía a mi lado, apoyándome, disfrutando de nuestra merecida felicidad. Elvira, no puedo plantearme una vida sin ti, no quiero plantearme una vida sin ti.
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Elvira regresó de nuevo a sentarse en la cama, tomó aire y se dispuso a escuchar a su marido, quien también había tomado asiento frente a ella. Abel era un gran orador, era capaz de convencer a cualquiera con sus palabras, pero ella jugaba con ventaja, lo conocía y no quería dejarse convencer, no podía dejarse convencer.
- Tienes razón, nunca fui un buen marido, ni siquiera una buena persona, fui terriblemente egoísta al pretender que te casaras conmigo y me siguieras fielmente cuando yo no te traté como merecías; jamás debí haberme casado. – Elvira fue perdiendo la poca esperanza que albergaba su corazón de que su matrimonio tendría un final feliz – Como bien dices mi única ambición era encontrar a mi hijo, a mi hija en realidad, sin importarme el dolor que iba dejando en el camino. Te veía infeliz, pero me escudaba en que antes de casarnos ya te había explicado cuál era mi situación, que nada ni nadie me apartaría de mi objetivo, encontrar a mi hijo. Pero sin darme cuenta, sin quererlo, te metiste en mi vida. Cuando llegamos a este pueblo me di por vencido. Conocí a las señoritas Reeves, a Julieta la hija del alcalde, al teniente Romero, a Roberto Pérez…, eran muchachos y muchachas jóvenes, aproximadamente de la edad que tendría mi hijo, y ya eran adultos; gozaban de las alegrías y las tristezas que la vida les daba, tenían sus ilusiones, sus planes de futuro, lo último que necesitaba alguien de su edad era un viejo que había malgastado su vida y la de la de los demás persiguiendo un imposible, una quimera. – Abel se levantó de su asiento y se asomó a la ventana, la gente cruzaba la plaza, hablaba animadamente, la vida seguía con normalidad mientras su mundo se derrumbaba entre aquellas cuatro paredes - Me dejé involucrar por las Reeves y el teniente Romero en su deseo de demostrar todos los abusos del capitán Olmedo. Pensé que aquella nueva ilusión me ayudaría a olvidar la búsqueda de un hijo que no sabría nada de mí, que seguramente habría sido criado por una buena familia que le dio todo lo que a mi no me permitieron darle. Por fin comprendí que, si lo encontraba, no podría obligarle a aceptarme y mucho menos tenía derecho a cambiar su vida, poniendo en conocimiento detalles tan dolorosos. Elvira, deseé que entre nosotros no todo estuviese acabado, que al menos quedase un mínimo de ilusión, una esperanza a la que aferrarnos, un punto de partida, una excusa para seguir adelante juntos. – Abel se giró para mirar a su esposa, ella seguía sentada en la cama, con la mirada baja y las manos entrelazadas sobre el regazo – Cuando hoy Sara nos confesó que ella era mi hija y nos contó su historia me embargó la alegría, ¿sabes por qué? – Elvira levantó la vista, lo miró a los ojos e hizo un gesto afirmativo con la cabeza.
- Porque al fin se había cumplido tu sueño, la habías encontrado. – dijo ella tristemente volviendo a bajar la mirada.
- Si, pero no solo por eso, sino porque pensaba y deseaba que los tres pudiésemos al fin disfrutar de una familia unida. – Abel se arrodilló frente a su esposa – Elvira, tú siempre has formado parte de mis sueños de futuro, cuando pensaba en encontrar a mi hijo te veía a mi lado, apoyándome, disfrutando de nuestra merecida felicidad. Elvira, no puedo plantearme una vida sin ti, no quiero plantearme una vida sin ti.
#710
19/08/2011 15:00
Roberta gracias por brindarnos la escena entre Elvira y Abel que los guionistas nos negaron.
Yo era superfan de Elvira y me hubiera gustado verla feliz con su marido.
Yo era superfan de Elvira y me hubiera gustado verla feliz con su marido.
#711
19/08/2011 15:10
¿Feliz? ¿Tú has leido bien, querido burrito?
