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Confía en mí

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MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
05/06/2012 21:17
¡Hola, Aguiluchas!

Vuelvo a colgar este mensaje, porque no sé qué ha pasado. Se ha perdido en el ciberespacio... Je,je,je... Bueno, os decía en el anterior que estoy escribiendo esta historia de Gonzalo y Margarita, que he titulado Confía en mí. Una frase que el Amo dice habitualmente. Al principio pensé en centrarme sólo en el CR, pero después me he picado y como le dije a Mar, iré introduciendo personajes para dar más intensidad a la trama. ¡Jó parezco una guionista de la serie! Je,je,je... Iré colgándola poco a poco. Espero que os guste y que disfrutéis tanto como yo al escribirla. Me he basado en algunas imágenes que nos pusieron de la ansiada 5ª temporada, pero el resto es todo, todito de mi imaginación. A ver si los lionistas se pasan por aquí y cogen algunas ideas... Je,je,je. Bueno, allá va... Besitos y con Dios. MJ.

Ya sé lo que pasó. Hay mucho texto y no lo podía colgar... Bueno, aquí os dejo las primeras líneas. Besitos a tod@s. MJ.
#321
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
04/10/2012 15:34
Francisco de Mendoza leía la correspondencia en su privado. Se encontraba irritado porque últimamente todo le salía mal. Arrugó el ceño. Perder el prendedor de la mariposa y el libro de oraciones le había provocado un dolor insoportable. Además, las noticias recibidas de Roma eran desfavorables y el Comisario no encontraba el maldito Cáliz Sagrado. Golpeó la mesa y luego lanzó el abrecartas de marfil a la pared que tenía enfrente. Éste se incrustó en la madera con precisión. El cardenal lo miró durante unos segundos y recordó otros tiempos en los que se ganaba la vida como un matón... “¡Tranquilízate, pronto los recuperarás…!”, se dijo expulsando exageradamente el aire por la boca. Miró de nuevo las cartas que descansaban en la bandejita de plata. Cogió la que no tenía ningún sello en el lacre. Sus manos temblaron, ya que aquella carta era idéntica a la que había recibido la vez anterior. Mendoza tragó saliva. Aun así, rasgó el papel y sus ojos avistaron las palabras que allí estaban escritas.

“El mal no es lo que entra en la boca del hombre, sino lo que sale de ella…”

Un gemido de angustia escapó de su garganta. Cayó la silla al tratar de salir de allí, pero su propio miedo se lo impidió. Tiritando se dejó caer en un rincón del despacho. Se encogió como una criatura que acababa de ver un fantasma del pasado. Aquella maldita frase le golpeaba los tímpanos. Se tapó los oídos y cerró fuertemente los ojos como hacía cuando era un adolescente. La mente de Mendoza voló hacia aquel día en el que mató a Eustaquio, su padrastro…

“Los latigazos restallaron en su espalda. Él chilló, pero a Eustaquio no le conmovieron sus gritos.
-¡Eres un inútil! ¡Tu madre se estará removiendo en su tumba, malnacido!
Jonás se giró a un descuido del hombre y le escupió en la cara.
-¡Hijo de mil rameras!
Le asió por los cabellos juntando su sudorosa cara a la de Jonás. El olor acre del sudor y el de su fétida boca le provocaron varias arcadas. Eustaquio le abofeteó y cayó al suelo. Su padrastro levantó el látigo por encima de su cabeza y los chasquidos hirieron otra vez la espalda del joven, dejándole sin respiración.
-Recuerda, miserable, que el mal no es lo que entra por la boca del hombre, sino lo que sale de ella… ¡Tú eres el mal y te tengo que vencer! –bramó fuera de sí.
Jonás nunca supo cómo se deshizo de los fuertes brazos de su padrastro, ni tampoco cómo le clavó la horca de cuatro púas en el estómago. Eustaquio le miró desconcertado y con los intestinos fuera de la cavidad abdominal. El hombre intentó cogerle por la ensangrentada camisola, pero se desplomó. La muerte arrastró el alma por el pajar y se la llevó con su cadavérica sonrisa. Jonás escupió y dio patadas al cuerpo del difunto hasta agotarse. Después fue hasta su mísera habitación e hizo un hatillo con sus pocas pertenencias. Abandonó el pueblo. Llegó a la Villa un día en el que el cielo le prometió hambre, noches de insomnio y frío, mucho frío… Vagó como un mendigo por las calles, arrebujado en una raída chaqueta que alguien abandonó en un callejón. Su suerte cambió cuando unas monjitas le ofrecieron trabajo por comida y un catre en el orfanato donde ellas cuidaban a los huérfanos. Sin embargo, el demonio que habitaba en su interior, que había permanecido aletargado desde el asesinato de Eustaquio, emergió hasta empujarle a hacer cosas que los demás hubieran tachado de inmorales. Él no las sentía así porque disfrutaba martirizando a los niños que vivían en la inclusa. Jonás les pegaba, les despojaba de las mantas, les obligaba a robar a las religiosas… Ninguno se atrevía a enfrentársele ni a hablar con las hermanas. Todos temían a aquel siniestro joven que se enfundaba en la piel de su padrastro para cometer todos los abusos que antes había sufrido él.
Un día los ojos de Jonás comenzaron a mirar lascivamente a las niñas del orfelinato. La primera vez que violó a una no sintió nada. Su corazón era de hielo y su alma estaba podrida. Jonás lo sabía. Sin embargo, una madrugada sor Micaela, una de las novicias, escuchó los llantos y se personó en las habitaciones. La religiosa palideció al ver la escabrosa escena que tenía delante de sí. Sor Micaela no se lo pensó dos veces. Aquel muchacho era fuerte, pero aun así, pudo apartarlo de su víctima. Jonás estaba medio desnudo, jadeaba y cuando sus ojos se encontraron con los de la monja, ella sintió que la perversidad culebreaba por las paredes de aquel humilde cuarto.
-¡Eres un desgraciado! ¿Cómo te has atrevido a hacer algo así? –Sollozó, abrazando a la pequeña que lloraba desconsoladamente.
Jonás López sonrió maquiavélico antes de decir:
-¡Yo tengo el poder! Ella no es nadie ni tú tampoco, ¡zorra!
-El mal no es lo que entra en la boca del hombre, sino lo que sale de ella… -musitó sor Micaela temblándole el labio inferior. No le dio tiempo de gritar. Jonás la tiró al suelo y le apretó el cuello con todas sus fuerzas. Las niñas gritaron aterradas mientras la monja notaba que su vida se extinguía, pero algo sucedió… El viento ululó afuera y las ramas del centenario roble, que crecía en el jardín, golpearon los ventanales. Jonás oyó los latidos de su corazón y soltó a la novicia en el mismo instante en el que las demás hermanas aparecían en el cuarto. El muchacho se incorporó y se arrojó por una de las ventanas. Cayó al patio. Se clavó cristales en los hombros y brazos y una de sus piernas sufrió un profundo corte que le provocó una cojera durante meses. Sin embargo, una noche regresó al hospicio… Ya se había convertido en el jefe de una pandilla de ladrones. Incendiaron el inmueble. Muchos niños murieron a causa del humo y las llamas, pero la autoridad nunca supo quien o quienes habían cometido aquella barbarie. Con todo, sor Micaela siempre tuvo sus sospechas y así se lo hizo saber al duque de Ceballos, que investigando el pasado de Jonás López llegó hasta una pequeña comunidad de religiosas donde residía la anciana. Así Laura y él supieron qué sentido tenía aquella cita bíblica para Mendoza…”

