Foro Bandolera
Como no me gusta la historia... voy y la cambio (Natalia y Roberto)
#0
27/04/2011 20:02
Como estoy bastante aburrida de que me tengan a Roberto entre rejas, aunque sean las rejas de cartón piedra del cuartel de Arazana, y de que nadie (excepto San Miguel) intente hacer nada... pues voy y lo saco yo misma.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
_____________________________________________________________________________
Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
Y como la historia parece que va dos pasitos pa´lante y tres pa´trás, pues voy y la cambio a mi gusto.
Y como a mi el que me gusta es el Rober... pues también cambio la historia.
Creo que me he metio en un ebolao del que no voy a saber salir pero bueno, todo sea por dar ideas a los guionistas de nuestros amores. Ya me direis...
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Capítulo 1
Parecía un sitio tranquilo, alejado del camino, seguro que por allí no pasaba gente con regularidad. La hierba que tapizaba la orilla del río era alta y estaba sin pisar así que decidió desmontar y descansar unos minutos.
- No puedo estar ya muy lejos de ese maldito pueblo. ¿Es que no había un lugar más perdido donde esconderte Sara?- dijo en voz alta mientras ataba el caballo a uno de los árboles que extendían sus ramas sobre el agua.
Mientras estiraba los músculos, agarrotados después de tan larga jornada a caballo, vio su reflejo en el remanso que el río formaba a pocos metros de allí. Miró hacia ambos lados y, al no ver a nadie y comprobar que el caballo se alimentaba tranquilamente, sonrió y comenzó a despojarse de sus vestimentas hasta quedar en ropa interior. Se adentró en el agua hasta que ésta le llegó hasta la cintura, entonces extendió los brazos y se dejó caer hacia atrás. Movía los brazos y las piernas lo indispensable para no alejarse demasiado de la orilla y mantenerse a flote, sintiendo cómo la corriente masajeaba su cuerpo. Sabía que la ropa que aún llevaba puesta, al mojarse, dejaría al descubierto las formas de su cuerpo, pero le daba igual, además, sería demasiada casualidad que alguien pasara por allí en ese momento.
#661
04/08/2011 23:42
Un poquito más... Esto de las vacaciones me tiene totalmente descolocada, no sé ni en que hora vivo. Lamento haberos dejado colgadas ayer.
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Capítulo 45
- Te dije que no debíamos haber ido a las tierras de Roberto Pérez. – Margarita seguía nerviosa tras el encuentro con el bandolero – Ha sido una temeridad alejarnos de la alameda, no quiero que volvamos a alejarnos del pueblo. Eugenia, ¿me estás escuchando?
- ¿Decías algo?
Eugenia permanecía absorta en sus pensamientos, no podía dejar de pensar en el hombre que la había salvado, que se había arriesgado por ella. Seguía recordando su mirada, que era lo poco que estaba a la vista de su rostro. Se trataba de un hombre joven y fuerte, la había manejado con facilidad, sin esfuerzo; pero sus ojos eran muy tristes, eran los ojos de una persona que había vivido demasiado, que había sufrido, eran los ojos de una persona a la que ya no asustaba ni conmovía nada.
- Sí, Eugenia. Te decía que no debemos volver por ese lugar, además hay que contarle a tu padre lo que nos ha sucedido.
- No – Eugenia salió de se ensimismamiento. – No es necesario que lo preocupemos por una imprudencia mía, no debí haber espoleado al caballo.
- No me refiero solo a lo del caballo, Eugenia. – Margarita no podía quitarse de la mente la imagen de aquel hombre – Aquel hombre… es uno de los que me secuestró, estoy segura. – Margarita comenzó a llorar de miedo.
- No Margarita, no puede ser. Estabas presente y has podido ver que ha sido muy amable con nosotras y no nos ha hecho ningún daño, si fuera alguno de los bandoleros que tú dices nos habría asaltado.
- Estoy segura, Eugenia. – Margarita detuvo el caballo para atraer la atención de su amiga – Ese hombre es uno de los bandoleros que me secuestraron, el que más cruel fue conmigo además, lo sé, estoy segura de ello, puedo sentirlo; créeme, por favor.
- Margarita – Eugenia se acercó a su amiga, se inclino en su montura y la tomó la mano – está bien, tranquilízate, no volveremos a pasear por allí, pero es mejor no decirle nada a mi padre, no quiero que se asuste. ¿De acuerdo?
Margarita asintió y juntas continuaron su camino. Eugenia acompañó a Margarita hasta su casa y se despidió de ella hasta el día siguiente con la promesa de que no se alejarían de la alameda. En su camino a la hacienda, Eugenia siguió pensando en lo que Margarita había dicho, seguramente su amiga estaba en lo cierto y aquel hombre era uno de los bandoleros que la secuestraron. Durante todo el tiempo había permanecido con la cara tapada por un pañuelo y evitando que Margarita pudiera verlo directamente, pero si realmente era un delincuente ¿por qué no las había asaltado? ¿por qué la había salvado para a continuación desaparecer tan rápido como había aparecido?
- Eugenia, Eugenia…
- Perdona, Álvaro, no te había visto. – dijo la joven al percatarse de la presencia de su hermano.
- ¿De dónde vienes?
- De pasear con Margarita – el rostro de Álvaro se entristeció; hacía meses que su relación con Margarita había acabado, pero no había podido olvidarla, más bien al contrario, la echaba de menos.
Álvaro se había acostumbrado a tener todo aquello que deseaba con tan solo pedirlo para después dejarlo abandonado cuando se aburría o se cansaba de ello. Así había sido con los juguetes siendo niño y después con su relación con Margarita. Conocía a la joven de toda la vida, había pasado de ser la hija de unos amigos de sus padres a ser la mejor amiga de su hermana; dado que era la única señorita a su altura en la región, a todos les pareció lo más lógico y normal que entablaran una relación sentimental. El carácter dócil y sencillo de Margarita le fue muy conveniente, tenía a una señorita para pasear y ser visto con la que esperaba contraer matrimonio a su tiempo y frecuentaba la posada de la Maña para dar rienda suelta a sus necesidades e instintos. Sin embargo, desde que Margarita había roto su compromiso a causa de su indiferencia y su abandono, sentía que algo le faltaba y ese sentimiento se hacía más patente cuando Margarita visitaba a Eugenia o cuando su hermana hablaba sobre ella con Martina o don Germán.
- Álvaro, ¿estás bien? – preguntó Eugenia al darse cuenta de que su hermano no la escuchaba.
- Si, muy bien. Vamos a la casa, ya va a ser hora de comer.
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Capítulo 45
- Te dije que no debíamos haber ido a las tierras de Roberto Pérez. – Margarita seguía nerviosa tras el encuentro con el bandolero – Ha sido una temeridad alejarnos de la alameda, no quiero que volvamos a alejarnos del pueblo. Eugenia, ¿me estás escuchando?
- ¿Decías algo?
Eugenia permanecía absorta en sus pensamientos, no podía dejar de pensar en el hombre que la había salvado, que se había arriesgado por ella. Seguía recordando su mirada, que era lo poco que estaba a la vista de su rostro. Se trataba de un hombre joven y fuerte, la había manejado con facilidad, sin esfuerzo; pero sus ojos eran muy tristes, eran los ojos de una persona que había vivido demasiado, que había sufrido, eran los ojos de una persona a la que ya no asustaba ni conmovía nada.
- Sí, Eugenia. Te decía que no debemos volver por ese lugar, además hay que contarle a tu padre lo que nos ha sucedido.
- No – Eugenia salió de se ensimismamiento. – No es necesario que lo preocupemos por una imprudencia mía, no debí haber espoleado al caballo.
- No me refiero solo a lo del caballo, Eugenia. – Margarita no podía quitarse de la mente la imagen de aquel hombre – Aquel hombre… es uno de los que me secuestró, estoy segura. – Margarita comenzó a llorar de miedo.
- No Margarita, no puede ser. Estabas presente y has podido ver que ha sido muy amable con nosotras y no nos ha hecho ningún daño, si fuera alguno de los bandoleros que tú dices nos habría asaltado.
- Estoy segura, Eugenia. – Margarita detuvo el caballo para atraer la atención de su amiga – Ese hombre es uno de los bandoleros que me secuestraron, el que más cruel fue conmigo además, lo sé, estoy segura de ello, puedo sentirlo; créeme, por favor.
- Margarita – Eugenia se acercó a su amiga, se inclino en su montura y la tomó la mano – está bien, tranquilízate, no volveremos a pasear por allí, pero es mejor no decirle nada a mi padre, no quiero que se asuste. ¿De acuerdo?
Margarita asintió y juntas continuaron su camino. Eugenia acompañó a Margarita hasta su casa y se despidió de ella hasta el día siguiente con la promesa de que no se alejarían de la alameda. En su camino a la hacienda, Eugenia siguió pensando en lo que Margarita había dicho, seguramente su amiga estaba en lo cierto y aquel hombre era uno de los bandoleros que la secuestraron. Durante todo el tiempo había permanecido con la cara tapada por un pañuelo y evitando que Margarita pudiera verlo directamente, pero si realmente era un delincuente ¿por qué no las había asaltado? ¿por qué la había salvado para a continuación desaparecer tan rápido como había aparecido?