Elvira está preparando las maletas y yo siempre he dicho que tengo alma de lionista..., juas, juas, juas
Elvira está preparando las maletas y yo siempre he dicho que tengo alma de lionista..., juas, juas, juas
#712
19/08/2011 17:39
Roberto que tu alma de lionista haga que todos tengan final feliz porfa...........
como dice morales "que bonito es el amor"
como dice morales "que bonito es el amor"
#713
22/08/2011 03:46
Que me gusta tu historia Roberta!! gracias por seguir!!!
#714
22/08/2011 06:17
Ya he conseguido ponerme al día, Roberta.
Maravilloso tu relato, como siempre, muchas gracias.
Besos.
Maravilloso tu relato, como siempre, muchas gracias.
Besos.
#715
22/08/2011 18:58
Otra que se pone al día que llevaba unos días sin leerte.
#716
22/08/2011 19:22
¡Qué días más complicados! ¡No hay tiempo para nada!
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Capítulo 54
La velada transcurrió en la posada de la Maña sin más sorpresas, animadamente siguieron comentando las novedades que Sara les había contado y todos estuvieron de acuerdo en que lo más sensato era hablar con Abel antes de dar cualquier paso en falso.
- Yo ya me retiro, – dijo Roberto levantándose de su asiento – ha sido un día muy duro y ya es muy tarde.
- Si, hablando y hablando se nos ha hecho muy tarde, ya es hora de acostarse. – dijo Sara con tono indiferente, aunque Natalia sabía de sobra que sus palabras escondían segundas intenciones – Buenas noches, Roberto.
- Buenas noches – dijo el joven, quien antes de irse miró a Natalia una vez más.
- Ha sido una velada muy agradable. – dijo Miguel. La despedida de Sara a Roberto le sonó extraña, y la posterior mirada de Natalia a su prima le confirmó que entre aquellos tres había algo que él no llegaba a comprender. - Creo que en toda mi vida no había hablado con Roberto tanto como esta noche.
- Si, tienes razón, ha sido muy agradable; creo que Roberto a su llegada ha descrito la situación muy bien, hemos estado en familia – Sara no dejaba de soltar indirectas a su prima para ver si ésta se decidía a hablar claro frente a Miguel.
- Creo que yo también me voy a retirar. Buenas noches. – Natalia se sentía incómoda ante las palabras de su prima, ¿no podía ésta darse cuenta de que si no habían dicho nada por el momento era porque aún no deseaban hacerlo público?
- Buenas noches, Natalia – dijo Miguel levantándose de su asiento.
- Buenas noches, prima. Que descanses y tengas dulces sueños.
- Sara, ¿estás bien? – Miguel se quedó mirando a su novia mientras ella seguía con la mirada a su prima que se retiraba escaleras arriba.
- Si, ¿por qué lo dices? – Sara miró a Miguel a los ojos y sonrió.
- Porque creo conocerte y me temo que detrás de esa sonrisa hay algo más – Miguel tomó una de las manos de Sara y se la llevó a los labios. En la cabeza de Sara había en aquellos momentos un montón de ideas e historias: Natalia y Roberto, el Chato, Abel y Elvira, Olmedo… - ¿Estás preocupada por tu padre y doña Elvira?
- Sí, lo cierto es que sí. Por nada del mundo desearía causarles daño a ninguno de los dos. – Sara dudaba si contarle a Miguel sus miedos – El día que descubrí que Abel Hermida era mi padre no os lo conté todo. – Miguel apretó sus manos animándola a que siguiera – Os conté que oí hablar a mi padre y a su esposa y que así descubrí que él era mi padre, pero no os conté el resto de la conversación.
- Comprendo que no quisieras hablar de una conversación que escuchaste a escondidas…
- Doña Elvira va a abandonarle. – dijo Sara escuetamente.
- ¿Por qué piensas eso? – preguntó Miguel.
- Escuché cómo le decía que seguirían aparentando ser un matrimonio feliz ante los demás, pero que de puertas hacia adentro serían dos desconocidos. Miguel…, así no se puede vivir. – Sara estaba realmente angustiada – Y todo es por mi culpa.
