Foro Águila Roja
Confía en mí
#0
05/06/2012 21:17
¡Hola, Aguiluchas!
Vuelvo a colgar este mensaje, porque no sé qué ha pasado. Se ha perdido en el ciberespacio... Je,je,je... Bueno, os decía en el anterior que estoy escribiendo esta historia de Gonzalo y Margarita, que he titulado Confía en mí. Una frase que el Amo dice habitualmente. Al principio pensé en centrarme sólo en el CR, pero después me he picado y como le dije a Mar, iré introduciendo personajes para dar más intensidad a la trama. ¡Jó parezco una guionista de la serie! Je,je,je... Iré colgándola poco a poco. Espero que os guste y que disfrutéis tanto como yo al escribirla. Me he basado en algunas imágenes que nos pusieron de la ansiada 5ª temporada, pero el resto es todo, todito de mi imaginación. A ver si los lionistas se pasan por aquí y cogen algunas ideas... Je,je,je. Bueno, allá va... Besitos y con Dios. MJ.
Ya sé lo que pasó. Hay mucho texto y no lo podía colgar... Bueno, aquí os dejo las primeras líneas. Besitos a tod@s. MJ.
Vuelvo a colgar este mensaje, porque no sé qué ha pasado. Se ha perdido en el ciberespacio... Je,je,je... Bueno, os decía en el anterior que estoy escribiendo esta historia de Gonzalo y Margarita, que he titulado Confía en mí. Una frase que el Amo dice habitualmente. Al principio pensé en centrarme sólo en el CR, pero después me he picado y como le dije a Mar, iré introduciendo personajes para dar más intensidad a la trama. ¡Jó parezco una guionista de la serie! Je,je,je... Iré colgándola poco a poco. Espero que os guste y que disfrutéis tanto como yo al escribirla. Me he basado en algunas imágenes que nos pusieron de la ansiada 5ª temporada, pero el resto es todo, todito de mi imaginación. A ver si los lionistas se pasan por aquí y cogen algunas ideas... Je,je,je. Bueno, allá va... Besitos y con Dios. MJ.
Ya sé lo que pasó. Hay mucho texto y no lo podía colgar... Bueno, aquí os dejo las primeras líneas. Besitos a tod@s. MJ.
#301
28/09/2012 16:13
El silencio se personó durante unos minutos en el carruaje. Laura observó el perfil de la joven y suspiró. “¡Dios mío!”, exclamó. “¿Sería posible lo que estaba pensando?” “¿Podría ser Irene de Mendoza su hija…?”, se preguntó. Porque estaba completamente segura de que el prendedor que lucía ésta en sus cabellos era su mariposa de esmeraldas. Su padre se lo regaló cuando cumplió los siete años. Pero, ¿por qué se llamaba Irene? Las dudas hicieron su aparición y se adhirieron a su piel.
-¿Le gusta su trabajo en el Real Alcázar? –le preguntó Irene ahuyentando al silencio.
-Sí. –Le sonrió-. Es muy gratificante para mí educar al hijo de sus majestades.
-Mi tío dice que es un niño muy dulce a pesar de sus limitaciones… -Se calló al darse cuenta de que había hablado más de lo debido-. Lo siento, no…
-No se preocupe. Usted no es la única que opina así del heredero de la corona. Es cierto que al príncipe Carlos le cuesta entender ciertas cosas, pero su dulzura y su tesón le ayudan a superar los impedimentos. ¡Los Austrias y sus matrimonios emparentados! –profirió con gesto serio.
-Sí, ya sé. –Se sonrojó Irene-. ¡Pobrecillo!
Laura le señaló el prendedor.
-¡Qué preciosidad! Es un broche, ¿verdad?
-Sí, pero se puede utilizar como pasador. Mi tío me lo regaló hace unos días.
-Una mariposa con alas de esmeraldas… -Se aclaró la garganta antes de decir-: Parece una joya muy antigua.
-Lo es, mademoiselle. Al menos eso es lo que me comentó mi tío.
-¿Sabes a qué joyero se la compró?
-No, lo siento. Pero si quiere se lo pregunto a él y…
-No, no hace falta. –Le sonrió-. Me llamó la atención, pero yo ya no tengo edad para lucir una joya de ese estilo en mis cabellos.
Irene le dijo:
-Usted es muy hermosa, mademoiselle.
-Fui hermosa, hija, ya no. La belleza se marchita igual que las flores que son tronchadas en un jardín.
-Tiene razón, mademoiselle.
-¿Has vivido siempre con su eminencia? –le preguntó, tratando de aparentar una calma que no sentía.
-No. Mi tío se marchó a Roma y yo me crié en el convento de las hermanas del Sagrado Corazón de Jesús en Valladolid.
-¿Y tus padres? –inquirió con el aliento entrecortado.
-Nunca los conocí, mademoiselle. Murieron en un accidente al poco de nacer yo.
Laura entornó los párpados. “¡Malditos!”, quiso gritar, pero se contuvo. Irene la miró.
-¿Se siente mal, mademoiselle?
-No, hija. –Le sonrió-. A mi edad es normal sentir algunas molestias y…
La voz del cochero las interrumpió:
-Estamos llegando al Real Álcazar, señora Irene.
-Gracias, Antonio.
El carruaje se detuvo en la plaza. El hombre ayudó a Laura a descender del vehículo.
-Muchas gracias por todo… –musitó Laura tras aclararse la garganta.
-Cuídese, mademoiselle.
-Lo haré, se lo prometo.
Irene le sonrió asomada a una de las ventanas del carruaje. Laura vio cómo se alejaba. Las lágrimas acudieron a sus ojos y surcaron sus mejillas sin poder detenerlas. “¡Había encontrado a Ana!”, exclamó, pero no sentía ninguna alegría. “¡Agustín le había traicionado una vez más! ¿Por qué había dejado a su pequeña en manos de aquel miserable? ¿Por qué?”, gritó sin emitir ningún vocablo. Un puñal invisible perforó su corazón en ese instante. Se giró y caminó sin mirar ni saludar a las personas con las que se encontraba en las galerías del palacio. Su dolor era insoportable. Llegó a sus aposentos. Abrió uno de los cajones del escritorio. No se fijó en los rayos del sol que penetraban por uno de los balcones abiertos, no oyó el susurro del céfiro ni tampoco el canto de los pájaros que la saludaban desde los árboles del jardín. Sacó uno de las hojas que atesoraba en aquel mueble y comenzó a escribir… El viento arrastró sus últimas lágrimas.
-¿Le gusta su trabajo en el Real Alcázar? –le preguntó Irene ahuyentando al silencio.
-Sí. –Le sonrió-. Es muy gratificante para mí educar al hijo de sus majestades.
-Mi tío dice que es un niño muy dulce a pesar de sus limitaciones… -Se calló al darse cuenta de que había hablado más de lo debido-. Lo siento, no…
-No se preocupe. Usted no es la única que opina así del heredero de la corona. Es cierto que al príncipe Carlos le cuesta entender ciertas cosas, pero su dulzura y su tesón le ayudan a superar los impedimentos. ¡Los Austrias y sus matrimonios emparentados! –profirió con gesto serio.
-Sí, ya sé. –Se sonrojó Irene-. ¡Pobrecillo!
Laura le señaló el prendedor.
-¡Qué preciosidad! Es un broche, ¿verdad?
-Sí, pero se puede utilizar como pasador. Mi tío me lo regaló hace unos días.
-Una mariposa con alas de esmeraldas… -Se aclaró la garganta antes de decir-: Parece una joya muy antigua.
-Lo es, mademoiselle. Al menos eso es lo que me comentó mi tío.
-¿Sabes a qué joyero se la compró?
-No, lo siento. Pero si quiere se lo pregunto a él y…
-No, no hace falta. –Le sonrió-. Me llamó la atención, pero yo ya no tengo edad para lucir una joya de ese estilo en mis cabellos.
Irene le dijo:
-Usted es muy hermosa, mademoiselle.
-Fui hermosa, hija, ya no. La belleza se marchita igual que las flores que son tronchadas en un jardín.
-Tiene razón, mademoiselle.
-¿Has vivido siempre con su eminencia? –le preguntó, tratando de aparentar una calma que no sentía.
-No. Mi tío se marchó a Roma y yo me crié en el convento de las hermanas del Sagrado Corazón de Jesús en Valladolid.
-¿Y tus padres? –inquirió con el aliento entrecortado.
-Nunca los conocí, mademoiselle. Murieron en un accidente al poco de nacer yo.
Laura entornó los párpados. “¡Malditos!”, quiso gritar, pero se contuvo. Irene la miró.
-¿Se siente mal, mademoiselle?
-No, hija. –Le sonrió-. A mi edad es normal sentir algunas molestias y…
La voz del cochero las interrumpió:
-Estamos llegando al Real Álcazar, señora Irene.
-Gracias, Antonio.
El carruaje se detuvo en la plaza. El hombre ayudó a Laura a descender del vehículo.
-Muchas gracias por todo… –musitó Laura tras aclararse la garganta.
-Cuídese, mademoiselle.
-Lo haré, se lo prometo.
Irene le sonrió asomada a una de las ventanas del carruaje. Laura vio cómo se alejaba. Las lágrimas acudieron a sus ojos y surcaron sus mejillas sin poder detenerlas. “¡Había encontrado a Ana!”, exclamó, pero no sentía ninguna alegría. “¡Agustín le había traicionado una vez más! ¿Por qué había dejado a su pequeña en manos de aquel miserable? ¿Por qué?”, gritó sin emitir ningún vocablo. Un puñal invisible perforó su corazón en ese instante. Se giró y caminó sin mirar ni saludar a las personas con las que se encontraba en las galerías del palacio. Su dolor era insoportable. Llegó a sus aposentos. Abrió uno de los cajones del escritorio. No se fijó en los rayos del sol que penetraban por uno de los balcones abiertos, no oyó el susurro del céfiro ni tampoco el canto de los pájaros que la saludaban desde los árboles del jardín. Sacó uno de las hojas que atesoraba en aquel mueble y comenzó a escribir… El viento arrastró sus últimas lágrimas.
#302
28/09/2012 16:15
Gonzalo y Satur accedieron al monasterio de los franciscanos. Ambos llevaban dos teas que iluminaban la oscuridad. El estruendoso silencio les escoltó por el claustro hasta que llegaron a la capilla. Allí los pabilos de las velas seguían encendidas y la sensación de que alguien les vigilaba flotaba en el ambiente. Saturno García se persignó y luego tragó saliva.
-Amo, que las velas siguen iluminando este sagrao lugar…
-Cálmate, Satur. Aquí sólo estamos nosotros.
-¿Está seguro?
-Sí. Por lo menos en esta parte de la abadía.
-¿Cómo que en esta parte de la abadía? –repitió asustado- ¿Qué ha visto usted?
-Las celdas de los monjes han sido limpiadas y no creo que eso lo hayan hecho los vecinos.
-¿Por qué?
-El miedo y la superstición alejan a los campesinos de este lugar, que ahora está maldito por las violentas muertes que sufrieron los franciscanos.
-¿Y entonces…?
-Creo que algunos han sobrevivido y que están ocultos en alguna parte del monasterio.
El postillón se llevó una de las manos al mentón y se acarició la barba. Miró al maestro y le preguntó:
-¿Por qué los matarían, amo?
-Creo que tiene algo que ver con Agustín y sus secretos.
-Querrá decir con los de usted, su familia y sus orígenes.
Gonzalo le miró y asintió.
-¡Mira que era complicado el fraile con lo fácil que hubiera sido decirle a usted la verdad y ya está!
-La noche en la que le asesinaron iba a decírmela, pero llegamos tarde al encuentro.
-Sí y al pobrecillo lo crucificaron como a nuestro Señor. –Volvió a santiguarse-. ¿Quién lo haría, amo?
-No lo sé, Satur. Pero el que lo hizo conoce los secretos de mi familia, estoy seguro de que es así.
-¿Y por qué no buscamos a ese malnacido?
-¿Dónde, Satur? No tenemos ninguna pista que nos conduzca hasta ese miserable –habló, agachándose y tocando los relieves del cenotafio igual que había hecho la vez anterior.
-Pero si ese endemoniao conocía a Agustín… También tenía que estar al tanto de quiénes eran su madre y su padre, ¿no? ¿Y si su hermano sabe quién es?
-¿El Comisario? –inquirió, mirando a su amigo. Se incorporó. Miró hacia el altar e hizo ademán de acercarse hasta allí, pero oyó un crujido que procedía del exterior. Sus instintos de guerrero le pusieron en alerta.