- Eugenia, Eugenia…
- Perdona, Álvaro, no te había visto. – dijo la joven al percatarse de la presencia de su hermano.
- ¿De dónde vienes?
- De pasear con Margarita – el rostro de Álvaro se entristeció; hacía meses que su relación con Margarita había acabado, pero no había podido olvidarla, más bien al contrario, la echaba de menos.
Álvaro se había acostumbrado a tener todo aquello que deseaba con tan solo pedirlo para después dejarlo abandonado cuando se aburría o se cansaba de ello. Así había sido con los juguetes siendo niño y después con su relación con Margarita. Conocía a la joven de toda la vida, había pasado de ser la hija de unos amigos de sus padres a ser la mejor amiga de su hermana; dado que era la única señorita a su altura en la región, a todos les pareció lo más lógico y normal que entablaran una relación sentimental. El carácter dócil y sencillo de Margarita le fue muy conveniente, tenía a una señorita para pasear y ser visto con la que esperaba contraer matrimonio a su tiempo y frecuentaba la posada de la Maña para dar rienda suelta a sus necesidades e instintos. Sin embargo, desde que Margarita había roto su compromiso a causa de su indiferencia y su abandono, sentía que algo le faltaba y ese sentimiento se hacía más patente cuando Margarita visitaba a Eugenia o cuando su hermana hablaba sobre ella con Martina o don Germán.
- Álvaro, ¿estás bien? – preguntó Eugenia al darse cuenta de que su hermano no la escuchaba.
- Si, muy bien. Vamos a la casa, ya va a ser hora de comer.
#662
05/08/2011 00:00
Me quedo muerta si ahora resulta que Alvarito se ha dado cuenta de que está enamorado de Margarita. jajaja. que sufra y que se aguante. Que Margarita es demasiado para él. Sigue en cuanto puedas, Roberta.
#663
05/08/2011 22:56
Un poco más....
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- ¡Mecagüen mi estampa! – El Chato estaba furioso, aquel día todo le salía mal. Las Reeves le habían hecho recordar su soledad, la verdad de su día a día. La banda de Carranza ya no existía, él estaba solo y la vida como bandolero era cada vez más dura y difícil. Y más tarde, no había sido capaz de asaltar a dos débiles mujercillas, más bien todo lo contrario, había terminado comportándose como un héroe. ¿Dónde se había visto que un bandolero anduviese salvando gente en lugar de asaltarla?
- ¡Señó don Chato, señó don Chato!
- Lo que me faltaba para completar el día… ¿Qué quieres alelao?
- Señor don Chato, le estaba diciendo yo a mi querido Mantecao – comenzó a decir Rafaelín apareciendo tras unos árboles – que e uzté un híroe. Cómo corría uzté en su caballo, tras la sita Ugenia.
- ¿Qué estas diciendo tontaina?
- Po, po ezo, señó don Chato. Quel Mantecao y yo lemos vizto cuando salvaba a la sita Ugenia de cairse del caballo. – Rafaelín parecía saber todo lo que ocurría en la sierra y había visto como el Chato salvaba a Eugenia.
- Yo no he salvado a nadie, te lo habrás imaginado. – el Chato se sentía incómodo ante las palabras de Rafaelín.
- Lo custé diga, señó don Chato. – Rafaelín levantó las manos en señal de aceptación de las palabras del Chato y siguió hablando - ¿Cuándo vamos a atacá de nuevo, señó don Chato? El cuelvo negro de Sierra Morena eztá dizpueztisisíííííímo a asaltá algún cargamento.
- No vamos a atacar a nadie. Ya no hay banda.
- ¿Cocococómo e ezo de que ya no hay banda? ¿Cómo vamo a sé unos bandoleros zin banda? – preguntó Rafaelín.
- No se puede ser un bandolero sin banda, esta mañana estuvo la jefa en la cueva y me dijo que ya no había banda, que es muy peligroso, que solo es cuestión de tiempo el que la Guardia Civil nos atrape – según iba pronunciando las palabras, el Chato se daba cuenta de la verdad que encerraban.
- Y, y, y, y, y, ¿qué vamo a hacé? – preguntó Rafaelín
- Tú seguir como hasta ahora, y yo… yo no sé – el Chato no tenía la menor idea de qué iba a hacer con su vida.
- Pue uzté, irse a viví como el Marqué, ooooo, o como el señó Marciá.
- No digas tonterías, hay carteles con mi cara por todos los pueblos de la comarca. Me trincarían los civiles enseguida.
- Pos haga uzté como laz alimañaz y los animalicos… - explicó Rafaelín.
- ¿Qué? – preguntó el Chato cansado ya de la conversación.
- Cuando laz alimañaz quieren coger a zu preza, sesconden, - Rafaelín hablaba cada vez en voz más baja, acercándose al Chato - se disfrazan, cámbian zu apariencia y entonces… - Rafaelín había conseguido captar la atención del Chato, quien también se había acercado a Rafaelín - ¡Zas! Zaltan sobre ella y ze la comen. – Rafaelín había acompañado a sus palabras con una palmada y el Chato saltó hacia atrás impresionado.
- ¡Alelao! Menudo susto me has dado – el Chato empujó a Rafaelín – No digas tonterías, yo no soy una alimaña. – El Chato se dio la vuelta y montó de nuevo en su caballo, alejándose de Rafaelín y Mantecao, pero las palabras del muchacho le acompañaron. Disfrazarse, cambiar de apariencia, ser otro, esa podía ser la solución; era lo mismo que hacían cuando asaltaban a los viajeros, se escondían, se cubrían la cara… pero para qué, a dónde iba a ir, tan solo sabía robar, asaltar, cometer delitos. Aún así, detuvo su caballo y se giró para poder gritarle a Rafaelín: - ¡Rafaelín, dile a la jefa que mañana venga a la cueva!
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- ¡Mecagüen mi estampa! – El Chato estaba furioso, aquel día todo le salía mal. Las Reeves le habían hecho recordar su soledad, la verdad de su día a día. La banda de Carranza ya no existía, él estaba solo y la vida como bandolero era cada vez más dura y difícil. Y más tarde, no había sido capaz de asaltar a dos débiles mujercillas, más bien todo lo contrario, había terminado comportándose como un héroe. ¿Dónde se había visto que un bandolero anduviese salvando gente en lugar de asaltarla?
- ¡Señó don Chato, señó don Chato!
- Lo que me faltaba para completar el día… ¿Qué quieres alelao?
- Señor don Chato, le estaba diciendo yo a mi querido Mantecao – comenzó a decir Rafaelín apareciendo tras unos árboles – que e uzté un híroe. Cómo corría uzté en su caballo, tras la sita Ugenia.
- ¿Qué estas diciendo tontaina?
- Po, po ezo, señó don Chato. Quel Mantecao y yo lemos vizto cuando salvaba a la sita Ugenia de cairse del caballo. – Rafaelín parecía saber todo lo que ocurría en la sierra y había visto como el Chato salvaba a Eugenia.
- Yo no he salvado a nadie, te lo habrás imaginado. – el Chato se sentía incómodo ante las palabras de Rafaelín.
- Lo custé diga, señó don Chato. – Rafaelín levantó las manos en señal de aceptación de las palabras del Chato y siguió hablando - ¿Cuándo vamos a atacá de nuevo, señó don Chato? El cuelvo negro de Sierra Morena eztá dizpueztisisíííííímo a asaltá algún cargamento.
- No vamos a atacar a nadie. Ya no hay banda.
- ¿Cocococómo e ezo de que ya no hay banda? ¿Cómo vamo a sé unos bandoleros zin banda? – preguntó Rafaelín.
- No se puede ser un bandolero sin banda, esta mañana estuvo la jefa en la cueva y me dijo que ya no había banda, que es muy peligroso, que solo es cuestión de tiempo el que la Guardia Civil nos atrape – según iba pronunciando las palabras, el Chato se daba cuenta de la verdad que encerraban.
- Y, y, y, y, y, ¿qué vamo a hacé? – preguntó Rafaelín
- Tú seguir como hasta ahora, y yo… yo no sé – el Chato no tenía la menor idea de qué iba a hacer con su vida.
- Pue uzté, irse a viví como el Marqué, ooooo, o como el señó Marciá.
- No digas tonterías, hay carteles con mi cara por todos los pueblos de la comarca. Me trincarían los civiles enseguida.
- Pos haga uzté como laz alimañaz y los animalicos… - explicó Rafaelín.
- ¿Qué? – preguntó el Chato cansado ya de la conversación.
- Cuando laz alimañaz quieren coger a zu preza, sesconden, - Rafaelín hablaba cada vez en voz más baja, acercándose al Chato - se disfrazan, cámbian zu apariencia y entonces… - Rafaelín había conseguido captar la atención del Chato, quien también se había acercado a Rafaelín - ¡Zas! Zaltan sobre ella y ze la comen. – Rafaelín había acompañado a sus palabras con una palmada y el Chato saltó hacia atrás impresionado.
