Foro Águila Roja
Confía en mí
#0
05/06/2012 21:17
¡Hola, Aguiluchas!
Vuelvo a colgar este mensaje, porque no sé qué ha pasado. Se ha perdido en el ciberespacio... Je,je,je... Bueno, os decía en el anterior que estoy escribiendo esta historia de Gonzalo y Margarita, que he titulado Confía en mí. Una frase que el Amo dice habitualmente. Al principio pensé en centrarme sólo en el CR, pero después me he picado y como le dije a Mar, iré introduciendo personajes para dar más intensidad a la trama. ¡Jó parezco una guionista de la serie! Je,je,je... Iré colgándola poco a poco. Espero que os guste y que disfrutéis tanto como yo al escribirla. Me he basado en algunas imágenes que nos pusieron de la ansiada 5ª temporada, pero el resto es todo, todito de mi imaginación. A ver si los lionistas se pasan por aquí y cogen algunas ideas... Je,je,je. Bueno, allá va... Besitos y con Dios. MJ.
Ya sé lo que pasó. Hay mucho texto y no lo podía colgar... Bueno, aquí os dejo las primeras líneas. Besitos a tod@s. MJ.
Vuelvo a colgar este mensaje, porque no sé qué ha pasado. Se ha perdido en el ciberespacio... Je,je,je... Bueno, os decía en el anterior que estoy escribiendo esta historia de Gonzalo y Margarita, que he titulado Confía en mí. Una frase que el Amo dice habitualmente. Al principio pensé en centrarme sólo en el CR, pero después me he picado y como le dije a Mar, iré introduciendo personajes para dar más intensidad a la trama. ¡Jó parezco una guionista de la serie! Je,je,je... Iré colgándola poco a poco. Espero que os guste y que disfrutéis tanto como yo al escribirla. Me he basado en algunas imágenes que nos pusieron de la ansiada 5ª temporada, pero el resto es todo, todito de mi imaginación. A ver si los lionistas se pasan por aquí y cogen algunas ideas... Je,je,je. Bueno, allá va... Besitos y con Dios. MJ.
Ya sé lo que pasó. Hay mucho texto y no lo podía colgar... Bueno, aquí os dejo las primeras líneas. Besitos a tod@s. MJ.
#161
22/07/2012 13:15
¡¡¡¡¡Feliz domingo a todas las guapas Aguiluchas!!!!
Hoy no he podido ir a la playita, así que he estado trabajando un rato en mi novela de aventuras, y ahora me voy a dedicar -antes de comer- a seguir las tramas de "Confía en mí", pero antes de colgar la continuación...
Kaley, Selene... Os quierooooooooooooooooooooooooooooo... Je,je,je. A ver si os gusta lo que viene a continuación. Laura por fin en el Palacio Real y primera escena del Águila luchando. Os confieso que me ha costado un poco porque describir las patadas y los movimientos del Amo son... ¡¡¡¡Ufffsss, complicadísimos!!!!! Pero bueno he intentando hacerlo lo mejor posible, ya me comentaréis a ver qué os parece. Besitos a las dos. Muakkk.
Wzflgm, muchas gracias por tus palabras. Me alegro de verdad que te esté gustando "Confía en mí". A mí me encanta la serie y sus personajes. Al ver el resumen de la quinta temporada he dejado volar mi imaginación... Je,je,je, y ahí estoy creando una historia paralela a la de la serie. Si quieres que te comente las otras cosas que me preguntas, te envío un privado o tú a mí, ¿vale? Un saludo. MJ.
Bueno, chicas, pasarlo bien lo que queda de domingo y os cuelgo la continuación... Besitos a todas.
Hoy no he podido ir a la playita, así que he estado trabajando un rato en mi novela de aventuras, y ahora me voy a dedicar -antes de comer- a seguir las tramas de "Confía en mí", pero antes de colgar la continuación...
Kaley, Selene... Os quierooooooooooooooooooooooooooooo... Je,je,je. A ver si os gusta lo que viene a continuación. Laura por fin en el Palacio Real y primera escena del Águila luchando. Os confieso que me ha costado un poco porque describir las patadas y los movimientos del Amo son... ¡¡¡¡Ufffsss, complicadísimos!!!!! Pero bueno he intentando hacerlo lo mejor posible, ya me comentaréis a ver qué os parece. Besitos a las dos. Muakkk.
Wzflgm, muchas gracias por tus palabras. Me alegro de verdad que te esté gustando "Confía en mí". A mí me encanta la serie y sus personajes. Al ver el resumen de la quinta temporada he dejado volar mi imaginación... Je,je,je, y ahí estoy creando una historia paralela a la de la serie. Si quieres que te comente las otras cosas que me preguntas, te envío un privado o tú a mí, ¿vale? Un saludo. MJ.
Bueno, chicas, pasarlo bien lo que queda de domingo y os cuelgo la continuación... Besitos a todas.
#162
22/07/2012 13:17
CONFÍA EN MÍ
Mariana de Austria la miró con expresión adusta sentada en el trono real. Laura nunca se imaginó que su rival fuera tan joven. El cardenal Mendoza se encontraba junto a la esposa de Felipe IV y le saludó con una inclinación de la cabeza. Luis de Ceballos y ella hicieron las oportunas genuflexiones, y luego esperaron a que el religioso o la reina hablaran. Fue Mendoza el que lo hizo.
-Majestad, tenéis ante vos a mademoiselle Gaudet, la institutriz de la que os he hablado.
Mariana habló con un ligero acento alemán.
-El cardenal Mendoza me ha sugerido que os acepte como niñera de mi amado hijo, el príncipe heredero. He leído vuestras referencias y os aseguro, mademoiselle Gaudet, que me han impresionado.
Laura le sonrió.
-Gracias, majestad.
-Carlos será rey de las Españas y quiero que su educación sea la mejor. Ningún príncipe heredero de Europa posee el legado de mi hijo, así que él tiene que ser el más preparado, el único.
-Así será, majestad. Se lo aseguro.
Mariana le sonrió por primera vez y después dijo:
-Mi esposo, el rey Felipe, se encuentra en el Palacio del Buen Retiro, pero pronto le podréis conocer, mademoiselle.
Laura ni siquiera parpadeó al oír el nombre que tanto detestaba. Asintió, disimulando su rencor.
-Creo que usted y yo nos llevaremos muy bien.
-Es un honor para mí servir a sus majestades y al futuro rey de las Españas.
-Empezareis mañana. El cardenal os dirá el método a seguir, pues como sabéis Carlos II de Austria, además de vos, tiene otras tres ayas. Os tendréis que poner de acuerdo con ellas.
Laura asintió. Mariana de Austria se levantó. El duque de Ceballos y Laura de Montignac volvieron a inclinarse con respeto. Mendoza les hizo una señal para que le esperaran. La reina salió con paso firme del salón de recepciones. El cardenal, a su lado, le preguntó:
-¿Qué os parece, mademoiselle Gaudet, majestad?
Mariana se detuvo y Mendoza la emuló.
¿Queréis que os diga, eminencia, lo que más me ha gustado de ella?
Las cejas del cardenal se arquearon con curiosidad.
-Esa mujer es vieja y mi esposo no la perseguirá por los salones de palacio. –Le sonrió.
Una sonrisa sarcástica curvó los labios de Mendoza.
-Tenéis razón, majestad. No había caído en ello.
-Voy a ver a mi hijo. Carlos necesita también el cariño de su madre.
-Por supuesto, majestad.
Mendoza hizo una reverencia, y luego la vio alejarse con sus estirados y elegantes pasos.
Mademoiselle Gaudet y el duque de Villalba le esperaban en la antesala del salón de recepciones. El cardenal habló a Laura.
-Mademoiselle, os felicito. La reina tiene una grandísima opinión sobre vos.
-Sin duda, usted ha sido el artífice de ello.
Mendoza sonrió.
