Foro Águila Roja
Confía en mí
#0
05/06/2012 21:17
¡Hola, Aguiluchas!
Vuelvo a colgar este mensaje, porque no sé qué ha pasado. Se ha perdido en el ciberespacio... Je,je,je... Bueno, os decía en el anterior que estoy escribiendo esta historia de Gonzalo y Margarita, que he titulado Confía en mí. Una frase que el Amo dice habitualmente. Al principio pensé en centrarme sólo en el CR, pero después me he picado y como le dije a Mar, iré introduciendo personajes para dar más intensidad a la trama. ¡Jó parezco una guionista de la serie! Je,je,je... Iré colgándola poco a poco. Espero que os guste y que disfrutéis tanto como yo al escribirla. Me he basado en algunas imágenes que nos pusieron de la ansiada 5ª temporada, pero el resto es todo, todito de mi imaginación. A ver si los lionistas se pasan por aquí y cogen algunas ideas... Je,je,je. Bueno, allá va... Besitos y con Dios. MJ.
Ya sé lo que pasó. Hay mucho texto y no lo podía colgar... Bueno, aquí os dejo las primeras líneas. Besitos a tod@s. MJ.
Vuelvo a colgar este mensaje, porque no sé qué ha pasado. Se ha perdido en el ciberespacio... Je,je,je... Bueno, os decía en el anterior que estoy escribiendo esta historia de Gonzalo y Margarita, que he titulado Confía en mí. Una frase que el Amo dice habitualmente. Al principio pensé en centrarme sólo en el CR, pero después me he picado y como le dije a Mar, iré introduciendo personajes para dar más intensidad a la trama. ¡Jó parezco una guionista de la serie! Je,je,je... Iré colgándola poco a poco. Espero que os guste y que disfrutéis tanto como yo al escribirla. Me he basado en algunas imágenes que nos pusieron de la ansiada 5ª temporada, pero el resto es todo, todito de mi imaginación. A ver si los lionistas se pasan por aquí y cogen algunas ideas... Je,je,je. Bueno, allá va... Besitos y con Dios. MJ.
Ya sé lo que pasó. Hay mucho texto y no lo podía colgar... Bueno, aquí os dejo las primeras líneas. Besitos a tod@s. MJ.
#361
15/10/2012 16:55
No tengo mucho que decir: PERFECTO.
Espero la siguiente parte, súbela pronto plis! un besito!
Espero la siguiente parte, súbela pronto plis! un besito!
#362
15/10/2012 18:07
La cosa está que arde, muy interesante, tanto que ya no se como terminó la serie en pantalla, jajaja
Cuando gustes, aquí estamos para leerte ...
Cuando gustes, aquí estamos para leerte ...
#363
19/10/2012 07:59
¡¡¡Buenos días, niñas!!!!
¿Qué tal? Mientras desayuno, pues después me va a ser imposible, os cuelgo la continuación de "Confía en mí". Espero que os gusteeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee... Besosssssssssssssssssss y buen finde. MJ. A más ver.
Litlenanai, muchas gracias, cielo. Ya verás lo que ocurre... Besosssssssssssssssssssssss...
Kaley, preciosa, ja,ja,ja,ja. ¡Qué gracia me ha hecho tu comentario! Pues acuérdate... Nos dijeron que la pantera se había comido al nuevo Comi, yo no lo creo, y nos dejaron la famosa frasesita del Amo a Margarita repiqueteando en nuestros oídos... Je,je,je,je... "Nunca me meteré en tu vida, a no ser que tú me lo pidas..." ¡¡¡¡¡Más sangre, Gonzalo!!!! Coge a la Margui y estámpale en los morros un señor beso. Ainsssssssssssssssssssssss... Estos lionistas. Bueno, guapa, muchas gracias por seguir leyendo "Confía en mí". Besossssssssssssssssssssssss...
Pasad un buen finde. MJ. A más ver.
¿Qué tal? Mientras desayuno, pues después me va a ser imposible, os cuelgo la continuación de "Confía en mí". Espero que os gusteeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee... Besosssssssssssssssssss y buen finde. MJ. A más ver.
Litlenanai, muchas gracias, cielo. Ya verás lo que ocurre... Besosssssssssssssssssssssss...
Kaley, preciosa, ja,ja,ja,ja. ¡Qué gracia me ha hecho tu comentario! Pues acuérdate... Nos dijeron que la pantera se había comido al nuevo Comi, yo no lo creo, y nos dejaron la famosa frasesita del Amo a Margarita repiqueteando en nuestros oídos... Je,je,je,je... "Nunca me meteré en tu vida, a no ser que tú me lo pidas..." ¡¡¡¡¡Más sangre, Gonzalo!!!! Coge a la Margui y estámpale en los morros un señor beso. Ainsssssssssssssssssssssss... Estos lionistas. Bueno, guapa, muchas gracias por seguir leyendo "Confía en mí". Besossssssssssssssssssssssss...
Pasad un buen finde. MJ. A más ver.
#364
19/10/2012 08:01
CONFÍA EN MÍ
Anabel Sánchez y mademoiselle Gaudet subieron los peldaños que conducían hasta la casa de los Montalvo. Estaban ya a mediados de noviembre y hacía frío. Ambas se arrebujaron en sus mantillas, pues el viento arreció entumeciendo a las hojas de los árboles y a los viandantes que caminaban por la calle. Laura miró hacia el cielo. Nubes estratiformes y de aspecto sólido comenzaban a tapar al tímido sol. La joven suspiró, nerviosa. Laura asió su mano y la tranquilizó con sus palabras:
-Son encantadores. Sé que te sentirás como si fueras parte de la familia, te lo aseguro.
-Confío en usted, mademoiselle.
La dama golpeó la puerta con suavidad y segundos después, ésta se abrió. Alonso las saludó.
-Buenos días, mademoiselle… -Luego miró a Anabel y una gran sonrisa se formó en la comisura de sus labios-. Pasen, por favor.
-Muchas gracias, hijo. –Le besó con cariño la frente.
Las dos mujeres irrumpieron en el hogar de Gonzalo de Montalvo. Margarita, que avivaba las llamas de la chimenea, se incorporó al oírlas y, sonriente, les habló:
-Buenos días, ¿cómo se encuentran?
-Muy bien, hija –le contestó la institutriz besándola con afecto. Luego miró a la muchacha y dijo-: Margarita ella es Anabel…
Ambas se miraron y una corriente de simpatía las envolvió. La esposa del maestro fue la primera que se pronunció:
-Encantada, Anabel. Mademoiselle Lorelle nos habló de ti. Espero que te sientas feliz en nuestra casa.
-Muchas gracias, señora Montalvo.
-Llámame Margarita.
Anabel miró a Laura y ella asintió.
-Está bien.
-Gonzalo salió con Satur, que es más que un criado en esta casa. Los dos fueron a buscar leña al bosque. –Abrazó a su sobrino-. A Alonso ya le conoces, ¿verdad?
El niño las observaba con detenimiento. Su padre le había explicado que aquella joven no tenía a nadie en el mundo y que necesitaba ganarse la vida para poder sobrevivir. Anabel trabajaría en el hospital y viviría con ellos. Él lo aceptó bien. Ella era muy bella y podrían ser amigos, pues según le había dicho la tía Margarita tenía diecinueve años, ocho más que él. Además, Anabel Sánchez era amiga de mademoiselle Lorelle y él sentía un gran afecto por aquella dama que siempre le traía dulces, chocolates y regalos cuando les visitaba. Miró su peonza nueva y sonrió. Gabi y Murillo se quedarían boquiabiertos cuando la vieran.
-Sí –respondió a su casera, luego miró al niño y le sonrió-. ¡Hola, Alonso!
-Hola… -le contestó tímidamente y con el rubor tiñendo las mejillas.
-Te enseñaré la habitación, Anabel –musitó Margarita quitándose el delantal-. Tenemos que subir por esta escalera. –Le indicó.
Mademoiselle Lorelle las acompañó. La esposa de su hijo irrumpió en el humilde pero confortable cuarto y las hizo pasar. Anabel y Laura vieron el lecho, la mesilla de noche, el baúl y el tocador donde tantas veces ella se había acicalado antes de irse a trabajar al palacio de Santillana.
-No es muy grande, pero te aseguro que se duerme muy bien. Era mi habitación… -musitó Margarita rozando con los dedos la colcha de la cama.
-Es preciosa, Margarita… Sé que estaré muy a gusto en vuestra casa y en esta alcoba. No sé cómo agradeceros a ti y a tu esposo lo que estáis haciendo por mí.
-Entre los pobres tenemos que ayudarnos…
-Sí, tienes razón.
Anabel Sánchez y mademoiselle Gaudet subieron los peldaños que conducían hasta la casa de los Montalvo. Estaban ya a mediados de noviembre y hacía frío. Ambas se arrebujaron en sus mantillas, pues el viento arreció entumeciendo a las hojas de los árboles y a los viandantes que caminaban por la calle. Laura miró hacia el cielo. Nubes estratiformes y de aspecto sólido comenzaban a tapar al tímido sol. La joven suspiró, nerviosa. Laura asió su mano y la tranquilizó con sus palabras:
-Son encantadores. Sé que te sentirás como si fueras parte de la familia, te lo aseguro.
-Confío en usted, mademoiselle.
La dama golpeó la puerta con suavidad y segundos después, ésta se abrió. Alonso las saludó.
-Buenos días, mademoiselle… -Luego miró a Anabel y una gran sonrisa se formó en la comisura de sus labios-. Pasen, por favor.
-Muchas gracias, hijo. –Le besó con cariño la frente.
Las dos mujeres irrumpieron en el hogar de Gonzalo de Montalvo. Margarita, que avivaba las llamas de la chimenea, se incorporó al oírlas y, sonriente, les habló:
-Buenos días, ¿cómo se encuentran?
-Muy bien, hija –le contestó la institutriz besándola con afecto. Luego miró a la muchacha y dijo-: Margarita ella es Anabel…
Ambas se miraron y una corriente de simpatía las envolvió. La esposa del maestro fue la primera que se pronunció:
-Encantada, Anabel. Mademoiselle Lorelle nos habló de ti. Espero que te sientas feliz en nuestra casa.
-Muchas gracias, señora Montalvo.
-Llámame Margarita.
Anabel miró a Laura y ella asintió.
-Está bien.
-Gonzalo salió con Satur, que es más que un criado en esta casa. Los dos fueron a buscar leña al bosque. –Abrazó a su sobrino-. A Alonso ya le conoces, ¿verdad?