El cardenal sintió que ese oscuro pasado que había olvidado hacía muchos años se manifestaba a su alrededor. Se llevó una mano al tórax y luego la negrura le abrazó hasta asfixiarle… Sebastián le halló inconsciente en un rincón del despacho. Su grito alertó a todo el palacete…

-Esta frase está en la Biblia y la dijo Jesucristo. (N. de la A).
#322
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
04/10/2012 15:37
Gonzalo hablaba con Satur en la casa. El postillón sonreía porque su amo había descubierto algo muy importante sobre Beatriz de Villamediana.
-Entonces, el doctor Osuna le dijo lo que esa arpía oculta, ¿no?
-Así es, Satur.
-Pues no va a poder seguir chantajeándole porque usted, amo, tiene ahora donde agarrarse.
-Sí. –Le sonrió.
-¡Vaya pieza, la moza! –exclamó Saturno García enhebrando la aguja con la que cosería el botón de su camisa-. ¿Y se lió con su tío?
-Parece ser que sí. Lord Andrew Townsed, que así se llama el caballero, está casado con una de las tías de Beatriz. Ella se enamoró perdidamente de él y ocurrió lo que te he contado antes.
-¡Pues vaya caballero! ¡Qué raros son estos ingleses! Porque normal lo que se dice normal no fue lo que ahí pasó… ¡Tío y sobrina encamaos y la mujer sin enterarse de ná!
-Pues no, Satur. Las consecuencias fueron dolorosas no sólo para ella, sino para toda la familia Lancaster.
-¿Y qué edad tenía la rubia cuando sucedieron los hechos?
-Trece años.
-¡Virgen del Amor Hermoso! –pronunció el criado tras cortar el hilo con la boca-. ¿Y se quedó preñá del lord ese?
Gonzalo movió su cabeza afirmativamente.
-Tuvo un varón que hoy es el heredero de lord Townsed.
-¿Y la esposa del lord…? ¿Qué dijo?
-Nada. Reconoció al pequeño como hijo de su marido, ya que ella no pudo darle ningún heredero y soportó en silencio que su sobrina fuera la amante de su marido hasta que Beatriz fue ingresada en Bethlem, un hospital psiquiátrico de Londres.
-¿Qué ingresaron a la rubia en un loquero? ¡Madre mía, ahora comprendo la ocecasión que tiene por usted! Está como un cencerro…
-Obcecación. –Sonrió Gonzalo.
-Sí, eso. Pero yo no entiendo una cosa, amo…
-¿Qué?
-¿A la rubia le quitaron el hijo o ella lo entregó al padre?
-Según me contó Álvaro se lo quitaron y enfermó, por eso la ingresaron en el hospital. Estuvo allí varios años.
-¿Y por qué quiere matar al rey?
-Ella le culpa de la muerte de Lope de Villamediana, su padre.
-Lo dicho como un cencerro y…
Oyeron golpes en la puerta. Satur fue a abrir. Arqueó las cejas al ver a la persona que estaba en la entrada. Beatriz de Lancaster le miró con gesto altivo.
-¿Está tu amo en la casa?
-Sí, señora. ¿Qué…?
La duquesa de Cornwall no le dejó continuar. Le dio un empujón e irrumpió en el hogar de Gonzalo de Montalvo.
-¡Oiga…! –comenzó a decir Saturno García.
-Satur, ¿quién es? –preguntó Gonzalo, que enmudeció al verla.
La hija de Lope de Villamediana inspeccionó la estancia y luego miró al maestro con fijeza.
-La palabra que se me viene a los labios es calidez… -murmuró sonriente-. Eso transmite tu hogar…
-¿Qué haces aquí? –le inquirió él cruzando los brazos.
-No pude asistir a la cita del bosque, Gonzalo. Por eso he venido a…
-Beatriz, no me gusta este juego. Soy una persona muy paciente, pero…
-Yo no estoy jugando, Gonzalo -le dijo-, acercándose hasta donde se encontraba el héroe de la Villa.
Satur les observaba con el ceño fruncido.
-¡Hemos hecho un trato, Águila Roja!
-Estás equivocada, Beatriz. No tenemos ninguno.
#323
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
04/10/2012 15:38
-¿Pondrás en peligro a tu familia, Gonzalo?
-Jamás haría eso, pero no voy a matar al rey.
-Cuando la autoridad y los nobles del reino sepan quién se oculta tras el embozo del Águila Roja… -Sonrió despectiva-, te prenderán. Tu mujer, tu hijo y hasta tu criado sufrirán las consecuencias de tu negativa. ¿De verdad te preocupan los tuyos, Gonzalo de Montalvo? –le gritó, perdiendo el comedimiento.
-Nada de eso ocurrirá. –le respondió él con calma.
-¿Tan seguro estás? Me parece que Margarita y tu hijo no son tan importantes para ti.
El enojo se plasmó en los acaramelados ojos.
-Ellos están fuera de todo esto.
-¡No! Ellos padecerán la incomprensión de tus vecinos, les escupirán, les desterrarán de la Villa y todo por tu culpa. Y él estará contigo en los calabozos. –Señaló a Satur, que se mordía la lengua para no hablar-. ¿Vas a permitirlo?
El ayudante del Águila Roja no pudo contenerse por más tiempo y soltó:
-¡Señora, usted no tiene vergüenza ni…!
-Satur… -comenzó a decir Gonzalo.
Él se calló, aunque en sus oscuras pupilas se podía apreciar una tormenta a punto de estallar. Gonzalo volvió a tomar la palabra:
-Quiero que te marches de mi casa y…
-¡Voy a denunciarte, Gonzalo! –exclamó con rabia-. Todos sabrán cuál es tu identidad secreta e incluso el rey creerá que todo lo has planeado tú.
-¿No has pensado que yo también puedo revelar tus secretos?
-¿Mis secretos…? Yo no tengo ningún…
-Los tienes, Beatriz. ¿Tu padre no fue condenado por ser un judeoconverso?
-¡Eso es mentira!
-¿Qué hará Felipe IV si descubre que la hija de Lope de Villamediana está en las Españas? ¿Qué dirán en Inglaterra cuando se sepa que tuviste un hijo con tu tío lord Andrew Townsed?
