Foro Águila Roja
Confía en mí
#0
05/06/2012 21:17
¡Hola, Aguiluchas!
Vuelvo a colgar este mensaje, porque no sé qué ha pasado. Se ha perdido en el ciberespacio... Je,je,je... Bueno, os decía en el anterior que estoy escribiendo esta historia de Gonzalo y Margarita, que he titulado Confía en mí. Una frase que el Amo dice habitualmente. Al principio pensé en centrarme sólo en el CR, pero después me he picado y como le dije a Mar, iré introduciendo personajes para dar más intensidad a la trama. ¡Jó parezco una guionista de la serie! Je,je,je... Iré colgándola poco a poco. Espero que os guste y que disfrutéis tanto como yo al escribirla. Me he basado en algunas imágenes que nos pusieron de la ansiada 5ª temporada, pero el resto es todo, todito de mi imaginación. A ver si los lionistas se pasan por aquí y cogen algunas ideas... Je,je,je. Bueno, allá va... Besitos y con Dios. MJ.
Ya sé lo que pasó. Hay mucho texto y no lo podía colgar... Bueno, aquí os dejo las primeras líneas. Besitos a tod@s. MJ.
Vuelvo a colgar este mensaje, porque no sé qué ha pasado. Se ha perdido en el ciberespacio... Je,je,je... Bueno, os decía en el anterior que estoy escribiendo esta historia de Gonzalo y Margarita, que he titulado Confía en mí. Una frase que el Amo dice habitualmente. Al principio pensé en centrarme sólo en el CR, pero después me he picado y como le dije a Mar, iré introduciendo personajes para dar más intensidad a la trama. ¡Jó parezco una guionista de la serie! Je,je,je... Iré colgándola poco a poco. Espero que os guste y que disfrutéis tanto como yo al escribirla. Me he basado en algunas imágenes que nos pusieron de la ansiada 5ª temporada, pero el resto es todo, todito de mi imaginación. A ver si los lionistas se pasan por aquí y cogen algunas ideas... Je,je,je. Bueno, allá va... Besitos y con Dios. MJ.
Ya sé lo que pasó. Hay mucho texto y no lo podía colgar... Bueno, aquí os dejo las primeras líneas. Besitos a tod@s. MJ.
#241
30/08/2012 17:46
¡Hola, guapas!
¿Qué tal? Pues nada yo sigo colgando la continuación... Muchas gracias, Selene, Kaley... Besitosssssssssssssssssssssssssssssss... MJ.
¿Qué tal? Pues nada yo sigo colgando la continuación... Muchas gracias, Selene, Kaley... Besitosssssssssssssssssssssssssssssss... MJ.
#242
30/08/2012 17:47
CONFÍA EN MÍ
Gonzalo y Sátur habían estado aquella madrugada buscando pistas que les llevara hasta Laura de Montignac, pero ambos regresaron desanimados y cansados a la casa. Ella no había estado en ninguno de los lugares que el maestro recordaba, así que todo seguía igual.
-No se desanime, amo, que ya verá que uno de estos días nos encontramos con algo que nos lleve hasta su paradero.
-No entiendo por qué Agustín no me dijo que estaba viva… -habló, sentándose junto al fuego.
-Yo tampoco comprendo al fraile, pero seguro que él tenía sus razones, amo. –Le dio una palmadita en el hombro y luego le preguntó-: ¿Qué hacemos con el traje del héroe, su Katana, los puñales…? Porque ahora usted no puede subir a la guarida, que la señora se podría despertar y descubrirle.
Gonzalo suspiró.
-Guárdalos en uno de los arcones de tu habitación. En cuanto Alonso y Margarita salgan de la casa, lo llevas todo a la guarida.
-Eso está muy bien pensao. –Sátur bostezó y volvió a hablar-: Bueno, amo, yo estoy que me caigo de sueño. Aún quedan unas horitas para que amanezca, así que con su permiso me voy a planchar la oreja… -Le sonrió.
Gonzalo le devolvió la sonrisa.
-Sí, anda, ve y descansa.
Saturno García asintió y luego se dirigió al pequeño cuarto que Gonzalo y Margarita habían acomodado junto a la cuadra para él. Entró en su habitación y miró el camastro, la mesilla, los arcones, en los que recogía su ropa y sus objetos personales, el escabel… Cerró los postigos de la ventana que daba al callejón y que su amo había abierto para que aquel lugar estuviera ventilado. “Su habitación…”, murmuró sonriente. Sátur recordó el momento en el que los Montalvo le hicieron aquel regalo, el mayor que había recibido en su vida…
“Fue el día de su cumpleaños y Gonzalo le envió a un pueblo cercano a la Villa a hacer varios recados. Todos estaban compinchados, pero él no se dio cuenta de nada. Alonso le acompañó en el carromato y no paró de hablar en todo el camino. Sin saber cómo una de las ruedas delanteras del carro se encajó en una hendidura y no hubo forma de sacarla de allí. Tuvieron que ir en busca de ayuda y perdieron mucho tiempo. Luego, el señor Pascasio, que era el lugareño que habitualmente les abastecía de harina, legumbres, aceite, patatas y frutas frescas no se encontraba en su casa. La señora Eulalia, su esposa, les dijo que ella no entendía ni de medidas ni de pesas, así que no les quedó más remedio que esperar el regreso del buen hombre, que llegó a la hora del almuerzo. Eulalia y Pascasio insistieron para que se quedaran a comer. Saturno García se zampó dos escudillas de un sabrosísimo potaje de garbanzos, probó los quesos, la cecina, unas aceitunas aliñadas con ajos y vinagre que estaban riquísimas… y todo regado con un estupendo vino de la tierra. Sátur se quedó dormido tras el festín. Alonso sonrió a la pareja que sabía lo que Gonzalo y su familia estaban haciendo por el fiel criado. Tras la siesta, el ayudante del Águila Roja y el niño emprendieron el regreso a la Villa. Sátur condujo el carromato hasta el callejón por donde se entraba a la cuadra.
Gonzalo y Sátur habían estado aquella madrugada buscando pistas que les llevara hasta Laura de Montignac, pero ambos regresaron desanimados y cansados a la casa. Ella no había estado en ninguno de los lugares que el maestro recordaba, así que todo seguía igual.
-No se desanime, amo, que ya verá que uno de estos días nos encontramos con algo que nos lleve hasta su paradero.
-No entiendo por qué Agustín no me dijo que estaba viva… -habló, sentándose junto al fuego.
-Yo tampoco comprendo al fraile, pero seguro que él tenía sus razones, amo. –Le dio una palmadita en el hombro y luego le preguntó-: ¿Qué hacemos con el traje del héroe, su Katana, los puñales…? Porque ahora usted no puede subir a la guarida, que la señora se podría despertar y descubrirle.
Gonzalo suspiró.
-Guárdalos en uno de los arcones de tu habitación. En cuanto Alonso y Margarita salgan de la casa, lo llevas todo a la guarida.
-Eso está muy bien pensao. –Sátur bostezó y volvió a hablar-: Bueno, amo, yo estoy que me caigo de sueño. Aún quedan unas horitas para que amanezca, así que con su permiso me voy a planchar la oreja… -Le sonrió.
Gonzalo le devolvió la sonrisa.
-Sí, anda, ve y descansa.
Saturno García asintió y luego se dirigió al pequeño cuarto que Gonzalo y Margarita habían acomodado junto a la cuadra para él. Entró en su habitación y miró el camastro, la mesilla, los arcones, en los que recogía su ropa y sus objetos personales, el escabel… Cerró los postigos de la ventana que daba al callejón y que su amo había abierto para que aquel lugar estuviera ventilado. “Su habitación…”, murmuró sonriente. Sátur recordó el momento en el que los Montalvo le hicieron aquel regalo, el mayor que había recibido en su vida…
“Fue el día de su cumpleaños y Gonzalo le envió a un pueblo cercano a la Villa a hacer varios recados. Todos estaban compinchados, pero él no se dio cuenta de nada. Alonso le acompañó en el carromato y no paró de hablar en todo el camino. Sin saber cómo una de las ruedas delanteras del carro se encajó en una hendidura y no hubo forma de sacarla de allí. Tuvieron que ir en busca de ayuda y perdieron mucho tiempo. Luego, el señor Pascasio, que era el lugareño que habitualmente les abastecía de harina, legumbres, aceite, patatas y frutas frescas no se encontraba en su casa. La señora Eulalia, su esposa, les dijo que ella no entendía ni de medidas ni de pesas, así que no les quedó más remedio que esperar el regreso del buen hombre, que llegó a la hora del almuerzo. Eulalia y Pascasio insistieron para que se quedaran a comer. Saturno García se zampó dos escudillas de un sabrosísimo potaje de garbanzos, probó los quesos, la cecina, unas aceitunas aliñadas con ajos y vinagre que estaban riquísimas… y todo regado con un estupendo vino de la tierra. Sátur se quedó dormido tras el festín. Alonso sonrió a la pareja que sabía lo que Gonzalo y su familia estaban haciendo por el fiel criado. Tras la siesta, el ayudante del Águila Roja y el niño emprendieron el regreso a la Villa. Sátur condujo el carromato hasta el callejón por donde se entraba a la cuadra.
#243
30/08/2012 17:48
-Espera, Sátur, que voy a abrir por dentro –le dijo Alonso.
-Pero si la falleba no estará echada… ¿Dónde vas, Alonsillo? –le preguntó.
Pero el niño no le contestó, echó a correr y fue hasta la entrada principal de la casa.
-Este chiquillo… -murmuró Sátur masticando la brizna que tenía en la boca.
Poco después, Alonso de Montalvo le abría la puerta y el carromato entraba en el patio. Sátur bajó las tinajas de aceite, los sacos de harina y los cestos de fruta, iba a desenganchar los arneses del caballo cuando oyó la voz de su amo.
-Sátur…
Se giró. Margarita, Alonso y Gonzalo le miraban con una sonrisa en los labios.
-¿Sí, amo?
-Que sabemos que hoy es tu cumpleaños y tenemos un regalo para ti.
-¿Para mí? –inquirió, asombrado.
-Sí –afirmó Margarita ofreciéndole su mano-. Ven, Sátur…
El criado asió la mano femenina. Su rostro expresaba sorpresa y un atisbo de felicidad.
-¡Cierra los ojos, Sátur! –exclamó alegre el hijo del maestro.
Obedeció al niño.
-No los puedes abrir hasta que yo te lo diga, ¿vale?
-De acuerdo, Alonsillo –le contestó tras suspirar.
Gonzalo les seguía, complacido. El postillón del Águila caminó los pocos metros que le separaban de su regalo con los ojos cerrados y ayudado por Margarita y Alonso. Él sintió que abrían una puerta y que entraban en una estancia. Se imaginó que acababan de irrumpir en la sala de estar y que allí encima de la mesa habría un pastel o cualquier otra cosa que a él le emocionaría, pero nunca se imaginó lo que los Montalvo habían hecho para él.
-¡Ya! –pronunció Alonso de Montalvo.
Abrió los párpados y se quedó boquiabierto. Parpadeó y miró a Gonzalo que, con los brazos cruzados, le sonreía desde el vano de la puerta que hacía unas horas no estaba allí.
-Esta es tu habitación, Sátur.
-Mi… -No pudo hablar. Tragó saliva y se le saltaron las lágrimas por la emoción-. Pero… ¿Cómo han hecho esto…?
Margarita fue la que le respondió:
-Cipri y Catalina trajeron los muebles .Juan nos ofreció adobe y argamasa para hacer el tabique y la ventana, y uno de los obreros que están trabajando en su hospital se ofreció a ayudarnos. No toques la pared porque aún está fresca y los dedos se quedarían ahí. –Le sonrió.
-Esto es lo más hermoso que nadie ha hecho por mí nunca. Me ha llegao al alma… -musitó, conmovido.
Alonso le abrazó y él besó, cariñosamente, al niño.
-Te quiero, Alonsillo.
-Yo también a ti, Sátur.
Los dos se sonrieron.
-Mira la cama, la mesilla, los arcones… Todo es tuyo, Sátur.
Saturno García tocó los muebles y sonrió.
-Gracias… -Miró a Margarita y a Gonzalo-. Yo nunca he tenido una habitación para mí solo.
-Pues ahora la tienes, Sátur. Como dice Alonso es toda tuya –habló el maestro.
El postillón del héroe de la Villa se abrazó a Gonzalo de Montalvo.
-Amo…
-Te lo mereces, Sátur, te lo mereces…
Ambos se miraron y se sonrieron.”
Saturno García suspiró. Lió el traje del Águila en una tela y, a continuación, lo introdujo en uno de los arcones. Luego cogió la Katana y las otras armas de su amo e hizo lo mismo. Cerró la tapa del arcón y después ocultó la llave del candado en la repisa donde tenía algunos libros. Cansado y dolorido, se dejó caer en el lecho y se abrazó a su almohada. Morfeo pronto le envolvió con su manto de estrellas.
-Pero si la falleba no estará echada… ¿Dónde vas, Alonsillo? –le preguntó.
Pero el niño no le contestó, echó a correr y fue hasta la entrada principal de la casa.
-Este chiquillo… -murmuró Sátur masticando la brizna que tenía en la boca.
Poco después, Alonso de Montalvo le abría la puerta y el carromato entraba en el patio. Sátur bajó las tinajas de aceite, los sacos de harina y los cestos de fruta, iba a desenganchar los arneses del caballo cuando oyó la voz de su amo.
-Sátur…
Se giró. Margarita, Alonso y Gonzalo le miraban con una sonrisa en los labios.
-¿Sí, amo?
-Que sabemos que hoy es tu cumpleaños y tenemos un regalo para ti.
-¿Para mí? –inquirió, asombrado.