-¿No me ha dicho usted que él ha comenzao a recordar cosas del pasado?
Gonzalo se llevó el dedo índice a la boca para hacer callar a su ayudante. Satur arqueó las cejas.
-¿Qué…?
-Hay alguien ahí fuera…
Gonzalo echó a correr y Satur le siguió por el claustro. Salieron al patio. Un cuervo graznó al volar por encima de sus cabezas. El viento ululó y arrastró a las nubes que comenzaron a protestar.
-¡Allí está! –exclamó Gonzalo al distinguir una figura que intentaba ocultarse entre los árboles del huerto y el pequeño camposanto. Sin embargo, pareció que la tierra se la había tragado cuando llegaron al cementerio.
-¿Dónde está, amo? –le preguntó Satur con el aliento entrecortado por la carrera.
Gonzalo se giró y miró a derecha y a izquierda. “¿Dónde se había ocultado?”, se preguntó. “¿Dónde?”
-¡Era un aparecido! –gritó asustado Saturno García.
-Los aparecidos no existen, Satur. Además, fíjate en las huellas que hay en la tierra… –dijo, señalando las pisadas que el desconocido había dejado en el barro.
El postillón se agachó al lado del héroe de la Villa.
-Es un monje… -musitó Gonzalo con seguridad.
-¿Cómo lo sabe, amo?
-Las huellas son livianas como el calzado que utilizan los franciscanos. Ha habido supervivientes a la matanza, pero se ocultan por algún motivo.
-¿Qué vamos a hacer?
-Por lo pronto nada. –Se irguió-. Ellos no quieren que les encontremos por el momento…
Satur se puso también de pie. Gonzalo miró las tumbas y suspiró.
-Vámonos, Satur. Ya volveremos otro día.
Minutos después, Satur y él salían al exterior y cabalgaban hacia la Villa. El cuervo volvió a graznar y se detuvo con suavidad en una de las cruces de madera. El sonido estremecedor de la piedra al moverse le sobresaltó y echó a volar. Simón deslizó la losa de la falsa tumba y salió de ésta. Sus ojos avistaron con temor los alrededores. Suspiró. Los intrusos se habían ido. Se acercó hasta el pozo y cogió el cubo. Lo llenó de agua fresca. El cuervo se posó en su hombro derecho y él le sonrió, acariciando la pequeña cabeza negra. Un graznido de satisfacción retumbó en el patio.
-Amo, que las velas siguen iluminando este sagrao lugar…
-Cálmate, Satur. Aquí sólo estamos nosotros.
-¿Está seguro?
-Sí. Por lo menos en esta parte de la abadía.
-¿Cómo que en esta parte de la abadía? –repitió asustado- ¿Qué ha visto usted?
-Las celdas de los monjes han sido limpiadas y no creo que eso lo hayan hecho los vecinos.
-¿Por qué?
-El miedo y la superstición alejan a los campesinos de este lugar, que ahora está maldito por las violentas muertes que sufrieron los franciscanos.
-¿Y entonces…?
-Creo que algunos han sobrevivido y que están ocultos en alguna parte del monasterio.
El postillón se llevó una de las manos al mentón y se acarició la barba. Miró al maestro y le preguntó:
-¿Por qué los matarían, amo?
-Creo que tiene algo que ver con Agustín y sus secretos.
-Querrá decir con los de usted, su familia y sus orígenes.
Gonzalo le miró y asintió.
-¡Mira que era complicado el fraile con lo fácil que hubiera sido decirle a usted la verdad y ya está!
-La noche en la que le asesinaron iba a decírmela, pero llegamos tarde al encuentro.
-Sí y al pobrecillo lo crucificaron como a nuestro Señor. –Volvió a santiguarse-. ¿Quién lo haría, amo?
-No lo sé, Satur. Pero el que lo hizo conoce los secretos de mi familia, estoy seguro de que es así.
-¿Y por qué no buscamos a ese malnacido?
-¿Dónde, Satur? No tenemos ninguna pista que nos conduzca hasta ese miserable –habló, agachándose y tocando los relieves del cenotafio igual que había hecho la vez anterior.
-Pero si ese endemoniao conocía a Agustín… También tenía que estar al tanto de quiénes eran su madre y su padre, ¿no? ¿Y si su hermano sabe quién es?
-¿El Comisario? –inquirió, mirando a su amigo. Se incorporó. Miró hacia el altar e hizo ademán de acercarse hasta allí, pero oyó un crujido que procedía del exterior. Sus instintos de guerrero le pusieron en alerta.
-¿No me ha dicho usted que él ha comenzao a recordar cosas del pasado?
Gonzalo se llevó el dedo índice a la boca para hacer callar a su ayudante. Satur arqueó las cejas.
-¿Qué…?
-Hay alguien ahí fuera…
Gonzalo echó a correr y Satur le siguió por el claustro. Salieron al patio. Un cuervo graznó al volar por encima de sus cabezas. El viento ululó y arrastró a las nubes que comenzaron a protestar.
-¡Allí está! –exclamó Gonzalo al distinguir una figura que intentaba ocultarse entre los árboles del huerto y el pequeño camposanto. Sin embargo, pareció que la tierra se la había tragado cuando llegaron al cementerio.
-¿Dónde está, amo? –le preguntó Satur con el aliento entrecortado por la carrera.
Gonzalo se giró y miró a derecha y a izquierda. “¿Dónde se había ocultado?”, se preguntó. “¿Dónde?”
-¡Era un aparecido! –gritó asustado Saturno García.
-Los aparecidos no existen, Satur. Además, fíjate en las huellas que hay en la tierra… –dijo, señalando las pisadas que el desconocido había dejado en el barro.
El postillón se agachó al lado del héroe de la Villa.
-Es un monje… -musitó Gonzalo con seguridad.
-¿Cómo lo sabe, amo?
-Las huellas son livianas como el calzado que utilizan los franciscanos. Ha habido supervivientes a la matanza, pero se ocultan por algún motivo.
-¿Qué vamos a hacer?
-Por lo pronto nada. –Se irguió-. Ellos no quieren que les encontremos por el momento…
Satur se puso también de pie. Gonzalo miró las tumbas y suspiró.
-Vámonos, Satur. Ya volveremos otro día.
Minutos después, Satur y él salían al exterior y cabalgaban hacia la Villa. El cuervo volvió a graznar y se detuvo con suavidad en una de las cruces de madera. El sonido estremecedor de la piedra al moverse le sobresaltó y echó a volar. Simón deslizó la losa de la falsa tumba y salió de ésta. Sus ojos avistaron con temor los alrededores. Suspiró. Los intrusos se habían ido. Se acercó hasta el pozo y cogió el cubo. Lo llenó de agua fresca. El cuervo se posó en su hombro derecho y él le sonrió, acariciando la pequeña cabeza negra. Un graznido de satisfacción retumbó en el patio.
#303
28/09/2012 16:15
Laura se hallaba en los jardines del Real Alcázar cuando vio a Gonzalo de Montalvo, que se dirigía hacia donde ella se encontraba. La emoción se reflejó en sus acaramelados ojos y dejó el libro que estaba leyendo encima del banco de piedra. Él le sonrió. “¡Cuánto se parecía Gonzalo a Philippe de Montignac, su abuelo!”, pensó emocionada.
-Buenos días, Lorelle.
-Buenos días, hijo –le contestó, pronunciando con énfasis la última palabra.
-Margarita y también Alonso me dijeron que me estabas buscando…
-Sí. Quisiera pedirte un favor, Gonzalo.
Él asintió con aquella dulce y hermosa sonrisa y se sentó junto a ella.
-Si puedo ayudarte, con gusto lo haré.
-Lo sé.
El maestro arqueó las cejas y esperó a que mademoiselle Gaudet hablara.
-No sé si recordarás a mi doncella…
-¿Anabel?
-Sí, ese es su nombre. –Laura le sonrió-. Anabel es una joven sencilla y muy cariñosa. La traje conmigo a palacio, pero ha tenido un problema con alguien muy importante… -El rostro de la dama se contrajo al recordar a Mendoza-. Tuvo que marcharse a un lugar seguro y durante un tiempo se hará invisible a ojos de ese canalla…
-¿Qué le ha ocurrido? –le preguntó Gonzalo con gesto serio.
-Ese hombre quiso abusar de ella…
La rabia del guerrero asomó a sus almendrados ojos.
-¡El abuso del poderoso me indigna!
-A mí también, por eso me alegra que el Águila Roja imponga su ley a esos malnacidos.
Gonzalo no movió un solo músculo de su rostro al oír el nombre de su alter ego, pero Laura sí que percibió un leve estremecimiento de sus labios y sonrió. Sus sospechas eran ciertas. Gonzalo era el Águila Roja. Al menos, Agustín de Yeste había hecho algo bien. Los descendientes de la Magdalena tenían la misión de socorrer a todo aquel que pidiese ayuda y eso hacía el enmascarado.
-Ese héroe, si existe de verdad, no siempre puede ayudar a los más necesitados… -dijo Gonzalo tras carraspear.
-Lo sé, pero la esperanza convive con el vulgo y eso es más de lo que nunca tendrán.
Su hijo asintió. Sin embargo, no quiso seguir hablando de su otro yo y le preguntó:
-¿Qué puedo hacer por tu doncella?
-Sé que en tu barrio hay un hospital… -Gonzalo asintió-. Anabel es una joven que posee dulzura y paciencia, dos cualidades indiscutibles para cuidar enfermos. Ella necesita trabajar…
-Buenos días, Lorelle.
-Buenos días, hijo –le contestó, pronunciando con énfasis la última palabra.
-Margarita y también Alonso me dijeron que me estabas buscando…
-Sí. Quisiera pedirte un favor, Gonzalo.
Él asintió con aquella dulce y hermosa sonrisa y se sentó junto a ella.
-Si puedo ayudarte, con gusto lo haré.
-Lo sé.
El maestro arqueó las cejas y esperó a que mademoiselle Gaudet hablara.
-No sé si recordarás a mi doncella…
-¿Anabel?
-Sí, ese es su nombre. –Laura le sonrió-. Anabel es una joven sencilla y muy cariñosa. La traje conmigo a palacio, pero ha tenido un problema con alguien muy importante… -El rostro de la dama se contrajo al recordar a Mendoza-. Tuvo que marcharse a un lugar seguro y durante un tiempo se hará invisible a ojos de ese canalla…
-¿Qué le ha ocurrido? –le preguntó Gonzalo con gesto serio.
-Ese hombre quiso abusar de ella…
La rabia del guerrero asomó a sus almendrados ojos.
-¡El abuso del poderoso me indigna!
-A mí también, por eso me alegra que el Águila Roja imponga su ley a esos malnacidos.
Gonzalo no movió un solo músculo de su rostro al oír el nombre de su alter ego, pero Laura sí que percibió un leve estremecimiento de sus labios y sonrió. Sus sospechas eran ciertas. Gonzalo era el Águila Roja. Al menos, Agustín de Yeste había hecho algo bien. Los descendientes de la Magdalena tenían la misión de socorrer a todo aquel que pidiese ayuda y eso hacía el enmascarado.
-Ese héroe, si existe de verdad, no siempre puede ayudar a los más necesitados… -dijo Gonzalo tras carraspear.
-Lo sé, pero la esperanza convive con el vulgo y eso es más de lo que nunca tendrán.
Su hijo asintió. Sin embargo, no quiso seguir hablando de su otro yo y le preguntó:
-¿Qué puedo hacer por tu doncella?
-Sé que en tu barrio hay un hospital… -Gonzalo asintió-. Anabel es una joven que posee dulzura y paciencia, dos cualidades indiscutibles para cuidar enfermos. Ella necesita trabajar…
#304
28/09/2012 16:16
-Hablaré con Juan de Calatrava, uno de los médicos.
-Te lo agradezco, Gonzalo.
-¿Anabel, tiene dónde quedarse a vivir?
-No.
-En mi casa nos sobra una habitación, pero antes tengo que hablar con Margarita.
-Si tu esposa la aceptara en vuestro hogar, yo me ocuparé de su manutención.
-Pero…
-Hijo, sé que los maravedíes no sobran en ninguna casa y alimentar a una boca más es complicado. –Laura le sonrió-. Yo puedo hacerlo.
-Está bien, Lorelle. –Le devolvió la sonrisa y luego señaló el libro que ella había estado leyendo-. ¿“La vida del Buscón”?
-Me gusta el sarcasmo que el autor muestra en su obra. La ironía, ocasionalmente, es una cura para el alma, ¿no crees?
-Estoy de acuerdo.
