Foro Águila Roja
Confía en mí
#0
05/06/2012 21:17
¡Hola, Aguiluchas!
Vuelvo a colgar este mensaje, porque no sé qué ha pasado. Se ha perdido en el ciberespacio... Je,je,je... Bueno, os decía en el anterior que estoy escribiendo esta historia de Gonzalo y Margarita, que he titulado Confía en mí. Una frase que el Amo dice habitualmente. Al principio pensé en centrarme sólo en el CR, pero después me he picado y como le dije a Mar, iré introduciendo personajes para dar más intensidad a la trama. ¡Jó parezco una guionista de la serie! Je,je,je... Iré colgándola poco a poco. Espero que os guste y que disfrutéis tanto como yo al escribirla. Me he basado en algunas imágenes que nos pusieron de la ansiada 5ª temporada, pero el resto es todo, todito de mi imaginación. A ver si los lionistas se pasan por aquí y cogen algunas ideas... Je,je,je. Bueno, allá va... Besitos y con Dios. MJ.
Ya sé lo que pasó. Hay mucho texto y no lo podía colgar... Bueno, aquí os dejo las primeras líneas. Besitos a tod@s. MJ.
Vuelvo a colgar este mensaje, porque no sé qué ha pasado. Se ha perdido en el ciberespacio... Je,je,je... Bueno, os decía en el anterior que estoy escribiendo esta historia de Gonzalo y Margarita, que he titulado Confía en mí. Una frase que el Amo dice habitualmente. Al principio pensé en centrarme sólo en el CR, pero después me he picado y como le dije a Mar, iré introduciendo personajes para dar más intensidad a la trama. ¡Jó parezco una guionista de la serie! Je,je,je... Iré colgándola poco a poco. Espero que os guste y que disfrutéis tanto como yo al escribirla. Me he basado en algunas imágenes que nos pusieron de la ansiada 5ª temporada, pero el resto es todo, todito de mi imaginación. A ver si los lionistas se pasan por aquí y cogen algunas ideas... Je,je,je. Bueno, allá va... Besitos y con Dios. MJ.
Ya sé lo que pasó. Hay mucho texto y no lo podía colgar... Bueno, aquí os dejo las primeras líneas. Besitos a tod@s. MJ.
#281
19/09/2012 16:38
Margarita había salido una hora antes del palacio de Santillana e iba a darle una sorpresa a Gonzalo. Sonrió tras arrebujarse en su mantón. Sin embargo, al doblar la esquina del callejón se detuvo porque vio a la duquesa de Cornwall salir de la escuela de su marido. La dama inglesa se puso la capucha de su elegante capa con una sonrisa en sus labios y después se marchó. La costurera frunció el ceño y volvió a caminar. Él estaba de espaldas cuando entró en el aula. Le rodeó la cintura con sus brazos.
-Mi amor… -le susurró, besándole la espalda.
Gonzalo sonrió y cuando se giró la preocupación, que momentos antes asomaba por sus ojos, se había esfumado por las rendijas de las ventanas. El maestro deslizó las yemas de sus dedos por el rostro femenino y luego, lentamente, besó los carnosos labios. El beso se prolongó durante varios minutos. Después, permanecieron abrazados, oyendo al silencio que se convirtió en cómplice de los dos. Gonzalo suspiró y habló:
-Creí que hoy venías tarde de palacio…
Margarita le miró y le sonrió.
-Terminé antes y Cata me echó de las cocinas.
Gonzalo rió.
-¿Cómo la ves? –le preguntó cuando la risa cesó.
-Está mejor, más tranquila. Ya está aceptando su viudez. ¿Y Cipri?
-Parece que el trabajo en el hospital también lo ha sosegado. El tiempo cura todas las heridas…
-Sí, lo sé.
Margarita acarició la sedosa barba y se puso de puntillas para darle un beso rápido. Luego, Gonzalo terminó de recoger sus cosas mientras Margarita miraba la pizarra. Leyó la frase que allí estaba escrita.
“Cuando el Amor no es locura, no es Amor…”
-El gran Calderón…
El maestro sonrió a su esposa.
-Sí. Pedro Calderón de la Barca es sabio en sus conceptos y un gran amante de la verdad y del amor.
Margarita se mordió el labio inferior y le preguntó:
-¿Ha venido alguien a visitarte?
Gonzalo la miró.
-No. ¿Por qué lo preguntas?
Margarita sintió que un nudo invisible se ataba a su corazón. Ella había visto a Beatriz de Lancaster saliendo de la escuela. Estaba segura de que era la invitada de Lucrecia de Santillana. “¿Le estaba mintiendo Gonzalo?” “¿Por qué?”, se preguntó insegura. Su marido arqueó las cejas.
-¿Te ocurre algo, Margarita?
-No. Es que creí ver a… -Se calló y le sonrió-. Seguramente me he confundido.
-¿Nos vamos?
-Sí.
Gonzalo tragó saliva y dejó que ella pasara delante de él. Entrecerró los párpados. “¿Había visto, Margarita, a Beatriz de Villamediana?”, se dijo. Si así fuese, no podía decirle que la conocía ni tampoco que acababa de chantajearle. Un suspiro escapó de su garganta cuando cerró la puerta. Luego, pasó un brazo por el talle femenino y ambos encaminaron sus pasos hacia la casa.
-Mi amor… -le susurró, besándole la espalda.
Gonzalo sonrió y cuando se giró la preocupación, que momentos antes asomaba por sus ojos, se había esfumado por las rendijas de las ventanas. El maestro deslizó las yemas de sus dedos por el rostro femenino y luego, lentamente, besó los carnosos labios. El beso se prolongó durante varios minutos. Después, permanecieron abrazados, oyendo al silencio que se convirtió en cómplice de los dos. Gonzalo suspiró y habló:
-Creí que hoy venías tarde de palacio…
Margarita le miró y le sonrió.
-Terminé antes y Cata me echó de las cocinas.
Gonzalo rió.
-¿Cómo la ves? –le preguntó cuando la risa cesó.
-Está mejor, más tranquila. Ya está aceptando su viudez. ¿Y Cipri?
-Parece que el trabajo en el hospital también lo ha sosegado. El tiempo cura todas las heridas…
-Sí, lo sé.
Margarita acarició la sedosa barba y se puso de puntillas para darle un beso rápido. Luego, Gonzalo terminó de recoger sus cosas mientras Margarita miraba la pizarra. Leyó la frase que allí estaba escrita.
“Cuando el Amor no es locura, no es Amor…”
-El gran Calderón…
El maestro sonrió a su esposa.
-Sí. Pedro Calderón de la Barca es sabio en sus conceptos y un gran amante de la verdad y del amor.
Margarita se mordió el labio inferior y le preguntó:
-¿Ha venido alguien a visitarte?
Gonzalo la miró.
-No. ¿Por qué lo preguntas?
Margarita sintió que un nudo invisible se ataba a su corazón. Ella había visto a Beatriz de Lancaster saliendo de la escuela. Estaba segura de que era la invitada de Lucrecia de Santillana. “¿Le estaba mintiendo Gonzalo?” “¿Por qué?”, se preguntó insegura. Su marido arqueó las cejas.
-¿Te ocurre algo, Margarita?
-No. Es que creí ver a… -Se calló y le sonrió-. Seguramente me he confundido.
-¿Nos vamos?
-Sí.
Gonzalo tragó saliva y dejó que ella pasara delante de él. Entrecerró los párpados. “¿Había visto, Margarita, a Beatriz de Villamediana?”, se dijo. Si así fuese, no podía decirle que la conocía ni tampoco que acababa de chantajearle. Un suspiro escapó de su garganta cuando cerró la puerta. Luego, pasó un brazo por el talle femenino y ambos encaminaron sus pasos hacia la casa.
#282
19/09/2012 16:39
Aquella madrugada los esposos hicieron el amor con una ternura que les conmovió. Las caricias, los besos, las miradas, las palabras que pronunciaron… Todo fue tan hermoso que los dos sintieron que la Tierra les había brindado su latido y el Universo la fusión de sus almas. Gonzalo halló la paz que buscaba en los brazos de su mujer. Olvidó todo lo que hasta ese momento le preocupaba, y ella le recibió y se entregó a él como si le faltara el aliento. Después, extenuados, permanecieron abrazados. Margarita suspiró y le besó el costado izquierdo. Gonzalo sonrió. Ella siguió con el dedo índice de su mano derecha la huella de una cicatriz que se marcaba en la piel masculina. Habló:
-Nunca te he preguntado por estas cicatrices, ¿cuándo te las hiciste?