-Sí –afirmó Margarita ofreciéndole su mano-. Ven, Sátur…
El criado asió la mano femenina. Su rostro expresaba sorpresa y un atisbo de felicidad.
-¡Cierra los ojos, Sátur! –exclamó alegre el hijo del maestro.
Obedeció al niño.
-No los puedes abrir hasta que yo te lo diga, ¿vale?
-De acuerdo, Alonsillo –le contestó tras suspirar.
Gonzalo les seguía, complacido. El postillón del Águila caminó los pocos metros que le separaban de su regalo con los ojos cerrados y ayudado por Margarita y Alonso. Él sintió que abrían una puerta y que entraban en una estancia. Se imaginó que acababan de irrumpir en la sala de estar y que allí encima de la mesa habría un pastel o cualquier otra cosa que a él le emocionaría, pero nunca se imaginó lo que los Montalvo habían hecho para él.
-¡Ya! –pronunció Alonso de Montalvo.
Abrió los párpados y se quedó boquiabierto. Parpadeó y miró a Gonzalo que, con los brazos cruzados, le sonreía desde el vano de la puerta que hacía unas horas no estaba allí.
-Esta es tu habitación, Sátur.
-Mi… -No pudo hablar. Tragó saliva y se le saltaron las lágrimas por la emoción-. Pero… ¿Cómo han hecho esto…?
Margarita fue la que le respondió:
-Cipri y Catalina trajeron los muebles .Juan nos ofreció adobe y argamasa para hacer el tabique y la ventana, y uno de los obreros que están trabajando en su hospital se ofreció a ayudarnos. No toques la pared porque aún está fresca y los dedos se quedarían ahí. –Le sonrió.
-Esto es lo más hermoso que nadie ha hecho por mí nunca. Me ha llegao al alma… -musitó, conmovido.
Alonso le abrazó y él besó, cariñosamente, al niño.
-Te quiero, Alonsillo.
-Yo también a ti, Sátur.
Los dos se sonrieron.
-Mira la cama, la mesilla, los arcones… Todo es tuyo, Sátur.
Saturno García tocó los muebles y sonrió.
-Gracias… -Miró a Margarita y a Gonzalo-. Yo nunca he tenido una habitación para mí solo.
-Pues ahora la tienes, Sátur. Como dice Alonso es toda tuya –habló el maestro.
El postillón del héroe de la Villa se abrazó a Gonzalo de Montalvo.
-Amo…
-Te lo mereces, Sátur, te lo mereces…
Ambos se miraron y se sonrieron.”
Saturno García suspiró. Lió el traje del Águila en una tela y, a continuación, lo introdujo en uno de los arcones. Luego cogió la Katana y las otras armas de su amo e hizo lo mismo. Cerró la tapa del arcón y después ocultó la llave del candado en la repisa donde tenía algunos libros. Cansado y dolorido, se dejó caer en el lecho y se abrazó a su almohada. Morfeo pronto le envolvió con su manto de estrellas.
#244
30/08/2012 17:48
Gonzalo entró en la habitación de Alonso. El niño dormía ajeno a sus inquietudes. Se le había caído al suelo el libro que había estado leyendo. Sonrió. Luego observó los dibujos que había pintado sobre su ídolo. En aquellas hojas estaba el Águila Roja con su Katana, su capa al viento, sus botas, su embozo… Gonzalo suspiró. ¡Si él supiera cuánto le costaba convertirse en aquel guerrero que renunciaba casi todas las noches a velar sus sueños, sin saber si al día siguiente le volvería a abrazar…! Acarició el rostro de su hijo. Se parecía tanto a él. Besó su frente y le tapó. Luego irrumpió en su alcoba. Sin hacer ruido se acercó hasta el lecho donde Margarita dormía. La contempló durante unos minutos. Ella estaba de lado, en posición fetal. El brazo izquierdo descansaba entre las sábanas arrugadas, la mano diestra rozaba su mejilla derecha y sus largos cabellos serpenteaban por los pliegues de la almohada, la manga de la camisola de dormir se le había deslizado por el hombro izquierdo, dejando al descubierto su aceitunada piel. “Es una diosa, mi diosa…”, pensó Gonzalo enamorado. Sin dejar de mirarla se desabrochó la camisa de color verde, luego se descalzó y dejó los gregüescos encima de la silla. Únicamente llevaba puesta las calzas cuando se acostó en la cama. Margarita sintió el peso de él, los brazos que le rodeaban la cintura, el roce de sus labios en la cabeza, el aliento en su cuello... Gonzalo enredó sus atléticas y fuertes piernas entre las de ella y suspiró. Margarita entreabrió los párpados y le preguntó:
-¿Qué pasa…?
-Nada, mi amor. Oí un ruido y me levanté, pero todo está en orden.
Margarita se movió y cambió de postura. Ahora sus rostros quedaron a pocos centímetros el uno del otro. Gonzalo le sonrió, acariciándola con la mirada. Le dio un beso en la nariz y la atrajo más hacia él, percibiendo el olor a flores silvestres que desprendía su sedosa melena oscura. Él habló:
-Me fascinan tus cabellos… -Asió un mechón y lo besó-. El sabor de tu piel me enloquece… -Mordió, apasionado, el hombro que la tela había dejado al descubierto. Margarita dejó escapar un gemido de placer-. Tu boca… -La voz de Gonzalo se tornó ronca por el deseo-. Tu boca es mi edén, el olimpo de todos mis anhelos, mi pasión… Besarte es como tocar el firmamento.
-Te quiero, mi amor… -musitó Margarita rozando con sus dedos las mejillas masculinas.
Unieron sus labios en un combate desenfrenado que les dejó con las respiraciones entrecortadas. Se miraron cautivados por el frenesí, excitados, anhelantes de compartir las caricias y el delirio que latía por sus venas… Gonzalo desnudó su alma ante ella, le susurró al oído lo que sentía, buscó en su memoria los sueños que los dos habían proyectado en la juventud y que luego se desvanecieron… Margarita le oyó emocionada, alentó sus palabras con besos enardecidos, admitió que nunca podría dejar de amarle, que él era su único amor, su vida… Entrelazaron sus manos y se prometieron la eternidad. Luego él deslizó, lentamente, la ardiente boca por la suave piel del cuello femenino; mordisqueó con delicadeza los senos; succionó los pezones con dulzura; lamió el ombligo, el vientre, las caderas, la parte interna de los muslos... Los jadeos de Margarita se acrecentaron cuando Gonzalo llegó hasta el centro de su feminidad. Lo que ocurrió a continuación, ella no lo olvidaría nunca. Sintió que se abría como los pétalos de una flor al amanecer, como las alas de una mariposa al salir de su crisálida, como un torrente de agua cristalina que encauza el meandro de un río… Minutos después lo acogía en su palpitante interior y ambos volaban al paraíso… Más tarde, cuando el sosiego había retornado al tálamo y sus corazones latían acompasados; ella, abrazada a su marido, le preguntó:
-¿En los libros se aprende eso que tú me has hecho?
Gonzalo sonrió.
-¿Te ha gustado?
-Sí. –Se incorporó sobre un costado y le devolvió la sonrisa.
-Las mujeres tenéis derecho a sentir placer igual que los hombres –dijo Gonzalo atrapando uno de los suaves mechones femeninos-. En Oriente existen textos que explican las distintas artes amatorias y cómo se ha de proporcionar el goce a tu pareja. Son muy interesantes…
Margarita se echó sobre él, besó su torso musculoso y suspiró feliz. Después ella levantó la cabeza y le preguntó seductora:
-¿Me dejarás ver esos textos…? Yo también quiero aprender a darte placer a ti.
Una carcajada brotó de la garganta masculina. Ella le emuló. Cuando las risas cesaron, Gonzalo le dijo:
-Eres mi vida… -Se miraron y se besaron tiernamente-. Siempre lo has sido y siempre lo serás.
Con aquella dulce promesa Margarita Hernando se durmió en los fuertes brazos de Gonzalo de Montalvo.
-¿Qué pasa…?
-Nada, mi amor. Oí un ruido y me levanté, pero todo está en orden.
Margarita se movió y cambió de postura. Ahora sus rostros quedaron a pocos centímetros el uno del otro. Gonzalo le sonrió, acariciándola con la mirada. Le dio un beso en la nariz y la atrajo más hacia él, percibiendo el olor a flores silvestres que desprendía su sedosa melena oscura. Él habló:
-Me fascinan tus cabellos… -Asió un mechón y lo besó-. El sabor de tu piel me enloquece… -Mordió, apasionado, el hombro que la tela había dejado al descubierto. Margarita dejó escapar un gemido de placer-. Tu boca… -La voz de Gonzalo se tornó ronca por el deseo-. Tu boca es mi edén, el olimpo de todos mis anhelos, mi pasión… Besarte es como tocar el firmamento.
-Te quiero, mi amor… -musitó Margarita rozando con sus dedos las mejillas masculinas.
Unieron sus labios en un combate desenfrenado que les dejó con las respiraciones entrecortadas. Se miraron cautivados por el frenesí, excitados, anhelantes de compartir las caricias y el delirio que latía por sus venas… Gonzalo desnudó su alma ante ella, le susurró al oído lo que sentía, buscó en su memoria los sueños que los dos habían proyectado en la juventud y que luego se desvanecieron… Margarita le oyó emocionada, alentó sus palabras con besos enardecidos, admitió que nunca podría dejar de amarle, que él era su único amor, su vida… Entrelazaron sus manos y se prometieron la eternidad. Luego él deslizó, lentamente, la ardiente boca por la suave piel del cuello femenino; mordisqueó con delicadeza los senos; succionó los pezones con dulzura; lamió el ombligo, el vientre, las caderas, la parte interna de los muslos... Los jadeos de Margarita se acrecentaron cuando Gonzalo llegó hasta el centro de su feminidad. Lo que ocurrió a continuación, ella no lo olvidaría nunca. Sintió que se abría como los pétalos de una flor al amanecer, como las alas de una mariposa al salir de su crisálida, como un torrente de agua cristalina que encauza el meandro de un río… Minutos después lo acogía en su palpitante interior y ambos volaban al paraíso… Más tarde, cuando el sosiego había retornado al tálamo y sus corazones latían acompasados; ella, abrazada a su marido, le preguntó:
-¿En los libros se aprende eso que tú me has hecho?
Gonzalo sonrió.
-¿Te ha gustado?
-Sí. –Se incorporó sobre un costado y le devolvió la sonrisa.
-Las mujeres tenéis derecho a sentir placer igual que los hombres –dijo Gonzalo atrapando uno de los suaves mechones femeninos-. En Oriente existen textos que explican las distintas artes amatorias y cómo se ha de proporcionar el goce a tu pareja. Son muy interesantes…
Margarita se echó sobre él, besó su torso musculoso y suspiró feliz. Después ella levantó la cabeza y le preguntó seductora:
-¿Me dejarás ver esos textos…? Yo también quiero aprender a darte placer a ti.
Una carcajada brotó de la garganta masculina. Ella le emuló. Cuando las risas cesaron, Gonzalo le dijo:
-Eres mi vida… -Se miraron y se besaron tiernamente-. Siempre lo has sido y siempre lo serás.
Con aquella dulce promesa Margarita Hernando se durmió en los fuertes brazos de Gonzalo de Montalvo.
#245
30/08/2012 17:49
Álvaro de Osuna y Juan de Calatrava caminaban por una de las calles del barrio de San Felipe. Al girar una esquina se encontraron de frente con Gonzalo y Margarita, que reían felices. Juan tragó saliva mientras el médico salmantino observó a la pareja con atención.
-Buenas tardes… -musitó Gonzalo sin dejar de abrazar a su mujer.
-Buenas tardes… -contestaron al unísono los dos doctores.
Margarita les sonrió. Juan habló:
-Gonzalo, este es mi amigo Álvaro de Osuna y Alarcón. Él me ayudará en el hospital.
El maestro asintió y le ofreció la diestra a modo de saludo.
-Encantado. Yo soy Gonzalo de Montalvo, el maestro del barrio.
-Lo sé. Juan me ha hablado de usted. –Le sonrió.
Gonzalo arqueó las cejas. Álvaro continuó:
-Dice que usted es una gran persona y que cree en nuestro proyecto.
-Gracias, Juan. –El noble asintió y miró de soslayo a Margarita, que miraba embelesada a su esposo-. Ayudar a los demás es admirable, sobre todo, si se hace de forma desinteresada.
Juan de Calatrava volvió a hablar:
-Sí, esa es nuestra intención. –Después miró a su amigo y prosiguió-. Álvaro, ella es Margarita, la esposa de Gonzalo.
-Ya nos conocemos, ¿verdad?
Álvaro le sonrió mientras el maestro les observaba con gesto sorprendido.
-Así es. Muchas gracias, señora, por indicarme dónde podía encontrar a Juan.
-De nada. Yo también opino como Gonzalo. Lo que van a hacer por San Felipe y los otros barrios cercanos es maravilloso.
-Sí, esperemos que el hospital sea beneficioso para todos –respondió el futuro marqués de Abrantes.
-Estoy segura de que así será –replicó Margarita sonriente.
-¿Y cuándo se abrirán las puertas del hospital? –les preguntó el maestro.
Álvaro le contestó:
-Si todo sigue como hemos planeado, el mes próximo.
-Octubre es una buena fecha.
-Sí. El otoño trae consigo un cambio de estación y también enfermedades… -musitó Álvaro de Osuna.
-¿Y atenderán a los enfermos solos? –inquirió Gonzalo.
Juan fue el que habló ahora:
-No. Necesitamos a una mujer que se dedique al dispensario, una partera y un hombre que nos ayude a trasladar a los accidentados, que vacíe los bacines y que cocine para los enfermos y también para nosotros.
