Foro Águila Roja
Confía en mí
#0
05/06/2012 21:17
¡Hola, Aguiluchas!
Vuelvo a colgar este mensaje, porque no sé qué ha pasado. Se ha perdido en el ciberespacio... Je,je,je... Bueno, os decía en el anterior que estoy escribiendo esta historia de Gonzalo y Margarita, que he titulado Confía en mí. Una frase que el Amo dice habitualmente. Al principio pensé en centrarme sólo en el CR, pero después me he picado y como le dije a Mar, iré introduciendo personajes para dar más intensidad a la trama. ¡Jó parezco una guionista de la serie! Je,je,je... Iré colgándola poco a poco. Espero que os guste y que disfrutéis tanto como yo al escribirla. Me he basado en algunas imágenes que nos pusieron de la ansiada 5ª temporada, pero el resto es todo, todito de mi imaginación. A ver si los lionistas se pasan por aquí y cogen algunas ideas... Je,je,je. Bueno, allá va... Besitos y con Dios. MJ.
Ya sé lo que pasó. Hay mucho texto y no lo podía colgar... Bueno, aquí os dejo las primeras líneas. Besitos a tod@s. MJ.
Vuelvo a colgar este mensaje, porque no sé qué ha pasado. Se ha perdido en el ciberespacio... Je,je,je... Bueno, os decía en el anterior que estoy escribiendo esta historia de Gonzalo y Margarita, que he titulado Confía en mí. Una frase que el Amo dice habitualmente. Al principio pensé en centrarme sólo en el CR, pero después me he picado y como le dije a Mar, iré introduciendo personajes para dar más intensidad a la trama. ¡Jó parezco una guionista de la serie! Je,je,je... Iré colgándola poco a poco. Espero que os guste y que disfrutéis tanto como yo al escribirla. Me he basado en algunas imágenes que nos pusieron de la ansiada 5ª temporada, pero el resto es todo, todito de mi imaginación. A ver si los lionistas se pasan por aquí y cogen algunas ideas... Je,je,je. Bueno, allá va... Besitos y con Dios. MJ.
Ya sé lo que pasó. Hay mucho texto y no lo podía colgar... Bueno, aquí os dejo las primeras líneas. Besitos a tod@s. MJ.
#221
22/08/2012 11:09
Pues yo me muero por saber eso tan interesante ... curiosa que es una, jajaja
#222
22/08/2012 21:43
¡¡¡¡¡¡Fantástica MJ!!!!! Me tienes rendida a tus pies...
¡¡¡¡Sigue, por favor!!!!! Besitos, guapa.
¡¡¡¡Sigue, por favor!!!!! Besitos, guapa.
#223
23/08/2012 17:45
¡Hola, guapas!
¿Qué tal? Parece ser que el tiempo nos está dando una tregua, al menos en la zona sur occidental de las Españas... Bueno, queridas aguiluchas, voy a colgar ahora mismo la continuación de "Confía en mí". Iba a hacerlo mañana, pero el viernes tengo compromisos familiares y me será imposible y desde luego no quería dejaros con la intriga todo el finde. Así que espero que disfrutéis de lo que voy a publicar.
Selene, cielo. Me alegro que te haya gustado el desenlace que he dado al asunto Floro. A ver cómo lo hacen en la serie... Por cierto, el cambio de Irene se veía venir... Esta muchacha ha madurado tras la pérdida de su bebé y como dijeron que en la serie iba a cambiar, pues yo también lo he hecho en "Confía en mí". Besitos, guapa. Muakkk.
Kaley, cielo, espero que te guste lo que viene a continuación... Besitos también para ti. Muakkk.
Montalvina, preciosa, gracias un millón de gracias por tus palabras. A vuestros pies me pongo yo por la paciencia que tenéis y por serguir mi historia. Besitossssssssssssssssssssss... Muakkk.
¿Qué tal? Parece ser que el tiempo nos está dando una tregua, al menos en la zona sur occidental de las Españas... Bueno, queridas aguiluchas, voy a colgar ahora mismo la continuación de "Confía en mí". Iba a hacerlo mañana, pero el viernes tengo compromisos familiares y me será imposible y desde luego no quería dejaros con la intriga todo el finde. Así que espero que disfrutéis de lo que voy a publicar.
Selene, cielo. Me alegro que te haya gustado el desenlace que he dado al asunto Floro. A ver cómo lo hacen en la serie... Por cierto, el cambio de Irene se veía venir... Esta muchacha ha madurado tras la pérdida de su bebé y como dijeron que en la serie iba a cambiar, pues yo también lo he hecho en "Confía en mí". Besitos, guapa. Muakkk.
Kaley, cielo, espero que te guste lo que viene a continuación... Besitos también para ti. Muakkk.
Montalvina, preciosa, gracias un millón de gracias por tus palabras. A vuestros pies me pongo yo por la paciencia que tenéis y por serguir mi historia. Besitossssssssssssssssssssss... Muakkk.
#224
23/08/2012 17:46
CONFÍA EN MÍ
Laura de Montignac recordaba algunas dependencias y salas del Real Alcázar de Madrid por donde habitualmente caminaba, ya que en su juventud había sido una de las damas de la reina Isabel de Francia. Sin embargo, ahora necesitaba conocer la distribución exacta de la residencia oficial del rey de las Españas para llevar a cabo su venganza, por eso aprovechaba todos los días la hora de la siesta del príncipe heredero para pasear y descubrir detalles de aquel lugar. Un suspiro escapó de sus labios al contemplar las ventanas de la primera planta del edificio que daban a la fachada principal, las del lado sur sobre la Plaza de la Armería, en donde se ubicaba entre otras la Sala de los Espejos. Luego, observó uno de los ángulos de la fachada septentrional en la que se ubicaba la Torre de Carlos I. Vislumbró la esquina suroccidental donde se erigía la Torre Dorada, construida por Juan Bautista de Toledo. El sol dibujaba una fugitiva y dulce luz sobre el chapitel de pizarra, cuyo trazado recordaba a las torres esquinadas del Monasterio del Escorial. En el ala septentrional y occidental se extendían la plaza del Picadero y los Huertos de la Priora, que comunicaban el palacio con el Real Monasterio de la Encarnación. En el sur se ubicaban la Armería Real, donde se conservaban armas, aperos y armaduras desde el siglo XIII y que pertenecían a todos los reyes de España y a otros miembros de la Familia Real, y las Reales Caballerizas. En el este se hallaba la Casa del Tesoro, un complejo arquitectónico destinado a las cocinas, a las Casas de Oficios y a la Biblioteca Real. En el interior, en la zona occidental, se hallaban las dependencias del rey y en el este las de la reina. Ambas se hallaban separadas por dos grandes patios que eran abiertos al público en algunas ocasiones y por la Capilla Real. Aquella distribución se debía a Alonso de Covarrubias.
Laura entró en el interior de la magnífica construcción rectangular y caminó decidida por las distintas galerías y salones del Palacio Real. Contempló los cuadros allí expuestos. Grandes pintores europeos rubricaban aquellos extraordinarios lienzos. Reconoció los Velázquez, los Ribera, los Grecos, los Tizianos, las pinturas de Leonardo Da Vinci, las de Rubens, las de Durero, las de Rafael… Admiró los tapices flamencos, los bargueños, las arcas de plata labrada, los pesados muebles de madera noble, las figuras de metal, las estatuas de mármol, los objetos ornamentales que adornaban aquellas estancias, las arañas de fino cristal de roca y plata que titilaban cuando la brisa del atardecer jugaba con sus diminutos cristales…
Laura de Montignac recordaba algunas dependencias y salas del Real Alcázar de Madrid por donde habitualmente caminaba, ya que en su juventud había sido una de las damas de la reina Isabel de Francia. Sin embargo, ahora necesitaba conocer la distribución exacta de la residencia oficial del rey de las Españas para llevar a cabo su venganza, por eso aprovechaba todos los días la hora de la siesta del príncipe heredero para pasear y descubrir detalles de aquel lugar. Un suspiro escapó de sus labios al contemplar las ventanas de la primera planta del edificio que daban a la fachada principal, las del lado sur sobre la Plaza de la Armería, en donde se ubicaba entre otras la Sala de los Espejos. Luego, observó uno de los ángulos de la fachada septentrional en la que se ubicaba la Torre de Carlos I. Vislumbró la esquina suroccidental donde se erigía la Torre Dorada, construida por Juan Bautista de Toledo. El sol dibujaba una fugitiva y dulce luz sobre el chapitel de pizarra, cuyo trazado recordaba a las torres esquinadas del Monasterio del Escorial. En el ala septentrional y occidental se extendían la plaza del Picadero y los Huertos de la Priora, que comunicaban el palacio con el Real Monasterio de la Encarnación. En el sur se ubicaban la Armería Real, donde se conservaban armas, aperos y armaduras desde el siglo XIII y que pertenecían a todos los reyes de España y a otros miembros de la Familia Real, y las Reales Caballerizas. En el este se hallaba la Casa del Tesoro, un complejo arquitectónico destinado a las cocinas, a las Casas de Oficios y a la Biblioteca Real. En el interior, en la zona occidental, se hallaban las dependencias del rey y en el este las de la reina. Ambas se hallaban separadas por dos grandes patios que eran abiertos al público en algunas ocasiones y por la Capilla Real. Aquella distribución se debía a Alonso de Covarrubias.