El niño las observaba con detenimiento. Su padre le había explicado que aquella joven no tenía a nadie en el mundo y que necesitaba ganarse la vida para poder sobrevivir. Anabel trabajaría en el hospital y viviría con ellos. Él lo aceptó bien. Ella era muy bella y podrían ser amigos, pues según le había dicho la tía Margarita tenía diecinueve años, ocho más que él. Además, Anabel Sánchez era amiga de mademoiselle Lorelle y él sentía un gran afecto por aquella dama que siempre le traía dulces, chocolates y regalos cuando les visitaba. Miró su peonza nueva y sonrió. Gabi y Murillo se quedarían boquiabiertos cuando la vieran.
-Sí –respondió a su casera, luego miró al niño y le sonrió-. ¡Hola, Alonso!
-Hola… -le contestó tímidamente y con el rubor tiñendo las mejillas.
-Te enseñaré la habitación, Anabel –musitó Margarita quitándose el delantal-. Tenemos que subir por esta escalera. –Le indicó.
Mademoiselle Lorelle las acompañó. La esposa de su hijo irrumpió en el humilde pero confortable cuarto y las hizo pasar. Anabel y Laura vieron el lecho, la mesilla de noche, el baúl y el tocador donde tantas veces ella se había acicalado antes de irse a trabajar al palacio de Santillana.
-No es muy grande, pero te aseguro que se duerme muy bien. Era mi habitación… -musitó Margarita rozando con los dedos la colcha de la cama.
-Es preciosa, Margarita… Sé que estaré muy a gusto en vuestra casa y en esta alcoba. No sé cómo agradeceros a ti y a tu esposo lo que estáis haciendo por mí.
-Entre los pobres tenemos que ayudarnos…
-Sí, tienes razón.
#365
19/10/2012 08:02
Laura de Montignac les sonrió. Cada día que pasaba le agradaba más su nuera.
-Te dejamos sola, Anabel, para que acomodes tus cosas.
-Gracias.
Laura y Margarita salieron del cuarto y bajaron los peldaños que conducían a la planta baja de la casa.
-¿Le apetece un caldito, mademoiselle Lorelle?
-Dijimos que nos íbamos a tutear…
Margarita le sonrió.
-Es verdad, pero me cuesta llamarla… -Rió. Laura la emuló-, llamarte Lorelle.
-Pues yo te llamo Margarita…
Laura de Montignac asió la mano de su nuera y la apretó afectuosa.
-Cuando existe comprensión y cariño entre las personas, los formulismos no sirven para nada, ¿verdad?
-Tienes razón, Lorelle.
-¿Ves? Ha sido fácil.
Volvieron a reír. Luego Laura habló:
-Te encuentro pálida, ¿estás enferma, Margarita?
Ella suspiró y se tocó la frente.
-No sé… Llevo varios días sin poder descansar bien. Los nervios me atacan el estómago y… -Laura la observaba con fijeza. Margarita negó con un ligero movimiento de su cabeza-. No es nada, ya me ha ocurrido en otras ocasiones.
-¿No has ido al médico, hija?
-No, no tengo tiempo.
-Deberías ir, Margarita…
Ella fue a contestarle, pero Gonzalo entró por la puerta del patio y las interrumpió. Alonso, que había entrado en su habitación, salió al escucharle.
-Padre, ¿ya estáis aquí?
-Sí, anda Alonso, ve a ayudar a Satur con los leños.
-Sí, padre.
El niño abandonó la sala. Gonzalo sonrió a mademoiselle Gaudet.
-Buenos días.
-Buenos días, hijo –le contestó con una sonrisa en los labios.
Margarita le habló:
-Anabel Sánchez ya está en la casa.
-Te dejamos sola, Anabel, para que acomodes tus cosas.
-Gracias.
Laura y Margarita salieron del cuarto y bajaron los peldaños que conducían a la planta baja de la casa.
-¿Le apetece un caldito, mademoiselle Lorelle?
-Dijimos que nos íbamos a tutear…
Margarita le sonrió.
-Es verdad, pero me cuesta llamarla… -Rió. Laura la emuló-, llamarte Lorelle.
-Pues yo te llamo Margarita…
Laura de Montignac asió la mano de su nuera y la apretó afectuosa.
-Cuando existe comprensión y cariño entre las personas, los formulismos no sirven para nada, ¿verdad?
-Tienes razón, Lorelle.
-¿Ves? Ha sido fácil.
Volvieron a reír. Luego Laura habló:
-Te encuentro pálida, ¿estás enferma, Margarita?
Ella suspiró y se tocó la frente.
-No sé… Llevo varios días sin poder descansar bien. Los nervios me atacan el estómago y… -Laura la observaba con fijeza. Margarita negó con un ligero movimiento de su cabeza-. No es nada, ya me ha ocurrido en otras ocasiones.
-¿No has ido al médico, hija?
-No, no tengo tiempo.
-Deberías ir, Margarita…
Ella fue a contestarle, pero Gonzalo entró por la puerta del patio y las interrumpió. Alonso, que había entrado en su habitación, salió al escucharle.
-Padre, ¿ya estáis aquí?
-Sí, anda Alonso, ve a ayudar a Satur con los leños.
-Sí, padre.
El niño abandonó la sala. Gonzalo sonrió a mademoiselle Gaudet.
-Buenos días.
-Buenos días, hijo –le contestó con una sonrisa en los labios.
Margarita le habló:
-Anabel Sánchez ya está en la casa.
#366
19/10/2012 08:02
Estupendo.
Laura percibió cierta tirantez en la pareja.
“Esa mañana, Margarita se levantó rápidamente del lecho y casi no le dio tiempo de llegar a la cuadra. Allí vomitó. Luego limpió lo que había ensuciado sin dejar constancia de su malestar. A continuación se aseó. Pero Gonzalo sintió sus movimientos y también se levantó de la cama. La observó desde el vano de la puerta.
-¿Estás enferma? –le preguntó preocupado.
Ella no se atrevió a mirarle a los ojos.
-No.
-Si te ocurriese algo me lo dirías, ¿verdad?
Su esposa le miró fijamente y le preguntó a su vez:
-Y tú, ¿me dirías la verdad aunque yo no pudiera soportarla?
Gonzalo frunció el ceño sin comprender sus palabras ni su proceder. Fue a hablarle, pero Satur apareció en el patio y ambos se giraron. Él se dirigió a la cuadra y ella a la cocina. Sus rostros evidenciaban enojo y desconfianza…”
Gonzalo puso sus manos en los hombros de Margarita y ésta tensó la espalda. En esos instantes, Anabel bajó por la escalera. El maestro la miró y sin saber el por qué sintió una cierta afinidad hacia aquella joven a la que había abierto las puertas de su hogar.
-Ya lo he guardado todo.
-Gonzalo es mi esposo, Anabel –musitó Margarita alejándose de él.
-Le agradezco muchísimo que me haya aceptado en su casa, señor Montalvo y que también me haya buscado un trabajo en el hospital.
Gonzalo asintió.
-Los amigos de mademoiselle Lorelle son también nuestros, ¿verdad, Margarita?
-Sí.
Ella habló a la dulce muchacha:
-Gonzalo te llevará ahora al hospital y podrás conocer a Juan y a Álvaro, los doctores.
-Cuando usted quiera, señor Montalvo.
-Gonzalo…
Anabel le sonrió.
-Está bien, Gonzalo.
-Me gustaría ir con vosotros, ¿puedo? –preguntó Laura de Montignac.
-¡Por supuesto, mademoiselle! –exclamó Gonzalo sonriente.
Los tres salieron al exterior. Margarita suspiró y en un acto reflejo se llevó la mano a su vientre y lo acarició. “No podía seguir así”, se dijo. Los nervios la estaban comiendo por dentro y Gonzalo se había dado cuenta de que algo le sucedía. Hablaría con él. “Sí”, musitó quedamente. Aunque le doliera saber la verdad, tenía que hacerlo. Sonrió a su sobrino que desayunaba sentado a la mesa. Ella se volvió a poner el delantal y comenzó a cortar las patatas para el guiso. Dentro de una hora se marcharía al palacio de Santillana.
Laura percibió cierta tirantez en la pareja.
“Esa mañana, Margarita se levantó rápidamente del lecho y casi no le dio tiempo de llegar a la cuadra. Allí vomitó. Luego limpió lo que había ensuciado sin dejar constancia de su malestar. A continuación se aseó. Pero Gonzalo sintió sus movimientos y también se levantó de la cama. La observó desde el vano de la puerta.
-¿Estás enferma? –le preguntó preocupado.
Ella no se atrevió a mirarle a los ojos.
-No.
-Si te ocurriese algo me lo dirías, ¿verdad?
Su esposa le miró fijamente y le preguntó a su vez:
-Y tú, ¿me dirías la verdad aunque yo no pudiera soportarla?
Gonzalo frunció el ceño sin comprender sus palabras ni su proceder. Fue a hablarle, pero Satur apareció en el patio y ambos se giraron. Él se dirigió a la cuadra y ella a la cocina. Sus rostros evidenciaban enojo y desconfianza…”
Gonzalo puso sus manos en los hombros de Margarita y ésta tensó la espalda. En esos instantes, Anabel bajó por la escalera. El maestro la miró y sin saber el por qué sintió una cierta afinidad hacia aquella joven a la que había abierto las puertas de su hogar.
-Ya lo he guardado todo.
-Gonzalo es mi esposo, Anabel –musitó Margarita alejándose de él.
-Le agradezco muchísimo que me haya aceptado en su casa, señor Montalvo y que también me haya buscado un trabajo en el hospital.
Gonzalo asintió.
-Los amigos de mademoiselle Lorelle son también nuestros, ¿verdad, Margarita?
-Sí.
Ella habló a la dulce muchacha:
-Gonzalo te llevará ahora al hospital y podrás conocer a Juan y a Álvaro, los doctores.
-Cuando usted quiera, señor Montalvo.
-Gonzalo…
Anabel le sonrió.
-Está bien, Gonzalo.
-Me gustaría ir con vosotros, ¿puedo? –preguntó Laura de Montignac.
-¡Por supuesto, mademoiselle! –exclamó Gonzalo sonriente.
Los tres salieron al exterior. Margarita suspiró y en un acto reflejo se llevó la mano a su vientre y lo acarició. “No podía seguir así”, se dijo. Los nervios la estaban comiendo por dentro y Gonzalo se había dado cuenta de que algo le sucedía. Hablaría con él. “Sí”, musitó quedamente. Aunque le doliera saber la verdad, tenía que hacerlo. Sonrió a su sobrino que desayunaba sentado a la mesa. Ella se volvió a poner el delantal y comenzó a cortar las patatas para el guiso. Dentro de una hora se marcharía al palacio de Santillana.
#367
19/10/2012 08:03
Juan de Calatrava oyó las voces y salió del dispensario donde había estado preparando algunos remedios para los enfermos. Se limpió las manos en el trapo que traía consigo y luego sonrió a las dos mujeres que acompañaban al esposo de Margarita.
-Buenos días…
-Buenos días –le respondieron al unísono.