- ¡Alelao! Menudo susto me has dado – el Chato empujó a Rafaelín – No digas tonterías, yo no soy una alimaña. – El Chato se dio la vuelta y montó de nuevo en su caballo, alejándose de Rafaelín y Mantecao, pero las palabras del muchacho le acompañaron. Disfrazarse, cambiar de apariencia, ser otro, esa podía ser la solución; era lo mismo que hacían cuando asaltaban a los viajeros, se escondían, se cubrían la cara… pero para qué, a dónde iba a ir, tan solo sabía robar, asaltar, cometer delitos. Aún así, detuvo su caballo y se giró para poder gritarle a Rafaelín: - ¡Rafaelín, dile a la jefa que mañana venga a la cueva!
#664
05/08/2011 23:30
Jajaajajjajajajjajajja, Roberta, me encanta, "me cago´n mi estampa", jajajjaajajjajajaj, el Chato rescatador, me encanta.
#665
06/08/2011 18:24
Capítulo 46
- ¿Usted es hija de…? – preguntó Elvira. Fue la primera en reaccionar, Abel no podía dejar de mirar a Sara, buscando en ella los rasgos de la mujer que tanto amó, que tanto amaba aún.
- De María Montoya – repitió Sara, mirando a los ojos de Abel.
Elvira miró a Abel y a Sara, quienes se miraban fijamente, intentando encontrar en el otro la aceptación de la historia que acababan de escuchar. Elvira se sintió ajena a la escena, como una intrusa y decidió retirarse discretamente.
- Elvira, espera, por favor. – Abel la tomó con delicadeza del brazo – No te vayas, esto también te concierne a ti. Eres mi esposa y todo lo que…
- Hablaremos más tarde, Abel. Ahora, – dijo mirando a Sara e intentado sonreír – son ustedes los que deben hablar. Disculpen – discretamente se retiró al interior de la casa, desolada, ya no había razón por la que seguir al lado de su marido, él había encontrado a su hija y ella ya no tenía nada que hacer allí.
- Sara, ¿de verdad, usted es…? – comenzó Abel a decir.
- Si, para mi también ha sido una sorpresa. Disculpe, yo no quería haberlo puesto en su conocimiento de una manera tan brusca, - comenzó a explicarse - pero no podía permitir que doña Elvira malinterpretase lo que vio.
- Sara, Sara… - Abel tomó la cara de su hija entre las manos – ¿de verdad eres mi hija?
- Creo que sí… - Sara comenzó a llorar de la emoción. Tantos meses pensando que no sabía quién era, pensando que su pasado había sido una mentira y que jamás descubriría la verdad, tantos meses sufriendo por no saber si tendría una familia y en aquellos momentos no sabía qué decir.
- No llores, por favor, hija no llores. – Abel había comenzado también a llorar, la felicidad le embargaba, jamás hubiese pensado que Sara Reeves fuera su hija. Desde el momento en que la conoció, sintió mucha afinidad con ella, pero creyó que tan solo era porque admiraba su temple, la valentía de haber iniciado una nueva vida lejos de su familia, del mundo al que estaba acostumbrada, cuando en realidad era la llamada de la sangre lo que latía en su corazón. – Creí…, me hicieron creer que María había tenido un hijo, un niño. Por eso… por eso no te busqué, por eso buscaba un muchacho.
Abel tomaba la cara de su hija entre las manos y con los pulgares trataba de secar sus lágrimas; por fin la tenía junto a él, toda una vida buscando a su hijo, buscando al hijo de su amor por María y cuando casi se había dado por vencido ella se presentaba ante él. Tenían tantas cosas que decirse, tanto amor por compartir que no sabían por dónde empezar.
- No…, no importa, lo comprendo. Yo jamás imaginé que fuese adoptada, mis padres… - Sara se calló, dándose cuenta de que al fin estaba frente a su verdadero padre.
- Sara, ellos son y serán siempre tus padres; yo no voy a pedirte que reniegues de ellos, – Abel miraba a su hija a los ojos, aquellos ojos tan parecidos a los suyos – ellos se hicieron cargo de ti cuando María… Ellos te cuidaron e hicieron de ti la maravillosa mujer que hoy tengo ante mí, no puedo estar si no agradecido a ellos y a tu tío, yo… yo solo espero que llegues a tenerme un poco de afecto.
- No creo que eso sea posible, no creo que pueda tenerte un poco de afecto; yo…, yo ya te quiero – Sara se lanzó en brazos de Abel, enterrando su rostro en el pecho del hombre, no pudiendo contener los sollozos por más tiempo.
- Y yo a ti, hija mía, y yo a ti. Verás cuando te presente a mis amigos, qué felices vamos a ser con Elvira, los tres juntos. – Abel se detuvo al instante, pensaba en Sara como en una niña, alguien con quien compartir sus sueños, cuando en realidad ante él tenía una mujer hecha y derecha, enamorada de un buen hombre, con su vida ya organizada. Toda la vida buscando un hijo con quien compartir ilusiones y esperanzas, y no había querido darse cuenta de que cuando lo encontrara tendría ante él una persona adulta con una vida ya hecha – No, tú ya tienes tú vida y no puedes estar al lado de un viejo que por fin ha cumplido la única ilusión que tenía en la vida.
- Tendremos muchas más ilusiones, mis ilusiones serán también las tuyas, – Sara deseaba contar a todo el mundo que había encontrado a su padre, que el gobernador don Abel Hermida era su padre y que ella estaba muy orgullosa de ello – el que no sé si va a estar tan contento va a ser Miguel.
- ¿Por qué dices eso? – preguntó extrañado Abel – Tengo en alta estima al teniente Romero, no veo por qué él pueda… Claro, ya entiendo, no te preocupes, no pienso entrometerme en vuestra relación. Jamás he ejercido de padre contigo y no tengo ningún derecho a hacerlo ahora.
- No, no es eso. – Sara estaba sonriente – lo que ocurre es que creo que yo le gustaba por la idea de no tener suegros. Y ahora va a tener suegros y además van a ser el gobernador de la provincia y su señora, ¡pobre Miguel!
Ante semejante ocurrencia, Abel y Sara no pudieron si no echarse a reír. Mientras tanto, desde su dormitorio, Elvira escuchaba susurros y risas, risas que ella jamás había escuchado ni en aquella casa ni en ninguna de las que había compartido con Abel; risas que ella no había conseguido hacer brotar de su garganta en ningún momento de su vida en común. Desolada, se recostó en su cama y comenzó a llorar.
- ¿Usted es hija de…? – preguntó Elvira. Fue la primera en reaccionar, Abel no podía dejar de mirar a Sara, buscando en ella los rasgos de la mujer que tanto amó, que tanto amaba aún.
- De María Montoya – repitió Sara, mirando a los ojos de Abel.
Elvira miró a Abel y a Sara, quienes se miraban fijamente, intentando encontrar en el otro la aceptación de la historia que acababan de escuchar. Elvira se sintió ajena a la escena, como una intrusa y decidió retirarse discretamente.
- Elvira, espera, por favor. – Abel la tomó con delicadeza del brazo – No te vayas, esto también te concierne a ti. Eres mi esposa y todo lo que…
- Hablaremos más tarde, Abel. Ahora, – dijo mirando a Sara e intentado sonreír – son ustedes los que deben hablar. Disculpen – discretamente se retiró al interior de la casa, desolada, ya no había razón por la que seguir al lado de su marido, él había encontrado a su hija y ella ya no tenía nada que hacer allí.
- Sara, ¿de verdad, usted es…? – comenzó Abel a decir.
- Si, para mi también ha sido una sorpresa. Disculpe, yo no quería haberlo puesto en su conocimiento de una manera tan brusca, - comenzó a explicarse - pero no podía permitir que doña Elvira malinterpretase lo que vio.
- Sara, Sara… - Abel tomó la cara de su hija entre las manos – ¿de verdad eres mi hija?
- Creo que sí… - Sara comenzó a llorar de la emoción. Tantos meses pensando que no sabía quién era, pensando que su pasado había sido una mentira y que jamás descubriría la verdad, tantos meses sufriendo por no saber si tendría una familia y en aquellos momentos no sabía qué decir.
- No llores, por favor, hija no llores. – Abel había comenzado también a llorar, la felicidad le embargaba, jamás hubiese pensado que Sara Reeves fuera su hija. Desde el momento en que la conoció, sintió mucha afinidad con ella, pero creyó que tan solo era porque admiraba su temple, la valentía de haber iniciado una nueva vida lejos de su familia, del mundo al que estaba acostumbrada, cuando en realidad era la llamada de la sangre lo que latía en su corazón. – Creí…, me hicieron creer que María había tenido un hijo, un niño. Por eso… por eso no te busqué, por eso buscaba un muchacho.
Abel tomaba la cara de su hija entre las manos y con los pulgares trataba de secar sus lágrimas; por fin la tenía junto a él, toda una vida buscando a su hijo, buscando al hijo de su amor por María y cuando casi se había dado por vencido ella se presentaba ante él. Tenían tantas cosas que decirse, tanto amor por compartir que no sabían por dónde empezar.