Laura entró en el interior de la magnífica construcción rectangular y caminó decidida por las distintas galerías y salones del Palacio Real. Contempló los cuadros allí expuestos. Grandes pintores europeos rubricaban aquellos extraordinarios lienzos. Reconoció los Velázquez, los Ribera, los Grecos, los Tizianos, las pinturas de Leonardo Da Vinci, las de Rubens, las de Durero, las de Rafael… Admiró los tapices flamencos, los bargueños, las arcas de plata labrada, los pesados muebles de madera noble, las figuras de metal, las estatuas de mármol, los objetos ornamentales que adornaban aquellas estancias, las arañas de fino cristal de roca y plata que titilaban cuando la brisa del atardecer jugaba con sus diminutos cristales…
#225
23/08/2012 17:48
Entró en la Sala de los Espejos y miró, embelesada, las consolas y la mesa-tablero que Felipe II encargó al holandés Hieronymus Bosch, el Bosco. Aquel óleo pintado sobre tabla representaba los siete pecados originales. En el centro del cuadro se veía la imagen de Jesucristo saliendo de su tumba. Leyó en voz alta la inscripción en latín: “Cave, Cave Dominus Vide”. Alrededor de ésta se distinguía un círculo más grande que se dividía en siete partes y en las que se mostraban los siete pecados capitales y sus inscripciones en latín: Ira, Superbia, Luxuria, Acidia, Avaritia, Gula, Invidia… Para poder ver las imágenes allí pintadas por el Bosco se tenía que caminar en torno a la mesa. Laura lo hizo y observó con detenimiento la representación de la ira, en la que dos campesinos borrachos reñían a la puerta de una posada con unas jarras de bebidas en sus manos. Uno de ellos era detenido por una mujer mientras que el otro sufría un golpe con un banco en la cabeza. La soberbia estaba personificada por una mujer que se miraba en el espejo de un armario sostenido por un demonio. La lujuria estaba representada por una pareja de enamorados que celebraban una comida campestre en el interior de una tienda de color rojo. Dos bufones tocaban instrumentos musicales y los incitaban a pecar… La hija de Philippe de Montignac siguió caminando y se detuvo en la parte que personificaba a la pereza. Vio al sacerdote que dormía plácidamente junto a una chimenea, una mujer (la Fe) intentaba despertarle para que cumpliese sus deberes como religioso, sin conseguirlo. La gula era simbolizada por una escena de interior. Un hombre de apariencia oronda comía sin reparos en una enorme mesa. A su derecha, otro bebía ansiosamente y el líquido de la vasija le caía por la comisura de los labios. A la izquierda, vio a una mujer encima de una bandeja y a un niño obeso reclamando la atención de su padre. En el primer plano, una salchicha se asaba en el fuego. El dibujo de la avaricia era representado por un juicio en el que el juez era sobornado por las dos partes del litigio. Laura suspiró al contemplar la última imagen de los sietes pecados capitales. La envidia estaba retratada a través de un burgués que intentaba seducir a una joven que abrazaba a otro hombre, luego dos varones miraban a un noble con un halcón en el puño, deseando su suerte y su próspera vida; simultáneamente, dos perros peleaban a muerte por un mísero hueso... Laura de Montignac sintió que un escalofrío recorría su columna vertebral al distinguir aquella escena. Tragó saliva. Después, acarició los soportes que sostenían la mesa-tablero. Éstos eran los célebres leones de bronce dorado que Velázquez había traído a la corte y que el rey había encargado a Matteo Bonuccelli. Tuvo la sensación de que éstos la miraban fijamente y que sus rugidos podrían zarandear los cimientos del Real Alcázar. Luego, sus ojos de color miel se fijaron en el retrato que presidía aquella monumental estancia. Diego Velázquez había pintado a Felipe IV montado en corveta en su caballo preferido, un frisón castaño con largas crines y cola. El rey estaba de perfil, vestía una media armadura de acero oscurecido con adornos y puntos de oro, gregüescos de color noguerado, botas de ante, banda de color carmín flotando al viento… Laura se fijó en la mano derecha que portaba la bengala de general y después en la izquierda con la que Felipe sujetaba las riendas del cuatralbo. La actitud del monarca español, sentado en una rica y vistosa silla de montar, era natural y elegante. El pintor sevillano había pintado a la izquierda de la figura del rey, un tronco de un roble y en la lejanía el bosque del Pardo y la Sierra de Guadarrama… Laura se giró al oír unos pasos. Se encontró de repente con los ojos oscuros de Hernán Mejías, que la observaba con su habitual aspereza. Sin embargo, su voz sonó cordial a los oídos femeninos.
-La vi pasar y me dije que no era posible, pero luego uno de los sirvientes me comentó que usted era una de las ayas del príncipe heredero.
Ella le sonrió.
-Sí, le dijeron lo correcto.
-Entonces la felicito, mademoiselle Gaudet. Sus majestades son muy estrictos con las personas que están al cuidado del príncipe Carlos y con su educación. Usted, sin duda, posee cualidades inmejorables para pertenecer a ese selecto séquito.
-Gracias, señor Comisario. ¿Y usted? ¿Qué le trae a palacio?
-Esperaba en la antesala del salón de recepciones al cardenal Mendoza, que está reunido con el rey.
-La mesa-tablero denominada “La Mesa de los pecados capitales” que Felipe II encargó al Bosco se encuentra actualmente en el Museo del Prado, pero en la época que fue comprada por el abuelo del rey Felipe IV estuvo todo el tiempo en el Monasterio del Escorial. Yo me he tomado la licencia literaria de situarla en la Sala de los Espejos del Real Alcázar porque me interesaba para mi historia. (N. de la A).
-“Cuidado, cuidado, Dios lo ve”. (N. de la A).
-Corveta, es un término que se usa en equitación. Este movimiento se enseña a los caballos para que anden a dos patas. (N. de la A).
-Frisón, se llama así a los caballos procedentes de Frisia, una ciudad de los Países Bajos. (N. de la A).
-Gregüescos de color noguerado, son calzones anchos y con pliegues. El color noguerado es aquel que se parece a la madera de nogal. (N. de la A).
-Cuatralbo, es aquel caballo que tiene las cuatro patas de color blanco. (N. de la A).
-La vi pasar y me dije que no era posible, pero luego uno de los sirvientes me comentó que usted era una de las ayas del príncipe heredero.
Ella le sonrió.
-Sí, le dijeron lo correcto.
-Entonces la felicito, mademoiselle Gaudet. Sus majestades son muy estrictos con las personas que están al cuidado del príncipe Carlos y con su educación. Usted, sin duda, posee cualidades inmejorables para pertenecer a ese selecto séquito.
-Gracias, señor Comisario. ¿Y usted? ¿Qué le trae a palacio?
-Esperaba en la antesala del salón de recepciones al cardenal Mendoza, que está reunido con el rey.
-La mesa-tablero denominada “La Mesa de los pecados capitales” que Felipe II encargó al Bosco se encuentra actualmente en el Museo del Prado, pero en la época que fue comprada por el abuelo del rey Felipe IV estuvo todo el tiempo en el Monasterio del Escorial. Yo me he tomado la licencia literaria de situarla en la Sala de los Espejos del Real Alcázar porque me interesaba para mi historia. (N. de la A).
-“Cuidado, cuidado, Dios lo ve”. (N. de la A).
-Corveta, es un término que se usa en equitación. Este movimiento se enseña a los caballos para que anden a dos patas. (N. de la A).
-Frisón, se llama así a los caballos procedentes de Frisia, una ciudad de los Países Bajos. (N. de la A).
-Gregüescos de color noguerado, son calzones anchos y con pliegues. El color noguerado es aquel que se parece a la madera de nogal. (N. de la A).
-Cuatralbo, es aquel caballo que tiene las cuatro patas de color blanco. (N. de la A).
#226
23/08/2012 17:49
Laura parpadeó.
-¿Tiene usted negocios con su eminencia?
-Algunos… -murmuró él jugueteando con el ala ancha de su sombrero de color negro.
-Su eminencia es un hombre recto y de aptitudes inmejorables. Su ecuanimidad y su benevolencia son admiradas en la corte y por los súbditos de su majestad.