Gonzalo y Laura rieron. Luego el maestro dijo:
-Dicen que lo escribió Francisco de Quevedo, aunque él nunca lo reconoció.
-Siempre tuvo problemas con el Tribunal de la Santa Inquisición...
-Sí.
-¡Vaya, maestro! ¿No deberías de estar en tu escuela enseñando modales a los hijos de los plebeyos? –le preguntó el Comisario, que se había acercado hasta el banco donde Laura y Gonzalo conversaban.
-A veces es mejor callar y no responder a las humillaciones. Esa es la primera enseñanza que les brindo a mis alumnos –le contestó con tranquilidad.
Hernán Mejías miró a Gonzalo de Montalvo con desprecio. Él soportó su mirada sin pestañear. Laura entornó los ojos con tristeza. Sus dos hijos varones se detestaban. Si ellos supieran… La dama habló:
-Gonzalo, ¡cuánto te agradezco el tiempo que has perdido conmigo! Entonces, ¿crees que al príncipe Carlos le gustarán “Las fábulas de Esopo”?
Él reaccionó al instante y movió su cabeza afirmativamente.
-Estoy seguro de que le encantarán.
El Comisario les observó con el ceño fruncido e intervino en la naciente conversación:
-Los niños necesitan disciplina y no tantos remilgos a la hora de crecer.
-También necesitan afecto, Comisario –musitó Laura-. ¿A usted no le complacían las historias que le narraba su madre?
-Te lo agradezco, Gonzalo.
-¿Anabel, tiene dónde quedarse a vivir?
-No.
-En mi casa nos sobra una habitación, pero antes tengo que hablar con Margarita.
-Si tu esposa la aceptara en vuestro hogar, yo me ocuparé de su manutención.
-Pero…
-Hijo, sé que los maravedíes no sobran en ninguna casa y alimentar a una boca más es complicado. –Laura le sonrió-. Yo puedo hacerlo.
-Está bien, Lorelle. –Le devolvió la sonrisa y luego señaló el libro que ella había estado leyendo-. ¿“La vida del Buscón”?
-Me gusta el sarcasmo que el autor muestra en su obra. La ironía, ocasionalmente, es una cura para el alma, ¿no crees?
-Estoy de acuerdo.
Gonzalo y Laura rieron. Luego el maestro dijo:
-Dicen que lo escribió Francisco de Quevedo, aunque él nunca lo reconoció.
-Siempre tuvo problemas con el Tribunal de la Santa Inquisición...
-Sí.
-¡Vaya, maestro! ¿No deberías de estar en tu escuela enseñando modales a los hijos de los plebeyos? –le preguntó el Comisario, que se había acercado hasta el banco donde Laura y Gonzalo conversaban.
-A veces es mejor callar y no responder a las humillaciones. Esa es la primera enseñanza que les brindo a mis alumnos –le contestó con tranquilidad.
Hernán Mejías miró a Gonzalo de Montalvo con desprecio. Él soportó su mirada sin pestañear. Laura entornó los ojos con tristeza. Sus dos hijos varones se detestaban. Si ellos supieran… La dama habló:
-Gonzalo, ¡cuánto te agradezco el tiempo que has perdido conmigo! Entonces, ¿crees que al príncipe Carlos le gustarán “Las fábulas de Esopo”?
Él reaccionó al instante y movió su cabeza afirmativamente.
-Estoy seguro de que le encantarán.
El Comisario les observó con el ceño fruncido e intervino en la naciente conversación:
-Los niños necesitan disciplina y no tantos remilgos a la hora de crecer.
-También necesitan afecto, Comisario –musitó Laura-. ¿A usted no le complacían las historias que le narraba su madre?
#305
28/09/2012 16:17
Hernán se sintió preso de la melancolía. Gonzalo le miró fijamente. A Laura de Montignac le tembló el labio inferior. El dolor que padeció en ese momento fue terrible. Ansiaba abrazarles, decirles toda la verdad y llorar en sus fuertes hombros, pero si lo hacía ella sabía que pondría en peligro sus vidas. Mendoza estaba ahí como un buitre carroñero, anhelante de triturar los huesos de sus enemigos y el rey… Él tenía que sufrir por todo lo que les había hecho. Hernán Mejías tragó saliva y sin darse cuenta las palabras brotaron de sus labios como una cascada de agua fresca:
-Tengo pocos recuerdos de mi madre, pero a mi hermano y a mí nos entusiasmaban sus historias y las nanas que ella nos cantaba…
Los ojos de Gonzalo brillaron por la emoción. En esos segundos en los que Hernán había desempolvado sus recuerdos, él se sintió transportado a su infancia. Oyó la voz de su madre cantándoles en francés, sus risas, sus palabras… Laura suspiró y también recordó sus besos, sus tiernos abrazos, sus voces requiriéndole una nueva canción… Encerró a las lágrimas entre los barrotes de sus retinas. No se podía permitir derramar ni una sola en presencia de ellos. Después cuando estuviera sola…
Hernán carraspeó y todos volvieron al presente. Gonzalo fue el que rompió el silencio:
-La imaginación nos permite soñar y eso a los plebeyos no nos lo podrán quitar nunca.
El Comisario no pudo responderle. Bajó la mirada al suelo y luego le observó con gesto enigmático. Gonzalo sonrió a mademoiselle Gaudet.
-Ha sido un placer conversar con usted, Lorelle.
-Lo mismo digo.
-En cuanto sepa algo de ese otro asunto, se lo comunicaré.
Laura asintió.
-Gracias, Gonzalo.
Él miró a su hermano.
-Comisario…
-Maestro…
Madre e hijo vieron cómo Gonzalo caminaba con paso firme hacia la salida.
-¿Por qué siente tanta animadversión hacia Gonzalo de Montalvo? –le preguntó-. Él me parece encantador, amable, atento…
Hernán se aclaró la garganta antes de decir:
-Hemos tenido algunos enfrentamientos y los dos pensamos de forma diferente. El maestro y su vida no me interesan en absoluto.
-Comprendo.
Una triste sonrisa apareció en la comisura de la boca femenina. Hernán volvió a hablar:
-Si me disculpa, mademoiselle… Me esperan en el salón de recepciones.
-Sí, vaya usted, señor Comisario. A su majestad no se le puede hacer esperar.
Hernán Mejías besó la mano que Laura le ofreció. Luego ella vio cómo su primogénito cruzaba los jardines de palacio.
-Hernán, ¡cuánto vas a sufrir, hijo! El día que sepas que Gonzalo es tu hermano… -suspiró-, te arrepentirás tanto de las palabras que acabas de pronunciar. Tanto…
Laura de Montignac volvió a suspirar y luego cogió el libro de Quevedo. Buscó entre sus páginas la nota que horas después Felipe IV, el rey Planeta, tendría entre sus manos.
Continuará... Besitos y buen finde a todas. MJ.
-Tengo pocos recuerdos de mi madre, pero a mi hermano y a mí nos entusiasmaban sus historias y las nanas que ella nos cantaba…
Los ojos de Gonzalo brillaron por la emoción. En esos segundos en los que Hernán había desempolvado sus recuerdos, él se sintió transportado a su infancia. Oyó la voz de su madre cantándoles en francés, sus risas, sus palabras… Laura suspiró y también recordó sus besos, sus tiernos abrazos, sus voces requiriéndole una nueva canción… Encerró a las lágrimas entre los barrotes de sus retinas. No se podía permitir derramar ni una sola en presencia de ellos. Después cuando estuviera sola…
Hernán carraspeó y todos volvieron al presente. Gonzalo fue el que rompió el silencio:
-La imaginación nos permite soñar y eso a los plebeyos no nos lo podrán quitar nunca.
El Comisario no pudo responderle. Bajó la mirada al suelo y luego le observó con gesto enigmático. Gonzalo sonrió a mademoiselle Gaudet.
-Ha sido un placer conversar con usted, Lorelle.
-Lo mismo digo.
-En cuanto sepa algo de ese otro asunto, se lo comunicaré.
Laura asintió.
-Gracias, Gonzalo.
Él miró a su hermano.
-Comisario…
-Maestro…
Madre e hijo vieron cómo Gonzalo caminaba con paso firme hacia la salida.
-¿Por qué siente tanta animadversión hacia Gonzalo de Montalvo? –le preguntó-. Él me parece encantador, amable, atento…
Hernán se aclaró la garganta antes de decir:
-Hemos tenido algunos enfrentamientos y los dos pensamos de forma diferente. El maestro y su vida no me interesan en absoluto.
-Comprendo.
Una triste sonrisa apareció en la comisura de la boca femenina. Hernán volvió a hablar:
-Si me disculpa, mademoiselle… Me esperan en el salón de recepciones.
-Sí, vaya usted, señor Comisario. A su majestad no se le puede hacer esperar.
Hernán Mejías besó la mano que Laura le ofreció. Luego ella vio cómo su primogénito cruzaba los jardines de palacio.
-Hernán, ¡cuánto vas a sufrir, hijo! El día que sepas que Gonzalo es tu hermano… -suspiró-, te arrepentirás tanto de las palabras que acabas de pronunciar. Tanto…
Laura de Montignac volvió a suspirar y luego cogió el libro de Quevedo. Buscó entre sus páginas la nota que horas después Felipe IV, el rey Planeta, tendría entre sus manos.
Continuará... Besitos y buen finde a todas. MJ.
#306
28/09/2012 17:15
Buen finde a ti también, yo le cojo con buen sabor de boca tras la lectura ...
#307
02/10/2012 16:06
¡Hola, guapas!
¿Qué tal? Bueno, sigo colgando la continuación de "Confía en mí". Muchas gracias, Kaley, por lo del finde, espero que disfrutaras el tuyo. Besossssssssssssssssssss... MJ.
¿Qué tal? Bueno, sigo colgando la continuación de "Confía en mí". Muchas gracias, Kaley, por lo del finde, espero que disfrutaras el tuyo. Besossssssssssssssssssss... MJ.
#308
02/10/2012 16:09
CONFÍA EN MÍ
El rey se puso de rodillas en el reclinatorio. Luego miró al Crucificado y sus labios se movieron, implorándole un perdón que sabía que nunca obtendría. El silencio imperante en la Capilla Real sosegó a su alma. Miró hacia el sagrario. Las velas, encendidas, dibujaban extrañas sombras a su alrededor. Observó los objetos y los cuadros religiosos que decoraban aquella sala. Arqueó las cejas cuando sus ojos se fijaron en un papel doblado que permanecía junto al Misal. Se levantó. Cogió la pequeña nota y la leyó. Su corazón latió más deprisa, su respiración se aceleró, las sienes palpitaron… Su grito alertó a los guardias reales.
-Majestad… -dijeron los dos al entrar en la capilla.
El monarca español miró a los jóvenes con el miedo reflejado en sus pupilas. Sostenía en su mano derecha un papel arrugado.
-¿Quién ha estado en este lugar antes que yo? –preguntó temblando.
Uno de los guardias le contestó:
-Su majestad la reina, el príncipe heredero con sus institutrices…
-¿Algún desconocido ha entrado en la capilla?
-No, majestad.
-Marchaos...
-Majestad, ¿necesitáis alguna…?
-¡Marchaos! –gritó, apoyándose en el reclinatorio.
Los centinelas obedecieron y salieron de la estancia. Felipe tragó saliva y volvió a leer la misiva.
“La crueldad del verdugo se convierte en su propio castigo…”
Felipe, el todopoderoso rey de las Españas, sintió que un frío lacerante penetraba por los poros de su piel. Éste se adentró como un torrente de aguas turbulentas por sus vasos sanguíneos y llegó hasta su escarchado corazón. El monarca se llevó la mano izquierda al pecho, y después se sentó en uno de los escalones que separaban el ara del suelo. Tembló, asustado, porque él una vez se había erigido como verdugo de Laura de Montignac…
“Aquel día, Agustín de Yeste, le suplicaba por la vida de la hija de Philippe de Montignac. Él aún se estaba recuperando del apuñalamiento que había sufrido. Las ojeras se marcaban debajo de sus ojos y el dolor convivía con sus pesadillas.
-¡No la dejaré libre! Ha intentando asesinarme…
-Majestad, entiendo lo que sentís, pero tened en cuenta su estado. Va a daros otro hijo y…
-¡No! Laura no merece la clemencia que estás rogándome. ¡La ejecutaré!
-Majestad…
-Todo aquel que osa atentar contra la vida del rey de las Españas debe morir, Agustín.
-Comprendedla… Ella añora a sus hijos, va a ser madre de nuevo y yo sé que a pesar de todo, la seguís amando, majestad.