- No digas eso, tú no tienes culpa de nada. – Miguel soltó las manos de Sara y tomó su rostro entre ellas – No puedes hacerte responsable de que un matrimonio no funcione.
- Pero no funciona por mi causa. Mi padre ha desatendido a doña Elvira porque para él encontrarme era lo primordial – Sara había comenzado a llorar.
- No puedes responsabilizarte de la acciones de los demás. Sara, mírame; tu no eres culpable de nada, tan solo eres una víctima más. Son personas adultas, llevan muchos años casados y tú no puedes sentirte responsable de una situación como esa. Mi amor, puedes hablar con ellos, preocuparte por su situación, pero tan solo ellos pueden decidir si merece la pena seguir adelante o no.
- Tienes razón, pero no puedo evitar sentirme mal por ellos.
- Lo sé; anda, no llores más, que la gente va a pensar que no te trato bien. – dijo Miguel sonriendo - ¿Me vas a explicar a qué ha venido el modo en el que te has comportado hoy con Roberto? – comentó cambiando de tema.
- ¿Estás celoso?
- No, no estoy celoso; estoy intrigado. – era cierto, Miguel estaba intrigado ante la forma en la que su novia se había comportado durante la cena tanto con Roberto como con Natalia – Cuando comenzaste a hablar de nuestros planes sobre el capitán Olmedo, me apretaste la mano haciéndome ver que todo estaba bien a pesar de que tu padre nos había pedido discreción y ahora, tras la marcha de Roberto, te has dirigido a Natalia de una forma muy extraña.
- ¿Tú crees? – Sara dudaba si poner en conocimiento de Miguel la relación que su prima y Roberto mantenían. Sabía que eran ellos los que debían dar el paso de hacer pública su relación, pero estaba tan feliz por ellos que necesitaba compartir la noticia con alguien.
- No lo creo, estoy seguro.
- ¿No crees que hacen buena pareja? – Sara se decidió a hablar.
- ¿Quiénes?
- ¿Quiénes van a ser? Natalia y Roberto – dijo Sara impaciente.
- No lo sé, lo cierto es que no me he fijado. Pero de todos modos, no quiero que te metas a casamentera, si debe surgir el amor entre ellos surgirá, no hay que forzar los acontecimientos.
- No me has entendido, Miguel. – Sara sonreía feliz – No va a surgir nada entre ellos porque ya ha surgido. Se quieren. No había visto a Natalia tan feliz en toda mi vida, se ha enamorado y, gracias a Dios, su amor es plenamente correspondido.
- ¿Estás segura de ello? – preguntó Miguel. En aquellas semanas había tomado cariño a Natalia, no solo porque fuera prima de Sara, sino porque era una mujer que se hacía querer. Le había sorprendido gratamente la fuerza y la entereza con la que se enfrentó al ataque de Villa, también le agradó el hecho de que ayudara a Sara en la imprenta y a Flor con la escuela. Era una mujer digna de admirar, pero le intrigaba que se hubiera enamorado de Roberto, un simple jornalero, cuando ella era una mujer de la alta sociedad y estaría acostumbrada a otro tipo de compañías. Miguel no tenía nada en contra de Roberto, la rivalidad que habían mantenido por el amor de Sara estaba ya olvidada y tenía a Roberto por un hombre serio y responsable de sus actos.
- Completamente segura, la misma Natalia me lo ha dicho. De todos modos, yo ya me había dado cuenta de que entre ellos había algo. ¿Por qué pones esa cara? – el gesto que puso Miguel al escuchar sus palabras la disgustó.
- Son muy diferentes. ¿Crees que esa relación que dices que mantienen acabará bien? – estaba preocupado por ambos, los apreciaba y no quería verlos sufrir.
- Todo depende de ellos. Tan solo tienen que anteponer su amor a todo lo demás, olvidarse del qué dirán, de las opiniones de los demás, de los prejuicios sociales, de las envidias; tan solo tienen que preocuparse del otro, amarse y ser felices. – Sara apretó la mano de Miguel tal y como había hecho durante la cena – Por eso involucré a Roberto en la conversación y en nuestros planes, para hacerles ver a ambos que él es de la familia, que acepto plenamente su relación y que les deseo que su amor sea tan fuerte como el nuestro.