Gonzalo habló:
-Juan, te presento a mademoiselle Gaudet y a su protegida, Anabel Sánchez.
El duque de Velasco y Fonseca asió la mano derecha de Laura de Montignac y posó levemente sus labios en el dorso de ésta.
-Encantado de conocerla, mademoiselle Gaudet.
-Igualmente, doctor. -Le sonrió.
Después, Juan miró a la joven y le dijo:
-Así que eres Anabel…
-Sí, doctor.
-Gonzalo me ha hablado muy bien de ti. Espero que te encuentres a gusto con nosotros.
-Estoy segura de que será así, doctor.
Juan de Calatrava le devolvió la sonrisa. Fue a volver a hablar, pero le interrumpió una mujer de edad avanzada, aspecto adusto y con el delantal manchado de sangre. Les saludó con un gestó serio.
-Perdone que le moleste, doctor Calatrava, pero el doctor Osuna dice que la criatura está a punto de nacer, y yo creo que aún falta. –La mujer suspiró-. Usted sabe que él y yo no compartimos esas ideas tan… No sé cómo definirlas. Las mujeres siempre han parido de la misma forma; sin embargo, él insiste e insiste en que lo hagan como esas indias de las Américas… ¡Por Dios! –Se santiguó acalorada-. Con todos los años que llevo como partera y nunca había escuchado ni visto algo así. Le juro que su amigo me sulfura y…
-¡Cálmese, señora Amparo! Ahora voy a ver a la parturienta.
La comadrona se giró y, enfadada, encaminó sus pasos hacia la sala donde se oían gritos de dolor.
-Lo siento, pero tengo que ir... –Y señaló la habitación por la que había salido minutos antes la matrona-. Si me esperan, seguiremos conversando en unos minutos.
Gonzalo y las dos mujeres asintieron. Anabel y Laura se sentaron en uno de los bancos que se hallaban en la entrada del hospital, mientras el maestro observaba, interesado, las láminas de hierbas y flores medicinales que los doctores habían colgado en las paredes de aquel lugar. Cuando la puerta se volvió a abrir no fue Juan el que salió de aquel cuarto sino Álvaro de Osuna. Su rostro expresaba contrariedad y enojo. Aquella mujer era insoportable. Menos mal que pronto se marcharía de la Villa y podrían contratar a otra partera. Se había lavado las manos y quitado la prenda manchada de sangre. Su enfado se disipó cuando se encontró con Gonzalo de Montalvo, mademoiselle Gaudet y una desconocida en la antesala.
-Buenos días… -dijo tras aclararse la garganta.
-Buenos días –contestaron los tres.
Álvaro se quedó absorto mirando a Anabel. La joven sintió que sus mejillas se sonrojaban y bajó la mirada al suelo. Laura se dio cuenta y sonrió. Gonzalo carraspeó y luego dijo:
-Álvaro, ella es Anabel Sánchez, la joven de la que os hablé.
El médico parpadeó y luego Anabel oyó su voz por primera vez.
-Sí, claro. ¿Cómo está usted? –le preguntó a Laura.
-Muy bien, gracias. Su receta fue infalible, doctor Osuna.
-Me alegro, mademoiselle.
La antigua doncella de mademoiselle Gaudet le miró. Sus ojos eran preciosos, expresivos y tan azules como un cielo de primavera. Álvaro parpadeó, reaccionó poco después besando la mano de la institutriz y luego la de la joven. Una corriente eléctrica les estremeció cuando se rozaron. Ninguno de los dos se dio cuenta de que eran observados con fijeza por el maestro del barrio de San Felipe y por la dama francesa. Gonzalo rompió la magia al preguntar:
-¿Cuándo crees que Anabel puede empezar su trabajo?
El futuro marqués de Abrantes miró al esposo de Margarita y luego carraspeó.
-¿Hoy mismo…?
Anabel asintió.
-Cuando usted y el doctor Calatrava lo dispongan, doctor…
-Buenos días…
-Buenos días –le respondieron al unísono.
Gonzalo habló:
-Juan, te presento a mademoiselle Gaudet y a su protegida, Anabel Sánchez.
El duque de Velasco y Fonseca asió la mano derecha de Laura de Montignac y posó levemente sus labios en el dorso de ésta.
-Encantado de conocerla, mademoiselle Gaudet.
-Igualmente, doctor. -Le sonrió.
Después, Juan miró a la joven y le dijo:
-Así que eres Anabel…
-Sí, doctor.
-Gonzalo me ha hablado muy bien de ti. Espero que te encuentres a gusto con nosotros.
-Estoy segura de que será así, doctor.
Juan de Calatrava le devolvió la sonrisa. Fue a volver a hablar, pero le interrumpió una mujer de edad avanzada, aspecto adusto y con el delantal manchado de sangre. Les saludó con un gestó serio.
-Perdone que le moleste, doctor Calatrava, pero el doctor Osuna dice que la criatura está a punto de nacer, y yo creo que aún falta. –La mujer suspiró-. Usted sabe que él y yo no compartimos esas ideas tan… No sé cómo definirlas. Las mujeres siempre han parido de la misma forma; sin embargo, él insiste e insiste en que lo hagan como esas indias de las Américas… ¡Por Dios! –Se santiguó acalorada-. Con todos los años que llevo como partera y nunca había escuchado ni visto algo así. Le juro que su amigo me sulfura y…
-¡Cálmese, señora Amparo! Ahora voy a ver a la parturienta.
La comadrona se giró y, enfadada, encaminó sus pasos hacia la sala donde se oían gritos de dolor.
-Lo siento, pero tengo que ir... –Y señaló la habitación por la que había salido minutos antes la matrona-. Si me esperan, seguiremos conversando en unos minutos.
Gonzalo y las dos mujeres asintieron. Anabel y Laura se sentaron en uno de los bancos que se hallaban en la entrada del hospital, mientras el maestro observaba, interesado, las láminas de hierbas y flores medicinales que los doctores habían colgado en las paredes de aquel lugar. Cuando la puerta se volvió a abrir no fue Juan el que salió de aquel cuarto sino Álvaro de Osuna. Su rostro expresaba contrariedad y enojo. Aquella mujer era insoportable. Menos mal que pronto se marcharía de la Villa y podrían contratar a otra partera. Se había lavado las manos y quitado la prenda manchada de sangre. Su enfado se disipó cuando se encontró con Gonzalo de Montalvo, mademoiselle Gaudet y una desconocida en la antesala.
-Buenos días… -dijo tras aclararse la garganta.
-Buenos días –contestaron los tres.
Álvaro se quedó absorto mirando a Anabel. La joven sintió que sus mejillas se sonrojaban y bajó la mirada al suelo. Laura se dio cuenta y sonrió. Gonzalo carraspeó y luego dijo:
-Álvaro, ella es Anabel Sánchez, la joven de la que os hablé.
El médico parpadeó y luego Anabel oyó su voz por primera vez.
-Sí, claro. ¿Cómo está usted? –le preguntó a Laura.
-Muy bien, gracias. Su receta fue infalible, doctor Osuna.
-Me alegro, mademoiselle.
La antigua doncella de mademoiselle Gaudet le miró. Sus ojos eran preciosos, expresivos y tan azules como un cielo de primavera. Álvaro parpadeó, reaccionó poco después besando la mano de la institutriz y luego la de la joven. Una corriente eléctrica les estremeció cuando se rozaron. Ninguno de los dos se dio cuenta de que eran observados con fijeza por el maestro del barrio de San Felipe y por la dama francesa. Gonzalo rompió la magia al preguntar:
-¿Cuándo crees que Anabel puede empezar su trabajo?
El futuro marqués de Abrantes miró al esposo de Margarita y luego carraspeó.
-¿Hoy mismo…?
Anabel asintió.
-Cuando usted y el doctor Calatrava lo dispongan, doctor…
#368
19/10/2012 08:03
-Álvaro…
Anabel se volvió a ruborizar. Él pensó que nunca había conocido a una joven tan adorable. Laura de Montignac hizo ademán de hablar, pero escucharon los lloros de una criatura recién nacida y se sonrieron.
-¡Ya nació! –exclamó Álvaro-. Yo tenía razón, pero algunas veces las matronas se ponen imposibles…
-La señora Amparo tiene mucho carácter –manifestó Gonzalo con una sonrisa en los labios.
-No sabes cuanto, Gonzalo.
Los dos hombres rieron. Después, cuando las risas cesaron, Laura dijo:
-Doctor Osuna, espero que sepan reconocer la valía de Anabel. Ella –acarició con ternura el rostro de su antigua doncella-, es una joven dulce y cariñosa, le aseguro que los enfermos se sentirán agradecidos por su presencia.
-No tengo ninguna duda de que así será –le contestó él.
-Gracias, no quisiera defraudarles…
-No lo hará.
Los dos se miraron. Gonzalo habló:
-Bueno, yo tengo que irme. Los niños me esperan en la escuela.
Laura sonrió a su hijo. Anabel emuló a mademoiselle Lorelle y luego musitó:
-Muchas gracias por todo, Gonzalo.
El maestro asintió.
-Nos vemos después en la casa, Anabel. A más ver.
-A más ver –le respondieron y luego vieron como él se marchaba del hospital.
Álvaro les preguntó segundos después:
-¿Quieren ver las dependencias…?
-Estaremos encantadas, ¿verdad, Anabel?
-Sí –musitó tímidamente la muchacha.
Álvaro les indicó por donde tenían que ir y los tres subieron las escalinatas que conducían a la parte alta del hospital.
Anabel se volvió a ruborizar. Él pensó que nunca había conocido a una joven tan adorable. Laura de Montignac hizo ademán de hablar, pero escucharon los lloros de una criatura recién nacida y se sonrieron.
-¡Ya nació! –exclamó Álvaro-. Yo tenía razón, pero algunas veces las matronas se ponen imposibles…
-La señora Amparo tiene mucho carácter –manifestó Gonzalo con una sonrisa en los labios.
-No sabes cuanto, Gonzalo.
Los dos hombres rieron. Después, cuando las risas cesaron, Laura dijo:
-Doctor Osuna, espero que sepan reconocer la valía de Anabel. Ella –acarició con ternura el rostro de su antigua doncella-, es una joven dulce y cariñosa, le aseguro que los enfermos se sentirán agradecidos por su presencia.
-No tengo ninguna duda de que así será –le contestó él.
-Gracias, no quisiera defraudarles…
-No lo hará.
Los dos se miraron. Gonzalo habló:
-Bueno, yo tengo que irme. Los niños me esperan en la escuela.
Laura sonrió a su hijo. Anabel emuló a mademoiselle Lorelle y luego musitó:
-Muchas gracias por todo, Gonzalo.
El maestro asintió.
-Nos vemos después en la casa, Anabel. A más ver.
-A más ver –le respondieron y luego vieron como él se marchaba del hospital.