Felipe parpadeó. Asió uno de los libros que había estado leyendo y lo tiró con rabia al suelo. Agustín suspiró. La voz del monarca español sonó grave al decir:
-Permanecerá enclaustrada toda su maldita vida, ¿comprendes, Agustín?
El monje asintió.
-¿Y la criatura? ¿Qué queréis que haga con ella cuando nazca?
-Si es niña la dejas en un convento y si es un varón lo entregas a una familia… Ya sabes, Agustín, que no podemos permitirnos que la Logia conozca su identidad.
-Lo sé, majestad.
-Si Laura me hubiese revelado la verdad… Yo jamás la habría tomado como esposa, Agustín. ¡Nunca! Me he convertido en su verdugo, pero por su culpa mi alma está condenada… -musitó encogido por el miedo…”
Felipe tragó saliva. “¡No podía ser!”, exclamó. Sólo Agustín y él conocían aquella conversación, pero… “¿Laura?”, se preguntó atemorizado. ¡No! ¡Laura estaba muerta y enterrada en un claro del bosque! Él había asistido a su sepelio. Sí. Hacía diecinueve años que su alma no descansaba y su corazón permanecía helado como la escarcha…
El rey se puso de rodillas en el reclinatorio. Luego miró al Crucificado y sus labios se movieron, implorándole un perdón que sabía que nunca obtendría. El silencio imperante en la Capilla Real sosegó a su alma. Miró hacia el sagrario. Las velas, encendidas, dibujaban extrañas sombras a su alrededor. Observó los objetos y los cuadros religiosos que decoraban aquella sala. Arqueó las cejas cuando sus ojos se fijaron en un papel doblado que permanecía junto al Misal. Se levantó. Cogió la pequeña nota y la leyó. Su corazón latió más deprisa, su respiración se aceleró, las sienes palpitaron… Su grito alertó a los guardias reales.
-Majestad… -dijeron los dos al entrar en la capilla.
El monarca español miró a los jóvenes con el miedo reflejado en sus pupilas. Sostenía en su mano derecha un papel arrugado.
-¿Quién ha estado en este lugar antes que yo? –preguntó temblando.
Uno de los guardias le contestó:
-Su majestad la reina, el príncipe heredero con sus institutrices…
-¿Algún desconocido ha entrado en la capilla?
-No, majestad.
-Marchaos...
-Majestad, ¿necesitáis alguna…?
-¡Marchaos! –gritó, apoyándose en el reclinatorio.
Los centinelas obedecieron y salieron de la estancia. Felipe tragó saliva y volvió a leer la misiva.
“La crueldad del verdugo se convierte en su propio castigo…”
Felipe, el todopoderoso rey de las Españas, sintió que un frío lacerante penetraba por los poros de su piel. Éste se adentró como un torrente de aguas turbulentas por sus vasos sanguíneos y llegó hasta su escarchado corazón. El monarca se llevó la mano izquierda al pecho, y después se sentó en uno de los escalones que separaban el ara del suelo. Tembló, asustado, porque él una vez se había erigido como verdugo de Laura de Montignac…
“Aquel día, Agustín de Yeste, le suplicaba por la vida de la hija de Philippe de Montignac. Él aún se estaba recuperando del apuñalamiento que había sufrido. Las ojeras se marcaban debajo de sus ojos y el dolor convivía con sus pesadillas.
-¡No la dejaré libre! Ha intentando asesinarme…
-Majestad, entiendo lo que sentís, pero tened en cuenta su estado. Va a daros otro hijo y…
-¡No! Laura no merece la clemencia que estás rogándome. ¡La ejecutaré!
-Majestad…
-Todo aquel que osa atentar contra la vida del rey de las Españas debe morir, Agustín.
-Comprendedla… Ella añora a sus hijos, va a ser madre de nuevo y yo sé que a pesar de todo, la seguís amando, majestad.
Felipe parpadeó. Asió uno de los libros que había estado leyendo y lo tiró con rabia al suelo. Agustín suspiró. La voz del monarca español sonó grave al decir:
-Permanecerá enclaustrada toda su maldita vida, ¿comprendes, Agustín?
El monje asintió.
-¿Y la criatura? ¿Qué queréis que haga con ella cuando nazca?
-Si es niña la dejas en un convento y si es un varón lo entregas a una familia… Ya sabes, Agustín, que no podemos permitirnos que la Logia conozca su identidad.
-Lo sé, majestad.
-Si Laura me hubiese revelado la verdad… Yo jamás la habría tomado como esposa, Agustín. ¡Nunca! Me he convertido en su verdugo, pero por su culpa mi alma está condenada… -musitó encogido por el miedo…”
Felipe tragó saliva. “¡No podía ser!”, exclamó. Sólo Agustín y él conocían aquella conversación, pero… “¿Laura?”, se preguntó atemorizado. ¡No! ¡Laura estaba muerta y enterrada en un claro del bosque! Él había asistido a su sepelio. Sí. Hacía diecinueve años que su alma no descansaba y su corazón permanecía helado como la escarcha…
#309
02/10/2012 16:15
La tormenta estaba en todo su apogeo cuando Gonzalo salió aquella madrugada de su casa. Margarita y Alonso dormían. Satur, aunque había tratado de convencerle para que no asistiera a la cita con Beatriz de Villamediana, al final comprendió que su amo no tenía otra opción y se sentó a la mesa para esperarle. El fiel escudero dio varias cabezadas y luego se durmió. Se encontraba en lo mejor de un sueño cuando alguien le tocó el hombro y le despertó.
-¿Qué…? –preguntó sobresaltándose.
Margarita le sonrió.
-Lo siento, Satur. ¿Te he asustado?
-No importa, señora. –Se refregó los ojos-. ¿Le ocurre algo?
La esposa de Gonzalo de Montalvo se arrebujó en su toquilla de lana y después dijo:
-Me desperté por culpa de los truenos... Satur, ¿dónde está Gonzalo?
El criado se aclaró la garganta.
-¿El amo? –Intentó disimular-. Pues…
-Sí. –Margarita frunció el ceño-. ¿Qué está pasando, Satur?
-¿Qué va a pasar, señora?
-Gonzalo no está en la casa, ¿verdad?
Saturno García se puso de pie. Nervioso se rascó la oreja, la barbilla, la mejilla izquierda…
-Señora…
-¿Dónde está? –Volvió a repetir ella.
-Yo no sé ná…
-¿Y qué haces aquí, esperándole?
-¿Yo…? No, señora…
-¿Le estás encubriendo?
-¿Yo? –Movió la cabeza de un lado a otro negando tal cosa-. A mí me ha pasao igual que a usted. Me despertaron los truenos y vine a buscar un poco de agua, pero después se comprende que con el calorcillo del fuego, pues me quedé adormilao y…
En ese momento, Gonzalo irrumpió en la sala por la puerta del patio. Había dejado a Viento, su caballo, en el establo y estaba totalmente empapado de agua. Se detuvo al ver a su mujer y la expresión de su cara. Luego miró a Satur, que le hizo una señal con la ceja izquierda.
-¿Qué hacéis levantados? –les preguntó, intentando mantener la calma.
Margarita le observó con el enojo asomándose a sus pupilas.
-¿De dónde vienes, Gonzalo?
-Yo…
-¿Estás viéndote con otra mujer? –le inquirió a bocajarro.
Satur miró a su amo con inquietud.
-No, claro que no –dijo Gonzalo acercándose a Margarita.
-Entonces, ¿por qué no me dices dónde has estado?
El silencio se adueñó de la estancia, sólo se oyó el crujir de los leños que se quemaban en la chimenea. Él fue mudo testigo del enfado de su mujer. Margarita se giró y encaminó sus pasos hacia la alcoba que ambos compartían. Gonzalo la siguió, dejando un rastro de agua en el suelo. Saturno García se quedó solo en la cocina. Las llamas del fuego se intensificaron cuando él echó otro leño al hogar.
-La que se va a liar… -musitó con el reflejo de éstas en su mirada-. La que se va a liar…
-¿Qué…? –preguntó sobresaltándose.
Margarita le sonrió.
-Lo siento, Satur. ¿Te he asustado?
-No importa, señora. –Se refregó los ojos-. ¿Le ocurre algo?
La esposa de Gonzalo de Montalvo se arrebujó en su toquilla de lana y después dijo:
-Me desperté por culpa de los truenos... Satur, ¿dónde está Gonzalo?
El criado se aclaró la garganta.
-¿El amo? –Intentó disimular-. Pues…
-Sí. –Margarita frunció el ceño-. ¿Qué está pasando, Satur?
-¿Qué va a pasar, señora?
-Gonzalo no está en la casa, ¿verdad?
Saturno García se puso de pie. Nervioso se rascó la oreja, la barbilla, la mejilla izquierda…
-Señora…
-¿Dónde está? –Volvió a repetir ella.
-Yo no sé ná…
-¿Y qué haces aquí, esperándole?
-¿Yo…? No, señora…
-¿Le estás encubriendo?
-¿Yo? –Movió la cabeza de un lado a otro negando tal cosa-. A mí me ha pasao igual que a usted. Me despertaron los truenos y vine a buscar un poco de agua, pero después se comprende que con el calorcillo del fuego, pues me quedé adormilao y…
En ese momento, Gonzalo irrumpió en la sala por la puerta del patio. Había dejado a Viento, su caballo, en el establo y estaba totalmente empapado de agua. Se detuvo al ver a su mujer y la expresión de su cara. Luego miró a Satur, que le hizo una señal con la ceja izquierda.
-¿Qué hacéis levantados? –les preguntó, intentando mantener la calma.
Margarita le observó con el enojo asomándose a sus pupilas.
-¿De dónde vienes, Gonzalo?
-Yo…
-¿Estás viéndote con otra mujer? –le inquirió a bocajarro.
Satur miró a su amo con inquietud.
-No, claro que no –dijo Gonzalo acercándose a Margarita.
-Entonces, ¿por qué no me dices dónde has estado?
El silencio se adueñó de la estancia, sólo se oyó el crujir de los leños que se quemaban en la chimenea. Él fue mudo testigo del enfado de su mujer. Margarita se giró y encaminó sus pasos hacia la alcoba que ambos compartían. Gonzalo la siguió, dejando un rastro de agua en el suelo. Saturno García se quedó solo en la cocina. Las llamas del fuego se intensificaron cuando él echó otro leño al hogar.
-La que se va a liar… -musitó con el reflejo de éstas en su mirada-. La que se va a liar…
#310
02/10/2012 16:16
-Margarita… -la llamó Gonzalo aparentando una tranquilidad que no sentía.
Pero ella estaba enfadada y no le contestó. El rictus que tenía en su hermoso rostro se lo confirmó. Su esposa le entregó un lienzo para que se secara y después se acostó en la cama, dándole la espalda. Gonzalo se quitó la ropa mojada y se secó.
-Mi amor… -le susurró al oído al acostarse junto a ella.
Margarita se incorporó, apagó la vela que tenía en su mesilla y se volvió a recostar sin mirarle ni dirigirle la palabra. Gonzalo supo que nada de lo que dijese en aquel instante la contentaría. Suspiró y se tapó con las sábanas y las mantas. Estaba aterido de frío y deseaba sentir su calor, pero también temía su rechazo.
-Buenas noches… -musitó, acariciándole uno de sus mechones.
Margarita ni se inmutó. Las lágrimas surcaron sus mejillas y una sensación de angustia se apoderó de todo su ser. “¿Por qué?” “¿Qué le estaba ocultando su marido?”, se preguntó. Las respuestas se las llevó la tormenta.
Gonzalo no pudo dormir en toda la noche. Percibió el desasosiego de ella, oyó sus sollozos y a punto estuvo varias veces de contarle toda la verdad, pero su instinto de guerrero se lo impidió. No podía preocuparla con los problemas que tenía Águila Roja. Su seguridad y la de su hijo eran lo más importante para él. Sin embargo, aquella mujer no había aparecido en el bosque y había provocado el primer disgusto entre Margarita y él. “¡Maldita sea!”, exclamó para sí. “¿Qué pretendía Beatriz de Villamediana?”, se preguntó irritado.