El maestro se aclaró la garganta antes de contestarle:
-Son viejas heridas de soldado…
Margarita volvió a besarle. Gonzalo no le mintió; algunas de aquellas cisuras cerradas y curadas se las había hecho en Flandes; otras, las más recientes, tenían que ver con su identidad secreta, pero eso no se lo podía revelar. Su esposa acarició el orificio con forma de estrella que le produjo la bala del Comisario y que casi le costó la vida.
-Aquel día creí que te había perdido… -musitó Margarita mirándole a los almendrados ojos-. Pasé tanto miedo…
Gonzalo besó lentamente los labios femeninos, luego dijo:
-Cuando te vi, supe que nuestro amor jamás moriría. Lo comprendí en ese instante en el que regresé a la vida, y tus ojos me suplicaron que luchara para quedarme a tu lado… -Ella le sonrió-. Pero después todo se complicó…
-¡Sssshhh, no recordemos cosas tristes! Ahora estamos juntos y felices y nada ni nadie nos podrá separar, mi amor.
Gonzalo suspiró, enredando sus dedos entre los sedosos mechones oscuros. Margarita volvió a hablar:
-Quiero preguntarte algo…
-Dime…
Él arqueó las cejas, esperando la pregunta. Su mujer se mordió el labio inferior y después tomó nuevamente la palabra:
-La carta que Satur cambió de nombre… -Gonzalo parpadeó-. ¿Era para mi hermana o para mí?
El héroe de la Villa dejó de acariciar el cabello de su mujer.
-¿Qué crees tú?
-Ahora no tiene ninguna importancia, pero cuando la leí, sentí que aquellas palabras eran para mí. Me identifiqué con cada línea, con cada pensamiento tuyo, con cada frase… -Margarita le sonrió-. Yo sé que también quisiste a mi hermana y que fuiste feliz a su lado… Aunque nunca te voy a reprochar nada, mi amor, me gustaría saber a quién iba dirigida.
Gonzalo rozó con sus dedos la carnosa boca y la suave garganta femenina. Le dio un beso y luego le respondió:
-La escribí días antes de que te comprometieras con Juan… -Ella dejó escapar un suspiro-. Quise darme valor para decirte lo que sentía; sin embargo, aquella noche en la que me decidí a revelarte mis sentimientos… -Se miraron-. Dejé que hablaras antes que yo y cuando me dijiste que Juan te había pedido que te casaras con él, pensé que yo no tenía ningún derecho a pedirte tiempo y comprensión. Tú podías ser feliz junto a un hombre que te amaba y que te podía ofrecer todo lo que yo no podía darte.
-Gonzalo…
Margarita se abrazó más a él.
-Yo no hubiese aceptado a Juan… Habría esperado todo el tiempo, Gonzalo. Todo.
-Lo siento, Margarita, fui un necio. Después escribí el nombre de tu hermana y… -La abrazó con ternura-. Creí que era lo mejor para ti.
-Tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida. A pesar de todo lo que hemos sufrido… Nunca dejé de amarte, Gonzalo. Siempre te querré, siempre.
-Margarita…
Se besaron apasionadamente. Afuera la luna bostezó y las estrellas fingieron que tenían sueño. Cuando el astro lunar se durmió, todas se asomaron por una rendija de la ventana. Sonrieron porque la vida comenzaba a gestarse en el vientre femenino, aunque la mujer aún no lo supiera.
Continuará... Besossssssssssssssssssss a todas. MJ.
-Nunca te he preguntado por estas cicatrices, ¿cuándo te las hiciste?
El maestro se aclaró la garganta antes de contestarle:
-Son viejas heridas de soldado…
Margarita volvió a besarle. Gonzalo no le mintió; algunas de aquellas cisuras cerradas y curadas se las había hecho en Flandes; otras, las más recientes, tenían que ver con su identidad secreta, pero eso no se lo podía revelar. Su esposa acarició el orificio con forma de estrella que le produjo la bala del Comisario y que casi le costó la vida.
-Aquel día creí que te había perdido… -musitó Margarita mirándole a los almendrados ojos-. Pasé tanto miedo…
Gonzalo besó lentamente los labios femeninos, luego dijo:
-Cuando te vi, supe que nuestro amor jamás moriría. Lo comprendí en ese instante en el que regresé a la vida, y tus ojos me suplicaron que luchara para quedarme a tu lado… -Ella le sonrió-. Pero después todo se complicó…
-¡Sssshhh, no recordemos cosas tristes! Ahora estamos juntos y felices y nada ni nadie nos podrá separar, mi amor.
Gonzalo suspiró, enredando sus dedos entre los sedosos mechones oscuros. Margarita volvió a hablar:
-Quiero preguntarte algo…
-Dime…
Él arqueó las cejas, esperando la pregunta. Su mujer se mordió el labio inferior y después tomó nuevamente la palabra:
-La carta que Satur cambió de nombre… -Gonzalo parpadeó-. ¿Era para mi hermana o para mí?
El héroe de la Villa dejó de acariciar el cabello de su mujer.
-¿Qué crees tú?
-Ahora no tiene ninguna importancia, pero cuando la leí, sentí que aquellas palabras eran para mí. Me identifiqué con cada línea, con cada pensamiento tuyo, con cada frase… -Margarita le sonrió-. Yo sé que también quisiste a mi hermana y que fuiste feliz a su lado… Aunque nunca te voy a reprochar nada, mi amor, me gustaría saber a quién iba dirigida.
Gonzalo rozó con sus dedos la carnosa boca y la suave garganta femenina. Le dio un beso y luego le respondió:
-La escribí días antes de que te comprometieras con Juan… -Ella dejó escapar un suspiro-. Quise darme valor para decirte lo que sentía; sin embargo, aquella noche en la que me decidí a revelarte mis sentimientos… -Se miraron-. Dejé que hablaras antes que yo y cuando me dijiste que Juan te había pedido que te casaras con él, pensé que yo no tenía ningún derecho a pedirte tiempo y comprensión. Tú podías ser feliz junto a un hombre que te amaba y que te podía ofrecer todo lo que yo no podía darte.
-Gonzalo…
Margarita se abrazó más a él.
-Yo no hubiese aceptado a Juan… Habría esperado todo el tiempo, Gonzalo. Todo.
-Lo siento, Margarita, fui un necio. Después escribí el nombre de tu hermana y… -La abrazó con ternura-. Creí que era lo mejor para ti.
-Tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida. A pesar de todo lo que hemos sufrido… Nunca dejé de amarte, Gonzalo. Siempre te querré, siempre.
-Margarita…
Se besaron apasionadamente. Afuera la luna bostezó y las estrellas fingieron que tenían sueño. Cuando el astro lunar se durmió, todas se asomaron por una rendija de la ventana. Sonrieron porque la vida comenzaba a gestarse en el vientre femenino, aunque la mujer aún no lo supiera.
Continuará... Besossssssssssssssssssss a todas. MJ.
#283
20/09/2012 10:02
#284
22/09/2012 17:35
Kaley, preciosa. Besossssssssssssssssssssssssssssssss para ti.
Voy a colgar la continuación de "Confía en mí". Espero que os guste. Pasad un buen finde. Ya queda menos para enerooooooooooooooooooooooooooo... Je,je,je,je. MJ.
Voy a colgar la continuación de "Confía en mí". Espero que os guste. Pasad un buen finde. Ya queda menos para enerooooooooooooooooooooooooooo... Je,je,je,je. MJ.
#285
22/09/2012 17:37
CONFÍA EN MÍ
Satur volvió a dejar la olla encima de la mesa. Estaba enojado desde que sabía que Beatriz de Villamediana había amenazado a su amo con contar a la autoridad que él era el Águila Roja. El fiel ayudante miró hacia la habitación de Alonso y bajó la voz:
-No, si usted tiene varios frentes abiertos. Por un lado tiene a Caín…
-¿Quién es Caín? –le preguntó Gonzalo con la voz susurrante.