-Hija mía, en este mundo todos debemos ayudarnos. Así lo dispuso nuestro Señor. –Se santiguó con un gesto que aparentaba ser humilde.
-Tenéis razón, eminencia. No sabéis cuánto os agradezco vuestra intervención. Estoy segura de que pronto podremos ver los avances del heredero de la corona.
-Tendréis que trabajar mucho con esa criatura, ya sabéis… La sangre de los Austrias no es muy sana… Pero confío en vuestra experiencia.
-Haré todo lo posible para que sus majestades se sientan felices con mi trabajo, eminencia.
-No lo dudo, mademoiselle, no lo dudo.
Luis de Ceballos y Laura de Montignac siguieron al cardenal por los corredores del palacio. Las otras tres institutrices del hijo de Felipe IV la esperaban en el cuarto de juegos y estudios.
Mariana de Austria la miró con expresión adusta sentada en el trono real. Laura nunca se imaginó que su rival fuera tan joven. El cardenal Mendoza se encontraba junto a la esposa de Felipe IV y le saludó con una inclinación de la cabeza. Luis de Ceballos y ella hicieron las oportunas genuflexiones, y luego esperaron a que el religioso o la reina hablaran. Fue Mendoza el que lo hizo.
-Majestad, tenéis ante vos a mademoiselle Gaudet, la institutriz de la que os he hablado.
Mariana habló con un ligero acento alemán.
-El cardenal Mendoza me ha sugerido que os acepte como niñera de mi amado hijo, el príncipe heredero. He leído vuestras referencias y os aseguro, mademoiselle Gaudet, que me han impresionado.
Laura le sonrió.
-Gracias, majestad.
-Carlos será rey de las Españas y quiero que su educación sea la mejor. Ningún príncipe heredero de Europa posee el legado de mi hijo, así que él tiene que ser el más preparado, el único.
-Así será, majestad. Se lo aseguro.
Mariana le sonrió por primera vez y después dijo:
-Mi esposo, el rey Felipe, se encuentra en el Palacio del Buen Retiro, pero pronto le podréis conocer, mademoiselle.
Laura ni siquiera parpadeó al oír el nombre que tanto detestaba. Asintió, disimulando su rencor.
-Creo que usted y yo nos llevaremos muy bien.
-Es un honor para mí servir a sus majestades y al futuro rey de las Españas.
-Empezareis mañana. El cardenal os dirá el método a seguir, pues como sabéis Carlos II de Austria, además de vos, tiene otras tres ayas. Os tendréis que poner de acuerdo con ellas.
Laura asintió. Mariana de Austria se levantó. El duque de Ceballos y Laura de Montignac volvieron a inclinarse con respeto. Mendoza les hizo una señal para que le esperaran. La reina salió con paso firme del salón de recepciones. El cardenal, a su lado, le preguntó:
-¿Qué os parece, mademoiselle Gaudet, majestad?
Mariana se detuvo y Mendoza la emuló.
¿Queréis que os diga, eminencia, lo que más me ha gustado de ella?
Las cejas del cardenal se arquearon con curiosidad.
-Esa mujer es vieja y mi esposo no la perseguirá por los salones de palacio. –Le sonrió.
Una sonrisa sarcástica curvó los labios de Mendoza.
-Tenéis razón, majestad. No había caído en ello.
-Voy a ver a mi hijo. Carlos necesita también el cariño de su madre.
-Por supuesto, majestad.
Mendoza hizo una reverencia, y luego la vio alejarse con sus estirados y elegantes pasos.
Mademoiselle Gaudet y el duque de Villalba le esperaban en la antesala del salón de recepciones. El cardenal habló a Laura.
-Mademoiselle, os felicito. La reina tiene una grandísima opinión sobre vos.
-Sin duda, usted ha sido el artífice de ello.
Mendoza sonrió.
-Hija mía, en este mundo todos debemos ayudarnos. Así lo dispuso nuestro Señor. –Se santiguó con un gesto que aparentaba ser humilde.
-Tenéis razón, eminencia. No sabéis cuánto os agradezco vuestra intervención. Estoy segura de que pronto podremos ver los avances del heredero de la corona.
-Tendréis que trabajar mucho con esa criatura, ya sabéis… La sangre de los Austrias no es muy sana… Pero confío en vuestra experiencia.
-Haré todo lo posible para que sus majestades se sientan felices con mi trabajo, eminencia.
-No lo dudo, mademoiselle, no lo dudo.
Luis de Ceballos y Laura de Montignac siguieron al cardenal por los corredores del palacio. Las otras tres institutrices del hijo de Felipe IV la esperaban en el cuarto de juegos y estudios.
#163
22/07/2012 13:19
El Comisario y sus hombres habían preparado meticulosamente un plan para que el Águila Roja saliera de su refugio. Hernán necesitaba verle, confirmar las sospechas que pululaban en su interior y hablar con él, aunque fuera un minuto. Pedro y los otros habían apresado a varios campesinos que se negaban a pagar los impuestos a la Corona. Aquella tarde serían públicamente castigados en la Plaza Mayor.
Sátur entró con el rostro desencajado en la casa. Margarita se encontraba trabajando en el palacio de la marquesa de Santillana y Alonsillo jugaba con sus amigos en la calle. Gonzalo se hallaba en la cocina cortando las verduras que comerían en el almuerzo.
-¡Amo! No sabe de lo que me acabo de enterar en la Plaza de la Cebada… -dijo, resoplando aún por la carrera que había hecho.
-¿Qué ocurre, Sátur? –le preguntó el maestro con gesto preocupado.
-Amo, que el Comisario y sus guardias han dispuesto un castigo ejemplar a unos pobres desgraciaos en la Plaza Mayor… Los van a desollar vivos.
-¿Y qué han hecho?
-Pues ná, que no han pagao los últimos impuestos. ¡Serán hijos de mala madre…! Y no me refiero a la suya porque seguro que es una santa… Pero el primogentio que tuvo…
-Se dice primogénito, Sátur. –Le puso las manos en los hombros-. Anda, intenta llegar a la primera fila, que enseguida voy para allá.
-Sí, amo.
Gonzalo entró rápidamente en su alcoba y se dirigió a la guarida. Allí se quitó la camisola de color azul y sus calzones, y se vistió con el pantalón y la camisa de color negro. Se abotonó el chaleco rojo y se anudó el pañuelo a la cintura. Envainó la katana. Cogió las Shuriken y los Kunai, que escondió en los lugares secretos de su traje de héroe. Ató la capa al cuello y después ocultó sus cabellos con la capucha y el rostro con el embozo. Antes de salir cogió un Yumi y varias bombas de humo, serrín y arena para poder estallarlas y escapar sin que sus rivales le vieran.
-Las shuriken son las estrellas ninjas. N. de la A.
-Los Kunai son puñales pequeños. N. de la A.
-El Yumi es un arco japonés. N. de la A.
Sátur entró con el rostro desencajado en la casa. Margarita se encontraba trabajando en el palacio de la marquesa de Santillana y Alonsillo jugaba con sus amigos en la calle. Gonzalo se hallaba en la cocina cortando las verduras que comerían en el almuerzo.
-¡Amo! No sabe de lo que me acabo de enterar en la Plaza de la Cebada… -dijo, resoplando aún por la carrera que había hecho.
-¿Qué ocurre, Sátur? –le preguntó el maestro con gesto preocupado.
-Amo, que el Comisario y sus guardias han dispuesto un castigo ejemplar a unos pobres desgraciaos en la Plaza Mayor… Los van a desollar vivos.
-¿Y qué han hecho?
-Pues ná, que no han pagao los últimos impuestos. ¡Serán hijos de mala madre…! Y no me refiero a la suya porque seguro que es una santa… Pero el primogentio que tuvo…
-Se dice primogénito, Sátur. –Le puso las manos en los hombros-. Anda, intenta llegar a la primera fila, que enseguida voy para allá.
-Sí, amo.