Álvaro les preguntó segundos después:
-¿Quieren ver las dependencias…?
-Estaremos encantadas, ¿verdad, Anabel?
-Sí –musitó tímidamente la muchacha.
Álvaro les indicó por donde tenían que ir y los tres subieron las escalinatas que conducían a la parte alta del hospital.
#369
19/10/2012 08:04
Beatriz de Villamediana miró a Margarita, que acababa de dejar la bandeja del desayuno encima de un velador. La duquesa de Cornwall sonrió perversa y después dijo:
-Te agradezco, Margarita, que me hayas traído la bandeja a mi aposento. Hoy no me apetecía desayunar en el salón.
Ella se giró y contempló a la bella mujer. Beatriz se había levantado de la cama y se había puesto una preciosa bata con cuello de encajes y manga larga. Sus dorados cabellos caían sedosos por la esbelta espalda, sus ojos recordaban las tranquilas aguas de un lago…
-No se preocupe, señora. Usted sólo tiene que llamarme y yo acudiré.
-Lo sé.
Beatriz se sentó a la mesa y quitó el cubre-bandeja. Cogió el tenedor y se llevó un trozo de manzana a la boca. Mientras, Margarita recogía los enseres de ella y se disponía a hacer la cama. La hija de Lope de Villamediana la observaba sin perder detalle de sus movimientos.
-¿Desde cuando estás casada con Gonzalo? –le preguntó.
Margarita sintió que los nubarrones comenzaban a formarse a su alrededor. Se giró y la contempló.
-Hace cinco meses, señora –le respondió con gesto serio.
-Estáis aún en plena luna de miel, ¿verdad?
-Sí. –Le sonrió apenas.
-Gonzalo es un hombre muy apuesto… -La miró con malicia-. Lucrecia me comentó que antes estuvo casado con tu hermana y que la asesinaron… Debió de ser muy duro para él perderla de esa forma tan violenta. Pero si ella no hubiese muerto, tú no compartirías hoy su cama…
La esposa de Gonzalo de Montalvo tembló al oír aquellas palabras.
-Yo quería muchísimo a mi hermana, señora. Daría lo que fuese para que ella estuviese aquí, conmigo.
-¿Incluso renunciarías a amar y a vivir con tu esposo?
Los ojos oscuros brillaron por las lágrimas contenidas.
-Sí, porque eso significaría que mi hermana estaría viva.
-Yo jamás renunciaría al amor de un hombre como Gonzalo. Él sabe complacer a una mujer, en todos los sentidos…
Margarita sintió que una puñalada invisible se incrustaba en su corazón. Aquella velada confesión confirmaba todas sus sospechas: Gonzalo y la duquesa eran amantes. Aun así, le preguntó:
-Usted y mi esposo se conocen, ¿verdad?
Beatriz la miró fijamente.
-Sí. Gonzalo y yo nos conocimos hace muchos años en Oriente. Él es el mejor amante que he tenido nunca.
Margarita cerró los párpados y tragó saliva. La duquesa de Cornwall se puso de pie. Se acercó hasta ella y, despiadada, prosiguió:
-Él es tan atento, tan tierno, tan pasional… Te hace sentir que eres lo más importante de su vida y en el lecho… -Una lágrima surcó la mejilla derecha de Margarita-. Ya sabes cómo es…
Desde un minúsculo agujero hecho en la pared, la marquesa de Santillana observaba la escena con satisfacción. Beatriz de Lancaster suspiró y Margarita, aturdida, bajó la mirada al suelo.
-Disculpe, señora, pero tengo que seguir con mi trabajo… -dijo con la voz temblorosa.
-Sí, sigue con tus quehaceres. Los haces muy bien.
Beatriz se giró y sonrió a Lucrecia, pues ella sabía que ésta las estaba viendo desde el otro lado de la pared. La esposa de Gonzalo salió de la alcoba. Segundos después, Lucrecia aparecía en la habitación con una gran sonrisa en sus labios.
-¡Touché, querida Beatriz! La has destrozado con esas insinuaciones…
-Lo que he dicho es cierto, Lucrecia. Gonzalo de Montalvo es un amante maravilloso. Lástima que ahora no quiera nada conmigo… -Frunció el ceño-. Pero tengo buenos recuerdos del pasado y de él en mi cama…
-¡Qué suerte tuviste, querida! He intentando conquistarle de todas las maneras, pero él está tan enamorado de esa estúpida que no ha habido forma… -Suspiró-. No sé qué ve en alguien tan simple.
-Pues ahora las dudas reconcomerán a Margarita.
-Lo sé y cuando vea con sus propios ojos lo que tú y yo sabemos… -Sonrió ladina-. ¡Adiós, matrimonio feliz!
Beatriz soltó una carcajada y Lucrecia la imitó.
-Te agradezco, Margarita, que me hayas traído la bandeja a mi aposento. Hoy no me apetecía desayunar en el salón.
Ella se giró y contempló a la bella mujer. Beatriz se había levantado de la cama y se había puesto una preciosa bata con cuello de encajes y manga larga. Sus dorados cabellos caían sedosos por la esbelta espalda, sus ojos recordaban las tranquilas aguas de un lago…
-No se preocupe, señora. Usted sólo tiene que llamarme y yo acudiré.
-Lo sé.
Beatriz se sentó a la mesa y quitó el cubre-bandeja. Cogió el tenedor y se llevó un trozo de manzana a la boca. Mientras, Margarita recogía los enseres de ella y se disponía a hacer la cama. La hija de Lope de Villamediana la observaba sin perder detalle de sus movimientos.
-¿Desde cuando estás casada con Gonzalo? –le preguntó.
Margarita sintió que los nubarrones comenzaban a formarse a su alrededor. Se giró y la contempló.
-Hace cinco meses, señora –le respondió con gesto serio.
-Estáis aún en plena luna de miel, ¿verdad?
-Sí. –Le sonrió apenas.
-Gonzalo es un hombre muy apuesto… -La miró con malicia-. Lucrecia me comentó que antes estuvo casado con tu hermana y que la asesinaron… Debió de ser muy duro para él perderla de esa forma tan violenta. Pero si ella no hubiese muerto, tú no compartirías hoy su cama…
La esposa de Gonzalo de Montalvo tembló al oír aquellas palabras.
-Yo quería muchísimo a mi hermana, señora. Daría lo que fuese para que ella estuviese aquí, conmigo.
-¿Incluso renunciarías a amar y a vivir con tu esposo?
Los ojos oscuros brillaron por las lágrimas contenidas.
-Sí, porque eso significaría que mi hermana estaría viva.
-Yo jamás renunciaría al amor de un hombre como Gonzalo. Él sabe complacer a una mujer, en todos los sentidos…
Margarita sintió que una puñalada invisible se incrustaba en su corazón. Aquella velada confesión confirmaba todas sus sospechas: Gonzalo y la duquesa eran amantes. Aun así, le preguntó:
-Usted y mi esposo se conocen, ¿verdad?
Beatriz la miró fijamente.
-Sí. Gonzalo y yo nos conocimos hace muchos años en Oriente. Él es el mejor amante que he tenido nunca.
Margarita cerró los párpados y tragó saliva. La duquesa de Cornwall se puso de pie. Se acercó hasta ella y, despiadada, prosiguió:
-Él es tan atento, tan tierno, tan pasional… Te hace sentir que eres lo más importante de su vida y en el lecho… -Una lágrima surcó la mejilla derecha de Margarita-. Ya sabes cómo es…
Desde un minúsculo agujero hecho en la pared, la marquesa de Santillana observaba la escena con satisfacción. Beatriz de Lancaster suspiró y Margarita, aturdida, bajó la mirada al suelo.
-Disculpe, señora, pero tengo que seguir con mi trabajo… -dijo con la voz temblorosa.
-Sí, sigue con tus quehaceres. Los haces muy bien.
Beatriz se giró y sonrió a Lucrecia, pues ella sabía que ésta las estaba viendo desde el otro lado de la pared. La esposa de Gonzalo salió de la alcoba. Segundos después, Lucrecia aparecía en la habitación con una gran sonrisa en sus labios.
-¡Touché, querida Beatriz! La has destrozado con esas insinuaciones…
-Lo que he dicho es cierto, Lucrecia. Gonzalo de Montalvo es un amante maravilloso. Lástima que ahora no quiera nada conmigo… -Frunció el ceño-. Pero tengo buenos recuerdos del pasado y de él en mi cama…
-¡Qué suerte tuviste, querida! He intentando conquistarle de todas las maneras, pero él está tan enamorado de esa estúpida que no ha habido forma… -Suspiró-. No sé qué ve en alguien tan simple.
-Pues ahora las dudas reconcomerán a Margarita.
-Lo sé y cuando vea con sus propios ojos lo que tú y yo sabemos… -Sonrió ladina-. ¡Adiós, matrimonio feliz!
Beatriz soltó una carcajada y Lucrecia la imitó.
#370
19/10/2012 08:05
Margarita llegó hasta las cocinas con una angustiosa sensación en su estómago. Catalina, que se encontraba desplumando un faisán, la vio salir al patio y la siguió. La esposa de Gonzalo no se fijó en los grises nimboestratos que cubrían el cielo ni en el frío que hacía en el exterior. Se acercó hasta uno de los pilones donde se limpiaban los aperos de los establos y vomitó. A continuación, Margarita cogió el cubo del pozo, se enjuagó la boca y luego vació el resto del contenido en la pila.
-¿Qué te sucede, Margarita? Te he visto pasar como alma que lleva el diablo y…
Se calló al ver el rostro de su amiga, que expresaba algo más que una momentánea indisposición.
-Llevo varios días con molestias, me siento cansada, con náuseas…
Catalina le tocó la frente.
-Pues fiebre no tienes. ¿Náuseas dices? ¿No estarás…?
Margarita se sentó en el borde de uno de los arriates del patio.
-No sé…
-Vamos a ver, alma de cántaro, ¿cuándo fue la última vez que te pusiste con…? Ya me entiendes.
La esposa de Gonzalo la miró con gesto sorprendido. Su menstruación era muy regular, pero con todo lo que estaba pasando últimamente, ella no había tenido tiempo de pensar en el sangrado mensual. Contó con los dedos y sus ojos se agrandaron.
-Me tenía que haber puesto hace tres semanas…
-¡Tú estás preñá! ¡Ay, qué emoción que voy a ser tía! –exclamó, alegre, Catalina.
Margarita la miró y luego rompió a llorar. La madre de Murillo dejó de sonreír. Empezó a nevar. Los cristales de hielo mojaron sus cabellos y las mantillas con las que se abrigaban. Margarita se arrojó en los brazos de su comadre.
-Pero… ¿Qué te pasa? ¿No tendrías que estar saltando de la alegría? ¡Que Gonzalo y tú vais a ser padres, Margarita!