- No…, no importa, lo comprendo. Yo jamás imaginé que fuese adoptada, mis padres… - Sara se calló, dándose cuenta de que al fin estaba frente a su verdadero padre.
- Sara, ellos son y serán siempre tus padres; yo no voy a pedirte que reniegues de ellos, – Abel miraba a su hija a los ojos, aquellos ojos tan parecidos a los suyos – ellos se hicieron cargo de ti cuando María… Ellos te cuidaron e hicieron de ti la maravillosa mujer que hoy tengo ante mí, no puedo estar si no agradecido a ellos y a tu tío, yo… yo solo espero que llegues a tenerme un poco de afecto.
- No creo que eso sea posible, no creo que pueda tenerte un poco de afecto; yo…, yo ya te quiero – Sara se lanzó en brazos de Abel, enterrando su rostro en el pecho del hombre, no pudiendo contener los sollozos por más tiempo.
- Y yo a ti, hija mía, y yo a ti. Verás cuando te presente a mis amigos, qué felices vamos a ser con Elvira, los tres juntos. – Abel se detuvo al instante, pensaba en Sara como en una niña, alguien con quien compartir sus sueños, cuando en realidad ante él tenía una mujer hecha y derecha, enamorada de un buen hombre, con su vida ya organizada. Toda la vida buscando un hijo con quien compartir ilusiones y esperanzas, y no había querido darse cuenta de que cuando lo encontrara tendría ante él una persona adulta con una vida ya hecha – No, tú ya tienes tú vida y no puedes estar al lado de un viejo que por fin ha cumplido la única ilusión que tenía en la vida.
- Tendremos muchas más ilusiones, mis ilusiones serán también las tuyas, – Sara deseaba contar a todo el mundo que había encontrado a su padre, que el gobernador don Abel Hermida era su padre y que ella estaba muy orgullosa de ello – el que no sé si va a estar tan contento va a ser Miguel.
- ¿Por qué dices eso? – preguntó extrañado Abel – Tengo en alta estima al teniente Romero, no veo por qué él pueda… Claro, ya entiendo, no te preocupes, no pienso entrometerme en vuestra relación. Jamás he ejercido de padre contigo y no tengo ningún derecho a hacerlo ahora.
- No, no es eso. – Sara estaba sonriente – lo que ocurre es que creo que yo le gustaba por la idea de no tener suegros. Y ahora va a tener suegros y además van a ser el gobernador de la provincia y su señora, ¡pobre Miguel!
Ante semejante ocurrencia, Abel y Sara no pudieron si no echarse a reír. Mientras tanto, desde su dormitorio, Elvira escuchaba susurros y risas, risas que ella jamás había escuchado ni en aquella casa ni en ninguna de las que había compartido con Abel; risas que ella no había conseguido hacer brotar de su garganta en ningún momento de su vida en común. Desolada, se recostó en su cama y comenzó a llorar.
#666
06/08/2011 21:06
Ufff, Roberta.
Vaya momentazo. Qué felices padre e hija. Pero pobrecita Elvira. Al final todo se arreglará, seguro. Sabrás cómo hacer que se le pase. Confío en que Abel se de cuenta de que la quiere y de que la tiene que hacer feliz.
Vaya momentazo. Qué felices padre e hija. Pero pobrecita Elvira. Al final todo se arreglará, seguro. Sabrás cómo hacer que se le pase. Confío en que Abel se de cuenta de que la quiere y de que la tiene que hacer feliz.
#667
07/08/2011 00:18
Roberta que bonito, asido muy emocionante, aunque me ha dado un poco de penita Elvira, pero se buscaras una solución para que no sufra
Que graciosos Rafalin y el Chato,
Que graciosos Rafalin y el Chato,
#668
07/08/2011 00:25
Los dos últimos fragmentos muy distintos entre sí, uno más cómico y el otro con las emociones a flor de piel. Gracias roberta.
#669
07/08/2011 19:21
lo subo para que este en primera linea
#670
07/08/2011 21:54
Me encanta, Roberta y me parto con lo de "no tener suegros", jajajajjjajajaj, pillina, pillina, cuanta razón........
#671
07/08/2011 23:59
Gracias roberta
#672
09/08/2011 00:19
Después del susto que se han llevado Roberto y Eugenia en el capítulo de hoy y del papelón que les espera para mañana...
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Capítulo 47
- Gracias, Natalia.
- ¿Por qué lo dices?
- Por haber estado ayudándome toda la tarde.
Roberto y Natalia caminaban, cogidos de la mano, tras haber terminado la jornada de trabajo. Estaban muy cansados pero satisfechos del resultado obtenido, realmente formaban un gran equipo; Roberto sabía que Natalia era muy fuerte y decidida, pero se sorprendió al ver la constancia que tenía. El que habían estado realizando, era un trabajo duro incluso para jornaleros con experiencia, Natalia había llevado un ritmo lento al principio, pero pronto adquirió la pericia necesaria y al final del día lo hacía casi tan bien como cualquiera con experiencia. Aún así debía de estar molida, él lo estaba y era su trabajo de cada día.
- ¿No creerás que lo he hecho sin esperar nada a cambio? – Natalia, a pesar del dolor de espalda que sentía y lo cansada que estaba, se había empeñado en seguir ayudando a Roberto y éste no había podido negarse. Lo cierto es que entre los dos habían adelantado bastante la tarea y más de la mitad del terreno estaba ya sembrado.
- ¿Y por qué lo has hecho entonces? – preguntó Roberto conociendo de antemano la respuesta.
- ¿Por que va a ser? Por mi paga, señor Pérez – Natalia se acercó a Roberto y lo besó - ¿Hay alguna remuneración extra por haber realizado bien el trabajo?
- Sí, pero no tengo aquí lo que le corresponde, tendré que abonárselo más tarde, señorita. – Roberto se quitó la bolsa con las semillas que aún llevaba colgando del hombro y la dejó a un lado para poder abrazar mejor a Natalia.
- Bueno, no hay inconveniente por mi parte – dijo ella cerrando los ojos y apoyándose en el pecho del muchacho.
- Natalia. – El tono de voz de Roberto era serio – Será mejor que esta noche no vaya a visitarte - Mientras hablaba, Roberto acariciaba la espalda de la joven.
- ¿Por qué? ¿Por qué no vas a venir? – Natalia se separó de Roberto y lo miró, él no quería estar con ella. En las últimas horas se habían confesado su amor, se habían repetido decenas de veces que se querían, pero Roberto le estaba diciendo que no iba a ir a pasar con ella la noche - ¿Qué he hecho?
- Nada mi amor, - Roberto dejó de acariciar su espalda para recorrer con sus manos el óvalo de la cara de la mujer que tanto amaba – pero estás cansada, debes dormir y sé que si estoy contigo no voy a ser capaz de dejar que lo hagas. – Roberto deseaba estar con Natalia aquella noche más que nada en el mundo, pero la joven estaba agotada y debía descansar.
- ¿Y crees que si no te tengo a mi lado voy a poder dormir? Yo ya no sé dormir si no es entre tus brazos. – Natalia acercó lentamente su cara a la de Roberto y comenzó a besarlo; primero con dulzura, un simple roce de sus labios, pero poco a poco el beso se fue volviendo más apremiante. Las bocas se buscaban con ansia, con deseo; ya no había nada que los separase, se amaban, se lo habían confesado, no tenían porqué fingir, porqué disimular su necesidad del otro. Cuando al fin dejaron de besarse, más porque fueron concientes de dónde se encontraban que por ganas de hacerlo, se miraron a los ojos sonrientes y Natalia no pudo evitar reírse.
- ¿Se puede saber de qué te ríes ahora, señorita? – él mismo estaba sonriendo mientras miraba embelesado a la joven.
- De ti, - Natalia golpeó ligeramente la nariz de Roberto con su dedo índice – no te puedes ni imaginar la cara de tonto que tienes en este preciso momento.
- ¿Y me lo dices tú? ¡Ojalá tuviera un espejo para que pudieses verte, cara de tontina! – Roberto se acercó a ella y dejó un rápido beso en la punta de la nariz de ella.
- ¿Vendrás? – preguntó Natalia en voz baja abrazándolo. Roberto asintió con la cabeza.
- Yo tampoco sé dormir ya si no es entre tus brazos.
Aquella respuesta hizo que Natalia volviese a sonreír, feliz de saber que a Roberto le gustaba estar con ella, abrazarla, sentir su piel, su olor, tanto como le gustaba a ella tenerlo a él cerca.
- Te acompaño hasta tu caballo – dijo Roberto agachándose a recoger la bolsa de las semillas mientras sostenía a Natalia con el otro brazo por la cintura. Natalia pasó uno de sus brazos alrededor de la cintura de él mientras que apoyaba la otra mano en la que él había dejado en su cintura. Caminaron despacio, disfrutando en silencio del tiempo que estaban juntos hasta que llegaron al lugar donde habían dejado atado el caballo.
- ¿Me acompañas un tramo? – preguntó Natalia
- Por supuesto. – Roberto colgó la bolsa de la silla y tomó las riendas en la mano - ¿Hoy si quieres que te acompañe? – Natalia asintió con la cabeza – El día que volvimos de Sevilla no quisiste que lo hiciera…
- Pero aún así lo hiciste – terminó Natalia la frase.