Gonzalo entró rápidamente en su alcoba y se dirigió a la guarida. Allí se quitó la camisola de color azul y sus calzones, y se vistió con el pantalón y la camisa de color negro. Se abotonó el chaleco rojo y se anudó el pañuelo a la cintura. Envainó la katana. Cogió las Shuriken y los Kunai, que escondió en los lugares secretos de su traje de héroe. Ató la capa al cuello y después ocultó sus cabellos con la capucha y el rostro con el embozo. Antes de salir cogió un Yumi y varias bombas de humo, serrín y arena para poder estallarlas y escapar sin que sus rivales le vieran.
-Las shuriken son las estrellas ninjas. N. de la A.
-Los Kunai son puñales pequeños. N. de la A.
-El Yumi es un arco japonés. N. de la A.
#164
22/07/2012 13:24
Hernán dio órdenes muy claras: nadie debía disparar ni atacar con las espadas al Águila Roja. Pedro y el resto de la guardia se miraron interrogantes.
-Pero, señor… -comenzó a decir su lugarteniente.
-Si alguien me desobedece…-Hernán miró fijamente a Pedro-, se las verá conmigo… ¿Entendido?
-Sí, señor.
Los vecinos pronto se arremolinaron junto a la fachada norte de la Casa de la Panadería donde verían el correctivo, sin perder ningún detalle. En la plataforma construida para dicho escarmiento público se hallaban atados a varios postes un padre y sus dos hijos. Los gritos de éstos se confundían con los de las personas que increpaban a los hombres del Comisario que, impertérritos y con los arcabuces en las manos, soportaban como podían los vaivenes de la chusma.
Sátur llegó a la plaza e intentó acercarse al lugar que le había dicho Gonzalo de Montalvo, pero le fue imposible.
-¡Déjenme pasar! –exclamó dando empujones-. ¡Tengo que llegar a la primera fila!
Varios brazos le sujetaron con fuerza.
-¿Adónde vas, paticorto? –le preguntó un tipo con la cabeza rapada, ojos saltones y con un diente de oro en su maloliente boca.
-¡Suéltame, que tengo que ir a…! –Sátur no pudo decir nada más.
El individuo le golpeó en pleno rostro y Saturno García sintió que todo se volvía negro y que caía al suelo. Sin quererlo, el criado de los Montalvo provocó un altercado entre delincuentes. Los chillidos se extendieron por toda la plaza.
-¿Qué ocurre? –inquirió Hernán con gesto enojado.
-Una pelea en el fondo, señor… -musitó Pedro.
-¡Dile a tus hombres que la paren! No quiero un linchamiento en este lugar.
-Sí, señor.
Pedro y otros guardias se fueron acercando hasta el centro de la disputa entre empujones, pisotones, alaridos, codazos y escupitajos. Cipri, que también había acudido a la Plaza Mayor, vio a Sátur y como pudo le arrastró lejos de aquella espiral de violencia.
-Pero, señor… -comenzó a decir su lugarteniente.
-Si alguien me desobedece…-Hernán miró fijamente a Pedro-, se las verá conmigo… ¿Entendido?
-Sí, señor.
Los vecinos pronto se arremolinaron junto a la fachada norte de la Casa de la Panadería donde verían el correctivo, sin perder ningún detalle. En la plataforma construida para dicho escarmiento público se hallaban atados a varios postes un padre y sus dos hijos. Los gritos de éstos se confundían con los de las personas que increpaban a los hombres del Comisario que, impertérritos y con los arcabuces en las manos, soportaban como podían los vaivenes de la chusma.
Sátur llegó a la plaza e intentó acercarse al lugar que le había dicho Gonzalo de Montalvo, pero le fue imposible.
-¡Déjenme pasar! –exclamó dando empujones-. ¡Tengo que llegar a la primera fila!
Varios brazos le sujetaron con fuerza.
-¿Adónde vas, paticorto? –le preguntó un tipo con la cabeza rapada, ojos saltones y con un diente de oro en su maloliente boca.
-¡Suéltame, que tengo que ir a…! –Sátur no pudo decir nada más.
El individuo le golpeó en pleno rostro y Saturno García sintió que todo se volvía negro y que caía al suelo. Sin quererlo, el criado de los Montalvo provocó un altercado entre delincuentes. Los chillidos se extendieron por toda la plaza.
-¿Qué ocurre? –inquirió Hernán con gesto enojado.
-Una pelea en el fondo, señor… -musitó Pedro.
-¡Dile a tus hombres que la paren! No quiero un linchamiento en este lugar.
-Sí, señor.
Pedro y otros guardias se fueron acercando hasta el centro de la disputa entre empujones, pisotones, alaridos, codazos y escupitajos. Cipri, que también había acudido a la Plaza Mayor, vio a Sátur y como pudo le arrastró lejos de aquella espiral de violencia.
#165
22/07/2012 13:24
-¿Qué me ha ocurrido, Cipriano? –le preguntó, tocándose el hinchado ojo izquierdo.
-No lo sé, Sátur. Yo estaba por aquí y oí los gritos y después te vi en el suelo… -Le sonrió, agachado a su lado.
-Gracias por ayudarme, Cipri –murmuró, levantándose.
El Comisario alzó su brazo derecho y el verdugo restalló el látigo de siete púas en la espalda del anciano. Su grito heló la sangre de los allí presentes. Un silencio estremecedor reptó por la explanada y subió por las escaleras del entablado. Miró durante unos segundos al reo y luego se retiró de aquel lugar tal como había comparecido. Un gemido, casi imperceptible, brotó de la garganta masculina. Los siguientes latigazos desprendieron la piel, la carne y cientos de gotas de color rojo salpicaron los rostros de aquellos que se encontraban en las primeras filas.
El héroe del pueblo voló por los tejados de la Villa y llegó a la Plaza Mayor en el mismo instante en el que el individuo designado para ejecutar la pena alzaba el látigo por quinta vez. Águila Roja tensó la cuerda del arco que sostenía y disparó la flecha que silbó en el aire. La saeta sorteó todos los obstáculos hasta incrustarse en la mano del verdugo. El hombre chilló y soltó el látigo.
-¡Es el Águila Roja! –gritó la muchedumbre.
El Comisario miró hacia el lugar que señalaba la gente. Hernán vio cómo el héroe saltaba desde el tejado donde había disparado la flecha. El murmullo y las aclamaciones se acrecentaron. Águila permaneció unos segundos con el cuerpo inclinado hacia el suelo, luego se irguió y caminó decidido hacia la tarima, desenvainó la katana y se deshizo con rapidez de dos centinelas que le impedían el paso. Los hombres del Comisario le rodearon, aunque ninguno llevaba su arma reglamentaria. Un gesto de extrañeza se vislumbró en los ojos de color miel. Águila Roja envainó su sable y les observó, esperando… Los dedos de sus manos canalizaron la energía mística y después… El primer hombre que le atacó se encontró masticando la polvorienta superficie y con una luxación de hombros; el segundo recibió una patada doble en el estómago y gimió dolorido, sin poder ponerse de pie. Luego, una sucesión de golpes certeros y patadas imposibles de detener acabaron con la resistencia de aquellos presuntos servidores de la ley. El pueblo le vitoreó mientras él trepaba a la plataforma y con un hábil movimiento de la katana cortaba las ataduras de los campesinos, que descendieron de la tarima y corrieron por la plaza, amparados por el vulgo. Pronto otros guardias lucharon contra él. Pedro miró a Hernán Mejías, que contemplaba hipnotizado y con cierta admiración los ágiles y precisos movimientos del Águila Roja. Un guardia voló por los aires y otro cayó cerca de donde se encontraban Sátur y Cipri, que poco a poco habían conseguido acercarse hasta la primera fila. Pedro, enfadado, vio cómo el justiciero daba una voltereta, extendía su pierna derecha y golpeaba en el plexo solar a uno de sus compañeros. No lo soportó. Con un grito de rabia desenvainó su espada, desobedeciendo a su superior. Águila Roja estaba de espaldas y no le vio. Sátur gritó. Hernán Mejías subió rápidamente las escaleras y empujó a su lugarteniente que, sorprendido, aterrizó en la madera y perdió el conocimiento al golpearse la cabeza con uno de los postes. Águila se giró con sus manos en posición de ataque. El Comisario y él se miraron. Hernán se aclaró la garganta antes de hablar:
-¿Por qué me dijiste en una ocasión que tu madre se hubiese avergonzado de ti si no me hubieras salvado la vida?