-Cata…
El ama de llaves de la marquesa de Santillana acarició los cabellos de su amiga. La arrastró hasta los soportales del patio y se resguardaron de la nevada. Cuando Margarita se tranquilizó, le contó lo que le sucedía.
-Pues qué quieres que te diga… Yo no me creo ni una sola palabra de esa inglesa.
-Cata, la he visto salir de mi casa. Fue también a la escuela… Gonzalo me mintió cuando le pregunté y…
-Él te quiere y no va a poner vuestro matrimonio en peligro por esa… -La miró a los ojos-. ¡Me niego a creerlo!
-Entonces, ¿por qué no me dice a dónde va algunas noches?
-Pues no lo sé, hija mía, tendrá sus razones para callar. ¿Por qué no se lo preguntas?
-¿Crees que no lo he hecho? Satur siempre sale en su defensa y Gonzalo sólo me dice que esté tranquila, que me ama y que nunca me hará sufrir…
-¡Ves!
-Pero yo estoy sufriendo, Cata. Si Gonzalo está viendo a escondidas a esa mujer, te juro que… -Se calló con los ojos anegados en lágrimas.
Catalina volvió a abrazarla.
-¿Te imaginas, Cata, qué sería de mí si Gonzalo me abandonase por la duquesa?
-Él no te haría nunca eso, Margarita.
-Los hombres se vuelven locos cuando conocen a mujeres como ella –dijo, enjugándose las lágrimas.
-Margarita, estáis casados y seguramente esperando un hijo. ¿Crees de verdad que Gonzalo te dejaría por la duquesa de Conball o como se llame?
-Ella me ha insinuado que han sido amantes y…
-Pues si ha sido así, fue en el pasado. ¡Por Dios, no te angusties que eso no es bueno para la criatura! –Catalina le tocó el vientre y le sonrió-. Gonzalo se pondrá muy contento, Margarita. Ya verás que todo esto se queda en agua de borrajas…
-¡Dios te oiga, Cata!
-¿Cuándo le vas a decir a Gonzalo que va a ser otra vez padre?
-Esperaré unos días, pues no estoy segura…
-¡Estás preñá, Margarita, se te nota en la cara! –Le sonrió-. Anda, ven a mis brazos…
Su madrina de bodas la abrazó cariñosamente.
-¡Ay, que mi Margarita va a ser madre…! -Acarició con ternura sus mejillas. Los copos de nieve arreciaron. Cata miró hacia el oscuro cielo-. Vamos dentro que está nevando más fuerte.
Margarita suspiró y asintió. Ambas entraron en las cocinas y siguieron con sus tareas, aunque de vez en cuando Catalina la observaba y no dejaba de pensar en lo que ocurriría si las suposiciones de su amiga fuesen ciertas… Suspiró. Gonzalo no tendría perdón ni la duquesa tampoco.
Continuará... Buen finde a todas. Besossssssssssssssssssss... MJ.
-¿Qué te sucede, Margarita? Te he visto pasar como alma que lleva el diablo y…
Se calló al ver el rostro de su amiga, que expresaba algo más que una momentánea indisposición.
-Llevo varios días con molestias, me siento cansada, con náuseas…
Catalina le tocó la frente.
-Pues fiebre no tienes. ¿Náuseas dices? ¿No estarás…?
Margarita se sentó en el borde de uno de los arriates del patio.
-No sé…
-Vamos a ver, alma de cántaro, ¿cuándo fue la última vez que te pusiste con…? Ya me entiendes.
La esposa de Gonzalo la miró con gesto sorprendido. Su menstruación era muy regular, pero con todo lo que estaba pasando últimamente, ella no había tenido tiempo de pensar en el sangrado mensual. Contó con los dedos y sus ojos se agrandaron.
-Me tenía que haber puesto hace tres semanas…
-¡Tú estás preñá! ¡Ay, qué emoción que voy a ser tía! –exclamó, alegre, Catalina.
Margarita la miró y luego rompió a llorar. La madre de Murillo dejó de sonreír. Empezó a nevar. Los cristales de hielo mojaron sus cabellos y las mantillas con las que se abrigaban. Margarita se arrojó en los brazos de su comadre.
-Pero… ¿Qué te pasa? ¿No tendrías que estar saltando de la alegría? ¡Que Gonzalo y tú vais a ser padres, Margarita!
-Cata…
El ama de llaves de la marquesa de Santillana acarició los cabellos de su amiga. La arrastró hasta los soportales del patio y se resguardaron de la nevada. Cuando Margarita se tranquilizó, le contó lo que le sucedía.
-Pues qué quieres que te diga… Yo no me creo ni una sola palabra de esa inglesa.
-Cata, la he visto salir de mi casa. Fue también a la escuela… Gonzalo me mintió cuando le pregunté y…
-Él te quiere y no va a poner vuestro matrimonio en peligro por esa… -La miró a los ojos-. ¡Me niego a creerlo!
-Entonces, ¿por qué no me dice a dónde va algunas noches?
-Pues no lo sé, hija mía, tendrá sus razones para callar. ¿Por qué no se lo preguntas?
-¿Crees que no lo he hecho? Satur siempre sale en su defensa y Gonzalo sólo me dice que esté tranquila, que me ama y que nunca me hará sufrir…
-¡Ves!
-Pero yo estoy sufriendo, Cata. Si Gonzalo está viendo a escondidas a esa mujer, te juro que… -Se calló con los ojos anegados en lágrimas.
Catalina volvió a abrazarla.
-¿Te imaginas, Cata, qué sería de mí si Gonzalo me abandonase por la duquesa?
-Él no te haría nunca eso, Margarita.
-Los hombres se vuelven locos cuando conocen a mujeres como ella –dijo, enjugándose las lágrimas.
-Margarita, estáis casados y seguramente esperando un hijo. ¿Crees de verdad que Gonzalo te dejaría por la duquesa de Conball o como se llame?
-Ella me ha insinuado que han sido amantes y…
-Pues si ha sido así, fue en el pasado. ¡Por Dios, no te angusties que eso no es bueno para la criatura! –Catalina le tocó el vientre y le sonrió-. Gonzalo se pondrá muy contento, Margarita. Ya verás que todo esto se queda en agua de borrajas…
-¡Dios te oiga, Cata!
-¿Cuándo le vas a decir a Gonzalo que va a ser otra vez padre?
-Esperaré unos días, pues no estoy segura…
-¡Estás preñá, Margarita, se te nota en la cara! –Le sonrió-. Anda, ven a mis brazos…
Su madrina de bodas la abrazó cariñosamente.
-¡Ay, que mi Margarita va a ser madre…! -Acarició con ternura sus mejillas. Los copos de nieve arreciaron. Cata miró hacia el oscuro cielo-. Vamos dentro que está nevando más fuerte.
Margarita suspiró y asintió. Ambas entraron en las cocinas y siguieron con sus tareas, aunque de vez en cuando Catalina la observaba y no dejaba de pensar en lo que ocurriría si las suposiciones de su amiga fuesen ciertas… Suspiró. Gonzalo no tendría perdón ni la duquesa tampoco.
Continuará... Buen finde a todas. Besossssssssssssssssssss... MJ.
#371
19/10/2012 12:20
Feliz finde a ti también ...
#372
20/10/2012 00:00
Me encanta :) me gusta mucho el personaje de Anabel y también el de Laura :) Pobre Margarita! a saber lo que traman las brujas de Lucrecia y Beatriz! Y tengo ganas de ver la reacción de Gonzalo cuando se entere de que va a ser papá otra vez :P un beso y sigue pronto!
#373
22/10/2012 16:26
Tas tardando ... no nos harás esperar al alumbtramiento, no?, jajaja
#374
22/10/2012 21:20
¡Hola, guapas!
¿Qué tal?
Kaley, cielo, es que hasta ahora no he podido conectarme. Día agotadorrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr... Muchas gracias por desearme un buen finde. Ahora mismo os dejo la continuación de "Confía en mí". Besossssssssssssssssssssssssssssss..., guapa.
Littlenanai, me alegro que te siga gustando. Ya verás lo que irá sucediendo... No puedo decirte ná... Je,je,je,je. Besossssssssssssssssssssssssssssss también para ti, cielo.
Bueno, niñas, os dejo la continuación...
¿Qué tal?
Kaley, cielo, es que hasta ahora no he podido conectarme. Día agotadorrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr... Muchas gracias por desearme un buen finde. Ahora mismo os dejo la continuación de "Confía en mí". Besossssssssssssssssssssssssssssss..., guapa.
Littlenanai, me alegro que te siga gustando. Ya verás lo que irá sucediendo... No puedo decirte ná... Je,je,je,je. Besossssssssssssssssssssssssssssss también para ti, cielo.
Bueno, niñas, os dejo la continuación...
#375
22/10/2012 21:22
CONFÍA EN MÍ
Gonzalo cerró la puerta de su casa y resopló. Se sacudió los copos de nieve de su chaqueta y se frotó las manos. En la cocina, Satur preparaba la cena. Sonrió al verle. Alonso y Anabel Sánchez, sentados a la mesa, hablaban sobre el libro que el niño había estado leyendo. El maestro buscó con la mirada a su esposa y al no hallarla en la sala, preguntó:
-Buenas noches, ¿dónde está, Margarita?
-Buenas noches, amo –le contestó su postillón.
Anabel y Alonso le saludaron igualmente y fue su hijo el que le contestó:
-La tía está en vuestro cuarto, padre.
Gonzalo miró la puerta cerrada y frunció el ceño. Últimamente Margarita y él se encontraban algo distanciados y eso le dolía. Deseaba entrar en la habitación y hablar con ella, pero antes se sentó en una de las sillas e inició una conversación con Anabel, la protegida de mademoiselle Lorelle.
-¿Qué tal te ha ido el primer día de trabajo en el hospital, Anabel?
-Muy bien, señor Mont… Gonzalo. –Él sonrió-. Los doctores han sido muy comprensivos y amables conmigo. Me han explicado todo lo que tengo que hacer y el horario que tendré que cumplir para cuidar a los enfermos. Estoy muy agradecida y feliz.
-Me alegro por ti.
Anabel le sonrió. Siguieron hablando un rato más hasta que la joven se puso de pie.
-Si me disculpan, me voy a mi habitación. Estoy agotada y mañana tengo que estar en el hospital muy temprano.
-¿No vas a cenar, Anabel? Satur es un gran cocinero, te lo aseguro.
Satur sonrió y dijo:
-La señorita se ha tomado unos buñuelos y un vaso de leche.
-Mañana probaré la sopa de ajo, Satur.
-Cuando usted quiera, señorita Anabel.
La muchacha les sonrió.
-Entonces… Buenas noches a todos.
-Buenas noches –dijeron Gonzalo y Satur.
-Que tengas felices sueños, Anabel.
-Lo mismo te deseo, Alonso.
