Foro Águila Roja
Confía en mí
#0
05/06/2012 21:17
¡Hola, Aguiluchas!
Vuelvo a colgar este mensaje, porque no sé qué ha pasado. Se ha perdido en el ciberespacio... Je,je,je... Bueno, os decía en el anterior que estoy escribiendo esta historia de Gonzalo y Margarita, que he titulado Confía en mí. Una frase que el Amo dice habitualmente. Al principio pensé en centrarme sólo en el CR, pero después me he picado y como le dije a Mar, iré introduciendo personajes para dar más intensidad a la trama. ¡Jó parezco una guionista de la serie! Je,je,je... Iré colgándola poco a poco. Espero que os guste y que disfrutéis tanto como yo al escribirla. Me he basado en algunas imágenes que nos pusieron de la ansiada 5ª temporada, pero el resto es todo, todito de mi imaginación. A ver si los lionistas se pasan por aquí y cogen algunas ideas... Je,je,je. Bueno, allá va... Besitos y con Dios. MJ.
Ya sé lo que pasó. Hay mucho texto y no lo podía colgar... Bueno, aquí os dejo las primeras líneas. Besitos a tod@s. MJ.
Vuelvo a colgar este mensaje, porque no sé qué ha pasado. Se ha perdido en el ciberespacio... Je,je,je... Bueno, os decía en el anterior que estoy escribiendo esta historia de Gonzalo y Margarita, que he titulado Confía en mí. Una frase que el Amo dice habitualmente. Al principio pensé en centrarme sólo en el CR, pero después me he picado y como le dije a Mar, iré introduciendo personajes para dar más intensidad a la trama. ¡Jó parezco una guionista de la serie! Je,je,je... Iré colgándola poco a poco. Espero que os guste y que disfrutéis tanto como yo al escribirla. Me he basado en algunas imágenes que nos pusieron de la ansiada 5ª temporada, pero el resto es todo, todito de mi imaginación. A ver si los lionistas se pasan por aquí y cogen algunas ideas... Je,je,je. Bueno, allá va... Besitos y con Dios. MJ.
Ya sé lo que pasó. Hay mucho texto y no lo podía colgar... Bueno, aquí os dejo las primeras líneas. Besitos a tod@s. MJ.
#341
09/10/2012 20:37
¡Sí, que bien! Margarita ya está embarazada :) jejeje...me preocupa que va a pasar entre ella y Gonzalo :( espero que él se entere pronto de que su esposa espera un bebé y que Beatriz y Lucrecia no logren su objetivo! esperaré la siguiente parte, un beso!
#342
10/10/2012 10:55
#343
11/10/2012 16:13
Feliz a tod@s ....
#344
11/10/2012 17:44
¡Hola, preciosas!
¿Qué tal? Bueno, ya estoy aquí para volver con la continuación... Pero antes...
Littlenanai, sí, Margui está embarazadísima de nuestro Gonzalo, pero... No puedo decirte lo que va a ocurrir próximamente. Estate atenta... Je,je,je,je. Besitossssssssssssssss... Muakkk.
Kaley, qué foto más preciosa. Ainssssssssssssssssssss... Je,je,je. El bebé de los tortolitos. Feliz día también a todas. Un besazoooooooooooooooooooooooooo... Muakkkk. MJ.
¿Qué tal? Bueno, ya estoy aquí para volver con la continuación... Pero antes...
Littlenanai, sí, Margui está embarazadísima de nuestro Gonzalo, pero... No puedo decirte lo que va a ocurrir próximamente. Estate atenta... Je,je,je,je. Besitossssssssssssssss... Muakkk.
Kaley, qué foto más preciosa. Ainssssssssssssssssssss... Je,je,je. El bebé de los tortolitos. Feliz día también a todas. Un besazoooooooooooooooooooooooooo... Muakkkk. MJ.
#345
11/10/2012 17:44
CONFÍA EN MÍ
La esposa de Gonzalo de Montalvo golpeó con los nudillos la puerta del aposento de Lucrecia.
-¡Entra!
Margarita irrumpió en el cuarto. La marquesa de Santillana aún no se había vestido, llevaba puesta su bata de encajes negros. La miró con el ceño fruncido. La duquesa de Cornwall, sentada en una de las sillas de tijera, la observó con descaro.
-Señora…
-¿Dónde demonios te habías metido? ¡Si por tu culpa llegó tarde al Real Alcázar, te juro, Margarita, que te azotaré yo misma!
-Discúlpeme, señora… Enseguida le cojo el dobladillo. Son sólo cinco minutos.
-¡Eso espero!
Lucrecia se quitó la prenda que envolvía su desnudez. Su antigua amiga de la infancia la ayudó a vestirse. La marquesa se miró en el espejo de pie. Estaba hermosísima con aquel vestido de seda negra y escote cuadrado en el que se podía apreciar un espectacular prendedor de zafiros. Se subió a una pequeña tarima para que Margarita pudiera hacer bien su trabajo. Beatriz de Villamediana, que hasta esos instantes había permanecido en silencio, dijo:
-Querida Lucrecia, serás la dama más elegante y hermosa que asista a esa Capilla Real. Estoy segura de que la reina Mariana sentirá celos al verte.
Lucrecia sonrió vanidosa.
-Margarita es una excelente costurera.
Ella se sorprendió al escuchar el elogio. Levantó la cabeza y le contestó:
-Gracias, señora.
Mientras ella proseguía con las puntadas, Beatriz y la marquesa se miraron con malicia. Fue Lucrecia la que volvió a tomar la palabra:
-Siento, Beatriz, que no puedas acudir al palacio real…
La esposa de Gonzalo de Montalvo golpeó con los nudillos la puerta del aposento de Lucrecia.
-¡Entra!
Margarita irrumpió en el cuarto. La marquesa de Santillana aún no se había vestido, llevaba puesta su bata de encajes negros. La miró con el ceño fruncido. La duquesa de Cornwall, sentada en una de las sillas de tijera, la observó con descaro.
-Señora…
-¿Dónde demonios te habías metido? ¡Si por tu culpa llegó tarde al Real Alcázar, te juro, Margarita, que te azotaré yo misma!
-Discúlpeme, señora… Enseguida le cojo el dobladillo. Son sólo cinco minutos.
-¡Eso espero!
Lucrecia se quitó la prenda que envolvía su desnudez. Su antigua amiga de la infancia la ayudó a vestirse. La marquesa se miró en el espejo de pie. Estaba hermosísima con aquel vestido de seda negra y escote cuadrado en el que se podía apreciar un espectacular prendedor de zafiros. Se subió a una pequeña tarima para que Margarita pudiera hacer bien su trabajo. Beatriz de Villamediana, que hasta esos instantes había permanecido en silencio, dijo:
-Querida Lucrecia, serás la dama más elegante y hermosa que asista a esa Capilla Real. Estoy segura de que la reina Mariana sentirá celos al verte.
Lucrecia sonrió vanidosa.
-Margarita es una excelente costurera.
Ella se sorprendió al escuchar el elogio. Levantó la cabeza y le contestó:
-Gracias, señora.
Mientras ella proseguía con las puntadas, Beatriz y la marquesa se miraron con malicia. Fue Lucrecia la que volvió a tomar la palabra:
-Siento, Beatriz, que no puedas acudir al palacio real…
#346
11/10/2012 17:45
-No te preocupes, Lucrecia. Nunca he seguido los preceptos de la Iglesia Católica. Ya sabes que mi familia materna es anglicana.
-¡Claro, te comprendo! –Suspiró-. Por cierto, ¿has vuelto a ver a ese misterioso hombre del que me hablaste? ¿Conoceré al fin su nombre? –le preguntó de forma inocente.
-No puedo decírtelo, Lucrecia. Él es un hombre casado.
Margarita se pinchó con la aguja.
-¿Casado? ¡Me sorprendes, querida! –habló la marquesa-. Y el testamento de tu padre, ¿lo incumplirás?
-No puedo evitarlo, Lucrecia. Volverle a ver ha sido lo mejor que me ha ocurrido en la vida.
-¿Y qué vas a hacer?
-Le voy a pedir que se venga conmigo a Inglaterra.
-¿Y crees que se marchará?
-Le convenceré, Lucrecia. Ni te imaginas lo persuasiva que puedo llegar a ser…
Lucrecia le sonrió.
-Me lo imagino, querida. ¿Y su mujer?
Beatriz miró descaradamente a Margarita, que las oía con el corazón encogido.