- Aún así lo hice.
- Y hoy también ibas a volver a hacerlo, ¿verdad? – preguntó ella echando a andar junto a Roberto.
- Si, iba a volver a hacerlo.
- Entonces, seamos prácticos. – dijo Natalia levantando la mirada para poder ver a Roberto – Además, yendo juntos… la caminata será más agradable.
- Mucho más agradable – aseguró él deteniéndose a besarla una vez más.
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Capítulo 47
- Gracias, Natalia.
- ¿Por qué lo dices?
- Por haber estado ayudándome toda la tarde.
Roberto y Natalia caminaban, cogidos de la mano, tras haber terminado la jornada de trabajo. Estaban muy cansados pero satisfechos del resultado obtenido, realmente formaban un gran equipo; Roberto sabía que Natalia era muy fuerte y decidida, pero se sorprendió al ver la constancia que tenía. El que habían estado realizando, era un trabajo duro incluso para jornaleros con experiencia, Natalia había llevado un ritmo lento al principio, pero pronto adquirió la pericia necesaria y al final del día lo hacía casi tan bien como cualquiera con experiencia. Aún así debía de estar molida, él lo estaba y era su trabajo de cada día.
- ¿No creerás que lo he hecho sin esperar nada a cambio? – Natalia, a pesar del dolor de espalda que sentía y lo cansada que estaba, se había empeñado en seguir ayudando a Roberto y éste no había podido negarse. Lo cierto es que entre los dos habían adelantado bastante la tarea y más de la mitad del terreno estaba ya sembrado.
- ¿Y por qué lo has hecho entonces? – preguntó Roberto conociendo de antemano la respuesta.
- ¿Por que va a ser? Por mi paga, señor Pérez – Natalia se acercó a Roberto y lo besó - ¿Hay alguna remuneración extra por haber realizado bien el trabajo?
- Sí, pero no tengo aquí lo que le corresponde, tendré que abonárselo más tarde, señorita. – Roberto se quitó la bolsa con las semillas que aún llevaba colgando del hombro y la dejó a un lado para poder abrazar mejor a Natalia.
- Bueno, no hay inconveniente por mi parte – dijo ella cerrando los ojos y apoyándose en el pecho del muchacho.
- Natalia. – El tono de voz de Roberto era serio – Será mejor que esta noche no vaya a visitarte - Mientras hablaba, Roberto acariciaba la espalda de la joven.
- ¿Por qué? ¿Por qué no vas a venir? – Natalia se separó de Roberto y lo miró, él no quería estar con ella. En las últimas horas se habían confesado su amor, se habían repetido decenas de veces que se querían, pero Roberto le estaba diciendo que no iba a ir a pasar con ella la noche - ¿Qué he hecho?
- Nada mi amor, - Roberto dejó de acariciar su espalda para recorrer con sus manos el óvalo de la cara de la mujer que tanto amaba – pero estás cansada, debes dormir y sé que si estoy contigo no voy a ser capaz de dejar que lo hagas. – Roberto deseaba estar con Natalia aquella noche más que nada en el mundo, pero la joven estaba agotada y debía descansar.
- ¿Y crees que si no te tengo a mi lado voy a poder dormir? Yo ya no sé dormir si no es entre tus brazos. – Natalia acercó lentamente su cara a la de Roberto y comenzó a besarlo; primero con dulzura, un simple roce de sus labios, pero poco a poco el beso se fue volviendo más apremiante. Las bocas se buscaban con ansia, con deseo; ya no había nada que los separase, se amaban, se lo habían confesado, no tenían porqué fingir, porqué disimular su necesidad del otro. Cuando al fin dejaron de besarse, más porque fueron concientes de dónde se encontraban que por ganas de hacerlo, se miraron a los ojos sonrientes y Natalia no pudo evitar reírse.
- ¿Se puede saber de qué te ríes ahora, señorita? – él mismo estaba sonriendo mientras miraba embelesado a la joven.
- De ti, - Natalia golpeó ligeramente la nariz de Roberto con su dedo índice – no te puedes ni imaginar la cara de tonto que tienes en este preciso momento.
- ¿Y me lo dices tú? ¡Ojalá tuviera un espejo para que pudieses verte, cara de tontina! – Roberto se acercó a ella y dejó un rápido beso en la punta de la nariz de ella.
- ¿Vendrás? – preguntó Natalia en voz baja abrazándolo. Roberto asintió con la cabeza.
- Yo tampoco sé dormir ya si no es entre tus brazos.
Aquella respuesta hizo que Natalia volviese a sonreír, feliz de saber que a Roberto le gustaba estar con ella, abrazarla, sentir su piel, su olor, tanto como le gustaba a ella tenerlo a él cerca.
- Te acompaño hasta tu caballo – dijo Roberto agachándose a recoger la bolsa de las semillas mientras sostenía a Natalia con el otro brazo por la cintura. Natalia pasó uno de sus brazos alrededor de la cintura de él mientras que apoyaba la otra mano en la que él había dejado en su cintura. Caminaron despacio, disfrutando en silencio del tiempo que estaban juntos hasta que llegaron al lugar donde habían dejado atado el caballo.
- ¿Me acompañas un tramo? – preguntó Natalia
- Por supuesto. – Roberto colgó la bolsa de la silla y tomó las riendas en la mano - ¿Hoy si quieres que te acompañe? – Natalia asintió con la cabeza – El día que volvimos de Sevilla no quisiste que lo hiciera…
- Pero aún así lo hiciste – terminó Natalia la frase.
- Aún así lo hice.
- Y hoy también ibas a volver a hacerlo, ¿verdad? – preguntó ella echando a andar junto a Roberto.
- Si, iba a volver a hacerlo.
- Entonces, seamos prácticos. – dijo Natalia levantando la mirada para poder ver a Roberto – Además, yendo juntos… la caminata será más agradable.
- Mucho más agradable – aseguró él deteniéndose a besarla una vez más.
#673
09/08/2011 01:48
Desde que se han declarado su amor son mas libres para amarse
gracias roberta
gracias roberta
#674
09/08/2011 13:57
Ay, Roberta, que ganas tenía de ver así a estos dos, que buena pareja, y ¡¡ cuanto amor ¡¡
#675
09/08/2011 20:57
Parece que hoy es el día de las conversaciones familiares... aver qué os parece esta.
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Capítulo 48
Roberto acompañó a Natalia hasta donde divisaron el pueblo, hasta donde se sintieron seguros de que nadie podía verlos y allí él la ayudó a montar en su caballo. Después de varios besos más, besos que casi hicieron que Natalia se cayera del caballo pues no quería separarse de Roberto, el joven se quedó de pie, quieto, viendo cómo ella se alejaba hasta que dejó de verla cuando giró en un recodo del camino; entonces se volvió y se alejó del lugar. Roberto se acercó al lugar del río en donde vio a Natalia por primera vez, se desnudó y procedió a asearse; siempre le había gustado aquel lugar, nadie lo visitaba y podía estar tranquilo, pero aún le gustaba más desde que había conocido allí a Natalia. Siempre le había sorprendido haberla encontrado allí, no era un lugar de fácil acceso y cuando vio el cuerpo flotando en el agua se temió lo peor, que el asaltante había vuelto a atacar o que alguien había decidido poner fin a sus días. Natalia…, desde el momento en que la tuvo en sus brazos por primera vez, supo que aquella mujer era especial, que había entrado en su vida para quedarse, para hacerle feliz. Habían pasado por buenos y malos momentos y los habían superado todos, él había sido terriblemente cruel con ella y, a pesar de todo, ella lo había perdonado y había olvidado la ofensa, lo había ayudado a saldar las deudas de su terruño y lo amaba. Natalia lo amaba, se lo había dicho, se lo demostraba cada noche cuando hacían el amor; ahora le tocaba a él demostrárselo, hacerle ver que él merecía la pena, demostrarle que él podía ser el hombre que una mujer como Natalia necesitaba y merecía.
- Hola, muchacho. ¿Ya vuelves del terruño? – Cosme había estado esperando a la puerta de su casa a que su nieto volviera del terruño para hablar con él.
- Hola, abuelo. Si, vengo de allí, pero antes he pasado por el río a lavarme un poco. ¿Ocurre algo? – preguntó.
- No, ¿por qué lo dices?
- Por nada, es que me pareció que me estaba esperando.
- Si, es cierto, te estaba esperando. Pero vamos a dar un paseo, – dijo Cosme levantándose de la silla que ocupaba – tus padres están dentro y no quiero que nos oigan hablar.
- ¿Qué ocurre abuelo? ¿Qué ha pasado? – Roberto estaba preocupado, tanto secretismo por parte de su abuelo no era normal.
- Nada, muchacho, nada, tan solo que quiero tener una conversación con mi nieto sin que me interrumpan. – Cosme intentó tranquilizar al joven, bastante difícil iba a ser la situación en que le iba a poner. Caminaron durante unos minutos, alejándose de la casa, hablando de temas intrascendentes hasta que Cosme se detuvo.