Cuando el alba comenzaba a rayar en el horizonte, Gonzalo se quedó adormilado. El sueño fue agitado. Vio a su madre en el Torreón de las Ánimas. Ella tocaba el arpa y le hacía gestos para que se acercara. Él vestía su traje de héroe. Sin embargo, al llegar junto a ella fue el rostro de Beatriz de Villamediana el que le sonrió. Él negó con la cabeza y la mujer expulsó serpientes por la boca. Gonzalo desenvainó su Katana y en ese instante la duquesa de Cornwall se transfiguró en un cuervo y echó a volar… Después, el Comisario le llevó hasta el lago y le mostró a Margarita, que se alejaba en una barca. Una espesa niebla rodeaba a su esposa, que mecía en sus brazos a una criatura. Ella le sonrió. El Águila Roja intentó cruzar el espacio que les separaba, pero no pudo. Su capa se enredó entre los matorrales que se convirtieron en brazos y manos huesudas que le impedían caminar… Luego, Satur y Alonso le llamaban desde la orilla. Los hombres de la Logia alzaban el Cáliz de la Santa Cena y obligaban a su hijo y a su fiel ayudante a beber el emponzoñado contenido…
-¡Nooooooooooooooo…! -gritó Gonzalo incorporándose en el lecho. Se llevó las manos al rostro.
Satur entró en la habitación, asustado.
-¡Amo! ¿Qué le pasa?
Gonzalo le miró. El corazón todavía le golpeaba en el pecho y la respiración le dolía pero aun así, habló:
-Tranquilo, Satur. Sólo ha sido una pesadilla.
-¿Una pesadilla…? Pues parecía que lo estaban matando…
El maestro tocó el lado que ocupaba su mujer en la cama. Estaba helado.
-¿Margarita…?
-Hace ya un buen rato que se marchó al palacio de la marquesa. Tenía una cara… -Hizo una mueca de contrariedad-. No quisiera estar yo en su pellejo, amo, porque la señora piensa que usted tiene un lío con otra…
-Lo sé -musitó el héroe de la Villa, que apartó las mantas y se levantó del lecho.
-¿Qué va a hacer?
-Pensaré en algo…
-Pues hágalo pronto porque Margarita tiene sospechas… Está equivocá, pero una mujer celosa no piensa con claridad… -Carraspeó-. Por cierto, ¿qué pasó con la arpía esa?
-No se presentó.
-¡La madre que la parió! Si yo tengo un ojo… Esa es una mala pécora, lo que yo le diga. La otra vez lo… ¡Maldita la hora en la que la conoció y usted tuvo la brillante idea de dejarla subir a…!
-¡Basta, Satur!
-Sí, si yo me callo… -Hizo como si se cosiera los labios con una aguja imaginaria. Aunque pronto se deshizo del invisible hilo y estalló-: ¡Pero no puedo callarme, las consecuencias están ahí…! Usted sin saber qué hacer y su mujer pensando lo que no es.
-Tengo que hablar con Juan.
-¿Con Juan? ¿Para qué?
-Juan de Calatrava es primo del rey y Beatriz me dijo que él había confiscado todas las propiedades de su familia paterna… ¿Por qué? –Miró fijamente a su amigo-. Recuerda, Satur, que Lope de Villamediana estaba prisionero en el castillo de Consuegra.
-Lo recuerdo, amo. Lo que no entiendo es qué tiene ver esto con lo que usted se trae entre manos y…
-Beatriz quiere que el Águila Roja asesine al rey de las Españas.
-¿Qué? –chilló Satur con el rostro desencajado-. Pe… Pero, usted eso no lo va a hacer, ¿o sí?
-¡Claro que no, Satur! Voy a hablar con Juan porque él tiene que conocer a los Villamediana. Impediré de alguna forma que los planes de esa mujer prosperen. ¿Entiendes?
-Comprendo, amo. Si esa gente tiene secretillos, usted los sacará a flote… -Sonrió-. ¡Usted es mi ídolo! –exclamó alegre.
-Sí, ya… -Le devolvió la sonrisa Gonzalo. Suspiró-. Pues este ídolo tuyo nunca ha estado tan mal como en este momento…
-Si me lo permite, amo… -Se le acercó y tras darle un cariñoso golpecito en el brazo izquierdo, le dijo-: El Águila Roja es un héroe al que muchos admiran y otros temen, pero usted, Gonzalo de Montalvo, el maestro del barrio de San Felipe, los tiene bien puestos.
Gonzalo le sonrió.
-Anda, tráeme un poco de agua para asearme. ¿Y Alonso? –le preguntó, mirando hacia la puerta de su habitación.
-Aún no se ha levantao.
-Yo le llamaré, no te preocupes.
Satur asintió y fue en busca del agua que había estado calentando en la chimenea. Poco después la vertía en la jofaina. Gonzalo vio uno de los pendientes de su mujer en la mesilla. Lo cogió y se lo llevó a los labios. Lo besó. No iba a permitir que nadie les separara. ¡Nunca! Se prometió.
Pero ella estaba enfadada y no le contestó. El rictus que tenía en su hermoso rostro se lo confirmó. Su esposa le entregó un lienzo para que se secara y después se acostó en la cama, dándole la espalda. Gonzalo se quitó la ropa mojada y se secó.
-Mi amor… -le susurró al oído al acostarse junto a ella.
Margarita se incorporó, apagó la vela que tenía en su mesilla y se volvió a recostar sin mirarle ni dirigirle la palabra. Gonzalo supo que nada de lo que dijese en aquel instante la contentaría. Suspiró y se tapó con las sábanas y las mantas. Estaba aterido de frío y deseaba sentir su calor, pero también temía su rechazo.
-Buenas noches… -musitó, acariciándole uno de sus mechones.
Margarita ni se inmutó. Las lágrimas surcaron sus mejillas y una sensación de angustia se apoderó de todo su ser. “¿Por qué?” “¿Qué le estaba ocultando su marido?”, se preguntó. Las respuestas se las llevó la tormenta.
Gonzalo no pudo dormir en toda la noche. Percibió el desasosiego de ella, oyó sus sollozos y a punto estuvo varias veces de contarle toda la verdad, pero su instinto de guerrero se lo impidió. No podía preocuparla con los problemas que tenía Águila Roja. Su seguridad y la de su hijo eran lo más importante para él. Sin embargo, aquella mujer no había aparecido en el bosque y había provocado el primer disgusto entre Margarita y él. “¡Maldita sea!”, exclamó para sí. “¿Qué pretendía Beatriz de Villamediana?”, se preguntó irritado.
Cuando el alba comenzaba a rayar en el horizonte, Gonzalo se quedó adormilado. El sueño fue agitado. Vio a su madre en el Torreón de las Ánimas. Ella tocaba el arpa y le hacía gestos para que se acercara. Él vestía su traje de héroe. Sin embargo, al llegar junto a ella fue el rostro de Beatriz de Villamediana el que le sonrió. Él negó con la cabeza y la mujer expulsó serpientes por la boca. Gonzalo desenvainó su Katana y en ese instante la duquesa de Cornwall se transfiguró en un cuervo y echó a volar… Después, el Comisario le llevó hasta el lago y le mostró a Margarita, que se alejaba en una barca. Una espesa niebla rodeaba a su esposa, que mecía en sus brazos a una criatura. Ella le sonrió. El Águila Roja intentó cruzar el espacio que les separaba, pero no pudo. Su capa se enredó entre los matorrales que se convirtieron en brazos y manos huesudas que le impedían caminar… Luego, Satur y Alonso le llamaban desde la orilla. Los hombres de la Logia alzaban el Cáliz de la Santa Cena y obligaban a su hijo y a su fiel ayudante a beber el emponzoñado contenido…
-¡Nooooooooooooooo…! -gritó Gonzalo incorporándose en el lecho. Se llevó las manos al rostro.
Satur entró en la habitación, asustado.
-¡Amo! ¿Qué le pasa?
Gonzalo le miró. El corazón todavía le golpeaba en el pecho y la respiración le dolía pero aun así, habló:
-Tranquilo, Satur. Sólo ha sido una pesadilla.
-¿Una pesadilla…? Pues parecía que lo estaban matando…
El maestro tocó el lado que ocupaba su mujer en la cama. Estaba helado.
-¿Margarita…?
-Hace ya un buen rato que se marchó al palacio de la marquesa. Tenía una cara… -Hizo una mueca de contrariedad-. No quisiera estar yo en su pellejo, amo, porque la señora piensa que usted tiene un lío con otra…
-Lo sé -musitó el héroe de la Villa, que apartó las mantas y se levantó del lecho.
-¿Qué va a hacer?
-Pensaré en algo…
-Pues hágalo pronto porque Margarita tiene sospechas… Está equivocá, pero una mujer celosa no piensa con claridad… -Carraspeó-. Por cierto, ¿qué pasó con la arpía esa?
-No se presentó.
-¡La madre que la parió! Si yo tengo un ojo… Esa es una mala pécora, lo que yo le diga. La otra vez lo… ¡Maldita la hora en la que la conoció y usted tuvo la brillante idea de dejarla subir a…!
-¡Basta, Satur!
-Sí, si yo me callo… -Hizo como si se cosiera los labios con una aguja imaginaria. Aunque pronto se deshizo del invisible hilo y estalló-: ¡Pero no puedo callarme, las consecuencias están ahí…! Usted sin saber qué hacer y su mujer pensando lo que no es.
-Tengo que hablar con Juan.
-¿Con Juan? ¿Para qué?
-Juan de Calatrava es primo del rey y Beatriz me dijo que él había confiscado todas las propiedades de su familia paterna… ¿Por qué? –Miró fijamente a su amigo-. Recuerda, Satur, que Lope de Villamediana estaba prisionero en el castillo de Consuegra.
-Lo recuerdo, amo. Lo que no entiendo es qué tiene ver esto con lo que usted se trae entre manos y…
-Beatriz quiere que el Águila Roja asesine al rey de las Españas.
-¿Qué? –chilló Satur con el rostro desencajado-. Pe… Pero, usted eso no lo va a hacer, ¿o sí?
-¡Claro que no, Satur! Voy a hablar con Juan porque él tiene que conocer a los Villamediana. Impediré de alguna forma que los planes de esa mujer prosperen. ¿Entiendes?
-Comprendo, amo. Si esa gente tiene secretillos, usted los sacará a flote… -Sonrió-. ¡Usted es mi ídolo! –exclamó alegre.
-Sí, ya… -Le devolvió la sonrisa Gonzalo. Suspiró-. Pues este ídolo tuyo nunca ha estado tan mal como en este momento…
-Si me lo permite, amo… -Se le acercó y tras darle un cariñoso golpecito en el brazo izquierdo, le dijo-: El Águila Roja es un héroe al que muchos admiran y otros temen, pero usted, Gonzalo de Montalvo, el maestro del barrio de San Felipe, los tiene bien puestos.
Gonzalo le sonrió.
-Anda, tráeme un poco de agua para asearme. ¿Y Alonso? –le preguntó, mirando hacia la puerta de su habitación.
-Aún no se ha levantao.
-Yo le llamaré, no te preocupes.
Satur asintió y fue en busca del agua que había estado calentando en la chimenea. Poco después la vertía en la jofaina. Gonzalo vio uno de los pendientes de su mujer en la mesilla. Lo cogió y se lo llevó a los labios. Lo besó. No iba a permitir que nadie les separara. ¡Nunca! Se prometió.
#311
02/10/2012 16:17
Luis de Ceballos dejó la pluma encima de la escribanía y luego vio cómo Laura de Montignac se levantaba del asiento y caminaba por el espacioso despacho. Su voz sonó suave, tranquilizadora…
-Tienes que calmarte, Laura…
Ella le miró. La ansiedad y el temor se reflejaban en sus acarameladas pupilas.
-¿Tú sabes lo que significa que esa joven…? –No pudo terminar la frase. Un sollozo escapó de sus labios.
El duque de Villalba se puso de pie y la abrazó, consolándola.
-Sé cómo te sientes… Pero…
-Irene de Mendoza tiene mi prendedor, Luis. ¡Mi prendedor! –exclamó mirándole a los ojos.
-Escúchame, Laura… -Asió con ternura el abatido rostro-. Investigaré y descubriré si ella es tu hija, te lo juro.
-Luis… ¿Por qué Agustín se la entregó a ese miserable? ¿Por qué? –le preguntó con el dolor punzando por sus venas.
-No sé qué decirte, Laura. No sé…
-Agustín me volvió a traicionar… -Sollozó, abrazada a su fiel amigo-. No puedo soportarlo, no puedo…
Más tarde, cuando Laura se había sosegado y se tomaba a pequeños sorbos una tisana de hierba luisa, el duque volvió a hablar:
-¿Y Anabel Sánchez? ¿No quieres que indague sobre su vida?
Laura le miró. En aquellos terribles días que habían transcurrido desde que viera su prendedor y conociera a Irene de Mendoza, había olvidado completamente a su doncella.
-Anabel… -susurró.