Beatriz se echó hacia atrás. Sus labios temblaron al oír las últimas palabras que Gonzalo de Montalvo había pronunciado. Satur sonrió con satisfacción. El maestro la miró fijamente, sin perder detalle del desconcierto que se dibujaba en el rostro femenino.
-No serías capaz de… -comenzó a decir.
-Ponme a prueba, Beatriz... –Gonzalo se calló unos segundos, luego prosiguió-. Los Lancaster estarían en boca de todos y Edward, así se llama el heredero de los Townsed, ¿verdad? Él sabría que la mujer a la que considera su madre no lo es en realidad y aunque su padre lo haya reconocido ante la sociedad inglesa, el escándalo sería tal que la palabra bastardo le acompañaría siempre.
La duquesa de Cornwall parpadeó. A Gonzalo no le gustaba ser tan duro, pero en ese momento o era él o ella. Continuó:
-La vida de Edward estaría marcada por su concepción y posterior nacimiento, ¿quieres eso para tu hijo?
#324
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
04/10/2012 15:39
Beatriz respiró profundamente y recuperó el aliento. Miró desafiante a Gonzalo y le contestó:
-Puedo marcharme mañana mismo a mi país y desde allí enviar una carta a Felipe IV. Su majestad conocería de todas formas tu identidad secreta, Gonzalo.
-Tienes razón, puedes hacerlo. Sin embargo, no creo que el rey dé credibilidad a una loca. ¿No estuviste durante tres años ingresada en Bethlem?
-¡Maldito hijo de perra! –gritó rabiosa.
Beatriz alzó su brazo derecho dispuesta a abofetearle, pero Gonzalo se lo impidió sujetándoselo. Se retaron con las miradas.
-Vete de mi casa… -susurró inexpresivo.
Satur fue rápidamente hacia la puerta y la abrió. Beatriz de Lancaster se deshizo del brazo que la inmovilizaba, y con gesto irritado se dirigió a la entrada. Antes de cruzarla, Saturno García habló:
-Miladi, ¿sabe lo que le digo? -Ella le miró-, que ya quisiera usted parecerse a la madre de mi amo… -Le guiñó un ojo con descaro-. Ya quisiera…
-¡Estúpido!
La mujer bajó los escalones con rapidez. Estaba tan enfadada que no vio a Margarita ni a Alonso que, sonrientes, venían de hacer unos recados. La esposa de Gonzalo se detuvo y su sobrino la secundó.
-¿Qué pasa, tía?
-Esa es la duquesa de Cornwall… -Vio cómo ella doblaba la esquina con su majestuosa capa y sus pasos elegantes. Miró hacia arriba y vio a Satur, que cerraba la puerta entre risas-. ¿Qué hacía en la casa?
Alonso se encogió de hombros. Subieron los peldaños. En ese instante, Satur hablaba a Gonzalo:
-Amo, ha estao sobrao… ¡Qué cara puso la rubia cuando usted le soltó lo del hijo! –Soltó otra carcajada.
Gonzalo le miró meditabundo.
-No me agrada ser cruel…
-¿Cruel? Si usted ha sido moderao, yo la hubiera enviao directamente a las Islas esas… ¡La madre que la parió, que seguro que era muy santa, pero la niña…!
-Me preocupa su reacción…
-¿Su…? –Arquearon las cejas al volver a oír los golpes en la puerta-. Como sea otra vez la miladi, se las va a ver conmigo porque ahora si que no le voy a permitir ná de ná.
Gonzalo se levantó de la silla que ocupaba, y dijo:
-Déjalo, Satur, ya abro yo.
El postillón del Águila Roja asintió. Gonzalo sonrió al ver a su hijo y a su esposa.
-¡Ya hemos comprado la harina, la manteca y los huevos para hacer los buñuelos de viento, padre! –Le sonrió Alonso.
-¡Qué bien, hijo! –Le alborotó los cabellos.
-¡Mira, Satur!
-A ver… A ver, Alonsillo…
El niño le enseñó el contenido del canasto al criado. Luego pusieron la cesta encima de la mesa. Gonzalo besó a su mujer, pero ella apenas correspondió al beso.
-¿Te ocurre algo, Margarita? –le preguntó extrañado.
-¿Por qué ha venido la duquesa de Cornwall a casa?
Gonzalo no supo qué decir. Satur miró a la pareja con expresión dubitativa y adelantándose a su amo, dijo:
-Vino a buscarla a usted, señora.
Gonzalo le miró.
-¿A mí?
-Sí, señora, que quería que le hiciera usted un vestido pa lucirlo en la misa de los difuntos… -Se persignó.
-El Día de Todos los Santos es pasado mañana, ¿de dónde voy a sacar el tiempo para hacerle un traje nuevo? ¿Y por qué no me lo ha dicho en palacio?
-Pues no lo sé, señora. Estos ingleses son raritos… -Miró a Gonzalo-. Si me ha dicho el amo que toman té y unos dulces secos pa merendar… -Hizo un gesto de asco-. Donde esté un buen chato de vino y un trozo de tocino entreverao que se quiten el té y los dulces esos…
Margarita rió. Gonzalo y Alonso también la emularon. Cuando las risas cesaron, ella exclamó:
-¡Ay, Satur, qué cosas tienes!
Después Gonzalo le habló:
-Le he dicho a la duquesa de Cornwall, que tenías mucho trabajo y que te iba a ser imposible hacerle ese vestido. Creo que lo comprendió.
-Gracias, Gonzalo.
Él le acarició las mejillas con ternura, pero su mujer no le miró a los ojos. Gonzalo tragó saliva y suspiró. Más tarde, sentado a la mesa y con un libro en las manos, vio cómo ella y Alonso ligaban los huevos con la harina y la manteca para hacer los buñuelos, oyó sus risas, los comentarios jocosos de Satur… Pero él no se levantó del asiento ni les ayudó. Margarita le miraba de soslayo y aunque intentaba quitarse de la cabeza a Beatriz de Lancaster; su mente le recordaba en todo momento que aquella mujer había estado en la escuela de su marido y también en su casa. Rió con Alonso, riñó a Satur, prepararon la masa y frieron los buñuelos. Todo parecía normal; sin embargo, una chispa, llamada desconfianza, comenzó a prender en su corazón, sin que ella pudiera evitarlo…