-Cipri ha perdido su trabajo en el puesto de frutas. A lo mejor le interesa trabajar con vosotros –profirió Gonzalo de Montalvo.
Juan arqueó las cejas.
-¿Qué le ha ocurrido?
-Últimamente las cosas le han ido mal.
-Pues dile que se pase por el hospital y hablamos.
-Se lo diré. Gracias, Juan. –Gonzalo miró a su esposa y rodeó, cariñoso, la cintura de ella con sus brazos-. Nosotros tenemos que irnos. Nos vemos.
-Con Dios -musitó Margarita.
-Con Dios –le respondieron los dos galenos.
Juan y Álvaro les observaron hasta que la pareja dobló la esquina.
-Es preciosa… -susurró el médico de Salamanca.
-Sí. –Suspiró Juan. Luego miró a Álvaro y le dijo-: Bueno, ¿qué te parece si tú y yo nos tomamos un buen vino para celebrar que nuestro negocio pronto verá la luz?
-¿Hay hermosa mujeres en esa posada?
El duque de Velasco y Fonseca rió.
-¡El conquistador de Salamanca ataca de nuevo!
-No puedo remediarlo, amigo mío. Soy un enamorado de la belleza femenina. –Soltó una carcajada.
-Ya. A ver qué opinará tu futura esposa de estos enamoramientos…
-Por lo pronto no tengo que dar explicaciones a ninguna prometida ni a ninguna esposa… El día que la tenga…
-¡Pobrecilla, entonces la compadeceré! –exclamó Juan, pasándole uno de los brazos por los hombros.
-¿Y tú? ¿No te has enamorado de ninguna damisela en este tiempo?
-Yo estoy bien solo. Anda, vamos a la hospedería de Julián, que nos espera el mejor vino de todo Madrid.
Álvaro sonrió y ambos se encaminaron hacia la posada de Julián Fernández, más conocido en la Villa como el Rana.
Continuará... Besitos a todas. MJ.
-Buenas tardes… -musitó Gonzalo sin dejar de abrazar a su mujer.
-Buenas tardes… -contestaron al unísono los dos doctores.
Margarita les sonrió. Juan habló:
-Gonzalo, este es mi amigo Álvaro de Osuna y Alarcón. Él me ayudará en el hospital.
El maestro asintió y le ofreció la diestra a modo de saludo.
-Encantado. Yo soy Gonzalo de Montalvo, el maestro del barrio.
-Lo sé. Juan me ha hablado de usted. –Le sonrió.
Gonzalo arqueó las cejas. Álvaro continuó:
-Dice que usted es una gran persona y que cree en nuestro proyecto.
-Gracias, Juan. –El noble asintió y miró de soslayo a Margarita, que miraba embelesada a su esposo-. Ayudar a los demás es admirable, sobre todo, si se hace de forma desinteresada.
Juan de Calatrava volvió a hablar:
-Sí, esa es nuestra intención. –Después miró a su amigo y prosiguió-. Álvaro, ella es Margarita, la esposa de Gonzalo.
-Ya nos conocemos, ¿verdad?
Álvaro le sonrió mientras el maestro les observaba con gesto sorprendido.
-Así es. Muchas gracias, señora, por indicarme dónde podía encontrar a Juan.
-De nada. Yo también opino como Gonzalo. Lo que van a hacer por San Felipe y los otros barrios cercanos es maravilloso.
-Sí, esperemos que el hospital sea beneficioso para todos –respondió el futuro marqués de Abrantes.
-Estoy segura de que así será –replicó Margarita sonriente.
-¿Y cuándo se abrirán las puertas del hospital? –les preguntó el maestro.
Álvaro le contestó:
-Si todo sigue como hemos planeado, el mes próximo.
-Octubre es una buena fecha.
-Sí. El otoño trae consigo un cambio de estación y también enfermedades… -musitó Álvaro de Osuna.
-¿Y atenderán a los enfermos solos? –inquirió Gonzalo.
Juan fue el que habló ahora:
-No. Necesitamos a una mujer que se dedique al dispensario, una partera y un hombre que nos ayude a trasladar a los accidentados, que vacíe los bacines y que cocine para los enfermos y también para nosotros.
-Cipri ha perdido su trabajo en el puesto de frutas. A lo mejor le interesa trabajar con vosotros –profirió Gonzalo de Montalvo.
Juan arqueó las cejas.
-¿Qué le ha ocurrido?
-Últimamente las cosas le han ido mal.
-Pues dile que se pase por el hospital y hablamos.
-Se lo diré. Gracias, Juan. –Gonzalo miró a su esposa y rodeó, cariñoso, la cintura de ella con sus brazos-. Nosotros tenemos que irnos. Nos vemos.
-Con Dios -musitó Margarita.
-Con Dios –le respondieron los dos galenos.
Juan y Álvaro les observaron hasta que la pareja dobló la esquina.
-Es preciosa… -susurró el médico de Salamanca.
-Sí. –Suspiró Juan. Luego miró a Álvaro y le dijo-: Bueno, ¿qué te parece si tú y yo nos tomamos un buen vino para celebrar que nuestro negocio pronto verá la luz?
-¿Hay hermosa mujeres en esa posada?
El duque de Velasco y Fonseca rió.
-¡El conquistador de Salamanca ataca de nuevo!
-No puedo remediarlo, amigo mío. Soy un enamorado de la belleza femenina. –Soltó una carcajada.
-Ya. A ver qué opinará tu futura esposa de estos enamoramientos…
-Por lo pronto no tengo que dar explicaciones a ninguna prometida ni a ninguna esposa… El día que la tenga…
-¡Pobrecilla, entonces la compadeceré! –exclamó Juan, pasándole uno de los brazos por los hombros.
-¿Y tú? ¿No te has enamorado de ninguna damisela en este tiempo?
-Yo estoy bien solo. Anda, vamos a la hospedería de Julián, que nos espera el mejor vino de todo Madrid.
Álvaro sonrió y ambos se encaminaron hacia la posada de Julián Fernández, más conocido en la Villa como el Rana.
Continuará... Besitos a todas. MJ.
#246
31/08/2012 08:48
ay.................. que eme huelo que el Osuna la va a liar............................. no nos hagas sufrir mucho, por favor, que ya bastante mal lo hemos pasado............................
#247
31/08/2012 11:11
MJ, no sabes como he disfrutado leyendo este tramo de relato, maravilloso, eres además de brillante escritora, maravillosa poetisa, que bonito relatas ...
Yo me voy unos días de descanso, hecharé de menos el relato, pero a la vuelta más y de tirón ...
Feliz verano a todas !!!
Yo me voy unos días de descanso, hecharé de menos el relato, pero a la vuelta más y de tirón ...
Feliz verano a todas !!!
#248
01/09/2012 17:42
¡Hola, guapas!
Selene, que Álvaro es buena gente de verdad. Ya verás... Es un poco ligón, pero los problemas de la pareja los provocarán... No, no lo digo. Recuerda el principio de "Confía en mí" . Margarita está en el tejado llorando y se encuentra embarazada, Gonzalo no lo sabe... Sufrir, se sufrirá un poco. Si es que ya estamos acostumbrás... Je,je,je. Besitos, guapa. Muakkk.
Kaley, preciosa, pásatelo estupendamente y disfruta. Cuando regreses ya te pondrás al día con "Confía en mí". Muchas gracias por tus palabras, me alegro de verdad que te guste mi estilo. Es que últimamente estoy muy poética y las metáforas rondan por mi mente. ¿Será cosa de las Musas? Je,je,je,je. Nos leemos pronto. Besitosssssssssssssssssssssssss... Muakkk.
El lunes o martes. Bueno, el lunes... Je,je,je. Cuelgo la continuación. Besos y buen finde a todas. A más ver. MJ.
Selene, que Álvaro es buena gente de verdad. Ya verás... Es un poco ligón, pero los problemas de la pareja los provocarán... No, no lo digo. Recuerda el principio de "Confía en mí" . Margarita está en el tejado llorando y se encuentra embarazada, Gonzalo no lo sabe... Sufrir, se sufrirá un poco. Si es que ya estamos acostumbrás... Je,je,je. Besitos, guapa. Muakkk.
Kaley, preciosa, pásatelo estupendamente y disfruta. Cuando regreses ya te pondrás al día con "Confía en mí". Muchas gracias por tus palabras, me alegro de verdad que te guste mi estilo. Es que últimamente estoy muy poética y las metáforas rondan por mi mente. ¿Será cosa de las Musas? Je,je,je,je. Nos leemos pronto. Besitosssssssssssssssssssssssss... Muakkk.
El lunes o martes. Bueno, el lunes... Je,je,je. Cuelgo la continuación. Besos y buen finde a todas. A más ver. MJ.
#249
03/09/2012 16:39
¡Hola, guapas!
Pues nada a colgar se ha dicho... Je,je,je.
CONFÍA EN MÍ
Luis de Ceballos introdujo su mano derecha en la pila del agua bendita y luego se persignó. Laura le esperaba sentada en uno de los bancos centrales de la iglesia de San Felipe. Se sonrieron cuando sus miradas se encontraron. El duque de Villalba le dio una pequeña nota que ella leyó con avidez. Después le miró.
-¿Jonás López…?
-Ese es el nombre verdadero de Francisco de Mendoza y Balboa.
-¿Cómo lo has descubierto?
-He tenido que hacer muchas indagaciones para conseguirlo, Laura. Ha sido muy complicado porque el cardenal Mendoza ha tejido una red de mentiras y pistas falsas que a cualquier persona le hubiese sido imposible de desentrañar. Sin embargo, yo tengo un amigo que conoce a alguien que falsifica identidades por una generosa cantidad de maravedíes. Mi amigo asegura que en el Registro Civil nadie es capaz de diferenciar un documento legal de otro falso.
-¿Ese hombre está seguro…? No quisiera que Mendoza vaya a por él.
-Le he pagado una suma muy importante de dinero para que inicie una nueva vida lejos de la Villa. Te aseguro, Laura, que el cardenal no le encontrará.
-Te pagaré todo lo que estás haciendo por mí en cuanto pueda hacerme con las posesiones de mi familia en Francia.
Luis le besó la mano y la miró a los ojos.
-Sabes que no es necesario.
-Insisto, Luis.
-No. Yo soy un caballero y ayudarte es lo único que me satisface, aunque esto que has emprendiendo sea tan peligroso.
Laura le acarició la mejilla izquierda con dulzura. Luis carraspeó y prosiguió:
-Mendoza ha utilizado una gran fortuna para aparentar lo que no es. Posee tierras, dinero y apoyo para su postulado a la Silla de Pedro… Pero, ¿qué ocurrirá cuando se sepa quién es en realidad?
-Lo perderá todo. –Laura sonrió-. ¿Cuándo cambió de identidad?
-Antes de entrar en el seminario.
-Entonces… Escapó del calabozo y seguramente engañó o mató a alguien para hacerse con su riqueza.
-Probablemente. Un reo pagó en galeras por él y todo el mundo creyó que Jonás López había muerto en un sucio callejón de Marsella, en una reyerta entre delincuentes.
-Gracias, Luis. No sabes cuánto te agradezco todo lo que estás haciendo por mí.
Laura suspiró e hizo ademán de levantarse, pero el duque asió una de las manos femeninas y le dijo:
-También he encontrado información sobre Hernán Mejías y Gonzalo de Montalvo… Aunque ésta ha sido más difícil que la de Mendoza. Ni te imaginas a quién he tenido que acudir para que me dejara ver los archivos del Registro Civil.
-¿A quién has acudido?
-No te lo puedo revelar, Laura. Se lo he prometido. Sólo puedo decirte que esa persona es de mi entera confianza y que me debía un favor.
La dama parpadeó nerviosa. Laura de Montignac sintió que el corazón galopaba dentro de su pecho cuando Luis le entregó los pliegos.
-Tenías razón, Laura. Ellos son tus hijos… -susurró Luis de Ceballos.
Laura le sonrió. Sin embargo, no pudo leer las hojas que le acababa de entregar su amigo porque las lágrimas colmaron sus ojos de color miel.
-Léemelos tú, por favor…
Luis asintió y contó a Laura que las familias que habían adoptado a los niños eran humildes y ninguna de las dos habían tenido descendencia. Un monje franciscano actuó de intermediario para que los pequeños llamados Hernán y Gonzalo fueran inscritos en el Registro Civil con los apellidos Mejías y Montalvo. Las familias se comprometieron a cuidarles y a darles una educación ejemplar. A los padres adoptivos se les dijo que la madre de los niños había muerto tras dar a luz a un tercer vástago y que el padre había fallecido en Flandes… Laura no pudo decir nada durante unos minutos. Miró al Crucificado que presidía el altar y sintió que ahora su vida tenía sentido. Olvidó su sacrificio, los años de encarcelamiento, las lágrimas derramadas… Todo lo hizo por sus hijos, por sus pequeños…
-No he hallado nada sobre Ana, lo siento –musitó el duque de Villalba.
Laura le miró.
-Sé que la encontraré igual que a Hernán y a Gonzalo. Lo sé, Luis.
El hombre asintió y le sonrió.
Pues nada a colgar se ha dicho... Je,je,je.
CONFÍA EN MÍ
Luis de Ceballos introdujo su mano derecha en la pila del agua bendita y luego se persignó. Laura le esperaba sentada en uno de los bancos centrales de la iglesia de San Felipe. Se sonrieron cuando sus miradas se encontraron. El duque de Villalba le dio una pequeña nota que ella leyó con avidez. Después le miró.
-¿Jonás López…?
-Ese es el nombre verdadero de Francisco de Mendoza y Balboa.
-¿Cómo lo has descubierto?