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Capítulo 54
La velada transcurrió en la posada de la Maña sin más sorpresas, animadamente siguieron comentando las novedades que Sara les había contado y todos estuvieron de acuerdo en que lo más sensato era hablar con Abel antes de dar cualquier paso en falso.
- Yo ya me retiro, – dijo Roberto levantándose de su asiento – ha sido un día muy duro y ya es muy tarde.
- Si, hablando y hablando se nos ha hecho muy tarde, ya es hora de acostarse. – dijo Sara con tono indiferente, aunque Natalia sabía de sobra que sus palabras escondían segundas intenciones – Buenas noches, Roberto.
- Buenas noches – dijo el joven, quien antes de irse miró a Natalia una vez más.
- Ha sido una velada muy agradable. – dijo Miguel. La despedida de Sara a Roberto le sonó extraña, y la posterior mirada de Natalia a su prima le confirmó que entre aquellos tres había algo que él no llegaba a comprender. - Creo que en toda mi vida no había hablado con Roberto tanto como esta noche.
- Si, tienes razón, ha sido muy agradable; creo que Roberto a su llegada ha descrito la situación muy bien, hemos estado en familia – Sara no dejaba de soltar indirectas a su prima para ver si ésta se decidía a hablar claro frente a Miguel.
- Creo que yo también me voy a retirar. Buenas noches. – Natalia se sentía incómoda ante las palabras de su prima, ¿no podía ésta darse cuenta de que si no habían dicho nada por el momento era porque aún no deseaban hacerlo público?
- Buenas noches, Natalia – dijo Miguel levantándose de su asiento.
- Buenas noches, prima. Que descanses y tengas dulces sueños.
- Sara, ¿estás bien? – Miguel se quedó mirando a su novia mientras ella seguía con la mirada a su prima que se retiraba escaleras arriba.
- Si, ¿por qué lo dices? – Sara miró a Miguel a los ojos y sonrió.
- Porque creo conocerte y me temo que detrás de esa sonrisa hay algo más – Miguel tomó una de las manos de Sara y se la llevó a los labios. En la cabeza de Sara había en aquellos momentos un montón de ideas e historias: Natalia y Roberto, el Chato, Abel y Elvira, Olmedo… - ¿Estás preocupada por tu padre y doña Elvira?
- Sí, lo cierto es que sí. Por nada del mundo desearía causarles daño a ninguno de los dos. – Sara dudaba si contarle a Miguel sus miedos – El día que descubrí que Abel Hermida era mi padre no os lo conté todo. – Miguel apretó sus manos animándola a que siguiera – Os conté que oí hablar a mi padre y a su esposa y que así descubrí que él era mi padre, pero no os conté el resto de la conversación.
- Comprendo que no quisieras hablar de una conversación que escuchaste a escondidas…
- Doña Elvira va a abandonarle. – dijo Sara escuetamente.
- ¿Por qué piensas eso? – preguntó Miguel.
- Escuché cómo le decía que seguirían aparentando ser un matrimonio feliz ante los demás, pero que de puertas hacia adentro serían dos desconocidos. Miguel…, así no se puede vivir. – Sara estaba realmente angustiada – Y todo es por mi culpa.
- No digas eso, tú no tienes culpa de nada. – Miguel soltó las manos de Sara y tomó su rostro entre ellas – No puedes hacerte responsable de que un matrimonio no funcione.
- Pero no funciona por mi causa. Mi padre ha desatendido a doña Elvira porque para él encontrarme era lo primordial – Sara había comenzado a llorar.
- No puedes responsabilizarte de la acciones de los demás. Sara, mírame; tu no eres culpable de nada, tan solo eres una víctima más. Son personas adultas, llevan muchos años casados y tú no puedes sentirte responsable de una situación como esa. Mi amor, puedes hablar con ellos, preocuparte por su situación, pero tan solo ellos pueden decidir si merece la pena seguir adelante o no.
- Tienes razón, pero no puedo evitar sentirme mal por ellos.