- Esta mañana estuve en tu terruño – dijo Cosme sin rodeos. Roberto se quedó paralizado, esperando, serio, temeroso ante la opinión de su abuelo. Para Roberto su familia siempre había sido lo primero, después venía todo lo demás, sus compañeros e ideales anarquistas, el trabajo, todo… hasta conocer a Natalia; desde ese momento ella había sido siempre lo primero. Al ver que su nieto no decía nada optó por seguir hablando – Os vi.
- Y… ¿qué quiere que le diga? – preguntó Roberto, hubiese querido gritar su amor a los cuatro vientos, pero antes debía hablar con Natalia, debían ser los dos los que decidiesen hacerlo público. Esperaba que su abuelo supiese respetar aquella decisión.
- No, lo sé. De verdad que no sé qué es lo que quiero que me digas… La verdad. – Cosme se sentó en una piedra que había a un lado del camino, Roberto se sentó en el suelo, a su lado.
- La quiero – Roberto se asombró de lo sencillo que había sido decirlo, tan solo unos instantes antes pensaba que no debía decir nada sin antes haberlo hablado con Natalia, pero no pudo evitar que las palabras salieran de su boca.
- ¿Y ella?
- Ella también me quiere.
- ¿Allí es donde vas cada noche? – En cuanto escuchó sus palabras, Cosme se dio cuenta de que había cometido un error. No solo había preguntado si su nieto visitaba cada noche a una mujer, también estaba preguntando si una joven aceptaba a un hombre cada noche en su cama. Roberto, quien hasta el momento había mantenido la cabeza baja y la mirada perdida, levantó los ojos y miró directamente a Cosme – Disculpa, no es asunto mío. Olvida lo que acabo de decir. Es que estoy preocupado por ti.
- No tiene porqué… - Roberto se puso a la defensiva.
- Creo que sí tengo razones para estar preocupado. Hace tan solo unos pocos días estabas triste, abatido, me decías que la partida estaba perdida, que el rey estaba herido de muerte, ¿qué es lo que ha cambiado? – Cosme recordaba perfectamente la conversación con su nieto, él símil que habían utilizado, las figuras del ajedrez, el rey negro y la reina blanca.
- Me quiere, Natalia me quiere, abuelo – para Roberto aquello era la explicación a todas sus preguntas, a todas sus dudas.
- Eso también lo sabías entonces, muchacho.
- No, no lo sabía; tan solo hoy me ha dicho que…
- Puede que hoy te lo haya dicho, puede que hoy lo hayas oído por primera vez… pero ya lo sabías; y eso era lo que te tenía tan preocupado, tan asustado.
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Capítulo 48
Roberto acompañó a Natalia hasta donde divisaron el pueblo, hasta donde se sintieron seguros de que nadie podía verlos y allí él la ayudó a montar en su caballo. Después de varios besos más, besos que casi hicieron que Natalia se cayera del caballo pues no quería separarse de Roberto, el joven se quedó de pie, quieto, viendo cómo ella se alejaba hasta que dejó de verla cuando giró en un recodo del camino; entonces se volvió y se alejó del lugar. Roberto se acercó al lugar del río en donde vio a Natalia por primera vez, se desnudó y procedió a asearse; siempre le había gustado aquel lugar, nadie lo visitaba y podía estar tranquilo, pero aún le gustaba más desde que había conocido allí a Natalia. Siempre le había sorprendido haberla encontrado allí, no era un lugar de fácil acceso y cuando vio el cuerpo flotando en el agua se temió lo peor, que el asaltante había vuelto a atacar o que alguien había decidido poner fin a sus días. Natalia…, desde el momento en que la tuvo en sus brazos por primera vez, supo que aquella mujer era especial, que había entrado en su vida para quedarse, para hacerle feliz. Habían pasado por buenos y malos momentos y los habían superado todos, él había sido terriblemente cruel con ella y, a pesar de todo, ella lo había perdonado y había olvidado la ofensa, lo había ayudado a saldar las deudas de su terruño y lo amaba. Natalia lo amaba, se lo había dicho, se lo demostraba cada noche cuando hacían el amor; ahora le tocaba a él demostrárselo, hacerle ver que él merecía la pena, demostrarle que él podía ser el hombre que una mujer como Natalia necesitaba y merecía.
- Hola, muchacho. ¿Ya vuelves del terruño? – Cosme había estado esperando a la puerta de su casa a que su nieto volviera del terruño para hablar con él.
- Hola, abuelo. Si, vengo de allí, pero antes he pasado por el río a lavarme un poco. ¿Ocurre algo? – preguntó.
- No, ¿por qué lo dices?
- Por nada, es que me pareció que me estaba esperando.
- Si, es cierto, te estaba esperando. Pero vamos a dar un paseo, – dijo Cosme levantándose de la silla que ocupaba – tus padres están dentro y no quiero que nos oigan hablar.
- ¿Qué ocurre abuelo? ¿Qué ha pasado? – Roberto estaba preocupado, tanto secretismo por parte de su abuelo no era normal.
- Nada, muchacho, nada, tan solo que quiero tener una conversación con mi nieto sin que me interrumpan. – Cosme intentó tranquilizar al joven, bastante difícil iba a ser la situación en que le iba a poner. Caminaron durante unos minutos, alejándose de la casa, hablando de temas intrascendentes hasta que Cosme se detuvo.
- Esta mañana estuve en tu terruño – dijo Cosme sin rodeos. Roberto se quedó paralizado, esperando, serio, temeroso ante la opinión de su abuelo. Para Roberto su familia siempre había sido lo primero, después venía todo lo demás, sus compañeros e ideales anarquistas, el trabajo, todo… hasta conocer a Natalia; desde ese momento ella había sido siempre lo primero. Al ver que su nieto no decía nada optó por seguir hablando – Os vi.
- Y… ¿qué quiere que le diga? – preguntó Roberto, hubiese querido gritar su amor a los cuatro vientos, pero antes debía hablar con Natalia, debían ser los dos los que decidiesen hacerlo público. Esperaba que su abuelo supiese respetar aquella decisión.
- No, lo sé. De verdad que no sé qué es lo que quiero que me digas… La verdad. – Cosme se sentó en una piedra que había a un lado del camino, Roberto se sentó en el suelo, a su lado.
- La quiero – Roberto se asombró de lo sencillo que había sido decirlo, tan solo unos instantes antes pensaba que no debía decir nada sin antes haberlo hablado con Natalia, pero no pudo evitar que las palabras salieran de su boca.
- ¿Y ella?
- Ella también me quiere.
- ¿Allí es donde vas cada noche? – En cuanto escuchó sus palabras, Cosme se dio cuenta de que había cometido un error. No solo había preguntado si su nieto visitaba cada noche a una mujer, también estaba preguntando si una joven aceptaba a un hombre cada noche en su cama. Roberto, quien hasta el momento había mantenido la cabeza baja y la mirada perdida, levantó los ojos y miró directamente a Cosme – Disculpa, no es asunto mío. Olvida lo que acabo de decir. Es que estoy preocupado por ti.
- No tiene porqué… - Roberto se puso a la defensiva.
- Creo que sí tengo razones para estar preocupado. Hace tan solo unos pocos días estabas triste, abatido, me decías que la partida estaba perdida, que el rey estaba herido de muerte, ¿qué es lo que ha cambiado? – Cosme recordaba perfectamente la conversación con su nieto, él símil que habían utilizado, las figuras del ajedrez, el rey negro y la reina blanca.
- Me quiere, Natalia me quiere, abuelo – para Roberto aquello era la explicación a todas sus preguntas, a todas sus dudas.
- Eso también lo sabías entonces, muchacho.
- No, no lo sabía; tan solo hoy me ha dicho que…
- Puede que hoy te lo haya dicho, puede que hoy lo hayas oído por primera vez… pero ya lo sabías; y eso era lo que te tenía tan preocupado, tan asustado.
#676
10/08/2011 04:02
Puff, Roberta, que bonito, el miedo al amor, y al desamor, y a la soledad.....
#677
11/08/2011 00:34
aquí va el final de la conversación abuelo-nieto
_______________________________________________________________________
El rostro de Roberto reflejaba incredulidad, asombro, ¿qué era lo que estaba diciendo su abuelo? ¿Que él sabía que Natalia lo amaba? Lo sospechaba, lo intuía, deseaba que fuese cierto, era lo que más anhelaba en la vida, pero no estaba seguro de ello, no hasta aquella mañana cuando ente risas y juegos, de la manera más inocente, se confesaron sus sentimientos, se confesaron su amor.
- Si, muchacho, no pongas esa cara de incredulidad… desde el momento en que la viste te cambió el gesto de la cara. ¿Crees que si ella no hubiera aparecido en el pueblo cuando lo hizo te hubieras olvidado tan pronto de los días pasados en el calabozo?