-He tenido que hacer muchas indagaciones para conseguirlo, Laura. Ha sido muy complicado porque el cardenal Mendoza ha tejido una red de mentiras y pistas falsas que a cualquier persona le hubiese sido imposible de desentrañar. Sin embargo, yo tengo un amigo que conoce a alguien que falsifica identidades por una generosa cantidad de maravedíes. Mi amigo asegura que en el Registro Civil nadie es capaz de diferenciar un documento legal de otro falso.
-¿Ese hombre está seguro…? No quisiera que Mendoza vaya a por él.
-Le he pagado una suma muy importante de dinero para que inicie una nueva vida lejos de la Villa. Te aseguro, Laura, que el cardenal no le encontrará.
-Te pagaré todo lo que estás haciendo por mí en cuanto pueda hacerme con las posesiones de mi familia en Francia.
Luis le besó la mano y la miró a los ojos.
-Sabes que no es necesario.
-Insisto, Luis.
-No. Yo soy un caballero y ayudarte es lo único que me satisface, aunque esto que has emprendiendo sea tan peligroso.
Laura le acarició la mejilla izquierda con dulzura. Luis carraspeó y prosiguió:
-Mendoza ha utilizado una gran fortuna para aparentar lo que no es. Posee tierras, dinero y apoyo para su postulado a la Silla de Pedro… Pero, ¿qué ocurrirá cuando se sepa quién es en realidad?
-Lo perderá todo. –Laura sonrió-. ¿Cuándo cambió de identidad?
-Antes de entrar en el seminario.
-Entonces… Escapó del calabozo y seguramente engañó o mató a alguien para hacerse con su riqueza.
-Probablemente. Un reo pagó en galeras por él y todo el mundo creyó que Jonás López había muerto en un sucio callejón de Marsella, en una reyerta entre delincuentes.
-Gracias, Luis. No sabes cuánto te agradezco todo lo que estás haciendo por mí.
Laura suspiró e hizo ademán de levantarse, pero el duque asió una de las manos femeninas y le dijo:
-También he encontrado información sobre Hernán Mejías y Gonzalo de Montalvo… Aunque ésta ha sido más difícil que la de Mendoza. Ni te imaginas a quién he tenido que acudir para que me dejara ver los archivos del Registro Civil.
-¿A quién has acudido?
-No te lo puedo revelar, Laura. Se lo he prometido. Sólo puedo decirte que esa persona es de mi entera confianza y que me debía un favor.
La dama parpadeó nerviosa. Laura de Montignac sintió que el corazón galopaba dentro de su pecho cuando Luis le entregó los pliegos.
-Tenías razón, Laura. Ellos son tus hijos… -susurró Luis de Ceballos.
Laura le sonrió. Sin embargo, no pudo leer las hojas que le acababa de entregar su amigo porque las lágrimas colmaron sus ojos de color miel.
-Léemelos tú, por favor…
Luis asintió y contó a Laura que las familias que habían adoptado a los niños eran humildes y ninguna de las dos habían tenido descendencia. Un monje franciscano actuó de intermediario para que los pequeños llamados Hernán y Gonzalo fueran inscritos en el Registro Civil con los apellidos Mejías y Montalvo. Las familias se comprometieron a cuidarles y a darles una educación ejemplar. A los padres adoptivos se les dijo que la madre de los niños había muerto tras dar a luz a un tercer vástago y que el padre había fallecido en Flandes… Laura no pudo decir nada durante unos minutos. Miró al Crucificado que presidía el altar y sintió que ahora su vida tenía sentido. Olvidó su sacrificio, los años de encarcelamiento, las lágrimas derramadas… Todo lo hizo por sus hijos, por sus pequeños…
-No he hallado nada sobre Ana, lo siento –musitó el duque de Villalba.
Laura le miró.
-Sé que la encontraré igual que a Hernán y a Gonzalo. Lo sé, Luis.
El hombre asintió y le sonrió.
#250
03/09/2012 16:40
Una semana después del encuentro entre Laura de Montignac y Luis de Ceballos en la iglesia de San Felipe, Francisco de Mendoza se hallaba en su privado con el Comisario. Ambos discutían sobre un negocio que pronto pondrían en marcha. Sebastián, su secretario, llamó a la puerta.
-Pase… -pronunció el cardenal.
El joven llevaba una bandejita de plata en las manos.
-Eminencia, ha llegado una misiva para usted.
-Gracias.
Mendoza la cogió y esperó a que Sebastián abandonara la estancia para abrirla. Hernán Mejías le observaba con gesto imperturbable. Los ojos de ave de rapiña del cardenal Mendoza se abrieron con desmesura al leer el contenido de la carta. Su rostro palideció, la frente se perló de un sudor helado, el miedo apareció en sus oscuras pupilas, la angustia se ciñó a sus hombros como un pesado lastre... Volvió a leer la frase.
“Sé quién eres en realidad, Jonás López…”
-¿Le ocurre algo, eminencia? –le preguntó el Comisario al ver la cara desencajada del tío de Irene-. ¿Ha recibido malas noticias?
Mendoza le miró y tragó saliva.
-Sí. Un querido amigo de la infancia ha fallecido y me he sentido algo indispuesto.
-¿Quiere que avise al doctor?
-No, no hace falta. Ya me siento mejor.
-¿De verdad que no…?
Francisco de Mendoza y Balboa le miró con gesto nervioso.
-Si me disculpa, Comisario, tenemos que dar por finalizada esta reunión. Tengo que preparar un viaje para asistir al sepelio de mi amigo.
-Claro, le comprendo. ¿Estará muchos días fuera?
-No, los necesarios para confortar a su familia.
Hernán se levantó.
-Entonces… ¿Me avisará usted cuando regrese, eminencia?
El cardenal tenía la vista fija en un punto inexistente y no le oyó. La preocupación y el temor se reflejaron en sus rijosas pupilas.
-¿Eminencia…?
Mendoza le miró.
-Sí, eso haré –pronunció escueto.
Hernán asió el pomo de la puerta. Nunca había visto a Francisco de Mendoza de aquella forma. Arrugó el ceño y salió del privado convencido de que algo horrible le había pasado y que no tenía nada que ver con la muerte de un amigo.
Mendoza cogió la misiva y la volvió a leer. Aquellas simples palabras “Sé quién eres en realidad, Jonás López…” martillearon en su cerebro. “¿Quién demonios conocía su auténtica identidad, si él había enterrado el pasado en un callejón de Marsella? ¿Quién le había descubierto? ¿Quién?”, gritó, poniéndose de pie. Enojado, golpeó con los nudillos la mesa. Todos los objetos que tenía encima de ésta temblaron y algunos se estrellaron contra el suelo. La jarra de cristal y el vaso se rompieron en mil pedazos, algunos libros anegaron sus hojas con el agua esparcida y hasta un crucifijo de marfil rodó por las baldosas y se adentró para siempre en las oscuras y misteriosas profundidades de los bajos de un macizo mueble de caoba. Mendoza resolló, se pasó una temblorosa mano por la frente y se volvió a sentar en su sillón de terciopelo rojo. Los otoñales rayos del sol, que se habían presentado sin ser invitados a aquel cuarto, jugueteaban en ese instante con los espejos de la librería. El cardenal buscó la llave de su secreter. Nervioso, abrió el cajoncito donde guardaba el libro de oraciones y el prendedor de Laura de Montignac. Acarició las páginas amarillentas y desdobló la tela en la que reposaba la magnífica alhaja. Rozó con sus dedos las dos alas esmeraldas de la mariposa y las lágrimas surcaron sus lívidas mejillas. Entonces, de repente, un nombre surgió en su cerebro. Mendoza lo masculló con rabia:
-¡Maldito Agustín!...
-Pase… -pronunció el cardenal.
El joven llevaba una bandejita de plata en las manos.
-Eminencia, ha llegado una misiva para usted.
-Gracias.
Mendoza la cogió y esperó a que Sebastián abandonara la estancia para abrirla. Hernán Mejías le observaba con gesto imperturbable. Los ojos de ave de rapiña del cardenal Mendoza se abrieron con desmesura al leer el contenido de la carta. Su rostro palideció, la frente se perló de un sudor helado, el miedo apareció en sus oscuras pupilas, la angustia se ciñó a sus hombros como un pesado lastre... Volvió a leer la frase.
“Sé quién eres en realidad, Jonás López…”
-¿Le ocurre algo, eminencia? –le preguntó el Comisario al ver la cara desencajada del tío de Irene-. ¿Ha recibido malas noticias?
Mendoza le miró y tragó saliva.
-Sí. Un querido amigo de la infancia ha fallecido y me he sentido algo indispuesto.
-¿Quiere que avise al doctor?
-No, no hace falta. Ya me siento mejor.
-¿De verdad que no…?
Francisco de Mendoza y Balboa le miró con gesto nervioso.
-Si me disculpa, Comisario, tenemos que dar por finalizada esta reunión. Tengo que preparar un viaje para asistir al sepelio de mi amigo.
-Claro, le comprendo. ¿Estará muchos días fuera?
-No, los necesarios para confortar a su familia.
Hernán se levantó.
-Entonces… ¿Me avisará usted cuando regrese, eminencia?
El cardenal tenía la vista fija en un punto inexistente y no le oyó. La preocupación y el temor se reflejaron en sus rijosas pupilas.
-¿Eminencia…?
Mendoza le miró.
-Sí, eso haré –pronunció escueto.
Hernán asió el pomo de la puerta. Nunca había visto a Francisco de Mendoza de aquella forma. Arrugó el ceño y salió del privado convencido de que algo horrible le había pasado y que no tenía nada que ver con la muerte de un amigo.
Mendoza cogió la misiva y la volvió a leer. Aquellas simples palabras “Sé quién eres en realidad, Jonás López…” martillearon en su cerebro. “¿Quién demonios conocía su auténtica identidad, si él había enterrado el pasado en un callejón de Marsella? ¿Quién le había descubierto? ¿Quién?”, gritó, poniéndose de pie. Enojado, golpeó con los nudillos la mesa. Todos los objetos que tenía encima de ésta temblaron y algunos se estrellaron contra el suelo. La jarra de cristal y el vaso se rompieron en mil pedazos, algunos libros anegaron sus hojas con el agua esparcida y hasta un crucifijo de marfil rodó por las baldosas y se adentró para siempre en las oscuras y misteriosas profundidades de los bajos de un macizo mueble de caoba. Mendoza resolló, se pasó una temblorosa mano por la frente y se volvió a sentar en su sillón de terciopelo rojo. Los otoñales rayos del sol, que se habían presentado sin ser invitados a aquel cuarto, jugueteaban en ese instante con los espejos de la librería. El cardenal buscó la llave de su secreter. Nervioso, abrió el cajoncito donde guardaba el libro de oraciones y el prendedor de Laura de Montignac. Acarició las páginas amarillentas y desdobló la tela en la que reposaba la magnífica alhaja. Rozó con sus dedos las dos alas esmeraldas de la mariposa y las lágrimas surcaron sus lívidas mejillas. Entonces, de repente, un nombre surgió en su cerebro. Mendoza lo masculló con rabia:
-¡Maldito Agustín!...
#251
03/09/2012 16:41
“Su memoria retrocedió hasta el día en el que aquel odioso fraile y él volvieron a verse. Francisco de Mendoza nunca olvidó que Agustín de Yeste le había traicionado…
El cardenal se hallaba en la antesala del salón de recepciones cuando vio salir a un franciscano de la estancia real. Se acercó hasta la mesa donde el secretario del rey escribía unos documentos.
-¿Quién es ese religioso? –le preguntó con gesto afable.
El hombre levantó la vista y vio a la persona que le señalaba su eminencia. El hábito de San Francisco de Asís no dejaba dudas de quién era. El monje caminó con paso firme por el corredor hasta que su figura se perdió al girar una esquina.
-Es fray Agustín, el confesor de su majestad.
-¿Fray Agustín?
-Sí, eminencia. Hace muchos años que el rey y ese fraile se conocen. El franciscano tiene libertad absoluta para entrar y salir de palacio a todas horas.
-Es lógico, si es su confesor.
El caballero le sonrió y luego prosiguió con su trabajo. El cardenal Mendoza se volvió. En sus ojos se reflejó la tormenta que acababa de iniciarse en su interior. “¡Le habían engañado vilmente durante todos aquellos años! ¡Malditos!”, murmuró enojado. Trató de calmarse. Ahora comprendía muchas cosas y se alegró de haber interceptado aquella carta en la que Laura de Montignac le recriminaba a Felipe IV su abandono y también las mentiras que la habían apartado de sus hijos. En ese instante, Francisco de Mendoza y Balboa se juró que se vengaría de Agustín de Yeste y que le haría pagar al rey de las Españas las ofensas recibidas a su persona.
Fue difícil vigilar a Agustín, pues era un hombre cuidadoso y acostumbrado a pasar desapercibido por las calles de la Villa. Sin embargo, una noche Roque y Bernardo, dos de sus espías, le vieron salir del monasterio que se encontraba en extramuros y le siguieron. Ambos se adentraron en uno de los bosques que tenían licencia real y esperaron la llegada de su eminencia. Otro hombre había ido a avisarle a su palacete. A Mendoza no le importó levantarse de su confortable lecho. Se vistió con sus ropas cardenalicias y poco después contempló al fraile con gesto triunfal. Sus hombres le habían golpeado brutalmente y éste se encontraba con las rodillas hincadas sobre una alfombra de hojarascas.
-Hace tiempo que deseaba veros así… Humillado y suplicándome por vuestra vida…
Agustín le miró y el amago de una sonrisa se dejó ver en la comisura de sus lastimados labios.
-Jamás os suplicaré nada… -musitó con un rictus de dolor en el semblante.
-¿Tan valiente sois?