-Su hermano, que a mí me recuerda al mal hijo de Adán y Eva, y que últimamente le han entrao ganas de conocerle. Y ahora esta otra… Que le llega en forma de serpiente del Paraíso y le chantajea… ¿Cuántas veces le dije que no la subiera a la guarida? ¿Cuántas?
-¡Ya está bien, Satur! Alonso te va a oír.
-Si el hijo de usted supiera la verdad, le reñiría igual que yo.
Gonzalo miró hacia el suelo. Saturno García se sentó junto a él.
-Me equivoqué… -susurró quedamente.
El postillón del héroe de la Villa le dio una palmadita en el hombro derecho, intentando animarle. Luego le preguntó:
-¿Qué vamos a hacer con esa mujer?
El maestro suspiró y le miró.
-No lo sé, Satur. Pero sí que he pensado en recoger todas las cosas de la guarida y llevarlas a la cueva.
-¿Otra vez? ¿Usted sabe lo que es juntar todo lo que tiene ahí arriba y llevarlo hasta allí? No, no lo sabe. Yo sí, que la mudanza la he hecho ya dos veces y he acabao reventao y dolorido.
-Yo te ayudaré, Satur.
-Pero… -comenzó a decir el criado. Oyeron cómo la puerta de la habitación de Alonso se abría. Los dos miraron al niño.
-Buenos días… -musitó Alonso tras bostezar.
-Buenos días, hijo.
-Buenos días, Alonsillo. Se te pegaron las sábanas, ¿eh? –le dijo, alborotándole el cabello.
El niño sonrió a Satur.
-¿La tía ya se fue? –le preguntó a su padre.
-Sí, hijo.
-Te he preparao unas gachas que te van a saber a gloria, Alonsillo.
-Gracias, Satur. Tengo mucha hambre.
-Pues anda, come.
Alonso de Montalvo cogió la cuchara y obedeció al criado. Pero se acordó de algo y habló:
-Ayer vi a mademoiselle Lorelle. Me dio saludos para ti, padre.
-¿Dónde la viste?
-En el callejón. Quería hablar contigo, pero tú ya te habías ido de la escuela.
Gonzalo arqueó las cejas.
-¿Te dijo para qué me quería?
-No.
-¿Quién es esa señora? –preguntó Saturno García recogiendo las escudillas y los vasos de la mesa.
-¿Te acuerdas, Satur, que en la boda de padre y de la tía una señora se desmayó en la iglesia?
Satur volvió a dejar la olla encima de la mesa. Estaba enojado desde que sabía que Beatriz de Villamediana había amenazado a su amo con contar a la autoridad que él era el Águila Roja. El fiel ayudante miró hacia la habitación de Alonso y bajó la voz:
-No, si usted tiene varios frentes abiertos. Por un lado tiene a Caín…
-¿Quién es Caín? –le preguntó Gonzalo con la voz susurrante.
-Su hermano, que a mí me recuerda al mal hijo de Adán y Eva, y que últimamente le han entrao ganas de conocerle. Y ahora esta otra… Que le llega en forma de serpiente del Paraíso y le chantajea… ¿Cuántas veces le dije que no la subiera a la guarida? ¿Cuántas?
-¡Ya está bien, Satur! Alonso te va a oír.
-Si el hijo de usted supiera la verdad, le reñiría igual que yo.
Gonzalo miró hacia el suelo. Saturno García se sentó junto a él.
-Me equivoqué… -susurró quedamente.
El postillón del héroe de la Villa le dio una palmadita en el hombro derecho, intentando animarle. Luego le preguntó:
-¿Qué vamos a hacer con esa mujer?
El maestro suspiró y le miró.
-No lo sé, Satur. Pero sí que he pensado en recoger todas las cosas de la guarida y llevarlas a la cueva.
-¿Otra vez? ¿Usted sabe lo que es juntar todo lo que tiene ahí arriba y llevarlo hasta allí? No, no lo sabe. Yo sí, que la mudanza la he hecho ya dos veces y he acabao reventao y dolorido.
-Yo te ayudaré, Satur.
-Pero… -comenzó a decir el criado. Oyeron cómo la puerta de la habitación de Alonso se abría. Los dos miraron al niño.
-Buenos días… -musitó Alonso tras bostezar.
-Buenos días, hijo.
-Buenos días, Alonsillo. Se te pegaron las sábanas, ¿eh? –le dijo, alborotándole el cabello.
El niño sonrió a Satur.
-¿La tía ya se fue? –le preguntó a su padre.
-Sí, hijo.
-Te he preparao unas gachas que te van a saber a gloria, Alonsillo.
-Gracias, Satur. Tengo mucha hambre.
-Pues anda, come.
Alonso de Montalvo cogió la cuchara y obedeció al criado. Pero se acordó de algo y habló:
-Ayer vi a mademoiselle Lorelle. Me dio saludos para ti, padre.
-¿Dónde la viste?
-En el callejón. Quería hablar contigo, pero tú ya te habías ido de la escuela.
Gonzalo arqueó las cejas.
-¿Te dijo para qué me quería?
-No.
-¿Quién es esa señora? –preguntó Saturno García recogiendo las escudillas y los vasos de la mesa.
-¿Te acuerdas, Satur, que en la boda de padre y de la tía una señora se desmayó en la iglesia?
#286
22/09/2012 17:37
-¡Ah, sí! Pero yo no llegué a verle la cara.
-Mademoiselle es muy simpática, ¿verdad, padre?
Gonzalo, que estaba absorto en sus pensamientos, miró a Alonso.
-¿Qué? Lo siento, hijo, no te he oído.
-Le decía a Satur, que mademoiselle Lorelle es una señora muy agradable.
-Sí. –Le sonrió.
-Pues ya me gustaría a mí conocer a esa mamoselle.
-Se dice mademoiselle, Satur. –Rió Alonso.
-Pues lo que yo he dicho, ¡mira el niño…! -Se giró y se puso a lavar la loza.
Gonzalo y Alonso se sonrieron. Luego el maestro le dijo:
-Anda, termina rápido que nos tenemos que ir a la escuela.
-Sí, padre.
Gonzalo se levantó de la silla y se acercó hasta donde Satur lavaba los enseres de la cocina. Le susurró al oído:
-Después de las clases tenemos que ir al monasterio de Agustín…
El criado le preguntó bajando también la voz:
-¿Preparo el traje del…? -Hizo un gesto con las manos como si imitara el vuelo de un pájaro.
Gonzalo miró a su hijo que desayunaba y hojeaba un libro a la misma vez.
-No, no hace falta.
-Iremos de usted y de yo, ¿no?
-Sí.
-De acuerdo, amo.
Saturno García sonrió a Alonso cuando éste se levantó del asiento y se dirigió a su habitación. Poco después salió del cuarto con su cuaderno de deberes.
-Cuando quiera nos vamos, padre.
Gonzalo le contestó:
-Sí, hijo. Nos vemos después, Satur.
El postillón asintió.
-Que les vaya bien… -musitó, sonriente.
-A ti también, Satur. –Le devolvió la sonrisa el niño.
-A más ver –pronunció su amo.
-A más ver.
Saturno suspiró y siguió con sus quehaceres.
-Mademoiselle es muy simpática, ¿verdad, padre?
Gonzalo, que estaba absorto en sus pensamientos, miró a Alonso.
-¿Qué? Lo siento, hijo, no te he oído.
-Le decía a Satur, que mademoiselle Lorelle es una señora muy agradable.
-Sí. –Le sonrió.
-Pues ya me gustaría a mí conocer a esa mamoselle.
-Se dice mademoiselle, Satur. –Rió Alonso.
-Pues lo que yo he dicho, ¡mira el niño…! -Se giró y se puso a lavar la loza.
Gonzalo y Alonso se sonrieron. Luego el maestro le dijo:
-Anda, termina rápido que nos tenemos que ir a la escuela.
-Sí, padre.
Gonzalo se levantó de la silla y se acercó hasta donde Satur lavaba los enseres de la cocina. Le susurró al oído:
-Después de las clases tenemos que ir al monasterio de Agustín…
El criado le preguntó bajando también la voz:
-¿Preparo el traje del…? -Hizo un gesto con las manos como si imitara el vuelo de un pájaro.