-Me dijiste que habías tenido un pálpito con ella y que te recordaba a tu madre…
-Sí. –Suspiró-. Pero ahora no sé qué pensar.
-Tienes que calmarte, Laura…
Ella le miró. La ansiedad y el temor se reflejaban en sus acarameladas pupilas.
-¿Tú sabes lo que significa que esa joven…? –No pudo terminar la frase. Un sollozo escapó de sus labios.
El duque de Villalba se puso de pie y la abrazó, consolándola.
-Sé cómo te sientes… Pero…
-Irene de Mendoza tiene mi prendedor, Luis. ¡Mi prendedor! –exclamó mirándole a los ojos.
-Escúchame, Laura… -Asió con ternura el abatido rostro-. Investigaré y descubriré si ella es tu hija, te lo juro.
-Luis… ¿Por qué Agustín se la entregó a ese miserable? ¿Por qué? –le preguntó con el dolor punzando por sus venas.
-No sé qué decirte, Laura. No sé…
-Agustín me volvió a traicionar… -Sollozó, abrazada a su fiel amigo-. No puedo soportarlo, no puedo…
Más tarde, cuando Laura se había sosegado y se tomaba a pequeños sorbos una tisana de hierba luisa, el duque volvió a hablar:
-¿Y Anabel Sánchez? ¿No quieres que indague sobre su vida?
Laura le miró. En aquellos terribles días que habían transcurrido desde que viera su prendedor y conociera a Irene de Mendoza, había olvidado completamente a su doncella.
-Anabel… -susurró.
-Me dijiste que habías tenido un pálpito con ella y que te recordaba a tu madre…
-Sí. –Suspiró-. Pero ahora no sé qué pensar.
#312
02/10/2012 16:18
Luis de Ceballos le sonrió con ternura.
-Si tú quieres investigaré a las dos.
-Sí, hazlo. Además, le he prometido a Anabel que velaré por ella. Ese canalla de Mendoza no le hará daño… -Una sonrisa iluminó su mirada-, hablé con Gonzalo y me dijo que la ayudaría. Mi hijo es un hombre maravilloso, Luis. –El caballero le apretó la mano-. Pero… Hernán y él no se soportan… ¿Te imaginas el dolor que me produce verles así? Hernán adoraba a su hermano, vigilaba su sueño, le protegía...
-¿Por qué no le dices al Comisario que eres su madre?
-Aún no es el momento, Luis. Tengo que ir ganándome su afecto poco a poco. Hernán mastica el odio y yo tengo miedo de que no me acepte.
-¿Por qué no te iba a aceptar? Tú has sido una víctima, igual que ellos.
-Hernán sabe quién es su padre y le detesta. -Le miró sin pestañear-. ¿Y si le ocurre lo mismo conmigo?
Luis se echó hacia atrás en su asiento. Suspiró y luego le contestó:
-A ti nunca podría odiarte, Laura. ¡Os separaron! Ha vivido una mentira todos estos años. ¿Por qué crees que aborrece a su padre? –Laura no le respondió y él prosiguió-. Hernán le culpa de todas sus desgracias, de las presuntas muertes de su hermano y de la tuya, de no aceptarle como hijo…
-¿Cómo pudo ser tan cruel con nosotros? Si sólo me hubiese repudiado a mí, pero… ¿A sus hijos?
-El miedo, a veces, atenaza a los poderosos, Laura.
-Nunca se lo perdonaré. ¡Nunca! –exclamó con gesto firme.
Luis de Ceballos tragó saliva. Sabía que Laura consumaría su venganza aunque le costara la vida. Aun así, le preguntó:
-¿Y Mendoza? ¿Vas a seguir amargándole la existencia?
Una sonrisa histriónica se formó en la comisura de los labios femeninos.
-Si, mi intención es esa. Quiero verle humillado ante mí, hundido en la miseria, sin el nombre y los apellidos que utiliza para engañar a los demás… El día que vuelva a ser Jonás López, me sentiré liberada del sufrimiento. –Laura dejó la taza de porcelana encima de la mesa. Suspiró y, a continuación, dijo-: Sé que a Felipe no puedo hacerle lo mismo, pero algún día, Luis, le escupiré todo mi odio a la cara, y te juro que ese día el rey de las Españas no lo olvidará jamás.
El duque de Villalba suspiró. Ella buscó en su bolsito algo. Sacó la nota lacrada sin ningún sello. Se la entregó a Luis de Ceballos.
-Si tú quieres investigaré a las dos.
-Sí, hazlo. Además, le he prometido a Anabel que velaré por ella. Ese canalla de Mendoza no le hará daño… -Una sonrisa iluminó su mirada-, hablé con Gonzalo y me dijo que la ayudaría. Mi hijo es un hombre maravilloso, Luis. –El caballero le apretó la mano-. Pero… Hernán y él no se soportan… ¿Te imaginas el dolor que me produce verles así? Hernán adoraba a su hermano, vigilaba su sueño, le protegía...
-¿Por qué no le dices al Comisario que eres su madre?
-Aún no es el momento, Luis. Tengo que ir ganándome su afecto poco a poco. Hernán mastica el odio y yo tengo miedo de que no me acepte.
-¿Por qué no te iba a aceptar? Tú has sido una víctima, igual que ellos.
-Hernán sabe quién es su padre y le detesta. -Le miró sin pestañear-. ¿Y si le ocurre lo mismo conmigo?
Luis se echó hacia atrás en su asiento. Suspiró y luego le contestó:
-A ti nunca podría odiarte, Laura. ¡Os separaron! Ha vivido una mentira todos estos años. ¿Por qué crees que aborrece a su padre? –Laura no le respondió y él prosiguió-. Hernán le culpa de todas sus desgracias, de las presuntas muertes de su hermano y de la tuya, de no aceptarle como hijo…
-¿Cómo pudo ser tan cruel con nosotros? Si sólo me hubiese repudiado a mí, pero… ¿A sus hijos?
-El miedo, a veces, atenaza a los poderosos, Laura.
-Nunca se lo perdonaré. ¡Nunca! –exclamó con gesto firme.
Luis de Ceballos tragó saliva. Sabía que Laura consumaría su venganza aunque le costara la vida. Aun así, le preguntó:
-¿Y Mendoza? ¿Vas a seguir amargándole la existencia?
Una sonrisa histriónica se formó en la comisura de los labios femeninos.
-Si, mi intención es esa. Quiero verle humillado ante mí, hundido en la miseria, sin el nombre y los apellidos que utiliza para engañar a los demás… El día que vuelva a ser Jonás López, me sentiré liberada del sufrimiento. –Laura dejó la taza de porcelana encima de la mesa. Suspiró y, a continuación, dijo-: Sé que a Felipe no puedo hacerle lo mismo, pero algún día, Luis, le escupiré todo mi odio a la cara, y te juro que ese día el rey de las Españas no lo olvidará jamás.
El duque de Villalba suspiró. Ella buscó en su bolsito algo. Sacó la nota lacrada sin ningún sello. Se la entregó a Luis de Ceballos.
#313
02/10/2012 16:19
-Lo haremos como la otra vez. La carta le llegará a su palacete y no sabrá quién se la ha enviado.
Luis asintió.
-Fermín se vestirá de campesino y se la entregará a uno de esos pequeños que juegan en las calles. El niño la llevará a la casa del cardenal y luego le pagará con algunas monedas. –Le sonrió-. ¿Qué le has escrito?
-Una frase que él conoce a la perfección y que le traerá recuerdos nefastos… -murmuró enigmática.
-Aquella cita bíblica que sor Micaela… -Ella asintió. Luis le sonrió y le dijo-: Admiro tu valentía, Laura. El rey y Mendoza podrían descubrirte y no veo ningún signo de flaqueza en ti. ¿Cómo haces para mantenerte con esa entereza?
-Mis hijos son los que me dan esa fuerza, Luis. Además, ni el rey ni Mendoza sospechan que yo estoy detrás de este asunto. Juego con esa ventaja en el imaginario tablero de ajedrez en el que se ha convertido mi vida. Cuando se quieran dar cuenta de ello, será demasiado tarde porque mi reina habrá hecho jaque mate.
Luis de Ceballos le sonrió.
-Tu padre te enseñó a jugar muy bien al ajedrez y a visionar las estrategias en los campos de batalla. Recuerdo que siempre me ganabas en ambos juegos.
Ella le devolvió la sonrisa.
-Phillipe de Montignac fue un excelente estratega. Mis hijos han heredado su sutileza y la habilidad con las armas.
El duque frunció el ceño.
-Entiendo lo de Hernán, pero… ¿Gonzalo no se dedica a la enseñanza?
-Sí. –Laura se echó hacia delante y asió las manos de su amigo de la infancia-. Mon aigle, voy a contarte otro secreto de los Montignac… Confío plenamente en ti y sé que jamás se lo revelarías a nadie.
-Laura, aunque la Santa Inquisición me torturara, yo nunca diría nada sobre tu familia o sobre ti.
-Lo sé. –Ella le sonrió.
-Mi hijo Gonzalo es el Águila Roja.
Luis arqueó las cejas sorprendido.
-¿Cómo lo sabes? ¿Te lo ha dicho él?
-No. Anabel me habló del Águila Roja y cuando lo hizo sentí algo especial como si ya lo supiese. Luego fui buscando información y comprendí que tras ese héroe se ocultaba mi hijo. Agustín debió instruirle. –Suspiró-. Sé que Gonzalo viajó por Oriente y que regresó a la Villa años después. El escudo que luce en su traje de héroe es el de mi familia -musitó entusiasmada-. Unos pequeños lo dibujaron en sus cuadernos y yo lo vi. Sin embargo, no sé si Agustín le explicó quién era, si conoce el pasado de los Montignac, si tiene recuerdos de los encierros…
-Nunca he visto a ese enmascarado, pero dicen que las tácticas que utiliza nunca fueron vistas en las Españas.
-Sé que Gonzalo y el Águila Roja son la misma persona. Lo sé, Luis.
El duque de Villalba le apretó, cariñosamente, la mano que ella le ofreció.
-Entonces, siéntete orgullosa de tu hijo porque es un digno heredero del legado de los Montignac.
Laura suspiró y sintió que desde algún lugar Philippe, su adorado padre, le sonreía y alentaba sus pasos para que ella fuera la vencedora de aquella imaginaria partida…
Continuará... Besosssssssssssssssssssss a todas. MJ.
Luis asintió.
-Fermín se vestirá de campesino y se la entregará a uno de esos pequeños que juegan en las calles. El niño la llevará a la casa del cardenal y luego le pagará con algunas monedas. –Le sonrió-. ¿Qué le has escrito?
-Una frase que él conoce a la perfección y que le traerá recuerdos nefastos… -murmuró enigmática.
-Aquella cita bíblica que sor Micaela… -Ella asintió. Luis le sonrió y le dijo-: Admiro tu valentía, Laura. El rey y Mendoza podrían descubrirte y no veo ningún signo de flaqueza en ti. ¿Cómo haces para mantenerte con esa entereza?
-Mis hijos son los que me dan esa fuerza, Luis. Además, ni el rey ni Mendoza sospechan que yo estoy detrás de este asunto. Juego con esa ventaja en el imaginario tablero de ajedrez en el que se ha convertido mi vida. Cuando se quieran dar cuenta de ello, será demasiado tarde porque mi reina habrá hecho jaque mate.
Luis de Ceballos le sonrió.
-Tu padre te enseñó a jugar muy bien al ajedrez y a visionar las estrategias en los campos de batalla. Recuerdo que siempre me ganabas en ambos juegos.
Ella le devolvió la sonrisa.
-Phillipe de Montignac fue un excelente estratega. Mis hijos han heredado su sutileza y la habilidad con las armas.
El duque frunció el ceño.
-Entiendo lo de Hernán, pero… ¿Gonzalo no se dedica a la enseñanza?
-Sí. –Laura se echó hacia delante y asió las manos de su amigo de la infancia-. Mon aigle, voy a contarte otro secreto de los Montignac… Confío plenamente en ti y sé que jamás se lo revelarías a nadie.
-Laura, aunque la Santa Inquisición me torturara, yo nunca diría nada sobre tu familia o sobre ti.
-Lo sé. –Ella le sonrió.
-Mi hijo Gonzalo es el Águila Roja.
Luis arqueó las cejas sorprendido.
-¿Cómo lo sabes? ¿Te lo ha dicho él?