-La valentía es la ilusión de la se alimentan los cobardes…
-¿Acaso sois un cobarde, Agustín de Yeste?
-Sólo soy un hombre, eminencia.
-Sí. –Rió Mendoza-. Un hombre que ha jugado a dos bandos, ¿qué pensará de vos, su majestad?
-Yo siempre he estado en un único bando, Mendoza.
-Por eso me engañaste y fingiste la muerte de Laura de Montignac, ¿verdad? Sus bastardos también están vivos, ¿me equivoco?
El monje no le contestó. El cardenal le hizo un gesto a uno de sus secuaces y éste golpeó nuevamente al fraile. Agustín escupió sangre y rozó con la sudorosa frente las hojas secas.
-Llevaba esto oculto en el hábito, eminencia… -Roque le entregó una joya que él había visto alguna vez a su majestad.
Una sonrisa falaz se dibujó en su perverso rostro.
-Este es el medallón que los enamorados se entregaron el día de su boda secreta, ¿verdad? ¿Se lo ibas a devolver a Laura?
Agustín respiró con dificultad. Esa bestia de Roque le había partido una de las costillas y ésta se le había clavado en el pulmón derecho. Su mirada y la de Francisco de Mendoza se encontraron en la oscuridad del bosque. Las antorchas parpadearon, acentuando la palidez del prisionero. A lo lejos se oyeron los aullidos de los lobos y el ululato de un búho que voló por encima de sus cabezas.
El cardenal se hallaba en la antesala del salón de recepciones cuando vio salir a un franciscano de la estancia real. Se acercó hasta la mesa donde el secretario del rey escribía unos documentos.
-¿Quién es ese religioso? –le preguntó con gesto afable.
El hombre levantó la vista y vio a la persona que le señalaba su eminencia. El hábito de San Francisco de Asís no dejaba dudas de quién era. El monje caminó con paso firme por el corredor hasta que su figura se perdió al girar una esquina.
-Es fray Agustín, el confesor de su majestad.
-¿Fray Agustín?
-Sí, eminencia. Hace muchos años que el rey y ese fraile se conocen. El franciscano tiene libertad absoluta para entrar y salir de palacio a todas horas.
-Es lógico, si es su confesor.
El caballero le sonrió y luego prosiguió con su trabajo. El cardenal Mendoza se volvió. En sus ojos se reflejó la tormenta que acababa de iniciarse en su interior. “¡Le habían engañado vilmente durante todos aquellos años! ¡Malditos!”, murmuró enojado. Trató de calmarse. Ahora comprendía muchas cosas y se alegró de haber interceptado aquella carta en la que Laura de Montignac le recriminaba a Felipe IV su abandono y también las mentiras que la habían apartado de sus hijos. En ese instante, Francisco de Mendoza y Balboa se juró que se vengaría de Agustín de Yeste y que le haría pagar al rey de las Españas las ofensas recibidas a su persona.
Fue difícil vigilar a Agustín, pues era un hombre cuidadoso y acostumbrado a pasar desapercibido por las calles de la Villa. Sin embargo, una noche Roque y Bernardo, dos de sus espías, le vieron salir del monasterio que se encontraba en extramuros y le siguieron. Ambos se adentraron en uno de los bosques que tenían licencia real y esperaron la llegada de su eminencia. Otro hombre había ido a avisarle a su palacete. A Mendoza no le importó levantarse de su confortable lecho. Se vistió con sus ropas cardenalicias y poco después contempló al fraile con gesto triunfal. Sus hombres le habían golpeado brutalmente y éste se encontraba con las rodillas hincadas sobre una alfombra de hojarascas.
-Hace tiempo que deseaba veros así… Humillado y suplicándome por vuestra vida…
Agustín le miró y el amago de una sonrisa se dejó ver en la comisura de sus lastimados labios.
-Jamás os suplicaré nada… -musitó con un rictus de dolor en el semblante.
-¿Tan valiente sois?
-La valentía es la ilusión de la se alimentan los cobardes…
-¿Acaso sois un cobarde, Agustín de Yeste?
-Sólo soy un hombre, eminencia.
-Sí. –Rió Mendoza-. Un hombre que ha jugado a dos bandos, ¿qué pensará de vos, su majestad?
-Yo siempre he estado en un único bando, Mendoza.
-Por eso me engañaste y fingiste la muerte de Laura de Montignac, ¿verdad? Sus bastardos también están vivos, ¿me equivoco?
El monje no le contestó. El cardenal le hizo un gesto a uno de sus secuaces y éste golpeó nuevamente al fraile. Agustín escupió sangre y rozó con la sudorosa frente las hojas secas.
-Llevaba esto oculto en el hábito, eminencia… -Roque le entregó una joya que él había visto alguna vez a su majestad.
Una sonrisa falaz se dibujó en su perverso rostro.
-Este es el medallón que los enamorados se entregaron el día de su boda secreta, ¿verdad? ¿Se lo ibas a devolver a Laura?
Agustín respiró con dificultad. Esa bestia de Roque le había partido una de las costillas y ésta se le había clavado en el pulmón derecho. Su mirada y la de Francisco de Mendoza se encontraron en la oscuridad del bosque. Las antorchas parpadearon, acentuando la palidez del prisionero. A lo lejos se oyeron los aullidos de los lobos y el ululato de un búho que voló por encima de sus cabezas.
#252
03/09/2012 16:44
-No -musitó, arqueando las cejas el cardenal-. Se lo ibais a entregar a uno de sus hijos…
Agustín volvió a escupir sangre y después dijo:
-Los hijos murieron…
-No. Están vivos igual que Irene.
Se acercó hasta el monje. Vio los tres nudos que ataban el sayal y que correspondían a los fundamentos de la orden franciscana: obediencia, castidad y pobreza. Se fijó en el escapulario de fieltro marrón y también en el escudo franciscano, aquel en el que los brazos de Cristo y de San Francisco se unían con una cruz Tau en el fondo. Mendoza asió con fuerza el mentón de Agustín, que le miró sin pestañear. El cardenal habló de nuevo:
-Irene piensa que yo soy su tío… -Sonrió-. La he criado para que sus pecaminosos padres la vean morir, Agustín. Yo la mataré y te juro que disfrutaré haciéndolo. Tú, amigo mío, no podrás hacer nada porque Dios te está llamando a su reino…
Roque y Bernardo asieron los brazos del franciscano, que gimió dolorido.
-Vas a tener una muerte digna y consagrada a tu orden, ya que siempre has amparado a los hijos del pecado; el tuyo, Agustín, será redimido en una cruz. –Mendoza cogió una de las antorchas y contempló los árboles que crecían en aquella zona. Señaló uno que tenía un tronco robusto y ramas tortuosas-. Amigo mío… -Su pérfido aliento se introdujo en las fosas nasales de Agustín, que tosió convulsivamente-. Morirás igual que nuestro Señor Jesucristo, no en una cruz, pero ese árbol se asemeja bastante, ¿no crees?
Roque rasgó el hábito con un puñal y dejó desnudo al fraile. Luego le ató con unas cuerdas al centenario olivo. Bernardo buscó los clavos y un martillo en su morral. Los sacó y el hierro brilló a la luz de las teas. Buscó el espacio entre los huesos del carpo y hundió el clavo en la muñeca derecha. El grito de Agustín enmudeció al bosque. Luego hizo lo mismo con la izquierda. El monje perdió el conocimiento. Bernardo sonrió al hundir el último clavo en el hueso del calcáneo del pie derecho que atravesó también el izquierdo. Agustín recuperó la conciencia, pero el dolor era tan insoportable que gimió, mirando al estrellado firmamento. La sangre lamió la nudosa madera y tiñó de rojo la verdosa superficie. Mendoza le contempló con regocijo. El viento azotó el deshilachado sayal y el rostro hinchado por los golpes. El cardenal habló:
-Veis, Agustín, nadie puede salvarse de la ira de nuestro Señor… Es justo que los pecadores paguen por sus culpas, las vuestras son muchas. Pero aun así, hijo mío… Ego te absolvo a peccatis tuis in nomine Patris et Filii et Spiritu Sancti. –Hizo la señal de la Santa Cruz y suspiró.
Agustín abrió la boca, pero el aire no le llegó a los pulmones. El religioso jadeó y sintió que su corazón bombeaba con esfuerzo para liberar aquella presión que le asfixiaba. Mendoza sonrió satisfecho al ver la lucha titánica que mantenía Agustín de Yeste con su propio cuerpo para seguir vivo. Luego, hizo una señal a sus hombres para que le fraccionaran las rodillas y las tibias. Roque y Bernardo disfrutaron con aquel trabajo. El monje se desvaneció y fue en ese instante cuando Mendoza le dijo a sus partidarios que le dejaran a solas con el condenado. Éstos se alejaron del árbol. Cuando Agustín abrió los deformados párpados, percibió que la agonía reptaba, inmisericorde, por su aterida piel y que le quedaban pocos minutos de vida. Miró a Mendoza que, despiadado, le preguntó:
-¿Duele?
Agustín hizo un esfuerzo extraordinario para hablar. Su voz, balbuciente, sobresaltó a Francisco de Mendoza y Balboa.
-Al… gún día… sa… brán quién eres… en rea… lidad… Jo… nás Ló… pez…
El cardenal se echó hacia atrás. El miedo se adentró en sus ricas vestiduras y perforó sus entrañas. Allí se quedó latente, dispuesto a anidar como una víbora y devorarle por dentro. Agustín de Yeste murió poco después. Mendoza, temeroso, decidió marcharse de aquel lugar. Cogió el escapulario de la orden franciscana y luego sus hombres y él abandonaron el bosque…”
El cardenal se removió en su asiento. “Alguien de esa maldita orden conocía su secreto…”, se dijo, poniéndose de pie. Todos morirían…
-Calcáneo, es el hueso del tarso situado en el talón. (N. de la A).
Agustín volvió a escupir sangre y después dijo:
-Los hijos murieron…
-No. Están vivos igual que Irene.
Se acercó hasta el monje. Vio los tres nudos que ataban el sayal y que correspondían a los fundamentos de la orden franciscana: obediencia, castidad y pobreza. Se fijó en el escapulario de fieltro marrón y también en el escudo franciscano, aquel en el que los brazos de Cristo y de San Francisco se unían con una cruz Tau en el fondo. Mendoza asió con fuerza el mentón de Agustín, que le miró sin pestañear. El cardenal habló de nuevo:
-Irene piensa que yo soy su tío… -Sonrió-. La he criado para que sus pecaminosos padres la vean morir, Agustín. Yo la mataré y te juro que disfrutaré haciéndolo. Tú, amigo mío, no podrás hacer nada porque Dios te está llamando a su reino…
Roque y Bernardo asieron los brazos del franciscano, que gimió dolorido.
-Vas a tener una muerte digna y consagrada a tu orden, ya que siempre has amparado a los hijos del pecado; el tuyo, Agustín, será redimido en una cruz. –Mendoza cogió una de las antorchas y contempló los árboles que crecían en aquella zona. Señaló uno que tenía un tronco robusto y ramas tortuosas-. Amigo mío… -Su pérfido aliento se introdujo en las fosas nasales de Agustín, que tosió convulsivamente-. Morirás igual que nuestro Señor Jesucristo, no en una cruz, pero ese árbol se asemeja bastante, ¿no crees?
Roque rasgó el hábito con un puñal y dejó desnudo al fraile. Luego le ató con unas cuerdas al centenario olivo. Bernardo buscó los clavos y un martillo en su morral. Los sacó y el hierro brilló a la luz de las teas. Buscó el espacio entre los huesos del carpo y hundió el clavo en la muñeca derecha. El grito de Agustín enmudeció al bosque. Luego hizo lo mismo con la izquierda. El monje perdió el conocimiento. Bernardo sonrió al hundir el último clavo en el hueso del calcáneo del pie derecho que atravesó también el izquierdo. Agustín recuperó la conciencia, pero el dolor era tan insoportable que gimió, mirando al estrellado firmamento. La sangre lamió la nudosa madera y tiñó de rojo la verdosa superficie. Mendoza le contempló con regocijo. El viento azotó el deshilachado sayal y el rostro hinchado por los golpes. El cardenal habló:
-Veis, Agustín, nadie puede salvarse de la ira de nuestro Señor… Es justo que los pecadores paguen por sus culpas, las vuestras son muchas. Pero aun así, hijo mío… Ego te absolvo a peccatis tuis in nomine Patris et Filii et Spiritu Sancti. –Hizo la señal de la Santa Cruz y suspiró.
Agustín abrió la boca, pero el aire no le llegó a los pulmones. El religioso jadeó y sintió que su corazón bombeaba con esfuerzo para liberar aquella presión que le asfixiaba. Mendoza sonrió satisfecho al ver la lucha titánica que mantenía Agustín de Yeste con su propio cuerpo para seguir vivo. Luego, hizo una señal a sus hombres para que le fraccionaran las rodillas y las tibias. Roque y Bernardo disfrutaron con aquel trabajo. El monje se desvaneció y fue en ese instante cuando Mendoza le dijo a sus partidarios que le dejaran a solas con el condenado. Éstos se alejaron del árbol. Cuando Agustín abrió los deformados párpados, percibió que la agonía reptaba, inmisericorde, por su aterida piel y que le quedaban pocos minutos de vida. Miró a Mendoza que, despiadado, le preguntó:
-¿Duele?
Agustín hizo un esfuerzo extraordinario para hablar. Su voz, balbuciente, sobresaltó a Francisco de Mendoza y Balboa.