#325
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
04/10/2012 15:39
Beatriz llegó al palacio de Santillana con el enojo danzando a su alrededor. “¡Maldito Gonzalo de Montalvo!” “¿Cómo demonios había descubierto aquello?”, se preguntó. Ya no podía vengar a su padre, pero ahora estaba decidida a destruir el matrimonio del maestro y de la costurera. Sonrió malévola. Lucrecia sería su aliada, ya que cada una tenía sus propios intereses para que Gonzalo y Margarita se separaran. Entregó la capa a uno de los criados y fue en busca de la marquesa. Ésta se hallaba en el salón principal, paladeando unos riquísimos chocolates que el embajador suizo le había traído expresamente para ella. Lucrecia le habló:
-Querida Beatriz, ¿quieres uno? ¡Son deliciosos!
-No, gracias.
-¿Te ocurre algo?
La duquesa se sentó en uno de los divanes y le contestó:
-Estoy enfadada, Lucrecia.
-¿Por qué?
-Por culpa de Gonzalo de Montalvo.
La marquesa arqueó las cejas y luego le preguntó:
-¿No me digas que te ha despreciado?
-Sí. Me ha dicho que está muy enamorado de Margarita y que el pasado sólo es eso: pasado.
-¡Hombres! –exclamó Lucrecia, tras dejar el bombón que mordisqueaba en la bandejita de cristal de Bohemia-. No saben diferenciar un diamante… -Y la señaló-, de una piedra vulgar… Pero no te preocupes, querida, podrás vengarte de él y yo también obtendré la satisfacción de ver a Margarita hundida en la desesperación. -Se lamió el dedo índice de la mano derecha-. Siempre la he odiado… -musitó con desdén.
-Te comprendo, Lucrecia. Pero tenemos que planearlo todo muy bien. Ella tiene que creer que Gonzalo la engaña con otra mujer.
-¿Con quién?
-Conmigo.
Lucrecia se mordió el labio inferior con regocijo.
-¡Eres maliciosa! –Rió-. Está bien, te ayudaré. No obstante, yo debo quedar al margen cuando todo se descubra. –Beatriz frunció el ceño-. Querida, tú te marcharás a Inglaterra, pero yo soy la marquesa de Santillana y en la corte me respetan.
-De acuerdo, Lucrecia. ¿Cómo lo haremos?
-Ya te comenté una vez que Margarita es muy celosa, ¿verdad? -Beatriz de Villamediana asintió-. Entonces tendremos que provocarle inquietud, sospechas, intranquilidad… Mi querida amiga de la infancia verá todo lo que tú y yo queramos que vea, Beatriz.
La duquesa le sonrió.
-¿Cuándo comenzaremos?
-Lo más pronto posible, querida, lo más pronto…
Los leños crujieron en la chimenea y el viento azotó los cristales de los ventanales, pero las dos mujeres no lo apreciaron. Ambas se sonrieron mientras urdían cómo separar a los felices esposos.
#326
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
04/10/2012 15:40
Anabel se encontraba en las cocinas con las hermanas Teodora y Angustias. Habían pasado varias semanas desde que mademoiselle Lorelle la había llevado al convento. Allí había recuperado peso, confianza y la sonrisa. Sus protectoras la adoraban y ella se desvivía por complacerlas. Pronto sería el Día de Todos los Santos y las tres se afanaban en hacer los dulces típicos de aquellas fechas: huesos de santos y buñuelos de viento rellenos de cremas. Las clases altas iban al convento y los compraban, los habitantes de los barrios se conformaban con hacer los buñuelos en sus casas y otros se contentaban simplemente con olerlos por las calles.
La hermana Teodora había puesto en el fuego una olla con agua, azúcar y almendras. La monja removía con fuerza el cucharón para que la pasta no se pegase en el fondo de la cazuela. Sonrió cuando comprobó que el mazapán ya estaba listo. Dejó que la pasta se enfriara. Después se dispuso a hacer el dulce de yema. Puso otra olla en el fuego y preparó un almíbar con azúcar y agua. Batió las yemas de los huevos en un cuenco y le agregó un chorrito del almíbar. Luego añadió todo a la cacerola y lo removió para que espesase. Posteriormente, la hermana Angustias la ayudó a amasar el mazapán. Lo cortaron en tiras y después en cuadrados. Luego enrollaron con dos palitos los cuadraditos y pegaron la masa con los dedos para formar un pequeño cilindro en el que introdujeron el dulce de yema. Anabel las contempló con una sonrisa en los labios. Ella ligaba en un cuenco la mantequilla, los huevos y la harina para hacer los buñuelos de viento.
-Lo haces muy bien, Anabel –le dijo la cocinera.
-Me encanta hacer estos dulces, hermana Teodora.
-Lo sé, mi niña, por eso le pedí a la madre superiora que te necesitaba como ayudante. –Rió.
Sor Angustias le preguntó:
-¿Por qué no tomas los hábitos y te quedas aquí con nosotras, Anabel?
Ella miró a la hermana portera y suspiró.
-Me siento muy bien aquí, hermana Angustias, pero la vida monacal no es para mí.
-¿Cómo lo sabes, mi niña? –le preguntó sor Teodora-. Cuando yo tenía tu edad pensaba lo mismo que tú, pero después entré en el convento y el Señor me iluminó. Hoy sé que tomé la decisión correcta.
-Yo no siento esa llamada, hermana Teodora. Además, sé que ahí afuera me esperan… No sé quién o quiénes, pero me lo dicta mi corazón.
-Mi niña… Eso es lo que todas queremos para ti. Deseamos que seas feliz y que encuentres a tu familia, pero si eso no sucede siempre nos tendrás a nosotras.
-Lo sé.