Cosme tenía razón, Roberto acababa de salir de la celda del cuartel cuando encontró a Natalia en el río. En aquel momento decenas de intenciones bullían en su mente: limpiar su buen nombre de la acusación de asalto, interesarse por Eugenia, olvidarse de Sara para siempre, sacar provecho de su terruño, seguir propagando sus ideas anarquistas… todas aquellas intenciones, todos aquellos propósitos quedaron olvidados en cuanto sacó a Natalia del agua. En el preciso instante en que la tuvo en sus brazos con su ropa mojada, con el cabello chorreando, supo que aquella mujer era especial, que no iba a poder olvidarla. Los acontecimientos que siguieron: descubrir que era pariente de Sara, el asalto de Villa, su reacción al ataque, el modo tan valiente en que se comportó cuando le explicó a Miguel el suceso; todo aquello hizo que, sin remedio, se metiera en su mente, en su sangre. Su abuelo tenía razón, él se enamoró al instante de ella, ¿pero ella de él? Natalia siempre se comportó con corrección con él, educadamente pero… no, ¿a quién quería engañar? Natalia siempre fue distinta a cualquier otra mujer, no se avergonzó cuando estuvo entre sus brazos en el río si no que se revolvió y trató de reírse de él lanzándole el jabón, se defendió de Antonio Villa, pero se dejó abrazar por él cuando la llevo a la posada desde la imprenta, lo defendió de Antonio Villa en su dormitorio, lo visitó en su terruño, le abrió su corazón… Desde el primer momento Natalia confió en él, se apoyó en él, le ayudó, le demostró que en ella tenía a una amiga, le demostró que lo quería, que le importaba lo que le pasara. Tal vez lo que su mente, lo que su razón no había llegado a comprender hasta aquel día, su corazón lo había sabido siempre, que Natalia lo amaba tanto como él la amaba a ella.
Roberto titubeaba, no sabía qué decir. Cosme continuó hablando.
- Es una gran mujer. Es bella, es rica, es ingeniosa, no me extraña lo más mínimo que te hayas enamorado de ella. Es el tipo de mujer que siempre he deseado para ti, una mujer valiente, fuerte, que sepa estar a tu lado…, – Roberto sonreía, Natalia era así, su Natalia era así, lo había demostrado – pero…, sois muy distintos. El amor, la pasión, la ilusión, todo eso está muy bien al principio, cuando conoces a alguien que hace que mariposas revoloteen en tu estómago, pero el día a día es más complicado. La señorita Reeves – Cosme enfatizo las palabras señorita y Reeves - es una joven educada, de buena familia, acostumbrada a una vida fácil. Sí, ya sé que tiene negocios y se ocupa de ellos como lo haría un hombre, – dijo Cosme cuando Roberto trató de interrumpirle – pero su vida es muy distinta de la tuya. ¿Harías que ella abandonara todo y se quedara aquí contigo? ¿Te irías tú con ella, a un mundo que no conoces y para el que no estás preparado?
- No…, no hemos hablado de ello – Roberto se puso en pie y comenzó a dar pasos adelante y atrás, deambulando, intentando pensar, pasándose la mano por los cabellos, intentando buscar una respuesta a las preguntas de su abuelo.
- Roberto, no te estoy diciendo que lo vuestro no pueda ser. – Roberto se detuvo para mirar a su abuelo – Tan solo te estoy diciendo que va a ser muy complicado, que vais a encontrar muchas piedras en vuestro camino, piedras que tal vez fortalezcan vuestro amor hasta hacerlo tan poderoso que sea capaz de convertir esas piedras en polvo o piedras que, por el contrario, acaben con vosotros. Eso es lo que me preocupa…
Roberto suspiró, él también tenía miedo de que las diferencias que había entre ellos fueran más fuertes que el amor que sentían, que toda aquella pasión fuese pasajera, tan solo una ilusión que se desvanecería en poco tiempo no dejando mas que un bello recuerdo de algo que puso haber sido y no fue.
- No me esperen para cenar, tengo que pensar. Adiós, abuelo.
- Adiós, muchacho, adiós.
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El rostro de Roberto reflejaba incredulidad, asombro, ¿qué era lo que estaba diciendo su abuelo? ¿Que él sabía que Natalia lo amaba? Lo sospechaba, lo intuía, deseaba que fuese cierto, era lo que más anhelaba en la vida, pero no estaba seguro de ello, no hasta aquella mañana cuando ente risas y juegos, de la manera más inocente, se confesaron sus sentimientos, se confesaron su amor.
- Si, muchacho, no pongas esa cara de incredulidad… desde el momento en que la viste te cambió el gesto de la cara. ¿Crees que si ella no hubiera aparecido en el pueblo cuando lo hizo te hubieras olvidado tan pronto de los días pasados en el calabozo?
Cosme tenía razón, Roberto acababa de salir de la celda del cuartel cuando encontró a Natalia en el río. En aquel momento decenas de intenciones bullían en su mente: limpiar su buen nombre de la acusación de asalto, interesarse por Eugenia, olvidarse de Sara para siempre, sacar provecho de su terruño, seguir propagando sus ideas anarquistas… todas aquellas intenciones, todos aquellos propósitos quedaron olvidados en cuanto sacó a Natalia del agua. En el preciso instante en que la tuvo en sus brazos con su ropa mojada, con el cabello chorreando, supo que aquella mujer era especial, que no iba a poder olvidarla. Los acontecimientos que siguieron: descubrir que era pariente de Sara, el asalto de Villa, su reacción al ataque, el modo tan valiente en que se comportó cuando le explicó a Miguel el suceso; todo aquello hizo que, sin remedio, se metiera en su mente, en su sangre. Su abuelo tenía razón, él se enamoró al instante de ella, ¿pero ella de él? Natalia siempre se comportó con corrección con él, educadamente pero… no, ¿a quién quería engañar? Natalia siempre fue distinta a cualquier otra mujer, no se avergonzó cuando estuvo entre sus brazos en el río si no que se revolvió y trató de reírse de él lanzándole el jabón, se defendió de Antonio Villa, pero se dejó abrazar por él cuando la llevo a la posada desde la imprenta, lo defendió de Antonio Villa en su dormitorio, lo visitó en su terruño, le abrió su corazón… Desde el primer momento Natalia confió en él, se apoyó en él, le ayudó, le demostró que en ella tenía a una amiga, le demostró que lo quería, que le importaba lo que le pasara. Tal vez lo que su mente, lo que su razón no había llegado a comprender hasta aquel día, su corazón lo había sabido siempre, que Natalia lo amaba tanto como él la amaba a ella.
Roberto titubeaba, no sabía qué decir. Cosme continuó hablando.
- Es una gran mujer. Es bella, es rica, es ingeniosa, no me extraña lo más mínimo que te hayas enamorado de ella. Es el tipo de mujer que siempre he deseado para ti, una mujer valiente, fuerte, que sepa estar a tu lado…, – Roberto sonreía, Natalia era así, su Natalia era así, lo había demostrado – pero…, sois muy distintos. El amor, la pasión, la ilusión, todo eso está muy bien al principio, cuando conoces a alguien que hace que mariposas revoloteen en tu estómago, pero el día a día es más complicado. La señorita Reeves – Cosme enfatizo las palabras señorita y Reeves - es una joven educada, de buena familia, acostumbrada a una vida fácil. Sí, ya sé que tiene negocios y se ocupa de ellos como lo haría un hombre, – dijo Cosme cuando Roberto trató de interrumpirle – pero su vida es muy distinta de la tuya. ¿Harías que ella abandonara todo y se quedara aquí contigo? ¿Te irías tú con ella, a un mundo que no conoces y para el que no estás preparado?
- No…, no hemos hablado de ello – Roberto se puso en pie y comenzó a dar pasos adelante y atrás, deambulando, intentando pensar, pasándose la mano por los cabellos, intentando buscar una respuesta a las preguntas de su abuelo.
- Roberto, no te estoy diciendo que lo vuestro no pueda ser. – Roberto se detuvo para mirar a su abuelo – Tan solo te estoy diciendo que va a ser muy complicado, que vais a encontrar muchas piedras en vuestro camino, piedras que tal vez fortalezcan vuestro amor hasta hacerlo tan poderoso que sea capaz de convertir esas piedras en polvo o piedras que, por el contrario, acaben con vosotros. Eso es lo que me preocupa…
Roberto suspiró, él también tenía miedo de que las diferencias que había entre ellos fueran más fuertes que el amor que sentían, que toda aquella pasión fuese pasajera, tan solo una ilusión que se desvanecería en poco tiempo no dejando mas que un bello recuerdo de algo que puso haber sido y no fue.
- No me esperen para cenar, tengo que pensar. Adiós, abuelo.
- Adiós, muchacho, adiós.
#678
11/08/2011 20:26
Capítulo 49
- Sita Sara, sita Sara… - Rafaelín cruzaba la plaza de Arazana a la carrera tratando de alcanzar a Sara; mientras, ella caminaba distraída tras haber pasado las últimas horas hablando con su padre. Su padre, ardía en deseos de contarles a Miguel y a Natalia que por fin le había dicho al gobernador Hermida que ella era su hija. – Sita Sara, sita Sara.
- Hola Rafaelín – dijo la joven finalmente cuando el muchacho se plantó frente a ella.