- Lo sé; anda, no llores más, que la gente va a pensar que no te trato bien. – dijo Miguel sonriendo - ¿Me vas a explicar a qué ha venido el modo en el que te has comportado hoy con Roberto? – comentó cambiando de tema.
- ¿Estás celoso?
- No, no estoy celoso; estoy intrigado. – era cierto, Miguel estaba intrigado ante la forma en la que su novia se había comportado durante la cena tanto con Roberto como con Natalia – Cuando comenzaste a hablar de nuestros planes sobre el capitán Olmedo, me apretaste la mano haciéndome ver que todo estaba bien a pesar de que tu padre nos había pedido discreción y ahora, tras la marcha de Roberto, te has dirigido a Natalia de una forma muy extraña.
- ¿Tú crees? – Sara dudaba si poner en conocimiento de Miguel la relación que su prima y Roberto mantenían. Sabía que eran ellos los que debían dar el paso de hacer pública su relación, pero estaba tan feliz por ellos que necesitaba compartir la noticia con alguien.
- No lo creo, estoy seguro.
- ¿No crees que hacen buena pareja? – Sara se decidió a hablar.
- ¿Quiénes?
- ¿Quiénes van a ser? Natalia y Roberto – dijo Sara impaciente.
- No lo sé, lo cierto es que no me he fijado. Pero de todos modos, no quiero que te metas a casamentera, si debe surgir el amor entre ellos surgirá, no hay que forzar los acontecimientos.
- No me has entendido, Miguel. – Sara sonreía feliz – No va a surgir nada entre ellos porque ya ha surgido. Se quieren. No había visto a Natalia tan feliz en toda mi vida, se ha enamorado y, gracias a Dios, su amor es plenamente correspondido.
- ¿Estás segura de ello? – preguntó Miguel. En aquellas semanas había tomado cariño a Natalia, no solo porque fuera prima de Sara, sino porque era una mujer que se hacía querer. Le había sorprendido gratamente la fuerza y la entereza con la que se enfrentó al ataque de Villa, también le agradó el hecho de que ayudara a Sara en la imprenta y a Flor con la escuela. Era una mujer digna de admirar, pero le intrigaba que se hubiera enamorado de Roberto, un simple jornalero, cuando ella era una mujer de la alta sociedad y estaría acostumbrada a otro tipo de compañías. Miguel no tenía nada en contra de Roberto, la rivalidad que habían mantenido por el amor de Sara estaba ya olvidada y tenía a Roberto por un hombre serio y responsable de sus actos.
- Completamente segura, la misma Natalia me lo ha dicho. De todos modos, yo ya me había dado cuenta de que entre ellos había algo. ¿Por qué pones esa cara? – el gesto que puso Miguel al escuchar sus palabras la disgustó.
- Son muy diferentes. ¿Crees que esa relación que dices que mantienen acabará bien? – estaba preocupado por ambos, los apreciaba y no quería verlos sufrir.
- Todo depende de ellos. Tan solo tienen que anteponer su amor a todo lo demás, olvidarse del qué dirán, de las opiniones de los demás, de los prejuicios sociales, de las envidias; tan solo tienen que preocuparse del otro, amarse y ser felices. – Sara apretó la mano de Miguel tal y como había hecho durante la cena – Por eso involucré a Roberto en la conversación y en nuestros planes, para hacerles ver a ambos que él es de la familia, que acepto plenamente su relación y que les deseo que su amor sea tan fuerte como el nuestro.
#717
22/08/2011 20:18
"Que su amor sea tan fuerte como el nuestro"...................
Roberta, me dejas sin palabras de nuevo.
Roberta, me dejas sin palabras de nuevo.
#718
23/08/2011 11:24
Roberta
#719
23/08/2011 11:33
Muy bien Roberta.
Y Muy bien Sara contándole a Miguel que su prima y Roberto están enamorados.
Y es que Roberto y Natalia hacen una pareja excelente
Y Muy bien Sara contándole a Miguel que su prima y Roberto están enamorados.
Y es que Roberto y Natalia hacen una pareja excelente
#720
23/08/2011 18:18
Genial Roberta... genial!!