Anabel abrazó a la enjuta monja, que le acarició con ternura los cabellos. La hermana Angustias, que seguía removiendo con un cucharón la masa que estaba ligando en su cuenco, dejó escapar una lágrima. Así las halló la hermana Enriqueta, la boticaria, al entrar en las cocinas. Ella siempre olía a espliego y a flores secas. La joven le sonrió al verla.
-Anabel, la madre Teresa te espera en su privado.
#327
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
04/10/2012 15:41
-Iré enseguida, hermana Enriqueta.
Anabel Sánchez se quitó el delantal, se limpió las manos y encaminó sus pasos hacia el despacho de la abadesa.
Sor Teresa María leyó de nuevo la carta que le había llegado desde el Real Alcázar. Alzó la mirada cuando su ahijada, tras golpear suavemente la puerta, entró en el cuarto. Una sonrisa curvó sus apretados labios.
-¿Me da su permiso, madrina?
-Sí, hija. Siéntate.
Anabel le obedeció y esperó a que la monja hablara. Sor Teresa María le mostró la misiva y luego dijo:
-Mademoiselle Gaudet me ha escrito esta mañana, Anabel. -Los ojos de la muchacha se iluminaron. La religiosa prosiguió-.Te ha encontrado un trabajo en el hospital del barrio de San Felipe, y una casa donde alojarte. Me comenta que la familia es de su entera confianza y que ella costeará tu manutención.
-¡Madrina, eso es maravilloso!
La madre Teresa la observó durantes unos segundos en silencio, luego le preguntó:
-¿Estás segura, Anabel, de iniciar esta nueva vida?
-Lo deseo con todo mi corazón. Siempre he soñado con ayudar a los demás y en un hospital podré hacerlo, madrina.
-Tienes razón, hija. Eres dulce y bondadosa, eso lo apreciarán los enfermos.
-¿Y cuándo podré empezar?
-Mademoiselle Gaudet dice que después del Día de Todos los Santos vendrá al convento y que te llevará a la casa de esa familia, los Montalvo se apellidan.
-¿Montalvo? Creo que así se llama el maestro del barrio de San Felipe. Mademoiselle Lorelle y yo estuvimos en la iglesia el día que se desposó. Fue muy amable con nosotras.
La abadesa abrió uno de los cajones de su escritorio y sacó una pequeña cajita. Anabel la contempló con curiosidad. La monja suspiró antes de volver a hablar:
-Anabel, hace años que guardo esta medalla que te pertenece…
-¿Una medalla? –la interrumpió, arqueando las cejas-. ¿Y de quién es?
-De tu madre.
A la joven le tembló el labio inferior al oír aquellas palabras. Sor Teresa María prosiguió:
#328
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
04/10/2012 15:42
-La persona que te trajo al convento me la entregó para que te la diera cuando yo lo creyera conveniente. Pienso que este es el momento adecuado. Toma, hija.
Anabel tragó saliva al tener en sus manos la cajita. La imagen de una antigua virgen estaba repujada en el anverso de la medalla, que tenía forma cuadricular. Ella la acarició.
-Es la Virgen de la Verdad… -murmuró quedamente.
-Sí. La cadena se rompió y no…
Los ojos azules de la joven brillaban por la emoción.
-No se preocupe, madrina. Me emociona saber que le perteneció a ella.
Anabel contempló el reverso. Allí estaban grabadas dos iniciales: L M.
-¿Qué significarán…?
-No lo sé, hija.
-¿Será su nombre? –le preguntó.
La monja no supo qué contestarle. Anabel suspiró y luego volvió a mirarla a los ojos.
-Entonces, ¿ella no me abandonó en el convento, madrina?
Sor Teresa María recordó aquel día en el que su hermano Agustín dejó a su cuidado a Anabel. Tragó saliva y le reveló:
-No. Fue un hombre el que te trajo a la Misericordia.
-¿Un hombre? ¿Y cómo se llamaba? ¿Era mi padre?
La madre abadesa juntó sus manos y soltó un largo suspiro.
-Sólo puedo decirte, hija, que él me hizo prometer que te cuidaría y que siempre sería tu protectora. Me dio la medalla y una oración que yo debía enseñarte. –Le sonrió-. Ya sabes, la oración de San Pablo a los Corintios, ya que tu madre solía rezarla.
-No lo entiendo, ¿quién era ella? ¿Por qué renunció a tenerme a su lado? ¿Está viva? ¿Es una dama o una plebeya?
-Anabel…
La joven con los ojos llorosos pegó su espalda al respaldo del asiento.
-No podemos juzgarla, hija. No sabemos qué ocurrió…
Anabel la miró.
-Tiene razón, madrina. En cuanto tenga unos ahorros arreglaré la cadena y la llevaré siempre conmigo. Se lo prometo.
Sor Teresa María asintió. Le dolía no decirle que Agustín había sido la persona que la había dejado en el convento, pero sus labios estaban sellados desde aquel día. La promesa que le hizo a su hermano moriría con ella, a pesar de que sabía que él había fallecido. El padre Mateo se lo había comunicado personalmente hacía un año. El franciscano también le había dado una carta en la que Agustín le pedía perdón por todos los años en los que el silencio los había mantenido alejados el uno del otro. Después mencionaba a Anabel, y le decía que él confiaba en la fuerza de la sangre y en la del destino para que aquella niña, que ella había cuidado con tanto cariño, algún día encontrase a su verdadera familia…
La madre abadesa suspiró cuando su ahijada abandonó el despacho. Se alzó el hábito hasta dejar al descubierto la pierna derecha. Apretó el cilicio. Las puntas de hierro se incrustaron aún más en su muslo. Cogió un trozo de cuero y lo mordió. El dolor era insoportable. Un reguero rojizo tiñó su blanca piel…