Hernán carraspeó antes de contestarle:
-Los grandes hombres del reino forjan sus excelencias dentro y fuera de las Españas, por eso sus enemigos les temen.
-Sí, tenéis razón. Un ejemplo de los que decís es su eminencia y también el rey… -Señaló el cuadro de Velázquez y Hernán lo miró con atención-. Su majestad es un hombre íntegro y también un gran monarca…
El resentimiento pugnó entre los recuerdos y el presente de Hernán Mejías. Laura se percató de la lucha interior que sufría el Comisario. En ese instante, ella descubrió que su hijo sabía quién era su padre.
-Sí –afirmó sin dejar de mirar el lienzo.
El silencio se adueñó de la Sala de los Espejos hasta que Laura lo rompió.
-¿Tenéis esposa, hijos…?
El odio había desaparecido de sus ojos cuando sus miradas se encontraron en la estancia. Una cálida sonrisa brotó de los labios masculinos.
-Hace unos meses me desposé... Mi joven esposa se quedó encinta, pero perdió el bebé en un desafortunado accidente.
-¡Oh, lo siento! Los hijos son la luz de la vida, por ellos se hace cualquier cosa.
-Cierto, mademoiselle.
-¿Le gustaría ser padre?
-Siempre he ansiado tener una familia. La mía, desgraciadamente, la perdí, siendo un niño… -musitó con gesto triste.
A Laura le tembló el labio inferior al preguntarle:
-¿Su madre murió?
-Sí.
El dolor regresó, impasible, y le abrazó con sus poderosos tentáculos. Hernán anduvo unos pasos y contempló la mesa-tablero del Bosco. Sus ojos brillaron al contemplar las imágenes allí pintadas. Laura sabía que no podía ahondar en la herida, pero no pudo reprimirse y volvió a interrogarle:
-¿También murió su padre?
-¿Tiene usted negocios con su eminencia?
-Algunos… -murmuró él jugueteando con el ala ancha de su sombrero de color negro.
-Su eminencia es un hombre recto y de aptitudes inmejorables. Su ecuanimidad y su benevolencia son admiradas en la corte y por los súbditos de su majestad.
Hernán carraspeó antes de contestarle:
-Los grandes hombres del reino forjan sus excelencias dentro y fuera de las Españas, por eso sus enemigos les temen.
-Sí, tenéis razón. Un ejemplo de los que decís es su eminencia y también el rey… -Señaló el cuadro de Velázquez y Hernán lo miró con atención-. Su majestad es un hombre íntegro y también un gran monarca…
El resentimiento pugnó entre los recuerdos y el presente de Hernán Mejías. Laura se percató de la lucha interior que sufría el Comisario. En ese instante, ella descubrió que su hijo sabía quién era su padre.
-Sí –afirmó sin dejar de mirar el lienzo.
El silencio se adueñó de la Sala de los Espejos hasta que Laura lo rompió.
-¿Tenéis esposa, hijos…?
El odio había desaparecido de sus ojos cuando sus miradas se encontraron en la estancia. Una cálida sonrisa brotó de los labios masculinos.
-Hace unos meses me desposé... Mi joven esposa se quedó encinta, pero perdió el bebé en un desafortunado accidente.
-¡Oh, lo siento! Los hijos son la luz de la vida, por ellos se hace cualquier cosa.
-Cierto, mademoiselle.
-¿Le gustaría ser padre?
-Siempre he ansiado tener una familia. La mía, desgraciadamente, la perdí, siendo un niño… -musitó con gesto triste.
A Laura le tembló el labio inferior al preguntarle:
-¿Su madre murió?
-Sí.
El dolor regresó, impasible, y le abrazó con sus poderosos tentáculos. Hernán anduvo unos pasos y contempló la mesa-tablero del Bosco. Sus ojos brillaron al contemplar las imágenes allí pintadas. Laura sabía que no podía ahondar en la herida, pero no pudo reprimirse y volvió a interrogarle:
-¿También murió su padre?
#227
23/08/2012 17:49
El Comisario la miró a los ojos.
-Murió mi hermano pequeño o al menos eso es lo que me dijeron…
Laura de Montignac parpadeó desconcertada. “¿Por qué Agustín había sido tan cruel?”, se preguntó, haciendo el ademán de acercarse a su primogénito y abrazarle; sin embargo, él habló nuevamente y lo que dijo la sorprendió y la obligó a quedarse en el sitio en el que se hallaba.
-Realmente fue lo mejor que les pudo suceder, al menos ellos dejaron de sufrir…
-¿Y su padre?
El Comisario alzó la mirada hacia el cuadro de Velázquez. Fueron unos segundos, pero suficientes para que Laura supiera cuánto odiaba Hernán a su progenitor.
-Él no merece ni siquiera que le nombre.
-Siento que mis preguntas le hayan hecho recordar un pasado que para usted es doloroso…
-No se preocupe. –Le sonrió-. No sé el por qué, pero usted tiene la habilidad de sosegar mi espíritu.
Laura le devolvió la sonrisa. Hernán tocó la mesa y dijo:
-¿Con cuál de estos pecados capitales se identificará su eminencia el cardenal Mendoza?
Ella se acercó hasta la hermosísima tabla y la observó con detenimiento. Sus dedos se posaron en el quinto pecado capital: la avaricia.
-No le he tratado personalmente, aunque creo que éste podría ser el vicio que mancha su piadosa existencia… ¿Me equivoco?
Hernán no le contestó, pero la miró con intensidad. Luego le preguntó:
-¿Y el rey…? ¿Cuál de estos pecados habrá gobernado su vida?
Laura caminó alrededor del tablero y sin dudarlo se detuvo en el retrato que simbolizaba a la lujuria.
-La luxuria… -murmuró con expresión seria-. Ella siempre ha regido su vida. –Hernán arqueó las cejas con asombro. Laura prosiguió-. Al menos eso es lo que comentan…
Una sonrisa irónica apareció en la comisura de los labios masculinos.
-Si alguien nos oyera, mademoiselle, mañana usted y yo seriamos decapitados por alta traición…
-A veces, señor Comisario, hay que correr ciertos riesgos…
Hernán fue a hablar nuevamente, pero Francisco de Mendoza entró en la Sala de los Espejos y les interrumpió.
-Murió mi hermano pequeño o al menos eso es lo que me dijeron…
Laura de Montignac parpadeó desconcertada. “¿Por qué Agustín había sido tan cruel?”, se preguntó, haciendo el ademán de acercarse a su primogénito y abrazarle; sin embargo, él habló nuevamente y lo que dijo la sorprendió y la obligó a quedarse en el sitio en el que se hallaba.
-Realmente fue lo mejor que les pudo suceder, al menos ellos dejaron de sufrir…
-¿Y su padre?
El Comisario alzó la mirada hacia el cuadro de Velázquez. Fueron unos segundos, pero suficientes para que Laura supiera cuánto odiaba Hernán a su progenitor.
-Él no merece ni siquiera que le nombre.
-Siento que mis preguntas le hayan hecho recordar un pasado que para usted es doloroso…
-No se preocupe. –Le sonrió-. No sé el por qué, pero usted tiene la habilidad de sosegar mi espíritu.
Laura le devolvió la sonrisa. Hernán tocó la mesa y dijo:
-¿Con cuál de estos pecados capitales se identificará su eminencia el cardenal Mendoza?
Ella se acercó hasta la hermosísima tabla y la observó con detenimiento. Sus dedos se posaron en el quinto pecado capital: la avaricia.
-No le he tratado personalmente, aunque creo que éste podría ser el vicio que mancha su piadosa existencia… ¿Me equivoco?
Hernán no le contestó, pero la miró con intensidad. Luego le preguntó:
-¿Y el rey…? ¿Cuál de estos pecados habrá gobernado su vida?
Laura caminó alrededor del tablero y sin dudarlo se detuvo en el retrato que simbolizaba a la lujuria.
-La luxuria… -murmuró con expresión seria-. Ella siempre ha regido su vida. –Hernán arqueó las cejas con asombro. Laura prosiguió-. Al menos eso es lo que comentan…
Una sonrisa irónica apareció en la comisura de los labios masculinos.
-Si alguien nos oyera, mademoiselle, mañana usted y yo seriamos decapitados por alta traición…
-A veces, señor Comisario, hay que correr ciertos riesgos…
Hernán fue a hablar nuevamente, pero Francisco de Mendoza entró en la Sala de los Espejos y les interrumpió.
#228
23/08/2012 17:50
-Un criado me dijo que os había visto venir hasta aquí, Comisario. Veo que os halláis en muy buena compañía. –Sonrió a Laura-. Mademoiselle… -musitó, mirándola con algo parecido al aprecio.
-Eminencia…
-¿Cómo os encontráis en la corte, mademoiselle Gaudet?
-Muy bien. Gracias, eminencia.