-Ella no tiene nada que hacer. Es tan simple…
-¿Y cuándo os veis?
-Algunas noches, de madrugada…
Margarita se puso de pie, nerviosa.
-¡Ya está, señora, ya terminé!
Lucrecia bajó de la tarima y se alisó las arrugas de la falda.
-¡Está perfecto, Margarita! Puedes irte a tu casa. Hoy tienes el día libre.
-Gracias, señora.
La marquesa suspiró. Luego se puso los aretes que hacían juego con el prendedor, cogió los guantes, su devocionario y el velo que cubriría su rostro en la misa. La esposa del maestro hizo ademán de salir de la habitación, pero la voz de la duquesa de Cornwall tensó su espalda.
-Me saludas a tu esposo, Margarita…
Ella se giró lentamente. Sus oscuros ojos parpadearon. Los azules de Beatriz de Lancaster recorrieron su figura con cinismo. Margarita salió del cuarto y se apoyó en la pared. Entornó los párpados. “¡Gonzalo!”, susurró mientras las dudas tejían sus nudosas ramificaciones en su cerebro. Abrió los ojos. “¿Me estás engañando con la duquesa de Cornwall?”, se preguntó aturdida. En este momento tuvieron sentido las visitas de ella a la escuela y a su casa y las salidas nocturnas de su marido… Le tembló el labio inferior y las lágrimas surcaron sus mejillas, pero después Margarita las apartó de un manotazo. “¡No!”, gritó su corazón. Eso que estaba pensando no era posible. Gonzalo la amaba, se lo demostraba cuando la abrazaba con ternura, con sus miradas, con la pasión que compartían en el lecho… Respiró profundamente. “¡Él nunca la abandonaría por otra mujer!”, se dijo, batallando contra los recelos que la duquesa había incrustado en su alma. Bajó a las cocinas y se despidió de Cata y de las demás muchachas. El aire fresco de la mañana desentumeció sus agarrotados músculos y ahuyentó a sus tribulaciones. Sonrió a los tímidos rayos del sol.
-¡Claro, te comprendo! –Suspiró-. Por cierto, ¿has vuelto a ver a ese misterioso hombre del que me hablaste? ¿Conoceré al fin su nombre? –le preguntó de forma inocente.
-No puedo decírtelo, Lucrecia. Él es un hombre casado.
Margarita se pinchó con la aguja.
-¿Casado? ¡Me sorprendes, querida! –habló la marquesa-. Y el testamento de tu padre, ¿lo incumplirás?
-No puedo evitarlo, Lucrecia. Volverle a ver ha sido lo mejor que me ha ocurrido en la vida.
-¿Y qué vas a hacer?
-Le voy a pedir que se venga conmigo a Inglaterra.
-¿Y crees que se marchará?
-Le convenceré, Lucrecia. Ni te imaginas lo persuasiva que puedo llegar a ser…
Lucrecia le sonrió.
-Me lo imagino, querida. ¿Y su mujer?
Beatriz miró descaradamente a Margarita, que las oía con el corazón encogido.
-Ella no tiene nada que hacer. Es tan simple…
-¿Y cuándo os veis?
-Algunas noches, de madrugada…
Margarita se puso de pie, nerviosa.
-¡Ya está, señora, ya terminé!
Lucrecia bajó de la tarima y se alisó las arrugas de la falda.
-¡Está perfecto, Margarita! Puedes irte a tu casa. Hoy tienes el día libre.
-Gracias, señora.
La marquesa suspiró. Luego se puso los aretes que hacían juego con el prendedor, cogió los guantes, su devocionario y el velo que cubriría su rostro en la misa. La esposa del maestro hizo ademán de salir de la habitación, pero la voz de la duquesa de Cornwall tensó su espalda.
-Me saludas a tu esposo, Margarita…
Ella se giró lentamente. Sus oscuros ojos parpadearon. Los azules de Beatriz de Lancaster recorrieron su figura con cinismo. Margarita salió del cuarto y se apoyó en la pared. Entornó los párpados. “¡Gonzalo!”, susurró mientras las dudas tejían sus nudosas ramificaciones en su cerebro. Abrió los ojos. “¿Me estás engañando con la duquesa de Cornwall?”, se preguntó aturdida. En este momento tuvieron sentido las visitas de ella a la escuela y a su casa y las salidas nocturnas de su marido… Le tembló el labio inferior y las lágrimas surcaron sus mejillas, pero después Margarita las apartó de un manotazo. “¡No!”, gritó su corazón. Eso que estaba pensando no era posible. Gonzalo la amaba, se lo demostraba cuando la abrazaba con ternura, con sus miradas, con la pasión que compartían en el lecho… Respiró profundamente. “¡Él nunca la abandonaría por otra mujer!”, se dijo, batallando contra los recelos que la duquesa había incrustado en su alma. Bajó a las cocinas y se despidió de Cata y de las demás muchachas. El aire fresco de la mañana desentumeció sus agarrotados músculos y ahuyentó a sus tribulaciones. Sonrió a los tímidos rayos del sol.
#347
11/10/2012 17:45
En la iglesia del barrio le esperaban su esposo, su sobrino y Satur. Gonzalo le sonrió. Asió su mano y escucharon juntos la misa que el padre Germán ofrecía por las almas de los difuntos. Margarita suspiró al observar el perfecto perfil de su esposo. Sabía que Gonzalo no era muy creyente y que estaba allí por su hijo y también por ella. Cuando la ceremonia religiosa finalizó, el sacerdote se acercó a sus feligreses y habló con ellos de forma distendida. Gonzalo y su familia escucharon sus amables palabras y luego se dirigieron hacia la hornacina donde se hallaba la imagen de San Felipe. Alonso quería ponerle unas flores y rezar una oración, ya que su madre siempre lo hacía el Día de Todos los Santos. Margarita y el niño se hincaron de rodillas en el reclinatorio. Satur y Gonzalo se mantuvieron de pie, sonrientes. Sin embargo, la sonrisa de Gonzalo desapareció cuando su mirada se encontró con la de Beatriz de Villamediana, que desde la entrada del templo les contemplaba con gesto adusto. Margarita palideció cuando la vio. La duquesa de Cornwall se marchó minutos después, tan sigilosamente como había aparecido en aquel sagrado lugar. Ninguno habló de ella. Llevaron flores a las tumbas de Cristina y a las de sus otros seres queridos. Más tarde comieron los buñuelos con chocolate, que mademoiselle Lorelle le había regalado a Alonso. Margarita sonrió, habló e incluso rió, pero nadie se dio cuenta de que la tristeza comenzaba a alojarse en lo más profundo de su corazón y que sus pupilas, siempre alegres, perdían aquel brillo que Gonzalo comparaba con el de las estrellas del firmamento…
#348
11/10/2012 17:46
La misa en la Capilla Real transcurría con su habitual solemnidad. Los Grandes de España, invitados por Felipe IV a aquel oficio religioso, competían entre sí por ser los más elegantes y por lucir las joyas más opulentas. Laura de Montignac les observaba desde el banco que ocupaba como aya del príncipe heredero. Nunca le habían agradado aquellos hipócritas que como aves de rapiña sobrevolaban la corte a la espera de ser elogiados por los reyes. Una arruga se formó en su frente al recordar los años en lo que vivió en aquel palacio como doncella de la reina Isabel de Borbón, la primera esposa de Felipe. Suspiró. Luego su acaramelada mirada se fijó en la dama que acompañaba a Hernán. Era bellísima, pero la altivez con la que alzaba el mentón y la forma de mirar a los demás, le indicaron que no era una persona de fiar. Pensó que podría ser la esposa de su primogénito, pero alguien la nombró y escuchó su título aristocrático. “¡La marquesa de Santillana!”, susurró, contemplándola con detenimiento. Había oído tantas historias de aquella mujer en palacio, que en otro tiempo se hubiera ruborizado, ahora ya nada le provocaba el sonrojo. Cuando el acto finalizó todos salieron de la capilla, y se encontraron en uno de los recibidores próximos al salón de recepciones. Laura se mantuvo en un rincón. Sus majestades conversaban con el obispo y con otros miembros eclesiásticos, los Grandes de las Españas formaban un corrillo en el que las risas y los halagos enmascaraban sus envanecimientos y sus artificiales sonrisas. Hernán la vio y se acercó hasta donde ella se encontraba.
-Los buitres, mademoiselle, se alimentan de su propia carroña… -le dijo, señalándole a los nobles.
-Son insoportables, ¿verdad?
-Sí, pero tengo que fingir todo lo contrario.