Continuará... Disfrutad del finde, guapas. Besosssssssssssssssssssss de vuestra amiga, MJ.
#329
Kaley
Kaley
04/10/2012 17:17
bravobravobravo
#330
Kaley
Kaley
08/10/2012 12:27
esperando a la entrega siguiente guiño
#331
littlenanai
littlenanai
08/10/2012 22:19
Madre del amor hermoso!!! Yo que me pasaba por el foro para ver si había noticias de la nueva temporada y pinché en este tema pensando: ¿qué será eso de Confía en mi?. Me he leido todo en dos días! me tiene super enganchada...es como si viese lo viese en la tele! escribes super bien, de verdad que yo no sé de donde sacas tanta imaginación!
Estoy deseando que subas otra parte! Leer esta historia hace que se me haga más fácil la espera de la temporada...sigue así, lo haces genial! un saludol
#332
Kaley
Kaley
09/10/2012 10:32
Pues claro que ha vuelto el ave, de la mano de Mj que nos encanta como escribe y como lo narra, amos que estamos ahí entrenzclad@s con los personajes viendo como van y vienen
#333
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
09/10/2012 17:34
¡Hola, guapas!

¿Qué tal? Pues aquí estoy de nuevo... Je,je,je. Enseguida cuelgo la continuación de "Confía en mí". Pero antes...