Los tres vieron cómo la antigua doncella de mademoiselle Gaudet subía las escaleras.
-Esta niña es un encanto… -musitó Saturno García.
-Sí, lo es. –Gonzalo se acercó al hogar y le preguntó a su amigo-: ¿Qué pasa con Margarita? ¿Por qué está en la alcoba?
-Su mujer está muy rara, amo… -Gonzalo arqueó las cejas-. Vino de palacio y se encontró con la señorita Anabel. Estuvieron dándole a la sin hueso durante un buen rato, después me miró y me dijo que le apetecía darse un baño.
-¿Un baño? –habló Gonzalo sorprendido.
-Eso mismo dije yo, amo. Pero ella insistió, ya sabe cómo es su mujer… Así que Alonso y yo tuvimos que acarrear el barreño que está en la cuadra y que parece una tina. Me he llevao calentando agua toda la tarde. Cubo para allá, cubo para acá… Vamos, deslomao estoy… -musitó, tocándose los riñones-. Y ahí está en la habitación más callá que en misa.
Gonzalo contempló durante unos segundos la puerta cerrada. Se mojó el labio inferior con la punta de la lengua y después dijo:
-Voy a ver qué le ocurre.
-Vaya usted, amo, vaya… A ver con lo que se encuentra.
Gonzalo cerró la puerta de su casa y resopló. Se sacudió los copos de nieve de su chaqueta y se frotó las manos. En la cocina, Satur preparaba la cena. Sonrió al verle. Alonso y Anabel Sánchez, sentados a la mesa, hablaban sobre el libro que el niño había estado leyendo. El maestro buscó con la mirada a su esposa y al no hallarla en la sala, preguntó:
-Buenas noches, ¿dónde está, Margarita?
-Buenas noches, amo –le contestó su postillón.
Anabel y Alonso le saludaron igualmente y fue su hijo el que le contestó:
-La tía está en vuestro cuarto, padre.
Gonzalo miró la puerta cerrada y frunció el ceño. Últimamente Margarita y él se encontraban algo distanciados y eso le dolía. Deseaba entrar en la habitación y hablar con ella, pero antes se sentó en una de las sillas e inició una conversación con Anabel, la protegida de mademoiselle Lorelle.
-¿Qué tal te ha ido el primer día de trabajo en el hospital, Anabel?
-Muy bien, señor Mont… Gonzalo. –Él sonrió-. Los doctores han sido muy comprensivos y amables conmigo. Me han explicado todo lo que tengo que hacer y el horario que tendré que cumplir para cuidar a los enfermos. Estoy muy agradecida y feliz.
-Me alegro por ti.
Anabel le sonrió. Siguieron hablando un rato más hasta que la joven se puso de pie.
-Si me disculpan, me voy a mi habitación. Estoy agotada y mañana tengo que estar en el hospital muy temprano.
-¿No vas a cenar, Anabel? Satur es un gran cocinero, te lo aseguro.
Satur sonrió y dijo:
-La señorita se ha tomado unos buñuelos y un vaso de leche.
-Mañana probaré la sopa de ajo, Satur.
-Cuando usted quiera, señorita Anabel.
La muchacha les sonrió.
-Entonces… Buenas noches a todos.
-Buenas noches –dijeron Gonzalo y Satur.
-Que tengas felices sueños, Anabel.
-Lo mismo te deseo, Alonso.
Los tres vieron cómo la antigua doncella de mademoiselle Gaudet subía las escaleras.
-Esta niña es un encanto… -musitó Saturno García.
-Sí, lo es. –Gonzalo se acercó al hogar y le preguntó a su amigo-: ¿Qué pasa con Margarita? ¿Por qué está en la alcoba?
-Su mujer está muy rara, amo… -Gonzalo arqueó las cejas-. Vino de palacio y se encontró con la señorita Anabel. Estuvieron dándole a la sin hueso durante un buen rato, después me miró y me dijo que le apetecía darse un baño.
-¿Un baño? –habló Gonzalo sorprendido.
-Eso mismo dije yo, amo. Pero ella insistió, ya sabe cómo es su mujer… Así que Alonso y yo tuvimos que acarrear el barreño que está en la cuadra y que parece una tina. Me he llevao calentando agua toda la tarde. Cubo para allá, cubo para acá… Vamos, deslomao estoy… -musitó, tocándose los riñones-. Y ahí está en la habitación más callá que en misa.
Gonzalo contempló durante unos segundos la puerta cerrada. Se mojó el labio inferior con la punta de la lengua y después dijo:
-Voy a ver qué le ocurre.
-Vaya usted, amo, vaya… A ver con lo que se encuentra.
#376
22/10/2012 21:22
Margarita acarició con ternura su vientre. Sonrió. “¡Estaba esperando un hijo, un hijo de Gonzalo!”, musitó emocionada. Sí, ahora estaba segura. Las náuseas, el cansancio físico, el malestar, su falta de menstruo… “¿Cómo no se había dado cuenta antes?”, se preguntó. Pero entonces recordó las semanas que había pasado y la tristeza se asomó a sus oscuras pupilas. “¡No!”, se dijo. Esa mujer no empañaría su felicidad. Suspiró y se sumergió en el agua. Segundos después, el aire volvía a penetrar en sus pulmones. Margarita parpadeó. Gonzalo irrumpió en el cuarto y se quedó inmóvil, contemplándola. Los cabellos se deslizaban por sus hombros y espalda, su piel resplandecía, el aroma de flores silvestres flotaba a su alrededor… El héroe de la Villa tragó saliva antes de hablar:
-Margarita…
Ella giró la cabeza y le vio.
-¿Te sientes mal?
-No. Estoy cansada y necesitaba un baño.
Gonzalo se acercó y rozó con los dedos el agua.
-Se está enfriando.
-Sí, voy a salir.
-Te ayudo.
-No hace falta, Gonzalo.
Pero él ya había cogido el lienzo que estaba encima de la cama. Ella se puso de pie en el barreño. Gonzalo acarició con sus ojos las curvas de su anatomía. Él le ofreció la mano y Margarita la asió sin dejar de mirarle. La envolvió en la suave tela. No oyeron el rumor del viento ni el quejido de los goznes de las ventanas del vecino… Ambos se perdieron en la mirada del otro. Gonzalo la atrajo hasta su cuerpo. Margarita se aclaró la garganta antes de decir:
-Te vas a mojar…
-No me importa… -susurró su marido con la voz ronca.
Margarita cerró los ojos al sentir cómo Gonzalo acariciaba sus mojados cabellos. Un suspiro escapó de su garganta. Después él besó con ternura su húmeda frente, los párpados, deslizó los labios por las mejillas femeninas, besó la comisura de los carnosos labios y luego los mordisqueó. Su esposa gimió y se aferró a su fuerte cuello. Gonzalo la miró con el deseo reflejado en sus, ahora, oscuras pupilas.
-Te quiero. Lo sabes, ¿verdad?
Margarita no pudo contestarle porque Gonzalo aprisionó, hambriento, su boca. Ambos se dejaron llevar por la pasión. El lecho suspiró al recibirles. Se miraron como si el tiempo no existiera. La Tierra dejó de girar sobre su eje, sus corazones latieron al unísono… Él rozó con las yemas de los dedos el rostro amado, arrastrando con aquel gesto a las traviesas gotas de agua y a las dudas que amargaban la existencia de Margarita. Ella le sonrió y tocó con dulzura aquellos labios que la transportaban a un lugar que sólo ellos conocían. Sin embargo, la Tierra volvió a rotar y el tiempo les gritó que él existía... Oyeron la voz de Alonso.
-¡Padre, la cena ya está en la mesa!
Y a Satur acercarse y reñirle.
-¡Vamos a ver, Alonsillo, yo no te he explicao más de mil veces que cuando la puerta esté cerrá a cal y canto no se puede molestar a los enamoraos!
-Es que se le va a enfriar la sopa y…
-¡Pa sopas estará tu padre! –Rió entre dientes.
-¿Qué dices, Satur?
-Yo me entiendo.
-Mi tía comió algo cuando vino de palacio, pero mi padre a estas horas tiene que tener hambre y…
-Tú siéntate a la mesa que cuando tenga ganas ya comerá… -El niño fue a hablar de nuevo, pero Saturno García negó con un gesto de su cabeza y exclamó-: ¡No digas más, Alonsillo, que a veces te pones de un pesao…! Todavía me estoy acordando del día de la abejita y de la flor, así que tira pa’lante, tira pa’lante…
-Entonces… ¿Qué están haciendo? ¿Un niño?
-¿Un niño? A ti si que se te va a enfriar la sopa. No te lo vuelvo a repetir, Alonsillo... –Satur aguantó la risa y muy serio, le dijo-: ¡A la mesa, he dicho!
-¡Satur! Pero…. ¡Satur…!
Las voces se alejaron de la puerta. Margarita y Gonzalo se sonrieron. Él le preguntó:
-Margarita…
Ella giró la cabeza y le vio.
-¿Te sientes mal?
-No. Estoy cansada y necesitaba un baño.
Gonzalo se acercó y rozó con los dedos el agua.
-Se está enfriando.
-Sí, voy a salir.
-Te ayudo.
-No hace falta, Gonzalo.
Pero él ya había cogido el lienzo que estaba encima de la cama. Ella se puso de pie en el barreño. Gonzalo acarició con sus ojos las curvas de su anatomía. Él le ofreció la mano y Margarita la asió sin dejar de mirarle. La envolvió en la suave tela. No oyeron el rumor del viento ni el quejido de los goznes de las ventanas del vecino… Ambos se perdieron en la mirada del otro. Gonzalo la atrajo hasta su cuerpo. Margarita se aclaró la garganta antes de decir:
-Te vas a mojar…
-No me importa… -susurró su marido con la voz ronca.
Margarita cerró los ojos al sentir cómo Gonzalo acariciaba sus mojados cabellos. Un suspiro escapó de su garganta. Después él besó con ternura su húmeda frente, los párpados, deslizó los labios por las mejillas femeninas, besó la comisura de los carnosos labios y luego los mordisqueó. Su esposa gimió y se aferró a su fuerte cuello. Gonzalo la miró con el deseo reflejado en sus, ahora, oscuras pupilas.
-Te quiero. Lo sabes, ¿verdad?
Margarita no pudo contestarle porque Gonzalo aprisionó, hambriento, su boca. Ambos se dejaron llevar por la pasión. El lecho suspiró al recibirles. Se miraron como si el tiempo no existiera. La Tierra dejó de girar sobre su eje, sus corazones latieron al unísono… Él rozó con las yemas de los dedos el rostro amado, arrastrando con aquel gesto a las traviesas gotas de agua y a las dudas que amargaban la existencia de Margarita. Ella le sonrió y tocó con dulzura aquellos labios que la transportaban a un lugar que sólo ellos conocían. Sin embargo, la Tierra volvió a rotar y el tiempo les gritó que él existía... Oyeron la voz de Alonso.