Laura miró fijamente a Lucrecia.
-Creí que ella era su esposa.
-¿Lucrecia? –Hernán Mejías negó con un ligero movimiento de su cabeza, pero sus ojos la observaron con devoción-. Mi esposa no ha podido acudir. Está cuidando a su tío, que está enfermo.
-Sin duda, un alma caritativa.
-Sí, lo es.
-¿Desde cuándo conoce a la marquesa de Santillana?
Su hijo se giró y le volvió a sonreír.
-Hace muchos años que Lucrecia de Santillana y yo nos conocemos, demasiados –musitó con énfasis la última palabra. Os la voy a presentar.
Laura asintió. Poco después, Lucrecia acompañaba al Comisario a regañadientes.
-Mademoiselle Gaudet, os presento a la marquesa de Santillana.
La aludida curvó sus labios con una sonrisa forzada.
-Los buitres, mademoiselle, se alimentan de su propia carroña… -le dijo, señalándole a los nobles.
-Son insoportables, ¿verdad?
-Sí, pero tengo que fingir todo lo contrario.
Laura miró fijamente a Lucrecia.
-Creí que ella era su esposa.
-¿Lucrecia? –Hernán Mejías negó con un ligero movimiento de su cabeza, pero sus ojos la observaron con devoción-. Mi esposa no ha podido acudir. Está cuidando a su tío, que está enfermo.
-Sin duda, un alma caritativa.
-Sí, lo es.
-¿Desde cuándo conoce a la marquesa de Santillana?
Su hijo se giró y le volvió a sonreír.
-Hace muchos años que Lucrecia de Santillana y yo nos conocemos, demasiados –musitó con énfasis la última palabra. Os la voy a presentar.
Laura asintió. Poco después, Lucrecia acompañaba al Comisario a regañadientes.
-Mademoiselle Gaudet, os presento a la marquesa de Santillana.
La aludida curvó sus labios con una sonrisa forzada.
#349
11/10/2012 17:46
-¿Así que sois una de las institutrices del príncipe Carlos? –le preguntó con la misma frialdad con la que trataba a sus sirvientes.
-Sí, marquesa.
-¡Qué interesante! ¿Y siempre habéis sido aya?
-Sí. He cuidado e instruido a príncipes y a herederos de grandes fortunas de Europa.
-¡Qué triste cuidar a los hijos de otros! ¿Verdad?
Hernán intervino en la conversación:
-Gracias a damas como mademoiselle Gaudet, tu hijo hoy es una persona culta y está preparado para asumir su condición de marqués de Santillana.
-¡Claro, querido, tienes razón! –Suspiró-. Disculpe, mademoiselle, pero la marquesa de Sotogrande me está llamando…
-Vaya usted con ella.
Lucrecia se giró y fue hasta el grupo donde otras damas departían, pronto se convirtió en el centro de atención.
-Lo siento… -murmuró Hernán-, uno de sus mayores defectos es la prepotencia. Hace tiempo que olvidó que nació plebeya.
Laura arqueó las cejas, sorprendida. Luego habló:
-No se preocupe, señor Comisario. Ya estoy curada de espantos.
-Yo también. -Su hijo le sonrió-. Nuño… -Y le señaló con un movimiento de su cabeza al joven que conversaba con el obispo-, ha crecido bajo sus faldas con demasiados mimos y caprichos, ya que el marqués de Santillana desapareció, desgraciadamente, de sus vidas. A pesar de todo, Nuño es un buen chico.
-Y usted ha sido como un padre para él, ¿verdad?
-Sí, quiero mucho a Nuño. Tener un hijo como él sería un motivo de orgullo para mí.
Laura vio la emoción y el cariño reflejados en las pupilas masculinas. Luego observó a Nuño de Santillana y sintió un vuelco en su corazón. Aquel joven de ademanes principescos y mirada arrogante era un Habsburgo. No tuvo ninguna duda. Hernán y Nuño tenían la misma sangre, aunque el adolescente lo ignorase.
-Me gustaría conocerle… -susurró ella tras aclararse la garganta.
Su primogénito asintió. Un suspiro escapó de la boca femenina cuando Hernán fue a buscar al hijo de Lucrecia. El destino y sus verdugos le habían arrebatado demasiadas cosas, pero ahora la vida le estaba devolviendo regalos que nunca pensó tener. Los dos se acercaron. Nuño la miró fijamente. El Comisario habló:
-Nuño, te presento a mademoiselle Gaudet, una amiga muy especial.
-Sí, marquesa.
-¡Qué interesante! ¿Y siempre habéis sido aya?
-Sí. He cuidado e instruido a príncipes y a herederos de grandes fortunas de Europa.
-¡Qué triste cuidar a los hijos de otros! ¿Verdad?
Hernán intervino en la conversación:
-Gracias a damas como mademoiselle Gaudet, tu hijo hoy es una persona culta y está preparado para asumir su condición de marqués de Santillana.
-¡Claro, querido, tienes razón! –Suspiró-. Disculpe, mademoiselle, pero la marquesa de Sotogrande me está llamando…
-Vaya usted con ella.
Lucrecia se giró y fue hasta el grupo donde otras damas departían, pronto se convirtió en el centro de atención.
-Lo siento… -murmuró Hernán-, uno de sus mayores defectos es la prepotencia. Hace tiempo que olvidó que nació plebeya.
Laura arqueó las cejas, sorprendida. Luego habló:
-No se preocupe, señor Comisario. Ya estoy curada de espantos.
-Yo también. -Su hijo le sonrió-. Nuño… -Y le señaló con un movimiento de su cabeza al joven que conversaba con el obispo-, ha crecido bajo sus faldas con demasiados mimos y caprichos, ya que el marqués de Santillana desapareció, desgraciadamente, de sus vidas. A pesar de todo, Nuño es un buen chico.
-Y usted ha sido como un padre para él, ¿verdad?
-Sí, quiero mucho a Nuño. Tener un hijo como él sería un motivo de orgullo para mí.
Laura vio la emoción y el cariño reflejados en las pupilas masculinas. Luego observó a Nuño de Santillana y sintió un vuelco en su corazón. Aquel joven de ademanes principescos y mirada arrogante era un Habsburgo. No tuvo ninguna duda. Hernán y Nuño tenían la misma sangre, aunque el adolescente lo ignorase.
-Me gustaría conocerle… -susurró ella tras aclararse la garganta.
Su primogénito asintió. Un suspiro escapó de la boca femenina cuando Hernán fue a buscar al hijo de Lucrecia. El destino y sus verdugos le habían arrebatado demasiadas cosas, pero ahora la vida le estaba devolviendo regalos que nunca pensó tener. Los dos se acercaron. Nuño la miró fijamente. El Comisario habló:
-Nuño, te presento a mademoiselle Gaudet, una amiga muy especial.
#350
11/10/2012 17:48
Ella le ofreció su mano derecha y su nieto se la rozó apenas con los labios, tal como exigía el protocolo.
-Enchantée de vous connaître, marquis de Santillana…
-Le plaisir est le mien, mademoiselle Gaudet –le contestó Nuño en el mismo idioma.
Hernán sonrió. El joven volvió a hablar, pero esta vez en su lengua materna:
-El Comisario me ha dicho que usted es una de las ayas del príncipe heredero.
-Así es.
-¿Le gusta la enseñanza?
-Me satisface mi trabajo, señor marqués.
-Mi madre aún me obliga a ir a la escuela. –Hizo un mohín de fastidio.
-¿No tiene usted un tutor en palacio?
-No. Un antiguo conocido de ella es quien me da clases.
Hernán intervino en la conversación:
-Usted le conoce, mademoiselle… -Laura arqueó las cejas-. El profesor de Nuño es Gonzalo de Montalvo –pronunció el nombre con rencor.
-Él es un buen maestro, pero me molesta juntarme con tantos pobres. Tampoco soporto a Alonso de Montalvo, su hijo, y a sus insoportables amigos…
Laura de Montignac suspiró. Nuño de Santillana tenía el mismo carácter de su madre y también sus mismos prejuicios sociales, a pesar de que ella había nacido en el seno de una familia humilde.
La dama francesa acarició la mejilla izquierda de Nuño y con dulzura le dijo:
-Nacer es un privilegio de todos, no importa dónde ni en qué lugar. Recuerde, marqués, que nadie viene al mundo con joyas y sedas. Sin embargo, la decencia, el amor, la sinceridad, la amistad… son parte de la esencia humana: plebeyos y nobles nacen con dichas cualidades, aunque algunos las exteriorizan y otros las malgastan en absurdas contiendas sociales.