-No. Anabel me habló del Águila Roja y cuando lo hizo sentí algo especial como si ya lo supiese. Luego fui buscando información y comprendí que tras ese héroe se ocultaba mi hijo. Agustín debió instruirle. –Suspiró-. Sé que Gonzalo viajó por Oriente y que regresó a la Villa años después. El escudo que luce en su traje de héroe es el de mi familia -musitó entusiasmada-. Unos pequeños lo dibujaron en sus cuadernos y yo lo vi. Sin embargo, no sé si Agustín le explicó quién era, si conoce el pasado de los Montignac, si tiene recuerdos de los encierros…
-Nunca he visto a ese enmascarado, pero dicen que las tácticas que utiliza nunca fueron vistas en las Españas.
-Sé que Gonzalo y el Águila Roja son la misma persona. Lo sé, Luis.
El duque de Villalba le apretó, cariñosamente, la mano que ella le ofreció.
-Entonces, siéntete orgullosa de tu hijo porque es un digno heredero del legado de los Montignac.
Laura suspiró y sintió que desde algún lugar Philippe, su adorado padre, le sonreía y alentaba sus pasos para que ella fuera la vencedora de aquella imaginaria partida…
Continuará... Besosssssssssssssssssssss a todas. MJ.
#314
02/10/2012 17:02
madre mía, como se está poniendo el tema ....
#315
04/10/2012 08:40
mmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmmm
estoy que me subo por las paredes de la intriga....
estoy que me subo por las paredes de la intriga....
#316
04/10/2012 15:29
Kaley, Selene, pues sigue, la intriga sigue. Cuelgo lo siguiente. Hoy os pondré un poquito más para ponerme al día. Espero que os siga gustando. Besosssssssssssssssssssssss... Disfrutad del próximo finde. MJ.
#317
04/10/2012 15:31
CONFÍA EN MÍ
Tras finalizar las clases, Gonzalo se dirigió al palacio de la marquesa de Santillana. Entró en las cocinas donde las criadas se afanaban en preparar el almuerzo que servirían aquel día. El fuego crepitaba en el hogar, las ollas burbujeaban, el olor del pan horneándose se mezclaba con el de las ocas que giraban en unos espetones... Todo parecía que estaba calculado para que los señores comieran a la hora convenida. Catalina, que estaba haciendo los postres, levantó la cabeza y le dijo:
-Gonzalo, ¿qué haces por aquí?
-Vine en busca de Margarita.
-Está arriba cosiéndole un no se qué a la señora, ya sabes como es de puntillosa…
-Sí.
-Siéntate y la esperas. ¿Quieres tomar algo?
-No, gracias.
Él se acomodó en una de las sillas que su amiga le señaló. Catalina llamó a una de las muchachas.
-¡Marta!
-Dime, Catalina.
-Sube y dile a Margarita que su esposo está aquí.
Marta miró con el rabillo del ojo al atractivo marido de Margarita y después subió los peldaños que conducían hacia la planta alta del palacio. Las otras jóvenes cuchicheaban sin de dejar de contemplar a Gonzalo. Catalina las hizo callar:
-¡Ya está bien de tanta cháchara! ¡Pilarica, ve a recoger la colada y tú Herminia barre el patio que he visto que hay muchas hojas secas! ¡Vamos!
Las sirvientas la obedecieron inmediatamente. Gonzalo habló:
-¡Pobres, te temen! –Sonrió.
Ella echó azúcar a las natillas y le respondió:
-Esas son todas unas descarás… ¿No has visto cómo te echaban el ojo?
Gonzalo rió.
-Tú ríete, pero a Margarita no le hará ni pizca de gracia. Por cierto, ¿qué le pasa? Está de un humor que cualquiera se atreve a contradecirla...
Gonzalo se puso serio.
-Nada. Un malentendido.
Catalina dejó de batir los huevos para el bizcocho de limón que le gustaba a la duquesa de Cornwall. Frunció el ceño.
-La primera peleílla de casaos, ¿no?
-Realmente no ha pasado eso…
-Yo recuerdo mis enfados con Floro y luego las reconciliaciones, así que no te preocupes… Todo se solucionará, que Margarita y tú estáis muy enamoraicos.
-Sí. –Le sonrió-. ¿Cómo te encuentras tú, Catalina?
Ella se encogió de hombros.
-Unos días mejor, Gonzalo, otros ni me levantaría de la cama, pero hago tripas de corazón y por mi Murillo me vengo a trabajar.
-Necesitas un poco de tiempo para curar las heridas. Además, ahí está Cipri, que te ama y que desea formalizar vuestra relación.
Su amiga negó con un ligero movimiento de su cabeza. Gonzalo arqueó las cejas sorprendido.
-Pensé que ibais a casaros y…
-Me siento tan culpable, Gonzalo.
-¿Por qué? Amar no es ningún pecado.
Catalina sonrió.
-Eso mismo me dijo Margarita…
Gonzalo se puso de pie y se acercó hasta la mesa tocinera. Acarició con ternura las mejillas manchadas de harina de su amiga.
-Bríndate la oportunidad de ser feliz. Cipri es un buen hombre y sé que querrá a Murillo como si fuese su hijo.
Tras finalizar las clases, Gonzalo se dirigió al palacio de la marquesa de Santillana. Entró en las cocinas donde las criadas se afanaban en preparar el almuerzo que servirían aquel día. El fuego crepitaba en el hogar, las ollas burbujeaban, el olor del pan horneándose se mezclaba con el de las ocas que giraban en unos espetones... Todo parecía que estaba calculado para que los señores comieran a la hora convenida. Catalina, que estaba haciendo los postres, levantó la cabeza y le dijo:
-Gonzalo, ¿qué haces por aquí?
-Vine en busca de Margarita.
-Está arriba cosiéndole un no se qué a la señora, ya sabes como es de puntillosa…
-Sí.
-Siéntate y la esperas. ¿Quieres tomar algo?
-No, gracias.
Él se acomodó en una de las sillas que su amiga le señaló. Catalina llamó a una de las muchachas.
-¡Marta!
-Dime, Catalina.
-Sube y dile a Margarita que su esposo está aquí.
Marta miró con el rabillo del ojo al atractivo marido de Margarita y después subió los peldaños que conducían hacia la planta alta del palacio. Las otras jóvenes cuchicheaban sin de dejar de contemplar a Gonzalo. Catalina las hizo callar:
-¡Ya está bien de tanta cháchara! ¡Pilarica, ve a recoger la colada y tú Herminia barre el patio que he visto que hay muchas hojas secas! ¡Vamos!
Las sirvientas la obedecieron inmediatamente. Gonzalo habló:
-¡Pobres, te temen! –Sonrió.
Ella echó azúcar a las natillas y le respondió:
-Esas son todas unas descarás… ¿No has visto cómo te echaban el ojo?
Gonzalo rió.
-Tú ríete, pero a Margarita no le hará ni pizca de gracia. Por cierto, ¿qué le pasa? Está de un humor que cualquiera se atreve a contradecirla...
Gonzalo se puso serio.
-Nada. Un malentendido.
Catalina dejó de batir los huevos para el bizcocho de limón que le gustaba a la duquesa de Cornwall. Frunció el ceño.
-La primera peleílla de casaos, ¿no?
-Realmente no ha pasado eso…
-Yo recuerdo mis enfados con Floro y luego las reconciliaciones, así que no te preocupes… Todo se solucionará, que Margarita y tú estáis muy enamoraicos.
-Sí. –Le sonrió-. ¿Cómo te encuentras tú, Catalina?
Ella se encogió de hombros.
-Unos días mejor, Gonzalo, otros ni me levantaría de la cama, pero hago tripas de corazón y por mi Murillo me vengo a trabajar.
-Necesitas un poco de tiempo para curar las heridas. Además, ahí está Cipri, que te ama y que desea formalizar vuestra relación.
Su amiga negó con un ligero movimiento de su cabeza. Gonzalo arqueó las cejas sorprendido.
-Pensé que ibais a casaros y…
-Me siento tan culpable, Gonzalo.
-¿Por qué? Amar no es ningún pecado.
Catalina sonrió.
-Eso mismo me dijo Margarita…
Gonzalo se puso de pie y se acercó hasta la mesa tocinera. Acarició con ternura las mejillas manchadas de harina de su amiga.
-Bríndate la oportunidad de ser feliz. Cipri es un buen hombre y sé que querrá a Murillo como si fuese su hijo.
#318
04/10/2012 15:32
El ama de llaves suspiró. En ese instante, Margarita apareció en las cocinas. Su rostro, ojeroso y serio, evidenciaba la mala noche que había pasado. Se miraron. Catalina carraspeó y dijo:
-¡Anda, hija, si has terminado con la costura vete con Gonzalo, que ha venido a buscarte!
Margarita tragó saliva antes de hablar:
-No hacía falta que vinieras, Gonzalo. Sé irme sola a casa.
Él fue a responderle, pero Catalina se le adelantó:
-¡Ay, alma de cántaro, para una vez que puedes presumir de marido y sales por peteneras! Que todas las chiquillas estaban alborotás con Gonzalo aquí.
Margarita hizo un mohín con los labios y luego exclamó.
-¡Voy a cambiarme!
Pasó por el lado de su esposo sin rozarle. Gonzalo suspiró.
-¿Qué he dicho?
-No te preocupes. Tiene un mal día.
-Desde luego que sí.
Minutos después, la pareja salía de las cocinas del palacio. Se cruzaron con las sirvientas, que les saludaron con cierto rubor en las mejillas. Margarita se arrebujó en su mantilla de lana, pues un viento húmedo comenzó a soplar y a levantar las hojarascas que Herminia había barrido minutos antes. Éstas las había arrojado en un cubo, pero el viento lo cayó y alfombraron de nuevo el patio. Gonzalo andaba varios pasos detrás de su mujer. Empezaron a caer gotas de lluvia. Él se puso a su lado y asió uno de los brazos femeninos. Se miraron. El olor de la tierra mojada les envolvió. Se refugiaron en los soportales. Gonzalo acarició el rostro de su esposa y se perdió en las profundidades de los oscuros ojos.
-No hay ninguna otra mujer ni la habrá nunca. Te amo, Margarita.
Ella parpadeó para contener las lágrimas.
-¿Por qué no me quisiste decir anoche dónde estuviste?
Gonzalo se mojó el labio inferior con la punta de la lengua y después le contestó:
-Mademoiselle Lorelle me pidió que ayudara a una persona que tiene problemas… -musitó, diciéndole una verdad a medias.
-Sabes que puedes confiar en mí, ¿por qué no me lo explicaste como lo estás haciendo ahora?
-No quiero que sufras por culpa de algo que puedo solucionar yo.
-Gonzalo, cuéntamelo por favor…
-Está bien. Un canalla quiso abusar de Anabel Sánchez, la doncella de mademoiselle Gaudet.
-¡Dios mío! –exclamó ella llevándose las manos a la boca.
-Mademoiselle la ha llevado a un lugar seguro, pero Anabel quiere ganarse la vida trabajando. Voy a hablar con Juan para que la acepte en el hospital. –Margarita asintió-. Y he pensado que a nosotros nos sobra una habitación en la casa. Mademoiselle Lorelle correría con los gastos de manutención de esa joven. Nos vendría muy bien ese…
-Sí. –pronunció, interrumpiéndole.
-¿Estás de acuerdo?
-Sí, mi amor. –Le sonrió, acariciándole la mejilla izquierda.
Gonzalo la atrajo hasta su cuerpo. Sus labios se fundieron en los de Margarita. Ella gimió, abrazándose aún más a él.
Desde uno de los ventanales, la marquesa de Santillana les observaba ceñuda. No soportaba ver cómo Gonzalo de Montalvo besaba con pasión a su esposa. Apretó los nudillos hasta clavarse las uñas en la piel. Miró a la duquesa de Cornwall, que jugaba una partida de damas con Nuño. Sonrió maquiavélica. Pronto la desdicha se instalaría en la vida de Margarita Hernando. “¡Sí!”, se dijo triunfal, apartándose de los cristales que comenzaban a empañarse…
-¡Anda, hija, si has terminado con la costura vete con Gonzalo, que ha venido a buscarte!
Margarita tragó saliva antes de hablar:
-No hacía falta que vinieras, Gonzalo. Sé irme sola a casa.
Él fue a responderle, pero Catalina se le adelantó:
-¡Ay, alma de cántaro, para una vez que puedes presumir de marido y sales por peteneras! Que todas las chiquillas estaban alborotás con Gonzalo aquí.
Margarita hizo un mohín con los labios y luego exclamó.
-¡Voy a cambiarme!
Pasó por el lado de su esposo sin rozarle. Gonzalo suspiró.
-¿Qué he dicho?