-Su majestad está muy satisfecho con vuestra labor. El príncipe Carlos progresa adecuadamente.
-Me alegra oír vuestras palabras y que a su majestad le agraden mis métodos de enseñanza.
-Por lo visto el pequeño se ha despertado de su siesta algo indispuesto. Los doctores están con él… Iba a buscar a vuestra doncella para que os diera la noticia, pero como os he encontrado antes a vos…
-Gracias, eminencia. Iré a la capilla a rezar por la salud del príncipe.
-Hacéis bien en ir, hija mía. –El cardenal juntó sus enguantadas manos como si realmente estuviera preocupado. Luego suspiró-. Quiera el Santísimo que este pequeño no se muera, si no el fin de los Austrias estaría muy próximo… -Segundos después mostró el anillo cardenalicio a Laura, que lo besó con fingido respeto.
Hernán le sonrió.
-Ha sido un placer conversar con usted, mademoiselle.
-Lo mismo digo, señor Comisario.
Laura vio cómo los dos hombres abandonaban la Sala de los Espejos. Se apoyó en la mesa-tablero del Bosco. Sus piernas temblaban. Luego sus pupilas se fijaron en el lienzo de Velázquez y suspiró.
-Eminencia…
-¿Cómo os encontráis en la corte, mademoiselle Gaudet?
-Muy bien. Gracias, eminencia.
-Su majestad está muy satisfecho con vuestra labor. El príncipe Carlos progresa adecuadamente.
-Me alegra oír vuestras palabras y que a su majestad le agraden mis métodos de enseñanza.
-Por lo visto el pequeño se ha despertado de su siesta algo indispuesto. Los doctores están con él… Iba a buscar a vuestra doncella para que os diera la noticia, pero como os he encontrado antes a vos…
-Gracias, eminencia. Iré a la capilla a rezar por la salud del príncipe.
-Hacéis bien en ir, hija mía. –El cardenal juntó sus enguantadas manos como si realmente estuviera preocupado. Luego suspiró-. Quiera el Santísimo que este pequeño no se muera, si no el fin de los Austrias estaría muy próximo… -Segundos después mostró el anillo cardenalicio a Laura, que lo besó con fingido respeto.
Hernán le sonrió.
-Ha sido un placer conversar con usted, mademoiselle.
-Lo mismo digo, señor Comisario.
Laura vio cómo los dos hombres abandonaban la Sala de los Espejos. Se apoyó en la mesa-tablero del Bosco. Sus piernas temblaban. Luego sus pupilas se fijaron en el lienzo de Velázquez y suspiró.
#229
23/08/2012 17:51
Álvaro de Osuna y Alarcón era hijo de uno de los hombres más influyentes de la ciudad de Salamanca. Su familia, una de las más importantes y prestigiosas de la nobleza salmantina, había intentado por todos los medios que él desistiera de aquella locura que iba a emprender con su amigo Juan de Calatrava en la Villa de Madrid. Su padre don Rodrigo de Osuna, marqués de Abrantes, había permitido que estudiara medicina, incluso que hubiera viajado hasta el Nuevo Mundo y que allí hubiese vivido con los indios y realizado fructuosamente su profesión durante tres años. Sin embargo, cuando regresó de las Américas, don Rodrigo imaginó que su heredero se desposaría con la sobrina del duque de Orellana, su mejor amigo, y que empezaría a comportase como el noble que era. Su desilusión quedó patente cuando Álvaro le informó sobre sus proyectos. El respetado caballero no estuvo de acuerdo. Padre e hijo discutieron y ni siquiera doña Teresa, la abnegada madre, y las cinco hijas del matrimonio habían conseguido que Álvaro y su progenitor hicieran las paces. Él había salido del palacio de Abrantes con su equipaje y los sueños intactos. El doctor tenía ideas muy novedosas para sanar a los enfermos y una gran experiencia con los remedios que utilizaban los nativos de la Nueva España.
Álvaro de Osuna llegó al barrio de San Felipe aquella misma mañana. Era principios de septiembre y el calor aún se adhería a la piel de los vecinos de la Villa. El apuesto caballero leyó otra vez la nota que Juan le había enviado, pero no encontraba la antigua hospedería. Un joven acarreaba sus baúles en una carretilla y sudaba copiosamente. El médico llevaba el zurrón de cuero colgado en el lado izquierdo del cuerpo. Margarita y Catalina, que parecía estar recuperándose poco a poco de lo que le había sucedido, hablaban cogidas del brazo y se dirigían hacia el palacio de Santillana. Álvaro casi se tropezó con ellas. Sus ojos verdes recorrieron la figura de la costurera con admiración y se quedaron fijos en las hermosas pupilas oscuras. Fue Catalina la que habló:
-Tenga cuidado, hombre, que mi amiga y yo casi nos hemos visto en el suelo.
-Disculpen, lo siento. No las vi.
-Ya…
-No pasa nada. –Le sonrió Margarita.
Él le devolvió la sonrisa y luego les preguntó:
-¿Podrían decirme dónde se encuentra la antigua posada de Cipri?
Margarita y la madre de Murillo se miraron.
-¿Por qué está buscando a Cipri? Él es una buena persona y… -Aunque ella y Cipriano llevaban un mes sin verse, Catalina se preocupó por su enamorado.
-No. No busco a ese señor. Mi amigo Juan de Calatrava me ha…
-¡Ah, Juan! –exclamó Margarita interrumpiéndole-. Ve esa puerta por la que sale ese hombre todo manchado de polvo… -Álvaro de Osuna asintió-. Ahí es donde se encuentra él.
Álvaro miró al obrero y luego se fijó en las puertas dobles entreabiertas.
-Gracias.
Álvaro de Osuna llegó al barrio de San Felipe aquella misma mañana. Era principios de septiembre y el calor aún se adhería a la piel de los vecinos de la Villa. El apuesto caballero leyó otra vez la nota que Juan le había enviado, pero no encontraba la antigua hospedería. Un joven acarreaba sus baúles en una carretilla y sudaba copiosamente. El médico llevaba el zurrón de cuero colgado en el lado izquierdo del cuerpo. Margarita y Catalina, que parecía estar recuperándose poco a poco de lo que le había sucedido, hablaban cogidas del brazo y se dirigían hacia el palacio de Santillana. Álvaro casi se tropezó con ellas. Sus ojos verdes recorrieron la figura de la costurera con admiración y se quedaron fijos en las hermosas pupilas oscuras. Fue Catalina la que habló:
-Tenga cuidado, hombre, que mi amiga y yo casi nos hemos visto en el suelo.
-Disculpen, lo siento. No las vi.
-Ya…
-No pasa nada. –Le sonrió Margarita.
Él le devolvió la sonrisa y luego les preguntó:
-¿Podrían decirme dónde se encuentra la antigua posada de Cipri?
Margarita y la madre de Murillo se miraron.
-¿Por qué está buscando a Cipri? Él es una buena persona y… -Aunque ella y Cipriano llevaban un mes sin verse, Catalina se preocupó por su enamorado.
-No. No busco a ese señor. Mi amigo Juan de Calatrava me ha…
-¡Ah, Juan! –exclamó Margarita interrumpiéndole-. Ve esa puerta por la que sale ese hombre todo manchado de polvo… -Álvaro de Osuna asintió-. Ahí es donde se encuentra él.
Álvaro miró al obrero y luego se fijó en las puertas dobles entreabiertas.
-Gracias.
#230
23/08/2012 17:52
La esposa de Gonzalo sonrió y asió el brazo de su amiga. Álvaro descubrió la alianza que ella lucía en el dedo anular de su mano izquierda y por unos segundos se sintió decepcionado. Luego volvió a sonreír y dos pícaros hoyuelos se formaron en la comisura de sus labios.
-Vámonos, Margarita, que llegamos tarde. Con Dios –habló Catalina despidiéndose del desconocido.
-Con Dios –contestó el futuro marqués de Abrantes, que se giró y vio cómo las dos mujeres cruzaban la calle con paso firme.
“Margarita…”, susurró. Como su nombre indicaba era una perla de belleza poco común. Álvaro de Osuna y Alarcón sonrió y luego hizo una señal al muchacho para que le siguiera con la carretilla y los baúles hasta las puertas del que sería el hospital del barrio. El médico entró en el interior y sonrió. Aquel lugar ya no recordaba a una hospedería. La parte alta del edificio ahora era una enorme sala con jergones para los enfermos y en cuyas paredes se habían abierto multitud de ventanas por las que entraba una luz diáfana y envolvente. En la parte baja habían adecuado una estancia más pequeña para pacientes con enfermedades contagiosas, una sala de operaciones, una enfermería, una cocina y varias habitaciones en las que vivirían Álvaro, un ayudante y el propio duque de Velasco y Fonseca.
-¡Juan! –le llamó.
El mencionado se asomó por la escalera y sonrió al verle.