Muchas gracias, Kaley, mi niña, por tus palabras. Eres un sol. Besossssssssssssssss... Muakkkk.

Littlenanai, muchas gracias a ti, guapa, por leer "Confía en mí". ¡¡¡¡Madre mía, en 48 horas te has puesto al día!!!! Ufsssssssssssssssss... ¡¡¡Qué paciencia y que tesón!!!! Pues nada, encantada de conocerte y ahora mismo publico la continuación. Besos tamibén para ti.

A más ver, preciosas. MJ.
#334
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
09/10/2012 17:35
CONFÍA EN MÍ

Laura de Montignac bajó las escalinatas que conducían hasta los jardines del palacio. Por la mañana, había tenido que escribir una nota con una frase que el secretario de su majestad les había dictado, como todas las institutrices del príncipe Carlos. Laura sonrió, pero las otras ayas, extrañadas, murmuraron entre sí, sin entender lo dispuesto por el monarca español. Ella utilizó una letra refinada, sin mostrar ningún indicio de la suya ni la que usaba para hacer los anónimos. Después del almuerzo, decidió pasear y luego seguiría leyendo el libro que Gonzalo le había regalado: “Sueños y discursos” de Francisco de Quevedo. Vio a Felipe IV sentado en uno de los bancos de piedra. Él miraba los fresnos que crecían en aquella parte del jardín. La primera intención de Laura fue alejarse de aquel lugar, pero Felipe alzó la cabeza y sus miradas se encontraron. Ella le hizo una genuflexión de respeto.
-Mademoiselle Gaudet… -Una sonrisa triste apareció en la comisura de los labios varoniles-. Quería hablar con vos…
Laura arqueó las cejas.
-Venid y sentaos a mi lado.
Ella le obedeció.
-¿Puedo preguntaros qué os ocurre, majestad? Percibo una cierta melancolía en vuestros ademanes, ¿estáis enfermo?
El rey Planeta suspiró.
-Llevo varios días sin poder conciliar el sueño…
-Entiendo. A mí me sucede lo mismo, majestad. Pero suelo tomarme tisanas de adormidera. Son excelentes.
-La edad no perdona, ¿verdad? –Le sonrió.
#335
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
09/10/2012 17:35
-No, majestad, ni tampoco las dificultades que ocasiona regir el reino más poderoso de Europa…
Felipe movió su encanecida cabeza y después dijo:
-Mi abuelo fue un gran estratega. El sol nunca se ocultó en su reino… -Se llevó las manos al rostro. Luego volvió a suspirar y continuó-. Mi esposa dice que al príncipe Carlos le entusiasman “Las fábulas de Esopo”. –Laura asintió-. Habéis tenido una magnífica idea al leérselas.
-Fue otra persona quien me lo sugirió, majestad. -Felipe la miró con expectación. Ella prosiguió-. Gonzalo de Montalvo, el maestro del barrio de San Felipe.
La sorpresa se plasmó en el semblante del monarca.
-¿Conocéis a Gonzalo?
Ahora fue Laura la que se sorprendió al oír la pregunta. Se aclaró la garganta y le respondió:
-Le conocí el día de su boda en la iglesia de San Felipe. Es encantador, instruido, atento… He hablado con él en varias ocasiones y siempre me ha aconsejado en temas relacionados con vuestro hijo… Espero que no os moleste, majestad.
-No. Tengo un buen concepto de Gonzalo de Montalvo. ¿Se ha desposado, decís?
-Sí, con el amor de su vida.
-Me alegro por él… -musitó el rey temblándole la voz.
Laura le observó con gesto serio. “¿Qué relación había entre ellos?”, se preguntó. No pudo contenerse, aun poniendo en peligro su identidad, le interpeló:
-Gonzalo es un plebeyo, ¿qué trato tiene con vos?
Felipe IV la miró fijamente. A otra persona no le habría permitido tal impertinencia, pero mademoiselle Gaudet tenía la particularidad de sosegar su espíritu. La amabilidad con la que le hablaba, su dulzura y, especialmente, aquel suave acento galo le recordaban a Laura.
-Gonzalo de Montalvo me recuerda a alguien… -murmuró tras carraspear-, aunque él es demasiado perspicaz para dejarse seducir por la corte y sus falsedades. Ojalá yo tuviese su audacia y su inteligencia.
Laura parpadeó. Felipe sabía que Gonzalo era su hijo. Se lo confirmaron aquellas palabras. “¿Y Hernán? ¿Sabría que él era su primogénito?”, se dijo, mordiéndose el labio inferior.
-Hay tantos hipócritas a mi alrededor, mademoiselle, que yo ya no sé en quién confiar… -musitó el rey en un arranque de sinceridad.
#336
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
09/10/2012 17:36
-Entonces confiad en mí.
Felipe IV le sonrió y asió una de sus manos con delicadeza. Laura la retiró, nerviosa.
-Discúlpeme, mademoiselle, no fue mi intención…
-No os preocupéis, majestad, os comprendo. A veces, la soledad es una triste compañera que nos muestra lo que no queremos ver de nosotros mismos… Aun así, tenéis a vuestra familia y a hombres que estarían dispuestos a todo por vos, como el Comisario de la Villa.
El rey respiró profundamente. Mademoiselle Gaudet buceaba en su alma con una habilidad asombrosa. Los trozos fragmentados de ésta convivían con él y flotaban en su interior… Al nombrar a Hernán, uno de aquellos afilados trozos se le clavó en el corazón. “¡Hernán y Gonzalo…!”, pensó afligido. Los hijos de Laura… Unos hijos fuertes, sanos, herederos de su estirpe y que él había ocultado por cobardía… Sintió cómo aquel órgano que bombeaba su sangre y que la arrastraba por sus venas, gritaba y sangraba por culpa de su mezquindad. En ese instante, deseó detener el tiempo y triturar las hojas del calendario, los años perdidos, los días grises, las horas interminables, los minutos errantes, los segundos que tanto le atormentaban… Suspiró y le suplicó al horizonte que aquel deseo se convirtiera en realidad; sin embargo, éste le respondió que el tiempo no se podía detener, ya que el reloj de la vida era severo, arrogante, omnipotente y se deslizaba con pasos agigantados por la piel, carcomiendo todos los anhelos de los humanos… Un largo suspiro escapó de la garganta masculina. El monarca habló:
-El Comisario es un gran defensor de la ley, aunque la plebe no comprenda los medios que él esgrime… Yo confío en su pericia para contener a la chusma cuando es necesario.
-La opresión desautoriza a los poderosos, majestad. ¿Podéis tranquilizar a vuestra conciencia si vuestros hombres tiranizan al pueblo?
-Pero si no impongo mis preceptos, el vulgo nos gobernaría a nosotros. El Comisario hace bien su trabajo.
Laura se fijó en un pajarillo que se posó en una de las ramas de un fresno.
-Todos buscan su libertad, majestad, aunque sea a través de los sueños…
Felipe IV la miró con admiración.
-Os tendría que nombrar consejera del reino, mademoiselle. –Le sonrió.
-Soy una simple institutriz, majestad –le contestó con una tenue sonrisa en sus labios.
#337
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
09/10/2012 17:37
-Sois una mujer muy valiente, mademoiselle Gaudet. Me agrada vuestra compañía y vuestra sinceridad.
-Gracias, majestad.
Felipe se fijó en el libro que ella apretaba en su regazo.
-¿Calderón de la Barca…?
-No, majestad, estoy leyendo “Sueños y discursos” de Quevedo.
-¡Quevedo! –exclamó sorprendido-. Siempre tuvo problemas con la Santa Inquisición y con otros dramaturgos. Recuerdo las constantes peleas con Ruiz de Alarcón y Juan Pérez de Montalbán o con Luis de Góngora… ¿Sabéis que fue mi secretario y que viajó conmigo por Andalucía y Aragón?
-No, no lo sabía, majestad.
-El conde-duque de Olivares le tomó en estima y yo también, pero después su estilo satírico nos causó ciertas dificultades… -El rey se tocó la barba-, fue detenido y se le confiscaron sus libros. Al salir de su encierro renunció a la corte y se retiró a la Torre de Juan Abad.
-Me gusta Quevedo.
A Felipe IV se le iluminaron los ojos al manifestar:
-Hacéis bien en leer su obra. ¿Os digo un secreto? –Laura movió su cabeza afirmativamente-. Yo también lo hago, pero nadie en la corte lo sabe. Os doy mi permiso para que el príncipe Carlos conozca sus obras cuando vos lo consideréis oportuno.
Laura de Montignac fue a contestarle, pero Mariana de Austria, que venía acompañada de sus damas de compañía, se lo impidió.
-Mi hijo debe estudiar a otros autores más interesantes que ese Caballero de la Orden de Santiago, ¿no creéis, mademoiselle?
La dama francesa se puso de pie e hizo una reverencia a la reina. Luego le respondió:
-Sin duda, majestad. Pero estoy segura de que al príncipe heredero le gustarán los sonetos y los poemas de Francisco de Quevedo. Son muy ilustrativos y comprenden una parte muy atrayente de este siglo en el que vivimos. Hay uno que a mí me conmueve por su belleza, no sé si vos lo habéis oído alguna vez, majestad… -Ella la miró con recelo, pero Laura no se dejó intimidar por la hosca mirada que Mariana de Austria le brindó-. Si me lo permitís, os lo recitaré. Se titula “Amor constante más allá de la muerte…”
#338
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
09/10/2012 17:37
Laura vio que el rey asentía y que le daba el consentimiento para que recitara. Su voz sonó armoniosa a los oídos de sus majestades:

“Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra
que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;
mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama el agua fría,
y perder el respeto a ley severa.
Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
médulas que han gloriosamente ardido:
su cuerpo dejará no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado…”