-¡Padre, la cena ya está en la mesa!
Y a Satur acercarse y reñirle.
-¡Vamos a ver, Alonsillo, yo no te he explicao más de mil veces que cuando la puerta esté cerrá a cal y canto no se puede molestar a los enamoraos!
-Es que se le va a enfriar la sopa y…
-¡Pa sopas estará tu padre! –Rió entre dientes.
-¿Qué dices, Satur?
-Yo me entiendo.
-Mi tía comió algo cuando vino de palacio, pero mi padre a estas horas tiene que tener hambre y…
-Tú siéntate a la mesa que cuando tenga ganas ya comerá… -El niño fue a hablar de nuevo, pero Saturno García negó con un gesto de su cabeza y exclamó-: ¡No digas más, Alonsillo, que a veces te pones de un pesao…! Todavía me estoy acordando del día de la abejita y de la flor, así que tira pa’lante, tira pa’lante…
-Entonces… ¿Qué están haciendo? ¿Un niño?
-¿Un niño? A ti si que se te va a enfriar la sopa. No te lo vuelvo a repetir, Alonsillo... –Satur aguantó la risa y muy serio, le dijo-: ¡A la mesa, he dicho!
-¡Satur! Pero…. ¡Satur…!
Las voces se alejaron de la puerta. Margarita y Gonzalo se sonrieron. Él le preguntó:
#377
22/10/2012 21:23
-¿Crees que volverán?
-Sí, me temo que sí.
El maestro suspiró.
-Si algún día tenemos otra casa, te prometo que nuestra alcoba estará en la planta alta y que nadie nos importunará.
Margarita le sonrió. Su esposo le dio un beso y luego se puso de pie. Se quitó la chaqueta y la camisa que se habían mojado. Su mujer se reclinó entre los almohadones y le observó con detenimiento mientras Gonzalo se abotonaba la camisa seca y se ponía otra chaqueta de abrigo.
-¿No vas a cenar con nosotros? –le inquirió.
-No. Anabel y yo tomamos leche y buñuelos. No tengo apetito. –Él asintió-. Me gusta esa joven, es dulce y sencilla.
Gonzalo se acercó al lecho y volvió a besarla.
-Sí, lo es. Me tomo la sopa y vengo rápido…
-Te espero.
Una sonrisa pícara se dibujó en los labios masculinos. Luego el maestro se dispuso a salir de la alcoba.
-Gonzalo…
Él se giró. Margarita fue a decirle que estaba embarazada, pero pensó que no era el momento apropiado, así que se mordió el labio inferior y dijo:
-Yo también te quiero, no lo olvides nunca.
Todos los poros de su piel se estremecieron al percibir la intensa mirada de él.
-Lo sé. Tú tampoco olvides que no puedo vivir sin ti.
Margarita suspiró cuando su marido abandonó el cuarto. Su olor aún estaba impregnado en su piel. Se levantó de la cama y terminó de secarse. Después se puso su camisola y se recostó abrazada a la almohada. Mañana sería un día muy especial para los dos. Sonrió. Luchó contra Morfeo todo lo que pudo, pero al final el dios alado venció su resistencia. Cuando Gonzalo regresó a la habitación la halló sumida en un profundo sueño. Se puso la camisa de dormir sin dejar de contemplarla. Se acostó. Ella se movió al sentirle y se acurrucó entre sus brazos. Gonzalo besó su morena cabeza.
-Hasta mañana, mi amor… Descansa.
Margarita soñó aquella madrugada que navegaba en un barco y que una tempestad apocalíptica ahogaba todas sus ilusiones. Ni se imaginaba que los sueños algunas veces podían llegar a ser premonitorios…
-Sí, me temo que sí.
El maestro suspiró.
-Si algún día tenemos otra casa, te prometo que nuestra alcoba estará en la planta alta y que nadie nos importunará.
Margarita le sonrió. Su esposo le dio un beso y luego se puso de pie. Se quitó la chaqueta y la camisa que se habían mojado. Su mujer se reclinó entre los almohadones y le observó con detenimiento mientras Gonzalo se abotonaba la camisa seca y se ponía otra chaqueta de abrigo.
-¿No vas a cenar con nosotros? –le inquirió.
-No. Anabel y yo tomamos leche y buñuelos. No tengo apetito. –Él asintió-. Me gusta esa joven, es dulce y sencilla.
Gonzalo se acercó al lecho y volvió a besarla.
-Sí, lo es. Me tomo la sopa y vengo rápido…
-Te espero.
Una sonrisa pícara se dibujó en los labios masculinos. Luego el maestro se dispuso a salir de la alcoba.
-Gonzalo…
Él se giró. Margarita fue a decirle que estaba embarazada, pero pensó que no era el momento apropiado, así que se mordió el labio inferior y dijo:
-Yo también te quiero, no lo olvides nunca.
Todos los poros de su piel se estremecieron al percibir la intensa mirada de él.
-Lo sé. Tú tampoco olvides que no puedo vivir sin ti.
Margarita suspiró cuando su marido abandonó el cuarto. Su olor aún estaba impregnado en su piel. Se levantó de la cama y terminó de secarse. Después se puso su camisola y se recostó abrazada a la almohada. Mañana sería un día muy especial para los dos. Sonrió. Luchó contra Morfeo todo lo que pudo, pero al final el dios alado venció su resistencia. Cuando Gonzalo regresó a la habitación la halló sumida en un profundo sueño. Se puso la camisa de dormir sin dejar de contemplarla. Se acostó. Ella se movió al sentirle y se acurrucó entre sus brazos. Gonzalo besó su morena cabeza.
-Hasta mañana, mi amor… Descansa.
Margarita soñó aquella madrugada que navegaba en un barco y que una tempestad apocalíptica ahogaba todas sus ilusiones. Ni se imaginaba que los sueños algunas veces podían llegar a ser premonitorios…
#378
22/10/2012 21:23
Hernán se dirigió al palacete donde residía el cardenal Mendoza. La conversación que había mantenido la noche anterior con Irene y los recuerdos que después tuvo, despertaron sus ansias por descubrir aquel pasado que tanto le apesadumbraba. Mendoza había conocido a Laura de Montignac, ahora tenía esa certeza, pero todavía no sabía si éste había intervenido en su muerte. Frunció el ceño. “Si aquel miserable tenía algo que ver con el asesinato de su madre, no habría ningún lugar en la Tierra donde pudiera esconderse…”, se juró, quitándose el sombrero. Pisó con firmeza los nevados adoquines y luego entró en el soportal de la solariega vivienda. Hizo sonar dos veces la campanita y un minuto después Leandro, uno de los criados, le abrió la puerta.
-Buenos días, Comisario…
Él se quitó los guantes y puso el sombrero en el mueble de la entrada. Luego miró al sirviente con intensidad.
-¿Su eminencia está despierto?
-Creo que está desayunando, señor…
-¿Puedes decirle que necesito hablar con él?
-Por supuesto, Comisario.
Leandro hizo ademán de ir hasta las habitaciones del prelado; sin embargo, Hernán Mejías le agarró del brazo derecho y le dijo:
-Espera un momento, Leandro. Antes quisiera hacerte una pregunta…
El muchacho tragó saliva. Todos temían a aquel hombre de carácter irascible que obtenía la información que deseaba a base de torturas. Por unos segundos, el joven se vio encadenado en las mazmorras del cuartel y hasta sintió los latigazos y los golpes de los verdugos…
-Yo no he hecho nada, señor Comisario -musitó con el miedo reflejado en sus grisáceas pupilas.
Hernán arqueó las cejas. Sonrió mordaz.
-No te estoy acusando de nada, por ahora… -habló con aquel acento que intimidaba a sus interlocutores.
Oyó el castañeo de dientes de Leandro. Hernán dio varios pasos hacia delante y volvió a hablar:
-Aunque me gustaría saber algo…
El muchacho parpadeó nervioso.
-Buenos días, Comisario…
Él se quitó los guantes y puso el sombrero en el mueble de la entrada. Luego miró al sirviente con intensidad.
-¿Su eminencia está despierto?
-Creo que está desayunando, señor…
-¿Puedes decirle que necesito hablar con él?
-Por supuesto, Comisario.
Leandro hizo ademán de ir hasta las habitaciones del prelado; sin embargo, Hernán Mejías le agarró del brazo derecho y le dijo:
-Espera un momento, Leandro. Antes quisiera hacerte una pregunta…
El muchacho tragó saliva. Todos temían a aquel hombre de carácter irascible que obtenía la información que deseaba a base de torturas. Por unos segundos, el joven se vio encadenado en las mazmorras del cuartel y hasta sintió los latigazos y los golpes de los verdugos…
-Yo no he hecho nada, señor Comisario -musitó con el miedo reflejado en sus grisáceas pupilas.
Hernán arqueó las cejas. Sonrió mordaz.
-No te estoy acusando de nada, por ahora… -habló con aquel acento que intimidaba a sus interlocutores.
Oyó el castañeo de dientes de Leandro. Hernán dio varios pasos hacia delante y volvió a hablar:
-Aunque me gustaría saber algo…
El muchacho parpadeó nervioso.
#379
22/10/2012 21:24
-El día que su eminencia enfermó, ¿qué ocurrió en el palacete? ¿Tuvo algún enfrentamiento con alguien del servicio?
El criado se aclaró la garganta antes de responder:
-No, señor, no hubo ningún enfado con los criados. Le llegó una carta y…
-¿Una carta? ¿De quién?
-Eso no lo sé, señor Comisario. Sebastián encontró a su eminencia desvanecido en el suelo de su despacho, y cuando le llevábamos a su habitación recobró la conciencia. Nos miró a todos como si hubiera perdido la razón y gritó que él ya había pagado sus pecados ante Dios…
Hernán Mejías le miró interesado. El joven prosiguió:
-Sebastián leyó la frase que estaba escrita en el arrugado papel… -musitó, bajando la voz.
-¿Qué decía?
Leandro miró a un lado y a otro del corredor. Luego dijo:
-El mal no es lo que entra en la boca del hombre, sino lo que sale de ella…
El Comisario entornó los ojos durante unos segundos y recordó la otra misiva que meses atrás había recibido el cardenal. Su rostro se tornó lívido al leerla. Intentó disimular su desconcierto ante él, pero no lo consiguió. Hernán miró fijamente al criado.
-No le comentes a nadie esto que me has revelado, ¿comprendes?
-Sí, señor Comisario, no lo haré.
-Bien. Tú y yo nos entendemos. –Le sonrió-. Ahora ve y dile al cardenal que estoy aquí.
Leandro asintió y luego desapareció de su vista. ¡Francisco de Mendoza y Balboa recibía anónimos! “¿Qué ocultaba? Y sobre todo… ¿Qué pecados le atormentaban para ocasionarle una enfermedad?”, se preguntó. Leandro apareció nuevamente ante él.