-Al… gún día… sa… brán quién eres… en rea… lidad… Jo… nás Ló… pez…
El cardenal se echó hacia atrás. El miedo se adentró en sus ricas vestiduras y perforó sus entrañas. Allí se quedó latente, dispuesto a anidar como una víbora y devorarle por dentro. Agustín de Yeste murió poco después. Mendoza, temeroso, decidió marcharse de aquel lugar. Cogió el escapulario de la orden franciscana y luego sus hombres y él abandonaron el bosque…”
El cardenal se removió en su asiento. “Alguien de esa maldita orden conocía su secreto…”, se dijo, poniéndose de pie. Todos morirían…
-Calcáneo, es el hueso del tarso situado en el talón. (N. de la A).
#253
03/09/2012 16:45
Saturno García entró con la cara desencajada en la escuela donde Gonzalo de Montalvo enseñaba a sus alumnos el teorema de Pitágoras.
-Veis, niños, la suma de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la hipotesuna… -Señaló en la pizarra el dibujo que había hecho de un triángulo rectángulo.
-Amo…
Él le miró.
-¿Qué ocurre, Sátur?
-Tengo que hablar con usted…
Los estudiantes comenzaron a alborotarse y Gonzalo decidió dar por finalizada la clase de aquel día.
-Bueno, niños, mañana quiero que me traigáis los deberes hechos, ¿de acuerdo? –Les sonrió.
Alonso le devolvió la sonrisa y luego fue tras Gabi y Murillo, al que no dejaban solo nunca desde el entierro de su padre.
-Estas criaturas no paran… -musitó Sátur viéndoles correr por el callejón.
-¿Qué sucede, Sátur? –le preguntó el héroe de la Villa.
-Amo, que esta madrugá ha ocurrio una desgracia en el monasterio en el que vivía Agustín…
Gonzalo arqueó las cejas.
-¿Qué ha pasado?
-Que a la hora de maitines entraron unos desalmados a robarles y los mataron a todos… -Se santiguó.
-¿Cómo? ¿A robarles, dices? Pero si los franciscanos no tienen nada… La pobreza es una de las normas que San Francisco, el fundador de la orden, impuso a sus seguidores… No lo entiendo.
-Pues ahora que lo dice, amo, sí que es raro… Entonces, ¿qué buscaban allí los asesinos?
El maestro frunció el ceño.
-No lo sé, Sátur, pero seguro que algo importante. –Se acercó hasta su amigo y le puso las manos en los hombros-. Tenemos que ir al monasterio e investigar.
-¿Quiere que prepare todas las cosas del pajarraco?
-Sí. –Le sonrió-. Enseguida voy a la casa.
Su ayudante asintió y salió de la escuela lo más rápido que pudo. Gonzalo suspiró. Antes tenía que hacer otra cosa. Caminó deprisa por las calles del barrio, giró a la derecha, luego a la izquierda y salió de San Felipe. Después se adentró en una de las callejuelas más sucias y deprimentes que había en la Villa. Se detuvo en la puerta de una de las tabernas con más mala fama de todo Madrid. Entró. Allí los borrachos dormían entre esputos, charcos de orines y constantes peleas. Vio a Cipri, que con los ojos enrojecidos y la camisa manchada de vino, bebía ajeno a las voces que berreaban a su alrededor. Gonzalo se sentó enfrente de él. Cipriano le miró. Una media sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios.
-Este antro no es lugar para ti, Gonzalo –habló con voz pastosa.
-Fui a buscarte a la hospedería, pero Julián me dijo que llevabas tres días sin aparecer por allí… Tomás, el hijo del herrero, te vio entrar en este sitio y me lo dijo. ¿Qué te pasa, Cipri?
-¿Qué me va a pasar, Gonzalo? Esta vida es muy perra y yo soy un desgraciao… Nada me sale bien… -Sollozó-. Nada.
El maestro trató de confortarle con sus siguientes palabras:
-Tienes que darle tiempo a Catalina…
Cipri le miró con los ojos anegados de lágrimas.
-Veis, niños, la suma de los cuadrados de los catetos es igual al cuadrado de la hipotesuna… -Señaló en la pizarra el dibujo que había hecho de un triángulo rectángulo.
-Amo…
Él le miró.
-¿Qué ocurre, Sátur?
-Tengo que hablar con usted…
Los estudiantes comenzaron a alborotarse y Gonzalo decidió dar por finalizada la clase de aquel día.
-Bueno, niños, mañana quiero que me traigáis los deberes hechos, ¿de acuerdo? –Les sonrió.
Alonso le devolvió la sonrisa y luego fue tras Gabi y Murillo, al que no dejaban solo nunca desde el entierro de su padre.
-Estas criaturas no paran… -musitó Sátur viéndoles correr por el callejón.
-¿Qué sucede, Sátur? –le preguntó el héroe de la Villa.
-Amo, que esta madrugá ha ocurrio una desgracia en el monasterio en el que vivía Agustín…
Gonzalo arqueó las cejas.
-¿Qué ha pasado?
-Que a la hora de maitines entraron unos desalmados a robarles y los mataron a todos… -Se santiguó.
-¿Cómo? ¿A robarles, dices? Pero si los franciscanos no tienen nada… La pobreza es una de las normas que San Francisco, el fundador de la orden, impuso a sus seguidores… No lo entiendo.
-Pues ahora que lo dice, amo, sí que es raro… Entonces, ¿qué buscaban allí los asesinos?
El maestro frunció el ceño.
-No lo sé, Sátur, pero seguro que algo importante. –Se acercó hasta su amigo y le puso las manos en los hombros-. Tenemos que ir al monasterio e investigar.
-¿Quiere que prepare todas las cosas del pajarraco?
-Sí. –Le sonrió-. Enseguida voy a la casa.
Su ayudante asintió y salió de la escuela lo más rápido que pudo. Gonzalo suspiró. Antes tenía que hacer otra cosa. Caminó deprisa por las calles del barrio, giró a la derecha, luego a la izquierda y salió de San Felipe. Después se adentró en una de las callejuelas más sucias y deprimentes que había en la Villa. Se detuvo en la puerta de una de las tabernas con más mala fama de todo Madrid. Entró. Allí los borrachos dormían entre esputos, charcos de orines y constantes peleas. Vio a Cipri, que con los ojos enrojecidos y la camisa manchada de vino, bebía ajeno a las voces que berreaban a su alrededor. Gonzalo se sentó enfrente de él. Cipriano le miró. Una media sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios.
-Este antro no es lugar para ti, Gonzalo –habló con voz pastosa.
-Fui a buscarte a la hospedería, pero Julián me dijo que llevabas tres días sin aparecer por allí… Tomás, el hijo del herrero, te vio entrar en este sitio y me lo dijo. ¿Qué te pasa, Cipri?
-¿Qué me va a pasar, Gonzalo? Esta vida es muy perra y yo soy un desgraciao… Nada me sale bien… -Sollozó-. Nada.
El maestro trató de confortarle con sus siguientes palabras:
-Tienes que darle tiempo a Catalina…
Cipri le miró con los ojos anegados de lágrimas.
#254
03/09/2012 16:45
-Me ha dicho que no quiere verme más…
-Tiene que pasar el duelo por Floro. Ella se siente culpable por amarte, eso es normal.
-¿Tú crees? –le preguntó con gesto esperanzado.
-Sí.
Cipri se llevó las manos a la cara y se enjuagó las lágrimas.
-¿Qué le puedo ofrecer, Gonzalo? Si hasta he perdio mi trabajo en el puesto de verduras y no sé qué va a ser de mí.
-Por eso quería hablar contigo, Cipri. Ya sabes que Juan y su socio van a abrir dentro de varias semanas el hospital… -El antiguo posadero asintió-. Me han comentado que necesitan a un hombre que les ayude con los enfermos, con el mantenimiento del edificio, que sepa cocinar… Y han pensado en ti.
Cipriano arqueó las cejas.
-¿De veras?
-Sí. –Le sonrió-. Juan me dijo que fueras a verle.
Un brillo especial iluminó, repentinamente, los ojos del enamorado de Catalina.
-¿Yo trabajando en mi antigua posada…?
El maestro se puso de pie y Cipri le imitó.
-Sé lo que eso significa para ti. –Le volvió a sonreír-. Así que ve a la hospedería, aséate y luego ve a hablar con Juan.
Cipriano asintió y después le abrazó.
-Gracias, Gonzalo. Eres un gran amigo.
-Tú también, Cipri. En cuanto a Catalina… Ella necesita pasar sola este momento, sé comprensivo.
Los dos salieron al exterior. La luz del sol molestó a Cipri, pero luego suspiró y dio otro abrazo a Gonzalo de Montalvo que, sonriente, vio como éste se encaminaba hacia un futuro más prometedor. Gonzalo se giró y fue a su casa.
Continuará... Besitos a todas. MJ.
-Tiene que pasar el duelo por Floro. Ella se siente culpable por amarte, eso es normal.
-¿Tú crees? –le preguntó con gesto esperanzado.
-Sí.
Cipri se llevó las manos a la cara y se enjuagó las lágrimas.
-¿Qué le puedo ofrecer, Gonzalo? Si hasta he perdio mi trabajo en el puesto de verduras y no sé qué va a ser de mí.
-Por eso quería hablar contigo, Cipri. Ya sabes que Juan y su socio van a abrir dentro de varias semanas el hospital… -El antiguo posadero asintió-. Me han comentado que necesitan a un hombre que les ayude con los enfermos, con el mantenimiento del edificio, que sepa cocinar… Y han pensado en ti.
Cipriano arqueó las cejas.
-¿De veras?
-Sí. –Le sonrió-. Juan me dijo que fueras a verle.
Un brillo especial iluminó, repentinamente, los ojos del enamorado de Catalina.
-¿Yo trabajando en mi antigua posada…?
El maestro se puso de pie y Cipri le imitó.
-Sé lo que eso significa para ti. –Le volvió a sonreír-. Así que ve a la hospedería, aséate y luego ve a hablar con Juan.
Cipriano asintió y después le abrazó.
-Gracias, Gonzalo. Eres un gran amigo.
-Tú también, Cipri. En cuanto a Catalina… Ella necesita pasar sola este momento, sé comprensivo.
Los dos salieron al exterior. La luz del sol molestó a Cipri, pero luego suspiró y dio otro abrazo a Gonzalo de Montalvo que, sonriente, vio como éste se encaminaba hacia un futuro más prometedor. Gonzalo se giró y fue a su casa.
Continuará... Besitos a todas. MJ.
#255
08/09/2012 16:45
¡Hola, guapas!
¿Qué tal estais? Bueno, sigo colgando la siguiente entrega. En esta parte van a aparecer nuevos personajes. Sé que uno, especialmente, os va a caer fatal. Reconozco que a mí tampoco me gusta, es más le tengo una tirria... Pero daré expliciones de por qué está en mi historia cuando lo leais, ¿de acuerdo? y recordad: no todo es lo que parece y que el Amo es un hombre de principios. Bueno, nenis, pasad un feliz finde. Besossssssssssssssssssssss a todas. MJ.
A más ver.
¿Qué tal estais? Bueno, sigo colgando la siguiente entrega. En esta parte van a aparecer nuevos personajes. Sé que uno, especialmente, os va a caer fatal. Reconozco que a mí tampoco me gusta, es más le tengo una tirria... Pero daré expliciones de por qué está en mi historia cuando lo leais, ¿de acuerdo? y recordad: no todo es lo que parece y que el Amo es un hombre de principios. Bueno, nenis, pasad un feliz finde. Besossssssssssssssssssssss a todas. MJ.
A más ver.
#256
08/09/2012 16:47
CONFÍA EN MÍ
En ese mismo instante, Catalina y Margarita recogían la plata en uno de los salones del palacio de la marquesa. El ama de llaves estaba triste; sin embargo, trataba de disimular su dolor ante sus amigos y su hijo. Cerró uno de los cajones del aparador, pero al hacerlo se pilló varios dedos de la mano derecha.
-¡Maldita sea! –pronunció, llevándose el dedo anular a los labios.
-¿Qué ocurre, Cata? –le preguntó Margarita con expresión preocupada.
-¡Que me he pillao con ese…!
-A ver… -Le cogió la diestra.
-No pasa ná, Margarita.
-Pero, ¡si te has hecho sangre y todo! –exclamó la esposa de Gonzalo mirándola a los ojos.
La madre de Murillo rompió a llorar.
-Cata… -murmuró la costurera abrazándola. -¿Qué te pasa?
-Le he dicho a Cipri, que no quiero verle más… -Sollozó-. Pero yo le amo… Aunque mi Floro merece un respeto y yo no…
Margarita abrió la boca sorprendida por aquella revelación.
-Cata… ¿Tú y Cipri sois…?
Su amiga asintió.
-Soy una mala mujer, Margarita…
Ahora la esposa de Gonzalo comprendió aquellas palabras que Catalina pronunció el día del hallazgo de los restos de Floro en el bosque. Su marido lo sabía y por eso la consolaba.
-¡Claro que no! ¿Cómo puedes decir eso? Tú eres maravillosa y amar no es un pecado, Cata. Si lo fuera, entonces yo sería la mujer más pecadora del mundo porque nunca dejé de amar a Gonzalo, ni siquiera cuando estuve casada con Víctor y luego comprometida con Juan.
-Margarita…
-¡Escúchame, Cata! Descubrir lo de Floro ha sido muy doloroso, pero no te sientas culpable por enamorarte de nuevo. Piensa que Cipri y tú ahora sois viudos y que dentro de un tiempo podréis formalizar vuestra relación. No te niegues esa oportunidad y, sobre todo, la felicidad –le dijo, acariciándole el rostro-. No lo hagas, Cata.
Las dos se sonrieron y se volvieron a abrazar. Así las halló Irene.
-Buenos días…
-Buenos días, señora Irene –contestaron al unísono.
-¿Te ocurre algo, Catalina? –le preguntó la joven al verla llorosa.