-No te preocupes. Tiene un mal día.
-Desde luego que sí.
Minutos después, la pareja salía de las cocinas del palacio. Se cruzaron con las sirvientas, que les saludaron con cierto rubor en las mejillas. Margarita se arrebujó en su mantilla de lana, pues un viento húmedo comenzó a soplar y a levantar las hojarascas que Herminia había barrido minutos antes. Éstas las había arrojado en un cubo, pero el viento lo cayó y alfombraron de nuevo el patio. Gonzalo andaba varios pasos detrás de su mujer. Empezaron a caer gotas de lluvia. Él se puso a su lado y asió uno de los brazos femeninos. Se miraron. El olor de la tierra mojada les envolvió. Se refugiaron en los soportales. Gonzalo acarició el rostro de su esposa y se perdió en las profundidades de los oscuros ojos.
-No hay ninguna otra mujer ni la habrá nunca. Te amo, Margarita.
Ella parpadeó para contener las lágrimas.
-¿Por qué no me quisiste decir anoche dónde estuviste?
Gonzalo se mojó el labio inferior con la punta de la lengua y después le contestó:
-Mademoiselle Lorelle me pidió que ayudara a una persona que tiene problemas… -musitó, diciéndole una verdad a medias.
-Sabes que puedes confiar en mí, ¿por qué no me lo explicaste como lo estás haciendo ahora?
-No quiero que sufras por culpa de algo que puedo solucionar yo.
-Gonzalo, cuéntamelo por favor…
-Está bien. Un canalla quiso abusar de Anabel Sánchez, la doncella de mademoiselle Gaudet.
-¡Dios mío! –exclamó ella llevándose las manos a la boca.
-Mademoiselle la ha llevado a un lugar seguro, pero Anabel quiere ganarse la vida trabajando. Voy a hablar con Juan para que la acepte en el hospital. –Margarita asintió-. Y he pensado que a nosotros nos sobra una habitación en la casa. Mademoiselle Lorelle correría con los gastos de manutención de esa joven. Nos vendría muy bien ese…
-Sí. –pronunció, interrumpiéndole.
-¿Estás de acuerdo?
-Sí, mi amor. –Le sonrió, acariciándole la mejilla izquierda.
Gonzalo la atrajo hasta su cuerpo. Sus labios se fundieron en los de Margarita. Ella gimió, abrazándose aún más a él.
Desde uno de los ventanales, la marquesa de Santillana les observaba ceñuda. No soportaba ver cómo Gonzalo de Montalvo besaba con pasión a su esposa. Apretó los nudillos hasta clavarse las uñas en la piel. Miró a la duquesa de Cornwall, que jugaba una partida de damas con Nuño. Sonrió maquiavélica. Pronto la desdicha se instalaría en la vida de Margarita Hernando. “¡Sí!”, se dijo triunfal, apartándose de los cristales que comenzaban a empañarse…
#319
04/10/2012 15:32
Juan de Calatrava llevó la jarra de vino hasta la mesa que ocupaban Gonzalo y él en la posada del Rana. Álvaro se había quedado en el hospital cuidando a los enfermos.
-Entonces, ¿crees que esa joven puede sernos útil?
-Sí. Confío en la palabra de la dama que la protege.
-¿Cómo dices que se llama, Gonzalo?
-Anabel Sánchez.
-La verdad es que nos vendría bien. Cada vez tenemos más pacientes y no damos a basto.
-¿Le digo que vaya a veros?
-Sí. -Le sonrió.
-Te lo agradezco, Juan. Sé que no os vais a arrepentir.
-Si fuera partera sería perfecto.
-¿Tenéis algún problema con la señora Amparo?
-No, pero ella se marcha a vivir a Toledo después de Nochebuena y aunque Álvaro y yo podemos ayudar a nacer a una criatura, siempre la partera es necesaria.
-Claro, te entiendo.
-Bueno, ya lo solucionaremos.
Juan se llevó la jarra a los labios y bebió un largo sorbo. Luego volvió a hablar:
-¿Qué otra cosa querías preguntarme, Gonzalo?
El maestro del barrio de San Felipe dejó su jarra encima de la mesa. Carraspeó y dijo:
-Puede que te extrañe esta pregunta, pero créeme que si te la hago es por una causa justa. ¿Tú conocías a Lope de Villamediana?
Juan dejó de beber. La sonrisa desapareció de su semblante.
-¿Qué sabes tú de esa familia?
-Nada. Por eso te lo pregunto a ti.
-Ese nombre está maldecido en la corte… -musitó, bajando la voz-. ¿Comprendes?
-Un amigo mío tiene un problema relacionado con esa familia y yo quiero ayudarle, Juan. ¿Qué ocurrió para que los Villamediana fueran desterrados del reino y sus tierras confiscadas?
Juan le miró fijamente. Gonzalo volvió a hablar:
-Mi amigo te lo agradecería y yo también.
El duque de Velasco y Fonseca echó los hombros hacia delante y después manifestó:
-Júrame que no mencionarás nunca lo que te voy a contar…
Gonzalo asintió.
-Lope de Villamediana era uno de los ministros de su majestad. Mi primo confiaba plenamente en su habilidad diplomática y en su disposición para resolver los problemas entre los estados, por eso le nombró embajador del reino en Inglaterra. Allí Lope conoció a una distinguida aristócrata inglesa y se casó con ella. Creo que tuvieron una hija… -Juan se llevó una de las manos a su rapada cabeza-, después él regresó durante un tiempo a la corte. No sé qué ocurrió entre el rey y Villamediana, pero Felipe IV lo acusó de ser un judeoconverso.
-¿Un judío? –le interrumpió Gonzalo con asombro.
-Sí. La Santa Inquisición descubrió que durante generaciones los Villamediana habían practicado en secreto la religión hebrea. Lope fue condenado y conducido al castillo de Consuegra, pero le rescataron… -Gonzalo se llevó la mano al mentón. Él había sido el que había liberado al padre de Beatriz. Frunció el ceño. Juan prosiguió-. A los Villamediana les decomisaron sus propiedades y se les prohibió regresar a las Españas.
-Entonces, ¿crees que esa joven puede sernos útil?
-Sí. Confío en la palabra de la dama que la protege.
-¿Cómo dices que se llama, Gonzalo?
-Anabel Sánchez.
-La verdad es que nos vendría bien. Cada vez tenemos más pacientes y no damos a basto.
-¿Le digo que vaya a veros?
-Sí. -Le sonrió.
-Te lo agradezco, Juan. Sé que no os vais a arrepentir.
-Si fuera partera sería perfecto.
-¿Tenéis algún problema con la señora Amparo?
-No, pero ella se marcha a vivir a Toledo después de Nochebuena y aunque Álvaro y yo podemos ayudar a nacer a una criatura, siempre la partera es necesaria.
-Claro, te entiendo.
-Bueno, ya lo solucionaremos.
Juan se llevó la jarra a los labios y bebió un largo sorbo. Luego volvió a hablar:
-¿Qué otra cosa querías preguntarme, Gonzalo?
El maestro del barrio de San Felipe dejó su jarra encima de la mesa. Carraspeó y dijo:
-Puede que te extrañe esta pregunta, pero créeme que si te la hago es por una causa justa. ¿Tú conocías a Lope de Villamediana?
Juan dejó de beber. La sonrisa desapareció de su semblante.
-¿Qué sabes tú de esa familia?
-Nada. Por eso te lo pregunto a ti.
-Ese nombre está maldecido en la corte… -musitó, bajando la voz-. ¿Comprendes?
-Un amigo mío tiene un problema relacionado con esa familia y yo quiero ayudarle, Juan. ¿Qué ocurrió para que los Villamediana fueran desterrados del reino y sus tierras confiscadas?
Juan le miró fijamente. Gonzalo volvió a hablar:
-Mi amigo te lo agradecería y yo también.
El duque de Velasco y Fonseca echó los hombros hacia delante y después manifestó:
-Júrame que no mencionarás nunca lo que te voy a contar…
Gonzalo asintió.
-Lope de Villamediana era uno de los ministros de su majestad. Mi primo confiaba plenamente en su habilidad diplomática y en su disposición para resolver los problemas entre los estados, por eso le nombró embajador del reino en Inglaterra. Allí Lope conoció a una distinguida aristócrata inglesa y se casó con ella. Creo que tuvieron una hija… -Juan se llevó una de las manos a su rapada cabeza-, después él regresó durante un tiempo a la corte. No sé qué ocurrió entre el rey y Villamediana, pero Felipe IV lo acusó de ser un judeoconverso.
-¿Un judío? –le interrumpió Gonzalo con asombro.
-Sí. La Santa Inquisición descubrió que durante generaciones los Villamediana habían practicado en secreto la religión hebrea. Lope fue condenado y conducido al castillo de Consuegra, pero le rescataron… -Gonzalo se llevó la mano al mentón. Él había sido el que había liberado al padre de Beatriz. Frunció el ceño. Juan prosiguió-. A los Villamediana les decomisaron sus propiedades y se les prohibió regresar a las Españas.
#320
04/10/2012 15:33
Gonzalo se apoyó en el respaldo de la silla y le preguntó:
-¿Qué ocurriría si alguien de esa familia volviera a la Villa?
-Sería llevado ante la Justicia.
El maestro se pasó el dedo índice de la mano derecha por el labio inferior. Juan de Calatrava terminó de beber el contenido de su recipiente. Después dijo:
-Además, creo que la hija de Lope hizo algo que la familia inglesa trató de ocultar…
-¿Qué hizo? –preguntó Gonzalo interesado.
-No lo sé con seguridad, eso te lo puede decir Álvaro. Una tía suya está casada con un lord inglés. Seguramente todo tendrá que ver con un oscuro secreto familiar… Los ingleses son reservados y muy dados a encubrir sus miserias… -Sonrió y, a continuación, le preguntó-: ¿Qué le ha pasado a tu conocido?
El marido de Margarita pensó rápidamente en un pretexto creíble. Se aclaró la garganta antes de contestar al médico:
-Hace años que compró unas tierras colindantes a las de esa familia, y ahora se las quieren quitar porque según reclama el actual propietario del castillo de los Villamediana, le pertenecen a él.
-Es un asunto complicado… -musitó el médico tras suspirar.
-De todas formas, Juan, te agradezco lo que me has contado. Lo creas o no me ha servido de mucho y trataré de aconsejar a mi amigo lo mejor que pueda. Si no te importa, luego me pasaré por el hospital. Me interesaría saber qué pasó con la hija de Lope de Villamediana...
-Claro. A lo mejor puedes encontrar la clave para ayudar a tu amigo. –Le sonrió.
Gonzalo asintió y cogió la jarra. Se la llevó a los labios y saboreó el vino. Sin saberlo, Juan de Calatrava le había brindado la oportunidad de poder afrontar el chantaje que Beatriz de Villamediana le había hecho.
-¿Qué ocurriría si alguien de esa familia volviera a la Villa?
-Sería llevado ante la Justicia.
El maestro se pasó el dedo índice de la mano derecha por el labio inferior. Juan de Calatrava terminó de beber el contenido de su recipiente. Después dijo:
-Además, creo que la hija de Lope hizo algo que la familia inglesa trató de ocultar…
-¿Qué hizo? –preguntó Gonzalo interesado.
-No lo sé con seguridad, eso te lo puede decir Álvaro. Una tía suya está casada con un lord inglés. Seguramente todo tendrá que ver con un oscuro secreto familiar… Los ingleses son reservados y muy dados a encubrir sus miserias… -Sonrió y, a continuación, le preguntó-: ¿Qué le ha pasado a tu conocido?
El marido de Margarita pensó rápidamente en un pretexto creíble. Se aclaró la garganta antes de contestar al médico:
-Hace años que compró unas tierras colindantes a las de esa familia, y ahora se las quieren quitar porque según reclama el actual propietario del castillo de los Villamediana, le pertenecen a él.
-Es un asunto complicado… -musitó el médico tras suspirar.
-De todas formas, Juan, te agradezco lo que me has contado. Lo creas o no me ha servido de mucho y trataré de aconsejar a mi amigo lo mejor que pueda. Si no te importa, luego me pasaré por el hospital. Me interesaría saber qué pasó con la hija de Lope de Villamediana...
-Claro. A lo mejor puedes encontrar la clave para ayudar a tu amigo. –Le sonrió.
Gonzalo asintió y cogió la jarra. Se la llevó a los labios y saboreó el vino. Sin saberlo, Juan de Calatrava le había brindado la oportunidad de poder afrontar el chantaje que Beatriz de Villamediana le había hecho.