El héroe del pueblo parpadeó al oír aquellas palabras. Hizo ademán de contestarle, pero Pedro recuperó la conciencia y se irguió. En ese instante, Águila Roja aprovechó para escapar. Arrojó algo al suelo, y tras una pequeña explosión el humo invadió toda la zona... La gente chilló histérica. Sátur y Cipri se taparon los ojos. Hernán y su lugarteniente tosieron. Cuando la confusión y el humo se evaporaron, ambos miraron a un lado y a otro, sin comprender. “¿Dónde demonios estaba?”, se preguntó Hernán, asombrado.
Miró a su hombre de confianza y le dio una bofetada.
-¡Estúpido, por tu culpa Águila Roja ha escapado!
Pedro no se atrevió a decir nada. Se tocó la cabeza y luego se miró la ensangrentada mano. Su jefe, furioso, se marchó al cuartel.
-No lo sé, Sátur. Yo estaba por aquí y oí los gritos y después te vi en el suelo… -Le sonrió, agachado a su lado.
-Gracias por ayudarme, Cipri –murmuró, levantándose.
El Comisario alzó su brazo derecho y el verdugo restalló el látigo de siete púas en la espalda del anciano. Su grito heló la sangre de los allí presentes. Un silencio estremecedor reptó por la explanada y subió por las escaleras del entablado. Miró durante unos segundos al reo y luego se retiró de aquel lugar tal como había comparecido. Un gemido, casi imperceptible, brotó de la garganta masculina. Los siguientes latigazos desprendieron la piel, la carne y cientos de gotas de color rojo salpicaron los rostros de aquellos que se encontraban en las primeras filas.
El héroe del pueblo voló por los tejados de la Villa y llegó a la Plaza Mayor en el mismo instante en el que el individuo designado para ejecutar la pena alzaba el látigo por quinta vez. Águila Roja tensó la cuerda del arco que sostenía y disparó la flecha que silbó en el aire. La saeta sorteó todos los obstáculos hasta incrustarse en la mano del verdugo. El hombre chilló y soltó el látigo.
-¡Es el Águila Roja! –gritó la muchedumbre.
El Comisario miró hacia el lugar que señalaba la gente. Hernán vio cómo el héroe saltaba desde el tejado donde había disparado la flecha. El murmullo y las aclamaciones se acrecentaron. Águila permaneció unos segundos con el cuerpo inclinado hacia el suelo, luego se irguió y caminó decidido hacia la tarima, desenvainó la katana y se deshizo con rapidez de dos centinelas que le impedían el paso. Los hombres del Comisario le rodearon, aunque ninguno llevaba su arma reglamentaria. Un gesto de extrañeza se vislumbró en los ojos de color miel. Águila Roja envainó su sable y les observó, esperando… Los dedos de sus manos canalizaron la energía mística y después… El primer hombre que le atacó se encontró masticando la polvorienta superficie y con una luxación de hombros; el segundo recibió una patada doble en el estómago y gimió dolorido, sin poder ponerse de pie. Luego, una sucesión de golpes certeros y patadas imposibles de detener acabaron con la resistencia de aquellos presuntos servidores de la ley. El pueblo le vitoreó mientras él trepaba a la plataforma y con un hábil movimiento de la katana cortaba las ataduras de los campesinos, que descendieron de la tarima y corrieron por la plaza, amparados por el vulgo. Pronto otros guardias lucharon contra él. Pedro miró a Hernán Mejías, que contemplaba hipnotizado y con cierta admiración los ágiles y precisos movimientos del Águila Roja. Un guardia voló por los aires y otro cayó cerca de donde se encontraban Sátur y Cipri, que poco a poco habían conseguido acercarse hasta la primera fila. Pedro, enfadado, vio cómo el justiciero daba una voltereta, extendía su pierna derecha y golpeaba en el plexo solar a uno de sus compañeros. No lo soportó. Con un grito de rabia desenvainó su espada, desobedeciendo a su superior. Águila Roja estaba de espaldas y no le vio. Sátur gritó. Hernán Mejías subió rápidamente las escaleras y empujó a su lugarteniente que, sorprendido, aterrizó en la madera y perdió el conocimiento al golpearse la cabeza con uno de los postes. Águila se giró con sus manos en posición de ataque. El Comisario y él se miraron. Hernán se aclaró la garganta antes de hablar:
-¿Por qué me dijiste en una ocasión que tu madre se hubiese avergonzado de ti si no me hubieras salvado la vida?
El héroe del pueblo parpadeó al oír aquellas palabras. Hizo ademán de contestarle, pero Pedro recuperó la conciencia y se irguió. En ese instante, Águila Roja aprovechó para escapar. Arrojó algo al suelo, y tras una pequeña explosión el humo invadió toda la zona... La gente chilló histérica. Sátur y Cipri se taparon los ojos. Hernán y su lugarteniente tosieron. Cuando la confusión y el humo se evaporaron, ambos miraron a un lado y a otro, sin comprender. “¿Dónde demonios estaba?”, se preguntó Hernán, asombrado.
Miró a su hombre de confianza y le dio una bofetada.
-¡Estúpido, por tu culpa Águila Roja ha escapado!
Pedro no se atrevió a decir nada. Se tocó la cabeza y luego se miró la ensangrentada mano. Su jefe, furioso, se marchó al cuartel.
#166
22/07/2012 13:25
Sátur llegó al hogar de los Montalvo lo más rápido que pudo y cerró la puerta. Alonsillo estaba en la calle y no se había enterado de lo ocurrido en la Plaza Mayor. El niño seguía jugando con sus amigos, ajeno a las preguntas que en ese momento su padre se hacía.
-¡Amo! ¿Dónde está? –profirió el criado, sin que éste le contestara.
Le buscó por toda la casa y al no encontrarlo, subió a la guarida. Allí lo halló. El maestro estaba sentado en una silla y parecía estar meditando algo que le preocupaba. Sátur habló:
-Amo, que ha salvado a esos pobrecillos y…
Gonzalo le miró.
-Me ha preguntado por mi madre… -dijo casi en un susurro.
-¿Quién?
-El Comisario.
-¿El…? ¿Por qué?
-No lo sé, pero tengo la sensación de que ha preparado todo para hablar conmigo.
-¿Preparado? Pues permítame que le diga que el patíbulo era muy real.
-Los guardias no me han atacado con sus armas, Sátur. Solamente se defendían con las manos.
-Pues el Pedro ese bien que ha sacado la suya, que si no llego yo a gritarle se la inserta por tó el costao.
-Gracias, Sátur. –Le sonrió, luego dijo-: El Comisario empujó a su lugarteniente para que no me atacara.
-¿Por qué? Si él le odia y…
-¿Y si ha descubierto que somos hermanos?
Saturno García se sentó encima de uno de los baúles. Se rascó la cabeza y suspiró.
-¿Y quién se lo ha podido decir? Que nosotros sepamos el único que conocía la filición de usted con el Comisario era Agustín, y el monje hace tiempo que cría malvas.
Gonzalo se puso de pie. Se mordió el labio inferior y negó con un gesto de su cabeza.
-La filiación, Sátur. –Le corrigió-. No sé cómo ni quién le ha podido hablar del Águila Roja, pero te aseguro que Hernán sabe algo.
-Pues… ¡Cómo éramos poco parió la abuela! –exclamó, encogiéndose de hombros.