-¡Álvaro, ya estás aquí!
Juan de Calatrava descendió los peldaños con rapidez y se abrazó a su amigo con alegría. Después del emotivo saludo, le preguntó:
-¿Cómo ha sido el viaje?
-Un poco pesado. Al carruaje se le partió el eje de una de las ruedas delanteras y tuvimos que esperar varias horas en una posada hasta que lo repusieron. Luego se nos cayó un tronco en el camino… -Sonrió-. Pero ya estoy en la Villa y dispuesto a comenzar lo que tú y yo siempre hemos deseado.
Juan le devolvió la sonrisa y pasó uno de sus brazos por los hombros de Álvaro de Osuna.
-¿Y tu padre?
-Mi padre me ha amenazado con desheredarme, pero no me importa, Juan. Necesito hacer esto y ayudar a los demás.
Juan de Calatrava asintió.
-Don Rodrigo no lo hará. Tú eres su hijo predilecto, Álvaro.
-Me temo que dejaré de serlo. –Le sonrió triste.
Juan de Calatrava le dio una palmadita en el hombro derecho a modo de consuelo, luego le enseñó el edificio. Cuando descendieron a la planta baja, Juan le inquirió:
-¿Qué te parece nuestro hospital, Álvaro?
-Estupendo, pero me ha costado encontrarlo.
El duque de Velasco y Fonseca le miró extrañado.
-¿De verdad? Si te puse las señas en la nota que te envié y aquí en el barrio todos los vecinos me conocen. Tenías que haber preguntado.
-Y eso hice, Juan. Una preciosa dama me dijo dónde encontrarte…
-¿Preciosa dama? –le interrogó con un gesto cómplice. Juan conocía lo persuasivo y galante que podía ser su amigo con las mujeres.
-Seguro que conoces a Margarita… Es una belleza morena, de ojos oscuros y almendrados, curvas prodigiosas…
Juan dejó de sonreír.
-Ella está casada con Gonzalo de Montalvo, el maestro del barrio.
-Sí –susurró el apuesto médico-, me fijé en el anillo que lucía en su mano izquierda. ¡Una verdadera lástima! ¿Son felices?
-Están muy enamorados.
-Entonces mis ojos se fijaran en otra hermosa plebeya. –Le guiñó un ojo.
-¡Vaya, que las mujeres del barrio de San Felipe comiencen a temblar, Álvaro de Osuna y Alarcón, el conquistador, ha llegado a la Villa de Madrid!
Ambos rieron. Después, sentados a la mesa con una jarra de vino recordaron sus años de estudiantes en la Universidad de Salamanca.
Continuará... Besitos a todas y disfrutad del finde. MJ.
-Vámonos, Margarita, que llegamos tarde. Con Dios –habló Catalina despidiéndose del desconocido.
-Con Dios –contestó el futuro marqués de Abrantes, que se giró y vio cómo las dos mujeres cruzaban la calle con paso firme.
“Margarita…”, susurró. Como su nombre indicaba era una perla de belleza poco común. Álvaro de Osuna y Alarcón sonrió y luego hizo una señal al muchacho para que le siguiera con la carretilla y los baúles hasta las puertas del que sería el hospital del barrio. El médico entró en el interior y sonrió. Aquel lugar ya no recordaba a una hospedería. La parte alta del edificio ahora era una enorme sala con jergones para los enfermos y en cuyas paredes se habían abierto multitud de ventanas por las que entraba una luz diáfana y envolvente. En la parte baja habían adecuado una estancia más pequeña para pacientes con enfermedades contagiosas, una sala de operaciones, una enfermería, una cocina y varias habitaciones en las que vivirían Álvaro, un ayudante y el propio duque de Velasco y Fonseca.
-¡Juan! –le llamó.
El mencionado se asomó por la escalera y sonrió al verle.
-¡Álvaro, ya estás aquí!
Juan de Calatrava descendió los peldaños con rapidez y se abrazó a su amigo con alegría. Después del emotivo saludo, le preguntó:
-¿Cómo ha sido el viaje?
-Un poco pesado. Al carruaje se le partió el eje de una de las ruedas delanteras y tuvimos que esperar varias horas en una posada hasta que lo repusieron. Luego se nos cayó un tronco en el camino… -Sonrió-. Pero ya estoy en la Villa y dispuesto a comenzar lo que tú y yo siempre hemos deseado.
Juan le devolvió la sonrisa y pasó uno de sus brazos por los hombros de Álvaro de Osuna.
-¿Y tu padre?
-Mi padre me ha amenazado con desheredarme, pero no me importa, Juan. Necesito hacer esto y ayudar a los demás.
Juan de Calatrava asintió.
-Don Rodrigo no lo hará. Tú eres su hijo predilecto, Álvaro.
-Me temo que dejaré de serlo. –Le sonrió triste.
Juan de Calatrava le dio una palmadita en el hombro derecho a modo de consuelo, luego le enseñó el edificio. Cuando descendieron a la planta baja, Juan le inquirió:
-¿Qué te parece nuestro hospital, Álvaro?
-Estupendo, pero me ha costado encontrarlo.
El duque de Velasco y Fonseca le miró extrañado.
-¿De verdad? Si te puse las señas en la nota que te envié y aquí en el barrio todos los vecinos me conocen. Tenías que haber preguntado.
-Y eso hice, Juan. Una preciosa dama me dijo dónde encontrarte…
-¿Preciosa dama? –le interrogó con un gesto cómplice. Juan conocía lo persuasivo y galante que podía ser su amigo con las mujeres.
-Seguro que conoces a Margarita… Es una belleza morena, de ojos oscuros y almendrados, curvas prodigiosas…
Juan dejó de sonreír.
-Ella está casada con Gonzalo de Montalvo, el maestro del barrio.
-Sí –susurró el apuesto médico-, me fijé en el anillo que lucía en su mano izquierda. ¡Una verdadera lástima! ¿Son felices?
-Están muy enamorados.
-Entonces mis ojos se fijaran en otra hermosa plebeya. –Le guiñó un ojo.
-¡Vaya, que las mujeres del barrio de San Felipe comiencen a temblar, Álvaro de Osuna y Alarcón, el conquistador, ha llegado a la Villa de Madrid!
Ambos rieron. Después, sentados a la mesa con una jarra de vino recordaron sus años de estudiantes en la Universidad de Salamanca.
Continuará... Besitos a todas y disfrutad del finde. MJ.
#231
24/08/2012 09:17
no sé por qué me da a mí que este tipo va a causar problemas...
Mj, felicidades, por tus descripciones, talmente parece que una estuviera viendo el palacio...
Una cosilla ¿has pensado en registrar tu obra? no sé, por si las moscas, más que nada...
Mj, felicidades, por tus descripciones, talmente parece que una estuviera viendo el palacio...
Una cosilla ¿has pensado en registrar tu obra? no sé, por si las moscas, más que nada...
#232
24/08/2012 10:02
Magistral MJ, y gracias por las aclaraciones a pie de página. Escribes muy bonito, muy bien documentado y armonizado ...
Por qué será que a mi me da la misma sensación, jajaja, nuevo pollo pal corral, pero fijo que la escritora les dará calabazas a todos ponderando el amor verdadero
Disfruta de tu día ...
Por qué será que a mi me da la misma sensación, jajaja, nuevo pollo pal corral, pero fijo que la escritora les dará calabazas a todos ponderando el amor verdadero
Disfruta de tu día ...
#233
27/08/2012 18:24
¡Hola, chicas!
Selene, me alegro que te hayan gustado las descripciones del Real Alcázar. Álvaro de Osuna no es tan malo como parece, ya verás... Je,je,je. Los problemillas de la parejan vendrán por... No, no te lo digo. Ya lo descubrirás... ¡¡¡¡Qué mala soy!!!! Je,je,je. En cuanto al registro... Lo estoy haciendo a la vez que voy colgando los capítulos. Besitos y gracias por tu preocupación. Muakkkk.
Kaley, muchas gracias por tus deseos y bueno, tus palabras me conmueven tanto como las de Selene. Me alegro de verdad que os guste tanto "Confía en mí". A ver si la termino antes de que empiece la quinta temporada. Las tramas se están poniendo... ¡¡¡¡Uffffssss, al rojo vivo!!!! Je,je,je. Besitos. Muakkk.
Bueno, guapis, sigo colgando... Besitos a todas. MJ.
Selene, me alegro que te hayan gustado las descripciones del Real Alcázar. Álvaro de Osuna no es tan malo como parece, ya verás... Je,je,je. Los problemillas de la parejan vendrán por... No, no te lo digo. Ya lo descubrirás... ¡¡¡¡Qué mala soy!!!! Je,je,je. En cuanto al registro... Lo estoy haciendo a la vez que voy colgando los capítulos. Besitos y gracias por tu preocupación. Muakkkk.