-Los recuerdos, señora, que me entristecen…
-Claro, te comprendo. –Le tocó el brazo para confortarla-. La muerte de tu esposo fue espantosa y el descubrimiento de su cadáver ha sido un golpe terrible para ti y para tu familia.
-Sí, señora. Lo ha sido.
-Tienes que ser fuerte, Catalina, sobre todo por tu hijo.
-Eso mismo le digo yo, señora Irene… -musitó Margarita.
-Haznos caso y ya verás como poco a poco te recuperarás.
-Gracias, señora Irene, por su preocupación.
-Tú sabes, Catalina, que te aprecio. –Le sonrió y el ama de llaves le correspondió. Irene miró a la esposa del maestro-. A ti también, Margarita.
-Lo sé, señora.
Irene asintió y luego dijo:
-Os estaba buscando a las dos porque quería preguntaros algo…
Margarita y Catalina la miraron, expectantes. La esposa del Comisario prosiguió:
-He sabido que Juan de Calatrava y otro doctor van a abrir un hospital en el barrio donde vosotras vivís.
-Así es, señora Irene –le respondió Margarita.
-Me gustaría ayudarles... Yo cuidaba a los enfermos en el convento donde me crié. Las hermanas decían que yo tenía buena mano para ello.
Margarita le sonrió.
-Creo que a Juan no le importará que usted frecuente el hospital pero, ¿su esposo estará de acuerdo o su tío?
-Necesito, Margarita, salir de este palacio… A veces siento que me ahogo entre sus ornamentadas paredes… -La esposa de Gonzalo de Montalvo y Catalina arquearon las cejas sorprendidas por su sinceridad. La sobrina del cardenal prosiguió-. Socorrer a los más necesitados es una práctica que la propia Iglesia exige a los creyentes. Mi tío no pondrá objeciones y Hernán, tampoco.
Las dos criadas se miraron. Seguramente el Comisario le impediría hacer lo que deseaba. Sin embargo, la determinación que Irene mostraba era tan evidente que ambas supieron que lograría su sueño.
-Si no os importa, hoy os acompañaré a vuestro barrio y hablaré con Juan de Calatrava –musitó, asiéndolas por los brazos.
-Como gustéis, señora –le respondió Catalina.
Margarita asintió.
En ese mismo instante, Catalina y Margarita recogían la plata en uno de los salones del palacio de la marquesa. El ama de llaves estaba triste; sin embargo, trataba de disimular su dolor ante sus amigos y su hijo. Cerró uno de los cajones del aparador, pero al hacerlo se pilló varios dedos de la mano derecha.
-¡Maldita sea! –pronunció, llevándose el dedo anular a los labios.
-¿Qué ocurre, Cata? –le preguntó Margarita con expresión preocupada.
-¡Que me he pillao con ese…!
-A ver… -Le cogió la diestra.
-No pasa ná, Margarita.
-Pero, ¡si te has hecho sangre y todo! –exclamó la esposa de Gonzalo mirándola a los ojos.
La madre de Murillo rompió a llorar.
-Cata… -murmuró la costurera abrazándola. -¿Qué te pasa?
-Le he dicho a Cipri, que no quiero verle más… -Sollozó-. Pero yo le amo… Aunque mi Floro merece un respeto y yo no…
Margarita abrió la boca sorprendida por aquella revelación.
-Cata… ¿Tú y Cipri sois…?
Su amiga asintió.
-Soy una mala mujer, Margarita…
Ahora la esposa de Gonzalo comprendió aquellas palabras que Catalina pronunció el día del hallazgo de los restos de Floro en el bosque. Su marido lo sabía y por eso la consolaba.
-¡Claro que no! ¿Cómo puedes decir eso? Tú eres maravillosa y amar no es un pecado, Cata. Si lo fuera, entonces yo sería la mujer más pecadora del mundo porque nunca dejé de amar a Gonzalo, ni siquiera cuando estuve casada con Víctor y luego comprometida con Juan.
-Margarita…
-¡Escúchame, Cata! Descubrir lo de Floro ha sido muy doloroso, pero no te sientas culpable por enamorarte de nuevo. Piensa que Cipri y tú ahora sois viudos y que dentro de un tiempo podréis formalizar vuestra relación. No te niegues esa oportunidad y, sobre todo, la felicidad –le dijo, acariciándole el rostro-. No lo hagas, Cata.
Las dos se sonrieron y se volvieron a abrazar. Así las halló Irene.
-Buenos días…
-Buenos días, señora Irene –contestaron al unísono.
-¿Te ocurre algo, Catalina? –le preguntó la joven al verla llorosa.
-Los recuerdos, señora, que me entristecen…
-Claro, te comprendo. –Le tocó el brazo para confortarla-. La muerte de tu esposo fue espantosa y el descubrimiento de su cadáver ha sido un golpe terrible para ti y para tu familia.
-Sí, señora. Lo ha sido.
-Tienes que ser fuerte, Catalina, sobre todo por tu hijo.
-Eso mismo le digo yo, señora Irene… -musitó Margarita.
-Haznos caso y ya verás como poco a poco te recuperarás.
-Gracias, señora Irene, por su preocupación.
-Tú sabes, Catalina, que te aprecio. –Le sonrió y el ama de llaves le correspondió. Irene miró a la esposa del maestro-. A ti también, Margarita.
-Lo sé, señora.
Irene asintió y luego dijo:
-Os estaba buscando a las dos porque quería preguntaros algo…
Margarita y Catalina la miraron, expectantes. La esposa del Comisario prosiguió:
-He sabido que Juan de Calatrava y otro doctor van a abrir un hospital en el barrio donde vosotras vivís.
-Así es, señora Irene –le respondió Margarita.
-Me gustaría ayudarles... Yo cuidaba a los enfermos en el convento donde me crié. Las hermanas decían que yo tenía buena mano para ello.
Margarita le sonrió.
-Creo que a Juan no le importará que usted frecuente el hospital pero, ¿su esposo estará de acuerdo o su tío?
-Necesito, Margarita, salir de este palacio… A veces siento que me ahogo entre sus ornamentadas paredes… -La esposa de Gonzalo de Montalvo y Catalina arquearon las cejas sorprendidas por su sinceridad. La sobrina del cardenal prosiguió-. Socorrer a los más necesitados es una práctica que la propia Iglesia exige a los creyentes. Mi tío no pondrá objeciones y Hernán, tampoco.
Las dos criadas se miraron. Seguramente el Comisario le impediría hacer lo que deseaba. Sin embargo, la determinación que Irene mostraba era tan evidente que ambas supieron que lograría su sueño.
-Si no os importa, hoy os acompañaré a vuestro barrio y hablaré con Juan de Calatrava –musitó, asiéndolas por los brazos.
-Como gustéis, señora –le respondió Catalina.
Margarita asintió.
#257
08/09/2012 16:48
El Águila Roja y su ayudante irrumpieron por la puerta románica al interior de la abadía de los franciscanos. Un silencio sepulcral les acompañó por el vestíbulo hasta que llegaron al claustro. Sátur seguía a su amo con gesto temeroso y con la sensación de que en algún momento un espectro se presentaría en aquel lugar, y les castigaría por la intrusión. Gonzalo se bajó el embozo y miró con detenimiento las bóvedas góticas y los arcos apuntados entre contrafuertes de elaboración tosca cuya misión era la de sustentar el atrio. Luego contempló las columnas adosadas a los pilares con capiteles adornados con tres rosetas y molduras de ova que adornaban la planta alta del patio. En el pequeño cementerio, que estaba junto al huerto, aún se podía ver la tierra removida y las recientes tumbas de los frailes. Aquella mañana los vecinos de extramuros habían dado cristiana sepultura a los religiosos, y también habían depositado flores en éstas. Gonzalo se volvió a poner el embozo.
-Amo, ¿quién o quiénes han podido hacer algo así a estos pobrecillos que se dedicaban a socorrer a los más necesitados?
-No lo sé, Sátur. Eso es lo que tenemos que averiguar. Vamos al interior.
Saturno García asintió y siguió al Águila Roja. Caminaron por el corredor y entraron en las celdas de los monjes. Los asesinos habían destrozado todo lo que habían encontrado en su camino: los humildes jergones, los baúles donde sus propietarios guardaban sus pocas pertenencias, las rústicas sillas… La sangre salpicaba las paredes y los suelos y el miedo todavía flotaba en aquellas sencillas habitaciones. Gonzalo suspiró. Después accedieron al refectorio. Las doce mesas, los asientos, el púlpito de madera en el que uno de los monjes solía leer los textos bíblicos mientras los demás se alimentaban, los cuadros del fundador de la orden… habían sufrido el embate de los causantes de aquel terrible suceso. Nada se había librado de la violencia y de la brutalidad, ni siquiera un pequeño pájaro que había complacido la vida monacal de los habitantes de la abadía con su alegre canto. “¿Por qué había ocurrido aquello?” “¿Los asesinos buscaban algo de Agustín, que sus hermanos habían ocultado?” “¿Por eso los habían asesinado?”, se preguntó Gonzalo de Montalvo. Sátur le tocó el hombro derecho. Él se giró rápidamente.
-Amo… -Y le señaló un rastro de sangre que había en el suelo de piedra.
Gonzalo asintió y ambos, con las antorchas en mano, lo siguieron hasta llegar a la capilla. Allí vieron un retablo que escenificaba a San Francisco de Asís bendiciendo a unos humildes campesinos. La pintura presidía el altar junto a un Cristo con las manos encumbradas hacia el cielo. El héroe de la Villa se acercó hasta el lugar donde las velas irradiaban su llameante luz. Gonzalo pestañeó extrañado. “¿Cómo podían seguir iluminando aquel lugar?”, se dijo, rozando uno de los soportes de hierro.
-¿Quién las habrá encendido, amo? –le preguntó Sátur con el miedo oprimiéndole las entrañas-. Que aquí todos están criando malvas… -Se persignó, tragando saliva.
-Amo, ¿quién o quiénes han podido hacer algo así a estos pobrecillos que se dedicaban a socorrer a los más necesitados?
-No lo sé, Sátur. Eso es lo que tenemos que averiguar. Vamos al interior.
Saturno García asintió y siguió al Águila Roja. Caminaron por el corredor y entraron en las celdas de los monjes. Los asesinos habían destrozado todo lo que habían encontrado en su camino: los humildes jergones, los baúles donde sus propietarios guardaban sus pocas pertenencias, las rústicas sillas… La sangre salpicaba las paredes y los suelos y el miedo todavía flotaba en aquellas sencillas habitaciones. Gonzalo suspiró. Después accedieron al refectorio. Las doce mesas, los asientos, el púlpito de madera en el que uno de los monjes solía leer los textos bíblicos mientras los demás se alimentaban, los cuadros del fundador de la orden… habían sufrido el embate de los causantes de aquel terrible suceso. Nada se había librado de la violencia y de la brutalidad, ni siquiera un pequeño pájaro que había complacido la vida monacal de los habitantes de la abadía con su alegre canto. “¿Por qué había ocurrido aquello?” “¿Los asesinos buscaban algo de Agustín, que sus hermanos habían ocultado?” “¿Por eso los habían asesinado?”, se preguntó Gonzalo de Montalvo. Sátur le tocó el hombro derecho. Él se giró rápidamente.
-Amo… -Y le señaló un rastro de sangre que había en el suelo de piedra.
Gonzalo asintió y ambos, con las antorchas en mano, lo siguieron hasta llegar a la capilla. Allí vieron un retablo que escenificaba a San Francisco de Asís bendiciendo a unos humildes campesinos. La pintura presidía el altar junto a un Cristo con las manos encumbradas hacia el cielo. El héroe de la Villa se acercó hasta el lugar donde las velas irradiaban su llameante luz. Gonzalo pestañeó extrañado. “¿Cómo podían seguir iluminando aquel lugar?”, se dijo, rozando uno de los soportes de hierro.
-¿Quién las habrá encendido, amo? –le preguntó Sátur con el miedo oprimiéndole las entrañas-. Que aquí todos están criando malvas… -Se persignó, tragando saliva.
#258
08/09/2012 16:49
-Seguramente habrá sido algún vecino…
-¿Algún vecino dice?
Saturno miró a derecha y a izquierda. Allí sólo estaban ellos dos pero aun así, una sensación angustiosa se adueñó de todo su ser. Trató de no separarse de su amo. Miró la sillería del coro y luego el sarcófago de piedra que se hallaba en la zona norte. Parpadeó al ver la vidriera por la que se adentraba un minúsculo rayo equinoccial que acariciaba el trascoro y luego una de las baldosas centrales de la capilla.
-El rastro de sangre se pierde aquí… -musitó Gonzalo dejando la tea en el suelo.
-¿Y eso qué quiere decir, amo?
-Pues que alguien arrastró a uno de los frailes hasta la capilla y después lo enterró en el pequeño cementerio.
-Pero eso no tiene ningún sentido.
-No, no lo tiene. Pero ahora mismo no sé qué puede significar… Aunque…
Contempló el cenotafio y se acercó hasta éste. Tocó los relieves de la cubierta y también los que había en los lados.
-¿Qué está buscando amo?
-Un resorte.
-¿Un resorte? ¿Y para qué?
-¿Y si alguien se ha ocultado ahí adentro?
-¿Ahí? Pero… ¿Qué dice usted, amo? ¡No se le ocurra profanar la tranquilidad del que está ahí enterrao, por Dios Santo!... -Se santiguó-. Desde luego que usted no tiene miedo a ná, ¡eh!
-Sátur, en los monasterios se acostumbra a representar en los cenotafios a…
-¿Ceno… qué?
-Esta tumba no es real.
-¿Qué no es…? A usted le está afectando eso de no creer en ná… ¡Mira qué decir que no es real! Yo la estoy viendo ahí, amo… -La señaló con gesto enfadado.