-Comisario, su eminencia le recibirá en sus aposentos.
Hernán asintió y siguió al joven. Antes de entrar en la alcoba del cardenal Mendoza, manifestó:
-Si su eminencia recibiera otra carta de ese tipo, espero que me lo hagas saber, Leandro. –Su voz sonó imperativa.
-Sí, señor –le contestó éste tartamudeando.
-Perfecto. –Una sonrisa se dibujó en la comisura de los labios de Hernán Mejías-. Siempre es bueno colaborar con la autoridad.
El criado se aclaró la garganta antes de responder:
-No, señor, no hubo ningún enfado con los criados. Le llegó una carta y…
-¿Una carta? ¿De quién?
-Eso no lo sé, señor Comisario. Sebastián encontró a su eminencia desvanecido en el suelo de su despacho, y cuando le llevábamos a su habitación recobró la conciencia. Nos miró a todos como si hubiera perdido la razón y gritó que él ya había pagado sus pecados ante Dios…
Hernán Mejías le miró interesado. El joven prosiguió:
-Sebastián leyó la frase que estaba escrita en el arrugado papel… -musitó, bajando la voz.
-¿Qué decía?
Leandro miró a un lado y a otro del corredor. Luego dijo:
-El mal no es lo que entra en la boca del hombre, sino lo que sale de ella…
El Comisario entornó los ojos durante unos segundos y recordó la otra misiva que meses atrás había recibido el cardenal. Su rostro se tornó lívido al leerla. Intentó disimular su desconcierto ante él, pero no lo consiguió. Hernán miró fijamente al criado.
-No le comentes a nadie esto que me has revelado, ¿comprendes?
-Sí, señor Comisario, no lo haré.
-Bien. Tú y yo nos entendemos. –Le sonrió-. Ahora ve y dile al cardenal que estoy aquí.
Leandro asintió y luego desapareció de su vista. ¡Francisco de Mendoza y Balboa recibía anónimos! “¿Qué ocultaba? Y sobre todo… ¿Qué pecados le atormentaban para ocasionarle una enfermedad?”, se preguntó. Leandro apareció nuevamente ante él.
-Comisario, su eminencia le recibirá en sus aposentos.
Hernán asintió y siguió al joven. Antes de entrar en la alcoba del cardenal Mendoza, manifestó:
-Si su eminencia recibiera otra carta de ese tipo, espero que me lo hagas saber, Leandro. –Su voz sonó imperativa.
-Sí, señor –le contestó éste tartamudeando.
-Perfecto. –Una sonrisa se dibujó en la comisura de los labios de Hernán Mejías-. Siempre es bueno colaborar con la autoridad.
#380
22/10/2012 21:25
Leandro asintió y después se marchó a las cocinas con la sensación de que su vida pendía de un hilo. Tanto el cardenal como el Comisario de la Villa eran hombres muy peligrosos… Suspiró amedrentado.
Hernán golpeó con los nudillos la puerta de caoba.
-Entre…
Mendoza, reclinado entre almohadones, le preguntó:
-Comisario… ¿Qué os trae por aquí?
-Eminencia… -Le sonrió con fingida naturalidad-. Venía a saludaros y a comprobar lo que mi esposa me confirmó ayer. Vuestra salud parece que mejora considerablemente, me alegro por vos.
-Os lo agradezco, Comisario. Pero quisiera saber si me traéis las noticias que ansío oír.
-El Cáliz aún no ha sido encontrado, eminencia.
Una arruga se formó en la frente de Mendoza.
-¿Acaso os rodeáis siempre de ineptos, Comisario?
Hernán se sentó en el butacón que le señaló el tío de Irene.
-Es difícil encontrarlo, eminencia. Mis hombres están batiendo la Villa palmo a palmo, pero la mendiga no aparece por ningún sitio…
-Ya os dije en una ocasión que desenterrarais a los muertos… ¡Quiero el Cáliz, ya!
Hernán observó el rostro de Mendoza. Había enrojecido por la rabia y la vena yugular latía en su robusto cuello como si fuera a estallar.
-Calmaos, eminencia… Vais a sufrir otro ataque.
Francisco de Mendoza y Balboa respiró profundamente y cerró los párpados. Segundos después, los abrió. La calma, aparentemente, se había adueñado de su ser.
-¿Qué vais a hacer, Comisario?
-Seguir buscando, eminencia. Pero ya os comento que el pueblo no admitirá que se exhumen a sus muertos, sobre todo, teniendo tan reciente el Día de Todos los Santos y…
-¿Cuándo os ha importado el pueblo, Comisario?
Hernán miró al cardenal con gesto inexpresivo.
-Haré lo que me pedís, eminencia –habló tras unos segundos de tenso silencio.
-Bien, eso es lo que quería oír. La familia siempre debe ayudarse, Comisario. –Le sonrió artero.
-Tenéis razón. La familia es lo más importante, eminencia. Por ella se hace lo imposible, ¿verdad?
Mendoza arqueó las cejas.
-Sí. Por cierto, nunca me habéis hablado de la vuestra…
-Tengo poco que contar de ella. Mi madre murió cuando yo era un niño. Tuve un hermano que también falleció. A mi padre nunca le conocí…
-Sin duda, tuvisteis una infancia muy triste, Comisario…
Hernán le observó con detenimiento. “No”, se dijo. Mendoza no sabía quien era él realmente. Aprovecharía esa ventaja cuando fuera necesario. Se puso de pie. Luego habló:
-Gracias a esa niñez tan triste que pasé, ahora soy un hombre de carácter disciplinado y de gran fortaleza.
Francisco de Mendoza y Balboa asintió.
-Tenéis razón, Comisario. Todo aquel que resurge de las cenizas de un pasado cruel y doloroso merece mi comprensión y hasta mi admiración, os lo aseguro.
La mirada del religioso se quedó fija en un punto invisible. Mendoza parpadeó y su mente regresó de aquel lugar donde había estado momentos antes. Un largo suspiro escapó de su garganta. Miró al esposo de su sobrina y manifestó:
-Deseo tanto asumir mis obligaciones y levantarme de este maldito lecho…
-Estoy seguro de que vuestros deseos se cumplirán muy pronto, eminencia.
El cardenal suspiró. Hernán se giró e hizo ademán de asir el pomo de la puerta. Mendoza volvió a hablar:
-Os ordeno que me traigáis el Cáliz, Comisario, sólo así obtendréis grandes recompensas. Además, Irene se sentirá orgullosa de ser la sobrina del futuro Sumo Pontífice de Roma, ¿no creéis?
Hernán Mejías inclinó la cabeza a modo de reverencia, pero no le contestó. Se marchó del palacete del cardenal Mendoza con gesto adusto. Por primera vez en su vida detestó cumplir una orden.
Continuará... Besossssssssssssssssssssssssssssss a todas. A más ver. MJ.
Hernán golpeó con los nudillos la puerta de caoba.
-Entre…
Mendoza, reclinado entre almohadones, le preguntó:
-Comisario… ¿Qué os trae por aquí?
-Eminencia… -Le sonrió con fingida naturalidad-. Venía a saludaros y a comprobar lo que mi esposa me confirmó ayer. Vuestra salud parece que mejora considerablemente, me alegro por vos.
-Os lo agradezco, Comisario. Pero quisiera saber si me traéis las noticias que ansío oír.
-El Cáliz aún no ha sido encontrado, eminencia.
Una arruga se formó en la frente de Mendoza.
-¿Acaso os rodeáis siempre de ineptos, Comisario?
Hernán se sentó en el butacón que le señaló el tío de Irene.
-Es difícil encontrarlo, eminencia. Mis hombres están batiendo la Villa palmo a palmo, pero la mendiga no aparece por ningún sitio…
-Ya os dije en una ocasión que desenterrarais a los muertos… ¡Quiero el Cáliz, ya!
Hernán observó el rostro de Mendoza. Había enrojecido por la rabia y la vena yugular latía en su robusto cuello como si fuera a estallar.
-Calmaos, eminencia… Vais a sufrir otro ataque.
Francisco de Mendoza y Balboa respiró profundamente y cerró los párpados. Segundos después, los abrió. La calma, aparentemente, se había adueñado de su ser.
-¿Qué vais a hacer, Comisario?
-Seguir buscando, eminencia. Pero ya os comento que el pueblo no admitirá que se exhumen a sus muertos, sobre todo, teniendo tan reciente el Día de Todos los Santos y…
-¿Cuándo os ha importado el pueblo, Comisario?
Hernán miró al cardenal con gesto inexpresivo.
-Haré lo que me pedís, eminencia –habló tras unos segundos de tenso silencio.
-Bien, eso es lo que quería oír. La familia siempre debe ayudarse, Comisario. –Le sonrió artero.
-Tenéis razón. La familia es lo más importante, eminencia. Por ella se hace lo imposible, ¿verdad?
Mendoza arqueó las cejas.
-Sí. Por cierto, nunca me habéis hablado de la vuestra…
-Tengo poco que contar de ella. Mi madre murió cuando yo era un niño. Tuve un hermano que también falleció. A mi padre nunca le conocí…
-Sin duda, tuvisteis una infancia muy triste, Comisario…
Hernán le observó con detenimiento. “No”, se dijo. Mendoza no sabía quien era él realmente. Aprovecharía esa ventaja cuando fuera necesario. Se puso de pie. Luego habló:
-Gracias a esa niñez tan triste que pasé, ahora soy un hombre de carácter disciplinado y de gran fortaleza.
Francisco de Mendoza y Balboa asintió.
-Tenéis razón, Comisario. Todo aquel que resurge de las cenizas de un pasado cruel y doloroso merece mi comprensión y hasta mi admiración, os lo aseguro.
La mirada del religioso se quedó fija en un punto invisible. Mendoza parpadeó y su mente regresó de aquel lugar donde había estado momentos antes. Un largo suspiro escapó de su garganta. Miró al esposo de su sobrina y manifestó:
-Deseo tanto asumir mis obligaciones y levantarme de este maldito lecho…
-Estoy seguro de que vuestros deseos se cumplirán muy pronto, eminencia.
El cardenal suspiró. Hernán se giró e hizo ademán de asir el pomo de la puerta. Mendoza volvió a hablar:
-Os ordeno que me traigáis el Cáliz, Comisario, sólo así obtendréis grandes recompensas. Además, Irene se sentirá orgullosa de ser la sobrina del futuro Sumo Pontífice de Roma, ¿no creéis?
Hernán Mejías inclinó la cabeza a modo de reverencia, pero no le contestó. Se marchó del palacete del cardenal Mendoza con gesto adusto. Por primera vez en su vida detestó cumplir una orden.
Continuará... Besossssssssssssssssssssssssssssss a todas. A más ver. MJ.