Gonzalo miró a su hijo que desayunaba y hojeaba un libro a la misma vez.
-No, no hace falta.
-Iremos de usted y de yo, ¿no?
-Sí.
-De acuerdo, amo.
Saturno García sonrió a Alonso cuando éste se levantó del asiento y se dirigió a su habitación. Poco después salió del cuarto con su cuaderno de deberes.
-Cuando quiera nos vamos, padre.
Gonzalo le contestó:
-Sí, hijo. Nos vemos después, Satur.
El postillón asintió.
-Que les vaya bien… -musitó, sonriente.
-A ti también, Satur. –Le devolvió la sonrisa el niño.
-A más ver –pronunció su amo.
-A más ver.
Saturno suspiró y siguió con sus quehaceres.
#287
22/09/2012 17:39
Hernán entró en el aposento que compartía con Irene. Se le había olvidado un documento que el cardenal tenía que firmar ese mismo día. Los negocios con su eminencia le estaban convirtiendo en un hombre muy rico. Su mujer no se encontraba allí. “Seguramente se hallaría en el hospital de Juan de la Calatrava…” “Los nobles sólo tenían que levantar un dedo y obtenían todo lo que se les antojaba…”, murmuró resentido. Las espuelas crujieron al acercarse al secreter. Se sentó en la silla y abrió uno de los cajoncitos. Sonrió al hallar el escrito. El Comisario hizo ademán de cerrar el cajón, pero su mirada se posó en un pequeño libro que sobresalía entre todos los que se ubicaban en la parte superior del mueble. Le llamó la atención la vieja y desgastada tapa. Lo cogió. Ojeó sus páginas y frunció el ceño al darse cuenta de que se trataba de un devocionario. Iba a dejarlo nuevamente en su sitio cuando sus ojos se toparon con un nombre y un apellido que le erizó la piel.
-“Este libro pertenece a Laura de Montignac…” -susurró sorprendido al ver la letra clara y femenina de su progenitora.
Pasó las hojas una por una buscando una respuesta que en ese instante no encontró. Sin embargo, sus ojos brillaron al saber que aquel pequeño librito había pertenecido a Laura, su querida madre. En una de aquellas amarillentas páginas ella había escrito una oración y debajo de ésta unas palabras:
“Deseo con todo mi corazón amar, pero sólo al amor verdadero…”
Hernán Mejías, el inconmovible Comisario de la Villa, dejó escapar un sollozo de su garganta y algunas lágrimas recorrieron sus mejillas. Se puso de pie. “¿Cómo había llegado aquel devocionario a las manos de Irene?”, se preguntó. Entonces recordó que su esposa había traído de la casa de su tío una caja con antiguos libros que él ya no leía. Arrugó el ceño. “¿Qué tenía que ver Mendoza con su madre y aquel libro de oraciones?”, se dijo con gesto desconcertado. Tenía que averiguarlo inmediatamente. Salió de la alcoba con paso firme y se dirigió al barrio de San Felipe. Allí, el vecindario comenzaba la jornada como de costumbre: unos comprando en los puestos callejeros y otros trabajando en sus talleres. El herrero labraba el hierro en su forja, el alfarero perfilaba una vasija en su torno, el panadero seguía amasando y horneando las hogazas que después vendería su hijo por el barrio… El cielo estaba encapotado y amenazaba con llover, pero el Comisario ni cuenta se dio de ello. Los vecinos le observaron con respeto y con desconfianza, aunque él ni les miró. Sus oscuros ojos leyeron la inscripción que habían colocado en la fachada del edificio. “Hospital San Felipe”. Entró en el inmueble. Álvaro de Osuna se encontraba en el dispensario con una anciana. El médico le estaba poniendo un ungüento de plantago, aceite y cera en una úlcera que ésta tenía en su pierna derecha. La mujer tembló al ver a Hernán Mejías. Álvaro se incorporó y dijo:
-Buenos días, ¿quiere usted algo, señor Comisario?
Hernán no le saludó. Se quitó sus guantes y después le preguntó:
-¿Se encuentra aquí mi esposa?
-Sí. Está en la sala de arriba con…
Se giró y caminó dejándole con la palabra en la boca. El doctor suspiró. Sabía por Juan que aquel hombre era déspota y cruel, así que prefirió seguir con su trabajo. La mujer le sonrió y Álvaro le devolvió la sonrisa. El Comisario subió los peldaños de la escalera. Arrugó la nariz al irrumpir en la soleada estancia. No soportaba los efluvios que emanaban de los enfermos ni tampoco el de los compuestos que los médicos utilizaban para sanarles. Todo aquello le recordaba a la ceguera que había padecido y el tiempo en el que se sintió un inútil. Vio a su esposa y a Juan de Calatrava, que le explicaba cómo cambiar las vendas a un recién operado. Ella asentía.
-¿Ves, Irene? No debes tocar las suturas con los dedos, utiliza siempre estas tijeras para coger la gasa.
-Así lo haré, Juan.
Se sonrieron. El primo del rey oyó un ruido y miró a la puerta. Hernán Mejías les contemplaba con curiosidad.
-Comisario…
-Hernán… -murmuró Irene irguiéndose.
-Tengo que hablar con mi esposa.
-Claro.
Juan les señaló una pequeña habitación que se hallaba al final de la estancia.
-En mi privado pueden hacerlo.
-Se lo agradezco.
El duque de Velasco y Fonseca asintió. Irene suspiró al acompañar a su esposo hasta el despacho del galeno. Aquella estancia estaba repleta de estanterías con frascos de botica e instrumental médico. Al lado de una mesa se ubicaba un esqueleto y enfrente de éste un plúteo con libros de anatomía y tratados de plantas medicinales. El Comisario cerró la puerta. Irene le miró.
-“Este libro pertenece a Laura de Montignac…” -susurró sorprendido al ver la letra clara y femenina de su progenitora.
Pasó las hojas una por una buscando una respuesta que en ese instante no encontró. Sin embargo, sus ojos brillaron al saber que aquel pequeño librito había pertenecido a Laura, su querida madre. En una de aquellas amarillentas páginas ella había escrito una oración y debajo de ésta unas palabras:
“Deseo con todo mi corazón amar, pero sólo al amor verdadero…”
Hernán Mejías, el inconmovible Comisario de la Villa, dejó escapar un sollozo de su garganta y algunas lágrimas recorrieron sus mejillas. Se puso de pie. “¿Cómo había llegado aquel devocionario a las manos de Irene?”, se preguntó. Entonces recordó que su esposa había traído de la casa de su tío una caja con antiguos libros que él ya no leía. Arrugó el ceño. “¿Qué tenía que ver Mendoza con su madre y aquel libro de oraciones?”, se dijo con gesto desconcertado. Tenía que averiguarlo inmediatamente. Salió de la alcoba con paso firme y se dirigió al barrio de San Felipe. Allí, el vecindario comenzaba la jornada como de costumbre: unos comprando en los puestos callejeros y otros trabajando en sus talleres. El herrero labraba el hierro en su forja, el alfarero perfilaba una vasija en su torno, el panadero seguía amasando y horneando las hogazas que después vendería su hijo por el barrio… El cielo estaba encapotado y amenazaba con llover, pero el Comisario ni cuenta se dio de ello. Los vecinos le observaron con respeto y con desconfianza, aunque él ni les miró. Sus oscuros ojos leyeron la inscripción que habían colocado en la fachada del edificio. “Hospital San Felipe”. Entró en el inmueble. Álvaro de Osuna se encontraba en el dispensario con una anciana. El médico le estaba poniendo un ungüento de plantago, aceite y cera en una úlcera que ésta tenía en su pierna derecha. La mujer tembló al ver a Hernán Mejías. Álvaro se incorporó y dijo:
-Buenos días, ¿quiere usted algo, señor Comisario?
Hernán no le saludó. Se quitó sus guantes y después le preguntó:
-¿Se encuentra aquí mi esposa?