Hernán y Nuño la escucharon asombrados y ceñudos, pero ninguno de los dos se atrevió a contradecirla.
-¿El populacho y la nobleza deben vivir en armonía y con los mismos derechos, mademoiselle? –le preguntó Lucrecia, que se había acercado sigilosamente hasta donde se encontraban ellos.
Laura la miró sin parpadear.
-Si el mundo fuera justo, sí.
-¿Usted estaría dispuesta a entregar sus privilegios y sus riquezas a los menesterosos de la Villa?
-Yo no tengo nada, señora marquesa. Soy una plebeya, igual que antes lo fue usted.
Lucrecia arrugó la frente, pero después sonrió a la institutriz.
-Entonces le aconsejo que se despose con un noble, sólo así perderá su condición de plebeya, mademoiselle… -Lucrecia le susurró al oído-, pero dese prisa porque le quedan pocos años de vida…
Laura soportó su artera mirada.
-¡Vámonos, Nuño! Sus majestades nos esperan en el salón de recepciones. Enchantée de vous connaître, mademoiselle Gaudet –musitó con sorna. Luego miró al Comisario-. ¿Vienes con nosotros, Hernán?
Él, que las había observado sin mediar palabras, asintió.
-Mademoiselle, como siempre ha sido un gusto hablar con usted.
-Lo mismo le digo, señor Comisario. Cuide a ese niño. –Sonrió a Nuño-. Sé que tiene buen corazón, igual que usted.
Hernán Mejías le sonrió. La madre de su hijo volvió a llamarle.
-¡Hernán!
El Comisario asió el brazo que la marquesa le ofrecía y tras mirar de soslayo a Laura de Montignac, Lucrecia, musitó:
-No me gusta esa mujer…
-¿Por qué?
-Su mirada es escrutadora y, además, no quiero que Nuño oiga tantas sandeces en defensa del vulgo, ni que estuviera emparentada con el Águila Roja…
Hernán miró hacia atrás y sintió un estremecimiento al oír el nombre del héroe del pueblo, su hermano. En ese instante, Hernán Mejías añoró estar en otro lugar y ser otra vez el niño que su madre mecía en sus brazos. Laura les contempló hasta que las puertas del salón se cerraron. No le agradaba Lucrecia de Santillana. La maldad anidaba en sus ojos y hablaba por su boca. Desgraciadamente, ella sabía reconocerla.
-Encantada de conocerle, marqués de Santillana. (N. de la A).
-El placer es mío, señorita Gaudet. (N. de la A).
Continuará... Feliz puente a todas. Besossssssssssssssssssss... MJ.
-Enchantée de vous connaître, marquis de Santillana…
-Le plaisir est le mien, mademoiselle Gaudet –le contestó Nuño en el mismo idioma.
Hernán sonrió. El joven volvió a hablar, pero esta vez en su lengua materna:
-El Comisario me ha dicho que usted es una de las ayas del príncipe heredero.
-Así es.
-¿Le gusta la enseñanza?
-Me satisface mi trabajo, señor marqués.
-Mi madre aún me obliga a ir a la escuela. –Hizo un mohín de fastidio.
-¿No tiene usted un tutor en palacio?
-No. Un antiguo conocido de ella es quien me da clases.
Hernán intervino en la conversación:
-Usted le conoce, mademoiselle… -Laura arqueó las cejas-. El profesor de Nuño es Gonzalo de Montalvo –pronunció el nombre con rencor.
-Él es un buen maestro, pero me molesta juntarme con tantos pobres. Tampoco soporto a Alonso de Montalvo, su hijo, y a sus insoportables amigos…
Laura de Montignac suspiró. Nuño de Santillana tenía el mismo carácter de su madre y también sus mismos prejuicios sociales, a pesar de que ella había nacido en el seno de una familia humilde.
La dama francesa acarició la mejilla izquierda de Nuño y con dulzura le dijo:
-Nacer es un privilegio de todos, no importa dónde ni en qué lugar. Recuerde, marqués, que nadie viene al mundo con joyas y sedas. Sin embargo, la decencia, el amor, la sinceridad, la amistad… son parte de la esencia humana: plebeyos y nobles nacen con dichas cualidades, aunque algunos las exteriorizan y otros las malgastan en absurdas contiendas sociales.
Hernán y Nuño la escucharon asombrados y ceñudos, pero ninguno de los dos se atrevió a contradecirla.
-¿El populacho y la nobleza deben vivir en armonía y con los mismos derechos, mademoiselle? –le preguntó Lucrecia, que se había acercado sigilosamente hasta donde se encontraban ellos.
Laura la miró sin parpadear.
-Si el mundo fuera justo, sí.
-¿Usted estaría dispuesta a entregar sus privilegios y sus riquezas a los menesterosos de la Villa?
-Yo no tengo nada, señora marquesa. Soy una plebeya, igual que antes lo fue usted.
Lucrecia arrugó la frente, pero después sonrió a la institutriz.
-Entonces le aconsejo que se despose con un noble, sólo así perderá su condición de plebeya, mademoiselle… -Lucrecia le susurró al oído-, pero dese prisa porque le quedan pocos años de vida…
Laura soportó su artera mirada.
-¡Vámonos, Nuño! Sus majestades nos esperan en el salón de recepciones. Enchantée de vous connaître, mademoiselle Gaudet –musitó con sorna. Luego miró al Comisario-. ¿Vienes con nosotros, Hernán?
Él, que las había observado sin mediar palabras, asintió.
-Mademoiselle, como siempre ha sido un gusto hablar con usted.
-Lo mismo le digo, señor Comisario. Cuide a ese niño. –Sonrió a Nuño-. Sé que tiene buen corazón, igual que usted.
Hernán Mejías le sonrió. La madre de su hijo volvió a llamarle.
-¡Hernán!
El Comisario asió el brazo que la marquesa le ofrecía y tras mirar de soslayo a Laura de Montignac, Lucrecia, musitó:
-No me gusta esa mujer…
-¿Por qué?
-Su mirada es escrutadora y, además, no quiero que Nuño oiga tantas sandeces en defensa del vulgo, ni que estuviera emparentada con el Águila Roja…
Hernán miró hacia atrás y sintió un estremecimiento al oír el nombre del héroe del pueblo, su hermano. En ese instante, Hernán Mejías añoró estar en otro lugar y ser otra vez el niño que su madre mecía en sus brazos. Laura les contempló hasta que las puertas del salón se cerraron. No le agradaba Lucrecia de Santillana. La maldad anidaba en sus ojos y hablaba por su boca. Desgraciadamente, ella sabía reconocerla.
-Encantada de conocerle, marqués de Santillana. (N. de la A).
-El placer es mío, señorita Gaudet. (N. de la A).
Continuará... Feliz puente a todas. Besossssssssssssssssssss... MJ.
#351
11/10/2012 21:34
Me encanta! aaaaaaaaah!! odio a Beatriz!! pobre Margarita :( verás la que lian estas dos...miedo me dan jajaja.
Feliz puente a ti también! Un beso!
Feliz puente a ti también! Un beso!
#352
15/10/2012 12:40
Se me ha echo corta la lectura, jajaja, estoy ansiosa por ver como la pobre Margarita avanza con la que le ha caido encima, espero que su marido sepa reconfortarla y recompersarla por su confianza ...
#353
15/10/2012 16:08
¡Hola, guapas!
¿Qué tal? Espero que hayais disfrutado del puente. Bueno, pues yo vuelvo para publicar la continuación de "Confía en mí", pero antes...
Littlenanai, muchas odiamos a Beatriz, te lo aseguro. Je,je,je,je. Lucre y ella son víboras y nuestra pobre Margui no se va a salvar de sus maldades... Besos, cielo. Muakkkk.
Kaley, guapísima, ¿se te ha hecho corta la lectura? Pues hoy es intensa, ya verás... Je,je,je,je. Margui va a sufrir muchísimo y Gonzalo también. Lo siento, chicas, pero la historia es así. Bueno, prometo recompensar luego, ¿ok? Besitosssssssssssssssssssssssssss... Muakkkk. MJ.
A más ver.
¿Qué tal? Espero que hayais disfrutado del puente. Bueno, pues yo vuelvo para publicar la continuación de "Confía en mí", pero antes...
Littlenanai, muchas odiamos a Beatriz, te lo aseguro. Je,je,je,je. Lucre y ella son víboras y nuestra pobre Margui no se va a salvar de sus maldades... Besos, cielo. Muakkkk.