Kaley, muchas gracias por tus deseos y bueno, tus palabras me conmueven tanto como las de Selene. Me alegro de verdad que os guste tanto "Confía en mí". A ver si la termino antes de que empiece la quinta temporada. Las tramas se están poniendo... ¡¡¡¡Uffffssss, al rojo vivo!!!! Je,je,je. Besitos. Muakkk.
Bueno, guapis, sigo colgando... Besitos a todas. MJ.
#234
27/08/2012 18:25
CONFÍA EN MÍ
Catalina miró a su amiga, que permanecía en silencio mientras llegaban al palacio de la marquesa de Santillana.
-¿Qué te ocurre, Margarita?
Ella movió la cabeza y suspiró.
-A ti te pasa algo…
-No es nada, Cata. Una tontería…
-Venga, cuéntame.
La costurera volvió a suspirar.
-En la madrugada me desperté y Gonzalo no estaba en la cama…
Catalina arqueó las cejas.
-¿Y…?
-Que le busqué y no se encontraba en la casa y Sátur, tampoco.
-¿Y le has preguntado esta mañana?
-Pues claro. Los dos se miraron mientras desayunaban y Sátur me dijo que había estado de picos pardos… Ya sabes como es, y que el dueño de no se qué taberna vino a la casa y avisó a Gonzalo para que lo fuera a buscar porque no se mantenía de pie…
-Pues ya está, hija.
-No sé, Cata… Me pareció una excusa.
-¿Una excusa? Mira, Margarita, que los celos son muy malos… Ya sabes lo que te pasó con la mujer del pirata –musitó en voz baja.
-¿Tú crees que Gonzalo me podría engañar con otra mujer?
-¿Gonzalo engañarte a ti? –Catalina soltó una carcajada-. ¡Por Dios, Margarita! Si tu esposo está loquito por tus huesos.
-Pero él salía por las noches cuando…
-Ya sabes cómo son los hombres… -Carraspeó-, tú me entiendes, hija. Pero ahora está enamoraico perdío y, bueno, a mí no se me pasaría por la cabeza lo que tú estás pensando.
-¡Ay, Cata, es que si Gonzalo me hiciera eso, yo me muero!
-Que no, mujer. –La abrazó-. Anda que tienes unas cosas… Gonzalo te adora, tú eres su vida. ¡Venga, alegra esa cara que la marquesa no te vea así porque si no es capaz de presentarse en tu casa y adueñarse de todo!
-Nunca le permitiría eso, Cata.
Catalina sonrió.
-¡Esta es mi Margarita! –exclamó, sonriéndole.
Las dos se abrazaron y entraron en las cocinas del palacio donde las sirvientas se afanaban en preparar los desayunos de los señores, antes de que éstos las llamaran.
Catalina miró a su amiga, que permanecía en silencio mientras llegaban al palacio de la marquesa de Santillana.
-¿Qué te ocurre, Margarita?
Ella movió la cabeza y suspiró.
-A ti te pasa algo…
-No es nada, Cata. Una tontería…
-Venga, cuéntame.
La costurera volvió a suspirar.
-En la madrugada me desperté y Gonzalo no estaba en la cama…
Catalina arqueó las cejas.
-¿Y…?
-Que le busqué y no se encontraba en la casa y Sátur, tampoco.
-¿Y le has preguntado esta mañana?
-Pues claro. Los dos se miraron mientras desayunaban y Sátur me dijo que había estado de picos pardos… Ya sabes como es, y que el dueño de no se qué taberna vino a la casa y avisó a Gonzalo para que lo fuera a buscar porque no se mantenía de pie…
-Pues ya está, hija.
-No sé, Cata… Me pareció una excusa.
-¿Una excusa? Mira, Margarita, que los celos son muy malos… Ya sabes lo que te pasó con la mujer del pirata –musitó en voz baja.
-¿Tú crees que Gonzalo me podría engañar con otra mujer?
-¿Gonzalo engañarte a ti? –Catalina soltó una carcajada-. ¡Por Dios, Margarita! Si tu esposo está loquito por tus huesos.
-Pero él salía por las noches cuando…
-Ya sabes cómo son los hombres… -Carraspeó-, tú me entiendes, hija. Pero ahora está enamoraico perdío y, bueno, a mí no se me pasaría por la cabeza lo que tú estás pensando.
-¡Ay, Cata, es que si Gonzalo me hiciera eso, yo me muero!
-Que no, mujer. –La abrazó-. Anda que tienes unas cosas… Gonzalo te adora, tú eres su vida. ¡Venga, alegra esa cara que la marquesa no te vea así porque si no es capaz de presentarse en tu casa y adueñarse de todo!
-Nunca le permitiría eso, Cata.
Catalina sonrió.
-¡Esta es mi Margarita! –exclamó, sonriéndole.
Las dos se abrazaron y entraron en las cocinas del palacio donde las sirvientas se afanaban en preparar los desayunos de los señores, antes de que éstos las llamaran.
#235
27/08/2012 18:26
En ese mismo momento, Gonzalo y Sátur conversaban en la casa antes de que el maestro se fuera a la escuela. Lo hacían en voz baja, ya que Alonso se hallaba en su habitación. Saturno García limpiaba las botas de su amo con grasa de caballo.
-¿Cree usted que la señora se habrá creído el cuento que le he contao?
-No sé, Sátur. –Se puso una de las botas-. Margarita es muy suspicaz.
-Entonces… Si usted quiere seguir investigando sobre sus orígenes y buscando a su madre, ¿cómo lo vamos a hacer?
-Tendremos que salir de día y en horas en las que ni Margarita ni Alonso se encuentren en la casa, como ya hemos hecho algunas veces. Sin embargo, el Águila Roja tendrá que subir a los tejados también por las noches, pero bueno eso ya se verá…
-Ya se verá no, amo. Piénselo bien pensao que la señora tiene la mosca detrás de la oreja, y si usted la deja sola varias madrugás seguidas va a sospechar y a hacer conjeturas y eso es malo para usted… Yo puedo ayudarle a ocultar la verdad, pero siempre no voy a estar de parranda.
-Por lo pronto deja la trampilla del tejado sin el candado. Ya veré lo que hago.
-No me gustaría a mí estar en su pellejo, ¡no!
Gonzalo le sonrió calzándose la otra bota. Alonso salió de su alcoba y saludó a su padre y al criado.
-Buenos días…
-Buenos días, hijo.
-¿La tía ya se fue a palacio?
-Sí.
Sátur le alborotó los cabellos con una gran sonrisa. Alonso se sentó a la mesa. El criado le puso una escudilla y, a continuación, le echó una buena porción de gachas.
-¡Ea, Alonsillo, a comer!
-Gracias, Sátur. ¿Puedes traerme un poco de agua?
-¡Claro, chiquillo!
Sátur se acercó a la estantería y cogió el Cáliz de la Sagrada Cena. Lo llenó hasta el borde y luego se lo dio al niño. Alonso hizo ademán de llevárselo a los labios, pero su padre se lo impidió al preguntarle:
-¿Y esa copa?
-La encontré en una alcantarilla del barrio hace unos meses.
Gonzalo la cogió y la miró con minuciosidad.
-¿Cuándo fue eso, Alonso?
-¿Qué pasa, amo? –le inquirió Sátur con el ceño fruncido.
-Unos días antes de que la tía se pusiera enferma, ¿te acuerdas?
-Sí. ¿La tía bebió de esta copa? –le preguntó y se la llevó a la nariz. No olía a nada, pero su intuición le dijo que ésta podría contener un veneno y que… Gonzalo de Montalvo sintió que un escalofrío recorría su espalda.
Alonso habló:
-¿Cree usted que la señora se habrá creído el cuento que le he contao?
-No sé, Sátur. –Se puso una de las botas-. Margarita es muy suspicaz.
-Entonces… Si usted quiere seguir investigando sobre sus orígenes y buscando a su madre, ¿cómo lo vamos a hacer?
-Tendremos que salir de día y en horas en las que ni Margarita ni Alonso se encuentren en la casa, como ya hemos hecho algunas veces. Sin embargo, el Águila Roja tendrá que subir a los tejados también por las noches, pero bueno eso ya se verá…
-Ya se verá no, amo. Piénselo bien pensao que la señora tiene la mosca detrás de la oreja, y si usted la deja sola varias madrugás seguidas va a sospechar y a hacer conjeturas y eso es malo para usted… Yo puedo ayudarle a ocultar la verdad, pero siempre no voy a estar de parranda.
-Por lo pronto deja la trampilla del tejado sin el candado. Ya veré lo que hago.
-No me gustaría a mí estar en su pellejo, ¡no!
Gonzalo le sonrió calzándose la otra bota. Alonso salió de su alcoba y saludó a su padre y al criado.
-Buenos días…
-Buenos días, hijo.