Gonzalo le sonrió y empezó a desvestirse. Minutos después, se convirtió de nuevo en el sencillo maestro del barrio de San Felipe. Contempló el traje de héroe y luego puso el yumi y la katana en sus lugares preferentes. Las shuriken y los kunai descansaban en la mesa, como siempre.
-Amo… ¿Y qué va a hacer?
-Esperar.
Saturno García asintió.
-Creo que es lo mejor.
Gonzalo suspiró.
-Vamos abajo. No quiero que Alonso entre en la casa y no nos encuentre.
-Sí, amo.
-¡Amo! ¿Dónde está? –profirió el criado, sin que éste le contestara.
Le buscó por toda la casa y al no encontrarlo, subió a la guarida. Allí lo halló. El maestro estaba sentado en una silla y parecía estar meditando algo que le preocupaba. Sátur habló:
-Amo, que ha salvado a esos pobrecillos y…
Gonzalo le miró.
-Me ha preguntado por mi madre… -dijo casi en un susurro.
-¿Quién?
-El Comisario.
-¿El…? ¿Por qué?
-No lo sé, pero tengo la sensación de que ha preparado todo para hablar conmigo.
-¿Preparado? Pues permítame que le diga que el patíbulo era muy real.
-Los guardias no me han atacado con sus armas, Sátur. Solamente se defendían con las manos.
-Pues el Pedro ese bien que ha sacado la suya, que si no llego yo a gritarle se la inserta por tó el costao.
-Gracias, Sátur. –Le sonrió, luego dijo-: El Comisario empujó a su lugarteniente para que no me atacara.
-¿Por qué? Si él le odia y…
-¿Y si ha descubierto que somos hermanos?
Saturno García se sentó encima de uno de los baúles. Se rascó la cabeza y suspiró.
-¿Y quién se lo ha podido decir? Que nosotros sepamos el único que conocía la filición de usted con el Comisario era Agustín, y el monje hace tiempo que cría malvas.
Gonzalo se puso de pie. Se mordió el labio inferior y negó con un gesto de su cabeza.
-La filiación, Sátur. –Le corrigió-. No sé cómo ni quién le ha podido hablar del Águila Roja, pero te aseguro que Hernán sabe algo.
-Pues… ¡Cómo éramos poco parió la abuela! –exclamó, encogiéndose de hombros.
Gonzalo le sonrió y empezó a desvestirse. Minutos después, se convirtió de nuevo en el sencillo maestro del barrio de San Felipe. Contempló el traje de héroe y luego puso el yumi y la katana en sus lugares preferentes. Las shuriken y los kunai descansaban en la mesa, como siempre.
-Amo… ¿Y qué va a hacer?
-Esperar.
Saturno García asintió.
-Creo que es lo mejor.
Gonzalo suspiró.
-Vamos abajo. No quiero que Alonso entre en la casa y no nos encuentre.
-Sí, amo.
#167
22/07/2012 13:27
Gonzalo asió el brazo de su ayudante y, en ese instante, se fijó en el moratón y la hinchazón que tenía en el ojo izquierdo.
-¿Qué te ha pasado, Sátur?
-Una mala bestia que me golpeó y me dejó tumbao, si no llega a ser por Cipri no lo cuento, amo.
-Lo siento.
-¡Usted no tiene la culpa, hombre! Demasiado hace con salvar a los pobres y da esperanza al pueblo y encima es padre, maestro, esposo y héroe. ¿Se puede pedir más?
Gonzalo le abrazó.
-Gracias, amigo.
Saturno García y él acababan de bajar de la guarida cuando Alonso y Margarita irrumpían en la casa. Gonzalo besó a su mujer y alborotó los cabellos de su hijo. La pareja escuchó al niño, que habló emocionado.
-El hijo del herrero nos ha dicho que el Águila Roja ha salvado a unos campesinos en la Plaza Mayor. Me hubiese gustado tanto estar allí… -comentó feliz.
-Pues no creas, Alonsillo, que esos lugares son peligrosos –le dijo Sátur.
-Pero ver al Águila en acción es fantástico, Sátur.
-Yo no lo niego, pero…
Gonzalo y su ayudante se miraron.
-Sátur tiene razón, hijo. Ese embozado lucha a vida o muerte y a veces los inocentes pueden sufrir las consecuencias de sus actos.
-Escucha a tu padre que es muy sabio, Alonsillo –musitó Sátur, señalando a Gonzalo.
Margarita besó a su sobrino.
-¿No comprendéis que el Águila Roja es su ídolo? –manifestó, abrazándole-. Yo te entiendo, cariño. Te confieso una cosa, Alonso, a mí también me gusta muchísimo ese héroe.
-No sabe usted cuánto… -musitó Sátur mirando a Gonzalo, que le riñó entre dientes.
-Bueno, hijo. Es lógico que sientas admiración por ese hombre –le dijo, posando sus brazos en los hombros infantiles-. Pero lo importante es que tú sigas creyendo en ti. Ya sabes, todos somos héroes de una forma u otra.
Alonso asintió. Luego miró a Sátur y le preguntó:
-¿Qué te ha pasado?
-Pues fíjate por ir a la Plaza Mayor… Un animal que me golpeó y mira cómo me ha puesto el ojo.
-¡Sátur! ¿Por qué no lo has dicho antes? –le preguntó la esposa de Gonzalo de Montalvo-. Déjame que te lo vea…
Margarita le tocó con cuidado y luego le puso un paño con agua fría.
-Siéntate, Sátur, que Gonzalo y yo prepararemos la comida, ¿verdad? –le preguntó a su marido.
-Sí –le contestó él abrazándola.
-Yo os ayudaré –manifestó Alonso.
Saturno García se sentó a la mesa y les observó. Los Montalvo eran una familia, la suya. Sonrió.
Continuará... Besitos a todas. A más ver. MJ.
-¿Qué te ha pasado, Sátur?
-Una mala bestia que me golpeó y me dejó tumbao, si no llega a ser por Cipri no lo cuento, amo.
-Lo siento.
-¡Usted no tiene la culpa, hombre! Demasiado hace con salvar a los pobres y da esperanza al pueblo y encima es padre, maestro, esposo y héroe. ¿Se puede pedir más?
Gonzalo le abrazó.
-Gracias, amigo.
Saturno García y él acababan de bajar de la guarida cuando Alonso y Margarita irrumpían en la casa. Gonzalo besó a su mujer y alborotó los cabellos de su hijo. La pareja escuchó al niño, que habló emocionado.
-El hijo del herrero nos ha dicho que el Águila Roja ha salvado a unos campesinos en la Plaza Mayor. Me hubiese gustado tanto estar allí… -comentó feliz.
-Pues no creas, Alonsillo, que esos lugares son peligrosos –le dijo Sátur.
-Pero ver al Águila en acción es fantástico, Sátur.
-Yo no lo niego, pero…
Gonzalo y su ayudante se miraron.
-Sátur tiene razón, hijo. Ese embozado lucha a vida o muerte y a veces los inocentes pueden sufrir las consecuencias de sus actos.
-Escucha a tu padre que es muy sabio, Alonsillo –musitó Sátur, señalando a Gonzalo.
Margarita besó a su sobrino.
-¿No comprendéis que el Águila Roja es su ídolo? –manifestó, abrazándole-. Yo te entiendo, cariño. Te confieso una cosa, Alonso, a mí también me gusta muchísimo ese héroe.
-No sabe usted cuánto… -musitó Sátur mirando a Gonzalo, que le riñó entre dientes.
-Bueno, hijo. Es lógico que sientas admiración por ese hombre –le dijo, posando sus brazos en los hombros infantiles-. Pero lo importante es que tú sigas creyendo en ti. Ya sabes, todos somos héroes de una forma u otra.
Alonso asintió. Luego miró a Sátur y le preguntó:
-¿Qué te ha pasado?
-Pues fíjate por ir a la Plaza Mayor… Un animal que me golpeó y mira cómo me ha puesto el ojo.