Kaley, guapísima, ¿se te ha hecho corta la lectura? Pues hoy es intensa, ya verás... Je,je,je,je. Margui va a sufrir muchísimo y Gonzalo también. Lo siento, chicas, pero la historia es así. Bueno, prometo recompensar luego, ¿ok? Besitosssssssssssssssssssssssssss... Muakkkk. MJ.
A más ver.
#354
15/10/2012 16:08
CONFÍA EN MÍ
El cardenal Mendoza permanecía postrado en su lecho desde que había sufrido la crisis cardiaca, que casi le había costado la vida. Irene le cuidaba con su acostumbrada dulzura, aunque él no soportaba su presencia y tenía que fingir el afecto que ahora no sentía.
-Tío, debe tomar las gotas que le recetó Juan de Calatrava… Sólo así recobrará la salud.
-Saben igual que la hiel… -murmuró, asqueado.
Irene le regañó.
-Si no las ingiere, tío, tendré que decírselo al doctor y él tomará otras medidas, se lo aseguro.
Francisco de Mendoza y Balboa emitió una débil sonrisa.
-Está bien.
Su sobrina vertió las diez gotas en un vaso de agua, que él bebió con desgana. A continuación, Mendoza tomó un sorbo de leche para paliar el amargor de la medicina. Minutos después, Irene movía con suavidad los almohadones y el cardenal se apoyaba en éstos. Su tío la observó con detenimiento y luego le dijo:
-Me apena, hija, que por mi culpa no hayas podido asistir a la misa de la Capilla Real –mintió, acariciándole el prendedor de la mariposa.
-No se preocupe, tío, por eso. Prefiero estar cuidándole a usted.
-¡Qué suerte la mía! –exclamó, juntando sus manos como si fuera a rezar-. Tendré que ponerme enfermo más a menudo… -Le sonrió.
Irene le devolvió la sonrisa. Fue a responderle, pero alguien llamó a la puerta.
-Entre… -musitó el cardenal.
Sebastián le saludó inclinando la cabeza y luego habló:
-Disculpad, eminencia, si importuno vuestro descanso, pero la dama insiste en que tiene que verle y…
Francisco de Mendoza e Irene miraron a la desconocida que, sigilosamente, se había parado junto al secretario. La duquesa de Cornwall echó hacia atrás la capucha de su capa y su hermoso rostro quedó al descubierto.
-Padrino… ¿Cómo os encontráis? –le preguntó con fingida naturalidad.
El cardenal sonrió a la bella hija de Lope de Villamediana.
-Mucho mejor, hija mía… Pero pasad no os quedéis en la entrada.
Sebastián cerró la puerta con su habitual discreción.
-Irene…
-Beatriz…
La joven se sentó en el diván que le indicaba Francisco de Mendoza y Balboa. La esposa del Comisario de la Villa se puso de pie y habló:
El cardenal Mendoza permanecía postrado en su lecho desde que había sufrido la crisis cardiaca, que casi le había costado la vida. Irene le cuidaba con su acostumbrada dulzura, aunque él no soportaba su presencia y tenía que fingir el afecto que ahora no sentía.
-Tío, debe tomar las gotas que le recetó Juan de Calatrava… Sólo así recobrará la salud.
-Saben igual que la hiel… -murmuró, asqueado.
Irene le regañó.
-Si no las ingiere, tío, tendré que decírselo al doctor y él tomará otras medidas, se lo aseguro.
Francisco de Mendoza y Balboa emitió una débil sonrisa.
-Está bien.
Su sobrina vertió las diez gotas en un vaso de agua, que él bebió con desgana. A continuación, Mendoza tomó un sorbo de leche para paliar el amargor de la medicina. Minutos después, Irene movía con suavidad los almohadones y el cardenal se apoyaba en éstos. Su tío la observó con detenimiento y luego le dijo:
-Me apena, hija, que por mi culpa no hayas podido asistir a la misa de la Capilla Real –mintió, acariciándole el prendedor de la mariposa.
-No se preocupe, tío, por eso. Prefiero estar cuidándole a usted.
-¡Qué suerte la mía! –exclamó, juntando sus manos como si fuera a rezar-. Tendré que ponerme enfermo más a menudo… -Le sonrió.
Irene le devolvió la sonrisa. Fue a responderle, pero alguien llamó a la puerta.
-Entre… -musitó el cardenal.
Sebastián le saludó inclinando la cabeza y luego habló:
-Disculpad, eminencia, si importuno vuestro descanso, pero la dama insiste en que tiene que verle y…
Francisco de Mendoza e Irene miraron a la desconocida que, sigilosamente, se había parado junto al secretario. La duquesa de Cornwall echó hacia atrás la capucha de su capa y su hermoso rostro quedó al descubierto.
-Padrino… ¿Cómo os encontráis? –le preguntó con fingida naturalidad.
El cardenal sonrió a la bella hija de Lope de Villamediana.
-Mucho mejor, hija mía… Pero pasad no os quedéis en la entrada.
Sebastián cerró la puerta con su habitual discreción.
-Irene…
-Beatriz…
La joven se sentó en el diván que le indicaba Francisco de Mendoza y Balboa. La esposa del Comisario de la Villa se puso de pie y habló:
#355
15/10/2012 16:09
-Voy a decirle a la cocinera que le prepare la cena, tío.
-Te lo agradezco, Irene.
-Le dejo en buenas manos.
-Gracias –le respondió Beatriz con aquella fría mirada que le helaba la sangre a Irene.
Cuando la esposa de Hernán Mejías salió del cuarto, Beatriz de Lancaster miró al prelado.
-Me ha fallado la persona que iba a vengar la muerte de mi padre y necesito que me ayudéis, eminencia
-¡Lástima, Beatriz! Pero ya veis cómo me hallo… Os dije la última vez que nos vimos que no puedo…
-No comprendo vuestra actitud, ya lo habéis hecho en otras ocasiones y jamás os importó utilizar ni la fuerza ni mancharos vuestras manos de sangre.
Mendoza frunció el ceño.
-No juguéis con fuego, Beatriz. Os podríais quemar y…
-Mi padre me contó muchas historias... –Le interrumpió-. En una de ellas el rey y vos fuisteis cómplices para hacer desaparecer a una dama y a sus hijos… ¿Estoy en lo cierto, eminencia?
El cardenal se medio incorporó en el lecho.
-¿De qué estáis hablando? –masculló sibilante.
-Os hablo de Laura de Montignac y de sus hijos.
-No sé de qué estáis…
-Lo sabéis perfectamente, eminencia. Ella fue reina de las Españas por casamiento y en su vientre gestó a dos hijos varones que el rey y vos ocultasteis al pueblo y a la Iglesia… ¡Pobres criaturas y pobre Laura! Mi padre descubrió que ella no había muerto y que los niños fueron separados de su madre. Luego alguien los hizo desaparecer… -Beatriz sonrió al ver cómo el desconcierto se plasmaba en las pupilas de Mendoza.
-Eso no…
-Ocurrió así, eminencia. Vos le ayudasteis a ocultar esos hechos porque os convenía. Luego descubristeis que ella estaba viva, sé que os hicieron creer que había muerto, y con el tiempo y vuestros recursos obtuvisteis algo que os ha servido hasta ahora para chantajear al rey… -Él pestañeó y la miró contrariado y sorprendido a la misma vez. Mendoza negó con un ligero movimiento de su cabeza, pero Beatriz prosiguió, impasible-. ¿Acaso no poseéis una carta de Laura de Montignac con la que extorsionáis a su majestad?
-Te lo agradezco, Irene.
-Le dejo en buenas manos.
-Gracias –le respondió Beatriz con aquella fría mirada que le helaba la sangre a Irene.
Cuando la esposa de Hernán Mejías salió del cuarto, Beatriz de Lancaster miró al prelado.
-Me ha fallado la persona que iba a vengar la muerte de mi padre y necesito que me ayudéis, eminencia
-¡Lástima, Beatriz! Pero ya veis cómo me hallo… Os dije la última vez que nos vimos que no puedo…
-No comprendo vuestra actitud, ya lo habéis hecho en otras ocasiones y jamás os importó utilizar ni la fuerza ni mancharos vuestras manos de sangre.
Mendoza frunció el ceño.
-No juguéis con fuego, Beatriz. Os podríais quemar y…
-Mi padre me contó muchas historias... –Le interrumpió-. En una de ellas el rey y vos fuisteis cómplices para hacer desaparecer a una dama y a sus hijos… ¿Estoy en lo cierto, eminencia?