-¿La tía ya se fue a palacio?
-Sí.
Sátur le alborotó los cabellos con una gran sonrisa. Alonso se sentó a la mesa. El criado le puso una escudilla y, a continuación, le echó una buena porción de gachas.
-¡Ea, Alonsillo, a comer!
-Gracias, Sátur. ¿Puedes traerme un poco de agua?
-¡Claro, chiquillo!
Sátur se acercó a la estantería y cogió el Cáliz de la Sagrada Cena. Lo llenó hasta el borde y luego se lo dio al niño. Alonso hizo ademán de llevárselo a los labios, pero su padre se lo impidió al preguntarle:
-¿Y esa copa?
-La encontré en una alcantarilla del barrio hace unos meses.
Gonzalo la cogió y la miró con minuciosidad.
-¿Cuándo fue eso, Alonso?
-¿Qué pasa, amo? –le inquirió Sátur con el ceño fruncido.
-Unos días antes de que la tía se pusiera enferma, ¿te acuerdas?
-Sí. ¿La tía bebió de esta copa? –le preguntó y se la llevó a la nariz. No olía a nada, pero su intuición le dijo que ésta podría contener un veneno y que… Gonzalo de Montalvo sintió que un escalofrío recorría su espalda.
Alonso habló:
#236
27/08/2012 18:26
-No que yo recuerde, pero sí que la ayudé a hacer la cena aquella noche y eché el agua en la olla con esa copa.
Gonzalo miró a su hijo y luego a su ayudante. Sátur se llevó la mano derecha a la barba y pensó lo mismo que su amo.
-Tengo sed, padre…
-Es peligroso beber en este recipiente, Alonso. Coge otro vaso, hijo.
-¿Por qué?
-Creo que está emponzoñado y que la tía Margarita enfermó porque el agua con el que se hizo la sopa se envenenó.
Alonso abrió con desmesura sus almendrados ojos de color miel.
-Entonces… Todos hemos estado en peligro.
-Sí, hijo.
-¿Y quién ha podido hacer algo así?
-No lo sé, Alonso. Anda termina de desayunar que yo iré a la escuela lo antes posible. No le digas a nadie ni siquiera a tus amigos nada de esta copa, ¿de acuerdo? –El niño asintió. Luego Gonzalo miró a su fiel escudero-. Tira el agua de esa tinaja, Sátur, y haz añicos la vasija de barro. Seguramente, ya estará contaminada.
-Sí, amo.
Saturno García hizo lo que el maestro le había encomendado. Poco después, Alonso se fue en busca de Murillo y de Gabi. Gonzalo subió a la guarida. Sátur le encontró hojeando libros y anotando frases en un papel.
-Ha pensado lo mismo que yo, ¿verdad, amo?
El postillón del Águila Roja señaló el Cáliz que estaba encima de la mesa. Gonzalo miró a su amigo.
-Según la Biblia y otros Libros Sagrados, el Santo Grial fue el receptáculo con el que Jesucristo consagró el vino en la Última Cena. La leyenda dice que era de oro y piedras preciosas… Pero no. –Le sonrió-. Es un simple vaso de madera de olivo, el denominado Árbol de la Vida.
-¿Y la ponzoña?
-Seguramente los que lo custodiaban lo contaminaron para protegerlo. Creo que utilizaron veneno de alguna víbora de áspid, aunque no estoy seguro.
-¡Pues vaya protección! ¿No decían que daba la vida eterna a todo aquel que bebía de él?
-Margarita estuvo a punto de morir, Sátur. Ella se salvó gracias al antídoto y a la cocción de la sopa, ya que ésta estuvo toda la noche hirviendo en el fuego.
-No olvide, amo, que usted la llevó a la iglesia y que allí le suplicó a nuestro Señor que la salvara. Él fue quién decidió que Margarita siguiera viviendo. –Se santiguó.
Gonzalo le miró y no le contestó. Sátur volvió a hablar:
-Entonces… Su madre ha estado muy cerca de usted, amo. –Le sonrió.
-Sí. Pero… ¿Qué le ocurrió para deshacerse del Cáliz? ¿Por qué lo tenía ella?
-¿No se acuerda usted que por aquellos días apareció muerto el aguador en el callejón? A lo mejor él se lo robó, bebió y… Luego se quedó tieso como la mojama.
El héroe de la Villa se quedó mirando unos segundos a su fiel escudero.
-¿Por qué mi madre se oculta? ¿No crees, Sátur, que ella tendría que buscarnos a mis hermanos y a mí? ¿Qué significado tiene este Cáliz para la familia Montignac?
-Yo también me hago las mismas preguntas, amo.
Gonzalo suspiró y volvió a coger la copa. La contempló durante unos segundos y luego se puso de pie.
-Será mejor que este objeto permanezca aquí. Es demasiado peligroso.
-Sí, amo. Guárdelo usted bien guardadito que los demonios siempre están al acecho. –Saturno García se persignó con gesto asustado.
Gonzalo abrió uno de los baúles que tenía en la guarida y tras envolver la reliquia en una tela la introdujo en su interior. El maestro suspiró al cerrar la tapa con un candado.
Gonzalo miró a su hijo y luego a su ayudante. Sátur se llevó la mano derecha a la barba y pensó lo mismo que su amo.
-Tengo sed, padre…
-Es peligroso beber en este recipiente, Alonso. Coge otro vaso, hijo.
-¿Por qué?
-Creo que está emponzoñado y que la tía Margarita enfermó porque el agua con el que se hizo la sopa se envenenó.
Alonso abrió con desmesura sus almendrados ojos de color miel.
-Entonces… Todos hemos estado en peligro.
-Sí, hijo.
-¿Y quién ha podido hacer algo así?
-No lo sé, Alonso. Anda termina de desayunar que yo iré a la escuela lo antes posible. No le digas a nadie ni siquiera a tus amigos nada de esta copa, ¿de acuerdo? –El niño asintió. Luego Gonzalo miró a su fiel escudero-. Tira el agua de esa tinaja, Sátur, y haz añicos la vasija de barro. Seguramente, ya estará contaminada.
-Sí, amo.
Saturno García hizo lo que el maestro le había encomendado. Poco después, Alonso se fue en busca de Murillo y de Gabi. Gonzalo subió a la guarida. Sátur le encontró hojeando libros y anotando frases en un papel.
-Ha pensado lo mismo que yo, ¿verdad, amo?
El postillón del Águila Roja señaló el Cáliz que estaba encima de la mesa. Gonzalo miró a su amigo.
-Según la Biblia y otros Libros Sagrados, el Santo Grial fue el receptáculo con el que Jesucristo consagró el vino en la Última Cena. La leyenda dice que era de oro y piedras preciosas… Pero no. –Le sonrió-. Es un simple vaso de madera de olivo, el denominado Árbol de la Vida.
-¿Y la ponzoña?
-Seguramente los que lo custodiaban lo contaminaron para protegerlo. Creo que utilizaron veneno de alguna víbora de áspid, aunque no estoy seguro.
-¡Pues vaya protección! ¿No decían que daba la vida eterna a todo aquel que bebía de él?
-Margarita estuvo a punto de morir, Sátur. Ella se salvó gracias al antídoto y a la cocción de la sopa, ya que ésta estuvo toda la noche hirviendo en el fuego.
-No olvide, amo, que usted la llevó a la iglesia y que allí le suplicó a nuestro Señor que la salvara. Él fue quién decidió que Margarita siguiera viviendo. –Se santiguó.
Gonzalo le miró y no le contestó. Sátur volvió a hablar:
-Entonces… Su madre ha estado muy cerca de usted, amo. –Le sonrió.
-Sí. Pero… ¿Qué le ocurrió para deshacerse del Cáliz? ¿Por qué lo tenía ella?
-¿No se acuerda usted que por aquellos días apareció muerto el aguador en el callejón? A lo mejor él se lo robó, bebió y… Luego se quedó tieso como la mojama.
El héroe de la Villa se quedó mirando unos segundos a su fiel escudero.
-¿Por qué mi madre se oculta? ¿No crees, Sátur, que ella tendría que buscarnos a mis hermanos y a mí? ¿Qué significado tiene este Cáliz para la familia Montignac?
-Yo también me hago las mismas preguntas, amo.
Gonzalo suspiró y volvió a coger la copa. La contempló durante unos segundos y luego se puso de pie.
-Será mejor que este objeto permanezca aquí. Es demasiado peligroso.
-Sí, amo. Guárdelo usted bien guardadito que los demonios siempre están al acecho. –Saturno García se persignó con gesto asustado.
Gonzalo abrió uno de los baúles que tenía en la guarida y tras envolver la reliquia en una tela la introdujo en su interior. El maestro suspiró al cerrar la tapa con un candado.