-¡Sátur! ¿Por qué no lo has dicho antes? –le preguntó la esposa de Gonzalo de Montalvo-. Déjame que te lo vea…
Margarita le tocó con cuidado y luego le puso un paño con agua fría.
-Siéntate, Sátur, que Gonzalo y yo prepararemos la comida, ¿verdad? –le preguntó a su marido.
-Sí –le contestó él abrazándola.
-Yo os ayudaré –manifestó Alonso.
Saturno García se sentó a la mesa y les observó. Los Montalvo eran una familia, la suya. Sonrió.
Continuará... Besitos a todas. A más ver. MJ.
#168
23/07/2012 16:33
jajaja, Gonzalo en casa cortando verduras, jajaja, si que me has sorprendido, si, jajaja
Fantastico MJ cuando gustes, puedes seguir, jajaja
Fantastico MJ cuando gustes, puedes seguir, jajaja
#169
23/07/2012 17:15
Kaleyyyyyyyyyyyyyyyyy... Es que el Amo está hecho todo un amo de su casa desde que se ha casao con la Margui... Je,je,je. Besitos, guapi. Pronto seguiré. A más ver. MJ.
#170
23/07/2012 17:19
Pues si que le ha cambiado la de la mantatoquilla, jajaja
#171
23/07/2012 17:24
El amor, Kaley, el amor... Je,je,je. Besos, guapa. MJ.
#172
23/07/2012 18:14
pues al mío no le dio por cortarme las verduritas ....
#173
23/07/2012 20:01
Hacía unos días que no me pasaba por aquí y cuando he leído los últimos capítulos... Sólo te digo Mj, ¡¡¡ qué tu relato me fascina!!!!
Me gusta todo, todito, todo: el enfoque que le estás dando a cada personaje, los diálogos entre ellos, los lugares que nos describes, son tan reales que me los imagino fácilmente, la información que nos ofreces, como por ejemplo con la Biblioteca Real del Escorial, uf, de verdad, eres muy BUENA, amiga.
Gracias por compartir con nosotras tu historia, continúa cuando puedas... Besitos, Montalvina.
Me gusta todo, todito, todo: el enfoque que le estás dando a cada personaje, los diálogos entre ellos, los lugares que nos describes, son tan reales que me los imagino fácilmente, la información que nos ofreces, como por ejemplo con la Biblioteca Real del Escorial, uf, de verdad, eres muy BUENA, amiga.
Gracias por compartir con nosotras tu historia, continúa cuando puedas... Besitos, Montalvina.
#174
25/07/2012 18:43
¡Hola, guapas!
¿Qué tal? Voy a colgar ahora otro poquito de "Confía en mí". Hernán y Lucre se vuelven a reencontrar y Sátur y Alonso forman una que ya veréis... Ja,ja,ja. Espero que os provoque una sonrisa, al menos. Pero antes...
Kaley, mu mal lo de tu marido. ¡¡¡¡Que se ponga a cortar verduras igual que el Amo, pero ya!!!! Ja,ja,ja,ja. Besitos, guapa. Espero que te guste lo que viene ahora...
Montalvina, cielo, muchas gracias por tus palabras. Me alegro de verdad que te esté gustando tanto la novela. Yo sigo, ¿vale? Besitos también para ti.
A más ver. MJ.
¿Qué tal? Voy a colgar ahora otro poquito de "Confía en mí". Hernán y Lucre se vuelven a reencontrar y Sátur y Alonso forman una que ya veréis... Ja,ja,ja. Espero que os provoque una sonrisa, al menos. Pero antes...
Kaley, mu mal lo de tu marido. ¡¡¡¡Que se ponga a cortar verduras igual que el Amo, pero ya!!!! Ja,ja,ja,ja. Besitos, guapa. Espero que te guste lo que viene ahora...
Montalvina, cielo, muchas gracias por tus palabras. Me alegro de verdad que te esté gustando tanto la novela. Yo sigo, ¿vale? Besitos también para ti.
A más ver. MJ.
#175
25/07/2012 18:45
CONFÍA EN MÍ
Hernán Mejías llegó a los calabozos y se fue directamente a su privado. Arrastraba consigo una furia incontrolable que le consumía por dentro.
-¡Maldita sea! –gritó, tirando los papeles y los objetos que tenía encima de su mesa.
No se dio cuenta de que no estaba solo. Lucrecia de Santillana le observó con gesto imperturbable, sentada en una de las sillas de tijera. Su voz sonó sibilante.
-Ya me he enterado de lo ocurrido… ¡Ay, Hernán, ese embozado siempre te deja en ridículo! –Le sonrió.
El Comisario se giró y la miró con los ojos encendidos por la ira.
-¿Qué haces aquí, Lucrecia?
-Nada, querido… Simplemente entré para saludarte, pero si hubiese sabido el humor que tienes hoy…
Hernán se aclaró la garganta y, después, dijo:
-No me trates como a un idiota, Lucrecia.
Ella arqueó las cejas e hizo un mohín con los labios.
-¿Yo tratarte como a un idiota, Hernán? -Se puso de pie y se acercó hasta él, contoneando, provocativa, las caderas-. Nunca, se me ocurriría…
Rozó el torso masculino y se mordió el labio inferior, mirándole fijamente. El deseo se mostró en las oscuras pupilas masculinas. Hernán la atrajo hasta su cuerpo y la besó como si nada más le importara en la vida. Ella le correspondió de la misma forma. A ninguno de los dos le importó el lugar donde se encontraban. Lucrecia gimió aferrada a su fuerte cuello y después… El Comisario le desató las cuerdas del corpiño y la arrastró hasta la mesa alzándole la falda y las enaguas hasta la mitad de los muslos. Lucrecia le ayudó a quitarse la chaqueta de cuero y la camisola negra. Deslizó la lengua por el pecho masculino, saboreó su piel, mordió sus pezones… Hernán no se quedó quieto. Sus manos acariciaron con frenesí aquel cuerpo que le volvía loco y que hacía meses que no poseía. Mordisqueó el cuello femenino, besó su boca, sus turgentes senos... Se miraron unos segundos, anhelantes, con las respiraciones entrecortadas, excitados… Luego la pasión los envolvió y sus gemidos y sus gritos se oyeron por todo el cuartel.
Hernán Mejías llegó a los calabozos y se fue directamente a su privado. Arrastraba consigo una furia incontrolable que le consumía por dentro.
-¡Maldita sea! –gritó, tirando los papeles y los objetos que tenía encima de su mesa.
No se dio cuenta de que no estaba solo. Lucrecia de Santillana le observó con gesto imperturbable, sentada en una de las sillas de tijera. Su voz sonó sibilante.
-Ya me he enterado de lo ocurrido… ¡Ay, Hernán, ese embozado siempre te deja en ridículo! –Le sonrió.
El Comisario se giró y la miró con los ojos encendidos por la ira.
-¿Qué haces aquí, Lucrecia?
-Nada, querido… Simplemente entré para saludarte, pero si hubiese sabido el humor que tienes hoy…
Hernán se aclaró la garganta y, después, dijo:
-No me trates como a un idiota, Lucrecia.
Ella arqueó las cejas e hizo un mohín con los labios.
-¿Yo tratarte como a un idiota, Hernán? -Se puso de pie y se acercó hasta él, contoneando, provocativa, las caderas-. Nunca, se me ocurriría…
Rozó el torso masculino y se mordió el labio inferior, mirándole fijamente. El deseo se mostró en las oscuras pupilas masculinas. Hernán la atrajo hasta su cuerpo y la besó como si nada más le importara en la vida. Ella le correspondió de la misma forma. A ninguno de los dos le importó el lugar donde se encontraban. Lucrecia gimió aferrada a su fuerte cuello y después… El Comisario le desató las cuerdas del corpiño y la arrastró hasta la mesa alzándole la falda y las enaguas hasta la mitad de los muslos. Lucrecia le ayudó a quitarse la chaqueta de cuero y la camisola negra. Deslizó la lengua por el pecho masculino, saboreó su piel, mordió sus pezones… Hernán no se quedó quieto. Sus manos acariciaron con frenesí aquel cuerpo que le volvía loco y que hacía meses que no poseía. Mordisqueó el cuello femenino, besó su boca, sus turgentes senos... Se miraron unos segundos, anhelantes, con las respiraciones entrecortadas, excitados… Luego la pasión los envolvió y sus gemidos y sus gritos se oyeron por todo el cuartel.