Los versos de Francisco de Quevedo quedaron suspendidos en el aire. Felipe IV tragó saliva y sintió que los trozos de su alma se estremecían por culpa de aquellas estrofas que mademoiselle Gaudet había declamado. Mariana de Habsburgo parpadeó y sus damas suspiraron. La reina habló:
-Tenéis razón. Es un soneto muy hermoso, mademoiselle.
Ella le sonrió. Miró a Felipe y luego dijo:
-Si me disculpáis, majestad, tengo que preparar las clases de mañana…
El rey ladeó la cabeza con gesto cortés. Laura se inclinó respetuosa, y después se marchó con paso firme del lugar. La reina la contempló hasta que la institutriz subió las escalinatas que la conducirían al interior del palacio. Mariana inspiró con lentitud y luego se giró dispuesta a tener una conversación con su esposo. Sin embargo, su ceño se arrugó al ver la expresión que él tenía. Los ojos del monarca español permanecían fijos en la entrada al jardín… Mariana de Austria entornó los párpados con pesar.
#339
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
09/10/2012 17:40
Margarita se levantó aquella mañana con una sensación muy rara en el estómago. Se aseó y se vistió rápidamente, pues antes de ir a la misa de Todos los Santos con su familia, tenía que acudir al palacio de la marquesa para terminar de arreglar el vestido que ésta luciría en el Real Alcázar. Satur preparaba el desayuno y cuando la vio le dijo:
-Señora, mire que hoy he conseguio una vasija de leche recién ordeñá…
-¿Recién ordeñada, dices?
El criado asintió alegre.
-Huela y ya me dirá.
En cuanto le puso la jarra debajo de la nariz, Margarita tuvo una arcada.
-¡Esta leche está agria, Satur! –exclamó con repulsión.
Saturno García la olió y negó con un ligero movimiento de su cabeza.
-¡Que no, señora, que está fresca y bien fresca!
-¡Por Dios, Satur, si apesta! –exclamó la esposa de Gonzalo tapándose con un mano la nariz-. ¡Llévatela a otro lado!
El ayudante del Águila Roja volvió a olerla y dijo entre dientes:
-Pues yo no sé que le pasa a esta mujer, pero esta leche no... –Se calló al ver que Margarita cogía su toquilla-. ¿Quiere que le prepare unas gachas o…?
-No, Satur, ya comeré algo en palacio. Dile a Gonzalo, que después nos veremos en la iglesia.
-Sí, señora.
Ella le sonrió y antes de salir, señaló la jarra y le dijo:
-Tírala, a ver si os ponéis enfermos…
-¿Qué la tire? Pues la vida está cómo pa derrochar… Voy a calentarla y así salgo de dudas.
Gonzalo salió de su alcoba.
-Buenos días, Satur.
Él se giró y le sonrió.
-Buenos días, amo.
-¿Qué haces?
-Pues ná hiervo la leche porque su mujer dice que está agria y a mí me parece que no.
Gonzalo le preguntó:
-¿Dónde está ella?
-Se marchó al palacio de Santillana, me dijo que luego le vería en la iglesia.
Gonzalo asintió. Saturno García le mostró la espesa y suntuosa nata que flotaba en la superficie del puchero.
-¡Ve, cómo yo tenía razón, si huele que alimenta! Será que la señora se ha levantao con la panza revuelta y ya está.
Gonzalo miró a su amigo.
-¿Está enferma?
-No. A mí no me ha dicho ná, pero ya sabe usted, amo, como son las mujeres que por cualquier cosa…
-Bueno, Satur, a veces en la lechería te han engañado…
-Eso ya no me pasa. -Le sonrió-, que yo le guiño el ojo a la hija del lechero y la muchacha me atiende como si yo fuera el mismísimo rey de las Españas.
Una sonrisa se dibujó en la comisura de los labios masculinos. Después, Gonzalo le preguntó:
-¿Y Alonso?
-Todavía está en su cuarto. ¿Le despierto?
El maestro, que permanecía agachado junto al fuego, se puso de pie.
-No te preocupes, Satur, ya iré yo.
-Mientras usted despierta a Alonsillo, yo voy a echar los chuscos en la leche y ya verá qué desayuno, ya verá…
Gonzalo de Montalvo le sonrió y luego se dirigió a la habitación de su hijo.
#340
MJdeMontalvo
MJdeMontalvo
09/10/2012 17:41
Margarita entró en las cocinas del palacio de Santillana. Las criadas corrían de un lado a otro ultimando los preparativos para el gran almuerzo que se serviría aquel día tan señalado. Catalina la vio.
-¡Margarita, menos mal que ya estás aquí! No sabes cómo está la marquesa, que dice que no llegará a tiempo a la misa que se celebrará en la Capilla Real. ¡Me tiene loca!
-Enseguida subo. Si sólo tengo que darle varias puntadas al dobladillo del vestido…
-Pero, hija, ya sabes cómo es.
Marta irrumpió en la estancia con un gran cesto.
-¡Ya llegaron los dulces de las monjitas!
-¿Los del convento de la Misericordia? –le preguntó Catalina.
-Sí, Cata.
-¡Son riquísimos!
Margarita sonrió, cogió su costurero e hizo ademán de subir las escaleras que conducían a la parte alta del palacio, pero al poner el pie en el primer escalón sintió un vahído y tuvo que sujetarse a la pared.
-¿Qué te ocurre, Margarita? –le preguntó Marta.
Ella no pudo contestarle. La cabeza le dio vueltas y las náuseas regresaron. Catalina se giró y rápidamente la asió por el talle.
-¿Qué te pasa, criatura?
-Nada.
-¿Cómo que nada? Si estás blanca como esa pared. Siéntate en la silla.
-No puedo, Cata. La marquesa me espera y…
-¡Pues que espere! ¡Marta trae un vaso de agua!
La muchachita corrió hacia la alacena, cogió uno y lo llenó hasta el borde. Se lo dio poco después a la esposa de Gonzalo de Montalvo.
-Bébelo a pequeños sorbos –le dijo Catalina.
-Ya estoy bien, Cata.
-¿Has desayunado?
Margarita parpadeó.
-No, no he tenido tiempo.
-¿Qué no has tenido tiempo? –habló con gesto enojado. ¡Marta, tráele un dulce y un vaso de leche!
-Cata…
La mujer con el ceño arrugado volvió a hablar:
-Hasta que no te lo tomes no subes arriba, ¿entendido?
Margarita le sonrió.
-Me estás tratando como si fuera una niña pequeña.
El ama de llaves se irguió con los brazos en jarra. Marta obedeció a Catalina y puso encima de la mesa un gran trozo de tarta de limón y un vaso de leche. Margarita hizo un gesto de asco.
-¿Qué…?
-Que no me entra nada en el estómago, Cata. Lo tengo revuelto.
-¿Revuelto?
-Anoche cené demasiado y no he descansado bien, eso es todo. Ya me encuentro mejor.
-Pues cómete al menos una manzana –musitó cogiendo una del frutero-. Hasta que no lo hagas no voy a dejarte subir… -Luego miró a la muchachita que fregaba unas cacerolas en la pila-. ¡Marta, pon a hervir agua en un puchero y haz una tisana de hierba luisa!
Margarita suspiró y aceptó lo dispuesto por su amiga. Mordisqueó la manzana y luego se tomó la hierba luisa. Su estómago se lo agradeció.


Continuará... Besitos a todas. MJ.
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