-Sí. Está en la sala de arriba con…
Se giró y caminó dejándole con la palabra en la boca. El doctor suspiró. Sabía por Juan que aquel hombre era déspota y cruel, así que prefirió seguir con su trabajo. La mujer le sonrió y Álvaro le devolvió la sonrisa. El Comisario subió los peldaños de la escalera. Arrugó la nariz al irrumpir en la soleada estancia. No soportaba los efluvios que emanaban de los enfermos ni tampoco el de los compuestos que los médicos utilizaban para sanarles. Todo aquello le recordaba a la ceguera que había padecido y el tiempo en el que se sintió un inútil. Vio a su esposa y a Juan de Calatrava, que le explicaba cómo cambiar las vendas a un recién operado. Ella asentía.
-¿Ves, Irene? No debes tocar las suturas con los dedos, utiliza siempre estas tijeras para coger la gasa.
-Así lo haré, Juan.
Se sonrieron. El primo del rey oyó un ruido y miró a la puerta. Hernán Mejías les contemplaba con curiosidad.
-Comisario…
-Hernán… -murmuró Irene irguiéndose.
-Tengo que hablar con mi esposa.
-Claro.
Juan les señaló una pequeña habitación que se hallaba al final de la estancia.
-En mi privado pueden hacerlo.
-Se lo agradezco.
El duque de Velasco y Fonseca asintió. Irene suspiró al acompañar a su esposo hasta el despacho del galeno. Aquella estancia estaba repleta de estanterías con frascos de botica e instrumental médico. Al lado de una mesa se ubicaba un esqueleto y enfrente de éste un plúteo con libros de anatomía y tratados de plantas medicinales. El Comisario cerró la puerta. Irene le miró.
#288
22/09/2012 17:39
-¿Qué te ocurre, Hernán?
Él le enseñó el devocionario de Laura de Montignac y habló:
-¿Dónde has encontrado este libro de oraciones?
Ella lo cogió. Se encogió de hombros y luego le contestó:
-Lo hallé en la caja de madera y luego lo puse encima del secreter, ¿por qué me lo preguntas?
-¿Lo tenía tu tío?
-Sí. Pero no entiendo lo que…
-Y los otros libros, ¿dónde están?
-Se los dejé a Gonzalo de Montalvo para que los seleccionara y…
-¿Al maestro? ¿Por qué?
-Él me podrá decir cuáles son los más interesantes para leer a los enfermos. ¿Qué pasa, Hernán?
El Comisario tragó saliva y luego le preguntó:
-¿Has oído alguna vez a tu tío nombrar a Laura de Montignac?
-No. ¿Quién es?
-Eso no importa. Dime, ¿te ha hablado alguna vez de ella?
-No. Es la primera vez que oigo ese nombre.
Asió el brazo de su mujer y le dijo con gesto muy serio:
-Júrame, Irene, por el hijo que perdiste, que nunca repetirás lo que tú y yo acabamos de hablar en este despacho ni que dirás nunca el nombre de esa mujer delante del cardenal ni de ninguna otra persona.
-¿Por qué?
-Ella debe permanecer en el anonimato.
-¿Está en peligro?
-Sí. –Le mintió.
Irene parpadeó, sorprendida. No sabía el por qué, pero sintió que Hernán acababa de confiarle parte de un secreto que nadie más debía conocer. Se sintió halagada.
-Te lo juro, Hernán. Nunca diré nada de lo que hemos hablado aquí.
Él asintió.
-Gracias. Tengo que regresar al cuartel.
Irene le sonrió. Luego él se marchó y la sobrina del cardenal Mendoza volvió junto a Juan de Calatrava que, sonriente, siguió mostrándole cómo debía tratar a los pacientes del hospital.
Él le enseñó el devocionario de Laura de Montignac y habló:
-¿Dónde has encontrado este libro de oraciones?
Ella lo cogió. Se encogió de hombros y luego le contestó:
-Lo hallé en la caja de madera y luego lo puse encima del secreter, ¿por qué me lo preguntas?
-¿Lo tenía tu tío?
-Sí. Pero no entiendo lo que…
-Y los otros libros, ¿dónde están?
-Se los dejé a Gonzalo de Montalvo para que los seleccionara y…
-¿Al maestro? ¿Por qué?
-Él me podrá decir cuáles son los más interesantes para leer a los enfermos. ¿Qué pasa, Hernán?
El Comisario tragó saliva y luego le preguntó:
-¿Has oído alguna vez a tu tío nombrar a Laura de Montignac?
-No. ¿Quién es?
-Eso no importa. Dime, ¿te ha hablado alguna vez de ella?
-No. Es la primera vez que oigo ese nombre.
Asió el brazo de su mujer y le dijo con gesto muy serio:
-Júrame, Irene, por el hijo que perdiste, que nunca repetirás lo que tú y yo acabamos de hablar en este despacho ni que dirás nunca el nombre de esa mujer delante del cardenal ni de ninguna otra persona.
-¿Por qué?
-Ella debe permanecer en el anonimato.
-¿Está en peligro?
-Sí. –Le mintió.
Irene parpadeó, sorprendida. No sabía el por qué, pero sintió que Hernán acababa de confiarle parte de un secreto que nadie más debía conocer. Se sintió halagada.
-Te lo juro, Hernán. Nunca diré nada de lo que hemos hablado aquí.
Él asintió.
-Gracias. Tengo que regresar al cuartel.
Irene le sonrió. Luego él se marchó y la sobrina del cardenal Mendoza volvió junto a Juan de Calatrava que, sonriente, siguió mostrándole cómo debía tratar a los pacientes del hospital.
#289
22/09/2012 17:40
Margarita llegó temprano a la casa y puso la olla al fuego. Se puso su delantal y echó al caldo los trozos de carne y las verduras que Catalina le había dado antes de salir del palacio. Gonzalo, Alonso y Satur se relamerían ese día. Sonrió. Su comadre decía que la marquesa despilfarraba con vileza la comida, así que cuando podía le entregaba a escondidas aquellos alimentos que Lucrecia de Santillana jamás echaría en falta. Puso el queso, las hogazas de pan y la fruta fresca en la alacena. En ese momento llamaron a la puerta. Margarita suspiró y se limpió las manos en el mandil.
-Voy…
Cuando abrió la puerta se encontró de frente con una dama que le sonrió.
-¿Es esta la casa de Gonzalo de Montalvo? –le preguntó con un acento muy particular.
-Sí –le contestó Margarita-, yo soy su esposa.
Los ojos de Laura de Montignac la miraron con ternura.
-¿Margarita…?
-Sí, ese es mi nombre. ¿Y usted es…?
-Me llamo Lorelle Gaudet.
-¿Usted es mademoiselle Gaudet?
-Sí. –Le volvió a sonreír.
-Entre por favor…
-Gracias.
Laura irrumpió en el zaguán y después acompañó a la esposa de Gonzalo a la sala. Sus ojos miraron con agrado la humilde y cálida estancia.
-Gonzalo me ha comentado que usted es francesa y que es una de las institutrices del príncipe heredero.
-Así es.
-Disculpe como tengo todo esto, pero acabo de llegar del palacio de Santillana y estaba preparando el almuerzo.
-No se preocupe, es comprensible.
Laura se sentó en una de las sillas que Margarita le señaló. Ella la imitó y volvió a hablarle:
-¿Quiere usted algo de tomar? ¿Un caldo o…?
-No, Margarita. ¿Me permites que te tutee?
-Claro, señora.
-Puedes llamarme Lorelle.
-Gracias, pero…
-Voy…
Cuando abrió la puerta se encontró de frente con una dama que le sonrió.
-¿Es esta la casa de Gonzalo de Montalvo? –le preguntó con un acento muy particular.
-Sí –le contestó Margarita-, yo soy su esposa.
Los ojos de Laura de Montignac la miraron con ternura.
-¿Margarita…?
-Sí, ese es mi nombre. ¿Y usted es…?
-Me llamo Lorelle Gaudet.
-¿Usted es mademoiselle Gaudet?
-Sí. –Le volvió a sonreír.
-Entre por favor…
-Gracias.
Laura irrumpió en el zaguán y después acompañó a la esposa de Gonzalo a la sala. Sus ojos miraron con agrado la humilde y cálida estancia.
-Gonzalo me ha comentado que usted es francesa y que es una de las institutrices del príncipe heredero.
-Así es.
-Disculpe como tengo todo esto, pero acabo de llegar del palacio de Santillana y estaba preparando el almuerzo.
-No se preocupe, es comprensible.