#176
25/07/2012 18:46
Una semana después del casamiento, Alonso seguía pensando en lo que Gabi le había contado sobre la noche de bodas y sus consecuencias. Aquellos días se los pasó observando a su tía y a su padre. Ellos parecían vivir en una permanente nube de algodón. Se besaban, reían, se acariciaban… Él sonreía porque le encantaba verles tan felices, aunque la curiosidad por saber qué sucedía por las noches en la habitación conyugal, no le permitía centrarse en los estudios. Su progenitor le había castigado y ahora se encontraba, pluma en mano, copiando cincuenta veces la lista de los Reyes Godos en su cuaderno. Sátur preparaba la cena, su padre leía uno de sus libros y la tía Margarita se hallaba en el cuarto recogiendo cosas. Ella asomó la cabeza por el vano de la puerta y habló:
-Gonzalo, ¿me ayudas a guardar las mantas en los baúles? Es que pesan tanto que yo sola no puedo doblarlas…
Él asintió y se levantó. Alonso vio cómo entraba en la alcoba, sonreía a su esposa y la besaba. Luego cerró la puerta. El niño suspiró y miró a Saturno García, que cocinaba tarareando una coplilla. Alonso se puso de pie y se acercó hasta el hogar. La olla expelía un apetitoso olor a guiso de conejo. Sátur picó las verduras y las echó a continuación en el puchero.
-Te pica el gusanillo, ¿eh? -Rió el criado, mirándole.
-Sí. Huele muy bien, Sátur. –Le sonrió.
-¿Cómo no va a oler bien, Alonsillo? Si soy el mejor cocinero del barrio de San Felipe… -Volvió a reír, y Alonso de Montalvo se contagió de su risa.
Cuando las carcajadas cesaron, Sátur dijo:
-Pronto cenaremos, Alonsillo.
-Vale.
Como el hijo de Gonzalo no se movía de su lado, él le inquirió:
-¿Te pasa algo, Alonso?
-No, no me pasa nada. –Se rascó la oreja derecha y después dijo-: Bueno, yo quiero preguntarte una cosa…
Sátur limpió la mesa con un paño y después le miró.
-Gonzalo, ¿me ayudas a guardar las mantas en los baúles? Es que pesan tanto que yo sola no puedo doblarlas…
Él asintió y se levantó. Alonso vio cómo entraba en la alcoba, sonreía a su esposa y la besaba. Luego cerró la puerta. El niño suspiró y miró a Saturno García, que cocinaba tarareando una coplilla. Alonso se puso de pie y se acercó hasta el hogar. La olla expelía un apetitoso olor a guiso de conejo. Sátur picó las verduras y las echó a continuación en el puchero.
-Te pica el gusanillo, ¿eh? -Rió el criado, mirándole.
-Sí. Huele muy bien, Sátur. –Le sonrió.
-¿Cómo no va a oler bien, Alonsillo? Si soy el mejor cocinero del barrio de San Felipe… -Volvió a reír, y Alonso de Montalvo se contagió de su risa.
Cuando las carcajadas cesaron, Sátur dijo:
-Pronto cenaremos, Alonsillo.
-Vale.
Como el hijo de Gonzalo no se movía de su lado, él le inquirió:
-¿Te pasa algo, Alonso?
-No, no me pasa nada. –Se rascó la oreja derecha y después dijo-: Bueno, yo quiero preguntarte una cosa…
Sátur limpió la mesa con un paño y después le miró.
#177
25/07/2012 18:48
-¿Tú dirás?
-Es que me da un poco de vergüenza…
-No será para tanto, hombre… Vamos a ver, ¿tú no confías en mí?
-Sí, Sátur, yo confío en ti.
-Pues por eso… ¿Qué quieres preguntarme, Alonsillo?
-Bueno… ¿Es cierto que padre y la tía Margarita duermen desnudos en el lecho?
-¿Cómo? –musitó, sorprendido el ayudante del Águila Roja.
-Sí, Sátur… Que se besan, se tocan y bueno… Tú ya sabes…
-¿Quién te ha dicho a ti eso?
-Gabi –le contestó con sinceridad.
-¡La madre que lo parió…! Si es que este hijo mío es un sabelotodo –Se calló y le volvió a mirar.
-¿Ocurre de verdad eso? –le interrogó, expectante, Alonso.
-Pues sí, Alonsillo. Cuando seas más grande lo comprenderás mejor y…
Alonso le interrumpió:
-No, Sátur, más o menos lo entiendo. Pero hay algo que Gabi me dijo que no…
-¿Qué? –musitó, interrogante, el criado.
-Pues según él, mi padre y mi tía pueden tener un niño, ¿cómo lo hacen?
A Saturno García se le cayó el cuchillo que tenía en las manos. El ruido metálico resonó durante unos segundos en sus oídos. El postillón del héroe de la Villa murmuró entre dientes:
-¡La Virgen…! Hay que ver en el aprieto que me ha puesto este chiquillo… -Carraspeó, nervioso-. ¿Cómo le digo…? –Alonso le miraba fijamente, sin perder detalle de su azoramiento y de las palabras que mascullaba para sí mismo. Sátur volvió a carraspear y luego le puso las manos en los hombros-. Te lo voy a explicar de una forma muy sencilla. –El niño le sonrió-. Verás… Tu tía es una flor y tu padre es una abeja… ¿Me sigues? –Alonso asintió, aunque frunció el ceño-. La abeja tiene polen, y el polen lo deposita en la flor y después de un tiempo nace el niño o la niñia.
Alonso negó con un ligero movimiento de su cabeza.
-No, Sátur. Estás confundido. Mi padre nos explicó en la escuela que la flor es la que tiene el polen, y que la abeja lo coge y…
-No, no, no… Alonsillo. Vamos a ver… Te lo vuelvo a explicar: la abeja es la que tiene el polen y lo deposita en la flor… -Gesticuló, haciendo con una mano el vuelo del insecto y su posterior posado en la flor-. Y ya te he dicho que tu padre es la abeja y tu tía Margarita, la flor.
-Es que me da un poco de vergüenza…
-No será para tanto, hombre… Vamos a ver, ¿tú no confías en mí?
-Sí, Sátur, yo confío en ti.
-Pues por eso… ¿Qué quieres preguntarme, Alonsillo?
-Bueno… ¿Es cierto que padre y la tía Margarita duermen desnudos en el lecho?
-¿Cómo? –musitó, sorprendido el ayudante del Águila Roja.
-Sí, Sátur… Que se besan, se tocan y bueno… Tú ya sabes…
-¿Quién te ha dicho a ti eso?
-Gabi –le contestó con sinceridad.
-¡La madre que lo parió…! Si es que este hijo mío es un sabelotodo –Se calló y le volvió a mirar.
-¿Ocurre de verdad eso? –le interrogó, expectante, Alonso.
-Pues sí, Alonsillo. Cuando seas más grande lo comprenderás mejor y…
Alonso le interrumpió:
-No, Sátur, más o menos lo entiendo. Pero hay algo que Gabi me dijo que no…
-¿Qué? –musitó, interrogante, el criado.
-Pues según él, mi padre y mi tía pueden tener un niño, ¿cómo lo hacen?