El cardenal se medio incorporó en el lecho.
-¿De qué estáis hablando? –masculló sibilante.
-Os hablo de Laura de Montignac y de sus hijos.
-No sé de qué estáis…
-Lo sabéis perfectamente, eminencia. Ella fue reina de las Españas por casamiento y en su vientre gestó a dos hijos varones que el rey y vos ocultasteis al pueblo y a la Iglesia… ¡Pobres criaturas y pobre Laura! Mi padre descubrió que ella no había muerto y que los niños fueron separados de su madre. Luego alguien los hizo desaparecer… -Beatriz sonrió al ver cómo el desconcierto se plasmaba en las pupilas de Mendoza.
-Eso no…
-Ocurrió así, eminencia. Vos le ayudasteis a ocultar esos hechos porque os convenía. Luego descubristeis que ella estaba viva, sé que os hicieron creer que había muerto, y con el tiempo y vuestros recursos obtuvisteis algo que os ha servido hasta ahora para chantajear al rey… -Él pestañeó y la miró contrariado y sorprendido a la misma vez. Mendoza negó con un ligero movimiento de su cabeza, pero Beatriz prosiguió, impasible-. ¿Acaso no poseéis una carta de Laura de Montignac con la que extorsionáis a su majestad?
#356
15/10/2012 16:10
El silencio se personó en la alcoba. El sudor perló la frente de Francisco de Mendoza, que asió un vaso de agua con manos temblorosas. Bebió con ansiedad. Después miró a la hija de Lope de Villamediana fijamente.
-¿Qué queréis?
-Veo que ahora sí que os interesa lo que os quiero proponer… -Le sonrió-. Os ofrezco una fortuna para que podáis cumplir vuestro sueño de sentaros en la Silla de Pedro si me ponéis la cabeza de Felipe IV en una bandeja, eminencia. Rospligiosi os lleva una considerable ventaja, ¿verdad?
Mendoza la miró con el ceño fruncido.
-Matar al rey, Beatriz, es sumamente complicado.
-Lo sé, eminencia. Pero vos sois un hombre con un ingenio considerable y sé que podéis conseguir todo lo que os propongáis.
-Todo aquel que osa nombrar a Laura de Montignac ante el rey es acusado de alta traición, como le ocurrió a vuestro padre.
Irene, que había olvidado preguntarle a su tío qué postre le apetecía tras la sopa y la trucha, asió el pomo de la puerta con la intención de entrar en la habitación, pero al oír el nombre de la mujer que Hernán le había mencionado días atrás, se quedó inmóvil oyendo la conversación entre su tío y la duquesa de Cornwall.
-Mi padre no tuvo la perspicacia que sí tuvisteis vos al…
-¡Shhhh, callaos…! -susurró el cardenal-. He oído unos pasos…
Beatriz se puso de pie y abrió la puerta. Miró a un lado y a otro del corredor.
-No hay nadie. -La volvió a cerrar.
Irene salió del privado de su tío, que se hallaba a pocos metros de la alcoba principal. Suspiró y se quitó los escarpines. Descalza recorrió el ancho pasillo hasta llegar a las cocinas. Esa noche hablaría con Hernán.
Beatriz se volvió a sentar y retomó la conversación:
-Como os decía, eminencia, Laura no murió entonces, pero según me contó mi padre años después padeció la tortura de los Habsburgo en su cuerpo. Sus hijos habían desaparecido y ella era un cadáver viviente encerrada en las mazmorras reales. No sobrevivió y murió, pero antes le dio otro hijo al rey: una niña, de la que tampoco se sabe nada. –Suspiró-. Los pecados del rey son numerosos, eminencia, pero no deseo verle ante la curia romana… No, yo anhelo para él una muerte lenta y horrible como la que padeció su amigo Lope de Villamediana.
-¿Una muerte lenta…? ¿Con un veneno?
-¿Qué queréis?
-Veo que ahora sí que os interesa lo que os quiero proponer… -Le sonrió-. Os ofrezco una fortuna para que podáis cumplir vuestro sueño de sentaros en la Silla de Pedro si me ponéis la cabeza de Felipe IV en una bandeja, eminencia. Rospligiosi os lleva una considerable ventaja, ¿verdad?
Mendoza la miró con el ceño fruncido.
-Matar al rey, Beatriz, es sumamente complicado.
-Lo sé, eminencia. Pero vos sois un hombre con un ingenio considerable y sé que podéis conseguir todo lo que os propongáis.
-Todo aquel que osa nombrar a Laura de Montignac ante el rey es acusado de alta traición, como le ocurrió a vuestro padre.
Irene, que había olvidado preguntarle a su tío qué postre le apetecía tras la sopa y la trucha, asió el pomo de la puerta con la intención de entrar en la habitación, pero al oír el nombre de la mujer que Hernán le había mencionado días atrás, se quedó inmóvil oyendo la conversación entre su tío y la duquesa de Cornwall.
-Mi padre no tuvo la perspicacia que sí tuvisteis vos al…
-¡Shhhh, callaos…! -susurró el cardenal-. He oído unos pasos…
Beatriz se puso de pie y abrió la puerta. Miró a un lado y a otro del corredor.
-No hay nadie. -La volvió a cerrar.
Irene salió del privado de su tío, que se hallaba a pocos metros de la alcoba principal. Suspiró y se quitó los escarpines. Descalza recorrió el ancho pasillo hasta llegar a las cocinas. Esa noche hablaría con Hernán.
Beatriz se volvió a sentar y retomó la conversación:
-Como os decía, eminencia, Laura no murió entonces, pero según me contó mi padre años después padeció la tortura de los Habsburgo en su cuerpo. Sus hijos habían desaparecido y ella era un cadáver viviente encerrada en las mazmorras reales. No sobrevivió y murió, pero antes le dio otro hijo al rey: una niña, de la que tampoco se sabe nada. –Suspiró-. Los pecados del rey son numerosos, eminencia, pero no deseo verle ante la curia romana… No, yo anhelo para él una muerte lenta y horrible como la que padeció su amigo Lope de Villamediana.
-¿Una muerte lenta…? ¿Con un veneno?
#357
15/10/2012 16:10
Beatriz asintió.
-Yo os lo podría suministrar y…
-Sois una mujer muy inteligente, Beatriz. –La interrumpió-. Pero las cocinas reales están muy vigiladas y varios criados prueban los alimentos y las bebidas antes de subirlos a la mesa real.
-Lo sé, pero vos también almorzáis con su majestad varios días a la semana. Departís con él muy a menudo… Os sería fácil envenenar su copa de vino o su comida. ¿No creéis?
Mendoza se quedó pensativo. Al echarse sobre los almohadones varias plumas de ánade escaparon de su cárcel, y volaron por el cuarto ansiando la libertad. El cardenal la miró fijamente tras pasarse una mano por el mentón.
-Está bien, os ayudaré. Pero antes me tenéis que hacer un favor…
Beatriz de Villamediana arqueó una de sus cejas.
-Mi sobrina Irene tiene un prendedor con forma de mariposa que no le pertenece. Si os hacéis con él, pondré fecha a la muerte de Felipe IV.
La duquesa de Cornwall suspiró y luego le sonrió.
-Dadlo por hecho, eminencia. Pronto tendréis el prendedor en vuestras manos.
La joven se puso de pie y luego asió el pomo dorado de la puerta. Antes de marcharse se giró y habló a Mendoza:
-Estoy impaciente por veros con las vestimentas de Sumo Pontífice, eminencia. Sin duda, os sentarán espléndidamente la sotana blanca, el anillo del Pescador, el pectoral, la tiara…
Mendoza mostró su sonrisa más artera y luego inclinó su cabeza. Beatriz se marchó. El cardenal se sintió satisfecho. ¿Así que la hija de Lope de Villamediana era la persona que estaba atormentado al rey y también a él? Ella había ocultado sus cartas con destreza, pero la desesperación la había hecho salir del cubil… “¡Maldita sierpe anglosajona!”, murmuró con rabia. Por su culpa se hallaba debilitado en su lecho. Pero en cuanto se recuperara… Sonrió. Soportaría sus idas y venidas al palacete, la engañaría sutilmente y después… Después él volvería a ser uno de los hombres más temidos del reino. Francisco de Mendoza y Balboa cogió uno de los libros que tenía en la mesilla. La lectura siempre tranquilizaba a su alma.