Laura se sentó en una de las sillas que Margarita le señaló. Ella la imitó y volvió a hablarle:
-¿Quiere usted algo de tomar? ¿Un caldo o…?
-No, Margarita. ¿Me permites que te tutee?
-Claro, señora.
-Puedes llamarme Lorelle.
-Gracias, pero…
#290
22/09/2012 17:40
Cogió una de sus manos y la apretó con afecto.
-Lorelle…
Margarita le sonrió.
-Está bien, Lorelle.
-Te preguntarás qué estoy haciendo aquí, ¿verdad?
Margarita asintió.
-He ido a la escuela porque necesitaba hablar con Gonzalo de un asunto, pero me dijeron que se había ido con un tal Satur a hacer un recado.
-Él y Satur a veces se pierden y no sé dónde encontrarles. Ya sabe cómo son los hombres…
-Sí. –Rió-. Aunque tu esposo parece un hombre afectuoso y para nada dado a visitar tabernas y sitios de entretenimientos.
-Tiene razón, él no es así.
-¿Desde cuándo le conoces?
Margarita le contestó tras suspirar.
-Desde que éramos niños.
Laura se echó hacia delante y sintió que su corazón latía emocionado dentro del pecho. Su nuera podía contarle cosas de su hijo que ella se había perdido.
-¿Cómo era?
-Gonzalo siempre fue dulce y atento… Nos conocimos un día en el que un hombre me quiso robar una canasta de comida. Él me ayudó a esconderme y yo le regalé un medallón con una flor de lis.
-¿Un medallón con una flor de lis? –le preguntó con asombro.
-Sí, la hice yo en un trozo de madera y después le di forma con una navaja.
-¿Y cómo sabías que era una flor de lis?
-Mi padre nos contaba a mi hermana y a mí historias preciosas en las que nos decía que esa flor era mágica y que siempre nos guiaría hasta alcanzar la luz. Nosotras no sabíamos a lo que se refería, pero nos gustaba oírle. –Le sonrió.
-Tu padre tenía razón, Margarita –musitó Laura devolviéndole la sonrisa-. Esa flor es mágica y simboliza la perfección, el árbol de la vida, la luz, la resurrección… -La dama parpadeó y asió la mano de su nuera, que la contemplaba extrañada-. Disculpa, Margarita, es que en mi país los lirios son flores muy apreciadas y hay muchas leyendas en torno a ellos.
-Claro, la comprendo.
-Lorelle…
Margarita le sonrió.
-Está bien, Lorelle.
-Te preguntarás qué estoy haciendo aquí, ¿verdad?
Margarita asintió.
-He ido a la escuela porque necesitaba hablar con Gonzalo de un asunto, pero me dijeron que se había ido con un tal Satur a hacer un recado.
-Él y Satur a veces se pierden y no sé dónde encontrarles. Ya sabe cómo son los hombres…
-Sí. –Rió-. Aunque tu esposo parece un hombre afectuoso y para nada dado a visitar tabernas y sitios de entretenimientos.
-Tiene razón, él no es así.
-¿Desde cuándo le conoces?
Margarita le contestó tras suspirar.
-Desde que éramos niños.
Laura se echó hacia delante y sintió que su corazón latía emocionado dentro del pecho. Su nuera podía contarle cosas de su hijo que ella se había perdido.
-¿Cómo era?
-Gonzalo siempre fue dulce y atento… Nos conocimos un día en el que un hombre me quiso robar una canasta de comida. Él me ayudó a esconderme y yo le regalé un medallón con una flor de lis.
-¿Un medallón con una flor de lis? –le preguntó con asombro.
-Sí, la hice yo en un trozo de madera y después le di forma con una navaja.
-¿Y cómo sabías que era una flor de lis?
-Mi padre nos contaba a mi hermana y a mí historias preciosas en las que nos decía que esa flor era mágica y que siempre nos guiaría hasta alcanzar la luz. Nosotras no sabíamos a lo que se refería, pero nos gustaba oírle. –Le sonrió.
-Tu padre tenía razón, Margarita –musitó Laura devolviéndole la sonrisa-. Esa flor es mágica y simboliza la perfección, el árbol de la vida, la luz, la resurrección… -La dama parpadeó y asió la mano de su nuera, que la contemplaba extrañada-. Disculpa, Margarita, es que en mi país los lirios son flores muy apreciadas y hay muchas leyendas en torno a ellos.
-Claro, la comprendo.
#291
22/09/2012 17:41
Laura suspiró y luego dijo:
-Y Gonzalo, ¿se ponía el medallón?
-Sí. Aquel colgante se convirtió años después en nuestra prenda de amor… -Margarita se aclaró la garganta antes de proseguir-. Gonzalo entró a trabajar en mi casa. Sus padres eran muy mayores y necesitaban un jornal para poder sobrevivir; aunque si te soy sincera, Lorelle, Gonzalo no sabía trillar ni tampoco cuidar a los animales. Las gallinas se le escapaban siempre, los cerdos corrían detrás de él y muchas veces se cayó en la porqueriza, las vacas le pisoteaban cuando intentaba ordeñarlas… -Margarita rió. Laura soltó varias carcajadas al imaginarse a su hijo en aquel entorno. Cuando las dos dejaron de reír, Margarita reanudó su historia-. Sin embargo, era tan inteligente y amaba tanto a los libros que mi madre le perdonaba su incompetencia para las faenas del campo. Nos deleitaba contándonos historias antiguas, nos recitaba poemas, nos enseñó a leer y a escribir… Bueno, a mí no porque yo ya sabía, pero le hice creer lo contrario ya que quería estar siempre a su lado. –Laura sonrió-. Después cuando finalizaba las tareas que le encomendaba mi padre, nos íbamos al lago y allí me mostraba el cielo y las constelaciones y me repetía el nombre de las estrellas hasta que yo las aprendía… -Margarita suspiró al recordar aquel tiempo.
-¿Tu padre no se enfadó nunca con él?
-Muchas veces, pero yo siempre le convencía para que no le echara y Gonzalo siguió con nosotros.
-Y después…
-El cariño y la amistad dieron paso al amor. Yo me enamoré de su sonrisa y él de mis ojos… Eso me decía cada vez que nos encontrábamos en nuestro lago, porque ahí era donde siempre nos veíamos a escondidas… -Margarita miró a Laura de Montignac-. Nunca he querido a otro hombre, sólo a Gonzalo; sin embargo, el destino fue cruel con nosotros y nos separó… -Un suspiro escapó de sus labios-. Los dos hemos sufrido, pero al final estamos juntos y eso es lo único que nos importa.
Laura asintió.
-Nunca se debe renunciar al amor verdadero, sobre todo, cuando llega a nuestras vidas.
Margarita le sonrió.
-Para mí Gonzalo lo es todo, sin él mi vida no tiene ningún sentido.
-Él tiene mucha suerte de tenerte a su lado.
Su nuera volvió a sonreír.
-Yo soy la que ha tenido esa suerte, Lorelle.
-Y Gonzalo, ¿se ponía el medallón?
-Sí. Aquel colgante se convirtió años después en nuestra prenda de amor… -Margarita se aclaró la garganta antes de proseguir-. Gonzalo entró a trabajar en mi casa. Sus padres eran muy mayores y necesitaban un jornal para poder sobrevivir; aunque si te soy sincera, Lorelle, Gonzalo no sabía trillar ni tampoco cuidar a los animales. Las gallinas se le escapaban siempre, los cerdos corrían detrás de él y muchas veces se cayó en la porqueriza, las vacas le pisoteaban cuando intentaba ordeñarlas… -Margarita rió. Laura soltó varias carcajadas al imaginarse a su hijo en aquel entorno. Cuando las dos dejaron de reír, Margarita reanudó su historia-. Sin embargo, era tan inteligente y amaba tanto a los libros que mi madre le perdonaba su incompetencia para las faenas del campo. Nos deleitaba contándonos historias antiguas, nos recitaba poemas, nos enseñó a leer y a escribir… Bueno, a mí no porque yo ya sabía, pero le hice creer lo contrario ya que quería estar siempre a su lado. –Laura sonrió-. Después cuando finalizaba las tareas que le encomendaba mi padre, nos íbamos al lago y allí me mostraba el cielo y las constelaciones y me repetía el nombre de las estrellas hasta que yo las aprendía… -Margarita suspiró al recordar aquel tiempo.