-Los cenotafios son monumentos funerarios vacíos que se erigen en memoria de un muerto ilustre, pero no quiere decir que esté aquí enterrado.
-¿No?
-No. La escultura que está en la cubierta es la de San Francisco de Asís, y te aseguro que sus huesos no están sepultados en este lugar.
-Entonces…
-Creo que esto nos puede llevar a algo.
Sin embargo, Gonzalo no halló ningún mecanismo que le indicara que aquel monumento se pudiera abrir desde fuera. El maestro desistió media hora después.
-¡Vámonos, Sátur! Ya está oscureciendo y Margarita tiene que estar a punto de llegar a la casa.
-Sí, amo. Será lo mejor. Otro día vendremos con más tiempo y seguiremos buscando pistas…
Gonzalo asintió. Los dos se dispusieron a salir de la capilla. En ese instante, desde el interior del cenotafio se abrió una pequeña abertura y alguien les observó con gesto medroso. Simón, el fraile que había custodiado en el Pozo del Infierno a Laura de Montignac, no podía olvidar a los encapuchados que habían matado la noche anterior a sus hermanos. Resolló cuando los desconocidos se fueron. Asió la antorcha que había dejado en uno de los soportes de la pared y bajó por las escaleras que conducían hasta las catacumbas. Las ratas pasaron por delante de él, pero ni siquiera las vio. Entró en una de las húmedas salas que los antiguos cristianos habían horadado en aquel lugar. Se postró ante el jergón donde el hermano Mateo seguía luchando contra la muerte. El mudo mojó con agua los resecos labios del monje, pero éste no se movió. Simón se santiguó y en su gutural lenguaje comenzó a rezar un rosario que tenía las cuentas de madera.
-¿Algún vecino dice?
Saturno miró a derecha y a izquierda. Allí sólo estaban ellos dos pero aun así, una sensación angustiosa se adueñó de todo su ser. Trató de no separarse de su amo. Miró la sillería del coro y luego el sarcófago de piedra que se hallaba en la zona norte. Parpadeó al ver la vidriera por la que se adentraba un minúsculo rayo equinoccial que acariciaba el trascoro y luego una de las baldosas centrales de la capilla.
-El rastro de sangre se pierde aquí… -musitó Gonzalo dejando la tea en el suelo.
-¿Y eso qué quiere decir, amo?
-Pues que alguien arrastró a uno de los frailes hasta la capilla y después lo enterró en el pequeño cementerio.
-Pero eso no tiene ningún sentido.
-No, no lo tiene. Pero ahora mismo no sé qué puede significar… Aunque…
Contempló el cenotafio y se acercó hasta éste. Tocó los relieves de la cubierta y también los que había en los lados.
-¿Qué está buscando amo?
-Un resorte.
-¿Un resorte? ¿Y para qué?
-¿Y si alguien se ha ocultado ahí adentro?
-¿Ahí? Pero… ¿Qué dice usted, amo? ¡No se le ocurra profanar la tranquilidad del que está ahí enterrao, por Dios Santo!... -Se santiguó-. Desde luego que usted no tiene miedo a ná, ¡eh!
-Sátur, en los monasterios se acostumbra a representar en los cenotafios a…
-¿Ceno… qué?
-Esta tumba no es real.
-¿Qué no es…? A usted le está afectando eso de no creer en ná… ¡Mira qué decir que no es real! Yo la estoy viendo ahí, amo… -La señaló con gesto enfadado.
-Los cenotafios son monumentos funerarios vacíos que se erigen en memoria de un muerto ilustre, pero no quiere decir que esté aquí enterrado.
-¿No?
-No. La escultura que está en la cubierta es la de San Francisco de Asís, y te aseguro que sus huesos no están sepultados en este lugar.
-Entonces…
-Creo que esto nos puede llevar a algo.
Sin embargo, Gonzalo no halló ningún mecanismo que le indicara que aquel monumento se pudiera abrir desde fuera. El maestro desistió media hora después.
-¡Vámonos, Sátur! Ya está oscureciendo y Margarita tiene que estar a punto de llegar a la casa.
-Sí, amo. Será lo mejor. Otro día vendremos con más tiempo y seguiremos buscando pistas…
Gonzalo asintió. Los dos se dispusieron a salir de la capilla. En ese instante, desde el interior del cenotafio se abrió una pequeña abertura y alguien les observó con gesto medroso. Simón, el fraile que había custodiado en el Pozo del Infierno a Laura de Montignac, no podía olvidar a los encapuchados que habían matado la noche anterior a sus hermanos. Resolló cuando los desconocidos se fueron. Asió la antorcha que había dejado en uno de los soportes de la pared y bajó por las escaleras que conducían hasta las catacumbas. Las ratas pasaron por delante de él, pero ni siquiera las vio. Entró en una de las húmedas salas que los antiguos cristianos habían horadado en aquel lugar. Se postró ante el jergón donde el hermano Mateo seguía luchando contra la muerte. El mudo mojó con agua los resecos labios del monje, pero éste no se movió. Simón se santiguó y en su gutural lenguaje comenzó a rezar un rosario que tenía las cuentas de madera.
#259
08/09/2012 16:50
Beatriz de Villamediana sonrió al cardenal Mendoza cuando entró en el privado. La hermosa hija de Lope de Villamediana había llegado el día anterior a la Villa. Seis meses antes su adorado padre había fallecido en el exilio que el rey Felipe IV le había impuesto. Le odiaba. Sí. Ella detestaba al monarca español y por eso había regresado a Madrid. Francisco de Mendoza y Balboa le ofrecía la posibilidad de realizar su venganza, pero ella también conocía a alguien que podría ejecutar al rey Planeta: Gonzalo de Montalvo, el Águila Roja. Suspiró al recordar al atractivo maestro que se ocultaba tras un embozo y una capa. De todas formas, aliarse con el futuro Papa sería muy beneficioso para ella y su familia, y por eso había aceptado aquella reunión.
-La última vez que os vi, erais una criatura flacucha y temerosa. Os habéis convertido en una mujer muy bella, querida Beatriz.
-Eminencia… -La hija de Lope besó el anillo cardenalicio con una sonrisa en sus labios.
Mendoza asió uno de los mechones dorados y sonrió.
-Tenéis el mismo cabello que vuestra madre y sus ojos.
-Sí. Mi madre os envía sus saludos, eminencia. Ella siempre confió en vos y en vuestra palabra.
-Lo sé. Pero Lope fue demasiado imprudente. El rey descubrió su doble juego y lo encarceló. ¿Cómo logró salir de aquel encierro?
-Un amigo nos ayudó, eminencia. Pero como sabéis, después su majestad confiscó todas nuestras posesiones y tuvimos que regresar a Inglaterra. Tras la muerte de mi padre nos ha concedido el perdón, pero no nos devolverá nuestras tierras, ni las haciendas ni tampoco la hidalguía que siempre perteneció a la familia Villamediana.
-Entonces, querida Beatriz, ¿por qué habéis vuelto a las Españas?
La joven carraspeó antes de contestar:
-He regresado a la Villa para vengarme de los Austrias… Conozco muchos secretos de la corte y de su majestad… -Francisco de Mendoza y Balboa sonrió satisfecho-. Ambos podemos beneficiarnos de esta alianza, eminencia.
-Beatriz, me agrada vuestro ofrecimiento, pero como sabéis postulo mi candidatura a la Silla de Pedro y ahora no puedo manchar mis manos con……
-Lo sé, eminencia –musitó, interrumpiéndole-. Conozco a una persona que podría ayudarnos…
-Sois inteligente y elegante. Sin duda, heredasteis el talento y la astucia de lady Maude, vuestra madre.
-Sí. –Le sonrió-. Me siento muy afortunada por ello, eminencia.
-¿Cómo se llama el hombre que matará a Felipe IV?
-No os puedo decir su nombre… Confiad en mí.
-Está bien. Por lo pronto os alojaréis en el palacio de la marquesa de Santillana. A ella le diremos que sois mi ahijada y que habéis venido a la corte porque necesitáis un esposo que se haga cargo de vuestra riqueza. Así lo dispuso vuestro difunto padre en su testamento. Como él era español deseaba que su única heredera se desposara con un hijo de las Españas. Por supuesto, no debéis utilizar el apellido Villamediana, no sería adecuado. Recurrid a uno anglosajón.
-Habéis tenido una excelente idea, eminencia. Eso haré. ¿Os gusta que me llame ahora Beatriz de Lancaster, duquesa de Cornwall…?
-Tenéis suerte, Beatriz, de que la familia de vuestra madre posea tantos títulos aristocráticos.
-Así es, eminencia. Soy una mujer muy privilegiada. –Le sonrió.
El cardenal, que se sentía más tranquilo desde que sus hombres habían asesinado a los franciscanos, se puso de pie. La hija de Lope de Villamediana le emuló.
-Acompañadme… -Beatriz asió la mano que le ofrecía Mendoza-. Cuantos antes empecemos con esta farsa, mejor será para nuestros intereses, querida niña.
-¿A dónde vamos, eminencia? –le preguntó interesada.
-Al palacio de la marquesa de Santillana. Os advierto que Lucrecia es una mujer sumamente astuta, ella ha sido una de las amantes de su majestad. Tenedlo presente.
-Me gusta ese reto… ¿Y decís que ya no es amante del rey?
-A Felipe IV le agradan ahora las jóvenes casaderas y las novicias…
-Os entiendo.
Mendoza y su invitada salieron del privado y encaminaron sus pasos hacia el patio donde se hallaba el carruaje con el emblema cardenalicio.
Continuará... Besitossssssssssssssssssss a todas. MJ.
-La última vez que os vi, erais una criatura flacucha y temerosa. Os habéis convertido en una mujer muy bella, querida Beatriz.
-Eminencia… -La hija de Lope besó el anillo cardenalicio con una sonrisa en sus labios.
Mendoza asió uno de los mechones dorados y sonrió.
-Tenéis el mismo cabello que vuestra madre y sus ojos.
-Sí. Mi madre os envía sus saludos, eminencia. Ella siempre confió en vos y en vuestra palabra.
-Lo sé. Pero Lope fue demasiado imprudente. El rey descubrió su doble juego y lo encarceló. ¿Cómo logró salir de aquel encierro?
-Un amigo nos ayudó, eminencia. Pero como sabéis, después su majestad confiscó todas nuestras posesiones y tuvimos que regresar a Inglaterra. Tras la muerte de mi padre nos ha concedido el perdón, pero no nos devolverá nuestras tierras, ni las haciendas ni tampoco la hidalguía que siempre perteneció a la familia Villamediana.
-Entonces, querida Beatriz, ¿por qué habéis vuelto a las Españas?
La joven carraspeó antes de contestar:
-He regresado a la Villa para vengarme de los Austrias… Conozco muchos secretos de la corte y de su majestad… -Francisco de Mendoza y Balboa sonrió satisfecho-. Ambos podemos beneficiarnos de esta alianza, eminencia.
-Beatriz, me agrada vuestro ofrecimiento, pero como sabéis postulo mi candidatura a la Silla de Pedro y ahora no puedo manchar mis manos con……
-Lo sé, eminencia –musitó, interrumpiéndole-. Conozco a una persona que podría ayudarnos…
-Sois inteligente y elegante. Sin duda, heredasteis el talento y la astucia de lady Maude, vuestra madre.
-Sí. –Le sonrió-. Me siento muy afortunada por ello, eminencia.
-¿Cómo se llama el hombre que matará a Felipe IV?
-No os puedo decir su nombre… Confiad en mí.
-Está bien. Por lo pronto os alojaréis en el palacio de la marquesa de Santillana. A ella le diremos que sois mi ahijada y que habéis venido a la corte porque necesitáis un esposo que se haga cargo de vuestra riqueza. Así lo dispuso vuestro difunto padre en su testamento. Como él era español deseaba que su única heredera se desposara con un hijo de las Españas. Por supuesto, no debéis utilizar el apellido Villamediana, no sería adecuado. Recurrid a uno anglosajón.
-Habéis tenido una excelente idea, eminencia. Eso haré. ¿Os gusta que me llame ahora Beatriz de Lancaster, duquesa de Cornwall…?
-Tenéis suerte, Beatriz, de que la familia de vuestra madre posea tantos títulos aristocráticos.
-Así es, eminencia. Soy una mujer muy privilegiada. –Le sonrió.
El cardenal, que se sentía más tranquilo desde que sus hombres habían asesinado a los franciscanos, se puso de pie. La hija de Lope de Villamediana le emuló.
-Acompañadme… -Beatriz asió la mano que le ofrecía Mendoza-. Cuantos antes empecemos con esta farsa, mejor será para nuestros intereses, querida niña.
-¿A dónde vamos, eminencia? –le preguntó interesada.
-Al palacio de la marquesa de Santillana. Os advierto que Lucrecia es una mujer sumamente astuta, ella ha sido una de las amantes de su majestad. Tenedlo presente.
-Me gusta ese reto… ¿Y decís que ya no es amante del rey?
-A Felipe IV le agradan ahora las jóvenes casaderas y las novicias…
-Os entiendo.
Mendoza y su invitada salieron del privado y encaminaron sus pasos hacia el patio donde se hallaba el carruaje con el emblema cardenalicio.
Continuará... Besitossssssssssssssssssss a todas. MJ.
#260
13/09/2012 13:59
fascinante MJ, sigue por favor, cuanto quieras y en cuanto puedas, esto no deja de estar interesantísimo.
Ha sido una grata sorpresa encontrarme lo relatado desde mi marcha, sigo espectante de los siguientes sucesos ...
Ha sido una grata sorpresa encontrarme lo relatado desde mi marcha, sigo espectante de los siguientes sucesos ...