-Yo os lo podría suministrar y…
-Sois una mujer muy inteligente, Beatriz. –La interrumpió-. Pero las cocinas reales están muy vigiladas y varios criados prueban los alimentos y las bebidas antes de subirlos a la mesa real.
-Lo sé, pero vos también almorzáis con su majestad varios días a la semana. Departís con él muy a menudo… Os sería fácil envenenar su copa de vino o su comida. ¿No creéis?
Mendoza se quedó pensativo. Al echarse sobre los almohadones varias plumas de ánade escaparon de su cárcel, y volaron por el cuarto ansiando la libertad. El cardenal la miró fijamente tras pasarse una mano por el mentón.
-Está bien, os ayudaré. Pero antes me tenéis que hacer un favor…
Beatriz de Villamediana arqueó una de sus cejas.
-Mi sobrina Irene tiene un prendedor con forma de mariposa que no le pertenece. Si os hacéis con él, pondré fecha a la muerte de Felipe IV.
La duquesa de Cornwall suspiró y luego le sonrió.
-Dadlo por hecho, eminencia. Pronto tendréis el prendedor en vuestras manos.
La joven se puso de pie y luego asió el pomo dorado de la puerta. Antes de marcharse se giró y habló a Mendoza:
-Estoy impaciente por veros con las vestimentas de Sumo Pontífice, eminencia. Sin duda, os sentarán espléndidamente la sotana blanca, el anillo del Pescador, el pectoral, la tiara…
Mendoza mostró su sonrisa más artera y luego inclinó su cabeza. Beatriz se marchó. El cardenal se sintió satisfecho. ¿Así que la hija de Lope de Villamediana era la persona que estaba atormentado al rey y también a él? Ella había ocultado sus cartas con destreza, pero la desesperación la había hecho salir del cubil… “¡Maldita sierpe anglosajona!”, murmuró con rabia. Por su culpa se hallaba debilitado en su lecho. Pero en cuanto se recuperara… Sonrió. Soportaría sus idas y venidas al palacete, la engañaría sutilmente y después… Después él volvería a ser uno de los hombres más temidos del reino. Francisco de Mendoza y Balboa cogió uno de los libros que tenía en la mesilla. La lectura siempre tranquilizaba a su alma.
#358
15/10/2012 16:11
El Comisario llegó al palacio de Santillana cuando la luna empezaba a abrirse paso entre los tejados de la Villa. Había llovido torrencialmente por la tarde, pero después las nubes decidieron abandonar los cielos de Madrid y las estrellas y el astro nocturno ahora brillaban en el firmamento. Hernán suspiró al recorrer los silenciosos pasillos. Sus espuelas al chocar contra el suelo producían un quejido que estremecía a ese silencio que le perseguía por los corredores. El día de Todos los Santos había sido agotador. Se tocó el cuello y volvió a suspirar. Entró en la alcoba que compartía con su esposa. Él creyó que la encontraría durmiendo; sin embargo, Irene, recostada entre los almohadones, leía un libro. Le miró.
-Buenas noches… -musitó él, dejando sus armas encima del arcón.
-Buenas noches, Hernán. ¿Has cenado?
-Sí –le respondió parco en palabras.
Hernán se quitó la capa y, a continuación, se desabrochó la chaqueta de cuero. La dejó en un escabel. Luego se acercó hasta la chimenea y se calentó las manos. Irene le preguntó:
-¿Cómo fue la misa y la posterior recepción en el Real Alcázar?
-Como siempre… -La miró-. Los nobles halagando a sus majestades y estos soportándoles con indiferencia…
-¡Qué cosas dices, Hernán!
Él sonrió mordaz.
-¿Y tu tío? ¿Cómo se encuentra el cardenal Mendoza?
-Mejor, gracias. Protesta como un niño cada vez que se tiene que tomar el remedio para su dolencia, pero después es un buen enfermo, vuelve a tener apetito y eso es una buena señal.
-Me alegro por ti, querida.
Hernán se desnudó frente a su esposa. Se estaba poniendo las prendas para dormir cuando ella le dijo:
-Hoy tuvo una visita que le alegró enormemente… -El Comisario arqueó una ceja. Irene continuó-. La duquesa de Cornwall estuvo casi toda la tarde con él.
-Es su ahijada, ¿no? Habrán recordado viejos tiempos.
-Seguramente, pero…
Hernán la volvió a mirar.
-¿Qué? ¡Por Dios, Irene, dímelo! Ya sabes que no soporto que se me oculten…
-Beatriz y él hablaron de Laura de Montignac.
El rostro del Comisario demudó por la sorpresa.
-¿Qué…?
-Buenas noches… -musitó él, dejando sus armas encima del arcón.
-Buenas noches, Hernán. ¿Has cenado?
-Sí –le respondió parco en palabras.
Hernán se quitó la capa y, a continuación, se desabrochó la chaqueta de cuero. La dejó en un escabel. Luego se acercó hasta la chimenea y se calentó las manos. Irene le preguntó:
-¿Cómo fue la misa y la posterior recepción en el Real Alcázar?
-Como siempre… -La miró-. Los nobles halagando a sus majestades y estos soportándoles con indiferencia…
-¡Qué cosas dices, Hernán!
Él sonrió mordaz.
-¿Y tu tío? ¿Cómo se encuentra el cardenal Mendoza?
-Mejor, gracias. Protesta como un niño cada vez que se tiene que tomar el remedio para su dolencia, pero después es un buen enfermo, vuelve a tener apetito y eso es una buena señal.
-Me alegro por ti, querida.
Hernán se desnudó frente a su esposa. Se estaba poniendo las prendas para dormir cuando ella le dijo:
-Hoy tuvo una visita que le alegró enormemente… -El Comisario arqueó una ceja. Irene continuó-. La duquesa de Cornwall estuvo casi toda la tarde con él.
-Es su ahijada, ¿no? Habrán recordado viejos tiempos.
-Seguramente, pero…
Hernán la volvió a mirar.
-¿Qué? ¡Por Dios, Irene, dímelo! Ya sabes que no soporto que se me oculten…
-Beatriz y él hablaron de Laura de Montignac.
El rostro del Comisario demudó por la sorpresa.
-¿Qué…?
#359
15/10/2012 16:11
-Ellos nombraron a esa mujer que tú me mencionaste y…
Hernán la asió por los hombros con fuerza. Ella parpadeó sorprendida.
-¿De qué hablaron? ¡Recuérdalo!
-No lo sé, Hernán, te lo juro. Yo abrí en ese instante la puerta y sólo pude oír el nombre de esa dama, después la cerré rápidamente porque ellos me sintieron y tuve que ocultarme para que no me descubrieran.
Un gesto de dolor se dibujó en el rostro femenino. Hernán Mejías se dio cuenta de que la sujetaba fuertemente y supo que ella no le mentía.
-Lo siento…
La duquesa se marchó poco después… -Irene se tocó los doloridos hombros-. No me atreví a preguntarle a mi tío por esa mujer… -Miró a su marido a los ojos y vio el desconcierto plasmado en éstos-. ¿Tan importante es para ti Laura de Montignac?
Hernán asintió.
-¿Quién es ella?
-No te lo puedo decir, Irene. Tu vida correría peligro.
-Me estás asustando, Hernán… -musitó la joven temblándole el labio inferior.
-No menciones su nombre delante de tu tío ni de Beatriz de Lancaster. Yo me ocuparé de este asunto.
-Pero…
-Me lo juraste, Irene.
-Y yo jamás romperé esa promesa, Hernán.
-Te lo agradezco.
Su esposo cerró unos segundos los párpados. Irene hizo ademán de acariciar la arruga que se le había formado en el ceño, pero desistió al sentir las oscuras pupilas fijas en las suyas.
-Descansa, Irene.
Besó su frente y se levantó del lecho.
-¿Dónde vas?
-Necesito tomar una copa de vino… Duerme.
Irene vio cómo se ataba el cinturón del batín y cómo abandonaba con pasos firmes el aposento. Un largo suspiro escapó de sus labios.
Hernán la asió por los hombros con fuerza. Ella parpadeó sorprendida.
-¿De qué hablaron? ¡Recuérdalo!
-No lo sé, Hernán, te lo juro. Yo abrí en ese instante la puerta y sólo pude oír el nombre de esa dama, después la cerré rápidamente porque ellos me sintieron y tuve que ocultarme para que no me descubrieran.
Un gesto de dolor se dibujó en el rostro femenino. Hernán Mejías se dio cuenta de que la sujetaba fuertemente y supo que ella no le mentía.