A Saturno García se le cayó el cuchillo que tenía en las manos. El ruido metálico resonó durante unos segundos en sus oídos. El postillón del héroe de la Villa murmuró entre dientes:
-¡La Virgen…! Hay que ver en el aprieto que me ha puesto este chiquillo… -Carraspeó, nervioso-. ¿Cómo le digo…? –Alonso le miraba fijamente, sin perder detalle de su azoramiento y de las palabras que mascullaba para sí mismo. Sátur volvió a carraspear y luego le puso las manos en los hombros-. Te lo voy a explicar de una forma muy sencilla. –El niño le sonrió-. Verás… Tu tía es una flor y tu padre es una abeja… ¿Me sigues? –Alonso asintió, aunque frunció el ceño-. La abeja tiene polen, y el polen lo deposita en la flor y después de un tiempo nace el niño o la niñia.
Alonso negó con un ligero movimiento de su cabeza.
-No, Sátur. Estás confundido. Mi padre nos explicó en la escuela que la flor es la que tiene el polen, y que la abeja lo coge y…
-No, no, no… Alonsillo. Vamos a ver… Te lo vuelvo a explicar: la abeja es la que tiene el polen y lo deposita en la flor… -Gesticuló, haciendo con una mano el vuelo del insecto y su posterior posado en la flor-. Y ya te he dicho que tu padre es la abeja y tu tía Margarita, la flor.
#178
25/07/2012 18:49
-¡Qué no, Sátur! –exclamó, comenzando a enfadarse Alonso de Montalvo-. La flor es la que tiene el polen en los estambres y…
-¿Qué estambres ni que ná? ¿Qué vas a saber tú, chiquillo? ¡Tu padre tiene el polen y lo deja en la flor que es tu tía! –profirió con seguridad el criado.
-¿Cómo va a tener polen mi padre…?
-¡Tu padre tienen polen, Alonsillo, y es una abeja y pica a la flor que es tu tía Margarita y luego nace el niño!
-¡Qué no, Sátur! ¡Que mi padre ni es una abeja ni tiene polen! ¡Mi padre es un hombre y mi tía Margarita tiene nombre de flor, pero es una mujer! –exclamó, cada vez más enfadado.
-¡Me cago en tó lo que se menea…! ¿Te lo tengo que repetir de nuevo, Alonsillo? ¡Tu padre es una abeja y tu tía una flor!... Más claro no te lo puedo decir.
-¿Cómo una abeja puede tener un hijo con una flor? ¡Eso es imposible, Sátur!
-Alonso, no puedo más… Me tienes agotao. ¡Venga, levanta el vuelo y que te lo explique tu padre! ¡Yo renuncio!
Gonzalo y Margarita salieron de la habitación.
-¿Qué pasa aquí? ¿Y esos gritos?
-Amo, su chiquillo que quiere saber más de la cuenta y no se entera de ná…
-¡No, Sátur, el que no te enteras eres tú!
-Alonso… -comenzó a decir Gonzalo.
-¡Me voy a mi cuarto! –exclamó el niño con el ceño arrugado.
Al pasar junto a la pareja, Alonso les miró. Se giró y dijo:
-¡Qué no, que no puede ser, Sátur! ¡Mi padre no es una abeja y mi tía tampoco es una flor!
-¡Terco como una mula…! Desde luego que tiene a quién parecerse…
Saturno García, murmurando frases ininteligibles, volvió a sus quehaceres. Alonso dio un portazo. Gonzalo y Margarita se miraron sin comprender lo que allí había sucedido.
Continuará... Besitos a todas. A más ver. MJ.
-¿Qué estambres ni que ná? ¿Qué vas a saber tú, chiquillo? ¡Tu padre tiene el polen y lo deja en la flor que es tu tía! –profirió con seguridad el criado.
-¿Cómo va a tener polen mi padre…?
-¡Tu padre tienen polen, Alonsillo, y es una abeja y pica a la flor que es tu tía Margarita y luego nace el niño!
-¡Qué no, Sátur! ¡Que mi padre ni es una abeja ni tiene polen! ¡Mi padre es un hombre y mi tía Margarita tiene nombre de flor, pero es una mujer! –exclamó, cada vez más enfadado.
-¡Me cago en tó lo que se menea…! ¿Te lo tengo que repetir de nuevo, Alonsillo? ¡Tu padre es una abeja y tu tía una flor!... Más claro no te lo puedo decir.
-¿Cómo una abeja puede tener un hijo con una flor? ¡Eso es imposible, Sátur!
-Alonso, no puedo más… Me tienes agotao. ¡Venga, levanta el vuelo y que te lo explique tu padre! ¡Yo renuncio!
Gonzalo y Margarita salieron de la habitación.
-¿Qué pasa aquí? ¿Y esos gritos?
-Amo, su chiquillo que quiere saber más de la cuenta y no se entera de ná…
-¡No, Sátur, el que no te enteras eres tú!
-Alonso… -comenzó a decir Gonzalo.
-¡Me voy a mi cuarto! –exclamó el niño con el ceño arrugado.
Al pasar junto a la pareja, Alonso les miró. Se giró y dijo:
-¡Qué no, que no puede ser, Sátur! ¡Mi padre no es una abeja y mi tía tampoco es una flor!
-¡Terco como una mula…! Desde luego que tiene a quién parecerse…
Saturno García, murmurando frases ininteligibles, volvió a sus quehaceres. Alonso dio un portazo. Gonzalo y Margarita se miraron sin comprender lo que allí había sucedido.
Continuará... Besitos a todas. A más ver. MJ.
#179
26/07/2012 10:35
jajajaja,
#180
26/07/2012 21:19
¡¡¡¡Guauuuuuuuuuuuuu, vaya la escenita entre Hernán y Lucre, me he puesto colorá, jejejeje!!!!!
Y la conversación de Sátur con Alonso sobre sexo es genial, me he partío de la risa, sobre todo con este momento:
A Saturno García se le cayó el cuchillo que tenía en las manos. El ruido metálico resonó durante unos segundos en sus oídos. El postillón del héroe de la Villa murmuró entre dientes:
-¡La Virgen…! Hay que ver en el aprieto que me ha puesto este chiquillo… -Carraspeó, nervioso-. ¿Cómo le digo…? –Alonso le miraba fijamente, sin perder detalle de su azoramiento y de las palabras que mascullaba para sí mismo. Sátur volvió a carraspear y luego le puso las manos en los hombros-. Te lo voy a explicar de una forma muy sencilla.–El niño le sonrió-. Verás… Tu tía es una flor y tu padre es una abeja… ¿Me sigues? –Alonso asintió, aunque frunció el ceño-. La abeja tiene polen, y el polen lo deposita en la flor y después de un tiempo nace el niñio o la niñia.
Y con este otro:
-¿Cómo va a tener polen mi padre…?
-¡Tu padre tienen polen, Alonsillo, y es una abeja y pica a la flor que es tu tía Margarita y luego nace el niñio!
Me encantó, Mj. Sigueeeeeeeeeeeeeee. Besitos, Montalvina.
Y la conversación de Sátur con Alonso sobre sexo es genial, me he partío de la risa, sobre todo con este momento:
A Saturno García se le cayó el cuchillo que tenía en las manos. El ruido metálico resonó durante unos segundos en sus oídos. El postillón del héroe de la Villa murmuró entre dientes:
-¡La Virgen…! Hay que ver en el aprieto que me ha puesto este chiquillo… -Carraspeó, nervioso-. ¿Cómo le digo…? –Alonso le miraba fijamente, sin perder detalle de su azoramiento y de las palabras que mascullaba para sí mismo. Sátur volvió a carraspear y luego le puso las manos en los hombros-. Te lo voy a explicar de una forma muy sencilla.–El niño le sonrió-. Verás… Tu tía es una flor y tu padre es una abeja… ¿Me sigues? –Alonso asintió, aunque frunció el ceño-. La abeja tiene polen, y el polen lo deposita en la flor y después de un tiempo nace el niñio o la niñia.
Y con este otro:
-¿Cómo va a tener polen mi padre…?
-¡Tu padre tienen polen, Alonsillo, y es una abeja y pica a la flor que es tu tía Margarita y luego nace el niñio!
Me encantó, Mj. Sigueeeeeeeeeeeeeee. Besitos, Montalvina.