-¿Tu padre no se enfadó nunca con él?
-Muchas veces, pero yo siempre le convencía para que no le echara y Gonzalo siguió con nosotros.
-Y después…
-El cariño y la amistad dieron paso al amor. Yo me enamoré de su sonrisa y él de mis ojos… Eso me decía cada vez que nos encontrábamos en nuestro lago, porque ahí era donde siempre nos veíamos a escondidas… -Margarita miró a Laura de Montignac-. Nunca he querido a otro hombre, sólo a Gonzalo; sin embargo, el destino fue cruel con nosotros y nos separó… -Un suspiro escapó de sus labios-. Los dos hemos sufrido, pero al final estamos juntos y eso es lo único que nos importa.
Laura asintió.
-Nunca se debe renunciar al amor verdadero, sobre todo, cuando llega a nuestras vidas.
Margarita le sonrió.
-Para mí Gonzalo lo es todo, sin él mi vida no tiene ningún sentido.
-Él tiene mucha suerte de tenerte a su lado.
Su nuera volvió a sonreír.
-Yo soy la que ha tenido esa suerte, Lorelle.
#292
22/09/2012 17:42
Laura de Montignac fue a hablar otra vez, pero unos golpes en la puerta de la entrada la disuadieron.
-Perdone… -La dama asintió. Margarita se puso de pie y fue a abrir.
La esposa del Comisario le sonrió.
-Señora Irene…
-Margarita, ¿puedo entrar?
-Claro, señora.
La joven irrumpió en la sala.
-¿Está tu esposo en la casa, Margarita?
-No, señora Irene. Gonzalo y Satur salieron después de la escuela y no sé a donde han ido.
Laura se giró y las observó con curiosidad. Irene volvió a tomar la palabra:
-Le dejé unos libros para que los seleccionara; ya sabes, Margarita, que unas de mis tareas en el hospital va a ser leer a los pacientes…
-Sí, me lo comentó. Pero no se preocupe, señora Irene, estoy segura de que Gonzalo ya los habrá visto y que se los dará a Juan o a Álvaro para que usted pueda realizar esa labor tan bonita.
La sobrina del cardenal Mendoza sonrió a la costurera.
-Gracias, Margarita. Estoy muy feliz con lo que estoy aprendiendo en el hospital y Juan me ha dicho que mi idea es estupenda. Así que estoy deseando empezar.
-La comprendo, señora. En cuanto Gonzalo regrese se lo diré.
-De acuerdo. –Le sonrió.
Laura se puso de pie y las dos se dieron cuenta de la presencia de la dama.
-Tengo que irme, Margarita.
-¡Oh, lo siento, mademoiselle! Permítame que las presente. –Laura e Irene se sonrieron. Margarita asió el brazo que le ofrecía su suegra y después dijo-: Mademoiselle Lorelle es una de las institutrices del príncipe heredero y la señora Irene es…
La sobrina de Mendoza la interrumpió:
-¿Usted es una de las ayas del príncipe Carlos?
-Sí.
-Entonces… Usted debe conocer a mi tío…
Laura arqueó las cejas.
-¿Su tío?
-Sí. Él es el cardenal Francisco de Mendoza y Balboa.
Un estremecimiento recorrió la espalda de Laura de Montignac. Ésta pestañeó y tragó saliva antes de preguntar:
-¿Su sobrina…? Creí que él no tenía… ¿Qué edad tienes, hija? –le preguntó con la voz temblorosa.
-Hace poco he cumplido diecinueve años.
Laura se apoyó en el respaldo del asiento. Sus nudillos se tornaron blancos al apretar la madera. Margarita e Irene la miraron extrañadas.
-¿Le ocurre algo? –le inquirió la hermosa joven al ver cómo las mejillas de la institutriz perdían color.
-Mademoiselle… -musitó Margarita asiéndola por un brazo.
En ese instante, Irene se giró con la intención de ayudar a la esposa de Gonzalo de Montalvo y Laura vio el prendedor de la mariposa, su prendedor. Un sonido parecido al quejido de una tela al rasgarse escapó de la garganta femenina. Luego todo se volvió negro…
Continuará... Besos a todas y buen findeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee... A más ver. MJ.
-Perdone… -La dama asintió. Margarita se puso de pie y fue a abrir.
La esposa del Comisario le sonrió.
-Señora Irene…
-Margarita, ¿puedo entrar?
-Claro, señora.
La joven irrumpió en la sala.
-¿Está tu esposo en la casa, Margarita?
-No, señora Irene. Gonzalo y Satur salieron después de la escuela y no sé a donde han ido.
Laura se giró y las observó con curiosidad. Irene volvió a tomar la palabra:
-Le dejé unos libros para que los seleccionara; ya sabes, Margarita, que unas de mis tareas en el hospital va a ser leer a los pacientes…
-Sí, me lo comentó. Pero no se preocupe, señora Irene, estoy segura de que Gonzalo ya los habrá visto y que se los dará a Juan o a Álvaro para que usted pueda realizar esa labor tan bonita.
La sobrina del cardenal Mendoza sonrió a la costurera.
-Gracias, Margarita. Estoy muy feliz con lo que estoy aprendiendo en el hospital y Juan me ha dicho que mi idea es estupenda. Así que estoy deseando empezar.
-La comprendo, señora. En cuanto Gonzalo regrese se lo diré.
-De acuerdo. –Le sonrió.
Laura se puso de pie y las dos se dieron cuenta de la presencia de la dama.
-Tengo que irme, Margarita.
-¡Oh, lo siento, mademoiselle! Permítame que las presente. –Laura e Irene se sonrieron. Margarita asió el brazo que le ofrecía su suegra y después dijo-: Mademoiselle Lorelle es una de las institutrices del príncipe heredero y la señora Irene es…
La sobrina de Mendoza la interrumpió:
-¿Usted es una de las ayas del príncipe Carlos?
-Sí.
-Entonces… Usted debe conocer a mi tío…
Laura arqueó las cejas.
-¿Su tío?
-Sí. Él es el cardenal Francisco de Mendoza y Balboa.
Un estremecimiento recorrió la espalda de Laura de Montignac. Ésta pestañeó y tragó saliva antes de preguntar:
-¿Su sobrina…? Creí que él no tenía… ¿Qué edad tienes, hija? –le preguntó con la voz temblorosa.
-Hace poco he cumplido diecinueve años.
Laura se apoyó en el respaldo del asiento. Sus nudillos se tornaron blancos al apretar la madera. Margarita e Irene la miraron extrañadas.
-¿Le ocurre algo? –le inquirió la hermosa joven al ver cómo las mejillas de la institutriz perdían color.
-Mademoiselle… -musitó Margarita asiéndola por un brazo.
En ese instante, Irene se giró con la intención de ayudar a la esposa de Gonzalo de Montalvo y Laura vio el prendedor de la mariposa, su prendedor. Un sonido parecido al quejido de una tela al rasgarse escapó de la garganta femenina. Luego todo se volvió negro…
Continuará... Besos a todas y buen findeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee... A más ver. MJ.
#293
25/09/2012 08:24
tengo que ponerme al día, a ver si esta tarde que amenaza lluvia...
#294
25/09/2012 12:40
No llego, no llego ............ tengo pendiente de leer ttodo lo publicado en septiembre ya veremos como lo hago pero leerlo lo leo como me llamo Campello.
#295
25/09/2012 12:53
pues está genial, a mi me falta la última tanda, tampoco llego, jajaja, pero lo lograremos
Mj esperanos un pelín a que te cojamos .... 285
Mj esperanos un pelín a que te cojamos .... 285
#296
25/09/2012 16:16
¡Hola, guapas!
¿Qué tal? No llegais, ¿no? Je,je,je,je. Pues nada, me dais un toquecillo cuando os pongais al día y seguiré colgando. ¿Ok? Besosssssssssssssssssssssssssssss... MJ. A más ver.
¿Qué tal? No llegais, ¿no? Je,je,je,je. Pues nada, me dais un toquecillo cuando os pongais al día y seguiré colgando. ¿Ok? Besosssssssssssssssssssssssssssss... MJ. A más ver.
#297
26/09/2012 12:19
Interesante lo del libro y ahora que Laura vea el prendedor .....