-Lo siento…
La duquesa se marchó poco después… -Irene se tocó los doloridos hombros-. No me atreví a preguntarle a mi tío por esa mujer… -Miró a su marido a los ojos y vio el desconcierto plasmado en éstos-. ¿Tan importante es para ti Laura de Montignac?
Hernán asintió.
-¿Quién es ella?
-No te lo puedo decir, Irene. Tu vida correría peligro.
-Me estás asustando, Hernán… -musitó la joven temblándole el labio inferior.
-No menciones su nombre delante de tu tío ni de Beatriz de Lancaster. Yo me ocuparé de este asunto.
-Pero…
-Me lo juraste, Irene.
-Y yo jamás romperé esa promesa, Hernán.
-Te lo agradezco.
Su esposo cerró unos segundos los párpados. Irene hizo ademán de acariciar la arruga que se le había formado en el ceño, pero desistió al sentir las oscuras pupilas fijas en las suyas.
-Descansa, Irene.
Besó su frente y se levantó del lecho.
-¿Dónde vas?
-Necesito tomar una copa de vino… Duerme.
Irene vio cómo se ataba el cinturón del batín y cómo abandonaba con pasos firmes el aposento. Un largo suspiro escapó de sus labios.
#360
15/10/2012 16:12
Hernán se sirvió otro Oporto y lo saboreó observando los leños que se consumían en la chimenea del salón principal. El silencio era atronador, ensordecedor, retumbante… Entornó los ojos y luego pestañeó. “¿Qué sabía Mendoza de la muerte de su madre? ¿Qué tenía que ver con todo eso Beatriz de Lancaster?”, se preguntó mientras los recuerdos regresaron…
“Él había ingresado en la milicia y Agustín apareció de nuevo tan misteriosamente como desaparecía. Sus ojos se oscurecieron al ver al monje.
-Ya te dije que no quería saber nada de él… -le habló con enojo.
-Hernán, tu padre…
-¡Él no es mi padre, Agustín, nunca lo ha sido!
-No sabes lo que dices, Hernán…
Le sonrió irónico.
-Dejó que mataran a mi madre. Me separó de mi hermano…. ¿Crees que le debo alguna consideración?
-El odio habla por tu boca…
-¡Sí! –le gritó-. ¡Le odio y lo haré hasta el último hálito de mi vida!
-Siento tanto tu dolor…
Hernán Mejías tragó saliva. Luego prosiguió:
-El dolor me ha enseñado a sobrevivir, Agustín. Gracias a él me he convertido en el hombre que ahora soy. Mañana me marcharé a Nápoles con mi batallón y espero no regresar nunca a esta maldita Villa.
-Tu madre y tu hermano se sentirían…
-¡No les mientes! –bramó, asiéndole por el hábito-. Tú tampoco tienes derecho a pronunciar sus nombres.
Agustín bajó la mirada al suelo.
-Me gustaría ayudarte, Hernán…
-No quiero tu ayuda ni la de él. Quiero olvidarlo todo y, especialmente, que soy su hijo. ¡Vete y díselo a tu amo!
Agustín se puso la capucha; sin embargo, antes de salir del cuartel, le dijo:
-Oscuros intereses me han obligado a actuar así, pero algún día lo entenderás todo, Hernán, todo…
El franciscano se giró y se fue, dejándole con aquel sabor amargo que causaba el resquemor en la boca. Luego, en Nápoles sufrió aquel terrible accidente que casi le costó la vida… Las palabras de animadversión que había pronunciado meses atrás se rebelaron contra él. Abrió los ojos en un hospital napolitano sin saber quién era ni qué hacía allí. El médico le dijo que había sufrido una amnesia de la que se iría recuperando poco a poco, pero le advirtió que su cerebro sufriría lagunas que le impedirían recordar todo su pasado. Y así fue. Seis meses después, descubrió que se llamaba Hernán Mejías y que su padre era el rey de las Españas. Posteriormente, supo que su madre había muerto y que su hermano pequeño también había fallecido y aunque intentó recordar sus nombres y sus rostros, no lo consiguió. Ese día su vida se convirtió en un infierno y se prometió que Felipe IV sufriría lo mismo que él…”
El Comisario parpadeó con la copa vacía entre sus manos. “Oscuros intereses me han obligado a actuar así, pero algún día lo entenderás todo, Hernán, todo…”, musitó asombrado. Agustín le había mentido con un propósito. ¿Cuál? Su hermano estaba vivo, era el Águila Roja y su madre… “¡Mendoza! ¡Beatriz de Lancaster! ¿Qué tenían que ver ellos con su familia materna?”, se preguntó, frunciendo el entrecejo. Tendría que averiguarlo sin que ninguno de los dos sospechara su interés por Laura de Montignac y también tendría que propiciar otro encuentro con el enmascarado. Suspiró. “¿Sabría Águila Roja todo aquello?”, se dijo, llenando la copa con el Oporto. Las nubes volvieron a aparecer y la luna se ocultó entre ellas. Hernán sintió un estremecimiento…
Continuará... Besosssssssssssssssssssssss... MJ.
“Él había ingresado en la milicia y Agustín apareció de nuevo tan misteriosamente como desaparecía. Sus ojos se oscurecieron al ver al monje.
-Ya te dije que no quería saber nada de él… -le habló con enojo.
-Hernán, tu padre…
-¡Él no es mi padre, Agustín, nunca lo ha sido!
-No sabes lo que dices, Hernán…
Le sonrió irónico.
-Dejó que mataran a mi madre. Me separó de mi hermano…. ¿Crees que le debo alguna consideración?
-El odio habla por tu boca…
-¡Sí! –le gritó-. ¡Le odio y lo haré hasta el último hálito de mi vida!
-Siento tanto tu dolor…
Hernán Mejías tragó saliva. Luego prosiguió:
-El dolor me ha enseñado a sobrevivir, Agustín. Gracias a él me he convertido en el hombre que ahora soy. Mañana me marcharé a Nápoles con mi batallón y espero no regresar nunca a esta maldita Villa.
-Tu madre y tu hermano se sentirían…
-¡No les mientes! –bramó, asiéndole por el hábito-. Tú tampoco tienes derecho a pronunciar sus nombres.
Agustín bajó la mirada al suelo.
-Me gustaría ayudarte, Hernán…
-No quiero tu ayuda ni la de él. Quiero olvidarlo todo y, especialmente, que soy su hijo. ¡Vete y díselo a tu amo!
Agustín se puso la capucha; sin embargo, antes de salir del cuartel, le dijo:
-Oscuros intereses me han obligado a actuar así, pero algún día lo entenderás todo, Hernán, todo…
El franciscano se giró y se fue, dejándole con aquel sabor amargo que causaba el resquemor en la boca. Luego, en Nápoles sufrió aquel terrible accidente que casi le costó la vida… Las palabras de animadversión que había pronunciado meses atrás se rebelaron contra él. Abrió los ojos en un hospital napolitano sin saber quién era ni qué hacía allí. El médico le dijo que había sufrido una amnesia de la que se iría recuperando poco a poco, pero le advirtió que su cerebro sufriría lagunas que le impedirían recordar todo su pasado. Y así fue. Seis meses después, descubrió que se llamaba Hernán Mejías y que su padre era el rey de las Españas. Posteriormente, supo que su madre había muerto y que su hermano pequeño también había fallecido y aunque intentó recordar sus nombres y sus rostros, no lo consiguió. Ese día su vida se convirtió en un infierno y se prometió que Felipe IV sufriría lo mismo que él…”
El Comisario parpadeó con la copa vacía entre sus manos. “Oscuros intereses me han obligado a actuar así, pero algún día lo entenderás todo, Hernán, todo…”, musitó asombrado. Agustín le había mentido con un propósito. ¿Cuál? Su hermano estaba vivo, era el Águila Roja y su madre… “¡Mendoza! ¡Beatriz de Lancaster! ¿Qué tenían que ver ellos con su familia materna?”, se preguntó, frunciendo el entrecejo. Tendría que averiguarlo sin que ninguno de los dos sospechara su interés por Laura de Montignac y también tendría que propiciar otro encuentro con el enmascarado. Suspiró. “¿Sabría Águila Roja todo aquello?”, se dijo, llenando la copa con el Oporto. Las nubes volvieron a aparecer y la luna se ocultó entre ellas. Hernán sintió un estremecimiento…
Continuará... Besosssssssssssssssssssssss... MJ.