- Sita Sara, no m’estaba uzte ezcuchando…
- Perdona Rafaelín, iba pensando en mis cosas. ¿En que puedo ayudarte? – preguntó ella sonriente.
- A mi en nada, graziaz. Eztoy madavillózamente bié. E el zeñó don Chato.
- ¿Qué le ha ocurrido al Chato? – Sara estaba preocupada. A pesar de la alegría de reencontrarse con su padre, Sara no podía olvidar la conversación que había mantenido aquella misma mañana con el Chato. El joven había salido de la cueva triste, enfadado, traicionado y ella se sentía culpable.
- ¡Questá mu triste! Mantecao y yo íbamos por la zierra dezpué daber cazaú unas liebres, cuando vimos como el zeñó don Chato zalbaba a la sita Ugenia. – comenzó a explicar Rafaelín.
- ¿Salvar a Eugenia? ¿De qué? Cuéntamelo todo Rafaelín – Sara tomó a Rafaelín del brazo y lo llevó hasta el banco que rodeaba el árbol de la plaza.
- Po ezo sita Sara. El caballo de la sita Ugenia sabia espantaú y el señó don Chato lo detuvo y zalvó a la sita Ugenia cuando estaba a punto de cairse. ¿E verdá que ya noxiste la banda de bandoleros?
- Baja la voz Rafaelín. – Sara miró hacia todos lados rogando que nadie hubiese escuchado al muchacho. - ¿Te lo ha dicho el Chato?
- Si, sita Sara. E señó don Chato eztá mu trizte. Dice que no sabe qué vacé. Yo le dije, – Rafaelín había bajado la voz pero seguía gesticulando mucho. Gracias a Dios, todo el mundo en Arazana lo conocía y no lo tomaban demasiado en serio; Sara pensó que era una gran suerte para ellos que todo el mundo confiara en Rafaelín y lo creyera tonto, cuando a ella la estaba ayudando tanto con la banda – yo le dije sita Sara, que se viniera a pueblo a viví como e señó dotó y e Marqué, y y y despué le dije quiciera como la alimaña que se difrazan pa cogé a zu preza. Y depué e señó don Chato mi pidió qui le pidiera que mañana fueze uzté a la cueva.
- Gracias por el mensaje Rafaelín, allí estaré, no te preocupes. – Sara comenzó a sonreír creía saber lo que el Chato tenía en mente. – Una cosa más Rafaelín, ¿dices que el Chato salvó a Eugenia Montoro de caerse del caballo?
- Si Sita Sara. Zalió al galope trá zu caballo y la cogió de la cintura y la bajó al zuelo juzto ante de quel caballo la tirace.
- Y eso fue, ¿antes o después de que hablaseis del fin de la banda, de empezar otra vida…?
- Depué, cuando ya la sita Ugenia y la sita Clavé, ze fueron.
- ¿Quién has dicho que acompañaba a Eugenia? – preguntó Sara intrigada.
- Zu amiga, la sita Clavé – dijo Rafaelín convencido.
- ¿No sería la señorita Margarita? – preguntó Sara aguantándose la risa.
- Si, pue zer. Tenía nombre de fló… – Rafaelín se levantó y se marchó hablando consigo mismo – lo que nointiendo e po qué a la gente la ponen nombre de flore… Sita Sara no se lolvide lo de mañana… - dijo volviéndose un instante - zi la gente tiene nombre de fló ze pue uno confuzioná. Zi a la flore no le ponen nombre de perzona, porque no conojco ninguna fló que ze llame Agapito, ¿po qué a la perzona le ponen nombre de flore?
Sara se quedó pensando en lo que Rafaelín le había contado. El Chato deseaba verla, seguramente había reflexionado y se había dado cuenta de que Natalia y ella tenían razón; el mundo de los bandoleros había llegado a su fin y era hora de empezar una nueva vida. Lo que la intrigaba era hasta qué punto el encuentro con Margarita Guerra y Eugenia Montoro había influido en ello. Debía hablar con Natalia sobre el asunto, entre las dos conseguirían darle una oportunidad al Chato.
- Sita Sara, sita Sara… - Rafaelín cruzaba la plaza de Arazana a la carrera tratando de alcanzar a Sara; mientras, ella caminaba distraída tras haber pasado las últimas horas hablando con su padre. Su padre, ardía en deseos de contarles a Miguel y a Natalia que por fin le había dicho al gobernador Hermida que ella era su hija. – Sita Sara, sita Sara.
- Hola Rafaelín – dijo la joven finalmente cuando el muchacho se plantó frente a ella.
- Sita Sara, no m’estaba uzte ezcuchando…
- Perdona Rafaelín, iba pensando en mis cosas. ¿En que puedo ayudarte? – preguntó ella sonriente.
- A mi en nada, graziaz. Eztoy madavillózamente bié. E el zeñó don Chato.
- ¿Qué le ha ocurrido al Chato? – Sara estaba preocupada. A pesar de la alegría de reencontrarse con su padre, Sara no podía olvidar la conversación que había mantenido aquella misma mañana con el Chato. El joven había salido de la cueva triste, enfadado, traicionado y ella se sentía culpable.
- ¡Questá mu triste! Mantecao y yo íbamos por la zierra dezpué daber cazaú unas liebres, cuando vimos como el zeñó don Chato zalbaba a la sita Ugenia. – comenzó a explicar Rafaelín.
- ¿Salvar a Eugenia? ¿De qué? Cuéntamelo todo Rafaelín – Sara tomó a Rafaelín del brazo y lo llevó hasta el banco que rodeaba el árbol de la plaza.
- Po ezo sita Sara. El caballo de la sita Ugenia sabia espantaú y el señó don Chato lo detuvo y zalvó a la sita Ugenia cuando estaba a punto de cairse. ¿E verdá que ya noxiste la banda de bandoleros?
- Baja la voz Rafaelín. – Sara miró hacia todos lados rogando que nadie hubiese escuchado al muchacho. - ¿Te lo ha dicho el Chato?
- Si, sita Sara. E señó don Chato eztá mu trizte. Dice que no sabe qué vacé. Yo le dije, – Rafaelín había bajado la voz pero seguía gesticulando mucho. Gracias a Dios, todo el mundo en Arazana lo conocía y no lo tomaban demasiado en serio; Sara pensó que era una gran suerte para ellos que todo el mundo confiara en Rafaelín y lo creyera tonto, cuando a ella la estaba ayudando tanto con la banda – yo le dije sita Sara, que se viniera a pueblo a viví como e señó dotó y e Marqué, y y y despué le dije quiciera como la alimaña que se difrazan pa cogé a zu preza. Y depué e señó don Chato mi pidió qui le pidiera que mañana fueze uzté a la cueva.
- Gracias por el mensaje Rafaelín, allí estaré, no te preocupes. – Sara comenzó a sonreír creía saber lo que el Chato tenía en mente. – Una cosa más Rafaelín, ¿dices que el Chato salvó a Eugenia Montoro de caerse del caballo?
- Si Sita Sara. Zalió al galope trá zu caballo y la cogió de la cintura y la bajó al zuelo juzto ante de quel caballo la tirace.
- Y eso fue, ¿antes o después de que hablaseis del fin de la banda, de empezar otra vida…?
- Depué, cuando ya la sita Ugenia y la sita Clavé, ze fueron.
- ¿Quién has dicho que acompañaba a Eugenia? – preguntó Sara intrigada.
- Zu amiga, la sita Clavé – dijo Rafaelín convencido.
- ¿No sería la señorita Margarita? – preguntó Sara aguantándose la risa.
- Si, pue zer. Tenía nombre de fló… – Rafaelín se levantó y se marchó hablando consigo mismo – lo que nointiendo e po qué a la gente la ponen nombre de flore… Sita Sara no se lolvide lo de mañana… - dijo volviéndose un instante - zi la gente tiene nombre de fló ze pue uno confuzioná. Zi a la flore no le ponen nombre de perzona, porque no conojco ninguna fló que ze llame Agapito, ¿po qué a la perzona le ponen nombre de flore?
Sara se quedó pensando en lo que Rafaelín le había contado. El Chato deseaba verla, seguramente había reflexionado y se había dado cuenta de que Natalia y ella tenían razón; el mundo de los bandoleros había llegado a su fin y era hora de empezar una nueva vida. Lo que la intrigaba era hasta qué punto el encuentro con Margarita Guerra y Eugenia Montoro había influido en ello. Debía hablar con Natalia sobre el asunto, entre las dos conseguirían darle una oportunidad al Chato.
#679
11/08/2011 20:37
ROBERTA... me parto cada vez que escribes partes de Rafalín. Como puedes escribirlo así con tanta z y tanto acento por ahí para que de verdad lo leamos como lo diría Rafalín. A mí me costaría un huevo y medio del otro conseguir escribirlo así...
Genial como siempre...
Genial como siempre...
#680
11/08/2011 20:43
Me alegra que os guste.
Es muy facil escribir las escenas de Rafaelín, lo que dice y cómo lo dice.
Las faltas y usar la z.... con desconectar el corrector automático...
Es muy facil escribir las escenas de Rafaelín, lo que dice y cómo lo dice.
Las faltas y usar la z.... con desconectar el corrector automático...