Yo estoy lista para lo que viene ...
Yo estoy lista para lo que viene ...
#298
28/09/2012 10:50
madare mía que atracón me acabo de pegaaaaaaaaaaaaaaarrrrrrrrrrrrrr
#299
28/09/2012 16:11
¡Hola, guapis!
¿Qué tal? Bueno, como Kaley se ha puesto al día y Selene también. Sigo colgando la continuación de "Confía en mí", ¿ok?
Ya verás, Kaley, como todo se empieza a complicarrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr... Je,je,je. Besos, guapetona.
Selene, cielo, ¡¡¡mamma mía!!!! Te comprendo, tas jartao... Je,je,je,je. Un empacho de Amo y de Margui... Je,je,je. Besos también para ti, preciosa.
Pues nada, sigo colgando y que tengais todas un buen finde. Besosssssssssssssssssssssssss... Muakkkk. MJ.
A más ver.
¿Qué tal? Bueno, como Kaley se ha puesto al día y Selene también. Sigo colgando la continuación de "Confía en mí", ¿ok?
Ya verás, Kaley, como todo se empieza a complicarrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr... Je,je,je. Besos, guapetona.
Selene, cielo, ¡¡¡mamma mía!!!! Te comprendo, tas jartao... Je,je,je,je. Un empacho de Amo y de Margui... Je,je,je. Besos también para ti, preciosa.
Pues nada, sigo colgando y que tengais todas un buen finde. Besosssssssssssssssssssssssss... Muakkkk. MJ.
A más ver.
#300
28/09/2012 16:13
CONFÍA EN MÍ
Laura abrió los ojos después de que Álvaro de Osuna pusiera un frasquito de sales debajo de su nariz. La expresión de la dama fue de asombro al verle. Quiso hablar, pero Álvaro le sonrió y le dijo:
-Tranquilícese, señora, está en buenas manos.
Laura buscó a su nuera y a Irene con la mirada. Las dos estaban junto al médico y sus rostros expresaban inquietud.
-¿Qué me ha ocurrido? –preguntó tras parpadear.
-Ha sufrido un desvanecimiento.
La madre de Gonzalo hizo ademán de incorporarse, pero Álvaro no se lo permitió.
-Tiene que hacerlo con cuidado, si no volverá a sufrir otro vahído.
-Gracias, lo haré despacio. ¿Usted quién es?
El desconocido la ayudó a sentarse en una de las sillas. Margarita le dio un vaso de agua que ella bebió agradecida. El médico le contestó poco después:
-Me llamo Álvaro de Osuna y soy uno de los médicos del Hospital San Felipe. Me encontraba en una de las salas cuando Margarita entró muy asustada llamando a gritos a un doctor. –La esposa del maestro y él se sonrieron-. Vine todo lo rápido que pude…
-Muchas gracias, doctor, pero sólo ha sido un desmayo y, seguramente, sus pacientes son más importantes que yo.
Un pícaro hoyuelo se formó en la comisura de los labios masculinos.
-No lo creo. Además, si no hubiera venido ahora no tendría el gusto de conocerla. Una dama tan encantadora merece todo mi respeto y admiración.
Laura le sonrió.
-¿Siempre es usted así de galante con las damas?
-Sólo con las hermosas. Aunque no sé su nombre…
Laura le devolvió la sonrisa y le dijo:
-Me llamo Lorelle Gaudet.
-Encantado, mademoiselle –musitó, rozándole con los labios la mano que ella le ofreció.
-¿Se encuentra mejor, Lorelle? –le preguntó Margarita.
Laura miró a su nuera y le dio el vaso vacío.
-Sí, hija. Siento el susto que te he hecho pasar.
-No se preocupe. Lo importante es que se encuentre mejor.
Laura asintió.
-Si usted quiere la puedo llevar al Real Alcázar. Mi cochero me espera detrás del callejón –habló Irene.
Laura de Montignac parpadeó, pero no pudo responderle. La impresión que había sufrido al ver su prendedor y saber que Irene era sobrina del cardenal Mendoza aún aleteaba en su cabeza.
-No le conviene caminar hasta palacio, así que váyase en el carruaje de Irene –manifestó Álvaro de Osuna.
-Hágale caso, Lorelle –profirió Margarita acariciándole con ternura la mejilla izquierda.
-Me hubiese gustado tanto conversar con Gonzalo, pero…
-Yo le diré que usted ha estado en la casa y que necesita hablar con él. Estoy segura de que Gonzalo la buscará mañana en el palacio real.
-¿Harás eso por mí, Margarita?
-Sí. –Le sonrió.
Laura besó cariñosamente a su nuera y luego se levantó del asiento. Miró a Álvaro de Osuna.
-Muchas gracias, doctor.
-Ha sido un placer, mademoiselle.
Álvaro se marchó poco después con su caja de instrumentos médicos. Margarita la despidió en la puerta de la entrada e Irene le ofreció un brazo para que descendiera los peldaños de la escalera.
Laura abrió los ojos después de que Álvaro de Osuna pusiera un frasquito de sales debajo de su nariz. La expresión de la dama fue de asombro al verle. Quiso hablar, pero Álvaro le sonrió y le dijo:
-Tranquilícese, señora, está en buenas manos.
Laura buscó a su nuera y a Irene con la mirada. Las dos estaban junto al médico y sus rostros expresaban inquietud.
-¿Qué me ha ocurrido? –preguntó tras parpadear.
-Ha sufrido un desvanecimiento.
La madre de Gonzalo hizo ademán de incorporarse, pero Álvaro no se lo permitió.
-Tiene que hacerlo con cuidado, si no volverá a sufrir otro vahído.
-Gracias, lo haré despacio. ¿Usted quién es?
El desconocido la ayudó a sentarse en una de las sillas. Margarita le dio un vaso de agua que ella bebió agradecida. El médico le contestó poco después:
-Me llamo Álvaro de Osuna y soy uno de los médicos del Hospital San Felipe. Me encontraba en una de las salas cuando Margarita entró muy asustada llamando a gritos a un doctor. –La esposa del maestro y él se sonrieron-. Vine todo lo rápido que pude…
-Muchas gracias, doctor, pero sólo ha sido un desmayo y, seguramente, sus pacientes son más importantes que yo.
Un pícaro hoyuelo se formó en la comisura de los labios masculinos.
-No lo creo. Además, si no hubiera venido ahora no tendría el gusto de conocerla. Una dama tan encantadora merece todo mi respeto y admiración.
Laura le sonrió.
-¿Siempre es usted así de galante con las damas?
-Sólo con las hermosas. Aunque no sé su nombre…
Laura le devolvió la sonrisa y le dijo:
-Me llamo Lorelle Gaudet.
-Encantado, mademoiselle –musitó, rozándole con los labios la mano que ella le ofreció.
-¿Se encuentra mejor, Lorelle? –le preguntó Margarita.
Laura miró a su nuera y le dio el vaso vacío.
-Sí, hija. Siento el susto que te he hecho pasar.
-No se preocupe. Lo importante es que se encuentre mejor.
Laura asintió.
-Si usted quiere la puedo llevar al Real Alcázar. Mi cochero me espera detrás del callejón –habló Irene.
Laura de Montignac parpadeó, pero no pudo responderle. La impresión que había sufrido al ver su prendedor y saber que Irene era sobrina del cardenal Mendoza aún aleteaba en su cabeza.
-No le conviene caminar hasta palacio, así que váyase en el carruaje de Irene –manifestó Álvaro de Osuna.
-Hágale caso, Lorelle –profirió Margarita acariciándole con ternura la mejilla izquierda.
-Me hubiese gustado tanto conversar con Gonzalo, pero…
-Yo le diré que usted ha estado en la casa y que necesita hablar con él. Estoy segura de que Gonzalo la buscará mañana en el palacio real.
-¿Harás eso por mí, Margarita?
-Sí. –Le sonrió.
Laura besó cariñosamente a su nuera y luego se levantó del asiento. Miró a Álvaro de Osuna.
-Muchas gracias, doctor.
-Ha sido un placer, mademoiselle.
Álvaro se marchó poco después con su caja de instrumentos médicos. Margarita la despidió en la puerta de la entrada e Irene le ofreció un brazo para que descendiera los peldaños de la escalera.