#237
27/08/2012 18:27
Laura de Montignac esperó el cambio de guardia para poder irrumpir en la antesala de los aposentos reales. Sus pasos, amortiguados por las mullidas alfombras de Flandes, se encaminaron hacia el lugar deseado… Ella se había vestido con un corpiño y una falda de color negro; un velo cubría su rostro; sus manos, enguantadas, asían una daga con la empuñadura de plata. Ésta se reflejó en uno de los espejos de pared.
Felipe IV dormía en su lecho, ajeno a los acontecimientos que pronto le devolverían a su pasado, a los años en los que él alejó a la mujer amada y a los hijos nacidos de aquella unión. El tictac del reloj-mueble acompasaba la respiración del monarca español, una suave brisa matinal acariciaba los cortinajes de color escarlata… La calandria aún no había cantado ni el horizonte se había teñido con los colores de la alborada cuando él abrió los párpados y la vio. Felipe no pudo articular ningún vocablo, el miedo le había paralizado completamente. La dama de negro le sonrió tras el encaje oscuro. Le habló susurrante:
-Vengo a por ti…
Tras decir aquellas palabras alzó el puñal… Felipe IV gritó y se incorporó en el lecho. La transpiración humedecía su camisola de dormir y su corazón latía desbocado dentro del pecho. El rey de las Españas miró a izquierda y a derecha para cerciorarse de que todo había sido una pesadilla y que aquella mujer no se encontraba en su alcoba. El despertar del día fue anunciado por la calandria, que todos los días alzaba el vuelo desde el roble que crecía junto a sus ventanales. Felipe se llevó las manos al rostro y respiró profundamente. Se levantó de la cama y se puso su batín de seda. Su lacayo todavía no le había traído la correspondencia diaria. Se asomó al balcón y contempló los hermosos jardines que rodeaban al Real Alcázar. “¿Qué interpretación debía darle a aquel sueño? ¿Le auguraba su muerte…?”, se preguntó, tembloroso. “¡No! ¡El rey de las Españas aún no podía morir!”, se dijo, irguiendo la espalda. Aún no…
Felipe IV dormía en su lecho, ajeno a los acontecimientos que pronto le devolverían a su pasado, a los años en los que él alejó a la mujer amada y a los hijos nacidos de aquella unión. El tictac del reloj-mueble acompasaba la respiración del monarca español, una suave brisa matinal acariciaba los cortinajes de color escarlata… La calandria aún no había cantado ni el horizonte se había teñido con los colores de la alborada cuando él abrió los párpados y la vio. Felipe no pudo articular ningún vocablo, el miedo le había paralizado completamente. La dama de negro le sonrió tras el encaje oscuro. Le habló susurrante:
-Vengo a por ti…
Tras decir aquellas palabras alzó el puñal… Felipe IV gritó y se incorporó en el lecho. La transpiración humedecía su camisola de dormir y su corazón latía desbocado dentro del pecho. El rey de las Españas miró a izquierda y a derecha para cerciorarse de que todo había sido una pesadilla y que aquella mujer no se encontraba en su alcoba. El despertar del día fue anunciado por la calandria, que todos los días alzaba el vuelo desde el roble que crecía junto a sus ventanales. Felipe se llevó las manos al rostro y respiró profundamente. Se levantó de la cama y se puso su batín de seda. Su lacayo todavía no le había traído la correspondencia diaria. Se asomó al balcón y contempló los hermosos jardines que rodeaban al Real Alcázar. “¿Qué interpretación debía darle a aquel sueño? ¿Le auguraba su muerte…?”, se preguntó, tembloroso. “¡No! ¡El rey de las Españas aún no podía morir!”, se dijo, irguiendo la espalda. Aún no…
#238
27/08/2012 18:28
Laura caminó sigilosamente por los corredores que conducían hasta el privado del rey. Ella había descubierto que uno de los secretarios de su majestad llevaba la correspondencia hasta allí, y la depositaba en una bandejita de plata hasta que un lacayo se la entregaba al rey. Los dos guardias que se apostaban junto a la puerta del despacho de Felipe IV eran reemplazados por otros jóvenes, que tardaban en recorrer los pasillos tres minutos. Laura tendría el tiempo suficiente para entrar en la estancia y dejar su nota entre las demás. Y así lo hizo. Antes de salir del privado sus ojos se fijaron en el famoso cuadro de “las Meninas”. Un rictus de amargura se dibujó en su boca.
El asistente de cámara vestía a Felipe IV cuando golpearon la puerta.
-Pase -habló el rey de las Españas.
El lacayo entró e hizo una reverencia.
-Majestad… Os traigo la correspondencia.
-Dejadla encima de mi mesa.
El joven obedeció y segundos después abandonaba el cuarto.
-Dejadme solo, yo terminaré de vestirme… -musitó el monarca al sirviente.
-Como gustéis, majestad.
El hombre se despidió tras hacer una genuflexión de respeto. Felipe se puso el jubón de color azul y se sentó a la mesa. Se llevó a la boca varios granos de uva negra. Masticó lentamente, saboreando la deliciosa fruta. Ojeó las misivas y las fue separando para abrirlas después de desayunar. Sin embargo, sus ojos se fijaron en una carta que no tenía ningún emblema en el lacre. Extrañado, la abrió. Desdobló el papel y leyó la frase que estaba escrita allí.
“He regresado de los infiernos para atormentarte…”
A Felipe se le atragantó la uva que masticaba, la escupió como pudo y se echó hacia atrás arrastrando la silla consigo. Tosió compulsivamente. La hoja cayó lentamente al encerado suelo.
-¡Guardias! –gritó cuando se recuperó del susto.
Dos soldados entraron rápidamente en el aposento con las lanzas en posición de ataque, pues el rey parecía haber pedido auxilio.
-Majestad… -musitó el que tenía rango superior y luego miró a un lado y a otro.
-¿Quién ha traído la correspondencia a mi alcoba?
-El lacayo que acostumbra a hacerlo, majestad.
-¡Traedlo inmediatamente ante mí! –ordenó, enojado.
-Sí, majestad.
Los guardias se miraron y arquearon las cejas. Uno fue en busca del criado mientras el otro se quedaba junto a la puerta de la habitación real.
Dentro de la alcoba, Felipe IV se apoyó en la silla. Sus piernas temblaban. Su mirada se posó en la hoja que estaba en el suelo. Tragó saliva y la cogió. La leyó de nuevo y sintió que la cicatriz que tenía en su abdomen palpitaba.
-No puede ser… Laura… -musitó con el temor aleteando en sus pupilas.
Continuará... Besitos a todas. MJ.
El asistente de cámara vestía a Felipe IV cuando golpearon la puerta.
-Pase -habló el rey de las Españas.
El lacayo entró e hizo una reverencia.
-Majestad… Os traigo la correspondencia.
-Dejadla encima de mi mesa.
El joven obedeció y segundos después abandonaba el cuarto.
-Dejadme solo, yo terminaré de vestirme… -musitó el monarca al sirviente.
-Como gustéis, majestad.
El hombre se despidió tras hacer una genuflexión de respeto. Felipe se puso el jubón de color azul y se sentó a la mesa. Se llevó a la boca varios granos de uva negra. Masticó lentamente, saboreando la deliciosa fruta. Ojeó las misivas y las fue separando para abrirlas después de desayunar. Sin embargo, sus ojos se fijaron en una carta que no tenía ningún emblema en el lacre. Extrañado, la abrió. Desdobló el papel y leyó la frase que estaba escrita allí.
“He regresado de los infiernos para atormentarte…”
A Felipe se le atragantó la uva que masticaba, la escupió como pudo y se echó hacia atrás arrastrando la silla consigo. Tosió compulsivamente. La hoja cayó lentamente al encerado suelo.
-¡Guardias! –gritó cuando se recuperó del susto.
Dos soldados entraron rápidamente en el aposento con las lanzas en posición de ataque, pues el rey parecía haber pedido auxilio.
-Majestad… -musitó el que tenía rango superior y luego miró a un lado y a otro.
-¿Quién ha traído la correspondencia a mi alcoba?
-El lacayo que acostumbra a hacerlo, majestad.
-¡Traedlo inmediatamente ante mí! –ordenó, enojado.
-Sí, majestad.
Los guardias se miraron y arquearon las cejas. Uno fue en busca del criado mientras el otro se quedaba junto a la puerta de la habitación real.
Dentro de la alcoba, Felipe IV se apoyó en la silla. Sus piernas temblaban. Su mirada se posó en la hoja que estaba en el suelo. Tragó saliva y la cogió. La leyó de nuevo y sintió que la cicatriz que tenía en su abdomen palpitaba.
-No puede ser… Laura… -musitó con el temor aleteando en sus pupilas.
Continuará... Besitos a todas. MJ.
#239
28/08/2012 08:57
esto se está poniendo interesante...
#240
28/08/2012 10:39